Lección inaugural

16 de agosto de 2021

Carmen López – Portillo Romano

Honorables miembros de los consejos universitario y académico,

Docentes y estudiantes de este Claustro,

Jóvenes que por primera vez nos acompañan,

Amigas, amigos de esta casa de estudios:

Todavía es el tiempo de la espera, ese tiempo que hay que dejar pasar y que, a veces, nos separa del porvenir. La espera, es cierto, es la presencia en el alma de una ausencia, es la conciencia de la carencia que lo ocupa todo. Pero si nos concentramos en la espera vamos a perdernos del presente, a privarnos del aquí y del ahora, de su sentido.

Nos volveremos a ver, falta menos, falta poco; mientras tanto, ocupémonos del cuidado y encontremos una actividad propiciatoria para evitar que esfumemos el tiempo intermedio entre el instante que

1 vivimos y el porvenir esperado: hagamos de la esperanza un ejercicio de la voluntad para conformar el tiempo y agradecerlo. No privilegiemos sólo la presencia, la mirada o la imagen, aunque pensemos que una imagen vale más que mil palabras.

¿Cuándo empezamos a ver? ¿Cuándo las imágenes tienen algo que decirnos? ¿Cuándo cobra sentido lo que vemos?

Vemos, de verdad vemos, cuando podemos nombrar lo que nuestros ojos o nuestro corazón perciben, lo que intuimos, lo aparente, lo tangible y lo intangible, lo real y lo que no lo es.

El mundo aparece cuando podemos articular con palabras lo que vemos: cómo existimos, qué sentimos, cómo interpretamos lo que vemos, lo que vivimos, lo que nos pasa, lo que guardamos en la memoria o en la piel, lo que imaginamos y lo que soñamos. Vemos cuando decimos lo que vemos. El privilegio del habla es hacer comprensible el mundo y lo que somos, aproximación y vislumbramiento. Las palabras son a la manera del tiempo y de la vida, fluyen, siempre se dicen sin acabar de decirse, a veces son también silencio.

2 Tal vez en eso radique el milagro de la existencia humana, en la posibilidad de darnos en la palabra. Con palabras sostenemos los sueños que nos atraviesan y que le dan sentido a la vida. ¡Nos volveremos a ver! Con palabras construimos la propia existencia, con palabras dichas o calladas, con palabras huidizas, fugaces, instantáneas construimos esta realidad indefinible, inapresable y maravillosa. Con palabras salvamos la distancia, el infinito que nos separa, para confesar el milagro de la coincidencia y afirmar que ¡nos volveremos a ver!

Hoy, ante una realidad que nos impone distancia y cuidado, me valgo de la palabra para descubrirles este Claustro. Con más de mil palabras, tres mil seiscientas veintinueve, para ser exacta, y el privilegio de la voz, del encuentro y de la escucha, quiero recorrer el Claustro con ustedes, contarles de esta casa en la que pronto nos veremos.

La vida, los caminos de la vida, el azar o el destino, su libertad, su vocación o sus sueños, los acercaron a este Claustro en donde espero que aprendan a salir de sí para mirarse, espero que encuentren aquí su

3 ser y su mirada, que aprendan a valorar la palabra y a encontrar su propia voz.

Conócete a ti mismo, sugería el Oráculo de Delfos a los jóvenes atenienses. Y ese mismo consejo es el que hoy puedo darles. Les invito a cruzar en este Claustro, ese primer umbral, iniciar así la ventura, esta aventura compleja e indefinida que refiere a la conciencia de sí, al sentimiento de permanencia y continuidad que nos habita, al reconocimiento de las diferencias, los deseos y las fracturas.

¿Alguna vez se han preguntado sobre los elementos causales y casuales que han hecho de ustedes ser quienes son? La carga genética, el inconsciente, la conciencia, esas dimensiones que explicamos desde lo divino o lo biológico y neuronal; la influencia del entorno familiar y social, el sistema cultural, económico en el que han crecido; el azar, los cruces y las tangencias con los otros; en fin, todos los elementos que han incidido en su vida y que, en última instancia, refieren a la libertad, esa sensación, tal vez ilusoria, que tenemos de que podemos elegir no solamente qué hacer, con quién vincularnos, qué camino recorrer, sino

4 cómo ser, cómo responder ante ese mundo, esa realidad que no depende de nosotros. De nosotros depende la respuesta. Por eso es importante conocer, contar con el saber que nos permita valorar lo que nos aparece para elegir aquello que nos conduzca a vivir una vida que valga la pena ser vivida.

