Un Filosofo Perplejo
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HENRY GEORGE AUTOR DE «LA CIENCIA DE LA ECONOMIA POLÍTICA», «¿PRO TECCIÓN O LIBRECAMBIO?», «LA CUESTIÓN DE LA TIERRA», «PROGRESO Y MISERIA», «PROBLEMAS SOCIALES», «EL CRI MEN DE LA MISERIA», «LA CONDICIÓN DEL TRABAJO», ETC. UN FILOSOFO PERPLEJO EXAMEN DE VARIAS OPINIONES DE HERBERTO SPENCER SO BRE EL PROBLEMA DE LA TIERRA, CON ALGUNAS REFE RENCIAS INCIDENTALES SOBRE SU FILOSOFÍA SINTÉTICA TRADUCCIÓN DIRECTA DEL INGLÉS, CON PRÓLOGO DE BALDOMERO ARGENTE Robert Schalkenbach Foundation 50 East 69th Street New York, N. Y. 10021 1975 Printed in the United States of America Por un puñado de plata nos ha abandonado. Por una cinta con que adornar su traje. Encon trando el regalo de que nos privó a nosotros la fortuna, perdió todos los demás que nos dejara. Borrad su nombre, después, añadid al re cuerdo de las almas perdidas una más, un deber más sin cumplir, un sendero más sin pisar, un triunfo más para el demonio, una pena más para los ángeles, una injusticia más contra el hombre y un ultraje más a Diosl R o b e r t o B r o w n in g PRÓLOGO pH l título Un filósofo perplejo que el gran Henry George puso a este libro no fué un acierto, porque no corres ponde ni a su importancia en la bibliografía georgista ni a su propio valor intrínseco. Entre todos los libros del inmortal escritor, solamente éste prescinde de los aspectos propios de la Economía polí tica para examinar el tema a la luz de los principios de filo sofía social exclusivamente. La contradicción de Spencer acerca de la propiedad privada de la tierra, enemigo de ella en Estática social, partidario de la funesta institución en La justicia, aunque sin renegar en este último de los princi pios fundamentales que en el primero le habían llevado a condenarla, es tan sólo el pretexto que sirve a Henry George para ordenar sus propios razonamientos. Aunque las incon gruencias en que cae Spencer, delatoras de la perplejidad en que estaba no el énfendimienfo del filósofo sino su voluntad, flutuante entre la convicción y la conveniencia, proporcionan el título a este libro, esas incongruencias son parte acceso ria y secundaria en este volumen, que viene a iluminar la doctrina georgista en dos aspectos muy interesantes. El primero es la naturaleza del supuesto derecho de pro piedad sobre la tierra. La afirmación esencial del georgismo, pudiera afirmarse que el eje de toda la doctrina, es la siguiente: «Nadie tiene derecho exclusivo a ün pedazo de tierra; todos tienen derechos iguales al uso y disfrute de la 8 HENRY GBORQB tierra.» Esta doble afirmación es consecuencia inmediata del derecho igual a la vida que tienen todos los seres humanos; porque siendo la tierra elemento indispensable para esa vida, nadie puede alegar preferente derecho sobre un pedazo de tierra como no se proclame al mismo tiempo su derecho preferente a vivir sobre este planeta. La propiedad privada de la tierra divide a los hombres en dos castas, no económi camente, sino jurídica y filosóficamente. Unos son los due ños de este planeta, los propietarios de la morada de la humanidad; otros son los inquilinos tolerados—á veces ni eso—de esa morada, habitantes de la tierra por condescen dencia o interés de la casta venturosa a que está asignado el dominio sobre este mundo. ¿Qué escuela jurídica aceptará esa división de los hom bres? ¿Qué doctrina filosófica puede amparar semejante cla sificación de los seres humanos? Y sobre todo, ¿qué religión pondrá su autoridad al servicio de ese interés que otorga a ana parte de los humanos todos los dones de la Divinidad y desheredando a la otra la deja huérfana y desamparada a merced de sus favorecidos semejantes? ¿Es que las leyes divinas establecerán tam bién primogenituras y vincula ciones? Desde luego, la religión cristiana no puede ser. La religión cristiana tiene fundamentos exactamente iguales al georgismo, que es en el orden social la expresión pura de los principios del Evangelio. La más grande aportación del cristianismo al sentir universal es la declaración de la común paternidad de Dios y de la universal fraternidad de los hombres. Todos los hombres son hermanos porque todos tienen un padre común, Dios nuestro Señor, que está en los cielos. Por esa declaración que hace a todos los hombres her manos como «hijos de Dios y herederos de su gloria», el cristianismo era filosóficamente incompatible con la esclavi tud. Digo incompatible filosóficamente, porque prácticamente no sólo convivieron, sino aue institutos cristianos se apro UN FILÓSOFO PERPLEJO 9 vecharon de la nefanda instilación y durante cierto tiempo el cristianismo, adulterado en boca de algunos de sus predi cadores, por la influencia de los intereses materiales, corrup tores no sólo de las conciencias y las voluntades, sino de los