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GENEALOGIA

DE LA CIUDAD

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GENEALOGIA

DE LA CIUDAD

DE OSORNO Fué fundada Osorno por don García Hurtado de Mendo- za, a mediados de Marzo de 1558 en el lugar en que pocos años antes Francisco de Villigra con 60 españoles y por or- den de Pedro de Valdivia había fundado la población de Ma- rina de Gaete: Gaete se llamó una población de Córdoba en la frontera de Extremadura, que luego cambió su nombre por el de Belalcázar. Tuvo lugar esta primera fundación hecha por Villagra, en los terrenos de Diego Nieto de Gaete cuñado de Valdivia, a quien los había concedido éste en encomienda. Y Don Diego, nombrado por don García, quedó de Alcalde ordi- nario de la nueva Osorno. Por cierto que cuando murió, años después, dejó a los 3.000 indios de su encomienda 27.000 pe- sos oro, suma enorme para aquella fecha y que posiblemente procedía de la explotación de oro de Ponzuelo, hoy Millantúe, que significa cerro de oro, donde pueden verse aún las ex- cavaciones que se hicieron entonces. Dió Don García el nombre de Osorno a esta fundación en recuerdo de su abuelo Don Garci-Fernández Manrique, que llevaba en España el título de Conde de Osorno, pueblo situado al norte de la ciudad de Palencia en la provincia de este nombre. ¿Quiénes eran estos Condes de Osorno? Se llamaba la madre de Don García, Doña María Magda- lena Manrique de Lara, Luna, Alvarez de Toledo, Bobadilla, Vivero, Ayala, Enríquez, apellidos todos ellos correspon- dientes a títulos de Castilla'. Su padre Don Garcí-Fernández Manrique había casado en primeras nupcias con Doña Juana Enríquez, prima carnal del Rey Fernando el Católico que, a su vez era hijo de Juan II de Aragón y de otra Doña Jua- na Enríquez, biznieta del Rey Alfonso XI de Castilla. Estos Enríquéz eran, pues, de la más encumbrada nobleza, como gente de sangre real y el Rey Don Fernando les mostró siem- pre gran afecto tratándoles como parientes tan cercanos y rodeándose de ellos para los cargos importantes y para el servicio de su casa real. La madre de Garci-Fernández Manrique, Conde de Osor- no, fué Doña Teresa de Toledo Enríquez, hija del primer Du- que de Alba y de Doña María, hermana de Doña Juana En- ríquez la Reina de Aragón antes citada, siendo por k> tanta Doña Teresa prima carnal de Fernando el Católico. Por esta rama estaban emparentados los Condes de Osorno, no sólo con la familia del Duque de Alba (a cuya casa quedó incor- porado el Condado de Osorno en 1663 en la persona del sépti- mo Duque Don Antonio Alvarez de Toledo) sino también con loa Duques de Arévala y de Alburquerque y Condes de Ben&- vente, de Feria, de Castañeda, de Aguilar, etc., o sea con las familias más poderosas de Castilla. La primera esposa de Garci-Fernández, de quien veni- mos hablando, Doña Juana Enríquez murió pronto y el viu- do se casó con Doña María de Luna. Esta es la madre de Do- ña María Magdalena Manrique de Lara Luna que casó con Don Andrés Hurtado de Mendoza, segundo Marqués de Ca- ñete, Virrey del Perú, padres ambos de Don García. Y si no- ble y bien emparentada era la estirpe de los Manrique de Lara no lo era meros la de los Mendoza; no sólo se distin- guían éstos por sus títulos nobiliarios sino también por su inteligencia y capacidad, pues Diego Hurtado de Mendoza, primer Marqués de Cañete —padre del Virrey del Perú— fué uno de los miembros más prominentes del Consejo Real de Estado y de Guerra cuyo presidente era el Emperador Car- los V, junto al cual se sentaba su Canciller y hombre de má- xima confianza Mercurino de Gattinara, viniendo inmediata- mente después el Conde de Nassau y este Don Diego. Hurta- do de Mendoza con otros cinco personajes más de la misma intimidad del soberano. De los varios Consejos que dirigían la Monarquía española, el más importante» aquel en el que se estudiaban todos los planes de la diplomacia y de la gue- rra, era este Consejo de Estado, el único que presidia perso- nalmente la Católica y Cesárea Majestad. Doña Juana "La Ricahembra"

No menos brillantes y extraordinarias por su talento y condiciones de energía fueron algunas mujeres que figuran en la lista de abuelas de Don García de Mendoza. En el libre "Un proceso por envenenamiento: la muerte de Felipe el Her- moso", se cuenta la historia movida, casi dramática, del ma- trimonio de Doña Juana de Mendoza, con Don Alonso Enrí- quez, sobrino carnal y muy amado del Rey de Castilla Don Enrique II de Trastamara. El suceso tiene todo el colorido de la época en que ocurrió y pinta con rasgos de trazo decidido a los personajes a que se refiere. El Rey Alfonso XI tuvo dos hijos bastardos Don Enri- que, Conde de Trastamara (el que después de la tragedia de Montiel fué Roy con el nombre de Enrique II) y Don Fadri- que, Maestre de Santiago. Vivía éste en su villa de Llerena, donde un mayordomo de su casa tenía una bellísima mujer de noble sangre, y estando el mayordomo ausente en un via- je de larga duración, que emprendió para resolver ciertos ne- gocios, reales o amañados, por orden del Maestre, tuvo ella en Guadalcanal un hijo, don Alonso. A Don Alonso lo tuvo y educó como hijo suyo el Maes- tre hasta que, habiéndolo mandado matar el Rey Don Pe- dro, recogió al niño, don Enrique, Conde de Trastamara, que al subir al trono lo trajo consigo y lo crió con tanto cariño como si fuera su padre, dándole por apellido su propio nom- bre y originándose así el linaje de los Enríquez. Viviendo, pues, en Palencia Don Alonso, allá por los años d? 1388, en el palacio de su primo el Rey Don Juan I, se enamo- ró de Doña Juana de Mendoza, llamada por antonomasia "la RicahemBra", por poseer la primera dote del reino. Ella era joven, muy bella, y había enviudado tras un brevísimo ma- trimonio. Don Alonso, por su parte, era un gallardo caballe- ro, pelirrojo, de mediana estatura, nada encogido de carácter, como podrá verse a continuación, y para lograr lo que pre- tendía rogó al Rey que fuera él quien hiciera directamente la petición de mano a Doña Juana. No dió Juan I importan- cia al ruego de su primo que entonces marchó directamente a casa de "la Ricahembra" que vivía junto a Santa Clara, exponiéndole su pretensión que recibió una respuesta nega- tiva. Entonces él, sin andarse en miramientos alzó la mano y —según cuenta Oviedo— dió a Doña Juana una bofetada diciendo: —Al que os hable de amoríos dad vos esa respuesta, y no a mí, que os hablo de casamiento; vos sabéis muy bien que no hay mujer en España que no fuera dichosa de ser mi mujer. Reaccionó ella vivamente al verle marchar y como él se retirara le llamó y le dijo: —Señor Don Alonso, yo quiero ser vuestra mujer, por- que no quiera Dios que ningún hombre haya puesto su ma- no sobre mí sino mi marido. Y al punto llamado un sacerdote, buscados los testigos, tuvo lugar el matrimonio que el Rey mandó celebrar con grandes fiestas como de bodas de personas reales. Vivieron muchos años y aquél se llamó el matrimonio de la "venturosa bofetada" por lo felices que ambos fueron, falleciendo Don Alonso en 1429 y Doña Juana a los 70 años en 1430 cuando iba de viaje a casar una nieta suya, Doña Juana Pimentel, con el famoso Condestable Don Alvaro de Luna; y ambos esposos tienen su enterramiento suntuoso en la Iglesia de Santa Clara de Palencia. Por la importancia que tienen los Enríquez en la his- toria de Castilla y por sus muchos enlaces con los Condes de Osorno, no está fuera de lugar añadir algunos antece- dentes sobre Don Alonso y la trágica historia de su padre. Doña María y el Maestre de Santiago

Eran los tiempos de Don Pedro el Cruel, en cuya me- nor edad el país se vi óenvuelto en sublevaciones y banderías constantes. En una de las ocasiones es su propio hermano Don Enrique quien se levanta en Asturias y contra él va el Rey, aún niño, dispuesto a cortar la insurrección. En este viaje conoció a una bellísima castellana, de noble familia, Do- ña María de Padilla que se adueñó de su corazón de hombre apasionado y violentísimo en sus reacciones. La influencia de Doña María de Padilla llega a dominar de tal manera a aquel temperamento indomable y férreo, que hace de él cuan- to quiere para el bien y para el mal, para la justicia y el atropello. Hermano bastardo de Dan Pedro era, como sabemos. Don Fadrique, el Maestre de Santiago, joven y arrogante, que si bien tomó parte en alguna de las múltiples revolucio- nes de la época, acató finalmente su autoridad y creía go- zar no sólo de su favor sino de su cariño. Mandaba Don Fa- drique en la frontera de Portugal. Hasta aquí la historia. Y ahora acordémonos de un romance que la completa con mez- cla de verdad y de imaginación, uno de esos bellos roman- ces españoles de la Edad Media en que el idioma castella- no adquiere los más perfectos matices que puede alcanzar la literatura épica o lírica, con los suaves tintes de la poesía, las elegantes frases cortesanas y los acentos dramáticos de la tragedia. Habla en este romance Don Fadrique, Maestre de Santiago:

—Yo me estaba allá en Coimbra que ya me la hube ganado, cuando me vinieron cartas del rey Don Pedro mi hermano que fuese a ver los torneos que en Sevilla se han armado. Yo Maestre sin ventura, ya Maestre desdichado, tomara trece de rpula. veinte y cinco de taballo, todos con cadenas de oro, y jubones de brocado: jornada de quince días en ocho la había andado. A la pasada de un río, pasándole por el vado, cayó mi muía conmigo, perdí mi puñal dorado, ahogáraseme un paje de los míos más privado, criado era en mi sala, y de mí muy regalado. Mal viaje el de Don Fadrique el Maestre sin ventura, fiel y obediente a su soberano quizás por un poco de ingenua ju- ventud, pero sobre todo, como buen caballero de Castilla que sabe poner por encima de todo su lealtad al Rey, aún a ries- go de su vida. Rodeado de sus 25 hidalgos a caballo, vestidos de seda y cada uno con su cadena de oro al cuello, viene a la Corte en son de paz y sumisión, dejadas de lado las armas que han sido sustituidas por las mejores galas palaciegas. Nó ha hecho el Maestre de Santiago caso alguno de aquella caída suya al pasar un vado ni ha admitido el presentimiento a que daba lugar la muerte de su paje ni la mala señal de haber perdido su puñal de puño de oro: nada le impedirá ir a don- de le llaman.

Con todas estas desdichas a Sevilla hube llegado: a la puerta Macarena topé con un ordenada» ordenado de evangelio, que misa no había cantado: —Manténgate Dios, Maestre, Maestre, bien seáis llegado. Hoy te ha nacido un hijo, hoy cumples veinte y un año. Si te pluguiese, Maestre, volvamos a baptizallo, que-yo sería el padrino, tú, Maestre, el ahijado. Allí hablara el Maestre, bien oiréis lo que ha hablado: —No me lo mandéis, señor, padre, no queráis mandallo, que voy a ver qué me quiere el rey Don Pedro mi hermano. Di de espuelas a mi muía, en Sevilla me hube entrado; de que no vi tela puesta ni vi caballero armado, fuíme para los palacios del rey Don Pedro mi hermano.

¡Alcázar de Sevilla con sus regios y magníficos salones, sus jardines paradisíacos, sus estancias labradas por тогоз alarifes que habían quedado viviendo en la ciudad después de conquistada ésta por Femando el Santo! Aún se muestra allí el rincón en que tuvo lugar el euceso a que se refiere este romance. A la muralla exterior ha llegado el Maestre Don Fa- drique; le han abierto los soldados de la guardia el enorme portón, con la reverencia debida a su altísima condición de hermano del Rey. Avanza por la explanada que se extiende delante del palacio y penetra en él rodeado de sus caballeros y de sus servidores, los que venían en muía y los de a caballo. En la puerta del palacio una segunda guardia le deja pasar. En entrando por las puertas, las puertas me habían cerrado; quitáronme la mi espada, la que traía a mi lado; quitáronme mi compañía, la que me había acompañado. Los míos desque esto vieron de traición me han avisado, que me saliese yo fuera que ellos me pondrían en salvo. Yo, como estaba sin culpa, de nada hube curado; fuíme para el aposento del rey Don Pedro mi hermano: —Manténgaos Dios, el rey, y a todos de cabo a cabo. —Mal hora vengáis, Maestre, Maestre, mal seáis llegado: nunca nos venís a ver sino una vez en el año, y esta que venís, maestre, es por fuerza o por mandado. Vuestra cabeza, Maestre, mandada está en aguinaldo.

