Sobre Crítica Del «Quijote» La Razón Que Nutren La Cultura Y La Reflexión, La Voz De Alonso Quijano
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SOBRE CRÍTICA DEL QUIJOTE Maxime Chevalier Hace varias décadas que deja pendientes la crítica cervantina unas preguntas esenciales. Me refiero a la relación entre Cervantes y el protagonista del Qui• jote, por una parte, y, por otra parte, al concepto en que tenía Cervantes los libros y la cultura libresca. Sobre ambas preguntas quisiera explicarme hoy. La primera pregunta la planteó la edad romántica al afirmar que Cervan• tes mal había entendido la grandeza de su héroe. Tal concepto iba ya en germen en la conocida frase de la Estética hegeliana que define el asunto del Quijote como «oposición cómica entre un mundo ordenado según la razón [...] y un alma aislada», frase decisiva por señalar la pauta de la crítica deci• monónica, según la cual la novela cervantina es el conflicto entre prosaísmo y poesía, realidad e ideal, don Quijote y la sociedad. Al tomar este camino, se orientaban forzosamente los estudiosos a quienes competía la definición del protagonista hacia un elogio de la locura, un elogio de la locura radicalmente distinto del de Erasmo, que es elogio jocoso de la simpleza (stultitia).1 E iban a desembocar fatalmente en el dilema enunciado por Marthe Robert: de dos cosas la una, o bien abona el lector el buen sentido cervantino, hipótesis en la que don Quijote no pasa de ser un loco grotesco; o bien vemos en don Quijote una especie de santo escarnecido, y hemos de confesar que Cervantes no en• tendió su propia creación.2 Dilema finamente cincelado —y dilema inacepta• ble. Cualquier lector de buena fe en seguida advierte que dicho dilema no da cuenta de la realidad. En efecto, el acero del argumento tiene una falla, no tan difícil de detectar como las que encierran las paradojas de los pensadores eleáticos. Esta falla consiste en excluir de la novela la voz de la cordura, no reteniendo de ella más que la voz de la locura. Esta voz de la cordura, esta voz de la razón, suena constantemente en el libro: voz de Sancho, la voz del buen sentido de los humildes e iletrados, pero también, y sobre todo, voz de 1. La boga de don Quijote como loco, que se reclama de Erasmo, más bien suele tener desde hace algunos años los acentos del movimiento antipsiquiátrico de los años sesenta. 2. Roman des origines et origines du roman, Grasset, 1972, pp. 182-183. ACTAS II - ASOCIACIÓN CERVANTISTAS. Maxime CHEVALIER. Sobre crítica del «Quijote» la razón que nutren la cultura y la reflexión, la voz de Alonso Quijano. Mien• tras que don Quijote va disparatando sobre ensueños caballerescos y pastori• les, Alonso Quijano diserta sabiamente sobre literatura y teoría de la literatu• ra, sobre vida de la familia, sobre armas y letras, sobre leyes y usos de la ciudad, sobre guerra y paz. Al portarse de esta forma, Alonso Quijano demuestra ser hijo de su siglo, que es siglo de la razón. «El tema del tiempo de Sócrates —escribe Ortega (recuérdese que, dentro del pensamiento orteguiano, el siglo xvn cae de lleno en el llamado tiempo de Sócrates)— consistía en el intento de desalojar la vida espontánea para suplantarla con la pura razón.»3 El siglo xvn es, en efecto, el siglo que sustituye lo espontáneo por lo racional. Es el siglo en que se hunde el universo de las apariencias celestes sustituido por el universo que rigen las le• yes de la astronomía, el siglo en que se va borrando el mundo de cualidades frente al empuje del mundo que determina la física, el siglo en que proclama Galileo que «la naturaleza está escrita en lenguaje matemático», el siglo que procura medir exactamente el espacio y el tiempo, el siglo que racionaliza el arte de hablar, el arte de escribir y la pedagogía lo mismo que el arte de los jardines o el de las fortificaciones, el siglo que procura imponer a cortesanos y caballeros una autodisciplina creciente, el siglo en que se inicia la regulación de los nacimientos. (No se me diga que España se queda al margen de este movi• miento cultural. Será cierto el hecho más tarde, aún no lo es en la España del Quijote, uno de los estados europeos que más tempranamente ha procurado racionalizar la administración del reino, en especial apelando a la estadística.) En este concierto toca su partitura Alonso Quijano. Con él la razón pe• netra la vida para ordenarla. Alonso Quijano, organizando el espacio privado de la familia (que va cobrando creciente importancia en el siglo XVII), sugiere soluciones razonables a los problemas del matrimonio y de las relaciones en• tre padres e hijos.4 Sin cuestionar el orden de la sociedad ni la forma del gobierno, como tampoco los ha de cuestionar Descartes, propone mejorar las relaciones entre comunidades y entre personas privadas, cuidando de una buena administración de la justicia y apelando a la tolerancia y a la cortesía,5 que son