Ojalá la sugerencia de Delfos sea la primera puerta que abran en este

Claustro, y que esa incógnita sobre el ser que son se erija como la estrella polar de su paso por esta casa y en su vida; primer enigma que abre el saber al tiempo, primera pregunta que interroga sobre la propia identidad, núcleo fluyente de la conciencia de sí, que se sostiene en las dimensiones de la memoria y de la voluntad, de la valoración y la elección.

La segunda puerta que los invito a abrir, el segundo enigma a enfrentar, es el conocimiento de sus semejantes, de esos otros, de esas otras que son constitutivos de lo que cada uno es. Somos porque el otro es con nosotros, nuestro ser se cumple por la presencia, por la mirada que el otro nos dirige, por la palabra que la otra nos dona. Por eso la pregunta

5 por el otro debe nacer de la gracia, no con la intención de dominarlo, de utilizarlo; no por interés, sino por amor, sin dobles intenciones, sin otro propósito que la proximidad, el cuidado, la responsabilidad que ante él o ella tenemos. Creo que sólo a través de la simpatía, de la compasión, podemos aproximarnos a los demás. El amor no es una mercancía, ni algo que se cumple por contrato, no es una recompensa, tampoco un pago, no implica un borramiento de sí o del otro; el amor se cumple sin razones ni intereses, el amor se da como transitividad pura, ímpetu que nos abre al otro sin garantías y sin seguros; el amor ni siquiera implica una relación, sino un encuentro, una tangencia cuyo valor no es más que ese aventurarse inocente y gracioso al otro, a la otra, por exceso y no por carencia. El amor nos permite salir de nosotros, romper el narcisismo complaciente del yo o su misteriosa soledad y propiciar que la alteridad emerja: inauguración de un nosotros. A partir de la intuición de los demás, de ese vislumbre, de esa proximidad, es posible que podamos construir la dimensión de una comunidad, festejar la pertenencia y las coincidencias que le dan sentido a lo que somos.

6 En la antigüedad, como muestra de amistad, de amor, las personas solían partir una tablilla en dos, a fin de reconocer en el tiempo, el vínculo que los unía. Ese gesto de unión y de reconocimiento de las partes era llamado en Grecia, Symbolon; tessera hospitalis la llamaban los latinos para significar que el anfitrión y el huésped reconocían su participación en la unidad y lo valoraban.

La hospitalidad significa la disposición de ánimo, la voluntad, el compromiso y la responsabilidad de dejar el espacio en el que uno ha sido recibido, mejor, más amable, más rico que cuando lo encontramos.

Estoy segura de que cada uno, cada una de ustedes sabrá honrar el sentido de la hospitalidad y dejará esta comunidad, este nosotros que somos, esta casa, mejor de como la encontraron.

Ayer alguien me recordó la ecuación de Dirac, esa fórmula que describe un fenómeno entre partículas del mundo subatómico y que me hizo pensar en lo que sucede en al ámbito humano.

Si dos sistemas interactúan uno con el otro durante un cierto período de tiempo y luego se separan, lo podemos describir como dos sistemas

7 separados, pero de alguna manera sutil están convertidos en un solo sistema. Uno de ellos sigue influyendo en el otro, a pesar de kilómetros de distancia o años luz.1

Esto ha sido llamado el entrelazamiento cuántico o conexión cuántica en la que, a pesar de la distancia, cualquier distancia, la conexión entre partículas es instantánea.

Y esto que les cuento viene al caso porque eso que sucede en el microcosmos sucede, me parece, también entre los seres humanos. La convivencia, la vida compartida, unen a pesar de que el tiempo y el espacio nos distancien.

A partir de ahora, ustedes serán lo que son, lo que son siendo, más la experiencia del encuentro, de los encuentros, de la vida en este Claustro.

1 Véase Schrödinger, E. (1935), Discussion of probability relations between separated systems, Proc. Cambridge Philos. Soc. , 31, 555–562, p. 555, citado en: Jaeger, Gregg, y Alisa Bokulich. Philosophy of Quantum Information and Entanglement. Cambridge University Press, 2010.