Duro ceño el del Rey; más duro aún su saludo de enho- ramala; tremenda la amenaza con que sus palabras han ter- minado. La sorpresa de Don Fadrique ante este hostil recibi- miento le hace prorrumpir en una justificación de su conduc- ta, que es al mismo tiempo una interrogante, respecto a las causas que hubieran podido mover al soberano a conducirse de esa manera.

—¿Porqué es aqueso, buen rey? nunca os hice desaguisado, ni os dejé yo en la lid, ni con moros peleando. —Venid acá, mis porteros, hágase lo que he mandado. Aún no lo hubo bien dicho la cabeza le han cortado.

El desarrollo del romance es rápido e intensísimo. Vení-i hablando el Maestre contando su viaje, su llegada a Sevilla, su entrada en palacio como si se nos fueran comunicando sus íntimos pensamientos, el curso silencioso de sus ideas y de sus presentimientos. Y, de pronto, el hilo de esta narración personal se corta y en una brusca e inesperada transición se nos cuenta cómo el Rey, sin explicaciones, lo manda dego- llar allí, en el acto, en su propia presencia, salpicando con su sangre que queda derramada por el suelo tiñendo el aposen- to, toda la vida de Don Pedro, toda la historia de su reinado con su roja mancha de fratricidio. Las palabras del Rey im- placables, brevísimas, se han obedecido en el acto.

Aún no lo hubo bien dicho, la cabeza le han cortado; a doña María de Padilla en un plato la ha enviado; así hablaba con él como si estuviera sano. Las palabras que le dice de esta suerte está hablando: —Aquí pagaréis, traidor, lo de antaño y lo de ogaño , el mal consejo que diste al rey Don Pedro tu hermano. Asióla por los cabellos, echado se la ha de un alano.

La silueta de Doña María de Padilla se nos presenta aquí como la encarnación misma de la tragedia. Esta mujer, que ha conseguido ganarse plenamente el corazón del Rey para bien y para mal, es la que le ha empujado al crimen increíble de puro inhumano de asesinar sin explicación alguna, sin la menor sombra de acusación o de proceso, al hombre que ее entrega a él sin armas, confiado en su palabra y al cual está ligado por el más próximo parentesco. Con la cabeza del Maestre asida por los cabellos y levantada en alto mientras le dirige improperios cargados de odio y de rencor, Doña Ma- ría de Padilla, tal como nos la pintan, demoniaca en su es- pléndida belleza, es realmente el genio del mal que ha hechi- zado el alma voluntariosa, incapaz de escrúpulos y de conmi- seraciones del Rey Don Pedro. Don Fadrique le había acon- sejado que se separara de la favorita para unirse con la reinn ecmo Dios manda y vivir dignamente con ella como corres- ponde a la dignidad de un Rey de Castilla. Y ahora la favo- rita ha logrado vengarse de aquel consejo, vociferando sus injurias sobre la cabeza cortada del Maestre y arrojándola luego a un perro cuando ya ha satisfecho su cólera y los im- pulsos más criminales de su corazón.

Asióla por los cabellos, echado se la ha a un álano; el alano es del Maestre, púsola sobre un estrado, a los aullidos que daba atronó todo el palacio. Allí demandara el Rey: —¿Quién hace mal a ese alano? Allí respondieron todos a los cuales ha pesado: —Con la cabeza lo ha, señor, del Maestre vuestro hermano. Allí hablara una su tía que tía era de entrambos: —¡Cuán mal lo miraste, rey! rey, qué mal lo habéis mirado! por una mala mujer habéis muerto un tal hermano. Aún no 1Q había dicho, — 13 —

cuando ya le había pesado. Fuérase a doña María, de esta suerte le ha hablado: —Prendadla, mi» caballeros, ponédmela a buen recaudo; yo le daré tal castigo que a todos sea sonado. En cárceles muy escuras аЩ }a había .aprisionado; él mismo la da a comer, él mismo con la eu mano: no ее fía de ninguno sino de un paje que ha criado.

ABÍ termina la abominable historia del asesinato del Maestre Don Fadrique que tuvo en efecto lugar el 29 de Ma- yo del año de gracia de 1358, en un salón morisco labrado por alarifes árabes en el real Alcázar de Sevilla, donde aún hoy muestran al viajero el suelo que se manchó con la sangre del fratricidio. El vuelo de los Manrique

Este es el Maestre Don Fadrique padre de Don Alonso En- ríquez el que de tan singular manera casó con "la Ricahem- bra". La cual había tenido de su primer marido Don Diego Gómez Manrique, Adelantado Mayor de Castilla, muerto en la batalla de Aljubarrota el año 1385, un hijo que fué Ade- lantado Mayor de León y se llamó Don Pero Manrique naci- do en 1381, el cual fué cabeza de una linajuda y numerosa es- tirpe, pues tuvo de Doña Leonor de Castilla (nieta del Rey Enrique II y descendiente por parte de madre de la casa real de Aragón) ocho hijos y siete hijas. Vamos a fijarnos un poco en los hijos de esta Doña Leo- nor de Castilla y de su esposo Don Pero Manrique, gran per- sonaje hasta el extremo de que en 1430 al marchar Juan II a la guerra de Granada le dejó haciendo sus veces con el título de Gobernador de Castilla y plenos poderes; y en el mismo año le dió la villa de Paredes de Nava confiscada al Rey de Navarra en las disensiones y banderías de los Infantes de Aragón. Y al morir en 1440, traspasó el Rey el cargo y honor de Adelantado Mayor de León a su primogénito Don Diego, que estuvo casado con Doña María de Sandoval, hija del Con- de de Castro. Don Diego Manrique fué nombrado en 1453 primer Con- de de Treviño y habiendo fallecido en 1457 dejó heredero de ese título y de sus estados al famoso Don Pedro Manrique de Lara y Sandoval llamado por sobrenombre "El Fuerte", gran caballero que sobresalió en las guerras de Granada, a quien Fernando el Católico hizo Duque de Nájera en 1482 y que ha- biendo comprado grandes estados, villas y tierras, principal- mente en La Rio ja, se convirtió en uno de los más grandes se- ñores de España, no sin algún perjuicio para su madre Doña Leonor que habiendo casado poco tiempo después de enviu- dar, con Don Diego de Zúñiga. Conde de Miranda, vio como Don Pedro Manrique le desposeía de cuanto heredó de su pri- mer marido. Segundo hijo de Don Pero Manrique y Doña Leonor fué Don Rodrigo Manrique, nombrado primer Conde de Paredes de Nava por el Rey Juan II de Castilla y que llegó a Maestre de la orden militar de Santiago, de quien vamos a hablar más adelante, no sólo por sus hazañas sino siquiera porque fué padre de aquel gran poeta Jorge Manrique cuyos versos vi- virán mientras haya sobre la tierra un ser humano preocu- pado por el escalofrío de la muerte. El tercer hijo de Don Pero y Doña Leonor fué Pedro Manrique, Señor de Valdescaray, doncel de Juan II, en cuy;* eorte galana e impregnada de cultura humanística se distin- guió este caballero también como trovador, aunque sin llegar a la cumbre de la fama que alcanzaría su sobrino y aún otro tío suyo del que hablaremos más adelante. Con su primera esposa Isabel de Quiñones fué fundador de una larga estirpe de sucesores que llevaron el título de Condes de Santa Gadea. El cuarto hijo Don Iñigo, fué Capellán mayor de Enrique IV y luego Arzobispo de Sevilla y persona altamente influ- yente como Presidente del Consejo de los Reyes Católicos, a cuya boda había ayudado junto con todos sus hermanos en 1469. Del quinto hijo, Don Gómez Manrique, Señor de Villa- zopeque, habremos de ocuparnos más largamente, pues fué éste uno de los cuatro grandes poetas españoles del siglo XV (con su sobrino Jorge, el Marqués de Santillana y Juan de Mena) al mismo tiempo que se distinguió como gran caballero en lances de guerra y discreto y prudente en el Consejo de los Reyes Católicos al que perteneció. Siempre con su lanza al la- do de Fernando V en las guerras, fué Don Gómez Manrique quien llevó a Alfonso V de Portugal en Julio de 1475, estando sitiada la ciudad de Toro, el desafío que el Rey Católico le hizo batirse personalmente para evitar la efusión de san- gre de sus soldados ya que la batalla se veía venir como in- evitable. Y si su autoridad fué de este modo en la corte gran. di sima, no lo fué menor la de su mujer Doña Juana de Men- doza (tía abuela del primer Marqués de Cañete) persona de máxima confianza de la Reina Católica que la nombró su camarera y guarda de las damas de palacio por su gran vir- tud y circunspección, condiciones que le llevaron a ser muy escuchada y atendida por aquella gran Reina. El sexto de los hijos de Doña Leonor y Don Pero fué Don Juan Manrique, arcediano de Valpuesta, como sus hermanos, de claro entendimiento y juicio seguro lo que le valió figurar en el Consejo de Enrique IV. Del Consejo del Rey fué tam- bién su hermano —el séptimo hijo— Don Fadrique Manrique de Castilla, Comendador de Azuaga de la Orden de Santiago, casado con Doña Beatriz Figueroa (hermana del primer Con- de de Feria) y padre de cuatro hijas, una de las cuales fué Doña María, gran señora como esposa del Gran Capitán Gon- zalo Fernández de Córdoba. Y el octavo hijo de Doña Leonor y Don Pero fué Garci- Fernández Manrique, Señor de las Amayuelas, distinguidísi- mo capitán que permaneció siempre junto a Fernando V en las batallas lo mismo en la de Toro que en las de Granada. Herido en el asedio de Málaga dijo de él el Rey Católico en honor suyo y de sus hermanos: "Nada se puede ganar sin sangre de los Manrique" y le nombró Alcalde y Capitán Ma- yor de Málaga, concediéndole muchos bienes por lo brava- mente que supo batirse en aquellas ocasiones. Y no puede extrañarnos que, tan vivo de ingenio como valeroso en el combate, fuera también él del Consejo de los Reyes Católi- cos. Casado con Doña Aldonza Fajardo es éste Don Garci- Fernández, tronco de los Condes de las Amayuelas, a cuyo titulo fué anejo el de Conservador Perpetuo del estudio de la Universidad de . Alargarla mucho esta relación el hablar de las hijas de Doña Leonor de Castilla y Don Pero Manrique, pero forzoso es decir que hicieron todas ellas los más distinguidos matri- monios, casando una, Doña Beatriz —ella sola merecería por »u santidad un largo relato— con Don Pedro Fernández de _ 17 - Velaséo, Conde de Haro, Camarero Mayor y del Consejo del Rey, uno de los personajes más sabios y prudentes de su época, caballero virtuosísimo que se señaló por su extraor- dinaria religiosidad tanto que, de común acuerdo y para vi- vir una vida de mayor perfección, dejaron de hacer vide marital Doña Beatriz y Don Pedro durante los 10 últimos años de la vida de éste, que murió en 1470; otra, Doña Jua- na, esposa de Don Fernando de Sandoval, hijo del Conde de Castro, al que ya nos hemos referido al hablar de Don Diego Gómez Manrique, primer Conde de Treviño; otra casó con el Duque de Arévalo, Don Alvaro de Zúñiga; y hubo una, Doña Inés, que lo hizo con Don Juan Hurtado de Mendoza, Señor de Cañete y antepasado de Don García, el fundador de Osorno. Rara vez en la historia se reúne un grupo de hermanos que hayan sobresalido hasta tal extremo por el conjunto de condiciones que todos ellos tenían, para la poesía y la guerra, la santidad y la política, por su inteligencia y su corazón. Junto a estos hijos de Doña Leonor y Don Pero vienen a fi gurar los descendientes de un primo hermano de éste, Garci- Fernández Manrique, Señor de Estar, de quien descienden los Condes de Osorno, Duques de Galisteo, Marqueses de Agui- lar, Condes de Castañeda, etc. Ambos, Don Pero y Don Garci-Fernández, eran nietos de un distinguidísimo caballero llamado también Garci-Fer- nández Manrique, Señor de Amusco, Adelantado y Merino Mayor de Castilla, Alcaide Mayor de Algeciras, ciudad en cu- yo sitio y asalto en 1344 se destacó extraordinariamente. Estos Manrique descendientes de la Casa de Lara eran de ilustrísimo abolengo pues ya en el siglo IX un antepasado suyo era Conde de Lara antes de que naciera Fernán Gonzá- les el primer Conde de Castilla. De este linaje era Don Man- rique de Lara que a mediados del siglo XII se titulaba Conde "Por la gracia de Dios", cosa enteramente desusada en Es- paña, y que habiendo casado con la Vizcondesa de Narbona creó una estirpe de Manriques que fueron Condes y Duques de Narbona, "Por la gracia de Dios", acuñando moneda pro- fria y concediendo privilegios a sus sübditos oomo soberanos; algunos señores de esta rama llevaron el título de Príncipes de Narbona. Hijo de Garci-Fernández Manrique, Señor de Estar, el primo de Don Pero, es otro Garci-Fernández también Señor de Estar y primer Conde de Castañeda. Su madre fué Doña Isabel Enríquez, cuyo abuelo Don Enrique Enríquez, Señor de Villalba, era nieto de Fernando III el Santo y de su esposa Doña Beatriz (hija del Emperador Felipe y descendiente por línea materna de los Emperadores de Constantinopla). Esta- ba casado el primer Conde de Castañeda desde 1395 con Do- ña Aldonza, hija de Don Juan Téllez el cual (por su padre el Conde Don Tello, Señor de Vizcaya) era nieto del Rey Alfon- so XI; murió Don Juan Téllez en la batalla de Aljubarrota en 1385. Y su yerno el primer Conde de Castañeda fué tam- bién un extraordinario capitán que se distinguió en la toma de Antequera, subiendo con los suyos y colocando su bande- ra el primero, en lo más alto de la torre principal; en 1415 fué como Embajador para tratar del fin del Cisma de Occi- dente con el Emperador Segismundo. Muerto en 1436 dejó dos hijos: el mayor, segundo Conde de Castañeda, se llamó Don Juan y el menor Don Gabriel, Comendador Mayor de Castilla de la Orden de Santiago, fué el primer Conde de Osorno. En el enterramiento de Don Garci-Fernández, primer Conde de Castañeda y de su esposa Doña Aldonza en la Igle- sia de la Trinidad de se puso una inscripción ensal- zando la alcurnia, los grandes hechos, los extraordinarios per- sonajes, que a través de los siglos iba produciendo esta fa- milia de los Manrique. Decía:

