Exposición “Palabra De Amor”
Total Page:16
File Type:pdf, Size:1020Kb
Exposición “Palabra de amor” Exposición “Palabra de amor” ¡Error! SONETO XXVII Desnuda eres tan simple como una de tus manos, lisa, terrestre, mínima, redonda, transparente, tienes líneas de luna, caminos de manzana, desnuda eres delgada como el trigo desnudo. Desnuda eres azul como la noche en Cuba, tienes enredaderas y estrellas en el pelo, desnuda eres enorme y amarilla como el verano en una iglesia de oro. Desnuda eres pequeña como una de tus uñas, curva, sutil, rosada hasta que nace el día y te metes en el subterráneo del mundo como en un largo túnel de trajes y trabajos: tu claridad se apaga, se viste, se deshoja y otra vez vuelve a ser una mano desnuda. Pablo Neruda (1904 - 1973) Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente su orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, las esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentía balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias. Julio Cortázar (1914 – 1984) Rayuela, capítulo 68 Además, tenía un gato y tocaba la guitarra. Los días de mucho sol se lavaba el pelo y, junto con el gato, un rojizo macho atigrado, se sentaba en la escalera de incendios y rasgaba la guitarra mientras se le secaba el pelo. Cada vez que oía la música, yo me acercaba silenciosamente a la ventana. Tocaba muy bien, y a veces cantaba. Cantaba con el acento afónico y quebrado de un muchacho. Se sabía todas las canciones de éxito, de Cole Porter y Kurt Weill; le gustaban sobre todo las canciones de OKlahoma! , recién estrenada aquel verano. Pero en algunos momentos tocaba melodías que hacían que me preguntase de dónde podía haberlas sacado, de dónde podía haber salido aquella chica. Canciones nómadas, agridulces, con letras que sabían a pinar o a pradera. Una de ellas decía: “No quiero dormir, no quiero morir, sólo quiero seguir viajando por los prados del cielo”, y parecía que ésta fuese la que más le complacía, pues a menudo seguía cantándola mucho después de que se le hubiera secado el pelo, cuando el sol ya se había puesto y se veían las ventanas iluminadas en el anochecer. Truman Capote (1924 – 1984), Desayuno en Tiffany’s No quiero que os sintáis culpables ni tristes por estas cosas. No es lo que pretendo. Sólo quiero que sepáis cuánto he amado a Robert Kinkaid. Lo he tenido en mis pensamientos todos los días, todos estos años, lo mismo que él a mí. Aunque nunca volvimos a hablarnos, seguimos indisolublemente unidos; tanto como pueden estarlo dos personas. No encuentro las palabras para expresar esto adecuadamente. Él lo expresó mejor cuando dijo que ya no éramos dos seres distintos, y que nos habíamos convertido en una tercera persona, formada por los dos. Ninguno de los dos existía en forma independiente de ese ser. Y ese ser andaba a la deriva. Robert James Waller (1939) , Los puentes de Madison County Amores eternos Desnuda se sentía igual que un pez en el agua, vestirla era peor que amortajarla. Inocente y perversa como un mundo sin dioses, alegre y repartida como el pan de los pobres. No quise retenerla, ¿de qué hubiera servido deshacer las maletas del olvido? Pero no sé que diera por tenerla ahora mismo mirando por encima de mi hombro lo que escribo. Le di mis noches y mi pan, mi angustia, mi risa, a cambio de sus besos y su prisa. Con ella descubrí que hay amores eternos que duran lo que dura un corto invierno. Conservo un beso de carmín que sus labios dejaron impreso en el espejo del lavabo, una foto amarilla, un corazón oxidado, y esta sed del que añora la fuente del pecado. Antes que la carcoma de la vida cotidiana acabara durmiendo en nuestra cama, pagana y arbitraria, como un lunes sin clase, se fue de madrugada, no quiso ser de nadie. Le di mis noches y mi pan, mi angustia, mi risa, A cambio de sus besos y su prisa. Con ella descubrí que hay amores eternos Que duran lo que dura un corto invierno. Joaquín Sabina (1949) , Hotel, dulce hotel (1987) 21 de diciembre “Está decidido, Carlota: quiero morir y te lo informo sin ninguna intención romántica, con la cabeza tranquila, el mismo día en que te veré