8 La tercera puerta que los invito a cruzar, el tercer enigma, está dirigido al conocimiento del mundo, aspiración del saber desde el asombro, capacidad de interrogación sin fin para liberar los velos, para descubrir nuevas luminosidades y matices en el rostro del mundo. El saber y las preguntas deben surgir no por un afán de apropiación, de control y de dominio, sino por el puro placer, por el puro amor al saber y a la vida, aproximación a la geografía del espíritu, a su armonía.

A la armonía se accede quizás en la escalera, en el tránsito y la aceptación de las contradicciones y los extremos, en el subir y bajar de los peldaños, notas en el espacio con las que podemos inventar tantas melodías. Los invito a subir y a bajar las escaleras, háganlo a distintas horas, detengan su paso en cada escalón, en cada nota, denle ritmo, descubran cómo varía la realidad con la distancia y con los intervalos del tiempo, descubran cómo la altura y la duración construyen los sonidos de la realidad, aprendan a oír con los ojos y con la piel, con el corazón, con los pies, con las entrañas. Seguramente descubrirán que hay múltiples puntos de observación, distintos miradores para explicar

9 el mundo y lo que pasa. Seguramente descubrirán también que con sólo siete notas y variados ritmos y duraciones, pueden componer toda la música del universo; y que con 27 letras pueden inventar todas las palabras y, con , todas las historias, todos los recuerdos, imaginar todos los mundos y decir, por ejemplo, AJTAN GAMARACH

TANGA, una voz inventada en mi familia, que significa la peculiar experiencia del juego y de la risa compartida, el cariño y la complicidad, la tibieza de una tarde y el anuncio de la lluvia, la belleza de los contrastes y el amor a la vida.

Interróguense, cuestiónense, no se conformen con las respuestas, descubran que cada pregunta abre a más incógnitas, que el saber es ilimitado, que el velo de Isis es la superposición de velos que se extienden en el tiempo.

Acaso algún día, por un instante puedan mirar a la diosa a los ojos y descubrir en ellos, ¡oh milagro!, su propio asombro, sus propias miradas mirantes. Tal vez entonces reconozcan que el saber en realidad es, como

10 lo sugiere Argullol, la conciencia del enigma;2 que el saber es saber que hay preguntas que no tienen respuesta, y que las respuestas que nos damos, las respuestas que encontramos dependen del punto de observación desde el cual nace la mirada; que todo descubrimiento, toda develación depende también del tiempo y de la intención de verdad y de su búsqueda.

Tal vez elijan como emblema de su afán, inspirados en Sor Juana, a

Faetón, a Ícaro, ese héroe trágico y osado que se atrevió a volar hacia el sol y acercarse a la luz, aun sabiendo que se le derretirían las alas, y aceptando que el trayecto mismo valía el sacrificio.

El sentido de la vida es la vida misma, con sus riesgos y sus contradicciones, con las presencias y las ausencias, con los amores y las indiferencias, con los encuentros y las incomprensiones, con la luz y las tinieblas. El afán de la vida es la vida, y en eso reside su belleza, y en su límite, su tragedia.

2 Rafael Argullol, Aventura. Una filosofía nómada. Plaza & Janés, Barcelona, 2000, p. 70

11 Hace muchos años, casi tantos como los que yo llevo en este Claustro, fue lanzada al espacio la nave Voyager; cuando iba a abandonar nuestro sistema solar, a unos 6,000 millones de kilómetros de distancia, Carl

Sagan solicitó a la NASA que la cámara girara hacia nuestro paneta, así el 14 de febrero de 1990 la sonda tomó la última imagen de la Tierra.

Un pálido punto azul, la nombró ese astrónomo, astrofísico y divulgador de la ciencia, quien mirando esa mota de polvo, casi imperceptible, iluminada por la luz del sol, escribió:

Mira ese punto. Eso es aquí. Eso es nuestro hogar. Eso somos nosotros.

En él, todos los seres que amas, todos los que conoces, todos aquellos de los que alguna vez escuchaste, cada ser humano que ha existido, ha vivido aquí su vida. La suma de todas nuestras alegrías y sufrimientos, miles de religiones seguras de sí mismas, ideologías y doctrinas económicas, cada cazador y cada recolector, cada héroe y cada cobarde, cada creador y cada destructor de civilizaciones, cada rey y cada campesino, cada joven pareja enamorada, cada madre y cada padre, cada niño esperanzado, cada inventor y cada explorador, cada

12 maestro de moral, cada político corrupto, cada “superestrella”, cada

“líder supremo”, cada santo y pecador en la historia de nuestra especie, ha vivido ahí – en una mota de polvo suspendida en un rayo de luz.

