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2018-Ulloa-A-&-H-Romero-Toledo-(eds)- Agua y disputas territoriales- Chile-Colombia
Book · October 2018
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Astrid Ulloa Hugo Romero National University of Colombia The University of Manchester
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COLECCIÓN GENERAL biblioteca abierta
Astrid Ulloa Hugo Romero-Toledo editores
Grupo Cultura y Ambiente Departamento de Geografía Facultad de Ciencias Humanas Sede Bogotá biblioteca abierta colección general perspectivas ambientales
Agua y disputas territoriales en Chile y Colombia
Agua y disputas territoriales en Chile y Colombia
Astrid Ulloa
Hugo Romero-Toledo Editores
Instituto de Estudios Antropológicos
2018 catalogación en la publicación universidad nacional de colombia
Agua y disputas territoriales en Chile y Colombia / Astrid Ulloa, Hugo Romero-Toledo, editores. -- Primera edición. -- Bogotá : Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias Humanas. Departamento de Geografía, 2018. 552 páginas : ilustraciones (principalmente a color), mapas. -- (Biblioteca abierta. Serie perspectivas ambientales ; 476)
Incluye referencias bibliográficas al final de cada capítulo e índice de Materias. ISBN : 978-958-783-565-6 (rústica). -- ISBN : 978-958-783-566-3 (e-book).
1. Recursos hídricos 2. Derecho de aguas 3. Gobernanza 4. Ecología política 5. Política pública 6. Geografía humana -- Colombia 7. Geografía humana -- Chile I. Ulloa Cubillos, Elsa Astrid, 1964-, editor II. Romero-Toledo, Hugo, 1981, editor III. Serie
CDD-23 333.91 / 2018
Agua y disputas territoriales en Chile y Colombia
© Biblioteca Abierta Colección General, serie perspectivas ambientales
© Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá, Facultad de Ciencias Humanas, Departamento de Geografía, 2018
Con la colaboración de la Univeridad Austral de Chile y el Centro de Conflicto y Cohesión Social (Chile)
Primera edición, octubre de 2018 ISBN impreso: 978-958-783-565-6 ISBN digital: 978-958-783-566-3
© Editores, 2018 Astrid Ulloa Hugo Romero-Toledo
© Autores varios
Facultad de Ciencias Humanas Comité editorial Luz Amparo Fajardo Uribe, Decana Nohra León Rodríguez, Vicedecana Académica Jhon Williams Montoya, Vicedecano de Investigación y Extensión Gerardo Ardila, Director del Centro de Estudios Sociales -CES- Jorge Aurelio Díaz, Director de la revista Ideas y Valores, representante de las revistas académicas Rodolfo Suárez Ortega, Representante de las Unidades Académicas Básicas
Diseño original de la Colección Biblioteca Abierta Camilo Umaña
Preparación editorial Centro Editorial de la Facultad de Ciencias Humanas Camilo Baquero Castellanos, Director Laura Morales, Coordinadora editorial Juan Carlos Villamil Navarro, Coordinador gráfico Carlos Contreras, Maquetación Íkaro Valderrama, Corrección de estilo [email protected] www.humanas.unal.edu.co
Bogotá, 2018
Impreso en Colombia Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio, sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales. Contenido
Presentación...... 11
Prólogo...... 13
Introducción
Hugo Romero-Toledo & Astrid Ulloa
Hidro-poderes globales-nacionales y resistencias locales...... 19
Extractivismos, gobernanza, acaparamientos y derechos
Hugo Romero-Toledo, Felipe Castro & Yerko García Agua, extractivismo y etno-territorialidades: los aymara
y los mapuche en Chile...... 57
Catalina Caro Galvis Las venas de la tierra, la sangre de la vida: significados y conflictos por el agua en
la zona carbonífera del sur de la Guajira, Colombia...... 85
Maria Isabel Valderrama González ¿Gobernanza del agua en la Sierra Nevada de Santa Marta, Colombia? Tensiones
y articulaciones alrededor de un recurso de uso común...... 123
Robinson Torres Salinas & Jorge Rojas Hernández La fractura hidro-metabólica del neoliberalismo:
etnografías de la desposesión hídrica en Chile...... 147 Patricia Sánchez garcía Agua y gran minería en Colombia: reflexiones a partir del análisis de los casos de Cerrejón (Guajira),
Cerro Matoso (Córdoba) y La Colosa (Tolima), Colombia...... 177
Hidroeléctricas, represas y control territorial
Martha Correa-Casas Reconfiguración territorial y apropiación del agua:
construcción de la represa Chivor, Colombia...... 225
Lorena Torres Hidropoder: ¿agua para la vida o mercancía hidroenergética? Caso del proyecto hidroeléctrico El Paso
en Cabrera, Cundinamarca, Colombia...... 261
Johanna Höhl Hidroelectricidad y pueblos indígenas: un análisis
del megaproyecto Ralco en la región Bío Bío, Chile...... 297
Ciudades, acceso, conflictos y desigualdades socioambientales
Marcela López Luchando por lo público, reivindicando la ciudadanía: prácticas cotidianas de acceso al agua en zonas
de alto riesgo en Medellín, Colombia...... 335
Anyi Castelblanco montañez ¿A quién le pertenece el agua? Apropiación del agua
en la vereda Buenos Aires Los Pinos, La Calera, Colombia ...... 359
Vladimir Sánchez-Calderón Agua y desigualdades socio-ecológicas en Bogotá a mediados
del siglo xx. El caso del río Tunjuelo y sus barrios ribereños ...... 391 María Christina Fragkou & Claudia Vásquez El pasto es siempre más verde que el cactus: modificaciones hidrometabólicas, producción de áreas verdes, y justicia
ambiental urbana en el desierto de Atacama, Chile ...... 429
Jenny Marcela Peñuela López & Akbar Rosemberg Vargas Sandoval Camellones, monolitos y lógicas urbanizadoras: un análisis de las socionaturalezas que configuran el tercio medio
del humedal Jaboque, Bogotá d. c., Colombia...... 459
Jenny Patricia Veloza Torres Conflictos socioambientales alrededor del agua: el caso
del humedal Moyano, en la Sabana de Bogotá, Colombia...... 487
Conclusiones
Astrid Ulloa & Hugo Romero-toledo
De aguas “naturales” a aguas politizadas...... 527
Sobre los autores y autoras...... 539 Índice de materias...... 547
Presentación
Este libro hace parte de la serie Perspectivas Ambientales, de la Facultad de Ciencias Humanas, en su búsqueda por consolidar la dimensión ambiental en las investigaciones y trabajos aplicados —en diálogo con especialistas nacionales e internacionales— y centrándose en la relación social, política, cultural, territorial y ambiental en Colombia y América latina. La obra es el resultado de intercambios entre jóvenes investiga- dores y especialistas que tienen una larga trayectoria en los análisis sobre el agua en Chile y Colombia. En particular se desarrollaron varios debates con integrantes del grupo de investigación Cultura y Ambiente de la Universidad Nacional de Colombia, desde la línea de investigación agua y territorios, en diferentes encuentros como Agua y Disputas Territoriales: Aproximaciones desde la Ecología Política (abril 19 de 2016) y Humedales Capitalinos: Lenguajes de Valoración, Participación Ciudadana y Conflicto (11 de octubre de 2016). En Chile, las investigaciones desarrolladas por el Observatorio Regional de la Universidad Católica de Temuco (2015-2017), con el apoyo del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social coes( ) permitieron estudiar conflictividades hídricas en el norte y sur de dicho país. Además, la discusión en torno al agua, que lidera el Centro de Recursos Hídricos
11 Presentación
para la Agricultura y la Minería (crhiam) en Chile y el proyecto Programa TrAndes de desarrollo sostenible y desigualdades sociales enfocado en la región andina, han sido claves en el proceso de pre- paración de este libro. En este contexto, la Facultad de Ciencias Humanas de la Univer- sidad Nacional de Colombia en alianza con el Instituto de Estudios Antropológicos de la Universidad Austral de Chile y el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social coes( ) unieron esfuerzos para abrir un debate sobre las problemáticas en torno al agua, a partir de casos particulares. El libro se centra en Colombia y Chile, destacando investigaciones y análisis liderados por reconocidos especialistas y jóvenes investiga- dores, quienes examinan tres ejes relacionados con el agua de manera comparativa entre ambos países: extractivismos, gobernanza, acapa- ramientos y derechos; hidroeléctricas, represas y control territorial; y ciudades, acceso, conflictos y desigualdades socioambientales. Queremos agradecer de manera especial a los autores y autoras por hacer parte de la discusión y elaboración de los capítulos, y a Facundo Martín (Universidad Nacional de Cuyo, Argentina), María Cecilia Roa García (Cider-Universidad de los Andes, Colombia) y Jérémy Robert (Instituto Francés de Estudios Andinos, Perú) por los comentarios y sugerencias.
los editores
12 Prólogo
Las actividades de control, gobierno, gestión y cuidado de las fuentes de agua, así como de la distribución social del agua para sus diferentes usos —actividades que conceptualizamos como la política del agua—, revisten máxima prioridad para las sociedades humanas, debido a las funciones esenciales e irremplazables del agua para la producción y reproducción de la vida en el planeta. En este sentido, sería de esperar que la política del agua se inspirara en los avances alcanzados por el conocimiento científico en décadas recientes y que estuviera orientada fundamentalmente a garantizar el desarrollo de formas de organización social fundadas en la solidaridad, la igualdad, la inclusión, la justicia y el respeto a los derechos de los seres vivos, al derecho universal a la vida digna y a la diversidad. Sin embargo, a pesar del máximo grado de prioridad que la política del agua reviste para la vida, las actividades de control, gobierno, gestión, cuidado y distribución social del agua se encuentran sistemáticamente subor- dinadas a la determinación impuesta por los procesos socioeconó- micos y políticos que configuran y dinamizan el funcionamiento de nuestras sociedades, los cuales están estructurados en torno a la primacía de la acumulación privada de ganancia por sobre todo otro tipo de consideración, incluso por encima de la necesidad de
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preservar las condiciones necesarias para la vida. En consecuencia, la relación entre la política del agua y los procesos estructurantes de las sociedades humanas a nivel planetario se encuentra marcada por múltiples tensiones y contradicciones, que se expresan en la profundización del deterioro de la calidad y cantidad del agua dis- ponible para la vida, en grados crecientes de desigualdad e injusticia en el acceso al agua, y en la multiplicación y agravamiento de con- flictos por esta, que revisten altos niveles de complejidad debido a su carácter multidimensional, no reductible, como algunos pretenden, a las consideraciones técnicas y económico-mercantiles. Lamentable- mente, los beneficios de los significativos avances del conocimiento científico sobre el agua alcanzados en décadas recientes están siendo apropiados por —y subordinados a— los procesos socioeconómicos y políticos dinamizados por la acumulación monopólica de la riqueza planetaria en pocas manos, lo que resulta en la exclusión creciente de grandes masas de seres humanos, quienes son expropiados de las condiciones básicas para la vida digna, en un contexto de deterioro masivo de los ecosistemas que constituyen la base material de la vida en el planeta. En América Latina, una de las regiones con la mayor disponi- bilidad de agua dulce, estas tensiones y contradicciones se han visto exacerbadas en décadas recientes, ya que la mayoría de los países de la región se han convertido en verdaderos campos de expansión de los procesos de acumulación privada de ganancia a partir de actividades extractivistas fundadas en la explotación intensiva y el deterioro sis- temático de las fuentes de agua y de los ecosistemas, como la minería a gran escala, los agronegocios, la extracción de hidrocarburos, las grandes obras de infraestructura conectadas con la producción de hidroenergía y con la expansión de las redes de comunicación y trans- porte —tal es el caso de la conversión masiva de ríos en hidrovías—, o la expansión de la especulación inmobiliaria, sobre todo conectada con la industria turística que invade y causa la destrucción extensiva de hábitats frágiles como las tierras bajas o los manglares, entre otros numerosos efectos. Las razones para preocuparnos por el impacto de estos procesos sobre los sistemas físico-naturales son evidentes, ya que se trata de
14 Prólogo
la destrucción sistemática de la base de la vida en el planeta. Sin em- bargo, desde la perspectiva de la ecología política que inspira nuestro trabajo, se le da primacía epistémica y metodológica al impacto de estos procesos sobre las poblaciones humanas y sobre sus formas de organización social. Por esta razón damos énfasis al estudio de las luchas sociales que expresan en múltiples formas la resistencia de los sectores sociales afectados por los procesos de expropiación de sus condiciones básicas de vida y la persistencia y emergencia de formas alternativas de organización social, opuestas al modelo domi- nante centrado en garantizar la acumulación privada de ganancia a cualquier costo, sin límites y sin control. En este sentido, las múltiples formas de resistencia al modelo de organización social dominante a escala planetaria, el cual continúa produciendo niveles extremos de exclusión, desigualdad e injusticia estructurales sin precedentes, expresan una de las formas más radicales de lucha, pues si ser radical es ir a la raíz de los problemas, no hay nada más radical que la lucha por las condiciones que hacen posible la vida misma. No es coincidencia, por lo tanto, que la conflictividad social y las formas más extremas de violencia desatada desde los estados, en connivencia con empresas trans- nacionales y con otros actores que detentan el poder socioeconómico y político, se hayan incrementado extraordinariamente en décadas recientes, a tal punto que América Latina se ha convertido en una de las regiones del planeta más peligrosas para la defensa de las fuentes de agua y de la naturaleza en general. Ciertamente, la represión y el asesinato sistemáticos se han consolidado como componentes integrales del avance del modelo extractivista de acumulación de capital en la región, constituyendo el aspecto más extremo de la profundización de las desigualdades e injusticias socioecológicas que proliferan en los territorios latinoamericanos, las cuales son uno de los obstáculos más desafiantes que enfrentan los procesos de democratización de las sociedades y la propia persistencia de la vida humana. En este contexto altamente conflictivo, los casos de Colombia y Chile revisten una importancia fundamental. Ambos países son territorios privilegiados en la mira de la expansión extractivista que caracteriza a la región latinoamericana. Colombia, particularmente a partir de los acuerdos de paz firmados en 2017, se ha constituido
15 José Esteban Castro
en una de las fronteras más codiciadas para dicha expansión, una de cuyas consecuencias más notables ha sido el rápido crecimiento de la violencia y del asesinato sistemático contra las poblaciones que resisten el avance de la expropiación y la expoliación extractivista. Chile, por su parte, continúa siendo un ejemplo paradigmático de implementación del ideal neoliberal de política del agua, prácticamente inigualado a nivel global, debido al carácter extremo que asume la privatización de las fuentes de agua en el país. Por todo lo anterior, considero que este libro, compuesto por catorce capítulos de distintos especialistas y editado por Astrid Ulloa y Hugo Romero-Toledo, constituye una excelente contribución a un debate urgente que debe ser ampliado y profundizado, dadas las consecuencias de estos procesos para el futuro de las sociedades latinoamericanas y, por extensión, para el futuro de las sociedades humanas. La colección nos presenta una riqueza de ejemplos empíricos procedentes de los medios urbanos y rurales de Chile y Colombia, que fundamentan los argumentos ecológico-políticos desplegados por los autores y que confirman la gravedad de los desafíos que enfrentan las comunidades ubicadas en los territorios de frontera del avance extractivista. Su lectura resultará de gran provecho para un amplio público interesado y comprometido con el estudio y el debate sobre la política del agua y sus consecuencias para el futuro de nuestras sociedades y de la vida misma.
