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12o. Plática Catholic.net Amor se escribe con sangre. Vamos ahora a llegar a la cima del Calvario: para ver hasta dónde y cómo te ama Dios. Allí delante del crucifijo es donde han caído de rodillas muchísimos hombres y mujeres que antes no daban el brazo a torcer; allí han comprendido definitivamente el amor de Dios y desde allí, desde el Calvario han comenzado una nueva vida, una vida de santidad y de amor entrañable a ese Dios crucificado. Es necesario experimentar el amor que Cristo nos tiene, porque, después de ver morir a Cristo en una cruz morir por nosotros, es que no podemos negarle nada. Vamos a asistir a los últimos momentos de un condenado a muerte. Este condenado a muerte es Dios; el suplicio: la cruz. Pero pensemos: muerto a causa de nuestros pecados, y en nuestro lugar, muerto por amor a nosotros, por amor a ti, por amor a mí. Eso sí es amor, según sus propias palabras: “Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos”. Aplicándolo: Nadie tiene más amor a ti y a mí que Él que ha dado la vida por ti y por mí. Comencemos por el primer cuadro de esta dolorosísima Pasión que es su Oración en el Huerto de Getsemaní, el momento más doloroso de toda su vida. Nos dicen los evangelistas que esa oración fue algo muy dramático, pues incluso llegó a sudar sangre. Es decir, que las venas de alguna manera se reventaron por alguna parte y a través de los poros de la piel esa sangre se derramó sobre su túnica y sobre la tierra. Preguntémonos con amor, con compasión verdadera, cuáles son las razonas, las causas de ese sudor de sangre. Razones hay, y muy serias. La primera: perdió para siempre un apóstol, uno de los doce que, además, fue un traidor: Judas, y de morir, murió ahorcado. Cristo lo vio ahorcado antes de que lo hiciera. Realmente, la suerte final de Judas, elegida a sangre fría, fue algo dolorosísimo para Jesús en los últimos momentos de su vida. Y, si Judas hubiera sido solo un hombre... pero hay una larguísima fila de judas. ¿Cuántos, desde aquel primero, han traicionado a Jesús con un beso? Cristianos amados por Él, como Judas, y que lo traicionaron. Hay un dicho muy gráfico que no debemos olvidar “Todos llevamos en los labios el beso de Judas”. Y preguntémonos con profunda sinceridad, si no hemos hecho ese papel muchas veces en la vida. En segundo lugar: su mejor Apóstol, Pedro, le niega tres veces, por si fuera poco una, y en el momento en que más necesitaba de su ayuda. Es verdaderamente página 1 / 8 12o. Plática Catholic.net doloroso para Jesús el que no solamente un apóstol le traicione, sino que también le falle este otro apóstol, Pedro, que ya había sido elegido como su sucesor. Afortunadamente aquí las cosas se solucionaron, porque una simple mirada de Jesús arrancó lagrimas de arrepentimiento de su buen Simón. En tercer lugar: Todos le abandonan en la hora más negra y triste de su vida. Así, Jesús sufrió lo peor, y lo sufrió sólo. Como si en la tierra no hubiera una sola alma que le debiese nada. Y así, se nos dice en la Biblia: “ Busqué quién me consolara, y no lo hallé”. Es verdad que María le acompañó durante la Pasión, pero esto solo sirvió para aumentar su dolor. Porque viendo cómo sufría su Madre, Él sufría muchos más. Vino a pedir a tu puerta una limosna de amor, pero tal vez tú tenias ocupado tu corazón, alquilado a las criaturas. En cuarto lugar hay una razón muy seria para explicar las lágrimas y el sudor de sangre de Jesús: Todos merecíamos el infierno. Pues bien, Cristo da el indulto a todos, nos rescata a precio de su sangre. A pesar de ello se condenarían muchísimos, muchísimos que pasarían delante de ese crucifijo, gritándole: “¡No nos interesa tu perdón, quédate con tu estúpido cielo!” Es muy dolorosa esta frase que encontramos en la Biblia: “ ¿Qué utilidad hay en mi sangre?” Palabras de un Dios crucificado, agonizante. ¿Qué utilidad hay en mi sangre para todos esos que, a pesar del amor más increíble y el sufrimiento más tremendo, han optado por seguir el camino del infierno? Toda la omnipotencia de un Dios, impotente ante la condenación de tantos hombres. Porque hay que decir que Cristo murió por todos los hombres, amó también a todos los que irían al infierno. Le reclamaba Santa Teresa a Jesús en relación a un familiar por el que rezaba y no cambiaba. Señor, ¿ no quieres que se convierta? Respuesta de Jesús: Yo quiero, Teresa, pero él no quiere. Cuantas veces tendrá que decir Jesús esta misma expresión de muchas almas: ¡Yo quiero con toda la verdad de un Dios