Cantabria Y Las Provincias Unidas Del Río De La Plata
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GUERRA DE INDEPENDENCIA EN AMÉRICA: CANTABRIA Y LAS PROVINCIAS UNIDAS DEL RÍO DE LA PLATA Griselda Beatriz TARRAGÓ Escuela de Historia-CESOR-Universidad Nacional de Rosario-Argentina Universidad del País Vasco-España Resumen: La crisis metropolitana desencadenada desde mayo de 1808 con los sucesos de Bayona, generó un clima enrarecido políticamente en América. La renovada emer- gencia del Río de la Plata en la etapa borbónica, se interrumpió abruptamente con estos acontecimientos. Todo el proceso resulta fundamental para observar a la Monarquía como lo que todavía era en esos años: una unidad entre la península y los territorios hispanoamericanos. El artículo se propone explorar este momento inflexivo, de cambios políticos y económicos drásticos, indagando particularmente en la participación de agentes de origen cántabro, especialmente durante las cono- cidas como “invasiones inglesas” al Río de la Plata, en los años 1806-1807. Palabras clave: Río de la Plata. Cantabria. Militarización. Revolución. Abstract: The metropolitan crisis that resulted from Bayonne events in May 1808 brought about a politically rarefied atmosphere in America. The bloom of the Río de la Plata region during the Bourbon period was abruptly interrupted by these events. The entire process proves fundamental for the study of the Monarchy as it still was during those years: a unity conformed by the Iberian Peninsula and its Spanish- American territories. The article aims at exploring this turning point of drastic poli- tical and economic changes, particularly probing into the contribution of agents from Cantabria in the so called “British Invasions” to the Río de la Plata in 1806 and 1807. Key words: Río de la Plata. Cantabria. Militarization. Revolution. Griselda Beatriz Tarragó: “Guerra de independencia en América: Cantabria y las Provincias Unidas del Río de la Plata”, Monte Buciero 13. Cantabria durante la Guerra de la Independencia, ISSN 1138-9680, Santander 2008, pp. 311-352. Introducción La crisis metropolitana desencadenada desde mayo de 1808 con los suce- sos de Bayona, generó un clima enrarecido políticamente en América. La renovada emergencia del Río de la Plata en la etapa borbónica, se interrum- pirá abruptamente con estos acontecimientos. El conflicto creciente de los diferentes grupos de poder, anticipa la quiebra de legitimidad de todo un sis- tema que se derrumba frente a la ausencia de autoridad reconocida.1 Todo el proceso resulta fundamental para observar a la monarquía como lo que toda- vía era en esos años: una unidad entre la Península y los territorios hispano- americanos.2 La formación de Juntas insurreccionales que juran lealtad al Rey Cautivo Fernando VII, se difunden por España, y -aunque con retraso-, también en América se manifiestan las muestras de adhesión.3 Sin embargo, más allá de la fidelidad el problema que inmediatamente se presenta es el de la legitimi- dad de la solución emergente.4 Las Juntas peninsulares esgrimen argumen- tos de tipo pactista, por los que los vínculos que unen al rey y a su reino no pueden romperse de manera unilateral. Sin embargo, esta forma de repre- sentación surgida del contexto excepcional en que se encuentra la monarquía hispana, no confieren una legitimidad indiscutible a las nuevas autoridades constituidas en Aranjuez el 25 de septiembre de 1808, en la Suprema Junta Gubernativa del Reino. Surgieron entonces dos interrogantes que dominarán la escena política española y americana durante los años siguientes: quién gobierna y en nombre de quién.5 Detrás del dilema de la legitimidad, se dibujan comunidades de tipo anti- guo. El reino se piensa como un conjunto de pueblos, representados por sus ciudades capitales: “...la nación se concibe aún, implícitamente, como un conjunto de reinos, de comunidades políticas antiguas, con igual peso, aun- que sea el número diferente de sus habitantes”.6 Después del 25 de mayo de 1810, la guerra se transformará en el hori- zonte de la revolución durante diez años.7 En medio de un clima de entu- siasmo bélico el gobierno revolucionario comenzó la transformación de las milicias urbanas, nacidas durante las invasiones inglesas, en ejércitos regulares que debieron trasladarse a luchar en tierras lejanas.8 -314- Griselda Beatriz Tarragó 1806-1807: las invasiones inglesas y la militarización revolucionaria La guerra había llegado al Río de la Plata mucho tiempo antes de la revo- lución: se aquerenció en la estructura imperial española a lo largo del siglo XVIII9, especialmente por la decisión de los Borbones de alinearse en con- tra de la hegemonía inglesa.10 En este contexto, guerra y diplomacia comen- zaron a pautar los vaivenes de las relaciones entre cortes europeas, las cua- les se disputarían desde entonces cantidades limitadas de recursos territoria- les e influencia política11 (Fig. 1). Por otra parte, las tres décadas que separan las reformas y la quiebra del orden “ofrecen testimonios