CONSORCIO DEL CÍRCULO DE BELLAS ARTES El Círculo de Bellas Artes en la Guerra Civil

Fernando Cohnen Círculo de Bellas Artes

Presidente Juan Miguel Hernández León

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Foto de cubierta: «Desfile por la calle Alcalá», fotografía de Albero y , 21 de mayo de 1937. © Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Archivo General de la Administración. Fondo del Archivo Fotográfico de la Junta Delegada de Defensa de Madrid, signatura F-04066-55752-001-r

ISBN: 978-84-947752-1-5 Dep. Legal: M-2462-2018 El Círculo de Bellas Artes en la Guerra Civil Fernando Cohnen Antonio Palacios, el arquitecto artífice del edificio para la sede del Círculo de Bellas Artes, confesaba en 1920 su preferencia por un modelo arquitectónico, el que respondía a la analogía del transatlántico:

Si usted me hubiera preguntado qué obra es la que más me maravilla, le habría respondido que el transatlántico. ¡Es la más acabada y perfecta obra arquitectónica que se conoce! A la estabilidad, al equilibrio de la nave en sí misma, hay que añadir el equilibrio perenne sobre las aguas… Y fíjese qué arquitectura más complicada y qué rara distribución la de esos maravillosos palacios flotantes. Así observe usted en un transatlántico moderno la extraña colocación de todos los compartimentos; y ve usted a lo mejor, cerca de las fogoneras, por ejemplo, un hall elegante y artístico. Junto a un dormitorio estilo inglés, una sala Luis XV; al lado de unos cuartos de baño, unos jardines… Cerca de unos amplios comedores, una severa y elegante sala de lectura… Y luego la distribución por clases, por categorías… ¡Es el mayor adelanto de la arquitectura! Pues bien; toda esta maravilla no es sino la consecuencia de una muy lenta evolución de un tipo arquitectónico que va perfeccionándose sucesivamente.

Justo en ese año vendría a resolverse el polémico concurso convocado en 1919 para la construcción de la sede social del Círculo de Bellas Artes. Y si 10 el jurado había declarado desierto el premio del concurso, seleccionando tres proyectos (el de los arquitectos Secundino Zuazo y Eugenio Fernández Quintanilla, el de Baltasar Hernández Briz y Ramiro Saiz Martínez y el de Gustavo Fernández Balbuena), el voto mayoritario de los socios eligió el de Antonio Palacios, que había sido eliminado en las fases previas. Sin lugar a dudas había triunfado el modelo transatlántico, como podía comprobarse en la compleja configuración espacial del proyecto. Si bien la acogida popular y mediática al nuevo edificio fue, en general, entusiasta, no dejó de tener rechazos de singular importancia; no sólo fue el popular soneto dedicado por Federico García Lorca (bajo el seudónimo de Isidoro Capdepón) a aquel edificio «que tiene la admirable propiedad de mantenerse todo sobre una pequeña columna», sino también la exigencia más radical de Ramón María del Valle-Inclán en 1934:

Es una vergüenza. Hay que derribar inmediatamente ese Círculo de Bellas Artes… Lo bonito de las revoluciones es lo que tienen de destructor. Se ha dicho mucho sobre la quema de conventos, pero la verdad es que en Madrid no se quemaron más que cuatro birrias que no tenían ningún valor. Lo que faltó ese 14 de abril, y yo lo dije desde el primer día, es coraje en el pueblo, que no debió dejar ningún monumento… Yo ya dije el mismo día de la proclamación de la República que esta nacía con el vicio de la debilidad…

El Gobierno de la República no fue tan extremista, sólo se limitó, bajo el mandato del Frente Popular, a la incautación del edificio del Círculo en julio de 1936. Y es en esas fechas cuando la historia hasta ahora conocida y documentada sobre la existencia de la institución creada con el nombre de Círculo de Bellas Artes, y que desde 1926 estaba ligada a aquella arquitectura, se difumina, hasta que en abril de 1939 el edificio retorna a su anterior propietario. Será Marceliano Santa María (el mismo presidente de la asociación en la etapa previa a la Guerra Civil) quien retome la gestión del Círculo de Bellas Artes y se ocupe de la reposición del patrimonio de la institución y de la reparación de los desperfectos sufridos por el edificio durante la contienda. La historia del periodo transcurrido entre esas dos fechas ha quedado apresada por la falta de referencias documentadas, por silencios interesados o, lo que resulta más dudoso, por una memoria secuestrada por la ideología. Es también cierto que la vida de los edificios, su existencia, puede ser entendida de manera separada del comitente o de la institución que estuvo en el origen de su construcción. Este es, precisamente, el caso de los usos de la sede del Círculo de Bellas Artes en los años transcurridos en el Madrid 11 resistente al asedio, durante una guerra in-civil. Una historia ajena a la propia institución, es verdad, pero en la que su arquitectura no pudo renunciar, ni olvidar, el nombre con el que se presentó en la ciudad: el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Como se le reconoce en todas las crónicas y noticias de la época. Y su propia configuración espacial –la deltransatlántico proyectado por Antonio Palacios– fue el condicionante, sin duda, de su utilización en este periodo. Fernando Cohnen ha rastreado en este libro las referencias existentes en las hemerotecas y en la bibliografía historiográfica, de manera que se pueda recomponer la auténtica historia de lo que sucedió. Retazos, como era previsible, pero en los que la historia concreta no resulta comprensible sin la exposición de la más general, y sin conocer aquella intrahistoria recogida de la vida cotidiana del Madrid republicano. Unos años en los que la mayoría de los edificios pertenecientes a las más dispares instituciones vieron alteradas sus funciones y en los que la morfología urbana y la reutilización del espacio público se adaptaron a las exigencias de un conflicto, posiblemente, no deseado.

Juan Miguel Hernández León Presidente del Círculo de Bellas Artes prólogo A pesar de los más de ochenta años que han pasado desde que estalló la Guerra Civil, su recuerdo sigue vivo no sólo en España, sino también en otros países de nuestro entorno. Muchos historiadores continúan investigando aspectos diversos de aquel conflicto que enfrentó a los españoles y tanto conmocionó al mundo. Se han escrito más de veinte mil libros sobre aquella sangrienta confrontación bélica, cuya importancia radicó en haberse convertido en un ensayo general de la Segunda Guerra Mundial. La lucha en España enfrentó a la República y a los militares africanistas que se sublevaron contra ella. A esas fuerzas se unieron hombres y maquinaria bélica de la Italia fascista, la Alema- nia nazi y la Unión Soviética comunista. Todas las corrientes ideológicas de entreguerras se batieron el cobre en la península ibérica. Mientras las víctimas de la violencia del Frente Popular en Madrid, Barcelona y otras localidades leales a la República fueron recordadas y enterradas por sus familiares, muchos de los que sufrieron la violencia franquista en Badajoz, Sevi- lla y otras ciudades permanecen hoy día olvidados en fosas anónimas desperdi- gadas a lo largo y ancho del país, sin que sus familiares hayan podido enterrarlos con dignidad. Ningún gobierno de la democracia ha hecho nada para remediarlo. La Ley de Memoria Histórica aprobada por el Congreso de los Diputados el 31 de octubre de 2007 pretendía reparar este agravio. Sin embargo, el resultado ha sido otro. Su texto incluye el reconocimiento de las víctimas de la guerra y de la dictadura franquista, pero pasa de puntillas sobre la apertura de fosas 16 Fernando Cohnen comunes en las que todavía yacen miles de republicanos asesinados, lo que ha provocado las críticas de algunas asociaciones civiles que buscan apoyo estatal para poner en marcha la exhumación de esos restos. Mientras el Gobierno elimina las partidas presupuestarias destinadas a garantizar el cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica, los sectores más conservadores del Partido Popular reavivan el recuerdo de las ejecuciones que firmaron los responsables de las cerca de doscientas checas (tribunales popu- lares) que se crearon durante los primeros meses de la guerra en Madrid. De todas ellas, la que se instaló en el Círculo de Bellas Artes suele destacar como una de las más temibles, y eso que apenas estuvo operativa unas tres semanas. En realidad, la mal llamada checa del Círculo de Bellas Artes fue la sede del Comité Provincial de Investigación Pública (CPIP), donde todos los sin- dicatos y partidos del Frente Popular tenían representación. Tras veinte días de funcionamiento en el Círculo, el CPIP se trasladó a un palacio de la calle Fomento hasta su disolución, en noviembre de 1936. Una vez liberado de aquel tribunal popular, el edificio de Alcalá número 42 albergó las sedes de diversas instituciones y organizaciones políticas. En sus dos tomos sobre la historia del Círculo de Bellas Artes, José Luis Temes no incluye los hechos acontecidos en esta institución en el curso de los casi tres años que duró la Guerra Civil. El autor señala que no existió actividad alguna en el Círculo como tal durante el conflicto. Sin duda, Temes está en lo cierto. Sus socios no tuvieron control alguno sobre el edificio, ni pudieron llevar a cabo ninguna actividad en ese periodo. Sin embargo, si consideramos el Círculo como un espacio autónomo, ajeno a la servidumbre de sus socios y directivos, su protagonismo durante el asedio de Madrid fue notable. El emblemático edificio, uno de los más exclusivos de la capital, fue la sede alternativa de la Casa del Pueblo. Sus despachos y salones también fueron utilizados por el cuartel general del Batallón de la Casa del Pueblo, por el Co- mité Popular de Abastecimientos y por la Casa de , cuyos responsables contribuyeron a la evacuación de niños y mujeres de Madrid y a la coordinación de milicianos de distintos batallones levantinos que acudieron a la ciudad a fin de defenderla de la agresión rebelde. En septiembre de 1938, el Partido Comunista de España alquiló el edificio al Ministerio de Hacienda para dar cobijo a la delegación madrileña del Altavoz del Frente, un organismo de agitación y propaganda dependiente del PCE que organizó mítines políticos y actividades culturales. En el Círculo se celebra- ron exposiciones de Socorro Rojo, homenajes a las Brigadas Internacionales, multitud de actos de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) y reuniones del Comité Provincial y Central del PCE. prólogo 17

Por el Círculo pasaron miles de personas de distinta adscripción ideoló- gica, si bien en los últimos meses de la guerra la mayor parte eran militantes del PCE. En su teatro y en sus salones pronunciaron discursos y conferencias personajes muy célebres en aquel Madrid en lucha, tales como Rafael Alberti, María Teresa León, Dolores Ibárruri, José Díaz (secretario general del PCE), Margarita Nelken, Santiago Carrillo, Fernando Claudín, Vicente Uribe, Antonio Mije y Pedro Checa, entre otros dirigentes. El 22 de febrero de 1939, semanas antes de que finalizara la guerra, el Altavoz del Frente organizó en el Círculo una gran asamblea en la que el secretario general del Comité Provincial de las JSU, Eugenio Mesón, habló sobre los problemas de la juventud obrera. Es probable que entre la multitud de jóvenes antifascistas que acudieron al acto estuvieran algunas de las integrantes de las Trece Rosas, también conocidas como las Menores, que pocos meses después serían condenadas a muerte por un tribunal militar franquista y fusiladas en las tapias del cementerio del Este (actual cementerio de la Almudena). Dejando a un lado su fugaz papel como «checa», poco se sabía de lo sucedido en el edificio de Antonio Palacios durante el conflicto bélico. A fin de iluminar esa suerte de agujero negro en su historia he acudido a archivos, hemerotecas y obras de reconocidos historiadores. Rastrear datos sobre lo que aconteció en un edificio concreto de Madrid en el contexto general de la Guerra Civil es como buscar una aguja en un inmenso pajar. Con total seguridad, en los años venideros irán apareciendo nuevos docu- mentos que aclararán algunos aspectos puntuales de este relato. Pese a todo, los datos sustanciales ya están disponibles, lo que permite reconstruir el día a día del Círculo en el periodo comprendido entre julio de 1936 y abril de 1939. Para ambientar lo ocurrido en este edificio, he creído necesario contar algunos hechos relevantes del desarrollo de la guerra en Madrid, lo que facilitará al lec- tor una mejor comprensión de esa etapa tan dolorosa de la historia de España. Desde aquí mi agradecimiento a Juan Miguel Hernández León, presidente del Círculo de Bellas Artes, por brindarme la oportunidad de escribir este libro. Me halagó que hubiera pensado en mí para tal cometido, pero yo creía que la tarea era prácticamente inviable. ¿Qué podía haber ocurrido en el Círculo a lo largo de los treinta y tres meses que duró la contienda civil? No habría nada que contar, más allá de la consabida etapa en la que albergó un tribunal popular o checa. ¿Merecía la pena volver a narrar ese oscuro episodio? Yo pensaba que no. Días después, por mera curiosidad, eché un vistazo a algunos diarios de la época. Y entonces saltó la sorpresa. Descubrí que el papel del Círculo como tribunal popular apenas duró veinte días en agosto de 1936. Si esto era así, ¿qué ocurrió en el edificio durante el 18 Fernando Cohnen resto de la guerra? Me sumergí a cada vez mayor profundidad en hemerotecas y archivos, y los datos fueron surgiendo poco a poco. En el curso de la contienda, el edificio parecía haber albergado mucha más vida de lo que yo sospechaba. Ya no tuve dudas. Había que contar esa historia. Volví a llamar a Hernández León para preguntarle si su ofrecimiento seguía en pie. Me respondió que sí. De esto hace más de dos años. El resultado de aquella propuesta es este libro que, gracias también a la ayuda de Juan Barja, director del Círculo, llega ahora a buen término. Espero que pueda arrojar un poco más de luz a la intensa y apasionante historia de este emblemático edificio de Antonio Palacios, el arquitecto gallego que se inventó el Madrid moderno de los años veinte. capítulo 1 golpe de estado y revolución Y una mañana todo estaba ardiendo y una mañana las hogueras salían de la tierra devorando seres, y desde entonces fuego, pólvora desde entonces, y desde entonces sangre.

Pablo Neruda, «Explico algunas cosas»

El 7 de abril de 1936, meses antes de que estallara la Guerra Civil, el Círculo de Bellas Artes de Madrid nombró como nuevo presidente a Marceliano Santa María. En su discurso de toma de posesión, el pintor burgalés anunció su deseo de solucionar los problemas económicos que padecía el Círculo, así como su voluntad de recuperar el protagonismo cultural de la institución. El 1 de ju- lio se celebró una cena en honor del escultor palentino Victorio Macho. Por aquellos días finalizaron las clases de pintura y escultura, y también concluyó el ciclo de conciertos. El día 11 de ese mes, el Círculo inauguró una exposición dedicada a la artesanía popular española que pretendía permanecer abierta al público a lo largo del verano. 22 Fernando Cohnen

En los días previos al levantamiento militar, los madrileños sufrían los rigores de un verano muy caluroso. Los privilegiados que habían podido iniciar sus vacaciones a primeros de mes ya se encontraban a orillas del Cantábrico, en el País Vasco o en los chalets de Miraflores, San Lorenzo de El Escorial y otros pueblos de la sierra madrileña. Para las clases pudientes, cuando llega- ba la época estival la consigna era «huir de Madrid y sus rigores». Los que lo hicieron se librarían del estallido de violencia que iba a sufrir la capital a partir del 18 de julio de 1936. Sin duda, Madrid había dejado de ser un pueblo grande. Su población su- peraba ya el millón de habitantes. Algunas salas de cine se habían dotado de novedosos sistemas de refrigeración, y en ellas los madrileños se podían re- fugiar para escapar de la canícula estival y disfrutar de las últimas novedades procedentes de Hollywood. En los quioscos, revistas como Estampa, Crónica o Mundo Gráfico ofrecían reportajes de actualidad. Los diarios, entre ellos La Voz, ABC y El Sol, se centraban en la realidad política nacional e internacional, aunque también ofrecían información deportiva y la cartelera de cines y teatros. Desde su inauguración en 1929, el edificio de la Telefó- nica, con sus catorce plantas, se alzaba majestuoso en la Gran Vía madrileña, entre las calles de Valverde y Fuenca- rral. Enfrente se encontraba el templete de la estación de metro de la Red de San Luis, que la Compañía Metropoli- tana había encargado al ar- quitecto Antonio Palacios, el mismo que ideó el edificio del Círculo de Bellas Artes y dise- ñó el edificio de las Cariátides, que en aquella época era el Banco Central (antiguo Ban- co Español del Río de la Plata). En realidad, Palacios dotó a la capital de un buen número de edificios fantásticos, como el El Círculo de Bellas Artes, uno de los edificios más em- desaparecido hotel Florida de blemáticos del arquitecto Antonio Palacios. la plaza del Callao, el Palacio golpe de estado y revolución 23 de Comunicaciones de Cibeles o el Hospital Obrero de Maudes, ubicado junto a la glorieta de Cuatro Caminos. Desde entonces, sus obras se han convertido en el símbolo arquitectónico de Madrid. Pero no sólo destacaban los edificios de Palacios. En los últimos años, la ciudad se había vestido de gala con los de otros renombrados arquitectos, como la Casa de las Flores y las primeras galerías de arcos de los Nuevos Ministerios, de Secundino Zuazo, o la elegante figura del edificio Carrión, donde se ubicaban el hotel y el cine Capitol, de Luis Martínez Feduchi y Vicente Eced. Si la plaza de Barceló exhibía con orgullo la silueta vanguardista del cine homónimo, la Gran Vía hacía lo propio con el moderno interior del bar Chicote, ambos del arquitecto Luis Gutiérrez Soto. Madrid poseía un parque de automóviles que casi alcanzaba la cifra de sesen- ta mil vehículos. Por sus calles circulaban algo más de cuatrocientos tranvías, unos tres mil taxis y cerca de cincuenta autobuses. La red de metro de la ciudad, cuyas estaciones y estética general eran también obra de Antonio Palacios, ya tenía operativos los tramos de Cuatro Caminos-Ventas, Puente de Vallecas- Tetuán y Ópera-Norte. En aquellos calurosos días de julio de 1936, a pesar de la sensación de normalidad que procuraban sus calles repletas de gente, sus comercios y bares, así como las numerosas salas de teatro y cine, el ambiente en la ciudad era de creciente violencia y agitación política. Los lectores de prensa más informados sabían que las costuras del país podían reventar en cualquier momento. Desde hacía meses, la tensión había desembocado en conflictos y disturbios en las calles. En ese agitado escenario, la derecha pensaba que la revolución social, promovida en la sombra por los comunistas y los anarquistas del sindicato Confederación Nacional del Trabajo (CNT), estaba a la vuelta de la esquina. Otros dirigentes de izquierda temían un inminente golpe de Estado militar, que a buen seguro contaría con la bendición de la Iglesia y el apoyo de Falange Española, cuya militancia aumentó gracias a la riada de jóvenes que abandonaron las filas de la desacreditada Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA). José María Gil Robles promulgaba una política totalitaria en España, a imagen y semejanza del fascismo italiano. El sueño del líder de la CEDA de convertirse en el Duce carpetovetónico comenzó a desvanecerse cuando José Antonio Primo de Rivera presentó oficialmente el manifiesto de la Falange en el Teatro de la Comedia, el 29 de octubre de 1933. Aquel acto se celebró bajo el patrocinio de La Nación, diario que reprodujo al día siguiente su discurso, así como los de Alfonso García Valdecasas y Julio Ruiz de Alda. Entre las ideas explosivas que lanzó aquel día Primo de Rivera, había una que llamaba a la acción directa de las armas: «No hay más dialéctica admisible 24 Fernando Cohnen que la dialéctica de los puños y las pistolas cuando se ofende a la justicia o la Patria. Esto es lo que pensamos nosotros del Estado futuro que hemos de afanarnos en edificar». A partir de entonces, muchos jóvenes que militaban en la CEDA abandonaron a Gil Robles para alistarse en las filas de Falange. Mientras se fraguaba el desastre, los socialistas se dividían en dos sec- tores enfrentados: el sector radical de Largo Caballero (a quien apodaban el «Lenin español») y el ala más moderada de Indalecio Prieto. Más a la izquierda se encontraban las Milicias Antifascistas Obreras Campesinas (MAOC), los anarquistas de la CNT y los sindicalistas de la Unión General de Trabajadores (UGT). Los dos movimientos sindicalistas protagonizaron innumerables huelgas hasta el 18 de julio de 1936. El Gobierno republicano clausuró las sedes de la CNT en Madrid y ordenó la detención de sus diri - gentes, muchos de los cuales se encontraban encarcelados cuando comenzó el levantamiento militar. A pesar de su escaso protagonismo durante los primeros años de la Se- gunda República, el Partido Comunista de España (PCE) intentó establecer alianzas con los partidos obreros de izquierdas y con los de la burguesía liberal antifascista, cumpliendo de esta manera las consignas de la Komintern, la Internacional Comunista, que en 1935 decidió seguir una estrategia de apoyo a los regímenes burgueses democráticos, lo que implicaba el abandono de los planteamientos revolucionarios. Esta estrategia de la Unión Soviética de acer- carse a las democracias capitalistas respondía a su necesidad de contar con apoyos exteriores ante el temor de sufrir un posible ataque de la Alemania nazi. Fue esa la razón por la que el PCE acató las consignas de Moscú de frenar cualquier movimiento revolucionario en España. Si los disciplinados comunis- tas españoles siguieron al pie de la letra las directrices de Stalin, los principales líderes de la CNT y de la Federación Anarquista Ibérica (FAI) promulgaron el inicio de un proceso revolucionario que debía conducir al país a un comunismo sin Estado. Una vez que estalló el conflicto bélico, las ansias revolucionarias se afianzaron con más fuerza si cabe: «Sólo se puede destruir el fascismo si se hace la revolución y la guerra al mismo tiempo». Esta consigna también fue seguida por los dirigentes del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), cuyos líderes ya estaban en el punto de mira de Moscú. En este escenario de desunión entre las distintas organizaciones y partidos de la izquierda, destacó por su singularidad el proceso de unificación de los movimientos juveniles del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y el PCE, un proyecto que nació a partir del 15 de enero de 1936, cuando se constituyó el Frente Popular. En marzo de ese año, delegaciones de ambos movimientos celebraron una reunión en la que acordaron las reglas para la unificación. golpe de estado y revolución 25

Semanas después, las federaciones de las Juventudes Socialistas y la Unión de Juventudes Comunistas se fusionaron, dando lugar a las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU). La nueva organización desempeñó un papel relevante en Madrid durante la guerra. El Círculo de Bellas Artes, como veremos más adelante, iba a ser el escenario de algunas de sus grandes asambleas. Sus dirigentes, entre los que se encontraban Santiago Carrillo, Fernando Claudín y Eugenio Mesón, apos- taron por la educación en el marxismo-leninismo, el apoyo a un proletariado internacional (global), la defensa de los intereses de la juventud trabajadora y la capacitación de los jóvenes obreros para fortalecer la organización y con- vertirla en un muro de contención contra el fascismo. Algunos de sus militantes, como Manuel Tagüeña, se convertirían poco después en destacados oficiales del Ejército Popular de la República. Con el paso del tiempo, la influencia comunista en las JSU creció hasta que buena parte de su dirección se afilió al PCE, como fue el caso de su secretario gene- ral, Santiago Carrillo. Esa deriva hacia el comunismo provocó el recelo de los sectores socialistas de la organización, que en 1938 comenzaron a criticar a la cúpula dirigente del Comité Provincial de Madrid de las JSU.

En aquel ambiente de creciente tensión política, el 13 de julio el diario El Sol informó de huelgas en distintos lugares de España, como en Málaga, donde los dependientes de comercio continuaban en paro, o en Cartagena, donde los obreros de los canales de riego seguían en pie de guerra. Lo mismo ocurría en Melilla con el paro de los panaderos o en Madrid con el de los obreros de la construcción, que permanecían en huelga desde hacía tiempo. El día anterior, en torno a las diez de la noche, en la esquina de la calle Fuencarral con la de Augusto Figueroa, un grupo de falangistas había asesinado al teniente José del Castillo, del cuerpo de Guardia de Asalto. Su mujer, Consuelo, oyó desde su casa –en la misma calle de Augusto Figueroa– los disparos y los gritos. Salió corrien- do y encontró en el suelo el cadáver de su marido sobre un charco de sangre. Cinco horas después del asesinato del teniente, un grupo de guardias de asalto salió del cuartel de Pontejos, situado junto a la Puerta del Sol, y se diri- gió al domicilio de Gil Robles a fin de vengar la muerte de su compañero. No encontraron a nadie y enfilaron hacia el número 87 de la calle Velázquez, el domicilio de José Calvo Sotelo, líder de la derecha española. Tras apresarlo, lo asesinaron y abandonaron su cadáver en el madrileño cementerio de la Almudena. En el diario El Sol del 15 de julio, el historiador Américo Castro afirmó que «la violencia atomizada, al arbitrio de las perversas sacudidas de unos y otros, no sirve para maldita la cosa». Se dijo entonces que el asesinato 26 Fernando Cohnen de Calvo Sotelo provocó el golpe de Estado de los militares africanistas, pero lo cierto es que este se había fraguado con anterioridad. Cinco meses antes de aquel suceso, los grupos de extrema derecha, apo- yados por conocidos aristócratas, habían redoblado sus esfuerzos para poner en marcha una conspiración que acabara de una vez por todas con el Frente Popular, la coalición creada por los principales partidos de izquierda para ganar las elecciones el 16 de febrero de 1936. Desde aquel momento, los mo- nárquicos y los tradicionalistas brindaron recursos económicos a los generales africanistas con el objeto de que consumaran la sublevación contra la Segunda República. En Navarra se encontraba el centro inspirador del golpe de Estado, cuya cabeza visible era el general Emilio Mola. A pesar de este clima de conspiración y violencia, el gentío que llenaba las terrazas del Círculo de Bellas Artes, La Granja El Henar y el Negresco demos- traba que la vida continuaba en esa concurrida acera de la calle Alcalá, adonde acudía lo más granado de la sociedad madrileña, así como intelectuales, artistas y periodistas capitalinos. En la acera de enfrente se encontraba el café Aqua- rium, diseñado en estilo déco por el arquitecto Luis Gutiérrez Soto, donde se reunía la plana mayor de Falange Española. En los meses previos al estallido de la guerra, su terraza fue testigo de peleas entre jóvenes falangistas y comunistas.

Las concurridas terrazas de los cafés La Granja El Henar y Negresco, junto al Círculo de Bellas Artes, poco antes de la sublevación militar.

Arturo Barea, autor de la novela La forja de un rebelde, trabajaba en una empresa de patentes que estaba situada en el número 40 de la calle Alcalá, en golpe de estado y revolución 27 el edificio colindante con el Círculo de Bellas Artes. Días antes del estallido de la guerra, Barea recuerda un violento altercado que se produjo allí. «Frente a nuestra terraza, en la esquina del Fénix [actual edificio Metrópolis], un grupo de unas seis personas se inclinaba sobre un bulto caído en la acera. Desde nuestra altura sus movimientos daban una nota absurda a la escena. La calle se ensancha allí bruscamente para recibir la Gran Vía y la calle del Caballero de Gracia.» En el empedrado de la calle yacía un cuerpo herido, y a su lado un brazado de periódicos que el viento abrió en un revoloteo blanco. Pronto llegaron los guardias de asalto y un taxi en el que introdujeron al herido, un muchacho comunista que vendía el periódico Mundo Obrero frente a las narices de los falangistas que poblaban el café Aquarium. Las trifulcas entre unos y otros eran frecuentes, pero en aquella ocasión fue más allá: un falangista sacó su revólver y disparó al joven comunista. Barea bajó las escaleras, pero en el rellano del primer piso lo detuvo la policía. «El café de La Granja tiene una puerta, conocida de pocos, que sale a esta escalera, y la policía se había instalado en el descansillo pidiendo la documentación y cacheando a todo el que entraba o salía. Cuando llegamos al portal, encontramos a nuestra portera sentada en una silla recobrándose de un ataque de nervios», recuerda Barea en su libro. Casi todas las tardes se producían enfrentamientos junto al café Aquarium entre los vendedores ambulantes de Mundo Obrero y los falangistas, que espe- raban su llegada para salirles al paso y vocear su revista F. E. Ambos periódi- cos eran distribuidos de mano en mano por voluntarios del PCE y de Falange Española. «A los pocos momentos estallaban los incidentes a lo largo de la calle: bofetadas y alguna que otra descalabradura y la acera llena de periódicos pisoteados y rotos», escribe Barea. Aquellos altercados daban muestra de la creciente violencia que se vivía en Madrid, si bien las terrazas de los cafés y la del Círculo de Bellas Artes seguían repletas de gente mientras los madrileños paseaban por las calles de su ciudad como si tal cosa.

El sábado 18 de julio, el cine Rialto ofrecía el filmeMorena Clara, el gran éxito del año, con la actuación estelar de Imperio Argentina y Miguel Ligero, legendario actor cómico de la República. La película fue dirigida por Florián Rey, marido de Imperio Argentina. Su éxito fue tal que, durante la guerra, tanto los cines de la zona republicana como los de la franquista la proyectaron una y otra vez. Años antes de que estallara el conflicto bélico, el cineasta Florián Rey, Impe- rio Argentina y Miguel Ligero ya habían cosechado el fervor del público con otros tres filmes:La hermana San Sulpicio, El novio de mamá y Nobleza baturra. La sección de espectáculos del periódico ABC de ese sábado de julio pu- blicaba una reseña del filme Una chica de provincias, que estrenaba el cine 28 Fernando Cohnen

Capitol. Sus protagonistas eran Janet Gaynor y Robert Taylor. «Hubiese ganado la película con ir más viva y ser menos larga», opinaba el crítico del diario. Los madrileños también tenían a su disposición diversos teatros, como el Pavón, donde se representaba Nuestra Natacha, y la plaza de toros, que esa jornada anunciaba una grandiosa corrida goyesca. Ese 18 de julio de 1936, Fernando José de Larra, bisnieto de Mariano José de Larra, pronunció en el Círculo de Bellas Artes una conferencia sobre su ilustre antepasado al término de la cual anunció los actos que preparaba la Asocia- ción de Escritores y Artistas para conmemorar, en 1937, el centenario de la muerte de su bisabuelo. El cine Bellas Artes ofrecía en aquellos momentos una sesión doble con las películas Un disparo al amanecer, producida en Alemania por la UFA y protagonizada por Peter Lorre y Antonin Artaud, y Contigo a la estratosfera, una comedia con banda sonora de Paul Abraham, un músico que saltó a la fama con la melodía de la opereta Baile en el Savoy. Ese día, los madrileños ya sabían que los generales africanistas se habían sublevado contra la República. Ante la falta de iniciativa del Gobierno, los partidos y sindicatos de izquierda salieron a la calle al grito de «¡Armas para el pueblo! ¡Armas!». Los principales puntos de reunión fueron las sedes y locales sindicales y la Puerta del Sol. En aquellas horas decisivas comenzaron las requisas de automóviles, que pronto fueron pintados con las siglas de la CNT o la FAI. En Madrid rojo y negro, el periodista Eduardo de Guzmán recordaba que en el Parque de Artillería había armas y que el Gobierno no quería que cayeran en manos de la gente: «Pero quedan, en cambio, las armerías. Los grupos no dudan un solo segundo. Una tras otra, van siendo asaltadas todas las armerías. Es heterogéneo el material que se encuentra. Son, en su mayoría, escopetas de caza, revólveres viejos, cuchillos de monte... Escasea también la munición. Pero no importa. Un arma es un arma y la lucha ha comenzado ya». En su libro Tres días de julio, Luis Romero cuenta lo que ocurrió en esas horas cruciales: «De todo Madrid están acudiendo afiliados al local de la calle Piamonte, 2, atendiendo unos a los requerimientos de la radio, otros por iniciativa propia». Muchos obreros se dirigieron a la calle de la Luna, donde se encontraba el palacio de Monistrol, sede de la Federación Local de Sindicatos de Madrid. (Debido a su mal estado, el edificio fue derribado en 1970, lo que dio lugar a la construcción de la plaza de Santa María Soledad Torres Acosta.) «Allí hay armas y decisión, allí se aprestan a la lucha, allí se preparan bombas rudimentarias, y allí han decidido que, si al amanecer no han conseguido por las buenas que el Gobierno ponga en libertad a militantes tan destacados como golpe de estado y revolución 29

David Antona, secretario del Comité Nacional de la CNT, a , del de la Construcción, a Teodoro Mora, y a los demás, ellos mismos irán a libertarles», recuerda Romero. «Los compañeros taxistas ponen los coches a su disposición. Como no bastan, se cogen todos los autos que se encuentran [...] Quien tiene una pistola la exhibe con legítimo orgullo. Quienes no, han buscado cuchillos, palos, piedras... Todos saben que ha llegado la lucha final. Y todos están dispuestos a conquistar, a mordiscos, la victoria preciada», es- cribe Eduardo de Guzmán.1 Desde los barrios que rodeaban el centro de la ciudad, miles de obreros se dirigieron a la Casa del Pueblo, que estaba en el número 2 de Piamonte, una calle muy estrecha paralela a la calle Gravina. «A medida que la multitud se espesaba se hacía más y más difícil llegar al edificio. Al principio, muchachos de la juventud socialista exigían el carnet a la puerta; después, en las dos es- quinas de la calle. Hacia las diez de la noche estos centinelas guardaban las entradas de las bocacalles a doscientos metros del edificio», recuerda Arturo Barea en La forja de un rebelde. En el interior de la Casa del Pueblo, los obreros se apiñaban en las escaleras y los salones mientras resonaba un tremendo grito colectivo: «¡Armas! ¡Armas!».

El domingo, 19 de julio, el Círculo abrió sus puertas como siempre, aunque no todos los trabajadores asistieron a su puesto. «Los socios que acudieron a lo largo del día apenas llegaron a una docena. No hubo función de cine ni se abrió la Sala de Juegos», recuerda José Luis Temes en su libro El Círculo de Bellas Artes. Madrid, 1880-1936. El autor continúa narrando lo que ocurrió en el edificio después de que se produjera la sublevación militar: «El lunes, 20, sólo nueve trabajadores se personaron en el Círculo, esforzados en cumplir con su obligación y la tradición de que el Círculo no cerraba nunca». Aquel día tan agitado, ni un solo socio se acercó a los salones del edificio, aunque algunos trabajadores permanecieron en sus puestos, atentos a los acontecimientos. El martes 21 de julio, sólo siete de ellos acudieron a trabajar. Al mediodía, un grupo de milicianos entró en el gran vestíbulo y comunicó a los trabajadores la incautación del Círculo de Bellas Artes en nombre del Frente Popular. Ya nada volvería a la normalidad en la culta institución du- rante casi tres años. Mientras el orden público escapaba al control político del Gobierno y los sindicatos se radicalizaban, los grupos más conservadores –entre ellos la Comunión Tradicionalista, la Falange y la CEDA– jalearon la insurrección

1 Eduardo de Guzmán, Madrid rojo y negro, Madrid, Oberon, 2004. 30 Fernando Cohnen militar. El cerebro del golpe de Estado, el general Mola, recibió el apoyo de José Antonio Primo de Rivera. Desde la cárcel de Alicante, donde se encon- traba confinado, Primo de Rivera dio su consentimiento a la participación de Falange Española en el levantamiento militar. De madrugada, en las primeras horas del 19 de julio, Dolores Ibárruri rea- lizó un llamamiento a los españoles ante los micrófonos que había instalado Unión Radio en el Ministerio de Gobernación, en la Puerta del Sol: «El Partido Comunista os llama a la lucha. Os llama especialmente a vosotros, obreros, campesinos, intelectuales, a ocupar un puesto en el combate para aplastar definitivamente a los enemigos de la República y de las libertades populares. ¡Viva el Frente Popular! ¡Viva la unión de todos los antifascistas! ¡Viva la Re- pública del Pueblo! ¡Los fascistas no pasarán! ¡No pasarán!». La Pasionaria tomó prestada la consigna que emplearon los franceses en Verdún durante la Primera Guerra Mundial. El eslogan –«¡No pasarán!»– prosperó y terminó por convertirse en el lema de la defensa de Madrid. El domingo 19, cuando miles y miles de obreros ya pedían armas para el pueblo, algunos feligreses acudieron a misa. No debieron de ser muchos. Un negro presentimiento se cernió sobre muchos hogares conservadores y tradicio- nalistas. Pocas horas después, el vocerío y la bulla eran tan evidentes que a nadie se le escapó la tensión del momento. Algo muy grave estaba pasando en la ciudad.

Miles de obreros tomaron las calles de Madrid en julio de 1936. A ellos se unieron algunos bata- llones del Ejército que mostraron su apoyo al Gobierno republicano. golpe de estado y revolución 31

El levantamiento militar se produjo en Melilla el 17 de julio de 1936, y veinticuatro horas después se extendió por todo el territorio peninsular. La «Instrucción número 1», cursada por Mola para desencadenar la insurrección, dejaba claro el grado de violencia que debía imponer el ejército sublevado para que el golpe de Estado triunfara rápidamente: «Se tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta para reducir lo antes posible al ene- migo, que es fuerte y bien organizado. Desde luego serán encarcelados todos los directivos de los partidos políticos, sociedades o sindicatos no afectos al movimiento, aplicándoles castigos ejemplares a dichos individuos para es- trangular los movimientos de rebeldía o huelgas».2 Dicha instrucción subrayaba: «El poder hay que conquistarlo en Madrid y la acción debe ser implacable y violenta». Para cumplir tales objetivos, Mola calculó que sería necesario matar a unas cien mil personas. En Melilla, tras sofo- car a los oficiales leales al Gobierno, los rebeldes centraron todos sus esfuerzos en transportar a la Península a los legionarios, regulares y tropas marroquíes adscritas a esos cuerpos. La obsesión de los golpistas era dirigir esas fuerzas –las más profesionales del Ejército– hacia el centro de la Península lo más rápida- mente posible, a fin de afianzar el control de Madrid. Poco después, Franco voló en el avión Dragon Rapide desde Las Palmas a Casablanca (Marruecos). Mientras los rebeldes organizaban el paso de tropas a través del Estrecho, el ambiente revolucionario fue creciendo en Madrid. La madrugada del 19 de julio, en el Palacio Nacional, el presidente de la República, Manuel Azaña, aceptó la renuncia de Santiago Casares Quiroga y lo sustituyó por el conservador Diego Martínez Barrio, dirigente de Unión Republicana, que no tardó en dimitir también de su cargo. Fue entonces cuando Azaña, con el apoyo del PSOE, el PCE y la CNT, nombró jefe de Gobierno a José Giral, cuya primera medida fue ordenar la entrega de armas a los partidos y asociaciones políticas y sindicales. El eminente investigador y dirigente socialista Juan Negrín reconoció que esa medida era absolutamente necesaria si el Gobierno quería frenar el golpe de Estado militar: «En lo que no habrá duda es sobre que sin la audaz decisión de entregar las armas a las masas, la República no hubiera sobrevivido al primer día del levantamiento, y que gracias a ella se echaron por tierra los cálculos del enemigo que contaba, para su éxito, con hallar una nación inerme», escribió. Horas antes, los funcionarios de la cárcel Modelo dejaron en libertad al anarcosindicalista Cipriano Mera y a otros compañeros suyos que se

2 Ricardo de la Cierva, Historia de la Guerra Civil española: I, Perspectivas y antecedentes, 1898-1936, Madrid, San Martín, 1969, pp. 769-771. 32 Fernando Cohnen encontraban entre rejas a causa de los disturbios que se habían producido en la huelga de la construcción. Gracias a sus dotes de mando, Mera comenzó a ascender en la organización de las milicias populares. Este albañil recon- vertido en líder militar asumió un papel preponderante en la defensa de Madrid, en la batalla de Guadalajara y en el golpe de Estado que orquestó el coronel Segismundo Casado en marzo de 1939, cuyo resultado fue la derrota de los republicanos.

Con la sublevación del 18 de julio de 1936, los militares contribuyeron a pre- cipitar el proceso revolucionario que supuestamente iban a abortar. En las calles se respiraba un ambiente de revuelta radical, y los anarquistas y miles de trabajadores madrileños llamaban a la revolución armada contra los fascistas. En las semanas que siguieron al 19 de julio, el Estado republicano se volatilizó. La reacción popular parecía anunciar una lucha revolucionaria en toda regla. En pocos días, los medios de producción y el poder político pasaron a manos de diversas organizaciones obreras. La mañana del 19 de julio, los madrileños que sintonizaban Unión Radio pudieron oír el programa Cóctel, de Perico Chicote, el famoso barman que había puesto de moda el bar Chicote, ubicado en la Gran Vía, a tiro de pie- dra del Círculo de Bellas Artes. En aquellos años, el receptor de radio ocupó un lugar destacado en los salones y comedores de los hogares españoles y se convirtió en el principal y más sugestivo medio de comunicación. A través de la radio, los madrileños se informaron de los importantes acontecimientos que se estaban produciendo en la capital. Ese día, el general rebelde Joaquín Fanjul había logrado entrar en el cuartel de la Montaña, situado cerca de la plaza de España, donde hoy se encuentra el templo de Debod. Los republicanos reaccionaron trasladando a la calle Ferraz y a la Gran Vía dos cañones del 7,5. Militares republicanos y cientos de mili- cianos armados con fusiles iniciaron el ataque a las cinco de la mañana del 20 de julio. El resultado fue la muerte de un puñado de milicianos y de más de un centenar de soldados. El posterior asalto a otros cuarteles rebeldes liquidó la intentona golpista en Madrid. Fue entonces cuando comenzaron los registros de domicilios y los primeros paseos, tal y como se denominó en Madrid el asesinato impune de facciosos, religiosos y supuestos desafectos a la República. También se produjeron las primeras incautaciones de palacios y edificios emblemáticos de la capital. Las Juventudes Socialistas Unificadas ocuparon el hotel de Juan March, en la calle Núñez de Balboa, y las Juventudes de Izquierda Republicana incautaron el Casino de Madrid, donde instalaron un hospital de sangre. golpe de estado y revolución 33

Militares republicanos y milicianos armados durante los enfrentamientos que impidieron el triunfo de la intentona golpista en Madrid.

Por su parte, el cuartel de Transmisiones y los comunistas se instalaron en el Tribunal de Cuentas, en la calle Fuencarral, frente a la plaza de Barceló; la Asociación de Actores de España de la UGT se hizo con el palacio Lázaro Galdiano, que pasó a ser la Casa del Actor, y el Frente Popular y la Casa del Pueblo (UGT) hicieron lo propio con el Círculo de Bellas Artes. En realidad, esta es sólo una pequeña muestra de los numerosos edificios, casas señoriales y palacios que fueron incautados en los primeros días de guerra. En Madrid y en otras ciudades donde el golpe de Estado había fracasado, cada partido y organización sindical actuó siguiendo su propio criterio. Los dirigentes republicanos se quejaban de que muchos milicianos no hacían nada en la retaguardia, cuando su lugar era el frente de batalla. Ajenos a cual- quier tipo de disciplina, algunos grupos extendieron el terror en la capital, deteniendo y fusilando a desafectos e inocentes que trataron de refugiarse en distintas embajadas. El poder de las instituciones del Estado republicano quedó en entredicho. El 19 de julio de 1936, mientras Franco aterrizaba en Tetuán, el general Mola se hizo con el control de Navarra con la ayuda de los requetés. Ese mismo día, el general Andrés Saliquet declaró el estado de guerra en , y la columna rebelde que procedía de Vitoria aseguró la conexión entre Navarra y Castilla y León. Al frente de ella iba Camilo Alonso Vega, amigo de Franco 34 Fernando Cohnen y compañero de la misma promoción militar. El 20 de julio moría en un accidente de avión uno de los cerebros del golpe de Estado, el general José Sanjurjo, lo que despejaba el camino a Franco para alcanzar la jefatura del ejército nacional. La sublevación militar también triunfó en las tres capitales de provincia de Aragón y en parte de Andalucía. En Sevilla, el general Gonzalo Queipo de Llano recibió refuerzos de Cádiz que habían llegado desde Marruecos, lo que consolidó para los rebeldes el triángulo Algeciras-Sevilla-Cádiz. Por el con- trario, la mayor parte de las provincias de Jaén, Almería y Málaga quedaron del lado de la República. La insurrección triunfó en Baleares, pero fracasó en otras zonas del país. El alineamiento con la República de tres ciudades importantes como Madrid, Barcelona y Valencia y el rechazo al golpe de Es- tado de gran parte de la marinería y de la aviación impidieron una rápida victoria de los sublevados. En Cataluña, el levantamiento militar comenzó el 19 de julio. La Guardia de Asalto y la Guardia Civil, junto con los milicianos de la CNT, lograron derrotar a los militares insurgentes en Barcelona. Las Fuerzas Armadas de Castellón, Valencia, Murcia y Cartagena se mantuvieron leales al presidente de la Segunda República, Manuel Azaña. Asimismo, la línea Irún-Oviedo quedó en manos del Gobierno legítimo. Desde el 28 de julio, los primeros aviones Ju-52 alemanes y los Savoia 81 italianos comenzaron a transportar tropas del Ejército de África a la Península, con las que Franco se dirigió a Madrid. El primer ministro del Gobierno francés, el socialista Léon Blum, lide- raba un Frente Popular similar al español, por lo que su primera reacción fue positiva a favor de la República. Sin embargo, apenas unos días después Francia se alineó con el resto de naciones partidarias de la no intervención en el conflicto español. Mientras las democracias europeas y Estados Unidos daban la espalda al Gobierno republicano, la Alemania nazi y la Italia fascista incrementaron su ayuda militar a los generales rebeldes. Sólo la Unión So- viética y México apoyaron al Gobierno del Frente Popular. Traicionada por las democracias europeas, la República se enfrentaba a una larga guerra de desgaste que amenazaba con destruirla.

El 9 de agosto, la revista Crónica publicó un reportaje sobre las labores que llevaba a cabo el denominado Comité Popular de Abastecimientos, cuya sede se había instalado en el Círculo de Bellas Artes pocos días antes. «Gracias a la diligencia con que ha actuado y actúa el Ayuntamiento de Madrid y la Junta de Gobierno, que preside don Diego Martínez Barrio en la región de Levante, el abastecimiento de Madrid está no sólo asegurado, sino que sobran víveres golpe de estado y revolución 35 para hacer envíos a provincias, aparte de los que se hacen diariamente al fren- te. A su cargo ha tomado el Ayuntamiento, junto con el Control Popular de Abastos [sic], que funciona en el Círculo de Bellas Artes, la labor de atender a la alimentación de los miembros de las Milicias populares y sus familias.»

