Revista de Estudios Sociales

73 | 01 julio 2020 Violencia en América Latina hoy

Edición electrónica URL: https://journals.openedition.org/revestudsoc/47847 ISSN: 1900-5180

Editor Universidad de los Andes

Edición impresa Fecha de publicación: 1 julio 2020 ISSN: 0123-885X

Referencia electrónica Revista de Estudios Sociales, 73 | 01 julio 2020, «Violencia en América Latina hoy» [En línea], Publicado el 19 junio 2020, consultado el 04 mayo 2021. URL: https://journals.openedition.org/revestudsoc/ 47847

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ÍNDICE

Dossier

Violencia en América Latina hoy: manifestaciones e impactos Angelika Rettberg

Untangling Violent Legacies: Contemporary Organized Violence in Latin America and the Narrative of the “Failed Transition” Victoria M. S. Santos

Glass Half Full? The Peril and Potential of Highly Organized Violence Adrian Bergmann

Jóvenes mexicanos: violencias estructurales y criminalización Maritza Urteaga Castro-Pozo y Hugo César Moreno Hernández

Letalidade policial e respaldo institucional: perfil e processamento dos casos de “resistência seguida de morte” na cidade de São Paulo Rafael Godoi, Carolina Christoph Grillo, Juliana Tonche, Fábio Mallart, Bruna Ramachiotti y Paula Pagliari de Braud

“Si realmente ustedes quieren pegarle, no nos llamen, llámenos después que le pegaron y váyanse”. Justicia por mano propia en Ciudad de México Elisa Godínez Pérez

El cuerpo de los condenados. Cárcel y violencia en América Latina Libardo José Ariza y Fernando León Tamayo Arboleda

La política de seguridad en : la construcción del enemigo y sus efectos en la violencia y el orden social Viviana García Pinzón y Erika J. Rojas Ospina

Managing Suffering in War-Affected Pluricultural Contexts: Reflections on the Assistance to Victims in Colombia Angélica Franco Gamboa y Laura Franco Cian

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Dossier

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Violencia en América Latina hoy: manifestaciones e impactos Violence in Latin America Today: Varieties and Impacts Violência na América Latina hoje: manifestações e impactos

Angelika Rettberg

NOTA DEL EDITOR

Recibido: 20 de abril de 2020 Aceptado: 2 de mayo de 2020 Modificado: 7 de mayo de 2020 https://doi.org/10.7440/res73.2020.01

NOTA DEL AUTOR

Agradezco la valiosa asistencia de Sofía Parada y de Jana Speidel en la elaboración de este artículo. Gracias a Carlo Nasi y a Juan Diego Prieto por sus comentarios a un primer borrador de este texto. Agradezco también la confianza del equipo editorial de la RES por encargarme la convocatoria de este número especial.

Introducción

1 A la hora de publicar este número especial, la salud pública domina la agenda global y la de América Latina. Sin embargo, a pesar de que la virulencia del COVID-19 parece haber subyugado cualquier otro tema, no conviene perder la perspectiva de otros problemas que afectan al mundo y a la región.

2 Este número especial aporta elementos para pensar un problema histórico de la región latinoamericana, que precede la pandemia y que podrá verse agravado cuando esta pase: la violencia en sus múltiples manifestaciones. Como lo muestra la figura 1, con

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una tasa promedio de 17,2 homicidios anuales por cada 100.000 habitantes, las Américas son la región más violenta del mundo. Para América Latina y el Caribe, el promedio de los últimos diez años disponibles (2007-2017) es una tasa aún mayor, de 21,6, situación que se ve agravada en América Central y Suramérica, con tasas de 25,9 y 24,2, respectivamente (UNODC 2019a). En 2017, la tasa promedio para América Latina fue 19,5. Según cálculos de Muggah y Aguirre Tobón (2018, 3), más de tres millones de personas fueron asesinadas entre 2000 y 2018. Países como El Salvador (62,1), Venezuela (56,8), Honduras (41,7) y Brasil (30,5), y ciudades como Tegucigalpa, San Pedro Sula, Cali y Caracas, se destacan por su elevado nivel de homicidios (UNODC 2019a).

Figura 1. Tasas de homicidios (víctimas de homicidios intencionales por cada 100.000 habitantes) por región, 2017

3 Nota: para África se usó la tasa de homicidio del último año disponible (2015). Fuente: elaboración propia a partir de datos de UNODC (2019a).

4 No sólo se trata de la región más violenta, sino que, mientras que la tasa ha descendido en todas las demás regiones del mundo, América Latina es la única región donde la tasa ha ido en aumento desde los años noventa. A lo largo de la década entre 2006 y 2016, la tasa regional latinoamericana ha aumentado 3,7% al año, tasa que triplica la de crecimiento poblacional, que fue de 1,1% (Muggah y Aguirre Tobón 2018). La situación de la región contrasta con la tasa mundial de alrededor de 6, que se ha mantenido constante a través del tiempo. En ese sentido, la tasa regional de homicidios latinoamericana es más de tres veces el promedio global. A pesar de que Latinoamérica tiene el 8% de la población mundial, presenta el 33,2% de los homicidios del mundo (UNODC 2019a).

5 El objetivo de este número especial es describir cómo se ve y se vive la violencia en América Latina hoy. El número busca contribuir a una reflexión más amplia sobre

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¿cuáles son sus principales manifestaciones?, ¿qué las causa? y ¿qué impactos acarrean en diferentes grupos sociales, en las economías de los países, en la convivencia ciudadana y en las instituciones? ¿Cómo inciden en la violencia de Latinoamérica la cultura, las políticas públicas y los mercados lícitos e ilícitos? En la selección de las contribuciones a este número se privilegiaron estudios comparados entre países o regiones del subcontinente, así como estudios con distintas orientaciones metodológicas y disciplinares, con cobertura amplia y con profundidad histórica.

6 En las siguientes secciones se brindará un panorama de las formas, los protagonistas y los impactos de la violencia en América Latina, en el contexto global. Luego, se presentarán brevemente los trabajos incluidos en el número, para relacionarlos con este contexto. Este documento finaliza con una breve discusión de la actual crisis de salud pública respecto a algunos de los indicadores y fenómenos que componen este número especial. El propósito de este número es brindar un contexto y un balance, así como identificar cuáles son los hechos más notorios que académicos y gobernantes deberán tomar en cuenta en el estudio de los fenómenos y en la elaboración de políticas públicas.

Las formas de la violencia

7 Aunque la magnitud de la violencia homicida de América Latina se destaca a nivel global, y es sobre estos hechos que existen mejores datos, y más comparables, la violencia latinoamericana es heterogénea. Abarca fenómenos como los conflictos armados que han azotado a países como Colombia, El Salvador, Guatemala y Perú; las guerras entre carteles de las drogas ilícitas en la región Andina y en Centroamérica; otras manifestaciones de crimen organizado y violencia organizada que se expanden por toda la región; la delincuencia común, la violencia sexual, la violencia intrafamiliar, el pandillismo, las desapariciones, la justicia por mano propia, la represión de líderes de Derechos Humanos y los conflictos ambientales. Cada uno de estos fenómenos ha dejado huellas materiales, emocionales e institucionales que han sido estudiadas por los autores que contribuyen a este número. A continuación, se resumen algunas de las manifestaciones y los rasgos más visibles de la violencia latinoamericana.

8 Varios conflictos armados, marcados por el enfrentamiento entre organizaciones guerrilleras y los respectivos estados, han afectado a América Latina en las últimas décadas. El conflicto de El Salvador (1979-1992) dejó aproximadamente 70.000 víctimas mortales (“Radiografía de El Salvador” 2004). Colombia vio el fin del conflicto armado con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en 2016, pero sigue activo el conflicto con el Ejército de Liberación Nacional (ELN) (Rettberg 2019). Según datos del Centro de Memoria Histórica, alrededor de 200.000 personas han muerto en el curso del conflicto colombiano, a lo que se suman millones de desplazados forzados y miles de secuestrados y desaparecidos (CNMH 2013). El conflicto armado en Guatemala duró de 1960 a 1996 y cobró alrededor de 200.000 vidas, en su mayoría indígenas (De Pablo y Zurita 2013). Según la Comisión de Verdad y Reconciliación peruana (CVR 2003), el conflicto de ese país duró de 1980 a 2000 y dejó alrededor de 70.000 víctimas mortales. La revolución en Nicaragua se prolongó de 1978 a 1990 y ocasionó un estimado de 65.000 muertes (Lacina y Gleditsch 2005). Si bien en los años noventa quedaban seis conflictos activos en la región, hoy sólo queda uno activo en Colombia (Pettersson y Wallensteen 2015).

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9 A pesar de la alta incidencia y letalidad de conflictos armados en la región, que tienden a desarrollarse en contextos rurales, la mayoría de las muertes en América Latina se ha producido en contextos urbanos, marcados por el crimen organizado en torno a economías ilícitas e informales (Arias 2017; Durán Martínez 2018; Goldstein 2016; Hilgers y Macdonald 2017; Moncada 2016; UNODC 2012). Según la Oficina de las Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito (UNODC, por su sigla en inglés), América Latina es la región que aporta la mayor proporción de drogas como cocaína y marihuana al mercado global (medido por confiscaciones, UNODC 2020). Los países involucrados van desde México hasta Argentina (Trejo y Ley 2019; Tokatlian 2017). Las organizaciones criminales que lideran estos negocios ilícitos construyen órdenes sociales y lo que algunos autores han denominado una “gobernanza criminal” (Ley y Vázquez del Mercado 2020; Trejo y Ley 2019), caracterizada por sus métodos violentos.1 Beittel (2015), por ejemplo, calcula que en México, país en el que se ha afianzado el narcotráfico en los últimos años, la guerra entre carteles ha causado alrededor de 150.000 muertes.

10 Las elevadas tasas de homicidio de muchas ciudades latinoamericanas reflejan esta realidad. La figura 2 muestra que el 52% de las ciudades con una población superior a los 250.000 habitantes registra tasas de homicidio por encima del promedio regional (21,5 por cada 100.000) (Muggah y Aguirre Tobón 2018, 5).

Figura 2. Distribución de homicidios por número de ciudades en Latinoamérica, 2016

11 Nota: la línea punteada muestra el promedio latinoamericano. Datos para 2016 o del último año disponible. Fuente: Muggah y Aguirre Tobón (2018), con datos del Monitor de Homicidios del Instituto Igarapé.

12 El crimen organizado es un fenómeno en el que los hombres desempeñan roles más activos. Por consiguiente, son estos los que más mueren, en comparación con las

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mujeres (ver la figura 3). Además, la violencia latinoamericana cobra la vida, principalmente, de los jóvenes. En efecto, la mitad de las víctimas de asesinato en Latinoamérica tiene entre 15 y 29 años (ver la figura 4) (Muggah y Aguirre Tobón 2018; UNODC 2019c). Según Zuluaga Gordillo, Sánchez Torres y Chegwin Dugand, “la violencia es la principal causa de muerte entre los jóvenes latinoamericanos” (2018, 4). La región tiene los cinco países con las tasas de homicidio juvenil más altas del mundo, lo que “crea círculos viciosos y barreras para la movilidad y ascensión social” (Zuluaga Gordillo, Sánchez Torres y Chegwin Dugand 2018, 4). Las pandillas (o maras) constituyen un cordón de transmisión clave entre la violencia urbana y las muertes de jóvenes. Santacruz Giralt y Concha-Eastman (2001) y Jütersonke, Muggah y Rodgers (2009) estudiaron este fenómeno en El Salvador, donde la edad promedio de los jóvenes vinculados a las pandillas es de 20 años, y la edad promedio de entrada es de 15 años. En Nicaragua, los miembros de las pandillas tienen entre 7 y 23 años, y en Guatemala y Honduras, el rango de edades varía entre 12 y 30 años (Zuluaga Gordillo, Sánchez Torres y Chegwin Dugand 2018).

Figura 3. Tasa de homicidios por región y sexo, 2017

13 Nota: cantidad de homicidios intencionales por cada 100.000 habitantes. Fuente: elaboración propia a partir de datos de UNODC (2019a).

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Figura 4. Proporción de jóvenes en homicidios en América Latina y el Caribe

14 Nota: promedio 2005-2017. Fuente: elaboración propia a partir de datos de UNODC (2019c).

15 Como lo muestra la figura 5, en las Américas prevalecen las armas de fuego como instrumento para los homicidios. Esto demuestra, de nuevo, las capacidades y técnicas del crimen organizado, así como, probablemente, los legados de las armas puestas en circulación durante los conflictos armados.

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Figura 5. Proporción de homicidios, según instrumento

16 Nota: datos para 2016, o del último año disponible. Fuente: Muggah y Aguirre Tobón (2018), con datos del Monitor de Homicidios del Instituto Igarapé.

17 Si bien mueren violentamente menos mujeres que hombres, el feminicidio es un fenómeno que recibe creciente atención en los países de América Latina (ver la figura 6). Además, las mujeres son las más recurrentes víctimas de la violencia sexual, perpetrada, en un tercio de los casos, por sus parejas íntimas (UNODC 2019b). Por ejemplo, en 2017, según Bott et al. (2019), 30% de las mujeres peruanas reportaron haber sido víctimas de violencia por parte de sus parejas íntimas. Perú es el país en el que esta cifra es más alta, junto con Colombia (ver las figuras 7A y 7B). La violencia sexual muchas veces se dirige también contra la población LGBTI (CIDH 2014).

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Figura 6. Violencia de género, en números absolutos y en tasas, por cada 100.000 mujeres

18 Nota: tasas de feminicidio o femicidio, último año disponible (datos de 2016, 2017, 2018 y 2019). Fuente: OIG-CEPAL (2020) y Ruiz y Garrido (2018).

Figura 7A. Porcentaje de mujeres que reportaron violencia física por parte de sus parejas íntimas, por país

19 Nota: mujeres que reportan haber sido víctimas alguna vez en su vida. Fuente: Bott et al. 2019.

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Figura 7B. Porcentaje de mujeres que reportaron violencia sexual por parte de sus parejas íntimas, por país

20 Nota: mujeres que reportan haber sido víctimas alguna vez en su vida. Fuente: Bott et al. 2019.

21 Por otro lado, la violencia latinoamericana tiene rasgos sobresalientes como el secuestro (ver la figura 8). Llama la atención la situación de México, que se destaca de los demás países en cuanto a la incidencia de este fenómeno, mientras que en países como Colombia y Perú, donde el fenómeno era rampante en el contexto de los respectivos conflictos armados, ha ido en descenso (UNODC 2018).

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Figura 8. Tasa de secuestros por cada 100.000 habitantes para Latinoamérica

22 Nota: se seleccionaron los países con promedios más altos. Fuente: elaboración propia a partir de datos de UNODC (2019a).

23 Más allá de delitos graves, como los homicidios y los secuestros, la victimización (entendida como afirmar que se ha sido víctima de un delito en el último año; LAPOP 2008) puede ser alta en muchos países (ver la figura 9). Según Díaz y Meller, basados en el Barómetro de las Américas, “países considerados como seguros, presentan problemáticas de delitos menos violentos, pero de alto impacto social” (2012, 29), como Panamá o Paraguay.

Figura 9. Victimización y homicidios en América Latina (comparación entre número absoluto de homicidios y tasa de homicidios, 2016 o 2017)

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24 Nota: datos de 2016 o 2017, según disponibilidad. Fuente: elaboración propia a partir de datos de UNODC (2019).

25 Notablemente, la incidencia de violencia no se compadece con la percepción de gravedad de la violencia en el entorno. Así, países donde los homicidios son más frecuentes (como Venezuela y los países centroamericanos) no son los países donde la gente se siente más insegura (como Argentina, Chile y Uruguay) (Muggah y Aguirre Tobón 2018, 33), lo que sugiere una disyuntiva entre el crimen reportado y el percibido. Según datos de Latinobarómetro (ver las figuras 10A y 10B), los países donde un mayor porcentaje de la población reporta haber sido (o alguien en su familia) asaltado, agredido o víctima de un delito en los últimos doce meses son Venezuela (48%), México (41%), República Dominicana (41%) y Argentina (41%). El país donde un mayor porcentaje dice no tener temor de ser víctima del delito es Honduras (28%), y el país donde un menor porcentaje reporta no tener temor es Chile (7%). De manera notable, estos resultados son exactamente inversos al número de delitos y homicidios de cada país (Corporación Latinobarómetro 2018, 56).

Figura 10A. Temor a ser víctima de un delito en Latinoamérica

26 Nota: respuestas a la pregunta ¿cuán frecuentemente se preocupa usted de que pueda llegar a ser víctima de un delito con violencia? Fuente: Corporación Latinobarómetro (2018).

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Figura 10B. Temor bajo a ser víctima de un delito en Latinoamérica, 2018

27 Nota: porcentaje de respuesta “Nunca” a la pregunta ¿cuán frecuentemente se preocupa usted de que pueda llegar a ser víctima de un delito con violencia? Fuente: Corporacón Latinobarómetro (2018).

28 Otro de los fenómenos donde se destaca América Latina son los linchamientos y las múltiples manifestaciones de justicia por mano propia. A pesar de la falta de datos sistemáticos y el probable subreporte u ocultamiento en datos no contextualizados de homicidios, la literatura académica ha señalado que los países con la incidencia históricamente más alta de linchamientos son Brasil (país con el mayor número de linchamientos en la región y en el mundo), Bolivia, Guatemala, Venezuela y, recientemente, México (Guillén 2012), donde en 2018 se registraron 174 casos, lo que representó un aumento de 190% (Vilas 2001 y 2005).

29 Por último, América Latina es la región con el número más alto de conflictos ambientales, definidos como movilizaciones y reivindicaciones de comunidades locales y movimientos sociales, que pueden contar con el apoyo de redes nacionales o internacionales, dirigidas contra determinadas actividades económicas, la construcción de infraestructuras o la eliminación de desechos/contaminación donde los impactos ambientales son un elemento clave. En parte, este elevado número se relaciona con el aumento, a lo largo de la última década, de las operaciones extractivas en la región, como se aprecia en la figura 11 (Andrews et al. 2017; Bebbington et al. 2018).

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Figura 11. Comparación de actividad minera y número de conflictos, 2002-2013

Fuente: Andrews et al. (2017).

30 Según el Atlas de Justicia Ambiental (EJAtlas [2020], por su sigla en inglés), en Latinoamérica se concentran cuatro de los diez conflictos ambientales más violentos del mundo (en Brasil, Honduras y Guatemala). Más específicamente, Latinoamérica es la región con mayor concentración de conflictos ambientales relacionados con extracción de minerales y materiales de construcción en la última década, con el 48% de los casos registrados a nivel mundial, y 49,5% de los casos mundiales en el último siglo. El mapa 1 muestra la ubicación de los conflictos por minerales y materiales de construcción a nivel mundial. El mapa 2 muestra que las regiones con la mayoría de los conflictos ambientales coinciden con las regiones de mayor actividad minera.

Mapa 1. Conflictos ambientales relacionados con extracción de minerales y materiales de construcción, 2010-2020

31 Nota: cada punto negro equivale a un conflicto. Fuente: Temper, del Bene y Martinez-Alier (2015). Ver www.ejatlas.org

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Mapa 2. Número de conflictos mineros por país en América Latina, 2018

Fuente: Bárcena (2018).

32 Los conflictos ambientales pueden estar íntimamente vinculados con el crimen organizado. Según Farah y Babineau (2019), el oro extraído ilegalmente en toda América Latina no sólo genera efectos ambientales devastadores, sino que se constituye como un producto básico de los grupos regionales de crimen organizado transnacional, como fuente de ingresos (para 2010 o 2011, el producto de la extracción ilegal de oro ya había superado al del narcotráfico) y como vehículo para el lavado de activos. En ese sentido, resaltan los casos de Brasil, Perú, Bolivia y Colombia (Rettberg y Ortiz-Riomalo 2016).

33 Dada la alta conflictividad ambiental, América Latina es también uno de los lugares más peligrosos para líderes y defensores ambientales. Según datos de la organización Global Witness (2019), en Latinoamérica se concentra la mayor cantidad de asesinatos de defensores ambientales del mundo. Se destaca la Amazonia, en la que Brasil (donde han sido asesinados 145 defensores ambientales desde 2015) y Colombia son los países con más asesinatos registrados; aunque Honduras tiene el mayor número de asesinatos per cápita. Las actividades económicas con la mayor cantidad asociada de presuntas muertes son aquellas relacionadas con la agroindustria y la minería, lo cual plantea también una relación problemática entre la violencia y la deforestación.

34 Más allá del medio ambiente, América Latina es una región donde, en general, los defensores de Derechos Humanos enfrentan múltiples amenazas (Front Line Defenders 2020), como lo muestran las figuras 12A y 12B.

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Figura 12A. Asesinato de defensores de Derechos Humanos por región, 2019

Fuente: Front Line Defenders (2020), de reportes al Memorial Internacional de Defensores de Derechos Humanos.

Figura 12B. Asesinato de defensores de Derechos Humanos en Latinoamérica por país, 2019

Fuente: Front Line Defenders (2020), de reportes al Memorial Internacional de Defensores de Derechos Humanos.

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El impacto y los costos de la violencia

35 Además del costo en vidas humanas truncadas, algunos académicos han calculado los costos materiales de la violencia. Como permite apreciar la figura 13, los costos como porcentaje del PIB2 estimados pueden llegar a más del 6% en los casos de El Salvador y Honduras, 3% en Colombia y cerca de 2% en el caso de México (Jaitman et al. 2017).

Figura 13. Costos relacionados con el crimen como porcentaje del PIB, por países, en América Latina y Centroamérica, 2014

Fuente: Jaitman et al. (2017).

36 Estos datos contrastan, de nuevo, con los datos internacionales. Como se aprecia en la figura 14, el promedio de costos del crimen en América Latina es del 3,55, mientras que en Estados Unidos es de 2,75 y en Alemania es de 1,34.

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Figura 14. Costos del crimen (comparación internacional)

37 Nota: datos correspondientes a 2014 o al año disponible más reciente. Fuente: Jaitman et al. (2017).

38 Estos datos sugieren la enorme carga económica que representa la violencia para el subcontinente. A fin de hacer aún más visibles estos costos, Jaitman et al. (2017) encuentran que un aumento del PIB reduce la tasa de homicidios (un aumento del 1% del PIB está correlacionado con 0,24% menos homicidios por cada 100.000 habitantes). Encuentran, además, que el aumento de 1% del desempleo juvenil está conectado con un aumento de homicidios de 0,34% por cada 100.000 habitantes. Inversamente, existe una correlación entre el desempleo juvenil y la vinculación de los hombres jóvenes a pandillas (Zuluaga Gordillo Sánchez Torres y Chegwin Dugand 2018). Por último, un aumento en las tasas de embarazo adolescente es asociado con un aumento del 0,5% de la tasa de homicidios. Como resultado, los países latinoamericanos han diseñado estrategias de prevención y reducción de la violencia juvenil que buscan desincentivar la violencia a través de la creación de empleo y oportunidades económicas (Zuluaga Gordillo Sánchez Torres y Chegwin Dugand 2018, 2).

La respuesta institucional

39 El impacto de las múltiples violencias latinoamericanas no es sólo económico, sino también institucional y social. Es notable, por ejemplo, la considerable desconfianza que expresan los ciudadanos de los países latinoamericanos hacia las instituciones formales (ver la tabla 1), desconfianza que expresan también hacia sus conciudadanos (LAPOP 2008).

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Tabla 1. Confianza en instituciones en América Latina (%)

Fuente: Corporación Latinobarómetro (2016), citado en Muggah y Aguirre 2018.

40 Butt et al. (2019) atribuyen esa desconfianza a los elevados niveles de impunidad (el reducido número de investigaciones y de condenas), a la debilidad del Estado de derecho para brindar justicia y servicios, y a la corrupción rampante. En efecto, según datos de la ONU, las Américas son la región del mundo con el menor porcentaje de casos de homicidios aclarados por la policía (43%, en contraste con Europa —92%— y Asia —72%—; UNODC 2019a). En el mismo sentido, a pesar de que los homicidios en la región han ido en aumento, el porcentaje de personas convictas por estos casos se ha mantenido constante, sugiriendo un deterioro en la capacidad judicial (ver las figuras 15 y 16).

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Figura 15. Porcentaje de homicidios aclarados por la policía por región, 2016

41 Nota: para el 2016 o último año disponible. Fuente: UNODC (2019a).

Figura 16. Comparación entre tasa de homicidios y tasa de personas convictas por homicidios, global y en América, 2007-2016

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42 Nota: tasas por cada 100.000 habitantes. Muestra global de 43 países, y de América, de 13 países. Fuente: UNODC (2019a).

43 Algunos autores han atribuido a esta baja respuesta institucional y a la baja legitimidad de la autoridad el elevado número de linchamientos e incidentes de justicia por mano propia en la región y en el mundo (Snodgrass-Godoy 2006). Guillén (2012), por ejemplo, sugiere una correlación para México entre el número de linchamientos y la percepción de corrupción, y el nivel de confianza en las instituciones (ver también Vilas 2001 y 2005).

44 Pareciera haber una relación cíclica entre la confianza en las instituciones y la inseguridad, como lo ilustra la figura 17.

Figura 17. Relación entre confianza e inseguridad en los países de América Latina, en comparación con el resto del mundo

Fuente: Díaz y Meller (2012).

45 Notablemente, la desconfianza y la impunidad no parecen ser resultado de una falta de legislación acerca de prevención y atención a la violencia. La tabla 2 muestra el estatus global de las políticas públicas de prevención de violencia. De acuerdo con esta información, América Latina lidera a todas las regiones del mundo en términos de planes de acción contra casi todas las formas de violencia.

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Tabla 2. Legislación, según tipo de violencia, en regiones OMS*

46 * Los países miembros de la Organización Mundial de la Salud (OMS) están agrupados en seis regiones: Región Africana, Región de las Américas, Región del Sudeste Asiático, Región Europea, Región del Mediterráneo Oriental y Región del Pacífico Occidental. En total, son 133 países reportados. Fuente: WHO (2014).

Los artículos de este número

47 Las secciones anteriores ofrecen un contexto general, sin duda incompleto, que permite apreciar la complejidad de las múltiples formas de violencia en América Latina y algunos de sus impactos. Aún más importante para los propósitos de este número, los datos de las secciones anteriores abren múltiples oportunidades para indagar acerca de las condiciones en las que se genera y reproduce la violencia. Así, ofrecen pistas para estudiar los nexos y legados entre violencias del pasado y del presente, las distinciones entre las manifestaciones rurales y urbanas de la violencia, los grupos o sectores protagonistas de la violencia (por ejemplo, los jóvenes, las mujeres, los combatientes desmovilizados y los defensores de los Derechos Humanos), algunos de los temas en disputa (economías ilícitas, tierra, minería, memoria, etcétera), los instrumentos de la violencia (las armas y las organizaciones), los impactos de la violencia (en las instituciones, en las opiniones de las personas, en la confianza y en la convivencia, en la economía, etcétera) y las respuestas que han dado estados y gobiernos. Así, los datos presentados invitan a miradas estructurales, epidemiológicas, económicas, antropológicas, culturales, psicológicas y politológicas, e incluyen desde miradas comparadas regionales hasta microcasos de estudio.

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48 Los artículos incluidos en este número responden a la necesidad de abordar algunos de estos aspectos desde miradas disciplinares tan diversas como las causas de la violencia en las sociedades. Por razones que deben quedar claras tras apreciar la prevalencia de la violencia urbana y su relación con el crimen organizado, el número inicia con dos textos sobre este tema. Victoria M. S. Santos, en “Untangling Violent Legacies: Contemporary Organized Violence in Latin America and the Narrative of the ʻFailed Transitionʼ”, ofrece una mirada comparada entre México y Brasil para analizar de qué manera la violencia presente se relaciona con trayectorias pasadas, en especial aquellas derivadas de transiciones “fallidas” en términos de justicia transicional. Adrian Bergmann, en “Glass Half Full? The Peril and Potential of Highly Organized Violence”, también analiza el fenómeno del crimen organizado, esta vez desde la perspectiva de las pandillas en El Salvador. En lugar de respuestas inmediatistas, Bergmann propone la necesidad de entender las condiciones organizacionales de estos grupos para identificar las posibilidades de su transformación. Más adelante, Maritza Urteaga Castro Pozo y Hugo César Moreno Hernández apuntan en una dirección similar con su texto sobre “Jóvenes mexicanos: violencias estructurales y criminalización”. En ese documento, los autores proponen una mirada amplia sobre los jóvenes mexicanos, para comprender mejor sus vulnerabilidades, de cara al contexto de criminalización. El número continúa con una mirada a las respuestas policiales en la ciudad de São Paulo (Brasil). En el artículo “Letalidade policial e respaldo institucional: perfil e processamento dos casos de ʻresistência seguida de morteʼ na cidade de São Paulo”, Rafael Godoi, Carolina Christoph Grillo, Juliana Tonche, Fábio Mallart, Bruna Ramachiotti y Paula Pagliari de Braud permiten abordar la pregunta sobre la relación entre capacidad judicial y capacidad represiva de las instituciones locales ante la violencia. Elisa Godínez Pérez, por su parte, aporta la mirada sobre los efectos extrainstitucionales de la violencia, con un examen sobre la justicia por mano propia en Ciudad de México, otro de los fenómenos mencionados arriba. En “ʻSi realmente ustedes quieren pegarle, no nos llamen, llámenos después que le pegaron y váyanseʼ. Justicia por mano propia en Ciudad de México”, la autora nutre la discusión sobre la relación mutua entre incapacidad estatal y respuestas sociales a las injusticias e infracciones percibidas. Libardo José Ariza y Fernando León Tamayo Arboleda abordan un tema poco estudiado en América Latina, referido a las cárceles y el sistema penitenciario. En “El cuerpo de los condenados. Cárcel y violencia en América Latina”, los autores conjugan la sociología del derecho con la antropología para mostrar la paradoja entre un discurso jurídico que proscribe los castigos físicos y la realidad de la violencia física que experimentan los reos. Viviana García Pinzón y Erika J. Rojas Ospina, en “La política de seguridad en El Salvador: la construcción del enemigo y sus efectos en la violencia y el orden social”, abordan la dimensión del impacto de la violencia y la criminalidad en el régimen político y el lugar de las pandillas en el orden social. Finalmente, en “Managing Suffering in War-Affected Pluricultural Contexts: Reflections on the Assistance to Victims in Colombia”, Angélica Franco Gamboa y Laura Franco Cian aportan a la discusión sobre los legados de los conflictos armados, con una mirada al proceso de reparación de las víctimas del conflicto armado colombiano.

49 Si bien con esta composición de artículos se logró una maravillosa variedad de autores, así como enfoques disciplinares y geográficos en torno a una preocupación común, evidentemente los contenidos se quedan cortos para captar la complejidad de la violencia latinoamericana en la actualidad. Por ejemplo, faltan aquí discusiones sobre Venezuela, el Cono Sur, y sobre temas como la violencia sexual y de género. Sin

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embargo, la aproximación lograda le permitirá al/a la lector/a formarse una visión panorámica satisfactoria de las principales realidades y discusiones sobre la violencia latinoamericana hoy.

La relación de la violencia con la crisis del COVID-19

50 Quedaría incompleta esta presentación sin una alusión a la crisis de salud pública en medio de la cual se publica este número, y su impacto sobre la violencia del subcontinente. Gobiernos en todo el mundo adoptaron medidas inimaginables hace pocos meses, como el confinamiento de la población y el cierre de fronteras. La desaceleración o parálisis resultante de una gran parte de la actividad productiva tendrá efectos complejos en las sociedades de América Latina. Un estudio de la CEPAL (2020, 5) augura un descenso del 1,8% en el PIB regional. Esto redundará en una grave afectación de los indicadores sociales, tales como un mayor desempleo y la falta de oportunidades. La CEPAL estima que el índice de pobreza podría llegar al 33,8% este año, tres puntos porcentuales y medio más que en 2019, lo cual equivale a casi 24 millones de personas adicionales en esa condición (CEPAL 2020, 12).

51 Si bien las medidas de aislamiento adoptadas por los gobiernos han reducido los homicidios, las lesiones personales y el hurto a corto plazo (ver, por ejemplo, las cifras de Colombia, Policía Nacional de Colombia 2020), es posible que algunos de los indicadores señalados en este documento empeoren a mediano y largo plazo. Conviene considerar, por ejemplo, las implicaciones políticas de que los gobiernos ante la crisis tomen atajos institucionales que pueden tener impactos para el debido proceso y las libertades humanas, las oportunidades para el crimen organizado que representan comunidades empobrecidas por el virus y jóvenes desesperanzados por la falta de opciones, y, por último, los riesgos físicos, educativos y laborales para mujeres y niños y niñas en contextos de confinamiento social (ver, por ejemplo, el reporte de ONU Mujeres 2020, que advierte sobre el impacto del COVID-19 en la salud física y el bienestar de las mujeres).

52 Por consiguiente, no sólo porque la violencia ha sido un fenómeno de larga data en América Latina, sino también porque debemos evitar que se profundice como resultado de la crisis del COVID-19, los análisis incluidos en este número especial son pertinentes para orientar a funcionarios públicos y académicos en la comprensión del contexto y en la búsqueda de estrategias multidimensionales para prevenir y reducir el fenómeno.

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NOTAS

1. Esta contribución del crimen organizado a ordenar la sociedad se ha reflejado, incluso, durante los distintos modelos de confinamiento social adoptados para prevenir la irrigación del COVID-19. Según evidencia de Brasil, El Salvador, Colombia y México, pandillas, combos y representantes de grandes carteles han hecho cumplir las órdenes de confinamiento y han repartido mercados en comunidades de bajos ingresos, perpetuando así su control social en condiciones de baja presencia estatal (“El Salvador” 2020; Ley y Vásquez del Mercado 2020; Martínez, Martínez y Lemus 2020; Moncada 2016; Schipani y Harris 2020; Vélez 2020; White Londoño 2020).

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2. Costos determinados por Jaitman et al. (2017) a partir de un estimado de la pérdida social agregada, que incluye, a grandes rasgos, los gastos del sistema de justicia, costos sociales (tales como ingresos perdidos o no generados de víctimas y convictos) y reducción en el consumo como resultado de cambios en el comportamiento tras victimización.

RESÚMENES

De acuerdo con todas las comparaciones internacionales, América Latina es la región más violenta del mundo, con las tasas de homicidios más elevadas y con la mayor incidencia de fenómenos como la violencia urbana, el secuestro, la justicia por mano propia y los conflictos ambientales. Este documento brinda un panorama de las formas, los protagonistas y los impactos económicos, sociales e institucionales de la violencia en América Latina, e identifica a grupos sociales particularmente vulnerables, como los jóvenes, las mujeres y los defensores de Derechos Humanos. El documento sirve de contexto para este número especial, que busca ser referencia para los estudiosos del tema. El documento concluye con una breve discusión del probable impacto de la crisis del COVID-19 en la violencia del subcontinente.

Based on global comparisons, Latin America is the most violent region in the world, with the highest homicide rate and a significant incidence of urban violence, kidnappings, lynchings and other forms of vigilante practices, and violent environmental conflicts. This document offers an overview of the forms, actors, and economic, social, and institutional impacts of violence in Latin America, and identifies particularly vulnerable groups, such as youth, women, and Human Rights defenders. The document serves as a context for this special issue which aims to support the work of students and scholars on the subject. The document concludes with a brief discussion of the likely impact of the COVID-19 health crisis on violence in the region.

De acordo com todas as comparações internacionais, a América Latina é a região mais violenta do mundo, com as taxas de homicídios mais elevadas e com a maior incidência de fenômenos como a violência urbana, o sequestro, a justiça pelas próprias mãos e os conflitos ambientais. Este documento oferece um panorama das formas, dos protagonistas e dos impactos econômicos, sociais e institucionais da violência na América Latina, além de identificar grupos sociais particularmente vulneráveis, como os jovens, as mulheres e os defensores dos Direitos Humanos. O documento serve de contexto para este número especial, que busca ser referência para os estudiosos do tema. Conclui-se com uma breve discussão do provável impacto da crise da COVID-19 na violência do subcontinente.

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ÍNDICE

Palavras-chave: Conflito armado, crime organizado, criminalidade, gênero, instituições, jovens, justiça pelas próprias mãos, quadrilhas, violência urbana Keywords: Armed conflict, crime, gangs, gender, institutions, lynchings, organized crime, urban violence, youth Palabras claves: Conflicto armado, crimen organizado, criminalidad, género, instituciones, jóvenes, justicia por mano propia, pandillas, violencia urbana

AUTOR

ANGELIKA RETTBERG

Doctora en Ciencia Política por Boston University, Estados Unidos. Profesora Titular en el Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes, Colombia. Últimas publicaciones: War Economies and Post-War Crime (Sabine Kurtenbach, coeditora). Londres: Routledge; Taylor and Francis, 2020; Different Resources, Different Conflicts? The Subnational Political Economy of Armed Conflict and Crime in Colombia (Ralf Leiteritz, Carlo Nasi y Juan Diego Prieto, coeditores). Bogotá: Ediciones Uniandes, 2020. Rettberg[at]uniandes.edu.co

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Untangling Violent Legacies: Contemporary Organized Violence in Latin America and the Narrative of the “Failed Transition” Desenredando legados violentos: violencia contemporánea organizada en América Latina y la narrativa de la “transición fallida” Desatando legados violentos: a violência contemporânea organizada na América Latina e a narrativa da “transição fracassada”

Victoria M. S. Santos

EDITOR'S NOTE

Received date: January 9, 2020 Acceptance date: April 1, 2020 Modification date: April 22, 2020 https://doi.org/10.7440/res73.2020.02

AUTHOR'S NOTE

Research for this article was conducted as part of the author’s doctoral studies at the Institute of International Relations at the Pontifical Catholic University of Rio de Janeiro, and it was funded by the LASA Doctoral Research Grant (2019) and by the Brazilian agency Coordenação de Aperfeiçoamento de Pessoal de Nível Superior (CAPES) - Finance Code 001.

1 On September 14, 2018, the Mexican president-elect Andrés Manuel López Obrador (often referred to as AMLO) participated in an event on the perspectives for transitional justice in the country, the Second Dialogue for Peace, Truth and Justice.

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The event, held by the National Human Rights Commission alongside other agencies, universities and civil society organizations, took place at a cultural center in Tlatelolco, the same square in Mexico City where, in 1968, the armed forces opened fire against hundreds of unarmed civilians at a protest, turning it into a massacre that is considered part of the country’s “Dirty War.” This fact was mentioned in one of the opening speeches, by the poet Javier Sicilia, who created the Movement for Peace with Justice and Dignity (MPJD) in 2011 after the murder of his young son. According to Sicilia, That massacre, the 1968 one, also plagued with disappearances, and which marked the 20th century, was poorly acknowledged by the government of the wrongly called democratic transition, the truncated and sloppy truth process of the Special Prosecutor's Office for Social and Political Movements of the Past (FEMOSPP), created by Vicente Fox. It has led to the impunity and forgetting that, in the 21st century, condemned us to repeat violence in a much more terrible and atrocious manner. (CNDH 2018)

2 Over a thousand victims and family members went to the Tlatelolco cultural center that day (Zavala 2018), having been invited to prepare presentations on the need for a transitional justice strategy. As they were given the floor, however, many victims went beyond the planned “script” and started to express their personal experience, asking AMLO to find their own loved ones, their children, their husbands. As organizers attempted to calm the audience, a little girl climbed up on the stage and sat by AMLO’s side, holding a sign with a picture of her disappeared father. Finally, López Obrador took the microphone and hesitantly started to say that he had listened to their suffering; but he then went on to “explain” the causes of their suffering. In his words: All these things that have unfortunately taken place have an explanation. I will not go into the background theme, but I will just say that violence in Mexico has taken place because, since 1983, the country has chosen an economic model called neoliberal but which is, in fact, neoporfirismo. […] This is what has originated all of this pain and all of this violence. (“Presidente electo se reúne con familiares” 2018)

3 AMLO then said that his government would fix it. He would provide education and jobs, and he would create a scholarship program for their children —to which a voice in the crowd screamed “our children are disappeared!” Eventually, the Mexican president claimed that, while he believed in the importance of forgiveness, he understood that what those victims were asking for was justice; and that his Secretary of Interior would thus guarantee that justice would be provided to them (CNDH 2018).1

4 Months later, on December 10, 2018, in the Brazilian city of Rio de Janeiro, the state’s Legislature held a special session dedicated to the International Human Rights Day. At the event, civil society activists spoke about the challenges they would likely face in the coming years, not only due to the election of a president who opposes human rights and denies that a dictatorship has taken place in Brazil, but also due to the election of a state governor who had said that his solution for crime would be to have snipers aim at the heads of “bandits” holding rifles and shoot.

5 As part of that session, the final report of the Sub commission of Truth in Democracy “Mothers of Acari” was first presented to the public. Two of the Sub commission’s researchers presented their findings on patterns of torture and forced disappearance perpetrated by state agents and related actors between 1988 and 2018, in the State of Rio de Janeiro. Both accounts emphasized the distribution of these violations across

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Rio’s population which, by mainly targeting the bodies of young black men, revealed the institutionalized racism that grounds Rio’s judicial and security apparatus.

6 Their presentation was followed by speeches of the Sub commission’s partners. One of them, representing the Ford Foundation, praised the Sub commission’s findings and reinforced the central place of structural racism in their composition. But she also noted that such initiatives for memory, truth and justice were needed in Brazil due to the existing “democratic deficit in our country, which has not yet provided justice to the families of those executed and disappeared or to the political prisoners of the civil- military dictatorship, and which continues to endorse atrocities and impunities perpetrated by state institutions and agencies in the favelas, in prisons and in rural conflicts” (TV ALERJ 2018).

7 Both events are illustrative of how different actors make sense of present patterns of organized violence, often, but not necessarily, by articulating connections between these patterns and particular points in the past, which persist in the form of legacies. At the Second Dialogue for Peace, Truth and Justice in Mexico City, much of the incoherence in the interaction among the actors involved stemmed from the different ways in which they make sense of present violence, connecting it (or not) to past events and structures. Firstly, human rights and transitional justice activists had decided to hold the event at a place that symbolized past state violence perpetrated in the name of counterinsurgency. Secondly, certain victims’ movements did not necessarily identify with a holistic transitional justice agenda —particularly in the case of certain family members of disappeared persons, for whom the priority are search efforts— and might thus be less inclined to situate the causes of their suffering in the country’s past. Finally, AMLO’s effort to trace victims’ needs to a legacy of neoliberalism would foreground solutions from the field of socioeconomic policy —which, while probably perceived as appropriate in other settings, seemed out of sync with the expectations of either human rights experts and activists or victims’ collectives.

8 The presentation of the Sub commission of Truth in Democracy’s final report in Rio de Janeiro, in turn, illustrates the need to account for a multiplicity of “legacies” which participate in the composition of present patterns of organized violence. On the one hand, the Sub commission arose amidst a proliferation of truth initiatives regarding past political violence, and it sought to account for connections between present human rights violations and a past of state repression under the Brazilian military dictatorship. On the other hand, it also needed to account for legacies of racism, which must be traced much further back into Brazilian history.

9 Therefore, these events illustrate disputes that arise from an understanding of present violence in various Latin American contexts as an effect of persisting legacies of past violence, which have not been properly confronted and overcome. Those disputes will be further explored in this article, with an emphasis on what it means to read present forms of organized violence —especially when perpetrated by state agents in the name of a “war on crime”— in connection with past experiences of political violence, as often noted in the discourse of human rights experts. It is argued here that this emphasis on the legacies of the past which participate in the composition of present violence favors a particular set of prescriptions and initiatives for the transformation of these patterns —namely those associated with the field of transitional justice.

10 The notion of transitional justice commonly refers to mechanisms through which serious human rights violations perpetrated in the past are handled, in order to

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guarantee victims’ rights to truth, justice, reparations and non-repetition. A more specific understanding within that field is of interest for this article: the “failed transition” narrative, that is, the construction of present patterns of serious human rights violations as indicators of the failure of past transitional justice efforts, which would in a sense condemn a society to the repetition of those violations. Over the last few decades, this narrative has been mobilized in many Latin American contexts, as the signature of peace agreements or the adoption of democratic constitutions gave way to reconfigurations of organized violence, perpetrated by state and non-state actors, rather than the peace that had been foreseen. As a result, a growing number of actors now turn to transitional justice mechanisms as a source of answers for the transformation of present violence, to the extent that it is allegedly connected to the persisting legacies of the past. However, as will be discussed in this article, the entanglement between ruptures and continuities in the (re)production of present violence leads to a rearticulation of the field of transitional justice itself, favoring a more nuanced understanding of “transition” that blurs the distinctions between past, present, and future that have traditionally grounded these practices.

11 After exploring these arguments in the next section, this article will discuss contemporary political disputes in Mexico and Brazil which illustrate the tensions arising from the act of identifying “legacies” that connect present and past patterns of organized violence. In both countries, there have been recent efforts to establish transitional justice mechanisms, such as truth commissions, devoted to present serious human rights violations; and in both contexts, these initiatives have been premised on the view that previous transitional justice attempts, focused on past patterns of state terror, had failed to promote the transformation of their legacies; that is, their “non- repetition.” Therefore, these cases illustrate some of the challenges that arise from attempts to draw from the transitional justice toolkit in order to “deal with the present,” after a perceived failure to “deal with the past,” or to overcome its “legacies.” In the Mexican context, I will explore recent civil society debates about the development of transitional justice mechanisms during the presidential transition in 2018 and 2019, highlighting the place of the idea of a “legacy” of impunity in these debates; while in Brazil, I will specifically analyze the experience of the Sub commission of Truth in Democracy “Mothers of Acari” in Rio de Janeiro, as it sought to account for the entanglement among different “legacies” in the composition of present violence. The analysis of these stories is grounded in documentary research, on the analysis of footage on public events available in online media and on interviews with experts and activists on the field.

Violent Legacies as Transitional Justice “Failures”

12 The concept of “legacy” is commonly used to refer to that which is transmitted from the past into the present. An estate that is left by a parent to their children in a will, the lessons written down by an ancient philosopher and inherited by future generations, the memory of human rights violations committed in a past war, or the contemporary structures of inequality which can be traced back to colonial rule are a few examples of the sorts of contexts where the idea of “legacy” is usually deployed (see The Merriam- Webster Dictionary 2020). It evokes the image of that which is somehow inherited over time; or of that which remains from the past.

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13 Therefore, the idea of legacy speaks of the relationship between present and past. Introducing a revisited edition of his classic The Past is a Foreign Country, David Lowenthal claims that “The past is everywhere. All around us lie features with more or less familiar antecedents. Relics, histories, memories suffuse human experience” (2015, 1). That is not to deny the possibility of transformation; as noted by Lowenthal, while “the whole of the past is our legacy,” it is also true that “our legacy, divine and diabolical alike, is not set in stone but simmers in the incipient flux of time. Far from inertly ending, the ongoing past absorbs our own creative agency, replenishing that of countless precursors” (2015, 610).

14 In this article, in turn, I mobilize the image of a legacy as a thread, which is actively extended over time in order to connect particular points in the present and in the past, rather than as a layer of relics or residues. That is, instead of emphasizing the accumulation of what remains from the past, I wish to focus on the act of connecting past and present as if there were a transmission between those points, while the legacy is the thread that enacts this connection. That image allows us to understand how multiple threads can be pulled by different actors over time, in order to emphasize different causalities in the production of present violence; and it also allows us to analyze the entanglement among different threads. As will be discussed below, in the field of transitional justice, and especially in various Latin American contexts, the thread of legacy is extended over time in a particular way: present configurations of criminal violence, or of state violence perpetrated in the name of “wars on crime,” are often presented as partly resulting from a legacy of past forms of past violence, which has not been properly overcome by transitional justice efforts.

“Coming to Terms” with Legacies of Past Violence

15 In the field of transitional justice, the notion of “legacy” is often deployed with a more particular role. For instance, according to a report published by the United Nations Secretary-General in 2004, the notion of “transitional justice” comprises: […] the full range of processes and mechanisms associated with a society’s attempts to come to terms with a legacy of large-scale past abuses, in order to ensure accountability, serve justice and achieve reconciliation. These may include both judicial and non-judicial mechanisms, with differing levels of international involvement (or none at all) and individual prosecutions, reparations, truth- seeking, institutional reform, vetting and dismissals, or a combination thereof. (UN Secretary-General 2004, paragraph 8; emphasis added)

16 This understanding of the relationship between transitional justice and violent legacies is reinforced in a report published in 2012 by the Special Rapporteur on the promotion of truth, justice, reparation and guarantees of non-recurrence, Pablo de Greiff, where he claims to take “the four components of the mandate, truth, justice, reparations and guarantees of non-recurrence as a set of measures that are related to, and can reinforce, one another, when implemented to redress the legacies of massive human rights violations and abuses” (UNHRC 2012, paragraph 21; emphasis added).

17 These definitions of transitional justice place the idea of the “legacy” of human rights abuses as the main problem these mechanisms seek to “fix” or “redress.” This idea of overcoming legacies of past violence is inseparable from a broader narrative of transition: beginning in the tragedy of large-scale affliction, it aims to move a society towards a redemptive resolution in the form of peace and reconciliation; and the

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production of greater societal self-knowledge in the form of a collectively shared historical truth is represented as a crucial step along the way (Teitel 2014, 106-107). According to Castillejo Cuellar (2017), this notion of transitional justice, along with the network of legal and extralegal practices associated with the term, is thus based on at least two premises: firstly, the “promise” or “prospect” of a “new imagined nation”; and secondly, the very possibility of assigning violence a place “behind,” by having it contained in the “past.” In other words, according to the “promise” of transitional justice, as a society moves forward, violence should be left behind, while the present is conceived as a liminal moment; and truth commissions have a particularly central role in the production of this fracture between a “violent past” and a “coming future.”

18 The implied consequence of this narrative is that when a society fails to come to terms with its past, it will be haunted by violent legacies in the present. This perspective is at the core of the global emergence of the legacies of past atrocities as a political issue, whether these legacies are defined in terms of structural factors that perpetuate violence, or in the form of persisting grievances among those who have been victimized (see Bevernage 2011, 13). As will be discussed below, in Latin America, the emergence of new patterns of human rights violations has often been read in relation to a sense that transitional justice processes in the region have been incomplete, thereby identifying present forms of organized violence with the “failure” to fully overcome the legacies of past political violence.

Violent “Legacies” in Latin America

19 Since the 1980s, Latin America has played an important role in the emergence of a global field of transitional justice. Initially, that role was connected with the experiences of democratic transition in the Southern Cone and with peace processes in Central America (see Fuentes Julio 2015, 7-8). In the 2000s, the process of dealing with past human rights abuses under authoritarian regimes and civil wars in Latin America has been reinvigorated, through the establishment of new truth commissions, trials and reparations policies, amongst other mechanisms. On the one hand, these developments were connected to a global trend, namely the upsurge of a culture of memory and of human rights accountability mechanisms. On the other, regional factors have also been crucial, including a sense of dissatisfaction with how past violence had been handled in post-authoritarian/post-conflict settings, especially among victims’ families; as well as a generalized sense of distrust in government and law enforcement institutions, fueled by economic inequality and mounting violence (Villalon 2017).

20 Thus, in the 2000s, a rise in violence levels, coupled with a sense that transitional justice processes in the region had been “incomplete,” favored the understanding that we were witnessing the legacies of previous contexts of dictatorship or armed conflicts. This perspective is reflected in a large body of recent literature devoted to what remains of past dictatorships and conflicts in the region, including their impacts on the present power of military institutions, on patterns of arbitrary practices and illegal violence perpetrated by state agents, and on the weakness of judicial institutions, for instance (e.g., Esparza 2015; Schneider and Esparza 2015; Hite and Cesarini 2004).

21 Aside from the recent establishment of memory, truth and justice initiatives dedicated to past violations, this context has also given rise to mechanisms which, while inspired

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by experiences of transitional justice in the region, focused their attention on present human rights violations. In these cases, there is often an emphasis on the connections between present forms of criminal violence, or of state violence committed in “wars on crime” and past contexts of political violence, which past transitional justice efforts have “failed” to properly handle. These contexts have also given rise to discussions on what it means to speak of transitional justice in contemporary contexts where no clear “transition” is in sight (see Uprimny Yepes and Saffon Sanín 2006; Saffon 2019). In these settings, the present is still reinstated as a liminal place that holds the promise of a transformed future, but the impossibility of distinguishing a clear-cut “fracture” makes room for closer attention to be paid to the structures that sustain violence over time.

22 In these efforts to “deal with the present,” the idea of “legacies” arguably rescues the transitional justice paradigm in the face of persisting violence, reframing present patterns as a result of failed efforts to contain violence in the “past.” However, by retaining the “promise” of transitional justice in the form of a new rupture —this time, the rupture with the persisting legacies of the past— this narrative runs the risk of dismissing the dialectics of change and continuity that underlies the human experience. As noted by Alejandro Castillejo Cuellar (2017), accounting for these dialectics requires attention to be paid to the historicity of the transitional, while expanding collective debates on the various registers of war, some of which are more properly conceived as part of a much longer continuum of violence that blurs distinctions between “war” and “peace” or “dictatorship” and “democracy.” In other words, a critical approach to the notion of transition leads to an awareness of the entanglement between historical shifts and continuities, including the place of structural factors, such as economic inequality and exploitation, in the emergence and perpetuation of violence. Therefore, the articulation of “legacies” as threads that connect present phenomena and past causes is constantly subjected to challenges that range from the existence of multiple entangled legacies in the production of present violence, to the persistence of structural factors that are to be found in the present as much as in the past. Accounting for these entanglements is one of the main challenges posed for activists and experts that bring the field of “transitional justice” to bear on present patterns of human rights violations.

23 The next sections will discuss some of the mechanisms which, inspired by the field of transitional justice, have been designed in Latin America as a means to transform present patterns of human rights violations. They will also illustrate the tensions that arise from these initiatives, including the need to handle the multiple “legacies” that constitute present configurations of organized violence, as well as the structural continuities that challenge the centrality of the past in reading and transforming present violence. Besides, the following stories also demonstrate some of the ways through which the field of transitional justice practices is being rearticulated in order to account for patterns of human rights violations which cannot be readily translated into its traditionally assumed teleology. In other words, while extending the thread of “legacy” in order to connect present violence and past “failed” transitional justice attempts, activists and experts are also reworking the premises of this field.

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Legacies of Impunity: Connecting the Present “War on Drugs” and the Past “Dirty War” in Mexico’s Transitional Justice Debate

24 In July 2018, a few weeks after the results of presidential elections in Mexico, the Platform Against Impunity and Corruption, a collective made up of national and international human rights organizations, anticorruption organizations, scholars, journalists and other activists, whose creation was led by the Mexican Institute of Human Rights and Democracy (IMDHD) presented a proposal for the implementation of a Truth and Historical Memory Commission for Mexico to the public.

25 In this first version, the proposed Truth Commission would focus on clarifying the serious human rights violations committed in the context of the “war against drug trafficking” in the country since December 2006. Presenting the proposal on July 24, 2018, Guillermo Trejo —a member of the Platform who had a central role in its formulation— noted: “In 2000, we had a historical opportunity, and a transitional justice was aborted, which partly explains the long night of violence in which we are still entrapped. We shall not waste the historical opportunity we have right now” (IMDHD 2018).

26 The “aborted” transitional justice effort to which Trejo referred was the Special Prosecutor’s Office for Political and Social Movements from the Past (FEMOSPP). It was established in the early 2000s by Mexican president Vicente Fox, after a long period of one-party rule. Its aim was to account for human rights violations perpetrated in the 1960s and 1970s during the country’s “Dirty War,” particularly the forced disappearance and execution of political oppositionists from armed movements and of students, including those involved in the Tlatelolco massacre in 1968. The FEMOSPP was shut down in 2007 without publishing an official report —a document on those violations was eventually leaked, but it was never officially recognized and allegedly represents only the position of its authors. Besides, no state officials were convicted for past violations, and no reparations program was established at the time when FEMOSPP ended (Ansolabehere 2019).