Y pues tales sois Manrique no ay a do poder volar si no al cielo a descansar. — 19 — Nada podían ya conseguir en la tierra los de esta fami- lia que no hubiesen logrado y necesariamente tenían que ir a conquistar, bravamente, esforzadamente, la vida eterna si querían seguir superándose a sí mismos como lo estaban ha- ciendo hasta entonces. Y por otro lado del enterramiento esta segunda inscrip- ción: "Manriques, sangre de godos, y espanto de los paganos", defensa de los cristianos. Con estos datos y sabiendo lo que contaban los Manri- ques en las hazañas guerreras, en el sabio consejo, en las actividades de la inteligencia más aún que por descender de emperadores y reyes, advertimos el alcance de la frase del Rey Católico: "Nada se puede ganar sin sangre de los Man- rique". — 2Ú —

La audacia de Doña Aldonza

Y eomo no todo en las genealogías ha de ser enumera- ción de nombres, enlaces matrimoniales y fechas de naci- miento y muerte, sino que ha de tratar de penetrarse en el nervio y vida de los personajes, vamos a contar ahora cómo otra de las mujeres de esta familia llegó a ser protagonista de un hecho extraordinario. Era el año 1474 en cuyo mes de Octubre murió Don Juan Pacheco que había sido Marqués de Villena y Maestre de Santiago, favorito del Rey, omnipo- tente y temido más que ningún otro. Pretendieron sucederle en el cargo de Maestre de Santiago dos caballeros que per- tenecían a esta orden, Don Rodrigo Manrique, Conde de Pa- redes de Nava y nuestro Don Gabriel Manrique. Era Don Gabriel Manrique, Comendador Mayor de Cas- tilla de la Orden de Santiago y como tal tenía títulos para considerarse sucesor del difunto Don Juan Pacheco y conta- ba con varios votos de entre los trece Comendadores que ha- bían de elegirlo. Casó en primeras nupcias con Doña Mencía de Ábalos, hija del que fué llamado "El buen Condestable" Don Ruy López de Ábalos (que a su vez había sido privado y brazo derecho del Rey Don Enrique III), figura altamente simpática en la Historia de España, de hombre que se des- taca extraordinariamente en las guerras contra los moros, por su heroísmo, y brilla al mismo tiempo en la Corte por su carácter alegre, su ingenio y su cortesía, condiciones todas que le llevaron a ser considerado como la primera figura de aquel reinado de Don Enrique III. De él heredó su hija Do- ña Mencía la villa de Osorno de la provincia de Patencia (Osorno la Mayor se llama así y viene bien el sobrenombre pensando que luego había de surgirle una heredera, sólo me- nor en la edad, en el Reino de Chile) y sobre esta base el Rey Don Juan II en 1445, concedió a Don Gabriel el titulo de Con- de de Osorno. Era el cargo de Maestre de la Orden Militar de Santia- go sumamente codiciado, pues nadie fuera del Rey tenia en España tanto poder y fuerza militar. Con sus trece Comenda- dores electores y otros que no tenian este privilegio pero que sumaban en total 100 comendadores encargados cada uno de mantener lucidas y numerosas huestes de caballeros de la Orden, armados de hierro de arriba abajo sobre sus caballos encobertados, movía el Maestre para la guerra, de sus 50.000 vasallos, no menos de 3.000 hombres de armas que llevaban tras de sí dos o tres servidores más a caballo, éstos ya sólo con espada y lanza para ayudar cada uno a su señor en la batalla. Y aquellos escuadrones de guerreros pro- tegidos por su armadura completa, fueron considerados du- rante siglos como prácticamente irresistibles cuando avan- zaban en cerrada formación sobre la infantería enemiga, tal como hoy las divisiones acorazadas. Así, pues, el hijo del difunto Don Juan Pacheco que lle- vaba ya el título de Marqués de Villena, Don Diego López Pacheco, solicitó del Rey Don Enrique IV que le concediera a él dicho cargo de Maestre en atención al afecto que tenía a su padre y a los servicios que éste le había prestado; y el Rey de tal manera prometió hacer la merced que se le pe- día por Don Diego, que puso todos los medios para vencer a favor suyo la resistencia de los trece Comendadores que se negaban a aceptarle porque no pertenecía a la Orden de San- tiago. También hubo otros aspirantes, entre ellos Don Alonso de Cárdenas, Comendador Mayor de León que tenía de su parte a cuatro de los trece; y el Duque de Medinasidonia Don Enrique de Guzmán y el Conde de Benavente Don Rodrigo Alonso Pimentel y el Duque de Alburquerque Don Beltrán de la Cueva. En realidad la contienda se concentró en los tres caba- lleros más importantes de la Orden Don Gabriel, Don Rodri- go Manrique y don Alonso de Cárdenas, teniendo frente a ellos toda la influencia del Rey puesta a favor del Marqués de Villena. Pero el Conde de Osorno Don Gabriel, al ver que el soberano ponía todo su esfuerzo en que el nombramien- — 21 — to recayera en Villena, para no dividir sus fuerzas renun- ció a su pretensión con lo que favorecía a Don Rodrigo, su tío, y éste tenía a su favor argumentos convincentes que le llevaron a inclinar a su causa a ocho de los trece Comenda- dores. Había sido ya Don Rodrigo interinamente Maestre de Santiago en ocasión anterior y era uno de los más antiguos caballeros de la Orden que había sido fundada, precisamen- te, para combatir contra los moros y expulsarlos de España; y él lo había hecho a lo largo de su vida constantemente, en- trando en batalla a banderas desplegadas hasta 14 veces', saliendo siempre vencedor. Entre sus hechos de armas sobre- salía el asalto de la ciudad de Huéscar en el Reino de Gra- nada que él tomó subiendo al muro por la escala en dura pe- lea con muerte de muchos de los suyos y saliendo herido; pe- ro sin desmayar ocupó toda la ciudad, obligando a la guarni- ción mora a encerrarse en una fortaleza que quedó cercada por los cristianos. Como éstos no recibieran refuerzos fue- ron a su vez cercados por los que vinieron en socorro de la guarnición, y allí tuvo que pelear Don Rodrigo con los qüe él sitiaba y al mismo tiempo con los que le sitiaban a él, en condiciones tan difíciles que muchos de los suyos le acón, se jaban la retirada, a lo que contestó negándose y diciendo: —La buena fortuna del caballero crece, creciendo su esfuerzo. Que es, con poca diferencia, lo que dice el lema de aquel prohombre de la historia que fué Don Pedro de Valdivia, en cuyo escudo estaba escrita como profetizando su destino mor- tal e inmortal: "La muerte menos temida, da más vida". Reducida pues la lucha en torno al Maestrazgo de San- tiago a Don Alonso de Cárdenas y Don Rodrigo Manrique, Conde de Paredes frente a Don Diego López Pacheco, Mar- qués de Villena, se disputó mucho por unos y otros tratan- do de ganarse electores. Y al Conde de Osorno que tanto prestigio tenía le hicieron los partidarios de Villena grandes ofrecimientos. El aparentó no serle desagradables estas con- versaciones mandando decir al Rey que con su ayuda y el poder de Villena podría el prestigio de la Orden de Santiago elevarse y robustecerse más aún. Con lo cual se empezó a tra- tar de ir a unas vistas entre Osorno y Villena para precisar las ofertas y compromisos que debían salir de esa negocia- ción. Quedó convenido que las vistas tendrían lugar en Villa- rejo y que por hallarse enfermo Don Gabriel Manrique, Con- de de Osorno, acudiría a ellas la Condesa su mujer. Atribu- yen los historiadores en general el hecho que vamos a rela- tar a Doña Mencía de Ábalos, llamada también Doña Mencia de Guevara (por el apellido de su madre) pero hay en esto un error, pues ya para entonces se había declarado la nulidad do su matrimonio basándose en que con anterioridad a él Doña Mer.cía había estado prometida y celebrado esponsales con el hermano mayor de Don Gabriel, el Conde de Castañeda Don Juan Manrique, el cual, desatendiendo este compromiso se había casado por su parte con una hija del Almirante Do.i Alonso y de su esposa "la Ricahembra", Doña Mencía Enrí- quez. Muertos, pues, los dos hijos de Doña Mencía de Ábalos y habiendo tenido ella fuertes escrúpulos por haber casado con Don Gabriel sin dispensa de sus primeros esponsales, logró la anulación en 1451 retirándose al Monasterio de Calabaza- nos, cerca de Palencia. Entonces casó Don Gabriel en 1452 con Doña Aldonza de Vivero, hija mayor de Alonso Pérez de Vivero, aquel caballero a quien mandó matar el Condestable Don Alvaro de Luna, el favorito del Rey, en 1453, por cuyo hecho fué condenado al cadalso y degollado en la Plaza de Valladolid el mismo año. Doña Aldonza tenía al casar quin- ce añitos y era de grandísima belleza; no dejó de haber quien murmurara que aquellos escrúpulos de Doña Mencía habían sido sugeridos por el gallardo Conde ganado por los atrac- tivos de ésta, que iba a ser su segunda esposa. Es, pues, Doña Aldonza de Vivero, la Condesa de Osor- no que según se convino tenía que ir a vistas en Villarejo con el Marqués de Villena. El cual con esto se confió ente- ramente y marchó al lugar de la cita en la fecha convenida, - 24 ~ con muy escasa compañía, adelantándose hacia la casa don- de estaba convenido que comerían juntos la Condesa y él. Pero Doña Aldonza había traído un fuerte séquito de gente armada y apenas se apeó el Marqués quedó preso. Y como preguntase por qué se le detenía contestó la condesa que su padre Don Juan Pacheco, el Maestre de Santiago, había que- brantado siempre sus juramentos y particularmente el que había hecho al Conde de Osorno tiempo atrás de cederle la villa de Maderuelo para que renunciase, como Comendador Mayor de la Orden, a su derecho al Maestrazgo; aceptado el trato, cuando el difunto Don Juan Pacheco tomó posesión, contestó a los requerimientos de Manrique diciendo que pre- fería ser tenido por hombre que no cumpia su palabra que quedarse sin Maderuelo. Con cuya explicación fué llevado el Marqués de Villena a la fortaleza de Fuentidueña. Pintan los historiadores el dolor del Rey Don Enrique al enterarse de aquella jugada de la varonil Doña Aldonzp y explican cómo andaba de mustio y melancólico. Tan debili- tado estaba de salud que se le vió llorar de pena por verse privado de la compañía del muchacho. El no tenía preocupa- ción alguna por la majestad real y se trató siempre dema- siado humildemente para soberano. Ahora, más cariaconte- cido que indignado, arregló una entrevista con la Condesa de Osorno en Estremera y allí fué sin grandeza y sin corte- jo a rogar y pedir en lugar de exigir y ordenar como le hu- biera correspondido. Doña Aldonza no hizo ningún caso de sus súplicas y el desmayado Enrique IV se volvió a . Con estupor se comentó en toda Castilla la audacia de aque- lla mujer y su temple varonil que le llevó a decidirse sin va- cilación alguna a prender a un grande tan poderoso, señor de villas y castillos, capitán de nutridas mesnadas de hom- bres de guerra e influyente en la Corte como el más afecto y próximo a la persona del soberano; y no contenta con ello, pasando todos los límites del atrevimiento, a desdeñar al Rey como a un importuno que hubiese ido a aquella entrevista a pedir que le favoreciese, despidiéndose de cualquier manera y sin darle esperanza alguna de tomar en consideración sus — 25 —