Noticia en la revista Crónica sobre el abastecimiento de Madrid en los primeros días de la guerra. 36 Fernando Cohnen

El reportaje continuaba su relato haciendo hincapié en la diligencia y el celo con que realizaban su trabajo los encargados del negociado de Abaste- cimientos, el cual funcionaba día y noche, sin interrupción. El Círculo de Bellas Artes, según la información que aportaba el periodista, atendía dia- riamente a unas treinta mil familias de milicianos. «Para llevar a cabo esta obra gigantesca, el Ayuntamiento ha controlado todas las tiendas y almacenes de comestibles de Madrid, cuyos dueños tienen que dar cuenta diaria del movimiento de sus existencias. La leche condensada está incautada en gran parte para los hospitales, adonde se sirve previa petición controlada por la Dirección de Sanidad.» El periodista contaba que la mayor parte de los víveres que recibía el Círculo provenía de Valencia. «Diariamente llegan de la región de Levante trenes enteros cargados de víveres. Pero la mayor parte de los alimentos vienen por la carretera en caravanas interminables de camiones. Con el so- brante diario de estas expediciones se organizan envíos para provincias», destacaba Crónica. Al principio se distribuían raciones, pero el sistema era poco operativo y se sustituyó por vales que daban derecho a adquirir en los ultramarinos comestibles por valor de cincuenta céntimos. Cada familia recibía cinco vales. «Cuando llegamos al Círculo de Bellas Artes, donde está instalado el Control Popular de Abastos, unas camionetas, recién llegadas de Valencia, descargan su abundante mercancía: cebollas, arroz, legumbres de todas clases, sandías, melocotones, verduras... De continuo llegan camiones rebosantes de carga. La cocina, servida por los mismos cocineros que tenían los socios, funciona a todas horas, para atender a las Milicias que vienen de fuera. A cualquier hora de la mañana, de la tarde o de la noche, llegan grupos, a veces de doscientos, con el correspondiente vale de la Casa del Pueblo [UGT], para comer en el amplio salón donde tantos banquetes se han celebrado. El secretario de la Sociedad de Empedradores, Constancio Latorre, dirige el movimiento, sin encontrar un momento de reposo», contaba el reportaje. El redactor de la revista le preguntaba a su interlocutor cuántas raciones se servían cada jornada, y este le respondía que el día anterior habían sido más de seis mil. Madrid no estaba todavía asediada por el ejército sublevado y podía disponer de víveres sin mayor problema, si bien tal situación de abundancia no iba a durar mucho. En la amplia cocina del Círculo se amonto- naban sacos de garbanzos y patatas, así como enormes cestos con legumbres, bacalao y otros productos alimentarios. «Esta noche hay paella. Sobre los grandes calderos, el arroz y la carne empiezan a estar a punto y a despedir un olorcillo agradable.» En grandes recipientes, los doscientos diez kilos golpe de estado y revolución 37 de garbanzos que se iban a utilizar para el gran cocido del día siguiente se iban hinchando poco a poco. «En el comedor, las mesas se alargan en varias decenas de metros. Sobre la blancura de los manteles los platos vacíos esperan la llegada de los comensales, que no se harán esperar mucho. No hay una hora determinada para la comida.» En las cocinas del Círculo siempre había dos cocineros que tenían preparadas raciones para servir a los milicianos. «Sobre el suelo, las sandías forman un montón de granadas verdes e inofensivas, sobre las que la mano de un obrero se ha ido entreteniendo en trazar la marca de fábrica del proletariado: UHP [Unión de Hermanos Proletarios]», concluye el periodista. La revista Estampa publicó el 15 de agosto de ese año otro reportaje sobre el Comité Popular de Abastecimientos, firmado por Francisco Coves. El periodista señalaba que fue la Federación Local de la Edificación de la Casa del Pueblo la que tomó el Círculo de Bellas Artes. «Cuando las Milicias penetraron, fusil en ristre, en los espaciosos salones no había nadie. Unos sillones chatos y cómodos recibieron, con la impasibilidad de su lujo sorprendido, la visita de los milicianos. ¿Para qué querían aquella casa? ¿Qué iban a hacer con ella?», se preguntaba Francisco Coves. «Había que evitar las comidas gratuitas en aluvión. No se podía, por otra parte, dejar sin comer a los que daban el pecho a todas horas para defender la República y el Frente Popular. ¿Qué hacer? Había que organizar urgente- mente un sistema de abastecimiento que permitiera, aun dentro del sacrificio común por la causa, la menor lesión posible al comerciante, a la industria y, a la vez, abarcara del mejor y más amplio modo la necesidad de atender a los que peleaban para defendernos. Con este pensamiento fue ocupado el Círculo de Bellas Artes. Es interesante ver cómo, en medio del desorden forzoso, se construye el orden, la armonía y se monta un engranaje bien ajustado cuando todo parece roto», subrayaba el periodista. El reportaje continuaba describiendo el nuevo organismo de distribución de víveres. «Lo que fue Círculo de Bellas Artes, magnífico casón, tiene hoy sus diferentes y bien acondicionados pisos, repartidos en estas actividades, también organizadas y rotuladas como secciones del citado Comité.» Entre ellas, Coves citaba la de Comedores, el Comité Popular de Abastecimientos y la Sección de Investigación. (El periodista se refería al ya citado Comité Provincial de Investigación Pública, que el 4 de agosto tomó parte del edificio, aunque lo abandonó pronto, en torno al 22 de ese mismo mes, cuando fue trasladado al número 9 de la calle Fomento.) Coves afirmaba que las delegaciones del Comité Popular de Abastecimientos recaían en el diputado Ganga, Edmundo Domínguez y Pedro Bautista. 38 Fernando Cohnen

Reproducción del artículo publicado en la revista Estampa sobre el Comité Popular de Abasteci- mientos, establecido en el Círculo de Bellas Artes. golpe de estado y revolución 39 40 Fernando Cohnen

«Con estos datos y un carnet de Prensa (el nuestro, claro) abordamos a las Milicias que guardan la puerta. Pisándonos los talones, unos milicianos han exhibido un vale para comer. ‘No, compañeros’, les dice el centinela tras examinarlo. ‘Hay que hacer las cosas bien. Este vale no está en regla.’ ‘¿Pues qué hay que hacer?’, preguntan los milicianos. ‘Id a la Casa del Pueblo. Es lo que desde aquí os coge más cerca, y que os legalicen este vale. Mientras no esté corriente, no podemos dejaros pasar.’» Con el recuerdo de esa breve escena, Coves iniciaba la entrevista a Edmundo Domínguez, una de cuyas preocupa- ciones era que los milicianos utilizaran vales auténticos. «No queremos que a la sombra de una causa tan seria como esta cometan abusos los pescadores de río revuelto, que no pueden faltar en momentos como el presente», señalaba Domínguez. «Esa legalización de vales es la que está a cargo de la Sección de Investigación. Dicha sección de la casa no sólo se ocupa de ordenar la cuestión de los vales, sino que intenta también legalizar, ordenar, orientar y fundamentar, dentro de todas las garantías ciudadanas, los registros domiciliarios, identificación personal, etcétera.» El Comité Popular de Abastecimientos suministraba comidas a los mili- cianos y a sus familias. También se valía de hoteles y otros establecimientos similares para proveerlos de víveres. Por aquel entonces, sus responsables tenían el proyecto de instalar juntas de abastos en cada distrito de Madrid, a las que se distribuirían los combustibles y alimentos necesarios para repartirlos entre los vecinos. En realidad, ese y otros proyectos similares contribuyeron a despistar a la población madrileña, que no sabía a ciencia cierta qué organismo era el encargado de proporcionar víveres, ni tampoco qué locales los sumi- nistraban gratuitamente. La confusión se incrementó con el establecimiento de vales para comida y cartillas de abastecimiento. Ese mes de agosto, los controles para acudir a los comedores del Círculo de Bellas Artes eran estrictos, tal y como queda de manifiesto en una circu- lar que envió el responsable del Comité Popular de Abastecimientos a los compañeros de la Comisión Ejecutiva del Partido Socialista el 22 de agosto de 1936: «En este Círculo y por el Comité de Abastos no se puede atender de manera individual a los compañeros que se presenten de fuera; por tanto, estos compañeros deben ser atendidos por el Partido o por vosotros mejor dicho o por la organización sindical a que correspondan. Lamentando que a los compañeros se les haga andar de un lado para otro, quedamos vuestros y de la causa».3

3 Circular del Comité Popular de Abastecimientos a la Comisión Ejecutiva del Partido. Fundación Pablo Iglesias, AH-77-41 (bloque 57). golpe de estado y revolución 41

El periodista de Estampa finalizaba su reportaje con una loa a este departa- mento de abastecimientos. «Conseguir que funcione ordenadamente, llenando una necesidad social y societaria tan amplia y difícil de estructurar como la que queda apuntada, merece toda suerte de elogios y de alientos.» Tras dos semanas de guerra, el Círculo se había transformado en un centro neurálgico del esfuerzo bélico antifascista en la capital. Otras circulares del Comité Popular de Abastecimientos desvelan los pro- blemas que empezaba a sufrir la ciudad con la llegada de evacuados de los pueblos limítrofes, quienes huían de sus hogares según avanzaba hacia Madrid el ejército sublevado. En una de ellas, fechada el 28 de septiembre, el secre- tario del Comité enviaba el siguiente mensaje a los sindicalistas que contro- laban el comedor del Círculo de Bellas Artes: «Os rogamos que atendáis a los compañeros Juan Cela, Demian Jiménez Fernández y Pedro García Bravo, de Poyales del Hoyo [Ávila], que se han visto obligados a evacuar dicho pueblo. Por tratarse de camaradas de toda confianza esperamos pongáis todo vuestro interés en resolverles el asunto que os plantearán». Lamentablemente, según avanzó la guerra, Madrid comenzó a sufrir una creciente falta de alimentos. La escasez se agravó con la ineficaz distribución de los pocos víveres que llegaban de Levante y otras regiones. Pero en agosto de 1936 ese problema todavía no se había planteado. Era cierto que los excedentes se repartían a otras provincias. El hambre que se iba a padecer en los meses venideros era inimaginable en aquel caluroso mes de agosto, cuando los eufó- ricos madrileños se sentían orgullosos de haber frenado la sublevación en los cuarteles de la capital.

En el número 15 de la calle Alcalá, cerca del Círculo de Bellas Artes, se encuentra el Casino de Madrid, obra del arquitecto José López Salaberry. El 23 de julio de 1936, los responsables de las Juventudes de Izquierda Republicana llamaron al entonces presidente del Casino, Antonio López Sánchez, para avisarle de que los socios de la institución debían abstenerse de asistir al edificio, ya que había sido incautado para instalar allí un hospital de sangre. Los socios del Casino pagaron los salarios de todo el personal hasta marzo de 1937, cuando el improvisado hospital fue trasladado al presidio de Ocaña. Junto al Casino, también en la calle Alcalá, tiene su sede la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, que durante la guerra siguió albergando la Escuela de Bellas Artes. Con diecinueve años de edad, el dramaturgo Antonio Buero Vallejo fue estudiante en esta institución y miembro de la Federación Universitaria de Estudiantes (FUE). En la Escuela se creó un taller para con- feccionar carteles pintados a mano. El futuro autor de la obra teatral Historia 42 Fernando Cohnen de una escalera elaboró, junto con sus compañeros, una serie de periódicos murales que colgaban en la fachada de este espléndido palacio y en los que pedían respeto para las obras de arte: «¡Ciudadano! No destruyas ningún dibujo ni grabado antiguo. Consérvalo para el Tesoro Nacional». Meses después, la revista Mundo Gráfico publicó un reportaje sobre los alumnos de San Fernando: «Lo primero que han hecho estos muchachos ha sido gritar hasta enronquecer: ‘¡No queremos un arte viejo! ¡No queremos un arte pompié!’. Luego se han puesto al servicio del pueblo con una intensa campaña de propaganda y agitación. ¿Cómo? Ellos mismos, sin personalizar, porque una de sus consignas ordena suprimir personalismos y exhibiciones, nos lo van a contar». Esos alumnos adscritos a la FUE habían organizado en una pequeña habi- tación la redacción de El Caballete Rojo, periódico mural que colocaban en la puerta de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. «El Caballete lo dirige un comité de redacción, encargado de seleccionar de entre toda la prensa todo aquello que nos parece destacable o que sirve a los fines de la Revolución», señalaba uno de sus responsables.

Alumnos de la Academia de Bellas Artes de San Fernando atareados en la confección del periódico mural El Caballete Rojo.

«Hemos abierto ya nuestra Exposición Permanente en el Ateneo, que puede ser visitada gratuitamente a cualquier hora del día. Allí renovaremos las obras cada seis días. Y las retiradas tendrán su vida efímera de grito callejero en las esquinas de Madrid.» Armados de escaleras, cubos y carteles, la comisión de golpe de estado y revolución 43

«pegajosos», tal y como se llamaban ellos mismos, empapelaron las fachadas de la capital con todo tipo de carteles de propaganda. Algunos de los milicianos que estuvieron esos días en el Círculo de Bellas Artes o que pululaban en grupos dispersos por Madrid decidieron enrolarse en un nuevo regimiento organizado por el Partido Comunista. El comisario político italiano Vittorio Vidali, apodado Carlos Contreras, describe en su libro El Quinto Regimiento la creación de este legendario grupo de combate, cuya sede se había establecido en un convento incautado en la calle Francos Rodríguez números 3 y 5, cerca de Cuatro Caminos. Llegó a organizar en Madrid y provincias limítrofes a unos ciento veinte mil hombres, entre los que se encontraba el poeta Miguel Hernández. En octubre, el Gobierno decretó la militarización de las milicias y la creación de las primeras Brigadas Mixtas del Ejército Popular. Apenas se hizo público el decreto del Gobierno, «el Quinto Regimiento, por propia iniciativa, se disolvió el 22 de enero de 1937, incorporándose en el Ejército Regular Popular».4 Mijaíl Koltsov, corresponsal del diario Pravda y comisario político de Sta- lin, narra cómo se gestó ese regimiento en su Diario de la guerra española: «Eran proletarios madrileños, los mejores, los más valientes, aunque sin experiencia militar. Aprendían sobre la marcha, en los combates. La valentía, la conciencia y la fidelidad los convirtió en los primeros, en los soldados más firmes del ejército anti- franquista. Entre ellos quedó estable- cida una simple ley no escrita: si uno huye ante el enemigo, el otro tiene derecho a pegarle un tiro».5

La sublevación de los generales afri- canistas provocó el hundimiento de las estructuras del Estado, lo que dio al traste con las labores de or- den público y con los tribunales de El Partido Comunista creó el Quinto Regimiento con el fin de integrar en sus filas a unas milicias justicia. El general Sebastián Pozas, descoordinadas que carecían de adiestramiento que estaba al mando del Ministerio militar.

4 Vittorio Vidali, El Quinto Regimiento, Barcelona, Grijalbo, 1975, p. 36. 5 Mijaíl Koltsov, Diario de la guerra española, Madrid, Akal, 1978. 44 Fernando Cohnen de Gobernación, fue incapaz de frenar la espiral revolucionaria en Madrid. La desaparición del Estado fue aprovechada por las bandas de milicianos, muchas de ellas anarcosindicalistas, para ejercer la justicia popular a su manera. El ministro Pozas intentó reafirmar su autoridad sobre el orden público con la designación de Manuel Muñoz como nuevo director general de Seguridad, recuerda el historiador Javier Cervera.6 El 4 de agosto, Muñoz creó en el Círculo de Bellas Artes el Comité Provincial de Investigación Pública (CPIP), en el que estaban representadas todas las orga- nizaciones del Frente Popular (incluidos los partidos republicanos burgueses). «El objetivo declarado por el propio Muñoz de restablecer la autoridad del Estado era ciertamente loable; el problema es que lo supeditó a otro objetivo previo: procurarse la confianza del pueblo», escribe el historiador Julius Ruiz.7 En el juicio al que fue sometido por los franquistas cuando finalizó la guerra, Muñoz declaró que «el criterio del ministro de Gobernación [Sebastián Pozas] era evitar en todo caso que la fuerza pública se enfrentase con el pueblo armado». Es decir, la idea de Muñoz y Pozas era involucrar a las organizaciones que regentaban esos tribunales populares (checas) en un organismo oficial (CPIP) con el fin de controlar las detenciones arbitrarias de sospechosos y evitar los asesinatos y los paseos indiscriminados que se dieron en Madrid en las primeras semanas de guerra. Además del CPIP, en la capital había otra entidad oficial que pretendía controlar esos desmanes: la Primera Compañía de Enlace, también conocida como la checa de Marqués de Riscal. Veinticuatro horas antes de tomar el Círculo de Bellas Artes, Muñoz invitó a UGT, FAI, CNT, Izquierda Republicana, Unión Republicana, PSOE, PCE, Partido Sindicalista y Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) a que nom- braran representantes para asistir a una reunión que se iba a celebrar al día siguiente y cuyo objetivo era crear una «Comisión Central para registro y detenciones». «Muñoz esperaba que la incorporación del ‘pueblo’ antifas- cista a la vigilancia policial de la capital pusiera freno al elevado número de cadáveres que aparecían a diario por la ciudad y redujera así la probabilidad de intervención de los Gobiernos extranjeros, horrorizados por los asesina- tos», escribe Julius Ruiz.8 Ningún investigador ha localizado las actas de aquella reunión del 4 de agosto, pero Ruiz sostiene que Muñoz admitió que el CPIP podría ejecutar

6 Javier Cervera, Contra el enemigo de la República... desde la Ley: detener, juzgar y encarcelar en guerra, Madrid, Biblioteca Nueva, 2015, p. 23. 7 Julius Ruiz, Paracuellos: una verdad incómoda, Madrid, Espasa, 2015. 8 Ibid., p. 135. golpe de estado y revolución 45 extrajudicialmente a sospechosos, lo que provocó la dimisión inmediata de Julio Diamante, de Izquierda Republicana, aunque pronto fue sustituido por otro miembro de ese partido. En su libro, este profesor de Historia de Europa en la Universidad de Edimburgo desvela que la sede del CPIP permaneció en el Círculo de Bellas Artes apenas veinte días, desde el 4 de agosto, cuando se concretó cómo iba a trabajar el comité, hasta finales de ese mes, cuando sus responsables decidieron trasladarlo a la calle Fomento número 9, donde per- maneció hasta su clausura en noviembre de 1936.9 «Sus truculentos trabajos evolucionaron con tal rapidez que, a finales de agosto, el Comité se vio forzado a abandonar el Círculo de Bellas Artes para instalarse en unas dependencias más amplias de la calle Fomento 9», señala Ruiz. Por su parte, Cervera afirma que el cambio de ubicación del CPIP se pro- dujo el 25 de octubre.10 Datos recogidos en otras fuentes parecen indicar que Julius Ruiz está en lo cierto. La mayoría de las detenciones y ejecuciones que hasta ahora se atribuían a la denominada «checa de Bellas Artes» hay que adjudicárselas a la sede del CPIP en la calle Fomento, cuyos responsables tu- vieron más de dos meses para llevar a cabo su tarea de «limpiar de fascistas la retaguardia». Lo cierto es que muchos autores han caído en el error de ubicar la sede del CPIP en el Círculo hasta octubre de 1936, lo que ha dado lugar a muchas imprecisiones. Entre ellas, la que yo mismo cometí en Madrid 1936/1939: una guía de la capital en guerra,11 donde afirmaba que el pintor falangista Alfonso Ponce de León, detenido en septiembre de 1936 en la plaza de Colón, fue trasladado al Círculo de Bellas Artes, del que salió escoltado por un grupo de milicianos hacia la carretera de Vicálvaro, donde le pegaron cuatro tiros. Poco después de la publicación de mi libro encontré una biografía de Ponce de León escrita por Rafael Inglada en la que el autor desvela que el pintor fue detenido hacia el 20 de septiembre, cuando el CPIP ya se había ido del Círculo de Bellas Artes. «Las últimas horas de la vida de Alfonso Ponce de León las pasó confinado en una de estas checas, concretamente en la de Fomento, cercana a su domicilio (el pintor vivía en Ferraz, 31)», afirma Inglada.12 En este sentido, el británico Julius Ruiz aporta otro testimonio. A finales de julio de 1936, la falangista Rafaela de Castro Gutiérrez trataba de localizar

9 Julius Ruiz, op. cit., p. 138. 10 Javier Cervera, Contra el enemigo de la República, op. cit. 11 Fernando Cohnen, Madrid 1936/1939: una guía de la capital en guerra, Madrid, La Librería, 2013. 12 Rafael Inglada, Alfonso Ponce de León (1906-1936), Madrid, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, 2001. 46 Fernando Cohnen a su superiora en Falange Española (FE), Salvadora Mainar, pero no dio con ella: «Seguí buscando contacto con FE hasta septiembre de 1936 que fui conducida a la checa de Fomento, en unión de uno de mis hermanos, fa - langista».13 Ahora sabemos que la sede del CPIP fue trasladada a la calle Fomento número 9 a finales de agosto y que su pervivencia en el Círculo de Bellas Artes fue de apenas veinte días. Una vez liberado de aquella función, el Círculo continuó albergando el Comité Popular de Abastecimientos, así como las sedes de otras organizaciones políticas y sindicales, como veremos más adelante. La herramienta principal de los partidos políticos y organizaciones anar- cosindicalistas para llevar a cabo su peculiar forma de hacer justicia fue el comité revolucionario, calificado por los militares golpistas con el nombre de checa, una palabra cuyo origen hay que buscarlo en la Revolución de Octubre soviética. El objetivo que perseguían Mola y otros generales africanistas era relacionar la Segunda República española con el Gobierno bolchevique de la Unión Soviética, lo que justificaba, según ellos, su golpe de Estado. Pero las similitudes entre los comités revolucionarios españoles y las checas soviéticas eran más bien escasas. Si la cheka rusa era un organismo que estaba dirigido desde el Estado, los comités españoles eran organismos independien- tes que actuaron según las directrices políticas de los partidos y sindicatos a

Durante los primeros meses de la guerra, grupos armados de milicianos pasearon a numerosos madrileños que apoyaban a los rebeldes. La consigna de muchos anarcosin- dicalistas era vigilar y eliminar al «enemigo interior».

13 Julius Ruiz, op. cit., p. 179. golpe de estado y revolución 47 los que pertenecían. Esos comités trabajaron al margen de los dictados que marcaba la justicia del Estado republicano. En las primeras semanas de guerra, cuando las estructuras estatales se habían diluido, Madrid albergó en torno a doscientos comités revolucionarios o tribunales populares. Esos que fueron denominados checas por los franquistas. De lo que no cabe duda es que aquellos tribunales populares dictaron nume- rosas sentencias de muerte. «La policía secreta de Franco calculó que el CPIP debió practicar unos trece mil arrestos. Eso no significa que todos los sospe- chosos fueran ejecutados», escribe Julius Ruiz. Si los instructores de la Causa General franquista hablaron de unos cinco mil condenados a muerte, los res- ponsables del CPIP estimaron que las víctimas debieron de rondar las tres mil.

Durante las primeras semanas de conflicto, la palabra «paseo» era habitual en el vocabulario cotidiano de la ciudad en guerra. El vocablo provocaba verdadero pánico entre los tradicionalistas, falangistas o conservadores a quienes el golpe de Estado sorprendió en Madrid. Los que pudieron buscaron refugio en las em- bajadas, y los que no lo lograron intentaron esconderse en viviendas de familia- res o amigos, aunque esta alternativa era menos segura. Fue el mismo pavor que sintieron los habitantes de Sevilla ante la violencia desatada por las fuerzas del general golpista Queipo de Llano, o los de Badajoz, que asistieron aterrorizados a la masacre ordenada por el general Juan Yagüe, que motivó que desde entonces fuera conocido popularmente como el Carnicero de Badajoz. Una vez finalizada la Guerra Civil, Yagüe fue nombrado ministro del Aire por el general Franco. Si la «violencia roja» cobró especial relevancia en Madrid, Valencia y Barce- lona, el «terror blanco» la tuvo en Zaragoza, Sevilla, Córdoba, Málaga y Badajoz. Entre los paseados en la capital de España en los primeros días de guerra se encontraban Cristóbal Colón, duque de Veragua, y su cuñado el duque de la Vega. El embajador de Chile localizó a los dos detenidos en la «checa» del Centro Socialista del Sur, en la calle Velázquez, 50, pero no pudo hacer nada por ellos. Tres días después, los cuerpos de los duques de Veragua y de la Vega aparecieron en la carretera de Fuencarral, lo que suscitó las protestas de muchas delega- ciones y embajadas extranjeras. Entre el 18 de julio y el 31 de agosto de 1936 se contabilizó en Madrid una media de noventa y tres muertes violentas al día. Otros tuvieron más suerte, como el dramaturgo Enrique Jardiel Poncela, que ese verano de 1936 vio la muerte de cara. «El 16 de agosto, cinco milicianos –los fusiles y las pistolas por delante– se colaron en mi domicilio», escribió. A Jardiel Poncela lo subieron en un espectacular Rolls-Royce amarillo y lo lle- varon a la checa de las milicias socialistas, ubicada en el palacio de Medinaceli (que estaba en la plaza de Colón, donde ahora se levanta el Centro Colón). Allí 48 Fernando Cohnen lo interrogaron, y luego lo soltaron y le dijeron que al día siguiente debía estar disponible para nuevos interrogatorios. Finalmente, los milicianos dejaron en paz al aterrorizado Jardiel Poncela. José Luis Sáenz de Heredia, director de cine falangista y primo de José An- tonio Primo de Rivera, también se salvó de milagro. La guerra lo sorprendió en su domicilio de Madrid, en la calle Hortaleza, 90, del que tuvo que huir para no ser atrapado por los milicianos. Se refugió en casa de la familia de Primo de Rivera, y luego vivió aterrorizado en la calle hasta que decidió ir a los estudios de cine donde trabajaba. Sus antiguos empleados decidieron protegerlo, pero finalmente fue detenido. El cineasta Luis Buñuel, para quien trabajó Sáenz de Heredia, intercedió por él. Al concluir la guerra, se convirtió en uno de los directores cinematográficos más cotizados del nuevo régimen. Fue el realizador de Raza, cuyo guion fue escrito por Jaime de Andrade, seudónimo del mismísimo . Muy cerca del domicilio de Sáenz de Heredia, en la calle Farmacia esquina con la de Hortaleza, se encontraban las Escuelas Pías de San Antón, hoy sede del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (COAM). En la guerra, este colegio, la iglesia y el convento de los padres escolapios fueron transformados en una cárcel que dirigió Jacinto Ramos. La mayoría de los milicianos que hacían las labores de carceleros pertenecían a la CNT, la FAI y el Partido Sindicalista. Allí estuvieron confinados Manuel Gutiérrez Mellado, que muchos años después sería capitán general y uno de los personajes clave de la Transición española, y el dramaturgo Pedro Muñoz Seca, autor de La venganza de don Mendo. A estos y a otros presos en las cárceles madrileñas les esperaban días de angustia y terror.

En sus diarios, Azaña critica la política de represalia y exterminio que pusieron en marcha ambos bandos: «Los impulsos ciegos que han desencadenado sobre España tantos horrores han sido el odio y el miedo. Odio destilado, lentamente, durante años en el corazón de los desposeídos. Odio de los soberbios, poco dispuestos a soportar la insolencia de los humildes. Odio a las ideologías con- trapuestas, especie de odio teológico, con que pretenden justificarse la intole- rancia y el fanatismo. Una parte del país odiaba a la otra y la temía. Miedo de ser devorado por un enemigo en acecho: el alzamiento militar y la guerra han sido, oficialmente, preventivos para cortarle el paso a una revolución comunista». En aquellos momentos de incertidumbre, la vida de muchos madrileños dependió de las arbitrariedades de las bandas armadas. La escritora republicana Elena Fortún, autora de la célebre serie de novelas infantiles protagonizadas por el personaje de Celia, pasó parte de la guerra en Madrid. Aprovechó sus golpe de estado y revolución 49 experiencias para escribir Celia en la revolución, en la que su protagonista ya no es una niña, sino una adolescente de quince años capaz de percibir el horror que la rodea, como los bombardeos sobre la población, los paseos y los muertos en los descampados:

El tranvía sale de la plaza a la calle de Toledo que recorre toda hasta el puente sobre el Manzanares. Al llegar allí, todas las mujeres miran hacia el río y cu- chichean señalando con el dedo una orilla. Yo también miro, pero no sé qué es lo que atrae su atención. Un hombre dice brutalmente: –Hoy hay más de cien besugos. Y todos se arriman. –¿Dónde? ¿Se les ve desde aquí? –Ayer había doce.

La adolescente Celia comprende, al fin, que los besugos son los fusilados de la noche, con sus ojos abiertos, velados por la muerte pero todavía llenos de miedo y sorpresa. «Todos miran puestos de pie, y yo también me levanto a mirar... Sí, allí veo un montón oscuro... Distingo el blanco de las caras. ¡Cuan- tísimos, Dios mío!» Una mujer gorda que va junto a la joven protagonista de la novela brama: «¡Bien muertos están!». «Son fascistas... Chupadores de la sangre del pobre», añade otro viajero.14 A los cinco años de su fallecimiento, Elena Fortún fue homenajeada con un monolito de piedra, obra del escultor José Planes Peñalver, por iniciativa del Círculo de Bellas Artes y sufragado por suscripción popular. El sencillo monumento fue colocado en 1957 al final del paseo de Camoens, junto al llamado Manantial de la Salud, en el parque del Oeste de Madrid, y allí sigue en pie, tan escondido que muchos madrileños desconocen su existencia. La preocupación de algunos socialistas ante los crímenes que se cometían en Madrid llevó a Indalecio Prieto a pronunciar un discurso que levantó ampollas entre los miembros del Frente Popular. «Lo que está ocurriendo aquí puede llenarnos de sonrojo y puede constituir una afrenta ante el mundo [...] Ante la crueldad ajena, la piedad nuestra; ante la sevicia ajena, vuestra clemencia; ante todos los excesos del enemigo, vuestra benevolencia generosa [...] ¡No los matéis! Superadlos en vuestra conducta moral, superadlos en vuestra ge- nerosidad», escribió Prieto. En las primeras semanas de guerra fueron constantes las llamadas al orden a través de la radio para tratar de frenar los paseos. Los dirigentes republicanos,

14 Elena Fortún, Celia en la revolución, Sevilla, Renacimiento, 2016, pp. 60-61. 50 Fernando Cohnen los socialistas y también algunos comunistas eran conscientes del efecto ne- gativo que esos asesinatos tenían en la prensa extranjera. Había que frenar aquella masacre para paliar la mala imagen de la República en el exterior, que desde el mismo momento en que estalló la rebelión de los militares africanistas trató de ganarse el favor de la opinión pública internacional. «A partir del año 1937 se puede decir que la situación de las cárceles de Madrid se man- tuvo en la normalidad, en la misma línea que los paseos también fueron más inhabituales, aunque hubo algunos. La República fue recuperando el control del orden público en la retaguardia y en este campo la situación se acercó a la normalidad en lo posible, dadas las circunstancias», afirma Javier Cervera en su libro Madrid en guerra: la ciudad clandestina.15

Al poco de iniciarse el conflicto armado, los cafés de Madrid estaban repletos, si bien la clientela había cambiado de aspecto. Los monos azules y las alpargatas sustituyeron a los trajes bien cortados y los zapatos de marca. En la terraza del Círculo de Bellas Artes, los milicianos habían sacado algunas mesas para pasar la tarde. En las que había al lado, las de La Granja El Henar y el Negresco, se reunían algunos de los que habían combatido por la mañana en el puerto del León y en otras zonas de la sierra madrileña. Más que una guerra, aquello pa- recía el tiro al pato de una verbena veraniega. Y el caso es que los combates en la sierra comenzaron a ser muy violentos y provocaron numerosas bajas entre los combatientes de ambos bandos. Aunque lo peor iba a llegar en noviembre, cuando las tropas rebeldes intentaron tomar la ciudad. «En esas terrazas todos los milicianos presumían de sus hazañas, pero luego todo aquello se fue terminando. Era un poco de cuchufleta. La situación cambió mucho cuando la gente creyó que Franco iba a entrar en Madrid y parece que no lo consiguió gracias a la llegada de las Brigadas Internacionales [noviembre de 1936]. La guerra se convirtió en algo más grave, más serio. El Ejército, más organi- zado por Indalecio Prieto, se serenó», recordaba el arquitecto Fernando Chueca Goitia en el libro Madrid en la Guerra Civil: los protagonistas, de Pedro Montoliú. En agosto, apenas iniciada la sublevación militar contra la República, el PCE creó el Altavoz del Frente, un organismo con funciones de agitación y propaganda que actuaba en la retaguardia y en las trincheras. Sus responsables incautaron varios pisos de un edificio en la calle Alcalá, 62 (hoy número 52), cerca del Palacio de Comunicaciones. La revista Mundo Gráfico publicó un extenso artículo sobre sus actividades en la capital. «Estamos en las oficinas donde se controlan las

15 Javier Cervera, Madrid en guerra: la ciudad clandestina, 1936-1939, Madrid, Alianza, 1998, p. 103. golpe de estado y revolución 51 actividades del Altavoz, junto a un balcón abierto al estruendo febril de la calle de Alcalá, ahogado por el trabajo incesante de la oficina. Bajo los balcones, un grupo de pintores da los últimos retoques al decorado de la fachada, cuadriculada con carteles donde se hace la exaltación de la gesta heroica del pueblo en armas.»

Entrada del edificio incautado por el órgano de propaganda del Partido Comunista en la calle Alcalá, no muy lejos del Círculo de Bellas Artes.

Aquel organismo de propaganda del PCE, cuyo responsable era el perio- dista peruano César Falcón, ofrecía una emisión diaria de radio que incluía programas musicales, charlas y conferencias, editaba un semanario (Altavoz del Frente), organizaba exposiciones de arte, producía documentales cinema- tográficos y puso en marcha una orquesta con cantantes al mando de Carlos Palacios. El Altavoz del Frente también dedicó parte de sus esfuerzos al arte dramático. Su responsable fue Manolo González y su sede el Teatro Lara, que pasó a denominarse Teatro de la Guerra. En septiembre de 1936, este organismo pasó a depender del Quinto Regi- miento. Su tarea, además de la propagandística, era educar a los soldados en los principios éticos del partido. «El PCE no concebía al soldado sin conciencia política; debía saber por qué luchaba y convertirse en un militante de la lucha contra el fascismo», recuerdan los historiadores Francesc Andreu Martínez y Antonio Laguna.16 El 22 de enero de 1937, el legendario regimiento dejó de

16 Francesc Andreu y Antonio Laguna, «Agit-Prop comunista en la Guerra Civil: entre el Fren- te Popular y el Partido Único Obrero», en Historia Contemporánea, n.º 49, Vitoria-Gasteiz, Universidad del País Vasco, 2014, p. 696. 52 Fernando Cohnen existir al integrarse en el Ejército Popular republicano. A partir de entonces, los esfuerzos de agitación y propaganda del PCE fueron canalizados a través del Altavoz del Frente, cuya sede se trasladó al Círculo de Bellas Artes en sep- tiembre de 1938.

Arturo Barea describe muy bien el caos que se produjo en la distribución de alimentos y de otros productos de consumo durante las primeras semanas de la guerra. Escribe Barea en La forja de un rebelde:

Fue aquella también la época de los vales. Cada grupo, cada batallón, cada sin- dicato, hacía vales, les estampaba un sello de caucho y los presentaba a canjear por artículos de comer o beber, de uso personal o material de guerra. Una mañana, dos milicianos, con el fusil en bandolera y el pañuelo negro y rojo de los anarquistas atado al cuello, se presentaron en el almacén de mi hermano y le alargaron, como encargado, un vale que decía:

Vale por 5.000 máquinas de afeitar. 5.000 barras de jabón de afeitar. 100.000 hojas de afeitar (de buenas marcas). 5.000 botellas de agua colonia de marca. 10 damajuanas de cincuenta litros de agua colonia para barberías. 1.000 kilos de jabón de tocador.

Mi hermano se negó a aceptar el vale: –Lo siento, pero no os puedo dar lo que pedís. Y a propósito, ¿para quién es todo esto? –Puedes mirar el sello: para las Milicias Anarquistas del Círculo de Bellas Artes... ¿Qué quieres tú decir, que no nos vas a dar lo que pedimos? Bueno, eso es una broma. –No hay bromas, compañeros. Un vale así yo no lo acepto, como no lo au- torice el Ministerio de la Guerra. –Está bien. Entonces, vente con nosotros. El que en aquellos días le llevaran a uno al Círculo de Bellas Artes suponía correr el riesgo de amanecer a la mañana siguiente en la Casa de Campo con un tiro en la nuca. Los dos milicianos estaban solos, mientras que en el almacén había hombres de sobra con una pistola en el bolsillo. Mi hermano dijo a los dos milicianos que esperaran y llamó por teléfono al Círculo de Bellas Artes. Allí no sabían nada del vale y le pidieron a mi hermano que llevara a los dos golpe de estado y revolución 53

milicianos al Círculo y el vale con ellos. Los llevaron a la fuerza y resultó que los dos individuos habían intentado un robo en gran escala. Los anarquistas los fusilaron aquella noche.

El café Lion d’Or (actualmente un pub de aire irlandés) se encontraba en el número 59 de la calle Alcalá, a poca distancia del Círculo de Bellas Artes. An- tes de que estallara la Guerra Civil, su sótano, llamado La Ballena Alegre, era un lugar de encuentro de falangistas, que celebraban allí sus tertulias. Pedro Mourlane, Rafael Sánchez Mazas, Samuel Ros, Agustín de Foxá y Jacinto Mi- quelarena se contaban entre aquellos que frecuentaban el concurrido bar. En estas tertulias, José Antonio Primo de Rivera –fundador de la Falange– y Sánchez Mazas dieron forma a la retórica «joseantoniana», que proclamaba una idea de España que se asentaba en un discurso espiritual: «Una unidad de destino en lo universal». Curiosamente, en el piso de arriba se celebra- ba la tertulia del comunista José Bergamín, a la que acudían intelectuales de izquierda como Rafael Alberti, García Lorca y otros escritores que apoyaron sin fisuras a la República. No muy lejos del Lion d’Or, en la calle Marqués del Duero, 7, se encuentra el palacio de Heredia-Spínola, que fue incautado por la Alianza de Intelectuales Antifascistas, una agrupación de personalidades de la cultura en la que tenían cabida todos aquellos que estaban en contra de la ideología fascista. Entre otros, José Bergamín, Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre, Emilio Prados, Arturo Serrano Plaja, León Felipe, Luis Cernuda, Julián Marías y María Teresa León, que en sus memorias recuerda los lujosos trajes conservados en los armarios y baúles de los dueños del palacio. Muchas de aquellas prendas se aprovecharon para las funciones dramáticas que se organizaban en el Teatro de la Zarzuela, cuya dirección corrió a cargo de León y de su marido, Alberti. En este teatro actuaba Estrellita Castro el día que estalló la guerra. Poco des- pués se trasladó a Valencia, donde popularizó el pasodoble Rocío. A lo largo de la contienda, la cantante y actriz regresó en alguna ocasión a la ciudad asediada para actuar en otros teatros. Uno de sus grandes éxitos fue la interpretación de Suspiros de España, un famoso pasodoble compuesto por el maestro Anto- nio Álvarez Alonso que para muchos exiliados de la Guerra Civil simbolizó la nostalgia del país perdido. La Alianza de Intelectuales Antifascistas fue visitada por renombrados es- critores de todo el mundo, entre ellos André Malraux, Nicolás Guillén, Tristan Tzara o Louis Aragon. Pero al palacio Heredia-Spínola también acudieron ci- neastas, periodistas y reporteros gráficos. «Gerda Taro llevaba colgados de su hombro los aparatos fotográficos. Ella y Capa, también fotógrafo entusiasta, 54 Fernando Cohnen fueron los huéspedes más queridos de la Alianza de Intelectuales, y eso que hubo tantos. Con toda naturalidad, después del inesperado recibimiento de León Felipe, se instalaron junto a nosotros. Iban constantemente al frente y regresaban cansados y felices. La fama de buen fotógrafo de Capa era inter- nacional», recuerda María Teresa León en sus memorias. En ese palacio se editó la revista El Mono Azul, cuya cabecera hacía un guiño al traje de faena de ese color que llevaban muchos obreros de la época; el mismo

Noticia sobre la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura, que incautó el palacio de Heredia-Spínola para establecer allí su sede. golpe de estado y revolución 55 que vestían los primeros milicianos que tomaron las calles de Madrid. En las páginas de la revista aparecieron textos firmados por Prados, Altolaguirre y otros escritores defensores del Gobierno republicano. Bergamín fue el alma de El Mono Azul y el Guernico de la novela La esperanza (L’Espoir), de André Mal- raux. En enero de 1937, Bergamín encargó a Picasso un mural para el pabellón español de la Exposición de París. El escritor Max Aub y Josep Renau –director general de Bellas Artes– también intervinieron en aquella operación, que dio como resultado el Guernica, obra legendaria que actualmente se puede admirar en el Museo Reina Sofía de Madrid. La Alianza de Intelectuales Antifascistas también incautó el Teatro Español, frente a la plaza de Santa Ana, que pasó a llamarse Teatro García Lorca. En su escenario actuaron la compañía corporativa Nueva Escena y el Grupo García Lorca, que escenificó obras de Gorki, del propio Lorca o Doña Perfecta, de Benito Pérez Galdós. En los primeros días de guerra, Miguel Hernández fue otro de los asiduos a la sede de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, hasta que decidió alistarse en el Quinto Regimiento como simple zapador. El 25 de septiembre de 1936 fue enviado a cavar trincheras al pueblo de Cubas, en las afueras de Madrid. Posteriormente, Hernández pasó a formar parte de la 10.ª Brigada, que estaba comandada por el escritor cubano Pablo de la Torriente, comisario político del Batallón del Campesino, que murió en el frente poco después. El poeta le dedicó una sentida elegía:

Pablo de la Torriente, has quedado en España y en mi alma caído; nunca se pondrá el sol sobre tu frente, heredará tu altura la montaña y tu valor el toro del bramido.

A mediados de febrero de 1937, Hernández fue nombrado responsable del Altavoz del Frente en el sector sur. capítulo 2 resistencia Cuando venía la noche, el miedo de Madrid crecía y se abombaba como si empujase el cielo hacia arriba. Del fondo de las calles oscuras los tranvías avanza- ban despacio, arrastrando su propia luz morada, que es también un color de la muerte, y campanilleaban tristemente como si precediesen el cortejo de al- guien al que fuesen a ajusticiar.

