2012-Coloquios
Total Page:16
File Type:pdf, Size:1020Kb
Ponencias presentadas en los XIX COLOQUIOS HISTÓRICO-CULTURALES DEL CAMPO ARAÑUELO «Memoria del agua. El impacto del embalse de Valdecañas» Celebrados en la Sala de Exposiciones de la Fundación Concha Navalmoral de la Mata a partir del 12 de Noviembre de 2012 3 XIX Coloquios Históricos - Culturales Título: XIX Coloquios Histórico-Culturales del Campo Arañuelo «Memoria del agua. El impacto del embalse de Valdecañas» Edita: Excmo. Ayuntamiento de Navalmoral de la Mata (Cáceres) Corrección y Dirección de la obra: Domingo Quijada González Diseño y Maquetación: Marián Pérez Valverde - Grupo Aralama C/ Veteranos, 3 - Tel. 927 53 35 86 10300 Navalmoral de la Mata (Cáceres) I.S.B.N.:xxx Depósito Legal: xxx 4 Antonio González Cordero y Enrique Cerrillo La influencia de Roma en Extremadura por José María Álvarez Martínez Fuera de concurso 5 XIX Coloquios Históricos - Culturales 6 Prólogo Extremadura y la Romanización La presencia romana en la Hispania Ulterior y dentro de ese extenso marco territorial en una región montaraz, poblada de belicosos habitantes y prácticamente ignota a la que denominaban de manera general Lusitania, comenzó a tomar carta de naturaleza al comienzo de las guerras lusitanas (ALMAGRO, 2005, 17 ss.). Los lusitanos, el pueblo principal de este área geográfica, se extendía hasta el Océano desde el Duero y el Tajo, en los límites de Extremadura por el Oeste y Norte; vivían de acuerdo con su manera tradicional y sólo daban muestras de su existencia en efímeras «razzias» que llevaban a cabo contra las tierras del Sur (PÉREZ, 2000, passim). Los túrdulos, ubicados al Sur del Ana, en contacto con la nueva potencia dominadora, no iban a ofrecer problemas de consideración; sólo permanecerían atentos a posibles acciones provocadas por sus revoltosos vecinos del Norte. Otro tanto podríamos decir de los grupos de raigambre celta establecidos en la Beturia occidental (GARCÍA IGLESIAS, 1.971, 104-108; CANTO, 1997; BERROCAL, 1998). Por fin, los vettones, asentados en la Meseta y en la provincia de Cáceres, quizá hasta Mérida, se ocupaban de llevar un modo de vida que a nadie molestaba y sólo en ciertas ocasiones, aliados con los lusitanos, ofrecieron problemas (SÁNCHEZ, 2000; SALINAS, 2001, passim;) La rebelión de los lusitanos (Str. III, 3, 6; Diod. Sic. V, 33-38; Liv.XXXV, 1 y XXXVII, 57; App. Iber, passim) (SIMON, 1962, passim; GUNDEL, 1968, 175 ss.; VEIGA, 1969), como decíamos, va a provocar la efectiva presencia romana en nuestra zona y así entre los años 155 y 138 a. C. el territorio se verá atravesado una y otra vez por los ejércitos itálicos. La acción concluiría con la derrota del caudillo Tautalos o Tautamos, sucesor de Viriato (PASTOR, 2000), y con la deportación en masa de los lusitanos y su asentamiento en Valentia, Valencia del Cid a lo que parece, aunque otros como Blanco (1.977, 21-22) sospecharon que su reducción pudiera corresponder a la cacereña Valencia de Alcántara. Lo que aquí encuentran los romanos, en líneas generales, son asentamientos que, en muchos casos, ni siquiera merecen el nombre de ciudades, fuertemente fortificados, junto a pasos naturales, que surgen entre los siglos IV y II a.C. (FERNÁNDEZ, 1.988, 264). Con todo, en algunos se atisba ya una cierta estructura urbana, aunque todavía, merced a lo poco avanzado del proceso de investigación, poco conocida. No eran, por tanto, ciudades en el más amplio sentido de la palabra, aunque alguno de los establecimientos pudo capitalizar un territorio bien definido1. De este período, también, la afortunada aparición de un documento epigráfico, la deditio de Alcántara, nos ilustra acerca de cómo uno de esos pueblos, el de los seanos, establecido en aquella región tan considerable para el erario público romano, se las vio con el ejército de L. Caesius con el 7 XIX Coloquios Históricos - Culturales que tuvo que pactar unas condiciones de paz especificadas en el referido epígrafe (LÓPEZ et alii, 1984, 265-323). Sería uno de los varios casos que por entonces se dieron en la zona por donde pasarían una y otra vez las fuerzas romanas. Mejor informados estamos de lo que tuvo lugar cuando nuestro territorio se convierte igualmente en escenario de las luchas civiles que se suceden en Roma durante largo tiempo. Es el momento de la llegada del procónsul Q. Caecilius Metellus Pius que viene a combatir a Sertorio. Para controlar el espacio, procedió a establecer una serie de enclaves, los propugnacula imperii, entre los que se encuentran Metellinum (80-79 a.C.), en la línea del Guadiana y en el paso de una importante calzada que unía las zonas meridional y oriental de la Península con la Beira y que más tarde se convertiría en colonia (HABA, 1998) y Castra Caecilia, junto a Cáceres (SAYAS, 1983, 235 ss.; ULBERT, 1984), por citar los más señalados. La política de los enclaves es continuada posteriormente en época de César. Es entonces cuando se produce la fundación de Norba Caesarina, entre los años 36 y 34 a.C., obra del procónsul C. Norbanus Flaccus, y a la que se añaden, en un claro caso de sinecismo, solución