Musa Callejera Y Cuadros De Costumbres De Guillermo Prieto
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Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias LA IMAGEN DEL LÉPERO EN MUSA CALLEJERA Y CUADROS DE COSTUMBRES DE GUILLERMO PRIETO Tesis que para optar al grado de Maestro en Literatura Mexicana presenta: Abel Rogelio Terrazas Asesores: Manuel Sol Tlachi Carlomagno Sol Tlachi Xalapa, Enríquez, Veracruz. Agosto 2013 Índice Introducción. 1 Capítulo 1. Un caleidoscopio de escenas, paisajes y tipos mexicanos . 19 El costumbrismo literario como visión secular de la vida durante el siglo XIX . .22 México e Hispanoamérica en cuadros de costumbres: una doble marginalidad . ..34 El caleidoscopio mexicano de Prieto: un costumbrismo romántico en la poesía prosaica . .39 Capítulo 2. «Musa callejera»: la imagen disímbola de la nación . .47 La recopilación de los tipos populares para la edición final de la «Musa» . 49 Retrato hablado de léperos, leperitas y chinas . 59 Nación, patria y variedad de léperos . 76 Capítulo 3. La imagen del lépero y sus leperadas: ironía en prosa y sátira poética . 85 Ironía en prosa: el lépero es un carácter moral . 89 La imagen del lépero en voz del ilustrado y el indígena . 98 Sátira poética, un sentido teatral con humor de lépero . 107 Conclusiones . .119 Bibliografía . 122 INTRODUCCIÓN El nacionalismo mexicano buscó la homogeneización de la identidad a partir de una historia, valores y costumbres usando la difusión de imágenes idealizadas y, en la medida de lo posible, mediante iconos sobre la personificación de la nación para amalgamar las diferencias sociales.1 Si bien es cierto existe la posibilidad de rastrear el origen del «nacionalismo mexicano» en el mundo colonial, cosmos donde se fundan los principios para la normalización de las conductas morales, el conocimiento y las artes de Nueva España, también es posible indagar –paralelamente– un proceso más complejo, un devenir de la identidad mexicana con fisonomía abierta, vulnerable y porosa. Esto es, una manera de comprender críticamente diversas dimensiones de la vida social, así como una disposición para el reconocimiento de los desniveles y abismos entre hombres y mujeres, ciudades y campo, pobres y ricos, a partir del siglo XIX.2 Todo, en un juego de espejos que recrea no tanto las dicotomías, sino la heterogeneidad de una nación en ciernes. Una sociedad común –valga la redundancia− dentro de la cual se vive y es necesario transfigurar para entenderla: figurarla de manera íntima e imaginarla con ironía para ser capaces de 1 ―La nación no es una esencia primordial, sino un constructo del nacionalismo‖ es el punto de vista de la antropología social (Dietz 288), una construcción en proceso sobre diversos aspectos de la identidad, institucionalizándolos para darles legitimidad con el fin de pretender una esencia colectiva, unívoca y homogénea. Parto aquí, de una visión amplia del concepto de imagen ya que desde el costumbrismo la imagen se compone de elementos retóricos concretos como el habla popular, la ironía y la sátira social imbricadas, de tal forma que no permiten interpretar de manera lineal, unidireccional o referencialista sus «contenidos». 2 Mi punto de partida es el periodo comprendido taxativamente como el inicio de la Modernidad filosófica, a finales del XVII y principios del XIX, con el fin de delimitar el problema de la identidad antes y después de ese lapso. Este punto de referencia se justifica en la obra de Prieto debido a su conciencia sobre su época, en la que «surge una nueva especie de hombre», como producto de la industrialización y la posición racionalista que contrasta con la fe. Esta nueva especie de «hombre» es, eminentemente, citadina. 1 estar y no estar en ella, tal como lo hace Guillermo Prieto. Echarse de cabeza en ese mar de posibilidades muestra, de entrada, el ímpetu de quien decide llevarlo a cabo. Las primeras impresiones se vinculan con lo que ahora es posible comprender desde una perspectiva histórica; asimismo, el análisis y la crítica literaria se convierten en un diálogo con la obra del autor, en sus matices y deslices. Se entra también en un océano cuyos límites ya están precisados, aunque en algunas zonas haya «escollos» ricos en diversidad cultural. Ante esto, es necesario contar con una imagen del medio, un perfil de las diversas situaciones, cambios, vicisitudes y contrapartes del devenir de esa sociedad en cuestión. Así, Prieto y la nación –lo que él concibe como tal− conforman una imagen del pueblo mexicano. Me explico: su obra constituye una relación enhebrada con los grandes momentos de la historia mexicana del siglo XIX, lo cual guarda correspondencia con el concepto de modernidad latinoamericana. Me refiero, específicamente, al proceso de consolidación de las naciones en ésta región, mucho antes de lo que Ángel Rama explica