cada vez más convincentes del agotamiento pro- gresivo tanto del patrimonio ideal cuan- to de los recursos materiales sobre los cuales se había apoyado la Corona, pri- mero de Castilla y luego de España, para gobernar las Indias.” El proceso de guerra profundiza estas tensiones, espe- cialmente después de la Batalla de Tra- falgar en 1805: “Indudablemente fue ésta una experiencia aleccionadora para la elite de la capital virreinal; no es igualmente claro qué lecciones dedujo de ella”.12 En ese contexto, el Río de la Plata vivió dos momentos críticos pre- vios a las guerras revolucionarias y de independencia que resultan trascenden- tales para comprender el proceso de res- quebrajamiento de las estructuras políti- cas y económicas coloniales.13 Se trata de las dos ocupaciones británicas de los años 1806 y 1807, la primera a la ciudad de Buenos Aires y la segunda en Mon- tevideo, ambas por varios meses.14 En ese contexto -que condujo a un permanente embate inglés contra las Fig. 1: El Virreinato del Río de la Plata posesiones coloniales de España- algún tipo de ataque británico a las colonias españolas en América era posible.15 Aun- que nunca se han aclarado conveniente- mente las causas profundas de las invasiones, todo parece conducir a que la desobediencia de un marino inglés, ayudó en un objetivo añorado por el Reino Unido: fortalecerse en un enclave estratégico en la América meridional.16 La batalla de Trafalgar había dado a la armada inglesa mayor libertad de maniobra. El ministro de guerra lord Castlereagh, había decidido una expe- dición de conquista hacia el mal defendido Cabo de Buena Esperanza, en el extremo sur del continente africano, la que se logró el 25 de julio de 1805. El Comodoro Sir Home Popham encabezaba la flota invasora, y el mayor Monte Buciero 13 - Cantabria durante la Guerra de la Independencia -315- general sir David Baird era el comandante en jefe de las fuerzas expedicio- narias británicas. Popham, quien había tenido contactos con el revolucionario Miranda17 en Londres, se dirigió luego hacia el Río de la Plata por su cuenta y con el con- sentimiento del general Baird.18 A pesar de esa autonomía de la decisión, y una vez el hecho consumado, el gabinete inglés apoyó su emprendimiento. Al parecer, en el curso de los acontecimientos habría ayudado la presunción de un conflicto de intereses en el Virreinato del Río de la Plata, entre la monarquía -que se oponía al libre comercio-, y los comerciantes que lo dese- aban.19 Se le ordenó que nombrara Vicegobernador de Buenos Aires al coman- dante de las fuerzas invasoras, General William Carr, vizconde de Beresford. Los ingleses arribaron al Río de la Plata como conquistadores y no como libertadores, llegando incluso a exigir el juramento de fidelidad a Jorge III.20 Esta situación, defraudó las expectativas generadas por agentes británicos que habían visitado Buenos Aires en 1804, como James F. Burke y Thomas O’Gorman. Para afianzar su conquista los británicos tampoco estaban dispuestos a poner en marcha una revolución social que conllevara medidas como por ejemplo la liberación de esclavos. La ausencia de ese peligro no evitó que corrieran rumores acerca de esas falsas intenciones: que los ingleses se pro- ponían soliviantar a las castas oprimidas. Esto generó miedo en la población criolla y despertó aún más oposición contra los invasores. Como consecuen- cia de la suma de todos estos factores, la resistencia local a los británicos fue prácticamente unánime.21 Las fuerzas de Beresford, esperadas en Montevideo, desembarcaron finalmente en Quilmes.22 Ante la emergencia, el virrey Sobremonte huyó con las Cajas Reales a Córdoba, designándola capital del virreina- to el 14 de julio de 1806. Para el 27 ya se habían apoderado de la ciudad de Buenos Aires. Decretaron la libertad de comercio, ofrecieron garantías a los habitantes, les aseguraron el respeto a la propiedad y el derecho de ejercer la religión católica, y los eximieron de la obligación de combatir con- tra su país. La huida de Sobremonte y la rendición militar habían desprestigiado enormemente a las autoridades, quedando el Cabildo como la única autoridad legítima. Santiago de Liniers (Fig. 2), como militar de mayor rango, se hizo cargo del mando militar por mandato del aquél y “a nombre de Carlos Fig. 2: Santiago de Liniers -316- Griselda Beatriz Tarragó IV”. La invasión despertó un fervor popular inusitado que implicó la partici- pación de toda la ciudad. Beresford fue derrotado y presentó la rendición el 12 de agosto. Sin embargo, la escuadra de Popham bloqueaba el Río de la Plata todavía y siguieron negociaciones posteriores. Al día siguiente de la Reconquista, ausente el virrey, el Cabildo convocó a los vecinos principales a un Congre- so General para “afirmar la victoria”. A través de la voz de Martín de Alza- ga, la asamblea exigió la sustitución de Sobremonte. Como el Cabildo no estaba facultado legalmente para sustituirlo, el 14 de agosto de 1806, se designó a Liniers -comandante militar de la plaza- como teniente del virrey (Fig.