Wenceslao Fernández Flórez, Una isla en el mar rojo

La guerra transformó las costumbres de la ciudad. En los primeros días de lucha, muchas madrileñas se alistaron como milicianas. Se las podía ver portando un fusil en los salones del Círculo de Bellas Artes, paseando por la Gran Vía o desfilando por la calle Génova. Algunas llevaban el uniforme de miliciana, tal y como las pintaron en los carteles de propaganda, si bien muchas orga- nizaciones políticas rechazaron la adopción de ese vestuario revolucionario. «Las mujeres que se exhiben con monos azules por el centro de la ciudad han confundido la guerra con un carnaval. Hay que ser más serias. Y poner fin a esas revistas que publican fotos de mujeres armadas con un fusil y que nunca han disparado en su vida», se podía leer en las páginas de Solidaridad Obrera. 60 Fernando Cohnen

En realidad, tales casos resultaron anecdóticos frente a la actitud res- ponsable y comprometida de muchas mujeres, cuyo esfuerzo fue vital para la defensa de la capital. Las madrileñas ayudaron en los improvisados hospitales de sangre, recaudaron fondos para la guerra, sustituyeron a los hombres en las fábricas, condujeron tranvías, trabajaron en los comedores colectivos o confeccionaron ropa para los combatientes. Las que se dedicaban a estos últimos menesteres tenían a su disposición el Sindicato de la Aguja, cuya sede se instaló en un edificio incautado en la Puerta de Alcalá (plaza de la Independencia, 1). Un claro ejemplo del cambio que experimentó la mujer en aquellos años se manifestó en su creciente participación en distintas organizaciones políticas. De todas ellas cabe destacar a Victoria Kent, del Partido Radical Socialista; Isa- bel Oyarzábal, que fue embajadora en Suecia, o Federica Montseny, destacada dirigente del movimiento anarquista y la primera mujer que alcanzó el cargo de ministra en España, en el segundo Gobierno que Largo Caballero formó en noviembre de 1936. Pero si hubo un organismo político en el que las mujeres cobraron especial relevancia, ese fue el Partido Comunista. Entre ellas se encontraban su líder, Dolores Ibárruri, más conocida como Pasionaria, o María Teresa León, que, como ya se ha señalado, colaboró en labores de agitación y propaganda a través de la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Otros casos similares fueron los de la socialista Margarita Nelken, que pronto se afilió al PCE, o la escritora Luisa Carnés, que tras integrarse en la Agrupación Profesional de Periodistas de la UGT se vinculó también al partido, trabajando en la redacción de Mundo Obrero y en el Altavoz del Frente. De esta escritora se ha recuperado recientemente una novela –Tea Rooms. Mujeres obreras– en la que narra sus propias experiencias laborales en el Madrid de la República. Fue el PCE el que convirtió en símbolos vivos de la lucha antifascista a Ma- tilde Landa y Tina Modotti. Los comunistas también sedujeron a la aristocrática Constancia de la Mora, nieta del político Antonio Maura y esposa de Ignacio Hidalgo de Cisneros, militar que dirigió la aviación republicana durante la guerra. Aquella mujer que hablaba varios idiomas se hizo comunista y envió a su hija a la Unión Soviética durante la contienda. Su primo, el escritor Jorge Semprún, autor del prólogo de la última edición de la autobiografía de Constancia de la Mora (Doble esplendor), recuerda que «en aquella época de polaridades ideológicas tan radicales no resulta tan extraño que una joven inteligente, hastiada de un círculo social asfixiante, terminara hablando maravillas del ‘paraíso soviético’». Al finalizar la guerra, Constancia de la Mora se exilió en México. resistencia 61

El 19 de septiembre de 1936, el diario ABC publicó un pequeño suelto en la sección de «Notas para las milicias». En él se menciona por primera vez la Casa de Valencia, instalada en el Círculo de Bellas Artes. «Todos los mi- licianos de la columna Uribarri tienen sus oficinas en Madrid, en la Casa de Valencia, Alcalá, 42.» Esta columna fue fundada por el capitán de la Guardia Civil Manuel Uribarri tras el estallido de la guerra en julio de 1936 y estuvo formada por unos quinientos hombres, en su mayoría guardias civiles leales a la República y anarquistas de Valencia. En agosto, la columna fue trasladada al frente de Extremadura, donde se reforzó con camiones y automóviles requisados, lo que le proporcionó una gran movilidad. A partir de entonces también fue conocida como la «columna fan- tasma». Fue derrotada por los hombres al mando del militar rebelde Antonio Castejón. La columna Uribarri se enfrentó también a los sublevados en el valle del Tajo, y luego retrocedió a Madrid. El Círculo de Bellas Artes dio cobijo a los hombres de esa columna durante las semanas que pasaron en la capital. A finales de 1936, cuando las tropas franquistas comenzaron el asedio de la ciudad, la columna fantasma sirvió de base para la fundación de la 46.ª Brigada Mixta. En los meses siguientes, el Círculo siguió albergando el Comité Popular de Abastecimientos y la sede de la Casa de Valencia, que, como veremos más adelante, sirvió también para reorganizar a los milicianos de otros batallones levantinos que acudieron a combatir a Madrid, muchos de los cuales murieron o resultaron heridos. El Círculo se constituyó en una especie de comandancia improvisada donde se reunían los jóvenes que llegaban a la capital para cola- borar en su defensa. Una vez localizados, los mandos los integraban en otras unidades o los devolvían a sus puntos de origen. Esos jóvenes combatientes subían las escaleras del Círculo para visitar la azotea, donde el Ejército había instalado un pequeño cañón antiaéreo y un po- tente reflector que de noche escudriñaba el cielo a la caza y captura de aviones enemigos. En otros puntos elevados de la ciudad también se habían colocado reflectores, que poco podían hacer para detener los ataques de los bombarde- ros alemanes. Desde la azotea del Círculo se divisaban los barrios del sur y la silueta del cerro de los Ángeles, así como parte del trazado de la Castellana y los tejados del centro de Madrid. Enfrente, majestuoso, se encontraba el edificio del Fénix (actual Metrópolis), y un poco más allá, la Gran Peña. Desde las alturas se veía a los milicianos que marchaban en grupo por la calle Alcalá y se adentraban en la Gran Vía en dirección a Moncloa, donde se encontraba el frente. Allí arriba, los milicianos se admiraban al contemplar a sus compañeros de la FAI, diminutos en la distancia, desfilando en un conjunto caótico junto a tanquetas imposibles, camiones blindados y otros vehículos 62 Fernando Cohnen

De noche, la ciudad apagaba las luces. Solo se veían los reflecto- res cuando la aviación enemiga sobrevolaba Madrid, tal y como se aprecia en este dibujo publi- cado en Crónica y que podría ha- ber sido hecho desde el Círculo de Bellas Artes. salidos con urgencia de los talleres de Vizcaya o Cataluña. También llegaba hasta ellos el chirriar de las cadenas de los carros de combate Renault de la Primera Guerra Mundial, viejas piezas de museo que todavía prestaban servicio en aquel conflicto armado entre hermanos. Eran las mismas imágenes que describe Barea desde la azotea del edificio de la Telefónica. «A veces pasaba uno de los grandes cañones y se paraba en la esquina de la calle para que las gentes pudieran tocar con sus dedos su pintura gris y se convencieran de que era real. A veces era una ambulancia, un gran camión, pródigo de cruces rojas sobre círculos de leche, que pasaba y dejaba tras de sí un surco lleno de silencios; hasta que la motocicleta que tejía su camino entre coches y gente y explosiones desgarraba el silencio.» En las tabernas y los cafés que permanecían abiertos, la gente bebía a tragos sonoros la poca cerveza que todavía se dispensaba. La bulla y las fanfarronadas eran el antídoto contra cualquier amago de pánico. Las risotadas espantaban el fantasma del miedo. Allí arriba, en la azotea del Círculo de Bellas Artes, cuando las bombas caían en la Gran Vía, los milicianos más audaces, los que pensaban que eran inmunes a las balas y la metralla, no se perdían el espectáculo que se desplegaba ante sus ojos. Desde las alturas veían a los viandantes correr y refugiarse en los portales. A veces, el espectáculo se tornaba en drama. No era raro contemplar en directo resistencia 63 los efectos que causaba la metralla, cuando la onda expansiva de las bombas alcanzaba de lleno a una víctima y la partía por la mitad, desparramando sus tripas sobre el pavimento cubierto de sangre. Una mañana de bombardeo, desde la ventana de su habitación en el hotel Gran Vía, Barea se había quedado mirando a una mujer que cruzaba la calle cuando escuchó el silbido agudo de una bomba. «Se estrelló contra la fachada del Teatro Fontalba, encima de la taquilla de venta de localidades, y explotó. La mujer se tambaleó, y cayó lentamente sobre sus piernas blandas; una mancha oscura comenzó a agrandarse a su alrededor. Uno de los guardias de asalto, de centinela en la puerta de la Telefónica, corrió hacia ella, dos hombres surgieron de debajo de mi ventana y cruzaron la calle corriendo; entre los tres la recogie- ron. Se doblaba el cuerpo y se escurría bajo sus manos.» Lo sorprendente es que había gente de los barrios periféricos que iban al centro de la ciudad para ver los efectos de las bombas en el empedrado de la Gran Vía, y niños que nada más concluir la lluvia de fuego se acercaban a los lugares donde habían estallado las bombas para recoger la metralla todavía caliente y llevársela como trofeo.

En plena Gran Vía, dos niños extraen trozos de metralla de uno de los obuses lanzados por la artillería franquista ubicada en el cerro Garabitas, en la cercana Casa de Campo.

Por aquel entonces, el general rebelde Queipo de Llano ya había comenzado a difundir sus encendidos mensajes propagandísticos desde los micrófonos de Radio Sevilla. «Nuestros valientes Legionarios y Regulares han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombres de verdad. Y, a la vez, a sus mujeres. Esto es totalmente justificado porque estas comunistas y anarquistas 64 Fernando Cohnen predican el amor libre. Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones. No se van a librar por mucho que berreen y pataleen. [...] Estamos decididos a aplicar la ley con firmeza inexorable: ¡Morón, Utrera, Puente Genil, Castro del Río, id preparando sepulturas! Yo os autorizo a matar [...], que si lo hiciereis así, quedaréis exentos de toda res- ponsabilidad», bramaba Queipo a través de las ondas. Su estilo violento y machista lo convirtió en una estrella de las ondas en la España franquista. Desde su primer programa radiado, Queipo se destapó como un buen propagandista; eso sí, brutal y pendenciero. Entre las perlas que voceó desde el micrófono, cabe destacar la siguiente: «Y mañana tomaremos Utrera, así que vayan sacando las mujeres los mantones de luto...». La mayoría de sus mensajes acababan de la misma forma: «¡Canalla marxista! Canalla marxista, repito, cuando os cojamos sabremos cómo trataros». Sus arengas pronto tuvieron respuesta en el bando republicano. Y fue el poeta Rafael Alberti quien lo atacó con más dureza, retratándolo como un be- bedor empedernido y embrutecido:

¡Atención! Radio Sevilla. Queipo de Llano es quien ladra, quien muge, quien gargajea, quien rebuzna a cuatro patas. ¡Radio Sevilla! —Señores: aquí un salvador de España. ¡Viva el vino, viva el vómito! Esta noche tomo Málaga; el lunes, tomé Jerez; martes, Montilla y Cazalla; miércoles Chinchón, y el jueves, borracho y por la mañana, todas las caballerizas de Madrid [...] —¡Atención! Radio Sevilla. El general de esta plaza, tonto berrendo en idiota, Queipo de Llano, se calla.

Poco después, Alberti ideó una pieza teatral para guiñol sobre el reinado de Queipo en la capital andaluza. Aquella obra burlesca iba a ser representada en el Círculo de Bellas Artes en noviembre de 1938. resistencia 65

Las democracias europeas y Estados Unidos impidieron la venta de armas a la República a través del Comité de No Intervención, un organismo interna- cional que supuestamente iba a bloquear la llegada de ayuda militar a España. La medida favoreció claramente a los militares rebeldes, que desde el primer momento recibieron armas de Hitler y Mussolini. Londres encabezó esa política de distanciamiento del «problema español» que tanto daño hizo al Gobierno legítimo de la República. Juan Negrín era consciente de que el ascenso del nazismo en 1933 había puesto en peligro el escenario geoestratégico y la cultura europea. Sabía que la Guerra Civil tenía un innegable carácter internacional, razón por la que había que defender la República del inquietante avance del fascismo italiano y del nazismo alemán. Defender España era defender la cultura europea moderna. La política y la diplomacia republicanas tuvieron como objetivo convencer a las democracias occidentales del peligro que encerraba el auge de las camisas pardas y negras. Si los militares rebeldes ganaban la guerra, toda la Europa democrática corría el peligro de caer en manos del fascismo. Los países democráticos querían evitar el enfrentamiento con las potencias del Eje, aunque eso supusiera la humillación de la mayor parte de sus ciuda- danos, que veían con asombro cómo se salían con la suya Hitler y Mussolini. «Checoslovaquia fue la culminación de dicha política. Los gobiernos ingleses argüían estar evitando la guerra con Alemania cuando no sólo la evitaban, sino que se hundían, cada vez más, en una situación de inferioridad político- militar para el momento en que Hitler decidiera desencadenarla [...] La táctica de concesiones a Hitler pretendía encaminar la agresividad del Eje contra la Unión Soviética. Y el abandono de la República española, como después el de Checoslovaquia y Austria, se inscribía en esa línea», escribe Santiago Carrillo en sus Memorias. Negrín fue de los primeros en entender que la República debía recurrir a la ayuda de Francia y el Reino Unido. Pero Londres y París miraron a otro lado. Sólo quedaba una alternativa. Y esa alternativa de ayuda militar la ofreció Stalin, que debía de pensar lo mismo que Negrín. El peligro real era el auge del fascis- mo, tal y como quedó demostrado en 1939, una vez que la República española fue derrotada por Franco, quien de inmediato instauró un régimen dictato- rial que dio cobertura a nazis y fascistas durante la Segunda Guerra Mundial. «Stalin no se decantó por una acción directa a favor de la España republicana hasta que resultó evidente que el Tercer Reich y la Italia fascista se reían de la pomposa no intervención y continuaban como si tal cosa su apoyo creciente a Franco», escribe el historiador español Ángel Viñas en su libro La República en guerra. Sin la ayuda de Moscú, la República habría sido vencida en cuestión 66 Fernando Cohnen de pocos meses. Negrín, en aquel momento ministro de Hacienda, fue el que tomó la decisión de enviar las reservas de oro del Banco de España a la Unión Soviética para sufragar el material bélico que Stalin estaba dispuesto a vender a la República. «La idea de situar fondos en Rusia fue mía, exclusivamente mía, sin que hubiera existido previamente presión, requerimiento, sugestión o indicación por parte de nadie, ni mucho menos de los rusos», escribió Negrín antes de su fallecimiento. A finales de ese mes de agosto, el embajador soviético Marcel Rosenberg presentó las cartas credenciales a Manuel Azaña. La delegación soviética se instaló en el hotel Palace hasta que el Gobierno se trasladó a Va- lencia. Parte de los asesores militares y la totalidad de los pilotos soviéticos se alojaron en el hotel Savoy, cercano a la plaza de Cánovas del Castillo. El resto de los asesores rusos que quedaron en Madrid se trasladaron al hotel Gaylord, en la calle Alfonso XI número 3. «Entre los primeros que hicieron su aparición en la escena española se encontraban el agregado militar V. E. Gorev, el agregado naval Nikolai Kuznetsov, el asesor militar jefe Jan Berzin, el agregado comercial Arthur Stachevsky y Alexander Rodimsev, que durante largo tiempo fue consejero de Enrique Líster, comandante del Quinto Regimiento», señala Daniel Kowalsky en su libro La Unión Soviética y la Guerra Civil española. La ciudad de Toledo estaba en manos del Frente Popular desde el principio de la guerra. Sin embargo, el general republicano José Riquelme fue incapaz de someter a los rebeldes que, al mando del general José Moscardó, se parapetaron en el Alcázar. Todos los intentos por rendir la fortaleza resultaron infructuosos. El 21 de septiembre, Franco decidió desviarse de su marcha hacia Madrid para atacar Toledo y liberar el Alcázar, lo que supuso el fusilamiento de cientos de milicianos. Es probable que aquella decisión alargara la guerra más de dos años, pero era una gran oportunidad propagandística que Franco no quería desper- diciar. De hecho, las imágenes documentales sobre la entrada de los rebeldes en la ciudad y la liberación del Alcázar se vieron en los cines de medio mundo. Aquellas impactantes tomas fueron rodadas por los reporteros alemanes del Ministerio de Propaganda nazi, dirigido por Joseph Goebbels, que acom- pañaban a las fuerzas rebeldes. Si algunos historiadores creen que Franco quería dilatar la contienda para eliminar por completo a sus enemigos, otros opinan que el general necesitaba un acto propagandístico de gran calado para reafirmarse como jefe de Estado y único caudillo de la «Cruzada Nacional», cargo que finalmente consiguió el 1 de octubre, cuatro días después de liberar la ciudad de Toledo. A partir de entonces, los franquistas fueron ocupando los pueblos cercanos a la capital. La maquinaria de guerra insurgente se cerraba poco a poco sobre Madrid. resistencia 67

Entre septiembre y noviembre de 1936, diversas milicias armadas fueron llegando a Madrid para reforzar su defensa. En la imagen, la columna Durruti avanza por la calle Alcalá a la altura de la iglesia de San José, situada frente al Círculo de Bellas Artes.

A finales de septiembre, la revista Mundo Gráfico publicó un artículo sobre el problema de la centralización y distribución de alimentos en Madrid. Según afirmaba el redactor, sólo por unos días la población madrileña se preocupó por la falta de carne en las tiendas y comités. «Y aun en esos días el problema no fue de verdadera escasez, sino de dificultades de distribución, de falta de disciplina en el público consumidor. Surgieron las colas y, con ellas, los retra- sos y ciertos vicios típicos de toda aglomeración», escribía el periodista, cuyo tono pretendía huir del alarmismo. De hecho, culpaba a ciertos madrileños desaprensivos del problema de acaparamiento innecesario de alimentos.1 «La familia obrera cobra sus jornales por semanas, vive al día, no puede permitirse grandes reservas de comestibles. El consumo en Madrid se ha in- tensificado. Ha aumentado considerablemente la población. Madrid ha asu- mido contingentes venidos de las zonas de guerra. Este exceso de población eventual agrava el consumo.» El redactor de Mundo Gráfico pensaba que la llegada masiva de refugiados a la capital y los abusos de acaparamiento de algunos desaprensivos habían sido las causas de la escasez de alimentos en la ciudad esos días de septiembre.

1 Mundo Gráfico, 30 de septiembre de 1936. 68 Fernando Cohnen

A continuación, el periodista reconocía que la guerra improvisaba necesi- dades que exigían remedios urgentes. «Y en este sentido hay que hacer resaltar el trabajo enorme de organización y eficacia, de verdadero y ejemplar heroís- mo civil que ha realizado el Comité Popular de Abastecimientos, integrado por representantes de las distintas Agrupaciones del Frente Popular», y cuya sede oficial, como ya hemos señalado, estaba en el Círculo de Bellas Artes. El periodista afirmaba que el responsable del Comité «ha abastecido y abastece a todos los radios, cuarteles de Milicias, Ateneos libertarios y Círculos Socialistas de Madrid de cuanto necesitan». El redactor continuaba destacando otros logros del Comité Popular de Abastecimientos del Círculo: «Diariamente distribuye un promedio de trein- ta camiones de víveres que llegan para esos destinos a Madrid. El esfuerzo, el entusiasmo y la perfecta organización del Comité aseguran el abasteci- miento de Milicias y Agrupaciones y aun puede auxiliar al Ayuntamiento y a Intendencia en muchos casos». Pero, de repente, el tono del artículo daba un giro: «Todos cuantos en estas circunstancias han intervenido e intervienen en cuestiones de abastos coinciden en exponer que el punto a resolver, el que exige una realización inmediata, es el llegar a una urgente centralización del abastecimiento». El autor del artículo subrayaba que sólo así se resolvería el problema de los víveres, que era uno de los aspectos cruciales para defender la capital. «Con la centralización, y con la racional y rigurosa distribución por distritos, por barrios, por calles, hasta por casas, si es preciso –afirmaba el periodista–, se evitarán las colas desmoralizadoras. Estamos viviendo una guerra, y hay que hacerla en todos los sentidos. Y una de las obligaciones que la guerra impone es producir lo más que se pueda y consumir lo menos que sea posible». El artículo fue uno de los primeros en señalar certeramente el grave pro- blema de la descoordinación en el abastecimiento de víveres que comenzó a sufrir Madrid ese mes de septiembre, y que se agudizó durante toda la guerra. Los intereses cruzados, la competencia entre sindicatos y partidos políticos y entre las distintas administraciones, así como la falta de presupuesto y de transportes, fueron las causas de la escasez de alimentos en la ciudad a lo largo del conflicto armado.

En septiembre, el presidente de la República, Manuel Azaña, le ofreció al socialista Largo Caballero formar un nuevo Gobierno. Indalecio Prieto, su compañero de partido, fue nombrado ministro de Marina y Aire. La novedad la protagonizaron los comunistas Jesús Hernández y Vicente Uribe, ya que suponía la entrada del PCE en el nuevo Gabinete, cuyo ministro de Estado era resistencia 69

El consumo de víveres en Madrid aumentó considerablemente con la llegada masiva de refugiados que huían de sus pueblos ante el avance de las tropas rebeldes. el socialista Julio Álvarez del Vayo. Largo Caballero nombró un comandante en jefe en cada uno de los principales frentes de guerra, lo que facilitó la puesta en marcha del Ejército Popular de la República. La primera incursión aérea de los rebeldes se produjo en agosto de 1936, pero fue el 30 de octubre cuando la población de Madrid experimentó el terror de los bombardeos masivos. Aquel día, los aviones alemanes causaron gran mortandad al dejar caer su carga mortífera sobre una cola de gente que aguar- daba para comprar alimentos. A lo largo del mes de noviembre murieron 160 personas y resultaron heridas otras 269. Las funerarias de la ciudad no tenían ataúdes para tantos fallecidos. A partir de entonces, los madrileños escudri- ñaban el cielo con ansiedad. El lejano sonido de los motores de los Junkers alemanes eran el presagio de la lluvia de bombas que caería a continuación. Los primeros cincuenta tanques y cerca de cuarenta vehículos blindados soviéticos llegaron a Cartagena a bordo del carguero Komsomol el 12 de octubre de 1936. Las remesas de oro del Banco de España que había entregado a la Unión Soviética Juan Negrín –entonces ministro de Hacienda del primer Gobierno de Largo Caballero– como pago por la compra de material bélico comenzaban a dar sus frutos. Como señalamos antes, tras la decisión de las democracias europeas de mantenerse al margen del conflicto civil en España, la República sólo pudo recurrir a la ayuda militar que le brindaba Moscú. Las primeras misiones de los 70 Fernando Cohnen aviadores rusos en Madrid elevaron la moral de la población, que en aquellos días podían ver en las calles multitud de carteles de propaganda que alertaban del peligro que suponía la llamada quinta columna. Los franquistas emboscados en Madrid tenían oídos y escuchaban tras las paredes. Se pedía a los madrileños que no revelasen información delicada. Que tuvieran la máxima discreción. Estos enemigos de la República podían enviar a los militares rebeldes información sobre la situación que atravesaba la ciu- dad: movimientos de tropas, edificios incautados, acuartelamientos, etcétera. El término «quinta columna» tiene su origen en la Guerra Civil española en las semanas previas al asalto de Madrid, señala Javier Cervera.2 El autor de la denominación no está muy claro, pero lo más probable es que fuera el general Mola. «A inicios de octubre de 1936, considerando que la toma de Madrid era inminente, este jefe nacional afirmó que la capital caería por la acción de las cuatro columnas de Varela que se aproximaban a ella (Asensio, Barrón, Delgado Serrano y Castejón) y una quinta que ya se hallaba dentro: la de los partidarios de los sublevados, que era, por tanto, la quinta columna. Esta declaración fue, como poco, desafortunada», escribe Cervera. En verdad, el militar franquista les hizo un flaco favor a los seguidores del bando rebelde que se ocultaban en Madrid. Las páginas deMundo Obrero y de otros diarios republicanos se hicieron eco de las declaraciones de Mola y alertaron del peligro real que suponía para la seguridad de la ciudad la existencia de una quin- ta columna dispuesta a sabotear el Gobierno legítimo. A partir de entonces, se recrudeció la caza y captura de disidentes franquistas emboscados en la ciudad. Pero, más que el peligro del enemigo interior, lo que de verdad preocupaba a los madrileños era la creciente falta de víveres. La escasez de alimentos bási- cos hizo que algunas familias intentaran obtenerlos en los pueblos cercanos. Por medio del trueque se conseguían verduras, huevos o pan. Según pasaban los días, muchos madrileños acudían a las localidades accesibles desde Ma- drid, como Fuencarral, Alcobendas, Azuqueca, Arganda, Torrejón de Ardoz o Canillejas. «Esta situación obligó a las autoridades a tomar medidas como la implantación de las cartillas de racionamiento y la prohibición del libre tráfico de productos alimenticios», señalan María Isabel del Cura y Rafael Huertas en su libro Alimentación y enfermedad en tiempos de hambre: España 1937-1947.

El 22 de octubre, los rotativos madrileños anunciaron la inauguración del Tea- tro de la Guerra (antiguo Teatro Lara, en la Corredera Baja de San Pablo, 15), que dependía del Altavoz del Frente. Su máximo responsable, César Falcón,

2 Javier Cervera, Madrid en guerra, op. cit., p. 139. resistencia 71 ofreció un breve mitin, y a continuación se representaron pequeñas piezas dramáticas: una del propio Falcón, otra de su mujer, Irene Falcón, y dos más de Luisa Cortés y Rafael Alberti. Mientras los madrileños acudían a esta sala teatral, los milicianos que defendían las afueras de la ciudad aguzaban la vista a la espera de la anunciada ofensiva rebelde.

Entrada del Teatro Lara, que pasó a denominarse Teatro de la Guerra y albergó las representaciones teatrales del Altavoz del Frente.

Cuando las tropas franquistas se encontraban a las puertas de la ciudad, el PCE publicó un manifiesto titulado¡Madrid está en peligro!: «El Comité Central del Partido Comunista de España se dirige a todos los trabajadores, y funda- mentalmente a todos los afiliados, para advertirles la inminencia del peligro que se cierne sobre la capital de la República y la necesidad de acelerar todas las actividades y realizar el máximo esfuerzo que permita, lo más rápidamente posible, infligir una seria derrota al enemigo y comenzar una contraofensiva que aclare definitivamente la situación de nuestro país». El manifiesto subrayaba que Madrid era la presa más codiciada del enemigo, y hacia ella convergían todos los esfuerzos de los rebeldes con la ayuda arma- mentista de nazis y fascistas. «Pero, a pesar de esto, en el ánimo de todos vive arraigado profundamente el convencimiento de que Madrid será inexpugnable por el esfuerzo heroico de las masas populares dispuestas a derramar hasta la última gota de sangre. Y este convencimiento se basa, no solamente en su propio heroísmo, sino también en la fuerza de los elementos bélicos moder- nos que el mismo pueblo, con magnífico esfuerzo, ha sabido forjar y que son necesarios para la victoria», señalaba el manifiesto del PCE. Sin embargo, aquel 2 de noviembre de 1936, los corresponsales extranje- ros creían que Madrid caería en cuestión de horas. Casi nadie daba un duro 72 Fernando Cohnen por su defensa, ni siquiera los responsables del Gobierno. Sólo un puñado de militares, militantes del PCE y jóvenes representantes de otras fuerzas del Frente Popular creían posible frenar la ofensiva rebelde. Fueron ellos los que galvanizaron a la población. En aquellos momentos de incertidumbre, el mani- fiesto del PCE lanzó la consigna que había que seguir: «Intelectuales, pequeña burguesía, todos a defender Madrid, a defender vuestras mujeres, vuestras madres, vuestras hijas, vuestra dignidad y vuestra libertad amenazadas».

La República no contó con el apoyo del Gobierno francés, ni tampoco del bri- tánico. Con la perspectiva de la caída de Madrid y de una rápida victoria de los militares rebeldes, el Foreign Office se aproximó a Franco. «El 7 de noviembre Anthony Eden [ministro de Asuntos Exteriores del Reino Unido] instruyó al encargado de negocios en Madrid: quedaba autorizado a establecer con él los contactos ‘de facto’ necesarios para proteger los intereses británicos tras la caída de la capital. En cuanto esta se produjera se le reconocería el dere- cho de beligerancia», señala el historiador Ángel Viñas.3 Nadie creía que Madrid pu- diera aguantar el ata- que de los franquistas. Londres apostaba por los rebeldes, dejando desamparada a la Re- pública. Siguiendo la pauta que marcaban los británicos, el Go- Uno de los carteles que encarecían la importancia del esfuerzo bierno francés miró colectivo en la defensa de la ciudad. a otro lado, lo mismo

3 Ángel Viñas, La República en guerra: contra Franco, Hitler, Mussolini y la hostilidad británica, Barcelona, Crítica, 2012, p. 95. resistencia 73 que Washington. El Estado español, dirigido por un Gobierno republicano y reconocido por la comunidad internacional, se vio privado de ejercer su dere- cho a la legítima defensa. El Frente Popular sólo contó con la ayuda soviética. El 4 de noviembre, los cazas rusos I-15 (llamados «chatos») aparecieron en el cielo de Madrid y lucharon contra los aviones de los rebeldes. Los ma- drileños salieron a la calle para contemplar los combates aéreos y aplaudir con fuerza cuando uno de los «suyos» parecía haber derribado un avión ene- migo. Aquellos flamantes aparatos habían llegado días antes en el mercante Karl Lepin. Si los bombarderos rusos se montaron en un tiempo récord, los I-16 («moscas») fueron desembalados y puestos en funcionamiento en un abrir y cerrar de ojos. Los republicanos dispusieron desde entonces de una eficaz herramienta para enfrentarse con garantías a los aviones alemanes. Sin embargo, a pesar de la importancia que tuvo ese apoyo aéreo, la defensa de la capital iba a suponer una tarea titánica. Asediada por las tropas rebeldes, la ciudad fue el centro de atención de todo el mundo. El poeta inglés W. H. Auden escribió:

En esa tierra árida, en esa meseta perforada por ríos, nuestros pensamientos se encarnan en cuerpos...

A modo de estribillo repetía: «Y Madrid es el corazón». El poeta de la ge- neración del 27 Manuel Altolaguirre también expresó sentimientos similares:

Madrid, capital de Europa, eje de la lucha obrera, tantos ojos hoy te miran, que debes estar de fiesta.

Pero muchos republicanos debieron de pensar que, más que una fiesta, lo que se avecinaba era una gran tragedia y un baño de sangre. La pérdida de la capital supondría el principio del fin de la República.

El 4 de noviembre se anunció la formación del nuevo Gobierno de Largo Caballero, que estaba constituido por seis socialistas, cuatro cenetistas, dos comunistas, tres de Izquierda Republicana, uno del PNV, uno de Unión Re- publicana y otro de Esquerra Republicana. La cartera de Sanidad y Asistencia Social recayó en Federica Montseny, de la CNT, que se convirtió en la primera mujer que llegaba a tan alta responsabilidad en España. 74 Fernando Cohnen

«Cuando me hice cargo del Ministerio me esforcé en buscar personal idó- neo, con la voluntad de potenciar la presencia femenina en este mundo político, del que la mujer siempre se había visto marginada», escribió Montseny. Pero no fue la única que arrimó el hombro. Gracias al empeño de Clara Campoamor y de otros políticos de izquierda, el Gobierno republicano aprobó leyes que permitían el acceso de la mujer a la vida pública. Aquellas leyes regularon el matrimonio civil y facilitaron el divorcio de mutuo acuerdo. Derechos que fueron suprimidos por el régimen franquista una vez finalizada la guerra. El nuevo Gobierno de Largo Caballero se reunió el 5 de noviembre. Tras horas de deliberación, y ante la inquietante presencia de las tropas franquistas a las puertas de la ciudad, el Gabinete decidió abandonar Madrid y no comunicar su decisión hasta encontrarse en Valencia. Su precipitada salida se hizo en un sigilo total. Antes de partir, Largo Caballero encomendó al general José Miaja la crea- ción de una Junta de Defensa que coordinara todas las actividades de la ciudad.

El edificio de la Telefónica de la Gran Vía, el más alto de la capital en la épo- ca, albergaba algunas oficinas del servicio de contraespionaje republicano, la Sección de Prensa y Propaganda del Ministerio de Estado y la Oficina de Prensa Extranjera, donde trabajaba como censor y traductor Arturo Barea. El autor de La forja de un rebelde pasó días y noches en la Telefónica, trabajando muy duro y expuesto a las bombas. El estrés que le produjeron los bombardeos y el continuo goteo de víctimas civiles lo marcaron profundamente. En la azotea, los militares republicanos habían situado puestos de observación para vigilar los movimientos del enemigo en la cercana Casa de Campo, donde los militares rebeldes habían ubicado su artillería. Los oficiales franquistas tomaron como punto de referencia el edificio para bombardear el centro de Madrid. La huida del Gobierno dejó totalmente desamparados a muchos funciona- rios. El equipo de censores de la Oficina de Prensa Extranjera de la Telefónica no sabía qué hacer. Se sentían abandonados, sin órdenes que cumplir. El 8 de noviembre, Barea decidió tomar la iniciativa. «Torres y yo fuimos al palacio del banquero Juan March [situado en la calle Ortega y Gasset], en el cual la Junta de Defensa estaba instalando sus oficinas», cuenta. Le dijeron que se mantuviera en su puesto, y eso fue lo que hizo, lo mismo que la mayor parte de los madrileños, cuyo espíritu de resistencia resultó mucho más elevado que el del presidente del Consejo de Ministros y el resto del Gabinete. La huida de Largo Caballero y su Gobierno debió de producirse entre las seis y las siete de la tarde del 6 de noviembre. A esa hora, los madrileños no eran conscientes de lo que estaba pasando. La carretera hacia Levante se llenó de automóviles y camiones que transportaban a los ministros, a sus familiares resistencia 75 y a algunos funcionarios. A su llegada a Valencia, Montseny recibió la orden de la CNT de volver a Madrid. Así lo hizo. Tras un mitin en el cine Monumental, en el que había hablado de morir antes que abandonar la ciudad, Pedro Rico, alcalde de Madrid, huyó hacia Valencia en noviembre de 1936, aunque fue detenido en Tarancón por un grupo anarquista que estuvo a punto de fusilarlo. De vuelta en Madrid, Rico logró refugiarse en la embajada de México, lo que fue considerado una vergüenza por muchos madrileños. Dos días después fue trasladado en el coche de uno de los banderilleros de Belmonte (famoso matador de toros) hasta Valencia. Debido a la huida de Rico, la alcaldía pasó a manos de Cayetano Redondo, que permaneció en el cargo hasta el 24 de abril de 1937 y fue fusilado en 1940. Su sustituto fue Rafael Henche de la Plata, de la UGT, que asumió el cargo hasta el 24 de marzo de 1939. Debido a los intensos bombardeos que sufría la zona, el Ayuntamiento fue trasladado al palacio de los marqueses de Amboage, ubicado en la calle Juan Bravo, el mismo que hoy alberga la embajada de Italia. En los últimos días de la guerra, Henche partió a Valencia para tratar de salir del país. No lo consiguió y fue detenido en Alicante, donde se le condenó a muerte. Gracias a presiones diplomáticas, la sentencia fue abolida y quedó recluido en el penal de El Dueso (Santander), hasta que fue puesto en libertad en 1945.

A las siete de la tarde acudió Miaja al Ministerio de la Guerra, en la plaza de Cibeles, donde se encontró con el general Pozas. Allí recibieron sendos sobres lacrados en los que se podía leer: «Muy reservado. Para abrir a las seis de la mañana [del día 7 de noviembre]». Ambos militares decidieron no obedecer

La llegada de las tropas rebeldes a las puertas de Madrid provocó la precipitada huida del Gobierno el 6 de noviem- bre de 1936. Antes de partir, el presidente del Consejo de Ministros, Largo Caballero, encomendó al general José Miaja (en la imagen) la creación de una Junta de Defensa que coordinara todas las actividades de la ciudad. 76 Fernando Cohnen las órdenes y abrieron los sobres. Su sorpresa fue mayúscula. El Gobierno había huido, y ellos quedaban al mando de una ciudad que podía caer en manos del ejército rebelde en cualquier momento. Gracias a su curiosidad, Miaja y Pozas no perdieron ni un minuto a la hora de coordinar la defensa de Madrid. Miaja llamó al teniente coronel Vicente Rojo, que horas antes había sido nombrado por el Gobierno jefe del Estado Mayor de la Defensa de Madrid. Miaja y Rojo contaban con unos veintitrés mil hombres desperdigados por la ciudad y sus alrededores, una treintena de carros de com- bate rusos T-26 y T-95, algunas viejas tanquetas Renault de la Primera Guerra Mundial, cerca de ochenta cañones y muy escasa munición. Los republicanos rescataron tres viejos cañones del Museo del Ejército, que fueron bautizados por los madrileños con los nombres de el Felipe, el Abuelo y la Manuela. Los rebeldes, comandados por el general José Enrique Varela, disponían de treinta mil hombres muy bien preparados, veintiséis baterías de cuatro cañones, modernos carros de combate alemanes, gran cantidad de munición y el apoyo aéreo de aparatos italianos y alemanes. Miaja pensaba que Varela podía iniciar el asalto a Madrid aquel mismo día, pero el general franquista se limitó a ordenar un ataque táctico para que sus hombres alcanzaran el río Man- zanares. El 7 de noviembre, la ciudad amaneció en un estado de tensa espera.

Ese mismo día se constituyó la Junta de Defensa de Madrid, y dos días más tarde la prensa publicó los nombres de los consejeros. La Presidencia re - cayó en el general Miaja, la Secretaría en el socialista Fernando Frade (el suplente era el socialista Máximo de Dios), el departamento de Guerra fue para el comunista Antonio Mije (el suplente era el también comunista Isi- doro Diéguez) y el Orden Público fue a parar a manos de Santiago Carrillo, secretario general de las Juventudes Socialistas Unificadas (el suplente era José Cazorla, también de las JSU, organización cercana al PCE). Por su parte, la Consejería de Industria de Guerra fue para Amor Nuño (el suplente era Enrique García, de la CNT), Abastecimientos recayó en Pablo Yagüe, de la UGT y del PCE (el suplente era Luis Nieto, de la Casa del Pueblo), Comunicaciones en José Carreño (el suplente era Gerardo Saura, de Izquierda Republicana), Finanzas pasó a Enrique Jiménez (el suplente era Luis Ruiz Hui- dobro, de Unión Republicana), Información y Enlace fue para Mariano García (el suplente era Antonio Oñate, de Juventudes Libertarias), y la Consejería de Evacuación fue puesta en manos de Francisco Caminero (el suplente era Antonio Prexés, del Partido Sindicalista). El POUM y la FAI quedaron excluidos de la Junta de Defensa, algo en lo que seguramente tuvo mucho que ver el PCE, que mantuvo en ese organismo a cinco resistencia 77 personas entre titulares y suplentes. La Junta de Defensa de Madrid (JDM) actuó como el «Gobierno» de Madrid, lo que motivó más de un desencuentro con Largo Caballero, presidente del Consejo de Ministros del Gobierno de la República. La JDM se constituyó en el Ministerio de la Guerra, en el palacio de Buenavista, pero pronto abandonó ese lugar para asentarse en los sótanos del Ministerio de Ha- cienda, en la calle Alcalá, donde el general Miaja estableció su puesto de mando. Las sedes de las Consejerías se ubicaron en el palacio de Juan March, en la calle Ortega y Gasset, 31. En uno de los anexos de este edificio señorial se instaló durante unos meses el taller La Gallofa, dirigido por el artista José Bardasano, de donde salió una parte importante de los carteles de propagan- da que se pegaron en las calles de Madrid esos días y que rivalizaron con los confeccionados por los alumnos de Bellas Artes. Muy pronto, la afluencia de gente y el intenso trabajo en ese palacete hizo necesario el traslado de algunas Consejerías a otros edificios.

El 7 de noviembre, la Casa del Pueblo de Madrid logró su propósito de situar a dos hombres suyos en la Junta de Defensa como encargados del avituallamiento, una cuestión vital en una ciudad sitiada por el ejército rebelde. A partir de en- tonces, Pablo Yagüe y Luis Nieto mantuvieron una relación muy directa con los responsables del Comité Popular de Abastecimientos del Círculo de Bellas Artes. Con el objetivo de movilizar a todos los sindicalistas, la antigua Comisión de Defensa de la Casa del Pueblo dio paso a la nueva Comisión Ejecutiva. En un artículo publicado en el volumen colectivo Autour de la guerre d’Espagne, el historiador francés Jean-Louis Guereña recuerda que esa nueva Comisión fue más sensible a la coyuntura política que experimentaba la UGT esos días, donde ya coexistían socialistas y comunistas.4 Por ejemplo, Pablo Yagüe, secretario del sindicato de panaderos, era del Partido Comunista; Luis Nieto, de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), y Giordano Bruno Navarro, del PSOE. La Casa del Pueblo comprendió la ne- cesidad de unir las diversas tendencias ideológicas que existían en el seno de la UGT, y en los momentos clave de la defensa de Madrid se logró ese objetivo, aunque eso no iba a evitar futuras desavenencias y gravísimos choques entre las distintas organizaciones políticas. El 10 de noviembre, la nueva Comisión Ejecutiva planteó el problema que su- ponía la gran diversidad de batallones sindicales que había en Madrid y propuso como solución crear y coordinar uno propio. Nueve días después, uno de sus

4 Serge Salaün y Carlos Serrano (dir.), Autour de la guerre d’Espagne, París, Presses Sorbonne Nouvelle, 1989, p. 61. 78 Fernando Cohnen miembros, José de la Fuente, presentó el Batallón de la Casa del Pueblo, integra- do por 840 hombres, cuyo cuartel general se instaló en el Círculo de Bellas Artes. Los salones del edificio, que tan sólo cinco meses antes reunían a lo más granado de la sociedad madrileña, se llenaron de milicianos armados de fu- siles que miraban boquiabiertos las lujosas estancias de aquel palacio. Pocas semanas después, el Círculo también dio cobijo a otro Batallón de la Casa del Pueblo, cuyos integrantes pasaron a formar parte de la 67.ª Brigada Mixta meses después. Según desvela Temes en su libro sobre el Círculo, en el Salón Goya de este edificio se instaló un pequeño hospital de sangre que, probablemente, dio servicio a esos dos batallones.

El Círculo de Bellas Artes se encontraba en la calle Alcalá, fuera del eje de la Gran Vía, que era en esos momentos uno de los objetivos de la artillería y la aviación rebeldes. Por ese motivo, su ubicación lo hacía más seguro que la Casa del Pueblo, situada en la calle Piamonte, mucho más expuesta a los bombardeos. El 19 de noviembre, la Comisión Ejecutiva habló del grave problema que aca- rreaban los continuos ataques aéreos, por lo que se planteó la necesidad de que las directivas se instalaran en el Círculo de Bellas Artes. Finalmente, el 20 de noviembre de 1936, la Comisión invitó a las organizaciones sindicales a evacuar la Casa del Pueblo y trasladar la documentación esencial y sus fondos al Círculo.5 En los primeros meses de 1937, el trabajo diario se realizaba tanto en Pia- monte, 2 como en Alcalá, 42, donde permanecían acuartelados los dos bata- llones de la Casa del Pueblo. Desde septiembre de 1936, el edificio de Palacios también acogió la sede de la Casa de Valencia, una de cuyas principales tareas en las primeras semanas de guerra fue coordinar la situación de los milicianos agrupados en batallones originarios de Valencia y otras localidades de Levante y averiguar si estaban heridos o se encontraban desorientados en Madrid. La Casa del Pueblo era la principal institución cultural de la clase obrera y campesina madrileña, y la más prestigiosa del país. El enorme edificio tenía su fachada posterior en la calle Gravina, donde se encontraba la entrada a su teatro. Demolida en la posguerra, la Casa del Pueblo atesoraba una biblioteca que fue dispersada tras la derrota de la República. Hoy, al menos mil doscientos volúmenes de aquella biblioteca permanecen a salvo en la sede de la Fundación Francisco Largo Caballero. En aquel gigantesco palacio se encontraban las sedes de las asociaciones socialistas madrileñas, del sindicato UGT y de otras organizaciones obreras. Era la Casa del Pueblo por excelencia, en la que se miraban otras que se hallaban

5 Serge Salaün y Carlos Serrano (dir.), op. cit., p. 67. resistencia 79 en distintos lugares de España. En los periódicos más progresistas de los años veinte y treinta se refieren a ella como la «Universidad obrera de Madrid», «el principal baluarte del socialismo español» o el «orgullo del proletariado». Acostumbrados a la suntuosidad del palacete de la calle Piamonte, no es de ex- trañar que los responsables de la Casa del Pueblo eligieran el glamuroso Círculo de Bellas Artes como su sede alternativa en los primeros meses de la guerra.

El 5 de noviembre, el PCE organizó un mitin multitudinario en el Teatro Mo- numental. El comunista Antonio Mije, de la Junta de Defensa, arengó a los madrileños para que contribuyeran a la creación de destacamentos de com- bate y organizaran la resistencia de los barrios de la ciudad casa por casa. En el mismo acto, Dolores Ibárruri hizo un canto a la guerra de Independencia española, llamando heroínas a las mujeres que asistían al mitin: «Veo que no han desaparecido aún las heroínas de la guerra de Independencia, las intré- pidas españolas de aquella progenie que luchó contra las tropas de Napoleón Bonaparte y las arrojó del país». Tras la huida del Gobierno a Valencia, el PCE empezó a cobrar un gran pro- tagonismo en las labores de propaganda y en la organización de la defensa de Madrid. En esos momentos decisivos, la radio se convirtió en un arma más para frenar el avance de las tropas del general Varela. «El pueblo madrileño a una está dispuesto a luchar hasta vencer. Sabe que luchando vencerá. [...] Madrid es una fortaleza inexpugnable», afirmó un vehemente Santiago Carrillo ante los micrófonos de Unión Radio. Mientras tanto, los enemigos de la República atrapados en Madrid mantenían la moral escuchando clandestinamente las noticias que emitían las radios controladas por los sublevados. El 7 de noviembre, en vísperas de la gran batalla de Madrid, una patrulla republicana logró apoderarse de un carro de combate rebelde en cuyo interior se encontró un documento que desvelaba los planes de ataque de Varela. Aquel golpe de suerte permitió a Vicente Rojo preparar con antelación la defensa de la ciudad. Los rebeldes tenían pensado iniciar la ofensiva a las seis de la mañana del 8 de noviembre. La fuerza principal de choque cruzaría la Casa de Campo para avanzar por la calle Princesa hacia la cárcel Modelo y el cuartel de la Montaña. Otra columna tomaría el cerro Garabitas, en la Casa de Campo. Al mismo tiempo, otras dos columnas atacarían Carabanchel y el puente de Toledo para tomar los puentes de Segovia y de la Princesa. Conociendo de antemano los planes de los rebeldes, Miaja y su Estado Mayor decidieron enviar el grueso de sus tropas a la Casa de Campo y a la Ciudad Universitaria para frenar el ataque principal. La defensa republicana debía estar preparada antes de que el reloj marcase las seis de la mañana del 8 de noviembre. 80 Fernando Cohnen

El general Miaja llamó al teniente coronel Vicente Rojo (en la fotografía) para que le ayudara a coordinar a toda prisa la defensa de la ciudad.

El 7 de noviembre, algunos miembros de la Junta de Defensa ordenaron que los presos de las cárceles (la Modelo, San Antón, Porlier y Ventas) fueran trasladados a otras localidades más seguras. Temían que el ejército rebelde liberase a los centenares de militares que estaban recluidos en la Modelo, situada muy cerca del frente de la Casa de Campo. Durante el traslado, alguien debió de dar la orden para que los presos fueran conducidos a Paracuellos y Torrejón, en las afueras de Madrid, donde fueron fusilados. Algunas fuentes hablan de 2.000 víctimas; otras, de 2.900. Santiago Carrillo, consejero de Orden Público en la Junta de Defensa de Madrid, reconoció que dio el visto bueno a la evacuación, aunque negó que él firmara las órdenes para asesinar a los reclusos. Los fusilamientos coincidieron en el tiempo con el incremento de los bombardeos aéreos y con el avance de las tropas rebel- des. «Había que improvisarlo todo, eran las primeras horas de la defensa de Madrid. En esas condiciones, nadie podía garantizar nada», subraya Carrillo. Tras el fallecimiento de Carrillo el 18 de septiembre de 2012, Paul Preston publicó El zorro rojo, una biografía en la que el historiador británico hace un retrato del dirigente comunista. «La autorización, la organización y la mate- rialización de lo sucedido a los prisioneros involucró a muchas personas. Sin embargo, el puesto de Carrillo como consejero de Orden Público, sumado a su posterior relevancia como secretario general del Partido Comunista, supuso que le fuera achacada toda la responsabilidad de las muertes. Eso es absurdo, pero no significa que no tuviese ninguna responsabilidad», escribe Preston. resistencia 81

El 4 de diciembre, el anarquista Melchor Rodríguez asumió el cargo de delegado de la Dirección General de Prisiones de Madrid. Fue entonces cuando finalizaron las salidas incontroladas de presos de los centros penitenciarios de la capital. Melchor Rodríguez incautó el palacio de Viana, ubicado en la calle Duque de Rivas, 1, en nombre de la Federación Anarquista Ibérica (FAI). Este libertario de corte humanista ofreció refugio a algunos militares de derechas y sacerdotes amenazados por las milicias populares. Por esa labor fue bautizado por los franquistas con el sobrenombre de el Án- gel Rojo. Su mujer, Francisca, y su hija, Amapola, dejaron su humilde vivienda en el barrio de Lavapiés para instalarse en el suntuoso palacio. En su deseo de poner fin a la violencia que mostraban algunos milicianos, como los que com- ponían la tristemente famosa Escuadrilla del Amanecer, Melchor Rodríguez ofreció salvoconductos a aquellos que se sentían amenazados, salvando así la vida a decenas de enemigos; entre ellos a Serrano Suñer, el «cuñadísimo» de Francisco Franco.

