Los Cazadores De Jade
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0 1 BLIZZARD ENTERTAINMENT Los Cazadores de Jade por Matt Burns La reina regente Moira Thaurissan solicita tu presencia. Inmediatamente. Fenella Virunegro se detuvo ante la masiva puerta de roble de las cámaras reales, repitiendo las palabras en su cabeza. Lamió sus secos labios y limpió sus manos sudorosas y manchadas de hollín en su túnica de metalúrgica. Ella había estado martillando en un yunque en el corazón de Forjaz cuando un consejero real entregó el mensaje. Le hubiera gustado haber tenido tiempo de cambiarse a algo más presentable. Pero uno no hacía esperar a Moira. Fenella tocó la puerta. —Entre —respondió desde el interior una voz amortiguada. —Quédate aquí, Koveth. —Fenella giró ligeramente la cabeza, lo suficiente para ver al enorme gólem que asomaba detrás de ella. Una montaña de metal, hechicería e ingenio Hierro Negro. 2 —Afirmativo —rugió el artefacto. La puerta chirrió cuando Fenella la abrió. Ella nunca había pisado las cámaras reales. Muy pocos lo habían hecho. Las paredes estaban cubiertas por finos tapices enanos que ilustraban eventos históricos. Moira se sentó, con la espalda recta, detrás de una mesa de madera que se veía lo bastante grande para pasar por un buque mercante. Plumas y pergaminos yacían dispersos sobre su superficie, las bajas de guerras pagadas con promesas, amenazas y medias verdades. La guerra de la política. Fenella tragó saliva, preguntándose si debería ser la primera en hablar. Ella había visto a Moira en unas cuantas ocasiones. Una vez fue después que Fenella terminó la construcción del ahora famoso Cristalario de Rubí en Ciudad Forjatiniebla. Aun así, el estar en presencia de la reina la ponía nerviosa. —Fenella —dijo finalmente Moira, con una sonrisa relajada. Ella sostenía en sus manos un pequeño objeto: una estatuilla de jade oscuro tallada en forma de una serpiente en espiral. —Su Alteza. —Gracias por venir. Asumo que conoces a estos muchachos. —Moira hizo un gesto a un lado de la cámara. 3 Fenella había estado tan concentrada en la reina que no había notado a los otros enanos en la habitación. Uno era un Barbabronce, un Barbabronce absurdamente grande, dos cabezas más alto que el resto de su raza. El segundo era un fornido Martillo Salvaje, con piel leonada marcada con docenas de tatuajes azules. Un martillo gigante colgaba de una correa en su espalda. Este hizo una mueca cuando vio a Fenella. —No puedo decir que sea así, Su Alteza —mintió Fenella, más para molestar a los otros enanos que para engañar a su reina. Desde luego que los conocía. Desde que los clanes Martillo Salvaje, Hierro Negro y Barbabronce se habían reunido, Forjaz estaba sobresaturada de herreros y mamposteros, la mayoría de ellos megalómanos que creían que estaban destinados a la fama y la gloria. Cada día, ella veía a estos dos merodeando por La Gran Fundición como si fueran dueños del lugar, menospreciando el trabajo de todos los demás. —Entonces las presentaciones primero —dijo Moira. Cierta incomodidad pasó rauda por Fenella. ¿Por qué había sido ella llamada aquí? ¿Por qué estaban ellos aquí? —Este es Carrick Hierrisa —Moira hizo un gesto al Martillo Salvaje—. Un herrero y minero de fuerza legendaria. También he oído que puede hablar con las piedras, ¿es cierto eso, Carrick? 4 —Desde luego que lo es. —Y aquí tenemos a Fendrig Barbarroja, la "Mano de Khaz" —Moira giró hacia el Barbabronce—. Un miembro de la Liga de Expedicionarios. Ha excavado las profundidades de Uldaman, la Tundra Boreal, Bael Modan y muchos otros lugares peligrosos. Sin lugar a dudas, su valentía no tiene igual. Fendrig soltó un largo suspiro, como si su presencia aquí fuese un total desperdicio de su tiempo. —Finalmente, Fenella Virunegro de mi propio clan Hierro Negro... —Moira hizo una pausa—. Mampostera, herrera, ingeniera y consumada arquitecta. Y la hija de un traidor. Se había saltado esa parte. No es que fuera importante. Todos sabían que Fenella era la hija de Finoso Virunegro, el fallecido arquitecto jefe del clan Hierro Negro. Un enano despreciado por la forma en que había hecho trampa para llegar a tan codiciado puesto. Esa, al menos, era la historia. Carrick murmuró algo entre dientes. Fenella lo ignoró. Siendo una Hierro Negro y la hija de Finoso estaba acostumbrada al desprecio. No le molestaba. Había aprendido hace tiempo que trabajaba mejor sola. Hacía las cosas más fáciles para ella y para todos los demás. 