BERISSO M I Patria Chica Escudo De La Ciudad De Berisso, Creado Por Luis Sixto Romano En 1957
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Rodolfo Héctor Fabris BERISSO m i patria chica Escudo de la ciudad de Berisso, creado por Luis Sixto Romano en 1957 Fotografía de la Rambla de la calle Montevideo (César Antonelli, 1965) A Olga, amiga, novia, esposa y siempre fiel compañera en el largo vivir de muchos sueños y realidades compartidas. RODOLFO HECTOR FABRIS BERISSO m i patria chica Patria es el lugar donde he vivido aunque no haya nacido en él. Es el lugar que nos contiene, donde nos han puesto nuestros padres, donde nos han dado protección y abrigo, nos han educado y hemos crecido con años, con hechos e ideas, con trabajo, sufriendo y disfrutando enfermedad o salud, amando, procreando seres, familia y amigos, haciendo aportes a su desarrollo y alternando dolores y alegrías. Y donde seguiré estando, hasta que el destino lo disponga, con la vida, quitar mi pequeña patria... Año M M X I PROPÓSITOS “La vida es aquello que te va sucediendo mientras tú puedas tener otros planes... ” John Lennon Escribo estas notas en el 2011, años después que varios y queridos amigos vienen insistiendo para que lo hiciera, en sus razones por haber vivido una larga vida con vecinos, amigos, enfermos en hospitales, en entidades médicas que de algún modo rigen nuestras acciones, y que motivaron mi participación pública en la profesión, en la vida comunitaria, en entidades de bien público y en múltiples mesas o reuniones con familias y amigos. Insistencia y razonamientos que han logrado por fin convencerme y hacerlo con placer. No pretendo tener condiciones de escritor ni métodos o conocimiento para ello, pero sí la absoluta convicción de la verdad, vivida o sufrida. Pude hacerlo con la memoria que aún conservo, sin documentaciones precisas, aunque tenga algunas desparramadas. Prefiero ahora una pausa, ese tiempo gratificante que sólo brinda el ocio y las cosas lindas de la vida, las que nos hacen sentir plenos y nos alejan por unos instantes del tedio y la rutina. Espero que esos recuerdos, aún con el riesgo de algunos olvidos, no sean tantos o puedan opacar algún suceso o actividad. Pido a estos amigos, o a quien alcance a leer estos relatos, perdonen conceptos o ideas que pude equivocadamente perseguir o actuar. Siempre lo he hecho con honestidad y para el bien general. Y destacar mi humilde creencia que en la vida que transito, tuve el acompañamiento de mi familia, progenitores y descendientes que siempre trataron de comprenderme, en verdades o en errores y corregirlos con sus buenos argumentos, porque las nuevas generaciones miran la vida desde otros ángulos, no mejores ni peores, sino distintos y cambiantes, porque así se transmuta la vida. 3 Es el trabajo de un improvisado escritor que ha contado sólo con buena voluntad, esperando sea testimonio de homenaje y agradecimiento a cuantos han compartido estas vivencias, sean ellos dedicados a sus artes, profesionales, o tantos que están en sus labores silenciosas y anónimas del trabajo de todos los días, manteniendo vivas las llamas del respeto a la familia y a la sociedad, sumando actos al complicado ejercicio del arte de vivir. Asimismo fue difícil mi profesión, porque el médico vive su entorno rodeado de dolores ajenos, que puede a veces compensar con las múltiples alegrías también recibidas y que se prolongan hasta hoy, cuando al cruzamos en la calle recibimos un “buen día” o el simple y cariñoso ¡hola! de vecinos y amigos. 4 “Vivir no alcanza, soñar es lo que importa... ” RELATOS DESDE LA MEMORIA Han pasado años, muchos años, tantos que conformaron una larga vida acumulando pensares y sentires de tantos hechos, ideas y personas que nos fueron acompañando y otras que aún siguen junto a nosotros. En esta época que no nos apremia como antes, nos asaltan periódicamente recuerdos que inexorablemente se irán perdiendo. Es lo que nos sucede, aunque algunos merecieran ser conocidos o divulgados, sin magnificar pertenencias ni egos personales. Es lo que trataré de escribir, en estos momentos que resultan propicios, sobre todo cuando la cabeza se apoya en la almohada y acoge las últimas horas de cada día. Será, creo, un simple relato de los aconteceres de una vida más o menos común a toda nuestra gente de clase media baja que nos dió origen. Ella nos ata a una memoria de recuerdos y enseñanzas inolvidables que nos envuelven con algún siempre contenido llanto...pero de amor. ¿Cómo empezar ahora? Como dicen los que saben, “por el principio” que es el nacimiento. Y fue en 1926, un 12 de julio, me dijeron a las 16.40 horas, en la Maternidad de La Plata, vecina al Hospital Policlínico (hoy Instituto General San martín) de 1 y 69. Allí iban a parir casi todas las madres de nuestra clase y la Región, que también