Les deseo una agradable y fructífera lectura.
José Esteban Castro Coordinador de la Red waterlat-gobacit Investigador Principal, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas conicet( ), Argentina
16 Introducción
Hidro-poderes globales-nacionales y resistencias locales
Hugo Romero-Toledo Universidad Austral de Chile
Centro de Estudios del Conflicto y Cohesión Social coes( )
Astrid Ulloa
Universidad Nacional de Colombia
El agotamiento, la contaminación y el acaparamiento del agua son factores que han contribuido a la crisis socioambiental a nivel planetario (Shiva, 2004). Las posibles soluciones a esta crisis se han gestado desde las perspectivas de los distintos actores impli- cados, quienes se disputan entre paradigmas que tienden a la privati- zación, a incluir a los no humanos, y a la gestión comunal del líquido vital. En esta vía, factores como el poder, la legitimidad científica, los intereses económicos y el discurso del desarrollo favorecen o excluyen personas, grupos sociales, étnicos y ambientales de las discusiones sobre la gobernabilidad, la gestión y la conservación del agua. Por lo tanto, es necesario evidenciar los debates que se gestan tanto en los territorios como en algunos sectores académicos frente a las posibles soluciones a la crisis socioambiental resultante del acaparamiento del agua y de la priorización de sistemas productivos intensivos que utilizan tierras y aguas comunales. A partir de casos particulares sobre la apropiación de los eco- sistemas que posibilitan el nacimiento o la gestión del líquido, la privatización de manantiales, la desviación de cuerpos de agua para proyectos mineros, el acaparamiento para proyectos hidroeléctricos o extractivos, el relleno de humedales para adelantar planes de vivienda, entre otros; se evidencia la necesidad de democratizar y plantear un acceso justo al precioso líquido.
19 Hugo Romero-Toledo & Astrid Ulloa
En este sentido, es preciso plantear herramientas teóricas y me- todológicas críticas a partir de las cuales se reconozcan las disputas que diversos agentes como el Estado, multinacionales y comunidades locales gestan alrededor el agua, considerada como un elemento clave en el escenario geopolítico actual. Con base en los análisis de caso abordados se plantea que, como resultado de la expansión del capitalismo y del creciente proceso de globalización en un escenario de neoliberalismo, se han acrecentado los conflictos ecológico-dis- tributivos en territorios rurales y urbanos, dentro de un proceso de mercantilización de la naturaleza que afecta directamente las formas tradicionales o locales de relacionarse con el agua. Hoy, desde los territorios urbanos, se están gestando importantes movimientos socioambientales que emergen en gran medida a partir de una nostalgia por lo verde, frente a las configuraciones urbanas específicas que responden a un claro proceso de mercantilización de la naturaleza, el cual, al igual que en los sectores rurales, pone de manifiesto formas desiguales en torno al acceso, control y uso del recurso hídrico, sustentadas en relaciones entre humanos y no humanos que deben ser develadas para entender la naturaleza como un agente político. Las actuales dinámicas de acaparamiento de agua y de control de acceso, uso, y toma de decisiones en procesos relacionados con la mercantilización del agua y los consecuentes proyectos asociados —como hidroeléctricas y apropiaciones de espacios de vida en los ríos, para procesos relacionados con cadenas de valoración del agua—, han exacerbado las desigualdades sociales, políticas, económicas, ambientales y de género. En estos contextos nos aproximamos, de una manera comparativa entre Colombia y Chile, a los estudios sociales del agua, en los cuales esta es mucho más que h2o.
h o Más que 2 En los estudios sociales, se puede trazar la discusión sobre la relación entre agua y sociedad, desde los análisis sobre el cambio socioambiental en las culturas de la antigüedad, como Egipto, Mesopotamia, China, así como en los imperios Azteca e Inca. La tesis de la sociedad hidráulica (Steward, 1955; Wittfogel, 1955), sirvió para
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ilustrar la estrecha relación entre el poder y el gobierno del agua, lo cual requirió la emergencia del Estado como gran ente coordinador de la sociedad y sus fuerzas, la especialización del territorio, de estructuras sociales e instituciones que definieron cómo, con quién y sobre quienes se gobierna a la naturaleza y a la sociedad. Desde la reorganización de la tierra y de los asentamientos, pasando por la reorganización y especialización del trabajo, la generación de burocracias y el estable- cimiento de un sistema de creencias que sustentó dichas transforma- ciones, la tesis de la sociedad hidráulica plantea cómo el control del agua sobrepasa los límites materiales del “recurso”, para transformarse en un proyecto político y ambiental de grandes dimensiones, donde el control del agua es a su vez el control de la sociedad y la irrigación significa civilización. Los acueductos, canales y sistemas de regadíos, y las ciudades construidas del mundo antiguo aún permanecen, como testimonio de un salto civilizatorio que transformó para siempre la relación de la humanidad con el medioambiente. La tesis de la sociedad hidráulica ha recibido diferentes crí- ticas que señalan, por ejemplo, que no solamente el Estado es el me- diador entre el agua y la sociedad, sino que también pequeños grupos tienen la agencia de gobernar el agua de acuerdo con sus propios sistemas de creencias, instituciones e identidades, sin necesitar un ente coordinador jerárquico y estructurado (Leach, 1959; Stanish, 1994). Pero también la tesis de la sociedad hidráulica ha sido revisitada para ilustrar procesos de grandes transformaciones socioambientales en la modernidad, donde, por ejemplo, paisajes semiáridos de California han sido transformados en tierra agrícola, para solventar procesos de producción a escala industrial (Worster, 1992). Esta conceptuali- zación se encuentra en la base de muchas de las interpretaciones que actualmente hace la ecología política sobre el agua, su rol central en la producción de los espacios, territorios y paisajes, el desarrollo de conflictos socioambientales, y la construcción de alternativas a las formas hegemónicas en las cuales esta se gobierna. El argumento de producción de naturaleza, desarrollado por la geografía anglosajona de raigambre marxista a partir del legado de Lefebvre (Smith, 1984; Braun y Castree, 1998; Castree, 2005; Swyn- gedouw, 2005, 2007), ha aportado abundante material para entender
21 Hugo Romero-Toledo & Astrid Ulloa
cómo los proyectos políticos son eminentemente proyectos ecológicos. Por ejemplo, el trabajo de Swyngedouw, centrado principalmente en España desde la época del dictador Francisco Franco hasta la actualidad (Swyngedouw, 2015), nos habla de la hidro-política y la maquinaria fascista trabajando en conjunto para la producción de un territorio español moderno, a través de la transformación de los ríos, la cons- trucción de represas, y de una red socio-hídrica que contribuyeron a que se consolidara un tipo de socio-naturaleza que contiene un complejo embrollo material y simbólico. Esto representa un proyecto político ecológico donde la disponibilidad de agua para la agricultura, el tu- rismo y la generación eléctrica, tiene que ver también con el proceso de construcción de una identidad nacional unificada, que pretendía anular las identidades regionales y las aspiraciones autonomistas, a través de una homogenización física y cultural basada en la promesa de modernidad (Swyngedouw, 2007). En Nüsser (2003) el control de agua, por ejemplo, a través de grandes represas, representa también el proyecto ecológico político de la Unión Soviética, ilustrando un proceso complejo entre ideo- logía y transformación material. Tanto Lenin, como Stalin, habrían sostenido que la transformación de la naturaleza, y principalmente el proyecto de la intervención masiva de ríos con represas para abastecer de electricidad y de agua para irrigación, eran parte constitutiva de la “maquinaria del Estado comunista”. Las asociaciones entre agua, poder y modernidad, también aparecen en el trabajo sobre Grecia de María Kaika (2006a), quien plantea que mediante la captura del agua y la construcción de represas, los científicos y los ingenieros se transforman en “prometeos modernos”, que prometen dominar a la naturaleza, apoyados en ideas de emancipación, imaginación, creatividad e ingenuidad, sobre la capacidad del hombre (en cuanto sujeto masculino) de transformar el mundo. En el libro de ecología política urbana, In the Nature of Cities, editado por Heynen, Kaika y Swyngedouw (2006), se plantea direc- tamente cómo el agua forma parte central del metabolismo de las ciudades, apoyado en relaciones desiguales de poder, que través de flujos, redes, configuraciones y dinámicas humanas, físicas, discur- sivas, culturales, materiales y orgánicas, benefician a algunos a costa
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de deteriorar a otros, humanos y no humanos. Para estos autores, los cambios socioecológicos, no son social, ni políticamente neutros, y dada la naturaleza contradictoria del proceso metabólico, los conflictos socioambientales son inevitables. En dicho libro, Kaika (2006b) analiza desde la ecología política la escasez de agua en Atenas, centrándose en cómo el abastecimiento hídrico no tiene que ver con la disponibi- lidad real del recurso, sino con las relaciones sociales de producción de agua potable que transformaron al agua de ser bien público a una mercancía, a través de una sequía inducida y una retórica de crisis que facilitó el proceso de privatización. En el mismo volumen, Gandy (2006) expone desde una perspectiva influenciada por la noción de Foucault sobre “gubernamentalidad”, las formas en las cuales el metabolismo hídrico de la ciudad moderna está asociado a ideas de higiene y sanidad desarrolladas desde mediados del siglo xix para enfrentar la crisis sanitaria derivada del aumento de población en las ciudades. En conjunto con la evolución de la ciencia y de los estudios sobre bacterias, este discurso sobre el agua termina no solo por modificar el espacio donde viven los individuos, sino también las conductas cotidianas. La ciudad “bacteriológica” es una idea fuerte de Matthew Gandy (2004), quien señala que el agua es clave para mantener el metabolismo humano y social, a través de infraestructura que interconecta espacios de flujo, y que fusionó el interés de la biología con la economía política, generando que ciertas élites planificaran el espacio urbano. De esta manera, la ciudad bac- teriológica se transforma en un socio-espacio donde, por un lado, se asegura un grado de cohesión social, y por otro, se protegen las funciones políticas y económicas de la ciudad moderna. Como vemos, para la ecología política el agua juega un rol central en el metabolismo de la sociedad moderna, ya sea a través de grandes planes de infraestructura que encarnan proyectos político- ecológicos (Swyngedouw, 2007; Swyngedouw, et al., 2002) o prácticas cotidianas amparadas en discursos científico-técnicos propios de la modernidad (Gandy, 2004). De esta forma, la vinculación entre agua, sociedad, conocimientos y poder, está en interrelación con una serie de materialidades, como las represas, las cañerías, los sistemas de agua potable, los canales urbanos y rurales, sistemas de irrigación, lugares