El ataque de las tropas franquistas a Madrid comenzó en la Casa de Campo a las seis de la mañana del 8 de noviembre de 1936, aunque fue contenido por el ejército republicano. Los aviones rusos –«chatos» y «katiuskas»– par- ticiparon en los durísimos combates que se sucedieron esos días. La capital pendía de un hilo, y Vicente Rojo pidió refuerzos al Gobierno para hacer frente al ejército rebelde. Hacia el mediodía del 8 de noviembre (algunos autores afirman que fue la tarde-noche de ese día), las Brigadas Internacionales lle- garon a Madrid y cubrieron la parte posterior del Campo del Moro y las riberas del río Manzanares. El general Lazar Manfred Stern (que solía valerse del seudónimo Kléber), uno de los más brillantes componentes de las Brigadas Internacionales, habilitó la Facultad de Filosofía y Letras como puesto de mando. Aquel 8 de noviembre, con las tropas a las puertas de Madrid, la 11.ª Brigada ocupó sus puestos en la primera línea de combate. El Batallón Dombrowski, codo con codo con las gentes del Quinto Regimiento al mando de Líster, se situó en la zona de Villaverde. Los batallones Edgar André y Comuna de París lo hicieron en la Casa de Campo. Los corresponsales que vivían en los hoteles Florida y Gran Vía anunciaban a sus periódicos que la caída de Madrid era inminente. Pero se equivocaron. A través de altavoces situados en las calles de la ciudad, Unión Radio emitía mensajes que conminaban a la movilización general y discursos de Margarita Nelken que pedían determinación y confianza a los defensores de la capital. Dolores Ibárruri y Federica Montseny, que había regresado de Valencia, tam- bién arengaron a los hombres que estaban en la primera línea de combate. 82 Fernando Cohnen

«Pelotones de milicianos desfilan constantemente. El tambor y la cor- neta dominan en esos instantes a todos los otros ritmos ciudadanos. En los alrededores, en las grandes avenidas se hace la instrucción», escribe Gabriel Araceli en Mundo Gráfico. En su artículo desvela una ciudad repleta de altavoces colocados en tiendas, bares, camiones. «Sobre los corros de gente se esparce la voz que pide hombres para la lucha: ‘Los milicianos del Batallón Riotinto deberán presentarse...’.» Araceli describe los llamamien- tos enardecidos para defender Madrid y llama la atención sobre la enorme cantidad de carteles de propaganda que inundan las fachadas de los edifi- cios. «Y como estribillo, como el motivo agudo y continuo de estas horas de Madrid, ese lamento desesperado de las sirenas que anuncian la presencia de los aviones.»6 El 10 de noviembre, las tropas de Varela avanzaron y se situaron a ochocientos metros del puente de Toledo. Ese mismo día partió de Al- bacete la 12.ª Brigada Internacional, encabezada por el general Lukács (seudónimo del escritor húngaro Máté Zalka) y formada por el bata- llón alemán Thäelmann, el italiano Garibaldi y el franco-belga André Marty. Los dos envíos de brigadistas sumaron en total una cifra de alre- dedor de tres mil hombres. Su pre- sencia no fue determinante en el re- sultado de la batalla, pero contribuyó a elevar la moral de los militares y milicianos que defendían la capital. Uno de los carteles de propaganda que llamaban El 14 de noviembre llegó la co- a las armas y a la defensa colectiva de la capital. lumna Durruti a la estación de Ato- cha –en aquel entonces conocida como estación del Mediodía–, en cuyas instalaciones y edificios auxiliares se habían establecido las Milicias Ferroviarias. El líder anarquista pronunció a través de la radio un vehemente discurso contra los vagos, los falsos revolucio- narios y los charlatanes. En el mismo tono desafiante, ofreció a cada madrileño un fusil o una pala para cavar trincheras y levantar barricadas.

6 Mundo Gráfico, 11 de noviembre de 1936. resistencia 83

Veinticuatro horas después, los anarquistas atacaron pensando que se iban a comer el mundo. Sin embargo, en cuanto se encontraron con el fuego cru- zado de las ametralladoras marroquíes huyeron en desbandada. Furioso por el fracaso, Durruti prometió enmendarlo al día siguiente. Mientras tanto, la columna de Asensio llegó al río Manzanares sin oposición de ningún tipo. Atentos a esa amenaza, los mandos de la Brigada Internacional ordenaron a sus hombres seguir avanzando hacia la Ciudad Universitaria, donde entablaron una violenta batalla con los legionarios y marroquíes rebeldes. El 16 y el 17 de noviembre, los brigadistas y las tropas africanas lucharon cuerpo a cuerpo para tratar de ocupar las plantas del Hospital Clínico. Junto a ellos también combatieron los anarcosindicalistas y las fuerzas del Ejército republicano, entre las cuales había madrileños que semanas antes eran pe- luqueros, panaderos o camareros. Mientras se sucedían feroces ataques en la Casa de Campo, el centro de la ciudad sufrió las incursiones de los aviones alemanes, cuyas bombas afectaron al Museo del Prado, la Biblioteca Nacional y la Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Unas declaraciones de Largo Caballero a la prensa extranjera, reproducidas en ABC el 15 de noviembre, indignaron al general Miaja. Desde la tranquilidad de Valencia, el presidente del Consejo de Ministros afirmó que si Madrid caía el asunto no sería tan grave, dado que no era una posición militar favorable. Por si fuera poco, Largo Caballero no dedicaba el más mínimo elogio a los defen- sores de la capital. Aquel desdén desvelaba la tensión que existía entre Miaja y Largo Caballero. Este pensaba que aquel se había insubordinado al no acatar las órdenes que había recibido para que parte del ejército republicano asentado al sur de Madrid se replegara hacia Valencia. A Largo Caballero también le molestaba que la JDM fuera vista como un gobierno paralelo en la capital, lo que era un sentimiento contradictorio, ya que él mismo y su Gabinete habían decidido crear esa Junta de Defensa para que organizara la defensa de la ciudad. «La presencia del ministro de Estado [Álvarez del Vayo] en la reunión de la JDM del 29 de noviembre sirvió para una nueva, amplia y definitiva discu- sión de la actitud del Gobierno Largo Caballero desde que abandonó Madrid e, igualmente, del contenido del poder autónomo de la JDM», escriben Julio Aróstegui y Jesús A. Martínez en su libro La Junta de Defensa de Madrid. Se habló de los problemas existentes, y Del Vayo subrayó la necesidad de que la JDM no actuara con tanta libertad y siguiera las consignas políticas que marcaba el Gobierno. Veinticuatro horas después, Largo Caballero se tragó su orgullo al nombrar a Miaja jefe militar de la capital, otorgándole todo el poder y qui- tándoselo a la JDM. 84 Fernando Cohnen

Al mismo tiempo, la JDM pasó a denominarse Junta Delegada de Defensa de Madrid, lo que supuso cambios en las Consejerías. En la de Guerra, Lo- renzo Íñigo sustituyó a Antonio Mije. Por su parte, Caminero fue apartado de Evacuación y en su lugar entró Enrique Jiménez, y José Carreño quedó al cargo de la nueva Consejería de Propaganda y Prensa. El incidente que sufriría semanas después el ugetista y comunista Pablo Yagüe, que resultaría herido gravemente al ser tiroteado su coche en un control de carreteras de la CNT (volveremos sobre ello más adelante), lo iba a apartar de sus obligaciones al frente de Abastecimientos. Lo sustituyó Luis Nieto.

El esfuerzo que hicieron los republicanos esos días de noviembre contribuyó al fracaso de los militares facciosos, que no pudieron penetrar en Madrid. Franco resarció su frustración ordenando el bombardeo de la ciudad por tierra y aire. Algunos barrios, como el de Argüelles, fueron durísimamente castigados, lo que causó centenares de muertos y heridos. El diario ABC publicó el 16 de noviembre una nota de la Consejería de Orden Público de la JDM: «En vista de las víctimas que la aviación enemiga ha producido en nuestra ciudad con sus salvajes bom- bardeos, la Consejería de Orden Público ordena a todos los agentes a sus órdenes que, en el caso de que vuelen sobre Madrid aviones, tomen las medidas necesa- rias para que la población se refugie en los lugares establecidos de antemano». La nota afirmaba que la mayor parte de las víctimas producidas se debía a la temeridad y a la imprudencia, e instaba a los agentes de la autoridad a frenar

Luis Nieto, dirigente de la Casa del Pueblo, sustituyó al ugetista y comunista Pablo Yagüe al frente de la Consejería de Abastecimien- tos de la JDM después del incidente acaeci- do en diciembre de 1936 en un control de carretera de la CNT. resistencia 85 esos comportamientos. En realidad, bien poco podían hacer los madrileños si tenían la mala suerte de que una bomba cayera sobre el tejado de sus casas o que el refugio donde se resguardaban se colapsara a causa del propio hundi- miento del edificio. Los únicos culpables de esas muertes fueron los aviadores alemanes que lanzaban su carga letal sobre la población civil. Los bombardeos de los días siguientes, y sobre todo el del 19 de noviembre, provocaron la muerte de más de mil personas. Pese al castigo que recibió la capital, la moral de los madrileños no decayó. La reacción generalizada fue de rabia frente a semejante barbarie. «En verdad Madrid se convertía durante aquellas jornadas en una ciudad mártir, olvidada del mundo que se titulaba democrático y cristiano», afirma Vicente Rojo en su libroAsí fue la defensa de Madrid. El general republicano recuerda el bombardeo que sufrió el palacio de Liria, residencia del duque de Alba, cuyos tesoros, o al menos los que no ha- bían sido destruidos por la aviación rebelde, fueron salvados por los milicianos. «Renuncio a describir y a juzgar el espantoso espectáculo que ofreció la ca- pital de España, tomada como objetivo de los Junkers y Heinkels [bombarderos alemanes de la Legión Cóndor] para ensayar los posibles efectos –materiales y morales– de un ataque en masa siniestramente reiterado sobre una ciudad, mientras los traficantes de la guerra –políticos, diplomáticos, economistas de la banca y la industria– tejían y destejían bizantinamente en Londres el enredo del ‘negocio’ de la contienda española», escribe Rojo.7 El militar republicano recoge en su libro la denuncia que hizo el responsable del Altavoz del Frente, César Falcón, en aquellos momentos de angustia para la población madrileña: «Madrid es la primera ciudad civilizada del mundo que está sometida al ataque de la barbarie fascista. Londres, París y Bruselas deben ver en las casas destruidas de Madrid, en sus mujeres y niños que han sido destrozados, en sus museos y librerías que han sido convertidas en montones de ruinas, en su vasta población que ha sido abandonada sin protección, lo que será su propio destino cuando el fascismo las ataque», subrayaba Falcón con rabia. El poeta Vicente Aleixandre, que pasó la guerra en la ciudad sitiada, evocó aquel horror en «Oda a los niños de Madrid muertos por la metralla»:

Se ven pobres mujeres que corren en las calles como bultos o espanto entre la niebla. Las casas contraídas, las casas rotas, salpicadas de sangre; las habitaciones donde un grito quedó temblando,

7 Vicente Rojo, Así fue la defensa de Madrid, Madrid, Comunidad de Madrid, 1987, p. 97. 86 Fernando Cohnen

El diario ABC afirmaba que buena parte de las víctimas provocadas por los bombardeos se debía a la temeridad de la gente, que, como ilustra esta portada de Mundo Gráfico, salía a la calle a con- templar los combates aéreos. resistencia 87

donde la nada estalló de repente, polvo lívido de paredes flotantes, asoman su fantasma pasado por la muerte. Son las oscuras casas donde murieron niños. [...]

Los aviones rebeldes también arrojaron bombas sobre la calle Atocha y la plaza de Antón Martín que afectaron a varios edificios de la zona; entre ellos, el que albergaba el domicilio del escritor falangista Agustín de Foxá, que quedó muy dañado. Madrid se convirtió en una ciudad en llamas. «Posiblemente en un plazo de cinco años todas las naciones estarán soportando la tortura que Madrid soportó en 1936, porque en este mundo todos los pecados tienen su castigo», escribió proféticamente Henry Buckley, corresponsal del diario británico The Daily Telegraph.

Muchos refugiados que habían llegado a Madrid huyendo de sus pueblos ante el avance de los militares rebeldes se protegían de los bombardeos en los subterráneos del metro.

La tremenda sucesión de bombardeos sobre la población civil y los feroces combates en Moncloa y el río Manzanares causaron multitud de víctimas mor- tales y una enorme cantidad de heridos. Los improvisados hospitales que salpi- caban la ciudad apenas podían atender tantos cuerpos destrozados. En su libro Diario de la guerra española, Koltsov describe el ambiente de guerra que se vivía en el lujoso hotel Palace, situado no muy lejos del Círculo de Bellas Artes, en la plaza de las Cortes, 7: «Regresé muy de noche al hotel y no lo reconocí. En él habían instalado precipitadamente el hospital militar número uno de Carabanchel». 88 Fernando Cohnen

Koltsov vio los pasillos del hotel llenos de camas, armarios quirúrgicos, ma- terial de vendaje, orinales, ficheros. «El olor a creosota inundó enseguida todos los pisos [...] Junto al Palace, frente a las Cortes [Congreso de los Diputados], ha pasado un gran rebaño de ovejas. Su color pizarroso armonizaba con el asfalto. A nadie asombró la presencia de ovejas en las calles y plazas de Madrid. [...] El hospital había traído consigo toda su base alimenticia, los alimentos dietéticos en vivo, para los heridos. Instalaron el gallinero provisionalmente en el salón del primer piso. A la entrada ya estaban las ambulancias con nuevos heridos: los combates se habían reanudado, eran las seis pasadas», recuerda Koltsov.

«El problema de los abastecimientos fue de los más graves, sin duda, que comportó la defensa de Madrid, constituyéndose en motivo de preocupación constante para las autoridades republicanas, y no por casualidad, ya que in- cidió directa y notablemente en la población comprometiendo seriamente, cuando no poniendo en peligro, la marcha de los acontecimientos», escriben Aróstegui y Martínez en su libro La Junta de Defensa de Madrid. El problema se agravó con el asedio de gran parte del perímetro de la ciudad y con la llegada masiva de refugiados de pueblos cercanos, lo que incrementó el número de personas atrapadas en la capital. Las largas colas frente a los establecimientos de ultramarinos y los centros de distribución de alimentos fueron constantes en la vida cotidiana de la ciudad. Los conflictos de competencias entre los distintos organismos dedicados al abastecimiento y las agrupaciones sindicales y políticas que mantenían sus

Mijaíl Koltsov, corresponsal de Pravda, los ojos y oídos de Moscú en España hasta que cayó en desgracia. Fue fusilado por orden de Stalin pocos años después de finalizar la Guerra Civil. resistencia 89 propias redes de recogida de alimentos para sus militantes fueron en aumento. Cuando se creó la Consejería de Abastecimientos de la JDM, varias entidades hacían ya esa labor, si bien de una forma un tanto desorganizada. En el mes de octubre, el alcalde de Madrid, Pedro Rico, pensaba que una función tan vital como esa debía llevarla a cabo en exclusiva el Ayuntamiento. En aquellos días, el Comité Popular de Abastecimientos del Círculo de Be- llas Artes seguía manteniendo sus funciones. Su secretario, Pedro Bautista, pensaba que su deber era organizar esos servicios en Madrid, dada la inutilidad de algunas entidades. «El enfrentamiento entre los organismos oficiales, en este caso el Ayuntamiento y los organismos populares –subrayan Aróstegui y Martínez–, era una realidad expresada significativamente porEl Sindicalista, claramente partidario de estos últimos». El Sindicalista aseguraba que el Comité Popular de Abastecimientos del Círculo no podría ser barrido con tanta facilidad y que la disputa por las com- petencias iba a ser encarnizada. El problema se agudizó cuando se decidió crear una cartilla de aprovisionamiento para cuya distribución se establecieron dos padrones, uno realizado por el Ayuntamiento y otro por el Comité Popular de Abastecimientos del Círculo de Bellas Artes, lo que provocó una gran confusión entre los madrileños. La Consejería de Abastecimientos de la JDM, a cargo del ugetista y comunista Pablo Yagüe (representante de la Casa del Pueblo), trató de paliar la descoordinación existente. Sin embargo, sus esfuerzos no lograron mejorar la defectuosa distribución de víveres, ni tampoco resolvieron el fraude en los precios de los alimentos.

Aunque el general Miaja afirmó que el comportamiento de la columna Durruti en el frente fue malo, lo cierto es que muchos anarquistas que combatieron en la Casa de Campo y sus inmediaciones se dejaron la vida luchando en la defensa de Madrid. Su carismático líder, Durruti, fue herido por un tiro la tarde del 19 de noviembre de 1936 cerca del Hospital Clínico. Sus hombres lo llevaron agoni- zante al hotel Ritz, donde se había instalado el hospital de las milicias catalanas. Su muerte despertó todo tipo de rumores. Si unos afirmaban que lo habían asesinado los comunistas, otros decían que había sido obra del enemigo. «A nadie se le ocurrió pensar que en realidad había sido un accidente, que Durruti mismo se había matado», contó Ramón García López, testigo presencial de aquel suceso. Según su versión, el líder anarquista se disparó un tiro al colocarse en bandolera su propia arma. Todavía hoy, la muerte de Durruti sigue siendo motivo de controversia. El 21 de noviembre, la dirigente de la CNT Federica Montseny, a través de los micrófonos de Unión Radio, pronunció una elegía en honor a Durruti. 90 Fernando Cohnen

Tras dos semanas de cruentos combates, los rebeldes se apoderaron de buena parte de la Casa de Campo, lo que incluía el estratégico cerro Garabitas, donde ubicaron su artillería. En la Ciudad Universitaria tomaron la Escuela de Ingenieros Agrónomos, el palacio de la Moncloa y el Hospital Clínico. Los republicanos lograron mantenerse en las facultades de Medicina, Filosofía y Letras y Derecho, cuyos agujereados edificios formaron la línea defensiva de Madrid durante dos años. Franco abandonó su idea de atacar frontalmente la ciudad y ordenó a sus tropas que se atrincheraran en las posiciones ocupadas. El fracaso de los sublevados en Madrid sumió en un profundo desencanto a los que se escondían en refugios y embajadas en la capital. Entre ellos se encontraba el escritor Francisco Camba (hermano del también escritor Ju- lio Camba), cuya frustración quedaría plasmada años después en su novela Madridgrado. El autor consideraba que la ciudad se había convertido en una urbe comunista en manos de extranjeros bolcheviques que necesitaba urgen- temente la regeneración de sangre nacional que la volviera a hacer española. Además de haber sido humillada y ultrajada, Madrid se había convertido en el centro neurálgico de una revolución que socavaba los valores fundamentales de España, una nación que, por derecho propio, según pensaban los escrito- res franquistas, era burguesa, aristocrática y católica. Las tropas rebeldes al mando del glorificado Generalísimo debían salvar a España de «las hordas comunistas que lo infectan todo». El término «Madridgrado», que englobaba ese escenario de «depravación» aireado por los franquistas, fue inventado por el general Queipo de Llano, que lo utilizó en una de sus primeras emisiones radiofónicas desde Radio Sevilla. Más tarde lo tomó prestado Francisco Camba para titular su novela. Los que habían logrado huir de la capital asediada contaron sus experiencias cuando llegaron al bando rebelde. Todos hacían hincapié en la radical trans- formación que había experimentado la ciudad durante los primeros meses de guerra. Los sombreros, los trajes de confección, las corbatas y el calzado de cali- dad habían desaparecido de las calles. Los burgueses y aristócratas que habían sufrido el infortunio de quedar atrapados en Madrid tuvieron que cambiar su vestuario para no despertar sospechas. Todos se las arreglaron para vestir como lo hacían la mayoría de los obreros madrileños o los milicianos que pululaban por la ciudad. La consigna era pasar desapercibidos. A la crudeza de los bombardeos de noviembre, que se cobraron centenares de vidas, se añadió la creciente falta de combustibles. Tras semanas de asedio, Madrid se quedó sin apenas leña y carbón. Tampoco había mucho que llevarse a la boca. Las autoridades trataron de controlar el comercio a fin de que no subiera el precio de los alimentos. Si en septiembre de 1936 ya faltaban huevos, resistencia 91 azúcar y patatas, la llegada del invierno hizo que escaseara el carbón. La gente comenzó a talar árboles de los parques de la ciudad para alimentar el fuego de calderas y fogones. Las privaciones del asedio se fueron agravando con el paso de los meses. Los bombardeos y el hambre bloquearon la capacidad creativa del compo- sitor Joaquín Turina, quien pasó toda la guerra en Madrid. Su amistad con el cónsul británico en España, gran amante de la música de cámara, le permitió aliviar las calamidades económicas de esos días. En aquel tiempo formó un quinteto que estuvo compuesto por Conrado del Campo, Juan Ruiz Casaux, Julio Francés, Lola Paladín y el propio Turina. El músico lo bautizó como el Quinteto del Repollo, en reconocimiento a la ayuda alimenticia que le proporcionaba aquella actividad musical que tanto admiraba el cónsul.

El 23 de diciembre de 1936, miembros del Ateneo Libertario de Ventas que guar- daban un control que cortaba la carretera de Zaragoza dieron el alto a Pablo Yagüe. El consejero de Abastecimientos de la JDM entregó su documentación, pero los libertarios afirmaron que no era válida, ya que no llevaba el sello de la CNT. El airado Yagüe reemprendió la marcha, momento en que fue herido de gravedad al recibir un tiro en la espalda. Los comunistas afirmaron que fue un atentado premeditado, producto de la animadversión de los anarquistas hacia ellos por haber impedido la distribución de alimentos en establecimientos libertarios. El tiroteo, que causó graves disturbios y enfrentamientos entre militantes de ambos bandos, provocó el enérgico rechazo de Gobierno, partidos y otras centrales sindicales. En el Círculo de Bellas Artes, controlado por la Casa del Pueblo, se palpaba la indignación por el atentado que había sufrido Yagüe. Uno de los suyos había sido tiroteado impunemente. La prensa se hizo eco de aquella salvaje agresión que volvía a poner en peligro la anhelada unificación de la izquierda. «Nuestro camarada Pablo Yagüe, delegado de Abastos en la Junta de De- fensa de Madrid, miembro de la Comisión Ejecutiva de la Casa del Pueblo y militante destacado del Partido Comunista, ha caído gravemente herido cuando salía de Madrid en viaje oficial. El atentado ha sido cometido por uno de los grupos de elementos que, utilizando carnets de organizaciones obreras, existen infiltrados en estas. Afortunadamente han sido detenidos, y sobre ellos debe recaer todo el peso de la Justicia popular», se podía leer en El Sol.8 El ABC incluyó una declaración firmada por distintos organismos políticos de izquierda que culpaba del atentado a los enemigos infiltrados en la retaguardia:

8 El Sol, jueves 24 de diciembre de 1936. 92 Fernando Cohnen

«La quinta columna aún no ha sido liquidada», razón por la que daban la voz de alarma a las organizaciones, ya que las vidas de los dirigentes se veían amena- zadas. En realidad, el incidente fue obra de anarcosindicalistas, lo que provocó fuertes acciones de represalia por parte de los comunistas. Los implicados en el tiroteo fueron detenidos, juzgados por un tribunal popular y absueltos. Tras la obligada sustitución de Yagüe por Nieto, la estructura de la JDM no cambiaría hasta su disolución en abril de 1937. Su labor fue fundamental en los días más duros de la batalla de Madrid, cuando el ejército rebelde estuvo a punto de tomar la capital. Ese mes de diciembre, la JDM dejó la responsabilidad del abastecimiento de la ciudad en manos de la Comisión Provincial, pero el problema de la escasez de alimentos continuó. La falta de camiones para transportar los víveres desde otras provincias y la disputa por las competencias en la distribución de los pocos productos que llegaban a la capital animaron a la JDM a volver a tomar las riendas del abastecimiento en enero de 1937. La nueva comisión de la JDM estaba formada por Nieto, Cazorla, Jiménez y Máximo de Dios. Por su parte, el Comité Popular de Abastecimientos del Círculo de Bellas Artes continuó activo.

El mercante Komsomol fue uno de los barcos que transportaron la ayuda militar soviética a la España republicana. El 14 de diciembre de 1936, el carguero fue hundido en aguas internacionales, entre Orán y Cartagena, por el crucero rebel- de Canarias. Los franquistas justificaron su acción aduciendo que el mercante ruso había atracado en dos ocasiones en el puerto de Cartagena con material de guerra proveniente de la Unión Soviética. El diario Pravda arremetió contra el «acto de piratería llevado a cabo por los buques fascistas españoles». El PCE no tardó en poner en marcha una campaña de propaganda a favor delKomsomol para resarcir a la «amiga Rusia» de la pérdida del mercante, cuyo recuerdo perma- neció en el imaginario colectivo del bando republicano durante toda la guerra.

Cartel de la campaña de recaudación de fondos para resarcir a la Unión Soviética de la pérdida del carguero Komsomol, que había transportado ayuda militar procedente de la «amiga Rusia». resistencia 93

Ajeno a la campaña que lanzaron los organismos de propaganda comunista en favor del barco soviético, Franco dio luz verde a una nueva ofensiva a me- diados de diciembre para tratar de llegar hasta El Escorial desde sus líneas, que en aquellos días estaban marcadas en el eje que va de Brunete a Pozuelo. El objetivo era cortar las comunicaciones de la ciudad con la sierra y permitir el ataque a la capital desde el norte, pero la ofensiva fracasó. Los combates más violentos se produjeron en enero de 1937. En aquellos días, el 1.er Batallón de la Casa del Pueblo, cuyo mando se encontraba en el Círculo de Bellas Artes, sufrió su bautismo de fuego.9 Lo encabezaba un viejo pintor, y en la refriega murió uno de los sindicalistas y fueron heridos otros catorce. En un intento de aliviar el grave problema de los abastecimientos, las au- toridades republicanas y los delegados de la JDM intentaron llevar a cabo la evacuación de la población madrileña que no era útil para fines militares. «Según los datos estadísticos municipales, de relativa fiabilidad, unas 100.000 personas abandonaron Madrid entre noviembre de 1936 y mayo de 1937, y otras 170.000 fueron evacuadas desde mediados de 1937 a junio de 1938», señalan los historiadores Ángel Bahamonde y Javier Cervera.10 El 7 de enero, La Voz publicó una noticia breve sobre la imperiosa necesi- dad de que la población civil saliera de la ciudad para refugiarse en Valencia y otras localidades más seguras. «La Consejería de Evacuación de la Junta de Defensa encarece la necesidad de intensificar la evacuación de la capital. Nadie debe ser indiferente a esta exigencia de alejar de Madrid a las mujeres y a los niños, pues, en caso necesario, las circunstancias obligarían a hacer forzosa la evacuación. La Casa de Valencia ha montado en Alcalá 42 (Círculo de Bellas Artes) un servicio gratuito de evacuación para todas las provincias de España.»11 Esta iniciativa de la JDM pretendía rebajar la creciente cantidad de víctimas civiles, pero también buscaba la forma de disminuir el número de bocas que alimentar en el Madrid asediado. Veinticuatro horas después, el ABC insistía en el mismo mensaje: «Nue- vamente la metralla fascista, en su afán criminal y destructivo, ha sido lanzada contra la población civil, hiriendo a nuestras mujeres e hijos. Es necesario que nuestros compañeros no combatientes evacuen Madrid, evitando sacrificios estériles, para lo cual, la Casa de Valencia, en su domicilio de Alcalá 42 (Círculo de Bellas Artes), de acuerdo con las instrucciones dadas por la consejería de Evacuación, ha montado un servicio completamente gratuito para todas las

9 Circular de la Comisión Ejecutiva de la Casa del Pueblo, 10 de enero de 1937. 10 Ángel Bahamonde y Javier Cervera, Así terminó la guerra de España, Madrid, Marcial Pons, 2000, p. 243. 11 La Voz, 7 de enero de 1937. 94 Fernando Cohnen provincias de España, las que atienden con solicitud y cariño a las citadas mujeres y niños de los camaradas madrileños». La nota de ABC afirmaba que la evacuación de Madrid contribuiría a una rápida victoria sobre las tropas facciosas que asediaban la ciudad. «Camaradas, no dejéis que caiga sobre vuestras mujeres e hijos más metralla, y apresuraos a ponerlos a salvo acudiendo a la Casa de Valencia, quien os dará toda clase de facilidades.»12 Pero los mensajes que se publicaron esos días en la prensa no surtieron el efecto deseado. Pese al riesgo que corrían, muchos madrileños no estaban dispuestos a abandonar sus hogares.

En enero de 1937 la situación del abastecimiento de víveres empeoró, hasta tal punto que la Junta Delegada de Defensa de Madrid alertó al Gobierno de la gravísima situación. Sin víveres, la defensa de la ciudad sería imposible. Por aquel entonces llegaban a Madrid en torno a 158 toneladas de alimentos, cuando la cantidad necesaria no debía bajar de las 2.000 toneladas diarias. La España republicana se movilizó para ayudar a la capital, pero, tal y como había ocurrido con anterioridad, la falta de transportes y de dinero frenó esas iniciativas. Es cierto que llegaban camiones con productos básicos pro- venientes de Levante, pero no era suficiente para paliar la falta de alimentos que padecía la ciudad. En ese ambiente de angustiosa escasez, el veterano matador de toros Rafael Gómez, más conocido como el Gallo, no tuvo mejor idea que inaugurar un bar en una céntrica calle de Madrid, noticia que recogió el periodista Juan Ferragut en Mundo Gráfico: «Auténtico bohemio, calé de raza, este calvorota artista y arbitrario ha hecho de su vida acaso su mejor ‘faena’ de arte. Supersticioso, fatalista, abúlico y simpático, el Gallo es, por sí solo, toda una tradición y toda una leyenda. Nunca un hombre vulgar, ni una personalidad amorfa y adocenada. Rafael es único en su arte, en su bondad libérrima, en su pintoresquismo y hasta en su prestancia física, que los años no han podido amortiguar». Y era cierto. Al carismático matador le había entrado la ventolera de abrir un bar en aquel Madrid carente de todo. «El bar del Gallo le llama la gente, y la gente tiene razón, porque su instinto le dice que el pintoresco disparate de establecer un despacho de bebidas cuando no hay vino ni tapas, y la cerveza escasea, y los mariscos tienen precios astronómicos, y los licores famosos se han transmutado en química misteriosa, no podía ocurrírsele más que a Rafael el Gallo», subrayaba el admirado Ferragut.13

12 ABC, 8 de enero de 1937, p. 6. 13 Mundo Gráfico, 16 de junio de 1937. resistencia 95

El mismo periodista de Mundo Gráfico publicó, días después, otro artículo en el que hablaba del auge de los pequeños comercios ambulantes que la gue- rra había hecho surgir en la ciudad sitiada, como los que florecieron en los bulevares o en la calle Torrijos (actual Conde de Peñalver). «La competencia es libre y no hay patentes industriales; cada cual se ingenia para poner en circulación su mercancía útil, y ni siquiera en la propaganda hay rivalidades publicitarias: todo se hace a voz en grito entre el bullicio cordial de la calle [...] No son tiempos de quimeras. Pero, en cambio, ha surgido toda una gama de combinaciones alimenticias, inéditas unas, absurdas las más, que con un poco de buena voluntad resuelven, si no el apetito, la ilusión de la merienda callejera. Bocadillos de tortilla auténtica y de ‘tortilla sin huevo’, diabólica invención que, si no muy nutritiva, deja, con un poco de imaginación, un sabor agradable...» La lista de productos en venta que menciona el periodista es asombrosa. «Bocadillos de guisantes, de butifarras de origen desconocido, de morcillas de misteriosa fabricación... El mejor negocio, el que se comenta entre los vendedores como antaño entre gastrónomos los cochifritos de Botín, es el bocadillo de carne de caballo... Los nuevos ‘pepitos’ tienen un éxito enorme. Se venden a setenta céntimos, a una peseta veinticinco y a dos pesetas, según el tamaño, y se agotan rápidamente.» En su artículo, Ferragut comentaba que un solo vendedor podía dar salida a mil quinientos bocadillos diarios, lo que era un negocio redondo en una ciudad abocada a la hambruna.

La tercera fase del asalto a Madrid fue la batalla del Jarama (del 6 al 27 de febrero de 1937), cuyo fin era cortar las comunicaciones hacia Levante, principal vía de abastecimiento de la ciudad. El general rebelde Luis Orgaz, al mando de unos cuarenta mil hombres, partió de Getafe a Pinto con el apoyo de tanques y aviones alemanes. El ataque les permitió llegar hasta el río Jarama, que lo- graron cruzar el 11 de febrero. Cuando las tropas franquistas estaban a punto de tomar la carretera de Valencia, un ataque aéreo de aviones «chatos» frustró la maniobra. La contraofensiva republicana se inició el 17 de febrero. Se luchó en la Ma- rañosa, en Rivas-Vaciamadrid, en Arganda y en el parque El Pingarrón. Los republicanos frenaron la tentativa de Franco de cortar la carretera de Valencia, pero perdieron veinte kilómetros de frente. En los enfrentamientos tuvieron un papel destacado las Brigadas Internacionales y los más de cien aviones de ambos bandos que combatieron sobre el despliegue de tropas terrestres.

Mientras se luchaba en el Jarama, en Madrid se produjeron fuertes enfrenta- mientos entre el PCE y la CNT. El 6 de febrero, los comunistas consiguieron 96 Fernando Cohnen clausurar la emisora que tenía el POUM en el edificio Capitol. Los anarquistas criticaron la medida y acusaron a quien consideraban su promotor, José Cazorla, que había sustituido a Santiago Carrillo como consejero de Orden Público en la Junta Delegada de Defensa de Madrid (JDM). En aquellos turbulentos días de febrero, tras los repetidos intentos fallidos de los rebeldes de tomar Madrid, el cronista de las tropas franquistas El Tebib Arrumi aseguró que la capital iba a capitular de un momento a otro: «Estamos ya en el fin. No lo duden los lectores. Este ciclo de operaciones en cuya segunda fase hemos entrado tan victoriosamente en la jornada de hoy, va a ser el punto final de la presente trágica historia. Cuestión de días. No puede ser más. Con- tinuaremos, Dios mediante, dándole cuenta del curso de esta franca entrada en la agonía del ‘Madrid de los marxistas’». El Tebib Arrumi era el seudónimo de Víctor Ruiz Albéniz, sobrino del famoso compositor Isaac Albéniz. Pero la capital seguía resistiendo, tal y como demostraban las arengas y consignas de los periódicos murales que colgaban esos días en muchas fachadas de sus edificios. La revistaMundo Gráfico dedicó una de sus páginas a esa nueva forma de expresión colectiva. «¿Cuántos periódicos murales habrá colocados en Madrid? ¿Un millar? Acaso más. La mayoría de las calles céntricas abren sus paredes en ventana impresa o manuscrita, para que el transeúnte –brújula siempre al norte de la atención de la guerra– pueda asomarse al paisaje del heroísmo [...] La moda –¿qué otra palabra podría emplearse que no tuviera el sentido frívolo de esta?–, la moda, una moda seria, de los periódicos murales nos ha llegado de Rusia.»

Uno de los carteles con los que los alumnos ads- critos a la Federación Universitaria de Estudian- tes, instalados en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, empapelaban las fachadas de los edificios de Madrid. resistencia 97

Desde las páginas de Mundo Gráfico, el periodista Antonio de la Serna des- velaba que, junto con los carteles de propaganda, estas proclamas inundaban las paredes de los hospitales de sangre, de los refugios antiaéreos y de los círculos y radios de las organizaciones proletarias. Los periódicos murales se podían ver en los vestíbulos de cines y teatros, en las fachadas del servicio de propaganda del Ministerio de Instrucción Pública y en las de otros edificios capitalinos. «Los de Madrid, los que han surgido después del 18 de julio –antes no había más que uno, el de la Sala de Prensa de Teléfonos–, se han convertido en surco para la semilla de la propaganda y en marco propicio para la silueta del héroe.»14 El 4 de febrero, el ABC publicó una nota para las milicias que desvelaba la presencia de nuevos inquilinos en el Círculo de Bellas Artes. Se trataba de un batallón de milicianos, que se unía al 1.er Batallón de la Casa del Pueblo: «Se pone en conocimiento de los milicianos heridos o enfermos pertenecientes al Batallón Alicante, tanto los que se hallen hospitalizados en Madrid como los evacuados a provincias, así como los que se encuentren en estado de convale- cencia en sus domicilios, que vienen obligados a enviar a esta comandancia, antes de finalizar cada mes, comprobantes de haber pasado revista militar y una referencia oficial de su estado presente. Las oficinas en Madrid de este batallón están domiciliadas en la Casa de Valencia de Alcalá 42 (en el Círculo de Bellas Artes)».

En marzo de 1937 se produjo el último intento de Franco para apoderarse de Madrid. El escenario fue la provincia de Guadalajara. La idea partió del Cuerpo de Tropas Voluntarias italianas, y su fin era utilizar la carretera que va de Si- güenza a Guadalajara como punta de lanza de un avance rápido que sorprendería al enemigo. Los italianos iniciaron el ataque el 8 de marzo, con el objetivo de llegar en tres días a Guadalajara y, el cuarto, tomar Alcalá de Henares. Los republicanos contraatacaron con las divisiones del Campesino, Modes- to, Lacalle y Líster, así como con un grupo de brigadistas italianos (el Garibaldi) que se enfrentó a los compatriotas que luchaban al lado de Franco. El 8 de marzo, los milicianos del Batallón Alicante que se habían reunido en el Círculo de Bellas Artes y que fueron integrados en la 71.ª Brigada Mixta tuvieron que replegarse ante el empuje italiano. La brigada quedó prácticamente destrozada, y muchos de sus hombres murieron o resultaron heridos. El empeoramiento del tiempo vino a favorecer a los republicanos. Las llu- vias que cayeron en la zona el 11 de marzo hicieron que los vehículos atacantes

14 Mundo Gráfico, 3 de febrero de 1937. 98 Fernando Cohnen quedaran atascados en los barrizales. Los aviones soviéticos adscritos a la avia- ción republicana barrieron sin piedad a los italianos, que entre muertos y he- ridos sufrieron unas seis mil bajas. Desde aquel día, los milicianos integraron en su repertorio de coplas una que decía: «Guadalajara no es Abisinia...», en alusión a la campaña militar –también llamada Segunda Guerra Italo-Etíope– que había llevado a cabo Mussolini en aquel país africano durante siete meses, entre 1935 y 1936. La derrota italiana en Guadalajara a finales de abril hizo comprender a los franquistas que el asalto a la capital había fracasado. A partir de aquel momento el frente se mantuvo activo durante toda la guerra, pero ya no hubo nuevas ofensivas para tomar la ciudad. Los madrileños tenían razones para sentirse orgullosos: las tropas rebeldes no habían podido derrotarlos. Tal y como ase- guraba el lema «¡No pasarán!», el ejército franquista no logró tomar Madrid. La capital resistió hasta el final de la contienda. El 20 de marzo de 1937, Stalin recibió a Rafael Alberti y a María Teresa León, que habían viajado a la Unión Soviética invitados por el Kremlin. «Hablamos de muchas cosas, entre otras del congreso de escritores que pensábamos ce- lebrar en España [el II Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura]», recuerda María Teresa León en sus memorias. Ella y Alberti querían que los escritores de todo el mundo vieran lo que estaba ocurriendo en España. «Nosotros sabíamos que había en Stalin una cierta reserva de dejar ir a los escritores soviéticos a un congreso donde iba a ir, también, André Gide», recuerda María Teresa León. Y es que Gide había publicado recientemente Regreso de la URSS, un libro que narraba lo que había visto el escritor en su viaje a la Unión Soviética y cuyas conclusiones eran muy críticas con el régimen soviético. Finalmente, Stalin dio el visto bueno para que los escritores soviéticos fueran a Madrid y Valencia: «Sí, sí, que vayan. ¿Por qué no?». Stalin comunicó a Alberti y León que el pueblo español no estaba preparado para provocar una revolución proletaria, pues las circunstancias del país y la coyuntura internacional lo desaconsejaban. «La proclamación de los soviets en España uniría a todos los estados ca- pitalistas y el fascismo triunfaría [...] Ahora bien, una victoria republicana socavaría las posiciones del fascismo en Italia y Alemania», escribe Ángel Viñas en su libro La República en guerra. El objetivo de Stalin seguía siendo el mismo: defender una República democrática. Asimismo, el líder soviético pensaba que la unión del Frente Popular tendría un gran impacto sobre los anarquistas, cuyas ansias revolucionarias iban en contra de los intereses de la República. Casi al mismo tiempo que Rafael Alberti y María Teresa León recibían ins- trucciones del propio Stalin en Moscú, en España se produjo un suceso que iba resistencia 99 a favorecer a Franco en su pugna por encabezar el régimen que se instalaría en España una vez que los militares rebeldes vencieran a los republicanos. Ese mes de marzo, el general Mola falleció en un accidente aéreo. Muertos el general Sanjurjo, José Antonio Primo de Rivera y Mola, el Caudillo tenía el camino expedito para encabezar la jefatura del régimen en la futura posguerra. Aprovechando aquella circunstancia favorable, Franco maniobró en la sombra para unir a requetés y falangistas. El decreto del 19 de abril de 1937 fusionó a ambos partidos en la Falange Española Tradicionalista y de las Jun- tas de Ofensiva Nacional Sindicalista (la FET y las JONS). Aquel decreto dio origen al llamado Movimiento. A Franco ya nadie le iba a hacer sombra. El Generalísimo tenía el terreno allanado para dirigir la dictadura una vez que concluyera el conflicto bélico.

Las actas de la reunión de la Comisión Ejecutiva de la Casa del Pueblo celebrada el 3 de marzo de 1937 desvelan que en esa fecha el 1.er Batallón de la Casa del Pueblo todavía estaba instalado en el Círculo de Bellas Artes, si bien hubo algún intento para que se trasladara a Guadalajara. Pero los responsables de la Comisión no dieron su brazo a torcer: «El Batallón permanecerá estacio- nado en Madrid con el fin de no dejar sin defensa el Círculo de Bellas Artes, el Convento y la Casa del Pueblo». El convento que mencionan las actas de la Comisión Ejecutiva podría ser el convento e iglesia de Mercedarias de la Purísima Concepción, que está si- tuado en la calle Luis de Góngora, 5, casi enfrente de la Casa del Pueblo. En la posguerra, el expediente de su reparación, obra que puso en marcha en 1949 el arquitecto Fernando Cánovas del Castillo, desvela que fue utilizado como almacén por las milicias. Al estar próximo a la Casa del Pueblo y ser objetivo de la aviación rebelde, el monasterio sufrió graves daños.

En el hotel Florida, otro de los edificios emblemáticos del arquitecto Antonio Palacios, vivían muchos de los corresponsales de prensa que cubrían la batalla de Madrid. Por sus salones deambularon también grandes novelistas, merce- narios de toda laya, prostitutas, traficantes de armas y algún comisario político soviético. Este elegante edificio situado en la plaza del Callao fue víctima de la piqueta en 1968. Tras su derribo se erigió en su lugar el inmueble de Galerías Preciados, actualmente El Corte Inglés. Los periodistas, como el resto de la población madrileña, tenían que trapi- chear para obtener alimentos, cigarrillos y bebida. El historiador británico Paul Preston recuerda la enorme reserva de alimentos (tocino, café, mermelada, huevos, whisky y ginebra) que llegó a almacenar el escritor Ernest Hemingway 100 Fernando Cohnen en su habitación: «Sus existencias las reponía y distribuía su fiel amigo Sydney Franklin, un torero estadounidense». Desde noviembre de 1936, cuando los rebeldes tomaron el cerro Garabitas en la Casa de Campo, el hotel Florida re- cibió con frecuencia la metralla o el impacto directo de la artillería franquista.

Vista del hoy desaparecido hotel Florida (a la derecha), otro de los edificios más célebres de An- tonio Palacios. Allí se alojaron muchos de los corresponsales que cubrieron la batalla de Madrid.