comprendía los pueblos de Ensenada y Berisso, mientras las clases mejor posicionadas lo hacían en sus domicilios, con la “matrona”, o la partera, en ocasiones supervisadas por el “médico” partero. Durante unos quince días el post-parto era obligatorio para prevenir las temibles infecciones puerperales que atacaban a jóvenes madres. Era todavía la era preantibiótica. Después, supe años más tarde, me llevaron mis padres Antonio y Pierina con mi hermano Tito -dos años mayor- a Ensenada, al barrio Campamento en humilde vivienda, como lo eran todas, a la calle Río de La Plata (hoy llamada Gilberto Gaggino), mas o menos a la altura de los números 200, y lo 5 digo así porque cambiaban a menudo al lograr una casa un poquito mejor y de alquiler más barato. Allí nacen mis recuerdos, al integrar ya una familia, aunque no completa todavía. El Campamento era un barrio de unas ocho o nueve cuadras de extensión, con manzanas de viviendas parecidas. A veces dos o tres casas en un mismo terreno. Un extenso y fuerte muro de ladrillos y hormigón, con fuertes rejas, nos separaba de un ancho campo, de 3 o 4 cuadras, hasta el importante canal construido “ a pico y pala” para el Puerto, ya fundada La Plata en 1882. Canal de entrada al puerto que nos conectó desde entonces y a través del agua con el resto del mundo. En la otra orilla, del lado Este, existían dos frigoríficos, el Swift y el Armour, ubicados en lo que constituía ya un barrio menor, llamado Berisso. Ese campo era recorrido por las vías del Ferrecarril Sur, hoy General Roca, que llegaba desde Buenos Aires hasta el final de recorrido a pocas cuadras de nuestra casa, estación de Río Santiago junto al río de ese nombre. Más allá se iba con un ferry-boat a la Base Naval, Escuela Naval y a los después construidos Astilleros, todo ello relacionado a las actividades y trabajos náuticos de las Fuerzas Armadas, la Marina de Guerra, donde formaban a los oficiales de mar. Era un barrio de las periferias de La Plata, pueblo humilde de gente pobre pero trabajadora, con casas en su gran mayoría de madera y chapas de zinc, calles de tierra, veredas de ladrillos, zanjas colectoras de desagües y residuos, de pocas habitaciones: dormitorio donde dormir 4 o 5 personas, cocina, alguna galería de entrada, muy pocas con baño, la mayoría con una “letrina” de uso común (la higiene personal se hacía en un fuentón de latón en la cocina). Además había en los fondos un pozo excavado para la basura renovable cada tanto, un pequeño gallinero para provisión de huevos y algún pollo para la parrilla o el puchero, a veces un pato, y una pequeña quinta para la radicheta, la acelga, el perejil y el apio, tomates, sandía o algún parral para las uvas del verano. Había sí agua potable y una luz mortecina en las calles, mientras en los interiores las lámparas no pasaban de los diez watios. También en la cocina nuestra madre nos mantenía de rodillas entre sus piernas para cepillamos los cabellos llenos de “piojos” (pediculis capitis) con un peine metálico muy fino y kerosene para libramos de liendres. Otras veces nos trataban la vergonzosa “sama”(sarcoptes scabiei) que provocaba escoriaciones y túneles debajo de nuestra piel embadurnándonos con un 6 líquido de farmacia, el “mitigar de Bayer, Los domingos por la mañana, la familia entera se dedicaba a encontrar y matar con alcohol y fuego esos bichitos molestos que llamábamos “chinches”(no recuerdo su nombre) que se ubicaban en las ranuras del forro de madera de las habitaciones y de los bordes retorcidos de nuestros colchones y almohadas de dormir. A veces se hacían tareas algo más importantes de desinfección, quemando alguna pastilla especial en las habitaciones totalmente cerradas y evacuadas por muchas horas, tareas todas con el objeto de mantener la higiene personal y nuestra salud. En el Campamento, donde vivía gente de nuestra clase social, llegados poco atrás muchos inmigrantes europeos y del cercano Oriente, varias familias nos acogieron con muestras de solidaridad y cariño, adoptándonos casi como “parientes”. La familia de los Orecchia, con la queridísima y bondadosa abuela a quien llamábamos la “tía Rosa” y sus hijas Ñata y Elena, para nosotros como hermanas o primas mayores, sus maridos Cinalli y Trinidad y sus hijos Edgardo, “Gayi” y Osvaldo Raúl, “Chichín”, como hermanos menores. Raúl tuvo un trágico fin durante la dictadura, ya que fue asesinado por creerlo integrante de “los patronos” que dirigían el frigorífico Swift, criterio que se interpretó erróneo por los ocho o nueve mil obreros trabajadores que hicieron, con la complacencia absoluta de la jerarquía patronal, un paro simbólico de quince minutos, previo a su sepelio. Siempre se comentó que su esposa había recibido una nota de los autores de su muerte, pidiendo perdón por lo que consideraban había sido un error.