REVISTA DE HISTORIA MODERNA ANALES DE LA UNIVERSIDAD DE ALICANTE N.A 11 1992
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REVISTA DE HISTORIA MODERNA ANALES DE LA UNIVERSIDAD DE ALICANTE N.a 11 1992 ASPECTOS DE LA VIDA COTIDIANA EN LA ESPAÑA MODERNA (II) La presente publicación ha sido realizada en el marco del proyecto de investiga ción concedido por la Dirección General de Investigación Científica y Técnica del Ministerio de Educación y Ciencia a este Departamento de Historia Moderna (Na de referencia del proyecto PB90 - 0565) REVISTA DE HISTORIA MODERNA REVISTA DE HISTORIA MODERNA N911 ANALES DE LA UNIVERSIDAD DE ALICANTE (Revista fundada por Antonio Mestre Sanchis) CONSEJO DE REDACCIÓN Director: Enrique GIMÉNEZ LÓPEZ Secretario: Armando ALBEROLA ROMA Consejo de Redacción: Ramón BALDAQUÍ ESCANDELL David BERNABÉ GIL Mario MARTÍNEZ GOMIS Cayetano MÁS GALVAÑ Primitivo PLA ALBEROLA Jesús PRADELLS NADAL Juan RICO GÓMEZ María José BONO GUARDIÓLA SECRETARIADO DE PUBLICACIONES UNIVERSIDAD DE ALICANTE Impresión y 'Fotocomposictán: Imprenta de la Universidad de Alicante Depósito Legal: a - Si - i982 REVISTA DE HISTORIA MODERNA ANALES DE LA UNIVERSIDAD DE ALICANTE NQ 11. 1992 ASPECTOS DE LA VIDA COTIDIANA EN LA ESPAÑA MODERNA (II) ALICANTE, 1992 ÍNDICE I. INDIVIDUO Y COLECTIVIDAD Jorge DEMERSON Niños y jóvenes en las Pitiusas del siglo XVIII 11 Ramón BALDEQUÍ ESCANDEL y Jesús PRADELLS NADAL La familia de don Leonardo Soler de Cornelia. Un linaje de caballeros en Elche durante el siglo XVIII 25 Verónica MATEO RIPOLL Matrimonio y modo de vida de una familia de la pequeña nobleza periférica: Los Bourgunyo de Alicante 67 Leonor MALDONADO Negocios e integración social del comerciante marsellés Pedro Choly 79 José MALLOL FERRÁNDIZ Joaquín de Lacroix y Vidal: Un ingeniero de Marina ligado a la Real Sociedad Económicas de Amigos del País de Valencia 95 I. RASGOS DE LA VIDA COTIDIANA EN EL MUNDO RURAL Artur GIL I FERNANDEZ Una forma precapitalista de venda de la forca del treball; L'Afernament de soldada; Elx. 1474-1507 117 Fermín MARÍN BARRIGUETE Mesta y vida pastoril 127 Santiago LA PARRA LÓPEZ Moros y Cristianos en la vida cotidiana: ¿Historia de una represión sistemática o de una convivencia frustrada? 143 Antonio MESTRE Una villa de señorío, Oliva en el siglo XVIII 175 Enrique MARTÍNEZ RUIZ La celebración de quintas, una cadencia temporal en la España de antiguo régimen 215 Vicente LEÓN NAVARRO La vida conventual en la España borbónica 227 7 III. VARIA Rafael MAESTRE Calderón de la Barca-Baccio del Bianco: Un binomio escénico 239 María del Carmen PÉREZ APARICIO El expansionismo comercial británico en el País Valenciano: El proyecto de creación de Puerto Franco en Alacant en 1706 251 8 I INDIVIDUO Y COLECTIVIDAD NIÑOS Y JÓVENES EN LAS PITIUSAS DEL SIGLO XVIII Jorge DEMERSON Existen en la actualidad varios movimientos que tienen por finalidad esencial pro teger a la infancia. El más conocido, sin duda, es la UNICEF, institución internacional que organiza cada año varias campañas para recaudar fondos en casi todos los países del mundo. Su fin es ayudar material y moralmente en los cinco continentes a la infan cia desdichada. Iniciativas desinteresadas de este tipo son muy necesarias pues, a pesar de los esfuerzos de la FAO y otros organismos internacionales, más de la cuarta parte de la humanidad -unos 800 millones de hombres, mujeres y niños- no tiene siquiera lo imprescindible para sobrevivir: al pie de la letra "no tienen ni para comer". En nuestro mundo orgulloso de su progreso y su riqueza, hay zonas que padecen hambres espanto sas: el Sahel, la India, el nordeste de Brasil, muchas provincias de Suramérica, espe cialmente en su parte andina, etc.. Esos organismos protectores del hombre y del niño, cuya creación relativamente reciente honra a nuestra época, no existían por supuesto en el siglo 18, aunque sí exis tían entonces, y tan apremiantes como ahora, si no más, los problemas que estas orga nizaciones pretenden resolver. Y lo que es más, estos problemas se planteaban no sólo a unas poblaciones de Asia, África o América, como ahora, sino también en los países de Europa y singularmente en España. Me propongo estudiar un aspecto muy concreto y limitado de esta cuestión, en su faceta española: el aspecto que revestía en un punto muy reducido del país: las islas Pitiusas. Para el archipiélago pitiuso, el siglo XVIII fue una época fausta. Creció notable mente la población, puesto que Formentera, despoblada desde finales del siglo XV a consecuencia de las constantes correrías de los berberiscos que se llevaban a sus tie rras, como esclavos, a los desdichados isleños, volvió a poblarse. La inmigración fue tan activa que al finalizar la centuria, la población de la isla rozaba el millar de almas. Asimismo fue fausto para Ibiza este período pues en 1782 fue agraciada la capital de la isla con el título de Ciudad y vino a ser la sede de una nueva diócesis. Estos hechos tuvieron no poca importancia para el desarrollo del archipiélago pitiuso. 