Los Socialistas En El Gobierno, En La Guerra Y En La Revolución
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Revolución socialista y guerra civil (1936-1939) Los socialistas en el gobierno, en la guerra y en la revolución Balance de una ruptura Carlos Ramírez Índice • Introducción • El Gobierno republicano-socialista (1931-1933). Esperanzas y desengaños • La radicalización socialista • Giro a la izquierda en las Juventudes Socialistas • Octubre del 34, un punto de inflexión • De la bolchevización a la estalinización • La lucha interna en el PSOE • El enfrentamiento se intensifica • Victoria del Frente Popular. • Golpe militar del 18 de julio. Las masas responden con la revolución • Largo Caballero, presidente del Gobierno de la República • La batalla en el PSOE entra en su fase definitiva • Caída del Gobierno de Largo Caballero • Ofensiva contra Caballero en el Partido Socialista • Aumentan las críticas en la JSU • El último combate de Largo Caballero por el control de la UGT • La revolución se defiende en el campo: La FNTT planta cara al 2CE • Largo Caballero es silenciado • El eclipse pol!tico de Indalecio 2rieto • La direcci n del 2S,E se pliega a Negr!n • La Rep7blica se derru ba • Ep!logo 1 Introducci n De 1931 a 1939, el movimiento socialista —PSOE, JJSS y UGT— experimentó la lucha interna más aguda de toda su historia. Una auténtica guerra en la que los socialistas se enfrentaron entre ellos de forma abierta, descarnada y brutal. Es inútil centrar el estudio de estos acontecimientos en las reales, o supuestas, incompatibilidades personales entre uno u otro dirigente. El terremoto de la lucha de clases y la revolución fue lo que quebró de arriba abajo el equilibrio interno y la estabilidad del Partido, el Sindicato y las Juventudes. En definitiva, fue la entrada en política de millones de trabajadores, campesinos, jornaleros pobres; de millones de desheredados que, después de décadas de opresión, humillación y miseria, decidieron participar directamente en la construcción de su propio futuro y buscaron en sus organizaciones tradicionales el instrumento para ello. No era la primera vez que el movimiento socialista se enfrentaba a torbellinos internos de gran calado. El efecto eléctrico que tuvo la revolución rusa de octubre de 1917 en la clase obrera europea, se expresó en las organizaciones obreras de todas las tendencias, siendo especialmente importante en aquellas que formaban parte de la segunda internacional. El PSOE, la UGT y las JJSS no fueron una excepción y la lucha interna fue cruenta. Una de las consecuencias más importantes de esta batalla, y desde luego la de más calado histórico, fue la escisión que provocó el surgimiento del Partido Comunista de España en 1920. Pero el enconamiento de la lucha de clases durante la década de los años treinta del siglo XX en toda Europa en general, y en el Estado español en particular, y la profundidad del proceso revolucionario que se abrió a partir del 14 de abril de 1931 con la proclamación de la Segunda República, sometió a los socialistas al empuje de unas fuerzas contradictorias de una intensidad nunca experimentada. Millones de obreros y jornaleros y con ellos las masas socialistas, necesitaban y exigían soluciones; medidas decisivas que mejoraran realmente y de forma clara sus condiciones de vida y trabajo, y el futuro de sus familias, con la particularidad de que no estaban dispuestas a esperar pasivas a que los “profesionales de la política” tuvieran a bien hacerlas realidad. Los oprimidos del campo y la ciudad, cientos de miles de ellos con el carné del PSOE, de la UGT o las JJSS, se manifestaban en las calles, ocupaban fábricas y latifundios, se enfrentaban con armas o las manos desnudas a la guardia civil, los guardias de asalto o los matones de la patronal. Pero también acudían a las casas del pueblo y a los locales sindicales a exigirles a sus organizaciones que encabezaran la lucha, la organizaran, la dotaran de un programa revolucionario y lo llevaran a la práctica. Esta inmensa presión surgida de las fábricas y los campos, encontraba su opuesto en la surgida de los despachos de los banqueros y grandes capitalistas, de las casas señoriales de los grandes terratenientes, de los estados mayores del ejército y de las embajadas extranjeras que velaban por los intereses de sus propias multinacionales. 