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de recreación donde el agua juega un papel central, y donde es posible identificar la conformación de un “ciclo hidrosocial” característico de la relación actual entre sociedad y naturaleza, que le da forma a los espacios que habitamos (Linton y Budds, 2013; Swyngedouw, 2005). El agua, entonces, comienza a fluir con tensiones entre su ciclo hídrico y el ciclo económico, generándose desigualdades sociales sobre el control, acceso y uso del agua, fuertemente relacionadas con la clase, el género, la etnia y la localización geográfica de ciertos grupos sociales que se expresan a través de conflictos socioambien- tales (Swyngedouw, 2009). Desde el Instituto de Ciencia y Tecnología del Ambiente (icta) de la Universidad Autónoma de Barcelona, Rodríguez-Labajos y Martínez-Alier (2015) han argumentado desde la justicia ambiental, que los conflictos hídricos corresponden a conflictos de distribución ecológica, provocados por el crecimiento del metabolismo social. En numerosos estudios, la escuela del icta ha centrado su atención en aquellos conflictos que surgen por la construcción de gran infraes- tructura, como es el caso de las represas, la imposición de servicios de agua potable centralizados y privatizados, y la extracción de recursos (biomasa, minería y combustibles fósiles). Básicamente, los conflictos ocurren a lo largo de la cadena de producción (extracción, trans- porte, consumo y desperdicios) y en diferentes escalas geográficas, afectando principalmente a comunidades locales, tanto en términos ambientales como socio-económicos, pero escalando incluso hacia relaciones entre países y estados. Uno de los trabajos pioneros en ecología política del agua es el de Karen Bakker. En su análisis, un punto central en los procesos globales del agua es el fin del “paradigma del Estado hidráulico” (Bakker, 2003), que hace referencia a cómo el Estado desarrolló, durante gran parte del siglo xx, la lógica de entender al agua como un recurso estratégico para la modernización, que le permitía al Estado contar con legitimidad social, mientras cumplía un rol primordial en acumulación de capital. En la lógica del “Estado hidráulico”, existía un “contrato hidrosocial”, donde el agua era concebida como un bien público, y su manejo tenía un enorme impacto en sanidad, cobertura social y protección medioam- biental a través de la construcción de infraestructura de captación
24 Hidro-poderes globales-nacionales y resistencias locales
y abastecimiento. Los “fallos del Estado”, la falta de inversión pública, y la falta de eficiencia fueron minando la idea de que el Estado debía abastecer de agua a la sociedad como derecho primordial, de modo que los discursos sobre el agua comenzaron a girar en torno a la crisis y la “escasez hídrica”. El agua dejó de ser un servicio público y comenzó a ser tratada como un negocio. Los usuarios fueron transformados en consumidores, y el principal objetivo del manejo del agua se transformó en maximizar su eficiencia económica más que la equidad social. De esta forma se modificó el “contrato hidrosocial” entre los usuarios y sus medioambientes, y en su reemplazo se instauró un sistema de precios y derechos privados, donde se pagan unidades de agua, haciendo un uso más eficiente del recurso. Para Bakker (2003), el agua se ha mantenido en la frontera entre el Estado y el mercado, esto debido a que es un recurso que fluye, y que está fuertemente afectado por externalidades o efectos territoriales. Además, si bien es un recurso cuya forma de almacenar es barata, su transporte es caro. Al mismo tiempo, sus características biofísicas y las prácticas de uso del agua por parte de los humanos, lo vuelven un recurso difícil de commodificar. De esta forma, el agua es un commodity “no cooperador”, que, dadas sus características, es difícil de privatizar, y requiere de una importante inversión pública, sujeta a monopolios naturales. Dada sus características biofísicas y sociales, es posible identificar el h2o que circula por el ciclo hidrológico, y el “agua”, que circula por el “ciclo hidrosocial”: una compleja red de cañerías, leyes, instituciones, metros, estándares de calidad, consumidores, al igual que lluvias, evapotranspiración y corrientes (Bakker, 2003, p. 49). El agua es simultáneamente un flujo físico y una cosa medida —social y discursivamente— que fluye y circula por relaciones sociales, y por diversas escalas, que se caracteriza por su rol central en la salud pública y por ser fuertemente afectada por externalidades negativas (cuyo valor no puede ser fácilmente calculado). Para Bakker (2007, 2012), el agua es en parte un recurso no susti- tuible, esencial para la vida, y que cumple funciones estéticas, simbólicas, espirituales y ecológicas, además de tener un carácter inevitablemente público. En cuanto recurso se puede privatizar, pero no puede ser totalmente commodificado, de manera que el Estado siempre está
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involucrado de alguna forma. El problema se agrava cuando el agua no solamente puede ser privatizada, sino que también es convertida en un recurso escaso, el cual comienza a alcanzar un alto precio o se orienta a aquellas actividades donde puede obtener su mayor valor de mercado. La literatura llama a este proceso la neoliberalización de la naturaleza (Castree, 2005): a través de instituciones, leyes, normas y reglas, se generan organizaciones que gobiernan el uso de recursos y administran su explotación. Sin embargo, como señala Bakker (2012), la neoliberalización de la naturaleza en el mundo no ha sido un proceso unívoco, sino que, como evidencian algunos casos —como los de Ingla- terra y Gales—, existe privatización sin que el recurso privatizado sea necesariamente colapsado por las reglas del mercado. Mientras que, en otros casos, como el de Chile, la creación de derechos de agua permitió la privatización y la distribución a través de un mercado de agua, por lo cual esta puede ser libremente tranzada, heredada o transferida, incluso por sobre su disponibilidad material o sus usos históricos (Budds, 2004, 2009; Prieto y Bauer, 2012; Romero-Toledo, 2014). La campaña internacional de anti-privatización del agua co- múnmente se ha construido desde el argumento de que el agua es un derecho humano. Los que están a favor de la privatización del agua sostienen que, sin embargo, el abastecimiento del agua como derecho humano no tiene por qué ser gratis, y que puede existir regulación para su precio y calidad. Por tanto, para Bakker (2012) la privatización y el derecho humano al agua no son irreconciliables para el mercado, ya que básicamente están enraizadas en el individualismo económico y político (Bakker, 2007). Para contrarrestar la neoliberalización del agua, habría que pensar en “economías comunitarias del agua”. Activistas a favor de una alter-globalización han introducido la idea del agua como un “bien común”, conceptualización que se opone a conceptua- lizar al agua como un commodity. Para Bakker (2012), los actores que ven al agua como un recurso “común” han apuntado al manejo colectivo por co- munidades, basándose principalmente en tres razones: 1) el abastecimiento de agua es afectado por las fallas del mercado y del Estado, mientras que el manejo comunitario se basa en la sabiduría sobre el agua; 2) el agua tiene dimensiones culturales y espirituales que están cercanamente articuladas a prácticas asociadas a determinados lugares, por lo cual, la provisión de
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agua no puede quedar en manos del Estado ni del mercado; y 3) el agua es un recurso que fluye localmente, y su uso y conservación tienen un impacto directo en la comunidad. Estos actores ven que la crisis hídrica ha sido socialmente producida por una visión cortoplacista de crecimiento económico, a través de compañías multinacionales, que transformaron la abundancia en escasez. Para otros autores, como Linton (2010), el agua no es una cosa, sino que es un proceso. Desde esta perspectiva, el h2o no constituye la realidad fundamental del agua, sino que es un significado fijado de manera provisoria y contingente, a través de procesos del agua y procesos sociales, producidos y representados a través del conocimiento científico. Durante el siglo xx, en Occidente se generó un discurso dominante o hegemónico sobre conocer, entender y relacionarse con el agua: “el agua moderna”, construida a partir de una abstracción que no tomaba en consideración el contexto ambiental, social y cultural. El agua moderna era fácil de manejar, era universal, y estaba natu- ralizada: representaba la emancipación humana a través del control de la naturaleza (Kaika, 2006a). Su objetivo era uno solo: ayudar a mejorar la salud y los estándares de calidad de vida de las personas. Para ello, era central el desarrollo de la ingeniería y la infraestructura que materializaran la realización hidrosocial en diferentes lugares y momentos. De esta manera, ideas, significados, leyes, infraestructura de concreto y técnicas de manejo han hecho que la hegemonía se naturalice. El “agua moderna”, en cuanto abstracción, ha sido construida desde la hidrología y la ingeniería hidráulica, las cuales, a través de procesos matemáticos sobre el h2o, han naturalizando una forma de entender el agua, desacoplándola de los conocimientos locales. En cuanto recurso, el agua pudo ser separada del medioambiente, del territorio y de las personas. Pudo ser deslocalizada, canalizada, acumulada, embotellada y transportada en diferentes cantidades. Tal vez el caso más patente del discurso del “agua moderna” fue la construcción de grandes represas hidroeléctricas en todo el mundo. La identidad del agua era la producción de energía, y la represa hidroeléctrica, en cuanto proceso del agua y proceso social, realizaba un trabajo político que fortalecía ciertas relaciones de poder haciendo casi imposible pensar en otros usos o en otras relaciones.
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Sin embargo, diferentes contradicciones empezaron a desmantelar la red que sostenía el discurso y la práctica del “agua moderna”. En la actualidad, no podemos pensar el agua sin sus componentes ecológicos (ecosistemas terrestres y acuáticos), culturales (los significados y relaciones que existen entre los grupos humanos y el agua) y políticos (la distribución de los beneficios económicos asociados a ciertas gobernanzas del agua). En estos términos, nos encontramos en una dialéctica relacional del agua: el agua no es una cosa sino un proceso de integración, el cual es identificable por las propiedades emergentes del agua, pero que siempre toma forma en la relación con las entidades a las cuales está integrada (Linton, 2010). Es decir, el agua de una represa, por ejemplo, no sola- mente es h2o, sino que también es las decisiones del Estado, el código de agua, los protocolos de manejo de recursos hídricos, los usuarios del río, las empresas de construcción y distribución, los consumidores, los discursos políticos, las prácticas materiales, creencias, entre otros. Todos estos elementos “fijan” el recurso, transcendiendo el lugar y el tiempo del agua en sí misma. Hablar de la “naturaleza social del agua” no significa que la sociedad haya producido al agua per se, sino que en todas las instancias del agua que tienen significado para nosotros, está saturada de ideas, significados, valores y potenciales que nosotros le hemos conferido. Sin embargo, el agua también puede ser entendida como un no humano. Más allá del poder que ha tenido el capitalismo para producir hidro-territorios o la cultura occidental para generar determinadas prácticas materiales y discusivas, el agua en sí no puede ser totalmente controlada por la sociedad. El agua transita por diferentes estados y depende de numerosos elementos que actúan en conjunto para tomar la forma y el volumen que requiere la sociedad. Aun cuando se canalizan los ríos y se construye infraestructura, aun cuando se transforma en litros por segundo y se le otorga propiedad y precio, el agua se escapa. Esto es más evidente en las lluvias torrenciales, sequías prolongadas, deshielos, evaporización, corrientes subterráneas, afloramientos e inundaciones. El agua afecta y actúa sobre los deseos y diseños de la sociedad, incluso llegando a modificarla. En cuanto actante fluye, desarticula o conecta, y se relaciona con los humanos de diferentes maneras. El agua tiene una “materialidad vibrante”, es una “cosa” que
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posee vitalidad y agencia, así como la capacidad de cambiar trayectorias. Se trata de un poder material que puede ayudar o destruir, enriquecer o deshabilitar, ennoblecer o degradarnos (Bennet, 2010). Es decir, en la propia materialidad y naturaleza del agua —líquida, acumulable, gratis, pesada, muy susceptible a externalidades, y desigualmente localizada en el territorio—, reside la forma en la cual se articula la ecología política. Es precisamente su naturaleza y extrema necesidad para la vida y la reproducción del ser humano, lo que configuró el poder social. Es precisamente su composición, que nosotros identificamos como “pura” o “contaminada” en función de si sirve para beber, para cultivar, o para interactuar en otras formas no económicas, lo que permitió la acumulación, sistemas de irrigación, ritualidades y la organización del poder. Es justamente el agua “potable” una de las promesas de la modernidad y del Estado del siglo xx. Es finalmente su capacidad de ser dividida, por ejemplo, a través de la medida litros por segundo, lo que determina la forma en la cual puede privatizarse, y su localización y cantidad lo que orienta al mercado y crea “derechos” sobre una ma- terialidad líquida que, como tempranamente lo vio Heráclito, fluye y cambia constantemente.