En abril de 1937, el escritor estadounidense John Dos Passos salió ileso del impacto de un obús que hizo diana en el mismo corazón del Florida. Entre la polvareda, los cascotes y las prostitutas que gritaban y corrían por los pasillos, Dos Passos se cruzó en el vestíbulo con dos corresponsales de guerra: Martha Gellhorn, corresponsal de Collier’s, que inició una relación sentimental con Hemingway en ese hotel, y Antoine de Saint-Exupéry, futuro autor de El prin- cipito, que viajó a Madrid por cuenta del periódico Paris-Soir. En sus artículos, Saint-Exupéry describió los aspectos más trágicos y crueles del frente de batalla en los alrededores de la capital. En diciembre de 1936, el cineasta Joris Ivens y el cámara John Fernhout llegaron a Madrid y se hospedaron en el Florida. Días después filmaron va- rias secuencias de la película The Spanish Earth (Tierra de España) en pueblos cercanos a Madrid y entrevistaron a Vittorio Vidali y Dolores Ibárruri. Con la colaboración de John Dos Passos, Ernest Hemingway y Prudencio de Pereda (responsables del guion), la mayor parte de la película se rodó meses después en el frente de la Casa de Campo. Los narradores fueron Hemingway, Orson Welles y Jean Renoir. El documental, que se exhibió con gran éxito en Ho- llywood, no se estrenó en España hasta 1977, dado que la censura franquista lo prohibió en su día. resistencia 101

En este legendario hotel también se hospedaron André Malraux (L’Espoir), Josephine Herbst (The Starched Blue Sky of Spain), Lillian Hellman, escritora y compañera sentimental del escritor de novela negra Dashiell Hammett, Ilya Ehrenburg, novelista y corresponsal del periódico ruso Izvestia, y algunos de los líderes de las Brigadas Internacionales, como el escritor alemán Gustav Regler, autor de La gran cruzada, que narra sus experiencias en la Guerra Civil. Los corresponsales que vivían en el Florida solían celebrar fiestas en el patio del hotel, incluso cuando había bombardeos. Tal jolgorio nocturno debió de incomodar al corresponsal de Pravda, Mijaíl Koltsov, que de inmediato se trasladó al hotel Capitol (edificio Carrión), ubicado en el número 41 de la Gran Vía. «Me instalé en un salón semicircular acristalado en lo alto de la torre, con una larga terraza.» Desde aquella atalaya privilegiada, Koltsov podía observar los combates que tenían lugar en la Casa de Campo, en Moncloa y en la Ciudad Universitaria. Hemingway incluyó al escritor y comisario soviético en su novela Por quién doblan las campanas. La Gran Vía era conocida como la Avenida del Quince y Medio, pues era este el calibre de los proyectiles que lanzaban las baterías franquistas desde la Casa de Campo para machacar el centro de la ciudad. Muchos de los obuses cayeron en la cercana plaza del Callao, dañando algunos de los edificios que la flanqueaban y provocando grandes destrozos en otros de las calles adyacentes. Dos Passos recordaba que la bella fachada del hotel Alfonso XIII, en Gran Vía, 34, había recibido tantos impactos que parecía un queso suizo. El periodista y novelista estadounidense describió uno de los bombardeos que presenció en su visita al Madrid asediado: «Nuevamente ese chillido, ese estruendo, ese ruido, ese campanilleo de una bomba explotando en algún sitio. Luego otra vez el silencio, sólo interrumpido por los débiles aullidos de un perro herido...». En el número 32 de esta misma calle, al lado del hotel Alfonso XIII, se en- contraba el edificio de Unión Radio (que hoy alberga la Cadena Ser), emisora fundada por Ricardo María de Urgoiti, quien también alumbró –junto con Luis Buñuel– la empresa cinematográfica Filmófono, cuyas oficinas estaban en el edificio del Palacio de la Prensa, en Gran Vía, 46. Cuando se recrudecieron los bombardeos en la zona de Gran Vía, los estudios de Unión Radio se traslada- ron a los sótanos del diario ABC, en el número 61 de la calle Serrano, situada en el arranque del barrio de Salamanca. En esta zona de la ciudad residían la alta burguesía y la aristocracia, lo que hizo que los militares rebeldes nunca la bombardearan. La guerra española fue la primera radiada de la historia. Ambos bandos utilizaron este medio de comunicación para lanzar todo tipo de mensajes pro- pagandísticos. A partir del 14 de septiembre de 1936, Unión Radio comenzó 102 Fernando Cohnen a emitir todos los días a las nueve de la noche el programa Altavoz del Frente. Justo enfrente del edificio de Unión Radio se encontraba el hotel Gran Vía, que alojó a periodistas de la talla de Geoffrey Cox (News Chronicle) y Henry Buckley (The Daily Telegraph). Su restaurante era punto de encuentro de los corresponsales y fotógrafos extranjeros, entre los que se contaban Robert Capa y Gerda Taro. «Allí se sientan en una mesa larga los corresponsales extranjeros profesionales y los jóvenes redentores del mundo y los miembros de las delegaciones radicales extranjeras. En las mesas pequeñas de los huecos suele haber milicianos e internacionales de juerga, y un puñado de jovencitas de la ‘brigada de entre las sábanas’», escribe Dos Passos.

Noticia publicada en el semanario Crónica acerca del coro del Altavoz del Frente, que todas las noches entonaba la Internacional ante los micrófonos de Unión Radio. resistencia 103

Hacía ya meses que el Alto Mando del Ejército republicano había situado pues- tos de observación en la azotea y los pisos altos del edificio de la Telefónica para vigilar los movimientos de los militares sublevados en la cercana Casa de Campo. Arturo Barea, que seguía trabajando en la Oficina de Prensa Extranje- ra, conoció a Ilsa Kulcsar, una periodista austriaca que colaboró con él y de la que se enamoró perdidamente. Poco tiempo después, el escritor se divorció de su mujer para contraer matrimonio con Ilsa, lo que escandalizó a algu- nos dirigentes del PCE. Si unos pensaban que la austriaca iba a desestabilizar emocionalmente al jefe de censura de prensa extranjera, otros sospechaban que era una trotskista emboscada. Aquel cúmulo de disparates y los continuos bombardeos que sufría el edificio de la Telefónica trastornaron a Barea. En la misma Gran Vía, más abajo, cerca ya del Círculo de Bellas Artes, se encontraba Chicote, un famoso bar de cócteles diseñado por el arquitecto Luis Gutiérrez Soto que se inauguró en 1932. Fue toda una institución madrileña, y allí se celebraban las famosas tertulias de la Peña Chicote. Al emblemático local, que todavía abre sus puertas al público, acudieron los periodistas que cubrían la guerra. Entre ellos Ernest Hemingway, Saint-Exupéry, Dos Passos o los fotógrafos Robert Capa y Gerda Taro. «Cuando caía la noche de esos húmedos y fríos días de espera, Chicote era el lugar donde encontrar compañía, conversación y más rumores sobre la ofensiva», escribe Martha Gellhorn. En los años de posguerra, el dueño del bar debió de ganar una fortuna con la red de estraperlo que organizó para vender penicilina. Los madrileños que podían costearse el carísimo medicamento acudían a Chicote para obtenerlo. Bajando la Gran Vía, en dirección a la plaza de Ci- beles, se halla el imponen- te edificio de la Gran Peña. En 1926 Franco ingresó en este privilegiado club, al que acudían militares y otros miembros de la alta sociedad madrileña. En su libro Testimonio de dos guerras, Manuel Tagüeña recuerda que al comienzo de la contienda propuso La entrada del mítico bar Chicote, situado en la Gran Vía, muy instalar en ese club aristo- cerca del Círculo de Bellas Artes. En él se reunían muchos de crático la sede de las JSU. los periodistas que cubrían la guerra. 104 Fernando Cohnen

«Allí, ante la sorpresa de los conserjes, únicos presentes, colocamos la bandera de nuestra organización y dejamos una guardia.» Afiliado a las Juventudes Socialistas y posteriormente al Partido Comunista, Tagüeña se incorporó a las milicias populares y destacó en el campo de batalla de tal forma que poco después llegó a dirigir una división, al mando de la cual participó en el frente de Aragón.15 El 7 de abril de 1937, los responsables del cuartel general del Batallón de la Casa del Pueblo y los de la Casa de Valencia salieron del Círculo de Bellas Artes para visitar la capilla ardiente que las JSU habían instalado en la Gran Peña. En el vestíbulo de este edificio señorial, ubicado frente al Círculo, se encontraba el féretro de Rafael Jiménez Carrasco, miembro del Comité de Madrid de las JSU y jefe de operaciones del primer Cuerpo de Ejército de Ma- drid, que había fallecido el día anterior en un accidente de automóvil cuando se dirigía a visitar las líneas de fuego que ocupaban las fuerzas a su mando. La noticia de su muerte fue un mazazo para todos aquellos que luchaban en la defensa de la ciudad. Gentes ajenas a las JSU, como oficiales del Ejército republicano, sindicalistas del Círculo de Bellas Artes y miembros de otras organizaciones políticas, se sumaron al duelo. El 8 de abril salió el cortejo fúnebre de la Gran Peña y prosiguió hacia la plaza de Cibeles, acompañado de una impresionante multitud de compañeros y vecinos de Madrid. El diario Ahora publicó la triste noticia: «La juventud combatiente ha sufrido ayer una gran pérdida. Rafael J. Carrasco no era un joven más [...] Sus cono- cimientos de estudiante de ciencias exactas supo canalizarlos para iniciar el dominio de la técni- ca militar. Ayudante de Francisco Galán en la Sierra, organizador de la heroica ‘Joven Guar- dia’, su nombre y el del batallón aparecieron citados varias veces en El 8 de abril de 1937, la comitiva fúnebre de Rafael Jiménez Ca- el orden del día como rrasco, miembro del Comité de Madrid de las JSU, partió de la Gran Peña. Los milicianos del Círculo de Bellas Artes salieron ejemplo para todos los a la calle Alcalá para rendirle homenaje. combatientes».16

15 Manuel Tagüeña, Testimonio de dos guerras, Barcelona, Planeta DeAgostini, 2005, p. 116. 16 Ahora, n.º 86, 7 de abril de 1937. resistencia 105

En realidad, su muerte fue una más en la larga lista de jóvenes que cayeron en aquella carnicería y cuyos nombres aparecían con regularidad en la prensa diaria. Durante unas horas, el entierro de Jiménez Carrasco contribuyó a que los distintos partidos antifascistas y los sindicatos cerraran filas en Madrid. Sin embargo, la deseada unión de la izquierda estaba lejos de producirse. En esas fechas se celebraba el Congreso-Alianza Juvenil de Madrid, en el que los principales ponentes pidieron la unión a las distintas organizaciones del Frente Popular, incluyendo a los anarquistas, a los jóvenes católicos afi- liados a partidos republicanos y a los miembros del POUM. Sin embargo, no todos estaban por la labor. Si el representante de las Juventudes Libertarias protestó por la inclusión de católicos en la Alianza Juvenil, Antonio Casas, de la Juventud Sindicalista, expresó la necesidad de ganar la guerra mediante la unión de todas las organizaciones juveniles antifascistas. Luego habló Federico Melchor, de la Ejecutiva Nacional de las JSU, que afeó la conducta al representante de las Juventudes Libertarias: «Creíamos iban a traer un trabajo positivo y no solamente una crítica [...] La guerra se gana con brigadas de choque, con Ejército regular, con mando único, con obediencia a las disposiciones del Gobierno del Frente Popular». Prosiguió su discurso alegando que la unidad de la UGT y la CNT no era una quimera. «Esta va a ser posible en la misma medida que las JSU y Juventudes Libertarias y los jóvenes trabajadores lo consigan.» Pero la realidad era otra. La CNT no siempre seguía las directri- ces del Gobierno republicano. En muchos aspectos, la desunión dificultaba la lucha contra los militares sublevados, cuyas fuerzas seguían sitiando Madrid. Melchor criticó que algunos libertarios y miembros del POUM afirmaran que las JSU querían resucitar las juventudes católicas, y a continuación subrayó que los jóvenes que eran católicos por su educación no iban a dejar de serlo de la noche a la mañana. «Esos jóvenes que hoy reaccionan ante la invasión de nuestra Patria, contra Italia y Alemania, ¿no son dignos de luchar al lado nuestro? Y si cometemos el error de rechazarles, todos esos jóvenes dejarán de incorporarse a nuestro movimiento y se convertirán en enemigos nuestros.»

La Conferencia Provincial de Madrid del Partido Comunista inauguró sus sesiones en el Círculo de Bellas Artes pocos días después, el 9 de abril, y fue Dolores Ibárruri, la Pasionaria, quien dio la bienvenida a los asistentes con un encendido discurso que fue muy aplaudido por el gentío que abarrotaba el edificio de Palacios.17 Las sesiones del sábado 10 de abril las presentó Antonia Sánchez, y la presidencia la ocupó Ibárruri. Leoncio Espronceda, de la Comisión

17 ABC, 10 de abril de 1937. 106 Fernando Cohnen de Aranjuez, destacó el trabajo que se llevaba a cabo en una metalúrgica de la zona, donde se fabricaban más de mil espoletas de bombas de aviación dia- rias. Concepción Santalla, de la Standard, reconoció el escaso aumento de la producción de balas y material de transmisiones, aunque señaló que la calidad de esos productos era similar a la de otras empresas extranjeras. Por su parte, Isidoro Diéguez, del Comité Provincial, recordó que el parti- do se había dirigido en muchas ocasiones a los socialistas para crear un solo grupo de unión sindical y criticó a los sindicatos por su constante lucha contra los partidos políticos, especialmente contra el Partido Comunista. «Se habla demasiado de la unidad, y se hace muy poco, decimos nosotros.» Otros asis- tentes a la conferencia pidieron celebrar reuniones conjuntas de los grupos de oposición sindical revolucionaria con los grupos sindicales y socialistas. El tema recurrente de la necesaria unión de la izquierda aparecía en todas las conferencias, mítines y reuniones que celebraron los distintos grupos políticos y sindicales en aquellas fechas.18 El ABC del domingo 11 de abril publicó un resumen del manifiesto que fir- maron la Agrupación Socialista y el Comité Provincial del Partido Comunista: «El Frente Popular nos dio la victoria en febrero en las urnas; el Frente Popular os dará hoy la victoria con las armas sobre nuestros enemigos del interior y del exterior [...] Lucharán para que se dé instrucción militar a la clase obrera y a todos los antifascistas. Procurarán que la producción en las industrias de la guerra se intensifique y se perfeccione. Apoyarán al Gobierno con entusiasmo en los problemas de evacuación y abastecimiento». El manifiesto propugnaba las relaciones más cordiales con la CNT y la FAI, con las que aseguraban querer caminar durante la lucha y después de la victoria. Pero las relaciones entre partidos, sindicatos y anarquistas no mejoraban en absoluto. Cuatro días después de la clausura de la Conferencia Provincial del Partido Comunista, la Consejería de Orden Público de la JDM, al mando de Cazorla, apresó a Alfonso López de Letona, oficial del Servicio de Inteligencia Militar de la República (SIM), un suceso que volvía a poner sobre el tapete la desunión y los choques continuos entre comunistas y sindicalistas. López de Letona era miembro de Renovación Española (partido de ideología monárquica y derechista) antes del 18 de julio de 1936, y constaba como militante de la CNT cuando fue detenido por miembros del SIM. Si Cazorla acusó a la CNT de haber facilitado la infiltración del espía en el Ministerio de la Guerra, los anarcosindicalistas afir- maron que todo era un montaje y pidieron la inmediata destitución del consejero de Orden Público. Aquellos enfrentamientos se recrudecieron en el mes de mayo.

18 La Voz, 10 de abril de 1937. resistencia 107

La Pasionaria multipli- có sus mítines y visitas al frente para animar a las tropas que combatían a los rebeldes en la batalla de Madrid.

El 14 de abril, el diario ABC sorprendió a propios y extraños con un número especial, bastante bien cuidado y repleto de artículos y fotografías, en home- naje a la Unión Soviética. «ABC, que se precia de representar el sentir y las aspiraciones de vastos núcleos del republicanismo español, se honra hoy al rendir con este extraordinario un homenaje al pueblo ruso. Escogemos la fecha del 14 de abril, por ser la que dobló el rumbo de la historia española, con un procedimiento de la más pura democracia, y queremos con ello expresar la gratitud que merece la generosa comprensión con que la URSS ha acogido el bárbaro conflicto planteado a la República española por la guerra civil desen- cadenada por las fuerzas armadas, ensoberbecidas y alentadas por los núcleos reaccionarios de nuestro pueblo.» El entusiasta editorial del ABC declaraba la honda satisfacción de los re- publicanos españoles por «el hecho de que, en contraste con aquellos países de larga historia cultural y política, que ahora sienten la veleidad de adoptar regímenes autoritarios y antidemocráticos, Rusia proclama en su nuevo texto constitucional su fe en la democracia y el respeto que esta significa para el libre ejercicio de todos los derechos humanos [...] ABC se enorgullece de ofrecer al pueblo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas el cordial homenaje de la España libre, y en este caso, como en todos, se sentiría totalmente satisfecho representando el sentir unánime de los republicanos españoles, y el de todos los sectores del antifascismo». Los integrantes de la Junta Delegada de Defensa de Madrid, que en algu- nas ocasiones habían actuado como un gobierno paralelo, sabían que Largo Caballero terminaría disolviendo sus funciones. La orden llegó el 21 de abril de 1937. Durante su mandato, la ciudad dispuso de nuevos centros hospita- larios, como el que se organizó a toda prisa en el hotel Palace, y de un centro de vacunación para evitar un brote de tifus o malaria en la ciudad. En estas 108 Fernando Cohnen campañas colaboraron diversos organismos, como Socorro Rojo, Cruz Roja y los colegios profesionales de médicos y practicantes. La Junta Delegada de Defensa de Madrid también coordinó las labores de propaganda y las Brigadas de Socorro contra Bombardeos y organizó un Comité de Refugiados. Sin embargo, la JDM fracasó en el espinoso asunto de los abas- tecimientos de víveres. La descoordinación entre las distintas organizaciones políticas y sindicales y la falta de transportes minaron su eficacia. Su disolu- ción, el 21 de abril, devolvió esas responsabilidades a la Comisión Provincial de Abastecimiento. Poco después, el Gobierno de la República decidió que fuera el Consejo Municipal el que se ocupara de las labores de almacenaje y distribución de alimentos en Madrid. Pero aquella decisión también resultó ser un fiasco. Los responsables del Comité Popular de Abastecimientos del Círculo de Bellas Artes, dependiente de la Casa del Pueblo, no estaban dispuestos a perder sus competencias en esas tareas. Los madrileños que acudían al edificio de Palacios querían seguir disfrutando de un servicio más o menos estable que proporcionaba algunos alimentos, aunque fueran muy escasos y no siempre de buena calidad. La lucha de intereses y las diferentes estrategias para enfrentar cualquier problema volvían a desunir a los partidos de izquierda. La experiencia de la Junta de Defensa llevó a Carrillo a reflexionar sobre la falta de unidad en las filas republicanas y en el grave obstáculo que eso repre- sentaba para aspirar a la victoria. «Cada pequeña cuestión se convertía en un mundo ante la diversidad de enfoques y la facilidad con que en la calle esto se transformaba en choques no puramente dialécticos [...] Franco podía decidir la unificación por decreto, apoyándose en el Ejército y en sus hábitos de disciplina; en cambio, la República tenía que poseer una política consensuada, unitaria, para poner en pie un Ejército.» Carrillo recuerda en sus memorias que la ju- ventud era el sector menos afectado por las divisiones históricas que sufría la izquierda en España, y un buen ejemplo de esa confluencia de intereses entre las asociaciones juveniles era la creación de las Juventudes Socialistas Unificadas. capítulo 3 madrid en llamas Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado, envuelto en un clamor de victoria y guitarras, y dejaré a tu puerta mi vida de soldado sin colmillos ni garras.

Miguel Hernández, «Canción del esposo soldado»

El 25 de abril de 1937, Rafael Henche de la Plata, representante de la UGT, fue elegido alcalde de Madrid, puesto en el que permaneció hasta el final de la gue- rra. Entretanto, a pesar de los pesares, los madrileños comenzaron a sentir un vago optimismo. Existían graves problemas relacionados con el abastecimiento de alimentos, pero la gente quería olvidar la guerra. Los teatros y los cines abrieron sus puertas, los cafés volvieron a llenarse. Parecía que la primavera sonreía a una ciudad que, sin embargo, seguía asediada por el ejército rebelde. Mientras Madrid padeció los ataques de las tropas de Varela en el decisi- vo mes de noviembre de 1936, únicamente dos cines siguieron proyectando películas: el Monumental y el Capitol. A partir del mes de febrero de 1937, el resto de salas cinematográficas de la ciudad reabrió sus puertas. Los madri- leños pudieron contemplar filmes de propaganda soviética y otros de eva- sión, como Rebelión a bordo, el musical Sombrero de copa, protagonizado por el 112 Fernando Cohnen bailarín estadounidense Fred Astaire, o La última avanzada, con los actores Cary Grant, Claude Rains y Gertrude Michael. Los teatros ofrecían obras tea- trales de bajísima calidad, lo que suscitó las quejas de algunos críticos a la Junta de Espectáculos por permitir la representación de obras aflamencadas o sicalípticas de ínfimo nivel. El 10 de abril, el periodista José Luis Salado publicó un artículo en el diario La Voz en el que arremetía contra la cartelera teatral de la capital: «¿De verdad existe hoy el teatro? Me refiero –ni que decir tiene– al bueno, que es el único que de verdad tiene derecho a existir. Porque el teatro que ahora se hace en Madrid –¿en Madrid únicamente?– es del malo, del peor, si me apuran ustedes mucho. Echemos una ojeada rápida a las carteleras: Madre Alegría, Los cuatro caminos, ¡Aquella jaca tan brava!, Esta noche mando yo, María de la O, ¡Caray, qué nochecita!, Los pellizcos...», se lamenta Salado. Meses después, Mundo Gráfico se unió a esa crítica. «La convulsión ideo- lógica más honda y dramática de toda nuestra Historia, no ha sido bastante para que el Teatro salga de su marasmo típico», escribe Juan Ferragut. «Ni la guerra ni la Revolución han podido contra ese engendro claudicante de nuestro Teatro [...] Malas farsas de falso flamenquismo; piezas de viejo astracán; triste pornografía exhibicionista en seudorrevistas musicales; cursilería burguesa de comedias insulsas [...] O el arte literario español es de tan ruin contextura, de tan mísera enjundia espiritual, tan anémico y falso que no ha sido capaz de vibrar, de resistir y superar la convulsión gigantesca y trágica de la guerra, o el arte literario español está pecando de cobardía.» Pero también se ofrecían piezas teatrales de mayor enjundia, como las que ponía en escena el Grupo García Lorca, que tenía su sede en el Teatro Español, y otras al servicio de la propaganda. Un buen ejemplo de estas últimas fue el estreno el 7 de noviembre de la Numancia de Cervantes –en versión de Rafael Alberti– en el Teatro de la Zarzuela que dirigía su mujer, María Teresa León. La adaptación de Alberti era un encendido alegato contra los militares sublevados y las potencias europeas que los apoyaban:

Yo, mientras, por mi propia, férrea mano en mi corazón mismo le cavaré un abismo y otro abismo al sediento chacal alemán o italiano que España será al fin la tumba del fascismo.

El objetivo era mantener vivo el ardor combativo de los madrileños, y Alberti lo intentó con su exaltada poesía. madrid en llamas 113

Las páginas de espectáculos de los periódicos de la época dan cuenta de los títulos de algunos de los filmes de evasión que los madrileños pudieron disfrutar a partir del mes de febrero de 1937.

La emisora de radio C.P.1 de la Casa del Pueblo fue inaugurada en el Círculo de Bellas Artes el 1 de mayo de 1937. Funcionó con normalidad hasta el 31 de ese mes, cuando fue incautada por el Gobierno, que adujo la falta del permiso pertinente para ponerla en marcha. Tras una fuerte pugna, en la que los res- ponsables de la Casa del Pueblo insistieron en que otras organizaciones no habían entregado sus emisoras, el Gobierno dio su brazo a torcer y permitió que prosiguieran los programas radiados desde el Círculo.1

1 Casa del Pueblo de Madrid, Memoria de la Comisión Ejecutiva, Madrid, Gráfica Socialista, 1938, p. 16. Colección del autor. 114 Fernando Cohnen

Ese mes de mayo marcó el inicio de otra guerra civil dentro del seno de la propia República: la que enfrentó a los anarquistas y trotskistas del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) contra el Gobierno republicano y el de la Generalitat. Si bien el escenario principal fue Barcelona, la batalla fratricida entre las organizaciones políticas de izquierda afectó a toda la España repu- blicana. La crisis también alcanzó a Largo Caballero, que salió del Gobierno por negarse a firmar la ilegalización del POUM, por sus propios errores en el Ejecutivo y por las derrotas bélicas que había sufrido la República. Meses antes, en febrero, Largo Caballero había tomado una serie de medidas que alarmó a los comunistas. Una de ellas, recuerda Carrillo en sus memorias, fue un decreto por el que los jefes de origen miliciano no podían subir en el escalafón más allá del grado de comandante. «Mientras tanto ascendían sin obstáculo militares profesionales, en muchos casos premiados por trabajos de oficina y no por sus merecimientos a la cabeza de unidades combatientes», afirma Carrillo. Todo ello desmoralizó al Ejército Popular, cuyos mandos eran milicianos que se habían dejado el pellejo en los campos de batalla. Las condiciones que estableció Largo Caballero para ingresar en una escuela militar, que obligaba a los aspirantes a presentar una carta de recomendación de la UGT o la CNT, dejaban a un lado a los partidos del Frente Popular, lo que soliviantó a los comunistas. El 14 de abril, el Ministerio de la Guerra dictó una orden por la que se cesaba a todos los comisarios políticos, una medida que trataba de alejar a los políticos –y en especial a los comunistas– de un Ejército que era fundamentalmente político. Muchos militantes del PCE y de las Juventudes Socialistas Unificadas, que habían demostrado su valía en el Quinto Regimiento y en los Batallones de la Juventud, se sintieron agraviados. Las medidas de Largo Caballero para «despolitizar» el Ejército Popular coincidieron con la amarga derrota republicana en Málaga, un desastre que muchos dirigentes de las distintas organizaciones políticas achacaron a la mala dirección militar del presidente del Consejo de Ministros. «El Partido Co- munista estimaba en ese momento que Caballero no estaba en condiciones de dirigir la política militar; no había demostrado ninguna cualidad de estratega, lo que por otra parte no le descalificaba para presidir el Gobierno [...] Los comunistas seguían respetando a Caballero como hombre político, promotor de la unidad, y estaban dispuestos a apoyarle en este papel», recuerda Carrillo. Pero Largo Caballero no aceptó abandonar su protagonismo en temas de defensa, momento en que el PSOE cambió su estrategia. El resultado fue el nombramiento del socialista Juan Negrín, reconocido médico e investigador, como presidente del Consejo de Ministros el 17 de mayo de 1937. Dolido por su sustitución, Largo Caballero denunció el aumento de la influencia comunista madrid en llamas 115 en el Gobierno, pero su poder político dentro del PSOE cayó en picado. En la posguerra, Largo Caballero se exilió en Francia, donde fue apresado por los nazis, quienes en julio de 1943 lo internaron en el campo de concentración de Sachsenhausen, en Berlín. Tras la caída del Tercer Reich, fue liberado por las tropas rusas. Falleció en París el 23 de marzo de 1946. En el nuevo Gobierno encabezado por Negrín entraron los renombrados socialistas Indalecio Prieto (en Defensa Nacional) y el periodista Julián Zu- gazagoitia (Gobernación), los comunistas Uribe y Hernández y otros repre- sentantes de PNV, ERC, IR y UR. Aunque le ofrecieron dos carteras, la CNT no quiso participar en el Gabinete. Tras los enfrentamientos que habían tenido lugar en los meses de febrero y marzo, los cenetistas prefirieron mantenerse al margen. No les gustaba nada el excesivo protagonismo de los comunistas. La prensa de Madrid destacó la confianza que mostraba la Casa del Pueblo en el Gobierno Negrín. «Reunidas con carácter extraordinario, las juntas di- rectivas de las organizaciones políticas y sindicales que conviven en la Casa del Pueblo acuerdan por unanimidad declarar públicamente lo que sigue: Pri- mero. Hallarse identificadas con el Gobierno del Frente Popular que acaba de constituirse. Segundo. Como consecuencia de lo anterior, declarar que las organizaciones de la Casa del Pueblo, con la disciplina que siempre las ha caracterizado, están dispuestas a apoyar y a defender al actual Gobierno.»2 Pero aquel canto de unidad no podía ocultar las serias desavenencias que había entre las distintas fuerzas de izquierda. El diario La Voz del 23 de mayo informaba de un mitin organizado por las JSU en el Monumental Cinema de la plaza de Antón Martín –lugar utilizado por el Partido Comunista para celebrar grandes eventos– en el que el joven dirigente Eugenio Mesón habló en favor de la necesaria unidad de las juventudes antifascistas para vencer a la «gran bestia» que se enfrentaba al legítimo Gobierno del Frente Popular y amenazaba la libertad del pueblo español. Desde el primer día que se puso en marcha el Gabinete de Negrín, las autoridades republicanas retomaron las riendas de la justicia, lo que redujo sustancialmente el número de paseos e incautaciones de bienes. A partir de junio de 1937, el peligro de ser asesinado o detenido por grupos de milicia- nos incontrolados era infinitamente menor que en las primeras semanas de guerra. Sin embargo, esto no le sirvió de nada al líder del POUM Andreu Nin, que según algunas hipótesis fue asesinado cerca de Alcalá de Henares por agentes soviéticos de la NKVD (agencia precursora del KGB) en torno al 22 de junio de ese año.

2 Nota de la Casa del Pueblo, publicada en ABC el 19 de mayo de 1937. 116 Fernando Cohnen

En el arranque del verano de 1937, el Círculo de Bellas Artes seguía dando cobijo a algunas dependencias de la Casa del Pueblo, aunque la mayor parte de ellas regresaron a la calle Piamonte según fueron amainando los bombardeos en la capital. La prensa de Madrid de febrero de 1937 ya daba cuenta de activida- des en el teatro de la calle Piamonte. En junio, la comandancia de uno de los batallones de la Casa del Pueblo y la sede de la Casa de Valencia permanecían en el Círculo. Lo mismo que el Comité Popular de Abastecimientos, cuyas atribuciones habían sido puestas en tela de juicio meses antes por la Junta Delegada de Defensa de Madrid. Pero la sangre no llegó al río. En aquel entonces, el consejero de Abaste- cimientos de la JDM era Luis Nieto, militante de las Juventudes Socialistas Unificadas y miembro destacado de la Casa del Pueblo, lo que rebajó en gran medida las tiranteces entre ambos organismos. Nieto estableció puentes de comunicación con los responsables del Comité Popular de Abastecimientos de la Casa del Pueblo y siempre que pudo trató de no excederse en sus funcio- nes, concediendo un cierto margen de maniobra a sus compañeros del Círculo de Bellas Artes, que pudieron seguir proporcionando comidas y alimentos a sus sindicalistas. En un ejercicio de fina ironía, la revistaMundo Gráfico publicó un reportaje el 16 de junio que rememoraba las actividades que llevaban a cabo los socios del Círculo días antes de que estallara la guerra. «En cuanto empezaba a ba- rruntarse el florecimiento de las acacias madrileñas, el trozo de acera que ocupa el edificio en la calle de Alcalá se llenaba de una multitud abigarrada, entretenida en la cómoda labor de contemplar el ir y venir de los transeúntes. En la acera de enfrente, y en la parte de arriba, la puerta del Casino de Madrid era otra sucursal de poltronas de mimbre al aire libre.» El periodista Antonio de la Serna recordaba que la gente sonreía a los socios del Círculo de Bellas Artes y luego lanzaba frases punzantes. «A la vista de los amplios ventanales, como escaparates, tras los que los socios gesticulaban sin oírseles las conversaciones, bautizaron aquel trozo de fachada, que les recor- daba el falso mar de vidrio de los escaparates de las tiendas de pescado, con este nombre: ‘Las Pescaderías Coruñesas’. En aquel trozo de acera se reunían militares, rentistas, médicos, magistrados, toreros, sastres, abogados... y algún que otro artista», subrayaba con sorna el periodista. En junio de 1937, en plena guerra, aquella troupe había desaparecido de los salones del edificio de Palacios. Su lugar lo habían ocupado cientos de milicia- nos con fusil al hombro, sindicalistas de la Casa del Pueblo, jóvenes muchachas que trabajaban en la Casa de Valencia, algunos soldados y otras huestes de rudo aspecto. Del glamur de junio de 1936 no quedaba nada. Los elegantes madrid en llamas 117 comedores del Círculo, que en otros tiempos dieron asiento a lo más granado de la sociedad capitalina, habían sido tomados por los milicianos y sus familias. De la rica merluza del norte se había pasado a un insulso cocido cuartelero en el que, lamentablemente, la carne no tenía cabida.

El Estado español tenía un contrato con la compañía Transradio para emitir en onda corta EAQ espacios radiofónicos al extranjero, pero el Gobierno los dejó de lado cuando comenzó el ataque rebelde a Madrid. Pensando que ese servicio era indispensable para las labores de propaganda en el exterior, Ba- rea convenció al general Miaja para que le nombrara responsable al frente de esas emisiones. A principios de julio, pocos días después de la caída de Bilbao en manos franquistas (19 de junio de 1937), Barea volvió a poner en marcha la emisora de onda corta con una charla en la que narraba la pérdida de la ciudad vasca. «Conté esta historia en la radio, igual que conté la historia de los barren- deros que al salir el sol lavaban las manchas de sangre, la de los conductores de tranvías que hacían sonar sus campanas nerviosamente, pero seguían entre las bombas», escribe el autor de La forja de un rebelde. El locutor anunciaba a Barea como «una voz incógnita de Madrid», y con ese nombre quedaron bautizadas sus charlas. La emisora se encontraba en los sótanos del edificio Fénix (actual Metrópolis), en la esquina de Alcalá y Gran Vía, frente al Círculo de Bellas Artes, uno de los escenarios más bellos de Madrid. El 6 de julio comenzó la ofensiva republicana en el pueblo de Brunete, con el objetivo de distraer al enemigo y evitar que sus tropas ocupasen Santander. Semanas antes, la República había sufrido un duro golpe al perder Bilbao, y el Gobierno de Negrín no podía permitirse un fracaso más. Los republica- nos pusieron en marcha el 5.º Cuerpo de Ejército, encabezado por Modesto e integrado, entre otras, por las divisiones de Líster, el Campesino y la 11.ª Brigada Internacional. Junto al 5.º Cuerpo participó el 18.º Cuerpo de Ejército, comandado por el coronel Jurado, en el que se encontraban la 13.ª y la 15.ª Brigadas Internacionales. Ese conjunto de tropas logró tomar Brunete en tan sólo seis días. Durante una semana, la prensa madrileña festejó con grandes titulares lo que parecía una victoria aplastante. Sin embargo, el 18 de julio los rebeldes contraatacaron y poco después retomaron Brunete. La ofensiva republicana únicamente retrasó unos días el ataque de las tropas franquistas a Santander. En su Memoria de la melancolía, María Teresa León recuerda la muerte de la reportera gráfica Gerda Taro, compañera del legendario fotógrafo Robert Capa, que fue atropellada por un carro de combate amigo en el frente de Brunete. 118 Fernando Cohnen

«Durante las guerras faltan siempre cajas para enterrar a los valientes. No encontramos ninguna. Por fin nos buscaron un camión, y allí, entre cajones, tendieron a Gerda Taro», escribe María Teresa León. Al llegar a Madrid, depo- sitaron su cadáver en el jardín de invierno del palacio que albergaba la Alianza de Intelectuales Antifascistas. «Los milicianos le dieron guardia de honor y fueron desfilando comisiones obreras, jefes militares, amigos, vecinas que iban enterándose... y hacían un gran esfuerzo para no santiguarse.»

Gerda Taro, compañera del legendario fotógrafo Robert Capa, fue atrope- llada accidentalmente por un carro de combate repu- blicano en el frente de Bru- nete. Su cadáver fue velado en el jardín de invierno del palacio que albergaba la Alianza de Intelectuales Antifascistas.

El I Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura se celebró en París en junio de 1935. Los doscientos treinta delegados de treinta y ocho países que acudieron a la cita debatieron sobre el auge del fascismo y el nazismo, que representaba un serio peligro para la paz en Europa. Lo presidió un comi- té internacional compuesto por André Gide, Thomas Mann, Aldous Huxley, Ramón María del Valle-Inclán y George Bernard Shaw, entre otros escritores de renombre. Muchos de sus miembros acudieron a España en julio de 1937 para participar en el II Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura, que tuvo lugar en Madrid y Valencia. En las sesiones que se celebraron en la capital asediada, José Bergamín criticó el libro Regreso de la URSS que acababa de publicar André Gide, que mostraba sin tapujos todo aquello que no le había gustado del estalinismo. Bergamín se lanzó a degüello contra el novelista francés: «Es un ataque injusto e indigno contra la Unión Soviética y contra los escritores soviéticos. No es una crítica, es una calumnia». El incidente puso de manifiesto las diferencias que empezaban a existir entre los hombres de la cultura que se integraban en esa asociación. Unos, como Bergamín, Alberti o Neruda, apoyaban ciegamente las tesis estalinistas. Otros, como John Dos Passos, Gide o George Orwell (que había intervenido en madrid en llamas 119 la guerra en el frente de Cataluña), comenzaban a renegar de Moscú. Orwell, célebre autor de Rebelión en la granja y 1984, se unió a las Brigadas Interna- cionales y asistió en primera fila a la lucha entre el POUM y los anarquistas contra los comunistas. «Yo no quería ver a la URSS destruida, y pienso que hay que defenderla si es necesario. Pero quiero que la gente se desilusione de ella y comprenda que debe construir su propio movimiento socialista sin las injerencias rusas», escribió Orwell a un conocido suyo. Mijaíl Koltsov, corresponsal de Pravda y comisario político de Stalin, tam- bién acudió a ese congreso de escritores e intelectuales antifascistas. En 1938 apareció el primer volumen del Diario de la guerra española, que recogía sus crónicas publicadas en Pravda, y que fue recibido en la Unión Soviética con grandes elogios por parte de la crítica. Cuando regresó a su país, Mijaíl Frid- liand –que era el verdadero nombre de Koltsov– fue detenido en una de las continuas purgas ordenadas por Stalin. No se sabe muy bien cuál fue la causa de su caída en desgracia. Quizá se debió simplemente a la creciente paranoia del dictador soviético, que costó la vida a tantos inocentes. Koltsov fue ejecutado el 4 de abril de 1942. Stalin veía enemigos por todas partes. Suponía que cualquier problema, fuera personal o político, era el resultado de algún malévolo complot contra él. Entre 1937 y 1938 puso en marcha la maquinaria del «Gran Terror», un periodo negro en la historia de la URSS que estuvo marcado por la represión salvaje de obreros, campesinos, militares e intelectuales. En mayo de 1937, el todopoderoso presidente de la URSS ordenó eliminar a los antiestalinistas españoles agrupados en el POUM, entre ellos a su líder Andreu Nin, cuyo ca- dáver nunca apareció. En marzo de 1938 le tocó el turno a Nikolái Bujarin. Se le acusó de haber conspirado para asesinar a Lenin, lo que resultó un cargo tan inverosímil como grotesco, ya que el propio Lenin había calificado a Bujarin de «hijo predilecto de la Revolución».

Los frecuentes bombardeos aéreos y el fuego de la artillería franquista des- trozaron el barrio de Argüelles, cuyas animadas calles se transformaron en arterias fantasmales repletas de escombros. En el centro de la capital tam- bién fueron dañados muchos edificios. Como ya vimos, el ejército rebelde consideró zona franca el elegante barrio de Salamanca, donde se ubicaban las viviendas de la alta burguesía, razón por la que el Frente Popular trasladó muchas de las sedes de Gobierno expuestas a los bombardeos a este distrito de la ciudad. Además de muchos de los grandes palacetes de la zona, también fueron confiscadas innumerables viviendas para dar cobijo a los miles de refugiados llegados de los pueblos cercanos a la capital. 120 Fernando Cohnen

Noticia sobre los destrozos provocados por los frecuentes bombardeos aéreos en el barrio de Argüelles, uno de los más próximos a la línea donde se situaba la artillería franquista.

En julio de 1937, el cardenal Isidro Gomá publicó la Carta colectiva del Epis- copado español, en la que su autor apostó sin tapujos por la «Cruzada» empren- dida por Franco y sus compañeros de armas contra la República. Aquel texto se convirtió en un golpe de gran efecto propagandístico. Con el marchamo de la autoridad eclesial, el documento justificaba la sublevación de 1936. «Esta se vio elevada a la categoría de ‘alzamiento cívico-militar’ dirigido contra la amenaza de desgarramiento de la patria, atenazada por las hordas marxistas [...] La carta, documento basura, reflejó con acrisolada fidelidad las percepciones, las obsesiones y las paranoias de su principal e integrista autor, el cardenal Gomá», señala Ángel Viñas.3 Ese verano de 1937, la población de Madrid seguía sufriendo la escasez de alimentos y los bombardeos. En un intento de olvidar aquellas miserias, los madrileños no dejaron de acudir a los cines y teatros. El 25 de agosto, a las cinco de la tarde, la sala de cine del Círculo de Bellas Artes ofrecía la película Los tres mosqueteros, con la presencia en el reparto del legendario Douglas Fairbanks.

3 Ángel Viñas, op. cit., p. 247. madrid en llamas 121

Semanas después, en septiembre, el cine Proyecciones anunciaba Ángel en tinieblas, con Fredric March, Merle Oberon y Herbert Marshall. La normalidad sólo se rompía cuando sonaban las alarmas antiaéreas, mo- mento en que la gente salía de estampida de las salas de cine y buscaba refugio en los portales. Los teatros también fueron abriendo sus puertas a unos es- pectadores ávidos de distracción en momentos tan dramáticos. La Zarzuela, el Ideal y el Calderón ofrecieron las actuaciones de la Argentinita, Angelillo y la Niña de los Peines, o espectáculos líricos como La tabernera del puerto, Katiuska o La chulapona. En aquellos días se celebraron actos multitudinarios para agradecer a la Unión Soviética su apoyo a la defensa de Madrid. Las radios emitían los mítines más importantes, así como todo tipo de consignas políticas para mantener la moral de la población y criticar los «actos de vandalismo» del enemigo. En sus encendidas proclamas, los dirigentes republicanos también se dirigían a los sublevados, sabiendo que esos programas de radio podían ser sintonizados en la denominada zona nacional. Como era de esperar, los republicanos minimizaban las victorias de los franquistas, exageraban los aciertos propios e insistían en la inutilidad de mantener la lucha contra un Gobierno legal que había sido instituido por medio de las urnas. Mensajes de autocomplacencia que tuvieron su equivalente en el bando contrario, y cuya mayor manifestación la encontramos en los programas que ofrecía Queipo de Llano desde Unión Radio de Sevilla. En el bando repu- blicano, el PCE fue una de las organizaciones políticas que más se significaron en las labores de propaganda. Sus organizaciones satélite, como Socorro Rojo y el Altavoz del Frente, tuvieron una actividad frenética tanto en las líneas de combate como en la retaguardia. En enero de 1933, el PCE creó una Comisión de Agitación y Propaganda (CAP) que se inspiró en la experiencia revolucionaria soviética. Una vez que estalló el conflicto armado, la CAP estructuró la línea ideológica del partido. El objetivo del PCE en julio de 1936 no era precisamente la revolución, tal y como defendían los anarcosindicalistas o los militantes del POUM, sino establecer una alianza entre obreros, campesinos y pequeñoburgueses para ayudar a la República a vencer a los militares rebeldes y poner en marcha una revolución democrático-burguesa. Inasequibles al desaliento, los disciplinados militantes comunistas organizaron innumerables desfiles civiles y militares y llenaron las calles de carteles y banderas al viento.

Aunque a un ritmo menor que en meses anteriores, los bombardeos seguían haciendo estragos en el frágil estado anímico de los madrileños. Pero, si 122 Fernando Cohnen uno tenía la fortuna de no ser alcanzado por un obús, lo verdaderamente terrible, lo que más podía llegar a enloquecer, era la hambruna. Un alimento básico como el pan escaseaba en los primeros meses de 1937. En marzo de ese año comenzó su racionamiento, que se fijó en unas cantidades mínimas (entre cincuenta y ciento cincuenta gramos al día). El aprovisionamiento de otros alimentos también menguó de forma alarmante. Según apretaba el hambre, los madrileños tuvieron que recurrir a dietas alternativas en las que cabía la ingesta de alfalfa, bellotas, cardos borriqueros y otras plantas insospechadas. Con suerte, la población podía disponer de arroz y algunas legumbres. El aceite, la leche y los huevos eran lujos casi inexistentes. En Madrid, los pocos bares que permanecían abiertos a esas alturas de la guerra no tenían vino. «Lo más que servían era un extraño vermut de gusto dulzón completamente químico y desagradable, y sin embargo acabábamos bebiéndonos ese infecto vermut siempre que podíamos», recordaba el arquitecto Fernando Chueca Goitia. Los fumadores se las ingeniaban para tratar de solventar la falta de tabaco. Por ejemplo, se liaban cigarrillos con hierbas puestas a secar. El Comité Popular de Abastecimientos del Círculo de Bellas Artes seguía funcionando a primeros de julio, lo mismo que el comedor para sus militan- tes. Pero las cosas cambiaron de súbito en agosto de 1937, tal y como reflejó la revista Mundo Gráfico: «El Gobierno acaba de crear, por acuerdo del Consejo de Ministros, una nueva Comisión, con representantes de distintos Ministerios, encargada de regular el abastecimiento de Madrid, presidida por el ministro de Agricultura, Vicente Uribe [del Partido Comunista]». Con un lenguaje cáustico, el periodista Antonio de la Serna mostraba su hartazgo ante la falta de capacidad de las autoridades municipales y guberna- mentales para solucionar un problema tan grave como el avituallamiento de víveres en el Madrid asediado. «Abriguemos la esperanza de que, merced a sus trabajos, se acaben para siempre esos tesoros alimenticios que desde hace ya bastantes meses constituyen la ración del heroico madrileño, cada siete u ocho días: un poquito de pimentón, unos gramos de aceite y un poco de fruta, adquirida, después de muchas horas de cola, a precios astronómicos...»4 En otoño de 1937 no había prácticamente alimentos, ni tampoco combusti- bles básicos como carbón y madera. La actriz María Asquerino recuerda aquella dramática escasez de productos vitales: «En los últimos momentos de acoso a Madrid ya no entraba nada; se compraba de estraperlo lo que se podía. Mi madre y yo, por las noches, nos dedicábamos a limpiar lentejas, a quitarles los

4 Mundo Gráfico, 18 de agosto de 1937. madrid en llamas 123 bichos. No comíamos más que lentejas y gachas. A las lentejas las llamaban las ‘píldoras’ del doctor Negrín», escribe la actriz en sus memorias. La imagen más viva que tenía la escritora Gloria Fuertes de la guerra era el hambre que padeció. «Una vez estuvimos tres días con un huevo frito, untán- dolo y guardándolo. Otra vez, yendo por el paseo del Prado con un novio que tenía, un médico militar que era pacifista y de la FAI y que se llamaba Eugenio Rivas, vimos caerse a un hombre. Fuimos a cogerle y pregunté qué le pasaba. ‘Se ha muerto de hambre’, me dijo mi novio. La gente se caía de hambre por la calle y quemaba los muebles, muebles isabelinos o de caoba, para cocer unas lentejas sin sal ni aceite, porque ya no había. Imagínate comer garbanzos hervidos con su gorgojo dentro. Garbanzos y lentejas podridos y sin sal.»5

Varios niños recogen granos caídos al suelo en plena Gran Vía madrileña.