deseos. Hecho en efecto singular en la historia de loe reyes y aún en la más nutrida de los atrevimientos de audaces y descomedidas mujeres. No podía parar la cosa ahí. Ido el Rey a Madrid se en- trevistó con el Arzobispo de Toledo Don Alonso Carrillo, bra- vio y luchador prelado que rivalizaba con los más revoltosos señores. Era hermano del primero Conde de Buendía; de Gó- mez Carrillo de Acuña, Camarero que había sido del Rey Don Juan II (casado con Doña María de Castilla, de sangre real como nieta del Rey Don Pedro); de Lope Vásquez de Acuña, Alcaide de Huete, guerrero audaz y fértil en recursos para las escaramuzas y emboscadas; y cuñado del Alférez del Es- tandarte Real Don Juan de Silva, Conde de Cifuentes: todos ellos muy vinculados con la Corona. También pidió Enrique IV al Conde de Benavente —que estaba casado con una hermana de Villena— que viniese en su ayuda. Y entre ellos reunieron a toda prisa tropa suficien- te para cercar la fortaleza de Fuentidueña, yendo en persona el Arzobispo Carrillo a mandar el asedio con todas sus com- pañías de guerra, que eran muchas y veteranas. Hecha esta demostración de fuerza se puso Lope Vás- quez de Acuña en contacto con la Condesa de Osorno para negociar цп arreglo que condujera a la liberación del Mar- qués, conviniéndose en que ambos tuvieran una entrevista. Ahora fué esta señora la que quedó presa con su hijo mayor al acudir a las vistas, siendo conducidos ambos a la fortaleza de Huete. Con esto al Rey y al Arzobispo les tocó reír a su vez. Y también a toda la gente de la Corte. Porque cuando el bueno del Conde de Osorno se enteró —cuenta Garibay— de la prisión de su primogénito y de Doña Aldonza. con la filosofía de quien había salido de otras peores, no sólo en la guerra sino acaso también en el trato con su intrépida seño- ra, dijo apaciblemente a Lope Vásquez de Acuña: —Juro a Dios que lleváis gentil dama; pero las más rui- nes piernas que hay en toda España. Intervinieron amigos de uno y de otro lado, dieron a Don Gabriel su tan deseada villa de Maderuelo, a Vásquez de Acu- ña le hizo el Rey Duque de Huete, y quedaron en libertad el Marqués Don Diego y la Condesa Doña Aldonza con su heredero. El Conde de Paredes Don Rodrigo Manrique no perdió el tiempo y se aprovechó de todas aquellas jugarretas para adueñarse de la mitad del Maestrazgo de Santiago, o sea, toda la parte correspondiente a Castilla mientras en León hacía lo mismo Don Alonso de Cárdenas. De este modo la Orden de Santiago quedó dividida en dos, y todos conten- tos, incluso la generalidad de los castellanos porque sólo salió perdiendo el Rey que con tantos disgustos, idas y venidas en los meses de invierno, murió por fin un Lunes 12 de Di- ciembre de 1474, sin pena ni gloria, pero dejando abierta la sucesión a aquella mujer genial que fué su hermana Isabel 1 la Católica. El Cantor de la Muerte

Murió Don Rodrigo Manrique, Conde de Paredes, el 11 de Noviembre de 1476. No hay en la historia de la literatura ninguna muerte humana, ni la de Sócrates, ni la de María Estuardo, ni la de Séneca, ni la de Julio César, que haya de- jado huella tan honda como ésta de Don Rodrigo Manrique, a quien su hijo Jorge dedicó las famosas Coplas, el más gran- de monumento a la muerte del caballero cristiano que se ha- ya erigido jamás en ningún idioma. En la su villa de Ocaña vino la muerte a llamar a su puerta.

Jorge, hombre de guerra y esfuerzo, que se había batido como un león más que heroica, temerariamente —y así ha- bía de perder su vida peleando a la puerta del castillo de Garci-Muñoz, dejando atrás a los suyos, insensatamente, co- mo si él solo se sintiera con fuerzas bastantes para destro- zar un ejército— Jorge, el hombre que no temblaba, erguido bajo su armadura de hierro, impávido en las batallas, las destrucciones y los peligros, Jorge, serenamente, medita an- te el cadáver de su padre que acaba de expirar,

¡Cómo se pasa la vida! ¡ Cómo se viene la muerte tan callando! Profundamente impresionado al ver que aquel Maestre de Santiago, el hombre más importante de España después del Rey, poderosísimo, dueño de villas y castillos, seguido habitualmente por enormes escuadrones de lucidos caballe- 28 — ros, yace inmóvil ante él, reflexiona serenamente, serena, mente. No se engañe nadie, no pensando que ha de durar lo que espera más que duró lo que vió... Acostumbrado a dominar sus nervios, a mantenerse en- teramente dueño de sí cuando a caballo carga sobre sus ene- migos calada la visera y lanza en ristre, sabe también aho- ra contener la emoción y deja que el pensamiento vuele coa su más robusto vuelo. Nuestras vidas son los ríos que van a dar en el mar. Jorge Manrique, el más grande poeta español de la Edad Media, el más formidable cantor de la muerte de la literatura universal, ha encontrado su tema y ha de seguir hasta e) fin ese caudal de ideas, esos ríos que van a dar en el mar, que es el morir, fijando en sus versos un pensamiento impe- recedero y un sentimiento humano siempre renovado, siem- pre inédito ante la muerte de las personas queridas. Todos desearíamos que esas frases sencillas, sin hinchazón retóri- ca, se nos hubieran ocurrido, porque todos ante el cadáver del ser amado hemos sentido la vanidad de las cosas huma- nas, la hondura abismal hacia la que las cosas de este mundo se precipitan. Ante ese cadáver hemos recordado al que vivió a nuestro lado, al miembro de nuestra familia a quien cono- cíamos tan bien. Ha surgido en nuestra imaginación el re- cuerdo de su vivacidad, su energía, su espontaneidad, y sue- na en nuestros oídos su voz potente, su contagiosa alegría, su carcajada, mientras en nuestra memoria brilla su mirada la chispa de su talento y la efusión de su cordialidad. Este mundo es el camino para el otro, que es morada sin pesar, mas cumple tener buen tino para andar esa jornada sin errar. Camino hacia la otra vida, que hay que andar con sabi- duría, cautamente, disfrutando sí de cuanto Dios hizo de bueno y bello para contento de nuestros ojos y de nuestras almas sobre la tierra, pero puesto siempre el pensamiento en que es preciso marchar con buen tino para no errar la vía y encontrar al final de ella la puerta que da entrada a un lu- minoso e imperecedero Más Allá. Hasta entonces Jorge Manrique, joven de alma apasio- nada y vibrante, había cantado con dulces versos llenos de lirismo, a la belleza, a la mujer, al amor. Castillo de Amor se llamaba su libro de poesías, en el que la castellana es la da- ma ideal, aquella dama que la Edad Media cristiana elevó hasta un altar ilusionado rodeándola de todas las perfeccio- nes angelicales, considerándola como una criatura celestial, ante la que se hincaba gustosamente la rodilla del caballero. Así la veía Jorge Manrique muy en el ambiente de su época, situada en le alto de un torreón, dueña y señora de la tierra y de los corazones de sus enamorados.

En la torre de homenaje está puesto en toda hora un estandarte que muestra por vasallaje el nombre de su señora.

Los críticos modernos han llamado la atención respecto a la gran influencia que sobre él tuvo su tío Gómez Manri- que el eximio poeta. De mano en mano anduvieron las Trova» de Gómez Manrique a una Dama y su Batalla de amores. Y si su sobrino Jorge le siguió por estos caminos de la amable poesía lírica, también encontró en él un maestro en sus Co- plas a la muerte de su padre, siguiendo los pasos de Don Gó- mez en su Consolación a la Condesa de Castro y en sus Со- pías a la muerte del Marqués de Santillana, impregnadas del mismo sentimiento cristiano y didáctico que trata de reco- ger todas las enseñanzas y reflexiones que suscita el falleci- miento del ser querido. Porque Gómez Manrique fué el gran poeta auténtico que lanzado por las circunstancias de su época en medio de ba- tallas, banderías e intrigas palaciegas reacciona y busca en la poesía su evasión de aquel mundo que hiere su fina sen- sibilidad ; y así escribe lo mismo un Regimiento de Príncipes para adoctrinar al heredero del trono a fin de que huya de tanto desastre, como su Representación del Nacimiento de Nuestro Señor, una de las obras más antiguas del Teatro es- pañol en que se muestra precursor esclarecido des Lope de Rueda. Tan próxima está a Jorge la personalidad sobresaliente de su tío Don Gómez, que la crítica literaria ha tenido nece- sariamente que buscar las influencias de él recibidas. Pero el empuje y originalidad del sobrino le lleva mucho más allá de las enseñanzas que puede recibir. Fué el contraste violento entre la inamovilidad de la muerte y la vida activísima del Maestre que había llenado con su nombre y su lanza largos años de la historia de Castilla, lo que le hizo advertir el com- pleto desengaño de las cosas humanas ante los umbrales de la Eternidad. Va recapitulando el poeta tantas cosas como pasaron sin dejar huella, a lo largo de la vida de Don Rodrigo Manrique: Decidme: la hermosura la gentil frescura y tez de la cara, la color y la blancura, cuando viene la vejez ¿cuál se para? Y sigue discurriendo por la habilidad corporal, la situa- ción en sociedad, las alegrías y sinsabores; Las mañas y ligereza y la tuerza corporal de juventud... Los estados y riqueza que nos dejan a deshora y los deleites de acá Los placeres y dulzores de esta vida trabajada que tenemos.. Esos reyes poderosos que vemos por escrituras ya pasadas.

Vienen a su memoria las fiestas y los torneos del tiempo en que los Infantes de Aragón —Don Juan Rey de Navarra, Don Enrique Maestre de Santiago, Don Sancho Maestre de Alcántara, Don Pedro Señor de Alba de Liste— como hijos del Rey de Aragón Don Fernando de Antequera, tío de Juan II, nacidos ellos en Castilla, querían tener en ésta influencia, estados y honores de Príncipes, dando lugar a revueltas, ban- derías, luchas, desastres y muertes. Al lado de ellos estaban los Manrique, los de la rama Castañeda y Osorno lo mismo que los hijos de Doña Leonor de Castilla y Don Pero Manri- que.

¿Los infantes de Aragón qué se hicieron? ¿Qué fué de tanto galán? ¿Qué se hicieron las damas, sus tocados, sus vestidos, sus olores? - 32 -

¿Qué se hizo aquel trovar la música acordada que tañían? ¿Qué se hizo aquel danzar y aquellas ropas chapadas que traían?

Acaso sólo el poeta recordaba ya todo aquello. Los ves- tidos chapados de oro como se usaban entonces, las músicas, las banderolas, los galanteos, los delicados perfumes, los ca- balleros que rompen sus lanzas en vistosos torneos, brillo de la corte, elegancia y galanura, ilusiones, gallardías, vanida- des, ambición... Las justas y los torneos, paramentos, bordaduras y cimeras, Los edificios reales llenos de oro, las vajillas tan fabridas los jaeces y caballos sus infinitos tesoros, sus villas y sus lugares y mandar...

Todo se había perdido en la lejanía del pasado. El poeta sabía muy bien la nobleza de su linaje, las cualidades extra- ordinarias que adornaban a su padre, las hazañas y hechos ísmosos que jalonaban su paso por la existencia.

Tantos duques excelentes, tantos marqueses y condes y varones como vimos tan potentes di, muerte, ¿do los escondes? — 33 El abolengo, como los éxitos y las victorias, quedaba re- ducido ante él a una pálida inmovilidad de aquél que habia sido un hombre extraordinario :

¡Qué amigo fué para amigos! ¡Qué señor para criados y parientes! ¡Qué seso para discretos! ¡Qué gracia para donosos! ¡Cuán benigno a los sujetos!

Cuando la muerte llega se dirige a él con respeto, lla- mándole "buen caballero" y en lugar de presentársele como un verdugo, le anima: vuestro corazón de acero muestre su esfuerzo famoso.

