GIL PARRONDO Pasión Y Rigor Ignacio Fernández Mañas
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GIL PARRONDO pasión y rigor Ignacio Fernández Mañas GIL PARRONDO pasión y rigor DIPUTACION DE ALMERIA II FESTIVAL NACIONAL DE CORTOMETRAJES "ALMERIA TIERRA DE CINE" 1997 PORTADA: Retrato de Gil Parrondo, óleo sobre lienzo de Alvaro Delgado (1995) 1ª Edición: Diciembre de 1997 EDITA: II Festival Nacional de Cortometrajes "Almería Tierra de Cine" Diputación de Almería © TEXTOS: Ignacio Fernández Mañas © FOTOGRAFIA: Filmoteca Española Elías Palmero Villegas © DISEÑO: Elías Palmero Villegas ISBN: 84-8108-146-9 DEPOSITO LEGAL: Al-XXXXXXXX-1997 IMPRIME: Escobar Impresores. El Ejido. Almería. Impreso en España. Printed in Spain AGRADECIMIENTOS Este libro ha sido posible gracias a la colaboración desinteresada de las siguientes personas: Luciano Berriatúa Miguel Angel Blanco Valeria Ciompi Adela Cirre Enriqueta Fernández María del Carmen Fernández Manuel Gálvez Fermín Giménez Manuel González Cuervo Antonia Liébanas Alicia Potes María Jesús Ruiz Jesús Salazar Miguel Soria A María Navarro Chacón P R O L O G O LA ENERGIA CREADORA DE GIL PARRONDO. Aunque nos habíamos cruzado muchas veces, no conocí a Gil Parrondo hasta fines de 1993 cuando empe- zamos a preparar el rodaje de "LA REGENTA". Hasta entonces Gil era para mi una página mítica de la histo- ria del cine, un director artístico magnífico que, además de intervenir en cientos de películas españolas, había trabajado en películas que yo admiraba desde mi adolescencia y había sido hombre de confianza de algunos de mis directores americanos favoritos. Sinceramente, yo pensaba que Gil era un decorador inasequible para mí, y así se lo comenté a Eduardo Ducay, mi productor, cuando con toda normalidad me preguntó: "¿Qué te parece si contrato a Gil Parrondo?". Una mañana entramos en el estudio que Gil tenía en la Gran Vía y me encontré con ese hombre alto y delga- do, elegante, sonriente, exquisitamente educado, vestido con gusto impecable y, sin duda, estudiado a lo lar- go de muchos años, un tipo con estilo. En aquella primera conversación en la que ya pude comprobar que Gil se manifestaba con una modestia y sencillez admirables, me produjo una cierta sensación de aceleramiento, de sabio en las nubes, de profesor chiflado. Pero sólo fue una primera visión del personaje, que con el tiem- po consideré completamente errónea. Lo que en realidad es Gil Parrondo es un hombre hiperactivo, que re- bosa energía positiva y talento creativo, un hombre de acción que no se arredra ante una contrariedad, que encuentra soluciones para cualquier problema y que tiene el don de saber trabajar al mismo tiempo para el productor que le ha contratado y para el director de la película. Gil, que había estudiado Arquitectura y Bellas Artes, entró en el cine por la sencilla razón de que le gustaba el cine, de que disfrutaba viendo aquellas películas de Cukor y de Víctor Fleming, de Greta Garbo y de Katharine Hepburn, es decir, el cine de los años treinta de su primera juventud. Ahí encontré yo la primera de nuestras afinidades, que no son pocas, y que fueron emergiendo en aquellos maravillosos días en que localizábamos en Asturias los exteriores de "LA REGENTA". Aunque lo que más nos unió fue nuestra común dificultad para enfrentarnos con la tecnología y la mecánica, el gusto por la buena comida y la incapacidad para conducir un automóvil. 13 Gil Parrondo es la experiencia, la capacidad de comprensión de un guión y de cada uno de los personajes que están inmersos en la historia. No es un director artístico que trabaje para satisfacer su ego creativo. Trabaja en equipo y entiende que su primer deber es la lectura atenta del guión y el intercambio de ideas con el director. No va a hacer su obra, su decorado, sino a crear los espacios que permitan la mejor comprensión del argu- mento y de las ideas que contiene. Todo eso lo fui descubriendo poco a poco en el rodaje de "LA REGENTA". Cuando llegamos a Oviedo buscando la Vetusta del último tercio del XIX, caí en un cierto desánimo. A primera vista no quedaba casi nada que pudiera sernos útil. Pero enseguida Gil me hizo recuperar el aliento. Gil me enseñó que detrás del Oviedo de 1993 podíamos hallar las calles por las que habría paseado Ana Ozores y Visita, la casa en la que vivía el Magistral con su posesiva madre, los caminos por los que retozaba Petra, la criada infame. Me su- gería posibles emplazamientos de la cámara que ocultarían anacronismos que a mi me parecían insalvables. Continuamente repetía: "Esto te lo arreglo yo". Aprendí en aquellos días de la localización a confiar en él, a entre- garme a sus sabios consejos, y al mismo tiempo, a disfrutar de su compañía, de su conversación siempre enrique- cedora, de la