27 Presenting the first version of a truth commission proposal in 2018, Trejo highlighted that, while there were clear connections between the violations committed in the past and those of the present, this Commission should be a trigger for other mechanisms focused on contexts such as the country’s guerra sucia, as handling all of them at the same might jeopardize the Commission’s effectiveness. However, a second version of the proposal, released months later after extensive consultations with national and international human rights experts and organizations, requested a two-fold temporal mandate. It would seek to account for serious human rights violations perpetrated in the country in two periods: between January 1, 1965 and November 30, 2006, and between December 1, 2006 and the present. The aim was to, on the one hand, shed light on violations committed both in the country’s war on drugs and in the context of state repression against political opponents; and, on the other, “to analyze the potential links between practices and actors of political violence in the past and of criminal violence in more recent times” (CMDPDH 2019).

28 What was at stake was the place of the past in attempts to make sense of the present. While the first proposal already entailed a perception that the failure to confront past

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violations was connected to the emergence of contemporary patterns of violence, the “legacies” of this failure became even more centralized after the debates and processes that led to its second version. While the proposal concerns the creation of a mechanism dedicated to violations perpetrated in the present, it is still enmeshed in the temporal imagination that grounds the field of transitional justice. However, the nature of these legacies, as well as the place they should have in mechanisms that seek to transform present patterns of human rights violations, have been the subject of important disputes, as will be discussed below.

Transitional Justice Debates Regarding Mexico’s “War on Drugs”

29 The onset of the temporal scope of the truth commission in its first proposal is December 1, 2006, a date that is often quoted as the beginning of a “war on drugs” in Mexico. That was when Felipe Calderón took office as Mexican president (2006-2012). Days later, he ordered the deployment of thousands of Army soldiers in the Mexican state of Michoacán, in what was considered a declaration of war against drug cartels (Espino 2019).

30 While Mexico had faced conflicts over the control of drug routes since the end of the 1980s, that moment in 2006 marked an inflection in terms of the subsequent focus on militarized strategies against organized crime. Since then, the country has faced a drastic increase in various forms of violence, including homicides and forced disappearances, stemming from confrontations between state forces and organized criminal groups, as well as amongst criminal groups themselves. As a result, between 2007 and April 2018, over 130 thousand people were murdered, over 33 thousand were forcibly disappeared, bodies have been found in over a thousand clandestine grave sites, thousands of persons have been victimized in collective massacres, and hundreds of journalists, mayors, local politicians and religious leaders have been executed by state agents and by members of criminal organizations, whether in confrontation or in collusion with each other (Grupo Verdad y Memoria-Plataforma Contra la Impunidad y la Corrupción 2018).

31 Over the last few years in Mexico, certain civil society organizations have felt that their traditional strategies to promote human rights —such as advocacy and strategic litigation— were limited in the face of rising levels of violations in the country. They thus began to develop proposals for the creation of exceptional mechanisms inspired by the experience of transitional justice processes in Latin America. One of them, the proposal of a Truth Commission, was developed by the Platform Against Impunity and Corruption after studies about experiences of truth commissions in countries such as Peru, Argentina, Chile, Colombia, El Salvador and Guatemala, as well as about past transitional justice attempts in Mexico —especially the FEMOSPP and the local truth commissions established in the states of and Oaxaca, also related to human rights violations committed by state agents in the 1960s-70s (Interview with Edgar Cortés, IMDHD, Mexico City, April 2019).

32 In 2018, presidential elections provided a window of opportunity for discussions on potential transitional justice mechanisms. This was particularly true after AMLO, in his presidential campaign, declared in December 2017, that he intended to provide amnesties as part of a pacification program for the country —an unclear and controversial proposal, which was confronted by victims who asked for “neither

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forgiveness, nor forgetting” (ni perdón, ni olvido) (“¿Amnistía a líderes de cárteles?” 2017). In response to this resistance, AMLO’s campaign team reframed the proposal of amnesties as “part of a comprehensive peacebuilding strategy under the transitional justice framework in order to close the cycle of war and violence” (Ortiz Ahlf 2018). In May 2018, the National Human Rights Commission (CNDH) and the Movement for Peace with Justice and Dignity (MPJD) held the first Dialogue for Peace and Justice, where AMLO, amongst other presidential candidates, expressed support for various transitional justice policies (“AMLO dice sí” 2018).

33 In July 2018, López Obrador won the presidential elections, which prompted civil society organizations to demand the fulfillment of his previous promises regarding the transitional justice agenda. In September 2018, as mentioned in the introduction of this article, the Second Dialogue was held at the Tlatelolco Square. Following this, as part of the presidential transition, AMLO established six working sessions (mesas de trabajo) to further develop transitional justice proposals. Meeting in Mexico City, the sessions brought together activists from human rights organizations, victims’ groups from the capital and from other states, scholars, and national and international experts (Dayán 2019; Arteta 2019).

34 At the working session on the creation of a Truth Commission, the first proposal presented by the Platform was subjected to further debates and inputs including a wider set of victims’ groups, as well as a number of national and foreign transitional justice experts (Grupo Verdad y Memoria-Plataforma Contra la Impunidad y la Corrupción 2019). According to Edgar Cortés, a member of the Platform, during these debates it soon became clear to those activists and scholars that “one cannot explain the current criminal violence without somehow explaining or understanding the political violence that precedes it and that enmeshed with it over time” (Interview with Edgar Cortés, IMDHD, Mexico City, April 2019). Similarly, according to Luis Daniel Vazquez (FLACSO-México), who also participated in the transitional justice working sessions, “[f]or us it is clear that present patterns of violence have their explanation in the past, some of them in the country’s Dirty War; most of them, also in the regional histories of each federative entity […]. We know we have to draw connections, that we would have to investigate because after all they are still victims, and victims deserve this right to truth and justice” (Interview with Luis Daniel Vazquez, FLACSO-México, Mexico City, April 2019). As previously mentioned, after months of discussions, a second version of the proposal was brought to the public in January 2019, with a two- fold temporal frame which aimed to identify connections between the present and past cycles of violence in the country.

35 Ultimately, however, the transitional justice agenda has been progressively emptied by AMLO’s administration. After meeting with the parents of 43 students who were forcibly disappeared in Ayotzinapa in 2014, the Mexican president created a Presidential Commission for Truth and Access to Justice in the Ayotzinapa case (Gobierno de México 2019) and expressed his commitment to strengthen search mechanisms (Sheridan 2019). However, since the working session in 2018, AMLO’s administration progressively abandoned discussions about broader transitional justice mechanisms and, as a result, the Truth Commission proposal described above has remained largely limited to civil society debates. Moreover, going against promises made in his campaign, AMLO deepened the militarization of the country’s security strategy through the creation of a National Guard under military command, which,

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according to many human rights activists in the country, effectively neutralizes any possibility of a meaningful “transition” (Dayán 2019; Arteta 2019).

A Legacy of Impunity

36 As illustrated above, the idea that making sense of present patterns of organized violence requires us to observe their connections with the past has been at the center of transitional justice discussions in the country, becoming increasingly explicit in proposals for a Truth Commission. As we look at the particular content that is attributed to these connections, the place of “impunity” is particularly central; and the failure of FEMOSPP to handle past human rights violations is taken to be part of this history of continuous impunity. This idea is reflected in the 2019 version of the truth commission proposal, which claims to be part of an “anti-impunity package” (Grupo Verdad y Memoria-Plataforma Contra la Impunidad y la Corrupción 2019).

37 Jacobo Dayán, who coordinated the transitional justice working groups in 2018, holds a similar view. According to him, the recognition of the links between violations committed in the country’s Dirty War and present patterns of violence is widespread across civil society organizations, including the continuity between patterns of impunity then and now. In this regard, Dayán claims that If Mexico had gone through even a halfway complete transitional process, we would now have institutions focusing on the search of missing persons. […] We would have institutions we do not have today. If recommendations had been made to the General Prosecutors Office for a reform of the judicial apparatus, if protocols on the use of force had been designed, if there had been reforms in the country’s Armed Forces, if there had been a reparations model […] today we would have the institutions and the legal framework that we decided not to have, because we decided not to do anything. (Interview with Jacobo Dayán, Universidade Iberoamericana, Mexico City, April 2019)

38 However, the issue of “impunity” may be conceived in multiple ways, not all of which are consistent with a transitional justice narrative and strategy. In this regard, it should be noted that not all victims’ movements were equally supportive of the idea of establishing these sorts of transitional justice mechanisms. There has been some resistance by certain family members of forcibly disappeared persons, for instance, who were skeptical about the impacts of this initiative on their own individual cases or fearful that essential resources might be deviated from search efforts. The experts’ response was usually to refer to the experience of transitional justice in other countries, where truth commissions had led the way for reparation policies and judicial practices (Interview with Edgar Cortés, IMDHD, Mexico City, April 2019).

39 This tension is especially striking considering that the consolidation of a right to truth in the inter-American human rights system was closely linked to the phenomenon of forced disappearance. This right first manifested itself in the region with the emergence of states’ obligation to promote “an effective search to establish the whereabouts of forcibly disappeared victims, in order to establish the truth of what happened”; it was thus primarily “a right pertaining to relatives of victims of forced disappearance” (IACHR 2014, paragraph 10-11). Over time, however, the right to truth was increasingly consolidated around two dimensions: the right of victims and their family members; and the right of society as a whole “to know the truth about past events, as well as the motives and circumstances in which aberrant crimes came to be

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committed, in order to prevent the recurrence of such acts in the future” (IACHR 2014, paragraph 15). While the first dimension is more often handled through search mechanisms devoted to finding the forcibly disappeared, the second, became increasingly associated with independent truth commissions dedicated to the identification of patterns and causes amidst massive human rights violations. This is where the idea of identifying legacies over time finds its meaning.

40 In other words, important tensions arise from the coexistence between conceptions of impunity as a problem to be handled on a case-by-case basis, or through a more “holistic” approach, as often advocated in the field of transitional justice. This tension is also reflected on debates regarding the centrality of past legacies in confronting present human rights violations, impacting support for proposals such as the creation of a truth commission as well as debates about its temporal scope. In the next section, we will look at another challenge that arises from efforts for producing truth regarding present patterns of human rights violations: the need to account for the entanglement among the many legacies that can be drawn between past and present experiences of violence.

Entangled Legacies: Connecting Present State Violence to Multiple Pasts in Rio de Janeiro’s Sub Commission of Truth in Democracy

41 In May 2012, a National Truth Commission was created in Brazil in order to investigate serious human rights violations occurred between the constitutions of 1946 and 1988, but mainly focused on the country’s period of military dictatorship (1964-1985). Its final report, published in 2014, acknowledged crimes of torture, summary execution, arbitrary detention and concealment of bodies, mainly perpetrated by state agents against members of oppositionist armed groups or university students; thus, victims tended to be young, white and middle-class. Violations against other sections of the population which did not meet the strict criteria of “political victims,” such as peasants, indigenous peoples and black populations living in the peripheries of large cities, were mostly relegated to the second volume of the report, composed of texts which only represented the position of their authors, as opposed to the official first and third volumes (Pedretti 2017).

42 In the years that followed the creation of the National Truth Commission, over a hundred subnational commissions were created across the country. Some of them were linked to state and city governments and legislatures, while others were outside the state realm; they were created by trade unions, universities, and professional associations; and they often sought to overcome limitations attributed to the National Truth Commission. This proliferation, referred to by Cristina Buarque de Hollanda as “commissionism,” has largely stemmed from the struggle for memory, truth, and justice by victims of the Brazilian military dictatorship and their family members, and members of these subnational truth commissions have often referred to the continuities revealed by violations committed by state agents in the present. As put by a commissioner in the State of Rio de Janeiro Commission: how could people not connect “the police who kills inside a UPP and the police who used to kill inside a DOI/ CODI?” (Buarque de Hollanda 2018, 7).2

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43 While the multiplication of commissions devoted to violations committed in the dictatorship has since decelerated, this process has also influenced the emergence of new mechanisms with a mandate devoted to violations committed after the country’s “democratization.” This has been the case of the Sub commission of Truth in Democracy “Mothers of Acari,” created in December 2015 by the Commission for the Defense of Human Rights and Citizenship situated in Rio de Janeiro State Legislature (CDDHC/ALERJ). Initially composed of three researchers with a 3-year mandate, the Truth Sub commission aimed to gather, systematize, and analyze information regarding the serious violations of human rights committed by state agents and related actors, between 1988 and 2018, in the State of Rio de Janeiro. As the Sub commission later declared in its final report, the initiative was considered innovative due to the decision to analyze the same historical period in which it was implemented, rather than focusing on the past (Comissão de Direitos Humanos da Alerj 2018a, 11).

44 On the one hand, the creation of the Sub commission was inspired by the experiences of the Brazilian National Truth Commission and of the Truth Commission of the State of Rio de Janeiro (CEV-Rio), both of them focused on the dictatorship period. Another crucial inspiration was the Truth Commission in Democracy, Mothers of May, established in the same year in the Legislature of São Paulo with a similar mandate as that of Rio’s Sub commission, but with that state as its spatial scope (Comissão de Direitos Humanos da Alerj 2018a, 11). On the other hand, the Sub commission was also the result of the mobilization of human rights movements and organizations which resist institutional violence, including movements based in Rio’s favelas, alongside a number of researchers and activists.3

45 As mentioned in the first section of this article, handling the legacies that participate in the composition of present patterns of human rights violations can require an awareness of the connections between the present and various contexts in the past. In efforts to make sense of present violence, these “legacies” are mobilized as threads over time, emphasizing different “connections” as causal factors to be transformed. In the context of the Sub commission of Truth in Democracy “Mothers of Acari,” the entanglement between different legacies was evident from its start. After all, the Sub commission had to make sense of the violence perpetrated by state agents “in Democracy”; that is, after an official process of democratization. However, the present patterns of state violence it sought to handle were not necessarily compatible with the temporality of dictatorship and democratization, since the violent presence of state agents in marginalized areas such as Acari was part of a much longer history.

Mothers of Acari

46 On July 26, 1990, eleven people, most of whom were teenagers from the Acari favela in Rio de Janeiro, went to the nearby city of Magé for a short vacation.4 Around midnight on that same day, a group of armed men who presented themselves as police officers broke into the house, asking whether there was jewelry or money on the premises. The entire group was then put into two vehicles and taken to an uncertain location. None of them were ever seen again (Comissão de Direitos Humanos da Alerj 2018c).

47 The cars were found days later, burnt and with traces of blood. The main suspects were death squads from that region, which included military police officers in their ranks, according to the accounts of many witnesses. However, after decades of troubled and

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inconclusive investigations by Brazilian authorities, no suspects have been held responsible for the massacre, and the victims’ whereabouts remain unknown.

48 The case became known as the “Acari massacre” (Chacina de Acari), and the struggle of the victims’ mothers led to the birth of a movement of victims of state violence and their family members, called “Mothers of Acari” (Mães de Acari). Having become a reference for the struggle for truth and justice, most of those mothers have died without ever getting an answer on what happened to their children. One of them, Edméia da Silva Euzébio, was murdered on an afternoon in 1993, in the parking lot of a crowded subway station. Later, investigations suggested that she had just obtained important information that might help her find the body of her disappeared son (Anistia Internacional 2018).

49 The Acari massacre is also emblematic in terms of the temporal continuities expressed by the experience of death squads in Rio. As was later discussed in the first volume of the Sub commission’s final report, these actors can be traced back at least to 1958, when a group of police officers —some of whom had participated in political repression during a previous authoritarian government— was created with a license to “clean the city” by executing thieves, homeless persons, prostitutes, and other marginalized groups. During the dictatorship, death squads deepened their informal role as controllers of urban criminality in peripheral regions of the state (Comissão de Direitos Humanos da Alerj 2018b), although their victims —mostly black young peripheral men — are not generally framed as victims of dictatorship.

50 Moreover, as mentioned in the previous section, the phenomenon of forced disappearance is widespread in Latin America, and victims’ mothers have played a central role in the consolidation of a “right to the truth” in the region. However, while much of this framework has been developed in relation to violations committed against political opponents, contexts in which violations are perpetrated by state agents — whether in death squads or on duty— against marginalized communities pose additional challenges for the struggle of family members for truth and justice. The mothers also face the stigmatization associated with their social condition, as expressed by one of the Mothers of Acari: A few days ago, we heard Col. Larangeira, who at the time of the crime commanded the 9th BPM (Rocha Miranda) [and had been accused of leading a death squad involved in the massacre], tell us that we could not be called “Mothers of Acari” because we were comparing ourselves to the Mothers of May. According to him, we are the mothers of 11 criminals, while the Mothers of May were mothers of people who died fighting for democracy in Argentina. He suggested that we are linked to drug trafficking, which is untrue. My life is an open book. (Araújo 2007, 53-54)

51 This distinction in the legitimacy often attributed to victims’ mothers suggests the need to account for the different legacies that constitute patterns of human rights violations committed by state agents “in democracy,” as will be further explored below. Going beyond an analysis of particular practices that remain from times of dictatorship, one must also take into account the structural continuities that enable the continuous targeting of these communities before, during and after times that are deemed “exceptional.”

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Entangled Legacies in Democracy

52 Many challenges arise from the differences between a transitional justice narrative — including the framing of present violence as an indicator of a failed transitional justice — and the repertories of mobilization associated with the struggles against structural racism in the country. After all, as seen above, the Sub commission was created at a moment of proliferation of subnational truth commissions, which were connected by certain perspectives on the place of the past dictatorship in the composition of present violence; but it also stemmed from the struggles of peripheral communities against state repression as it has long been perpetrated against black bodies.

53 During 2016, a number of open meetings were held, where researchers, victims’ movements and human rights activists collectively discussed the methodology of the Sub commission. At one of these meetings, participants discussed the status of the Acari case as part of a broader structure of impunity, rather than an isolated event; as argued by one participant, “in Acari, this case is constantly reenacted and refueled. We need to think of how this case reenacts issues that we experience all the time. It is not just Acari, it happens every day” (Subcomissão da Verdade na Democracia 2016, [n. p.]).

54 These issues would later be reflected in the Sub commission’s final report, published in 2018. The executive summary of the final report begins with a question: “Why a truth commission in democracy?” The answer starts with an account of the transitional justice processes at the end of military dictatorships in Latin America in the mid-1980s, mainly characterized by memory and truth initiatives undertaken much later. The incomplete character of this transition is, then, connected in the report, to present patterns of state violence against marginalized communities: “The guarantee of the right to memory and truth constitutes, thus, an attempt to conclude the process of redemocratization in Brazil, confronting the institutional racism that has never been after overcome” (Comissão de Direitos Humanos da Alerj 2018a, 9).

55 Thus, while reproducing the narrative of an incomplete transition as a source of present violence, the report also hints at the entanglement between this “authoritarian legacy” and the historical effects and origins of structural racism in Brazil. It also notes that: The systematic violence of the state against, mainly, the black and poor population reveals that, 30 years after the redemocratization of the Brazilian state, the legacy of dictatorship —and of historical periods which start with the slavery of black women and men— remains in police and military structures, as well as in criminal justice policies. It is clear that, for certain social groups, the state of exception has never ceased to exist, which allows us to argue that nowadays there are highly structured processes of repression and criminalization of poverty and of black people even during the democratic regime. (Comissão de Direitos Humanos da Alerj 2018a, 10)

56 When asked about how they handled this entanglement in their research process, Noelle Resende —who coordinated the line of research on torture and spaces of deprivation of liberty— explained that “the issue of the violence of the past is highly present both in a structural analysis of institutional racism, and in an analysis of finer continuities, of specific actors and dynamics” (Interview with Noelle Resende, Former researcher at the Sub commission of Truth in Democracy “Mothers of Acari,” Rio de Janeiro, December 2019). According to Resende, while the issue of institutional racism as a legacy of slavery was mostly handled as part of a crucial historical background for

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the analysis, there were specific practices that were traced back to the times of dictatorship, or even before, such as the emergence of death squads, as previously mentioned in this section.

57 In sum, while the Sub commission’s final report reproduces the narrative that frames present forms of state violence as a legacy of dictatorship we have failed to properly overcome, this narrative is made more complex by the constant reference to other “legacies” that are central to present human rights violations perpetrated in the State of Rio de Janeiro. It is not surprising, then, that although the creation of the Sub commission was intrinsically connected to a trend of “commissionism” in Brazil, when asked to present their findings at a public audience in December 2018, the Sub commission’s researchers chose to emphasize the role of structural racism as the main explanation for present patterns of summary executions, torture, deprivation of liberty, and forced disappearance in the State of Rio de Janeiro.

Final Considerations

58 In this article, we have gone over stories that illustrate the mobilization of a “failed transition” narrative, where present patterns of human rights violations perpetrated by state agents in “wars against crime” are connected to those of past “dirty wars.” As we have seen, important tensions emerge from that narrative, as there are often other “legacies” that are equally crucial when it comes to making sense of present forms of state violence. Claiming that “dealing with the past” is a condition for transforming present structures of violence authorizes particular solutions, which include the creation of transitional justice mechanisms such as truth commissions and reparations programs.

59 Moreover, the claim that present forms of organized violence, especially when perpetrated by state agents in “wars on crime,” are the expression of persisting legacies of past political violence tends to emphasize some “causes” over others —for instance, the role of militarized apparatuses developed for counterinsurgency purposes, or the weakness of judicial systems, over other sets of structural causes such as poverty and inequality. Finally, in this reading, the positive transformation of organized violence is usually framed as “non-repetition”; which, while favoring a political agenda of radical transformation, may assume the need for a clear end of violations in contexts where only gradual change is attainable in the short-term.

60 Crucially, however, the stories discussed above tell us of how these efforts to look at present patterns of human rights violations through the lens of transitional justice also provide an opportunity to reinvigorate that field of practice and expertise itself, fostering a more nuanced understanding of possible “transitions” and of the entanglements between agency and structure in the (re)production of violence. Such efforts and mechanisms can disturb the distinction between “past” and “future,” while retaining the conception of the present as a space of possible change.

61 “AMLO dice sí a un mecanismo internacional contra la impunidad.” 2018. Aristegui Noticias, May 8, https://aristeguinoticias.com/0805/mexico/personalmente-atendere- inseguridad-y-violencia-sicilia-y-solalinde-invitados-a-colaborar-amlo/

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62 “¿Amnistía a líderes de cárteles? Lo estoy analizando, para garantizar la paz, dice AMLO.” 2017. Animal Político, December 3, https://www.animalpolitico.com/2017/12/ amlo-obrador-amnistia-carteles-narco/

63 Anistia Internacional. 2018. “Brasil: Vinte e Cinco Anos de Impunidade Alimentam as Mortes Cometidas pela Polícia no Rio de Janeiro.” Anistia Internacional, January 15, https://anistia.org.br/noticias/brasil-vinte-e-cinco-anos-de-impunidade-alimentam- mortes-cometidas-pela-policia-rio-de-janeiro/

64 Ansolabehere, Karina. 2019. “Human Rights and Justice in Mexico: An Analysis of Judicial Functions.” In Mexico’s Human Rights Crisis, edited by Alejandro Anaya-Muñoz and Barbara Frey, 227-249. Philadelphia: University of Pennsylvania Press.

65 Araújo, Fábio Alves. 2007. “Do luto à luta: a experiência das Mães de Acari,” dissertação de mestrado, Universidade Federal do Rio de Janeiro.

66 Arteta, Itxaro. 2019. “El gobierno de AMLO pospone justicia transicional y atención a víctimas, denuncian activistas.” Animal Político, January 8, https:// www.animalpolitico.com/2019/01/amlo-justicia-transicional-victimas/

67 Bevernage, Berber. 2011. History, Memory and State-Sponsored Violence: Time and Justice. New York: Routledge.

68 Buarque de Hollanda, Cristina. 2018. “Direitos humanos e democracia: a experiência das comissões da verdade no Brasil.” Revista Brasileira de Ciências Sociais 33 (96): 1-18. https://doi.org/10.17666/339610/2018

69 Castillejo Cuellar, Alejandro. 2017. “Introducción. Dialécticas de la fractura y la continuidad: elementos para una lectura crítica de las transiciones.” In La ilusión de la justicia transicional: perspectivas críticas desde el Sur global, edited by Alejandro Castillejo Cuellar, 1-56. Bogotá: Ediciones Uniandes.

70 Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos (CMDPDH). 2019. Propuesta ciudadana para la construcción de una política sobre verdad, justicia y reparación a las víctimas de la violencia y de las violaciones a derechos humanos. Ciudad de México: CMDPDH. http://www.cmdpdh.org/publicaciones-pdf/cmdpdh- justicia-transcional-2019.pdf

71 Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH). 2018. “#EnVivo SEGUNDO DIÁLOGO por la paz, la verdad y la justicia.” YouTube video, 2:49:08, September 14, https://www.youtube.com/watch?v=3UntSyNtb8Q

72 Comissão de Direitos Humanos da Alerj. 2018a. Resumo executivo do Relatório Final da Subcomissão da Verdade na Democracia Mães de Acari. Rio de Janeiro: ALERJ.

73 Comissão de Direitos Humanos da Alerj. 2018b. As execuções sumárias no Estado do Rio de Janeiro (1983-2018). Relatório da Subcomissão da Verdade na Democracia Mães de Acari. Rio de Janeiro: ALERJ.

74 Comissão de Direitos Humanos da Alerj. 2018c. Desapareciemento Forçado. Relatório Final da Subcomissão da Verdade na Democracia Mães de Acari. Rio de Janeiro: ALERJ.

75 Dayán, Jacobo. 2019. “Justicia transicional: será para otra ocasión.” Aristegui Noticias, January 18, https://aristeguinoticias.com/1801/mexico/justicia-transicional-sera-para- otra-ocasion-articulo/

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76 Esparza, Marcia. 2015. Silenced Communities: Legacies of and Resistance to Militarization and Militarism in Santo Tomás Chichicastenango, Guatemala. New York: Berghahn.

77 Espino, Manuel. 2019. “Así comenzó la ‘guerra’ contra el narcotráfico de Felipe Calderón.” El Universal, August 23, https://www.eluniversal.com.mx/nacion/seguridad/ asi-comenzo-la-guerra-contra-el-narcotrafico-de-felipe-calderon

78 Fuentes Julio, Claudia. 2015. “Bridging Human Rights and Conflict Resolution: Experiences from Latin America.” BPC Policy Brief 5 (4): 1-14.

79 Gobierno de México. 2019. “Informe de actividades y avances. Comisión Presidencial para la Verdad y Acceso a la Justicia del Caso Ayotzinapa.” Alejandro Encinas, accessed on December 10, 2019, http://www.alejandroencinas.mx/wp-content/uploads/ 2019/09/Informe-de-la-Comsi%C3%B3n-de-Ayotzinapa-26sep19.pdf

80 Grupo Verdad y Memoria-Plataforma Contra la Impunidad y la Corrupción. 2018. “Romper el silencio. Hacia un Proceso de Verdad y Memoria en México.” Plataforma Contra la Impunidad y la Corrupción, accessed on December 10, 2019, http:// www.plataformacontralaimpunidad.org/doctos/Romper-el-silencio.pdf? platform=hootsuite

81 Grupo Verdad y Memoria-Plataforma Contra la Impunidad y la Corrupción. 2019. “Romper el silencio. Hacia un Proceso de Verdad y Memoria en México.” Plataforma Contra la Impunidad y la Corrupción, accessed on December 10, 2019, http:// www.plataformacontralaimpunidad.org/doctos/Romper-el-silencio-2019.pdf

82 Hite, Katherine and Paola Cesarini. 2004. Authoritarian Legacies and Democracy in Latin America and Southern Europe. Notre Dame: University of Notre Dame Press.

83 Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia (IMDHD). 2018. “#EnVivo Romper el Silencio ʻHacia un Proceso de Verdad y Memoria en Méxicoʼ.” Facebook video, 1:20:22, July 24, https://www.facebook.com/IMDHD/videos/2153632267998807/

84 Inter-American Commission on Human Rights (IACHR). 2014. The Right to Truth in the Americas. Washington: Organization of American States.

85 Lowenthal, David. 2015. The Past is Another Country – Revisited. Cambridge: Cambridge University Press.

86 Ortiz Ahlf, Loretta. 2018. “La propuesta de AMLO: Algunas precisiones.” Nexos, May 16, https://seguridad.nexos.com.mx/?p=712

87 Pedretti, Lucas. 2017. “Silêncios que gritam: apontamentos sobre os limites da Comissão Nacional da Verdade a partir do seu acervo.” Revista do Arquivo 2 (5): 62-76.

88 “Presidente electo se reúne con familiares de víctimas en el Segundo Diálogo por la Paz, la Verdad y la Justicia convocado por la CNDH.” 2018. Sitio oficial de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), September 14, https://lopezobrador.org.mx/2018/09/14/ participa-amlo-en-el-segundo-dialogo-por-la-paz-la-verdad-y-la-justicia/

89 Saffon, María Paula. 2019. “Justicia transicional sin transición: un balance.” Oraculus, January 31, https://oraculus.mx/2019/01/31/justicia-transicional-sin-transicion-un- balance/

90 Schneider, Nina and Marcia Esparza. 2015. Legacies of State Violence and Transitional Justice in Latin America: A Janus-faced Paradigm? London: Lexington Books.

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91 Sheridan, Mary Beth. 2019. “Mexican Government Says More than 3,000 Hidden Graves Found in the Search for the Disappeared.” The Washington Post, 2 of September, https:// www.washingtonpost.com/world/the_americas/mexican-government-searching-for- the-disappeared-have-found-more-than-3000-hidden-graves/2019/09/01/d15fa7ae- cc20-11e9-9615-8f1a32962e04_story.html

92 Subcomissão da Verdade na Democracia. 2016. “Ata - Terceiro encontro ampliado da Subcomissão da Verdade na Democracia ‘Mães de Acari’.” CCARJ, Plenário do 6o andar, accessed on December 10, 2019, https://www.facebook.com/subcomissao/photos/a. 869076903224178/948266331971901/?type=3&theater

93 Teitel, Ruti. 2014. “Transitional Justice as Liberal Narrative.” In Globalizing Transitional Justice: Contemporary Essays, edited by Ruti Teitel, 95-111. New York: Oxford University Press.

94 The Merriam-Webster Dictionary. 2020. “Legacy.” Merriam-Webster Inc., https:// www.merriam-webster.com/dictionary/legacy

95 TV ALERJ. 2018. “Solene 10/12/18 - Dia Internacional Direitos Humanos.” YouTube video, 3:23:14, December 10, https://www.youtube.com/watch?v=m_C7RMwG3Lg

96 United Nations Human Rights Council. 2012. “Report of the Special Rapporteur on the Promotion of Truth, Justice, Reparation and Guarantees of Non-recurrence, Pablo de Greiff.” Office of the United Nations High Commissioner for Human Rights, accessed on December 10, 2019, https://www.ohchr.org/Documents/HRBodies/HRCouncil/ RegularSession/Session21/A-HRC-21-46_en.pdf

97 United Nations Secretary-General. 2004. “The Rule of Law and Transitional Justice in Conflict and Post-conflict Societies.” United Nations Secretary-General, accessed on December 10, 2019, https://www.un.org/ruleoflaw/files/2004%20report.pdf

98 Uprimny Yepes, Rodrigo and María Paula Saffon Sanín. 2006. “La ley de ‘justicia y paz’: ¿una garantía de justicia y paz y de no repetición de las atrocidades?” In ¿Justicia transicional sin transición? Verdad, justicia y reparación para Colombia, edited by Rodrigo Uprimny Yepes, María Paula Saffon Sanín, Catalina Botero Marino and Esteban Restrepo Saldarriaga, 173-197. Bogotá: Dejusticia.

99 Villalon, Roberta. 2017. Memory, Truth, and Justice in Contemporary Latin America. New York: Rowman & Littlefield.

100 Zavala, Misael. 2018. “Increpan familiares de víctimas a Sicilia y a AMLO; exigen justicia.” El Universal, September 14, https://www.eluniversal.com.mx/nacion/ sociedad/increpan-familiares-de-victimas-sicilia-y-amlo-exigen-justicia

NOTES

1. Footage of the event is available at CNDH (2018). Parts of this story were also told to me at an interview with Mariclaire Acosta, at Mexico City, in April 2019.

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2. The UPPs (Pacifying Police Units) are public security polices implemented in the state of Rio de Janeiro in 2008. The DOI/CODI, or Department of Information Operations - Center for Internal Defense Operations, was a police unit which was central to intelligence and repression activities during the Brazilian dictatorship. 3. The following organizations are mentioned: Rede de Comunidades e Movimentos Contra a Violência, Fórum de Juventudes do Rio de Janeiro, Fórum Social de Manguinhos, Instituto Brasileiro de Análises Sociais e Econômicas (IBASE), Instituto de Estudos da Religião (ISER), Coletivo Olga Benário, CEV-Rio and Justiça Global. 4. Their names and ages were: Antônio Carlos da Silva, 17; Cristiane Souza Leite, 16; Édio do Nascimento, 41; Edson de Souza, 17; Hudson de Souza, 16; Luiz Carlos Vasconcelos de Deus, 31; Luiz Henrique da Silva Euzébio, 18; Moisés dos Santos Cruz, 27; Rosana de Souza Santos, 18; Viviane Rocha da Silva, 14; and Wallace do Nascimento, 17.

ABSTRACTS

In this article, disputes over the identification of persisting “legacies” of the past that participate in the constitution of present patterns of organized violence are discussed. It highlights the ways in which present forms of organized violence are often tied to past experiences of political violence in the context of transitional justice discourse, as serious contemporary human rights violations are framed as indicators of the failure of past transitional processes. This article then explores such disputes in the context of recent civil society debates in Mexico on the potential development of transitional justice mechanisms; and in the context of the Sub commission of Truth in Democracy “Mothers of Acari” in Rio de Janeiro, Brazil.

En este artículo se discuten las disputas sobre la identificación de los “legados” persistentes del pasado que participan en la constitución de los patrones presentes de violencia organizada. Resalta cómo las formas presentes de violencia organizada a menudo se vinculan con experiencias pasadas de violencia política en el contexto del discurso de justicia transicional, ya que las violaciones contemporáneas a los derechos humanos se enmarcan como indicadores del fracaso de pasados procesos transicionales. El artículo luego explora dichas disputas en el contexto de los debates recientes de la sociedad civil, en México, sobre el potencial desarrollo de mecanismos de justicia transicional; y en el contexto de la subcomisión de Verdad en Democracia “Madres de Acari”, en Rio de Janeiro, Brasil.

Neste artigo, são discutidas as disputas sobre a identificação dos “legados” persistentes do passado que participam da constituição dos padrões atuais de violência organizada. Ressalta-se como as formas presentes de violência organizada com frequência são vinculadas a experiências passadas de violência política no contexto do discurso de justiça de transição, já que as violações contemporâneas dos direitos humanos são definidas como indicadores do fracasso de passados processos de transição. Logo, o artigo explora essas disputas no contexto dos debates recentes da sociedade civil, no México, sobre o potencial desenvolvimento de mecanismos de justiça de transição, e no contexto da Subcomissão da Verdade na Democracia “Mães de Acari”, no Rio de Janeiro, Brasil.

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INDEX

Palavras-chave: Brasil, justiça de transição, legados, México, violência organizada Keywords: Brazil, legacies, Mexico, organized violence, transitional justice Palabras claves: Brasil, justicia transicional, legados, México, violencia organizada

AUTHOR

VICTORIA M. S. SANTOS

Ph.D. candidate in the International Relations Institute at the Pontifical Catholic University of Rio de Janeiro, Brazil. Assistant researcher at the Global South Unit for Mediation (GSUM), Brazil. Latest publications: “The Disconnect between Arms Control and DDR in Peace Processes” (co- author). Contemporary Security Policy 40 (2): 263-284, 2019; “Interrogating the Security- Development Nexus in Brazil’s Domestic and Foreign Pacification Engagements” (co-author). Conflict, Security & Development 18 (1): 61-83, 2018. victoria.mssantos[at]gmail.com

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Glass Half Full? The Peril and Potential of Highly Organized Violence ¿El vaso medio lleno? El peligro y potencial de la violencia altamente organizada O copo meio cheio? O perigo e o potencial da violência altamente organizada

Adrian Bergmann

EDITOR'S NOTE

Received date: January 10, 2020 Acceptance date: April 1, 2020 Modification date: April 27, 2020 https://doi.org/10.7440/res73.2020.03

AUTHOR'S NOTE

This article has not been funded under any specific project or grant.

Introduction

1 Over the past decades, homicide rates in Latin America and the Caribbean have risen while poverty and income inequality have dropped, and the middle class and gross domestic products have grown (Chioda 2017, 7). Nevertheless, this is the world region with the highest homicide rate proportional to the population, and the only region where the rate is rising. Addressing this apparent clash with conventional wisdom, in its 2019 Global Study on Homicide, the United Nations Office on Drugs and Crime found that, In Europe and Asia, the different levels of socioeconomic development across countries explain their different homicide rates reasonably well; therefore,

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development policies in such countries are likely to be beneficial in terms of violence reduction. This is in contrast to Latin American countries experiencing elevated homicide rates that cannot be explained by their level of socioeconomic development alone. In such cases, investment in socioeconomic development would not be sufficient to bring down the high level of violence. (UNODC 2019a, 36-37)

2 Even so, while research on violence in Latin America and the Caribbean is widespread, far less effort has been made to understand experiences of violence reduction (Hoelscher and Nussio 2016, 2399). Seeking to better understand experiences with both violence and violence reduction, here, I focus on El Salvador, a country that, between 2000 and 2017, recorded the highest mean (63), median (62), and maximum (105) rate of homicide victims per 100,000 inhabitants out of 144 countries in the world with over one million inhabitants. Figure 1 shows the Latin American and Caribbean countries in this sample and reveals that El Salvador is an extreme case within an extreme region.

Figure 1. Homicides per 100,000 inhabitants in Latin America and the Caribbean, 2000-2017

Source: Elaboration by the author with data from UNODC (2019b).

3 To explain the soaring homicide levels in several Latin American and Caribbean societies, I argue that it is crucial to study the degree of organization of armed violence and, again, El Salvador is a radical case in point. Unlike countries such as Brazil, Colombia, and Mexico, where the armed actors are numerous, in El Salvador, armed violence is largely exercised by three gangs, the police, and the armed forces, who together account for the lion’s share of the 39,060 homicides registered between 2010 and 2019, in a country of 6.5 million people. From 2014 onward, the gang wars have been compounded by the government’s war on gangs, which has served to escalate the dynamics of armed violence in the country and silence the alternatives to the use of force.

4 As I unpack this case study, I am concerned not only with the conditions that enable and constrain armed violence in the first place, but with how armed violence itself

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transforms those conditions over time. This, I argue, is critical, in that it implies that armed violence transforms the conditions for its own reduction. In the first part of the article, I lay out a simple framework for analyzing organization and escalation in armed conflict, followed by an analysis of the increasing organization of armed violence in El Salvador, the recent escalation of violence between gangs, on the one hand, and police and armed forces on the other, and how these developments have served to transform the conditions for violence reduction. In the second part, I start by addressing the two most significant reductions in armed violence in El Salvador over the past decade, both of which saw gangs take leading roles, before analyzing the organizational conditions that made this possible, the political conditions that made it unsustainable, and the implications for violence reduction moving forward. Throughout, I engage extensively with other cases across Latin America and the Caribbean.

Organization and Escalation of Armed Violence

5 Reviews of the literature reveal an abundance of studies that cover cultural, economic, political, and social approaches to explain violence in El Salvador and Central America (Yashar 2018; Zinecker 2017), and albeit each of the explanations are insufficient to fully account for variation in armed violence within and across countries, they contribute to and are indeed necessary parts of a comprehensive explanation (Rivera 2016). While there is consensus that much of the armed violence in the region is organized, chiefly by gangs, the theoretical and practical implications of such a degree of organization for the dynamics of violence, as well as for violence reduction, have not been dealt with. Here, I seek to address this gap through a processual and relational approach.

6 Firstly, when I interrogate how, over time, armed violence transforms the conditions that enable and constrain it, I am preoccupied with processes. Following Stefan Malthaner (2017, 2-3), “While process trajectories are influenced by (and to some extent depend on) environmental conditions and individual predispositions at the outset, they are driven and shaped by dynamics that they themselves generate, thereby transforming initial conditions and generating new goals and motives (della Porta 2013; Kalyvas 2006; Neidhardt 1981; von Trotha 1997; Wood 2003).” While the fields of conflict transformation and peace building tend to emphasize the “roots” of violence, violence ought also be considered in its own right (Pearce 2020). Specifically, I posit that processes of large-scale armed violence can garner a momentum of their own which needs to be addressed directly.

7 Moreover, process tracing is helpful in demonstrating that present conditions are the result of “a sequence of events, some of which foreclose certain paths in the development and steer the outcome in other directions” (George and Bennett 2005, 212). This is one of the ways in which violence can work as an independent variable. Below, I argue that the escalation of armed violence between Salvadoran gangs and the Salvadoran state has progressively narrowed their repertoires of action so as to rule out forms of nonviolent engagement.

8 Secondly, I focus my analysis on the relationship between gangs and governments in El Salvador, rather than on any one of the actors. Specifically, I am concerned with the inter-organizational processes between gangs and governments that enable and constrain armed violence (Tilly 2003, 20). This implies the need for interpretation of

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the actors’ behaviors. On the one hand, organizations may act (violently) with intent to generate a given effect—what Malthaner (2017, 3) refers to as “strategic interaction.” On the other, organizations may act (violently) in response to the acts of other organizations—as “mutual adaptation in tactics and repertoires of action” (Malthaner 2017, 3). Usually, non-state armed actors are understood to exercise violence with intent, be it in El Salvador (Cruz and Durán-Martínez 2016; Yashar 2018) or elsewhere in Latin America and the Caribbean (Kalyvas 2015; Koonings and Kruijt 2004; Lessing 2015). Of course, in practice, acts of violence are likely to be shaped by a mix of intent and response, and this tension runs throughout the processes that I deal with below.

9 The study is based on my ongoing longitudinal research in El Salvador and Central America, which began in 2008, on the organization of armed violence, gangs, and opportunities for violence reduction, conflict transformation, and peace building. I draw upon extensive press reviews, participant observation, and countless interviews, as well as raw data from Salvadoran police databases and public information from the institute of forensic medicine.

Organizing Armed Violence

10 Over the past twenty years, armed violence in El Salvador has increased, to the point where, in 2015, one in every 970 Salvadorans was murdered—the highest rate of homicides per inhabitant in the twenty-first century of any country in the world with more than one million people. This increase is inextricably tied to the uniquely high degree of organization of armed violence in the country, chiefly by three gangs, the police, and the armed forces. While there is a long tradition of gangs in El Salvador (Savenije 2009), the gang wars of the 1990s and early 2000s led to a convergence of dozens of small gangs into two large federations: the 18th Street (18th St.) and the Mara Salvatrucha 13 (MS13), with the former splitting into two rival gangs in 2005, the 18th St. Revolutionaries and the 18th St. Southerners (Amaya and Martínez 2015). Only a few smaller gangs persist today (Amaya and Martínez 2014).

11 As shown in Figure 2, this degree of organization leads not only to generally high levels of homicide throughout the past twenty years, but to extreme variation, specifically in the number of women and especially men killed by firearm. In contrast, the number of homicides by other means remains relatively stable. Presumably, the former owes largely to gang wars and the war on gangs, while the latter are better explained by a wider range of dynamics (Hume 2009; Zinecker 2017), with gender playing a major role across the board (Applebaum and Mawby 2018; Hume and Wilding 2015; Rojas Ospina 2020; Walsh and Menjívar 2016; Zulver 2016).

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Figure 2. Homicide victims by means and sex in El Salvador per month, 2002-2019

Source: Elaboration by the author with data from Instituto de Medicina Legal, UAIP/2788/RR/ 195/2018(2) and UAIP/4/RAdm/20/2020(5) (: Corte Suprema de Justicia).

12 Unlike the armed violence of the 1980-1992 war, which was readily recognized as “political,” the armed violence of the postwar period is broadly understood as “criminal” (Bergmann 2015; Moodie 2010), in line with a discursive shift that reaches across Latin America and the Caribbean (Imbusch, Misse, and Carrión 2011, 96). Crucially, this reframing shapes not only how violence is understood, but how it is acted upon: While political violence may be subject to dialog, mediation, and negotiation so as to build political solutions, criminal violence is generally referred to the law enforcement and criminal justice systems.

13 Predictably, El Salvador’s predominantly repressive law enforcement and criminal justice policies have been incapable of sustainably reducing armed violence or fostering urgent social transformations (Holland 2013; Wolf 2017). Instead, El Salvador has transformed into a mass incarceration society, warping from 132 prisoners per 100,000 inhabitants in 2000 to 604 in 2018, second in the world only to the United States (Walmsley 2018, 6). What is more, this mass incarceration has played a central role in strengthening Salvadoran gangs organizationally. As the prison population swelled, prison authorities started to separate inmates by gang affiliation as of September 2, 2004 (Valencia 2014), and while this helped reduce inter-gang fighting within prisons (Peirce and Fondevila 2020), it also brought members of the same gang together from across the country in a way that had never happened before and that the gangs would have been unable to do on their own. Through case studies of California, El Salvador, and São Paulo, Benjamin Lessing (2017, 257) shows how such “mass-incarceration policies, while incapacitating and deterring individual criminals, can simultaneously strengthen collective criminal networks.” In effect, mass incarceration paved the way for Salvadoran gangs to develop cohesive organizations with a national reach, both on the streets and across the prison system.

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14 Countless times, Salvadorans have witnessed the harrowing potential that comes with this degree of organization of armed violence. The most extreme expression came in August 2015, when 918 people were killed, up from 470 in July. To put it crudely, murder at such a rate takes work—as well as a degree of logistics and supplies, not least of firearms, ammunition, and people willing and able to use them. The bloodshed of August was foreshadowed by the murders of eleven bus workers and torching of several buses in late July, which spurred a five-day halt in bus services, out of fear of more attacks, disrupting daily life across much of the country (Dalton 2015). Campaigns of armed violence like this have not only generated frenzied tensions, but also shaped the ideas that policymakers and the public hold about how El Salvador’s gangs may and may not, should and should not, be dealt with. Overwhelmingly, the effect on government policy has been to entrench and radicalize repressive strategies.

Escalating Armed Violence

15 In the wake of the 1992 peace accord, a series of reforms sought to constrain state violence in El Salvador (Holden 1996), indeed aspiring to break with a long legacy of military dictatorship and widespread repression (Stanley 1996). The armed forces were scaled back and their political influence tempered, the judiciary was overhauled, and a new civilian police force substituted the three military police forces of the past (Williams and Walter 1997), yet the development of democratic institutions and practices was slow and contradictory (Call 2003; Wade 2016). When El Salvador’s first leftist government assumed power under President Mauricio Funes in 2009, there were hopes and efforts to turn a corner after years of failed public security policies (Hoppert-Flämig 2013; van der Borgh and Savenije 2015). However, fledgling attempts to consolidate the rule of law gave way to significant rollbacks during the left’s second term in power, from 2014 to 2019, including a massive expansion of the limits on state violence. Numerous incidents fed into this evolution, but one stands out for its long- term repercussions.

16 In the early hours of March 3, 2016, eleven men were brutally killed by members of the 18th St. Revolutionaries in San Juan Opico, an hour’s drive northwest of the capital. Some of the victims had suffered prolonged torture and the massacre spurred massive public outrage and debates over declaring a state of exception. Eventually, a package of “extraordinary measures” was passed into law on April 1 and later denounced by the United Nations high commissioner for human rights, Zeid Ra’ad Al Hussein (2017), for having “placed thousands of people in prolonged and isolated detention under truly inhumane conditions, and with prolonged suspension of family visits.” New special forces units, comprised of thousands of police and military personnel, were also set up and deployed in the weeks that followed (Salazar 2016).

17 Within days of the massacre, President Salvador Sánchez Cerén—flanked by the minister of justice and public security, Mauricio Ramírez Landaverde, and the director general of the police, Howard Cotto—charged that, “although some say we are at war, there is no other way. There is no space for dialog, no space for truces, no space for reaching an understanding with them; they are criminals and must be treated as criminals” (Rauda Zablah 2016). Vice President Óscar Ortiz followed suit, avowing that, “now, no option is left to us but confrontation” (Calderón 2016).

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18 Sánchez Cerén, Ortiz, Ramírez Landaverde, and Cotto formed the hard core of the tight- knit group of former guerrilla members that controlled law enforcement and criminal justice policy during most of the 2014-2019 presidency. By early 2016, critical voices within the government had largely been sidelined and the policy disagreements that characterized the Funes presidency were substituted by a shared outlook, as my interviews with Ramírez Landaverde, Cotto, and others close to them make clear. As one senior policymaker told me, “now, they [the gangs] have gone too far,” with the implication that a ramping up of repressive measures was the only path left open to them. In turn, the use of lethal force by law enforcement officers became a key driver of the dynamics of armed violence in the country (Bergmann 2019).

19 As reflected in Figure 3, during the Sánchez Cerén presidency, from June 2014 to May 2019, 1,819 Salvadorans were killed by police and military personnel, allegedly in the line of duty—a third of them in 2016 alone. In February 2017, the percentage of overall homicides owed to state violence, peaked at a whopping 22 percent and, after her mission to El Salvador in early 2018, the United Nations special rapporteur on extrajudicial, summary, or arbitrary executions, Agnès Callamard (2018, paragraph 36), reported that she “found a pattern of behavior among security personnel amounting to extrajudicial executions and excessive use of force, nurtured and aggravated by very weak institutional responses.”

Figure 3. Homicides by and of law enforcement officers in El Salvador per month, 2011-2019

Source: Elaboration by the author with data from police databases “Estadística” for 2011-2015 and “Imperium” for 2016-2019 (San Salvador: Policía Nacional Civil).

20 The victims of state violence included gang members and non-gang members, almost all men, mostly very young—some only thirteen years old. One woman in her forties told me: “The problem isn’t with the guys [gang members]; we know how to get along

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with them. The problem is with the police.” Over the past years, I have heard variations of this statement in several communities.

21 Meanwhile, under Sánchez Cerén, 355 police and military personnel were murdered in El Salvador, also reflected in Figure 3. An undetermined portion of these deaths were unrelated to the victims’ professional capacity—drunken brawls, jealousy, debts and, indeed, criminal activity in which they were themselves involved. Most, though, will have been targeted by the gangs. Whatever the motive, overwhelmingly, the victims were off duty at the time of their death—74 percent of police and 87 percent of military personnel. When on duty, they usually have a sweeping tactical advantage—in terms of numbers, training, communications capabilities, and equipment including bullet proof vests and high-power firearms—making them difficult targets. As such, the majority of targeted killings of law enforcement officers and their family members have taken place in or near their own homes, implying that the fear of being targeted permeates their professional and personal lives alike.

Transforming the Conditions for Violence Reduction

22 Whereas the predominant discourse in Salvadoran politics and press squarely blames the gangs for the country’s crisis of armed violence (Carballo 2017; Wolf 2012), an alternative but complementary view emphasizes the role of public policy and state actors, and is widespread in academia and the human rights community. Meanwhile, a focus on the relationship between the gangs and the state highlights Randall Collins’ (2009, 20) argument that “escalation and counter-escalation are a process of feedback loops.”

23 In light of the above, the best explanation for the dramatic expansion of limits on state violence in El Salvador may be “that once certain practices get up and running, they carry an autonomous momentum that can be difficult to divert. Certain practices become the accepted norm; they become ingrained into the cultural and social milieu, such that political actors simply could not conceive of the world working any other way” (Ching 2013, 27). In their study of large-scale use and abuse of force by law enforcement officers in Venezuela, Andrés Antillano and Keymer Ávila make a similar finding: “Rather than a consistent, rational, and explicit policy, it approaches the notion of apparatus put forth by Foucault (1980, 194): A set of practices, discourses, institutional dispositions, regulations, and collective initiatives that take on consistency by way of their strategic usage” (2017, 86).

24 While individual acts of violence—be it the torture of a young man at the hands of a group of police officers or the dismemberment of a police officer at the hands of a group of gang members—are intentional (if not necessarily planned or wished for), the cumulative, broad escalation of violence over time has not been the intention or in the interest of neither gangs nor governments. What is more, the war between them may have come about less by design, and more as the result of a tragic spiral of mutual adaptations to tactics and repertoires of action.

25 In either case, the broader effect of the escalation of violence is to take any nonviolent strategies for engagement off the table. Even years before the radicalization of state violence under Sánchez Cerén, Mo Hume stressed that “police brutality, summary ‘justice’ and revenge killings … should be contextualized as an endpoint in a broader

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continuity of exclusion and polarization, not as something outside normal social relations. They are indicative of the endurance of a hegemonic political project that continues to silence alternatives to the use of force” (2009, 9).

26 While this project has continued to build strength, the most encouraging experiences of the reduction of armed violence in El Salvador over the past decade have gone against the grain. Not only have they involved nonviolent engagement with gangs, but indeed they have relied on Salvadoran gangs’ ability to mobilize their organization of armed violence so as to constrain it.

Deescalating Armed Violence

27 The same organization of armed violence in El Salvador that produced a peak of 918 homicides in August 2015, produced a low of 120 homicides in December 2019 and 65 under pandemic lockdown measures in March 2020. Two experiences stand out as forceful expressions of the potential for gangs themselves to take a lead in processes of armed violence reduction, as well as the controversy this entails (Cruz and Durán- Martínez 2016; Kan 2014; Schuberth 2016).

28 First, in 2012-2013, a truce reigned among El Salvador’s main gangs, with crucial operational support from the government. The process brought about an instant, major reduction in the number of homicides—57 percent when comparing three months before and after it came into effect on March 8, 2012, 56 percent over six months, and 53 percent over twelve months. Indeed, the gang truce ensured the lowest rate of homicides since before the war started in 1980 and spurred significant international interest among scholars and practitioners. As the erstwhile minister of justice and public security, David Munguía Payés, put it to me in an interview, it was a clear demonstration that “whoever controls the war between the gangs, controls the homicides” (San Salvador, November 13, 2018). However, while the gangs remained committed to the process, it gradually broke down as government support dried up in the latter half of 2013 and into the elections of early 2014 (van der Borgh and Savenije 2019).

29 Second, as mentioned above, on March 3, 2016, members of the 18th St. Revolutionaries killed eleven people in San Juan Opico, paving the way for a package of extraordinary measures to be implemented across the prison system, and for new special forces units to be formed. Subsequently, the government maintained that it was those repressive policies that led to a decrease in armed violence, while the case has not previously been addressed by scholars. However, a sharp homicide reduction set in a week before the extraordinary measures were even voted upon by legislators, much less in effect, when, on March 26, the MS13, the 18th St. Revolutionaries, and the 18 th St. Southerners announced a “unilateral ceasefire” (Valencia and Martínez 2016). On the one hand, key gang leaders had sought to bring about a truce ever since the previous one imploded. On the other, it was an attempt to temper the fallout from the recent massacre. Over the months that followed, the gangs worked together to restrain armed violence (Martínez 2016b) and homicides were indeed reduced by 50 percent over three months, 43 percent over six months, and 46 percent over twelve months before and after March 26.

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Figure 4. Homicides in El Salvador per day, six months before and after the start of the 2012 and 2016 gang truces

Source: Elaboration by the author with data from Instituto de Medicina Legal, UAIP/2788/RR/ 195/2018(2) (San Salvador: Corte Suprema de Justicia).

30 Figure 4 reflects the scale, but not least the speed of the homicide reductions in the wake of the 2012 and 2016 gang truces. In both instances, the reductions took place literally from one day to the next, and neither the scale nor the speed can be reasonably explained without accounting for an exceptionally high degree of organization of armed violence; that is, there is no plausible alternative explanation to the gang truces. A corresponding level of control may be found at the subnational level in several Latin American and Caribbean countries, not least in some cities, including parts of São Paulo (Biderman et al. 2019; Feltran 2012; Manso 2016; Willis 2015) and Medellín (Acemoglu, Robinson, and Santos 2013; Cruz and Durán-Martínez 2016; Doyle 2019; Moncada 2016b), but not on a national scale, like in El Salvador.

31 Furthermore, it is noteworthy that a similar effect was achieved under opposite political circumstances: In the first case, the Funes government supported a mediation team, improved prison conditions, and provided gang leaders with the communications capabilities necessary for them to direct the gang truce. In the latter, the Sánchez Cerén government sustained a fierce anti-gang campaign in prisons and on the streets, with the traditional gang leaders isolated in the maximum-security prison. Still, the gangs agreed upon and enforced a reduction in armed violence and developed mechanisms to manage disputes between them and to discipline members within each.