Otras corrientes para el análisis del agua Hasta acá se han expuestos las formas modernas, occidentales y capitalistas que le dan cierta forma a la relación entre agua y sociedad. Sin embargo, el agua se relaciona con sobrevivencias, derechos, reconocimientos, autodeterminaciones y autogobierno, que escapan a la comprensión hegemónica de lo que es el agua. La defensa del río por parte de los emberá katío frente a la hidroeléc- trica Urra i, fue un punto de partida para analizar los significados y valoraciones culturales del agua, como eje articulador de una cultura. En las culturas andinas, quechuas y aymaras se realizan los “llamados de lluvia”, y durante el mes de octubre se celebran festividades de lluvia, que deben ser entendidas en conjunto con otras actividades como la limpia de canales y la confección de es- tanques de riego, evidenciando una red de interacciones entre las comunidades andinas, el agua en sus diferentes formas a través de su ciclo y un mundo no humano y cosmológico (Boelens, 2013).
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Lo mismo ocurre con los mapuches en el sur de Chile, y su geografía sagrada sobre cuerpos de agua como los trayenko y los menoko, y con el ritual nguillatún cuya práctica, mantención y conservación es central en los procesos actuales de articulación etno-política. Pero la relación con el agua también está presente la tradición sincrética: los santos Andrés, Lucas, Isidro Labrador, Santiago, Santa Bárbara, o las Vírgenes del Carmen y de la Candelaria están estrechamente relacionados con el agua y el clima. El agua, para los pueblos en cuestión, es vital para la supervivencia económica, social y cultural de sus comu- nidades, es esencial en su configuración identitaria y tiene una signifi- cación simbólica ligada a labores agro-ganaderas, y a la cosmovisión. Así, la relación de estas comunidades con el agua es totalmente distinta a aquella relación mediada por la economía política capitalista. Sin embargo, dichas comunidades, hoy enfrentan la radicalización de procesos de desposesión, principalmente por la introducción de normativas neoliberales para el manejo de recursos hídricos, la transformación de territorios para la monoproducción en el con- texto del extractivismo, y el acelerado crecimiento urbano. Es decir, existe un conflicto entre metabolismos y ciclos hidrosociales, entre la cultura dominante y las culturas locales. En América Latina, la Red de Agua waterlat-gobacit, liderada por José Esteban Castro, ha sido muy activa desde el 2009, conectando a académicos, estudiantes de posgrado y activistas que trabajan temas relacionados con conflictos hídricos en la región. Esta red tiene un im- portante número de publicaciones en español y portugués, que abordan temáticas cómo conflictos socioambientales, políticas públicas, de- recho al agua y democracia en América Latina. Castro, et al. (2017), han argumentado sobre la paradoja de la región donde, por un lado, se ha registrado un avance en las condiciones materiales de la población —principalmente mediante la expansión del acceso al consumo de bienes y servicios, en un proceso de creciente democratización y ciudadanía más activa, con ampliación de derechos para sectores que habían sido históricamente excluidos y su fortalecimiento en procesos políticos—, pero, por otro lado, este avance se ha basado en el crecimiento mediante la presión extractivista sobre el medioam- biente para financiar políticas sociales, que terminó por aumentar las
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injusticias y generando que los movimientos sociales se enfrentaran a los gobiernos progresistas. Precisamente, estas tensiones entre justicia social y justicia ambiental, hacen patente la continuidad de procesos de intercambio ecológico desigual y la deuda ecológica histórica y acumulada que tienen los países desarrollados con el resto del mundo. En Agua y democracia en América Latina, Juan Esteban Castro (2016) ha sostenido que desde la década de 1970 es posible identificar dos grandes tipos de luchas sociales por el agua: a) eco- céntricas, centradas en la protección de ecosistemas acuáticos, y b) antropocéntricas, orientadas a la defensa de los derechos de los seres humanos a un ambiente acuático limpio y el acceso a servicios de agua. En América Latina, la construcción de grandes infraestructuras hí- dricas ha causado el desplazamiento forzado de población indígena y afrodescendiente, así como la expropiación autoritaria de derechos de agua sin compensación y con daños irreversibles. Además de los daños generados directamente por el extractivismo, que afectan la gobernanza del recurso y la gobernabilidad de las sociedades, Castro menciona la posibilidad de confrontaciones militares por el control de acuíferos, como el caso de Acuífero Guaraní (Castro, 2016, p. 16). El número de la Revista Europea de Estudios Latinoamericanos y del Caribe, coordinado por Alex Latta y Anahí Gómez (2014), per- tenecientes a waterlat-gobacit, también se concentra en el neo- extractivismo y sus oleadas de inversión en los sectores minero, hidroeléctrico e hidrocarburífero; en la expansión de plantaciones de monocultivos agrícolas y agroforestales; y en la construcción de nuevos puertos, carreteras e hidrovías, para canalizar los productos primarios hacia los mercados de exportación, afectando las formas tradicionales de subsistencia y las relaciones simbólicas y culturales entre los pueblos y su entorno natural (Latta y Gómez, 2014, p. 51). Otro dossier de waterlat, coordinado por Latta y Poma, en la revista Agua y Territorio (2014), insiste en los impactos de los grandes pro- yectos de infraestructura hídrica desarrollados por el poder político y el poder económico en el marco del extractivismo neoliberal, y las resistencias de las comunidades afectadas por dichos proyectos y su lucha de justicia socioambiental (Latta y Poma, 2014, p. 10).
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Precisamente, los miembros de esta red han avanzado en distintos análisis sobre el agua que abren la puerta a nuevas lecturas críticas sobre la relación entre sociedad y naturaleza. Poma (2014) ha avanzado sobre las experiencias de resistencia frente a grandes proyectos hídricos, el rol de las emociones y simbolismos en la motivación de la acción política de las comunidades locales, y los apegos al lugar desde donde surgen nuevas prácticas y subjetividades. Los lugares son parte de la propia vida, identidad, historia, cotidianidad de las comunidades; además, los sentimientos de indignación, injusticia y victimización por vulneración que estos proyectos generan, han sido importantes motivaciones para la acción política. Estas experiencias constituyen laboratorios culturales y procesos de aprendizaje, donde se producen redefiniciones de valores, creencias e identidad, y el empoderamiento de nuevos sujetos políticos. Otros, como Gómez (2009), han centrado su atención en la lucha de las mujeres mazahuas en México, y la conformación del Ejército Zapatista de Mujeres en Defensa del Agua, donde la politización de identidades indígenas, el esencialismo estratégico, la articulación con el zapatismo y la utilización del sentimiento materno, que busca el bienestar físico, económico y social de las familias, fueron las vías que lograron visibilizar su demanda por protección frente a la crecida del caudal del río como consecuencia de una represa, la necesidad de contar con agua potable, y la exigencia de planes de desarrollo sustentable. El texto de Gómez muestra cómo la imagen de vulnerabilidad de la mujer, en cuanto género, clase y etnia, se subvirtió para ser agente de cambio, y significó un cambio de roles de género dentro de la comunidad. Un segundo grupo muy activo en América Latina es la Red de Justicia Hídrica, también fundada en 2009, y liderada por Rutgerd Boelens, entre otros; esta analiza los países andinos, desde una pers- pectiva que incorpora el pluralismo legal, la política cultural y la ecología política. Este grupo también ha tenido una alta producti- vidad en términos de publicaciones, destacando libros como Agua y ecología política: el extractivismo en la agroexportación, la minería y las hidroeléctricas en América Latina (2015); Justicia hídrica: acumulación, conflicto y acción social(2011); Agua e inequidad. Discursos, políticas y medios de vida en la región Andina (2013), entre otros; así como la revista (In)Justicia Hídrica. Estos estudios ilustran diferentes
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casos donde el extractivismo y el crecimiento urbano presionan por el acaparamiento de recursos hídricos por parte de diferentes actores, conectados en diversas escalas, a través de procesos de acumulación, desposesión y contaminación, explotando territorios hidrosociales bajo la bandera del progreso y la modernidad. Boelens, et al. (2012) señalan que los pueblos indígenas tienen conexiones especiales entre fuentes de agua, personas, lugares, pro- ducción e identidad, las cuales son cruciales y están profundamente relacionadas con la forma particular que tienen de percibir, crear y recrear el territorio. De esta manera, emergen conflictos entre culturas, formas divergentes de economías, y estructuras socio-políticas que dis- putan el derecho al agua. Los autores ilustran el caso del pueblo emberá katío en Colombia, del pueblo oyachi en Ecuador, y las comunidades tuti en Perú. En estos acasos, autoridades de agua, organizaciones de irrigación, rituales, tradiciones, y normas de manejo del agua juegan un rol preponderante en las dinámicas de las comunidades. Boelens (2013) plantea la persistencia de “ciclos hidro-cosmológicos” que están en la intersección entre relaciones humanas, no humanas y divinas, donde interactúan culturas de agua, derechos y cosmovisiones, que van más allá de lo “social” o lo “natural”. Duarte-Abadía y Boelens (2016) avanzan en los “lenguajes de valoración” y regímenes de repre- sentación sobre las fuentes de agua, que son localmente específicos, con características históricas, éticas, económicas y culturales, construidos de manera colectiva. Esto ha generado la existencia de materialidades e imaginarios territoriales divergentes, que se enfrentan e interactúan con imaginarios y lenguajes dominantes. Paralelamente, en Colombia, Censat-Agua Viva ha generado una serie de discusiones en torno al agua, centrándose en una propuesta de justicia hídrica. Censat “concibe las aguas como elemento esencial para la garantía de la vida en el planeta y la posibilidad de comunión entre los seres humanos y demás entidades que nos acompañan” (Censat, 2013). A partir de este planteamiento ha generado diversas publicaciones y debates relacionados con los efectos extractivistas en el agua, la de- fensa del agua como derecho y el posicionamiento de concepciones y derechos culturales en relación con el agua. Asimismo, lideró la compilación de textos en torno a justicia hídrica (Vélez et al., 2010),
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al igual que diversas publicaciones sobre el estado del agua en Colombia, los despojos y resistencias (Urrea y Cárdenas, 2016; Urrea y Camacho, 2007). Finalmente, Censat tiene una escuela de agua (Martínez y Pinzón, 2014), la cual va recorriendo territorios con un proceso metodológico participativo en la búsqueda de la formación en torno al agua y las problemáticas actuales. En este proceso retoman experiencias de los acueductos comunitarios. Es en este contexto de radicalización del despojo que ha ocu- rrido mediante el extractivismo y el quiebre del contrato hidrosocial con el Estado inversor del siglo xx, y en el marco de reconoci- mientos globales sobre los derechos de campesinos, mujeres, in- dígenas, y del derecho humano al agua, así como a tener acceso y control sobre bienes comunes por parte de comunidades, que el “agua moderna” comienza a ser desestabilizada por prácticas ecológico-culturales locales, que tienen la potencia de reconectar o conectar de distinta forma las relaciones entre lo humano, lo no humano y el agua. Es en aquellos lugares, como el norte minero de Chile, en el desierto más árido del mundo, donde el agua es vital y se subvierten las formas en las cuales el neoliberalismo ha estructurado el recurso hídrico (Prieto, 2014, 2016), y comienzan a emerger, desde contradicciones territoriales, procesos de irrigación del desierto que revitalizan viejas prácticas ecológico-culturales y proyectos etno-políticos (Romero-Toledo y Gutiérrez, 2016; Yáñez y Molina, 2011). Los grandes proyectos de inversión van perdiendo legitimidad social, en conjunto se avanza en entender la trama de redes políticas y económicas, a diferentes escalas, que está detrás de la construcción de infraestructura hídrica. Proyectos que eran deseables hace unos años —como la instalación de represas hidroeléctricas—, hoy en día constituyen agresiones socioambientales que son con- testadas por diferentes actores sociales, rechazando las formas en las cuales los territorios son designados para realizar cierto tipo de actividad (Romero-Toledo, 2014). Un “recurso” moderno se transforma en un “bien común” altamente sensible para el futuro de la sociedad, lo cual parece subvertir la gubernamentalidad que nos traspasó a los ciudadanos el cuidado del agua. Cuidar el agua hoy puede significar cuestionar la arquitectura que separó al agua
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de los usuarios, y centrar de nuevo la preocupación por conocer de dónde viene y de quién es el agua que ocupamos, y a dónde y en qué condiciones va el agua después de que la utilizamos.