5 —Se están preguntando por qué los he llamado aquí —Moira retorció la estatuilla en sus manos—. Los escogí a todos para un equipo especial. Un trabajo que requiere los mejores mamposteros en Forjaz. —¿Un equipo? —Estalló Carrick—. ¿Con estos dos? —¿Usted espera que los dirija? —Fendrig echó una carcajada. —No —Moira miró a Fenella—. Espero que lo haga ella. El estómago de Fenella se contrajo. Casi gritó en protesta antes de morderse la lengua para detener sus palabras. Nada bueno saldría de desobedecer abiertamente a su reina. —¿Una Hierro Negro? ¡Ni hablar! —bramó el Martillo Salvaje. —Estoy de acuerdo con eso —Fendrig meneó la cabeza en disgusto y se dirigió a la puerta—. Tengo mejores cosas que hacer que desperdiciar mi tiempo como parte de esta tontería. —Estoy seguro de que Muradin estará interesado en saber lo que piensan de su idea. Una idea que él apoya sin reservas —dijo Moira. 6 Invocar el nombre del líder del clan Barbabronce hizo que Fendrig se detuviera. Se volvió lentamente. —El Consejo de los Tres Martillos aprobó por unanimidad esta empresa —continuó Moira—. Se me encargó supervisar los detalles. —La reina hizo a un lado la serpentina estatua con cuidado y desenrolló un largo rollo de pergamino. Hizo un gesto a los mamposteros para que se acercaran. Fenella y los otros rodearon el escritorio, empujándose por un lugar. Los sellos de Muradin, Moira y del líder del clan Martillo Salvaje, Falstad, estaban claramente marcados al final del documento. También lo estaban los nombres de los tres mamposteros, escritos en líneas gruesas, negras y permanentes. —Mi nombre... yo no acepté nada —refunfuñó Carrick—. ¿Qué es esta tontería? —Esta es una oportunidad de probar nuestra grandeza a la Alianza, de mostrar que ya no somos una nación de rivales de rencillas, sino un pueblo unido. Y si se niegan... —Mora se inclinó hacia adelante—. Este decreto será un registro de que se opusieron al esfuerzo del consejo para forjar un nuevo futuro para todos los enanos. Fendrig cruzó los brazos y juntó las cejas. —Eso me apesta a extorsión. 7 —La extorsión es una apuesta. Una herramienta usada por los desesperados —Moira sonrió más ampliamente, pero sus ojos eran dagas de hielo—. Trato con absolutos, muchacho. Incluí sus nombres porque sabía que no serían lo bastante tontos como para poner sus propias pequeñas rencillas sobre el bien mayor de nuestro pueblo. La mirada de la reina viajó entre Carrick y Fendrig, desafiándolos a probar que se equivocaba. El Martillo Salvaje movió los pies, pero permaneció en silencio. Lo mismo hizo el Barbabronce. Moira miró entonces a Fenella. Por mucho que la idea, o el mismo pensamiento, de trabajar con un Barbabronce y un Martillo Salvaje la enfermaban, ¿qué podía hacer ella? Moira era su reina, la guardiana de su clan. Fenella se forzó a sí misma a asentir, esperando que este "encargo" fuera rápido. —Bien. Ahora que arreglamos esto, podemos entrar en detalles —Moira tomó la estatuilla de jade de la mesa mientras se reclinaba en su silla—. ¿Cuánto saben sobre Pandaria? **** Un acólito pandaren de los Augustos Celestiales preguntó una vez: ¿La tierra hizo nacer a los celestiales o ellos infundieron la vida en la tierra? 8 Su maestro sonrió a propósito, porque él había ponderado esta misma pregunta. Pero el tiempo le había concedido sabiduría. —Tengo una pregunta mucho más simple que considerar. Una pregunta cuya respuesta resolverá tu acertijo —respondió—. ¿Qué vino primero, el amanecer o el anochecer? —El pergamino de los celestiales El trabajo era simple: reconstruir la estatua del Corazón del Dragón. Cualquier aprendiz de mampostero con una pizca de talento podría haberla terminado en poco tiempo. Fenella había estado en el Bosque de Jade tres semanas, sin nada que mostrar por ello. Los mamposteros pandaren con los que trabajaba se movían a paso de tortuga, pero la Hierro Negro dudaba en presionarlos. Ella era, de acuerdo con Moira, una "embajadora". —Hazme sentir orgullosa —había ordenado la reina antes de que Fenella dejara Forjaz. Fenella pensó en las palabras mientras avanzaba al sitio de construcción, un claro en el lado oriental del bosque. El supervisor Raiki, el mampostero pandaren principal, había convocado a una reunión. Lo que esto significaba escapaba a la Hierro Negro. Ella simplemente esperaba que las cosas empezaran a moverse. 9 Los pandaren estaban allí en masa cuando ella llegó. Prometedor. Fenella entrecerró los ojos para esquivar la cegadora luz del sol mientras se recostaba contra una roca. El Templo de Jade se alzaba al cielo en la distancia, ondas de calor titilaban de su techo verde de tejas. Raiki lentamente se abrió paso al centro de la reunión. —¡Todos conocen la tarea que tenemos delante! —bramó mientras señalaba un campo de escombros cercano. Un inmenso pilar de piedra circular se alzaba detrás de ellos. A su alrededor estaban los trozos rotos del Corazón del Dragón. La estatua había sido construida a imagen del Dragón de Jade, uno de los cuatro legendarios Augustos Celestiales. Estos eran, de lo que Fenella podía recordar, seres divinos nativos de Pandaria, pero ella todavía tenía que ver en persona a alguno de ellos. El Corazón del Dragón había sido destruido cuando la Alianza y la Horda habían ido a la guerra en la región.