2 La irrupción de las masas y la presión que ello suponía, por un lado, y los movimientos de los capitalistas por otro, constituyeron las fuerzas contradictorias que desarbolaron la rutina burocrática que presidía la vida interna de las organizaciones socialistas y provocó una rápida y traumática reorganización dentro de ellas. Hubo sectores de la dirección de las distintas organizaciones socialistas que giraron a la izquierda, en muchos casos bruscamente. También, los dirigentes socialistas con conexiones más claras con la burguesía y los republicanos, los sectores de los distintos aparatos más irremediablemente osificados por la práctica reformista, reaccionaron con una profunda y visceral hostilidad a la radicalización de las masas de obreros urbanos y del campo, y al giro revolucionario que muchos preconizaban dentro del socialismo español. El sector más derechista, el tradicionalmente identificado como “reformista”, cuyo dirigente más destacado era Julián Besteiro, fue triturado por los acontecimientos, agrupándose sus restos en la llamada corriente “centrista”, capitaneada por Indalecio Prieto. Esta fue la que asumió dentro del socialismo español la defensa más consecuente de los postulados clásicos socialdemócratas, de colaboración con la burguesía, de defensa del capitalismo y la democracia burguesa, frente a lo que consideraban veleidades izquierdistas irresponsables del sector capitaneado por el veterano dirigente Largo Caballero, y las JJSS. Arrastrados por el torbellino revolucionario, casi de la noche a la mañana, dirigentes que hasta ayer se caracterizaron por aplicar y defender una política reformista sin cuestionarla, aparecieron como los máximos defensores de cambios radicales de forma inmediata. Los que hasta hacía bien poco consideraban los instrumentos legales del Estado burgués como los únicos “realistas” para conseguir avances, mejoras y sacar al país del atraso secular en el que se encontraba, escribían artículos en la prensa socialista, concedían entrevistas y daban discursos por todo el estado, explicando la incapacidad de la democracia burguesa para solucionar los problemas de la mayoría, concluyendo que la única alternativa era la revolución socialista y exhortando a las masas a prepararse para imponer la dictadura del proletariado. Muchos de estos nuevos revolucionarios probablemente solo utilizaban este lenguaje para conectar con el sentir de las masas en general, y la militancia socialista en particular, con el objetivo de mantener su prestigio, su influencia y su estatus dentro del partido, el sindicato o las juventudes. También es probable que otro sector de estos dirigentes que giraron a la izquierda, lo hicieran de forma honesta. Que desencantados por la falta de resultados tangibles de la gestión del gobierno de coalición republicano- socialista de 1931 a 1933, y el desgaste y desprestigio que supuso para los socialistas, buscaran en el socialismo revolucionario, en el marxismo, el camino para salvar al partido del naufragio político, solucionar de una vez por todas los problemas de las masas y quebrar la resistencia de las parásitas clases dominantes españolas, arrancándoles el poder y los privilegios que tanto empeño ponían en conservar. Aunque el debate sobre la honestidad (o la actitud maniobrera) de los dirigentes socialistas que se encuadraron en la izquierda socialista en esos tumultuosos años no consideramos que sea el punto central, colocar esta cuestión en su justa medida si es importante. El hecho de que toda una serie de revolucionarios de la época, 3 fundamentalmente los componentes de la Izquierda Comunista Española (ICE) identificados con la Corriente de Oposición de Izquierda Internacional dirigida por el revolucionario ruso León Trotsky, consideraran este giro como un montaje oportunista de la “burocracia socialista” despreciándolo (en contra de la opinión de Trotsky), fue precisamente una de las claves para que el potencial revolucionario de esta corriente colapsara, contribuyendo decisivamente a crear las condiciones para la derrota de la revolución. Por su importancia, trataremos ampliamente este asunto en el presente trabajo. La explicación fundamental para entender el repentino izquierdismo de muchos dirigentes socialistas se encuentra en que, este giro, reflejaba el profundo proceso revolucionario que se estaba viviendo en el Estado español. Además, en ese contexto de radicalización de las masas, este nuevo “rumbo” de los dirigentes izquierdistas generó entre la clase obrera y las propias organizaciones socialistas una dinámica que se retroalimentaba, fortaleciendo la corriente que empujaba a ambos cada vez más a la izquierda. Los discursos izquierdistas sacudían profundamente la conciencia de las masas. Para ellas estas palabras, estas nuevas consignas, traducían, daban forma tangible a lo que su instinto político, recién despertado, consideraba que era el camino a seguir. De esta forma las declaraciones de estos dirigentes tenían el efecto de radicalizar más a los trabajadores obligando a estos líderes a dar nuevos pasos a la izquierda. Lamentablemente, como veremos más adelante, las soflamas incendiarias con las que muchos dirigentes socialistas llenaban las páginas de la prensa obrera, en la mayoría de los casos y sobre todo en los momentos decisivos, eran contradichas por la política realmente aplicada.