El agua es entonces mucho más que h2o, es un proceso entre lo humano y lo no humano, donde la sociedad produce y modifica sus condiciones de existencia, y donde la economía política, la cultura y las creencias son generadas y producen una relación íntima con el agua. Pero también, el agua en sí es un proyecto, que fluye con su propia lógica y agencia, independiente de la sociedad, transita por diferentes estados, y en cada etapa de su ciclo hidrosocial enfrenta una serie de interacciones y contradicciones. En estos diversos estados circula por espacios, estructuras, clases sociales, etnias, géneros. Sale y entra de corrientes, para finalmente seguir fluyendo hasta alcanzar el mar, para comenzar una vez más.
Aguas desiguales: Chile y Colombia En estos contextos se propone analizar dos miradas sobre el agua en dinámicas nacionales diferentes: Colombia y Chile. Colombia es un país de abundancia hídrica con cinco grandes áreas hidrográficas (Magdalena-Cauca, Caribe, Pacífico, Orinoco y Amazonas), 6 nevados y 36 complejos de páramos. El agua es un bien público: […] el Estado tiene la potestad de administrarlo. En términos de su uso, puede ser tanto público como privado, pero el Estado tiene el control y la vigilancia sobre ambos tipos de empleos del agua. Según la Constitución, nadie tiene aguas privadas, por ejemplo, cuando alguien tiene cursos de aguas como quebradas, manantiales que se sitúan en un predio privado, el propietario no es libre de hacer lo que quiera con el bien natural, ya que el Estado es quien lo administra, y debe respetar el uso y los derechos de aguas de otras personas. (Martínez, 2016, p. 33)
Se presentan tanto sequias como lluvias extremas, ligadas no solo a la variabilidad climática, sino también a procesos relacionados con las dinámicas extractivistas (Martínez, 2016). Paralelamente, el aumento de la población urbana ha generado diversas dinámicas en torno al acceso a lugares, medios de vida y recursos vitales como el agua.
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Dichos procesos no son iguales para todos los habitantes y por el contrario, cada vez son más diferenciados en contextos de mer- cantilización, despojos cotidianos y privatización. De acuerdo con Martínez (2016): “Es posible caracterizar esta privatización bajo dos procesos: el de las fuentes y el de la gestión. Y la privatización de las fuentes puede entenderse también en dos subcategorías: privati- zación por apropiación y privatización por contaminación” (p. 19). Estas privatizaciones generan conflictos, tanto con pobladores urbanos como rurales, que demandan justicia espacial y ambiental. En Colombia los paisajes hídricos, como parte de un ambiente neoliberal, politizado y crecientemente privatizado, están articulados tanto a nociones y valorizaciones del agua, como a políticas públicas e infraestructura. También están entretejidos con los movimientos sociales que emergen planteando estrategias alternativas de acceso, control y uso del recurso hídrico, considerado como un derecho fundamental, mediante el ejercicio de estrategias diversas, incluidas las de resistencia cotidiana que involucran redes y actores diversos. Simultáneamente se dan procesos de mercantilización del agua, contestados por iniciativas de desmercantilización de la misma en ejercicios de hidropoder -hidropolíticos-, en los cuales diversos actores sociales con dinámicas históricas y en diferentes escalas entran en contradicción, negociación o conflicto. Las actuales discusiones en torno al agua están asociadas a su control privado a través de hidroeléctricas y a la apropiación por particulares de espacios de vida en los ríos y otros cuerpos de agua, también en escenarios urbanos, mediante procedimientos relacio- nados con cadenas de valorización de esta. Quienes confrontan estos procesos cuyos planteamientos surgen de visiones del agua como espacio de vida y bien común, con otras lógicas no mercantiles de uso, control, acceso, toma de decisiones y ejercicio de derechos que escapen a la valorización económica y se centren más en la noción de lugar atravesado por el agua como espacio de vida. Las propuestas se han articulado en el Referendo por el agua, que sintetizó y articuló las demandas colectivas por la defensa del agua desde inicios del siglo xx (Gómez, 2014) , y que se articuló en el 2009 en las siguientes demandas: “i) el agua como un derecho fundamental; ii) la garantía
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de un mínimo vital gratuito subsidiado por el Estado; iii) la gestión del agua únicamente en manos del Estado y las comunidades organi- zadas; y, iv) la protección especial de los ecosistemas esenciales que regulan el ciclo hidrológico” (Martínez, 2016, p. 38). Recientemente, las consultas populares demandan la defensa del agua y han logrado posicionar políticamente la protección del territorio y de los modos de vida; como ejemplos tenemos las consultas de Piedras (2013), Cajamarca (2017), y Tauramena (2017), entre otras. En Chile, durante la dictadura de Pinochet (1973-1989) se reali- zaron profundas reformas que favorecieron grandes transformaciones socioambientales a través de la privatización y concentración de re- cursos, y de la privatización de la industria e infraestructura estatal. Dentro de una serie de legislaciones que constituyeron una arquitectura neoliberal completa, los derechos de agua quedaron protegidos como propiedad privada por el artículo n.° 19 de la Constitución de 1980. En 1981, se instauró el Código de Agua, donde se consagran los derechos de agua como separados de la propiedad de la tierra, y susceptibles de ser libremente comprados, vendidos, heredados o transferidos, como cualquier tipo de derecho de propiedad. Esta normativa limitó la acción del gobierno en el manejo del agua y creó incentivos para la inversión privada, así como un mercado de agua que ha per- mitido localizar y utilizar el recurso buscando su más alto valor de mercado y eficiencia, a través de decisiones individuales. De esta manera se entregaron derechos de agua de manera gratuita y a per- petuidad a privados (en la actualidad se plantea una revisión cada treinta años), los cuales pueden ser libremente transados, sin importar los usos históricos y tradicionales, sin establecer usos prioritarios. Los derechos de agua no pagan impuestos al Estado y, hasta 2005, los dueños de derechos de agua no tenían la obligación de ocuparlos para actividades productivas (Bauer 2009, 2002; Budds, 2009, 2004; Prieto y Bauer, 2012; Romero-Toledo et al., 2009). En la actualidad se encuentra en debate en el Senado las reformas al Código de Agua, para lo cual se requieren mayorías parlamentarias que en el Chile neoliberal no existen. En 1993, la Ley Indígena chilena reconoció que los pueblos indígenas tienen propiedad sobre las aguas, tierra, recursos y territorios que han ocupado ancestralmente. Esta normativa pone especial énfasis en los
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pueblos indígenas del norte de Chile, quienes habitan el desierto más árido del mundo, y han sido afectados por la demanda hídrica de la gran explotación minera del cobre, la expansión urbana y el crecimiento del sector de servicios. En la zona central del país, el crecimiento urbano acelerado, los cultivos de palta o aguacate, y la expansión forestal con pinos y eucaliptos, han presionado enormemente a las comuni- dades locales rurales. En el sur, los mapuches le disputan el agua a las forestales, a las hidroeléctricas y a las pisciculturas, mientras que en la Patagonia los habitantes locales han rechazado la instalación de centrales hidroeléctricas, los efectos de las granjas salmoneras y de la explotación minera. Siendo contextos con procesos diferentes, hemos centrado nuestro análisis en dinámicas relacionadas con extractivismos, hidroeléctricas, luchas y demandas por el agua en las ciudades, las cuales resaltaremos a continuación.
Ejes analíticos sobre el agua Los debates en torno al agua dan cuenta de múltiples interac- ciones globales y locales, entre diversos actores e intereses, al igual que valoraciones sobre la misma que van desde relaciones espirituales y de reciprocidad, hasta relaciones con procesos extractivistas cuyos resultados son acaparamientos y despojos. De manera paralela, en las ciudades los procesos de acceso generan desigualdades, al igual que confrontaciones debido a demandas por derecho al agua y de- rechos del agua. Por lo tanto, cada vez más emergen movimientos sociales que demandan derechos al agua como bien común. A partir de estas dinámicas, consideramos que hay tres ejes para los análisis, los cuales se mirarán de manera comparativa entre Chile y Colombia: extractivismos, gobernanza, acaparamientos y derechos; hidroeléc- tricas, represas y control territorial; y ciudades, acceso, conflictos y desigualdades socioambientales.
Extractivismos, gobernanza, acaparamientos y derechos Los procesos extractivos se han enmarcado en las dinámicas de la gobernanza como un mecanismo de participación para “administrar” los recursos, en este caso agua. Sin embargo, los procesos
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extractivos también implican acaparamientos y controles territo- riales que afectan el acceso al agua como un derecho. Por lo tanto, surgen movimientos sociales que confrontan dichos procesos. Este eje pretende dar cuenta de las implicaciones de los extractivismos en la escasez y despojo del agua. En contextos del neoliberalismo en Chile y sus consecuentes reestructuraciones políticas, institucionales, productivas y culturales, Romero-Toledo, Castro y García, resaltan los procesos de reemer- gencia indígena desde la década de 1980, principalmente en aquellas regiones que estaban sufriendo los efectos de la transformación so- cioambiental, y en el contexto de la reorganización social para poner fin a la dictadura militar, cuando se firmaron acuerdos entre indí- genas y Estado que se vienen implementando desde ese entonces. Sin embargo, dichos acuerdos comenzaron a chocar con los procesos etno-territoriales locales y la expansión extractivista minera, forestal, hidroeléctrica y pesquera, y sus efectos sobre los recursos hídricos. El Estado ha reaccionado a través de subsidios, transferencias y capaci- taciones, y mediante la compra de tierras y aguas para las comunidades. Las empresas han actuado, a través de políticas de responsabilidad social y esquemas de negociación/conflicto. En estos contextos, se analiza el caso de los aymaras, la existencia de conflictividad asociada a la minería, donde la captura de agua y los residuos industriales son un tema fundamental, pero que se ha manejado a través de acciones legales, compra de derechos de agua por parte del Estado, acuerdos entre las comunidades y las empresas, y la presencia constante de las mineras como subsidiadoras de los poblados cordilleranos. En el caso de los mapuches, los autores resaltan la existencia de un conflicto abierto, que está asociado a la expansión de la actividad forestal sobre tierras mapuches usurpadas, y otras tierras no reconocidas por el Estado en el proceso de reducción indígena, y por el deterioro socio- ecológico de los territorios que han quedado, literalmente, atrapados entre las plantaciones de pino y eucalipto, presentando una limitada disponibilidad de agua, y siendo especialmente sensibles frente a los episodios de sequía. En una perspectiva similar, Caro-Galvis analiza la extracción de carbón en Colombia, su largo protagonismo en la economía nacional,
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y los efectos de su “comoditización” en la transformación del lugar que ocupaba este mineral en el imaginario económico nacional, al punto de construir no solo una sobrevaloración de las reservas en Colombia y su aprovechamiento, sino también de adecuar política, jurídica, económica y territorialmente al país para sostener durante 35 años una expoliación “legalizada”, en detrimento de otros bienes comunes como el agua y la cultura de poblaciones campesinas, indígenas y afrodescendientes. Se trata de un modelo que produce geografías desiguales, en donde algunas zonas del planeta son áreas destinadas a la explotación o “zonas de sacrificio” que reciben todos los impactos sociales, ambientales y territoriales que la extracción de materias primas produce de manera intensiva. A su vez produce afectaciones culturales, dado que el agua para las comunidades locales ha estado directamente relacionada con la producción y por lo tanto con el alimento, de modo que su acceso y distribución han sido regulados según arreglos comunitarios. Como plantea Caro, “para las comunidades rurales el agua también está vinculada simbólicamente con la recreación, con espacios de en- cuentro comunitario y un lugar en el sentido de la reproducción de la cultura campesina y sus prácticas”. La minería de carbón, tanto en la Guajira como en otras zonas de Colombia, ha roto estos sentidos durante sus años de “convivencia” con las comunidades, no solo por el acapara- miento de fuentes de agua vinculado al despojo territorial, sino porque las empresas comportan concepciones del agua que se contraponen a los sentidos y significados que esta tiene para las comunidades étnicas y campesinas. Esta superposición contradictoria de cosmovisiones, cruzada por relaciones desiguales de poder, es una de las principales causas de conflicto por este elemento en las zonas mineras. Una salida a los conflictos socioambientales se ha pensado en torno a la gobernanza del agua; sin embargo, Valderrama evidencia cómo también hay tensiones y articulaciones alrededor de un recurso de uso común. Por lo tanto, expone un punto de vista crítico sobre la manera en que ha sido entendida e implementada la gobernanza en la Sierra Nevada de Santa Marta, Colombia; esto es, desde una retórica multiculturalista de reconocimiento y desconocimiento de derechos. Dicho punto de vista ha sido formulado a través de situaciones concretas que han tenido lugar en el macizo, relativas a
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posibilidades —aún incipientes— de lograr espacios policéntricos de relacionamiento alrededor de la gestión del agua. No obstante, la opor- tunidad de lograr espacios de coordinación que busquen responder de manera real e incluyente a las características específicas de una unidad biogeográfica dada —como lo es la cuenca hidrográfica—, la elabo- ración de planes de ordenación y manejo de cuencas, no está exenta de los límites impuestos por las divisiones político-administrativas y jurídico-ambientales del territorio, así como de las tensiones sobre lo público, lo común y lo general. Situaciones similares se viven en Chile. Torres y Rojas abordan los procesos de cambio y degradación socioambiental asociados al neoliberalismo hídrico en Chile, desde la noción de fractura metabólica (metabolic rift) propuesta por Marx y reelaborada por el sociólogo ambiental John Bellamy Foster, para indicar que, en la modernidad capitalista, hay una creciente separación de los seres humanos de sus ambientes naturales. Torres y Rojas aplican esta conceptualización al mundo hídrico-social, analizando dicha fractura como la cre- ciente separación y desposesión de personas, grupos y comunidades humanas con respecto al acceso y control de sus recursos hídricos. El capítulo argumenta que la formación y expansión geográfica de esta fractura hidro-metabólica coincide con la actual hidro-modernidad neoliberal y privatización del agua operada en Chile desde la dictadura militar de Pinochet hasta el presente (1981-2018). Para ello se centra en tres casos: el Complejo Forestal Nueva Aldea; el desarrollo de un embalse para generación hidroeléctrica y riego en la cuenca del Itata en el centro-sur de Chile; y los agro-negocios de cerdos y olivos en la Región Metropolitana de Santiago. Para el contexto colombiano, Sánchez desarrolla un análisis de los conflictos socioambientales relacionados con la actividad minera a gran escala y el agua, a partir de tres proyectos mineros asociados a la explotación de diferentes tipos de minerales: carbón, ferroníquel y oro; espacios geográficos diferenciados correspondientes a distintos departamentos: La Guajira, Córdoba y Tolima; y a diferentes mo- mentos del proceso de explotación: extracción en los dos primeros casos y exploración en La Colosa. Sánchez plantea que pese a lo disí- miles que puedan parecer los casos en cuestión, el marco conceptual
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y metodológico de la ecología política, a través del cual se realiza el análisis, hace posible tanto el reconocimiento de las particulari- dades de los conflictos socioambientales relacionados con cada uno de los proyectos mineros, como una propuesta de análisis global de los mismos, en relación con la actividad económica que los genera.