El valor calórico medio de las dietas suministradas por el abastecimiento era de 1.060 calorías, lo que representaba una dieta que sólo cubría un 49,7 por ciento de la cantidad que se había formulado como mínimo necesario. Esos valores fueron cayendo mes a mes, hasta llegar a un valor calórico medio de 944 calorías. «En agosto de 1937 la dieta de abastecimiento cubría el 70 por ciento del mínimo necesario, disminuyendo a un 50 por ciento a partir de marzo de 1938, un porcentaje que se mantuvo hasta el final de la guerra, con la excepción de algunos periodos aún peores, como el mes de diciembre de 1938, momento en el que la dieta de los madrileños llegó a cubrir tan sólo un 36 por

5 Pedro Montoliú, Madrid en la Guerra Civil: los protagonistas, Madrid, Sílex, 1999, p. 118. 124 Fernando Cohnen ciento de las necesidades que se habían considerado como requerimientos calóricos mínimos.»6 Santiago Carrillo, en aquel entonces dirigente de las JSU, afirmó que el problema principal que sufrió la capital fue el del abastecimiento de víveres. «Algunos se las arreglaban para recibir alimentos del campo o de Valencia, porque muchos de los evacuados buscaban la manera de enviar algo de comida a la familia que había quedado en Madrid [...] Recuerdo que fumábamos todo lo que caía en nuestras manos. Lo que más recuerdo son unos paquetes de tabaco cubano. Dios sabe de dónde sería, y si era tabaco. Decían que venía de Andorra. Tenías que hacerte con el papel y a veces fumábamos con papel de periódico.»7 El combustible escaseó tanto que apenas se veían circular automóviles por las calles de la capital. Los tranvías iban tan llenos que los usuarios luchaban a codazos por subirse a ellos. Otro problema era la escasez de repuestos para cualquier tipo de maquinaria, ya fueran tornos industriales, automóviles, ascensores o instalaciones de calefacción. Por aquellos días de hambruna y necesidades, los ascensores del Círculo de Bellas Artes dejaron de funcionar, así como el sistema de calefacción. Lo que no era un gran contratiempo, dado que tampoco había combustible para calentar los enormes salones del edificio. «La pugna ideológica en la retaguardia (revolución versus guerra, poder au- tonómico versus poder central, nacionalismos versus españolismo, comunistas versus anticomunistas) añadió sus dañinos si no letales efectos. Dificultó el aprovisionamiento del frente. Atajar la desorganización terminó convirtién- dose en una prioridad absoluta. La guerra no la perdió la República a causa de la contención impuesta a los ensueños revolucionarios o las pretensiones nacionalistas o porque la economía se desplomara. La perdió a consecuencia de los fracasos en los frentes. Detrás gravitaron siempre un problema de abas- tecimiento de material, en comparación con lo que recibían sus adversarios, y un problema político. La movilización de recursos, aunque Negrín la impulsó, tampoco fue lo suficientemente audaz», recuerda el historiador Ángel Viñas.8 En aquellas fechas, el embajador español en Moscú, Marcelino Pascua, desveló a Azaña lo que pensaba Stalin de la Guerra Civil. El dictador soviético creía que España no estaba preparada para adoptar el comunismo, dado que estaba rodeada de regímenes burgueses hostiles. El Kremlin quería impedir que Francia se debilitara, motivo por el que se opuso a la injerencia militar de Italia y Alemania en la península ibérica. «El Gobierno [soviético] toma

6 María Isabel del Cura y Rafael Huertas, Alimentación y enfermedad en tiempos de hambre: España 1937-1947, Madrid, CSIC, 2007. 7 Pedro Montoliú, Madrid en la Guerra Civil: los protagonistas, op. cit., pp. 91 y 92. 8 Ángel Viñas, op. cit., p. 230. madrid en llamas 125 increíbles precauciones para los envíos de material, nunca en barcos soviéticos [...] Gran interés en no tropezar con Inglaterra», subrayaba Pascua.9 Pese a todo, Rusia no frenó su ayuda militar a la República.

El 24 de octubre de 1937, cuando comenzaba el frío, el ABC volvió a publicar una nota de la Casa de Valencia en la que se ponía en conocimiento de los madrileños la posibilidad de abandonar la ciudad, para lo cual debían acudir a su sede. «En sus oficinas de Alcalá 42, la Casa de Valencia facilita informes y medios de transporte rápidos y diarios, completamente gratuitos, para su traslado, tanto a cualquier zona del territorio leal como al extranjero.» En los días siguientes, las bañeras de varios camiones estacionados junto al Círculo se fueron llenando de mujeres y niños para trasladarlos a localidades levantinas. Pero, en general, la población hizo oídos sordos a las peticiones de evacuación que periódicamente hacía la JDM, así como a las de otras instituciones que también organizaron convoyes para sacar a los madrileños de la ciudad sitiada.

El 24 de octubre de 1937, ABC publicó una nota que informaba a los madrileños de la posibilidad de abandonar Madrid y trasladarse a otras poblaciones de Levante. Para ello debían acudir a la Casa de Valencia, cuya sede estaba en el Círculo de Bellas Artes.

9 Ángel Viñas, op. cit. 126 Fernando Cohnen

Cuando llegó el invierno con toda su crudeza, los responsables de las organi- zaciones políticas que albergaba el Círculo de Bellas Artes (la Casa del Pueblo y la Casa de Valencia) acudían a su trabajo enfundados en todo tipo de prendas. Los que podían se agenciaron pequeños calentadores. Los que tenían sus despachos en las plantas altas del edificio se veían obligados a subir y bajar escaleras a todas horas, un ejercicio que a buen seguro les haría entrar en calor. Sin embargo, a pesar del frío, las bombas y el hambre, la gente trataba de llevar una vida normal. En aquellos días de penalidades, algunos madrileños acudían al restaurante Lhardy, «donde ayer tomaban su copita de Oporto los señorones y hoy venden vino corriente para los soldados», decía La Voz. Los nostálgicos del famoso cocido de la casa sufrían al ver sus desolados mostradores. «La casa Lhardy continúa adscrita a sus propietarios de siempre, pero regida por un control obrero. Las circunstancias nos han obligado a suprimir el servicio de restau- rante», comenta uno de los encargados al periodista de La Voz.10 En sus memorias, el actor y cineasta Fernando Fernán-Gómez evoca aque- llos duros años de su adolescencia. «Las noches del Madrid en guerra eran totalmente oscuras. No había alumbrado público y en las casas era obligatorio tener las persianas echadas o apagada la luz. Los que andábamos por las calles, casi todos nos alumbrábamos con linternas de bolsillo», recuerda Fernán- Gómez, que pasó la guerra en el domicilio familiar en el barrio de Chamberí, en la calle General Álvarez de Castro. A pesar de los cambios evidentes que se habían producido en la capital y de las estrecheces que padecía la población, los diarios de la época trataban de animar a sus lectores recalcando la cierta normalidad que, a pesar de los bom- bardeos esporádicos, se vivía en las calles de Madrid. Sin embargo, los enfermos y los más débiles no tenían reservas vitales suficientes para afrontar el intenso frío, la falta de algunos medicamentos básicos y la escasez de alimentos. Los que vivieron aquel infierno dicen que los gatos desaparecieron de la ciudad. Muchos debieron de caer en las cazuelas de los madrileños.

Según se iba afianzando la influencia del PCE, la decoración urbana de la ciudad se fue transformando. En noviembre de 1937, la Puerta de Alcalá lucía enormes retratos del dictador soviético Iósif Stalin, del miembro del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética Voroshilov y del comisario de Asuntos Exteriores de la URSS, Litvínov. En la glorieta de Bilbao se levantó un gigantesco tablón de madera con la figura de Lenin, el principal dirigente bolchevique de la Revolución de Octubre de 1917.

10 La Voz, 27 de octubre de 1937. madrid en llamas 127

La Puerta de Alcalá en no- viembre de 1937, engalanada con los enormes retratos de Iósif Stalin, Kliment Voro- shilov y Maksim Litvínov.

El 16 de noviembre de 1937, Manuel Azaña decidió visitar Madrid. Su au- tomóvil entró por la plaza de Ventas. La noche ya había caído, y el presidente de la República apenas pudo vislumbrar el aspecto fantasmal de la ciudad. «¿Qué es de Madrid? –me preguntaba–. ¿Dónde está? ¿Duerme o lo finge? ¡Qué drama en cada hogar, qué pesadumbre! Esa quietud tenebrosa que parece olvido, indiferencia o desdén por el destino ¿qué angustias encubre?», se preguntaba Azaña, a quien alojaron en la colonia El Viso, entre la prolongación de Serrano y el paseo de Ronda. «El cansancio me hizo dormir bien, pero a las siete de la mañana, un cen- tinela, que debía de tener frío en los pies y pateaba para meterlos en calor, me despertó. Ya no llovía. Nieblas. Hacia el oeste, cañonazos. Vinieron a buscarme el presidente [del Consejo de Ministros], los ministros y los jefes militares. A las nueve y media salimos para Palacio.» El presidente de la República se sintió abrumado ante lo que descubría. «De algunas casas, nada queda en pie; de otras, las paredes maestras agujereadas. En el extremo de la calle Are- nal empiezan los parapetos [...] Ya saben en todas partes que estoy aquí y los curiosos se agolpan. Por la calle Bailén y la plaza de España, entramos en el barrio de Argüelles.» Allí, Azaña descubrió los destrozos que habían causado la artillería y la aviación rebeldes. «A la izquierda de la calle de la Princesa se ven manzanas enteras derruidas. Se supone que entre los escombros debe haber muchos cadáveres.» El presidente de la República aprovechó su corta estancia en Ma- drid para acudir al antiguo Hospital de Jornaleros, también conocido como Hospital Obrero de Maudes, otra obra de Antonio Palacios. «Nos hicieron pasar a la sala de operaciones, donde estaban curando a un capitán, estropeado de la cara. Hablé con otras personas, que no eran los heridos [...] Advertí en algunos aquella pantalla que corta el paso a lo que, de 128 Fernando Cohnen otra manera, vendría a sus pupilas. Si a tales hombres se les pudiera ‘sonar’, como a una moneda contra el mármol, el sonido declararía su calidad», es- cribe Azaña.11 La fotógrafa Tina Modotti, compañera sentimental de Vittorio Vidali, fun- dador del Quinto Regimiento, pasó toda la guerra en España y trabajó como enfermera en este hospital con los primeros voluntarios italianos –Batallón Gastone Sozzi– que contribuyeron a la defensa de Madrid. Modotti escribió artículos en Ayuda, semanario de Socorro Rojo Internacional (SRI), con el seudónimo de María del Carmen Ruiz Sánchez. Los que la conocían, como Margarita Nelken, destacaron su gran labor en este hospital, donde también colaboró Matilde Landa, máxima responsable del PCE en Madrid en los últimos días de la guerra y amiga de la atormentada y elegante Modotti. El 17 de noviembre, Azaña continuó lo que él mismo denominó «excursión a Madrid». A media tarde lo condujeron a Vicálvaro para asistir a una revista militar. «Recorremos la línea de tropas. Están bien presentadas, dentro de lo que es posible en campaña. Llevan calzado fuerte, capote kaki. La uniformidad falla en los cascos: son de tres modelos distintos [...] No faltan mozos de buena talla, recios; pero abundan con exceso los escuálidos y pequeñuelos, con todos los estigmas de la miseria fisiológica heredada. Metidos en el uniforme, se nota más. ‘¡Qué raza! –le digo a Negrín–. Es un dolor’. ‘En cuanto se alimenten bien, será otra’, me responde Negrín. ‘No lo niego, pero ¿cuándo? Nosotros no lo veremos.’ ¡Y qué gente más dura! Algunos de estos batallones han estado en trincheras desde noviembre del año pasado hasta hace quince días, sin relevo [...] Entramos en Madrid por Atocha», recuerda Azaña, que se duele al ver más destrozos en Antón Martín. «Tiendas abiertas, luces atenuadas, mucho tráfago [...] La pesadumbre de Madrid gravitaba sobre mi alma. Sentía una gran congoja.» María Teresa León y Rafael Alberti vivían en un piso en la calle Marqués de Urquijo, muy cerca del paseo del Pintor Rosales, en Argüelles, el barrio derruido por los bombardeos que había visitado Azaña. La escritora recuerda en sus memorias los efectos de la artillería franquista en esa zona de Madrid: «El bombardeo de cañón aturde como si millones de manos aplaudiesen o abofeteasen o injuriasen o se riesen de ti o te escupiesen... y tú, sin poder hacer otra cosa que temblar. No importa que las casas sean altas, pues todas se ladean o agrietan o se desmigan como pan. La vida doméstica queda al aire. Se produce una desnudez fea y despiadada que ninguna mano piadosa cubre hasta que llega la paz».

11 Manuel Azaña, Diarios de guerra, Barcelona, Planeta DeAgostini, 2000, pp. 467-480. madrid en llamas 129

Un automóvil destrozado entre los escombros en una de las calles que sufrieron los efectos de los bombardeos.

El 1 de enero de 1938, la Casa del Pueblo publicó su Memoria de la Comisión Ejecutiva, en la que se convocaba a todas las juntas directivas de la Unión Ge- neral de Trabajadores (UGT) a las reuniones que iban a tener lugar los días 24, 25, 26 y 27 de ese mes. En dicha memoria se desvela que el mando del 1.er Batallón de la Casa del Pueblo ya no se encontraba en el Círculo de Bellas Artes en esas fechas. El Comité Popular de Abastecimientos también había dejado de funcionar, aunque la Casa de Valencia seguía operativa en el Círculo. La Memoria de la Comisión Ejecutiva destacaba el sacrificio de los sindicalistas que habían combatido en el Batallón de la Casa del Pueblo: «Hemos de rendir el justo homenaje a nuestros bravos milicianos, hoy magníficos soldados re- gulares que, conjuntamente con sus queridos jefes, forman el Ejército popular y que, con la Gloriosa [aviación republicana], están escribiendo la página más sublime de la historia de España en defensa de sus libertades. Un emocionado recuerdo a los miles de camaradas caídos en la lucha, vertiendo su sangre en defensa del ideal, con la firme promesa de vengarles, sirviéndonos de ejemplo su abnegado sacrificio».12 La memoria desvelaba cómo se formaron los dos batallones de la Casa del Pueblo en noviembre de 1936: «Nos encontramos con las llamadas Milicias

12 Casa del Pueblo de Madrid, Memoria de la Comisión Ejecutiva, op. cit., p. 6. 130 Fernando Cohnen de Bellas Artes, de una manera desorganizada, sin saber de quién dependían ni cuál era su objeto. Resolvimos su situación, y con los hombres de aquellas disueltas milicias y con los que nos fueron mandando los distintos Sindicatos formamos los dos Batallones que llevan el nombre de Casa del Pueblo, encua- drados hoy [1 de enero de 1938] en la 67.ª Brigada. En todo momento les han sido prestadas la ayuda y la solidaridad precisas, tanto por parte de la Ejecutiva como por el resto de los Sindicatos». Las juntas directivas de la Unión General de Trabajadores (UGT) que iban a tener lugar los días 24, 25, 26 y 27 de enero en la Casa del Pueblo abordaron la situación en la que se encontraba el Círculo de Bellas Artes. «Dicho problema fue expuesto con toda amplitud por la Comisión Ejecutiva en reunión de Direc- tivas, tanto en lo que se refiere al personal de aquel como al entretenimiento del local, e incluso hicimos una propuesta de utilización de dicho edificio, que fue rechazada. Pero la realidad es que no se dio solución alguna, y cada día se hace más precisa esta no solamente por lo que atañe al edificio en sí, que tiene una gran importancia el hecho de que no sea utilizado, sino, al mismo tiempo, para la liquidación definitiva del pleito derivado del personal del mismo.» En el mes de enero de 1938, una vez que el cuartel de mando del 1.er Batallón se había integrado en la 67.ª Brigada Mixta, la Casa del Pueblo no sabía qué hacer con el Círculo de Bellas Artes. Las juntas directivas de UGT no se ponían de acuerdo en la forma de gestionar el edificio, ni tampoco tenían claro qué tipo de actividades debían llevar a cabo en él. El 6 de abril de 1937, la Comi- sión Ejecutiva había presentado un proyecto sobre los servicios que debería proporcionar el edificio de Palacios, pero fue rechazado en la votación.13 A la indecisión de las juntas directivas de la UGT se añadió la presión del Go- bierno, que comenzó a preocuparse por la evidente degradación que presentaba el Círculo. Si los responsables de la Casa del Pueblo no se ponían de acuerdo para buscarle una salida, el Ministerio de Hacienda estudió diversas alternativas para solucionar el problema. Entre ellas, la posibilidad de alquilárselo al Partido Comunista, que en aquel entonces movió los hilos en Valencia para hacerse con el edificio de Palacios. La solución definitiva llegaría en septiembre de ese año.

Sobre las once de la mañana del 10 de enero de 1938 se produjo una terrible explosión en la estación de metro de Lista que hizo volar por los aires una parte de la calle Torrijos (actual Conde de Peñalver), la que va de Goya a Diego de León, causando numerosas víctimas. En un tramo del metro fuera de servicio y que transcurría bajo la calle Torrijos se habían instalado un polvorín y un

13 Casa del Pueblo de Madrid, Memoria de la Comisión Ejecutiva, op. cit., p. 18. madrid en llamas 131 taller de carga de proyectiles. La deflagración sólo afectó al taller, pero la onda expansiva fue de tal calibre que llegó a las estaciones de Príncipe de Vergara, Retiro, Banco y Sevilla. Murieron cerca de cien personas, la mayor parte mujeres que trabajaban en la fabricación de bombas de mano. Hay versiones contradictorias sobre el origen de aquel suceso. Algunos historiadores creen que la llamada quinta columna pudo haber organizado aquel boicot de guerra. El general Vicente Rojo lo daba por seguro. Otros piensan que la catastrófica destrucción del polvorín fue accidental. Fuera por una causa o por otra, aquel desastre incrementó la obsesión de los miembros del Servicio de Investigación Militar (SIM) por las acciones de la quinta columna en la ciudad. Desde hacía tiempo, las autoridades municipales y militares estaban bastante obsesionadas con los peligros que encerraba el «enemigo interior». Había que frenar otros posibles actos de sabotaje contra la República. El SIM sabía que las redes clandestinas de falangistas falsificaban salvoconductos, avales y otros documentos que facilitaban la libre circulación de desafectos y seguidores fran- quistas por la ciudad. También sospechaba que podían estar almacenando armas o algún tipo de explosivos. Pero ¿era real ese peligro? ¿Se estaba exagerando la capacidad operativa de los quintacolumnistas? En aquellos momentos no había pruebas suficientes para creer algo así. Sin embargo, desde los periódicos y las propias organizaciones políticas se aseguraba que el peligro era evidente. Lo que sí era seguro era el hecho de que las redes clandestinas de desafectos se ayudaban entre sí y proporcionaban al bando rebelde información sobre lo que ocurría en Madrid. Los quintacolumnistas torpedearon otros servicios civiles. Por ejemplo, los certificados de donaciones de sangre daban derecho al titular a adquirir más alimentos de los que proporcionaban las cartillas de racionamiento. Algunos de estos emboscados falsificaron dichos certificados, tal y como ocurrió en el hospital de la calle de Castelló, 5. El ABC publicó esos días una nota de la Comisión de Abastos muy reveladora de ese problema de avituallamiento: «Teniendo en cuenta el uso indebido que se viene haciendo de las recetas de alimentos, así como las pocas posibilidades de suministrar aquellos artículos verdaderamente importantes indicados para los enfermos, como son las carnes y pescados blancos, la Comisión acordó que, a partir del próximo jueves, se limiten los suministros de alimentos por medio de recetas a los de leche, frutas y verduras, azúcar y patatas, por lo que se considerarán sin validez alguna las prescripciones que, fuera de los artículos indicados, contengan las recetas que están en circulación».14

14 ABC, 4 de noviembre de 1937, p. 6. 132 Fernando Cohnen

En diciembre de 1937, los republicanos habían iniciado una serie de opera- ciones militares en los alrededores de Teruel. El Ejército Popular acumuló una gran cantidad de material y de hombres y cercó la capital turolense bajo unas durísimas condiciones climáticas. Las últimas defensas franquistas se rindieron a comienzos de enero de 1938, lo que fue muy celebrado por la prensa republicana. Pero la alegría duró poco tiempo. La intensa contraofensiva rebelde desbordó al Ejército Popular, que perdió la ciudad aragonesa el 22 de febrero. Esa batalla supuso un gran desgaste de hombres y material bélico para ambos bandos, pero a la postre resultó muy perjudicial para la moral de la retaguardia republicana. En la primavera se multiplicaron las malas noticias para el Gabinete que presidía Juan Negrín. En abril, las tropas franquistas llegaron a Vinaroz y partieron en dos el territorio republicano. Los rebeldes tuvieron a mano la posibilidad de avanzar hacia el norte y tomar Barcelona, lo que habría acortado la guerra. Pero Franco sorprendió a todo el mundo y ordenó que el avance se llevara a cabo hacia Valencia. ¿Cuál fue el motivo de Franco para desechar el ataque a Barcelona? Es posible que no quisiera dar la puntilla a la Repúbli- ca en ese momento. Probablemente buscaba dilatar los tiempos para poder triturar a conciencia al Ejército Popular y a la izquierda española y, a la vez, asentar todavía más su autoridad entre sus generales, algunos de los cuales ya coqueteaban con la posibilidad de reinstaurar el régimen monárquico una vez que la República hubiera sido vencida. Mientras tanto, a la Unión Soviética se le abría un nuevo frente con la guerra que enfrentaba a China y Japón. Stalin se vio obligado a prestar más atención y más ayuda militar a Extremo Oriente que a España. Las cosas pintaban muy mal para la República, y el número de derrotistas iba en aumento. Pese a todo, también había muchos madrileños que todavía tenían esperanzas en la vic- toria y devoraban los periódicos para confirmar las derrotas rebeldes y las victorias de las fuerzas antifascistas. Pero los rotativos republicanos nunca contaban toda la verdad. La propaganda y las consignas de resistencia de los partidos y asociaciones sindicales competían en las páginas de ABC, El Sol y Ahora, así como en las de otros periódicos y revistas. Los reveses militares sufridos por la República y las luchas internas del Partido Comunista por el control político aceleraron la formación del segundo Gabinete de Negrín en abril de 1938. La crisis se saldó con la salida del Go- bierno de Indalecio Prieto, Julián Zugazagoitia y Jesús Hernández y la entrada de dos representantes de los sindicatos, Ramón González Peña por la UGT y por la CNT. El comunista Vicente Uribe siguió al mando de la cartera de Agricultura. En un desesperado intento de recobrar el terreno madrid en llamas 133 perdido, el nuevo Gabinete ordenó al Alto Mando otro movimiento estratégico para distraer a las tropas rebeldes. En aquellos días de agitación política, la Casa de Valencia organizó en su salón-teatro del Círculo de Bellas Artes un festival en honor de los comba- tientes de Madrid que incluía la representación de una obra teatral de Joaquín Dicenta, Juan José, en la que el protagonista vive amancebado con Rosa hasta que entra en escena el capataz de la hacienda, lo que provoca un ataque de celos y un crimen pasional. Este tipo de folletines teatrales cumplía con creces el objetivo de que el público olvidara las bombas y el hambre por unas horas. Al término de la función teatral, la Casa de Valencia celebró un fin de fiesta a cargo de Pepito Mota y Consuelito de Málaga. Una noticia de ABC de agosto de 1936 desvela quiénes eran estos dos artistas. En esas fechas, el Teatro Escuela de Arte –fundado por Margarita Xirgu y dirigido por Cipriano Rivas Cherif y Felipe Lluch– se ofreció para colaborar en una función que organizaba el rotativo madrileño con el fin de homenajear a los soldados del frente. Entre los actores que se presentaron para ponerla en marcha se encontraban los niños Pepito Mota y Consuelito de Málaga, «precoces bailarines y cancionistas». Sus padres debían de soñar con convertirlos en los Mickey Rooney y Shirley Temple del cine español.

En mayo de 1938, el coronel Segismundo Casado fue nombrado jefe del Ejér- cito del Centro. Negrín lo había aupado a un cargo de gran responsabilidad tras la recomendación que en ese sentido le hizo Vicente Rojo. «La noticia, recibida por sorpresa, me hizo la impresión de un despertar violento. Pasaba de un mando tranquilo a otro de la máxima responsabilidad, porque tenía la convicción de que la guerra terminaría en la capital de la República», escribe Casado en su libro Así cayó Madrid.15 Meses más tarde, Negrín iba a comprender el grave error que había cometido. Días antes de que empezara el verano de 1938, las tropas rebeldes conti- nuaron su progresión hacia Valencia. El 13 de junio conquistaron Castellón, y al día siguiente tomaron Villarreal. A partir de entonces, los republicanos fortificaron Valencia, lo que estabilizó momentáneamente el frente. Con el objetivo de restar presión en Levante, Vicente Rojo diseñó un plan que obligaría a los rebeldes a distraer tropas de esa zona. El 25 de julio, el Ejército Popular cruzó el río Ebro, pillando desprevenido al enemigo. Con esa operación militar comenzaba una cruenta batalla que duraría hasta el mes de noviembre. «Nuestros soldados, arrollando todas las resistencias, han hecho más de quinientos prisioneros y han capturado abundante material de guerra,

15 Segismundo Casado, Así cayó Madrid, Madrid, Ediciones 99, 1977, p. 83. 134 Fernando Cohnen artillería y armamento de infantería. Muchas unidades enemigas, incapaces de resistir nuestro violento ataque, han huido a la desbandada», se podía leer en los periódicos republicanos que, con una drástica reducción de páginas debida a los problemas de suministro de papel, todavía salían a la calle en el Madrid asediado. El ABC se sumó a la euforia del momento: «La discreción nos impide decir más de lo que estrictamente nos es autorizado. Pero sí podemos afirmar una cosa: que el avance de nuestras fuerzas sobre el Ebro, y el paso de este río por varias partes a un tiempo, constituyen una demostración de lo que nuestro Ejército es capaz de hacer. Los técnicos hablarán en su momento de la tras- cendencia y perfección de este avance. Pero los observadores más llamados a opinar se felicitan por el perfecto arte militar con que ha sido rebasado un río de ancho cauce y empujado el enemigo, que ofrecía seria resistencia en algunos sitios, mientras en otros, desorientado y sorprendido, huyó».

Tras luchar por ello con denuedo, el Partido Comunista logró que el Ministerio de Hacienda le alquilara el Círculo de Bellas Artes en septiembre de 1938. Para el secretario general del PCE, José Díaz, fue un verdadero triunfo. Además del Teatro Monumental y otras salas madrileñas, los comunistas habían conse- guido un magnífico edificio en una de las mejores zonas de Madrid, equipado con sala de cine, lujosos salones y un teatro, donde se celebrarían mítines, exposiciones y otras actividades. Desde su puesto de responsabilidad, Díaz promulgaba la necesidad de po- tenciar las labores de agitación y propaganda que condujeran al advenimien- to de «una República democrática y parlamentaria de nuevo tipo». Trató de desplegar toda la energía posible para lograr tales objetivos, pero su salud se resintió a principios de 1937. A partir de entonces, el liderazgo real del partido pasó a manos del italiano Palmiro Togliatti, nombrado por Moscú máximo responsable en España de la Internacional. Tras la derrota de la República, Togliatti huyó a Francia, donde fue encarcelado. Gracias al acuerdo al que lle- garon Hitler y Stalin (el pacto Molotov-Ribbentrop, firmado el 23 de agosto de 1939) fue liberado y pudo trasladarse a Moscú, donde dirigió las emisiones de radio a Italia durante la Segunda Guerra Mundial. La llegada del PCE al Círculo de Bellas Artes no supuso el desalojo inmediato de la Casa de Valencia, ya que durante algún tiempo siguió utilizando algunos despachos para sus actividades. Las dependencias que tenía la Casa del Pueblo en el edificio se trasladaron definitivamente a la calle Piamonte. Hacía meses que los batallones de la Casa del Pueblo habían abandonado el Círculo para integrarse en el Ejército Popular. A partir de entonces, los actos organizados madrid en llamas 135 en el Círculo por los comunistas y sus organizaciones satélite –como el Alta- voz del Frente, Socorro Rojo y las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU)– se multiplicaron. El ABC del 25 de septiembre de 1938 publicó una noticia sobre una impor- tante reunión política del PCE celebrada en la calle Alcalá, 42. «Anteayer y ayer, en el teatro del Círculo de Bellas Artes, se celebraron las sesiones del Pleno del Comité Provincial de Madrid del Partido Comunista. Entre los acuerdos figuraron enviar salutaciones efusivas al presidente del Consejo, doctor Negrín; general Miaja, coronel Casado y al Partido Comunista de Checoslovaquia.» Aquel mensaje hizo mención especial al secretario general del PCE, José Díaz, que en aquel entonces estaba a punto de viajar a Leningrado (San Peters- burgo) para ser operado del cáncer de estómago que padecía. Permaneció en la Unión Soviética hasta su muerte, el 20 de marzo de 1942, en plena Segunda Guerra Mundial. Además de aquella salutación a José Díaz, en esa reunión del PCE intervinieron Antonio Mije, Eugenio Mesón (secretario general del Comité Provincial de las JSU), Diéguez Domínguez y Lucio Santiago. Tras la elección del nuevo Comité Provincial de Madrid, los acordes de la Internacional sonaron en los salones del Círculo, abarrotados de militantes.

En ese septiembre de 1938, Hitler incorporó al Tercer Reich la región che- coslovaca de los Sudetes, lo que supuso una gravísima infracción al Tratado de Versalles. La guerra que se vislumbraba entre las democracias europeas y la Alemania nazi parecía inminente. Negrín tenía la esperanza de que el inicio de un conflicto mundial pusiera al Reino Unido y a Francia al lado de su causa, pero las democracias claudicaron ante el Tercer Reich. «En lugar de arriesgarse a una guerra con Hitler, Chamberlain a todos los efectos entregó Checoslovaquia a los nazis con los acuerdos de Múnich del 29 de septiembre de 1938. Fue un golpe devastador para la República española, que desde julio había entablado su última gran batalla en el Ebro. Incluso antes de la traición de las potencias occidentales, Stalin había ordenado la retirada de las Brigadas Internaciona- les destinadas en España», recuerda el historiador británico Paul Preston.16 Pese a todo, Negrín siguió pensando que antes o después el mundo en - traría en guerra, razón suficiente para continuar la lucha contra los rebeldes. Además, si los republicanos lograban un éxito rotundo en el Ebro, estarían en una magnífica situación para negociar con Franco el final de la guerra. Pero la realidad era muy distinta. Más que avanzar y apabullar al enemigo, lo

16 Paul Preston, El final de la guerra: la última puñalada a la República, Barcelona, Debolsillo, 2016. 136 Fernando Cohnen que hicieron los republicanos fue defenderse como pudieron de los ataques aéreos de los franquistas, cuyas fuerzas parecían cada vez más consolidadas. Ajenos al desastre que se estaba produciendo en el Ebro, los responsables de la Casa de Valencia organizaron un homenaje a Ricardo de la Vega, uno de los creadores del género chico musical e hijo del también escritor Ventura de la Vega. La función se llevó a cabo en el teatro del Círculo de Bellas Artes el 6 de octubre y corrió a cargo de la Escuela de Actores de la Casa de Valencia, que dirigía Luis Pérez de León. La nota que publicó ABC desvelaba en qué iba a consistir el acto: «Se representará por los alumnos infantiles La verbena de la Paloma, que además cantarán los números musicales más afamados de La canción de Lola [donde Ricardo de la Vega demostró su buen hacer como libretista], El señor Luis el Tum- bón y recitarán la poesía escenificada de Antonio CaseroEl Julián y la Susana». Días después, ABC publicó un suelto que anunciaba el traslado del Altavoz del Frente al Círculo de Bellas Artes. En su primera acción en la nueva sede, esta organización de agitación y propaganda del PCE presentó dos concursos. El primero de ellos convocaba la creación de obras teatrales breves sobre la Revolución de Octubre en Rusia y la Defensa de Madrid, con dos primeros premios de 500 pesetas y dos segundos de 250. El segundo concurso supondría la elección del mejor himno de la Defensa de Madrid, con tres premios: uno de 1.000 pesetas, otro de 500 y otro de 250.17 El 29 de octubre, el Círculo ofreció un gran festival de Charlot, organizado por el diario Ahora, que exhibió dos de sus películas, El emigrante y Tiempos mo- dernos. Tras las proyecciones, Rafael Alberti presentó una pieza de «Guerrillas teatrales» que dirigió su mujer María Teresa León. El poeta gaditano afirmaba que ese teatro de guerrilla debía ser un teatro breve, que no debía plantear dificultades de montaje ni exigir gran número de actores. Su duración, según explicaba Alberti, no debía sobrepasar la media hora. Si el tema estaba bien resuelto, en veinte minutos se podía ofrecer a los espectadores un espectáculo de efecto fulminante.

El 29 de octubre de 1937, el Círculo ofreció un gran festival de Charlot organizado por el diario Ahora. Se exhibieron dos de sus películas, El emigrante y Tiempos modernos.

17 ABC, 9 de octubre de 1938, p. 5. madrid en llamas 137

Una vez finalizada la breve representación teatral, la jornada prosiguió con la actuación de la cantante Pepita Rolland y la Orquesta del Cuerpo de Tren. Con aquel variado festival, el Altavoz del Frente dejó a un lado el ambiente cuartelero del Círculo de Bellas Artes, devolviéndolo de alguna forma a sus orígenes culturales. Las entradas se podían recoger en todos los sectores y clubes de las JSU de Madrid y en la redacción del diario Ahora, cuya sede se encontraba en un elegante edificio en el número 5 de la calle General Oráa. Aquel 29 de octubre, la arrolladora vitalidad de María Teresa León y Rafael Alberti hizo vibrar los salones del Círculo. La autora de Memoria de la melancolía era una persona conocida cuyas ac- tividades le habían granjeado una sólida reputación de mujer combativa y comprometida con la cultura. Además de haber sido una de las organizadoras de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, la compañera de Alberti era la directora de las Guerrillas del Teatro del Ejército del Centro y del Teatro de Arte y Propaganda, cuya sede estaba en la Zarzuela. En diciembre de 1936, el director general de Bellas Artes, Josep Renau, la autorizó a controlar los tras- lados a Valencia de las obras más valiosas del Museo del Prado, aunque poco después fueron los expertos de la Junta Delegada de Incautación, Protección y Salvamento del Tesoro Artístico quienes asumieron la tarea. En sus memorias, María Teresa León recuerda algunos momentos emo- cionantes de aquella trágica guerra: «Nuestra literatura de urgencia, gra- ciosa, saltarina, oportuna, iba por plazas, trincheras y pueblos animando a los combatientes. Camiones del Altavoz del Frente, de Cultura Popular, de la Alianza de Intelectuales, ¡cuánto rodaron llevando la buena nueva de la cultura para todos!».18

Además de participar en la organización de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, María Tere- sa León (en el centro) fue la directora de las Guerri- llas del Teatro del Ejérci- to del Centro y del Teatro de Arte y Propaganda.

18 María Teresa León, Memoria de la melancolía, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 1999, p. 212. 138 Fernando Cohnen

El 1 de noviembre comenzó la Conferencia Nacional de la Solidaridad organiza- da por Socorro Rojo Internacional (SRI), que congregó a más de mil delegados en el Círculo. Además de las delegaciones de la España republicana, asistieron representantes del Ejército, de las Brigadas Internacionales, muy aplaudidas, y algunos delegados extranjeros, entre los que se encontraba Jean Ziromski, diputado y destacado dirigente socialista francés. En mayo de ese mismo año, el diario Solidaridad Obrera destacaba unas declaraciones de Ziromski: «Deseo ardientemente que el pueblo trabajador de España, que ha realizado en la guerra su profunda unidad para la lucha contra el fascismo, prosiga esta labor realizando su unidad sindical, encontrando la expresión orgánica adecuada a su unidad de clase». En la conferencia que organizó Socorro Rojo en el Círculo, el secretario general de esa organización, Luis Zapirain, expuso la gravedad de la situación que se vivía en España en esos momentos, animó a la unidad de la izquierda para combatir el fascismo y mostró su confianza en la fuerza del pueblo para lograr la victoria en aquella guerra que tantas vidas se había cobrado ya. Zapirain destacó la labor realizada por Socorro Rojo en lo que iba de guerra y resaltó el hecho de que todas las organizaciones antifascistas colaboraran en sus filas excepto el movimiento libertario, por lo que llamó a la unidad entre Socorro Rojo y Solidaridad Internacional Antifascista (SIA), la organización que la CNT había creado en 1937 para incrementar la influencia del movimiento anarquista fuera de las fronteras españolas y para tratar de frenar el extraordinario auge del Partido Comunista. Raro era el día en que la prensa madrileña no publicaba proclamas y ma- nifiestos de un lado y otro del espectro de la izquierda a favor de una urgente unidad para combatir a los rebeldes. La conferencia que se celebraba en el Círculo de Bellas Artes se reanudó a las cuatro de la tarde, tal y como queda reflejado en las páginas deAhora: «Intervinieron varios delegados, entre ellos el camarada Bonnet, miembro del Comité Mundial de Socorro Rojo Interna- cional, quien destacó la acción a favor de España de la Sección de SRI de la Unión Soviética [...] El camarada Brenot, en representación de la CGT fran- cesa, destacó la solidaridad de los 5.000.000 de afiliados que constantemente efectúan aportaciones para sus hermanos españoles».19 El SRI, organismo auxiliar de la Komintern, fue fundado en la Unión Sovié- tica en diciembre de 1922. Diez años después se habían creado en el extranjero sesenta y seis secciones, entre ellas la española. Además de ser un arma de la política exterior soviética, el SRI fue un instrumento activo para llevar a cabo

19 Ahora, 2 de noviembre de 1938. madrid en llamas 139 acciones solidarias de todo tipo. En España comenzó a funcionar a partir de 1926. Durante la guerra, Socorro Rojo tuvo su sede en la calle Velázquez, 73, esquina a Padilla, y cobró gran relevancia en el Hospital de Maudes, como hemos reseñado anteriormente al destacar la figura de Tina Modotti. El 10 de noviembre, el Círculo de Bellas Artes fue el lugar elegido por An- tonio Mije, exconsejero de la Junta de Defensa de Madrid, para ofrecer una conferencia sobre la unidad sindical. Tal y como reflejó el diario Ahora, Mije expuso ante el público que llenaba el Círculo la necesidad de movilizar todos los recursos para ponerlos al servicio del Gobierno, una medida prioritaria, sobre todo en unos momentos tan difíciles como los que estaba atravesando la España leal esos días. «La economía de la República –dijo– no puede dividirse con arreglo a un mapa sindical o político. Tiene que estar al servicio de la guerra». El exconsejero de la JDM insistió en que esos recursos básicos debían cen- tralizarse para ponerlos a disposición del Estado. Fue un discurso de total apoyo al Gobierno Negrín en el que Mije criticó al movimiento libertario por no pres- tar atención a las necesidades de una estrategia militar centralizada contra los rebeldes. Tal y como hacían otros compañeros suyos en los múltiples mítines que se celebraban a diario en la España leal, el exconsejero de la JDM apeló a la unidad de las fuerzas antifascistas, «la única forma de ganar esta guerra». Veinticuatro horas después, Margarita Nelken ofreció otra conferencia en el teatro del Círculo de Bellas Artes, cuyo aforo estaba a reventar, especialmente de mujeres de todos los partidos y organizaciones. «La conferenciante abogó por la unidad del movimiento de mujeres a fin de llegar a una efectiva incorpo- ración de la mujer a la producción [...] Pidió que se llegara a la igualdad de los salarios con el hombre en trabajos iguales y que las iniciativas de las mujeres sean aceptadas y encauzadas», lo que desató el entusiasmo y los aplausos del público que asistía a la conferencia, subrayaba el diario Ahora. En 1931, Margarita Nelken se presentó como candidata del Partido Socialista Obrero Español en las elecciones y obtuvo un escaño por la provincia de Bada- joz. Fue una de las primeras diputadas españolas, junto con Clara Campoamor y Victoria Kent. Volvió a ser elegida en las legislaturas de 1933 y 1936, y cuando comenzó la guerra se unió al Partido Comunista, formando parte de la Comi- sión de Auxilio Femenino y del Comité Nacional de la Agrupación de Mujeres Antifascistas (AMA), cuya sede se encontraba en un lujoso palacete de la calle Zurbano, 7, el mismo en el que había nacido en 1928 Fabiola de Mora y Aragón, que décadas después se casaría con el rey Balduino de Bélgica. La AMA surgió en 1933 como sección española de Mujeres Contra la Guerra y el Fascismo, creada por la Internacional Comunista tras el triunfo del régi- men nazi en Alemania. Nada más empezar la guerra, esta agrupación incautó 140 Fernando Cohnen varios edificios en Madrid, entre ellos el magnífico palacio de la calle Zurbano. Alrededor de un 80 por ciento eran militantes de la UGT, un 16 por ciento del PCE y un 4 por ciento de la CNT. La presidencia de la AMA, que aglutinó a unas 60.000 afiliadas en toda España, recayó en Dolores Ibárruri. En este edificio también estuvieron en alguna ocasión Victoria Kent y Rosario Sánchez Mora, que en la guerra fue conocida como Rosario la Dinamitera. El 15 de septiem- bre de 1936, Sánchez Mora acudió a trabajar al polvorín en el que fabricaba rudimentarias bombas de mano. De forma accidental, una de ellas explosionó y le destrozó la mano derecha. Miguel Hernández glosó a Rosario en un famoso poema: «Rosario, dina- mitera, / sobre tu mano bonita / celaba la dinamita / sus atributos de fiera». Según decía el poeta, Rosario tenía un temperamento fogoso. «Era tu mano derecha, / capaz de fundir leones, / la flor de las municiones / y el anhelo de la mecha. / Rosario, buena cosecha, / alta como un campanario, / sembrabas al adversario / de dinamita furiosa / y era tu mano una rosa / enfurecida, Rosario.» Cuando acabó la Guerra Civil, Margarita Nelken emigró a México, donde colaboró en revistas de arte y literatura. La derecha madrileña, profunda- mente católica y conservadora, criticó con dureza a una mujer de origen judío, «roja» y, por si fuera poco, feminista. Ella y otras compañeras republicanas, socialistas, anarcosindicalistas y comunistas contribuyeron a cimentar la Se- gunda República, un régimen que facilitó la participación de las mujeres en la sociedad. Aunque resulte paradójico, la guerra les proporcionó más prota- gonismo del que tenían años atrás. Luego vinieron la victoria de los rebeldes y el comienzo de la dictadura franquista, que fulminó los avances que habían logrado las mujeres españolas en esos años.

En noviembre de 1938, el Gobierno de Negrín aprobó un plan de intervención y regulación del mercado de abastos. Desde septiembre de 1936, la falta de alimentos era la obsesión de los madrileños, cada vez más desesperados ante las miserias que padecían a esas alturas de la guerra. La Junta Reguladora de Abastecimientos intervino en el mercado de alimentos de primera necesidad, obligando a los productores a vender sus existencias al Estado. Este, a través de la Intendencia General de Abastecimientos, distribuía los alimentos a los comerciantes. Los madrileños acudían a esos comercios para comprarlos ha- ciendo uso de las cartillas de racionamiento, obligatorias desde marzo de 1937. Pero el nuevo plan fracasó estrepitosamente. A partir de 1938, muchos productos básicos dispararon sus precios. El de las lentejas, base de la pau- pérrima dieta de los madrileños, experimentó un incremento del 41 por ciento. En el mercado negro se vendían todavía más caras. «La carne de madrid en llamas 141 bote, en general de procedencia rusa, cuyo precio oficial era de 15,40 pesetas a finales de 1937, costaba en el mercado negro, medio año después, entre 600 y 700 pesetas. El precio oficial de la docena de huevos era de 8 pesetas en mayo de 1938, 12 en junio y 15 en octubre; en cambio, en el mercado negro se cotizaba a 50 pesetas en marzo de 1937 y a 100 en otoño de 1938», cuentan los historiadores Ángel Bahamonde y Javier Cervera en su libro Así terminó la guerra de España. Las cartillas de racionamiento que recibían los madrileños a finales de 1938 incluían una teórica dieta por persona de cien gramos de pan negro y dos onzas de lentejas, y en alguna ocasión algo de bacalao o azúcar. Pero lo más dramático era que esos alimentos no siempre llegaban a las tiendas, dado que entraban en las oscuras redes de distribución del mercado negro, lo que encarecía el precio de los productos básicos. Cuando los comercios recibían algunos ali- mentos, comenzaba otra pesadilla para la población: las enormes colas para conseguirlos. Muchos madrileños perdían el día en esa ingrata tarea. El hambre incrementó todavía más la desmoralización de la ciudadanía.

Por aquel entonces, el teatro del Círculo de Bellas Artes volvió a levantar el telón para celebrar un acto de despedida a las Brigadas Internacionales. Su salida de España respondía a la decisión por parte de Stalin de no soliviantar al Comité de No Intervención, que obligaba a ambos bandos a retirar del frente a sus combatientes extranjeros. Negrín tenía la esperanza de que las dos naciones que apoyaban a los franquistas, la Alemania nazi y la Italia fascista, retiraran a su vez las tropas que habían enviado para ayudar a los militares rebeldes. Pero se equivocó de pleno. Hitler y Mussolini siguieron sustentando el esfuerzo de guerra de Franco y los suyos. El ABC del 13 de noviembre de 1938 recogió la noticia de dicho homenaje: «Con el teatro del Altavoz del Frente atestado de público, se celebró ayer el acto de despedida a los volun- tarios internacionales, organi- zado por el Comité Provincial de Madrid del PCE. Hicieron uso de la palabra el presidente del acto, Germán Alonso, que explicó el significado del acto, haciendo un encendido elogio de los brigadistas internacio- En noviembre de 1938, el Partido Comunista organizó un nales [...]». El diario Ahora homenaje de despedida a las Brigadas Internacionales destacó el discurso de Juanita en el Círculo de Bellas Artes. 142 Fernando Cohnen

Corzo, que en nombre de las mujeres comunistas de Madrid saludó a los in- ternacionales, cuyos sacrificio y ardor combativo contribuyeron a la defensa de la capital. «Las mujeres madrileñas –dijo–, las mujeres de la España leal nos des- pedimos con cariño y emoción de ellos como si fuesen nuestros hijos, ya que con nuestros hijos soportaron las penalidades de las trincheras». Uno de los brigadistas, llamado Carnel, manifestó que si alguien le preguntara cuando llegara a su país qué había ganado en España, diría que el afecto y el cariño de un pueblo. «El camarada Mendezona, del Comité Provincial del Partido Comunista, pasó a recordar a Hans Beimler, Nino Nanetti y otros camaradas caídos en nuestros campos de batalla.»20 Tras la proyección de una película Rafael Alberti recitó algunas de sus poesías, que fueron muy aplaudidas por el público que asistió al teatro del Círculo. Entre 1932 y 1939, el poeta gaditano fue el símbolo de la adhesión de los intelectuales españoles a la causa de la Revolución soviética y uno de los principales impulsores de la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Durante la guerra, Alberti fue nombrado director del Museo Romántico de Madrid, que actualmente sigue abriendo sus puertas en la madrileña calle de San Mateo. Tras los versos de Alberti, el acto prosiguió con la actuación de los Xiquets del Valls y el grupo artístico de la 8.ª División, que puso en escena la obra Fortificad. La fiesta de homenaje a las Brigadas Internacionales fue amenizada por la banda musical de la 44.ª Brigada. Los representantes de todas las orga- nizaciones antifascistas colmaron de regalos a los internacionales que habían acudido al Círculo de Bellas Artes. Más de veinte años después de finalizar la guerra, Luis Cernuda visitó una universidad estadounidense para recitar algunos de sus poemas. Fue en ese acto, al terminar la lectura, cuando Cernuda se encontró con un voluntario de la Brigada Lincoln que se acercó a saludarlo. Durante la charla que mantuvieron, el brigadista le transmitió al poeta su experiencia en España, cuando combatió en las filas de las Brigadas Internacionales. Esa misma noche, ya en el hotel, Cernuda compuso un poema que se titula «1936»:

Recuérdalo tú y recuérdalo a otros, cuando asqueados de la bajeza humana, cuando iracundos de la dureza humana: este hombre solo, este acto solo, esta fe sola. Recuérdalo tú y recuérdalo a otros.