32 A third case in point is playing out under the government of President , inaugurated on June 1, 2019, with homicides dropping by 53 percent over three months and 52 percent over six months before and after July 6, 2019, when the reduction seems to have commenced. Little is yet known about this endeavor, but my off-the-record conversations with knowledgeable individuals inside and outside of government and gangs suggest that the gangs have again taken the initiative to reduce homicides. Rather than a negotiation between government and gangs, it may have to do with an alignment of interests, as all parties are keen to generate the conditions for a shift

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away from endless war. Moreover, it underscores that Salvadoran gangs’ repertoires of action have now expanded to encompass everything from breathtaking campaigns of systematic killing to sober political strategizing.

Violence Reduction as an Organizational Project

33 The 2012 and 2016 gang truces both fell short of developing comprehensive, durable solutions to armed violence and social conflicts in El Salvador, yet their accomplishments warrant an earnest effort to explain the conditions for their successes and failures, and two crucial conditions stand out—one because of its presence and the other because of its absence: Firstly, the existence of cohesive organizations capable of committing to and delivering on agreed change processes and, secondly, the development of a cohesive political project capable of bridging responses to immediate and emerging crises, including violence reduction, and a long-term vision for social transformation (Lederach 2012). I address the latter point in the next section.

34 My emphasis on the role of organization springs from an acknowledgment of what Anthony Giddens’ (1986, 25) labeled the “duality of structure”—namely that social structures at once enable and constrain social action. Correspondingly, social structures such as gangs, police, and armed forces can be harnessed both to enable and to constrain armed violence, and this is the point where the armed violence of the postwar era intersects with the armed violence of the war: Not in its political content, but in its degree of organization. This is a parallel fraught with controversy, to the extent that it may be misinterpreted as casting the guerrilla in the same moral category as gangs. However, the logic is straightforward: In 1992, a group of guerrilla commanders and military generals were able to bring the war to an end. Today, a group of national gang leaders and a handful of government officials can do the same.

35 Then as now, an organization’s degree of fragmentation or consolidation influences its ability to regulate violence. For instance, under the 2006-2012 presidency of Felipe Calderón, the Mexican state set out to “dismantl[e] criminal organizations by dismantling their leadership structures in order to fragment them into minor and more manageable groups.” However, Octavio Rodríguez (2016, 43) warns that “this ‘strategy’ intensified pre-existing conflicts and generated others by creating smaller, less predictable, and more violent groups fighting fiercely for smaller turfs.” Equivalent strategies have been adopted throughout the region, from Brazil to Guatemala, with similar effects: Generally, greater fragmentation of armed organizations tends to lead to greater competition among them, which in turn tends to lead to more violence (Durán-Martínez 2018, 18-19).

36 The perils of fragmentation notwithstanding, Salvadoran police and prosecutors have also been influenced by this approach to law enforcement, reflected in the increased targeting of the gangs’ finances and chains of command, principally striking the MS13 and most significantly through operations Jaque, Tecana, and Cuscatlán in 2016, 2017, and 2018, respectively (Martínez 2018a). Notably, during the 2012 gang truce, the Salvadoran government not only desisted from systematic attempts to fragment the gangs and break down their leadership structures; effectively, the government threw its lot in with those gang leaders who were committed to reducing homicides and carving out a new path for their organizations. However, the best of intentions and

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earnest efforts do not make up for the absence of the kind of transformative politics that both helps make sense of and go beyond reductions in armed violence.

Violence Reduction as a Political Project

37 While cohesive organizations that are able and committed to deliver on agreements can reduce armed violence, a cohesive political project—that is, a clear political vision and a sound policy framework—is necessary to forge broader processes of transformation and provide them with direction, content, and legitimacy. Kristian Hoelscher and Enzo Nussio find that, “while micro-level policy interventions may be suited to explain short-term reduction in urban criminality, sustained decreases in lethal violence may be more likely in situations where policy changes complement, or are integrated into, wider reforms to political and social institutions” (2016, 2399).

38 Across Latin America and the Caribbean, Bogotá, Cali, and Medellín in Colombia are held up as success stories of reduction of armed violence to be emulated (Maclean 2015; Moncada 2016b). While emphasis is commonly placed on a series of innovations in public spaces and services, including transportation, parks, and libraries, Francisco Gutiérrez et al. (2013, 3136) stress that “the ‘miracles’ [of Bogotá, Cali, and Medellín] cannot be understood without dealing with urban politics and in particular with the ability of innovative politicians to successfully create viable transformational coalitions within the city.” That is, the differences in conditions and policies between cities notwithstanding, the mayors broke with ingrained political polarization to develop more inclusive visions of the cities and cultivate the social support necessary to sustain them, including from the media and business sectors (Moncada 2016a).

39 Quite the contrary, the Funes government failed to imbue the 2012 gang truce with either a political vision or support from crucial social actors (Cruz 2018; Roque 2017; van der Borgh and Savenije 2019). While the gang leaders and the mediation team kept the violence reduction process going, and isolated initiatives for alternative livelihood strategies and community development were rolled out (Rivard Piché 2017; Pries 2015), the budding peace process never matured into a coherent public policy framework, never mind a viable political platform. In this vein, Achim Wennmann argues that the thousands of lives that were spared are “a testament to the positive achievements of dialogue and negotiation in one of the most crime- and violence-affected regions of the world.” However, he adds, “El Salvador’s gang truce also highlights that, for such processes to be sustainable, they must be embedded in broader social and political transformation processes” (2014, 269).

40 In the years since, the political failure of the 2012 gang truce has severely complicated the prospects for renewed nonviolent engagement with gangs, as critics hold up the eventual unraveling of the past process as proof that any such approach is unfeasible. Moreover, the experience has been dragged through the mud by unsubstantiated claims that the gangs took advantage to better arm themselves, develop strong links to Mexican drug trafficking organizations, and substitute homicides for forced disappearances (Carcach and Artola 2016; Farah 2012). Along with the horrifying spike in armed violence in subsequent years, these accusations have made nonviolent engagement with gangs a political no-go zone. Nevertheless, leading politicians from all major political parties have kept on making backstage deals with gangs in the years since (Martínez 2016a and 2018b). Former lawmaker and current

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Ernesto Muyshondt concedes that “it is a reality that this country lives, and if you want to be a politician in this country … if you want to be a mayor and do a job in your municipality … Then you have to deal with them to be able to work in the territories” (Labrador and Martínez 2016, online). Indeed, this has been the norm since the 1990s (Sanz and Martínez 2012).

41 The Colombian processes mentioned also involved nonviolent engagement with organized crime, gangs, militias, paramilitaries, and guerrillas, but that context of overtly political conflict offered more familiar ways to explain this to the public. However, the development of a conducive language and political framework for engaging with gangs—actors that are usually held to be criminal and depoliticized—is extremely challenging. The most durable, large-scale experience to this effect has been developing in Ecuador since the late 2000s, when the country’s principal gangs—the Crazy Souls, the Masters of the Street, the Ñetas, and the Sacred Tribe Atahualpa Ecuador—embarked on a journey to reduce armed violence (Brotherton and Gude 2018). Building on an initial gang truce facilitated by police, the gangs were incorporated into the decade-long political project of President Rafael Correa (Clark and García 2019), and the Ecuadorian “citizens’ revolution” provided crucial political and social space for the gangs to transform themselves—each in their own ways and over the course of a decade—into street organizations that retain their distinct cultural outlooks and expressions, but leave crime and violence behind (Brotherton and Gude 2020).

Conclusion

42 The calamity of violence in twenty-first century El Salvador was not intended by gangs, governments, or any other actor. Rather, it recalls the fundamental sociological insight of Norbert Elias (2000, 366), that “the basic tissue resulting from many single plans and actions of people can give rise to changes and patterns that no individual person has planned or created.” For years, Salvadoran gangs and governments have been locked into a process of mutually harmful escalation of armed violence, even though it is broadly against the interests and wishes of everyone involved.

43 Yet, the years of gang wars and war on gangs has only made the challenge of articulating an alternative political platform and policy framework to gang repression that much more difficult. Between July 23, 2003, when President Francisco Flores declared “mano dura” against gangs, and December 31, 2019, 61,754 people were murdered in El Salvador, and the dead weigh heavily on today’s politics. The immense suffering involved may prop up the allure of authoritarianism, but the evidence is resounding: This policy has been a disaster and the war on gangs must stop.

44 The most significant reductions in armed violence in El Salvador have come about when the gangs have mobilized to rein in the wars that they are tangled up in—most notably, by way of gang truces in 2012 and 2016—, demonstrating, as these gangs have repeated in numerous joint communiqués over the years, that “just as we are part of the problem, we can be part of the solution.” Clearly, they have the necessary organizational capital—for better and for worse. However, any amount organizational capital cannot make up for the absence of a far broader political project, capable of developing strategic links between short-term responses to urgent needs and longer- term visions for a society capable of dealing with conflicts without violence.

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45 Ultimately, this is a pragmatic approach. It may be uncomfortable for many— unsatisfying perhaps—but there will be gangs in El Salvador and across the Americas throughout the rest of this century, no matter the policies. Coupled with the tragedy of the first two decades of this millennium, this recognition should allow us to at least entertain a new set of questions: Say, how might we live with the gangs but without the violence? That is, might we shift our focus from futile attempts to eradicate gangs to more realistic efforts to eradicate gang violence?

46 If previous Salvadoran presidents have been unwilling or unable to break with decades of failed gang policies, President Bukele at least has the conditions to raise a formidable political project. With approval ratings above ninety percent, he has a political capital unlike any of his predecessors (Margolis 2019). Moreover, in the face of the electoral implosion of the country’s traditional political parties, Bukele’s outfit, New Ideas, is set to win the 2021 legislative and municipal elections handily, thus consolidating an immense power base. In early 2020, though, the political vision and actionable policies of this government are still being formed—a process that was abruptly put on hold by the coronavirus disease 2019 (COVID-19). Then again, COVID-19 has also thrown the ordinary rules of the political game up in the air. Maybe, just maybe, it offers an opportunity to imagine living together without violence and to strive for peace by peaceful means.

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ABSTRACTS

Throughout the twenty-first century, El Salvador has been immersed in a crisis of armed violence, largely explained by an exceptionally high degree of organization of armed violence by three gangs, the police, and the armed forces. I trace the processes of organization and escalation of armed violence in the country, and address the potential for harnessing these organizations to constrain armed violence, as evidenced twice in the past decade, when gangs reined in the wars between them and reduced homicides by half. I analyze the organizational conditions that make this possible and the political conditions necessary to bridge short-term violence reduction and a long-term political vision and policy framework for social transformation.

A lo largo del siglo XXI, El Salvador se ha visto inmerso en una crisis de violencia armada, cuya principal explicación es el grado excepcionalmente alto de organización de la violencia armada por parte de tres pandillas, la policía y la fuerza armada. Rastreo los procesos de organización y escalada de violencia armada en el país, e interrogo el potencial de movilizar estas organizaciones para contener la violencia armada, como ha quedado evidenciado en dos ocasiones en la última década, cuando las pandillas se dispusieron a parar sus guerras y reducir los homicidios a la mitad. Analizo las condiciones organizativas que hacen posible esa contención, así como las condiciones políticas necesarias para vincular una reducción de violencia a corto plazo con una visión política y con un marco de políticas públicas de transformación social a largo plazo.

Ao longo do século XXI, El Salvador tem sido visto imerso em uma crise de violência armada, cuja principal explicação é o grau excepcionalmente alto de organização da violência armada por parte de três quadrilhas, da polícia e da força armada. Investigo os processos de organização e escalada de violência armada no país, e interrogo o potencial de mobilizar essas organizações para conter a violência armada, como ficou evidenciado em duas ocasiões na última década, quando as quadrilhas foram dispostas a parar suas guerras e reduzir os homicídios pela metade. Analiso as condições organizacionais que tornam possível essa contenção, bem como as condições políticas necessárias para vincular uma redução de violência em curto prazo com uma visão política e com um referencial de políticas públicas de transformação social em longo prazo.

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INDEX

Palavras-chave: El Salvador, política de violencia, quadrilhas, redução de homicidios, violência armada, violência estatal Palabras claves: El Salvador, pandillas, política de violencia, reducción de homicidios, violencia armada, violencia estatal Keywords: Armed violence, El Salvador, gangs, homicide reduction, politics of violence, state violence

AUTHOR

ADRIAN BERGMANN

MA in Peace and Reconciliation Studies, Coventry University, United Kingdom. Research Fellow at the Institute of Historical, Anthropological, and Archaeological Studies, University of El Salvador. Latest publications: Media, Central American Refugees, and the U.S. Border Crisis: Security Discourses, Immigrant Demonization, and the Perpetuation of Violence (Robin Andersen, co-author). New York: Routledge, 2019; “El Salvador.” In Monitor del uso de la fuerza letal en América Latina: un estudio comparativo de Brasil, Colombia, El Salvador, México y Venezuela, edited by Catalina Pérez Correa, Carlos Silva Forné, and Ignacio Cano, 80-95. Aguascalientes: Centro de Investigación y Docencia Económicas, 2019. Bergmann[at]transcend.org

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Jóvenes mexicanos: violencias estructurales y criminalización Mexican Youth: Structural Violence and Criminalization Jovens mexicanos: violências estruturais e criminalização

Maritza Urteaga Castro-Pozo y Hugo César Moreno Hernández

NOTA DEL EDITOR

Recibido: 7 de enero de 2020 Aceptado: 1 de abril de 2020 Modificado: 20 de abril de 2020 https://doi.org/10.7440/res73.2020.04

NOTA DEL AUTOR

Este artículo es producto del grupo de investigación “Jóvenes entre la Creación y la Criminalización” y es parte del proyecto de investigación “Culturas juveniles en la sociedad mexicana contemporánea” (Folio 860), más amplio y financiado anualmente por el Sistema Institucional de Proyectos del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México.

Introducción

1 Toda sociedad está instituida por grupos diferenciados; la identidad de una colectividad y su espacio social se consolidan como un “nosotros” homogéneo frente a “otros” distintos, hacia los cuales se plantean distanciamientos sociales y simbólicos cargados afectiva y valorativamente. La discriminación social es un fenómeno superveniente de estas dinámicas de diferenciación, está ligada estrechamente con el grado de extrañeza, la carga afectiva y la actitud apreciativa hacia determinados “otros”, y se manifiesta cuando un sistema de condiciones (como una comprensión de la realidad a través de

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prejuicios y estereotipos, con los cuales se impone una supuesta diferencia que define superioridad e inferioridad por raza, clase, sexo, religión, edad, etcétera) propicia acciones que tienen “por objeto o resultado obstaculizar, restringir, impedir, menoscabar o anular el reconocimiento, goce o ejercicio de los derechos humanos y libertades” (CONAPRED 2017, 3) de ciertas personas.

2 La edad es un factor de diferenciación latente en la discriminación hacia los adultos mayores y los jóvenes. Estos últimos se encuentran en una posición particularmente desventajosa para integrarse a la vida laboral y para la participación política, pues la subordinación de la condición juvenil en el imaginario social —que asigna a la juventud una definición esencialmente vinculada con la irresponsabilidad y la falta de ambición y compromiso— ha favorecido prácticas discriminatorias sistemáticas que excluyen a este sector de la población y lo ubican en una situación de alta vulnerabilidad. Por un lado, los jóvenes son sujetos a exigencias sin posibilidades de realizarse,1 lo cual provoca marginación y rechazo,2 mientras que, por otro lado, se desdobla una tendencia a estigmatizarlos como riesgo social, y al criminalizarlos se respaldan acciones que limitan el libre ejercicio de sus derechos.3

3 Nuestro propósito es analizar las condiciones estructurales de discriminación y violencia que contribuyen a articular la imagen del joven como victimario y sus producciones culturales como amenazantes, con lo que la condición juvenil queda comprometida y vulnerable frente a “la selección meticulosa de las víctimas propiciatorias” (Pérez Islas 2010, 42) a través de vías institucionales. La elaboración crítica del concepto de desciudadanización nos permitirá mostrar cómo dichas vías producen sujetos que hay que combatir por ser culpables de la violencia y la delincuencia. Aunque esta presunción se sostiene sobre estereotipos, prejuicios y estigmas que aluden a las culturas juveniles y sus prácticas (estar juntos, vestir y hablar de una manera particular, escuchar un tipo de música, etcétera) como sus principales y necesarias generadoras, tiene la fuerza para inculpar, justificar acciones persecutorias y establecer un marco jurídico dentro del cual los jóvenes —criminales— pueden ser asesinados, sin que esto implique cometer un delito.

4 Ahora bien, la discriminación por edad no emerge de forma explícita como único o principal gesto para limitar el ejercicio de ciertos derechos, sino que se expresa asociada con otras cualidades de los sujetos que, en su combinación, arrecian la discriminación. Tengamos en cuenta algunos resultados de la ENADIS: Cinco de cada diez jóvenes de nivel socioeconómico muy bajo afirman que no los aceptaban en los empleos debido a su apariencia, mientras que dos de cada diez personas jóvenes de estrato bajo dijeron lo mismo […] en contraste, las y los jóvenes de nivel medio, medio alto y alto no consideraron que su apariencia sea una razón por la cual no fueron aceptados en un trabajo. (CONAPRED 2010, 61)

5 La ENADIS 2017 mostró que 24,2% de jóvenes indígenas declaró haber vivido discriminación múltiple, es decir, por más de una característica de su personalidad, entre las que se consideraron el tono de piel, la manera de hablar, la complexión, la apariencia, la clase, etcétera. Hemos optado por enfatizar la heterogeneidad de la experiencia social de los jóvenes y adoptar un posicionamiento teórico-metodológico no reduccionista: el enfoque de juventud.

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Enfoque de juventud

6 Los estudios con enfoque de juventud se han desarrollado en México desde la década de los ochenta y han buscado superar la concepción tradicional y disciplinaria de la juventud. Aquella estaba osificada en los psicologismos y biologicismos; lo joven como estadio transitorio hacia la adultez y como una sintomatología psicofisiológica, fueron las definiciones predominantes que redujeron la juventud a una etapa que debía ser superada bajo la observancia jerárquica de los adultos. Se construyó, así, la imagen de un sujeto incapaz de tener agencia en la transformación de su entorno social, imposibilitado para actuar creativamente, y un simple receptáculo de aprendizajes, sin saberes y estrategias. En consonancia con la concepción tradicional, las producciones culturales e identitarias de los jóvenes fueron valoradas negativamente. La reunión de los jóvenes en situación de horizontalidad, cuando no sucedía bajo la mirada vigilante de una institución (escuela, iglesia, familia), produjo temor —¿de qué serían capaces estos sujetos incompletos?—; el rebelde sin causa, la juventud desenfrenada, el pandillero, fueron lugares comunes para señalar a los perfectos candidatos a la delincuencia y establecieron la pauta para estudiar las relaciones casi causales entre juventud, violencia, sexualidad desordenada y consumo de drogas, dando así la apariencia de que estos fenómenos son exclusivos de las poblaciones jóvenes.

7 El enfoque de juventud o sociocultural, integrado a partir de una mirada interdisciplinaria en la que confluyen la sociología, la antropología, la psicología social, los estudios culturales, etcétera, pone el énfasis en la presencia y participación social de los sujetos juveniles, mejor observados en plural que en la singularidad de enfoques psicobiológicos. Desde esta perspectiva, los jóvenes son más que entes en proceso de crecimiento; son esencialmente actores y agentes activos en la creación e intervención de la realidad.

8 Los estudios socioculturales develaron la pluralidad de la experiencia social juvenil. Para dar cuenta de la heterogeneidad productiva juvenil era necesario observar el entrecruce de otras categorías centrales de sus relaciones sociales: raza, género y clase. Este posicionamiento ha permitido a los investigadores caracterizar apropiadamente la emergencia de dinámicas juveniles inéditas, como las experiencias sociales de los jóvenes indígenas (Urteaga Castro-Pozo 2008a, 2008b y 2010; Pérez Ruiz 2008 y 2011; Pacheco Ladrón de Guevara 2009 y 2010), enmarcadas en una nueva ruralidad mexicana transformada por la obligatoriedad de la educación básica y, recientemente, de la educación media superior. La emergencia de estos actores juveniles complejiza los espacios urbanos y la noción misma de juventud; su existencia es fronteriza, en el sentido de que: El afuera o adentro está siendo construido sólo como un punto de orientación en el derrotero que hacen cotidianamente los caminantes jóvenes en las fronteras entre esos mundos que están agotándose y los nuevos mundos en los que están ingresando, aunque tomando sus distancias y precauciones. La reivindicación del derecho a vivir en la diferencia, por parte de algunos jóvenes, estaría marcando el deseo de dejar las posiciones de frontera, ese sentirse “fuera de lugar” y ser reconocidos como diferentes —jóvenes, indios y habitantes— “dentro” de la sociedad y de la ciudad mexicana contemporánea y global. (Urteaga Castro-Pozo 2011, 328)

9 Los jóvenes indígenas “no aceptan el dominio de los padres en relación a costumbres anteriores como el matrimonio, rechazan su concertación en contra de la voluntad de

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los contrayentes, además el noviazgo y el cortejo son prácticas novedosas que están teniendo sus propias formas de vivirse y entenderse” (Urteaga Castro-Pozo 2011, 270). Estos procesos se expresan con mayor nitidez en la ciudad, y podemos referir algunas de sus manifestaciones documentadas por los estudios de juventud.

10 En la década del 2000, el fotógrafo Federico Gama,4 quien ya había fotografiado a sujetos pertenecientes a otras culturas juveniles (punks y cholos), descubrió en las calles de Ciudad de México a jóvenes indígenas vestidos estrambóticamente: chalecos de mezclilla con parches punks, estoperoles, paliacates al estilo cholo, playeras de colores, prendas negras mezcladas con algún elemento religioso, entre otros. Su apariencia no mantenía correlato con otras producciones asociadas a las culturas juveniles de las que retomaban estos elementos, particularmente, no escuchaban música punk, sino la que gozaban en salones de baile, música de banda y ranchera. Por su parte, Berenice Guevara Sánchez (2015) dio seguimiento a jóvenes pandilleros de origen indígena purépecha y a la relación que establecen con su comunidad al retornar a ella. Y, por otro lado, Isaura Martínez (2017) observó en una comunidad otomí del estado de México cómo los jóvenes indígenas complejizan el espacio escolar y comunitario al crear pandillas que irrumpen con nuevos procesos de pertenencia.

11 Cuando los jóvenes se convirtieron en problema social, debido a las producciones lingüísticas, éticas y estéticas con las cuales confrontaron al mundo adulto, los mercados culturales se convirtieron en el blanco de la crítica moralizante. Los jóvenes fueron considerados como sujetos pasivos hiperconsumistas incapaces de operar sobre lo que el mercado les ofertaba, y se fijaron correlaciones necesarias entre la vestimenta y la identidad; el consumo de cierta música, con el consumo de estupefacientes, y la ideología, con estampados en camisetas. De esta manera, un corte de cabello, una palabra y las formas de relacionarse de estos jóvenes produjeron espanto entre los adultos.

12 No cabía duda de que los consumos constituían una dimensión central en la vida de los jóvenes y, por tanto, un eje que debía considerarse para su estudio. Así, en los noventa se popularizó el término “tribus urbanas”, que trataba de comprender las relaciones horizontales de los jóvenes más allá de la pasividad de un consumidor acrítico. Sin embargo, la doxa mediática desgastó el concepto y lo volvió un marcador vacío, acartonado y tendencioso, con un sesgo hacia la satanización y homogeneización de los jóvenes disruptivos. En respuesta, los estudiosos de la juventud han optado por hablar de culturas juveniles, y el refrescamiento teórico ha favorecido un nuevo acercamiento que pone al descubierto la complejidad del estar juntos de los jóvenes. La noción de culturas juveniles hace referencia, por un lado, al conjunto de experiencias sociales expresadas colectivamente por los jóvenes mediante la construcción de estilos distintivos, localizados fundamentalmente en tiempos y/o espacios no institucionales y, por otro, a la aparición de microsociedades juveniles con grados significativos de autonomía respecto a las instituciones adultas, que se dotan de tiempos y espacios específicos. (Urteaga Castro-Pozo 2011, 410)

13 El impacto de este giro se evidencia en la aproximación a las culturas de los emos y los reguetoneros. Cuando estalló el escándalo a través de los medios, debido a que miembros de otras culturas juveniles llamaron a la violencia contra estos jóvenes, no faltaron los especialistas que negaban la calidad de cultura juvenil de los emos, aduciendo que no tenían producciones culturales propias, que no había una declaración estética precisa y que tenían pocos elementos lingüísticos singulares. Esta ausencia aparente era engendrada por la incomprensión del campo. Para 2004-2005, el territorio de estos

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jóvenes había sido desplazado al ciberespacio, mientras que los investigadores se acercaban a ellos en el espacio convencional de la presencia, tratando de realizar etnografías, entrevistas, historias de vida a la vieja usanza, incapaces de sumergirse en el territorio donde la riqueza de las producciones lingüísticas, éticas y estéticas refulgía sin remilgos: blogs, foros y chats. A los investigadores les aparecía un nuevo territorio, que para esos jóvenes era el espacio natural de expresión. Habitantes nativos del ciberespacio, escupían silencio y sinsentido en el terreno físico.

14 De forma análoga, la visión de los investigadores clásicos minimizó la calidad y obstaculizó el desciframiento de las producciones lingüísticas, éticas y estéticas de otros jóvenes: los reguetoneros o chacas (una forma despectiva que viene de chacal y ejemplifica cómo los estigmas devienen en emblemas). Se aducía que eran únicamente consumidores, y no agentes de creación y operación en su entorno social. Entre emos y reguetoneros existen diferencias sociales importantes, pero no se trata de un alejamiento de clase extenso. Los emos son jóvenes miembros de clases medias bajas, trabajadoras y regularmente estables, mientras que los reguetoneros son de clases trabajadoras no estables, empleadas informalmente. Su participación en los mercados laborales impone profundas diferencias respecto a la calidad de vida; si nos atenemos a la definición de pobreza como una situación de recursos escasos (más adelante se profundizará al respecto), los reguetoneros son jóvenes pobres, en la medida en que se les niega el acceso a trabajos dignos y estables que permitan superar las carencias de alimentación, formación y patrimonio. Ante tal pobreza, parecía que estos jóvenes estaban imposibilitados para la agencia y solo respondían al consumo de una música específica y estupefacientes baratos. No obstante, estos jóvenes crean y depositan en el ciberespacio sus producciones de videos, imágenes, música y bailes. Habitan las calles, se congregan en los combos reguetoneros5 y se identifican según nombres, rutas, pintas y grafitis.

15 La desigualdad social, la pobreza y la racialización no solo producen individuos obligados a reproducirlas, sino capaces de crear expresiones juveniles únicas. La heterogeneidad productiva de las juventudes muestra que la riqueza y capacidad creadora de lo humano logran superar las carencias para instituir formas inéditas de posicionarse en el mundo. Sobre estas premisas se sostiene nuestro enfoque de juventud.

Presencia juvenil en lo social

16 El sistema de educación pública como tecnología de poder del Estado moderno tuvo un efecto en la generación del sujeto juvenil, en un principio casi exclusivamente masculino. “Debidamente formulada para todos, la condición juvenil se fundó únicamente sobre la condición de estudiante” (Urteaga Castro-Pozo 2011, 57). Siguiendo a Dubet, podríamos decir que la experiencia escolar permite la experiencia juvenil (si no es que la crea), y, en nuestros tiempos, experiencia escolar y juvenil están en relación de simultaneidad: Bien entiende Dubet que los sujetos llegan “formados” a la experiencia escolar, es decir, no son los recipientes vacíos en el cuerpo del estudiante absoluto, sino sujetos con una experiencia social previa y simultánea a la experiencia escolar […] esta experiencia social previa y simultánea se ha definido como experiencia juvenil, debido tanto a la simultaneidad —que pasa, sí, por la edad, pero no se estanca ahí, sino que sigue hasta la producción de tácticas juveniles contrapuestas a la

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estrategia implementada por el dispositivo escolar, sin llegar a acumular fuerza como para derribarlo, pero sí con la efectividad para dejar florecer una experiencia alterna a la escolar, quizá imposible sin la cualidad de simultaneidad que les caracteriza, como si se tratara de un rebote de sentido producido por los sujetos jóvenes. Al mismo tiempo, como experiencia social previa, para los estudiantes de secundaria se implican los trabajos pedagógicos padecidos en la formación escolar primaria y las condiciones específicas ofrecidas por las condiciones de clase, raza o etnia, género, condiciones impregnadas por la condición que las engloba: jóvenes en el inicio de producciones culturales juveniles. (Moreno Hernández 2016, 19)

17 La imagen de la juventud se ha ido edificando desde la percepción externa hasta llegar a una mirada que se concentra en cómo los jóvenes construyen espacios propios, separados del mundo adulto, donde los consumos —vistos como inmorales por ojos adultos— son constitutivos de las prácticas juveniles. Acorde con nuestro enfoque, identificamos tres ámbitos a través de los cuales los jóvenes construyen su presencia en lo social: “el de la socialidad con sus pares, el cultural y el político” (Urteaga Castro- Pozo 2011, 38). Cabe aclarar que no concebimos la tríada como la estructura real de la experiencia social, sino como una separación analítica con valor heurístico.

18 El desarrollo del concepto socialidad, como un orden de interacción social propio, distinto a la socialización en su jerarquía vertical, es un aporte conceptual determinante para la comprensión de las juventudes descentradas de las experiencias sociales normadas por las instituciones adultas. […] la conceptualización sobre los mundos juveniles como espacio social juvenil exige […] el reconocimiento y aceptación de dos condiciones: 1) la presencia y acción de los jóvenes sobre su mundo inmediato —el presente— como actores sociales, es decir, están activamente comprometidos en la producción de sus mundos sociales, y 2) su condición de agentes, esto es, de activos productores de cultura. (Urteaga Castro-Pozo 2011, 172)

19 Esto deja claro que los jóvenes disputan los espacios, y esto ha exigido por parte de los especialistas una mirada capaz de reconstruir el concepto “lugar” para comprender la relación entre la experiencia de los agentes y los espacios, los cuales están cargados de sentidos, opuestos muchas veces a los sentidos que el mundo adulto les había asignado (desde una pared tagueada hasta una banca convertida en pista de acrobacias para patinetas, sin dejar de lado la erotización de los espacios públicos cargados amorosamente por cuerpos juveniles en territorialización intersubjetiva). Para los jóvenes, “gran parte de sus prácticas socioespaciales son constitutivas de sus prácticas identitarias y de socialidad establecidas con otros jóvenes” (Urteaga Castro-Pozo 2011, 202). Ellos no hacen lugar únicamente en espacios restringidos, sino que pueden alcanzar espacialidades extendidas y desterritorializadas; lo que tampoco es una práctica exclusiva de acciones contrainstitucionales o anticapitalistas, sino que suceden en todo el espectro de clases, desde jóvenes grafiteros hasta jóvenes clasemedieros haciendo lugar en las bardas y en los centros comerciales —sin olvidar las desterritorializaciones migratorias como los barrios transnacionales—. Cómo se habita la ciudad, cómo se lucha contra la ausencia de espacios capaces de hacer lugar para las prácticas juveniles de socialidad y cómo se criminalizan estas prácticas, son elementos centrales para comprender la discriminación de las juventudes.

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Los jóvenes más buscados

20 Lo que hemos llamado el espanto, es decir, el efecto de miedo en la percepción adulta, va más allá de una humorada, pues el espanto produce efectos sociales que pueden limitar el libre ejercicio de los derechos de los sujetos jóvenes al identificarlos como habitantes de un supuesto lado oscuro de lo humano, del cual solo es posible salir con la guía de los adultos. Uno de esos efectos es la criminalización de las identidades y culturas juveniles, respuesta común y discriminatoria hacia este sector de la población.

21 En un esfuerzo por proporcionar una orientación teórica para comprender los efectos sociales de la criminalización de los jóvenes, José Valenzuela propuso la noción de juvenicidio: El juvenicidio posee varios elementos constitutivos que incluyen precarización, pobreza, desigualdad, estigmatización y estereotipamiento de conductas juveniles […] El juvenicidio inicia con la precarización de la vida de las y los jóvenes, la ampliación de su vulnerabilidad económica y social, el aumento de su indefensión ciudadana y la disminución de opciones disponibles para que puedan desarrollar proyectos viables de vida. (Valenzuela 2015, 12)

22 Una sociedad que supone en sus jóvenes futuro y no presente, que proyecta sobre ellos una moratoria social en lo que se refiere a las actividades productivas (la educación antes que el trabajo) y, en consecuencia, les niega espacios de participación donde se aquilaten los saberes construidos en las relaciones horizontales, les impone incapacidad para actuar y convertirse en agentes de cambio. Luego, se establece una desigualdad por razón de la edad y se designa a los jóvenes una posición subalterna, lo que los convierte en sujetos de tutela, sin voz y sin voto.

23 No todas las juventudes son perseguidas con el mismo ahínco. Las juventudes más estigmatizadas, discriminadas y asesinadas son aquellas en situación de precariedad. Un sujeto en situación de pobreza tiene una vida definida por la privación continua o crónica de recursos. La extrema pobreza es una combinación de escasez de ingresos, falta de desarrollo humano y exclusión social, caracterizada por vulneraciones múltiples e interconectadas de los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales. De allí se infiere que una persona en situación de pobreza extrema entrará en un círculo vicioso de privaciones de recursos y del libre ejercicio de sus derechos; la persona es sometida a una situación que se torna condición. En este sentido, los jóvenes de un sector empobrecido quedan maniatados ante la toma de decisiones.

24 La relación entre raza y clase también es un elemento que eleva su vulnerabilidad. En la sociedad mexicana, el color de piel guarda una relación con la situación laboral de la persona y la percepción económica que los demás tienen de ella, tanto en los prejuicios como en el estado real de las cosas: mientras más oscura es la piel, mayor es el rezago educativo, y mientras más clara es, mayor el nivel de escolaridad (INEGI 2017). En consonancia, las personas con tonos de piel más oscuros tienen mayor participación en trabajos menos calificados (agrícolas, ganaderos, forestales, de pesca y caza, artesanales y de operación de maquinaria y transporte, o en actividades de apoyo) con respecto a quienes tienen tonos de piel más claros (CONAPRED 2017). Sobre las juventudes racializadas recae el clasismo-racismo; su color de piel es señalado como un marcador corporal que, conforme es más oscura, opera en su inferiorización.

25 Lo anterior ilustra de qué manera las juventudes son definidas no solo por su condición etaria, sino por el entrecruce de la clase y el tono de piel. El delito de portación de

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rostro es impuesto por esta realidad. Si bien es un error asumir una correlación directa entre pobreza y tendencia a la delincuencia, también lo es no asumir cómo se relacionan la clase, la raza-etnia, la edad y el género según unas coordenadas que de facto criminalizan. A esto debe sumarse la frágil presencia de instituciones sociales y políticas que aseguren un mínimo de participación y acceso a oportunidades culturales, políticas y económicas.

26 Coincidimos con Bauman (2004) al sostener que el capitalismo contemporáneo expone a todos los sujetos a los mismos productos y generadores de deseo, pero no da acceso con la misma capacidad de exposición, produciendo así dos maneras de relacionarse con los productos: los consumidores plenos y los consumidores fallidos; unos, ciudadanos de pleno derecho, los otros, población desecho que, además, excitada como cualquiera por los productos generadores de deseo, busca obtenerlos a pesar de todo. Se considera entonces a la población desecho, más que como un estorbo, un peligro. Desde ahí se diseñan los planes de seguridad pública con tendencias militares, pues el peligro es interno e indomable, lo que convierte a enormes contingentes de población en enemigos. Así, se impulsa un derecho penal del enemigo que desciudadaniza a todo el sector “jurídicamente”, es decir, si bien ya se les quitaba ciudadanía con los hechos, las legislaciones de seguridad interior lo hacen con la ley como soporte. Lo que hay que dejar claro es que no son los más pobres quienes engrosan las filas de las organizaciones delincuenciales, y que no todo el deseo se moviliza por el consumo, sino que las carencias de oportunidades para acceder al respeto, al reconocimiento y al poder son incluso más determinantes en el acceso de los jóvenes a las estructuras de las organizaciones delincuenciales.

27 El grueso de las víctimas de violencia, en gran medida impulsada por la lucha contra los grupos organizados de la delincuencia, son jóvenes. En la tabla 1 se presentan los datos ofrecidos por el INEGI respecto a las defunciones por homicidios. Retomamos datos desde el 2006, pues consideramos que ese año es indicador de un parteaguas en el proceso de desciudadanización, pues en ese año inicia la llamada guerra contra el narcotráfico de Felipe Calderón.

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Tabla 1. Homicidios por edad entre 2006 y 2018

Fuente: elaboración propia, con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).

28 Los homicidios permanecieron debajo de diez mil únicamente durante 2007, y a partir de 2010 excedieron los veinte mil. Estos datos evidencian una violencia sostenida que, si bien disminuye después del terrorífico 2011, en 2016 escala y en 2018 se eleva tanto que ese año se considera como el más violento de México. Ya que la tabla 1 tan solo presenta los números totales de homicidios, no podemos discernir si están o no relacionados con la violencia provocada por el combate frontal a las organizaciones delincuenciales. No obstante, ofrece un panorama de la vulnerabilidad de las juventudes mexicanas. Por rangos de edad, hay un salto escalofriante que sucede entre el rango de 10-14 y 15-19. Si solo se toma el 2011, ese salto fue de 235 a 2.419 casos. Los homicidios se elevan sostenidamente en los rangos siguientes, de 20-24 a 25-29, y tienden a disminuir de manera leve en el siguiente rango. Los jóvenes fueron los protagonistas de una guerra sangrienta de 2006 a 2018, que tuvo como objetivo expreso el combate al narcotráfico. Fueron víctimas y victimarios, y ocuparon diversos lugares tanto en los negocios criminales como en las fuerzas armadas y policiales.

29 Los grupos de delincuencia organizada han operado producciones estéticas, lingüísticas y códigos de conducta capaces de normar la cotidianidad de territorios específicos. es un caso y Sinaloa es otro. La guerra generó sus propias formas culturales y simbólicas, hacia las cuales las juventudes proyectaron su deseo. Un funcionario policial de Tamaulipas dijo que se topa seguido con jóvenes convertidos en gatilleros de cárteles y cuyo oficio no les causa remordimientos. De hecho, esos jóvenes ven los asesinatos como la mejor manera de costearse cosas, como teléfonos celulares, vehículos y novias. “Les pregunto: ʻ¿Qué aspiraciones tienes?ʼ, y la respuesta que me dan es ʻser jefe de estacas y tener un narcocorridoʼ”, afirmó el funcionario que solicitó el anonimato. “No tienen otra aspiración más, a pesar de que saben que su tiempo de vida es muy corto”. El funcionario recordó el caso de un chico de 16 años que secuestraba, mataba y mutilaba a sus víctimas y

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después se tomaba selfies con los cadáveres desmembrados. Tras una década de guerra contra el narcotráfico, la violencia es la única realidad conocida por su generación. “Los chamacos, los de ahorita, de 14 años en adelante que pueden ser los detenidos, han vivido dentro del delito; es decir, viven en algo que para ellos es completamente normal”, agregó el funcionario. (“A 10 años de la guerra contra el narco” 2016)

30 Si de algo sirve el 2006 como marcador, es para identificar cómo las políticas públicas, elaboradas desde la visión de lo que Loïc Wacquant (2008) denominó Estado penal, tienen efectos sociales de amplio espectro. A finales de 2017, fue asesinado el joven influencer conocido como el Pirata de Culiacán, Juan Luis Lagunas Rosales. Su rutina no era muy diferente a la de otros jóvenes habitantes del ciberespacio: usaba Facebook e Instagram y producía videos, imágenes y textos, lo que le valió para colarse en el mundillo de la cultura pop conocido como narcocultura. Carlos Velázquez elaboró un perfil del influencer, que participaba en videos musicales y se relacionaba con estrellas de la narcocultura: Juan Luis abandonó la escuela a los catorce años y de su natal Navolato emigró a Culiacán, la capital mundial del narcotráfico en el mundo (sic). Él no lo sabía, pero reunía todos los ingredientes para convertirse en el bufón oficial de la cultura de la droga. Era bajito como un luchador mini, incapaz de expresarse de manera normal, como Sammy Pérez (¿a poco pensamos que el narco no tendría su cómico de televisa?), y con toda el hambre del mundo. Pero no hambre de superación, ni siquiera tenía la capacidad para intuir lo que es el progreso, hambre por ir de cero a mil. Por esa razón se convirtió en un show. Su rutina: ponderar la narcocultura, pontificar la vida criminal. Beber y meterse coca como un capo eran sus aspiraciones. Esto le abrió todas las puertas de la vida al margen de la ley y del mundo del espectáculo que pondera ese lifestyle. Pero Juan Luis no era un criminal. Era lo mismo que Alushe o el Kemonito son para la Lucha Libre. Comenzó a alquilarse para videos de grupos de música grupera y para aparecer en fiestas, fue la Paris Hilton del tercer mundo. Y le permitieron acceso a armas, drogas, coches, animales exóticos y mujeres buchonas. Y su conducta era vitoreada con ardor. (Velázquez 2017)

31 Las producciones estéticas, lingüísticas y éticas de una cotidianidad afectada por la presencia de organizaciones delincuenciales, en un rebote espeluznante frente a su combate, no fueron desarticuladas, sino que se maximizaron y fueron asumidas por jóvenes como el Pirata de Culiacán.

32 En la tabla 2, presentamos los datos sobre escolaridad para los homicidios ocurridos entre 2006 y 2018. Resulta complejo establecer correlaciones entre escolaridad, edad y defunción por homicidio, pues los datos no son tan finos como para inferir la escolaridad de los jóvenes en el momento de ser asesinados. Lo que sí permiten ver es que la mayoría de los homicidios se ubica entre aquellos con educación secundaria o equivalente. Es posible declarar que a mayor escolaridad, se observan menos muertes por asesinato, y, si consideramos que un alto grado de escolaridad se logra a una edad mayor, también podemos relacionar la mayoría de los homicidios con los grados académicos señalados en la tabla 2 como un indicador más sobre la edad de las víctimas. La tabla 2 se va modificando según lo hizo el sistema educativo mexicano, que en 2012 ya incluye el nivel prescolar y bachillerato como parte de la educación pública obligatoria.

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Tabla 2. Homicidios entre 2006 y 2018, por escolaridad

NA3 = no aplica, menores de tres años; NA6 = no aplica, menores de seis años; SE = sin escolaridad; PRE = preescolar; PI = primaria incompleta; PC = primaria completa; SI = secundaria incompleta; SC = secundaria o equivalente completa; BC = bachillerato o preparatoria completa; BI = bachillerato o preparatoria incompleta; PRO = profesional; POS = posgrado; NE = no especificado. Fuente: elaboración propia, con datos del INEGI.

33 La escolaridad es relevante para pensar cómo se construyen las expectativas de los jóvenes; en México, el nivel de esta es medio, y con enormes necesidades de expansión. Si bien las juventudes se proyectan en el futuro desempeñando una función social específica, su realización está obstaculizada por un presente que ofrece pocas oportunidades en los ámbitos político, económico y cultural. La educación ha dejado de representar el motor de movilidad social por antonomasia. Aun así, la escuela, como dispositivo y territorio habitado por un gran número de jóvenes, supone un espacio de gran importancia para su socialidad. En investigaciones sobre cómo los jóvenes habitan la escuela (Moreno Hernández 2016 y 2017; Moreno Hernández y Polo Herrera 2017), es claro que la dimensión académica pasa a segundo plano respecto a la dimensión de socialidad.

34 El estar juntos significa para ellos hallar espacios de reconocimiento sobre sus saberes y producciones culturales. Si algo nos impone la narcocultura es un esfuerzo por comprender dónde y cómo suceden las producciones de la socialidad, y dónde la violencia del mundo adulto criminaliza y asesina a los jóvenes envueltos en esas identidades producidas por el entramado de violencias al que están expuestos. En la medida en que sea posible distinguir las construcciones culturales juveniles enmarcadas en los pliegues de las realidades creadas por las actividades de organizaciones delincuenciales, será posible evitar la desciudadanización de la juventud al considerarla amenaza constante. El Pirata de Culiacán es un personaje de referencia para muchos jóvenes fascinados con el fausto de la vida criminal, pero no todos ellos se

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enrolan en la delincuencia, y de los que sí, no todos lo hacen para vivir como aquel personaje. Esto significa que debemos ser más precavidos en nuestras observaciones sobre cómo se experimenta la vida criminal. El testimonio del funcionario policiaco de Tamaulipas, reproducido en un párrafo anterior, reduce la complejidad de la que pretendemos dar cuenta e impone a los sujetos juveniles la unidimensionalidad absoluta del criminal.

35 Es necesario comprender que las organizaciones delincuenciales ofrecen sobre todo trabajo —siniestro, sin duda—, ahí donde no hay más oportunidades para los jóvenes. Esto sucede con distintos matices en entornos urbanos y rurales. Por ejemplo, la ciudad de Poza Rica, en el estado de , fue alguna vez considerada pilar económico estatal. En 2017 se desató ahí una crisis económica relacionada con las transformaciones de la paraestatal petrolera Pemex. Fue a partir del 2013, con la aprobación de la Reforma Energética y las reducciones anuales al presupuesto de Pemex, que decenas de empresas como Backer Hughes y Weatherford, entre otras, decidieron dejar de invertir en la región y tomaron la decisión de abandonar a Poza Rica, trayendo como consecuencia una fuerte ola de desempleo, primero de 250 trabajadores en 2015, que para el 2016 se multiplicaron a más de 600 […] En Poza Rica no sólo fue el sector petrolero quien se vio afectado, si bien resultó uno de los primeros en enfrentar los embates de la crisis, se registró una cadena de despidos y de cierre de empresas locales en el municipio […] en los años 2015 y 2016 se perdieron en la ciudad más de 6 mil empleos, producto del cierre de empresas del rubro petrolero. (Carballo Paredes 2017)

36 Con la crisis se intensificó la delincuencia en Poza Rica, que se convirtió en uno de los escenarios más sangrientos de un estado ya sumido en la violencia. En el entorno mediático predominó un discurso que explicaba la situación como si se tratara de un fenómeno autorreferencial de la lógica de las organizaciones delincuenciales, sin reparar en las condiciones impuestas por el modelo económico neoliberal que dieron lugar a la crisis. Es precisamente bajo este modelo que el cuerpo joven se percibe como altamente valioso en el mercado y muy barato debido a su disponibilidad; la precarización de la población pozarriqueña y la criminalización de las juventudes favorecieron su asignación a determinado tipo de trabajo: halcones en organizaciones delincuenciales, vendedores de piratería, etcétera.

37 Por otro lado, observamos a otros jóvenes que enfrentan desde sus propios entrecruzamientos de clase-raza al esquema de producción establecido: los trendsetters, especialistas de la expresión, ocupados en la producción cultural en un sentido amplio, donde lo independiente y el mercado se entremezclan. En principio, un trendsetter es aquel productor cultural que inicia o crea una moda o idea, de manera que: Los trendsetters se distinguen de los jóvenes media por sus formas de pensamiento avanzado y abierto, si no progresivo, y porque están fuertemente comprometidos e involucrados en estar al frente o a la vanguardia de lo que está sucediendo en la sociedad y en la cultura; estas actitudes y comportamientos sustentan un “estar constantemente iniciando” las tendencias estéticas, conductuales y tecnológicas de lo que vendrá o será vivido por los media en algún momento. (Urteaga Castro-Pozo 2011, 334)

38 Se trata de jóvenes con educación superior y de clase media (según un muy amplio recorte), con gran creatividad y capacidad emprendedora, que se asumen como parte de un mundo globalizado y viven las formas contemporáneas del trabajo implicando en este el placer de hacer las cosas. El trabajo como satisfacción o como obtención de placer estético rompe la idea del trabajo como deber, lo que produce una fuerte

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vinculación entre trabajo y ocio y elimina las líneas que delimitan uno y otro tiempo. Asimismo, los trendsetters diferencian el trabajo (por placer) de las actividades realizadas para lograr un fin específico, como obtener un salario: Para los jóvenes trendsetters, trabajo y empleo son cosas diferentes. El trabajo se asocia con la satisfacción de ambiciones creativas y personales. El empleo significa sujeción a horarios, a funciones y/o actividades no propias: el trabajo los vincula con la búsqueda constante de crear cosas nuevas y nunca repetirse. El no hacerlo, les provoca aburrimiento y malestar en general. (Urteaga Castro-Pozo 2011, 346)

39 Ellos, que pueden pasar gran parte del día trabajando creativamente (excediendo por mucho los tiempos laborales de un empleo tradicional), son representantes de las nuevas formas de organización en red, en las que la forma de vida y los medios para vivir se yuxtaponen. “Los trendsetters coinciden en una pasión hacia el trabajo que significa pasión emprendedora para realizar sus sueños” (Urteaga Castro-Pozo 2011, 349); esto los convoca a la asociación con otros como ellos para crear, lo que configura redes de trabajo y ocio creativo en las que el tiempo libre funciona para nutrir sus vínculos, en una especie de perenne estar haciendo. No obstante, la carga valorativa positiva de su proactividad, es claro también que esta forma de trabajo —en nombre de la cual se pueden llevar proyectos simultáneos, estar entre proyectos (un eufemismo para el desempleo, por cuanto no hay generación de recursos económicos para el diario vivir) o en búsqueda de alianzas con otros— es síntoma de la precarización laboral a la que se enfrenta la juventud en las sociedades actuales.

40 En definitiva, estos jóvenes son totalmente urbanos y tienen espacios propios. Hacen su ciudad conjugando redes y lugares donde se expresan sus percepciones sobre el mundo, las cuales están en una relación flexible entre el mercado y la crítica, sin llegar a coagular en una ideología política clara. Retoman formas estéticas de las culturas juveniles, mas no se solidifican en una ideología; retoman lo que consideran interesante para innovar en un territorio de juego.

Desciudadanización

41 El apartado anterior nos ha permitido exponer de qué modo las condiciones sociales contemporáneas van convirtiendo a los sujetos juveniles en cuerpos cuya utilidad se define más allá de su condición ciudadana. Se trata de una biopolítica sobre la vida que construye a los cuerpos de manera autogestionada, es decir, sin la participación activa del Estado, sino a través de una especie de franquiciamiento de las realidades sociales como la seguridad pública y social. En resumen, la biopolítica ordena que cada quien se haga cargo de sí mismo mientras el Estado ofrece una especie de seguridad policiaca.

42 En tanto que esa es la realidad operante para todos, su caracterización excede las categorías especiales construidas para comprender los efectos que tiene sobre sectores de la población específicos. En lo que sigue revisaremos dos de estas categorías: feminicidio y juvenicidio. Desde los noventa, investigadoras y activistas han denunciado las formas en que la biopolítica condiciona a las mujeres, y han llamado feminicidio a la violencia que esta ejerce. En 1992, Jill Radford y Diana Russell acuñaron el término femicidio para referir al asesinato de mujeres por motivo de su género (Solyszko Gomes 2013). En México, la antropóloga Marcela Lagarde, a la par de Julia Fragoso y otras académicas y periodistas feministas, propusieron el término feminicidio como ampliación de femicidio, entendiendo que la violencia misógina no solo se expresa en el

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asesinato, sino que incluye un espectro de agresiones con respecto a las cuales el Estado es un responsable directo (Solyszko Gomes 2013). Con este neologismo, las feministas han conseguido hacer visible la violencia culturalmente arraigada en la sociedad, presentarla sin eufemismos en el imaginario colectivo de la sociedad mexicana e introducir el feminicidio como un delito sancionado según su especificidad.

43 Tan solo de enero a septiembre de 2019, se registraron 2.833 asesinatos de mujeres en México, de los cuales solo el 25,6% fueron investigados como feminicidios, y el resto, como homicidios dolosos (“Suman casi 3 mil mujeres asesinadas” 2019). En la mayoría de los casos, el crimen fue ejecutado con crueldad y degradando los cuerpos de las mujeres, los cuales fueron descubiertos posteriormente en espacios públicos como caminos y carreteras. La prevalencia de la violencia contra las mujeres, el alza de los feminicidios y el fallo de las autoridades en la investigación de los delitos son problemas graves sobre los cuales el Estado mexicano tiene responsabilidad, tanto por no brindar la seguridad necesaria a sus ciudadanas y no implementar un plan integral para la atención y prevención de feminicidios, así como por las acciones de agresión a mujeres —muchas veces documentada— por parte de funcionarios públicos (policías y cuerpos de seguridad del Estado).

44 Al tener en cuenta los casos de feminicidio, nos damos cuenta de que la gran mayoría de las mujeres asesinadas son jóvenes. Entonces, ¿es adecuado suponer que estos feminicidios son también juvenicidios? La noción de juvenicidio no supone el asesinato de un sujeto por el simple hecho de ser joven. La propuesta conceptual de Valenzuela (2015) se centra en la precarización y vulnerabilidad en las que se encuentran muchos jóvenes. Nos parece que una noción más adecuada, capaz de comprender la producción de nuda vida según el cruce de las categorías clase, raza, etnia, género y edad, es la de desciudadanización, no porque el término juvenicidio esté errado en aquello que busca hacer emerger —la realidad de que la mayoría de las víctimas de la violencia estructural son los jóvenes, quienes a la vez son sujetos criminalizados—, sino porque se corre el riesgo de asimilar juvenicidio con feminicidio, cuando describen fenómenos diferentes.

45 Por su parte, la noción de desciudadanización comprende la lucha política de los feminismos para llevar explícitamente a la ley los derechos diferenciados de las mujeres, y, también, nos permite visibilizar cómo las leyes aumentan los derechos de los sujetos y, con la misma sintaxis, aunque encubierta, debilitan e incluso eliminan derechos de amplios sectores sociales. Entre los despojados destacan los jóvenes —por ser mayoría— o, dicho de manera más apropiada, las juventudes. El término desciudadanización describe esa doble vía jurídica que permite la producción de sujetos que pueden ser asesinados sin cometer un delito. Ahora bien, el posicionamiento de Valenzuela al respecto se condensa así: La existencia de un orden patriarcal y adultocrático junto a condiciones sociales definidas por la precariedad (económica, social urbana, laboral, educativa, cultural), no implica que existan condiciones necesarias y suficientes para que se presenten procesos de feminicidio o juvenicidio. Para que esto ocurra debe existir una fuerte degradación del funcionamiento de las instituciones que posibilite la permanencia de procesos de corrupción e impunidad […] pues sólo cuando existe una simbiótica complicidad entre figuras institucionales y personajes del llamado crimen organizado, se pueden presentar situaciones tan graves de descontrol y muerte como las que México ha vivido en los últimos años. (Valenzuela 2015, 34)

46 A nuestro parecer, no es condición necesaria ni suficiente la complicidad de la que habla Valenzuela, y es menester ampliar el análisis con una crítica del Estado moderno.

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Para ello, consideramos la corrupción e impunidad como sus características claves y respaldamos nuestras interpretaciones con los argumentos desarrollados por Charles Tilly. De acuerdo con él, […] la guerra crea estados. Asimismo, la delincuencia, la piratería, la rivalidad criminal, el mantenimiento del orden público, y la guerra pertenecen todos a esa misma realidad. Durante el periodo en el cual los estados nacionales se fueron convirtiendo en las organizaciones dominantes en los países occidentales, el capitalismo mercantil y la construcción del estado se reforzaron mutuamente. (Tilly 2006, 2)

47 La historia del Estado moderno es la historia de las agrupaciones delincuenciales vencedoras que en el camino se erigieron en “el gobierno [que] ha establecido un negocio de protección” (Tilly 2006, 3). Entendiendo que la legitimidad significa, básicamente, acatar un supuesto consentimiento dado al gobernado, esta se alcanza cuando una fuerza interna toma el control: “estas condiciones pueden servir para justificar, quizás incluso para explicar, la tendencia a monopolizar la fuerza. No contradicen por tanto la realidad, los hechos” (Tilly 2006, 4). Es decir, “se pasó de bandidos y piratas a reyes a través de los recaudadores de impuestos, los titulares de poder de la región y los soldados profesionales” (Tilly 2006, 6). El Estado moderno tiene, pues, su origen en la “depredación, coerción, piratería, bandolerismo y chantaje [, los cuales] guardan grandes similitudes con las actividades desarrolladas por el gobierno” (Tilly 2006, 10). En este sentido, no observamos un Estado adulterado o fallido, sino un Estado que funciona según las reglas que le impone el modo de producción contemporáneo, un capitalismo de consumo, cuyo principal templo y escenario es el mercado.