Hidroeléctricas, represas y control territorial Otro de los ejes de disputas territoriales ha sido el control través del hidropoder y la mercantilización del agua —fenómeno ligado a otros procesos productivos y de rentas para los estados—, tornándola en mercancía energética. Este eje temático articula tres textos que muestran tanto los procesos históricos y políticos de la emergencia de las hidroeléctricas, como los de lucha y resistencia a las mismas en contextos de privatización del agua. Para el contexto colombiano, Correa resalta la reconfiguración territorial y apropiación del agua en torno a la represa de Chivor, evidenciando la transformación hidrosocial de la región del Valle de Tenza en el departamento de Boyacá, enmarcada en la planeación y construcción de la represa, así como en la historia propia de la electrifi- cación nacional. De esta manera, la autora resalta cómo con los procesos relacionados con la consolidación de la hidroeléctrica se llevó a cabo una conquista hidrosocial de la región, en la cual se transformaron los flujos materiales y significados del agua, así como las relaciones y prácticas locales con este elemento socionatural. Es necesario resaltar de qué manera la construcción de represas se torna en un instrumento simbólico de modernización, pero atravesado por los intereses y rela- ciones de poder entre diversos actores y su influencia en la transfor- mación hidrosocial a nivel local. Las hidroeléctricas implican procesos materiales y simbólicos que conllevan a la transformación de flujos hídricos, y relaciones de acceso y control sobre ellos. Por otro lado, Torres esboza un análisis sobre la transformación del agua en una mercancía en el municipio de Cabrera, Cundinamarca, como consecuencia del creciente impulso de proyectos hidroeléctricos debido al aumento de la demanda energética a nivel nacional. La pro- blemática es abordada desde una perspectiva ambiental, considerando los impactos sociales y territoriales de la posible implementación del
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Proyecto Hidroeléctrico El Paso sobre la cuenca media del río Su- mapaz. Asimismo, se consideran las disputas, conflictos y resistencias generados en el periodo 2008-2016 entre las comunidades campesinas de Cabrera y la multinacional emgesa. Con este propósito, la autora hace un análisis desde perspectivas teóricas como la ecología política, que permitan comprender la manera en que las relaciones sociales y de poder determinan las dinámicas de transformación de la naturaleza. Particularmente esta problemática es entendida desde el concepto de ciclo hidrosocial, a partir del cual el agua se comprende como un concepto político en el que confluyen diversos intereses; en este caso, los de la multinacional emgesa —que considera el agua como una mercancía para generar energía—, y los de las comunidades campesinas locales —para quienes es un elemento vital para la reproducción de la vida social—. Igualmente, dicho capítulo indaga sobre cómo los paradigmas del progreso, el desarrollo y el capitalismo verde han sido mecanismos fundamentales para justificar este tipo de proyectos en territorios rurales, generando procesos de descampesinización, urbanización y ruptura del tejido social bajo preceptos supuestamente ecológicos y ambientalmente amigables centrados en la implementación de nuevas tecnologías, como por ejemplo la generación de energía hidroeléctrica a filo de agua. Algo similar ha ocurrido en Chile con los megaproyectos hidroeléctricos, como el de Ralco en la región Bío Bío. Sin embargo, Höhl plantea que para el análisis de estos procesos es necesario dar cuenta de la heterogeneidad inherente a las posiciones de los pueblos indígenas, y de su expresión dentro de las diferentes escalas geo- gráficas que implican estos proyectos. Desde esta noción, analiza las dinámicas de conflicto en la construcción de la represa Ralco en la zona precordillerana del sur de Chile, habitada por comu- nidades pewenche. Dicho proyecto, no solo causó conflictos entre las comunidades indígenas, el Estado y la empresa que ejecutaba el proyecto, sino que también produjo claras divisiones dentro de los grupos indígenas. En efecto, mientras que algunos pewenche llegaron a acuerdos directamente con la empresa, otros se oponían fervientemente a esta, buscando defender su patrimonio material y cultural que se perdería a raíz de la inundación de las cuencas serranas.
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Por esta razón, los opositores tomaron distancia de quienes aceptaron la permuta de tierras, renunciando desde su perspectiva a sus raíces y territorios. En definitiva, el análisis ilustra cómo se define la diversidad de posiciones dentro y entre los actores en las diferentes escalas, y cuán complejas pueden ser las interacciones de las comunidades indígenas al interior de los procesos y estructuras de gobernanza impulsados por entidades públicas o privadas.
Ciudades, acceso, conflictos y desigualdades socioambientales En las ciudades están cada vez más presentes diversas demandas de movimientos sociales: por el acceso al agua; en defensa de lugares en los cuales hay hibridez entre el asfalto y esta; por el reconocimiento del agua como un derecho, y también de los ríos como sujetos de derecho. Asimismo están las demandas ciudadanas por la defensa de los hume- dales ante su transformación, que se invisibiliza bajo las dinámicas de crecimiento urbano. Estos procesos de transformación urbana responden a formas específicas de pensar la ciudad y su relación con la naturaleza. La consideración del agua como un servicio muchas veces oculta las lógicas de apropiación y control que llevaron al encubrimiento del agua como líquido vital. López, analizando las luchas por el acceso a un mínimo vital de agua en zonas de alto riesgo en Medellín, Colombia, plantea cómo las formas concretas de dicho acceso son importantes, no solo en cuanto sostén de la vida humana, sino en el plano político, puesto que son una herramienta valiosa para el reconocimiento de la ciudadanía. Partiendo de un estudio en dos barrios ubicados en las periferias catalogadas como zonas de alto riesgo, esta investigación revela cómo los habitantes de estos barrios —excluidos del servicio formal— luchan por asegurar el acceso al agua, mientras que la em- presa pública de la ciudad se consolida exitosamente como multilatina. Aunque el acceso al agua ha sido, cada vez más, objeto de reformas orientadas al mercado, a dicha compañía le ha resultado difícil con- trolar y domesticar por completo este recurso esencial. La naturaleza (el agua) desempeña un papel fundamental en las formas en que estos habitantes reivindican lo que es “realmente” público y subvierten las
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visiones neoliberales de la compañía de agua. Al explorar la relación existente entre redes de infraestructura, ciudadanía y acceso al agua, el capítulo argumenta que las prácticas cotidianas ejercidas por los habitantes que viven en zonas de alto riesgo se ven conformadas en gran medida no sólo por el carácter espacial y biofísico del agua misma, sino también por cómo el agua es diferenciada técnica y legalmente por la empresa de agua. Esto nos lleva a plantear las preguntas: ¿El agua tiene dueño? ¿Quiénes pueden acceder al agua potable y por qué? Estos son los in- terrogantes que orientaron los análisis de Castelblanco, en el contexto colombiano, a partir del caso de la vereda Buenos Aires Los Pinos, del municipio de La Calera. Esta es una zona de gran importancia para el municipio y la ciudad de Bogotá, por lo que confluyen distintos actores con sus respectivos intereses: acueductos rurales; empresas de servicios públicos; empresas privadas; y el proyecto Chingaza. Castelblanco expone las conclusiones que arrojó esta indagación, las cuales evidencian cómo el discurso mercantilizador ha llevado al acaparamiento y la privatización de la gestión del agua, lo que genera transformaciones en la vida cotidiana del campesinado, y cambios tanto en su relación con el líquido, como en el paisaje. De manera similar, Sánchez-Calderón analiza las desigualdades socioecológicas relacionadas con la urbanización del río Tunjuelo, localizado al sur de Bogotá, a mediados del siglo xx, un periodo de expansión urbana que llevó tanto al aumento de la demanda de agua potable en toda la capital colombiana, como al crecimiento de la ciudad hasta las riberas mismas del río. Al hacerlo, se busca ilustrar las contradicciones que la urbanización del Tunjuelo tuvo sobre sobre la dinámica del curso de agua mismo y sobre los pobladores de sus riberas, quienes eran los principales afectados tanto por recurrentes inundaciones como por el mal estado físico-químico del río. Para ello se analizan dos tipos de desigualdades. Por una parte, la relacionada con la construcción y funcionamiento de varios embalses en la parte alta del río, los cuales representaban un factor de riesgo para los habitantes de Meissen, San Benito y Tunjuelito, barrios ribereños del Tunjuelo en la parte baja. Por otra, la desigualdad en cuanto a la prestación del acueducto y el alcantarillado en esos barrios. Para finales de los años
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sesenta, los habitantes de dichos asentamientos ya estaban conectados al acueducto oficial de la ciudad, mientras que el río y sus afluentes habían empeorado sus cualidades, siendo considerados una cloaca. Esta situación material de un entorno deteriorado contribuyó a legi- timar la imagen socio-espacial dominante de la ciudad, que oponía el “sur pobre” con el “norte rico”. Las dinámicas de las ciudades en desiertos implican otros procesos de manejo y control del agua. Para Chile, Fragkou y Vásquez analizan la creación de áreas verdes municipales como resultado de los procesos de producción de espacios urbanos, desde el lente de la justicia ambiental distributiva. Utilizando el concepto del metabolismo hídrico a partir de la ecología política urbana, se estudia de qué manera se manipulan socialmente los flujos hídricos urbanos para beneficiar a determinados sectores y estratos sociales de la ciudad mediante la creación de estos espacios verdes. El caso de estudio es la ciudad desértica de Antofagasta en Chile, capital de la homónima región minera, y sede de la mayor planta desalinizadora de América Latina para consumo humano. El análisis de Fragkou y Vázquez evalúa la creación y distribución socio-espacial de las áreas verdes municipales de la ciudad en un periodo de treinta años, teniendo como hito la construcción de la planta en el 2003. Los resultados no solo indican un acceso social diferencial a las áreas verdes municipales, con los estratos más bajos siendo desfavorecidos. La inclusión de las especies vegetales de estas áreas en el análisis revela, por un lado, que el consumo hídrico mu- nicipal para la mantención de estas también está influenciado por la clase social que las disfruta, mientras se demuestra, por el otro lado, que la distribución equitativa de las áreas verdes urbanas no es garante de condiciones ambientales iguales entre los ciudadanos. En contextos urbanos bogotanos el problema no es la escasez del agua, sino los procesos asociados a la expansión urbana que amenaza importantes ecosistemas vitales para la estructura ecológica de la ciudad, como son los humedales. Peñuela y Vargas centran su análisis en uno de los márgenes menos intervenidos hasta hace pocos años (zona alta) de uno de los humedales más extensos de Bogotá, el humedal Jaboque. Este ha permanecido inmerso en un contexto de expansión urbana asociada a procesos de segregación (informalidad) y elitización de la
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naturaleza (formalidad), los cuales continúan ejerciendo mayor presión en un área específica del humedal: el tercio medio, en su costado occidental. Los autores desarrollan varias dimensiones de análisis que resultan fundamentales para entender el surgimiento de las socionaturalezas que hoy configuran la zona media del humedal. Para ello, hacen un acerca- miento a los cambios geomorfológicos, históricos y culturales asociados a los patrones de crecimiento de Bogotá, haciendo énfasis en el humedal Jaboque, con lo cual se hace evidente la transformación de un modelo de naturaleza orgánica a uno capitalista dinamizado por la urbanización. Asimismo, estos autores analizan las configuraciones socionaturales construidas en torno al humedal desde el barrio Unir ii y el sector Hugo Chávez, enmarcadas en una lógica de segregación e ilegalidad. Además, se develan algunos elementos clave para entender una socionaturaleza idealizada por las dinámicas inmobiliarias de legalidad y elitización de la naturaleza. A partir de este escenario se busca orientar futuras discusiones hacia un ordenamiento territorial y ambiental. Finalmente, Veloza analiza el proceso que se ha desencadenado en torno al humedal Moyano, ecosistema ubicado entre los municipios de Madrid y Facatativá, Cundinamarca. Dada la creciente lógica de urbanización e implementación de proyectos de desarrollo en estos municipios y en general en la Sabana de Bogotá, ecosistemas como los humedales se han visto afectados por el interés de convertir sus terrenos en áreas cultivables o lugares desecados donde se pueda construir algún tipo de infraestructura. Así, se busca analizar cómo se configura un conflicto socioambiental en torno al uso del agua y el suelo, en donde interactúan actores económicos, de defensa terri- torial y entidades estatales con distintos intereses. La autora parte de la noción de “paisaje hídrico urbano-rural” para analizar, a través de este caso, desde la perspectiva teórica de la ecología política, los cambios en los ecosistemas hídricos de la Sabana de Bogotá. Una de sus principales conclusiones es que la prevalencia de la concepción de la naturaleza como recurso y el establecimiento de una relación funcional con esta son principios claves para la configuración de un conflicto socioambiental; en el caso específico del agua, se configura una mirada particular sobre estos principios por tratarse de un bien fundamental y necesario para todos los seres vivos.