La Tierra es un escenario muy pequeño en la vasta arena cósmica.

Piensa en los ríos de sangre vertida por todos esos generales y emperadores, que en su gloria y triunfo, se convirtieron en amos momentáneos de una fracción de un punto. Piensa en las interminables crueldades cometidas por los habitantes de una esquina del punto sobre los apenas distinguibles habitantes de alguna otra esquina. Cuán frecuentes sus malentendidos, cuán ávidos están de matarse los unos a los otros, cuán fervientes son sus odios. Nuestras posturas, nuestra importancia imaginaria, la ilusión de que ocupamos una posición privilegiada en el Universo... es desafiada por este punto de luz pálida.

… Tal vez no hay mejor demostración de la locura de los conceptos humanos que esta distante imagen de nuestro minúsculo mundo. Para mí, subraya nuestra responsabilidad de tratarnos mejor los unos a los

13 otros, y de preservar y querer ese punto azul pálido, el único hogar que siempre hemos conocido.3

Comparto esta historia con ustedes, esta reflexión, porque quiero pensar que en este Claustro sabrán tomar distancia, aprenderán a poner la vida, sus experiencias, sus afanes y preocupaciones, lo que importa, lo que les importa, en perspectiva; valorar la vida y reconocer que, en última instancia, es la vida lo que importa, la vida y lo que le da sentido.

El saber, decía, es la conciencia del enigma, saber que no sabemos, saber originario sobre el que se funda toda posibilidad de conocimiento, duda que abre el camino a la verdad sin dobles intenciones, que se opone a la razón instrumental, interesada, impositiva, unívoca.

La explicación de todo, ya lo irán descubriendo, depende del lugar que ocupa quien observa. Parménides y Heráclito tienen ambos razón: el logos común y estable, o el errante y vagabundo; trascendencia e inmanencia, inmutabilidad y fugacidad.

3 Sagan, Carl. Un punto azul pálido: una visión del futuro humano en el espacio. Barcelona: Planeta, 2003. Pp. 31-34.

14 Alejados de las cosas, con la distancia debida, pareciera que el tiempo se detiene, que nada pasa, como si el universo se congelara, inmutable, indiferente. Si nos acercamos a las superficies, nos percatamos del movimiento perpetuo, del perpetuo cambio, de la dimensión de . En los extremos de esos miradores se juega la esencia y la existencia: ese ámbito donde habitan todas las posibilidades y las alternativas.

La riqueza del conocimiento se da, precisamente, por la capacidad que tenemos de situarnos en distintas dimensiones, de iluminar el mundo con preguntas; dudar y desvelar, volver a dudar, no conformarnos con las respuestas, nunca son suficientes para entenderlo todo.

La luz del saber ilumina breves, cortas dimensiones de la obscuridad; el saber no hace más que punzar nuestra curiosidad, nuestro apetito por nuevas interrogantes, como si el horizonte de las sombras y los velos fuera el que inspirara nuestro afán.

Las respuestas han sido insuficientes para explicar el instante preciso, el punto inicial en el que se formó la materia, el espacio y el tiempo, o

15 lo que pasaba antes del Big Bang, o para explicar la relación entre lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande, la lógica de sus leyes, o para entender cómo funciona nuestro cerebro, cómo nació la conciencia, o la memoria, o la voluntad, o por qué recordamos y cómo construimos nuestros recuerdos, o por qué sentimos, por qué amamos a quienes amamos, por qué decidimos recorrer un camino y no otro; las posibilidades misteriosas de nuestro ser, el azar, o cómo el aleteo de una mariposa puede influir en nuestra vida, en la generación de huracanes o en el desarrollo del tiempo futuro. Si el saber es ilimitado, ilimitada debe ser también nuestra curiosidad. ¡No pierdan nunca ese ímpetu!

Si tienen la disposición de ánimo, este Claustro les permitirá ocupar las distancias para mirar las cosas de cerca y de lejos: subir a las azoteas, descender a los sótanos, a los vestigios, ubicarse entre las columnas o bajo las bóvedas. Descubrir que la luz y las sombras también explican el mundo. Espero que en este Claustro, que intento describirles, sean capaces de trascender de la luminosidad unitaria, monocroma, blanca y brutal del sol cenital, a los matices y variantes de los colores del

16 amanecer y de la tarde que cae; que aprendan a encontrar la belleza de los instantes y de los fragmentos, las distintas caras de la luna, la lluvia de estrellas. Transiten del deslumbramiento y del vértigo de la perfección a la apreciación de las fracturas y las polivalencias.