48 Si atendemos la observación de Tilly, el problema central no está en la corrupción e impunidad o la debilidad de las instituciones (lo que no significa que esto no sea sumamente grave), sino en que el Estado mexicano está embebido en una economía neoliberal que privatiza todo para abrirlo al mercado. En consecuencia, el territorio está vacante, las “plazas” están abiertas a la disputa, y en el negocio de lo ilegal, de la negociación hostil, la vía para apropiarse de ellas es la violencia. Y esto tiene rendimientos económicos, a pesar de los datos reportados sobre pérdidas monetarias — 50 mil millones de dólares, según Lakhani (2016)—, y rendimientos políticos —la ley de seguridad interior, por ejemplo, con la cual se pretendía imponer estados de excepción particularizados—,6 que permiten establecer jurídicamente quiénes son ciudadanos de pleno derecho y quiénes no, esto es, llevar a grado de legitimidad la desciudadanización.

49 La biopolítica, como la explicó Foucault (2001), y con las contribuciones de Roberto Esposito (2005), tiende a convertirse en una política que domina la vida que elimina su pluralidad para homogeneizarla (eutanasia y eugenesia), y deviene en una tanatopolítica. La gestión de la pura vida elimina la creatividad de la vida para imponer un solo decurso. La muerte se convierte en dato estadístico y, así, en una herramienta para diseñar políticas públicas. Cuando decimos que la noción de desciudadanización permite observar cómo opera el Estado en doble vía, estamos pensando en el sentido de la biopolítica-tanatopolítica. Por ejemplo, si nos preguntamos “¿de qué mueren los jóvenes?”, la respuesta se buscará en situaciones consideradas epidémicas. La tabla 3 muestra las defunciones acaecidas por accidentes automovilísticos, por año y edad, en el periodo que hemos estado revisando.

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Tabla 3. Defunciones por accidentes automovilísticos entre 2006 y 2018, por edad

Fuente: elaboración propia, con datos del INEGI.

50 Entre 2006 y 2008, el número de defunciones a los 18 años es alarmante. A partir de 2009, esta cifra baja sensiblemente hasta llegar al número más bajo en 2016, y, aun así, se mantiene a lo largo del tiempo por encima del resto de grupos de edad. Se detectó un problema: se pontificó que una de las principales causas de muerte de los jóvenes eran los accidentes automovilísticos y se diseñaron políticas públicas de prevención. Desde esta perspectiva, los jóvenes mueren por imprudencia. Entonces, entra en operación la cualidad adultocrática del Estado para imponer orden y diseñar leyes y programas. Sin embargo, la principal causa de muerte en jóvenes varones no son los accidentes o el suicidio, sino la muerte por agresiones, es decir, el asesinato. Ahí opera otra función del Estado, la de invisibilizar la multidimensión de los sujetos al sumirlos en una sola forma, la del criminal, como ocurrió en el caso de los 43 normalistas de Ayotzinapa, víctimas de desaparición forzada, a quienes se pretendió vincular con un grupo delincuencial.

51 Juvenicidio y feminicidio se articulan en una relación tanatopolítica que se expresa en procesos de desciudadanización, es decir, por diversas vías, los sujetos jóvenes y las mujeres (y otros en situaciones que los convierten en seres vulnerables) son devaluados en cuanto a su estatuto sociopolítico para ser convertidos en vidas desnudas, cuya importancia apenas se percibe en estadísticas mortales. Así, los sujetos pierden complejidad para devenir en masa informe, un puro dato biológico. En esas circunstancias, las juventudes, pluralizadas según el cruce interseccional, están al frente, como principal blanco de la violencia contemporánea, ya sea como víctimas o como victimarios, sin osificarse en uno u otro lugar.

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Conclusión

52 Las juventudes padecen un doble constreñimiento que las vulnera a través de actos de doble vía. Por un lado, son limitadas “por su bien”, para hacerlas vivir, mientras que, por el otro, sus oportunidades para alcanzar una vida digna son limitadas, sus derechos son violentados y sus voces son eliminadas del tablero de las decisiones políticas, en cuanto pertenecen a una clase, raza-etnia, género o cultura juvenil.

53 La utilidad de términos como juvenicidio radica en que hacen emerger la particularidad de lo joven como fenómeno heterogéneo, multidimensional y complejo, y permiten identificar que los jóvenes constituyen el sector poblacional más vulnerado, con más víctimas. Pero son insuficientes para comprender en qué medida su participación como victimarios está relacionada con la vulnerabilidad del ser joven en nuestro país, y esto no por la debilidad de las instituciones, sino por su misma operación y función. La noción de desciudadanización arroja luz sobre el asunto y constituye un aporte teórico con un potencial crítico para develar y combatir los procesos legislativos lesivos a los derechos humanos, es decir, aquellas legislaciones que producen enemigos internos, cuyo fin es la punición y no el desarrollo de habilidades cívicas para lograr el libre ejercicio de los derechos.

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NOTAS

1. Las Encuestas Nacionales sobre Discriminación en México (ENADIS) 2010 y 2017, realizadas y publicadas por el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED), arrojaron resultados que respaldan nuestras interpretaciones; esto será expuesto a lo largo de este trabajo. Con respecto a los obstáculos para integrarse a la vida laboral, las ENADIS mostraron consistentemente que es el principal problema que identifican los jóvenes para su grupo poblacional. En 2010, 35,4% señaló la falta de oportunidades de empleo y experiencia, y en 2017, 35% indicó la falta de oportunidades de empleo y de posibilidades para seguir estudiando. Como señala Pérez, “su inserción productiva está marcada por una trayectoria inicial donde la toma de decisiones no depende de ellos” (2010, 37), y esto es ilustrado en la ENADIS 2010, en la que “poco más de tres de cada diez jóvenes consideró que la preparación insuficiente, la apariencia o la inexperiencia son los motivos por los no fueron aceptados en un trabajo” (CONAPRED 2010, 60). 2. Poco más del 60% de la población de 18 años en adelante está de acuerdo con que “la mayoría de las y los jóvenes son irresponsables”, y 38,6% “no le rentaría un cuarto de su vivienda a una persona por ser joven”, de lo que se infiere que la sociedad mexicana tiende a rechazar la convivencia con ellos en el ámbito privado (CONAPRED 2017). 3. Los estereotipos discriminatorios adjudicados a la condición juvenil los constituyen como sujetos peligrosos, al grado de que una de cada cuatro personas considera que se justifica mucho o algo llamar a la policía cuando se ven a muchos jóvenes juntos en una esquina (CONAPRED 2010). 4. Para más información sobre la obra de Federico Gama véase http:// www.federicogama.com.mx/ 5. Grupo de jóvenes entusiastas del reguetón que se reúnen en espacios apropiados (estaciones del metro de la ciudad de México) para escuchar música, bailar y viajar en grupo a bailes y espectáculos del género. 6. En 2018 se declaró su inconstitucionalidad y se dio paso a su derogación.

RESÚMENES

Este artículo tematiza manifestaciones de la violencia en las juventudes mexicanas desde un enfoque sociocultural que devela la heterogeneidad de la experiencia social de estos sujetos.

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Nuestro posicionamiento teórico-metodológico permite identificar dinámicas de juventud que nos convocan a construir nociones más adecuadas para 1) estudiar la particularidad de lo joven en el entrecruce de edad, género, clase y etnicidad, y para 2) comprender en qué medida la participación de los jóvenes como victimarios y la criminalización de sus producciones culturales están relacionadas con la vulnerabilidad del ser joven en México. En este sentido, la noción de desciudadanización constituye un aporte teórico con un potencial crítico para develar legislaciones que violentan los derechos de los jóvenes.

This article discusses the manifestations of violence in Mexican youth from a socio-cultural perspective that reveals the heterogeneity of the social experience of these subjects. Our theoretical-methodological position allows us to identify youth dynamics that call for the construction of more adequate notions in order to 1) study the particularity of youth at the crossroads of age, gender, class and ethnicity, and to 2) understand to what extent the participation of youth as perpetrators and the criminalization of their cultural productions are related to the vulnerability of youth in Mexico. In this sense, the notion of de-citizenization constitutes a theoretical contribution with a critical potential for revealing legislation that violates the rights of young people.

Este artigo tematiza manifestações da violência nas juventudes mexicanas a partir de uma abordagem sociocultural que revela a heterogeneidade da experiência social desses sujeitos. Nosso posicionamento teórico-metodológico permite identificar dinâmicas de juventude que nos instigam a construir noções mais adequadas para: 1) estudar a particularidade do jovem no entrecruzamento de idade, gênero, classe e etnicidade, e para 2) compreender em que medida a participação dos jovens como agressores e a criminalização de suas produções culturais estão relacionadas com a vulnerabilidade do ser jovem no México. Nesse sentido, a noção de “descidadanização” constitui uma contribuição teórica com um potencial crítico para apontar legislações que violam os direitos dos jovens.

ÍNDICE

Keywords: Age discrimination, de-citizenization, organized crime, stigmatization, youth Palavras-chave: Crime organizado, descidadanização, discriminação por idade, estigmatização, juventude Palabras claves: Crimen organizado, desciudadanización, discriminación por edad, estigmatización, juventud

AUTORES

MARITZA URTEAGA CASTRO-POZO

Doctora en Ciencias Antropológicas por la Universidad Autónoma Metropolitana, México. Profesora Investigadora del Posgrado en Antropología Social de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, México. Últimas publicaciones: Juventud, trabajo y narcotráfico. Inserción laboral de los jóvenes en organizaciones delincuenciales (compiladora). México: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2019; “Desplazamientos teóricos y metodológicos en el conocimiento de lo juvenil en lo étnico contemporáneo en México”. Anuário Antropológico II: 51-82, 2019. Maritzaurteaga[at]hotmail.com

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HUGO CÉSAR MORENO HERNÁNDEZ

Doctor en Ciencias Sociales y Políticas por la Universidad Iberoamericana, México. Profesor Investigador en el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México. Últimas publicaciones: Juventud, trabajo y narcotráfico. Inserción laboral de los jóvenes en organizaciones delincuenciales (compilador). México: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2019; “Jóvenes y tecnología digital: un análisis a partir del proyecto ‘Enter Digital Era’” (coautor). Tla-Melaua Nueva Época 13 (47): 242-275, 2019. Hcmor[at]hotmail.com

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Letalidade policial e respaldo institucional: perfil e processamento dos casos de “resistência seguida de morte” na cidade de São Paulo Letalidad policial y apoyo institucional: perfil y procesamiento de casos de “resistencia seguida de muerte” en la ciudad de São Paulo Police Lethality and Institutional Support: Profiling and Prosecution of Cases of “Resistance Followed by Death” in the City of São Paulo

Rafael Godoi, Carolina Christoph Grillo, Juliana Tonche, Fábio Mallart, Bruna Ramachiotti e Paula Pagliari de Braud

NOTA DO EDITOR

Recebido: 10 de janeiro de 2020 Aceito: 1º de abril de 2020 Modificado: 20 de abril de 2020 https://doi.org/10.7440/res73.2020.05

NOTA DO AUTOR

Este artigo foi escrito por uma equipe de pesquisadores que se formou no interior do projeto temático “A gestão do conflito na produção da cidade contemporânea: a experiência paulista” (2014-2018), coordenado pela profa. dra. Vera Telles, no âmbito do Departamento de Sociologia da Universidade de São Paulo, Brasil. A pesquisa, cujos resultados apresentamos neste artigo, foi possível graças ao financiamento da Fundação de Amparo à Pesquisa do Estado de São Paulo (FAPESP) e à parceria com o Núcleo

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Especializado de Cidadania e Direitos Humanos, da Defensoria Pública do Estado de São Paulo. Este Núcleo disponibilizou, para a equipe de pesquisa, cópias de todos os boletins de ocorrência que envolviam mortes de civis cometidas por policiais, dentro do registro de “resistência seguida de morte”, na cidade de São Paulo, em 2012.

Introdução

1 A letalidade decorrente de ações policiais é uma das muitas manifestações da violência no Brasil. Não só as polícias brasileiras apresentam elevadas taxas de homicídio decorrentes de oposição à intervenção policial quando comparadas às de outros países, como também as mortes violentas assim produzidas representam uma parcela cada vez maior do total de homicídios registrados no país (Nunes 2018, 69). A violência policial assume hoje o caráter de uma deliberada política de governo, como se torna evidente com a defesa aberta do extermínio por parte de representantes eleitos ou em projetos de lei. Tramita, no congresso nacional, o projeto da chamada “excludente de ilicitude” — proposto pelo governo do Presidente da República Jair Messias Bolsonaro —, que visa ampliar a definição de situações em que militares e agentes de segurança podem ser isentados de punição por ações como matar (Mazui 2019). Recém-eleito, o governador do estado de São Paulo, João Dória, afirmou em entrevista coletiva: “Bandido que enfrentar a polícia vai pro chão. É ordem do governador. Vai pro chão! Ou então não enfrente, levante o braço, deite e se renda. Porque, se não se render, vai pro chão ou vai pro cemitério” (Durán 2018).

2 É preciso considerar que as políticas de extermínio se apoiam sobre uma longa tradição de tolerância social e institucional ante o uso desproporcional da força pelos agentes de segurança do Estado. Assim como, historicamente, as forças policiais brasileiras fazem uso desmedido da força letal, nossas autoridades públicas, nos âmbitos executivo, legislativo e judiciário, respaldam esse padrão violento de atuação. Tais disposições se manifestam tanto em períodos de exceção, como durante a ditadura civil-militar que se instalou no país a partir do golpe de 1964, quanto no período conhecido como “redemocratização” (Pinheiro, Izumino e Fernandes 1991) — e mesmo sob governos considerados progressistas (Teles 2018).

3 Neste trabalho, procuramos lançar luz sobre a dupla dimensão do problema: a violência letal da polícia e o seu amplo respaldo institucional. Para tanto, partimos da análise das ocorrências registradas como “resistência seguida de morte” na cidade de São Paulo, em 2012, nomenclatura que foi alterada pela Secretaria de Segurança Pública do Governo de Estado de São Paulo (SSP-SP) para “mortes decorrentes de intervenção policial” pela Resolução SSP-005 de 7 de janeiro de 2013 (SSP-SP 2013). Em seguida, analisamos o tratamento dispensado a esses fatos pelas diversas instituições que compõem o Sistema de Justiça Criminal — em particular, a Polícia Civil, o Ministério Público (MP) e o Tribunal de Justiça (TJ). Assim, pretendemos explorar algumas dimensões das relações que se estabelecem entre as diversas instituições estatais e a violência letal.

4 Esta pesquisa é fruto de uma parceria entre um coletivo de pesquisadores — articulados em torno de um projeto1 financiado pela Fundação de Amparo à Pesquisa do Estado de São Paulo — e o Núcleo Especializado de Cidadania e Direitos Humanos da Defensoria Pública do Estado de São Paulo.2 Tal núcleo facultou acesso a um arquivo com cópias

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dos 316 boletins de ocorrência (BOs) de casos classificados como “resistência seguida de morte”, registrados pelo Departamento Estadual de Homicídios e de Proteção à Pessoa (DHPP) da Polícia Civil do Estado de São Paulo (PCESP) na cidade de São Paulo, em 2012. Os BOs analisados correspondem praticamente ao universo total dos casos desse tipo registrados na capital do estado. É possível que casos tenham escapado à coleta, mas é digno de nota que o número de vítimas letais decorrente de ações policiais encontrado nos BOs é superior ao divulgado pela Secretaria de Segurança Pública do Governo do Estado de São Paulo, que contabilizou 351 “resistências seguida de morte” na cidade de São Paulo, em 2012 (Risso 2014). Segundo dados oficiais, o número de vítimas de “mortes legítimas” praticadas por policiais em 2012 foi 655, das quais 563 foram praticadas por policiais em serviço e 92, por policiais de folga (SSP-SP 2015).

5 Os dados obtidos através da leitura dos BOs oferecem um panorama das ocorrências de letalidade policial, o que permite melhor compreender: em que circunstâncias essas mortes ocorrem, como são registradas, como se distribuem no tempo e no espaço urbano, quantas vítimas letais e qual o perfil delas, testemunhas arroladas e policiais envolvidos, quais as armas apreendidas nas ocorrências, além de contabilizar as prisões em flagrante. Este é o foco da primeira parte do artigo em tela. Num segundo momento, analisamos uma amostra representativa dos processos judiciais decorrentes desses registros. É possível, assim, traçar um perfil da investigação policial desse tipo de ocorrência, bem como da abordagem do MP e do TJ sobre a matéria, reconhecendo como essas instituições tendem a se posicionar e como justificam os seus posicionamentos. O tratamento metodológico dos BOs e dos processos judiciais articula técnicas quantitativas e qualitativas de análise, mas foi, sobretudo, descritivo. Ao longo da exposição, realizamos um breve exercício comparativo entre as dinâmicas verificadas em São Paulo e aquelas já documentadas no Rio de Janeiro, onde existe um maior acúmulo de pesquisas sobre o tema em questão.

São Paulo, 2012: elementos contextuais

6 Sabe-se que a letalidade decorrente de ações policiais é um componente fundamental do processo de acumulação social da violência (Misse 2006) que caracteriza a história recente das grandes cidades brasileiras. Como mostra Telles (2011), em São Paulo, a violência letal e a truculência policial formam parte da história e da experiência social dos bairros mais pobres e periféricos da cidade de São Paulo: nos anos 1980, a figura do “justiceiro” enlaçava essas duas questões (Silva 2004); nos anos 1990, esse cenário foi deslocado pela expansão do mercado da droga e pela eclosão das guerras de quadrilhas (Manso 2005); já nos anos 2000, a expansão e a capilarização do Primeiro Comando da Capital (PCC) pelo tecido social e urbano reconfiguram o jogo de relações entre violência letal, dinâmicas criminais e ação policial (Marques 2014; Biondi 2010 e 2018; Dias 2013; Manso e Dias 2018; Feltran 2018; Hirata 2018; Telles e Hirata 2010). No âmbito deste artigo, na medida em que é inviável reconstituir todo esse percurso histórico, chamamos atenção para alguns elementos que permitem qualificar o contexto imediato dos dados analisados nesta pesquisa, em particular, a trajetória e a atuação do PCC, bem como a chamada “crise de 2012”.

7 De modo um tanto esquemático, é possível afirmar que o PCC nasceu nas prisões paulistas no começo dos anos 1990. No decorrer dessa década, ao mesmo tempo que crescia o processo de encarceramento massivo, o coletivo se expandia pelo sistema

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carcerário estadual, até que, em 2001, a facção emerge para o público em sua primeira grande demonstração de força: a eclosão de rebeliões coordenadas e simultâneas em 29 unidades prisionais — evento que ficou conhecido como “a [primeira] megarrebelião do PCC” (Salla 2006). No decorrer dos anos 2000, o grupo ganha capilaridade nas periferias urbanas, com incidência sobre mercados informais e ilegais diversos, e operando, cada vez mais, como um regulador de relações e conflitos — e isso para além do universo criminal. Diversos pesquisadores convergem no reconhecimento dessa vocação reguladora da facção como um fator determinante da pronunciada queda na taxa de homicídios experimentada em São Paulo no correr dessa década. Não obstante tal tendência geral, em maio de 2006, o PCC protagonizava a sua segunda megarrebelião que, dessa vez, envolvia 73 unidades prisionais e se articulava a uma série de atentados nas ruas visando policiais e agentes penitenciários, prédios públicos e comerciais, bancos e ônibus (Adorno e Salla 2007). Nos dias seguintes a esses eventos, multiplicam- se as ocorrências de “resistências seguida de morte”, bem como chacinas e execuções sumárias com fortes indícios de participação policial, as quais resultam na morte de cerca de 500 pessoas no intervalo de uma semana (IHRC e Justiça Global 2011; CAAF 2018) — sendo esta uma primeira figuração de “guerra” declarada entre a facção e as forças de segurança do estado. Relatos sobre os chamados “crimes de maio” podem ser encontrados no livro organizado pelo movimento Mães de Maio (2011), formado por familiares de vítimas desses eventos. Após tais acontecimentos, Estado e facção parecem estabelecer uma espécie de “armistício” (Feltran 2016), que só será abalado em 2012 — ano que aqui nos concerne diretamente.

8 Vale destacar que, no período que antecede a crise de 2012, diversas funções administrativas no estado de São Paulo, antes ocupadas por civis, foram transferidas aos militares. Policiais e ex-policiais passaram a ocupar posições no alto escalão da burocracia do Estado e ser responsáveis pela área de segurança, cuja política adotada foi a de enfrentamento militarizado ao “crime organizado”, marcada pela centralidade do batalhão denominado “Rondas Ostensivas Tobias de Aguiar” (Rota).3 A intenção da política adotada era levar tal batalhão para o policiamento ostensivo nas periferias, hegemonizando-a nas políticas de combate ao PCC. Aliado à militarização crescente das funções administrativas do Estado, estava montado o cenário para os acontecimentos que sucederiam.

9 Como mostram Dias et al. (2015), em 2012, o número de policiais mortos dentro e fora de serviço cresceu abruptamente, casos de chacinas e execuções sumárias se multiplicaram de modo significativo e aumentaram também as ocorrências de “resistência seguida de morte”. As autoras demonstram como na crise de 2012, homicídios de civis e policiais se enredavam numa trama de retaliações recíprocas que acabou por reverter momentaneamente a tendência de redução das taxas de homicídios da década anterior.4 Tal crescimento de mortes, e as contestações a que deram ensejo, acarretou mudanças na pasta de segurança pública do executivo estadual e no comando das polícias; também levou a disputas na forma de nomear e contabilizar a letalidade decorrente de ações policiais: os “autos de resistência”, tal como se nomeava no Rio de Janeiro, e os casos de “resistência seguida de morte”, em São Paulo, passaram a ser designados como “mortes decorrentes de intervenção policial”.

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Análise dos boletins de ocorrência (BOs)

10 O boletim de ocorrência é o registro realizado pela Polícia Civil — que atua como polícia judiciária — a partir da notificação de uma ocorrência criminal à autoridade policial de plantão. Trata-se do primeiro procedimento instaurado para apurar crimes de competência da justiça comum, como é o caso das mortes decorrentes de intervenção policial desde a promulgação da Lei 9.299, de 7 de agosto de 1996. Nesses casos, a ocorrência é notificada pelos próprios agentes responsáveis pela morte e, na cidade de São Paulo, o BO deve ser elaborado pelo DHPP. Esse documento registra (entre outros elementos): a data e o horário da ocorrência e do registro policial; os tipos penais em que os fatos se enquadrariam, antes mesmo de qualquer investigação policial; o local dos fatos; as pessoas envolvidas; as armas, os veículos, os acessórios e quaisquer outros objetos apreendidos; o histórico da ocorrência, geralmente elaborado a partir dos depoimentos iniciais dos policiais envolvidos.

11 Nos BOs analisados, é possível observar que, em 2012, o DHPP não registrava como “homicídio” as mortes em suposto confronto com policiais. Eram registrados apenas a “resistência” ou a “tentativa de homicídio” praticada pelas vítimas letais contra os agentes das forças de segurança, além dos demais tipos penais atribuídos à vítima fatal ou às pessoas presas em flagrante na mesma ocorrência. Vale notar que a vítima fatal consta no BO como “autor”, “autor desconhecido” ou “indiciado”, de maneira que a informação sobre a morte é incluída pela observação “fatal” acrescentada à sua qualificação dentre os “envolvidos” na ocorrência. O Gráfico 1 mostra os tipos de ocorrência registradas.

Gráfico 1. Tipos de ocorrências registradas

Fonte: elaboração própria a partir de BOs do DHPP-PCESP.

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12 Vê-se que, em 67,1% das ocorrências, registrou-se, além da resistência ou tentativa de homicídio, roubo consumado ou tentativa, sendo que apenas 7,6% dos casos de morte decorrentes da intervenção policial estavam associados ao registro de tráfico de drogas. Em 10% das ocorrências, houve apreensão de drogas, contudo, em parte dessas ocorrências, tratava-se de pequena quantidade encontrada em posse da vítima letal, isto é, a morte não estava relacionada à repressão ao tráfico. Esses dados são significativos e impõem necessária reflexão sobre os papéis que a defesa da propriedade desempenha nas dinâmicas da letalidade policial em São Paulo, bem como se mostram muito mais relevante do que a alardeada “guerra às drogas”.

13 Ainda sobre o registro da natureza da ocorrência, é importante enfatizar que, quando preenche esse campo do BO, o policial efetua aquilo que Misse (2006) designa como “criminação”, associando certo curso de ação a um tipo penal previsto. Portanto, ao assinalar a existência de um crime de resistência associado a outros crimes — roubo, principalmente, mas também crimes não violentos como furto e receptação —, a Polícia Civil, responsável pela investigação, define desde a instauração do primeiro procedimento de apuração à presunção de legitimidade da ação dos policiais envolvidos na ocorrência. Essa situação gera amplas consequências, das quais a mais imediata é, ainda no âmbito do BO, o embaralhamento das figuras do autor e da vítima. Devido a que a situação é definida como um crime de resistência, quem morre aparece como “indiciado” ou “autor”, “autor-fatal”, no máximo como “autor-vítima”, enquanto os policiais que participaram da ocorrência, entre eles os que efetivamente praticaram um homicídio, constam nos procedimentos instaurados como “vítimas”, e os demais, como “condutores” e “testemunhas”. Pela apreciação dessas suas primeiras linhas, é possível perceber que o BO não registra um homicídio a se esclarecer, mas os crimes de alguém que se “sabe” ter morrido resistindo à prisão.

14 Tal maneira de registrar essas ocorrências é anterior à Resolução 8 de 21 de dezembro de 2012 do Conselho Nacional de Direitos Humanos (CNDH), que recomendou o registro desses casos como “homicídio decorrente de intervenção policial” e foi parcialmente atendida pela Resolução SSP-05, de 7 de janeiro de 2013. Ainda assim, é digno de nota que até mesmo no Rio de Janeiro — estado que há muitos anos apresenta as taxas de letalidade policial mais altas do país —, os autos de resistência já eram registrados como homicídio (artigo 121 do CP) com excludente de ilicitude (artigo 23 do CP) (Misse et al. 2013), mesmo antes da Resolução do CNDH. A prática da Polícia Civil de São Paulo de não registrar o homicídio em casos de morte intencional, mesmo que considerada “legítima” por parte da polícia, constitui não apenas um endosso ao uso da violência letal por policiais, como também uma infração ao Código Processual Penal.

15 Nos 316 registros de ocorrências analisados, identificamos três policiais mortos, 388 vítimas letais civis e 150 pessoas presas ou jovens apreendidos. Das 388 vítimas letais, apenas duas eram mulheres. A maioria era jovem, com média de idade de 24 anos, conforme pode ser observado na distribuição etária das vítimas, no Gráfico 2. Vale sublinhar, ainda, que, conforme os registros policiais, 62% dessas vítimas letais eram negras (pretas e pardas) — o Gráfico 3 detalha essa informação. Tais dados de distribuição racial, por serem fruto da atribuição de terceiros, não podem representar com precisão a composição racial do grupo de vítimas letais; entretanto, eles não deixam de operar como um indicador da prevalência da população negra como alvo preferencial da letalidade policial, o que é confirmado por outras pesquisas (Sinhoretto, Schlittler e Silvestre 2016).

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Gráfico 2. Distribuição etária das vítimas

Fonte: elaboração própria a partir de BOs do DHPP-PCESP.

Gráfico 3. Distribuição racial das vítimas letais

Fonte: elaboração própria a partir de BOs do DHPP-PCESP.

16 Com base nos BOs, também foi possível georreferenciar a distribuição espacial das ocorrências e do número de vítimas. Os Mapas 1 e 2 evidenciam que as ocorrências de “resistência seguida de morte” são mais frequentes e vitimizam mais pessoas na

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periferia, especialmente em regiões conhecidas por serem densamente povoadas e de baixa renda. Concentrações de ocorrências se verificam nos distritos de Itaquera e São Mateus, na zona leste, e do Campo Limpo e Cidade Ademar, na zona sul.

Mapa 1. Densidade das ocorrências

Fonte: elaboração de André Rodrigues de Oliveira, pesquisador do Núcleo de Estudos da Violência da Universidade de São Paulo (NEV-USP), a partir de dados de BOs da DHPP-PCERJ e mapas do Instituto Brasileiro de Geografia e Estatística (IBGE).

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Mapa 2. Localização das ocorrências e número de vítimas civis

Fonte: elaboração de André Rodrigues de Oliveira, pesquisador do NEV-USP, a partir de dados de BOs da DHPP-PCERJ e mapas do IBGE.

17 Os documentos analisados também permitem conhecer a distribuição das ocorrências no tempo. O Gráfico 4 demonstra como houve incidência maior de casos de “resistência seguida de morte” a partir do mês de junho, quando, conforme Dias et al. (2015), se intensificou a “guerra” entre a polícia e o Primeiro Comando da Capital.

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Gráfico 4. Distribuição de vítimas fatais por semana

Fonte: elaboração própria a partir de BOs do DHPP-PCESP.

18 Observou-se, ainda, que, em 30% das ocorrências, além de vítimas letais, houve também prisão em flagrante ou apreensão de adolescentes. Discriminada no Gráfico 5, essa informação é relevante por duas razões principais. Primeiramente porque, como procuraremos mostrar mais adiante, a coexistência de mortos e presos em uma mesma ocorrência pode ter consequências significativas na forma como o sistema de justiça processa tais casos. Em segundo lugar, porque esse dado também sugere contrastes interessantes com a dinâmica de letalidade policial que vigora no Rio de Janeiro, onde as mortes praticadas por policiais são mais raramente acompanhadas por sobreviventes presos em flagrante (Misse et al. 2013). Como veremos a seguir, o tipo de armamento utilizado pela polícia pode estar relacionado a essa diferença.

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Gráfico 5. Ocorrências com e sem pessoas detidas

Fonte: elaboração própria a partir de BOs do DHPP-PCESP.

19 No que se refere às forças de segurança envolvidas nessas ocorrências, nota-se que os casos de “resistência seguida de morte” resultam predominantemente de ações de policiais militares, com apenas 5% deles resultando de ações de policiais civis e menos de 1%, da Guarda Civil Metropolitana. Dentre os 293 casos resultantes de ações da Polícia Militar (PM), metade conta com o envolvimento da Força Tática.5 Dentre os batalhões da PM (BPM), há dispersão significativa das ocorrências, excetuando-se quatro casos: o 3º BPM, localizado na zona sul da cidade, que conta com 7 casos em 2012; o 2º BPM, na zona leste, e o 18º BPM, na zona norte, cada um com 9 casos; o 37º BPM, também situado na zona sul, que sozinho esteve envolvido em 13 ocorrências.

20 Ainda importa notar que, como mostra o Gráfico 6, do total de BOs analisados, 25% dos casos envolviam agentes policiais em período de folga e, mesmo assim, foram registradas como “resistência”, e não como “homicídio”. Como assinalado em documento da SSP (2020), as estatísticas de letalidade policial incluem as “mortes legítimas” praticadas por policiais em serviço e fora de serviço, assim discriminadas. Trata-se aqui de mais uma particularidade do estado de São Paulo, quando comparado ao Rio de Janeiro, onde somente as ocorrências que envolveram policiais em serviço eram contabilizadas como “homicídio proveniente de auto de resistência” (Misse et al. 2013).

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Gráfico 6. Ocorrências com o envolvimento de policiais de folga e em serviço

Fonte: elaboração própria a partir de BOs do DHPP-PCESP.

21 A partir da leitura dos históricos registrados nos BOs, criamos uma tipologia própria para classificar as situações que alegadamente teriam despertado a resistência e o confronto. De todas as ocorrências, 20% referiam-se ao tipo de situação que tipificamos como “roubo ou tentativa — policial vítima”, isto é, situações em que a narrativa policial referente à dinâmica do fato era a de que um agente fora de serviço fora abordado por assaltantes, tendo reagido e matado pelo menos um deles; 47% dos casos se referiam a roubos praticados contra vítimas civis; 17% relatavam situações de abordagem policial a suspeitos; 5% remetiam a operações de repressão ao tráfico de drogas; 5% relacionavam-se à averiguação de denúncias; 2% evocavam casos de furto ou tentativa de furto; 2% se referiam a ataques a policiais, e outros 2% remetiam a situações diversas. O Gráfico 7 detalha essa distribuição.

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Gráfico 7. Tipos de situação narrada pelos policiais envolvidos

Fonte: elaboração própria a partir de BOs do DHPP-PCESP.

22 Vale ressaltar, ainda, que a maioria dos BOs analisados registra a existência de veículos (carros e motos) na ocorrência, sejam eles roubados, recuperados, danificados, sejam envolvidos. A presença de veículos arrolados em boa parte das ocorrências aponta também para uma característica própria das ocorrências de “resistência seguida de morte” na cidade de São Paulo, onde elas se dão principalmente em vias asfaltadas (avenidas e ruas) e apenas raramente em vielas de favela, como é comum na cidade do Rio de Janeiro, onde boa parte dos confrontos ocorre com suspeitos que estão a pé.

23 Interessa enfatizar também que, em 94% das ocorrências, foi relatado que houve remoção das vítimas para a prestação de socorro em hospital, conforme mostra o Gráfico 8. Muitas dessas vítimas conduzidas ao hospital vêm a óbito antes de dar entrada nele, o que é frequentemente interpretado por ativistas de direitos humanos como fraude processual, caracterizada pela remoção dos corpos do local do crime com a intenção de dificultar o trabalho da perícia. Com efeito, quando, em 2013, o então Secretário de Segurança Pública de São Paulo Fernando Grella, por meio da Resolução SSP-05, de 7 de janeiro de 2013, determinou que policiais aguardassem a chegada de uma ambulância em vez de conduzir as vítimas ao hospital, a incidência de mortes em suposto confronto diminuiu significativamente. Segundo relatório com dados atualizados desse órgão, em 2013, houve, no estado de São Paulo, uma diminuição de 17,6% do total de mortes decorrentes de intervenção policial e de 38,5%, se consideradas apenas as mortes praticadas por policiais em serviço (SSP-SP 2015).

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Gráfico 8. Prestação de socorro

Fonte: elaboração própria a partir de BOs do DHPP-PCESP.

24 Coligimos, finalmente, informações sobre as armas apreendidas nas ocorrências. Os dados revelam que a principal arma utilizada por policiais nas ocorrências é a pistola calibre .40, arma mais utilizada por policiais militares e civis em serviço. O uso de pistolas, por sua maior precisão e menor poder letal em relação ao do fuzil, por exemplo, oferece uma pista para compreender a maior incidência de sobreviventes detidos e taxas mais baixas de letalidade policial do que as do Rio de Janeiro, onde é amplamente disseminado o uso de fuzis por policiais durante o patrulhamento ostensivo. Já a arma mais comum dentre aquelas apreendidas junto às vítimas letais é o revólver calibre .38, arma de fabricação nacional e de uso restrito, mas “permitido” no Brasil. Enquanto o atual Presidente da República vem facilitando a posse e porte de armas de fogo por meio de decretos, faz-se pertinente chamar a atenção para o dado de que as principais armas apreendidas em posse de pessoas mortas pela polícia são vendidas no país (revólver .38, revólver .32 e pistola .380), e não, como talvez se possa imaginar, armas de grosso calibre, importadas ilegalmente. Os Gráficos 9, 10 e 11 sumariam as informações coletadas sobre as armas apreendidas.

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Gráfico 9. Total de armas apreendidas

Fonte: elaboração própria a partir de BOs do DHPP-PCESP.

Gráfico 10. Armas apreendidas em posse de policiais por tipo

Fonte: elaboração própria a partir de BOs do DHPP-PCESP.

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Gráfico 11. Armas apreendidas em posse de vítimas letais e/ou pessoas detidas por tipo

Fonte: elaboração própria a partir de BOs do DHPP-PCESP.

25 O Gráfico 11 também chama a atenção para uma constatação surpreendente da pesquisa: a apreensão de simulacros de arma de fogo e armas brancas, e o registro de ocorrências sem armas apreendidas em posse da vítima letal. Em 22 das 316 ocorrências analisadas, foram apreendidos apenas simulacros de arma de fogo, em 2 ocorrências apenas arma branca e, em 14, não houve apreensão de arma alguma. É possível afirmar, portanto, que, em 12% dos casos, as pessoas mortas por policiais não portavam armas de fogo. Esse dado nos parece um tanto alarmante, dada a dificuldade que a ausência de arma de fogo impõe à comprovação de uma resistência à ação policial que justificasse a neutralização letal do opositor.

Análise dos processos judiciais

26 Após a análise dos BOs, o passo seguinte da pesquisa foi selecionar uma amostra aleatória para proceder ao desarquivamento e análise qualitativa dos processos. Foram sorteados 38 BOs (n=38). Isso corresponde, dentro de um nível de confiança de 95%, a uma amostra com intervalo de confiança de 15 pontos percentuais. Esse valor é alto, evidentemente, mas precisaríamos aumentar muito o n para diminuí-lo. Como o propósito da pesquisa é seguir o processamento dos casos no sistema de justiça, o intervalo de confiança é condizente com os objetivos da proposta.6

27 A busca pelos processos correspondentes aos boletins de ocorrência selecionados foi feita mediante consulta processual no site do Tribunal de Justiça de São Paulo (TJSP). Os campos de busca utilizados foram, em geral, o número do documento na delegacia, o nome das pessoas envolvidas e a circunscrição, que indica o distrito policial em que se deu a ocorrência antes de ser enviada ao DHPP. Quando o processo encontrado com tais parâmetros equivalia à descrição dos fatos do BO, o processo era localizado para

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digitalização. Dos 38 BOs selecionados, foram encontrados, nessa primeira etapa, 28 processos. Dos dez restantes, um corria em segredo de justiça — o que limita a consulta apenas às partes envolvidas — e os outros não foram localizados. Dos 28 encontrados, cinco estavam no Fórum Criminal da Barra Funda, um no de Santana e 22 deles estavam arquivados no Arquivo Geral do TJSP, no bairro do Ipiranga.

28 Dos seis processos que ainda se encontravam nos fóruns, um deles era eletrônico e pôde ser consultado pela internet, e os outros cinco estavam nos cartórios dos Tribunais do Júri, Fórum da Barra Funda. Dois deles foram localizados e digitalizados no balcão de seus respectivos cartórios, enquanto os outros três não puderam ser consultados porque estariam circulando entre os gabinetes de promotores e magistrados. Portanto, daqueles seis ainda em andamento, foram consultados apenas três Quanto aos 22 arquivados, foi requerido o desarquivamento de todos mediante petição judicial para posterior digitalização. Três desses 22 não eram compatíveis com os dados contidos no BO correspondente, restando apenas 19. Foram digitalizados, desse modo, 22 processos daquela amostra inicial de 38.

29 Na justiça comum brasileira, casos de crimes dolosos contra a vida devem seguir o rito do júri. Em linhas gerais, tal rito segue o seguinte fluxo: assim que a autoridade policial tem conhecimento da infração, ela deve cumprir uma série de diligências dispostas no artigo 6º do Código de Processo Penal (CPP) a respeito do inquérito policial que é considerado procedimento pré-processual. Ao seu término, a autoridade policial deve fazer um relatório com o que foi apurado até então e enviar ao juiz. Uma vez relatado o inquérito policial e não havendo requisição de diligências adicionais por parte do MP ou do juiz, os autos do processo vão ao promotor de justiça, que pode seguir por dois caminhos: (i) apresentar a denúncia ou (ii) requerer o arquivamento. Se o juiz discordar do arquivamento, remete o inquérito ao procurador-geral (cargo do MP hierarquicamente superior ao do promotor), o qual (i) oferecerá a denúncia, (ii) designará outro promotor para que o faça ou (iii) insistirá no pedido de arquivamento, e, nesse momento, o juiz é obrigado a arquivar o inquérito policial.7 A primeira fase do processo judicial é o chamado “juízo de acusação” e tem por objeto apurar a existência de crime doloso contra a vida, pois é o que determina a competência do Júri. Essa fase se inicia com o oferecimento da denúncia ou queixa e termina com a sentença de pronúncia, impronúncia, desclassificação ou absolvição sumária. Na pronúncia, o juiz se mostra convencido de que houve crime (há materialidade) e de que há indícios suficientes de autoria ou participação por parte do réu — o juiz então determina que o caso seja levado a julgamento por sete jurados que, por maioria simples, estabelecem o veredito.

30 Vale destacar que, entre os processos analisados, constatamos dois casos em que a ocorrência de “resistência seguida de morte” parecia ter sido “processada” judicialmente por uma vara criminal comum; portanto, sem um processo concomitante no Tribunal do Júri, vara responsável pelo processamento de crimes dolosos contra a vida. Em ambos os casos, havia sobreviventes detidos, e os processos tratavam dos crimes a eles atribuídos, enquanto as mortes em confronto com a polícia e mesmo as peças periciais que se referiam a elas compunham os autos dos processos, mas não eram objeto de análise de promotores e juízes. Ou seja, tais mortes não figuravam como objeto de um registro específico. Assim, submetia-se a investigação de um crime contra a vida a uma vara criminal comum e, como ela não tem essa competência, tal procedimento acabava significando seu arquivamento antecipado.

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31 A partir da leitura dos processos digitalizados, a equipe de pesquisa analisou o fluxo do processamento dos casos, quantificando as peças presentes nos autos e a data de cada uma, além de analisar qualitativamente o conteúdo das peças técnicas e os argumentos acionados nas peças jurídicas, como denúncia, defesa, sentenças etc. Os autos dos processos analisados, em linhas gerais, apresentam a seguinte composição: BO, portaria de instauração de inquérito policial, laudos periciais e depoimentos, além do que chamamos de “peças conclusivas”: o relatório de investigação da polícia civil, o posicionamento do MP e o do juiz.

Inquérito policial

32 A portaria é a peça inaugural do inquérito. Com ela, o delegado atesta que a ocorrência foi a ele reportada, instaura o procedimento investigativo e requer uma lista de providências. Nos processos digitalizados, percebemos que o delegado, em geral, sumariza a ocorrência nos mesmos termos que os policiais militares envolvidos definem a situação em seus depoimentos, no momento do registro do BO. O trecho abaixo, retirado de uma portaria de inquérito redigida por um delegado de polícia e presente nos autos de um dos processos analisados é exemplar: Chegou ao meu conhecimento por meio de mensagem intranet oriunda do 72º DP que, na data de hoje, policiais militares foram vítimas do crime de resistência, quando tentavam deter um indivíduo que havia roubado uma motocicleta, o qual, na ação delituosa, deflagrou tiros contra a guarnição militar e acabou sendo atingido no revide, falecendo.

33 Após esse breve resumo, o delegado dá por instaurado o inquérito e determina a juntada de peças diversas: cópia do registro de ocorrência, das mensagens de intranet e os autos de exibição e apreensão de armas são os mais frequentes.

34 Os laudos periciais são variados e correspondem a uma parte significativa dos autos dos processos. Nos 22 processos analisados, foram encontrados diversos tipos de laudos. Em geral, o primeiro a ser produzido é o relatório de recognição visuográfica de local de crime, que é feito pela própria equipe do DHPP. Em todos os processos analisados, tal perícia inicial foi realizada no dia ou, no mais tardar, no dia seguinte da ocorrência, com a preservação do local sendo feita pela PM. Os policiais também se dirigem ao hospital para onde foram levados os corpos e/ou feridos. Nesse documento, portanto, os policiais civis descrevem o local dos fatos, os vestígios encontrados e as características físicas das vítimas — uma vez mais designados como autores de crime de resistência.

35 Um segundo laudo que aparece em praticamente todos os processos (19 de 22) é o laudo de perícia de local, produzido pela polícia científica. Esse documento colige fotografias do local do crime colhidas na data da ocorrência, com imagens de cápsulas, projéteis, perfurações em veículos e paredes e, invariavelmente, manchas de sangue no chão. Nesses documentos, a distribuição desses elementos pelo local do crime é meramente descrita pelos peritos, sem gerar qualquer narrativa sobre a dinâmica dos fatos — que corrobore ou contrarie a versão dada em depoimento.

36 O laudo necroscópico também está presente em todos os processos. Regularmente, ele é realizado em data próxima da ocorrência ou no mesmo dia. Esse documento serve para atestar a causa da morte e traz a indicação de todos os ferimentos da vítima, com uma detalhada descrição das lesões nas diversas regiões do corpo, a identificação dos pontos

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de entrada, alojamento e saída dos projéteis, com a apresentação de fotos e croquis. Embora não disponhamos do conhecimento técnico adequado para a análise desses laudos, algumas observações informadas pela literatura especializada (CAAF 2018) ao menos levantam dúvidas sobre a veracidade das narrativas de confronto. Em diversos casos, é possível observar um número elevado de tiros concentrados em regiões letais do corpo, especialmente cabeça e tórax; também é possível identificar indícios de tiros a curta distância, trajetórias de cima para baixo e a existência de um número significativo de orifícios de entrada pelas costas dos indivíduos — elementos geralmente associados a casos de execução sumária —, além da existência de tiros nas mãos e braços, o que sugere tentativa de defesa desarmada, bem como nos pés e nas nádegas, o que pode indicar tortura.

37 A respeito do Rio de Janeiro, Misse et al. (2013) observaram que o auto de exame cadavérico (peça análoga ao laudo necroscópico) era a principal peça técnica utilizada para consubstanciar denúncias contra os policiais. No entanto, os autores constataram que mesmo a presença de elementos que corroboravam teses de uso excessivo da força ou execução sumária eram desconsiderados em juízo devido à ausência de informações adicionais aos indícios presentes no laudo, sobretudo a ausência de perícia de local, raramente realizada no Rio de Janeiro. A indiferença do Judiciário em face das evidências de execução presentes nos laudos levou Farias (2014) a refletir sobre a “zona de tatuagem” — como é chamado o principal indício de tiro de curta distância nos laudos cadavéricos — como o carimbo do Estado no corpo do favelado.

38 Há, ainda, em quase todos os processos (20 dos 22) examinados, o laudo de exame residuográfico, que procura resíduos de disparo de arma de fogo nas mãos dos envolvidos na ocorrência. Apesar de frequente, esse laudo se apresenta como inconclusivo. O resultado negativo apresentado para o exame é descrito nos laudos como “circunstância que pode se substanciar em uma das seguintes hipóteses: efetiva inexistência de partículas de chumbo na amostra suspeita analisada” ou “existência de partículas de chumbo na amostra suspeita analisada, porém, em concentração abaixo do limite de detectabilidade inerente à sensibilidade do reagente químico”, de modo que a “conclusão sobre o fato fica condicionada à apreciação de outras evidências” (trechos repetidamente encontrados em laudos de exame residuográfico presentes em processos analisados).

39 Para além desses, são também comuns o laudo de exame em arma de fogo (13 processos) e o laudo de exame de peças e confronto balístico (20 processos). O primeiro consiste na descrição das armas apreendidas (calibre, condições, proprietário registrado, se há numeração ou se está raspada etc.) e no registro da existência ou não de vestígios de disparo recente, bem como dos resultados de testes de verificação da possibilidade de realização ou não de disparos. O segundo registra os resultados da confrontação de ranhuras e deformações características de estojos, cápsulas e projéteis encontrados nos locais da ocorrência ou em cadáveres, e as produzidas, em ambiente controlado, pelas armas apreendidas.

40 Menos frequentes, estão presentes ainda o toxicológico — uma vez que, como vimos, as ocorrências que envolvem drogas não são muito comuns —, bem como os que registram os resultados de perícia feita em aparelho telefônico, roupas e dinheiro apreendidos. Em apenas um dos casos, foi realizada ainda a simulação de ocorrência, em que se tentou reconstituir a dinâmica dos fatos segundo a narrativa dos policiais envolvidos.

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41 Outra parcela significativa dos autos analisados é composta pelos depoimentos. Existem aqueles que são colhidos no dia da ocorrência e que integram o BO, e aqueles dados por pessoas chamadas a depor na delegacia no curso da investigação. Nos 22 processos analisados, constam depoimentos de 73 policiais, 41 vítimas dos crimes imputados às pessoas que acabaram mortas, de 28 familiares ou amigos desses “autores-vítimas” fatais, 12 testemunhas de alguma forma relacionadas com a ocorrência de resistência propriamente dita e 5 pessoas presas ou apreendidas.

42 Como mencionamos, os policiais depõem no momento de registro da ocorrência, na qualidade de vítimas, condutores e testemunhas. Além de mais numerosos, seus depoimentos chamam a atenção pela uniformidade. Os discursos são padronizados: os policiais-vítimas relatam a situação em que se deu o encontro com os “suspeitos”, a “injusta agressão”, o revide fatal e o socorro; policiais condutores e testemunhas relatam invariavelmente a mesma dinâmica com um mínimo deslocamento de ponto de vista. O segundo tipo de depoimento mais frequente é aquele dado pelas vítimas do crime inicialmente imputado ao morto e que, no mais das vezes, não presenciaram a morte. São, em geral, depoimentos de vítimas de roubos, que relatam quais e de que maneira seus pertences foram subtraídos e as características físicas do criminoso. Por vezes, reconhecem o autor do roubo a partir de fotografias do cadáver apresentadas pelos policiais. São, portanto, depoimentos decisivos para a incriminação dos mortos.

43 Esse mesmo efeito tende a ser produzido pelos depoimentos dos familiares e amigos da vítima fatal. Esses depoentes são indagados sobre os antecedentes de seu familiar, sobre seus “vícios” e hábitos. Emergem, então, relatos de desemprego prolongado e falta de ocupação, de passagens por prisões e unidades de internação, e de uso de álcool e drogas que parecem compor a figura de um “mau elemento”, cuja morte parece, de partida, plausível, senão de todo justificável. Tais informações desenham para uma “caracterização moral da vítima” (Misse et al. 2013) que colabora com a culpabilização dela por sua própria morte.

Peças conclusivas

44 Nas últimas páginas dos autos estão as peças conclusivas. Operadores do direito se manifestam em diversos momentos do processo e de diversas formas, mas, para fins deste estudo, foram escolhidas apenas aquelas que sumarizam os trabalhos realizados e criam um relato jurídico dos fatos.

45 A primeira delas que aqui nos interessa é o relatório final da investigação, feito pelo delegado da DHPP que conclui o inquérito e envia o processo para o MP, para que lá se decida pela denúncia, pelo arquivamento ou seja devolvido com a requisição de outras diligências investigativas da delegacia. Tais documentos descrevem quais diligências foram tomadas, inclusive de modo tópico, apontando perícias requeridas e realizadas, depoimentos colhidos etc. Em um dos processos analisados não foi encontrado o relatório. Nos 21 restantes, dois foram realizados em menos de um mês, um entre dois e seis meses, oito entre seis meses e um ano, seis entre um ano e um ano e meio, dois entre um ano e meio e dois anos, e um após dois anos do ocorrido.

46 Vale ressaltar que essa documentação mais apresenta um relatório de atividades do que uma investigação, uma vez que, burocrática e protocolarmente, a autoridade policial enumera todas as diligências feitas e a localização nos autos das correspondentes peças produzidas por cada uma delas. Não existe, como seria de se esperar, a exposição

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pormenorizada das conclusões da investigação, ponderando sobre as evidências e os diversos indícios coligidos, confrontando-os entre si e com as versões dadas nos diversos depoimentos. Ao invés de apresentar seus próprios argumentos e conclusões, o delegado tende a definir a situação de “resistência seguida de morte” de maneira sumária, apoiando-se larga e acriticamente na versão dos policiais envolvidos na ocorrência, por vezes corroborando a inocência deles e a culpabilidade do morto. Ao final, sugerem uma solução jurídica para o ocorrido, que, na maioria das vezes, é o arquivamento pela excludente de ilicitude na ação dos policiais. O trecho a seguir foi extraído do relatório de investigação de um dos processos analisados e é exemplar do conteúdo deste tipo de peça. [...] Tais declarações corroboram a versão apresentada pelo policial militar [NOME 1]. Ademais, verifica-se no laudo necroscópico que [NOME 2] encontrava-se embriagado (concentração de 2,2 g/l de álcool no sangue). Apesar de [NOME 3] mentir ao dizer que não conhecia [NOME 1], os fatos demonstraram que [NOME 1] agiu de forma correta, sem excessos, o que sempre se espera de um policial militar. O laudo de exame de munição consta às fls. 58/60 e o laudo das armas envolvidas na ocorrência consta às fls. 91/94. O laudo de local de crime foi juntado às fls. 96/99. Laudo residuográfico consta às fls. 101/106. Por fim, o laudo necroscópico do autor consta acostado às fls. 127/130. Este é o relatório final o qual apresento à apreciação de Vossa Excelência para as providências e deliberações necessárias. Os dados colhidos durante a investigação não permitiram outra conclusão se não aquela que não permite estabelecer de forma concreta e fidedigna qualquer outra hipótese que não seja de resistência seguida de morte, agindo os agentes da lei em legítima defesa própria e de terceiro e no estrito cumprimento do dever legal. Tal conclusão torna-se mais evidente diante da sede e número de tiros encontrados nas vítimas,8 que no caso parecem dar guarida a tese de resistência. De outra forma, não existem outras testemunhas presenciais que permitissem contradizer o que os policiais militares afirmaram em seus depoimentos ou mesmo outras provas materiais que se pudesse perquirir. Os dois adolescentes, assim como o indivíduo maior, possuíam antecedentes criminais e infracionais, alguns que denotam sua periculosidade. Infelizmente os adolescentes viveram pelas armas e morreram pelas mesmas. Na ação não há evidências de que tivesse havido execução pura e simples, sendo o relato dos policiais, medianamente coeso e indo de encontro as provas materiais. Diante do fato de ter se esgotado e igualmente preservado as provas até aqui existentes, não vislumbramos outra hipótese a não ser a de dar por encerrado os trabalhos de Polícia Judiciária. (Grifos do documento original)

47 A segunda peça conclusiva analisada foi a promoção de arquivamento ou denúncia, realizada pelo membro do MP. É responsabilidade dessa instituição avaliar o inquérito e decidir, com base no que ele apresenta, se o caso deve continuar sendo investigado, se pode ser arquivado ou se será realizada a denúncia. Vale ressaltar que o MP é constitucionalmente o órgão responsável por operar o controle civil da atividade policial, portanto é responsável por zelar por um uso adequado da força por parte das forças de segurança.