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Los capítulos de este libro buscan abrir debates en torno a nuevas temáticas sobre conflictos socioambientales y luchas por el agua en territorios indígenas, campesinos y urbanos. Asimismo, los casos presentados nos hablan de resistencias y demandas de derechos, bús- queda de reconocimientos; de concepciones, significados y relaciones con el agua que responden a procesos históricos y culturales. De igual manera, en varios de los textos se posiciona el agua como un actor político. Estas investigaciones permiten un diálogo entre experiencias diversas de Chile y Colombia, y ayudan a consolidar los análisis comparativos desde perspectivas no solo de la ecología política, sino desde la historia ambiental, la antropología y la geografía en torno a los procesos hidrosociales.
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Extractivismos, gobernanza, acaparamientos y derechos
Agua, extractivismo y etno-territorialidades: los aymara y los mapuche en Chile1
Hugo Romero-Toledo Universidad Austral de Chile
Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social coes( )
Felipe Castro Universidad Católica de Temuco
Yerko García Universidad Católica de Temuco
Introducción La imposición del neoliberalismo en Chile, a partir de la dictadura militar de Pinochet (1973-1989) y afianzada durante los gobiernos democráticos que la siguieron, ha significado una transformación socioambiental radical de diferentes territorios de Chile, para sustentar un modelo exportador de materias primas. A través de una legislación ad hoc que permitió la privatización de recursos naturales e industrias y la apertura a capital transnacional, la gran minería del cobre en el denominado Norte Grande, y la industria forestal e hidroeléctrica en el sur, tuvieron un crecimiento sin precedentes, concentrando en pocas manos, una gran cantidad de tierra y agua. Al mismo tiempo que las reformas neoliberales empezaron a transformar el territorio,
1 El capítulo expone parte de los hallazgos del proyecto fondecyt 11140265, del cual el Dr. Hugo Romero-Toledo es investigador responsable. El capítulo recoge parte de los trabajos “La producción de territorialidades indígenas en Chile: los aymaras en el Norte Grande y los mapuche en La Araucanía” presentado al Congreso egal 2017.También se presenta una sección del borrador de Romero y Martínez, “De La Frontera al Wallmapu: la construcción del territorio de La Araucanía y las geografías del extractivismo forestal e hidroeléctrico”.
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diferentes tipos de resistencias comenzaron a emerger. Dentro de estas resistencias, los pueblos indígenas han venido desarrollando desde la década de 1980 dinámicas de negociación/conflicto, en el marco de políticas interculturales de corte neoliberal. De esta manera, el neoliberalismo en Chile, al igual que en otras partes del mundo, ha generado una suerte de destrucción creativa a partir de contradic- ciones, que, por un lado, generan desposesión de recursos y, por otro, oportunidades de reconocimiento y de mejoras relativas al bienestar social de las comunidades. Las medidas de reconocimiento y compen- sación a los pueblos indígenas, por parte del Estado y de las compañías privadas, y el establecimiento de negociaciones con las comunidades, han traído consigo conflictividades de largo aliento, con episodios de mayor actividad, y otros de latencia. En este escenario los territorios han sido politizados por los pueblos indígenas, articulándose como parte de proyectos etno-territoriales. Este capítulo discute los efectos de las reformas neoliberales, principalmente el Código de Agua, sobre los territorios indígenas de aymaras y mapuches en Chile, en el marco de la actividad minera, forestal e hidroeléctrica, con la finalidad de comprender los actuales escenarios de conflictividad que existen en el Norte Grande y La Araucanía. Para ello, el capítulo se estructura de la siguiente forma: en la primera sección se analiza la neoliberalización del agua en Chile y sus efectos sobre los pueblos indígenas. En la segunda sección se aborda el proceso de articulación identitaria indígena en los casos de los aymaras en el Norte Grande y los mapuches en el Sur. En la tercera parte se analizan las territorialidades en disputa en las regiones de estudio. Finalmente, se presentan algunas reflexiones sobre agua, extractivismo y pueblos indígenas desde el caso chileno.
La conflictividad hídrica de los indígenas en Chile En Chile, al igual que en otras partes del mundo, se ha venido desarrollando un proceso de politización de las identidades indígenas, donde prácticas históricas, representaciones, y significados que han estado en conflicto latente se articulan cultural y políticamente con discursos y fuerzas sociales para contestar regímenes dominantes (Hall y Du Gay, 1996; Li, 2000; García, 2005). En nuestra teorización,
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tanto la identidad como el territorio son elementos que no pueden permanecer estáticos, ya que son el resultado de procesos históricos y políticos, donde diferentes actores y escalas, a menudo de manera contradictoria, generan diversas territorialidades. En este sentido, los territorios están co-producidos a través de discursos y prácticas que estabilizan de manera provisora ciertas características materiales e inmateriales de determinados lugares y poblaciones, los cuales actúan de forma relacional de acuerdo a contextos específicos (Romero-Toledo y Gutiérrez, 2016; Romero-Toledo, et al., 2017). La politización de identidades y territorios en Chile en la actualidad debe ser entendida en el contexto del extractivismo minero, forestal e hidroeléctrico, pero también, desde el reconocimiento mundial a los pueblos indí- genas, y los procesos políticos de movimientos sociales indígenas en América Latina. Además, es importante considerar las consecuencias que ha tenido la rápida urbanización y las políticas multiculturales neoliberales, las cuales han terminado por producir a un indígena que es sujeto de políticas públicas con prácticas ecológico-culturales determinadas, arquetipo que muchas veces es contestado por los movimientos sociales indígenas (Hale y Millamán, 2005), La articulación de la identidad indígena tiene implicaciones territoriales de importancia en el caso chileno, principalmente en lo que se refiere a la reivindicación de prácticas ecológico-culturales que cuestionan la forma en la cual el Estado, históricamente, ha destinado territorios para indígenas, y dónde y cómo las empresas extraen recursos. Como formas activas y cotidianas de resistencia, existe una performance de narrativas territoriales previas a la llegada de los geomensores estatales, de creencias anteriores al arribo de los misioneros cristianos, e idiomas y lenguas precedentes a la llegada de la escuela (Niezen, 2002). También es posible observar una esen- cialización estratégica, enmarcada dentro de luchas políticas por reconocimiento y autonomía, pero también como formas de aspirar a una mejor calidad de vida en áreas rurales y urbanas. Este proceso etno-político mundial ocurre, en parte, como re- acción a las masivas transformaciones socioambientales de escala global. En Chile, la dictadura militar (1973-1989) realizó cambios ra- dicales sobre las legislaciones anteriores, constituyéndose en un caso
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paradigmático de ecología política neoliberal en el mundo. Durante el siglo xx, y luego de un largo proceso social y político de diferentes escalas, profundamente conectado a procesos mundiales, la producción del país estaba fuertemente influenciada por la acción del Estado, en un marco teórico de productividad minera, agrícola e industrial del modelo de sustitución de importaciones, y de mecanismos de distri- bución mediante aumento del gasto social. Los pueblos indígenas, en general, fueron marginados de dichos procesos. El pueblo aymara en el Norte Grande subsistía en poblados cordilleranos y precordilleranos, en medio de transformaciones mineras y una creciente urbanización. En el sur, el pueblo mapuche enfrentaba la marginación socioambiental, producto de su confinamiento en los denominados “títulos de merced”, y una creciente migración hacia ciudades como Temuco y Santiago. El agua, en este período, se encontraba regulada por el Estado, y su uso se concentraba en el abastecimiento de las ciudades, la producción agrícola en el marco de la reforma agraria, y en solventar las políticas de electrificación e industrialización. La situación del agua cambió radicalmente a partir de 1980, a través de la creación de los derechos de agua, los cuales pasaron a estar protegidos como propiedad privada por el artículo n.° 19 de la Constitución. Con la creación del Código de Agua de 1981, los derechos de agua fueron separados de la propiedad de la tierra, pudiendo ser libremente comprados, vendidos, heredados o transferidos, como cualquier tipo de derecho de propiedad. La normativa impulsada en el marco de la dictadura militar limitó la acción del gobierno en el manejo del agua y creó incentivos para la inversión privada (Bauer, 2002, 2009; Budds, 2004). De esta manera, el agua se trasformó en un commodity, susceptible de ser localizado y utilizado buscando su más alto valor de mercado y eficiencia, a través de decisiones individuales, adoptadas dentro de mercados auto-regulados, que se suponía eran políticamente más neutros que aquel régimen donde intervenía el Estado (Prieto y Bauer, 2012; Bauer 2009, 2002; Budds, 2009, 2007, 2004). A través de esta regulación, se entregaron derechos de agua de manera gratuita y a perpetuidad a privados, libremente transados, sin importar los usos históricos y tradicionales y no estableciendo usos prioritarios. Los derechos de agua no pagan impuestos al Estado
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y hasta 2005, los dueños de derechos de agua no tenían la obligación de ocuparlos para actividades productivas. El Código de Agua operó en conjunto con otras normativas de corte neoliberal —como el Decreto de Desarrollo Forestal (1974), el Decreto de Tierras Indígenas (1979), la Ley Eléctrica (1982) y la Ley Minera (1983)—, las cuales permitieron que el agua superficial y subterránea fuera puesta al servicio del desarrollo del extractivismo. La transformación del agua en commodity, permitió separar la tierra del agua, y al mismo tiempo, rompió los usos históricos de los recursos, generando que los derechos de agua se transaran en mercados ad hoc, y que pudiesen cambiar sus usos, por ejemplo, de agrícola a forestal. Al mismo tiempo, permitió la concentración de derechos de agua, ya sea a través de la privatización de industrias que tenían derechos de agua, como es el caso de las hidroeléctricas y las mineras (Prieto, 2014; Prieto y Bauer, 2012; Romero-Toledo, 2014). Las transformaciones socioambientales generadas por el extrac- tivismo impusieron un nuevo ciclo hidrosocial en Chile. Un ciclo hidrosocial es la transformación del ciclo hidrológico que ha estado relacionado con la economía política, y que se sustenta en la relación entre agua —como recurso material y construcción social—, sociedad, conocimientos y poder, que conlleva una serie de materialidades, como lo son las represas, las cañerías, los sistemas de agua potable, los canales urbanos y rurales, sistemas de irrigación, lugares de recreación, entre otros (Linton y Budds, 2014; Swyngedouw, 2005). Como veremos, en el caso de Chile, el ciclo hidrológico que se desarrolla de Este a Oeste, desde la Cordillera de Los Andes hacia el Océano Pacífico, tiene una serie de interrelaciones con las formas históricas y actuales en las cuales el capitalismo opera en el territorio, principalmente la radicalización del extractivismo minero en el Norte, y forestal e hidroeléctrico en el sur. Sin embargo, dichas transformaciones son resistidas por las comunidades locales, entre ellos los indígenas, quienes desarrollan una serie de estrategias que les permiten incluso subvertir la relación con el recurso y producir nuevas territorialidades. Al mismo tiempo que se producían estas transformaciones legales y físicas, el proceso mundial de reconocimiento de los Pueblos Indígenas, impulsado por la onu y la oit, además de la propia capacidad de las
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organizaciones indígenas que operaban en Chile, y las promesas del nuevo gobierno democrático de solucionar el “problema indígena”, contribuyeron a que se entendiera que los pueblos indígenas tienen propiedad sobre las aguas, tierra, recursos y territorios ocupados ancestralmente. Según la Ley Indígena (1993), el Estado debe proteger las tierras indígenas, velar por la adecuada explotación de recursos y el equilibrio ecológico. Esta normativa puso especial énfasis en los pueblos indígenas del Norte de Chile, que habitan el Desierto de Atacama, la precordillera y el altiplano, y que es considerado el desierto más árido del mundo, donde el recurso hídrico es valioso y crítico para la reproducción de la vida material y espiritual de los pueblos indígenas. De esta manera, se reconoció la propiedad indígena sobre las aguas, es decir lagos, ríos, canales, charcos, acequias y vertientes que se encuentren en los terrenos de la comunidad —sin perjuicio de los derechos ya entregados— y la imposibilidad de otorgar nuevos derechos de agua sobre los acuíferos localizados en terrenos comu- nitarios (Ley 19.253, art. 64). Así, se reconoció el “derecho ancestral” de las comunidades andinas sobre sus tierras de carácter individual, comunitario y patrimonial, y la propiedad sobre las aguas y su pro- tección (Aylwin, Meza-Lopenhandía y Yáñez, 2013). En el caso de Chile, en el norte la gran minería del cobre ha impactado de manera significativa a la población aymara que vive ancestralmente en la precordillera y el altiplano (Yáñez y Molina, 2008, 2011), mientras que, en el sur, la expansión forestal del pino y el eucaliptus, y las hidroeléctricas, han afectado fuertemente a los mapuches (Pinto, 2016). Como resultado de largos procesos de orga- nización política, principalmente de aymaras (Gunderman y Vergara, 2009; Gundermann, 2000; Van Kessel, 2003) y mapuche (Foerster y Montecinos, 1988; Correa y Mella, 2010; Pairican, 2014), y a partir de la década de 1990, como consecuencia de la “emergencia indígena” (Bengoa, 2000), se ha generado una dinámica de negociación/conflicto con las políticas neoliberales multiculturales, materializadas en la creación de la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena (conadi). A partir de estas dinámicas de negociación/conflicto han emergido una serie de territorialidades que desafían el proyecto político-ecológico del neoliberalismo chileno. Miles de comunidades y asociaciones
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aymaras y mapuches, entre otros pueblos indígenas, se han inscrito legalmente, reconstruyendo territorialidades ancestrales en el marco de luchas actuales de carácter ambiental, político y cultural. En las regiones norteñas y sureñas la población que se auto-identifica como indígenas sobrepasa el veinte por ciento, presentando un repertorio de acciones colectivas y demandas territoriales que abren posibilidades para nuevas geografías, algunas veces negociando con empresas y al alero del gobierno, y otras de manera autónoma y en conflicto abierto.