20 Ahora, 13 de noviembre de 1938. madrid en llamas 143

En 1961 y en ciudad extraña, más de un cuarto de siglo después. Trivial la circunstancia, forzado tú a pública lectura, por ella con aquel hombre conversaste: un antiguo soldado en la Brigada Lincoln.

Veinticinco años hace, este hombre, sin conocer tu tierra, para él lejana y extraña toda, escogió ir a ella y en ella, si la ocasión llegaba, decidió apostar su vida, juzgando que la causa allá puesta al tablero entonces, digna era de luchar por la fe que su vida llenaba.

Que aquella causa aparezca perdida, nada importa; que tantos otros, pretendiendo fe en ella sólo atendieran a ellos mismos, importa menos. Lo que importa y nos basta es la fe de uno.

Por eso otra vez hoy la causa te aparece como en aquellos días: noble y tan digna de luchar por ella. Y su fe, la fe aquella, él la ha mantenido a través de los años, la derrota, cuando todo parece traicionarla. Mas esa fe, te dices, es lo que sólo importa.

Gracias, compañero, gracias por el ejemplo. Gracias porque me dices que el hombre es noble. Nada importa que tan pocos lo sean: Uno, uno tan sólo basta como testigo irrefutable de toda la nobleza humana. 144 Fernando Cohnen

El 30 de octubre, Franco lanzó su contraofensiva definitiva en el Ebro. La pre- sencia de la aviación rebelde y la práctica ausencia de la republicana marcó el devenir de la batalla. El 16 de noviembre, los hombres al mando del comunista Manuel Tagüeña volaron el puente de hierro en Flix (Tarragona). Dos días más tarde, los rebeldes conquistaron la línea defensiva que los republicanos habían roto el 25 de julio, cuando Vicente Rojo ordenó a sus mejores tropas cruzar el río Ebro. El objetivo del general republicano era obligar a los franquistas a distraer fuerzas y aliviar la presión que sufría el Levante leal. Esa operación militar también favorecía los planes de Negrín de mostrar a las democracias europeas que la guerra aún no estaba perdida. Si todo sa- lía bien, cabía la posibilidad de aguantar la presión de los ejércitos rebeldes hasta que estallase la Segunda Guerra Mundial, lo que facilitaría un cambio de actitud de Londres y París más favorable a la República. Sin embargo, el grave varapalo que sufrieron los mandos militares afines al Partido Comunista en la batalla del Ebro incrementó la desafección de una parte de la oficialidad del Ejército republicano hacia Negrín, a quien acusaban de haberse sometido al dictamen de Stalin y del PCE.

Juan Negrín, presidente del Consejo de Ministros durante los últimos meses de la guerra, de visita en el frente de la batalla del Ebro.

Finalmente, el presidente del Consejo de Ministros ordenó el fin de las operaciones y la retirada ordenada de las tropas. El frente quedaba tal y como estaba antes del inicio de la ofensiva republicana. La batalla del Ebro fue una operación militar fallida que no proporcionó ningún beneficio a la República. Los combates se cobraron la vida de 13.250 soldados, 6.100 de ellos franquistas madrid en llamas 145 y 7.150 republicanos. Otros 110.000 de ambos bandos fueron heridos o su- frieron amputaciones. Aunque la prensa silenció el desastre, el resultado de aquella carnicería llegó a la calle y contribuyó a la creciente desmoralización en la retaguardia republicana. Los acuerdos de Múnich y la derrota en el Ebro desvanecían las esperanzas de Negrín de alcanzar una capitulación digna con los militares rebeldes. Ya sólo cabía esperar el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Pero ¿aguantaría la República? Sin apenas armamento y con la moral por los suelos, sus expectativas de supervivencia eran cada vez menores. Por aquellas fechas, el socialista Julián Besteiro viajó a la Ciudad Condal para entrevistarse con Manuel Azaña y sondear su opinión ante un hipotéti- co acuerdo de paz con los militares rebeldes. Mientras tanto, la maquinaria de guerra franquista inició su avance hacia Cataluña. Los frecuentes ataques aéreos en Barcelona causaban enormes destrozos en la ciudad y desataban el pánico en la población.

El Altavoz del Frente inauguró en el Círculo de Bellas Artes una exposición dedicada a la defensa de Madrid, la Revolución rusa y la despedida a las Brigadas Internacionales. El ABC del 20 de noviembre publicó la noticia: «Tomó parte la banda orquesta del Cuerpo de Tren del Ejército, que ejecutó un concierto muy interesante. El secretario de Propaganda y Prensa de los AUS, compañero Alonso, en breves palabras, expuso el significado de la exposición. El poeta Perelló recitó varias poesías». Suponemos que el poeta que mencionaba ABC era Ramón Perelló, un mur- ciano bohemio que en los años veinte se había asociado con el músico sevi- llano Juan Mostazo, con quien creó su primer gran éxito, Mi jaca, una copla que popularizó Estrellita Castro. De su colaboración con Mostazo surgieron otras grandes canciones que han quedado en el imaginario sentimental de los españoles de aquellos años, como Los piconeros o La bien pagá, que inmortalizó Miguel de Molina. Perelló también compuso las letras de las canciones de la banda sonora de Morena Clara, película que interpretó la legendaria Imperio Argentina, entre las cuales destacaba Échale guindas al pavo. Tras la declamación de Perelló, el teatro del Círculo de Bellas Artes acogió en el escenario el guiñol de la 8.ª División, que representó dos obras escritas por Rafael Alberti: Los salvadores de España y Radio Sevilla. Esta última, como ya vimos, era una burla de las charlas radiofónicas del general franquista Queipo de Llano en la ciudad andaluza. La función atrajo a muchos militantes comu- nistas que quedaron encantados con las pullas que recibió el pendenciero militar rebelde. 146 Fernando Cohnen

Cinco días después de aquel acto, el Círculo acogió las deliberaciones del Pleno Ampliado de las JSU, con la asistencia de delegados de todo el país. Las consignas eran claras, según se podía vislumbrar en el manifiesto que se pu- blicó ese día en Ahora: «Las resoluciones del Pleno de las JSU podrán quedar sintetizadas en un grito patriótico y unánime: ¡España para los españoles! ¡Todos los españoles, agrupados junto al Gobierno de Unión Nacional! ¡Jóvenes, patriotas! ¡Jóvenes socialistas unificados! ¡Firmes y unidos en la defensa de la Patria invadida! ¡Viva el Pleno Ampliado de las JSU!». El PCE acusaba a los rebeldes de dejar la nación en manos de italianos y alemanes, o si se prefiere, de fascistas y nazis.

El PCE alquiló el Círculo de Bellas Artes en septiembre de 1938. En la fotografía se aprecia un desfile que avanza por la calle Alcalá. A la derecha se distingue la fachada del Círculo.

El día anterior se había celebrado en el Círculo un gran acto de homenaje a los delegados asistentes al Pleno Ampliado. Se proyectó una película, y a continuación actuaron los payasos Pompoff, Thedy, Zampabollos y Nabuco- donosorcito. Thedy (Teodoro Aragón), Pompoff (José María Aragón) y Emig (Emilio Aragón) eran los componentes del famoso trío de payasos españoles que rivalizaron en aquella época con los hermanos Fratellini. Emilio Aragón, Miliki, hijo de Emig y sobrino de Pompoff y de Thedy, es el representante de la tercera generación de esta saga, sin duda una de las grandes familias del circo. El secretario general de las JSU, Santiago Carrillo, y su amigo Fer- nando Claudín, entre otros muchos militantes, acudieron al Círculo para asistir al festival. madrid en llamas 147

El 25 de noviembre, el edificio de Palacios estaba atestado de dirigentes de las JSU, de los Comités Provinciales y de las secciones más importantes de fábricas, talleres y sector agrario, así como de oficiales y soldados republica- nos. «El salón aparecía adornado con una gran cantidad de pancartas, en las que se exponía la voz de todos los jóvenes españoles: unidad nacional de toda la juventud para defender la independencia y la libertad de España, y unidad firme en torno al Gobierno del doctor Negrín», se podía leer en Ahora. La primera página del diario mencionaba el discurso que pronunció Santiago Carrillo, secretario general de las JSU, en el que enfatizó el espíritu de sacrificio y unidad de la juventud en su lucha contra el fascismo.21 El ABC también recogía la noticia: «Santiago Carrillo leyó un extenso in- forme sobre la situación interna, externa y militar, abogando por la unión de todas las Juventudes antifascistas». El diario Ahora volvía de forma macha- cona a la misma idea: «El Pleno ha llamado a toda la juventud de la España liberada para formar la unidad nacional en defensa de la Patria». El PCE pa- recía no comprender el gran resentimiento de los anarcosindicalistas con el estalinismo, cuya injerencia, según ellos, estaba frenando el legítimo ideal revolucionario en España. El rotativo madrileño destacaba el discurso que pronunció Fernando Clau- dín: «Nuestro Ejército es admirado por técnicos de países que no simpatizan nada con nuestra causa. Cita el caso del redactor militar de The Times, que ha publicado un libro en el que hace resaltar el valor y la técnica de los Ejércitos republicanos que luchan en el frente del Ebro [...] Termina haciendo un calu- roso elogio de nuestro Ejército, verdadero Ejército nacional, que está luchando por la independencia patria. Una gran ovación acoge el informe de Claudín y se entona La Joven Guardia». Tras la derrota de la República, Claudín se exilió en México. Allí formó parte del Secretariado del PCE junto con Carrillo, Joan Comorera, Antonio Mije, Pedro Checa y Vicente Uribe. El 26 de noviembre de 1938, mientras continuaban las sesiones del Pleno Ampliado de las JSU en el Círculo de Bellas Artes, los franquistas ya habían logrado hacer retroceder a los republicanos en el frente del Ebro. Poco a poco, el Gobierno que encabezaba Negrín se sentía más y más acorralado. La actitud más o menos relajada de los delegados que habían acudido al Círculo parecía sugerir que no tenían ni idea de lo que había ocurrido en aquella batalla tras- cendental, cosa que no era cierta. Todos estaban al corriente del desastre. Pero se sentían con ánimos de continuar la lucha, y así se lo transmitieron a Negrín, que en aquel entonces

21 Ahora, 25 de noviembre de 1938. 148 Fernando Cohnen ya sólo podía confiar en los comunistas y en los militantes de las JSU. En la calle, el runrún de la grave situación que atravesaba la República era constante. La confirmación de ese hecho era un secreto a voces en las redacciones de los diarios madrileños, cuyos periodistas se mordían la lengua para acatar los dictados de la censura militar. Pero la pregunta que se hacían todos era si la población estaba dispuesta a resistir mucho más.

El 30 de noviembre, el diario Ahora publicó la resolución política del Pleno Ampliado de las JSU que se había celebrado en el Círculo de Bellas Artes. «Primero, queremos vivir en paz y no ser carne de cañón de agresiones fas- cistas contra otros pueblos libres. Todos queremos un salario que nos permita vivir felices, estudiar, hacer deporte, tener un hogar dichoso. Queremos que la cultura no esté monopolizada por el dinero, sino que sea exclusivamente patrimonio de la capacidad y de la inteligencia. Queremos una España donde haya libertad para los jóvenes de tener las creencias e ideas que prefieran dentro del marco de la República, donde los jóvenes gocen de plenos derechos políticos, donde todos los pueblos y nacionalidades vivan hermanados con pleno respeto de sus derechos.» La resolución política de las JSU subrayaba la necesidad de una España independiente y libre, una España para los españoles, en clara alusión a los militares nazis y fascistas que seguían apoyando a los militares rebeldes. «¡Ha- gamos llegar nuestra voz a los jóvenes del otro lado!» «¡Levantemos en todos los rincones del país una oleada patriótica contra los invasores!» «¡Luchemos todos unidos los jóvenes españoles contra los fascistas extranjeros y la camarilla de Franco, por nuestra Patria y nuestro porvenir de jóvenes!» Mientras cientos y cientos de militantes y simpatizantes de las JSU aban- donaban los salones del Círculo, Madrid seguía sumida en la oscuridad más absoluta. Había orden de no encender las luces, en prevención de los ataques aéreos. Los gravísimos problemas de abastecimiento, las penalidades de todo tipo y el esfuerzo de guerra hacían cada vez más insostenible la defensa de la capital. El 3 de diciembre, el ministro Álvarez del Vayo se dirigió a través de la radio a los españoles de la zona invadida. «Españoles del territorio rebelde. A pesar del régimen de terror a que estáis sometidos, espero que mis palabras lleguen a vosotros. La retirada de voluntarios extranjeros que luchaban en las filas del Ejército republicano ha puesto en la picota a los que sojuzgan esa parte de España.» Del Vayo afirmó que en las filas del Ejército republicano ya no había un solo soldado extranjero, y aseguró a los españoles que vivían en los territorios ocu- pados que estaban siendo engañados sistemáticamente por Franco y los suyos. madrid en llamas 149

«Os tienen sometidos a un silencio absoluto respecto a los bombardeos que llevan a cabo [los alemanes e italianos] sobre las poblaciones civiles.» Álvarez del Vayo aseguró que la mayoría de los voluntarios de las Brigadas Internacio- nales había cruzado ya la frontera. «La comisión internacional enviada para comprobar este hecho por la Sociedad de Naciones confirmará lo que os digo, y a su dictado nos remitimos.» Del Vayo pecó de ingenuidad. Si pensaba que Franco iba a prescindir de la ayuda de nazis y fascistas, estaba muy equivocado. En la retaguardia republicana todos sabían que los rebeldes seguían recibiendo el apoyo militar de Alemania e Italia. Por su parte, Stalin tenía otros problemas en la cabeza y comenzó a distanciarse de la República española, cuya situación era cada día más crítica. El curso que tomaba la guerra, la escasez y la miseria hicieron que la des- moralización se agravara en la retaguardia. En un intento de frenar la creciente desafección, el Altavoz del Frente organizó una serie de conferencias encami- nadas a elevar la moral de los madrileños. La primera de ellas se celebró el 6 de diciembre en el teatro del Círculo y corrió a cargo de Domingo Girón, que habló sobre la batalla del Ebro, «cantera de heroísmo y enseñanza». El ABC del 7 de diciembre hacía un resumen de la conferencia, señalan- do la enorme importancia de aquella batalla y de sus grandes logros, ya que descongestionó la ofensiva franquista en Levante, «truncando los planes del invasor y dando un mentís rotundo a los que juzgaban aniquilado al Ejército Popular». En realidad, los madrileños ya conocían el grave traspié que había dado la República en aquella batalla. Ese día, los que acudieron al Círculo de Bellas Artes disfrutaron de un concierto del violinista Rafael Martínez y de la proyección de la película Vampiresas 1936. Cualquier distracción servía para evadirse durante unas horas de los horrores de la guerra. capítulo 4 el final de la república Sin duda la cercanía de la muerte y la fraternidad de las armas produ- cen, en todos los tiempos y en todos los países, una atmósfera propicia a lo extraordinario, a todo aquello que sobrepasa la condición humana y rompe el círculo de soledad que rodea a cada hombre. Pero en aque- llos rostros había algo como una desesperación esperanzada, algo muy concreto y al mismo tiempo muy universal. No he visto después rostros parecidos [...] Quien ha visto la esperanza, no la olvida.

Octavio Paz en El laberinto de la soledad, rememorando lo que vio en el Madrid en guerra.

El 22 de diciembre se celebró el tradicional sorteo de la lotería. La gente pensó que las Navidades proporcionarían un respiro a la guerra, pero sus esperanzas se diluyeron cuando Franco ordenó la ofensiva en Cataluña. Las hostilidades volvieron a cobrar fuerza, y esta vez parecía evidente que todo iba en contra de la República. Mientras la maquinaria bélica franquista se dirigía hacia Bar- celona, la escasez de alimentos y la falta casi total de combustible en Madrid agravaron las penalidades que sufría la población. El gélido 4 de enero, el Altavoz del Frente organizó en el Círculo de Bellas Artes un homenaje a Benito Pérez Galdós en el décimo octavo aniversario de su 154 Fernando Cohnen muerte. Tras la actuación de la banda del Cuerpo de Ingenieros, el presidente del Altavoz del Frente, José Luis Salado, presentó el acto, y a continuación María Teresa León hizo un semblante de Marianela. El acto finalizó con el Cuadro Artístico del Altavoz del Frente, que representó en tres actos la obra de Pérez Galdós La fiera. Una semana después, el diario Ahora anunciaba un nuevo acto en el Círculo para despedir a los jóvenes que se incorporaban al Ejército Popular. «El Comité Provincial de las JSU ha organizado un gran festival en Altavoz del Frente, que se celebrará esta tarde, a las seis y media. Toda la juventud madrileña debe acudir a él para confraternizar con los nuevos combatientes de las liberta- des españolas y como homenaje a nuestros soldados, que en Extremadura y Cataluña luchan heroicamente contra la invasión.» El programa incluía un concierto de la banda de la 7.ª División y la proyección de la película Diablos del aire, protagonizada por James Cagney.1

Los pocos comercios que permanecían abiertos se protegían de la metralla como podían, como esta farmacia-perfumería de la Gran Vía.

1 Ahora, 11 de enero de 1939. el final de la república 155

El día de Fin de Año, el diario ABC publicó un comunicado del Frente Popular Antifascista al pueblo de Madrid. «Sed dignos de nuestros combatientes. Ha- gamos frente a todas las privaciones naturales que la guerra impone con elevado espíritu de sacrificio. Que nadie especule con las dificultades. Aplastaremos a la quinta columna, que se vale de ellas para su trabajo criminal. Vigilancia ha pedido nuestro Gobierno para impedir el trabajo de los agentes del enemigo, y cada ciudadano madrileño debe realizar esta vigilancia activa y permanente como una tarea de honor que consolida la seguridad de nuestros frentes.» El 16 de enero, el Círculo de Bellas Artes volvió a abrir sus puertas para celebrar otra despedida a los reclutas de los nuevos reemplazos llamados a filas. Las organizaciones de propaganda del PCE multiplicaron sus esfuerzos para intentar levantar la moral de la población. El acto fue organizado por la Agrupación de Mujeres Antifascistas de Madrid (AMA), cuya secretaria del Comité Provincial animó a todas las mujeres a ocupar los puestos de trabajo de los que marchaban al frente. «La parte final del festival la amenizaron una banda militar y las Guerrillas Teatrales que dirigía María Teresa León», subrayaba el artículo de El Sol.2 Pero antes de que concluyera el acto apareció en escena el sacerdote cató- lico Leocadio Lobo, que, según reseñaba El Sol, pronunció unas palabras de reproche para los que, llamándose cristianos y, aún más, sacerdotes, hacían política fascista desde los púlpitos y las iglesias. «Tenemos que convencer- nos todos, absolutamente todos, viejos y jóvenes, hombres y mujeres, de que tenemos que hacer la guerra. Yo odio la guerra, pero por lo mismo, porque amamos la paz, nos vemos hoy en la desgracia de hacer la guerra», afirmó el sacerdote. Pero ¿quién era este enigmático cura que lanzaba soflamas contra los rebeldes franquistas en un mitin organizado por la AMA y las JSU en el teatro del Círculo de Bellas Artes? Según explica Arturo Barea en La forja de un rebelde, Leocadio Lobo fue la persona que más le ayudó cuando cayó en desgracia y lo apartaron de la emisora de propaganda hacia el exterior y de sus labores al frente del departamento de censura de prensa extranjera. Su divorcio y su posterior matrimonio con la aus- triaca Ilsa Kulcsar, acusada por el PCE de ser una agente del POUM, lo pusieron en la picota. «De todos a quienes he encontrado a través de nuestra guerra, es el hombre para quien guardo mi mayor amor y respeto», subraya Barea. El escritor recuerda que Leocadio Lobo «no llevaba sotana, sino un traje de alpaca negra que acentuaba su aspecto sacerdotal. Sus facciones regulares y bien modeladas habían sido surcadas por sus pensamientos y luchas [...]

2 El Sol, 17 de enero de 1939. 156 Fernando Cohnen

Era una de esas gentes que os dan la impresión de que sólo dicen lo que es su verdad interior y no están dispuestos a hacerse cómplices de lo que creen una mentira». Su historia era bien conocida en Madrid. «En lugar de quedarse en una parroquia elegante, eligió una parroquia de obreros pobres, rica en rebelión y blasfemias [...] Al principio de la rebelión había tomado su lado, el lado del Gobierno republicano y había continuado su ministerio [...] La única concesión que hizo fue suprimir la sotana para no provocar incidentes.» Aquel cura que galvanizó a las jóvenes de la AMA y de las JSU en el Círculo de Bellas Artes era un tipo duro que había pasado por momentos delicados en los primeros días de guerra. Como cuando una noche dos anarquistas lla- maron a su casa para llevárselo y sus amigos les imploraron que lo dejaran en paz, temiendo que le fueran a pegar dos tiros en la cabeza. Fueron tantas las súplicas que uno de los anarquistas replicó a gritos que no querían matarlo, sino llevarlo para que confesara y diera la extremaunción a la madre de uno de ellos, que estaba agonizando. «A mí me hacía falta un hombre a quien pudiera hablar de lo más profundo de mi mente [...] De mi matrimonio y su terminación: yo había herido a la mujer con quien no podía compartir mi vida.» Y su relación con Ilsa parecía compli- carlo todo. Barea también le habló a Leocadio Lobo de la guerra repugnante y cainita que estaba padeciendo el país, de que siempre había querido vivir en una España libre, con un pueblo libre, y que había soñado que eso llegaría sin derramamiento de sangre. Los sufrimientos que había visto en Madrid y los efectos de los bombardeos, con civiles descuartizados sobre los adoquines de la Gran Vía, lo habían llevado a una profunda depresión que se agravó con la traumática separación de su mujer y el acoso que empezó a sufrir su amada Ilsa por parte de algunos responsables del Partido Comunista. También le pidió consejo sobre qué hacer tras haber perdido la confianza de sus jefes. Leocadio Lobo le aconsejó que Ilsa y él debían abandonar Madrid. Y tras múltiples peripecias, acosados por agentes del SIM, Barea y su mujer cruzaron la frontera, se refugiaron en París y finalmente se asentaron en el Reino Unido, en Oxfordshire, donde consiguió la nacionalidad británica en 1948. En el exilio continuó su tarea radiofónica, llegando a pronunciar más de novecientas alocuciones en la BBC bajo el seudónimo de Juan de Castilla. Barea falleció en el pueblo de Faringdon, en el condado de Oxford, en di- ciembre de 1957.

Mientras tanto, los bombardeos y la hambruna seguían haciendo estragos en la ciudad. La situación era tan grave que Negrín firmó una nueva orden de evacuación el 5 de enero de 1938. «La conveniencia de disminuir el volumen el final de la república 157 de la población civil de Madrid determina la necesidad de adoptar medidas de evacuación, dotadas de aquella eficacia que imponen las circunstancias actua- les.» El artículo 1 de dicha orden establecía como obligatoria la evacuación de la villa de Madrid de todas aquellas personas que no pudieran justificar su permanencia en ella por encontrarse desempeñando funciones militares o empleadas en servicios indispensables para atender las necesidades de guerra. Se consideraba que las labores que prestaban los porteros de las fincas urbanas eran un servicio de guerra, por lo que debían permanecer en Madrid para guardar, bajo su responsabilidad, los pisos de aquellas personas que tenían que abandonar la ciudad. El artículo 2 determinaba que «en término de veinte días, el Consejo municipal de Madrid procederá a revisar las cartillas de abastecimiento de la población civil de aquella capital, debiendo ser retiradas todas las que, colectivas o individuales, no correspondan a las personas a que hace referencia el artículo anterior». La orden subrayaba que «los servicios de evacuación del Ministerio de Trabajo y Asistencia Social, en Madrid, dispondrán, con arreglo a los datos que facilite el Consejo municipal, el transporte de las personas afectadas a los sitios de su nueva residencia, habilitando los vehículos y medios de trans- porte necesarios». El artículo 5 adquiría un tono amenazante: «En aquellos casos en que las personas afectadas por esta Orden de evacuación se resistan al cumplimiento voluntario de esta medida, el Consejo municipal de Madrid dará cuenta a la Dirección general de Seguridad, la cual procederá al traslado forzoso de las mismas, de acuerdo con las indicaciones recibidas del Servicio de Evacuación». Asimismo, la orden firmada por Negrín prohibía el acceso a la ciudad a toda persona que no pudiera justificar el carácter militar de su gestión. «Será la Dirección general de Seguridad la encargada de autorizar la entrada en Ma- drid de aquellas personas civiles que lleguen en viaje oficial.» Pero la mayoría de los madrileños seguía pensando que era mejor permanecer en la ciudad sitiada. A eso se añadió la falta de camiones y de otros vehículos para llevar a cabo los traslados forzosos, razón por la que la orden de evacuación fue un sonado fracaso.

En enero de 1939, la prensa informaba de los graves bombardeos que sufría Barcelona, adonde había acudido Santiago Carrillo para participar en una gran asamblea de movilización. El diario Ahora del 18 de enero recogió las palabras del secretario general de las JSU: «El pueblo reacciona. Tenemos el ejemplo de los centenares de voluntarios que se han alistado en estos días, el ejemplo del Ejército de la zona Centro-Sur que ha avanzado sobre Extremadura, el ejemplo 158 Fernando Cohnen de nuestras heroicas mujeres que se preparan para entrar en la producción. Mantengámonos más firmes que nunca llevando la verdad de la situación a todos los rincones. Que Barcelona sea un fortín de la lucha y venceremos a las tropas odiosas italo-alemanas que no tendrán jamás Cataluña». Penosamente, la realidad iba a ser otra.

En enero de 1939, Santiago Carrillo abandonó Madrid para acudir a Barcelona, donde participó en una gran asamblea de movilización.

Mientras Barcelona se preparaba para lo peor, en Madrid se celebró el 18 de enero una asamblea de las JSU que tuvo lugar en los salones del Círculo de Bellas Artes, adornados de banderas rojas y tricolores, animados con gri - tos de fervor patriótico y con miles de gargantas juveniles que entonaban el himno de las JSU: «Somos la Joven Guardia que va forjando el porvenir. Nos templó la miseria, sabremos vencer o morir. Noble es la causa de librar al hombre de su esclavitud. Quizá el camino hay que regar con sangre de la juventud». El origen del himno de las JSU era una canción francesa, Le chant des jeunes gardes, compuesta en 1910 por Gaston Montéhus y adoptada por la Juventud Comunista del país vecino. «Una oleada patriótica invadía el recinto del Altavoz del Frente. ‘¡No que- remos ser italianos!’», podía leerse en el diario Ahora del 19 de enero. El rotativo contaba los pormenores de la asamblea y hacía un resumen de las intervenciones de los miembros de las JSU: «Nosotros no queremos hablar el lenguaje de Mussolini; nosotros queremos hablar nuestro claro lenguaje el final de la república 159 castellano y lo hablaremos. Por eso luchamos», subrayó con rabia la joven militante Josefina López. Otra de las participantes en la asamblea que tuvo lugar en el Círculo, Carmen Arrojo, afirmó que las JSU iban a defender Cataluña: «Nosotros hemos de co- rresponder a la ayuda que la juventud catalana nos prestó el 7 de noviembre [de 1936], poniendo todo nuestro esfuerzo al servicio de Cataluña para que nuestra Patria no sea convertida en una colonia de esclavos». En cumplimiento de los acuerdos que se adoptaron en la gran asamblea, Eugenio Mesón, responsable de la Comisión Provincial de las JSU de Madrid, cursó varios telegramas de apoyo a las autoridades de la República, uno de ellos dirigido al jefe de Go- bierno Negrín, en el que le prometía que las juventudes antifascistas estaban dispuestas a los máximos sacrificios en defensa de Cataluña.

Una de las pocas fotos que existen de Eugenio Mesón, responsable de la Comisión Provincial de las Juventudes Socialistas Unificadas de Madrid.

El 20 de enero, el presidente de la Generalitat, Lluís Companys, se di- rigió por radio a los catalanes: «Siento vergüenza y dolor inmenso que me sublevan con oleadas de coraje y de rabia al pensar en la gran extensión de la tierra catalana, de las comarcas leridanas y tarraconenses que están en poder de los invasores. Tiembla mi corazón al pensarlo. Pero, catalanes, no han de avanzar un paso más. Ninguno de vosotros ha de permanecer inactivo; todas las horas, todas las energías, todas las inquietudes, todas las fuerzas humanas y sobrehumanas para cerrar el paso al invasor». 160 Fernando Cohnen

Aquel mismo día, el diario Ahora publicó las declaraciones que hizo el ge- neral Vicente Rojo desde Cataluña, donde dirigía el esfuerzo de guerra contra el avance de las tropas rebeldes. «No os hablo para pedir perdón. Soportamos la ofensiva con entereza; la contrarrestamos con valor. En las montañas cata- lanas quedarán enterrados para siempre los últimos intentos de dominación extranjera en España. El pueblo de la España invadida y de la España libre sufre con odio y con afrenta la invasión. No nos aturde la ofensiva. Seguiremos cumpliendo el deber en nuestro puesto, dispuestos a combatir por la voluntad del pueblo y la grandeza de España.» Pocas horas después, el Altavoz del Frente celebró otro acto de despedida de movilizados en el Círculo de Bellas Artes. En esta ocasión asistieron los marinos del José Luis Díez, destructor de la Armada republicana, y el soldado Celestino García Moreno. En agosto de 1938, el José Luis Díez cruzaba el estrecho de Gi- braltar para reintegrarse a la base naval de Cartagena cuando fue seriamente dañado por barcos de la Armada franquista, por lo que tuvo que refugiarse en el puerto de Gibraltar. Una vez reparado, a finales de diciembre de ese año, el destructor republicano se dispuso a abandonar la colonia británica, pero no llegó muy lejos: fue atacado de nuevo por la armada enemiga y quedó varado en la playa de los Catalanes. Su dotación se trasladó a Gibraltar, y poco después pudo regresar a la España republicana. Celestino García Moreno era un campesino de Morata de Tajuña que sirvió en el Quinto Regimiento y que fue herido en varias ocasiones en el campo de batalla. En enero de 1939 recibió de manos de Negrín la Medalla al Valor por sus méritos a lo largo de la guerra y por su brillante y valerosa actuación en el sector sur del frente catalán, en Santa Coloma de Queralt, donde García Mo- reno, armado con bombas de mano, destruyó dos carros de combate italianos. La proeza fue aireada por los rotativos republicanos. El diario El Sol informó del multitudinario acto que se celebró ese día en el Círculo de Bellas Artes: «Hicieron uso de la palabra Vicente Gallo, teniente maquinista del destructor José Luis Díez, y el antitanquista García Moreno. Actuaron la banda del Cuerpo de Tren y los artistas Mari Paz, con su gracia elegante; Juan de Orduña, que recitó magistralmente, y Conchita Saavedra, que actuó con el graciosísimo Sepepe. Por último, se proyectó la película Los marineros de Cronstadt. El acto ha revestido una enorme importancia». El Círculo del Altavoz del Frente estaba repleto de un público que constantemente ovacionaba a los dos héroes del Ejército Popular.3

3 El Sol, 22 de enero de 1939. el final de la república 161

Negrín aseguró que su Gabinete permanecería en Barcelona, pero el 23 de enero mucha gente vio cómo los soldados cargaban camiones militares con documentos y enseres de los edificios oficiales. El Estado evacuaba la Ciudad Condal, y la noticia corrió por las calles como la pólvora. El 26 de enero los rebeldes tomaron Barcelona, lo que provocó la huida de estampida de miles de personas hacia la frontera de Francia. Vicente Rojo asegura en sus memorias que cuarenta y ocho horas antes de la llegada de las tropas franquistas Barcelona era una ciudad muerta. «Se perdió lisa y llanamente porque no hubo voluntad de resistencia, ni en la población civil, ni en algunas tropas contaminadas por el ambiente.» Tres días después de caer la ciudad, Negrín pronunció un discurso en el que apelaba a la fortaleza de la España republicana: «Ha sucedido lo inevitable. Hemos perdido Barcelona. Busca el enemigo que esta pérdida signifique el derrumbamiento de nuestro frente, el desplome de nuestra vanguardia, para conseguir rápidamente nuestro aplastamiento definitivo [...] Los vacilantes, los desanimados y los decaídos son, dense cuenta o no, los mejores colabora- dores del enemigo [...] Si no queréis sucumbir como un rebaño de corderos o perecer en la extenuación y en la miseria habréis de prestar oídos a mis palabras y obediencia a los mandatos del Gobierno. Tenéis que hacerlo, pues en otro caso vosotros mismos caváis vuestras tumbas». Pese a los esfuerzos de Negrín para levantar la moral, el derrotismo se agu- dizó en Madrid. ¿Era sensato seguir sufriendo y padeciendo hambre en una ciudad sin esperanza de victoria? ¿Merecía la pena defenderla tras la caída de Barcelona? Una vez que se produjo el derrumbe republicano en el Ebro y Barcelona, Segismundo Casado estaba convencido de que la derrota de la República era inevitable. Con esa perspectiva, el coronel creía que había que establecer contactos con los franquistas para negociar el final del conflicto armado. Pero para lograrlo debía apartar antes a los miembros del PCE que todavía mantenían cuotas de poder en el Gobierno. Días después de la caída de Barcelona, Casado cedió a los agentes de Franco la emisora de Unión Ra- dio de Madrid para que establecieran contacto directo con Burgos y declaró el estado de guerra en la España republicana. Desde entonces, Casado exigió que la autoridad fuera militar. «La derrota republicana en Cataluña tuvo como dramático epílogo el éxodo desordenado de cerca de 400.000 personas. Su emigración apresurada había desbordado tanto a las autoridades republicanas como a las francesas. Diversos campos de concentración, repartidos por el sudeste de Francia, atestiguaban las precarias condiciones en las que se había efectuado una forzada emigración de proporciones impresionantes», señalan los historiadores Ángel Bahamonde 162 Fernando Cohnen

y Javier Cervera.4 Algunos regresaron a España, pero muchos de ellos se exi- liaron a México y a otros países. Con aquella salida masiva de republicanos, España perdió un enorme capital humano.

El hambre y los bombardeos, como este ocurrido en la plaza de Antón Martín, contribuyeron a incrementar el derrotismo en Madrid.

El 1 de febrero tuvo lugar la reunión de las Cortes en el castillo de Figueras, donde Negrín expuso tres condiciones para que la República se aviniera a un acuerdo de paz: garantía de independencia de España, garantía del cese de persecución por motivos políticos por parte de los franquistas una vez finalizada la guerra y garantía de la celebración de un plebiscito. Pero Franco no estaba dispuesto a ceder ni un milímetro. Su propuesta era bien clara: capitulación total, sin concesiones de ningún tipo. El 5 de febrero, Manuel Azaña entró en Francia con el rostro desencajado. Poco después, el presidente de la Generalitat, Companys, también cruzó la frontera junto con miles de republicanos, miembros del Frente Popular e in- tegrantes de las milicias anarquistas. El temor a las represalias que pudieran

4 Ángel Bahamonde y Javier Cervera, op. cit., p. 439. el final de la república 163 tomar los vencedores hizo que familias enteras se exiliasen a Francia. El 8 de febrero, Negrín salió de España. Por esas fechas, Vicente Rojo, el héroe de la defensa de Madrid, ya estaba en contra de la decisión de Negrín de una defensa numantina y sólo pensaba en la mejor manera de llevar a cabo la rendición. El 9 de febrero cruzó la frontera, y tres días después comunicó por carta a Negrín que renunciaba a su cargo. «Rojo acusaba a los políticos de haber abandonado a los militares que se habían instalado en Francia. En tono de exigencia pedía que el gobierno de la República se preocupara de los refugiados y le comunicaba que iba a dar publicidad a una nota, en ese sentido, con sus reproches hacia el gobierno de la República.»5 Negrín hizo caso omiso a la carta de Rojo. Días después, el presidente del Consejo de Ministros ordenó al militar que regresara a España, pero este se negó en redondo. Mientras tanto, la vida en Madrid era cada vez más complicada. Los cortes de luz obligaban a cerrar antes los bares y a suspender el servicio de tranvías. Sin apenas víveres, la población no tenía fuerzas para la resistencia. La suciedad imperante y la falta de aseo de la población hicieron prosperar la tiña y la sarna. La movilización llegó a los veteranos de la quinta de 1919, que fue llamada la del «colorín colorado», y también a los muchachos de dieciocho años, que rápidamente fueron bautizados como «la quinta del biberón».

El 3 de febrero, una semana antes de que Negrín regresara a España, Casa- do fue al domicilio de Julián Besteiro para que se sumara al golpe de Estado que planeaba contra el Gobierno legítimo de la República. El líder socialista le comentó que él no había querido asumir ningún cargo político durante la contienda. «Pero por la paz –le dijo Besteiro– y sólo por hacer la paz, me tiene usted a su incondicional disposición». El líder socialista le aseguró que él estaba de acuerdo en que la única autoridad de la República en aquellos momentos era la militar. Por esos días, el Círculo de Bellas Artes presentó una exposición sobre las tareas de ayuda antifascista llevadas a cabo por Socorro Rojo durante sus quince años de existencia. La muestra se solapó con la inauguración de la Conferencia Provincial del Partido Comunista en el Círculo. Los salones del edificio, así como el teatro, se hallaban profusamente adornados de carteles y banderas con consignas que alentaban a proseguir la lucha contra los rebeldes. El secretario general del Comité Provincial, Isidoro Diéguez, pronunció un largo discurso en el que expuso las causas de la pérdida de Barcelona y los graves problemas que

5 Ángel Bahamonde y Javier Cervera, op. cit., p. 311. 164 Fernando Cohnen estaba sufriendo Cataluña, prácticamente tomada por las tropas franquistas. En aquel importante acto fueron elegidos los miembros de la presidencia, entre los cuales se contaba Dolores Ibárruri.6 Paul Preston recuerda que la Pasionaria atacó a Largo Caballero, Casado y Miaja, tachando a los dos militares de «distinguidas momias». «Vicente Uribe fue más allá al denunciar la cobardía de quienes estaban haciendo el trabajo del enemigo al propagar la idea de que era posible la paz sin represalias. Su propuesta de que el Partido Comunista se hiciera con el poder para purgar a esos derrotistas y fortalecer el esfuerzo bélico era un signo de impotencia, una bravata concebida para inhibir a los conspiradores», escribe el historiador británico.7 Las pullas que lanzaron Ibárruri y Uribe a Casado y Miaja, que dejaron estupefactos a muchos de los que asistieron esa tarde al Círculo, desvelaron que los dirigentes del PCE ya albergaban serias sospechas sobre el complot militar que se estaba organizando en Madrid, y en el que a buen seguro estaba comprometido el general Miaja. Pocas horas después, el diario Ahora destacó una interviú que le hizo el corresponsal del periódico parisino Ce Soir a Miaja tras conocerse la noticia de que este se hallaba en negociaciones con los franquistas, según se pudo leer en algún periódico de la zona nacional. «Le he visto hoy mismo en su despacho de Valencia. Sólido como una roca; pero familiar y bonachón, con esa cordia- lidad que no aparta de sí un momento –relata el corresponsal de Ce Soir–. Le he felicitado por su promoción. Ha sonreído, y me ha mirado maliciosamente, a través de sus anteojos». El periodista francés le pregunta: «Entonces, mi general, ¿qué va usted a contestar a las proposiciones de los fascistas?». Miaja le responde: «Esta noticia, lanzada por el enemigo, es tan absurda en sí que no puede enunciarse sino en tono de broma». El general republicano subraya que se trata de un bulo. «Yo no tengo, constitucionalmente, poder alguno para entablar tales negociaciones. Eso sería cuestión del presidente del Consejo o del presidente de la República; pero no mía, que no soy más que un soldado a las órdenes del Gobierno. Nada más. El Gobierno me ha dado orden de resistir, y yo resisto y resistiré», responde Miaja.8 El 10 de febrero, Negrín volvió a cruzar la frontera para dirigirse a Alicante. El presidente del Consejo de Ministros estaba furioso con los llamamientos de su ministro de Agricultura, Vicente Uribe, a una resistencia encabezada en exclusiva por los comunistas. ¿En qué lugar quedaba él? Negrín pensaba que

6 ABC, 10 de febrero de 1939. 7 Paul Preston, El final de la guerra, op. cit., p. 100. 8 Ahora, 11 de febrero de 1939. el final de la república 165 las furibundas declaraciones de Uribe e Ibárruri en el Círculo de Bellas Artes suponían una traición a su persona y a su Gabinete. Horas después fueron llegando a la ciudad levantina otros ministros del Gobierno y militares que habían sido evacuados de Barcelona. Desde las páginas del diario Mundo Obrero, el Partido Comunista anunció que iban a llevar la lucha hasta el fin. Pese a su monumental enfado con Ibárruri y Uribe, Negrín sabía que prácticamente sólo contaba ya con el apoyo de los comu- nistas. Dos días después, el presidente del Consejo de Ministros viajó a Madrid y se trasladó al edificio de Presidencia, localizado en el número 3 del paseo de la Castellana. Desde allí llamó a Casado, quien le informó de la catastrófica situación de la República y de la necesidad de buscar una salida pactada para firmar la paz. Negrín le replicó que Franco sólo buscaba una rendición sin condiciones de ningún tipo, lo que conllevaría una feroz represión y fusilamientos en masa. Por esa razón, la resistencia era la única alternativa posible. Había que demostrarle a Franco que la República vendería cara la derrota. Era la única forma de que el bando rebelde se aviniera a un acuerdo de paz que contemplara facilidades por parte de los vencedores para que los republicanos que quisieran abandonar España lo hicieran sin peligro alguno. El 13 de febrero, el Altavoz del Frente organizó en el Círculo de Bellas Artes un acto en conmemoración del 11 de febrero de 1873, fecha en que se proclamó la Primera República Española, y del 16 del mismo mes, día en que el Frente Popular ganó las elecciones en 1936. «En esta semana de agitación en favor de la independencia, la libertad y la justicia, se celebrarán ininterrumpidamen- te actos de intensa propaganda por medio de la tribuna, la prensa, la radio, teatros, cinematógrafos, organismos políticos, sindicales y culturales, en los que tomarán parte las más destacadas figuras de la política y de las organiza- ciones obreras, así como del comisariado de la Cultura y de las Armas», se podía leer en ABC. El acto organizado en el Círculo desveló que el PCE volvía a hacer hincapié en su objetivo de una revolución democrático-burguesa. Según apuntan los historiadores Francesc Andreu y Antonio Laguna, Dolores Ibárruri pidió a las comisiones provinciales del PCE un esfuerzo organizativo y explicativo para conmemorar esas dos fechas: 11 de febrero de 1873, proclamación de la Pri- mera República, y 16 de febrero de 1936, día en que el Frente Popular ganó las elecciones generales. «Dos hitos de la revolución democrático-burguesa; dos hitos en la colaboración de clases; dos hitos en los avances del campesinado (‘La tierra para el que la trabaja’ de 1873 y el retorno a la Reforma Agraria de 1936).»9

9 Francesc Andreu y Antonio Laguna, op. cit., p. 695. 166 Fernando Cohnen

El 16 de febrero, Negrín y Casado salieron de Madrid en coches distintos con destino a Los Llanos (Albacete), donde se reunieron con otros altos mandos, entre ellos los generales Miaja y Matallana y el comandante de la Armada re- publicana, el contralmirante Miguel Buiza. Negrín les informó de sus esfuerzos con los gobiernos británico y francés para que mediaran con Franco un acuerdo de paz sin represalias. Por su parte, Manuel Matallana presentó un cuadro desolador sobre la situación militar, subrayando que toda resistencia era inútil. Buiza amenazó con retirar los barcos de la Armada de aguas españolas si Negrín no iniciaba urgentemente las negociaciones de paz con los franquistas. El coronel Casado y los demás oficiales presentes en la reunión también dieron la espalda al presidente del Consejo de Ministros. Tras la reunión, Negrín recibió una carta de Vicente Rojo desde Francia en la que este le recriminaba su orden de resistir a ultranza para alargar el final del conflicto bélico. Pese a la desolación que le causó la deserción de Rojo, Negrín siguió intentando que cambiara de postura y regresara a España. Pero todo fue en vano. Aunque el militar lo había abandonado, el presidente del Consejo de Ministros no se lo reprochó al finalizar la guerra. Cuando Rojo se exilió a Argentina y más tarde a Bolivia, Negrín le entregó diez mil dólares para que pudiera sobrevivir durante una temporada. El escenario se complicó todavía más el 27 de febrero, cuando los Gobiernos de Francia y Reino Unido reconocieron el Gobierno de Franco, lo que llevó a Manuel Azaña a dimitir como presidente de la República. Negrín intentó convencerlo para que regresara a España, pero, al igual que había hecho Rojo, Azaña no le hizo caso. El 16 de octubre de 1940, el que fuera presidente de la República sufrió un grave infarto cerebral que le afectó al habla. Finalmente, el 3 de noviembre de ese mismo año, Azaña falleció en Montauban (Francia), donde fue enterrado.