48 A análise dos posicionamentos do MP nos 22 processos indica que o promotor de justiça tende a endossar abertamente a versão policial, chegando por vezes a aprimorá-la, tornando-a mais coesa e articulada. Como os delegados, os promotores tampouco costumam evocar o conteúdo dos laudos técnicos periciais. Quando o fazem, é porque, via de regra, os dados parecem corroborar a versão policial. Em casos como aqueles acima destacados, nos quais existem elementos que parecem perturbar a narrativa do

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confronto, esses fatores ou são relativizados, ou solenemente ignorados. É também sistemático o esforço dos promotores para incriminar e responsabilizar o morto pelo seu destino; tão sistemático quanto o pedido de arquivamento. O posicionamento do MP do estado de São Paulo tende a adotar semelhante indiferença à do MP do estado do Rio de Janeiro, como observado nas pesquisas de Misse et al. (2013) e de Zaccone (2013): [...] muitos promotores acabam por operar uma máquina burocrática, que se resume ao relato dos policiais ao apresentarem as ocorrências em sede policial. A ineficiência da máquina é o próprio fundamento para muitos pedidos de arquivamento. [...]. Abstraindo os fatos objetos da investigação, algumas decisões de arquivamento propõem de forma genérica o enquadramento da conduta dos policiais àquela prevista no Código Penal como a da legítima defesa, sem fazer referência específica a nenhum dos elementos produzidos no inquérito. (Zaccone 2013, 88-89)

49 O trecho a seguir, extraído de uma promoção de arquivamento presente nos autos de um dos processos analisados exemplifica a postura do MP de São Paulo nesse tipo de ocorrência: As vítimas fatais praticaram roubos, a mão armada, contra as vítimas [NOME 1] e [NOME 2]. Os policiais militares ao avistarem [NOME 3] e [NOME 4] em atitude suspeita resolveram abordá-los, todavia, eles resistiram à ordem de parada mediante violência, passando a efetuar disparos de arma de fogo contra os policiais, os quais para se defenderem e também prenderem os agentes, reagiram e efetuaram disparos de arma de fogo contra [NOME 3] e [NOME 4]. Assim sendo, não havendo elementos que demonstrem que houve excesso na conduta praticada pelos policiais e considerando que o conjunto probatório amealhado nos autos aponta que eles reagiram a uma injusta agressão, coibindo ação criminosa, não vislumbro justa causa para ação penal. Ante todo o exposto, requeiro o ARQUIVAMENTO do presente inquérito policial, com as ressalvas do art. 18 do Código de Processo Penal. Apurou-se, por fim, que [NOME 1], mesmo sendo ainda um adolescente, já apresentava registro de atividade infracional anterior (conforme boletins de ocorrência juntados a fls. 34/39). Não há, portanto e ao menos por ora, como afastar a versão apresentada pelos policiais [NOME 2] e [NOME 3] no sentido de que tenham agido sob as excludentes da legítima defesa e do estrito cumprimento do dever legal: eles iniciaram a perseguição ao autor de um roubo de motocicleta, que não apenas não atendeu à ordem de parada como efetuou disparos de arma de fogo contra si. Naquele momento, importava defender as suas próprias integridades, além de fazer cumprir a lei e manter a ordem. Eles, portanto, usaram moderadamente dos meios necessários para repelir a injusta agressão de [NOME 1] além de cumprir o seu dever como policiais. Diante de todo o exposto e não podendo afastar a ocorrência de legítima defesa e de estrito cumprimento do dever legal, requer o ARQUIVAMENTO do presente inquérito policial e do inquérito policial militar apensado, sem prejuízo do disposto no art. 18 do Código de Processo Penal. (Grifos do documento original)

50 A terceira peça conclusiva é a decisão judicial, em que o juiz acata o arquivamento do inquérito ou, em caso de oferecimento de denúncia, a recebe. A seguir, um trecho exemplar dessas telegráficas manifestações judiciais, extraído de um dos processos analisados: Vistos. Nos termos da fundamentação expendida pelo ilustre representante do Ministério Público, determino o arquivamento do presente inquérito policial, ressalvando o previsto no art. 18 do Código do Processo Penal. Proceda-se às anotações e comunicações de praxe.

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2) Diante da concordância do Ministério Público (fls. 258/258 verso) e nos termos dos arts. 118/120 do Código de Processo Penal, defiro a liberação da arma à Polícia Militar. Providencie-se. Intime-se.

51 Em todos os processos concluídos analisados, o pedido de arquivamento foi concedido, e o juiz determinou a devolução das armas apreendidas à polícia.

Considerações finais

52 Os resultados da pesquisa nos levam a refletir sobre algumas especificidades das circunstâncias em que ocorrem e o modo como são processadas as mortes decorrentes de intervenção policial na cidade de São Paulo, além de chamar a atenção para o respaldo institucional à atuação policial letal oferecido pelas instituições do Sistema de Justiça Criminal. Observamos que a polícia, sobretudo a militar, mata principalmente jovens negros do sexo masculino, predominantemente em áreas periféricas da cidade e em situações de repressão aos crimes contra o patrimônio. Em 2012, essas mortes nem mesmo eram registradas como homicídios, embora fossem investigadas por uma delegacia especializada em homicídios, e as vítimas fatais sequer figuravam como vítimas nos BOs. As perícias técnicas realizadas e os depoimentos colhidos nos inquéritos demonstraram-se protocolares e irrelevantes para a formulação das peças conclusivas, que solicitavam o arquivamento dos casos com formulações padronizadas, a despeito da existência de elementos que pudessem confrontar a versão dos policiais.

53 Algumas observações conclusivas do estudo ganham maior relevância quando contrastadas com o caso do Rio de Janeiro, onde há um acúmulo maior de pesquisas sobre o tema. Se, no Rio, a maioria dos chamados “autos de resistência” parece ocorrer em situações descritas pela polícia como operações de combate ao tráfico de drogas, a maior parte das ocorrências de “resistência seguida de morte” na cidade de São Paulo é justificada como decorrente de situações de repressão à prática de roubos. Enquanto há quase sempre apreensão de drogas no Rio de Janeiro, em São Paulo, ela se dá raramente. Tais dados revelam focos distintos da repressão policial e do uso da violência letal em cada contexto. Destaca-se também que, no Rio de Janeiro, as mortes ocorrem principalmente em vielas de favela por policiais que realizam incursões em operações de maior monta. Em São Paulo, as mortes ocorrem nas ruas e avenidas asfaltadas da cidade, com a presença de veículos arrolados em praticamente todas as ocorrências analisadas.

54 Desde os pioneiros trabalhos de Verani (1996) e Cano (1997) sobre os chamados “autos de resistência” — com base em casos que eram ainda processados no âmbito da justiça militar — até os estudos mais recentes, como o de Misse et al. (2013) e o de Zaccone (2013) sobre o processamento desses casos na justiça comum ou sobre a luta dos familiares de vítimas da violência de Estado por justiça (Farias 2014; Araújo 2012), a indiferença legal e a impunidade despontam como problemas centrais e determinantes para a continuidade das políticas de extermínio no Rio de Janeiro. Os dados acima apresentados sobre São Paulo corroboram a prevalência desse problema, no entanto colocam em xeque algumas das explicações para a impunidade no Rio de Janeiro.

55 No livro Quando a polícia mata (Misse et al. 2013), concluiu-se que, devido à ausência de testemunhas e perícia de local, prevalecia a versão apresentada pelos policiais na ocasião do registro de ocorrência, sem que houvesse empenho da Polícia Civil e do MP

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para apurarem as circunstâncias da morte. Nos casos que chegavam ao Tribunal do Júri, o julgamento se desenvolvia em torno da caracterização moral da vítima, com o objetivo de definir se ela podia ou não ser responsabilizada pela sua própria morte, pois não havia outros elementos para comprovar ou refutar a versão apresentada pelos policiais. A pesquisa realizada em São Paulo revela que, a despeito do maior empenho da Polícia Civil em arrolar testemunhas e realizar perícias técnicas, os casos continuam centrados na caracterização moral da vítima e descartam de antemão a hipótese de abuso da força.

56 Saltam aos olhos a presença de testemunhas não policiais nos BOs e os inquéritos de “resistência seguida de morte” em São Paulo. A maioria delas são vítimas dos roubos atribuídos às pessoas mortas pela polícia, que são chamadas a reconhecer o corpo da vítima enquanto autor do fato. Mas existem ainda depoimentos de familiares do morto e de pessoas que moram ou trabalham perto do local da morte, em alguns casos também pessoas presas ou apreendidas. Ainda que, normalmente, as testemunhas não tenham presenciado o momento da morte, elas tendem a oferecer depoimentos que reforçam a versão apresentada pelos policiais. Isso difere bastante com relação ao Rio de Janeiro, onde as únicas testemunhas presentes nos registros de ocorrência tendem a ser os próprios policiais autores do homicídio e, nas fases posteriores do inquérito, costumam ser chamadas a depor apenas as pessoas que fizeram o reconhecimento do corpo, normalmente a mãe.

57 A pesquisa realizada por Misse et al. (2013) no Rio de Janeiro destaca como um dos principais empecilhos à apuração das circunstâncias da morte a ausência de perícia de local. Devido às mortes ocorrerem principalmente em favelas, rotuladas como “áreas de risco”, as equipes de polícia técnica alegavam não haver segurança para realizar exames periciais no local do fato. Em todas as ocorrências em favela, os corpos eram removidos para o hospital mais próximo sob a alegação de prestação de socorro, e nenhuma equipe retornava ao local para realizar perícias. A ausência de perícia de local dificulta não apenas a apuração das circunstâncias, mas também a “individualização da conduta” dos policiais nos casos em que resta comprovado o abuso da força. Devido ao uso disseminado de fuzis por policiais do Rio de Janeiro, os projéteis não ficam alojados nos corpos das vítimas (são transfixantes) e, sem perícia de local, esses projéteis não são recolhidos para a realização de um exame de confronto de balística que possa atestar qual o policial responsável pelos disparos. Já em São Paulo, todas as mortes decorrentes da ação policial são investigadas pelo DHPP, que realiza tanto o exame visuográfico quanto a perícia de local em praticamente todos os casos. É também comum a realização de exame de confronto de balística com projéteis encontrados no local do fato ou alojados no corpo da vítima.

58 Os inquéritos elaborados pela Polícia Civil em São Paulo são, sem dúvida, mais completos que aqueles realizados no Rio de Janeiro; no entanto, as perícias técnicas e os depoimentos colhidos não costumam ser levados em conta nas peças conclusivas presentes nos autos. Em um dos processos analisados, por exemplo, a perícia constatou que a arma apreendida em posse da vítima fatal era um simulacro de arma e, portanto, incapaz de produzir tiro. Tal informação foi ignorada pelo MP, que solicitou à justiça o arquivamento do caso sem sequer mencionar que a vítima estava tecnicamente inviabilizada de resistir à prisão com uma arma de brinquedo. Como colocado acima, em 12% dos casos não houve apreensão de arma de fogo em posse da vítima fatal que,

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em tese acatada pelas autoridades, teria resistido à ação da polícia de maneira a justificar a sua morte.

59 A análise dos processos elaborados em São Paulo permite identificar um elevado grau de apoio de agentes estatais ao uso exacerbado da violência letal e militarizada, principalmente por parte dos promotores que, por prerrogativas constitucionais, deveriam impor barreiras à letalidade policial. Tal apoio institucional é uma condição de possibilidade para a naturalização da máxima “bandido bom é bandido morto”, pensamento não só antidemocrático como anticivilizatório, que de chavão demagógico se fez programa de governo.

60 Adorno, Sergio e Fernando Salla. 2007. “Criminalidade organizada nas prisões e os ataques do PCC”. Estudos Avançados 21 (61): 7-29. 61 Araújo, Fábio Alves. 2012. “Das consequências da ʻarteʼ macabra de fazer desaparecer corpos: violência, sofrimento e política entre familiares de vítima de desaparecimento forçado”, tese de doutorado, Universidade Federal do Rio de Janeiro.

62 Biondi, Karina. 2010. Junto e misturado: uma etnografia do PCC. São Paulo: Terceiro Nome.

63 Biondi, Karina. 2018. Proibido roubar na quebrada: território, hierarquia e lei no PCC. São Paulo: Terceiro Nome.

64 Cano, Ignácio. 1997. Letalidade da ação policial no Rio de Janeiro. Rio de Janeiro: Iser.

65 Centro de Antropologia e Arqueologia Forense (CAAF). 2018. Violência de Estado no Brasil: uma análise dos Crimes de Maio de 2006 na perspectiva da antropologia forense e da justiça de transição — Relatório final. São Paulo: Universidade Federal de São Paulo.

66 Dias, Camila. 2013. PCC: hegemonia nas prisões e monopólio da violência. São Paulo: Saraiva.

67 Dias, Camila, Maria Gorete Marques, Ariadne Natal, Mariana Possas e Caren Ruotti. 2015. “A prática de execuções na região metropolitana de São Paulo na crise de 2012: um estudo de caso”. Revista Brasileira de Segurança Pública 9 (2): 160-179.

68 Durán, Pedro. 2018. “Plano de Doria para segurança deverá ter problemas políticos, orçamentários e estruturais”. CBN, 9 de novembro, https://cbn.globoradio.globo.com/ media/audio/226058/plano-de-doria-para-seguranca-devera-ter-problemas.htm

69 Farias, Juliana. 2014. “Governo de Mortes: Uma etnografia da gestão de populações de favelas no Rio de Janeiro”, tese de doutorado, Universidade Federal do Rio de Janeiro.

70 Feltran, Gabriel. 2016. “Governo que produz crime, crime que produz governo: o dispositivo de gestão do homicídio em São Paulo (1992-2011)”. Revista Brasileira de Segurança Pública 6 (2): 232-255.

71 Feltran, Gabriel. 2018. Irmãos: uma história do PCC. São Paulo: Companhia das Letras.

72 Hirata, Daniel. 2018. Sobreviver na adversidade: mercados e formas de vida. São Carlos: EDUFSCar.

73 International Human Rights Clinic (IHRC) e Justiça Global. 2011. São Paulo sob achaque: corrupção, crime organizado e violência institucional em maio de 2006. São Paulo e Cambridge: Human Rights Program at Harvard Law School.

74 Mães de Maio. 2011. Do luto à luta: Mães de Maio. São Paulo: Nós por nós.

75 Manso, Bruno. 2005. O homem X: uma reportagem sobre a alma do assassino em São Paulo. São Paulo: Record.

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76 Manso, Bruno e Camila Dias. 2018. A guerra: a ascensão do PCC e o mundo do crime no Brasil. São Paulo: Todavia.

77 Marques, Adalton. 2014. Crime e proceder: um experimento antropológico. São Paulo: Alameda.

78 Mazui, Guilherme. 2019. “Leia a íntegra do projeto de Bolsonaro que isenta militares de punição em operações de GLO”. G1, 21 de novembro, https://g1.globo.com/politica/ noticia/2019/11/21/leia-a-integra-do-projeto-sobre-excludente-de-ilicitude-proposto- por-bolsonaro.ghtml

79 Misse, Michel. 2006. Crime e violência no Brasil contemporâneo: estudos de sociologia do crime e da violência urbana. Rio de Janeiro: Lumen Juris.

80 Misse, Michel, Carolina Grillo, César Teixeira e Natasha Neri. 2013. Quando a polícia mata: homicídios por “autos de resistência” no Rio de Janeiro (2001-2011). Rio de Janeiro: NECVU/ Booklink.

81 Nunes, Samira. 2018. “Trabalho sujo ou missão de vida? Persistência, reprodução e legitimidade da letalidade na ação da PMESP”, tese de doutorado, Fundação Getúlio Vargas.

82 Pinheiro, Paulo Sérgio, Eduardo A. Izumino e Maria Cristina J. Fernandes. 1991. “Violência fatal: conflitos policiais em São Paulo (81-89)”. Revista USP 9: 95-112. https:// doi.org/10.11606/issn.2316-9036.v0i9p95-112

83 Risso, Melina Ingrid. 2014. “Mortes intencionais na cidade de São Paulo: um novo enfoque”. Artigo Estratégico 8 (4): 53-67.

84 Salla, Fernando. 2006. “As rebeliões nas prisões: novos significados a partir da experiência brasileira”. Sociologias 8 (16): 274-307.

85 Secretaria de Segurança Pública do Governo de Estado de São Paulo (SSP-SP). 2013. “Resolução SSP-005, de 7-1-2013”. Em Diário Oficial do Poder Executivo, seção I, 7 de janeiro.

86 Secretaria de Segurança Pública do Governo de Estado de São Paulo (SSP-SP). 2015. “Homicídios dolosos praticados por policiais X Letalidade Policial”. Secretaria de Segurança Pública, acessado em 2 de abril de 2020, https://www.ssp.sp.gov.br/ Estatistica/Estudos.aspx

87 Secretaria de Segurança Pública do Governo de Estado de São Paulo (SSP-SP). 2020. “Estatísticas trimestrais”. Governo do Estado de São Paulo, acessado em 7 de janeiro de 2020, http://www.policia.sp.gov.br/Estatistica/Trimestrais.aspx

88 Silva, José Fernando. 2004. “Justiceiros” e violência urbana. São Paulo: Cortez.

89 Sinhoretto, Jacqueline, Maria Carolina Schlittler e Giane Silvestre. 2016. “Juventude e violência policial no município de São Paulo”. Revista Brasileira de Segurança Pública 10 (1): 10-35.

90 Teles, Edson. 2018. O abismo na história: ensaios sobre o Brasil em tempos de Comissão da Verdade. São Paulo: Alameda.

91 Telles, Vera. 2011. A cidade nas fronteiras do legal e ilegal. Belo Horizonte: Argvmentvm.

92 Telles, Vera e Daniel Hirata. 2010. “Ilegalismos e jogos de poder em São Paulo”. Tempo Social 2 (22): 39-59.

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93 Verani, Sérgio. 1996. Assassinatos em nome da lei: uma prática ideológica do direito penal. Rio de Janeiro: Aldebarã.

94 Zaccone, Orlando. 2013. “Indignos de vida: a forma jurídica da política de extermínio de inimigos na cidade do Rio de Janeiro”, tese de doutorado, Universidade Federal Fluminense.

NOTAS

1. Intitulado “A gestão do conflito na produção da cidade contemporânea: a experiência paulista” (2014-2018) e coordenado pela profa. dra. Vera Telles (Departamento de Sociologia, Universidade de São Paulo). 2. Instituída em 2006, a Defensoria Pública do Estado de São Paulo é um órgão público que oferece aos cidadãos mais necessitados assistência jurídica de forma gratuita, além de atuar na promoção de direitos humanos e na defesa de direitos individuais e coletivos. 3. O 1º Batalhão de Policiamento de Choque — Tobias de Aguiar é uma unidade do Comando de Policiamento de Choque, responsável pela manutenção da ordem pública. Sua origem remonta ao ano de 1970, com “ações de controle de distúrbios civis e de contraguerrilha urbana”. Com o fim das ações de guerrilha e, posteriormente, da ditadura militar, o Rota passou a ser orientado a realizar patrulhamentos com a finalidade de repressão a crimes comuns, ficando conhecido com uma das tropas mais letais da polícia. 4. No auge da “crise”, entre setembro e outubro de 2012, houve um aumento de praticamente 100% nas taxas de homicídio na cidade de São Paulo, comparadas com o mesmo período do ano anterior. Dados da Secretaria de Segurança Pública do Governo do Estado de São Paulo (SSP-SP 2020) mostraram que, em setembro, foram registrados 135 casos de homicídios com 144 vítimas (aumento de 96% em relação a setembro de 2011) e, em outubro, foram 150 ocorrências com 176 vítimas (aumento de 92% em relação a outubro de 2011). 5. No estado de São Paulo, existe uma divisão de programas de policiamento, sendo a Força Tática um deles. Criada em maio de 1998 por meio de uma portaria que extinguiu as companhias administrativas de cada batalhão, transformando-as em companhias táticas, trata-se de uma fração da tropa especializada em operações táticas de policiamento ostensivo motorizado. 6. O objetivo desta fase da pesquisa (diversamente da etapa anterior de caráter mais quantitativo) foi realizar estudos de casos a partir de uma amostra aleatória dos BOs que resultaram em processos, de modo a acompanhar o processamento dos casos e submetê-los a uma análise qualitativa. Assim, a amostra aleatória, que, por si só, já garante alguma representatividade estatística (todos os 316 BOs tinham chances de serem sorteados), foi a estratégia utilizada para proceder a uma análise em profundidade dos casos. O intervalo de confiança de 15 pontos percentuais não impacta, portanto, a metodologia utilizada neste momento do estudo. 7. Essa dinâmica processual para casos de arquivamento estava prevista no artigo 28 do CPP. No fim de 2019, no entanto, a Lei 13.964/2019 (“Pacote anticrime”) alterou a redação do referido artigo, excluindo a participação do juiz no controle de arquivamento dos inquéritos. O novo modelo instituiu uma espécie de “controle interno obrigatório”, pois, ao decidir pelo arquivamento, independentemente do motivo, o promotor deve dar ciência à vítima ou a seu representante legal, ao

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investigado e à autoridade policial e encaminhar os autos para a instância de revisão ministerial — no caso dos Júris, é a Procuradoria-Geral de Justiça do Estado — que decidirá pela homologação do arquivamento ou a revisão da decisão, com o pedido de novas diligências ou a imediata abertura de ação penal. Os casos analisados nesta pesquisa, por serem anteriores a tal lei, foram todos submetidos ao rito anterior. 8. Referindo-se a três vítimas com uma, duas e duas perfurações no tórax e no abdômen.

RESUMOS

Este artigo apresenta os principais resultados de uma pesquisa sobre violência letal decorrente de ações policiais na cidade de São Paulo, Brasil. O estudo baseou-se na leitura e análise de boletins de ocorrência (BOs) de casos registrados pela Polícia Civil como “resistência seguida de morte” em 2012 e no posterior exame de uma amostra dos processos judiciais resultantes desses BOs. Descrevemos aqui o perfil das ocorrências registradas e o tratamento dispensado a esses casos pelas instituições responsáveis pelo seu processamento. Os resultados da pesquisa mostram que a leniência por parte dos profissionais do Sistema de Justiça Criminal em relação à letalidade decorrente de ações policiais contribui para oferecer amplo respaldo institucional à atuação violenta dos agentes de segurança pública.

Este artículo presenta los principales resultados de una investigación sobre violencia letal resultante de acciones policiales en la ciudad de São Paulo en el año de 2012. El estudio se basó en la lectura y el análisis de los registros policiales y luego en el examen de una muestra representativa de las demandas judiciales resultantes de estos casos. Describimos aquí el perfil de las acciones policiales y el tratamiento dado por las instituciones responsables de su procesamiento judicial. Los resultados de la encuesta muestran que la indulgencia de los profesionales del Sistema de Justicia Penal en relación con la letalidad resultante de las acciones policiales contribuye a ofrecer un amplio apoyo institucional a la acción violenta de los agentes de seguridad pública.

This article presents the main results of a study on lethal violence resulting from police actions in the city of São Paulo in 2012. The study was based on the reading and analysis of police records and then on the examination of a representative sample of lawsuits resulting from these cases. We describe the profile of the police actions and the treatment applied by the institutions responsible for their prosecution. The results of the survey show that the leniency of the Criminal Justice System's practitioners in relation to the lethality resulting from police actions contributes to providing widespread institutional support for the violent action of law enforcement officers.

ÍNDICE

Palabras claves: Homicidio, letalidad policial, policía, São Paulo, sistema de justicia penal Palavras-chave: Homicídio, letalidade policial, polícia, São Paulo, sistema de justiça criminal Keywords: Criminal justice system, homicide, police; police lethality, São Paulo

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AUTORES

RAFAEL GODOI

Doutor em Sociologia pela Universidade de São Paulo, Brasil. Pesquisador de pós-doutorado do Programa de Pós-Graduação em Sociologia e Antropologia e do Núcleo de Estudos da Cidadania, Conflito e Violência Urbana da Universidade Federal do Rio de Janeiro, Brasil. Últimas publicações: “A prisão fora e acima da lei”. Tempo Social 31 (3): 141-160, 2019; Fluxos em cadeia: as prisões em São Paulo na virada dos tempos. São Paulo: Boitempo, 2017. Godoirafa[at]gmail.com

CAROLINA CHRISTOPH GRILLO

Doutora em Antropologia Cultural pela Universidade Federal do Rio de Janeiro, Brasil. Pesquisadora de pós-doutorado e professora colaboradora do Programa de Pós-Graduação em Sociologia da Universidade Federal Fluminense, Brasil. Últimas publicações: “Da violência urbana à guerra: repensando a sociabilidade violenta”. Dilemas 12 (1): 62-92, 2019; “Crime, guerra e paz: dissenso político-cognitivo em tempos de extermínio” (coautora). Novos estudos CEBRAP 38 (3): 553-571, 2020. carolina.c.grillo[at]gmail.com

JULIANA TONCHE

Doutora em Sociologia pela Universidade de São Paulo, Brasil. Pesquisadora de pós-doutorado do Programa de Pós-Graduação em Ciências Sociais e docente do Mestrado Profissional em Segurança Pública, Justiça e Cidadania da Universidade Federal da Bahia, Brasil. Últimas publicações: “Restorative Justice for Women’s Rights” (coautora). Em Justice Alternatives, editado por Pat Carlen e Leandro Ayres França, 219-233. Nova York: Routledge, 2020; “Problematizando o alternativo: lições do caso paulista sobre a Justiça Restaurativa”. Em Potencialidades e incertezas de formas não violentas de administração de conflitos no Brasil e na Argentina, editado por Kátia Mello, Bárbara Baptista e Klever Filpo, 111-135. Porto Alegre: Evangraf; Palmarinca, 2018. jutonche[at]gmail.com

FÁBIO MALLART

Doutor em Sociologia pela Universidade de São Paulo, Brasil. Pesquisador de pós-doutorado pelo Instituto de Medicina Social da Universidade do Estado do Rio de Janeiro, Brasil. Últimas publicações: “Battlegrounds: Mobilizing Humanitarian Siscourses in São Paulo Detention Centers”. Etnográfica 24 (1): 115-132, 2020; “O arquipélago”. Tempo Social 31 (3): 59-79, 2019. mallart82[at]yahoo.com.br

BRUNA RAMACHIOTTI

Doutoranda do Programa de Pós-Graduação em Sociologia da Universidade de São Paulo, Brasil. [email protected]

PAULA PAGLIARI DE BRAUD

Advogada com atuação em Direito Penal e foi pesquisadora bolsista do projeto temático “A gestão do conflito na produção da cidade contemporânea: a experiência paulista”, que contou com o financiamento da FAPESP, Brasil. paula.braud[at]usp.br

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“Si realmente ustedes quieren pegarle, no nos llamen, llámenos después que le pegaron y váyanse”. Justicia por mano propia en Ciudad de México “If You Really Want to Hit Someone, Don't Call Us, Call Us after You Hit Them and Leave.” Taking the Law into Own Hands in Mexico City “Se realmente vocês querem bater nele, não nos chamem. Chamem depois de ter batido e vão embora” Justiça com as próprias mãos na Cidade do México

Elisa Godínez Pérez

NOTA DEL EDITOR

Recibido: 10 de enero de 2020 Aceptado: 1 de abril de 2020 Modificado: 5 de mayo de 2020 https://doi.org/10.7440/res73.2020.06

NOTA DEL AUTOR

Este artículo es resultado del primer año de estancia posdoctoral, gracias al apoyo del Programa de Becas Posdoctorales de la Universidad Nacional Autónoma de México, en el Instituto de Investigaciones Sociales de la misma Universidad, bajo la asesoría del Dr. Héctor Castillo-Berthier.

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Introducción

1 La justicia por mano propia es un término que comúnmente se usa para referirse a la decisión, por parte de los ciudadanos, de aplicar una pena física para castigar un supuesto delito o falta, por encima de la ley. Como tal, es un término que remite directamente al ámbito y al lenguaje jurídicos. No obstante, desde el punto de vista de otras ciencias sociales, la justicia por mano propia implica mucho más que únicamente una transgresión a la ley. En este artículo propongo una definición de este término con el objeto de caracterizar lo que sucede en el México actual y, a partir de ahí, interpretar casos concretos de investigación: la justicia por mano propia es un conjunto heterogéneo de acciones colectivas e individuales, tanto extralegales como ilegales —que van desde la prevención y la disuasión hasta el despliegue de violencia—, a través del cual se busca la defensa y/o imposición de un castigo expedito a personas presuntamente culpables de querer cometer o haber cometido un delito.

2 En años recientes, este fenómeno ha sido cada vez más frecuente en México. Puede decirse que es el resultado de una profunda crisis en los sistemas de impartición y procuración de justicia, más que simplemente ser consecuencia de la inseguridad, aunque esta sea grave y constante. La justicia por mano propia, además, evidencia la tensión permanente entre los efectos del Estado1 (Mitchell 2015) y los ciudadanos, en un contexto de múltiples violencias legales e ilegales, en particular, en los denominados márgenes del Estado, un concepto propuesto por Das y Poole (2004): ya sean espaciales o simbólicos, los márgenes del Estado son los lugares de producción del orden y el desorden estatal, donde las prácticas y los lenguajes del Estado evidencian los límites y conflictos entre el centro y la periferia, entre lo público y lo privado, y entre lo legal y lo ilegal.

3 A partir del examen hemerográfico de la incidencia de acciones de justicia por mano propia en una demarcación de Ciudad de México, de la selección de un caso y de la aplicación de técnicas de investigación etnográfica, propondré una manera de interpretar el fenómeno de la justicia por mano propia como parte de los efectos del Estado. Es decir, propondré la elaboración de una etnografía del Estado y su monopolio de la violencia a partir de casos, discursos y prácticas en torno a dicho fenómeno.

4 Para poder prevenir y evitar los actos de justicia por mano propia, que en su mayoría constituyen violaciones a los derechos humanos, y que deben ser definitivamente rechazados, no basta examinarlos desde la perspectiva legal. No basta saber y decir que son un problema de falta de cultura de la legalidad, sino entender los resortes sociales, políticos y culturales que los vuelven cada vez más aceptables y los hacen aparecer como un recurso admisible para enfrentar la inseguridad y la violencia.

Justicia por mano propia: concepto y realidad

5 Actualmente, en México a diario se registra un número considerable de acciones defensivas que utilizan la violencia en diverso grado protagonizadas por civiles más o menos organizados, ya sea para confrontar a delincuentes corrientes, a criminales organizados, o para oponerse a algún acto o decisión de las autoridades. Linchamientos, policías comunitarias, o grupos de autodefensa que ejercen acciones de seguridad y procuración de justicia, hasta vecinos que efectúan rondines callejeros, activando

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alarmas o haciendo sonar sus silbatos para alertar de un peligro, son el conjunto de acciones que puede enmarcarse dentro del concepto justicia por mano propia.

6 La justicia por mano propia es, en especial, una noción jurídica, más que un concepto sociológico o antropológico. En el contexto legal, la justicia por mano propia es un término que nombra una forma de transgredir el Estado de derecho, es decir, de sustituir o suplir a la justicia formal, y, por supuesto, es algo reprobable. Entre otras cosas, el Estado de derecho “se refiere al principio de gobernanza por el que todas las personas, instituciones y entidades, públicas y privadas, incluido el propio estado, están sometidas a leyes que se promulgan públicamente y se hacen cumplir por igual y se aplican con independencia, además de ser compatibles con las normas y principios internacionales de derechos humanos” (SIL 2020, en línea). De este modo, romper el Estado de derecho, ya sea por necesidad o por intención, es contravenir la ley, y más todavía cuando se hace con el empeño de suplir la función de las instituciones responsables de garantizar la seguridad mediante el uso de la violencia, considerando que es el Estado —y sus instituciones— quien tiene el monopolio legítimo de esta; peor aún si para ello se despliegan medios violentos. No obstante, ¿qué hacer cuando la obligación estatal de garantizar la seguridad no se cumple y es la propia vida la que está en peligro cotidianamente?

7 Considero que el concepto justicia por mano propia es útil para agrupar el conjunto de acciones civiles, y a veces violentas, que, transgrediendo el Estado de derecho, persiguen la autoprotección y autodefensa ante hechos delictivos o frente a omisiones y abusos estatales en el contexto actual de México. En primer lugar, porque el concepto permite considerar la heterogeneidad en este conjunto de acciones. En segundo lugar, porque al ser un concepto con mayor amplitud que, por ejemplo, vigilantismo permite también tener en cuenta el carácter paradójico con respecto a lo estatal que tienen estas acciones heterogéneas; es decir, por un lado, pueden ser un desafío directo a la soberanía estatal y, por otro lado, pueden ser el clamor por una presencia estatal más objetiva o efectiva.

8 Martha K. Huggins, en su libro Vigilantism and the State in Modern Latin America (1991), explica el vigilantismo en América Latina a partir de una clasificación, en la que identifica el grado de espontaneidad, organización y participación estatal, y su correspondencia en tres polos —el informal, el formal y el intermedio—, dentro de los que se incluye una diversidad de acciones, desde linchamientos hasta escuadrones de la muerte. Considero que la propuesta de Huggins sigue siendo un importante referente para comprender el fenómeno a nivel regional, pero para el México actual, esta clasificación tendría que someterse a una revisión y a un posible reajuste, dadas las transformaciones en la historia nacional y de cada región, el gran crecimiento del crimen organizado en sus infinitas variantes y las modificaciones que ha sufrido el Estado, tanto en su sentido formal como en las prácticas, los imaginarios, conflictos y experiencias cotidianos de sus habitantes. Entre otras cosas, y por ser el de Huggins un referente importante del concepto, considero que vigilantismo es un término útil, pero no suficiente, para entender el caso mexicano hoy.

9 Cuando realicé una investigación acerca de los linchamientos en México, pude comprobar precisamente lo heterogéneo de estas acciones de violencia colectiva. Para empezar a entender y prevenir los linchamientos, no basta con tener clara la cantidad y la dinámica temporal, por hablar de dos criterios esenciales, sino que es indispensable observar tanto el tipo de actor colectivo que los protagoniza como el contexto —

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histórico, geográfico, social, económico, político y cultural— en el que ocurren. Aunque puedan tener causas y configuraciones similares, la conformación y actuación de la colectividad que comete un linchamiento no son siempre iguales: hay colectividades espontáneas que sin tener vínculos previos, o nexo de algún tipo, se forman y disuelven inmediatamente, y hay colectividades que comparten relaciones vecinales o comunitarias, aunque esto no signifique que exista una premeditación explícita.

10 Me permito emplear el caso de los linchamientos, por ser un indicio útil para profundizar en el análisis de estas acciones agrupadas en el concepto justicia por mano propia. Además de la heterogeneidad en su forma, sus actores y su contexto, estas acciones constituyen una manera de interpelar al Estado. La opinión generalizada es que las personas deciden hacerse justicia con la intención de rivalizar o sustituir al Estado, pero lo cierto es que estas acciones pueden constituir una estrategia contradictoria o paradójica, dado que, más que sólo ser o no una forma de contestar y de desafiar al Estado, pueden ser, simultáneamente, una vía para demandar la actuación estatal, y para exponerlo cuando no responde. Fue posible constatar lo anterior a partir del análisis de un linchamiento como proceso con fases, y no exclusivamente como un momento o trance de paroxismo. Desde la perspectiva procesual —pensar el linchamiento como un drama social2 y sus fases, en el sentido de Victor Turner (1974)—, es posible observar las diferentes dinámicas entre los actores civiles y las fuerzas del orden estatales, en las que se evidencia que no existe un patrón único, sino que un desenlace fatal o la posibilidad de desactivar un conflicto mayor, por ejemplo, depende en gran medida de la capacidad de concertar que tengan los actores estatales involucrados.

11 Se puede pensar que señalar el papel del Estado en el análisis de la justicia por mano propia no debería ser tan central, porque el problema profundo, para algunos, reside en los ciudadanos mismos y en su falta de “cultura de la legalidad”, y no en las autoridades; que el meollo del asunto es “el alejamiento de la sociedad con respecto de las instituciones”3 (CNDH 2019, en línea) y no al revés. Esto podría ser así si se piensa al Estado desde lo abstracto y lo formal, o como un mero equivalente del gobierno, el orden y las leyes. Sin embargo, si se asume la perspectiva etnográfica del Estado, es posible comprender las condiciones en las que se suscitan los hechos de justicia por mano propia desde las prácticas, las relaciones y los conflictos entre los actores estatales, la población y aquellos sospechosos o responsables de cometer delitos. Akhil Gupta, en su clásico ensayo “Fronteras borrosas: el discurso de la corrupción, la cultura de la política y el estado imaginado”, hace una etnografía del Estado a partir de los discursos de la corrupción en la India: Estudiar el estado etnográficamente implica tanto el análisis de las prácticas cotidianas de las burocracias locales como la construcción discursiva del estado en la cultura política. Este enfoque plantea cuestiones sustantivas y metodológicas fundamentales. Sustancialmente, permite desagregar al estado, centrándose en diferentes burocracias sin prejuzgar sobre su unidad o coherencia. Asimismo, nos permite problematizar la relación entre la translocalidad de “el estado” y las oficinas, instituciones y prácticas necesariamente localizadas por las que esta está ejemplificada. (2015, 72-73)

12 En la misma línea de la antropología del Estado, Thomas Blom Hansen y Finn Stepputat (2001) afirman que el Estado, la gobernanza y los efectos y subjetividades formados por el lenguaje de la estatalidad necesitan ser desnaturalizados y estudiados etnográficamente en detalle, como parte de la economía cultural de las sociedades

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poscoloniales. Desde esta perspectiva, hacer antropología del Estado significa considerar la diversidad de experiencias en el mundo; significa también las diferentes maneras en las que comprendemos la historia, las lógicas internas y las prácticas. Todo lo anterior sirve para superar la idea de que el Estado es un objeto dado e inmóvil. Los autores proponen que al estudiar el Estado y sus prácticas, se deben discernir y explorar los diferentes lenguajes de la estatalidad (languages of stateness). Señalan que se requieren estudios acerca de cómo el Estado trata de hacerse a sí mismo real y tangible mediante símbolos, textos, etcétera, y examinar cómo este aparece situado y en la cotidianidad, porque es indispensable estudiar el Estado y sus discursos desde el campo, en el sentido de sitios etnográficos localizados (2001, 5).

13 Son tres lenguajes prácticos de la gobernanza y tres lenguajes simbólicos de la autoridad los que Blom y Stepputat consideran relevantes para elaborar una etnografía del Estado. Los primeros incluyen la afirmación de la soberanía territorial a partir de la monopolización de la violencia por fuerzas militares y policiacas permanentes; la acumulación y el control de conocimientos en torno a la población (tamaño, bienestar, territorio); y la generación de recursos y garantías de reproducción y bienestar de la población (desarrollo y administración de la economía nacional). Los segundos son la institucionalización de la ley y del discurso legal como el lenguaje del Estado, y el medio a partir del cual este adquiere presencia discursiva y autoridad; la materialización del Estado en una serie de signos y rituales permanentes (edificios, monumentos, uniformes, etcétera); y la nacionalización del territorio y las instituciones del Estado mediante la inscripción de una historia y una comunidad compartida en paisajes y prácticas culturales (2001, 7-8).

14 El fenómeno de la justicia por mano propia y su áspero incremento en México hoy ha sido analizado más como un problema de déficit de legalidad, como una consecuencia de “la lejanía de la sociedad respecto de las autoridades” y como una falta de cumplimiento y aplicación de la ley, o una crisis de autoridad e institucionalidad. Se reprueba el uso de la violencia y se aduce, con razón, que la justicia por mano propia es un quebranto a los derechos humanos, pero no se explica más, y al mismo tiempo se acusa a los protagonistas de tales actos como únicos responsables. Hace falta entender por qué las personas están dispuestas a ejercer violencia y arriesgar también su integridad, aunque esto naturalmente no implique la justificación del hecho. ¿De qué manera puede la perspectiva de la antropología del Estado contribuir a analizar de manera más profunda el fenómeno de la justicia por mano propia? ¿Cómo se puede comprender este fenómeno a la luz de los lenguajes de gobernanza y autoridad? En particular, ¿cómo se puede entender en lo relativo a la monopolización de la violencia por fuerzas estatales, así como a la institucionalización de la ley y el discurso de la legalidad a partir, precisamente, de sitios etnográficos y del anclaje a las ideas, prácticas y experiencias locales y cotidianas de “la estatalidad” en un contexto de inseguridad y violencias diversas?

La Forestal, una colonia en Cuautepec

15 La colonia Forestal se encuentra ubicada en la alcaldía Gustavo A. Madero, en la punta noreste de Ciudad de México, específicamente en la región conocida como Cuautepec, en las faldas y casi la cima de la sierra de Guadalupe. Cuautepec es una zona que se incorporó al otrora Distrito Federal hace casi un siglo; es decir que, históricamente, es

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relativamente reciente su pertenencia a la capital del país. Esta zona tiene frontera al norte, este y oeste con cuatro municipios del estado de México: Ecatepec, Coacalco, Tlalnepantla de Baz y Tultitlán, mientras que al sur los límites están dados por la vía del ferrocarril México-Veracruz y las colonias Ticomán, Acueducto de Guadalupe y Tenayuca. Es, además, una zona densamente poblada, caracterizada por una urbanización popular mezclada con exclusión social y pobreza, y que carga con el estigma generado de los imaginarios del miedo, la lejanía y el olvido (Gomezcésar y Ochoa 2019, 12).

16 Lo primero que salta a la vista cuando uno visita Cuautepec son los cerros consumidos por miles de construcciones, apenas detenidas en algunos puntos con una “barda perimetral”. Simultáneamente, el enorme Cerro del Chiquihuite, lleno de antenas, parece resguardar y amenazar al mismo tiempo. Para llegar a la zona hay que atravesar la vía del tren —donde no es extraño encontrarse a migrantes centroamericanos pidiendo dinero— y un canal del largo y ahora siniestro río de los Remedios, que, kilómetros antes o después —según la referencia que se tome—, se convierte en el vertedero de restos humanos en territorio mexiquense.

17 Cuautepec no es una región homogénea. En esta zona hay un pueblo dividido en dos: Barrio Bajo y Barrio Alto. Esta división es más nominal que nada, porque ambos lugares tienen una historia compartida, así como algunas de las colonias inmediatamente aledañas a ellos. A partir de los centros territoriales de los dos barrios, se dio el acelerado crecimiento urbano en la segunda mitad del siglo pasado, lo que dio lugar a la superpoblación de los cerros. En estas colonias más nuevas, la marginación socioeconómica de sus habitantes —muchos de los cuales son migrantes de otros estados del país— es la condición característica.

18 Muchos de los terrenos donde se asentaron las colonias alrededor de los dos barrios correspondían a tierra de los ejidatarios de Cuautepec. Según lo referido por personas entrevistadas durante el trabajo de campo, ese es el caso de la colonia Forestal, cuyos terrenos, en principio, fueron vendidos, a partir de la subdivisión de propiedades de ejidatarios, a personas del propio pueblo o a sus familiares y conocidos. Eso explicaría por qué muchos de los lotes en la Forestal son lo suficientemente grandes como para edificar casas de dos pisos o más, e incluso para contar con jardines y con espacios para guardar automóviles. En comparación con otras colonias de Cuautepec, la Forestal parece tener un mejor nivel socioeconómico.

19 El 21 de febrero de 2019, dos intentos de linchamiento ocurrieron con horas de diferencia y a poco más de una cuadra de distancia en la Forestal. Ambos casos lograron un espacio tanto en noticieros televisivos como en los portales electrónicos de los periódicos, pero estas notas se pierden en el incesante torrente de información. Todos los días, casos como estos son reportados en los medios; son tantos casos que se pierden, se olvidan y, con suerte, se archivan en la memoria electrónica de los buscadores de Internet. ¿Quién da seguimiento a esto? ¿Qué autoridades, si acaso, están poniendo atención a este síntoma de agudo malestar social? Convendría preguntarse por qué es posible que en un mismo día ocurra más de un caso en una colonia periférica de Ciudad de México, y que esto se perciba como algo normal o sin mucha importancia.

20 La selección de la Forestal como sitio para la investigación fue resultado del análisis de datos hemerográficos acerca de episodios de justicia por mano propia registrados en la alcaldía Gustavo A. Madero. Como se mencionó antes, la justicia por mano propia es un término del lenguaje legal que describe una transgresión cometida por alguien que

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decide propinar un castigo, en lugar de la autoridad. En estricto sentido, y al igual que sucede con una de sus variantes, el linchamiento, la justicia por mano propia no es propiamente una falta tipificada en sí, y la única manera que se tiene de reunir información acerca de su incidencia, es por lo que los medios de comunicación reportan. La revisión hemerográfica abarcó desde 2008, y algunos casos que se colaron de años anteriores, hasta los primeros meses de 2019. En esta alcaldía, encontré un total de catorce casos, de los cuales seis ocurrieron en la zona de Cuautepec. De esos seis, dos —recientes— ocurrieron en la Forestal.

21 El caso de la colonia Forestal es parte de un fenómeno que sucede, al menos, en una parte de la llamada Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM), una gran área metropolitana del centro de México conformada por Ciudad de México y sesenta municipios adyacentes. Uno de los objetivos de mi investigación fue obtener datos para contrastar lo relativo a la justicia por mano propia en esta zona. Lo que he podido observar es que en la ZMVM existen muchas similitudes, pero también diferencias en la relación cotidiana entre el Estado y los habitantes en lo concerniente a la inseguridad y la violencia. Un aspecto especialmente interesante es la mayor o menor presencia y capacidad de gestión de las instituciones estatales en el territorio.

22 Uno de los aspectos del lugar donde se ubica la colonia Forestal, es que puede ser considerado, como muchos otros lugares en la ZMVM, dentro del concepto márgenes del Estado de Das y Poole (2004), esos márgenes espaciales y sociales que son lugares del desorden. Los márgenes no se refieren únicamente a la periferia territorial, sino que son también los lugares reales y simbólicos en donde las prácticas y los lenguajes del Estado muestran las dinámicas y los límites entre el centro y la periferia, entre lo público y lo privado y entre lo legal y lo ilegal. Cuautepec es uno de varios lugares donde hay una síntesis de múltiples violencias, aunque eso no signifique que se puedan simplemente equiparar, pero sí comparar en términos del papel que tiene el Estado en la producción de orden y desorden, de violencia y de control y de transgresión y respeto a la ley. En los márgenes, la construcción del orden estatal implica examinar la relación entre la ley en su sentido formal y la experiencia social de su (no) ejercicio; de la justicia como ideal y de la injusticia como realidad.

23 La Forestal es una colonia relativamente pequeña, lo cual resulta útil para realizar un trabajo de campo en un tiempo corto, y una ventaja, en comparación con otras colonias de la misma alcaldía. El primer día que concerté una entrevista en la Forestal tuve un encuentro fortuito, pero fundamental. La entrevista tuvo lugar al mediodía, y cuando terminó, la persona que me acompañaba —que era mi contacto con la persona entrevistada, un habitante de Cuautepec y exfuncionario de la alcaldía— y yo entramos a una cochera improvisada como fonda que opera únicamente los fines de semana. Charlamos con el dueño y su familia y les preguntamos, después de un rato, si sabían acerca del intento de linchamiento que había ocurrido a unos metros del lugar, donde una persona acusada de robar un celular fue amarrada a un poste que sostiene la videocámara de vigilancia del gobierno de Ciudad de México (“Amarran a ladrón en Cuautepec” 2019). El dueño nos dijo que él no sabía mucho porque el suceso había acontecido en un horario en el que atiende un negocio en otra colonia, pero que él creía que los taxistas de la base que está en el lugar de los hechos habían participado, y, probablemente, ellos u otros taxistas de otra base cercana habían sido los protagonistas.

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24 Aquí es necesario hacer un paréntesis para mencionar que en Cuautepec, debido a su condición geográfica en la ladera de los cerros de la sierra de Guadalupe, existe desde hace años un servicio extralegal, irregular, o “pirata”, como se dice coloquialmente, de coches Volkswagen Sedan o “vochos” habilitados como taxis (Flores 2017). Estos taxistas operan desde bases o sitios sin señalización, sus automóviles no tienen ninguna imagen que los identifique, y las placas que usan no son de Ciudad de México. Aunque en apariencia los conductores son particulares dueños de su “vocho”, lo cierto es que en Cuautepec es un secreto a voces que los “pirataxis”, como algunos les dicen, son negocio de unos pocos. Los “vochotaxis” son a veces motivo de cierto orgullo, por ser un sello distintivo de Cuaute, pero son también tema de queja, desconfianza y mala fama. Que si manejan mal, que traen en mal estado las unidades, que si los conductores son irrespetuosos, menores de edad, o tienen antecedentes penales, o que si los vochotaxis se usan para distribuir droga o participar en otras actividades ilegales, es parte del discurso de los habitantes de esta zona.

25 Cuando el señor de la fonda nos dio su versión de la posible participación de los taxistas, pensé que era perfectamente plausible, dado que en nuestro país hay casos de linchamientos protagonizados por gremios o grupos organizados en razón de su actividad: taxistas, locatarios de mercados, aficionados (porras o barras) en eventos deportivos, entre otros. Entablamos una conversación con uno de los conductores, pero nos refirió a “su patrón”; nos dijo que mejor habláramos con él, y le dejamos nuestros datos para que nos llamara, pero no tuvimos respuesta ni ese día ni los siguientes. Después de eso, fuimos a hacer un recorrido en automóvil por la zona suroriental de Cuautepec, y, al regresar a la colonia Forestal, nos topamos con un grupo de gente reunida en la calle. Nos detuvimos y pregunté en una tienda si sabían qué pasaba, y la señora que atendía me dijo que era una reunión vecinal.

26 Nos acercamos para escuchar y saber el tema de la reunión, a sabiendas de que éramos personas extrañas y que muy probablemente a los vecinos no les fuera a gustar eso. Lo primero que escuché al acercarme fue que se estaba hablando acerca de la seguridad, de alarmas y de decisiones con respecto a dónde ubicar una más. Como era de suponerse, a los vecinos no les gustó mucho nuestra presencia, así que pronto nos increparon, nos preguntaron si queríamos decir algo o teníamos alguna pregunta. En ese momento, tomé la palabra, expliqué rápido que había dado con la reunión por casualidad y me identifiqué; les mostré mi credencial y les dije que estaba precisamente haciendo una investigación sobre temas de seguridad en la zona. Después de la reticencia inicial y de muchas preguntas de su parte, los vecinos aceptaron mi presencia y procedieron a explicarme que se habían organizado para resolver los problemas de inseguridad en una parte de su colonia. Me convocaron para una próxima reunión e intercambié teléfonos con los organizadores principales.

27 Fue así que descubrí que, sin mucho ruido y procurándose un perfil discreto, este grupo de vecinos de la Forestal lleva más de dos años organizado para defenderse ante la situación de inseguridad que padecen todos los días. Estos vecinos instalaron un sistema de alarmas que se activan mediante un pequeño control remoto que varios de ellos llevan consigo, sobre todo aquellos que regresan tarde por la noche en sus automóviles y deben parquearlos en sus cocheras, momento en especial peligroso, según lo que ellos mismos refieren. Los vecinos también han instalado unas chicharras o timbres que se activan manualmente mediante un interruptor para que sean usadas en caso necesario mientras caminan por las calles. También, han repartido silbatos, que

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pueden ser muy útiles para las mujeres, según dicen. Además, algunos tienen un palo o bat en sus casas, que es usado para golpear o amedrentar a presuntos infractores, en caso necesario. Uno de sus primeros acuerdos fue colocar varias lonas en algunas casas con la leyenda: VECINOS UNIDOS RATERO QUE SE SORPRENDA SE LE SOMETERÁ PIÉNSALO BIEN ESTÁS SIENDO VIGILADO LAS 24HRS CONDUCTOR CIRCULA DESPACIO Y CON PRECAUCIÓN.

28 En la primera de varias entrevistas con la persona que encabeza este grupo de vecinos, a quien me referiré como Rambo (porque así me pidió ser nombrado),4 él me contó que la iniciativa de organizarse surgió porque dos mujeres vecinas se le acercaron para preguntarle qué podían hacer porque estaban robando mucho en una esquina transitada de la colonia, a lo que él les respondió que sí se podía hacer mucho. El discurso en torno a la inseguridad que tienen los vecinos en la Forestal y en Cuautepec Barrio Alto —que está junto a esta colonia— es uno que reitera el común argumento nosotros-los otros en los imaginarios del miedo, en el que generalmente son otros, de fuera, los que cometen las fechorías, los que delinquen y los que amenazan la normalidad de un lugar. Aunque sean del mismo Cuautepec, son otros: Rambo: Dos mujeres se me acercaron y me dijeron: “Es que están robando mucho por aquí; están robando en la esquina de allá. ¿Qué podemos hacer?”, y les digo: “Pues miren, sí podemos hacer mucho”. Elisa: ¿Identificaban a los ladrones? R: No. E: ¿O sea, no saben de dónde eran? R: Bajan de las alturas, de las colonias de arriba. Esta gente baja así y así. Yo lo sé por los chamacos de la tienda [que antes fue suya, ubicada en una colonia llamada Chalma de Guadalupe, también en Cuautepec]. Un día me llamaron y me dijeron: “Te vendo quince celulares”, y les digo: “¿Por qué o qué? No, es mercancía caliente (o sea, robado)”. “No, qué paso”, responden, y les digo: “Sí”, y me dicen: “Bueno, sí, pero sin broncas”. Y les respondí: “No, están robando a la gente, no quiero nada”. Ellos saben que yo arreglo celulares. “Ojo, a mí me hablaron ofreciéndome celulares, ¿dónde los roban? Pues aquí. Me dijeron que bajaron también aquí a la Forestal”. Entonces yo les dije: “Ojo, compadre, tú vuelves a bajar y te reviento. Te paro una friega, para que me digas. Me conoces cómo soy”, y el tipo me dijo: “No, no quiero broncas con usted”. “Bueno, entonces cuida mi colonia”. Entonces se calmaron. E: Se calmaron, pero luego ya no. ¿O eran otros? R: Son otros, más que nada de La Brecha [una zona conflictiva de Cuautepec], principalmente. Entonces bajan de La Brecha, asaltan, se van por el Vivero [es un terreno grande donde hay una cancha de fútbol, y hay una demanda vecinal de convertirlo en un espacio deportivo con apoyo de las autoridades]; esa es su ruta de escape, hacia la barranca, el Vivero, atraviesan Arboledas y dicen: “Aquí no nos alcanzan”. Entonces en ese transcurso de dos años se les ha pegado a varias personas, a uno se le encerró. A este último se le mandó como quince días al hospital, grave, mal. Entonces la idea es organizarnos, el que la gente tal vez traiga una idea, pero no lo quiere hacer por miedo a la represalia, a que salgan y digan: “Ese es el que está organizando”. Entonces aquí le he dicho a la gente: “¿Quién es el que organiza? Todos. Aquí no hay uno porque si no van a ir ‘sobres’5”. Somos tres los que estamos como que alineando las cosas, pero no se trata de que nos perjudiquemos nosotros tres. Así están las cosas. Yo siempre les pido opinión. A mí me gusta mucho ver películas de acción, y las películas siempre tienen un mensaje

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típico o de protección o de maldad; cómo operan los criminales, cómo se puede uno defender.

29 Una de las ideas principales en esta narrativa en Cuautepec es que antes, en otro tiempo, era un lugar tranquilo, pero cuando llegó gente de fuera, la situación empeoró. El relato repetido hace énfasis en que después del sismo de 1985, a la zona llegó gente del centro de la ciudad, de colonias tradicionalmente con fama de peligrosas, y eso dio al traste con la condición de calma que supuestamente había. No obstante, es un secreto a voces que existen grupos locales que controlan las actividades delictivas e ilegales, encabezados por miembros de familias nativas. Los testimonios refieren que uno de los grupos controla la distribución de droga y mantiene el dominio de la pequeña plaza pública donde se ubica el kiosco de pueblo en Barrio Alto. Este dominio se da a partir de la existencia de un grupo de vendedores ambulantes que se atiene al grupo criminal a cambio de tener oportunidad y lugar para la venta. Otro grupo sería el que regenta varias de las bases de “pirataxis” en la zona. En las entrevistas no es tan fácil hablar de la mafia local, por llamarla de alguna manera, y cuando sale el tema, los entrevistados admiten que es un problema sabido, e incluso denunciado, pero que no será resuelto porque esos grupos están protegidos por las autoridades, por un lado, y, por otro lado, ni siquiera se plantea la posibilidad de enfrentarlos de manera directa como sí se puede enfrentar a la delincuencia común que viene de fuera de su entorno inmediato. Don Jorge, un habitante de la Forestal, expresa lo siguiente: Elisa: Su percepción acerca de estos taxis [piratas] aquí; usted, como habitante, ¿los padece? Don Jorge: Los padezco en un cien por ciento. Mire, yo considero que si el gobierno le pusiera un poquito de atención, era posible regularlos, era posible meterlos en cintura; hay chamacos que ni siquiera tienen la edad para manejar y andan ahí. Hay personas que se andan drogando dentro del taxi. Ahí en Palmatitla tengo una casita, ahí enfrente hay un puesto abajo de la banqueta y queda un espacio atrás. Yo he sabido por lo menos de cinco violaciones ahí y de muchos asaltos allí, y es un lugar que no está arriba, es en la parte plana, y entonces, ¿qué pasará en todo el resto?, ¿no? Pero los taxistas llevan a la gente ahí. E: De alguna manera, son un mal necesario para el tema del transporte, pero, por otro lado, no son regulados, entonces no sabes qué están haciendo, y pueden estar participando en estas cosas. DJ: Ha habido muchas denuncias al respecto; yo fui con un grupo de vecinos, de ahí de Palmatitla, al Ministerio Público y llevamos la evidencia, llevamos un video adonde estaban violando a la chica; una señora lo grabó, y aún con evidencia no se hizo nada. Fuimos a instancias muy altas, fuimos a Niños Héroes, y créame que no hubo respuesta. E: ¿Por qué cree que no hubo respuesta? DJ: Hay muchos intereses aquí creados debido a un grupo mafioso que opera dentro de la comunidad. Hay personas que se dedican a proteger a ese gremio porque también protegen sus ventas ilegítimas de drogas, por ejemplo, y los tenemos bien identificados, todos sabemos quiénes son y lo hemos denunciado en muchas ocasiones, pero sale contraproducente porque ya se tiene uno que andar cuidando porque a ellos les avisan quién les dio la información.