No hay nada amenazante en las palabras de la portadora de la guadaña que, por el contrario, parece tranquilizar y pro- meter, incitándole a que esperara el galardón de las buenas obras hechas en este mundo. No es ésta la Muerte, horrible, pavorosa, falsamente tea- tralizada por la vana y vacia literatura: es la Muerte verda- dera, la que ve el cristiano que ha vivido como tal, tránsito hacia una vida mejor que estuvo presente sin cesar en su pensamiento para recordarla, como lo hace aquí Don Rodrigo: El vivir que es perdurable no se gana con estados mundanales, ni con vida delectable. Muerte consoladora, Muerte amiga, Muerte que llena de esperanzas * aquél a quien se aparece, fuerte que habla de — 34 —

vida eterna: por verla llegar así, como la describe Jorge Man- rique, Muerte bondadosa, caritativa y cristiana también ella, que no viene a hacer mal sino a conducir, benévola, hacia la eternidad, valdría la pena —aún cuando no hubiera tantas razones superiores— de vivir rectamente, acumulando obras buenas y sirviendo y amando a Dios. Y el caballero, acos- tumbrado a verla frente a frente, sin temblar, todos los días en los campos de batalla, ahora como capitán experto, se da cuenta en el acto de la situación real, y sin sentimentalismos inútiles toma su decisión de jefe, objetivamente, afrontando todas las dificultades sin titubear y pronuncia ante esa Muer- te que habla de vida, frases definitivas, que dibujan perfec- tamente el estado de ánimo del hombre virtuoso en su última hora. No gastemos tiempo ya en esta vida mezquina.., que mi voluntad está conforme crn la Divina para todo.

Conscientemente da la cara a la situación sin inmutarse, como varón fuerte que de tiempo atrás tenía tomada su re- solución. Consiento en mi morir con voluntad placentera, clara, pura, que querer hombre vivir cuando Dios quiere que muera es locura.

Nunca encontró la lírica nada más fino y penetrante, nunca poeta alguno definió con tanta precisión la muerte del cristiano como lo hace Jorge Manrique en estos versos en que aparece el moribundo contento, tranquilo, lleno de fe y con- suelo, sin dejarse dominar por la debilidad de la carne sino mirando "con voluntad placentera, clara, pura" ,hacia la otra vida que se abre ante él habiéndosela ganado por sus virtu- des y buenas obras. En Santiago del Nuevo Extremo se ha tenido el acierto de escribir las Coplas de Jorge Manrique, el extraordinario cantor de la muerte, en los lienzos de pared que forman la entrada principal de su Cementerio. La ciudad de Osorno, que debiera considerar como suyo, por parentesco de apellido, al genial poeta, deberia nombrarle su hijo predilecto y rendir- le un homenaje semejante, proyectando asi su espíritu supe- rior, su poesía perenne e inmortal, sobre la historia y el be- llo paisaje que la rodea. — 36 —

La enhoramala de un Don Juan

Otros hijos tuvo don Rodrigo, Conde de Paredes y Maes- tre de Santiago, además de Jorge, de su primera esposa Doña Mencía Figueroa (hija de Don Gómez Suárez de Figueroa de quien descienden los Duques de Feria y de Doña Elvira Lasso de Mendoza, hermana del famoso Marqués de Santillana) de los cuales el más distinguido fué Rodrigo, Comendador de Yes- te y Trece de la Orden de Santiago que fué Gobernador de León y Mayordomo de la Archiduquesa y luego Reina Doña Juana la Loca, cuando en 1497 marchó a Flandes a casar con el señor de aquellos estados, Felipe El Hermoso. En segundas nupcias habia casado el Maestre con Doña Beatriz de Guz- mán, hija de Don Diego Hurtado de Mendoza, Señor de Ca- ñete, Montero Mayor de Juan II y ascendiente directo de Don García; poro en dicha señora no hubo sucesión. En terceras nupcias casó con Doña Elvira de Castañeda que le dió también varios hijos: Enrique "El Befo", o sea hombre de labios grandes y abultados, que hablaba con difi- cultad por trabársele la lengua, si bien todo este linaje de Manriques, descendientes de los godos (Mann-rich) estaba formado por gentes robustas y muy sanas, de mediana esta- tura, en general de cipo moreno, habiendo sido sin embargo Don Rodrigo pelirrojo; otro hijo suyo y de Doña Elvira fué Don Alonso Manrique, Capellán Mayor de Carlos V y Carde- nal-Arzobispo de Sevilla; y finalmente Don Rodrigo, Comen- dador de Manzanares, de la Orden de Calatrava y del Conse- jo del Emperador, que tuvo una famosa historia de amores al casar con Doña Ana de Castilla (del mismo tronco de des- cendientes directos del Rey Don Pedro a que antes nos he- mos referido), matrimonio que se celebró después de haber conseguido ella la anulación del suyo con Don Gutierre de Monroy, del cual tenia un hijo; y de haber logrado él igual- — %1 - mente que el Papa le dispensara del voto de castidad que ha- bía hecho como caballero de Calatrava, que tenía la regla ri- gurosísima del Cister, pasando a la de Santiago cuyos miem- bros podían casarse; Paulo III extendió esta autorización más tarde a los de Alcántara y Calatrava. Con la familia de Castañeda tuvo la de los Manriques uno de los últimos años del Siglo XV otra historia de amores extraordinariamente trágica. Era este Don Juan Manrique hijo del segundo Conde de Castañeda que como sabemos era hermano de Don Gabriel, Conde de Osorno. Este segundo Con- de de Castañeda llamado también Juan Manrique, nacido en 1398, fué Canciller Mayor de Juan II, guardando como tal loe Sellos reales y recibiendo por sus servicios muchas donacio- nes y mercedes del soberano. Estuvo casado durante cincuen- ta años con Doña Mencía Enríquez, hija del Almirante Don Alonso y de su esposa "la Ricahembra", sin tener de ella su- cesión. Pero como Doña Mencía sospechara que en su marido existia una Inclinación hacia una de las damas de su séquito Doña Catalina Enríquez de Ribera, convino el matrimonio de ésta con cierto caballero; el Conde Don Juan al saberlo la raptó antes de que el matrimonio tuviera lugar y andando los años muerta su esposa y ya viejo él, se casó con Doña Catali- na, en segundas nupcias. En 1466 en una campaña contra los moros en Jaén que- dó cautivo no sin que en torno suyo se contaran hasta 30 cadá- veres enemigos y así permaneció en Baeza durante 17 meses. Se atribuyó esta derrota a que, un tanto codicioso, por aho- rrarse las pagas, no tenia en orden a su gente en la frontera de Jaén que le estaba encomendada, sabiendo lo cual los mo- ros le atacaron y él tuvo que salir a pelear desordenadamen- te y con escasa tropa cayendo en una emboscada. Por su res- cate se pidió la enorme cantidad de 60.000 doblas de oro y su mujer Doña Mencía, valerosa y enérgica, apenas lo supo, vendió sus joyas, empeñó a parientes y amigos sus estados hasta reunir 35.0ÍOO que entregó como primera parte del res- cate; y por el resto dejó en rehenes a un hijo bastardo de su marido —luego legitimado— llamado también Garci-Fernán- dez, que más tarde fué tercer Conde de Castañeda. Cuando finalmente quedó libre también Don Garci-Fer- nández, su padre le regaló el señorío de Aguilar de Campoo y obtuvo para él el título de Marqués de dicha villa. Murió Don Juan, >el segundo Conde de Castañeda, en 1493 a la edad de 95 años y su hijo el Marqués de Aguilar que estuvo casado con una gran dama portuguesa, Doña Brazaida de Almada, le heredó también dicho condado hasta que a su vez falleció en Monterrey en 1506. Hermano de este Don Garci-Fernández, primer Marqués de Aguilar, fué el Don Juan Manrique, Señor de Fuentegoinaldo a que ahora nos referimos y que estuvo casado con Doña Beatriz Manrique, hermana del primer Du- que de Nájera. Se enamoró Don Juan, siendo viudo, de una hija del se- ñor de Hormaza, Gonzalo Muñoz de Castañeda, llamada Ma- ría. Llegó a contraer esponsales con ella y con ese compromiso tuvo fácil entrada en la casa. Pero Don Gonzalo sospechó de aquella frecuentación creyendo que se debía, no tanto a los atractivos de la hija como a los de la madre, Doña Isabel d? Silva, sospecha que después todo el mundo consideró nacida de sus celos y enteramente infundada. Un día murió súbitamen- te Isabel la esposa de Gonzalo Muñoz de Castañeda sin que, según se dijo, fuera él ajeno a esa muerte. Obligada por su padre escribió María a su futuro esposo, contra su voluntad, pidiéndole que viniera a visitarla porque él había dejado de hacerlo recelando sin duda que pudiera ocurrirle algún per- cance. Acudió, sin embargo, porque era valiente y lo había probado bien en las guerras, al llamamiento de su novia y —cuenta Oviedo— al entrar en la casa una criada le dijo: —Enhoramala vengáis. —¿Por qué?— preguntó Don Juan. —Porque hoy es el fin de vuestros días. Con aquellas palabras pasó adelante y al entrar en la sala encontró que en ella había un ataúd vacio y abierto. Antes de que tuviera tiempo de detenerse a pensar si estaba o no des- tinado para él, salió Castañeda acompañado de trece criados que lo mataron. Intervino la justicia, a los trece hombres los ajusticiaron, pero Gonzalo Muñoz de Castañeda huyó a Portu- gal y años más tarde, en su testamento, se refirió a este su- ceso. Triste muerte la del señor de Fuenteguinaldo famoso capitán de hombres de armas de la guardia real, que se había batido como un bravo en la guerra contra Alfonso V de Por- tugal y luego se distinguió mucho en la conquista de Ronda en 1485 y en otros hechos de armas como la toma de Málaga en 1487. Por su parte Gonzalo Muñoz contrajo segundas nup- cias con Isabel Delgadillo, pasaron los años y éstos y la mu- tación de los acontecimientos echaron tierra al asunto y aún sobre las sepulturas de la inocente Doña Isabel de Silva y del capitán de hombres de armas de la guardia real. Y puesto que hemos hablado del primer Marqués de Agui- lar Don Garci-Fernández Manrique que estuvo preso en Bae- za, es forzoso añadir que su hijo mayor y heredero Don Luis Manrique, segundo Marqués de Aguilar y cuarto Conde de Castañeda, fué también un gran personaje culto e inteligen- te. Habiendo estado en Flandes con Carlos I, cuando éste vino a España en 1517 le encomendó la persona de su hermano el Infante Don Fernando, más tarde Emperador de Alemania; fué también, hasta el año 1534 en que murió. Canciller Ma- yor de Castilla y como tal tenía el privilegio de poner el Se- llo Real a las concesiones y documentos que salían del despa- cho real, cobrando por ello sus emolumentos que representa- ban una elevadísima suma. De él y de su esposa Doña Anr. Pimentel (nieta del tercer Conde de Benavente Don Alonso Pimentel) nació don Juan Fernández Manrique tercer Mar- qués de Aguilar que escaló los más altos puestos y prestó los servicios más distinguidos. Fué Canciller Mayor como su pa- dre; acompañó a Carlos V en la Conquista de Túnez en 1535 y luego en su visita al Papa al año siguiente y en la guerra contra Francisco I un año más tarde; después de lo cual fué como Embajador extraordinario a Roma preparando la entre- vista de Niza y la paz que allí se convino entre el Pontífice* el Emperador y el Rey de Francia. Siempre al lado de Car- los V asistió también a la segunda entrevista de éste con el Pontíficé en Busseto, siendo luego nombrado Virrey de Ca- taluña hasta que murió en 1653. Estos Condes de Castañeda tuvieron gran influencia y trato muy próximo con el soberano, destacándose por su ta- lento y circunspección en los Consejos Reales* Dofia Guiomar a quien amó un Rey