frecuente en la organización romana del territorio, las entidades de Castra Caecilia y Castra Servilia ( SAYAS , 1985, 61 ss. ; SALAS, 1996, 59-78). Como expresa Blanco (1.977, 22-23) en estas fundaciones queda patente el estilo de época republicana: veteranos y auxiliares en posesión de ciudadanía romana forman la guarnición permanente de estos centros que dominan las vías terrestres y fluviales. Las poblaciones indígenas se vieron obligadas a bajar al llano desde sus castella y se van romanizando poco a poco en contacto con los colonos, quienes a su vez se identifican con ellos cada vez más. Este proceso concluye con la fundación de la colonia Augusta Emerita en el año 25 a.C., a raíz del final de una de las fases, no la definitiva, de las guerras cántabras, y debido a la necesidad de ejercer un mejor control de la vía que unía las tierras del Sur con las todavía conflictivas del Norte y Noroeste (ÁLVAREZ SÁENZ DE BURUAGA, 1.976,19- 28; ÁLVAREZ, 1981, 38 ss.; CANTO, 1989, 149 ss.; SAQUETE, 1997, 23 ss.). El centro de atención, fijado en la línea Metellinum-Castra Caecilia, vital en la guerra sertoriana, se desplaza ahora al eje Emerita-Norba Caesarina. Poco a poco, el territorio va a ir transformándose de acuerdo con la nueva realidad y así se produce el caso del abandono de ciertos asentamientos prerromanos, el de la transformación de otros en conjuntos urbanos, como señala el ejemplo de «Cogolludo» que pasa a ser Lacimurga Constantia Iulia, o los de Mirobriga, Capera, Caurium, Augustobriga, Turgalium, Nertobriga, Regina, Municipium Iulium... Al tiempo que se iba perfilando el fenómeno ciudadano, comenzaron a surgir en los nuevos territoria establecimientos rurales de carácter minero y agrícola fundamentalmente. Con este proceso de absorción de los asentamientos prerromanos, culminado definitivamente, a lo que parece, en época flavia, y cuya ubicación no encajaba en la nueva concepción del territorio, comienza una nueva etapa de reestructuración del espacio, pero al tiempo, como ponen de manifiesto diversos documentos arqueológicos, mostrando una cierta permisividad en las tradicionales creencias de los naturales, cuyas deidades se respetan e incluso se asimilan a las oficiales romanas y en ciertas formas de su cotidiano vivir. 8 La fundación de la colonia Augusta Emerita supuso, como adelantábamos, el comienzo de la organización sistemática del territorio en la Lusitania extremeña. Se constituyó la nueva población en el perfecto intermediario entre la oficialidad romana y el medio indígena, con la asunción de un papel preeminente muy claro en la jerarquización del territorio (LE ROUX, 1999, 263 ss. y 2004, 17 ss.; GORGES- RODRÍGUEZ, 2000, 101 ss. y 2005, 93 ss.) y en encrucijada de caminos del Suroeste peninsular. Con este sistema de comunicaciones que confluían en Augusta Emerita, se organizó el territorio colonial, sin cuya consideración mal podríamos comprender el devenir de la propia ciudad augustana. En toda el área territorial emeritense, las huellas del asentamiento rural romano son continuas y las uillae muestran una entidad bien considerable, sobre todo las que se emplazaron cerca de Emerita2 (CERRILLO, 1984). La colonia Augusta Emerita, por tanto, con su posición estratégica y su extenso territorio, favorecida por la administración romana que deseó desde un primer momento proyectar su imagen oficial en la nueva colonia (speculum populi romani), fue cobrando cada vez más importancia. Se construyeron nuevas áreas urbanas y se desarrollaron otras que vinieron a completar un excepcional conjunto urbano, dentro de un perímetro, eso sí, fijado desde el principio (ÁLVAREZ, 1981, 204 ss.; MATEOS, 2001,183 ss.). En los proyectos urbanos se tuvo siempre presente el recuerdo de la casa imperial y el de su fundador, Augusto, quienes ocuparon espacios significativos en las áreas centrales de la colonia (ÁLVAREZ, 2005, 132 ss.). A ella acudieron gentes procedentes de diversos lugares, de Lusitania, de otras provincias hispanas y de distintas zonas del Mediterráneo: Galia, Italia y el área grecoparlante fundamentalmente (FORNI, 1.982, 69 ss.; SAQUETE, 2005, 373 ss.), quienes desarrollaron una inusitada actividad como denota el amplio corpus epigráfico emeritense: funcionarios, militares, banqueros, joyeros, médicos, industriales, comerciantes, etc. El período julio-claudio y el advenimiento de la dinastía flavia marcan un momento de gran importancia en el devenir de nuestras tierras. Será la ocasión en que vean transformada su faz con el desarrollo de proyectos oficiales marcados por el interés de Roma de potenciar aquí su imagen y la de sus emperadores que empiezan a recibir culto de manera oficial (se atestiguan ciertas manifestaciones de consideración en el período augusteo) a partir del reinado de Tiberio. Esta reactivación impulsada por la oficialidad romana tuvo un paralelo claro en la iniciativa particular que, al amparo del desarrollo económico, construyó sus moradas con un lujo y una magnificencia que en nada tenían que envidiar a sus congéneres de las zonas más privilegiadas del Imperio (ALBA, 2004, 67 ss.).