30 La experiencia de los habitantes de la Forestal respecto a denunciar formalmente un delito, o solicitar que la autoridad correspondiente procure e imparta justicia, muestra casi siempre que las autoridades no cumplen su obligación. Esta experiencia se enmarca en el lenguaje de la autoridad y de la gobernanza. Por lo tanto, la estatalidad con respecto a la legalidad, la justicia y la seguridad muestra la existencia de importantes prácticas ilegales —taxis piratas, distribución de droga— conocidas por la mayoría y

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toleradas por las autoridades locales. Uno de los principales argumentos entre las propias autoridades, y en algunos análisis académicos, es que la justicia por mano propia es resultado, por un lado, de una falta de cultura de la legalidad, como actos de desprecio y descalificación hacia las autoridades y el Estado de derecho, y, por otro lado, de una crisis de autoridad e institucionalidad, de una falla en las instituciones responsables de garantizar la seguridad, o, incluso, de un “Estado fallido”.

31 Considero que ambos argumentos —el primero, que sitúa la responsabilidad exclusivamente en la población, y el segundo, que establece la causa en las fallas institucionales o en una especie de déficit de Estado— tienen limitaciones para explicar la justicia por mano propia. ¿Qué caracteriza la relación cotidiana entre el Estado —su materialidad en prácticas, discursos, acciones y omisiones de sus funcionarios— y la sociedad —los habitantes de una colonia de los márgenes—? ¿Cuáles son las tensiones y laxitudes en los campos discursivos de la inseguridad, la violencia y la ilegalidad en esta relación?

32 El grupo de vecinos organizados para enfrentar la inseguridad en la colonia Forestal está ejerciendo la justicia por mano propia en varios aspectos. Por un lado, se ha constituido como una agrupación que se arroga el derecho de castigar a supuestos delincuentes mediante el despliegue de violencia física; por otro lado, ha instalado y utiliza ciertos dispositivos —como las alarmas de control remoto y las chicharras— para alertarse entre todos ante la posibilidad de un riesgo, es decir, que es una organización que gestiona su propia seguridad. Ahora veamos, ¿existen completamente al margen del Estado o prescinden totalmente del Estado? Si nos atenemos a un criterio meramente formal, es probable que la respuesta sea positiva, y que entonces tenga sentido aquello del “alejamiento de la sociedad con respecto de las autoridades”, pero resulta que, como lo confirmaron en varias entrevistas, recibieron ayuda de la entonces delegación, hoy alcaldía, para una parte de la instalación de las alarmas, así como ciertas mejoras en los servicios urbanos, como colocar un tope, actualizar la señalización e instalar unos “brazos” para lámparas de luz intensa.

33 La consecución de esos modestos pero útiles apoyos no se efectuó mediante una gestión formal, como podría suponerse, es decir, por las diversas vías para solicitarlo al otrora gobierno delegacional: ingresando un escrito-solicitud al Centro de Servicios y Atención Ciudadana (CESAC), acudiendo a alguna audiencia pública con altos funcionarios, o algo parecido. La historia es que Rambo tenía una buena relación con una funcionaria de la “Territorial 10”, que es una especie de subdelegación (hoy subalcaldía) encargada de gestionar demandas ciudadanas y fallas inmediatas en los servicios urbanos, así como de realizar ciertas acciones de desarrollo social, principalmente. Ante la pregunta expresa de si había algún favor a cambio cuando se dieron ese y otros apoyos, Rambo me dijo que no, pero que alguna vez esa funcionaria le había dicho que él tenía algo así como madera para convertir su liderazgo social en un liderazgo político. En ese entonces, la delegación estaba en manos del Partido de la Revolución Democrática (PRD); en la actualidad, la administración es del Movimiento Regeneración Nacional (Morena). El correlato de este comentario es que el apoyo aparentemente desinteresado de esta funcionaria no era tal, sino que ella esperaba “ganárselo”, atraerlo como “activo político” para el grupo político dominante en ese entonces.

34 Cuando Rambo me contó parte de esa historia, mencionó una frase que resume bien parte de esta estatalidad cotidiana, donde, por supuesto, existe relación con el Estado;

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no están al margen ni rechazan completamente lo que puedan obtener de este, sino que es una situación que refleja esa relación ambigua, informal y politizada, mediada en función del costo-beneficio inmediato entre grupos de poder y ciudadanos con poder. Rambo le llegó a decir a la funcionaria: “Yo no quiero nada por escrito, requerimientos, nada, aquí es de palabra, y si me ayudas a hacerlo, adelante, y si no, ahí muere”. Pero resulta que otro tipo de gestiones de servicios —por ejemplo, la reparación de una fuga de agua en la banqueta, gestionada no a partir de una relación amistosa, sino en calidad de ciudadano cualquiera— están también sujetas a la voluntad y posibilidad de toda una cadena de funcionarios menores. Don Alejandro, otro de los miembros del grupo vecinal, me relató cómo, a pesar de haberla solicitado la “Territorial 10”, la reparación de la fuga de agua fue posible únicamente mediante las recomendaciones de terceras personas, que fueron quienes hablaron con el jefe de cuadrilla y le pidieron que acudiera al lugar. Una vez que la cuadrilla llegó, resultó que el propio ciudadano interesado era quien tenía que desembolsar de su dinero para comprar parte del material, a fin de reparar la fuga, porque la cuadrilla no lo tenía. Como esa experiencia, los vecinos me relataron varias más que ejemplifican con claridad que no basta con seguir el camino legal o formal; para conseguir algo del gobierno local es indispensable desdoblar estrategias, algunas, si no ilegales, al menos informales. Prácticamente todo implica tener una buena relación, otorgar dádivas a discreción o gastar el propio dinero para adquirir material.

35 En el ámbito de la seguridad, esta situación se repite con sus propias peculiaridades y consecuencias. Casi está por demás que repita lo que los ciudadanos relatan prácticamente en todos los lugares en donde se dan expresiones de justicia por mano propia: que la policía poco aparece, si no es que nunca aparece, que llega tarde, que es insuficiente, que deja ir a los delincuentes, o que está en contubernio con algunos grupos criminales. En la Forestal se escucha parte de esta narrativa, a lo que añado parte de lo que cuentan en el grupo vecinal: Elisa: ¿Qué pasaría si ustedes alguna vez decidieran, en lugar de darle un merecido al delincuente, denunciarlo ante las autoridades? Rambo: No, nunca lo hemos hecho. E: Lo sé, se lo planteo como posibilidad, o le pregunto, ¿por qué no lo han hecho? R: Porque la policía está coludida con ellos. ¿A quién le va a sacar dinero si sabe que el delincuente roba por necesidad, llámese de vicio, de maña o de huevonada? ¿A quién le va a sacar dinero si el delincuente no tiene de dónde? A Don Alejandro, por ejemplo, porque el policía dice: “Ah, mira, tiene una camioneta bonita, tiene una casa bonita. Ya está, sobre él. Vámonos, vas para arriba”. ¿Por qué? Porque saben que a las personas físicas como nosotros, de alguna forma, si no tenemos, nos va a apoyar la familia y no nos va a dejar morir. Entonces, ¿qué es lo que hacen? Pues se llevan [los policías] a la persona que le pegó [al supuesto delincuente]. Desgraciadamente. Por eso yo le he dicho a la gente: “Aquí no interviene la policía. No la llamen”. Y ya nos lo dijo la policía: “Si realmente ustedes quieren pegarle, no nos llamen, llámenos después que le pegaron y váyanse”. Eso es lo que tenemos que hacer.

36 Son los propios policías los que prácticamente promueven que la gente ejerza la justicia por mano propia, ya no sólo por sus omisiones, sino por su propia voz y sin ningún reparo. ¿Es entonces la justicia por mano propia una acción cuya responsabilidad y cuyos motivos puedan ser exclusivamente ubicados en los ciudadanos? ¿No es acaso un ejemplo de la forma en la que la estatalidad en los márgenes produce también la violencia?

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37 Antes de terminar, quisiera precisar un aspecto relativo a la observación pertinente que se hizo a este trabajo, acerca de la necesidad de relativizar los hallazgos, en cuanto a que estos únicamente presentan la voz de los ciudadanos y no la de funcionarios o agentes gubernamentales. Desde mi óptica, lo destacable de la perspectiva etnográfica del Estado es que posibilita entenderlo no como un sinónimo de gobierno, sino como el conjunto de relaciones, prácticas y discursos, tanto de actores civiles como agentes gubernamentales, que materializan cotidianamente eso que llamamos Estado. Ahora, las referencias que los actores civiles hacen acerca del discurso y el proceder de las autoridades, contrario a lo que parezca, no son simples opiniones, sino que constituyen, precisamente, la articulación discursiva de una experiencia cotidiana. No está en discusión la veracidad de lo que estos actores civiles relatan, en primer lugar, porque el papel del investigador no es sancionarla, sino entender los dichos de los sujetos en función de la posición que ocupan en la configuración política, económica, social, etcétera; es decir, el simbolismo de estas interacciones. Y, en segundo lugar, porque estoy de acuerdo con lo que dice Alban Bensa: Así, los interlocutores se convierten en generadores de conocimiento y el antropólogo los sigue en ese movimiento de producción de conocimiento. Ya no son sólo las voces mudas de una sociedad abstracta cuyas reglas pasan a través de ellos como agua a través de una presa. Concebir esta heurística de la interlocución restablece también la autoridad de un saber local en detrimento de la sacrosanta noción de “representatividad”. Se trata aquí de un cambio epistemológico radical, ya que el lector o el auditor de la antropología no está ya obligado a “consumir” sus conocimientos sino a revivir, bajo la forma de cuestionamiento, la experiencia de la investigación. (2015, 60)

38 Por otro lado, existe un escollo práctico real, aquel relativo a de los agentes gubernamentales —tanto policías como funcionarios— para acceder a hablar específicamente de temas de inseguridad y violencia. No resulta sencillo lograr que los actores civiles acepten en primera instancia hablar de sus estrategias para enfrentar la inseguridad, y menos cuando son un desafío directo a la autoridad. No obstante, desde la etnografía del Estado, y teniendo en cuenta que estoy retomando la propuesta de los “lenguajes de la estatalidad”, para mí el punto de vista de los ciudadanos es lo más importante, dado que son, precisamente, sus experiencias acerca de cómo viven cotidianamente el quehacer, o la ausencia de los agentes gubernamentales, el material más prolífico. En esas experiencias relatadas está mucho de la representación del Estado en la cultura pública (Gupta 2015): se parte del hecho de que esas afirmaciones de la policía son algo relativamente común, pues, al igual que en Cuautepec, en otra colonia de la ZMVM —en el estado de México, en donde también he realizado trabajo de campo— existen testimonios que refieren un modus operandi de la policía que es muy similar. ¿Coincidencia? ¿Patrón? ¿Práctica cotidiana? En mi opinión, esto es más que una coincidencia regional, es una práctica más o menos recurrente —de policías que promueven que los ciudadanos hagan justicia por su propia mano— que necesita urgentemente ser analizada con mayor profundidad, puesto que viene a confirmar la complejidad antropológica del Estado mismo, en el que existe siempre una zona gris de prácticas y discursos, en la que agentes gubernamentales y ciudadanos participan en acciones extralegales o ilegales en la gestión cotidiana de la inseguridad y la violencia.

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A manera de conclusión

39 El fenómeno de la justicia por mano propia en México requiere ser analizado de una mejor manera para poder no sólo rechazarlo decididamente, sino contar con herramientas para su prevención y atención. Este trabajo es parte de los resultados de un proyecto de estancia posdoctoral y no pretende agotar el tema, sino apenas proponer una manera de abordarlo desde una perspectiva de antropología del Estado, dado que son acciones que no pueden ni deberían pensarse ajenas a todo el entramado estatal. No por constituir acciones fuera de la ley o ilegales dejan de ser una permanente interpelación a gobiernos, autoridades, funcionarios y procedimientos. Y tampoco debe situarse la responsabilidad en los vecinos o comunidades que deciden desplegarlas, aunque esto no signifique eximir a nadie ni justificar el uso de la violencia. Sin embargo, no será con soluciones meramente punitivas o centradas en exclusiva en la cultura de la legalidad que el problema se resolverá.

40 Precisamente, uno de los objetivos que me propuse con esta investigación fue mostrar la necesidad de trascender, no porque no sea relevante, sino porque no es suficiente, el enfoque tradicional de entender al Estado como algo dado, estático y monolítico; se deben comprender los lenguajes de gobernanza y autoridad a partir de los cuales se materializa en la cotidianidad. En esta investigación quise también plantear la relevancia que tiene la estatalidad, entendida como el conjunto de prácticas, narrativas e imaginarios que surgen de la relación cotidiana entre ciudadanos y funcionarios. Todo lo anterior es un material diverso que, al ser analizado, puede develar las razones que tienen estas personas para actuar como lo hacen. Hacer etnografía de lo anterior proporciona información que puede ser útil, y no sólo para explicar un fenómeno delicado y normalmente mal entendido y lleno de prejuicios que poco contribuyen a solucionarlo.

41 Los actores estatales contribuyen mucho más de lo que se supone a la producción y reproducción de violencias en los márgenes. Podría pensarse entonces que la justicia por mano propia en ciertas zonas de la Zona Metropolitana del Valle de México es parte, al menos, de los efectos del Estado, y no únicamente una expresión irracional o de venganza de personas con una incapacidad para canalizar el hartazgo. Detrás de cada suceso de este tipo hay autoridades que necesitan ser responsabilizadas y capacitadas con el fin de prevenir y atender un fenómeno que, sin lugar a dudas, se ha extendido y amenaza con seguir haciéndolo.

42 Por último, es necesario recordar que este trabajo es parte de una investigación más amplia y que está en curso. Sin embargo, y con esa salvedad, es posible decir que las diferencias en la actuación del Estado en varios lugares de la ZMVM muestran que, pese a todo, en Ciudad de México todavía existe un cierto nivel de control que ha evitado que las violencias en sus márgenes se desborden y agudicen, a diferencia del estado de México, entidad a la que pertenecen la mayoría de los municipios de la ZMVM. Esto también estaría relacionado con los contextos históricos recientes y las prácticas políticas y de participación cotidianas de los habitantes de estos dos lugares.

43 “Amarran a ladrón en Cuautepec por robar celular”. 2019. televisa.NEWS, 21 de febrero, https://noticieros.televisa.com/videos/amarran-a-ladron-en-cuautepec-por-robar- celular/

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44 Bensa, Alban. 2015. Después de Lévi-Strauss. Por una antropología de escala humana. México: Fondo de Cultura Económica.

45 Blom Hansen, Thomas y Finn Stepputat. 2001. States of Imagination, Ethnographic Explorations of the Postcolonial State. Durham: Duke University Press.

46 Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) e Instituto de Investigaciones Sociales (IIS). 2019. “Informe especial sobre la problemática de los linchamientos en el territorio nacional”. CNDH México, consultado el 25 de mayo de 2019, http://www.cndh.org.mx/ sites/all/doc/Informes/Especiales/IE_2019-Linchamientos.pdf

47 Das, Veena y Deborah Poole, eds. 2004. Anthropology in the Margins of the State. Santa Fe: School of American Research Press.

48 Flores, Erika. 2017. “Así es ‘Vocholandia’, el barrio capitalino que ama esos autos”. El Universal, 13 de mayo, https://www.eluniversal.com.mx/articulo/metropoli/cdmx/ 2017/05/13/asi-es-vocholandia-el-barrio-capitalino-que-ama-esos-autos#imagen-1

49 Godínez, Elisa. 2017. “Linchamientos en México: entre el toque de campana y el poder espontáneo”, tesis doctoral, Universidad Autónoma Metropolitana.

50 Gomezcésar, Iván y Cuauhtémoc Ochoa, coords. 2019. Cuautepec. Actores sociales, cultura y territorio. México: Universidad Autónoma de la Ciudad de México.

51 Gupta, Akhil. 2015. “Fronteras borrosas: el discurso de la corrupción, la cultura de la política y el estado imaginado”. En Antropología del Estado, editado por Philip Abrams, Akhil Gupta y Timothy Mitchel, 71-144. México: Fondo de Cultura Económica.

52 Huggins, Martha K., ed. 1991. Vigilantism and the State in Modern Latin America. Essays on Extralegal Violence. Nueva York: Praeger Publishers.

53 Mitchell, Timothy. 2015. “Sociedad, economía y efecto del estado”. En Antropología del Estado, editado por Philip Abrams, Akhil Gupta y Timothy Mitchel, 145-187. México: Fondo de Cultura Económica.

54 Sistema de Información Legislativa (SIL). 2020. “Estado de derecho”. Secretaría de Gobernación, consultado el 11 de mayo de 2019, http://sil.gobernacion.gob.mx/ Glosario/definicionpop.php?ID=97

55 Turner, Victor. 1974. Dramas, Fields and Metaphors. Symbolic Action in Human Society. Ithaca y Londres: Cornell University Press.

NOTAS

1. Según Timothy Mitchell (2015, 183), el Estado debe abordarse como efecto de los procesos rutinarios de organización espacial, acomodo temporal, especificación funcional, supervisión, vigilancia y representación, los cuales crean la apariencia de un mundo dividido entre Estado y sociedad o entre Estado y economía. Mitchell explica que la esencia de la política moderna no son las políticas elaboradas de un lado de esta división y aplicadas en el otro lado, sino la producción y reproducción de las líneas de diferenciación. Así, estos procesos crean el efecto del Estado,

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haciéndolo aparecer como una abstracción en relación con el carácter concreto de lo social o una idealidad subjetiva en relación con la objetividad del mundo material. 2. La alusión que hago al concepto drama social de Victor Turner (1974), para explicar la dinámica procesual de los linchamientos, proviene de mi investigación doctoral, titulada “Linchamientos en México: entre el toque de campana y el poder espontáneo” (2017). Para entender la heterogeneidad de un fenómeno, poco estudiado, pero desafortunadamente muy frecuente en el México actual, recurrí a la propuesta turneriana con el fin de mostrar y entender las diferencias y similitudes de los linchamientos. En particular, además de ayudar en la comprensión simbólica y el modo en el que estos acontecimientos se desdoblan diacrónicamente, el drama social —que consta de cuatro fases: la brecha, la crisis, la acción reparadora y la resolución o escisión irreparable— me resultó muy conveniente para apoyar la propuesta metodológica de construir una tipología de linchamientos considerando su incidencia por año, por entidad federativa, por municipio, según el contexto y el actor colectivo, y, por último, pero especialmente importante, según el grado de intervención estatal en el hecho. En especial, recurrir al drama social turneriano me permitió evidenciar que no existen linchamientos homogéneos, por un lado, y, por otro lado, que la forma en la que las autoridades intervienen determina que estos tengan un desenlace fatal o puedan ser sofocados. Lo anterior constituye un planteamiento que retoma también la antropología del Estado, para analizar violencias colectivas en los márgenes del Estado (Das y Poole 2004). 3. En un informe de 2019, elaborado por la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), en conjunto con el Instituto de Investigaciones Sociales (ISS) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), se menciona más de una vez esta idea. 4. Por razones de confidencialidad, omito los nombres reales o utilizo seudónimos; también omito ubicaciones exactas que refieren. Esta fue una condición de los vecinos desde el primer día; yo debía comprometerme con la preservación de sus identidades, por una cuestión de seguridad. 5. “Ir sobres” es una expresión coloquial en el habla popular de Ciudad de México. En este caso, significa que las autoridades van a castigarlos a todos.

RESÚMENES

En este artículo analizo la experiencia de un grupo vecinal que se organizó para enfrentar la inseguridad en Ciudad de México. Retomo la perspectiva de la etnografía del Estado y, en particular, los “lenguajes de la estatalidad” para examinar el fenómeno de la justicia por mano propia, que no es sólo un acto de transgresión ciudadana que desafía al Estado, sino una consecuencia, involuntaria o deliberada, de las acciones u omisiones de los agentes gubernamentales, propio de la gestión de la inseguridad y la violencia en los márgenes del Estado.

In this article, I analyze the experience of a neighborhood group that united to tackle insecurity in Mexico City. I draw on the perspective of the ethnography of the State and, in particular, the “languages of statehood” to examine the phenomenon of self-justice, which beyond being an act of citizen transgression that challenges the State, is an unintended or deliberate consequence of the actions or omissions of government agents, typical of the management of insecurity and violence on the margins of the State.

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Neste artigo, analiso a experiência de um grupo de moradores que se organizou para enfrentar a insegurança na Cidade do México. Retomo a perspectiva da etnografia do Estado e, em particular, as “linguagens da estatalidade” para examinar o fenômeno da justiça com as próprias mãos, que não é somente um ato de transgressão cidadã que desafia o Estado, mas também uma consequência, involuntária ou deliberada, das ações ou omissões dos agentes governamentais, próprio da gestão da insegurança e da violência às margens do Estado.

ÍNDICE

Palabras claves: Ciudad de México, etnografía del Estado, justicia por mano propia, márgenes del Estado Keywords: Ethnography of the State, margins of the State, Mexico City, self-administered justice Palavras-chave: Cidade do México, etnografia do Estado, justiça com as próprias mãos, margens do Estado

AUTOR

ELISA GODÍNEZ PÉREZ

Doctora en Ciencias Antropológicas por la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, México. Becaria del Programa de Becas Posdoctorales en la Universidad Nacional Autónoma de México, en el Instituto de Investigaciones Sociales, asesorada por el Dr. Héctor Castillo-Berthier. Últimas publicaciones: “La alternativa de la justicia restaurativa”. En El futuro es hoy. Ideas radicales para México, editado por Humberto Beck y Rafael Lemus, 205-227. Madrid: Editorial Biblioteca Nueva S. L., 2018. elisa.godinez[at]gmail.com

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El cuerpo de los condenados. Cárcel y violencia en América Latina The Body of the Convicted. Prison and Violence in Latin America O corpo dos condenados. Prisão e violência na América Latina

Libardo José Ariza y Fernando León Tamayo Arboleda

NOTA DEL EDITOR

Recibido: 6 de enero de 2020 Aceptado: 1 de abril de 2020 Modificado: 14 de abril de 2020 https://doi.org/10.7440/res73.2020.07

NOTA DEL AUTOR

El presente texto es resultado de dos investigaciones conducidas por los autores. La primera de ellas, denominada “Del patio al barrio. Análisis de los factores explicativos del reingreso al sistema penitenciario y carcelario. El caso del establecimiento ʻLa Modeloʼ de Bogotá”, fue financiada por la Universidad de los Andes; y la segunda, denominada “Dogmática penal y discursos constitucionales: hacia una comprensión de la expansión del derecho penal en Colombia”, fue financiada por la Universidad Autónoma Latinoamericana. “El Flaco dejó para lo último la cabeza y la arregló sin mirarle los ojos. Bajó los bultos al sótano del Patio Uno, por donde pasan los ductos de La Modelo, un lugar oscuro y frío que ha visto pasar mucho muerto”. Molano (2004, 12)

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Introducción

1 En julio de 2019, otro episodio de la larga historia de violencia penitenciaria estremeció a América Latina. En la cárcel brasileña de Altamira, en el estado de Pará, grupos de crimen organizado se enfrentaron, dejando a su paso casi seis decenas de cadáveres. De las 57 víctimas fatales, dieciséis fueron decapitadas, mientras que las demás murieron quemadas o asfixiadas en medio de un incendio iniciado por los propios internos (“Lo que se sabe del motín” 2019). La batalla entre las organizaciones criminales parecía estar ligada no sólo a los negocios ilícitos conducidos por estas, sino a la lucha por el control interno del centro de reclusión (“Motín en una cárcel de Brasil” 2019). Masacres, desmembramientos, asfixia y calcinamiento expresan con crudeza la magnitud y extensión de la violencia penitenciaria en la región.

2 La masacre de la cárcel de Altamira no es un evento aislado dentro de la sangrienta historia de los penales brasileros. Hechos similares se habían presentado en la cárcel Anísio Jobim de Manaos, en mayo de 2019 y enero de 2017, así como en Pará III, en Belém, en abril de 2018, y en Roraima, en Boa Vista, en enero de 2017 y octubre de 2016. La suma total de víctimas en estas cinco masacres sobrepasó las doscientas personas, las cuales murieron apuñaladas, decapitadas, descuartizadas, quemadas y asfixiadas. La oleada reciente de violencia penitenciaria en Brasil deja distante la que fue en su momento la peor masacre penitenciaria de ese país, ocurrida en el penal de Carandiru, en São Paulo, en 1992, y en la que murieron 111 internos (Ferreira y Machado 2012; CIDH 2000).

Tabla 1. Crónica de masacres penitenciarias en América Latina

Fuente: elaboración propia.

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3 Como puede verse en la tabla 1, el panorama macabro del sistema carcelario en Brasil es un rasgo que comparten muchos países latinoamericanos. En 2018, en la cárcel de Valencia, en Venezuela, más de sesenta personas murieron en un incendio ocasionado durante un motín, y se repitieron así los hechos ocurridos en la prisión de Sabaneta, en la ciudad de Maracaibo, en 1994 (Delgado 1994).1 En Perú, la retoma de los penales El Frontón, Lurigancho y la Cárcel de Mujeres de Santa Barbará dejó un saldo de trescientos internos acribillados, en 1986 (Corte Interamericana de Derechos Humanos 1995). En México, en 2017, más de cuarenta personas murieron en los motines de las prisiones Cadereyta y Acapulco, en hechos similares a los anteriores; esto se sumó a los cuarenta muertos, en 2016, en la cárcel Topo Chico. En 2010, en Chile, la Cárcel de San Miguel reportó ochenta presos muertos por calcinación y asfixia, en circunstancias similares a las que se presentaron en la cárcel de Iquique en 2001, donde veintiséis personas murieron asfixiadas. En Honduras, la Granja Penal de Comayagua y El Porvenir, en 2013, y la cárcel de San Pedro, en 2014, reportaron más de quinientos muertos en hechos similares. En 2005, más de cien personas murieron en la cárcel Higüey, en República Dominicana, también en medio de un motín donde se presentó un incendio devastador (“Los motines carcelarios más graves” 2019).

4 Este panorama muestra la especial relación entre la violencia y el cuerpo de los condenados en América Latina. En las cárceles latinoamericanas, la muerte espantosa, causada después del tormento físico al que es sometido el condenado, no es el resultado de la pena jurídica impuesta por el Estado. La muerte no es, al menos exclusivamente, el efecto de un ejercicio de poder que desde arriba “hace morir” al condenado (Foucault 2014). Esta violencia proviene desde abajo, desde la propia sociedad de los cautivos, que, en su guerra por el dominio del orden social interno o en medio de protestas por las infames condiciones de reclusión, desata la guerra sin cuartel que asfixia al interno, lo descuartiza, lo calcina y lo mutila. El castigo carcelario aparece así como la expresión total, desmedida y sin fronteras de la violencia que destroza el cuerpo y la mente del condenado.

5 Pero, por otra parte, la violencia carcelaria también proviene desde arriba y se despliega a través de las condiciones infrahumanas de reclusión que moldean la experiencia penitenciaria en la región. La violación masiva y sistemática de los derechos humanos de las personas presas es una constante a lo largo y ancho del continente (González- Bertomeu 2016). Además de la posibilidad latente de la masacre, los internos deben soportar hambre, hacinamiento, enfermedades y frío durante el tiempo que dura la privación de la libertad. Como se verá más adelante, las autoridades jurídicas reconocen que el castigo penitenciario supone la violación de derechos —así lo declaran—, pero siguen obligando al preso a sufrir sus efectos hasta que su pena se extinga. Al preso se le exige padecer los rigores del hacinamiento, y al mismo tiempo se reconoce jurídicamente la violación de su dignidad.

6 En este artículo exploramos el sentido y alcance de estas dos formas de violencia carcelaria en el contexto latinoamericano. En el texto mostramos cómo, por un lado, la violencia física hace parte central de la experiencia carcelaria en la región, en el marco de un discurso jurídico que se funda en el abandono de los castigos corporales. Por otro lado, analizamos la manera en que las narrativas jurídico-penal y constitucional liberales se convierten en formas de violencia simbólica que neutralizan la realidad penitenciaria y aplazan la toma de decisiones de fondo para conjurar los brutales castigos corporales a los que son sometidos los presos en Latinoamérica. Para ello,

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seguiremos la siguiente ruta analítica. En la primera sección presentamos el debate más amplio dentro del discurso penal liberal sobre el problema de la violencia y el cuerpo en el ejercicio del poder punitivo. En dicha sección mostramos las herramientas discursivas que el derecho penal y constitucional han puesto en acción para la neutralización del problema de los castigos corporales que tienen lugar en la prisión. En la segunda parte, exponemos que una característica del castigo penitenciario en América Latina es que las salvaguardas jurídicas que proscriben los castigos corporales coexisten con la posibilidad de la muerte, la lesión y las privaciones de bienes básicos como parte central de la experiencia penitenciaria. A continuación, analizamos los principales rasgos estructurales de los sistemas penitenciarios latinoamericanos y los procesos de intervención judicial que infructuosamente intentan contener la violencia penitenciaria derivada de las condiciones infrahumanas de reclusión, y, con ello, la forma en que los discursos jurídicos permiten fluir la violencia dentro de las penitenciarías de la región. Finalmente, ofrecemos unas breves conclusiones sobre la relación entre violencia, castigo y cuerpo en el contexto latinoamericano.

Violencia y cuerpo en el castigo penal liberal

“¿Quién al leer los libros de historia no se estremecerá de horror ante los bárbaros e inútiles tormentos que hombres que se llamaban sabios inventaron y ejecutaron con frialdad suma?”. Beccaria (2011, 203)

7 Cuando el discurso penal liberal se cuestiona por las formas contemporáneas de castigar, la narrativa de la humanización del castigo aparece en el centro de los argumentos (Ferrajoli 2011; Hassemer 1999). Las narrativas penales liberales parten de una ruptura en la historia moral del castigo, cuyo punto de quiebre se encuentra en la publicación del texto de Beccaria De los delitos y de las penas —original de 1764—. Siguiendo la narrativa de Ferrajoli (2011), cuya forma de representar el cambio de la penalidad está ampliamente extendida en los análisis jurídico-penales liberales, la Europa anterior a la Revolución francesa se caracterizaba por el recurso a castigos corporales como mecanismo para, al mismo tiempo, reafirmar la capacidad del soberano de controlar la violencia estatal y contribuir a la expiación del alma del delincuente a través del dolor físico. Mientras tanto, la Europa posrevolucionaria mostraba un abandono del castigo corporal en respuesta a la nueva concepción del ser humano como sujeto de derechos, a la limitación de los poderes estatales por el pueblo y a la racionalización del uso de la fuerza punitiva del Estado.

8 La narración esbozada por Ferrajoli —a pesar de su simplicidad en términos históricos y su eurocentrismo, y la romantización de los movimientos académicos y revolucionarios de la época— muestra la forma típica en que el discurso jurídico penal europeo continental y el latinoamericano han concebido el cambio de la penalidad. Para la narrativa del derecho penal, la razón de la existencia de la prisión es que esta, aunque cuestionable, resulta más humana que las formas de castigo premodernas que se encargaban de martirizar el cuerpo. Para la epistemología jurídico-penal, la humanización de las penas era el resultado obligado de la racionalización del poder estatal a través de su sometimiento a la ley.2

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9 A pesar de que las causas de la reducción de los castigos corporales no pueden explicarse, al menos de forma exclusiva, como el resultado de un proceso de humanización de las penas, en el sentido señalado por la academia jurídico-penal liberal, es posible admitir que esto fue una parte relevante del asunto. La explicación de Rusche y Kirchheimer (1984), por ejemplo, sobre la desaparición de las penas corporales como resultado de las mutaciones en el mercado de trabajo, así como los recuentos históricos sobre la emergencia paralela de la fábrica y la prisión (Melossi y Pavarinni 1985), apuntaban a este proceso de abandono del cuerpo como destino del poder punitivo estatal, en el cual las formas jurídicas se adaptaron a esta nueva configuración de la economía política del castigo (Simon 2013). Como lo indica Ignatieff (1978) en su descripción de la emergencia de lo penitenciario durante la Revolución industrial, el dolor y el sufrimiento corporal pasarían a un segundo plano como efecto inevitable de un aparato punitivo racional y humano. La violencia corporal no formaría parte del proyecto penitenciario moderno, bien sea por la existencia de un proceso de humanización, o por el surgimiento de una nueva economía política del castigo.

10 Aunque la sustitución de las penas corporales puede relacionarse con diferentes procesos, como el surgimiento del sistema económico capitalista (Rusche y Kirchheimer 1984) y el ocultamiento de diferentes formas de violencia (Pratt 2002), o el ascenso de nuevas formas de gobernar poblaciones (Foucault 2014), existen dos aspectos que parecen difíciles de negar: el primero, que el castigo del cuerpo pasó a segundo plano, al menos discursivamente; y, el segundo, que existió un cambio en la penalidad, en el que fue modificada la violencia ejercida por el castigo. En cuanto al primer asunto, aunque es necesario asumir que la cárcel —que fue la forma de castigo que sustituyó la punición del cuerpo— también puede considerarse una aflicción física para los sometidos a ella, el discurso jurídico-penal liberal se encargó de explicar la violencia carcelaria como una forma más adecuada y benévola de castigar el cuerpo. La idea de que las penas fueron humanizadas y el poder punitivo limitado para dar paso a una nueva forma estatal racionalizada en la Europa posrevolucionaria sirvió como vehículo para trasladar el problema del cuerpo a un segundo plano, suplantando así la idea del castigo como aflicción por el discurso de la limitación de derechos como centro de la penalidad (Foucault 2014).

11 En cuanto al segundo asunto, la metáfora usada por Foucault, que afirma que el surgimiento de la prisión representó una sustitución del castigo del cuerpo por el del alma, es una forma sencilla de entender el problema del reemplazo de la violencia. La sustitución del objeto de la penalidad supone que “el castigo ha pasado de un arte de las sensaciones insoportables a una economía de los derechos suspendidos” (Foucault 2014, 20). Para Foucault, el asunto clave de la tecnología penitenciaria es que se ejerce una violencia de menor intensidad, pero de mayor extensión sobre los condenados, a través de un poder que funciona al mismo tiempo contra ellos y a través de ellos. Por un lado, la violencia carcelaria opera contra el sujeto, obligándolo a modificar sus comportamientos, sometiéndolo a una rutina que le es impuesta, confinándolo a un espacio cerrado y privándolo del ejercicio de ciertos derechos. Por otro lado, actúa a través del individuo, reconfigurando su propia subjetividad y volviéndolo parte voluntaria de un engranaje disciplinario de control social. Los fundamentos técnicos y disciplinarios, así como los jurídicos, han hecho “que la prisión aparezca como la forma más inmediata y más civilizada de todas las penas” (Foucault 2014, 267).

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12 Así, que los castigos corporales hayan sido sustituidos por la cárcel no implicó un abandono del castigo del cuerpo, sino una redefinición de la forma en que la pena se relaciona con este. Es precisamente esta tensión la que Garland (2011) denomina el problema del cuerpo en el castigo estatal moderno. Para Garland, la neutralización de la violencia, que el discurso jurídico construyó para justificar la prisión, no negaba que esta fuera una intervención indeseada sobre el cuerpo, sino que era la menos violenta dentro de las diferentes posibles. Precisamente, aunque puede decirse sin más que, en una u otra forma, el derecho es siempre violencia (Benjamin 2001), lo que interesa a nuestro análisis no es sólo el hecho real de la pena como una forma de castigar el cuerpo, sino la manera en que los discursos liberales han transformado y legitimado su ejercicio en los Estados contemporáneos.

13 Para soportar la visión del castigo como una suspensión de derechos, varios discursos fueron puestos en acción. En primer lugar, el enunciado por Garland, en el que la prisión aparece como el “mal menor” (Garland 2011; Ferrajoli 2011). En segundo lugar, la idea de la pena como un mecanismo de conservación de convivencia en sociedad, antes que como un acto de retribución (Ferrajoli 2011). Y, en tercer lugar, la idea de la pena de prisión como un mecanismo para la rehabilitación de los infractores (Ferri 2006 [1884]). Estas tres narrativas son claves para fundar la premisa jurídico-penal liberal de que la pena de prisión no es un acto de violencia, sino una privación temporal del ejercicio de los derechos, derivada de una acción que pone en peligro o lesiona bienes fundamentales de otros ciudadanos.

14 La construcción de la prisión como una pérdida temporal de derechos sustituyó el contenido emotivo de la pena para hacerla parecer como una consecuencia racional, previamente pactada, para aquellos que causaran daño a otros. El castigo, otrora concebido como deuda que se pagaba con el ejercicio de una violencia sobre el cuerpo (Nietzsche 2005), se convertía en una privación de derechos que resultaba de la afectación de los derechos de otra persona. La violencia, siempre presente sobre el cuerpo, fue simbólicamente reemplazada por el derecho. La tecnología penitenciaria no sólo ocultó la violencia tras la muralla carcelaria, sino que abandonó el espectáculo violento como componente de la penalidad. La masacre pública del cuerpo pasó a ser una violencia regulada, burocratizada y tecnificada, y ejercida en secreto (Foucault 2014).

15 El discurso jurídico-penal liberal sirvió como herramienta central de la nueva tecnología del castigo que se puso en acción con la aparición de la prisión. Por un lado, dotó de legitimidad al uso de la cárcel a través de la racionalización de los discursos morales de castigo. Mientras que la sanción penal del régimen anterior a la Revolución francesa aparecía como un ejercicio despótico de la fuerza del soberano que se proyectaba sobre los cuerpos de los condenados de las formas más crudas e infames, la cárcel, como forma de castigo posrevolucionaria, apareció como un mecanismo técnico de rehabilitación que se ofrecía como más humano y eficiente (Beccaria 2011; Foucault 2014). Por otro lado, la enorme tecnificación de la dogmática jurídica permitió situar la administración de justicia y de la prisión en manos de expertos, lo que convirtió el castigo en una herramienta neutral del gobierno legitimada por la cientificidad, antes que un espectáculo grotesco de poder del soberano (Foucault 2014).

16 La resignificación de la violencia sobre el cuerpo que tuvo lugar con el surgimiento de la prisión, la realidad de los sistemas penitenciarios y su relación con el dolor físico, es relativa y no siempre se corresponde con aquella defendida por el discurso jurídico-

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penal liberal. Aún más, en el caso de los sistemas penitenciarios latinoamericanos de los últimos decenios, el castigo violento sobre el cuerpo no sólo sigue presente, sino que es parte central de la experiencia penitenciara de la región. Aunque ciertamente el dolor como espectáculo público no aparece como uno de los aspectos centrales de la penalidad latinoamericana, el dolor como factor estructural permanente sí hace parte de la relación típica del cuerpo y los sistemas punitivos señalados.

17 La aflicción física de los cuerpos en las cárceles de la región no puede considerarse simplemente como una parte usual de los dolores ligados a la privación de derechos en el espacio carcelario (Sykes 1958), sino que es mucho más extendida y brutal. En Latinoamérica, el alma y el cuerpo de los condenados son castigados por igual, y la amenaza de muerte aparece de forma latente como parte central de la experiencia penitenciaria. Estar en la cárcel contiene, entonces, la violencia corporal proveniente de diferentes actores que se manifiesta con la amenaza —y materialización— permanente de muerte y daño físico, y la violencia simbólica del discurso jurídico-penal liberal que neutraliza la realidad cotidiana violenta de lo penitenciario a través de la idea del castigo como pérdida temporal de derechos.

Violencia y muerte en la cárcel latinoamericana

“Cuarto de basuras y lavadero, Patio 4. Aquí se desmembraron los cuerpos, para luego echarlos en bolsas de basura y así mismo sacarlos en camiones que sirven para sacar la basura de la cárcel y llevarlos al botadero de Doña Juana (Bogotá). Otras partes de estos cuerpos fueron a dar a las alcantarillas, como también a fosas comunes”. Agudelo (2010, 34)

18 En un artículo reciente sobre la experiencia penitenciaria en Colombia, Parra Gallego y Bello Ramírez (2016) sostienen que el giro de las reformas penales y penitenciarias que apuestan por la modernización de la prisión, el fortalecimiento de la burocracia penitenciaria y el aumento de penas ha hecho de la cárcel un “espacio de muerte”. En dicho espacio se genera una “vacío de legalidad”, en el que la protección del sujeto a través del lenguaje de los derechos y las salvaguardas jurídicas se desvanece ante la violencia desatada por las infames condiciones de reclusión. Parecen sugerir que las prisiones latinoamericanas son espacios de excepción, en los cuales la suspensión de lo jurídico expone a los sujetos a la posibilidad de la muerte. Esta misma tesis es sostenida por Umaña Hernández y Cordero Romero (2019) al estudiar el problema de la distancia entre el discurso jurídico-penal garantista y la muerte en las prisiones en Colombia, y por De Dardel (2015), cuando analiza las estrategias a través de las cuales los prisioneros colombianos intentan resistir “la nuda vida” que el sistema penitenciario les impone.

19 Aunque la utilización del concepto de nuda vida es cuestionable para describir la relación entre el poder punitivo, la vida y la potencial muerte del prisionero en los espacios penitenciarios —pues el mismo Agamben afirma que “No la cárcel sino el campo de concentración es, en rigor, el espacio que corresponde a esta estructura orgánica del nomos” (1998, 33)—, estos trabajos muestran la necesidad de profundizar

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en el análisis de la muerte horrorosa en el contexto carcelario de América Latina. El análisis sobre el sentido cultural y contextual de las masacres (Uribe Alarcón 2018), que en su momento fue denominado tanatomanía —en el cual “la forma de crimen marca una parábola progresiva hacia la atrocidad y el sadismo” (Guzmán, Fals Borda y Umaña 2010, 245)—, encuentra en la violencia carcelaria que recae sobre el cuerpo un campo aún por explorar.

20 Con todo, como lo señalan Ariza e Iturralde (2019) al analizar el papel de la memoria de la masacre en la configuración del orden social penitenciario latinoamericano, el traslado de las formas de destrucción del otro, propias de la violencia exacerbada de la guerra —como la amputación de extremidades o la muerte—, a un espacio estatal institucionalizado y cerrado en permanente disputa hace que el preso se convierta en un enemigo para el propio preso. Los rituales de iniciación en el mundo penitenciario transmiten el conocimiento básico que deben tener los reclusos sobre la convivencia violenta en los patios y la siempre posible destrucción del cuerpo a través del desmembramiento o la muerte, para enseñar a los recién llegados que el sometimiento a las reglas de la convivencia penitenciaria y la admisión de las condiciones infames de reclusión son —o deberían ser— formas de violencia preferibles a la aniquilación total o parcial del cuerpo.

21 Lo anterior es también un efecto de la extrema permeabilidad (Farrington 1992) de las instituciones penitenciarias de la región, es decir, de su incapacidad para separarse de manera fuerte del mundo exterior y crear un universo institucional cuya vida cotidiana se desenvuelva a partir de su propio arreglo de ritos, normas y relaciones. En la cárcel, el combatiente sigue siendo combatiente, y el narcotraficante sigue perteneciendo a un cartel. Las formas de capital que definían la posición social del sujeto en el mundo exterior son trasladadas al mundo penitenciario (Ariza 2011). Esto no quiere decir que estas afiliaciones subjetivas en el exterior, que coinciden —y en ocasiones superan la identificación colectiva— con el estado temporal de encarcelamiento, sean exclusivas del contexto penitenciario latinoamericano. En otros contextos también se ha documentado la relación entre las pandillas y el gobierno penitenciario (Pyrooz y Decker 2019). De hecho, la vinculación a grupos internos de poder es una estrategia relativamente común de adaptación al encierro (Rocheleau 2015). Sin embargo, lo que resulta peculiar del caso latinoamericano es el cuasi monopolio de la violencia por parte de los grupos organizados de prisioneros que despliegan las labores propias de gobierno penitenciario. Darke (2013) denomina a lo anterior dinámicas penitenciarias informales, es decir, un arreglo en el cual la vida dentro de los muros es gobernada y definida por los propios presos, organizados en un esquema de gobierno perimetral en el que la guardia penitenciaria se retira de los patios para concentrarse en proteger el exterior de la cárcel y evitar las fugas (Ariza 2011). Las normas consuetudinarias que forman la ley del presidio son aplicadas con severidad y prontitud por los señores penitenciarios; desde el cacique o el líder paramilitar en Colombia (Ariza e Iturralde 2019), pasando por el líder de la Mara en la cárcel hondureña (Gutiérrez 2012), hasta llegar al Faxina en las cárceles brasileras (Darke y Karam 2012; Darke 2017), las estructuras de poder internas imponen su violencia ilimitada.

22 Estas estructuras ilegales de poder que surgen en la prisión cumplen la función ambivalente de controlar y expandir la violencia. En primer lugar, en muchas situaciones, los líderes internos de la prisión logran administrar de manera más o menos exitosa la vida en prisión y, con ello, controlar los brotes de violencia irrestricta

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en la lucha por los bienes escasos. El poder de los caciques, los líderes paramilitares, los Faxina o los líderes de la Mara depende también de la situación dramática de las prisiones y de la ausencia de capacidad estatal para gobernar lo penitenciario en condiciones aceptables (Darke y Karam 2016; Antillano 2017; Nunes Dias y Salla 2017). La situación inhumana de los presidios favorece el poder de dichos actores y los convierte en administradores de la seguridad y proveedores de los bienes de primera necesidad (Ariza e Iturralde 2018b), y, por ello, estos se encargan también de mantener el statu quo de la prisión. Los propios internos evitan el motín y la reyerta para mantener su poder en el espacio penitenciario, y ello deriva en una tensa paz de los reclusorios latinoamericanos, aun a pesar de sus condiciones infrahumanas. En segundo lugar, dicho control es sólo posible a través de la expansión de formas simbólicas de violencia que reposan en la amenaza permanente de una reacción violenta ante la vulneración de las normas de la cárcel, que a su vez se mantiene vigente a través del ejercicio esporádico, pero devastador, de la violencia entre internos.

23 Los aún incompletos datos sobre muertes y lesiones en los sistemas penitenciarios de la región muestran este desolador panorama. Es significativo el caso de Venezuela, donde 3.664 internos murieron violentamente y 11.401 más fueron heridos entre 1999 y 2008 (Gracia Morais 2009). En Brasil, se producen alrededor de 1.000 muertes de internos al año (Sanhueza 2015). En Argentina, el 57% de la población penitenciaria reporta haber sufrido diferentes formas de violencia física y sexual (CELIV 2014). En Chile mueren alrededor de cuarenta internos anualmente (Sanhueza 2015), y en Honduras murieron 756 internos entre 2006 y 2012 (CIDH 2013).

24 Hay que tener en cuenta que las salvaguardas jurídicas no protegen al preso de la violencia desplegada por las estructuras informales de poder y que no existen mecanismos de control para limitar los excesos de su violencia. El orden penitenciario es mantenido brutalmente por los propios internos. Cuando sus formas de gobernar la cárcel se hacen insoportables, se desata la reyerta, que a su paso deja incendios y masacres. Mientras que el motín, junto con las huelgas de hambre, son una forma de resistencia y protesta ante los rigores del encierro (Ross 2010; Ugelvik 2014) y se dirigen fundamentalmente hacia la burocracia penitenciaria, la lucha por el dominio del orden social supone la guerra intestina entre los propios presos. En uno y otro caso, la respuesta estatal es la pacificación por medio de la matanza para alcanzar la seguridad penitenciaria (Neocleous 2019). Estas formas de violencia aparecen como elementos constitutivos de la experiencia penitenciaria de la región. La fuerza estatal ejercida de forma violenta por los guardias; la creación de escuadrones que ingresan a las cárceles en los casos de motines para restaurar el orden penitenciario a través de la muerte; los internos organizados que ejercen su poder a través del miedo, el castigo y la muerte; la permanente amenaza de violencia física ligada a una convivencia en situaciones extremas derivada de la lucha violenta por el control de la cárcel, y la dificultad de acceder a bienes básicos para el sustento cotidiano, entre otras realidades violentas, hacen del castigo corporal una parte central de la experiencia carcelaria latinoamericana. A pesar de los esfuerzos del discurso jurídico penal liberal por ver la cárcel como la menor forma de violencia dentro de las posibles, una mirada al aparato carcelario de la región no sólo genera serias dudas sobre dicha afirmación, sino que muestra que la violencia corporal es un contenido central de la experiencia penitenciaria latinoamericana.

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Derecho penal liberal, condiciones de reclusión y violencia jurídica

25 No es un secreto que la vida penitenciaria supone privaciones y sufrimiento. De hecho, que el castigo tiene un componente retributivo y que implica un nivel de dolor inevitable es un asunto ampliamente aceptado por la filosofía del derecho penal (Ferrajoli 2011). Los esfuerzos dentro de esta tradición han estado dirigidos a definir cuándo el dolor impuesto es inaceptable y se configura una violación de la garantía de que nadie será sometido a penas ni tratos crueles, inhumanos y degradantes (Gray 2010; Dolovich 2009). Desde el punto de vista jurídico, la tarea consiste en analizar en qué medida ciertas condiciones de reclusión suponen que se está infligiendo un sufrimiento inusual, cruel o degradante. El hacinamiento y el no suministro de bienes y servicios básicos como salud, alimentación y agua potable, por ejemplo, son algunos de los temas centrales en los que se ha concentrado el discurso jurídico para intentar proteger al preso de los excesos del poder punitivo.

26 Desde la perspectiva de los estudios carcelarios, la literatura se ha enfocado en analizar el impacto que tiene el encarcelamiento en los sujetos penitenciarios (Brown 2014). Desde el trabajo pionero de Sykes (1958), se han identificado una serie de privaciones específicas que dan contenido al sufrimiento carcelario y que tendrían un efecto destructor en la subjetividad de los prisioneros. Este autor considera que la pérdida de libertad, la ausencia de bienes y servicios, la privación de las relaciones sexuales, así como la pérdida de autonomía y seguridad, harían la vida en prisión indeseable para los prisioneros y crearían los mecanismos de adaptación para resistir el tiempo en prisión. Las prácticas penales contemporáneas han generado una serie de frustraciones y cargas adicionales como la destrucción de los vínculos familiares y las privaciones sensoriales (Crewe 2011, 512; Simon 2000). La violencia carcelaria, además, marca permanentemente los cuerpos de los prisioneros a través de señales que hacen que lo carcelario permanezca en ellos, como por ejemplo, la pérdida de dientes o las cicatrices fruto de las riñas con otros internos (Moran 2014).

27 El encarcelamiento también supone la exposición de los cuerpos a un mayor riesgo de daño y contagio. La violación y los asaltos sexuales son algunas de las formas de violencia entre internos (CELIV 2014). Así, los presos se ven expuestos a mayores riesgos de contagio de enfermedades como la infección por el VIH, la hepatitis y la tuberculosis (Adaszko et al. 2017; WHO 2007; OPS 2008). De hecho, como lo señala Simon (2013), el control de las enfermedades y las epidemias dentro de las cárceles ha sido una de las preocupaciones principales en los procesos de intervención judicial. A pesar de la capacidad destructiva del aparato penitenciario, este continúa para alcanzar cada vez a más personas. La reformulación de lo punitivo a través de nuevos discursos liberales que abogan por la expansión del sistema y el endurecimiento de las condiciones de reclusión se ha materializado en el aumento de las tasas de encarcelamiento y hacinamiento en la región. Como lo han señalado varios análisis, el vertiginoso aumento de la tasa de encarcelamiento, que puede verse en la gráfica 1, es una constante de los países latinoamericanos (Hernández Jiménez 2018; Ariza e Iturralde 2018a; Stippel y Serrano 2018), e indica una fuerte apuesta por el endurecimiento de la respuesta penal (Sotomayor Acosta y Tamayo Arboleda 2014; Sozzo 2007). Mientras que la política criminal se enfoca en la criminalización de poblaciones vulnerables, la protección de la seguridad ciudadana en las grandes metrópolis del continente y el

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fortalecimiento de la capacidad de albergue de los aparatos penitenciarios, la previsión de recursos para garantizar condiciones de vida digna a los prisioneros es mínima (Müller 2016). Así, se crea un gran aparato penitenciario que no logra garantizar condiciones básicas de vida digna (BID 2019).

Gráfica 1. Tasa de personas en prisión por cada 100.000 habitantes en Latinoamérica, 2000-2019

Fuente: WPB 2020.

28 A medida que el endurecimiento del sistema penal hace que la capacidad instalada del sistema penitenciario no sea suficiente para responder al aumento de la población reclusa, el efecto más visible que se genera es la perpetuación del hacinamiento. Como lo muestra la gráfica 2, para finales del 2019, a excepción de México, todos los países latinoamericanos presentaron sobrepoblación penitenciaria. Los casos de Bolivia, Guatemala, Perú y El Salvador son especialmente problemáticos, pues la población penitenciaria, cuando menos, duplica la capacidad de los establecimientos de reclusión. Como puede verse en la gráfica 2, la sobrepoblación penitenciaria presenta índices elevados en la región, salvo en el caso de Chile, donde apenas se supera la capacidad de las cárceles para albergar personas.

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Gráfica 2. Porcentaje de ocupación penitenciaria en Latinoamérica para diciembre de 2019

Fuente: WPB 2020.

29 La fuerte presión demográfica a la que están sometidos los aparatos carcelarios en Latinoamérica tiene severas consecuencias dentro de los penales. La principal es que el acceso a los recursos dentro de los centros penitenciarios se realiza de manera diferencial, de acuerdo a la posición de clase del interno, y la carga es trasladada a las familias de los reclusos. Los mercados ilegales internos son el mecanismo que asume la satisfacción de las necesidades básicas, lo que trae consigo formas de poder y dominación que generan violencia carcelaria (Ariza e Iturralde 2018b). El acceso a lugares para dormir —desde una celda, pasando por los pasillos de los pabellones, los baños, e incluso las canchas de fútbol— depende del pago de una tarifa a las organizaciones internas de poder. En Colombia, por ejemplo, debido a la falta de lugares para dormir, en algunas cárceles las personas privadas de la libertad usaban el llamado “pico y placa” para turnarse el uso de las instalaciones, mientras que en otras, los prisioneros se amarraban por el pecho con una cabuya sujetada al techo para dormir de pie (Procuraduría General de la Nación de Colombia 2014). En otros países de la región la situación es similar. Según un informe elaborado por el Banco Interamericano de Desarrollo (2019) en América Latina y el Caribe, en cada celda viven en promedio 45% más personas de las que debería haber, lo que deriva en que sólo un 42% de los internos puedan dormir en una cama. Además, el 20% de los presos no tiene acceso a agua potable suficiente, y al 30% de los presos no se les da atención en salud (BID 2019).

30 El dramatismo de la situación anterior ha convergido en una creciente juridificación del campo penitenciario; esto es, la utilización del lenguaje jurídico como mecanismo para hacer inteligible la experiencia penitenciaria e intentar resistirla (Garces, Martin y Darke 2013). Esta juridificación tiene dos direcciones que se impulsan mutuamente. Por una parte, los prisioneros han canalizado su descontento por medio de la masiva utilización de mecanismos jurídicos flexibles y expeditos, creados por una estructura de

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oportunidades legales favorable a la movilización jurídica. Los prisioneros, como colectivo, han encontrado en el derecho una herramienta para movilizar sus intereses y resistir los rigores del encierro (Ariza y Torres 2019). Si bien esto no supone que otras formas de resistencia, como las huelgas de hambre y los motines, hayan perdido vigencia, estas ahora se ven acompañadas de este giro hacia la movilización jurídica de las personas presas.

31 Por otra parte, y como respuesta a la creciente demanda de protección judicial desde el interior de las prisiones, en la región se han dado diversas intromisiones judiciales en los sistemas penitenciarios. La Corte Constitucional colombiana ha intervenido en el campo penitenciario por medio de tres sentencias que buscan la reforma estructural del sistema, la reducción del hacinamiento y la garantía de condiciones básicas en materia de alimentación, salud y tratamiento penitenciario (Ariza y Torres 2019). Lo mismo sucedió en Argentina con el caso Verbitsky (Corte Suprema de Justicia de la Nación Argentina 2005), y en Brasil y Perú con la declaratoria de estado de cosas inconstitucional en el sistema penitenciario de dichos países (Ariza y Torres 2019).