Han llegado a este Claustro, después del tiempo del encierro, quizás como Prometeo, para descubrir la luz, el fuego quemante de las preguntas, de las búsquedas.

Preguntas que en el silencio de las respuestas nos permiten dotarnos de alas para construir nuestros sueños de inmortalidad. Es ahí donde radica nuestra grandeza y nuestra tragedia. Por un pequeño resquicio, que seguramente descubrirán en las piedras de este Claustro, se cuela la libertad. Somos libres porque podemos preguntar, porque a pesar del silencio y de las ausencias, de las dudas y las limitaciones, somos capaces de inventarnos un alma, una imagen hecha de palabras, de asombro, de placer, de curiosidad, un alma que aspira a la verdad sabiendo que en el trayecto se nos van a derretir las alas, y aun en la caída, y acaso por ella, celebrar que por momentos hemos sido, somos

17 capaces de volar y de trazar el horizonte del vuelo; festejar que a pesar del abismo y la intemperie somos capaces de afirmar el cosmos, de darle sentido a todo aquello con lo que nos vinculamos, yo, nosotros, el mundo, en esta pequeña mota de luz que nos trasciende. Festejar que somos capaces de poner en juego nuestro ser, dudando y creando, imaginando y haciendo confluir el duelo y el instinto, equilibrando el pensamiento y el sentimiento, transitando del grito originario, de la interjección primaria del asombro, a la armonía del cosmos y la música de las estrellas, dándole a nuestra libertad, pequeña e ilusoria, fugaz y condenada, la posibilidad de inventar tiempos nuevos, de construir, de transformar esta realidad, ser capaces de ser, de responder ante lo que nos pasa, con dignidad y con grandeza.

Este Claustro, esta casa que a partir de hoy será su casa, es muestra de que es posible curarnos de la herida del tiempo. Cada columna, cada muro, cada viga, cada puerta, cada baldoza; la bóveda y el campanario, el coro bajo y el alto, las escaleras y las azoteas son muestra de la capacidad que tenemos de trascender, de la misma manera que

18 trascendemos cuando danzamos y hacemos música, cuando leemos un poema o inventamos los colores en los ojos y en las miradas de los demás, cuando descubrimos la risa cantarina de la persona amada. La risa, la risa y el humor nos rescatan del caos y de nuestras limitaciones e imperfecciones, la risa nos devuelve la dignidad, ella nos permite mirar nuestra vida a la distancia, ponerla en perspectiva. Saber que, si bien en la inmensidad del cosmos no somos nada, podemos inventarnos, abrirnos a la esperanza sabiendo que somos lo único que tenemos.

A partir de hoy y para siempre, los invito a transitar por el Claustro: no se apropien de un solo mirador, no permanezcan estáticos, no se aferren a la soberbia de los dogmas, eviten el maniqueísmo, el monólogo, la sordera y la imposición, trasciendan el pólemos y medien; aprendan a mediar, festejen los claroscuros, la polifonía, los matices, la afirmación de la vida por amor a la vida misma, fuerza vital abierta al saber. Es importante conciliar el sentido y la explicación de las miradas. Tal vez sea en el espacio abierto de los patios donde puedan propiciar el diálogo

19 y la escucha, las vivencias que las y los demás tienen del tiempo y las distancias.

Aprendan a mirarse al espejo, descubran su reflejo en los ojos otros, inventen sus rostros y descubran la pluralidad de planos de conciencia, dejen que la música fluya y que el juego de las voces aparezca, también las voces espectrales y ricas del pasado, las voces del tiempo que suenan cuando tañen las campanas, el sonido ritual que oímos cuando el tiempo se detiene y es propicio como hoy.

Nuestro tiempo es finito, pero no nuestros actos ni nuestras obras, ellas impregnan los muros y las bóvedas y se quedan rebotando en los espejos de la historia, en el trayecto de las aguas y de los vientos, en la espuma de las olas, en la luz de esa mota de polvo iluminada por el sol.

Bienvenidas, bienvenidos a esta casa, a su casa. Sean felices, disfruten de la vida, de los enigmas y del saber.

¡Nos volvemos a ver!

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