amistad que este hombre bueno y genial me ofrecía en bandeja. De vuelta a Madrid, Gil y su magnífico equipo -el encantador Julián Mateos, que luego en el rodaje se convirtió en otra de las personas en las que yo me apoyaba minuto a minuto, y el eficacísimo Antonio Patón- se acomodaron en uno de los despachos de la oficina de Eduardo Ducay, donde preparábamos el rodaje. Aquella habitación se convirtió en pocos días en un museo improvisado lleno de teatrillos, plantas, dibujos y maquetas. Gil trabajaba sin descanso y nos sorprendía continuamente con diseños que nadie le había pedido, creaciones generosas de su magnanimidad creativa. Lo que ofrecía Gil despertaba mi imaginación, mis deseos de inventar nuevas cosas para la película, que nunca se me hubiera ocurrido sin el acicate contínuo que suponía su trabajo. Poco a poco se ha- cía evidente que Gil Parrondo era un colaborador imprescindible, un guía al que seguir a ciegas, un compañero para el trabajo y para el reposo. Cuando empezamos a rodar, Gil y yo éramos ya amigos para siempre. Discutimos algunas veces, aunque siempre en un clima de cordialidad francamente sincera y agradable. Creo que la más fuerte de estas discusiones se refirió a mi insistencia de rodar todos los exteriores en Asturias, lo que desde luego no convenía a los intereses de producción, que yo comprendía, pero ante los que quería imponer mis criterios que consideraba razonables. Por un momento pensé que Gil me abandonaba y se po- nía de parte de la producción y eso me entristeció. Fue cuando yo insistía en que la secuencia en que el Ma- gistral obligaba al viejo Quintanar a buscar por el monte a la Regenta en medio de una tormenta espectacular debía rodarse en el bosque que rodeaba al Palacio Meres en las proximidades de Oviedo, y Ducay se empe- ñaba en rodarlo en la finca del Marqués de Griñón en San Martín de Valdeiglesias. A mis quejas de que allí tan sólo contaba con diez metros cuadrados para rodar la primera parte de la escena, Gil argumentaba que po- día hacerlo y que nadie notaría la diferencia. No tuve más remedio que aceptar ante la indiscutible autoridad profesional de Gil, a quien me resultaba muy cuesta arriba enmendar la plana. Rodé con total desconfianza y 14 en la seguridad de que aquello habría que repetirlo. Cuando vi la secuencia en proyección me di cuenta de que Gil y Ducay tenían razón, y una vez que la secuencia fue montada, la considero una de las mejores de la pe- lícula. Aprendí con aquella experiencia a confiar en la experiencia de los más expertos y a valorar mis propias posibilidades para crecerme en las dificultades. En la finca del Rincón creó Gil los interiores completos del Caserón de los Ozores, un complejo que transfor- maba radicalmente el espacio original, del que aprecio especialmente el magnífico decorado en interior real que constituían la alcoba y el gabinete de la Regenta, y el despacho abigarrado del pobre Quintanar. Aún le que- dó espacio para reproducir allí la alcoba en que fallece don Santos Barinaga y el bar en que este patético personaje se emborracha en compañía de Foja, el alcalde liberal de Vetusta. De una casa completamente vacía en la madrileña calle de Santa Isabel, Gil Parrondo sacó la casa de Doña Paula, a la que imprimió el complejo ambiente requerido por la novela y en el que trabajé especialmente a gusto. Y en una calle del Madrid de los Austrias, Gil dio corporeidad a la tienda de objetos sagrados de la madre del Magistral, un decorado maravilloso al que no supe sacar todo el partido que el gran decorador imaginaba. Gil se quejó en la proyección de mi impericia, siempre en el tono amable y comprensivo que informa su talante. De su trabajo en Oviedo destacaría la fachada de la tienda en la calle Mon y la estupenda ambientación que hizo de la Plaza de la Catedral cuando nos encontramos con la inesperada y desgraciada sorpresa de que el dueño de un bar se negaba a retirar las mesas de la plaza que habíamos elegido para la secuencia de la lle- gada de la diligencia. El director de producción, el ayudante de dirección y yo nos lanzamos aquella noche a buscar una localización por toda la ciudad. No dimos con ella. Llamamos a Gil, que estaba en Madrid y se presentó a la mañana siguiente, sonriente y optimista como siempre y dijo que no había ningún problema y que en la Plaza de la Catedral la secuencia iba a quedar mucho mejor. En veinticuatro horas Gil y sus hombres lo tenían todo preparado y la plaza parecía otra. Gil Parrondo construyó un par de decorados estupendos para completar los exteriores del Parque de los Ozores: un templete que juega de manera sustancial en la historia y un arco y un callejón lateral, la localiza- ción que sirve al seductor Mesía para cortejar las turbulentas noches de la Regenta.