32 El derecho, aunque ha logrado controlar una parte de la violencia desatada en los motines por la demanda de derechos canalizando las demandas de la población privada de la libertad a través de los estrados judiciales, también ha servido para neutralizar la cuestión penitenciaria en Latinoamérica. Así como los jefes de estructuras ilegales logran mantener el orden en prisiones con condiciones infrahumanas de reclusión, el discurso jurídico contribuye a que el sistema siga sin explotar. El preso, en lugar de amotinarse y prepararse para morir en las retomas violentas de los penales que fueron descritas anteriormente, recurre a las acciones judiciales para resistir el encierro penitenciario sin poner en riesgo su vida (Ariza y Torres 2019). El precio de esta reducción del terror que parece traer consigo la juridificación del mundo penitenciario es el aplazamiento permanente de la solución de la violencia endémica a la que el cuerpo de los condenados es sometido en la vida cotidiana de la prisión. El discurso jurídico reconoce la vulneración permanente de los derechos humanos en la prisión y empuja a los reclusos a hacer valer sus derechos en los estrados judiciales, pero fracasa en la transformación de las condiciones de encierro en la región.

33 A pesar de la importancia de este proceso de intervención, la transformación apenas se ha sentido en los patios, mientras que el hacinamiento parece incontrolable y sigue elevada la tasa de encarcelamiento. La violencia penitenciaria es incontenible y muestra que la existencia de un corpus jurídico de salvaguardas contra los excesos del poder punitivo no sólo no logra contener la violencia que destruye desde abajo al prisionero, sino que además produce su destrucción jurídica y política. El discurso jurídico admite que las condiciones de reclusión constituyen una violación masiva y sistemática de los derechos humanos de los internos, pero los mantiene en esa situación hasta que no abandonen la prisión a través de los mecanismos procesales ordinarios o la muerte. La retribución, expresada a través de las condiciones infrahumanas de reclusión, suplanta el fin rehabilitador de la pena y la convierte en violencia velada, pero brutal, que simbólicamente aniquila al prisionero como sujeto de derechos. El cuerpo del sujeto, entonces, es aniquilado materialmente por el orden de la prisión y por el gobierno de la prisión, desde abajo y desde arriba; pero es también destruido por el discurso político y jurídico.

34 Más allá de los múltiples intentos por reformar los sistemas penitenciarios latinoamericanos, el discurso jurídico ha fracasado, no sólo negándose a estudiar la

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cuestión penitenciaria como un asunto jurídico penal y dejándola en manos de otras disciplinas sociales, sino aceptando la realidad sin intervenirla. El discurso jurídico acepta la violencia carcelaria y, con la manutención del encierro en condiciones infrahumanas, perpetúa y legitima la situación actual de las penitenciarías en la región. El discurso jurídico, en especial el constitucional, interpreta la cárcel realmente existente desde el punto de vista de los dogmas sobre el significado del castigo dentro de una sociedad liberal. Los enunciados son tan repetidos como conocidos y van desde la reafirmación de la resocialización como función de la pena hasta la dignidad de la persona presa como límite del poder punitivo del Estado.3 Cuando estos enunciados son puestos en funcionamiento, denuncian la opresión de la cárcel, pero aceptan su carácter irremediable, asumen la tragedia y desplazan su solución a un futuro incierto bajo la fórmula de la “reforma estructural”. De esta manera, el discurso jurídico reconoce la violencia carcelaria en todas sus manifestaciones; les dice a los internos que lo que sucede es verdad, que su sufrimiento es real, y cuando lo hace, recuerda y afirma los enunciados básicos a partir de los cuales interpreta el problema sin enfrentarlo. Recompone la lógica interna del discurso jurídico sin tocar el mundo del encierro. Así, el discurso nos recuerda que la detención preventiva debería ser una medida excepcional, a pesar de su uso extendido (Hernández Jiménez 2019; BID 2019); que el derecho penal es mínimo y que por ello debería funcionar como ultima ratio, pese a las enormes tasas de encarcelamiento en la región expuestas antes; que las personas presas no deberían soportar penas y tratos crueles, inhumanos y degradantes, a pesar de la miseria de las prisiones latinoamericanas; en fin, que la cárcel debería respetar los principios que definen a un Estado social de derecho, aun cuando todo lo que sucede en la cárcel parece estar por fuera de dichos principios.

35 El discurso jurídico penal intenta hacer inteligible la violencia del sistema penitenciario con un discurso que neutraliza el sufrimiento individual y colectivo de las personas presas. La burocratización y especialización de la función jurídica son, entonces, formas de alejar al operador judicial del castigo del cuerpo para hacer parecer que este no existe. Mientras la muerte, el desmembramiento, la convivencia violenta y las privaciones de bienes básicos castigan con fuerza el cuerpo de los condenados, el discurso jurídico penal y el constitucional se aferran a la visión liberal de la limitación de derechos para hacer del castigo una realidad legalmente tolerable en los Estados latinoamericanos.

Conclusión

36 El castigo corporal es un aspecto central de la experiencia penitenciaria latinoamericana. Por un lado, la muerte, como manifestación extrema de la violencia penitenciaria, aparece como un componente de la convivencia siempre tensa con otros internos, de las dinámicas del orden penitenciario, de la intervención de la guardia carcelaria o de las condiciones estructurales de miseria presentes en los establecimientos de reclusión. Por otro lado, la dureza cotidiana de las relaciones violentas dentro de los penales, la lesión física y el sometimiento a condiciones infrahumanas de reclusión complementan una experiencia en la que el cuerpo es objeto primordial, aunque muchas veces incidental, del castigo penal.

37 Estas formas de castigar el cuerpo de los condenados coexisten con un discurso penal abstracto que proscribe las intervenciones sobre el cuerpo de los condenados, lo que

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configura una relación específica entre lo punitivo y el cuerpo en el contexto latinoamericano. El cuerpo es al mismo tiempo el objeto permanente del castigo hasta el punto de su destrucción y el objeto de protección de un discurso jurídico que fracasa constantemente en garantizarle indemnidad. Para los discursos jurídico-penal y constitucional liberal, pareciera que la realidad supera las capacidades del sistema estatal para brindar atención a los derechos de la población privada de la libertad. De lo anterior, parecen testigos los intentos de reforma de lo penitenciario en la región que reconocen la problemática del cuerpo y afirman estar haciendo todo lo posible, dentro del marco legal, para reducir los niveles de dolor. No obstante, el reconocimiento de la violencia a la cual es sometido el cuerpo de los condenados en Latinoamérica es acompañado de la falta de capacidad de las medidas adoptadas para conjurar la violencia extendida de los penales de la región y de la apuesta por mantener en la cárcel a cientos de miles de personas en condiciones infrahumanas.

38 Así, los discursos jurídico-penal y constitucional obran como mecanismos de violencia simbólica que neutralizan la dramática destrucción del cuerpo que tiene lugar en los sistemas penitenciarios de la región. El cuerpo es protegido jurídicamente y al mismo tiempo es castigado con vehemencia, y, aunque el discurso jurídico enaltece lo primero mientras condena lo segundo, sus efectos reales terminan por tener el efecto inverso, por cuanto convierten la protección jurídica del cuerpo en una simple retórica que favorece la violencia irrestricta contra el cuerpo como un componente fundamental de la experiencia penitenciaria de la región.

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NOTAS

1. También, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (2006) condenó a Venezuela por la masacre de 37 reclusos en el penal Retén de Catia, ubicado en la ciudad de Caracas, el 27 de noviembre de 1992. 2. Es abundante la literatura que reproduce esta narrativa, pues es parte estándar de la mayoría de textos dirigidos a la enseñanza del derecho en el contexto latinoamericano. Además de los ya citados Ferrajoli y Hassemer, es posible hallar la reproducción de esta narrativa en muchos manuales de derecho penal de la región, así como en las discusiones en España, Alemania e Italia que han influenciado ampliamente la discusión latinoamericana. Con múltiples referencias, puede consultarse también a Ferrajoli (2014) y Leyva Estupiñán y Lugo Arteaga (2015). 3. Una buena forma de ver la manera en que el discurso penal se proyecta sobre el mundo penitenciario es la Sentencia T-388 de 2013 de la Corte Constitucional colombiana, donde las

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fórmulas resocialización, dignidad humana, derechos de los privados de la libertad, limitación del poder punitivo y similares aparecen de forma permanente como vehículos discursivos para la declaratoria del estado de cosas inconstitucionales de las cárceles en el país (Corte Constitucional de la República de Colombia 2013).

RESÚMENES

En el presente artículo analizamos el sentido y alcance de la violencia carcelaria en el contexto latinoamericano. En el texto mostramos cómo la violencia física es parte central de la experiencia carcelaria en la región. Por un lado, aparece la muerte como manifestación extrema de la violencia penitenciaria. Por otro lado, se encuentra la dureza cotidiana de las relaciones violentas dentro de los penales, la lesión física y el sometimiento a condiciones infrahumanas de reclusión. Estas formas de castigar el cuerpo de los condenados coexisten con un discurso penal abstracto que proscribe las intervenciones sobre el cuerpo. El cuerpo termina por ser, al mismo tiempo, el objeto permanente del castigo hasta el punto de su destrucción y el objeto de protección de un discurso jurídico que fracasa constantemente en garantizarle indemnidad. El discurso jurídico neutraliza la realidad penitenciaria y, con ello, aplaza la toma de decisiones de fondo para conjurar los brutales castigos corporales a los que son sometidos los presos en Latinoamérica.

In this article, we analyze the meaning and scope of prison violence in Latin American. We show how physical violence is a central part of the prison experience in the region. On the one hand, death appears as an extreme manifestation of prison violence. On the other, there is the daily harshness of violent relationships within the prisons, physical injury, and subjection to subhuman conditions of confinement. These approaches to punishing the bodies of the convicted coexist with an abstract penal discourse that outlaws interventions on the body. The body ends up being the permanent object of punishment to the point of destruction and, at the same time, the object of protection of a legal discourse that constantly fails to guarantee compensation. The legal discourse neutralizes the prison reality and, with it, postpones fundamental decisions to avoid the brutal corporal punishment to which prisoners in Latin America are subjected.

Neste artigo, analisamos o sentido e alcance da violência carcerária no contexto latino- americano. No texto, mostramos como a violência física é parte central da experiência carcerária na região. Por um lado, a morte aparece como manifestação máxima da violência penitenciária. Por outro, encontra-se a dureza cotidiana das relações violentas dentro das prisões, a lesão física e a submissão a condições infra-humanas de reclusão. Essas formas de castigar o corpo dos condenados coexistem com um discurso penal abstrato que proscreve as intervenções sobre o corpo. Este acaba sendo, ao mesmo tempo, o objeto permanente do castigo até o ponto de sua destruição e o objeto de proteção de um discurso jurídico que fracassa com frequência em garantir-lhe indemnidade. O discurso jurídico neutraliza a realidade penitenciária e, com isso, destrói a tomada de decisão de fundo para evitar os brutais castigos corporais aos quais são submetidos os presos na América Latina.

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ÍNDICE

Keywords: Constitutional law, corporal punishment, criminal law, Latin America, prisons, violence Palavras-chave: América Latina, castigo corporal, direito constitucional, direito penal, prisão, violência Palabras claves: América Latina, castigo corporal, derecho constitucional, derecho penal, prisiones, violencia

AUTORES

LIBARDO JOSÉ ARIZA

Doctor en Derecho por la Universidad de Deusto, España. Profesor de la Universidad de los Andes, Colombia. Últimas publicaciones: “The Bullet in the Glass: War, Death, and the Meaning of Penitentiary Experience in Colombia” (en coautoría). International Criminal Justice Review 30 (1): 83-98, 2020; “Constitución y Cárcel. La judicialización del mundo penitenciario en Colombia” (en coautoría). Rev. Direito Práx 10 (1): 630-660, 2019. lj.ariza20[at]uniandes.edu.co

FERNANDO LEÓN TAMAYO ARBOLEDA

Doctor en Derecho por la Universidad de los Andes, Colombia. Profesor de la Universidad Autónoma Latinoamericana, Colombia. Últimas publicaciones: “Retórica garantista y arbitrariedad penal: Análisis de la Sentencia 38.999 del 8 de junio de 2016 de la Sala de Casación Penal de la Corte Suprema de Justicia”. En Estudios críticos de jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia 7, editado por Ricardo Posada Maya, Fernando Velásquez Velásquez y María Camila Correa Flórez, 175-207. Bogotá: Ediciones Uniandes; Ediciones Ibáñez; Universidad Sergio Arboleda, 2019; “Measuring Crime: Criminality Figures and Police Operations in Colombia, 2017” (en coautoría). Criminalidad 60 (3): 73-93, 2018. Fernandoleontamayo[at]hotmail.com

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La política de seguridad en El Salvador: la construcción del enemigo y sus efectos en la violencia y el orden social Security Policy in El Salvador: The Construction of the Enemy and Its Effects on Violence and Social Order A política de segurança em El Salvador: a construção do inimigo e seus efeitos na violência e na ordem social

Viviana García Pinzón y Erika J. Rojas Ospina

NOTA DEL EDITOR

Recibido: 10 de enero de 2020 Aceptado: 1 de abril de 2020 Modificado: 28 de abril de 2020 https://doi.org/10.7440/res73.2020.08

NOTA DEL AUTOR

Este artículo es resultado del trabajo colaborativo de las autoras, en el marco de sus respectivas tesis doctorales.

Introducción

En ese contexto, esta Procuraduría ha visto con preocupación los impactos negativos que en materia de derechos humanos han generado las políticas de seguridad pública adoptadas por el Ejecutivo a partir de 2015. El despliegue de intervenciones de gran concentración de fuerza policial y militar en zonas urbanas

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y rurales del país, la creación de batallones militares y diversos grupos élites policiales en el marco de lo que se denominó Medidas Extraordinarias de Seguridad, junto a un discurso institucional que explícita o implícitamente envió un mensaje de impunidad para aquellos elementos que violentaran la ley, favoreció un aumento de vulneraciones de derechos por parte de miembros de la PNC y del ejército hacia la población [...] La mayoría de estas denuncias fueron por ejecuciones extralegales, amenazas, malos tratos, tortura, detención ilegal e intimidación. (PDDH 2019, 13-14)

1 Este apartado es parte de un informe de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH) de El Salvador sobre ejecuciones extrajudiciales cometidas por miembros de la Policía Nacional Civil (PNC) en el gobierno de Salvador Sánchez Cerén. Con la idea de combatir a las pandillas, el presidente Sánchez endureció las políticas de “mano dura” y fortaleció la participación de cuerpos militares en tareas de seguridad pública. Paradójicamente, el enfoque represivo y la lógica subyacente de lucha contra el “enemigo interno” que sustenta la política de seguridad y las violaciones a derechos humanos denunciadas en el citado informe no sólo contradicen los ideales defendidos por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), partido político conformado por la otrora guerrilla y del que Sánchez Cerén es miembro, sino que replican las mismas prácticas de las cuales miembros del FMLN y, sobre todo, la población civil fueron víctimas durante la guerra contra el régimen (Schultze-Kraft 2005), en la década de 1980 y comienzos de la de 1990. El énfasis en medidas represivas y la militarización también van en contra de la noción de seguridad planteada en los acuerdos de paz de 1992, la cual estaba basada en una visión democrática de la seguridad más orientada a la protección de los ciudadanos, y menos, a la del Estado.

2 ¿Cómo entender esta aparente contradicción? ¿Cómo es que los gobiernos en El Salvador, sin importar su espectro ideológico, insisten en políticas de seguridad de “mano dura” a pesar de su demostrada ineficiencia para resolver los problemas de violencia que aquejan al país? ¿Por qué las reformas del sector seguridad contenidas en los acuerdos de paz no lograron transformar la noción de enemigo interno, que sigue siendo transversal a las nociones de seguridad, y, sobre todo, las prácticas arbitrarias del Estado? El objetivo de este artículo es responder a estos interrogantes a partir del análisis de las características del régimen político salvadoreño y la trayectoria de la política de seguridad desde los acuerdos de paz hasta la actualidad.

3 Nuestro argumento es que para entender la política de seguridad en El Salvador es necesario considerar su inserción en las lógicas de un régimen híbrido, en el que elementos de democracia formal coexisten con instituciones y prácticas propias de un régimen autoritario (Arias y Goldstein 2010). Si bien los esfuerzos por la pacificación y democratización en El Salvador condujeron a la terminación de la guerra, ello no significó el fin de la violencia, por cuanto no hubo un cambio profundo de las estructuras sociales y económicas (Cruz 2016; Kurtenbach 2012; Moodie 2010; Wade 2016; Wolf 2009 y 2017). Uno de los aspectos centrales de la persistencia de dicha estructura social autoritaria y excluyente es la política de seguridad. Aunque en los acuerdos de paz se plantearon la reforma al sector seguridad y la implementación de una visión de la seguridad acorde a los principios democráticos y de seguridad humana, en la práctica no hubo tal transformación y el enfoque represivo y militar ha continuado caracterizando las percepciones y política sobre el tema. Si en el pasado el enemigo por combatir eran la guerrilla y las comunidades controladas por esta, ahora el enemigo son las pandillas y, de manera creciente, las poblaciones donde estas se

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asientan. Mientras los esfuerzos del Estado se enfocan en el combate contra este enemigo, poco lugar ha quedado para una discusión sobre políticas de seguridad más integrales y de largo alcance y, menos aún, para considerar transformaciones en factores estructurales como la desigualdad y la exclusión que subyacen a la (re)producción de violencia. En más de dos décadas de implementación, las políticas de seguridad represivas no sólo no han logrado disminuir la violencia, sino que han contribuido a su escalamiento y persistencia. Este fenómeno es una de las facetas más problemáticas de la fallida construcción de paz en El Salvador y expresión de lo que Pearce (2010) ha denominado la formación perversa del Estado en América Latina.

4 El artículo desarrolla un análisis cualitativo que integra información de fuentes primarias —en particular, entrevistas de las autoras con distintos actores en El Salvador —, discursos, documentos oficiales y literatura secundaria. El texto está estructurado de la siguiente manera: en la primera parte, se expone un análisis sobre el régimen político tras la transición democrática y el fin de la guerra y su relación con la persistencia de la violencia. En la segunda, se aborda la discusión sobre el concepto de seguridad en los acuerdos de paz de 1992 y en la política de seguridad posterior. En la tercera parte, se presenta un análisis sobre las políticas de seguridad contra las maras y sus efectos.

Democracia y persistencia de la violencia en El Salvador

5 En el 2009 el candidato del partido FMLN, Mauricio Funes, fue elegido presidente de El Salvador. Tras diecisiete años de la firma de los acuerdos de paz de Chapultepec y la realización de elecciones democráticas ininterrumpidas desde 1984, el partido de la otrora guerrilla llegaba al poder. Desde la teoría de la democratización y el paradigma de la paz liberal, lo anterior constituye una evidencia clara del éxito del proceso de transición democrática y de la pacificación. No obstante, la promesa de paz y prosperidad representada por las reformas implementadas1 está lejos de ser cumplida. Es así como para ese mismo año, la tasa de homicidios de El Salvador fue de 71,4; según la información más reciente, esta fue de 50 en el 2018 (ver la gráfica 1), lo que convierte al país en uno de los más violentos no sólo de América Latina, sino del mundo. La violencia homicida se suma a una larga lista de problemáticas como la pobreza, la corrupción, la inseguridad y la falta de oportunidades educativas y laborales. Así, mientras que desde la perspectiva internacional el proceso de paz en El Salvador es considerado como exitoso y ejemplar, la percepción de la mayoría de los salvadoreños es distinta.2

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Gráfica 1. Tasa de homicidios en El Salvador por cada cien mil habitantes, 2000-2018

Fuente: elaboración propia con datos de UNODC (2020).

6 La experiencia de El Salvador, entre otras, ha llevado a señalar las limitaciones del paradigma liberal de paz. De manera general, la idea que subyace en este enfoque es que “el establecimiento de gobiernos democráticos y economía de mercado son el medio principal para proveer paz y seguridad” (Wade 2016, 4). Siguiendo este paradigma, los procesos de paz han concebido la democratización como el camino hacia la paz y se han enfocado en crear las condiciones para la realización de elecciones libres y democráticas. No obstante, contrario a lo esperado, en muchas sociedades posconflicto la implementación de la democracia electoral y las reformas económicas no han logrado transformar las condiciones estructurales de exclusión que contribuyen a la violencia.

7 En este sentido, las principales críticas formuladas a la paz liberal apuntan al excesivo énfasis dado a la democracia electoral y a la liberalización de los mercados, en desmedro de aspectos tan importantes como el establecimiento de instituciones estatales funcionales, el Estado de derecho, la reconciliación social, la justicia transicional, las condiciones socioeconómicas y las particularidades del contexto local de cada país (Kurtenbach 2012 y 2013; Wade 2016). Tres aspectos permiten explicar las limitaciones del paradigma liberal de paz y la conformación de un régimen que, a pesar de adoptar elementos de una democracia formal, no logró transformar las relaciones autoritarias subyacentes: 1. democracia y élites locales, 2. modelo económico y liberalización y 3. reforma al sector seguridad.

Transición política y élites locales

8 El proceso de paz en El Salvador contó con el apoyo y la participación significativa de actores externos, mientras que el rol decisivo de las élites y la política local y nacional no fue considerado en su magnitud. Según Wade (2016), entre los actores locales, son las élites las que mayor influencia tienen en la construcción de paz. Sus preferencias se

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expresan en el proceso a través de su interés en mantener el statu quo, por un lado, y mediante el control de los recursos del Estado y las redes clientelares, por el otro. El atrincheramiento de las élites para hacer frente a reformas que pueden afectar sus intereses es una característica de muchas sociedades posconflicto; esta situación puede llevar al incremento de la polarización o, en el peor de los casos, al retorno de la confrontación armada. En la mayoría de los casos, la interacción entre los sectores en favor de la paz y las élites es una “construcción de paz comprometida”, donde ciertas reformas son aceptadas a cambio de la protección de los intereses de la élite. Como resultado de esta transacción, se produce un régimen híbrido moldeado por la interacción de instituciones liberales e iliberales (Wade 2016).

9 La historia política de El Salvador ha estado marcada por un régimen político excluyente, por desigualdad y por violencia. “[D]esde 1931 hasta 1979 predominó un pacto tácito de reparto de poder entre elites militares y económicas” (Sanahuja 1998, 162). La alianza entre militares y la oligarquía cafetera se basaba en el rol de los primeros como garantes del orden y la estabilidad en el país, y en el control del poder económico dominante y la política económica por parte de la segunda. Sin embargo, desde la década de 1960 las relaciones de los militares con la oligarquía se fueron deteriorando. El punto de inflexión vino en 1979, cuando un grupo de jóvenes militares intentaron dar un golpe de Estado, hecho que marcó el fin de este esquema de dominación. A ello se sumó la presión internacional por una apertura del régimen y el inicio de un proceso de transformación en la estructura económica del país, el cual pasó de enfocarse en el sector agroexportador al de comercio y servicios. La creación de la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) constituye una de las principales transformaciones en la manera en que las élites ejercían el poder. Tras el quiebre del pacto cívico-militar, y en un contexto cambiante, la creación del partido fue la vía mediante la cual la élite logró mantener su dominio político y promover sus intereses económicos, a la vez que implementaba reformas democráticas.

10 En 1982 se llevaron a cabo elecciones para una Asamblea Constituyente, y en 1984, elecciones presidenciales —las primeras desde 1931—, en las cuales fue elegido Napoleón Duarte, del Partido Demócrata Cristiano (PDC), como presidente. Sáenz de Tejada (2005) afirma que, para varios analistas, son estos dos procesos electorales los que marcan el comienzo de la transición. Sin embargo, con el trasfondo del conflicto armado, en vez de debilitarse, el poder y la autonomía militar se vieron fortalecidos; el balance de poder en las relaciones cívico-militares estaba a favor de los militares. Así, en la Constitución de 1983 se mantuvieron las prerrogativas militares, en especial sus facultades para “garantizar seguridad interna y externa y defender el sistema democrático, la constitución y la ley”. Asimismo, no había posibilidad de una verdadera competencia electoral en un contexto donde las fuerzas de izquierda estaban fuera de la política.

11 Tras cosechar victorias en las elecciones municipales y legislativas de 1988, ARENA alcanzó la presidencia del país en 1989, con la candidatura de Alfredo Cristiani. Hasta 2009, ARENA estuvo en la presidencia de la república. Este período cubre parte de las negociaciones con el FMLN, la firma de los acuerdos de paz y su implementación, así como las reformas de liberalización económicas. Las élites políticas tradicionales lograron un control sobre las reformas implementadas en El Salvador durante este período, lo que les permitió proteger sus intereses. Esto trajo serias consecuencias para

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la construcción de paz, desde la negociación de los acuerdos con el FMLN hasta su implementación.

12 En el caso de la agenda de negociación, la discusión sobre el modelo económico quedó fuera de la mesa. En un contexto estratégico, el FMLN estuvo dispuesto a asumir ese precio, a cambio de la transformación del aparato de seguridad estatal (Wade 2016); de manera que la posibilidad de plantear reformas de fondo en las condiciones económicas quedó excluida. Además, el FMLN aceptó que la Constitución de 1983, creada con una participación limitada de la sociedad, fuera la base institucional de la democracia. De esta manera, las élites locales tuvieron un gran campo de maniobra para limitar y controlar la negociación. En los años posteriores, las administraciones de ARENA postergaron o abiertamente sabotearon la implementación de las reformas acordadas, dado que iban en contra de sus intereses. En consecuencia, instituciones encargadas del sistema electoral (Wolf 2009 y 2017), el aparato judicial y el sector seguridad (Kurtenbach 2012) mantuvieron rasgos propios de regímenes autoritarios. Si bien las reformas implementadas permitieron la transformación del actor armado en un partido político y su participación en la contienda electoral, aspectos sustantivos de la democracia quedaron como una deuda pendiente en El Salvador.

Modelo económico y liberalización

13 Como se mencionó antes, algunos de los aspectos que quedaron fuera del proceso de paz fueron el modelo económico y las reformas neoliberales. Para las élites, este tema constituyó el bastión a partir del cual lograron proteger sus intereses y mantener el statu quo. Las políticas de reforma estructural disminuyeron la presencia y capacidad del Estado en un momento decisivo de la posguerra y de la transformación del país. Ello impidió que el Estado pudiera estimular el crecimiento del sector formal y ofrecer alternativas de inclusión para los excombatientes, los migrantes y la población desplazada (Kurtenbach 2012). Por otra parte, la política económica no logró mejorar las condiciones de vida de la población ni estimular el crecimiento económico, de manera que las tensiones socioeconómicas fueron exacerbadas. Las condiciones de exclusión económica y desigualdad llevaron al incremento de la migración de salvadoreños hacia Estados Unidos y Europa, fenómeno que había iniciado durante la guerra civil. Las remesas se convirtieron en la nueva base de la economía salvadoreña y en un mecanismo de escape para la conflictividad social. Así, “los recortes en gasto social, desempleo e inflación fueron parcialmente suavizados por el influjo de remesas […] Estas estimularon el crecimiento de negocios en sectores formales e informales y estimularon el desarrollo en ausencia de una política de desarrollo coordinada” (Wade 2016, 134).

14 Las reformas económicas no lograron transformar la matriz de exclusión histórica que ha caracterizado el orden social en El Salvador. Si bien los cambios en el modelo económico, que consolidaron el paso de una economía basada en la agroexportación a una de comercio y servicios, debilitaron a la élite tradicional y permitieron la emergencia de una élite relacionada con grupos transnacionales, ello no implicó mayor inclusión para la mayoría de la población. Así, este asunto es visto como el gran tema pendiente en el proceso de construcción de paz y como fuente de la violencia actual. Según Nidia Díaz, excomandante del FMLN: En la implementación de los acuerdos, el tema económico queda rezagado. A la vuelta de la vida había más concentración de riqueza y más polarización

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económico-social. Esto ha traído una contradicción permanente y la polarización de la sociedad. Sus efectos han llevado a una situación que llamamos “guerra social”, que se expresa en migración, desintegración, maras, el fenómeno de las pandillas, etc. Tiene que ver con lo económico social. Es una deuda que venimos cargando y contradice el espíritu del acuerdo político y la propia Constitución de la República. (Grupo Salvadoreño de Amistad con la Paz para Colombia 2017, 42)

Reforma al sector seguridad

15 En el corazón de los acuerdos y el proceso de democratización se encontraba la transformación del aparato de seguridad del Estado. La represión y la violencia han hecho parte fundamental del sistema de dominación social en El Salvador (Alvarenga 2006; Bergmann 2015). Desde comienzos del siglo XX, el régimen político había dependido del pacto entre la oligarquía cafetera y los militares. De manera posterior, durante la guerra civil, el Estado cometió un sinnúmero de violaciones de derechos humanos contra la población civil, en el marco de una campaña contrainsurgente que la señalaba como base social de la guerrilla. Así, la reestructuración del sector seguridad se basó en la subordinación de los cuerpos armados a las autoridades civiles, la disolución de los cuerpos de seguridad (Guardia Nacional, Policía de Hacienda y Policía Nacional), la depuración de miembros policiales y militares involucrados en violaciones a derechos humanos, la creación de una Policía Nacional Civil (PNC) de carácter civil y democrático y la adopción de un enfoque de seguridad basado en el ciudadano y la democracia.

16 Las reformas pactadas no fueron implementadas en su totalidad. Policías y militares acusados de violaciones de los derechos humanos fueron vinculados a la naciente PNC; de hecho, un número desproporcionado de militares fue asignado a cargos directivos en esta institución (Wolf 2017). Asimismo, el crecimiento de la criminalidad en el período del posacuerdo estimuló el uso de soldados en operaciones de seguridad pública y la militarización de la política de seguridad. Para Cruz (2016), el resultado más grave de la reforma fallida ha sido la persistencia de prácticas estatales que contribuyen a la violencia, tales como la violación de límites en el uso legítimo de la fuerza, el empleo de mecanismos extralegales para combatir el crimen y el desorden, y el asocio de agentes del Estado con grupos criminales y escuadrones de la muerte.

17 Como veremos a continuación, una de las consecuencias de la consolidación de un régimen híbrido ha sido la persistencia de una visión y una práctica de seguridad estado-céntricas que privilegian la represión y conciben como amenaza a un conjunto de ciudadanos que provienen de los sectores más excluidos y vulnerables. Esto sugiere que para lograr una transición en la perspectiva de seguridad se requieren cambios fundamentales en el orden social, aspecto que no ha sido suficientemente considerado en el paradigma de la paz liberal.

La política de seguridad en la posguerra: del ideal de la seguridad humana a la configuración de un nuevo enemigo

18 Un aspecto clave de la reforma planteada en los acuerdos de paz fueron la doctrina y concepción de seguridad. Contrario a las visiones tradicionales centradas en la

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seguridad nacional, los acuerdos de paz ampliaron el concepto de seguridad para incluir al individuo. Asimismo, durante las negociaciones se reconocieron el rol partidista desempeñado por las Fuerzas Armadas, la orientación militar de la fuerza policial durante el conflicto armado y las acusaciones de sus vínculos con abusos de derechos humanos (Peñate 2007).

19 Este reconocimiento fue importante para que las negociaciones se centraran en la reconceptualización de la seguridad y la reforma del sector seguridad, prestando especial atención a la distinción entre defensa nacional y seguridad pública. En los Acuerdos, la defensa nacional fue limitada a la garantía de la soberanía y la integridad territorial bajo la responsabilidad de las Fuerzas Armadas; mientras que la comprensión de la seguridad pública se enfocó en el respeto de los derechos humanos a nivel individual y social, incluidos aspectos económicos, sociales y políticos (Peñate 2007, 48).

20 Durante el conflicto armado prevaleció una lógica realista, donde la unidad estándar de seguridad es la soberanía territorial del Estado-nación. Esto significa que el Estado es el principal objeto y proveedor de la seguridad (Stern 2001; Echavarría 2010). Desde esta perspectiva, el Estado salvadoreño entiende la seguridad de los individuos en dependencia directa de la sobrevivencia y la seguridad del Estado, lo que justifica el accionar militar en contra de la ciudadanía como defensa legítima de su soberanía. En este sentido, de acuerdo con Lucrecia Molinari (2017), el marco doctrinario que orientó el accionar de las Fuerzas Militares y de Seguridad en El Salvador entre 1961 y 1972 fue la contrainsurgencia. Dentro de esta discusión, la doctrina de contrainsurgencia se puede entender, desde una perspectiva militar, como la defensa de la soberanía del Estado, y desde una perspectiva política, como la defensa de la idea de Estado.

21 Al analizar esta noción de soberanía del Estado desde perspectivas más críticas de seguridad, y parafraseando a Buzan (1991), se entiende que el Estado existe primero en el plano sociopolítico, antes que en el físico. Aun cuando el Estado depende de un territorio, su existencia se constituye en una idea soportada comúnmente por un grupo de personas. Si se concibe entonces al Estado como una idea, desde esta perspectiva se entiende que la defensa de dicha idea sea la tarea más importante de seguridad del Estado (Echavarría 2010, 52). Tal razón justifica la priorización de la seguridad del Estado y la defensa del territorio sobre la seguridad de los individuos, en caso de que estos pusieran en entredicho la seguridad de ese Estado-nación (Echavarría 2010, 51).

22 De acuerdo con Molinari (2017), se puede inferir que el primer acercamiento a la doctrina contrainsurgente, en 1961, fue a partir de la necesidad de defender la soberanía nacional de la amenaza guerrillera que representaba Cuba, haciendo alusión a un enemigo externo. Lo interesante del desarrollo de esta doctrina de seguridad, y su relevancia actual, es que el enfoque de enemigo da un giro y la ciudadanía salvadoreña pasa a entenderse como el “enemigo interno”. Este giro se da cuando se pasa de entender a la población civil como “sostén básico de la guerrilla” a “decidido apoyo” (Molinari 2017), lo que justificaría su criminalización y el accionar militar en su contra.

23 Es importante entender la concepción de seguridad durante el conflicto armado, la noción de amenaza en este periodo de tiempo y la transformación que supuso la reforma al sector seguridad negociada en los Acuerdos, pues la construcción de un “enemigo interno” vuelve a ocurrir a mediados de la década de 1990 con las maras y las pandillas. Nuestro argumento es que con los acuerdos de paz hubo un cambio de doctrina y de enfoque de seguridad, pero no hubo una discusión ontológica de su significado, lo que conllevó que no se cuestionara el carácter discursivo de las definiciones de seguridad y

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sus implicaciones materiales para este país. Esto llevó a que, fácilmente, se trasplantara la idea guerrerista del “enemigo” a un contexto de posguerra.

24 Es importante resaltar el significado de la reforma al sector seguridad estipulada dentro de los Acuerdos, en relación con la concepción de seguridad. Esta Reforma estableció un nuevo modelo de seguridad menos orientado al Estado y más enfocado en la protección de los ciudadanos (Peñate 2007). Esto tuvo el efecto de quitarles el poder a los militares. Por lo tanto, implicó una reconceptualización de la seguridad fundada en la democratización, en la que un nuevo paradigma de seguridad centrado en el pueblo reemplazó el enfoque tradicional de defensa y seguridad nacional (Baltazar Laderos, Padilla Oñate y Villalobos García 2016, 86).

25 En términos generales, la discusión de la seguridad negociada entre el FMLN y el Gobierno de El Salvador hizo eco de la discusión de seguridad que estaba teniendo lugar en contextos internacionales durante la década de 1990. En el contexto internacional, tras el fin de la Guerra Fría, la discusión sobre la seguridad giró en torno a la necesidad de prestar atención a las preocupaciones cotidianas de la gente común y a “centrarse en el individuo como sujeto de seguridad” (Hudson, Kreidenweis y Carpenter 2013, 24).

26 En esencia, la discusión inicial sobre la seguridad humana, con su nuevo enfoque en el individuo, desplaza la perspectiva tradicional de seguridad centrada en el Estado y basada en la defensa militar y territorial. De manera que amplía el espectro de amenazas a la seguridad para incluir las preocupaciones sobre el desarrollo y los derechos humanos (Hudson, Kreidenweis y Carpenter 2013). Si bien los acuerdos de paz no definieron específicamente la seguridad como “seguridad humana”, el contexto en el que floreció la reforma de este sector y las características que se le atribuyeron la ubicó dentro de este discurso. La seguridad humana es una perspectiva integral que se centra en las experiencias cotidianas de los seres humanos y sus complejas relaciones socioeconómicas dentro de una estructura global (Hudson et al. 2013).

27 A pesar de las variadas críticas a la amplitud de la definición de seguridad humana y su dificultad para la aplicación de políticas (Paris 2001), es importante reconocer la relevancia del enfoque de seguridad humana, con todas sus deficiencias, para validar el individuo y no al Estado como sujeto de seguridad. En el contexto salvadoreño, es importante reconocer las implicaciones de una negociación que cuestiona el objeto de la seguridad, pero que, al mismo tiempo, da por hecho su objeto y su significado. En otras palabras, si bien los acuerdos de paz entre el FMLN y el Gobierno de El Salvador lograron cuestionar al Estado como el centro de seguridad y sacar a la luz la experiencia de seguridad de la sociedad civil como legítima, no cuestionaron cuál es el significado de seguridad fuera de la definición del Estado. En este sentido, aunque el enfoque de seguridad humana prioriza al individuo sobre el Estado, no genera un cambio en la idea de seguridad misma, sino que sirve para expandir la agenda de seguridad a otros temas no convencionales (Echavarría 2010). Asimismo, cabe notar que el sobre-énfasis en el individuo se ajusta a un modelo neoliberal de desarrollo que, paradójicamente, termina reduciendo las funciones del Estado y debilitando su capacidad de incidencia.

28 Aun así, en los Acuerdos el alcance del concepto de seguridad se amplió al hacer la distinción entre seguridad y defensa nacional, y al atribuirle a la seguridad aspectos económicos, políticos y sociales; se la piensa como parte de un proceso social en el que el Estado salvadoreño debe ser garante y responsable del respeto a los derechos fundamentales de los ciudadanos, como base de su seguridad (Peñate 2007). La

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seguridad pública, entonces, se convierte en responsabilidad de una fuerza policial profesional, democrática y orientada hacia lo civil.

29 Sin embargo, aun cuando los Acuerdos avanzaron en la ampliación de la agenda de seguridad, se enfocaron principalmente en las especificaciones técnicas de la aplicación de seguridad, es decir, la depuración y reducción de las Fuerzas Armadas y la creación de una policía civil (Peñate 2007). La PNC y la nueva Academia Nacional de Seguridad Pública (ANSP) fueron creadas a partir de los Acuerdos e inicialmente entrenadas y asesoradas por diferentes países bajo la Misión de Observadores de las Naciones Unidas en El Salvador (ONUSAL), con un comando para proteger y garantizar los derechos humanos y las libertades (Spence, Vickers y Dye 1995; Vilas 1996).

30 No obstante, las reformas técnicas se vieron entorpecidas en sus procesos, generando falencias en los procesos de formación policial y la “persistencia de estilos autoritarios” en el desempeño de la nueva policía, a lo que se sumaron nuevas denuncias de violaciones a los derechos humanos (Vilas 1996). Un miembro de la policía del nivel superior, entrevistado en San Salvador en marzo del 2019, explica estas dificultades en el proceso de creación de la PNC, para el que no se cumplieron las cuotas específicas de inclusión de antiguos combatientes, pues el FMLN no alcanzó a cumplir su cuota del 20% (Vilas 1996), y, en lugar de incluir a más civiles, hubo una mayor incidencia de miembros de los antiguos cuerpos de seguridad. Así, se violó el principio de paridad estipulado en los Acuerdos.

31 La persistencia de “estilos autoritarios” dentro de la policía y, consecuentemente, en la forma en que se desarrollaría la seguridad pública en El Salvador, se puede explicar a partir de la reticencia de las administraciones postconflicto de reformar la policía y desmovilizar la estructura militar, justificándola con la creciente inseguridad experimentada en El Salvador (Spence, Vickers y Dye 1995). Como se mencionó anteriormente, desde 1932 hasta 1979 hubo una alianza entre las élites económicas y los gobiernos militares (Spence, Vickers y Dye 1995, 5). Esta estrecha relación significó una dificultad en la depuración de las antiguas fuerzas de seguridad, que simularon la disolución de la Guardia Nacional y la Policía de Hacienda, a partir de su completa integración a la nueva Fuerza Militar. Esto, claramente, generó el rechazo y la oposición del FMLN hasta que se logró desmantelarlas. Aun así, como se mencionó antes, al menos unos 1.000 efectivos de estos antiguos cuerpos de seguridad se integraron a la nueva PNC (Spence, Vickers y Dye 1995). La nueva policía, que debía estar conformada por civiles que no tuvieran intereses partidistas ni que hubieran participado en la guerra, en su segundo año de existencia tuvo como subdirector de operaciones a un miembro de la antigua Policía Nacional, Oscar Peña Durán, miembro de la división antinarcóticos (UEA). Esta asignación, aunque pasajera debido a que Peña Durán resignó al cabo de unos meses, marcó el inicio de un pensamiento militarista dentro de la PNC.

32 Ya cuando el recién adquirido Estado “pacífico” se vio perturbado por una escalada en las tasas de criminalidad y por nuevas formas de violencia no vistas durante la guerra, de nuevo se dio la participación del ejército en los asuntos de seguridad. Como dice un informe de evaluación, “después de doce años de guerra brutal, la paz, si no la tranquilidad, puede darse por sentada” (Spence, Vickers y Dye 1995, 1). El acuerdo de paz consiguió el fin de la guerra, como se supuso, mas no trajo una sensación de paz a El Salvador, y, desde la década de 1990, la problemática de seguridad cambió de naturaleza; la nueva ola de violencia criminal no amenazaba al Estado, sino el bienestar de los ciudadanos. En el periodo de posguerra, la ciudadanía identificó el desempleo y la

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delincuencia como los problemas más críticos del país; desde entonces el país ha experimentado altos niveles de delincuencia violenta y un aumento en la tasa de homicidios (Hume 2007; Pearce 1998).

33 Con el aumento de la violencia, los gobiernos de ARENA justificaron el aumento del uso de fuerzas militares en la asistencia a las labores de seguridad desempeñadas por la PNC, aduciendo el tamaño de la PNC, que para ese entonces era un cuarto del de las Fuerzas Armadas (Spence, Vickers y Dye 1995). De esta manera, el foco de la seguridad cambió nuevamente hacia la soberanía del Estado en el territorio y se alejó de las preocupaciones cotidianas de posguerra de los ciudadanos. Así, se justificaron nuevas políticas de seguridad que reflejaban la vieja lógica contrainsurgente de guerra basada en la represión y el miedo.

34 Podría decirse que El Salvador se convirtió en un país en “paz” de la noche a la mañana, sin una transformación socioeconómica adecuada y con un proceso de construcción de paz ineficiente (Pearce 1998). Lo que esto creó fue la continuación del conflicto social por otros medios, aún violentos, donde las pandillas juveniles se convirtieron en el epítome de esa violencia (Rodgers y Muggah 2009). Las pandillas ya existían en El Salvador como agrupaciones barriales juveniles con incidencia delictiva, que habían surgido en respuesta a problemas sociales desatendidos, como la exclusión social y económica de las juventudes. Sin embargo, en el transcurso de la segunda mitad de la década de 1990, estos grupos fueron influenciados por la deportación de miembros de pandillas originadas en Estados Unidos, lo que generó una transculturación de estilos pandilleriles (Reyna 2017).

35 En este contexto, el Estado inició un proceso de securitización de los problemas sociales. El concepto securitización explica cuándo un tema se presenta en términos de seguridad y, por lo tanto, llega a representar una amenaza existencial (Hansen 2000) que legitima la violación de los derechos humanos y el Estado de derecho. Las administraciones en el posconflicto afiliadas a ARENA aprovecharon la inestabilidad social para reformular el discurso de seguridad en el país, desviando la atención de las desigualdades sociales, las dificultades económicas, la corrupción gubernamental y la impunidad continua como parte del problema de la angustia social. En cambio, crearon nuevas necesidades de seguridad al reformular las amenazas a la seguridad social en torno a un nuevo enemigo (Hume 2007; Martínez 2017; Rodgers 2009). Esto permitió revertir con éxito el enfoque de seguridad y, al mismo tiempo, mantener una narración individualizada sobre las fuentes de violencia bajo la personificación de un enemigo común.

36 Por lo tanto, al pensar en la implementación actual de las políticas de seguridad en El Salvador, es muy importante reflexionar sobre la construcción exitosa de las pandillas3 como enemigas de la seguridad, desarrollada durante las estrategias duras de finales de la década de 1990 y principios de los 2000. Porque lo que hizo que estas estrategias tuvieran tanto éxito, en cuanto a la creación de un discurso de seguridad, es que el discurso en sí mismo y las prácticas de seguridad que lo acompañaron “ordenaron la vida social de una manera particular” (Huysmans 1998) y crearon un problema de seguridad que se ha convertido en el problema de la seguridad pública en todos los niveles. Esto ha justificado la priorización del discurso de seguridad pública sobre otras necesidades de las personas. Por lo tanto, como las pandillas se convirtieron en el epítome de la violencia y su imagen se asoció con un problema de seguridad, independientemente de las sucesivas políticas de seguridad integral, la justificación

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para usar la violencia contra ellas y su posicionamiento como problema número uno para la sociedad ya estaban impresos en el discurso de seguridad y ya estaban afectando la vida de las personas (Huhn, Oettler y Peetz 2006). Allí radica el éxito de las estrategias de “mano dura”.

Políticas de seguridad y pandillas: evolución y efectos

37 En el posconflicto, la nueva lógica de seguridad necesitaba deconstruir un grupo social y “otrorizarlo” a un nivel que legitimara su opresión y justificara su exclusión social y política, muy similar a la lógica de seguridad durante la guerra y a la noción de una “amenaza comunista” (Hume 2007), lo que lo hizo receptor necesario de la represión. Las pandillas juveniles se convirtieron en candidatas convenientes para personificar la inseguridad, en un contexto social donde las desigualdades estructurales engendran violencia. Estos grupos se transformaron en los enemigos de los buenos ciudadanos (Hume 2007), y así, se justificó la implementación de estrategias represivas y duras contra ellos, como las políticas de “mano dura” y “súper mano dura” sugieren (Martínez 2017). Lejos de dar respuesta efectiva a los problemas de violencia e inseguridad, dichas políticas han contribuido a agudizar el conflicto social y la espiral de violencia (Farber 2016; Hume 2007; Rodgers y Muggah 2009; Jütersonke, Rodgers y Muggah 2009). La tabla 1 presenta un listado general de las políticas de seguridad implementadas en las últimas décadas, haciendo especial énfasis en las que se refieren a las pandillas.

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Tabla 1. Políticas de seguridad en El Salvador, 1994-2019

* Sin embargo, los apartados en la ley que se refieren a la equiparación de la pena por actos preparatorios y en los delitos de apología e incitación pública a los actos de terrorismo son inconstitucionales. ** Arriaza Chicas fue oficial de la Fuerza Armada e ingresó a la PNC tras los acuerdos de paz. Arriaza ha sido investigado por abuso policial, violaciones a derechos humanos y vínculos con el crimen organizado. Fuente: tomado de Salguero (2016) y complementado con Reyna (2017) y Aguilar (2019).

38 La estrategia de “mano dura” ha contribuido a la transformación y radicalización de las maras4 para hacer frente y sobrevivir al ataque del Estado (Aguilar 2007, 2016 y 2019; Hernández-Anzora 2015; Reyna 2017; Salguero 2016). Estas transformaciones se evidencian en aspectos tales como su estructura interna, su control de recursos, territorios y poblaciones, y su reorientación en el ejercicio de la violencia. Respecto a la estructura interna, la persecución contra los miembros de las pandillas llevó a un cambio en su apariencia. Contrario a los pandilleros de la década de los 90 o inicios del 2000, quienes se identificaban por sus tatuajes y formas de vestir, los pandilleros actuales han abandonado el uso de símbolos característicos de las pandillas para evitar su fácil identificación. Asimismo, hubo un endurecimiento en las reglas de la pandilla y un aumento en los ajustes de cuenta internos, con el consecuente incremento de violencia (Reyna 2017).

39 Por otra parte, el encarcelamiento masivo de presuntos miembros de pandillas llevó al acercamiento de miembros de distintas clicas5 y generaciones de pandilleros (entrevista con funcionario de la Fundación de Estudios para la Aplicación del Derecho [FESPAD], San Salvador, octubre de 2017). Cabe resaltar que las pandillas no cuentan con una estructura vertical ni un mando unificado, sino que su organización sigue un modelo descentralizado, cuya base se encuentra en las clicas, que gozan de bastante autonomía. Sin embargo, las medidas carcelarias permitieron una mayor coordinación entre las

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estructuras de las pandillas y el desarrollo de cohesión entre miembros de distintas clicas. Un ejemplo de este cambio quedó en evidencia durante la tregua implementada durante la presidencia de Mauricio Funes (2009-2015), cuando los líderes de las pandillas lograron controlar las acciones de estas estructuras y garantizar el descenso en el número de homicidios (Cruz y Durán-Martínez 2016).

40 En lo concerniente a las formas de control y gobernanza, la política de seguridad incidió en cambios en la captura de rentas y formas de control de territorios y poblaciones. La persecución por parte del aparato policial-militar y del sistema penal llevó a un incremento en los gastos de funcionamiento de la pandilla y a la sofisticación de sus prácticas. A la necesidad de recursos para cubrir las necesidades de sus miembros y garantizar la reproducción de la pandilla (Salguero 2016), se sumaron los gastos por cuenta de pago de abogados, fianzas, sostenimiento de pandilleros en las cárceles y transporte de las familias para las visitas, entre otros (entrevista a investigadora del Servicio Social Pasionista, noviembre de 2017). La principal actividad económica de las pandillas es la extorsión (conocida coloquialmente como “renta”), la cual ha demostrado ser una fuente de ingresos continua y estable para estos grupos, y ha constituido la base de su “apalancamiento operativo” en lo que se puede caracterizar como una economía de carácter parasitario (Salguero 2016, 22). En este sentido, las políticas gubernamentales han tenido como efecto una mayor presión sobre la necesidad de recursos de las pandillas y, con ello, un incremento en las extorsiones y en la búsqueda de nuevas rentas de carácter lícito e ilícito. De acuerdo con Salguero (2016), las pandillas están evolucionando rápidamente hacia una fase predatoria. A esta transformación en lo económico se añaden la adopción de nuevas tecnologías, el intercambio de información entre pandilleros en centros penales e, incluso, la búsqueda de influencia en materia política (Hernández-Anzora 2015).

41 La represión estatal también ha motivado cambios en las formas de control de la población y en la distribución territorial de las pandillas y la violencia homicida en El Salvador. Así como a nivel interno se produjo un endurecimiento en las reglas y en el control sobre los miembros con el fin de evitar actos de delación, medidas similares fueron aplicadas hacia las poblaciones bajo dominio de estos grupos. Mayor restricción en la movilidad y circulación en territorios controlados por una u otra mara, violencia contra aquellos que fueran considerados colaboradores de la policía, aumento en el cobro de extorsiones y amenazas, y desplazamiento de individuos o familias enteras, son algunos de los efectos que la dinámica de confrontación Estado versus maras ha traído consigo. Respecto a la distribución territorial, las nuevas estrategias de las pandillas les han permitido mayor fluidez y presencia en nuevos territorios (Reyna 2017). La persecución policial también ha generado una suerte de “efecto cucaracha”,6 es decir, el desplazamiento de miembros de pandillas y la consecuente dispersión de dichas estructuras hacia zonas donde no tenían presencia, con el propósito de evadir la presión estatal. El trabajo de Segovia et al. (2016) permite evidenciar un nuevo patrón de violencia en El Salvador, donde se destacan el aumento de la violencia homicida y la presencia de estructuras pandilleriles en zonas rurales, pues hasta años recientes se habían concentrado en espacios urbanos.

42 Finalmente, otra de las transformaciones en el accionar de las pandillas tiene que ver con la reorientación del ejercicio de violencia. Como ya se mencionó, la violencia interna ha aumentado, motivada por el ajuste de cuentas, así como la violencia contra las comunidades para ejercer mayores niveles de control social. Además, se ha dado una

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transformación en la visión respecto al enemigo. Tradicionalmente, el blanco de la violencia de las pandillas había sido la pandilla contraria, entendida como el enemigo por combatir. Con la represión estatal, la noción de enemigo por parte de las pandillas se ha ampliado para incluir al Estado. Los ataques de pandilleros contra policías y militares en situaciones fuera de servicio y contra sus familias han sido la principal expresión de esta reorientación de la violencia (Reyna 2017).

43 Los efectos de las políticas de seguridad y la radicalización de la violencia no se restringen a las maras; también han tenido un efecto en la forma en que el Estado y la opinión pública conciben el problema (Carballo 2016; Huhn, Oettler y Peetz 2006; Wolf 2017). Como ya se mencionó, en el caso del Estado, la visión de la pandilla ha seguido una trayectoria en la que, de ser considerada inicialmente como un problema delincuencial, ha pasado a ser concebida como enemigo público y terrorista (Hernández-Anzora 2016), cambio que ha estado acompañado de la deshumanización de la figura del pandillero (Carballo 2016; Wolf 2017; Aguilar 2019). No obstante, la transformación no se queda ahí. En medio de la implementación de políticas que alimentan la radicalización de la violencia y el crecimiento del antagonismo en la relación Estado vis-à-vis las maras, también se ha ido modificando la visión respecto a las comunidades donde estas últimas tienen presencia y control. Así, en vez de ser vistas como víctimas de las pandillas y de las condiciones de vulnerabilidad social, han pasado a ser consideradas como una parte del problema de violencia y seguridad. Esto ha justificado el endurecimiento en los procedimientos de los comandos conjuntos (policía y militares) en las comunidades bajo control de las maras, así como la estigmatización y criminalización de todos aquellos que habiten en alguno de estos territorios. Permítanos ilustrar este punto con algunos ejemplos extraídos de nuestra experiencia de trabajo de campo en el Área Metropolitana del El Salvador y en áreas urbanas de Sonsonate y Chalatenango. En entrevista a un policía, al indagar sobre la situación y el orden social en las comunidades bajo control de las maras, este afirmó: Cuando vos vas a una colonia donde están esos cipotes, es decir, las pandillas, tenés que tener cuidado porque el marero no es sólo el muchacho que vos ves parado en la esquina, no, esa abuelita que vos ves en la ventana como que no hace nada, y vos pensás qué tan linda y tan amable, esa es un poste de ellos, ella está ahí para vigilar y ver quién entra y quién sale de la colonia […] Igual pasa con las mujeres, vos no sabes cuál es la mamá o la mujer de un marero, vos no sabes cuál de ellas se encarga de cobrar la extorsión […] cualquiera en la comunidad puede ser parte de la mara, vos ya no sabes cómo distinguir. (Entrevista con funcionario de la PNC, San Salvador, noviembre de 2017)

44 Estas palabras evidencian que, a los ojos del Estado, las maras no constituyen una estructura conformada exclusivamente por los miembros formales —en su mayoría, hombres jóvenes—; por el contrario, se trataría de una estructura que vincula a miembros de las comunidades en diferentes roles, desde los niños y jóvenes hasta adultos mayores.7 Esta visión sobre las maras y sus miembros justificaría la violencia indiscriminada contra los pobladores de comunidades controladas por pandillas. El simple hecho de residir en uno de estos territorios basta para ser visto como sospechoso por las autoridades.8

45 Dicha transformación en la visión del enemigo no sólo afecta el discurso y el accionar de las autoridades, sino también la forma en que el resto de la sociedad concibe estas comunidades. En una conversación informal con un poblador de San Salvador, este comentaba cómo se había vuelto una costumbre común entre habitantes de

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comunidades conocidas por la presencia de maras, el cambiar la dirección de domicilio con el fin de postular a ofertas de empleo, pues si revelaban su lugar de residencia real, lo más probable sería que el empleador los descartara de inmediato: “No importa si vos no sos marero, si la gente sabe que vives en una de esas colonias va a tener miedo de que si te contratan, luego van a venir los mareros a extorsionarlos o a robar” (entrevista con funcionario del Ministerio de Obras Públicas, San Salvador, noviembre de 2017).