corazones y los pensamientos, fué el principal sostén de la doctrina blasfema que expulsaba de la progenie de Dios a centenares de miles de hombres, equiparándolos a los ani males al hacerlos objeto de propiedad. * * *^ Admitida la igualdad esencial de los hombres, es induda ble admitir la igualdad de su derecho a la vida, y, por tanto, sus iguales derechos al uso de la tierra, que para el sustento de aquella vida es indispensable. Las tres igualdades tienen un cimiento común: la ley moral. En ésta se juntan el razo namiento jurídico, el sistema filosófico y la doctrina religiosa. Es la ley moral la que otorga la tierra a todos los hombres, a los presentes y a los futuros, para que a sü paso por la vida la usen y disfruten. Pero no se la otorga a unos mejor que a otros, para qüe aquéllos puedan excluir a éstos, ni a los hombres actuales mejor que a los venideros, para que los presentes coarten el derecho de las generaciones futuras a determinar el modo para ellos más conveniente de hacer uso de la tierra. La otorgó a todos, no para que todos fueran dueños conjuntamente, sino para que nadie tuviera preferen cia. La distinción entre derechos conjuntos y derechos igua les es fundamental e importante por las consecuencias doc" trinales de su confusión. En ella cae Spencer, y al señalarla y analizarla, expresa claramente Henry George en este libro la naturaleza de ambos conceptos, las características que los separan, y las consecuencias a que la admisión de uno u otro respectivamente conduce. La negación de los derechos iguales a la tierra vulnera la ley moral. Y siendo ésta suprema rectora de la vida social, de tan inexcusable obediencia en la estructura de la sociedad como la ley de gravitación en toda estructura física, la vi®- 10 HENRY QEOROE Iación de la ley moral acarrea desviaciones, torcimientos, corrupciones, podredumbres, dolores y males que atormen tan al cuerpo social y acaban por arruinarlo y derruirlo, matando el alma de los pueblos y envileciendo hasta des truirlas las civilizaciones. Toda la sociología del georgismo está contenida en la afirmación de la ley moral. Todos los remedios del georgismo se concretan en la restauración de esa ley moral, como principio ineludible e irremplazable de la reforma social, principio sin el que son vanos cuantos esfuerzos se realicen por eludir las consecuencias, porque equivaldría a pretender que el bien se realice en la tierra con trariando lo que si para algunos es solamente regla de justi cia, para los creyentes es la voluntad de Dios. * * * En diversos libros examina Henry George someramente las razones por las cuales no es admisible la propiedad privada sobre la tierra, singularmente en Progreso y Miseria, La Cuestión de la Tierra y La Condición de! Trabajo. Pero en ninguno se consagra expresamente como en U n f i l ó s o f o p e r p l e j o a ese análisis. La contradicción de Spencer le da motivo para ir desarrollando su razonamiento. El famoso filósofo inglés escribió hacia 1850, en sus tiempos juveniles, el libro Estática Social. Punto de partida de su sistema era que cada hombre tenía derecho a omnímoda libertad sólo limitada por la libertad igual de los demás hombres. De este principio deducía rectamente el derecho de cada hombre a la integridad física, a la libertad de movi mientos y al uso de los elementos naturales, entre ellos la tierra. Las afirmaciones de Spencer coincidían exactamente con las del georgismo, como hijas ambas de una igual con vicción asequibles a todos los hombres sin otra ayuda que la luz natural. Era entonces Spencer un joven de gran talento, de libre espíritu y de corazón puro, sobre el cual no pesaban las concupiscencias que la vida, suprema tentadora, va ofre UN FILÓSOFO PERPLEJO 11 ciendo al pasar. Pero transcurrieron años. La cuestión de la tierra fué planteada en Inglaterra como un problema de política palpitante, sobre todo a causa de los libros y publi caciones de Henry George. Las opiniones de Spencer cita das en apoyo de la propia doctrina por el apóstol america no, fueron exhumadas. Era ya Spencer una de las glorias de Inglaterra. Con las arrogas y las canas, habían llegado la autoridad científica, la posición social, los halagos de los poderosos, la sutil seducción que al través de la vanidad y el egoísmo humanos ejercen sobre los espíritus que descue llan las clases sociales influyentes y poderosas, para some terlos a su dominación y aun ponerlos a sü servicio. Spen cer, rodeado de comodidades, lleno de honores, era ya su prisionero. La exhumación de aquellas opiniones adversas produjo alarma entre las clases sociales «selectas» que mi raron hoscamente a su filósofo favorito. No tuvo éste valor para resistir. Se retractó primero débilmente; después, for zado por la necesidad y temeroso de la repulsa, rotunda y terminantemente.