condiciones de la paz cívica y de la convivencia. Admitiendo que el uso impera en los idiomas, defiende tenazmente la norma de la corrección. No se me escapa que los objetivos limitados que se propone el hidalgo (el hidalgo, no el caballero) pueden antojársenos puras emanaciones de un buen sentido ramplón. Tal reacción no sorprende en nuestra época, que, descono• ciendo igualmente la sabiduría antigua y la resignación cristiana, y entusias• mándose fácilmente por unos objetivos irrealistas, ni siquiera consigue enten• der un arte de vivir fundado en la moderación. Verdad que cierta indiscreta cervantolatría ha desprestigiado las sentencias de Alonso Quijano al colmarlas 3. El tema de nuestro tiempo, VI. 4. Sobre matrimonio véase en especial Quijote, II, 22; sobre relaciones entre padres e hijos, Quijote, I, 51 y II, 16. 5. Figura la cortesía entre las virtudes en que consiste la hermosura del alma (Quijote, II, 58). ACTAS II - ASOCIACIÓN CERVANTISTAS. Maxime CHEVALIER. Sobre crítica del «Quijote» de extravagantes alabanzas. Pero no me parece plausible despreciar la filoso• fía serena de Alonso Quijano, y me parece injusto el calificativo de conformis• ta que alguna vez se ha aplicado al personaje. «Un loco maravilloso que reco• bra una triste razón», escribe Carlos Fuentes hablando de don Quijote.6 Per• mítaseme disentir del maestro. Probablemente sea poco amena la razón. Pero seguir sus preceptos no lleva a tantos desastres como dejarse llevar de las ilusiones de la locura. Acaso piensen los admiradores de Ortega que mis alabanzas a Alonso Quijano privilegian con exceso la razón frente a la vida. No lo creo. La corres• pondencia entre Alonso Quijano y don Quijote que procuro definir coincide exactamente con el doble imperativo, cultural y vital, definido por Ortega. Recordemos el famoso esquema de El tema de nuestro tiempo. Al nivel del pensamiento, el imperativo cultural es la verdad, el imperativo vital la sinceri• dad; al nivel de la voluntad, el imperativo cultural es la bondad, el imperativo vital la impetuosidad. ¿No es cierto que corresponden exactamente estas dos columnas con el paralelismo y la oposición que estoy trazando entre Alonso Quijano y don Quijote? Alonso Quijano todo es verdad y bondad; don Quijote todo es sinceridad e impetuosidad. Que sepa yo, nunca trazó tal paralelis• mo el propio Ortega, y tampoco lo dibujaron sus discípulos y admiradores. A pesar de lo cual, obvio me parece que el paralelismo/oposición que estoy trazando entre don Quijote y Alonso Quijano encaja perfectamente en las ca• tegorías orteguianas. Conviene poner en tela de juicio la interpretación romántica del Quijote, porque, al excluir de sus perspectivas a Alonso Quijano el cuerdo, al transfor• mar insidiosamente la novela en elogio de una locura supuestamente creadora, oscurece un libro claro. El texto cervantino ratifica con frecuencia las razones del protagonista y celebra con frecuencia su discreción. Pero, ¿de qué protago• nista se trata? Porque, al estudiar el Quijote, una de las preguntas predilectas de la crítica moderna —¿quién habla?— se ha de acompañar de otra pregunta gemela, no menos esencial que la primera: ¿de quién se trata? De no advertir• lo, nos encaminamos forzosamente hacia unos callejones sin salida y unas pe• nosas contorsiones críticas. No aduciré más que un ejemplo en confirmación de lo dicho: tan buen ingenio como Gérard Genette, constatando que en más de una ocasión manifiesta Cervantes su conformidad con los pareceres del protagonista, llega a hablar del «cariño» del escritor por don Quijote,7 lo cual no deja de sorprender bajo la pluma del autor de Figures. La realidad es más sencilla. Cervantes está de acuerdo con Alonso Quijano. La crítica romántica, empezando por la propia Estética hegeliana, ha falseado, mutilado y empobre• cido el libro. Será tiempo, cuando ya vamos pisando los umbrales del siglo xxi, renunciar a admitir como si fuera dogma uno de los caprichos del siglo xrx. * * * 6. Cervantes o la crítica de la lectura, México, 1976, p. 81. 7. Palimpsestes, Seuil, 1982, p. 169. ACTAS II - ASOCIACIÓN CERVANTISTAS. Maxime CHEVALIER. Sobre crítica del «Quijote» Concepto muy distinto de la novela formó el siglo xvti. Leyó el Quijote como obra paródica, por una parte, como crítica de los Amadises, por otra parte. Para entender más adecuadamente estas reacciones, hemos de recordar lo que fuera la novela para un contemporáneo de Cervantes. Es forma litera• ria de contornos mal definidos, pero que suele ensalzar la pasión amorosa y la hazaña bélica. Su acción se sitúa en un pasado incierto (o fuera del tiem• po) y dentro de un espacio nebuloso, tiempo y espacio en los que espontánea• mente caben la pura hazaña y el amor ideal. Es heredera legítima de la nove• la arturiana. La misma pauta van siguiendo los Amadises, las Dianas, La As- trea, e irán siguiendo las novelas heroicas de la edad barroca.