Recordemos que el primer hijo del Adelantado Don Pero Manrique fuéDiego, padre del famoso Don Pedro Manrique de Lara y Sandoval llamado por sobrenombre "El Fuerte", Ha- bía éste nacido en 1443 y tenía sólo 14 años cuando heredó a Don Diego quedando al cuidado de su madre Doña María de Sandoval. Llevaba el título de Conde de Treviño y él fué uno de los que más facilitaron en 1469 la novelesca entrada en Castilla del Principe Fernando cuando marchó a Valladolid a casar con la Princesa Isabel disfrazado de mozo de muías pa- ra evitar las asechanzas de sus enemigos; con 200 lanzas le esperaba en Burgo de Osma el Conde de Treviño que así le pro- tegió y acompañó con otros miembros de esta familia, Don Gómez Manrique Señor de Villazopeque, Don Garci-Fernán- dez Manrique, etc. Desde aquellos días de Octubre de 1469 fueron los Manriques grandes personajes en la Corte de los Reyes Católicos que apreciaron siempre la lealtad de estos perfectos caballeros y en especial de Don Pedro, el Conde de Treviño. Había éste contraído matrimonio en circunstancias igual- mente extraordinarias. Al casar tiempo atrás el Rey Enrique IV con Doña Juana de Portugal trajo ésta entre otras varias damas de su séquito a Doña Guiomar de Castro, tan bella que pronto atrajo las miradas y suscitó el más vivo interés del Rey. Los celos de Doña Juana le llevaron a hacer todo lo po- sible por apartar de la Corte a Doña Guiomar no sin haberla antes maltratado en su persona. Pero el Rey siguió dándole muestras de su admiración, de tal manera que acabaron por crearse dos bandos, uno el de la Reina, a cuyo lado estaba Don Juan Pacheco, Marqués de Villena, y luego Maestre de San- tiago, y el de Doña Guiomar de Castro que a su radiante her- mosura unía el sabio consejo del Arzobispo de Sevilla Don Al- fonso de Fonseca. - 42 ~ Estas banderías llegaron a complicarse de tal modo que hubo precisión de alejar a la encantadora portuguesa y el Rey pensó en casarla con algún noble que fuera digno de sus mu- chas perfecciones y atractivos. Andaba el Conde de Treviño tan enamorado de ella como su rey y señor y cuando advirtió los propósitos de éste, aprovechó la ocasión y de la noche a la mañana casó con Doña Guiomar en secreto a principios de 1465, obteniendo el beneplácito de Don Enrique y hasta gran- des mercedes que él le hizo movido de su admiración por la dama portuguesa. Tuvo Don Pedro Manrique de ella tres hijos y siete hijas lo que no le impidió andar enamorado de otra Doña Inés Del- gadillo de Mendoza, que tuvo también numerosa descendencia. Y como Doña Guiomar lo supo, recordando sin duda escenas hechas por la Reina Doña Juana, mostró enérgicamente su disgusto y después de haber castigado y dejado señalada en el rostro a su rival, se fué del palacio de Nájera a un monas- terio de monjas en Toledo, donde vivió retirada muchos años y en el que murió. La Reina Católica la trató como a pariente ayudándola y favoreciéndola. También su hijo mayor Don Manrique de Lara, un excelente caballero, salió en defensa de su madre y ello le ocasionó la périda de las cuantiosas ren- tas que su padre le pasaba como a primogénito; pero los Re- yes Católicos le apreciaron mucho y le tuvieron siempre junto a sí en la Corte hasta que murió en Barcelona en Marzo de 1493 como consecuencia de haber bebido agua fría inmediata- mente después de jugar a la pelota, causando su muerte gran sentimiento en el séquito de los reyes que entonces se encon- traban en dicha ciudad. Quedó por heredero de la casa el se- gundo hijo Don Antonio Manrique de Lara, de quien habla- remos más adelante.

Grande fué la participación de Don Pedro, el primer Du- que de Nájera, en las guerras contra los moros, pues desde el punto en que empezaron en 1482 fué nombrado por el Rey Ca- tólico Capitán General de la frontera de Jaén. Desde entonces se halló siempre al lado del Rey en todas las operaciones mili- tares y batallas que se dieron hasta la toma misma de la ciu- dad de Granada en la que estuvo presente En 1503 le correspondió a Don Pedro sacar de pila en Alca- lá de Henares al Infante Don Fernando que después fué Em- perador de Alemania, al bautizarlo allí el Cardenal Jiménez de Cisneros. Y cuentan las historias que el Duque de Nájera se presentó riquísimamente vestido de carmesí, con una espads que era toda de oro; y para llevar al Infante desde la cámara de la princesa hasta la pila bautismal se puso un gran manto de armiño en el que lo tuvo envuelto para defenderlo del frío, pues era a principios del mes de Marzo. No era sólo una espada de oro la que él tenía para las ce- remonias sino otras bien templadas para las batallas. Cuando en 1512 ocupada Navarra por el Duque de Alba, penetraron las tropas francesas a tratar de recuperar , se pre- sentó el Duque de Nájera con un ejército levantado a su cos- ta y compuesto de tres mil infantes, setecientos caballos lige- ros, (o sea con soldados armados únicamente de espada, lan- za, casco y coraza) y cuatrocientos hombres de armas como se llamaba a los que vestían armadura completa. Y a presen- cia de este refuerzo, sin combatir, se retiró el enemigo. En la historia de este Duque se lee que cuando en 1515 supo el Rey Católico que acababa de morir, dijo: "Que le pa- recía que no había quedado honra en Castilla, que toda se la había llevado el Duque consigo". Tan buen caballero en la gue- rra, tan cuidadoso en su honor y dispuesto siempre a servir al Rey fué Don Pedro Manrique de Lara. Y como al lado de estos férreos guerreros venimos ha- blando de mujeres de superior capacidad de esta familia, hay que decir algo de Doña María Manrique, esposa de Don Anto- nio de Padilla Señor de Santa Gadea y Adelantado de. Casti- lla, que fué nieta de Pedro Manrique Señor de Valdezcaray, el trovador de la Corte de Juan II, hermano del Maestre Don Rodrigo. Su hijo y sucesor llamado también Don Pedro Man- rique Señor de Valdezcaray estaba casado con Doña Elvira Manuel, descendiente como se ha dicho, del Infante Don Ma- nuel hijo de Fernando III El Santo y de éstos era hija Doña María. Lá cual al no tener hijos de su matrimonio ideó casar a Doña Luisa de Padilla, una hija que su marido había tenido en primeras nupcias con Doña Inés Enríquez (prima de Fer- nando el Católico), con su propio hermano Don Antonio Man- rique, Señor de Valdezcaray; con lo cual resultaban herma- na y hermano casados con padre e hija y Don Antonio de Pa- dilla, Señor de Santa Gadea, quedaba cuñado de Doña Luisa de Padilla, su hija. De esta forma Doña Luisa heredó el señorío de Santa Gadea y lo unió al de Valdezcaray que tenía su esposo Don An- tonio Manrique que así vino a ser también Adelantado de Cas- tilla. Esta Doña María Manrique fué una persona de valía fue- ra de lo común, buena moza, de gran virtud, amable carácter y agudo entendimiento. Pasaba por ser en sus días, durante el reinado de Don Fernando y Doña Isabel, una de las damas de España que sabía hablar con más gracia y amenidad —si bien se cuenta que ella ceceaba un poquito aunque de tal ma- nera que ese impedimento era una gala más en sus .labios— dando al mismo tiempo ejemplo de dignidad femenina a los vasallos de sus grandes posesiones. Y habiendo muerto su ma- rido tomó ella la dirección y gobierno de estos estados, distin- guiéndose por su gran prudencia y reposo en las decisiones tal como conviene a los que tienen autoridad, y por saber admi- nistrar la justicia, cosa que correspondía a los antiguos seño- res que tenían mero y mixto imperio y facultad de decidir en asuntos de jurisdicción civil y criminal. Dirigir los estados y señoríos con habilidad no era cosa fácil en aquellos tiempos en que, después de la guerra de sucesión contra el Rey Alfon- so V. de Portugal (desde 1475 a 1479) vinieron los diez años de guerra con los moros de Granada, más las dos en que el Gran Capitán venció a los ejércitos de Francia en Nápoles y otras empresas contra moros y turcos o con ocasión del Cisma de Pisa; y a todo pudo atender Doña María ordenando a sus hombres de guerra y disponiendo todo lo necesario para que sus vasallos acudieron con las armas al servicio del Rey. Ra- ro caso de equilibrio y talento que explica muy bien el que, se- — 45 — gún la historia, fuera esta señora muy amada por su marido el Adelantado Don Antonio de Padilla, Señor de Santa Gadea. Cosas semejantes podríamos decir de otra señora muy notable de esta familia, Doña Ana Manrique, casada con el se- gundo Conde de Castrogeriz Don Rodrigo de Mendoza (tio abuelo del primer Marqués de Cañete) que también falleció pronto dejándola a ella al frente de sus estados, en cuyo go- bierno demostró las más grandes condiciones, como lo había hecho su prima Doña María. Era Doña Ana Manrique nieta del poeta Gómez Manrique, Corregidor de Toledo, que estuvo casado con la altísima y distinguidísima señora Camarera de la Reina Isabel, Doña Juana de Mendoza, la que fué guarda mayor de las damas de palacio. Nunca acaso en la historia hu- bo una Corte donde más sé velara por la pureza de costum- bres y la limpia elegancia de modales y modos de vivir de las damas de la Corte, de suerte que todas las casas principales de Castilla y Aragón confiaban sus hijas jóvenes a Doña Jua- na, para que vivieran en torno de la Reina Isabel y aprendie- ran de ella, con su genial instinto de gobernante, toda la gama de las virtudes y toda la distinción de las grandes señoras co- mo supieron serlo las españolas de aquella época. Entre esas damas jóvenes se educó Doña Ana. El férreo Duque

Hijo de Don Gabriel Manrique, primer Conde de Osorno —que murió en Mayo de 1482— y de Doña Aldonza de Vive- ro fué el segundo Conde de Osorno Don Pedro Manrique, que peleó varonilmente en las guerras de Granada desde el princi- pio, pues fué en 1483 con el Rey a defender Alhama, hallándo- se después en casi todos los asaltos y conquistas de fortalezas y ciudades. Este es el que casó en primeras nupcias con Doña Teresa de Toledo Enríquez, hija del primer Duque de Alba, prima hermana de Fernando el Católico, de la que ya hemos hablado y en la que tuvo a su descendiente y sucesor en el condado Don Garci-Fernández Manrique abuelo de Don Gar- cía- Hurtado de Mendoza. Y en segundas nupcias casó Don Pe- dro con Doña María de Cabrera Bobadilla, hermana de la pri- mera Marquesa de Cañete e hija del primer Marqués de Moya Don Andrés Cabrera y de la más íntima amiga de la infancia de Isabel la Católica, Doña Beatriz de Bobadilla. De estos se- ñores Marqueses de Moya, figuras de primera fila en la his- toria de aquel reinado glorioso, no es necesario hablar aquí. Ni tampoco explicar quién fuera don García Alvarez de Tole- do, primer Duque de Alba y tío de Fernando el Católico, ni la lealtad inquebrantable que tuvo a este Rey el segundo Duque de Alba D>on Fadrique Alvarez de Toledo modelo de caballero perfecto e intachable; firmísimo sostén del trono en las dispu- tas y dificultades que siguieron a la muerte de la Reina Isa- bel y fueron suscitadas por su frivolo yerno Felipe I el Hermo- so; bastando recordar la muerte heroica de su primogénito Don García de Toledo que en la jornada de la isla de los Ger- bes en 1510 cayó dejando a su alrededor el testimonio de su bravura en los muchos cadáveres de enemigos que rodearon el suyo; y cuando un emisario vino a contar el desastre a su padre, el Duque Don Fadrique, y no atreviéndose a hablarle de la suerte que corriera Don García, se alargara explicán- dolé todos los detalles de aquella derrota hasta que los es-1 pañoles mandados por el gran general Pedro Navarro volvie- ron a embarcarse, preguntó el Duque sencillamente: —¿Y Don García? —Murió rodeado de cadáveres enemigos. —¡Oh, buen hijo!— fué el único comentario de aquel hom- bre, todo hierro, esfuerzo, hidalguia y espíritu de sacrificio, para quien la vida sólo valía si se ofrecía por Dios y por el Rey; y no se le oyó una sola queja de la suerte, para él en- vidiable, de su primogénito. Ni hay que explicar la extraordinaria influencia que tu- vo el hijo de Don García, el Gran Duque de Alba Don Fernan- do de Toledo, en la Corte del Emperador Carlos V y de Felipe II, por haber sido el más famoso soldado, sabio y experto en el arte militar como ninguno en su tiempo. Hay que añadir úni- camente que una hermana de Don Pedro Manrique, segundo Conde de Osorno, Doña Leonor, casó con un hermano de Doña Teresa Alvarez de Toledo Enríquez, llamado Don García, tío por lo tanto del que murió en la isla de los Gerbes y primo car- nal de Don Fernando de Aragón Enríquez, el Rey Católico. Don Pedro Manrique segundo Conde de Osorno fué uno de los señores más estimados de la época de los Reyes Cató- licos en que le tocó vivir, interviniendo valerosamente en las guerras y en los espectaculares sucesos de aquel reinado. Es- te era aquél que junto con su madre Doña Aldonza cayó pri- sionero de Lope Vázquez de Acuña y fué llevado a Huete en 1674. Lo mismo que su padre fué Comendador Mayor de Cas- tilla de la Orden de Santiago; cargo de extraordinaria impor- tancia, el primero (junto con el Comendador Mayor de León) después del de Maestre de aquella Orden, importancia que aún fué mayor cuando, después de haber muerto en Llerena, el 1° de Julio de 1493 Don Alonso de Cárdenas, la dignidad de Maestre quedó incorporada definitivamente a la persona del soberano. Antes de esta fecha el Maestre de Santiago se colocaba en orden de precedencia el primero inmediatamente después del Rey, del Príncipe heredero y de los Infantes, siguiéndole lúe- go el Duque que precedía a todos los demás que era siempre el de Medinasidonia por ser su título el primero de éstos que se concedió, en 1445. Cuando después de la muerte de Isabel la Católica en 1504 quedó su esposo Don Fernando gobernan- do a Castilla, uno de los hombres en que depositó su máxima confianza fué Hernando de Vega, señor de Grajal; el cual en el momento culminante de su influencia y prosperidad en 1512 propuso a este segundo Conde de Osorno que le renunciara la encomienda mayor de Santiago, dándole a cambio una com- pensación que le satisfaciera. Era Hernando de Vega pre- sidente del Consejo de las Ordenes militares, uno de aquellos Consejos equivalentes a los actuales Ministerios, por medio de los cuales la autoridad real ejercía sus funciones. Y aunque antiguamente la Encomienda mayor se daba por los votos de los caballeros y comendadores santiaguistas, ahora que el Rey era el Maestre de la Orden nada podía oponerse a su volun- tad y ciertamente con que él dejara hacer al Presidente del Consejo de las Ordenes lo que éste considerara más oportuno, sin mezclarse en el asunto, a la muerte de un Comendador Mayor podrían arreglarse las cosas de tal manera que fuese nombrado para sustituirle quien Hernando de Vega hubiese preferido. Cedió, pues, Don Pedro Manrique a cambio de que con- cejera una buena encomienda de la Orden a su hijo y suce- sor Don Garci- Fernández que asi la tendría segura en Su ma- no desde luego. Entre los numerosos Manriques cayó muy mal esta decisión que se consideró un hecho que demostraba la poca entereza de un noble de su alcurnia frente a un caballe- ro, de gran talento sí, pero que no tenía tan poderosos parien- tes como el Conde de Osorno. Y el Gran Capitán le dirigió una carta severa en tono de reproche. Pero el Conde era tenido por hombre prudente y avisado y no hizo caso de esas obser- vaciones porque lo que le preocupaba era asegurar a su hijo una dignidad importante dentro de la Orden de Santiago; y bien puede creerse que ninguno de los otros Manriques tenia tanto interés en ello como el propio padre, el cual murió poco después en 1616. Doña Inés la defensora de su esposo