por última vez. Cuando leas estas líneas, amada Carlota, yacerán en la tumba los despojos del desdichado que en los últimos momentos de su vida, no encuentra placer más dulce que el de hablar contigo en la mente. He pasado una noche terrible; con todo, ha sido benéfica, porque me ha ayudado a resolverme. ¡Quiero morir! Al separarnos ayer, un frío inexplicable se apoderó de todo mi ser; volvía la sangre a mi corazón y respirando con angustiosa dificultad pensaba en mi vida, que se consume cerca de ti, sin alegría, sin esperanza. ¡Ah!, estaba helado de miedo. Apenas pude llegar a mi alcoba, donde caí arrodillado, loco por completo. ¡Oh, Dios mío! Tú me concediste por última vez el consuelo del llanto. ¡Pero qué lágrimas tan amargas! Mil ideas, mil proyectos agitaron mi espíritu, fundiéndose, al fin, todos en uno solo; pero firme, inquebrantable: ¡morir! Con esta decisión me acosté; con esta resolución, firme y terminante como ayer, he despertado: ¡quiero morir! No es desesperación, es convicción, mi carrera está terminada y me sacrifico por ti. Sí, Carlota, ¿por qué te lo debería ocultar? Es necesario que uno de los tres muera y deseo ser yo. ¡Oh, vida de mi vida! Más de una vez en mi alma desgarrada se ha introducido un horrible pensamiento: matar a tu esposo… a ti… a mí. Debo ser yo; así será. Cuando al anochecer de un día hermoso de verano, subas a la montaña, piensa en mí y recuerda que he recorrido el valle muchas veces; mira después hacia el cementerio y a los últimos rayos del sol poniente, ve cómo el viento azota la hierba de mi tumba. Estaba tranquilo al comenzar esta misiva y ahora lloro como niño. ¡Tanto martirizan estas ideas a mi pobre corazón!” J.W. Goethe (1749 -1832), Penas del joven Werther Y, como los repliegues de las plantas exóticas que se retuercen y agitan por la noche, nuestros labios en búsqueda incesante se encontraron por fin, se cerraron y sellaron la herida que había sangrado sin cesar hasta entonces. Fue un beso que borró el recuerdo de todas las penas; restañó y curó la herida. Duró un tiempo infinito, un periodo olvidado, como entre dos sueños recordados. HENRY MILLER (1891 – 1980) . Sexus . De tanto amarte y tanto no quererte te has cansado de mí y de mis locuras y le has prendido fuego a nuestra historia. Tu ropa no perfuma ya la casa. No queda una palabra de cariño suspendida en el aire, ni una hebra de azabache en la almohada. Sólo flores secas entre las páginas del libro de nuestro amor, y cálices de angustia, y un delirio de sombras en la calle. LUIS ALBERTO DE CUENCA (1950) Unos cuerpos son como flores, Otros como puñales, Otros como cintas de agua; Pero todos, temprano o tarde, Serán quemaduras que en otro cuerpo se agranden, Convirtiendo por virtud del fuego a una piedra en un hombre. Pero el hombre se agita en todas direcciones, Sueña con libertades, compite con el viento, Hasta que un día la quemadura se borra, Volviendo a ser piedra en el camino de nadie. Yo, que no soy piedra, sino camino Que cruzan al pasar los pies desnudos, Muero de amor por todos ellos; Les doy mi cuerpo para que lo pisen, Aunque les lleve a una ambición o a una nube, Sin que ninguno comprenda Que ambiciones o nubes No valen un amor que se entrega. LUIS CERNUDA (1902 – 1963) Si el hombre pudiera decir lo que ama, si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo como una nube en la luz; si como muros que se derrumban, para saludar la verdad erguida en medio, pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su amor, la verdad de sí mismo, que no se llama gloria, fortuna o ambición, sino amor o deseo, yo sería aquel que imaginaba; aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos proclama ante los hombres la verdad ignorada, la verdad de su amor verdadero. Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío; alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina por quien el día y la noche son para mí lo que quiera, y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu como leños perdidos que el mar anega o levanta libremente, con la libertad del amor, la única libertad que me exalta, la única libertad por que muero.