Amor... pero ellos no quieren! Otra razón es la mediocridad, la infidelidad y cobardía de tantos cristianos, religiosos y sacerdotes, sobre todo de estos últimos. Para nosotros es esa frase de la Biblia: “Si mi enemigo me hubiera injuriado, lo hubiera soportado, tratándose de mi enemigo, pero eras tú, mi amigo, mi confidente, a quien me unía una hermosa intimidad”. ¿Qué mas debía haber hecho por ti para que fueras fiel? Esta es una pregunta sin respuesta, porque Cristo no pudo haber hecho más de lo que hizo. Si con esto nos conformamos, estamos salvados; pero, si exigimos más, es que no tenemos corazón. Lo condenan a muerte injustamente. Él veía anticipadamente esta condena, y era el hombre, aparte de Dios, más inocente de todos, el verdadero hombre inocente, página 2 / 8 12o. Plática Catholic.net el único. Pues bien, condenarán a muerte injustamente al que es la Vida, al que ha dado la vida a todos los seres. Además, hay que añadir aquella bofetada en público, dada por un vil servidor de Caifás. Y hay que decir que esa bofetada al rostro de Dios nadie se la quita. Podía Él haber aniquilado a aquel siervo; sin embargo la Dulzura infinita, la Misericordia infinita nada más balbucea: “ Si he hablado mal, dime en qué está lo malo, y, si no... ¿por qué me pegas?” Esta expresión cuantas veces nos la dice Jesús a ti y a mí? ¿Por qué me pegas? El escupirle la cara, ¡La cara de Dios! Escupir al rostro de Dios es una cosa tremenda, abominable. Podía haber dicho: “hasta aquí; eso no lo tolero!” Dejó pasar todo: lo abofetearon, lo escupieron, lo coronaron de espinas, se rieron, se burlaron, le vendaron los ojos. Y aquí viene la frase de San Agustín que, reflexionando, exclama:¿ Por qué quiso sufrir tanta humillación? Pues, para que no nos quedaran dudas de que nos amaba de verdad. Dice textualmente: “Si mi soberbia no se cura con esta medicina, no tiene remedio”. Los ángeles estuvieron presentes en su nacimiento y cantaron el Gloria. Debemos estar seguros de que estuvieron también en su Pasión y en su muerte, con un silencio de respeto y, sobre todo, de admiración! Ellos sí comprendían cuánto amaba Dios a los hombres. Mudos de terror debían de estar, porque ellos sí sabían quién era aquel a quien estaban golpeando, escupiendo: Era el Verbo Eterno. Pero todavía se siguen acumulando humillaciones: Lo visten de loco, le prefieren a Barrabas, -bandido número uno- y, para completar la ignominia, le dan la muerte de un esclavo entre dos malhechores. Pensando en los sufrimientos de Cristo, se arruga el corazón. Pero, al considerar que todo eso lo ha sufrido Cristo por mí, por este pobre hombre que soy yo, por amor a mí, no hace falta mucha nobleza para decirle:”Señor, ¿qué te puedo negar?” Aquí es donde, al fin, se han doblado muchas almas que no se querían doblar, y han dado el gran viraje de su vida. Uno de ellos, llamado Pablo de Tarso, decía así: “Me amó y se entregó a la muerte por mí”. Nuestro Señor le decía a Santa Gertrudis estas palabras que conviene meditar pausadamente: “Cuando los hombres contemplan el crucifijo, debería pensar cada uno en su corazón que le dirijo estas tiernas palabras: “Si fuera necesario para salvarte, volvería a soportar de buena gana, por ti solo, todo lo que sufrí por el mundo entero...” Esto es demasiado, y es demasiado verdad. Ahora hagamos alguna pequeña oración, digámosle algo. No podemos quedar callados, mudos, ante ese Dios que esta allí pasando la hora más dura de su vida en Getsemaní , sudando sangre. Hemos dado las razones del sudor de sangre: Digámosle algo. Yo al menos pido página 3 / 8 12o. Plática Catholic.net una limosna de amor para ese Cristo que llora y suda sangre en el Huerto, una limosna de amor. ¿Quién de ustedes quiere decirle, con toda la sinceridad de su corazón: “Te amo, Jesús, con todo mi corazón, te amo con toda mi alma, te amo, Jesús, con toda mi mente; te amo, te amo con todas mis fuerzas. ¿Quién quiere ser el ángel que le consuele? ¿Quién quiere ser la Verónica que le limpie la sangre de su rostro? Se necesitan varias Verónicas, porque la sangre brota de nuevo. Jesucristo, te veo tan triste... pero esta noche no estás solo. Quiero ofrecerte el fervor de estos ejercicios, las almas blancas por las confesiones sinceras de estos ejercitantes que se han reunido este Jueves santo para estar contigo, por amor; te ofrezco sus propósitos valientes, su amor sincero En esta noche no estás solo; estás rodeado de tus almas fieles; sabes que cuentas con su amor y fidelidad ahora y siempre. Cada una quiere decirte algo, Señor.