La razón de haber intervenido Don Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, en aquel asunto, está en que él era casado con una gran señora, Doña María Manrique. Con esto volvemos a los ocho hijos del Adelantado Pero Manrique de que antes hicimos mención. Después de Don Gómez Man- rique, Señor de Villazopeque y Cordovilla, Corregidor de To- ledo, el gran poeta casado con la Camarera Doña Juana de Mendoza, y de Don Juan, el Canónigo, venia, como vimos en su lugar, Don Fadrique Manrique, Comendador de Azuaga, que casó con una nermana del primer Conde de Feria llama- da Doña Beatriz de Figueroa.. Tuvo este matrimonio sólo cua- tro hijas y la mayor de ellas fué doña María, esposa del Gran Capitán; hermanas suyas, Francisca, casada con Don Luis Portocarrero (cuyo hijo fué el primer Conde de Palma), otra que casó con Francisco Manrique, Señor de Almansa, y final- mente Leonor que fué esposa de Pero Carrillo hermano de Alonso de Montemayor, Señor de Alcaudete. Y también por aquí nos encontramos con una tremenda historia de la que fué protagonista una mujer de esta fami- lia: Doña Inés de Barrientos Manrique (hija de Pedro Ba- rrientes y de María Manrique cuyo padre fué Juan Hurtado de Mendoza, Señor de Cañete) que casó con Luis Carrillo de Albornoz, Señor de Torralba y Beteta. Estos Carrillos de Al- bornoz, de los que es forzoso hablar por su parentesco con Don García de Mendoza, descendían de un hermano del fa- moso Cardenal Gil de Albornoz, llamado Micer Fernán Gó- mez de Albornoz, que fué Copero Mayor del Rey Alfonso XI. Nieta de Fernán Gómez fué Doña Beatriz Albornoz que casó con Diego Hurtado de Mendoza, Señor de Cañete, hijo del Montero Mayor del Rey Don Juan II, a quien hemos hecho referencia, y bisabuelo del primer Marqués de Cañete. Una tía carnal de esta Beatriz de Albornoz fué Doña. Urraca de - 50 ~ Albornoz que casó con Gómez Carrillo creando el linaje Ca- rrillo de Albornoz; y su nieto Pero Carrillo de Albornoz, un distinguido, capitán que al mando de un fuerte escuadrón de hombres de armas marchó en 1490 a Bretaña a las órdenes del Conde de Salinas para defender a la soberana de ese es- tado independiente, la Duquesa Ana (sobrina-nieta de Fer- nando el Católico) cuando el Rey Carlos VIII quiso —y pudo finalmente— incorporar aquellos estados a la corona de Francia, casándose con la bella, virtuosísima y coja Duque- sa niña. Don Luis, Señor de Torralba y Beteta, el que casó con Doña Inés Barrientos Manrique era hijo de este esforzado caballero Don Pero Carrillo de Albornoz Maestresala de En- rique IV y de los Reyes Católicos, y de su esposa Doña Men- cía de Mendoza. Fué Don Luis hombre de grandes condicio- nes personales y uno de los que más se hicieron apreciar en- tre los caballeros notables de su tiempo, ocupando el cargo de Alcalde Mayor (o Juez de Apelación) de los Hijosdalgo, La madre de Don Luis fué Doña Mencía de Mendoza herma- na del segundo Conde de Tendilla y primer Marqués de Mondejar, Embajador de los Reyes Católicos en Roma. Hemos llegado al reinado del Emperador Carlos V; con- tra él surgió uno de estos volcánicos movimientos de revuel- ta popular que bajo la embriaguez de soflamas engañosas sacuden epilépticamente de vez en cuando a las naciones, el movimiento de las Comunidades, tan ensalzado por la falsa historia decimonónica hecha más de hojarasca literaria que de rigor científico. Saqueos, incendios, violaciones, asesinatos, sacrilegios y robos de vasos sagrados en las Iglesias, toda clase de atropellos, aún los más insensatos, señalan el paso de los comuneros por la historia de España. Hallábase el ma- trimonio Carrillo en Cuenca donde era Don Luis muy consi- derado, hasta que los comuneros que a nada tuvieron respeto se lo perdieron también a él y un día que pasaba рот las ca- lles montado en una muía le injuriaron, burlándose y su- biéndose en las ancas de su cabalgadura: —Anda, Luis Cerrillo— le decían, trayéndole y lleván- dole de aquí para allá con grandes risas. Salvó, sin embargo, la vida que muchos otros en caso semejante perdieron sin cansa alguna. Pero Doña Inés no pu- do tolerar la afrenta aunque supo muy bien disimularla co- mo mujer, convidando a cenar poco después a dos de los je- fes principales de los comuneros, un tal Calahorra y otro lla- mado "el Frenero" que se habían adueñado de la ciudad y mandaban en ella a su antojo. Acudieron ellos al convite de Doña Inés y sin grandes esfuerzos nos la podemos imaginar con sus mejores galas, luciendo cuanta riqueza deslumbran- te tuviera en su casa y haciendo uso al mismo tiempo de to- das sus gracias personales y de su sonrisa mejor dibujada. Comieron y bebieron el Frenero y el Calahorra los fuertes vi- nos de la tierra y cuando se les hubieron subido a la cabeza los separó ella hábilmente invitándoles a dormir en habita- ciones distintas; y ya dormidos los mandó matar haciéndo- les colgar luego de las ventanas de su casa que daban a la calle donde su marido había sido humillado, injuriado y mal- tratado. Puede parecer desproporcionada la venganza si sólo se mira a los empellones y burlas de que hicieron objeto a Don Luis Carrillo; pero no olvidemos que era éste Señor de To- rralba y Beteta y que los señoríos entonces llevaban consigo la jurisdicción civil y criminal alta y baja, mero y mixto im- perio, es decir, que estaban investidos de una delegación de la autoridad suprema del Estado, que es la que había que- dado enteramente subvertida en el movimiento de los comu- neros. Además el Calahorra y el Frenero hubieron de pagar no sótlo descortesías sino crimenes de todo orden que por los suyos y acaso por ellos mismos se cometieron. Siguiendo con los nietos de aquellos ocho hijos del Ade- lantado de León Don Pero Manrique y de Doña Leonor de Castilla volvamos ahora al linaje primogénito de los Duques de Nájera. Su hijo y heredero Don Antonio Manrique de La- ra el segundo Duque, tuvo en los breves años que vivió con ese título, una posición no menos importante siendo muy querido de aquel soberano y de su sucesor el Emperador Carlos V. En 1519 fué nombrado caballero del Toisón de Oro en Barcelona y lo mismo que se había distinguido como cor- tesano culto, señor de sus estados justo y bondadoso, y vir- tuoso y cristiano caballero, supo emular la gloria de su pa- dre cuando en 1521 el ejército francés al mando del Señor de Lesparre invadió Navarra de donde fué expulsado por es- te segundo Duque de Nájera que acudió con gran número de hombres de armas, caballería ligera e infantería, en par- te levantados a su costa y que con su talento supo dirigir a la victoria: mandaba él en efecto el ejército castellano en la batalla de Noain en la que quedaron en el campo o cayeron prisioneros más de 6.000 franceses, entre ellos su general y casi todos los principales capitanes. Casó con Doña Juana de Cardona hija del primer Duque Don Juan de Cardona y de Doña Aldonza Enríquez, hermana ésta de la Reina de Ara- gón; era, pues, la segunda Duquesa de Nájera prima carnal del Rey Católico. Y el Duque Don Antonio Manrique fué tan gran señor y se hacía acompañar siempre de un séquito tan importante y lucido, que en cierta ocasión en que se presen- tó ante el Emperador Carlos V, se oyó que la Emperatriz le decía: "Más viene el Duque a que le veamos, que a vernos". Ni quedó ahí el parentesco con la Casa Real. El segun- do Duque de Cardona Don Fernando Folch de Cardona casó a su vez con Doña Francisca Manrique de Lara hermana de. Don Antonio Manrique. Don Fernando Folch de Cardona tu • vo una gran posición en la Corte de Carlos V por el paren- tesco que tenía con el abuelo del Emperador. Una hija de es- te Don Fernando y de Doña Francisca Manrique, hija única que heredó sus títulos y estados, casó con el Duque de Se- gorbe cuyo abuelo Don Enrique de Aragón —uno de los In- fantes de Aragón de las coplas de Jorge Manrique— era her- mano del Rey Don Juan II, padre de Fernando el Católico. Hermano de Don Antonio Manrique de Lara el segundo Duque de Nájera, fué Don Pedro que casó con Doña Isabel de Mendoza hija de Don Pedro Carrillo de Albornoz el fa- moso capitán de hombres de armas que fué a Bretaña con - 53 ~ el Conde dé Salinas, y de Doña Mencía de Mendoza. También casaron con grandes personajes las hermanas de Don An- tonio y Don Pedro Manrique de Lara. Por lo que se refiere a la descendencia del Maestre Don Rodrigo Manrique, su sucesor el segundo jConde de Paredes don Pedro, casó con Doña Leonor de Acuña hija del Conde de Buendía. Era Don Pedro de Acuña, primer Conde de Buendía, hermano del Arzobispo de Toledo Don Alonso Ca- rrillo y de aquel Lope Vázquez de Acuña, Alcaide y luego Duque de Huete que "tomó presa a Doña Aldonza Vivero pri- mera Condesa de Osorno; y le sucedió su hijo Don Lope Vázquez, segundo Conde, casado con Doña Inés Enríquez tía del Rey Católico, una más de esta poderosa familia tan en- troncada con la de los Manriques. Los hijos del segundo Conde de Paredes de Nava muerto en 1481 y de Doña Leo- nor de Acuña fueron varios; de entre ellos nos fijamos aho- ra en Don Pedro Manrique tercer Conde y sus hermanas Do- ña Inés y Doña Magdalena. Este tercer Conde de Paredes casó en 1491 con Isabel Chacón, hija de Don Juan Chacón Adelantado de Murcia. Era éste una de las más grandes personalidades de la Corte de los Reyes Católicos que tenían en él depositada su má- xima confianza. Hombre virtuosísimo, y cuyos padres habían ya servido en la Corte de Castilla, lo hicieron Contador Ma- yor, Comendador y Trece de la Orden de Santiago y uno de los miembros más escuchados de su Consejo Real. Cuando en 1491 marcharon los Reyes Católicos al cerco, de Grana- da fué Don Juan Chacón el que se quedó en Córdoba tenien- do a su cargo a las Infantas junto con las damas de la Corte que las acompañaban; y más adelante tuvo también a su car- go la persona del príncipe Don Juan a quien asistió hasta el momento de su muerte en 1497. Pues bien, siendo ya viudo desde hacía años casó en se- gundas nupcias Don Juan Chacón el mismo año 1491 con una hermana de su yerno, Doña Inés Manrique, mujer extraordi- naria que figuraba en la Corte como una de las damas más dis- tinguidas y que en ella había llamado la atención por su gran virtud y señorío: en 1498 la Reina Isabel le nombró su Cama- rera Mayor y a Juan Chacón su Mayordomo Mayor. Y la ter- cera hermana del Conde de Paredes y de Doña Inés, llamada Doña Magdalena Manrique, contrajo matrimonio con otro hijo de Don Juan Chacón, Don Pedro Fajardo, que luego fué pri- mer Marqués de los Vélez. Este último matrimonio se anu- ló y Doña Magdalena se fué monja al Monasterio de Calaba- zanos de la Orden de Santa Clara fundado y sostenido por los Manrique; fallecido Juan Chacón en 1503 después de ha- ber tenido tres hijos de su segunda esposa, también ésta,"la ejemplar señora Doña Inés Manrique se retiró al mismo mo- nasterio no ya como monja sino en calidad de viuda recogida a la oración. Pero cuando en 1527 nació el Príncipe Don Felipe que lue- go sucedería en el trono a su padre el Emperador Carlos V, és- te pidió a Doña Inés Manrique que viniera a la Corte para que lo criase con el cargo de aya suya y de su hermana la Infanta Doña María; y ella así lo hizo hasta que en 1535 habiendo sido designado ayo del Príncipe Felipe el Comendador Mayor de Castilla Don Juan de Zúñiga, volvió Inés Manrique nueva- mente al convento donde acabó sus días. Extraordinaria vida la de esta dama, de soltera una de la más brillantes y admira- das en la Corte de los Reyes Católicos, de viuda la más respe- tada como aya del Príncipe heredero, especialmente cuando el Emperador andaba ausente por lejanas tierras, y siem- pre modelo de verdadera elegancia en su conducta y ejemplo de severa dignidad, con cuyas cualidades supo vivir en el con- vento como gran dama y en la corte en la forma ejemplar de una religiosa. Hijo de este tercer Conde de Paredes y de Doña Isabel Chacón fué el cuarto Conde llamado también Pero Manrique, que casó con una prima suya hija de Don Luis Manrique Mar- qués de Aguilar de Campoo, que se llamó Doña Inés. Y entre los varios hijos de este matrimonio figura Doña Isabel Man- rique tan bella como culta, que hablaba corriente y fácilmen- te el latín, escribía con soltura y destacó en suma tanto por el garbo de su presencia como por la viveza de su entendi- miento, - S'5 -