sobre el periodo comprendido entre 1870 y 1910: la democratización de las formas artísticas mediante un uso selectivo del léxico, la sintaxis y la prosodia del español y el portugués hablados en América, y la invención de formas modernizadas (capaces de integrar otras, tradicionales y aun populares) adecuadas a los sectores que cumplían la transformación socioeconómica; un reconocimiento mejor informado y más real que antes, de la singularidad americana, de sus problemas y conflictos, de las plurales áreas culturales del continente (83). Vale la pena citar esta valoración exhaustiva con el fin de constatar cómo llegaron a construirse todas esas características en relación con la conciencia de la identidad 2 mexicana, en un marco general latinoamericano y, en particular, en lo que respecta a la obra de Guillermo Prieto.3 Podría pensarse que este autor es por sí mismo un escritor moderno, un poeta digno de ser estudiado por su lugar en la vida política mexicana; no se diga que única y exclusivamente por su producción poética, ante la cual es inevitable dilatar las categorías y los géneros literarios. Es moderno, precisamente porque su estilo es un vasto proyecto, un arrojo y a la vez una recuperación de tradiciones y moldes a la hora de llevarlo a cabo. A él le correspondió elaborar los primeros postulados sobre la mexicanización de la literatura, en el marco de un costumbrismo cobijado por ideas liberales de cuño. Para entender este proceso, es necesario considerar sus conceptos de «pueblo» y «nación», puesto que ambos excluyen cualquier peyoración política, tal como se entienden actualmente. Constituyen más bien, una verdad común y una revelación poética imbricadas. Para este escritor, el pueblo es el populacho y como tal, tiene las posibilidades de ser libre o caer en los vicios del periodo histórico pasado, que es el proyecto conservador de aquella época. El pueblo de Guillermo Prieto lo constituyen los léperos y las chinas, una clase heterogénea comprendida en sentido irónico y satírico.4 Lo irónico es que a los léperos y las chinas –propiamente dichos– les constituye su carácter moral. Pero su moral y costumbres 3 Habermas en El discurso filosófico de la Modernidad define, desde la teoría crítica, una modernidad como autorrepresentación vinculada a la filosofía de la historia, cuyo carácter es la retrospección ilustrada del tiempo en una tensión que articula lo local con lo universal. La retrospección da como resultado la conciencia del lugar de cada identidad en el seno de la historia occidental (17). 4 La «evolución» del término, registrado por la Real Academia Española de la Lengua, guarda una relación con su desarrollo dentro de la obra de Guillermo Prieto. Aparece registrado por primera vez en 1852: «Prov. de Méj. La gente más baja de la plebe de aquella ciudad.» En la edición de 1899, su significado se amplía geográfica y semánticamente: «Adj. Amér. y Méj. Dícese del individuo soez, ordinario, poco decente. U. T.C. S. Cub. Astuto, ladino. Fig. y fam. Ecuador: Dícese de la persona muy pobre, sin recursos. U. T. C. S. Honduras: pícaro, bribón. U.T.C.S. Leperuza». Asimismo, el término «peladuzca» refiere: «La mozuela perdida que anda por las calles. Pudo llamarse así, porque las pelan por castigo». 3 son manifiestas en otras clases sociales, y en esto último radica el leitmotiv de lo satírico, en que «mediante» la imagen del lépero es posible hablar de los otros. Así pues, en una fiesta como «El día de difuntos», la ubicación del pueblo está definida por el carácter disímbolo de los léperos: En algunas esquinas se ven los anuncios de varias diversiones populares, entre las que sobresalen la Retama, rica de tradiciones leperócratas para eso de llorar el muerto y desenterrar los huesos; paseo único en que el empresario dispone arenga cívica y fandangos insurgentes, peleas de gallos y cuanto puede distraer a los dolientes de sus recuerdos de amargura (La patria como oficio 323). En cualquier ámbito, el lépero se combina y se adapta a diversas condiciones y situaciones económicas, morales y políticas, gracias a su carácter ambiguo. Se trata de un carácter moral ante el cual es necesario escribir con ironía, pues si se consiente que «en un texto que se quiere irónico, el acto de lectura tiene que ser dirigido más allá del texto (como unidad semántico o sintáctica) hacia un nuevo desciframiento de la intención evaluativa, por lo tanto irónica, del autor (175); como indica Linda Hutcheon, la ironía es legible en cuanto las mujeres y los hombres se asean para cambiar de roles; siendo las primeras unas chinas coquetas con cierta educación y compromisos formales; y leperitos son, quienes beben para camuflarse en sociedad. La visión de Prieto rebasa la tipificación costumbrista para convertirse en una crítica capaz de comprender otros «tipos» y clases sociales. La imagen