46 Se entiende entonces que el discurso de inseguridad fundado en el miedo hacia las maras como representación del “enemigo interno” no sólo está en la base de las políticas de seguridad, sino que se ha convertido en un elemento central de las formas de ordenamiento de las relaciones sociales en El Salvador. En este sentido, el discurso de inseguridad es causa y efecto de las políticas de seguridad de “mano dura”, las cuales, a su vez, se inscriben en la trayectoria histórica y las características del régimen político híbrido.

Conclusiones

47 La seguridad en El Salvador no ha dejado de ser una promesa política. Pese al fin de la guerra y la democratización, la violencia sigue siendo un componente transversal en la sociedad salvadoreña. A lo largo de este artículo hemos argumentado que la persistencia de la violencia es resultado de la configuración de un régimen híbrido que combina aspectos democráticos y autoritarios. La política de seguridad es una pieza de la continuidad de los rasgos autoritarios del régimen. A pesar de lo planteado en el acuerdo de paz de 1992 y en la reforma al sector seguridad, las bases de dicha política no fueron modificadas, de manera que siguió reproduciendo la lógica del “enemigo interno”.

48 Frente a un orden social que sigue marcado por la desigualdad y la exclusión, el discurso de seguridad ha sido usado de forma estratégica para enfrentar las dificultades sociales no atendidas por el Estado. En la base de dicho discurso se encuentran el posicionamiento de un grupo social como un opuesto de la idea de “nación” y su señalamiento como enemigo de la sociedad y del Estado. De este modo, las políticas y estrategias de seguridad represivas son apoyadas por parte de la población, que ya ha naturalizado la idea de “el otro” y concibe las pandillas (y de manera creciente, a todas las comunidades vinculadas directa o indirectamente con ellas) no como ciudadanos, sino como un enemigo. Lejos de resolver el problema, la forma en que ha sido abordado ha contribuido a una transformación del accionar de las pandillas, a la profundización de una visión antagónica entre Estado y pandillas (más civiles involucrados) y al reforzamiento de mecanismos para la continuidad de la violencia.

49 En 2019, Nayib Bukele asumió la presidencia de El Salvador. Su elección rompió el molde bipartidista (ARENA-FMLN) que había caracterizado el régimen político en El Salvador en el período reciente. Para sus electores, la llegada de Bukele representa una ola de esperanza frente al cansancio y la decepción con los actores políticos tradicionales. La política de seguridad del nuevo mandatario ha dado continuidad al enfoque represivo. Bajo el denominado “Plan de Control Territorial Fase I”, miles de policías y soldados fueron desplegados en las calles de las municipalidades con mayores niveles de violencia. Posteriormente, Bukele anunció medidas de prevención e inclusión social como complemento al énfasis represivo. A finales de 2019, El Salvador

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terminó el año con una significativa reducción de homicidios. Si bien esto es positivo, no es claro cuál será la continuidad de la política, o si ello puede ser la antesala de procesos de transformación más profundos y a largo plazo.

50 Aguilar, Jeannette. 2007. “Los resultados contraproducentes de las políticas antipandillas”. ECA Estudios Centroamericanos 62 (708): 877-890.

51 Aguilar, Jeannette. 2016. “El rol del ejército en la seguridad interna en El Salvador: lo excepcional convertido en permanente”. En Re-conceptualización de la violencia en el Triángulo Norte. Abordaje de la seguridad en los países del norte de Centroamérica desde una visión democrática, editado por la Fundación Heinrich Böll-México Centroamérica y El Caribe, 61-84. San Salvador: Fundación Heinrich Böll-México, Centroamérica y El Caribe.

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67 Hernández-Anzora, Marlon. 2016. “¿De pandillas juveniles a organizaciones terroristas?”. Nueva Sociedad 263: 96-106.

68 Hudson, Natalia, Alex Kreidenweis y Charli Carpenter. 2013. “Human Security”. En Critical Approaches to Security. An Introduction to Theories and Methods, editado por Laura Shepherd, 24-36. Nueva York: Routledge.

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70 Hume, Mo. 2007. “Mano Dura: El Salvador Responds to Gangs”. Development in Practice 17 (6): 739-751. https://doi.org/10.1080/09614520701628121

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73 International Crisis Group. 2017. “Política y violencia perpetua en El Salvador”. Crisis Group Latin America, Report No. 64, https://www.crisisgroup.org/es/latin-america- caribbean/central-america/el-salvador/64-el-salvadors-politics-perpetual-violence

74 Jütersonke, Oliver, Robert Muggah y Dennis Rodgers. 2009. “Gangs, Urban Violence, and Security Interventions in Central America”. Security Dialogue 40 (4/5): 373-397. https:// doi.org/10.1177/0967010609343298

75 Kurtenbach, Sabine. 2012. “Why Is Liberal Peace-building so Difficult? Some Lessons from Central America”. European Review of Latin American and Caribbean Studies 88: 95-110. https://doi.org/10.18352/erlacs.9597.

76 Kurtenbach, Sabine. 2013. “The ‘Happy Outcomes’ May Not Come at All – Postwar Violence in Central America”. Civil Wars 15: 105-122. https://doi.org/ 10.1080/13698249.2013.850884

77 Martínez, Óscar. 2017. “How Not to Assemble a Country”. NACLA Report on the Americas 49 (2):139-144. https://doi.org/10.1080/10714839.2017.1331801 78 Molinari, Lucrecia. 2017. “De ʻsosténʼ a ʻdecidido apoyoʼ: población y contrainsurgencia en las revistas militares. El Salvador (1961-1972)”. Nuevo Mundo/Mundos Nuevos Coloquios: en línea. https://doi.org/10.4000/nuevomundo.71345

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83 Peñate, Óscar. 2007. El Salvador: los acuerdos de paz y el informe de la comisión de la verdad. San Salvador: Nuevo Enfoque.

84 Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH). 2019. Informe especial de la señora Procuradora para la Defensa de los Derechos Humanos, licenciada Raquel Caballero de Guevara, sobre las Ejecuciones Extralegales atribuidas a la Policía Nacional Civil, en El Salvador, período 2014-2018. San Salvador: PDDH.

85 Reyna, Verónica. 2017. “Estudio sobre las políticas de abordaje al fenómeno de las pandillas en El Salvador (1994-2016)”. FES América Central 7: en línea. https:// library.fes.de/pdf-files/bueros/fesamcentral/13897.pdf

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88 Sáenz de Tejada, Ricardo. 2005. “Democracias de posguerra en Centroamérica: reflexiones sobre Guatemala, El Salvador y Nicaragua”. Revista Centroamericana de Ciencias Sociales II (3): 71-88.

89 Salguero, José. 2016. “¿Extorsión o apalancamiento operativo? Aproximación a la Economía Pandilleril en El Salvador”. FES América Central 13: en línea. https:// library.fes.de/pdf-files/bueros/fesamcentral/12975.pdf

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92 Segovia, Alexander, Leslie Quiñónez, Diana Contreras, Laura Pacheco y Manuel Talavera. 2016. El Salvador: Nuevo patrón de violencia, afectación territorial y respuesta de las comunidades (2010-2015). San Salvador: INCIDE.

93 Spence, Jack, George Vickers y David Dye. 1995. The Salvadoran Peace Accords and Democratization. A Three-Year Progress Report and Recommendations. Cambridge: Hemisphere Initiatives. 94 Stern, Maria. 2001. “Naming In/security – Constructing Identity: ʻMayan-Womenʼ in Guatemala on the Eve of ʻPeaceʼ”, disertación doctoral, Universidad de Gotemburgo. 95 United Nations Office on Drugs and Crime (UNODC). 2020. “DataUNODC”. En línea: https://dataunodc.un.org/

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99 Wolf, Sonja. 2017. Mano Dura. The Politics of Gang Control in El Salvador. Austin: University of Texas Press.

NOTAS

1. Junto con la democratización iniciada durante la década de 1980 y las reformas macroeconómicas implementadas durante los 90, los acuerdos de paz constituyen un hito en un amplio proceso de transformación en El Salvador, el cual giró en torno a tres ejes: democratización, pacificación y liberalización económica (Kurtenbach 2012; Schultze-Kraft 2005). 2. Según un sondeo de opinión en 2011 (IUDOP 2012), 62% de los salvadoreños consideraba que el país estaba igual o peor que antes de la firma del acuerdo de paz; asimismo, 51,5% pensaba que poco o nada de los acuerdos se había cumplido. Los asuntos que los ciudadanos resaltaban como más problemáticos eran la delincuencia y la inseguridad. 3. Los grupos más grandes y violentos son la MS-13 y las dos facciones de la pandilla Barrio 18, la 18 Sureños y 18 Revolucionarios. Se estima que las pandillas cuentan con alrededor de 60.000 miembros (International Crisis Group 2017). 4. Los términos mara y pandilla se usan indistintamente en el contexto del Triángulo Norte de Centroamérica (Hernández-Anzora 2015). 5. El término clica define la unidad básica de la organización de las pandillas, la cual está conformada por miembros que viven en un mismo barrio. 6. Bagley (2012) utiliza el término para explicar la dispersión y fragmentación de grupos de narcotráfico. Su nombre se debe a que recuerda a las cucarachas que huyen de una cocina sucia a otras partes para evitar ser detectadas, luego de que la luz haya sido encendida. Así, grupos criminales se desplazan a otras zonas dentro o fuera de un país, a áreas más seguras y con autoridades débiles. 7. En una entrevista en el 2015, el entonces ministro de Defensa, David Munguía Payes, señalaba que las pandillas contaban con alrededor de 60.000 miembros activos, más el colchón social de unas 500.000 personas, que suman en torno a un ocho por ciento de la población total de El Salvador (6,2 millones de habitantes). Estas personas están vinculadas directa o indirectamente a las actividades de las pandillas y no necesariamente las apoyan (International Crisis Group 2017).

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8. Al respecto, ver informes de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos de El Salvador sobre denuncias de abusos por parte de las Fuerzas Armadas en contra de civiles.

RESÚMENES

Pese al fin de la guerra civil y la transición democrática, El Salvador sigue siendo uno de los países más violentos del mundo. Los gobiernos salvadoreños de la posguerra se han empeñado en implementar políticas de seguridad que enfatizan la represión y medidas de “mano dura”, a pesar de su ineficiencia y del hecho de que estas contradicen los acuerdos de paz y su enfoque en la reforma al sector seguridad de 1992. Este artículo analiza la conexión de la política de seguridad con el régimen político que se configuró en el periodo de posguerra, los elementos que apuntalan a la construcción de las pandillas como “enemigo interno” y los efectos de dichas políticas en las formas de ordenamiento social en El Salvador.

Despite the end of the civil war and the democratic transition, El Salvador remains one of the most violent countries in the world. Post-war Salvadoran governments have struggled to implement security policies that emphasize repression and heavy-handed measures, despite their inefficiency and the fact that they contradict the peace accords and their focus on the security sector reform of 1992. This article analyses the connection between the security policy and the political regime that took shape in the post-war period, the elements that underpin the construction of gangs as an “internal enemy”, and the effects of these policies on the modes of social order in El Salvador.

Ainda com o fim da guerra civil e a transição democrática, El Salvador continua sendo um dos países mais violentos do mundo. Os governos salvadorenhos da pós-guerra vêm se empenhando em implementar políticas de segurança que enfatizam a repressão e as medidas de “mão dura”, apesar de sua ineficiência e do fato de que estas contradizem os acordos de paz e sua abordagem na reforma do setor de segurança de 1992. Este artigo analisa a conexão da política de segurança com o regime político que se configurou no período de pós-guerra, os elementos que apontam a construção das quadrilhas como “inimigo interno” e os efeitos dessas políticas nas formas de ordenamento social em El Salvador.

ÍNDICE

Palabras claves: Democracia, discursos de seguridad, El Salvador, pandillas, políticas de seguridad, violencia Palavras-chave: Democracia, discursos de segurança, El Salvador, políticas de segurança, quadrilhas, violência Keywords: Democracy, El Salvador, gangs, security discourses, security policies, violence

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AUTORES

VIVIANA GARCÍA PINZÓN

Estudiante del doctorado en Ciencia Política de Philipps-Universität Marburg, Alemania. Investigadora y miembro del programa doctoral del Instituto Alemán de Estudios Globales y de Área (GIGA). Últimas publicaciones: “Colombia: Between the Dividends of Peace and the Shadow of Violence”. GIGA Focus Latin America 2: en línea, 2020; “Elecciones, posacuerdo y transición en Colombia”. Iberoamericana 18 (69): 243-248, 2018. viviana.garciapinzon[at]giga-hamburg.de

ERIKA J. ROJAS OSPINA

Estudiante del doctorado en Estudios de Desarrollo de Norwegian University of Life Sciences, Noruega. Últimas publicaciones: “The Gendered Nature of Security in El Salvador: Challenges for Community-Oriented Policing”. Journal of Human Security 15 (2): 70-84, 2019; “Sexualidad y reconocimiento como apuestas a la transformación de la seguritización en El Salvador” (en coautoría). Organicom 15 (28): 105-26, 2018. erika.rojas[at]nmbu.no

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Managing Suffering in War-Affected Pluricultural Contexts: Reflections on the Assistance to Victims in Colombia Administración del sufrimiento en contextos pluriculturales vulnerados por la guerra: reflexiones sobre la atención a víctimas en Colombia Administração do sofrimento em contextos pluriculturais vulnerados pela guerra: reflexões sobre a atenção a vítimas na Colômbia

Angélica Franco Gamboa and Laura Franco Cian

EDITOR'S NOTE

Received date: January 9, 2020 Acceptance date: April 1, 2020 Modification date: April 27, 2020 https://doi.org/10.7440/res73.2020.09

AUTHOR'S NOTE

The empirical material presented in this article is a product of the first author´s doctoral dissertation “Reconstrucciones de la cotidianidad en el pueblo Awa: espacios minados, tiempo natural y sobrenatural” (2015). The research was carried out as part of the anthropology doctoral program at Universidad Nacional de Colombia, with the “Bicentenario” scholarship funding granted by COLCIENCIAS (528 de 2011). The School of Psychology at Universidad el Bosque, Colombia, supported us in preparing this article.

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Article 7. The State recognizes and protects the ethnic and cultural diversity of the Colombian Nation. Consejo Superior de la Judicatura and Corte Constitucional de la República de Colombia (1991; authors’ translation)

The Colombian Armed Conflict and the Juridical Framework for Reparation

1 America’s longest armed conflict has taken place in Colombia, and has been influenced, from the beginning, by the presence/absence of the State in different parts of a geographically rugged territory, and by unequal access to land. Armed groups, such as the internationally known Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP) and Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) among others, identified with both left and right political ideologies, and they emerged and demobilized in different historical periods.1

2 From 19852 to 2018, there were eight million seven hundred ninety-four thousand five hundred forty-two (8,794,542) people registered as having been affected by victimizing events in the context of the armed conflict in Colombia. These events included forced abandonment or dispossession of land, terrorist acts, attacks, combats, harassment, crimes against sexual integrity and freedom, forced disappearance, forced displacement, murder, kidnapping, torture, forced recruitment of children and adolescents, and damage from landmines, unexploded ordnance, and improvised explosive devices (UARIV 2015a).

3 As a response to these situations, the Colombian government created a legal framework: Law 1448 of 2011, known as the “Victims’ and Land Restitution Law” (Congreso de la República de Colombia 2011). Through measures of humanitarian aid, attention, assistance and comprehensive reparation for the victims, the purpose of the legislation is to “reclaim human dignity and allow victims to assume full citizenship” (2011, 9) by way of the implementation of juridical, administrative, social and economic mechanisms, both individual and collective, that are determined through the Victims’ Attention and Comprehensive Reparation Route foreseen by the Victims Unit (UARIV 2015b). This legal framework was integrated into the transitional justice system implemented in Colombia in the last decade, prioritizing the victims, by contrast to a previous process established by Law 975 (Congreso de la República de Colombia 2005) – “Justice and Peace Law” –, which prioritized disarmament, demobilization and reintegration of combatants into civilian life, leaving the promised justice for people harmed by the war as a secondary issue (Vera Lugo 2016).

4 From a pluricultural context like the Colombian one, exposed to past and present colonialism and a conflict that seem endless, this work problematizes the epistemes that inform two closely linked statutes underlying the processes of transitional justice: law and science. The latter, of special interest in this work, is understood as a regime of truth (following Foucault 2011) that strengthens the content of rules, regulations and actions or forms of government that guide the former – Law – and institutions (Hansen and Stepputat 2001; Herzfeld 1992; Das 2000).

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5 In what follows, we will describe elements of the theoretical framework in which the key discussions of this work are inscribed. We then focus on the findings of an ethnographic investigation conducted between 2011 and 2014 with victims of antipersonnel mines planted by the indigenous Awa people in southwestern Colombia. Following this, we discuss the management of suffering in Colombia by way of providing, on the one hand, details about the bureaucratic routes in which law and science converge, guiding the action of professionals and the way in which reparation of the suffering of victims in Colombia is managed. On the other hand, we discuss the denunciations issued by victims’ organizations, scholars and public institutions, about the non-relevance of the reparation measures to the people affected by the conflict. Although the aim of this work is not to draw a comparative reading of the phenomenon, we wish to offer a critical look at the challenges of the implementation of reparation in transitional justice processes conducted in pluricultural contexts. As such, the discussion is supported by theoretical and empirical evidence about the management of suffering implemented in other countries of the continent. Finally, we articulate these arguments with an ethical-political reflection that suggest an action research agenda committed to the deconstruction of institutions, as a possible route to closing the extensive gaps that separate us from the situated understanding of our problems.

Theoretical Framework

6 The discussions proposed in this article fall within the framework of the anthropology of violence and social suffering (Jimeno 2019; Ortega 2008; Das 1995 and 2000; Kleinman 2002; Kleinman, Das and Lock 1997; Scheper-Hughes 1992). From this perspective, suffering is defined as an “assemblage of human problems that have their origins and consequences in the devastating injuries that social force can inflict on human experience” (Kleinman, Das and Lock 1997, ix). This definition seeks to focus our attention on the network of power relations that shape the systematic logic of violence, and the people’s fields of possibilities and social action.

7 Within this framework, two discussions are of our particular interest. On the one hand, the updates of the violence that take shape in what Ortega (2008), paraphrasing Veena Das, enunciates as the expropriation of the personal experience of suffering that the State exercises in the administration of suffering. According to the author, “through rhetorical and institutional mechanisms that substitute the authority of the victim over their pain and their condition of suffering, by the criteria of technical language” (2008, 37; authors’ translation), the State legitimizes its idea of social order, its interests and the epistemic violence that underlies the subalternizing power of specific social sectors. Multiple works have contributed to these particular discussions (Das 2000 and 1995 Kirmayer 1996; Kleinman 1986 and 2008; Pupavac 2001; Scheper-Hughs 1992; Summerfield 1999; Theidon 2004).

8 On the other hand, from this theoretical framework, there are relevant discussions regarding the practices that, in the midst of pain and suffering, express the capacity of human beings, “to appropriate the pernicious marks of violence and re-signify them through the work of domestication, ritualization and re-narration” (Ortega 2008, 43; authors’ translation). Based on this theoretical sensitivity, different authors have coined categories to explain and visualize localized modes of the elaboration of pain,

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the restoration of dignity, the claim for justice, and political vindication (Jimeno, Castillo and Varela 2010; Theidon 2004; Burnyeat 2015; Acosta 2016; Vera Lugo 2016).

9 Finally, this work sympathizes with the critical literature on transitional justice that questions the generalizations managed in conceiving reparation and more conscientiously details the different possible meanings of this conception in different parts of the world and from a local perspective (Nagy 2008; Pupavac 2001; Mc Evoy and McGregor 2008; Zolkos 2014).

Reconstructions of Daily Life among the Indigenous Awa People

10 The Awa ethnic group, a population of around 37,000 inhabitants, is located in the department of Nariño in southwestern Colombia (see Figure 1). The area in which they have settled in the tropical rainforest of the Andean foothills is propitious for growing coca (the main asset of organized illegal armed groups) and has proven to be a strategic corridor for the transport of narcotics through the Pacific Ocean. The use of antipersonnel landmines by the guerrilla in the territory was a mechanism used to protect the illicit crops that the government has been trying to eradicate since the early 2000s. It is in this context that the main victimizing events against the Awa community occurred. In 2009, two massacres were perpetrated by the FARC guerrillas in their territory leading to their mass displacement. From the time of those events through to 2011, over fifty homicides, one more massacre and two other mass forced displacements were registered (ACNUR 2011). These events were added to the list of victimizations that the indigenous suffered, which also included crimes against sexual integrity and freedom, forced disappearance, forced recruitment of children and adolescents, and damage from landmines, unexploded ordnance, and improvised explosive devices, among others (ACIN 2017).

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Figure 1. Maps of Tumaco in Nariño, Nariño in Colombia, and Colombia on the globe

Source: Elaboration by the authors with data from http://ccai-colombia.org/files/images/ MunsNarino_Tumaco.jpg

11 The result of a multi-sited ethnography (Marcus 1995), the following empirical material seeks to show one of the local and plural expressions of suffering and the reconfiguration of life after a critical event in the context of the Colombian conflict.3 Based on the question of socio-culturally distinct forms of suffering and reconstruction of everyday life (Das 1995), local and trans-local narratives were explored in order to understand the link between dynamics expressed in the local territory and political, scientific, and cultural dimensions of larger magnitude (Sahlins, cited by Ortner 2006).

12 During 2012 and 2013, participation in rituals, assemblies, mingas, moments of leisure, meetings with members of the indigenous government, school activities and long conversations –the kind you have in the kitchen–, took place in two of the Awa settlements (Inda Sabaleta indigenous reservation in Llorente District, municipality of Tumaco, and in the El Verde property, a district of El Diviso, municipality of Barbacoas). Fieldwork was also conducted in Bogotá, Tumaco, and Pasto.

13 This work highlights the gaps between conventional codes of psychiatric and psychological nosology and local ways to experience and treat the damage caused by war. In what follows, we retrieve some ethnographic fragments of this research in order to describe the context of violence throughout the case of the Paí’s family belonging to the Awa people. In this family, such gaps had devastating effects, exposing them to situations of high vulnerability, which is why a close relationship and accompaniment was maintained.4 We will later discuss different issues associated with the management of suffering in Colombia, and concentrate on the ethical and political implications of the epistemic frameworks that inform the formulation and implementation of reparation measures in a pluricultural country such as this one.

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The Case of José’s Mother and Sister

14 José, a 16-year old young indigenous man, died on August 10, 2012, after he activated a highly destructive landmine as he walked to work, in an area where the FARC had recently caused an electricity pylon to collapse. The material and personal consequences of José’s disappearance for the Pai’s family were devastating. The thirteen members of the family group adjusted their domestic roles –according to age and gender– to restore their subsistence economy, which was mainly supported by the deceased young man. Nevertheless, a year after his death, the women of the family, Marta and Luz Mari, were suffering in a way that worried the rest of their relatives, especially because the treatment provided by the professionals at the township’s health center had no effect on the hielo de muerte (ice of death). As Miguel, 43 years old, Luz Mari’s husband and Marta’s son-in-law, said: Marta, [José’s mother, 36 years old] was recently really sick, and we had to take her to the doctor. And she [Luz Mari, José’s sister, 18 years old] was sick as well and is currently taking drugs, but I took her elsewhere, now she is not taking medical drugs. She has been tormented by an hielo de muerte, […] like a bad air [mal aire], like a sickness of the spirit, because she suffers a lot because of her brother’s death […] Now, they (traditional doctors/shamans) are giving her a medicine and it did her good, because the medicine from the other doctors didn’t help her at all. I made them give her vitamins, physiological saline, but nothing happened! It made her worse. Right now, she is relaxed, she has been taking the remedy for two weeks. And she has a bottle of the remedy, which has to be mixed with aguardiente and she has to bathe in it for a whole afternoon and pray three Our Fathers, asking for forgiveness so that he [the deceased] would forget her. That really calmed her down, right now she is calm. (Interview with Miguel, Tumaco, August 2013; authors’ translation)

15 José’s relatives reported that Luz Mari had been losing weight progressively for a year. According to José’s sister, she felt lazy, sleepy, sad, bored, her vision was blurred. In this context, the family reported that the treatment provided by the doctor did not work and that only two weeks before they found a “doctor” (shaman) who provided the diagnosis and effective medication to cure her sickness. According to the father of the deceased: A woman arrived, she first saw her, touched her skin and said: “it’s sticky, something is killing her” and it was true. That day, it was as if she had just been taken out of the grave, pale. […] She gave her a pink cream in her little hand like this [she rubbed his hand with the fingers of the other hand] and she gives her a little mirror, with which she covers her hand and in the mirror everything emerged. In that mirror you can see all the lines of the hand and everything is there. She had an empty heart [corazón vacío] she said, because of the ice that was killing her. […] she gave her three bottles with the drops and a bottle of the remedy which had to be blessed. It had to be rubbed on her body in the afternoon... and some remedies with butter and aguardiente. The butter has to be rubbed, not drunk, the drops are to be swallowed; first she said “take 40” and then she said, 50. Those drops are strong, right now she is calmer […] Those herbal remedies that they make are really effective. A doctor [referring to allopathic doctors] does not know how to cure these sicknesses. Look, I have spent up to 100,000 pesos in medicines [overspending for his budget] and she gets sick again, I spent a lot and they have never worked. Doctors even took tests and the results are always normal. (Interview with Miguel, Tumaco, August 2013; authors’ translation)

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16 The texture of her skin and the projection of her hand in the mirror, constituted the diagnostic technique to reveal the problem: Luz Mari had an empty heart because of the ice of death, and that was killing her. It became clear that the treatment should include taking drops, cream to rub, blessed aguardiente, and remedy and baths with prayers at a certain times of the day, for the deceased to forget his living sister. Thus, the Luz Mari’s obvious improvement reaffirms, among her relatives, that herbal remedies and “their” [indigenous] diagnostic tests are more effective than the ones used by the colonos (as mestizos are pejoratively called by the indigenous of the region).

17 Marta’s situation was different. His mother’s pain resulted in symptoms such as “stomach ache,” “dizziness,” “headache,” “drunkenness,” “oversights,” “suffering in thought,” remembering her son “torn to pieces,” “something burning inside,” “something burning in the belly.” This set of somatic, psychic, thermal and visceral simultaneous manifestations, according to Marta’s partner, the father of the deceased, were symptoms of a “scared heart” (corazón asustado): “A fear that has stayed inside her heart.” So, body experiences, memory, reverie, thoughts, weakness, and pain intermingle to express suffering among Awa women.

18 In Marta’s case, there was no diagnostic technique or ancestral treatment due to their shortage of money, as shamanic interventions are expensive. Instead, other cultural and social responses appeared to help her deal with the grief. In her dreams, a flow of images and actions of her dead son, interpreted with the community’s help, allowed her and the deceased to fulfill wishes and expectations. These are, according to the ethnographic research, the oneiric narratives. As the mother explained, dreams allowed her to satisfy the dead boy’s hunger: “Three times I left him the dish [...] then he no longer asked me for food” (Interview with Marta, Tumaco, August 2013; authors’ translation); to know the place where he lives: “in dreams, he dreams of me and takes me along a nice pathway, wherever he lives” (Marta, Tumaco, August, 2013; authors’ translation); and through the father’s oneiric narratives to finally confirm his son’s deserved dignity: “His dad too dreamed of him [José], and he said to him, ‘I got a good job,’ ‘Come, let’s work here because I’m fine, I don’t go around treading on mud stomping mud, I’m quite at peace, with work, without suffering, I’m settled’” (Interview with Elkin, Tumaco, October 2012; authors’ translation).

19 The dreams constitute the time/space from which supernatural spirit acts are shown. Women’s narratives and symptoms allow a glimpse of particular notions of life and death. From these, suffering and dreaming of the relatives of the deceased externalize a continuity between the spiritual and the material, which gives the dead an important role in the management of the experience of grief.5

20 What is the perspective of the professionals at the township’s health center of the health care of victims like Marta? The following ethnographic fragment corresponds to an interview which took place in 2017, with the head nurse of the nearest health center to Marta’s house, in Llorente (the closest health care point available to people impacted by victimizing events occurring in the indigenous reserves, and from which they are referred to Level II and Level III hospitals, depending on the severity of the damage). A question about the interactions between the indigenous people and health professionals revealed interethnic frontiers that not only involve stereotypes related to the “civilized and wild” according to the color of people’s skin, but the way in which human precariousness is increased by these frontiers:

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Nurse: the doctor has to examine the patient based on the clinical manifestations; the clinical manifestations say it all. The signs and symptoms, whether the patient is distressed, has a fever, the symptoms, the clinical profile. Researcher: And if the diagnosis is outside the regular codes of the clinic, for example, there are diseases like chutún, mal viento, mal aire, hielo de muerte... Nurse: Actually, these diseases produce signs and symptoms, for example, fever, vomiting, diarrhea, stomach ache, so that is what is treated. We treat fever, diarrhea, so they are all sent for tests [...] sometimes it turns out that it is true, it exists. So it is. The doctors give them everything; they give them a thousand drugs but the patient only heals once they take him to the shaman. The indigenous still practice that a lot: the healers, the herbs [...] You’ve been there, right? For example, the indigenous who are already civilized are those who have kitchens. They [the “uncivilized/wild”] live in wooden houses; they make a single deck and they all live there. They do not care much about cleaning, being hygienic, that’s why they get sick, they are very unhygienic because they don’t know what it is to bathe, to use a perfume, deodorant. (Interview with Nurse, Tumaco, August 2017; authors’ translation).

21 This expresses the distances between systems of knowledge, one Western, hegemonic, and another indigenous, non-hegemonic. The ineffectiveness of the former and the effectiveness of the latter (even if it is clearly delegitimized by the nurse), according to the experience of the Paí Family and the discourse of the nurse, question the “universality” of the human response to adversity and the notion that the experience of pain is likely to be addressed by clinical techniques that are based on the Western idea of human beings. This shows, on the one hand, the interconnections between the epistemic violence anchored in institutions and the worsening of suffering, and, on the other, the existence of mourning practices based on a very rich ethnic heritage.

22 Far from any universalism, the validity of knowledge should always be contextual because it is produced and reproduced by the sociocultural experience (de Sousa Santos and Meneses 2017). In this sense, it is relevant to attend to the sociocultural elements that make viable oneiric narratives and the plural diagnostic and therapeutic systems of the aforementioned case. The Awa settlements are located in the jungles and mountains of the Colombian-Ecuadorian border area. Different anthropological works on this ethnic group (Cerón 1986; Parra 1989; Osborn 1991) affirm that important migratory processes towards places of very difficult access in the Andean foothills, motivated by dynamics of colonization, have caused the reproduction of material and symbolic logics of organization of life, underlying a spiritual syncretism. In it, converge codes of their worldview and of Catholic tradition.

23 Understanding this syncretism from the perspective of members of the Awa people (or “mountain people,” as this Awapit language word is translated into Spanish) that remain in the territory and exercise their ethnic and territorial autonomy, implies a recognition of the fact that the mountain underlies the “origin,” the “raison d’etre,” the “identity,” the “wisdom” and the “autonomy” of the indigenous. For them, the relationship with the mountain or the territory is neither instrumental nor is it appropriation; the mountain and the Awa are one (UNIPA, CAMAWARI and ACIPAP [n. d.], 5).

24 This defies the dualisms of Western modern thought. To say that the Awa and the mountain are one and the same, requires evidence that the use of words such as “imbrication” or “man-nature continuum,” would not be the most appropriate to assume this epistemological challenge and to explain that this is not about two

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exteriorities. For them, a single reality between the material and immaterial is configured through a territory that shapes a rich spiritual life (Cerón 1986; Parra 1989; Osborn 1991). According to the Awa People’s Ethnic Safeguard Plan, the mountain is made up of spiritual beings: “For us there are different and numerous sacred places within our territory. Within our worldview a sacred site is the place where spirits […] dwell, and with whom Awa must live daily, respecting and obeying their rules and protecting us from the diseases they can cause us when we fail to comply [...] Our spirituality is in the whole territory, because for us everything has a spirit” (UNIPA, CAMAWARI and ACIPAP [n. d.], 8-9; authors’ translation).

25 According to Cadena and Paí Nastacuás (2006), when an Awa dies, his spirit leaves the underworld and begins to be part of the spiritual world, or the world above, a supernatural space from which incorporeal beings that inhabit the sacred places of the mountain, regulate the ways in which the natives act before their surroundings influencing their daily life. In the cases cited above, by way of dreams or diseases. Thus, from this “other” epistemology, there is no differentiation between spirit and nature and between the Awa and the territory (Cadena and Paí Nastacuás 2006; Franco 2016).

26 That is the why somatic and spiritual ills, such as illness or grief, are expressed indistinctively in either the incarnate or psychological existence. The diagnostic and therapeutic system derived from their worldview names and treats the ills of the person as a whole, without cleaving the soul and the body: “empty heart” and “scared heart” are expressions of this conception. Among the Awa, both life and death, both the material and the spiritual, are levels of existence (Parra 1989). Death is not understood as the finiteness of life or existential disappearance. Life means being possessed of spirit, which is why “death” actually constitutes the transition to life in another existential world. To understand life, one has to understand death, as they are not two opposing states.

27 This is the framework of meaning that enables oneiric narratives that affirm the existence of a life that follows death. What is more, the holistic experience of pain named under the categories of corazón vacío, corazón asustado and hielo de muerte, are expressions of a culturally-situated diagnostic and therapeutic coping system supported by a particular worldview which is at the heart of the psychosomatic uniqueness of suffering (not recognized by a Western medical standpoint). Both, dreams and sickness, exhibit notions and categories that express the various possibilities of time and space, of human life and death, of suffering and the re- composition of life following adversity.

28 Other works on dreams in victims of violence, problematize singularities like these. In the process of transitional justice in the Republic of Peru, sleep experiences were witnessed by Quechua-speaking victims of the conflict that took place between 1980 and 2000, and were visible in the report of the Truth and Reconciliation Commission (Comisión de la Verdad y la Reconciliación 2003).6 These were documented by the anthropologist Arianna Cecconi (2011 and 2013) and linguist Luis Andrade (2005). On the one hand, Cecconi questions the dualisms of the Western context; rejects the general claims of such dichotomies in pluricultural contexts; challenges Western assumptions about body and mind; declares that dreams “seem to interact with the whole person” (2011, 411), and proposes that they should be used to go beyond the hegemonic view. On the other hand, Andrade underlines the therapeutic function of dreams through which dead relatives or divinities intervene on the dreamer’s ills by

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relieving them: “Years after the nightmare unleashed by the murderous project of Sendero Luminoso and the racist, violent and bewildered response of State institutions and the ruling class, in the dreams of the inhabitants of the Andes there is still a valuable space to comfort themselves from the sorrows, threats and fears of everyday life” (2005, 20; authors’ translation).

29 In the next section, we describe the bureaucratic routes inserted in the apparatus of institutions involved in the management of suffering and we present, in order to support our arguments, some academic works that problematize the reparation processes.

The Bureaucratic Routes for Managing Suffering in Colombia

30 According to de Sousa Santos and Meneses, “a vast institutional apparatus (universities, research centers, expert systems, technical opinions)” (2017, 9; authors’ translation) was configured in the South, supported by a capacity to confer intelligibility to one’s social experiences characterized by the “loss of a genuine self-reference” (2017, 8; authors’ translation), making it almost impossible to have a dialogue among diverse social groups. This category and its institutional anchoring constitute an interesting lens through which to analyze structural dimensions that are at the base of the reproduction of violence and suffering, even when in the legislation there is political will aimed at repairing the damages caused to particular groups of human beings by war. In this section, we describe the existing institutional, conceptual and technical provisions for the management of suffering in Colombia, the predominance of homogenizing, medicalizing and depoliticizing perspectives on suffering and the reception of these among communities of victims and social organizations. Following this, we deal with some ethical political reflections.

31 The Colombian State’s acknowledgment of a victim begins with a registration of individual or collective victims in the RUV (Single Registry of Victims). Once registered, the UARIV (Unit for Comprehensive Care and Reparation for Victims) and the SNARIV (National System of Comprehensive Care and Reparation for Victims) execute the necessary actions for the victim to be able to access four of the five measures of comprehensive reparation contemplated by the Law (which may be individual, collective, material, moral or symbolic): administrative compensation; rehabilitation, which consists of medical, legal, psychological and social care; satisfaction through the “restoration of the dignity of the victim and dissemination of the truth about what happened”; guarantees of non-repetition, and land or housing restitution. The victims access one or several of these measures, depending on the damages suffered and the type of victimizing event.

32 To determine the severity of the damage caused and fulfill those measures, this Law gives prominence to the expert knowledge of law, medicine, psychology, social work, and social psychology. In this work, we are especially interested in the last three of these professions, as they were the ones called to guide the design and implementation of individual and collective actions aimed at rehabilitation; everything from a Rights- Based Approach,7 a Psychosocial Approach,8 a Do No Harm Approach,9 and a Differentiated Approach.10 The actions reported by this expert knowledge were systematized in the so-

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called Victims Psychosocial Assistance Program (Programa de Atención Psicosocial a Víctimas – PAPSIVI) designed by the Colombian Ministry of Health and Social Protection (2017).

33 This document establishes three levels of care: counseling, therapeutic support and referral to specialized mental health services. In the last case, the care provided to the victim occurs in the context of the conventional Colombian health system, where criteria are based solely on broad principles of the ICD-10 (WHO 1992) and DSM 5 (APA 2013) nosology, which focus on the notion of trauma. Based on this notion as a hegemonic category for naming suffering, the main diagnostic manuals for mental disorders categorize symptoms from direct or indirect exposure to highly stressful events under different names of psychiatric disorders, which are thought to be subject to clinical and psychopharmacological intervention.

34 Some scholars have introduced relevant debates about the re-victimization of people affected by war in Colombia after Law 1448 of 2011. The work of Colombian psychologist, Fredy Mora-Gómez (2016) discusses some significant elements about the technical particularities of the PAPSIVI. Specifically, Mora reveals how COLPSIC (Colombian College of Psychology) and academia have informed the construction of the interventions implemented through PAPSIVI. According to the author, some academic institutions propose the implementation of “models” and techniques to provide mental health care to victims that include: “the Narrative Exposition Technique (NET) and brief therapy models for managing PTSD, depression [and] anxiety” (Mora 2016, 137). Despite the ostensible precision of the techniques, the author adds that COLPSIC reported “weaknesses in the implementation of group and individual interventions that provide a full response to people’s particular needs (… with different regional origins, etc.)” (COLPSIC in Mora 2016, 138). In his thesis, “Reparation Beyond the Statehood,” the psychologist uses the expression “Repairing Betrayals” to refer to the practices of professionals and participants during psychosocial assistance interventions, which modify the protocols by recognizing themselves “as experts in the management of their own vital memories” beyond “the empirical validity of the device or the scientific knowledge […] and the empirically validated psychotherapies interested in referring symptoms, modifying ‘dysfunctional’ behaviors, or producing effectiveness indicators” (Mora 2016, 139). Mora concludes that reparation “cannot be designed” (2016, 199) because it emerges from each individual’s particular circumstances and own experiences.

35 Public documents have also shown how these measures challenge the responsiveness of experts. Indeed, in 2015, the Colombian Ministry of Health and Social Protection showed that according to the allegations made by organizations of victims of violence: “There are currently practicing professionals who are untrained in the ethical-political, conceptual and best-practice foundations for the care of victims of the conflict” (Ministerio de Salud y Protección Social de la República de Colombia 2015; authors’ translation).

36 In 2016, the Psychosocial technical committee, formed by civilian organizations and independent professionals, brought the following complaints to Colombian Congress after monitoring protocols and actions for psychosocial attention: “[there are] harmful actions, re-victimization and a deepening of the ways in which people are affected”; “inability to comprehensively approach the particular symptoms and effects manifested by the victims” and “conceptual setbacks […] in the current care guidelines

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from the Ministry of Health, where the focus of policy is limited to mental health” (Congreso de la República de Colombia 2016, 2; authors’ translation).

37 There is an interesting cluster of academic works dating back to 2015, prepared by artists and professionals of social and legal fields that document individual and community emotional recovery practices, emerging outside the protocols and expert knowledge. These works describe concrete uses of the category of victim managed by local communities and performative practices that allow victims to resignify the critical event, update and dignify their vision of themselves, recognize ways of exercising citizenship, fuel the historical and intergenerational memory, mobilize social empathy and advance processes of political claim (Vera Lugo 2016; Acosta Sierra 2017; Rengifo Carpintero and Díaz Caicedo 2018; UARIV 2019; Delgado Barón 2015).

38 Many works criticize the lack of responsiveness in bureaucratic and scientific settings designed to deal with individual and collective harm in contexts of war and critical events (Das 2000 and 1995; Kirmayer 1996; Kleinman 1986 and 2008; Pupavac 2001; Scheper-Hughs 1992; Summerfield 1999; Theidon 2004; Zolkos 2008). In these, a number of concepts have been introduced to denominate the substitution of local categories of pain and damage for hegemonic medicalizing notions.11 Some of those concepts include, for instance, the category fallacy with which Arthur Kleinman name the “reification of one culture’s diagnostic categories and their projection onto patients in another culture, where those categories lack coherence and their validity has not been established” (2008, 14-15), or the spiritual failure, the term used by Veena Das (1995) to refer to the denial of other’s pain by the managerial logic of the State.

39 Undoubtedly, the evidence and indications presented in this paper reiterate these arguments and coincide with others associated with epistemic violence exercised by institutions, broadly conceptualized from a postcolonial perspective (Castro-Gómez 2010; Mignolo 2000; Escobar 2003) and from the epistemologies of the south12 (de Sousa Santos and Meneses 2017). Some of the papers that document pain management in multicultural contexts in Latin America during transitional justice processes coincide with the arguments introduced. The work of Diane Nelson (2015), Who Counts? The Mathematics of Death and Life After Genocide, on one hand, makes structural dimensions of epistemic violence explicit. In it, the author describes, the threats of physical and symbolic extermination exerted by the Guatemalan State on Mayan civilians during the post-conflict that followed the civil war and the genocide between 1960 and 1996. It also addresses the struggles that they undertook for the recognition of their systems of classification and categorization of the world, of their ways of naming and mathematically counting lives and deaths, and being counted as lives that matter.

40 On the other hand, the work of Castellón and Laplante (2005) about mental health in people affected by the armed conflict in Peru, reveals cases of denunciation to the Peruvian State for the violation of the right to health protection, due to the lack of institutional structure; the lack of actual implementation and application; discrimination and stigma that make it impossible for victims to access their rights. In this same line, Theidon, in Entre Prójimos, denounces the ineffectiveness of the diagnosis of post-traumatic stress disorder to capture the meaning of the native and communal categories of suffering, such as “forgetful heart (qonqay sonqo)” (2004, 42), used to refer to the heart as the place where thoughts, emotions, and memory reside.

41 These works echo the critical transitional justice studies that question the therapeutic nature of transitional policies that medicalize and depoliticize trauma and assume

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suffering as a condition that highlights the limits of dominant discourses on experiences after violence (Zolkos 2008). Everything seems to indicate that the processes of transitional justice open the structure of possibilities in which the vast apparatus of institutions (of law), informed by generalizing rationalities (and science), are stressed against the contradictions of the moral duty to repair, the non-capacity of response, the worsening of the damage, and the emergence of locally situated practices and performativities, outside the State. The ethnographic material exposed above highlights, on one hand, the great difficulties of self-referencing derived from the enormous apparatus of reproductive institutions of a mestizo subject (of which we –the authors– are part), which insists on univocal visions of human beings. On the other hand, they are contributions to the documented evidence of the practices that restore dignity that victims have been performing outside of the “official discourses of reparation” in Colombia. Experiences such as the ones described in this work (informed by people’s own knowledge and made possible by their sociocultural repertoires), located on the margins of “the official discourses of reparation,” are disseminated and witnessed as mechanisms that facilitated the elaboration of pain and the restoration of dignity.

Conclusion

42 This paper problematizes the epistemes that inform two closely related statutes, underlying the processes of transitional justice: law and science. The loss of self- reference appears to be maintained by the “expert” knowledge dislocating the institutions from a situated social experience. The descriptions that show the voices of the victims added to the contributions of Colombian researchers shown in this paper, together with the ethnographical evidence of the technical impossibility of recognizing different meanings and particular ways of naming and healing suffering or pain in a war-affected pluricultural context, raise an ethical-political reflection about the validity of the criteria used to explain the other, that assumes the superiority of the mestizo.

43 In Colombia, the facts suggest that perhaps the longest armed conflict in America, together with the victimization of almost 20% of the population, was a way to bring to public discourse an explicit awareness of the diversity that constitutes the territory, although it is not yet expressed in actions that effectively indicate the symmetry of such differences. Are not the clues, evidences and theoretical collections exposed in this work, sufficient elements to prioritize an action-research agenda that reorients our gaze towards higher education institutions, towards university-trained professionals and towards those who intervene in the life of others under the statutes of law and science? What happens if we shift the gaze from those others who are usually fragile, violated and marginalized, and we become the object of study? Is this loss of self- reference not an aspect associated with the reproduction of people’s unequal access to their rights, making them more precarious?

44 We believe in the need to radicalize a research agenda capable of systematically objectifying the dialectic between the logics of production, reproduction, and consumption of knowledge and the modus operandi of the institutions through a sociology of science, an anthropology of knowledge and of institutions, and a social psychology that makes self-reflexivity a cultural code, capable of supporting the

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construction of policies sensitive to the multiplicity of forms of existence. We urge researchers and academics to question the training and emergency processes of professional groups; the formal and informal production of epistemes and sensitivities associated with one discipline or another; the production and reproduction of ideas of truth, of systems of interpretation that condition the ways in which we understand the world; the starting points of the thoughts; the exercise of professions in community and institutional, public and private spheres; the self-perception of the professional role in these contexts; the deconstruction of preconceptions and the construction of the so-called “good practices” located in the same contexts. We urge the reader to distrust the tendency to overturn the gaze on the vulnerable other. Standardized discourses on wellbeing, development and quality of life, that do not distance themselves from homogenized ideas of reality, and that ultimately have an impact on a modeling of the technique, the professions, and the institutions, are hidden behind this tendency.

45 The findings presented in this paper reiterate the capacity of otherness to put under pressure established forms of knowledge by contesting the current epistemological regime, to challenge the epistemic violence and to expand political possibilities of ontology through an intercultural dialogue or ecology of knowledge.13 The challenge involves deconstructing notions, actions, and institutions. This allows for a moral and political practice, committed to the dignity and respect for the difference of those who, owing to historical inequities, have been exposed to physical violence in the name of war and to symbolic violence in the name of science.

46 Acosta, Angélica. 2016. “Yo sabía que ser denunciante me iba a cambiar la vida.” In Etnografías contemporáneas III: las narrativas en la investigación antropológica, edited by Myriam Jimeno, Carolina Pabón, Daniel Varela and Ingrid Díaz, 299-326. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.

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NOTES

1. The Revolutionary Armed Forces of Colombia (FARC) were officially formed in 1964. The United Self-Defense Forces of Colombia (AUC) was formally formed in 1997, supported by members of the public force, social elites and the Colombian business class. The actions of both groups involved drug trafficking, illegal mining, the use of anti-personnel mines, murder, kidnapping for political purposes or extortion, and terrorist attacks with bombs and unconventional weapons. The confrontation between the guerrillas and the Army and the self- defense groups led to the forced displacement of civilians, the recruitment of minors and the destruction of public infrastructure. The FARC demobilized in the framework of the Havana Agreements signed in 2016 under the government of Juan Manuel Santos. The demobilization of the AUC was part of a process characterized by high degrees of impunity guided by Law 975 of 2005, also known as the Justice and Peace Law, established during the government of Álvaro Uribe (Grupo de Memoria Histórica 2013). 2. Even if there are uncountable victims prior to this year, 1985 is the date that Law 1448 of 2011 establishes, in its third article, the starting point for victims to access to comprehensive care, assistance and repair measures: “Victims are considered, for the purposes of this law, those persons who individually or collectively have suffered damage due to events that occurred from January 1, 1985, as a consequence of violations of International Humanitarian Law or of serious

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and manifest violations of the Human Rights, which occurred on the occasion of the internal armed conflict.” 3. This research is based on the anthropology of war and social suffering. According to Tambiah, “the phenomena of ethnic and collective violence entail at least three large domains of inquiry” (1996, 27). These can be labeled as the anthropology of collective violence, the anthropology of displaced persons, and the anthropology of suffering. The research mentioned is located in this last domain of inquiry, which corresponds to the study of the suffering and coping at individual, familial, communal and collective levels (Das 1995 and 2000; Kleinman 2002; Kleinman, Das and Lock 1997; Scheper-Hughes 1992). 4. This research responds to a request made by the community with which the fieldwork was carried out (including leaders): to make visible the violations that currently threaten their physical and cultural existence. Although the study is broader than what is presented here, in this article we privilege this case as it allows us to elucidate the effects of the epistemic injustice expressed in reparation processes during the implementation of transitional policies. The research had the due approval of the Ethics Committee of the doctoral program to which it is attached. 5. An extensive body of anthropological works about the indigenous people of America demonstrates the function of dreams in social reproduction and maintenance of cultural order (Perrin 1990; Niño 2007; Descola 1989; Idogaya 1990; Losonczy 1990; Melis 1990). These ethnographic approaches have revealed some general principles that allow dreams to restore the characteristic values of their cultures. According to Perrin (1990) they include, first, the relationship between being asleep and being awake. This constitutes “the universal origin of the belief in the existence of soul as an entity that can be separated from the body” (1990, 7). This means that dreaming is an objective evidence of supernatural space/time; second, the connection among sleep, illness and death. The dream could be the announcement of a premonition, a symptom, or a therapeutic mechanism. And third, the relationship between the dreams and myths which reveal particular conceptions of a person and the way this idea of human being establishes relationships with the universe. 6. The context of violence in the Republic of Peru left approximately 69,280 fatalities. Of these, 79% lived in rural areas and lived in poverty and social exclusion, and 75% had Quechua or another indigenous language as their mother tongue. Data such as these showed “the seriousness of the ethnic-cultural inequalities that still prevail in the country” (CVR 2003, 53; authors’ translation). 7. In it, international humanitarian laws and human rights laws constitute the framework to “attempt to generate protection for people and goods that do not intervene in an armed conflict and has a binding effect on States and irregular groups” (Ministerio de Salud y Protección Social 2017, 40; authors’ translation). 8. “Starting from the recognition of human dignity, human rights and the damage caused during the armed conflict, we must begin to speak of psychosocial aspects, based on an integral conception of the person, which understands dignity as the inherent autonomy of every being human being, which is how one can understand people’s behavior in their ethical, legal, economic, political, religious, cultural, social and psychological context” (Ministerio de Salud y Protección Social 2017, 140; authors’ translation). 9. It considers that, the impacts of programs and projects –regardless of their good intentions– can exacerbate conflicts; so, “it proposes that, at the time of proposing the actions and evaluating their consequences, an ethical analysis of the actions should be included from the point of view of the values and principles that guide them, considering, in addition to other criteria, minimum principles –or minimum ethics– as agreements and desirable values of human coexistence in conditions of plurality and multiculturalism, based on the notions of dignity, autonomy and freedom” (Ministerio de Salud y Protección Social 2017, 32; authors’ translation).

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10. Defined in the Art. 13 of the Law 1448 of 2011 as an approach that “recognizes that there are populations with particular characteristics due to their age, gender, sexual orientation, and disability situation” (authors’ translation). 11. Theidon identifies a range of critiques introduced by authors about responses from science and the State; they emphasize the centrality of the autonomous individual who exercises control over himself and his environment; the intrapsychic sphere is privileged over the socioeconomic or political context; the spiritual plane is relegated to a supplementary axis; the mental expression of distress is normalized and the corporal expression, known as somatization, is “pathologized”; supposes that there has been a defined traumatic event and that one can speak of a “post stress” state; assumes that there is a universal response to stressful events; the traumatic event was an event “outside the range of normal or everyday human experiences”; and the treatment takes the individual as the unit of analysis and intervention (2004, 41). 12. From this frame of reference, the south is understood as a “field of epistemic challenges that seeks to repair the damage caused”; “geographic south, subjected to European colonialism,” “the south in North America and the south in Europe” (de Sousa Santos and Meneses 2017, 10, authors’ translation). 13. From this concept the plurality of the validity criteria is recognized, the horizontal dialogue among knowledge is defended and a “critique commitment and an active awareness of the power relationships intertwined in the systems of knowledge to challenge the dominant orthodoxy of the academy” is claimed (de Sousa Santos and Meneses 2017, 13; authors’ translation). Considering the close relationship between law and science, as mechanisms underlying the maintenance of the regimes of truth, there is a particular interest in this work in problematizing an epistemological dimension. We consider that putting the starting point of interpretations into discussion is a powerful element to support structural transformations of reality, which enable ontology policies aimed at decolonizing thought (Holbraad, Pedersen and Viveiros de Castro 2014).

ABSTRACTS

Internal armed conflicts have generated plural and collective experiences of pain and suffering that challenge institutions. Based on the current consolidation of a public agenda that addresses the assistance to victims of the armed conflict provided in Colombia, and an ethnographic work with the indigenous Awa people of South-Western Colombia, we problematize the epistemes that inform two closely linked statutes that underlie the processes of transitional justice: law and science. The findings of the ethnographic research lay the foundations for an ethical-political reflection that suggests an action research agenda committed to recognizing the plurality of life within the structure of the longest conflict in America, and invites us to deconstruct notions, actions and institutions.

Los conflictos armados internos han generado experiencias plurales y colectivas de dolor y sufrimiento que desafían a las instituciones. Basado en el proceso de consolidación de una agenda pública que aborda la reparación integral a las víctimas del conflicto armado en Colombia y un trabajo etnográfico con el pueblo indígena Awa del sur-occidente colombiano, se problematizan las epistemes que informan dos estatutos estrechamente vinculados que subyacen a los procesos de justicia transicional: la ley y la ciencia. Los hallazgos de la investigación etnográfica sientan las

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bases para una reflexión ético-política que sugiere una agenda de investigación-acción comprometida con el reconocimiento de la pluralidad de la vida en el marco del conflicto más largo de América, y que nos invita a deconstruir nociones, acciones e instituciones.

Os conflitos armados internos têm gerado experiências plurais e coletivas de dor e sofrimento que desafiam as instituições. Com base no processo de consolidação de uma agenda pública que aborda a reparação integral das vítimas do conflito armado na Colômbia e em um trabalho etnográfico com o povo indígena Awa do sudoeste colombiano, são problematizadas as “epistemes” que informam dois estatutos intimamente relacionados que subjazem aos processos de justiça de transição: a lei e a ciência. Os achados da pesquisa etnográfica estabelecem as bases para uma reflexão ético-política que sugere uma agenda de pesquisa-ação comprometida com o reconhecimento da pluralidade da vida no âmbito do conflito mais longo da América, e que nos convida a desconstruir noções, ações e instituições.

INDEX

Palavras-chave: Brechas epistêmicas, conflito armado, conhecimento especializado, Lei de Vítimas, sofrimento Keywords: Armed conflict, epistemic gaps, experts, Victim’s Law, suffering Palabras claves: Brechas epistémicas, conflicto armado, conocimiento experto, Ley de Víctimas, sufrimiento

AUTHORS

ANGÉLICA FRANCO GAMBOA

Ph.D. in Anthropology, Universidad Nacional de Colombia. Associate Professor at the School of Psychology at Universidad El Bosque, Colombia, and Assistant Professor at the Department of Anthropology at Universidad Nacional de Colombia. Latest publications: “En la lógica de la frontera: representaciones miopes, guerra y territorialidad en Tumaco (Colombia)” (co-author). Convergencias. Revista de Educación 1 (1): 25-44, 2018; “Fronteras simbólicas entre expertos y víctimas de la guerra en Colombia.” Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología 24: 35-53, 2016. Anfrancoga[at]unal.edu.co

LAURA FRANCO CIAN

Ph.D. student in Gender Studies: Culture, Societies and Policies, Universitat Rovira I Virgili, Spain. Assistant Professor at the School of Psychology at Universidad El Bosque, Colombia. Latest publications: “Los rostros de las mujeres víctimas del conflicto armado en Colombia: diferentes formas de violencias de género” (co-author). Revista Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses 18 (1): 624-645, 2017; “La función de la piel y de las modificaciones corporales en la constitución del Yo” (co-author). Avances en Psicología Latinoamericana 30 (1): 159-169, 2012. Lfrancoci[at]unbosque.edu.co

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