Madrinas de la ciudad de Osomo

También Don Garci-Fernández Manrique el tercer Con- de de Osorno, ocupó un sobresaliente lugar en la España de la época del Emperador. Este era el padre de Doña Maria Mag- dalena Manrique de Lara y Luna, por la cual empezamos este relato y que fué mujer de gran prudencia, excelente juicio, pu- reza de costumbres y general aprecio, habiéndola hecho Feli- pe II, después de la muerte de su esposa, Aya de las Infan- tas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela. La madre de Do- ña María Magdalena fué Doña María de Luna, hija de Don Al- varo de Luna, Señor de Fuentidueña, Copero mayor del Rey (que murió en 1517) nieto del famoso Condestable Don Al- varo de Luna, primer Ministro de Don Juan II, que también fué Señor de Cañete por haber heredado este señorío de su padre Don Alvaro de Luna Copero Mayor del Rey Don Enri- que III. La madre de Doña María de Luna fué Isabel de Bo- badilla, dama de la Reina Católica y hermana de Beatriz la Marquesa de Moya. Al mismo tiempo que el matrimonio de Garci-Fernán- dez y Doña María de Luna tuvo lugar en 1506, el de un her- mano de ella, Don Pedro, con una hermana de él, Doña Al- donza Manrique. Fué Don Pedro de Luna, Señor de Fuenti- dueña, tan casquivano que entre sus parientes formaron un consejo de familia que decidió elegir las damas del séquito de Doña Aldonza evitando que las eligiera él, bajo la amenaza de obtener del Rey que lo enviara a servir a Orán cada vez que no se ajustara a lo convenido. Una hija de Doña Aldonza y Don Pedro llamada Mencía casó con uno de los más encum- brados e influyentes señores del reinado de Carlos V, Don Francisco de Zúñiga y Avellaneda, Conde de Miranda, Mayor- domo de la Emperatriz, Virrey de Navarra, Caballero del Toi- són de Oro, que gozó de gran estima de su soberano. Éste tercer Conde de Osorno al que nos venimos refirien- do, fué también un valeroso capitán que estuvo con su tío el Duque de Alba en toda la guerra de Navarra en 1512, sopor- tando sitiado en Pamplona los ataques del ejército francés que fué finalmente rechazado.Cuando en 1521 un nuevo ejército enviado por Francisco I de Francia invadió Navarra aprove- chando el desorden y el debilitamiento producido por lá gue- rra de las comunidades, nuevamente fué Don Garci-Fernán- dez a resistirle a la órdenes de Don Antonio Manrique de La- ra, segundo Duque de Nájera, asistiendo con él a la batalla de Noain. Por sus servicios en esta ocasión y en las luchas con- tra los comuneros le hizo el Emperador Asistente de Sevilla, cargo que llevaba consigo la Capitanía general de las tropas de toda la región, además de asumir la autoridad suprema en aquella ciudad. Don Garci-Fernández Manrique fué Presidente del Conse- jo de Indias desde 1531 hasta que murió en 1546, o sea du- rante toda la etapa de la ida al Perú de Almagro y Pizarro, y de la extraordinaria hazaña de Pedro de Valdivia al penetrar hacia el sur en los desiertos tras los cuales se escondía la ac- tual nación chilena esperando desde hacía siglos que su es- fuerzo viniera a darle vida y su talento y su sangre le mar- caran para siempre con el sello de la fecundidad en la cultu- ra y la actividad espiritual y material. A Don Garci-Fernán- dez Manrique como Presidente del Consejo de Indias tuvie- ron que llegar por lo tanto las noticias del descubrimiento y conquista del Perú y de las increíbles proezas de Francisco Pizarro a quien es probable que propusiera, admirado de su valor y su talento, para el título de Marqués. El tuvo conocimiento, a no dudarlo, antes que nadie en Eu- ropa de que Almagro con sus caballeros había llegado a una región de nieves eternas y tórridos desiertos, en donde iban quedando unos tras otros sus compañeros de armas y que a su regreso contó que aquél inhóspito paraje se denominaba Chili por los naturales; él supo de los sufrimientos y priva- ciones, de la tenacidad y de la audacia de aquellos 150 hom- bres que acompañaron a Valdivia cuando fundó Santiago del — 57 —

Nuevo Extremo; a él vendrían, selladas y con el sobrescrito dirigido a la Sacra, Cesárea, Real Majestad, las primeras car- tas que, abiertas por sus manos, contenían los relatos hechoe por el propio Gobernador de Chile de aquellos hechos increí- bles y prodigiosos-, y él sería quien con faz serena y conteni- da emoción las llevaría a su augusto destinatario o al Prín- cipe-Regente Don Felipe que, en ausencia de aquél, dirigía los destinos de un Imperio que se ensanchaba día tras día al ga- lopar de los caballos con que recorrían el Nuevo Mundo los conquistadores españoles. Este Conde de Osorno, con su consuegro Don Diego Hur- tado de Mendoza, primer Marqués de Cañete, el Consejero de Estado y Guerra de Su Majestad, (cuñado suyo, pues ambos estaban casados con dos hermanas, hijas del Marqués de Mo- ya) debieron comentar —¡con qué alborozo patriótico y es- peranzada admiración! — aquellos lejanos y extraordinarios «ucesos calculando, como graves y sesudos hombres de es- tado, la trascendencia que en el futuro podrían tener pa- ra el porvenir de lo hispano y para el bien general de la cris- tiandad, a través de los siglos. Nos complacemos en imaginar que en las visitas recípro- cas entre miembros prominentes de este linaje de los Man- rique —el Marqués de Aguilar de Campoo, Don Juan Fernán- dez Manrique, Embajador en Roma y Virrey de Cataluña, Don Francisco de Zúñiga Conde Miranda, el Duque de Segorbe y de Cardona— y en los acontecimientos familiares, bodas, festividades solemnes, saraos en el Palacio Real, surgirían los nombres de Atacama y Copiapó, la cordillera nevada y el valle del Mapocho, el evocador Valparaíso y las ciudades de Santiago y La Serena. Hablarían de esto Osorno y el segun- do Marqués de Cañete, con los parientes colocados en los pues- tos de mayor influencia y responsabilidad de aquella gran monarquía, con los Enríquez, los Castilla, los Manuel, los Cardona, los Alba y los Segorbe, de sangre real; con los Ná- jera y los Alburquerque; con los graves Comendadores de las Ordenes de Santiago, de Alcántara o de Calatrava que lleva- ban sus apellidos; con los Adelantados y caballeros del Toisón — 58 — de Oro, los señores y títulos de Castilla de su sangre y lina- je. De este modo fácilmente qued^ explicado el que Don An- drés Hurtado de Mendoza, segundo Marqués de Cañete, pasara al legendario y remoto Perú «orno Virrey y pudiera mandar a su hijo Don García de Mendoza a recoger la sucesión de Pe- dro de Valdivia, pacificar el Arauco, avanzar hasta el Relon- caví, dar tema a las estrofas de Don Alonso de Ercilla y vida próspera y prolongada en la hondura de los siglos a la nueva Osorno. Don García Hurtado de Mendoza, que se llamó como su abuelo el Presidente del Consejo de Indias, Don Garci-Fernán- dez Manrique, llevó a cabo esta fundación pensando en su ma- dre Doña María Magdalena y en honor suyo, como antes Pe- dro de Valdivia había querido hacer surgir esta ciudad раг.ч -que llevara el nombre de su esposa Doña Marina de Gaete. Junto a estos dos bellos nombres de mujer se destacan sobre el horizonte de lagos y volcanes, de fértiles llanuras y nevadas cimas, otras siluetas femeninas que contribuyeron al encum- bramiento y prestigio de esta familia y por lo tanto a la ve- nida a Chile de Don García. Aquella primera Condesa de Osorno capaz de enfrentarse con un rey y hacer prisionero a un grande de Castilla y que al quedar viuda en 1482 decidió firmar hasta su muerte sucedida en 1509, "la más triste con- desa" ; Doña Guiomar de Castro de cuya gran belleza se ena- moró Enrique IV de Castilla; y Doña Mencía Enríquez la que vendió sus joyas, tierras y bienes para rescatar a su espo- so el Conde de Castañeda; y Doña María Manrique la buena moza, modelo en la administración de justicia y el buen go- bierno de sus vasallos; y Doña Ana Manrique la prudente Condesa de Castrogeriz; y Doña Isabel la elegante latinista; y Doña Inés Barrientes Manrique, la buena esposa que col- gó de una ventana a los villanos que maltrataron a su señor; y sobre todas la palaciega y magnífica silueta de Doña Inés Manrique, aya de Felipe II, de cuyas altas virtudes puede juz- garse por las que supo inculcar a aquel Príncipe. Sirviendo de cortejo a tan principales señoras surgen los nombres de los esclarecidos personajes, el Conde Don Man- — 59 — rique de Lara "por la gracia de Dios", los Duques y Príncipes de Narbona que acuñaban moneda y hacían mercedes como soberanos; y el Adelantado Mayor de Castilla Don Diego Gó- mez Manrique muerto en Aljubarrota; y los Duques de Náje- ra y de Galisteo y el Maestre de Santiago Don Rodrigo; y su hijo Jorge inmortal entre los poetas inmortales; y Don Gó- mez Manrique el que llevó al Rey de Portugal el cartel de de- safío de Fernando el Católico y entre lance y lance de gue- rra escribía su "Batalla de Amores" y preparaba el nacimien- to del teatro español; y el doncel Don Pedro, su hermano, tro- vador en la corte de Juan II; y aquel Conde de las Amayuelas que por su claro ingenio recibió el título de Conservador per- petuo del estudio de la Universidad de Salamanca, mientras los Condes de Osorno ejercían el de Alguacil Mayor de la Chancillería de Valladolid, supremo tribunal de justicia; y de ios innumerables prelados, Cardenales, y religiosos de santa vida y los miembros y Presidentes del Consejo del Rey y de las Ordenes militares y de las Indias. Damas y guerreros famosos, consejeros llenos de expe- riencia y sabiduría, Príncipes de la Iglesia y poetas admira- bles fueron situando este apellido Manrique en la intimidad de los soberanos y ganándole su confianza completa tras si- glos y siglos de merecimientos. Todo ello hizo falta para que un día, un Gobernador de Chile, Don García Hurtado de Men- doza y Manrique de Lara, llegase a la vista de un río, al que llamó de las Damas y de un imponente volcán, embozado en nieve y acaso humeante en su cumbre, cuya majestad le re- cordó la grandeza de su casa y del nombre de Osorno con que lo bautizó. Así, traída a la vida por los méritos de tan nobles señores y las finas manos de estas damas que figuran en su genealo- gía, nació la ciudad de Osorno del Reino de Chile.