En Burgos, los franquistas sabían que Casado y otros altos mandos del Ejército republicano estaban a punto de dar un golpe militar contra Negrín. Franco y los suyos se limitaron a esperar acontecimientos. La determinación de Negrín y la disciplina de los comunistas chocaban con la actitud derrotista de Azaña, de los anarcosindicalistas, de muchos socialistas y de un buen número de militares republicanos. Muchos de ellos insistían en que era factible llegar a un acuerdo de paz honroso con los militares rebeldes. Además, aseguraban que la población civil no podría resistir mucho más sin alimentos y otros productos esenciales. Su objetivo era encontrar un interlocutor válido que fuera aceptado por Franco. Y el candidato idóneo era el coronel Casado, un reconocido anticomunista que, como ya vimos, de forma sorprendente, Negrín había ascendido a jefe del Ejército del Centro en mayo de 1938. el final de la república 167

El golpe de Estado que estaba fraguando Casado fue aleccionado previa- mente por la quinta columna y el espionaje de los franquistas, tal y como señala el historiador Ángel Bahamonde en su libro Madrid, 1939. La conjura del coronel Casado. A partir de entonces, todo fue en contra del presidente del Consejo de Ministros. Los socialistas cercanos a Indalecio Prieto y Julián Besteiro veían a Negrín como la suma de todos los males. Afirmaron que estaba sometido a los dictados de Moscú y a los del PCE, lo que no era cierto. Por si fuera poco, los militantes del POUM y los anarquistas lo odiaban. Era su enemigo mortal. Una vez derrotada la República, cuando Prieto y otros líderes socialistas y anarquistas se encontraban en el exilio, prosiguieron atacando la figura de Negrín, cuya valía como gran político y estratega ha comenzado a ser recuperada en los últimos años. A finales de febrero de 1939 circuló por el territorio leal el texto de la Ley de Responsabilidades Políticas promulgada por Franco, que sancionaba con inusitada dureza a todos los que hubieran colaborado con sindicatos, orga- nizaciones y partidos del Frente Popular. Aquella ley afectaba a un número tan elevado de españoles que muchos comenzaron a pensar que su única es- peranza radicaba en el exilio. Negrín parecía tener razón. Los franquistas querían una derrota total, sin concesiones de ningún tipo, lo que planteaba un problema peliagudo. Si Casado se rendía ante Franco sin ningún tipo de condiciones, miles y miles de republicanos tendrían que huir de España a toda prisa. Pero ¿cómo reunir los barcos necesarios para organizar la salida de tantas personas? Casado aseguró que no iba a haber represalias masivas. También afirmó que habría medios disponibles para aquellos que quisieran exiliarse. Cuando finalizó la guerra y los franquistas iniciaron la caza y captura de republicanos, lo único que hizo Casado fue resolver su propia partida de España a bordo de un barco inglés.

El 22 de febrero de 1939, el Altavoz del Frente organizó en el Círculo de Bellas Artes una gran asamblea en la que Eugenio Mesón habló sobre los problemas de la juventud obrera y la necesaria unión de las distintas organizaciones políticas de izquierda. Es posible que entre los numerosos jóvenes antifascistas que asistieron al acto estuvieran algunas de las integrantes de las Trece Rosas, que poco tiempo después serían condenadas a muerte por un tribunal militar franquista. El diario Ahora subrayó la enorme afluencia de jóvenes madrileños apiñados en la calle Marqués de Casa Riera, donde se encontraba el portal del edificio. Otros muchos esperaban en la calle de Alcalá. 168 Fernando Cohnen

En muchos mítines y actos celebrados en el Círculo de Bellas Artes se pedía la unión de las fuerzas po- líticas de izquierda para combatir a los militares rebeldes.

Entre el público que abarrotó ese día los salones del Círculo también pudo haber estado Juana Doña, la compañera sentimental de Eugenio Mesón, que aquella tarde era el principal protagonista de la gran asamblea organizada por el Altavoz del Frente. En su libro Querido Eugenio, Doña responde al bloc que escribió Mesón en la cárcel y en el que se despedía de su compañera antes de su ejecución, el 3 de julio de 1941. Más de sesenta años después del fusilamiento de su marido, Juana Doña reflejó en este libro los días trágicos que vivió en la inmediata posguerra. Junto con su compañero, esta militante comunista participó activamente en el proceso de unidad de la Juventud Socialista y la Juventud Comunista, del que nacieron las Juventudes Socialistas Unificadas. Tras la guerra, Juana Doña sufrió persecuciones y fue encarcelada, torturada y condenada a muerte en 1947. Pasó dieciocho años en prisión, y finalmente su pena de muerte fue conmutada gracias a la argentina Eva Perón, que en su viaje a España intercedió por ella ante Franco. En los días finales de la Guerra Civil, todo eran malas noticias para los republicanos. A consecuencia de su salud precaria y de su penoso exilio, Antonio Machado falleció en Colliure (Francia) el 22 de febrero, si bien la noticia no llegó a Madrid hasta cuatro días después, cuando la publicaron los diarios. Fue el poeta más representativo de la generación del 98, cuya poesía simbolista evolucionó hacia un compromiso con los padecimientos y sentimientos del ser humano. «Hablaba en verso y vivía en poesía», afir- maba Gerardo Diego. De Machado era ese poema que cantó la heroicidad de la capital asediada:

¡Madrid, Madrid! ¡Qué bien tu nombre suena, rompeolas de todas las Españas! el final de la república 169

Vivía en la madrileña calle General Arrando, 4, y el 25 de noviembre de 1936 partió en la primera evacuación de intelectuales de Madrid organizada por el Quinto Regimiento. Una vez instalado en Valencia, publicó el famoso poema «El crimen fue en Granada», con motivo del asesinato de Federico García Lorca. Colaboró en diversas publicaciones, entre ellas la revista Hora de España, una de las más importantes de los años de guerra. Ya muy enfermo, en enero de 1939 logró exiliarse con su familia a Colliure, donde falleció tres días antes que su madre. Sus tumbas se encuentran en el cementerio de este pueblo francés. En esos atribulados días de febrero, Miguel Hernández acudió a la Alianza de Intelectuales Antifascistas para tener noticia de sus amigos. Una vez allí se topó con los preparativos de una gran fiesta en homenaje a las mujeres que combatían a los facciosos. Pero en los salones del palacio no encontró a ninguna de esas mujeres aguerridas que él había visto colaborar en los frentes de batalla. «Miguel se dirigió entonces visiblemente irritado a Rafael Alberti con Antonio Aparicio como testigo y le espetó con la frase: ‘Aquí hay mucha puta y mucho hijo de puta’», señala José Luis Ferris en su biografía sobre Miguel Hernández.10 Alberti le instó a repetir esas palabras en voz bien alta y delante de los otros compañeros de la Alianza de Intelectuales. «Ante el reto, el poeta oriolano se dirigió entonces hacia una pizarra que colgaba en una de las paredes de aquella dependencia y reprodujo la frase con amplios caracteres. Antes de que Miguel abandonara definitivamente el recinto, María Teresa León leyó con sus propios ojos el insulto, se sintió directamente aludida, pues ella se había encargado personalmente de organizar aquella fiesta, y se fue en busca de Miguel. La respuesta de la autora de Memoria de la melancolía fue una enérgica bofetada que, al parecer, hizo caer al poeta», recuerda Ferris. Desde aquel momento, Hernández y Alberti rompieron su amistad. El 4 de marzo, Eugenio Mesón e Ignacio Gallego participaron en un acto que probablemente se celebró en el Círculo de Bellas Artes, aunque no hay constancia de este en la prensa madrileña de la época. El dato lo proporciona Juana Doña en su libro Querido Eugenio: «Cuando llegamos a la conferencia, el local estaba abarrotado de gente. Tuvimos que estar de pie. Tus ojos y mis ojos se miraron sonriendo y tú hablaste el primero, como siempre, pedías reforzar el trabajo y dijiste una frase que no te había oído nunca: ‘Debemos tener ojos también en la nuca y no hay que bajar la guardia’». Seguramente, Mesón sospechaba lo que tramaba Casado.

10 José Luis Ferris, Miguel Hernández: pasiones, cárcel y muerte de un poeta, Madrid, Temas de Hoy, 2002, p. 399. 170 Fernando Cohnen

Al finalizar su discurso, Mesón le dijo a su compañera que tenía que irse y ella, enfadada, le negó el beso. «Fue tu último adiós en libertad. A partir de ahí empezó nuestra pesadilla infernal [...] Los dos creíamos que la vida era nuestra para siempre, a pesar de esos miedos ‘circunstanciales’, ¡íbamos a ganar la guerra! Sólo era cuestión de resistir unos meses. Aquella infausta madrugada no llegaste a las doce», recuerda Doña. Horas más tarde, ya el 5 de marzo, comenzó el golpe de Estado de Casado, y fue entonces cuando le comunicaron que habían detenido a Eugenio y a otros dirigentes del partido.11

El domingo 5 de marzo de 1939, ajenos aparentemente a lo que tramaban Casado, Besteiro y Mera, los miembros del Comité Provincial del Partido Comunista se encontraban en la sala de cine del Círculo de Bellas Artes dis- frutando de una película. Ese mismo día, Casado trasladó su Cuartel General de la Alameda de Osuna (Posición Jaca) al Ministerio de Hacienda, en la calle Alcalá, donde se reunió con Besteiro, que se iba a encargar de las relaciones exteriores de un Consejo Nacional de Defensa que iba a dar la puntilla final al Gobierno de Negrín. La Presidencia de ese Consejo recayó en el general José Miaja y la Goberna- ción fue a parar a manos del socialista Wenceslao Carrillo, cuyo hijo Santiago nunca le perdonó la traición. El ugetista Antonio Pérez asumió la cartera de Trabajo, el republicano Miguel San Andrés la de Justicia, los cenetistas Manuel González Marín y Eduardo Val se ocuparon respectivamente de Hacienda y Comunicaciones y el republicano José del Río se responsabilizó de Instruc- ción Pública y Sanidad. Ellos fueron los protagonistas del golpe de Estado que propició el caótico final de la República. En la noche del 5 de marzo se radió el comunicado en el que los conspira- dores anunciaron su toma del poder y declararon la ilegitimidad del Gobierno de Juan Negrín. Era una conjura en toda regla. Atentos a los partes que ofrecía la radio, los madrileños escucharon los discursos de Julián Besteiro, de Se- gismundo Casado y del cenetista Cipriano Mera. Este último se despachó a gusto con Negrín, a quien tachó de traidor por provocar la derrota de Cataluña y vender la República a precio de oro y orgía. Todo el odio que Mera sentía por Negrín y los comunistas lo vomitó en aquel mensaje radiado. «Al parecer, Besteiro pensaba que podría conseguir grandes cosas en un proceso de reconciliación. Según el socialista moderado Enrique Tierno Galván, que lo conoció en los últimos meses de la guerra, Besteiro se creía ‘destinado a ser la barrera moral que podría alzarse entre los vencedores y los vencidos

11 Juana Doña, Querido Eugenio, Barcelona, Lumen, 2003, pp. 55-56, 58 y 61. el final de la república 171 para evitar represalias. Se convenció de que su papel histórico era situarse en medio de ambos bandos y ser el padre de los desamparados una vez que se hubieran depuesto las armas’», afirma el historiador Paul Preston.12 Sorprende la actitud de Besteiro, ya que era conocida la violencia que había ejercido el ejército franquista en las ciudades republicanas que había ido conquistando en su avance hacia Cataluña y Madrid. En su alocución radiofónica, Besteiro subrayó que la dimisión de Aza - ña había fracturado la legalidad del Estado republicano. «El presidente del Congreso sólo podía sustituir al presidente dimisionario [Azaña] durante ocho días, con la condición de convocar nuevas elecciones. De ahí derivaba que el gobierno estaba falto de la asistencia presidencial y parlamentaria. Teniendo en cuenta la proclamación del estado de guerra que se produjo en enero [decidido por Casado], el Ejército era el único depositario del poder legítimo. Además de las consideraciones legales, Besteiro añadía, sin expli- citarla claramente, la ilegitimidad de ejercicio del gobierno Negrín porque estaba sometido a órdenes extrañas, o sea, a los comunistas», señalan Ángel Bahamonde y Javier Cervera.13 El golpe de Estado de Casado se consumó a las tres de la madrugada del día 7 de marzo, momento en que Negrín y algunos integrantes de su Gobierno, así como los principales dirigentes comunistas, se dirigieron al aeropuerto de Monóvar (Alicante), donde les esperaban tres aviones para huir de España. Dos de ellos volaron hacia Toulouse y el tercero, con menor radio de acción, se dirigió a Argelia. Pese a la huida de los responsables políticos, las divisiones comunistas que rodeaban Madrid mantuvieron su decisión de luchar contra Casado. El resultado fue el inicio de otra violenta guerra civil en la capital, entre comunistas y seguidores de Casado. Aunque al principio se mostró dubitativo, el coronel Luis Barceló decidió finalmente cerrar filas junto a Negrín. Sus oficiales organizaron las divisiones y brigadas que tomaron posiciones en las plazas de la Independencia, Colón y Cibeles y en el parque del Retiro. «Grupos de fuerzas comunistas, acompañadas de tanques, avanzaron desde la estación de Atocha hacia la plaza de Antón Martín, desviándose parte de estas fuerzas en dirección a la plaza de Oriente, ocupando en plan de resisten- cia el teatro de Oriente. Por lo tanto, estábamos sitiados en el Ministerio de Hacienda», escribe Casado en sus poco fiables memorias. Las fuerzas leales a Negrín situadas en los Nuevos Ministerios avanzaron por la calle Serrano y otras arterias del barrio de Salamanca hacia el centro de la capital.

12 Paul Preston, El final de la guerra, op. cit., p. 231. 13 Ángel Bahamonde y Javier Cervera, op. cit., p. 363. 172 Fernando Cohnen

El golpe de Estado del coronel Segismundo Casado fue la puntilla final para la República. Todos los mensajes que llamaban a la lucha común contra el fascismo habían fracasado.

El 8 de marzo, Casado temió que los comunistas arrasaran el Consejo Na- cional de Defensa. Sus tropas sólo controlaban una parte de los Nuevos Mi- nisterios y el triángulo Cibeles-Arenal-Antón Martín. Pero si los comunistas ya habían utilizado la mayoría de sus fuerzas, Casado aún tenía en la recámara el 4.º Cuerpo de Ejército, comandado por el anarcosindicalista Mera. En un último y desesperado esfuerzo, el coronel nombró a Liberino González jefe de una columna que debía iniciar el contraataque en Alcalá de Henares. Simul- táneamente, los franquistas atacaron a los comunistas por la Casa de Campo, dando tiempo a Casado para reponer sus brigadas.

En la calle Hermanos Bécquer número 8 tenía su residencia el encargado de negocios de la embajada de Chile, Carlos Morla Lynch, hombre culto que se relacionó con los principales poetas e intelectuales que vivían en Madrid, entre ellos Federico García Lorca, Rafael Alberti y Miguel Hernández. Durante la guerra, en su domicilio hubo más de cincuenta refugiados del bando fran- quista. Entre ellos se encontraba la altiva duquesa de Peñaranda, «una dama en extremo simpática, bonita, morena como una gitana, egoísta, mezquina y absolutamente deschavetada», recordaba Morla Lynch. «Se viste en su habitación, se hace grandes abluciones de agua sin cuidar de cerrar los postigos, y se da tremendos baños de sol con el cuerpo broncíneo untado de aceite. Desde las ventanas de los cuartos que dan al frente del suyo el final de la república 173

–la casa es muy grande– todos la han visto desnuda: espectáculo de interés.» En su habitación, Morla descubrió muchas veces chorizos y salchichones colgando de un cordel amarrado de una pared a otra, así como golosinas escondidas que la duquesa no compartió nunca con nadie y que jamás se supo de dónde provenían. En aquel Madrid hambriento, más de uno hubiera asesinado por ese tesoro culinario. En los últimos días de guerra, los refugiados en la residencia del diplomá- tico chileno y los que vivían en la legación de Rumanía, que se encontraba dos pisos más abajo, vivieron con terror los cruentos combates entre casadistas y comunistas que tenían lugar cerca del número 5 de Hermanos Bécquer, donde se encontraba la sede de las JSU. Frente a las ventanas de su domicilio, el en- cargado de negocios chileno asistió al tremendo tiroteo entre los dos bandos enfrentados. También vio los cadáveres de jinetes tirados en los adoquines de la calle, así como algunos caballos destripados y mutilados.14

El ataque de las fuerzas rebeldes el 9 de noviembre contra algunos batallones comunistas demostraba la connivencia existente entre Casado y Franco. Los quintacolumnistas mantenían informado al Gobierno nacionalista de Burgos de lo que ocurría en la ciudad y de la situación de las fuerzas de Casado. Cuando este se vio superado por los comunistas, Franco ordenó el ataque en la Casa de Campo para ayudarle. Pero su esfuerzo no fue más allá, dado que el general nacionalista no quería iniciar una ofensiva en la capital. En aquellas violentas jornadas, el Caudillo se limitó a ver la corrida desde la barrera. Sabía que debía tener paciencia y esperar a que los hombres de Casado limpiaran Madrid de comunistas. Una vez que hubieran triunfado los golpistas, Franco les impondría la capitulación total, sin concesiones de ningún tipo, y ocuparía la ciudad sin disparar un solo tiro. Además, el protagonista de la rendición de la ciudad no iba a ser un político, sino un militar profesional, tal y como quería el Generalísimo. En ese lapso de espera, las fuerzas de Casado tuvieron que recurrir a la artillería para destruir las tanquetas que los comu- nistas habían desplegado en las sedes central y provincial del PCE, situadas respectivamente en las calles Serrano y Antonio Maura. Poco después, el Círculo de Bellas Artes fue tomado por tropas casadistas, que confinaron en sus salones a muchos miembros del PCE y de las JSU. «La sublevación comunista terminó con la concentración de 15.000 prisioneros en la zona de Alcalá de Henares, creándonos bastantes dificultades para su

14 Carlos Morla Lynch, Informes diplomáticos y diarios de la Guerra Civil, Sevilla, Espuela de Plata, 2010. 1 74 Fernando Cohnen abastecimiento», escribe Casado. Otros miles fueron apresados en Madrid. La lucha fratricida de esos días se cobró la vida de unos quince mil hombres, según Casado. Pero existen grandes discrepancias entre los historiadores sobre la cifra total de víctimas. Algunos hablan de unas dos mil bajas. El Consejo Nacional de Defensa aprobó la condena a muerte del coronel Barceló y del comisario Conesa, los dos militares que habían permanecido leales al Gobierno de Negrín. En sus memorias, Casado afirma que se indul- tó a los demás implicados, pero hay testimonios de muchos comunistas que lo acusaron de haberlos mantenido en prisión cuando las tropas franquistas entraron en Madrid, lo que facilitó a los vencedores su apresamiento. Muchos de ellos fueron pasados por las armas en la posguerra. Eso fue lo que les ocurrió al comisario de artillería Domingo Girón, al teniente coronel Guillermo Ascanio y al secretario general del Comité Pro- vincial de las JSU, Eugenio Mesón. Los tres fueron apresados en la cárcel por los franquistas y posteriormente fusilados. Mientras metían en prisión a los comunistas, los casadistas y muchos anarquistas dejaban salir de sus celdas a franquistas y quintacolumnistas. Era la prueba palpable del feroz anticomunismo de Casado y sus seguidores. También era la demostración del odio visceral que sentían los anarquistas hacia la Komintern y Stalin. La división de la izquierda, las envidias y la incompetencia dieron al traste con el Frente Popular. El diario Mundo Obrero no volvió a salir a la calle. A los comunistas se les acusó de traidores a la patria, y el Diario Oficial del día 17 de marzo publicó un decreto de Miaja por el que quedaba suprimida la estrella de cinco puntas en el uniforme del Ejército. El 20 de ese mes, una orden publicada en la Gaceta de la República, firmada por Wenceslao Carrillo, anunciaba que también se suprimía la estrella de cinco puntas en el uniforme y las prendas de cabeza del Cuerpo de Seguridad.15 Cinco días después fue desmantelado el Servicio de Investigación Militar republicano (SIM). Aquellas medidas pretendían ablandar a los franquistas, cuyas tropas permanecían a la expectativa a las puertas de Madrid. Una vez resuelta la pequeña guerra civil que se vivió en Madrid en marzo de 1939, Casado trató de conseguir un acuerdo de paz honroso. Pero Franco buscaba una rendición humillante, seguida de una feroz represión. Mientras la población madrileña ya sólo aspiraba a una conclusión rápida de la guerra, Falange clandestina comenzó a preparar el terreno para la entrada triunfal de las tropas que asediaban la capital. El dirigente comunista Palmiro

15 Gaceta de la República, 20 de mayo de 1939, n.º 72. el final de la república 175

Togliatti, llamado Alfredo por sus camaradas españoles, permaneció en Madrid junto a Pedro Checa para crear la infraestructura clandestina del partido. En el último momento, con las tropas de Franco a punto de entrar en la ciudad, Togliatti abandonó España desde la escuela de vuelo de Totana (Murcia), dejan- do en marcha la nueva dirección clandestina del Partido Comunista Español, cuya jefatura recayó en el vasco Jesús Larrañaga. Salvo los comunistas, nadie apoyó la postura de Negrín de continuar la gue- rra. El presidente del Consejo de Ministros apostó por la resistencia numantina con la esperanza de que el estallido de la Segunda Guerra Mundial cambiara la visión de los Gobiernos británico y francés con respecto a la República es- pañola. El 15 de marzo, los nazis tomaron Praga y culminaron la conquista de Checoslovaquia. La hipótesis de Negrín de un inminente estallido de una guerra mundial estaba a punto de producirse. Pero tres días antes de la agresión nazi en Checoslovaquia Casado había derrotado a los comunistas en las calles de Madrid, dando la puntilla final al Gobierno legítimo que encabezaba Negrín.

El 18 de marzo, Besteiro se dirigió a los madrileños a través de los micrófonos de Unión Radio: «Ha llegado el momento de que este Consejo Nacional de Defensa se dedique por completo a su misión fundamental y en consecuencia se dirige a ese Gobierno [al de Franco] para hacerle presente que estamos dispuestos a llevar a efecto negociaciones que nos aseguren una paz honrosa y que al mismo tiempo pueda evitar estériles efusiones de sangre. Esperemos su decisión». Pero lo que Franco propuso y finalmente consiguió –lo hemos apuntado ya– fue una capitulación sin condiciones por parte de la República. Con ella quería dejar constancia de quién había sido el vencedor y quién el vencido en aquella cruenta guerra civil. El 19 de marzo, los miembros del Consejo reci- bieron la noticia procedente de Burgos de que se aceptaba la negociación, pero esta no podía estar encabezada por Casado, sino por mandos militares de nivel inferior. Nueve días después, el Consejo se trasladó a Valencia a excepción de Besteiro, que prefirió quedarse en Madrid. «En la mañana del día 28, cuando no quedaban soldados en el frente, di orden al jefe del Ejército del Centro de que se pusiera al habla con el bando nacionalista [franquista] para hacer la entrega. El bando enemigo le comu- nicó a las trece horas de ese día que se presentara, acompañado de su Estado Mayor, al jefe de la 26.ª División nacionalista en el Hospital Clínico. Hizo la presentación con cuatro oficiales y, terminado el acto, quedaron detenidos», señala Casado en sus memorias. El militar republicano, que en enero de 1939 ya estaba en contacto con miembros relevantes de la quinta columna, huyó al Reino Unido el 30 de marzo con la ayuda del Gobierno británico. 176 Fernando Cohnen

«Traicionados por el golpe de Casado, decenas de miles de hombres, muje- res y niños republicanos huyeron de Madrid el 28 de marzo de 1939 perseguidos por falangistas. Se dirigieron a Valencia y Alicante. Les habían prometido que habría barcos para llevarlos al exilio. En realidad, no cabía esa posibilidad», escribe Preston.16 Casado afirmaba en sus memorias que una de sus máximas prioridades era la evacuación de todos aquellos que querían abandonar España para evitar juicios sumarísimos. Pero, a pesar de las promesas y las medias verdades, en algunos casos mentiras sin tapujos que vertió en sus memorias, el coronel Casado no hizo nada por ellos. Casi todos quedaron atrapados en el campo de concentración de Los Almendros (Alicante), donde sufrieron todo tipo de humillaciones y penalidades. Cientos de ellos serían fusilados poco después. Otros, sin esperanza alguna, se suicidaron. «El fin de nuestra guerra fue tan espantoso como esas tragedias colectivas que luego ocupan su lugar en la escena. Pensad en los miles y miles de seres que se acercaron a Alicante hasta la orilla del mar convencidos de que no iban a ser abandonados por los países democráticos, convencidos de que llegarían los barcos que no llegaron nunca. Pensad en los suicidios de la desesperación. En la agonía de los que se tiraban al agua para alcanzar la lancha del barco inglés que llegó con la orden de no recoger estrictamente nada más que a los miembros de la Junta de Defensa de Madrid», escribe María Teresa León en Memoria de la melancolía.

El coronel Eduardo de Losas, en nombre de Franco, tomó posesión de Madrid a las doce de la mañana del 28 de marzo de 1939. Al día siguiente, el ABC pu- blicó un suelto con instrucciones para los milicianos: «En el día de hoy, por disposición del excelentísimo señor general jefe del Ejército del Centro, me hago cargo del mando militar de la plaza de Madrid [...] Todos los milicianos rojos que estén en posesión de armamento de cualquier clase lo entregarán a los destacamentos militares del Ejército Nacional. Los contraventores sufrirán graves sanciones. En mi puesto de mando del edificio Capitol, a las 20 horas 30 minutos del día 28 de marzo de 1939. III Año triunfal. El Coronel Gobernador Militar de Madrid, Eduardo de Losas». Horas antes, la Falange clandestina ya controlaba cuarteles y centros ofi- ciales. Los primeros camiones con tropas franquistas entraron en la ciudad y fueron recibidos con sorprendentes muestras de entusiasmo. Fue entonces cuando comenzaron a escucharse gritos impensables días antes: «¡Viva Fran- co! ¡Franco, Franco, Franco!». Desarmados y harapientos, miles de soldados

16 Paul Preston, El final de la guerra, op. cit., p. 306. el final de la república 177 republicanos deambulaban perdidos por el paseo de la Castellana y las inme- diaciones de la estación de Atocha. En muchos balcones de la ciudad se colocaron banderas rojas y gualdas y de la Falange. Ese día y los siguientes, en las calles y plazas de Madrid se celebra- ron misas improvisadas. El 31 de marzo, los últimos enclaves republicanos se rindieron a las tropas rebeldes. El 1 de abril, Radio Nacional de España emitió el último parte de guerra: «El día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado». Adolf Hitler y el ministro de Asuntos Exteriores de la Alemania nazi, Joachim von Ribbentrop, mandaron sendos telegramas al Caudillo: «Envío a V. E. mi cordial felicitación por la liberación de Madrid y la consiguiente victoria definitiva sobre los opresores bolchevistas [sic] de España [...] En sincera comunión de sentimientos, le saludo, así como a la noble España. Von Rib- bentrop». A su vez, Franco escribió un pomposo mensaje de agradecimiento a Hitler: «Al recibir vuestra felicitación y la de la nación alemana por la victoria final de nuestras armas en Madrid os envío con la gratitud de España y la mía personal los sentimientos más firmes de la amistad de un pueblo que en los momentos difíciles ha sabido encontrar verdaderos amigos». Lo firmaba el Generalísimo.17

Ya a punto de entrar las tropas franquistas en la capital, Miguel Hernández habló con el diplomático chileno Carlos Morla Lynch para pedirle refugio en la embajada. Pero al final no se decidió a dar ese paso y regresó a Cox, con su hijo y su mujer. El 20 de abril, con la guerra ya concluida, el poeta volvió de nuevo a Madrid. Todos esos movimientos parecen ser muestra de su indecisión en aquellos días terribles. En la capital, Miguel Hernández contactó con el poeta falangista Eduardo Llosent, que le ofreció algo de dinero y una carta de recomendación para que la presentara en Sevilla, adonde tenía pensado viajar. El siguiente paso del poeta de Orihuela fue trasladarse a Huelva y luego cruzar a Portugal, donde la policía lo detuvo y lo entregó a las autoridades españolas de Rosal de la Frontera. El 15 de mayo, el que fuera responsable del Altavoz del Frente en Andalu- cía ingresó en la cárcel madrileña de Porlier, en la calle Conde de Peñalver. En aquel siniestro presidio escribió las famosas «Nanas de la cebolla». El poeta salió en libertad el 15 de septiembre de 1939, pero después volvió a ser

17 El País, 16 de marzo de 2015. El artículo, firmado por Jesús Ruiz Mantilla, muestra el telegrama que Franco le envía a Hitler, que pertenece a la colección Castañé. 178 Fernando Cohnen encarcelado en la prisión de Conde de Toreno. En 1941, el poeta fue trasladado al Reformatorio de Adultos de Alicante, donde compartió celda con Buero Vallejo, que años más tarde se convertiría en un afamado dramaturgo. En esa prisión infecta, Hernández enfermó de bronquitis y más tarde de tifus y tu- berculosis, un cóctel terrible que acabó con su vida el 28 de marzo de 1942, cuando sólo tenía treinta y un años.

El Círculo de Bellas Artes fue ocupado por las fuerzas de aviación del ejército vencedor el mismo 28 de marzo. Pocos días después, durante una exhibición acrobática en Griñón, población cercana a Madrid, el piloto Joaquín García Morato, uno de los mejores aviadores del ejército sublevado, se estrelló junto a su avión. Su cadáver fue trasladado al vestíbulo del Círculo, donde fue velado hasta la mañana del 6 de abril, en que su féretro fue sacado por la puerta de la calle Marqués de Casa Riera. Actualmente, los restos del que fuera uno de los máximos responsables de los bombardeos franquistas sobre Andalucía des- cansan en la capilla de la Cofradía de la Misericordia de Málaga. El ABC del 29 de marzo ofrecía un titular que lo decía todo: «Ayer el pueblo de Madrid, en magnífico impulso de patriotismo, y las heroicas tropas de Fran- co, arrancaron del poder de la horda roja a la capital de España». El artículo proseguía en el mismo lenguaje de exaltación patriótica: «¡Bienvenidos los bravos! Su presencia deseada tan fervorosamente es bastante para premiar la inquebrantable fe, la cálida esperanza que en Franco y en sus huestes pusimos los madrileños. ¡Honor y gloria a ellos!». La nueva consigna para los madri- leños: «¡Franco! ¡Franco! ¡Franco! ¡Arriba España!». Poco después, el que fuera presidente del Círculo de Bellas Artes antes de que estallara la guerra, Marceliano Santa María, acudió al número 42 de la calle Alcalá para solicitar al Gobierno Militar la devolución del edificio. Le dijeron que se lo entregarían lo más rápidamente posible, pero que de momento iban a seguir utilizando el hospital de emergencia que habían instalado en una de las dependencias. Finalmente, el 13 de mayo el general Queipo de Llano acudió al Círculo para entregárselo oficialmente a sus socios. ElABC publicó una foto con la reseña de aquel acto. En ella, el general aparece vestido de civil. Hacía algo más de un año que Franco lo había destituido de la Capitanía General de Andalucía. Una vez finalizada la guerra, el Generalísimo lo ascendió con honores, pero lo mantuvo alejado de su círculo personal de asesores. Queipo había acumulado un gran poder en Sevilla, y desde su despacho actuaba como un virrey deslenguado capaz de criticar al mismísimo Franco. Por ese y otros pecados, el héroe de Sevilla cayó en desgracia. En respuesta a su defenestra- ción, el teniente general se despachó a gusto con Franco, a quien apodaba Paca el final de la república 179

El general Queipo de Llano (con sombrero) devolvió oficialmente el Círculo de Bellas Artes a sus socios el 13 de mayo de 1939. la Culona. Queipo murió en Sevilla el 9 de marzo de 1951 y fue enterrado en la basílica de la Macarena, lo que sigue levantando ampollas en la capital andaluza.

A mediados de abril, un grupo de jóvenes fue detenido por la policía del nuevo régimen. Muchos de ellos fueron acusados de haber militado en las Juventu- des Socialistas Unificadas (JSU) y de haber reunido armas y explosivos para perpetrar un atentado contra Franco. Algunas de las muchachas detenidas, las llamadas Trece Rosas Rojas, habían acudido pocos meses antes al Círculo de Bellas Artes para escuchar el mitin de Eugenio Mesón sobre las mujeres antifascistas. El magistrado Eduardo Pérez Griffo, capitán honorífico del Cuerpo Jurídico Militar y titular del Juzgado Militar número 8, comunicó a un grupo de quince detenidas que estaban todas acusadas de un delito de rebelión militar. Pero la acusación más grave, según desvela Carlos Fonseca en su libro Trece rosas rojas, era que «proyectaban un golpe de mano el día de la victoria, para lo cual habían recogido armas y explosivos en trincheras, alcantarillas y casas particulares».18 Todo ello, remataba el magistrado, «para boicotear las iniciativas de engran- decimiento patrio, y seguir en la paz la misma tónica que en la pasada guerra:

18 Carlos Fonseca, Trece rosas rojas, Madrid, Temas de Hoy, 2007, pp. 225-226. 180 Fernando Cohnen infamias, mentiras, atentados, lucha de clases, comunismo, masonería, etcé- tera». Este discurso, recuerda Fonseca, «justificaba las cincuenta y ocho penas de muerte que reclamaba el fiscal, quince de ellas para muchachas menores de edad o que apenas sobrepasaban los veinte años». Finalmente, fueron trece las jóvenes condenadas a la pena máxima. Sus nombres: Carmen Barrero, Martina Barroso, Pilar Bueno, Elena Gil Olaya, Virtudes González, Ana López, Joaquina López Laffite, Dionisia Manzanero, Victoria Muñoz, Luisa Rodríguez de la Fuente, Julia Conesa, Adelaida García Casillas y Blanca Brisac. Su historia es una de las más tristes del final de la guerra, junto con la de Juana Doña y Eugenio Mesón.

Entre las calles Marqués de Mondéjar y Rufino Blanco, en el actual Parque Re- sidencial Isabel II, cerca de la plaza de toros de Las Ventas y la plaza de Manuel Becerra, se encontraba la cárcel de mujeres de Ventas. Era un edificio sobrio de ladrillos rojos y paredes encaladas, cuya capacidad era de cuatrocientas cincuenta personas. Fue construido en 1933 por iniciativa de Victoria Kent, directora general de Prisiones en la Segunda República, con el objetivo de poner en pie un centro penitenciario digno y moderno, donde las internas tuvieran la oportunidad de educarse y de reintegrarse en la sociedad una vez que hubieran cumplido sus penas. Al finalizar la guerra, el loable proyecto de Victoria Kent se convirtió en un presidio siniestro que albergó a más de siete mil penadas, cantidad que superaba quince veces su capacidad original. Con el franquismo, aquella moderna instalación penitenciaria pasó a ser un genuino monumento a la vergüenza en cuyas celdas se amontonaron miles de mujeres sospechosas de haber colaborado con el Frente Popular. Entre ellas se encontraban las Trece Rosas Rojas y Juana Doña. Tras la derrota de la República, la funcionaria Carmen Castro fue nombra- da directora de la cárcel de Ventas. Dicen que no tuvo valor para acompañar a las trece presas antes de que fueran fusiladas. Tampoco tramitó a tiempo las peticiones de clemencia. La dirigente comunista Matilde Landa también fue ingresada en este penal. Allí, entre rejas, la prisionera trató de poner en funcionamiento una «oficina de penadas». Su intento fue en vano. Landa fue trasladada a la prisión de Palma de Mallorca en 1940, donde se suicidó. Hasta la década de los sesenta, la cárcel de mujeres de Ventas siguió siendo un tétrico agujero negro de la dictadura franquista. El bloc manuscrito que escribió Eugenio Mesón en la cárcel y que pudo hacer llegar a manos de Juana Doña antes de ser ejecutado es una emocionante despedida y un documento vibrante sobre la resistencia y la voluntad del ser humano ante la muerte inminente: «El grupo de camaradas con los cuales me el final de la república 181 fusilan encarnan la firmeza revolucionaria de la posición de nuestro Partido en marzo. Frente a la política de capitulación y entrega de Casado, Besteiro, Mera, etc., y que en su triunfo ha traído tantas desgracias y calamidades a nuestro pueblo, nosotros mantuvimos en alto la bandera de la resistencia [...] Las confidencias y declaraciones de los socialistas del SIM, de los anarquistas de Mera, son las que nos asesinan. Franco no hace más que sancionar lo que la Junta puso en sus manos», escribe Mesón. Más adelante, el que fuera secretario general del Comité Provincial de las JSU le pide a su mujer que sea feliz: «No renuncies a la posibilidad de que renazca en ti una nueva pasión que llene tu vida como llenó la mía. Y si esto ocurre sólo os deseo que seas tan dichosa como lo fuiste conmigo [...] Muñeca, son las últimas letras y por tanto las más dolorosas. Me cuesta trabajo creer que ya no me miraré en tus ojos, que jamás volveré a estrecharte contra mi corazón, que mi muerte se acerca produciendo un vacío inmenso en tu alma angustiada», escribe Mesón. Aquel dirigente de las JSU que el 22 de febrero de 1939 lanzó un encendido discurso sobre los problemas de la juventud obrera en el Círculo de Bellas Artes fue fusilado el 3 de julio de 1941. Fue uno más en la larga lista de jóvenes asesinados por la dictadura.

El 18 de mayo de 1939, el Caudillo hizo su entrada triunfal en Madrid, cuyas arterias principales estaban engalanadas con los colores rojo y gualda de la bandera y con los símbolos de Falange y los tradicionalistas. Al día siguiente, doscientos mil hombres participaron en el desfile de la victoria que se celebró en el paseo de la Castellana y que fue presidido por Franco, en compañía de su plana mayor y de los oficiales italianos y alemanes que habían colaborado en la llamada Cruzada Nacional. Mientras los aviones de la Legión Cóndor sobrevolaban los tejados de Madrid, el general Varela impuso al Caudillo la condecoración al valor más importante, la Cruz Laureada de San Fernando. La represión del régimen franquista iba a ser implacable con los vencidos. Atrincherado en su nueva vivienda capitalina, el palacio de El Pardo, el Gene- ralísimo rubricó las penas de muerte de miles de prisioneros republicanos. Los más afortunados se pudrieron en las cárceles durante años, y otros fueron condenados a trabajos forzosos para redimir sus penas. Gracias a esa mano de obra gratuita se erigió años después la monumental Cruz de los Caídos, en cuyas entrañas se hallan las sepulturas de Franco y José Antonio Primo de Rivera. El 5 de agosto de 1939, las Trece Rosas Rojas fueron trasladadas al cemen- terio del Este, donde las fusilaron. Horas antes, otros muchachos que también pertenecían a las JSU murieron en el mismo paredón. Juntos habían cantado La Joven Guardia, y juntos se habían juramentado para derrotar a los rebeldes 182 Fernando Cohnen

Desfile de la victoria celebrado en el paseo de la Castellana el 19 de mayo de 1939, tras la entrada triunfal del Caudillo en Madrid. facciosos. Pablo Yagüe, el sindicalista de la Casa del Pueblo y responsable de Abastecimientos de la Junta Delegada de Defensa de Madrid, fue condenado a muerte y fusilado en la misma tapia del camposanto madrileño el 19 de mayo de 1943. Igual que el periodista y ministro de Gobernación Julián Zugazagoitia, que fue asesinado en ese mismo lugar el 9 de noviembre de 1940. El cementerio del Este siguió siendo el escenario de ejecución de los oposi- tores al régimen franquista hasta 1944. Existe un poema de Gil de Biedma que podría servir para describir lo ocurrido en el país tras la derrota de la República y la brutal represión que comenzó en la inmediata posguerra: el final de la república 183

De todas las historias de la Historia la más triste sin duda es la de España, porque termina mal. Como si el hombre, harto ya de luchar con sus demonios, decidiese encargarles el gobierno y la administración de su pobreza.

Estudios recientes revelan que el número total de muertos en la Guerra Civil fue de alrededor de 300.000 en toda España. A esta cifra hay que añadir los cerca de 400.000 españoles que se exiliaron, de los cuales regresaron posteriormente unos 120.000. Una vez finalizada la contienda, alrededor de 200.000 españoles ingresaron en cárceles. Del total de víctimas, unas 35.000 fueron vecinos de Madrid. Cerca de 22.000 fallecieron en combate, y los 13.000 restantes cayeron por la represión que se produjo en las primeras semanas de guerra, por los bombardeos, por las enfermedades y también por los combates que tuvieron lugar en marzo de 1939 entre los casadistas y los que defendían el Gobierno legítimo de Juan Negrín. Tras la derrota de la República, el Círculo de Bellas Artes mostraba todas las heridas acumuladas tras los casi tres años de asedio que sufrió la «capital de la gloria». Los militares de las fuerzas de aviación que lo incautaron lo encontraron sucio y en un estado lamentable. Al igual que ocurrió con otros edificios emblemáticos de la ciudad, el sistema de calefacción del Círculo y sus ascensores habían quedado inutilizados por la escasez de energía eléctrica y de repuestos durante la guerra. Asediada por las tropas rebeldes, sin apenas alimentos y combustibles, la ciudad de Madrid sobrevivió a duras penas. En aquellos durísimos inviernos, mucho más crudos que los actuales, las organiza- ciones políticas y las milicias que ocuparon los despachos y salones del Círculo utilizaron calentadores portátiles para soportar las bajísimas temperaturas.

En su libro El final de la guerra. La última puñalada a la República, Paul Preston incluye una carta que envió Negrín a su amigo el periodista estadounidense Herbert Matthews el 5 de septiembre de 1952, cuatro años antes de morir, en la que le hablaba de unas conversaciones que había mantenido con George Orwell. En ellas, el presidente del Consejo de Ministros reconoció sus errores y los de otros dirigentes republicanos: «Orwell estaba ansioso por preguntar por la po- lítica, tanto interna como externa, del Gobierno que yo dirigía». Negrín habló con Orwell acerca de su política exterior en relación con la Unión Soviética y le comentó los problemas que había tenido con los distintos partidos políticos y sindicatos, así como la manera en que aquellas luchas habían contribuido al 184 Fernando Cohnen final de la República. Pero la derrota, a juicio de Negrín, se debió no tanto a la escasez de armas, sino «a nuestra inmensa incompetencia, a nuestra falta de moral, a las intrigas, envidias y divisiones que corrompieron la retaguardia y, por último, pero no por ello menos importante, a nuestra inmensa cobardía». Este impresionante testimonio, repleto de autocrítica y de reproches di- rectos a gente como el coronel Casado, no tiene desperdicio. Negrín subraya que «cuando digo ‘nuestra’, no me refiero, por supuesto, a los valientes que lucharon hasta la muerte o sobrevivieron a toda suerte de sufrimientos, ni a los pobres y hambrientos civiles. Me refiero a ‘nosotros’, los líderes irresponsables, quienes incapaces de impedir una guerra que no era inevitable, nos rendimos despreciablemente cuando todavía se podía seguir luchando y ganar». Negrín falleció en París en 1956. Está enterrado en el cementerio de Père-Lachaise. El general republicano Vicente Rojo se exilió en Bolivia, donde dirigió una cátedra de Historia Militar y Arte de la Guerra hasta 1945. Tras serle recono- cido su empleo de general del Ejército español se estableció con su familia en Cochabamba, aunque volvió a Madrid en 1957, donde murió en octubre de 1966. En su libro Así fue la defensa de Madrid, Rojo hizo su personal homenaje a los jóvenes que combatieron en aquella guerra fratricida: «Confío en que las futuras generaciones sabrán, sin que nadie se lo explique ni se lo imponga, que hay que descubrirse ante todos los muertos y rezar por todos los muertos de aquella magna guerra española, en la que todos, engañados o no, se batieron abnegadamente». El 21 de abril, la Junta Directiva del Círculo de Bellas Artes acordó nombrar presidente honorario al general Franco, cuya dictadura se iba a prolongar du- rante cuarenta años interminables. Pese a todo, el edificio de Palacios recuperó su espíritu como centro neurálgico de las actividades artísticas y culturales de la capital. Pero el régimen no daba para muchas alegrías en esos apartados es- pecíficos, lo que lastró el funcionamiento de la institución durante la dictadura. Una vez que el régimen franquista colapsó y se inició la transición hacia un régimen democrático pleno, el Círculo de Bellas Artes pareció despertar del letargo, si bien seguía arrastrando una importante deuda económica. Fue a partir de 1995 cuando esta institución comenzó a resolver sus problemas financieros y a recobrar su protagonismo como uno de los principales motores culturales de Madrid, papel que desempeña hoy día con gran brillantez. bibliografía Aróstegui, Julio, y Martínez, Jesús A., La Junta de Defensa de Madrid: noviem- bre 1936-abril 1937, Madrid, Comunidad de Madrid, 1984. Arte protegido: memoria de la Junta del Tesoro Artístico durante la Guerra Civil, catálogo de exposición, Madrid, Instituto de Patrimonio Histórico Español / Museo Nacional del Prado, 2003. Azaña, Manuel, Diarios de guerra, Barcelona, Planeta DeAgostini, 2000. Bahamonde, Ángel, Madrid, 1939: la conjura del coronel Casado, Madrid, Cá- tedra, 2014. Bahamonde, Ángel, y Cervera, Javier, Así terminó la guerra de España, Madrid, Marcial Pons, 2000. Barea, Arturo, La forja de un rebelde, Barcelona, Debate, 2000. Blas Zabaleta, Patricio de, y Blas Martín-Merás, Eva de, Julián Besteiro: vida de un santo laico, Madrid, Algaba, 2002. Borrás, Tomás, Madrid teñido de rojo, Madrid, Sección de Cultura, Gráficas Municipales, 1962. Carrillo, Santiago, Memorias, Barcelona, Planeta, 2006. Casado, Segismundo, Así cayó Madrid, Madrid, Ediciones 99, 1977. Casas de la Vega, Rafael, El terror: Madrid 1936, Madrid, Fénix, 1994. Castells, Andreu, Las Brigadas Internacionales en la guerra de España, Barcelona, Planeta DeAgostini, 2006. Causa General: la dominación roja en España, Madrid, Ministerio de Justicia, 1943. 188 Fernando Cohnen

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Prólogo 11

Capítulo 1 Golpe de Estado y revolución 17

Capítulo 2 Resistencia 55

Capítulo 3 Madrid en llamas 107

Capítulo 4 El final de la República 149

Bibliografía 183