11 En el momento de la creación del obispado, el padrón de la población formado poco antes arrojaba un total de 15000 almas: 14.000 para Ibiza y unos 1.000 para Formentera. En Ibiza capital vivían 3.000 personas, repartiéndose los otros once mil por el campo. La economía de las islas era entonces casi exclusivamente agrícola. Las curvas demográficas, establecidas en documentos fehacientes, demuestran que durante aquella centuria la población fue creciendo paulatinamente. Ese crecimiento moderado se explica, no por la baja cifra de los nacimientos -al contrario, éstos eran numerosos- sino por la mortalidad infantil muy elevada que mermaba considerable mente el número de los supervivientes. Todavía no poseemos estadísticas sobre este punto. Por cierto, antes de la creación del obispado en 1782, semejantes estadísticas parecen difíciles de establecer porque las Pitiusas formaban, como es sabido, una parroquia única cuya iglesia, Santa María La Mayor, hoy catedral de Ibiza, resultaba muy distante para muchos payeses, de forma que éstos dejaban a menudo de cumplir los preceptos de la Iglesia y, en particular solían enterrar a su retoños muertos sin dar parte al paborde, o cura, de aquella lejana parroquia. En cambio, a partir de 1786, es decir cuando, tras la división de las dos islas en 20 parroquias, la vida religiosa empezó a correr por cauces más racionales, los curas tenían la obligación de llevar cuidadosa mente "los cinco libros", entre ellos el de bautizados y el de muertos, de modo que a partir de esta fecha resulta posible formar estadísticas bastante fidedignas. Pero queda por hacer este estudio. Ahora bien, los libros de defunciones permiten apreciar, con sólo echar una ojeada a sus márgenes, las epidemias que azotaron las islas. Epidemias debidas al calor cani cular de julio y de agosto, causa de deshidratación en las criaturas; epidemias de tercia nas, cuartanas y otras enfermedades palúdicas, temidas por los adultos y que no perdo naban a los niños: epidemias de algún contagio o pestilencia, sobre todo sarampión, tos ferina y viruelas y otras plagas semejantes que penetraban fácilmente en unas islas donde prosperaba el contrabando y, si damos fe al obispo Abad, no se solía respetar la más elemental cuarentena (1). Se traducían estas calamidades en los libros de muertos de una manera muy gráfica: en las márgenes de estos libros aparecen largas retahilas de "párvulo" o de "ángel" que indican palmariamente que las víctimas de estas heca tombes eran niños de corta o muy corta edad. Aunque, es verdad que la palabra "párvulo" podía ser engañosa. Por "párvulo", se suele designar normalmente un niño que no ha salido todavía de la pequeña infancia, o sea de menos de 6 ó 7 años. El "parvulario" era antaño esa sección de una escuela pri maria que acogía a los educandos pequeños, más o menos los que ahora pueblan nues tros jardines de infancia o "kindergarten". Era pues natural que en los aranceles que estipulaban el precio de las funciones de iglesia se hubiera previsto una tarifa de entie rro más barata para un párvulo que para un adulto o incluso para un adolescente. Ahora bien, movidos por la pobreza que en muchos casos no era fingida, o algunas veces por la codicia, aprovechando la circunstancia de que las partidas de defunción no mencio naban ni la edad, ni la fecha de nacimiento del finado, muchos padres ibicencos - tal vez con la complicidad comprensiva de los vicarios o curas - declaraban como "párvu lo" un muerto de 13 ó 14 años. Este abuso, al parecer frecuente, queda estigmatizado 12 por los primeros obispos de la diócesis, y la misma repetición de las críticas manifiesta claramente que no fue fácil de erradicar. Otros enemigos que acechaban a la infancia pitiusa eran las consecuencias de la consanguinidad. El aislamiento casi absoluto en el que quedaron sumidas las islas a pesar de su relativa proximidad a las costas de Levante, impidió toda aportación de sangre nueva. Los ibicencos no tenían más remedio que casarse entre sí y en la mayo ría de los casos dentro de su misma parroquia y con un hijo o una hija de un vecino inmediato. Eso mismo habían hecho ya sus padres, sus abuelos y tatarabuelos, de for ma que todos eran primos más o menos próximos. Frecuentísimos eran los casos en que ¡os novios tenían que pedir dispensa eclesiástica para poder pasar ante el cura. Las frecuentes diferencias, incluso la hostilidad, que existían entre los varios sectores de las islas y luego, después de 1786, entre las parroquias recién creadas, hacían más habitual y estrecha esa endogamia. No habían ideado los ibicencos, como los isleños de la Polinesia o, en general, del Pacífico, ese eficaz método de renovación de la san gre tribal que consistía en ofrecer a los navegantes que abordaban a sus costas, todas las mujeres o muchachas nubiles del clan.