Los aymaras: los impactos de la minería y la irrigación del desierto En el Norte Grande, el sistema orográfico está conformado de Oeste a Este por el farellón costero, la cordillera de la costa, la pampa desértica, los planos inclinados, la precordillera (con alturas sobre los 6 mil m s. n. m.) y el altiplano (4 mil m s. n. m.). Es un territorio hiper árido, donde las precipitaciones solo se concentran en la sección altiplánica durante la temporada estival, debido a la influencia ama- zónica, y donde las cuencas exorreicas (como los río Lluta, quebradas de Azapa y San José, Codpa, Camarones y Camiña) y endorreicas (como los salares Coipasa, Tara en Bolivia, Surire, Coposa, Ascotán, Atacama, entre otros), condicionan la disponibilidad de agua, la cual además tiene un alto contenido en sales (Toledo y Zapater, 1991). Cómo bien los ha explicado Manuel Prieto (2014, 2016), el Código de Agua de 1981 alteró de manera significativa el acceso y control del agua en el Norte, lo cual, junto a la radicalización de la política neo- liberal minera, permitió la expansión de la explotación de minerales (Romero-Toledo y Gutiérrez, 2016). La creación de los derechos de agua hace parte de un largo proceso de desposesión de recursos de las comunidades indígenas, y su orientación hacia la minería, y no hacia otras actividades como la agricultura, es un hecho funda- mental de la producción del territorio minero —por parte del Estado y de las compañías estatales y privadas—, que también forma parte de un proceso de largo aliento. Manuel Prieto va un paso más allá: él argumenta que el control y acceso del agua pertenecía a las com- pañías estatales posteriormente privatizadas, al igual que el agua de las hidroeléctricas en el sur y que, por tanto, el funcionamiento
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de un mercado de agua donde competidores de manera libre pueden tranzar derechos de agua, en casos de extractivismo cuprífero e hidroeléctrico, sería más bien un discurso que una realidad (Prieto y Bauer, 2012; Romero-Toledo, 2014). Lo anterior, sin perjuicio de que efectivamente existan transacciones de derechos. El trabajo que hemos realizado se ha centrado, principalmente, en la zona de conflicto minero de la región de Tarapacá, donde existe captura de agua por parte de las mineras (figura 1) que estaría causando impacto en el abastecimiento de agua del resto del territorio. El caso que más hemos estudiado es la extracción de agua de la Compañía Minera Cerro Colorado (bhp Billiton) en el humedal de Lagunillas, pero también nuestros entrevistados mencionan los casos de la extracción de agua de las compañías mineras Doña Inés de Collahuasi y Quebrada Blancas, que extraen agua de los acuíferos de Michincha y Coposa y que los han afectado severamente (Larraín y Poo, 2010). Sin embargo, la extracción de agua para procesos mineros por parte del capital transnacional tiene una larga historia desde inicios del siglo xx, vinculada a la especialización de Chile primero en la extracción de salitre, y posteriormente de cobre. La captura y desvío de las aguas, el daño ambiental generado por relaves y polvo en suspensión, los impactos de las vías y flujos de transporte de material, y la demanda de mano de obra para actividades mineras y del sector servicios en espacios urbanos, principalmente costeros, han contribuido a la desestructuración del territorio de las comuni- dades indígenas andinas, lo que se hace evidente por la emigración, la disminución dramática de la población que vive en el altiplano y la precordillera, y la disminución de la agricultura. En este escenario ocurrió el conflicto de Cerro Colorado, que inició durante los primeros años de implementación del Código de Aguas, y los acuerdos de arrendamiento de agua de 300 l/s a la comu- nidad aymara de Cancosa sobre el humedal de Lagunillas a inicios de la década de 1980, y la posterior construcción de un acueducto de 76 km hasta la faena minera que afectó a la quebrada de Parca. En 2002 se registró la reducción de acuíferos y del espejo de agua, y en 2006 la comunidad de Cancosa demandó a la minera por daño psicosocial, patrimonial, daño moral colectivo y daño futuro a raíz del desecamiento del humedal, consiguiendo un acuerdo extrajudicial. En el marco
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de la implementación de la política indígena y de los procesos etno- políticos de los aymaras, esto significó un hito en la reestructuración territorial de los pueblos indígenas en el norte: por un lado, se invocó la ancestralidad de las prácticas territoriales e hídricas aymaras que persistían en los Andes. Por otro lado, se mostró la articulación de la identidad indígena aymara urbana con los espacios tradicionales andinos. En tercer lugar, se implementó una forma de relación entre las compañías mineras y las comunidades indígenas en base a dinámicas de negociación/conflicto altamente creativas (Romero-Toledo, et al. 2017; Romero-Toledo y Gutiérrez, 2016). También es importante destacar el conflicto ontológico que existe, por un lado, entre los hidrogeólogos que han descartado el impacto sobre las aguas abajo, y, por otro lado, los aymaras, quienes señalan que todo el sistema hídrico está conectado en términos materiales y espirituales, lo que incluye desde las precipitaciones, aguas superficiales, afloramientos y napas subterráneas. Los conflictos hídricos asociados a la minería han hecho patente la persistencia de una geografía aymara que tiene como eje al poblado andino de altiplano y precordillera, el cual es central para la resig- nificación cultural, aun cuando en ellos solo vive escasa población, especialmente en el altiplano (figura 1, círculos azules a amarillo, mapa del lado izquierdo). El poblado andino actúa como territorio de origen con una serie de compromisos y contradicciones entre los que viven en dichos poblados y el grueso de la población que emigró y creció en número en las ciudades puerto. Estas relaciones de compromiso y contradicción pueden llegar a agravarse por la presencia de las mi- neras y las relaciones de negociación/resistencia que han desarrollado las comunidades, donde las decisiones entre “los que se quedaron” y “los que se fueron” pueden ser disimiles frente a la negociación con una minera. Aun así, el poblado andino tiene la capacidad de unir a la diáspora, y vibrar con la fiesta a los santos patronales y las actividades ecológico-culturales y ritualísticas que aún persisten, y que al reali- zarse fortalecen los vínculos entre la población aymara rural y urbana. De esta manera, el poblado andino aymara se transforma en el escenario de la contradicción territorial entre el desarrollo de la inversión minera y el proceso de organización de las comunidades indígenas.
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Proyectos Mineros Abastecimiento Natural Abastecimiento Camión Aljibe Abastecimiento Pozo Abastecimiento Red Pública Leyenda 0 - 30 30 - 80 80 - 160 160 - 310 310 - 580 Proyectos Mineros Agua Asociaciones Indígenas Agua Comunidades Indígenas Agua Mineras Población rural aymara rural Población Leyenda Distribución de la población aymara, derechos de agua y abastecimiento de agua de centros de poblados. de poblados. de centros de agua y abastecimiento de agua derechos aymara, de la población Distribución Fuente: elaboración propia con base en Censo, 2012, y base de datos de la Dirección General de Agua. de la Dirección y base 2012, base de datos en Censo, con propia elaboración Fuente: Figura 1.
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Sin embargo, la población aymara urbana, que a su vez es el grueso de la población aymara según las cifras, vive en la actualidad principalmente en las ciudades de Arica y su periurbano, y el Gran Iquique (figura 1, círculos rojos, mapa del lado izquierdo), y en las unidades urbanas intermedias, como Putre, Pozo Almonte, la Tirana y Pica (figura 1, círculos anaranjados, mapa del lado izquierdo). Esta población aymara urbana ha generado, vía negociación/resistencia con la política indígena del gobierno, y las políticas de responsabi- lidad social de las empresas mineras, tener acceso al agua, a través de organizaciones propiamente indígenas. De esta forma, aparece un nuevo escenario, donde la organización comunitaria —ya sea a través de comunidades indígenas, asociaciones indígenas de productores, artesanos, transportistas, culturales, religiosas, deportivas, entre otras—, les permite levantar demandas de tierra, agua, lengua y re- conocimiento desde espacios urbanos. Entre estos grupos, existen organizaciones aymaras de agricul- tores que, en los oasis y valles cercanos a espacios urbanos, mezclando técnicas ancestrales y modernas, abastecen a la región, y al resto de Chile, de frutas y verduras. En este proceso es central la estrategia de regularizar y conseguir derechos de agua a través de conadi, y de tener organizaciones ad hoc de “usuarios de agua” de acuerdo al Código de Agua, para la gestión del recurso. Esta estrategia, por un lado, debilita las formas de organizaciones tradicionales que aun persisten, pero a la vez, fortalece el poder de los aymaras en el te- rritorio y sus reivindicaciones territoriales dentro de las lógicas del neoliberalismo multicultural. Su vinculación con el poblado andino también se hace más fuerte, por ejemplo, a través de las demostra- ciones de agradecimiento a los santos patronales y los rituales que vuelven a practicarse, principalmente aquellos asociados al agua y su importancia para sobrevivir en el desierto. Un análisis hidro-social nos muestra que es posible identificar los derechos de agua de las comunidades aymaras (figura 1, lado su- perior izquierdo, triángulos verdes), principalmente en el altiplano, orientados a actividades ganaderas en humedales altoandinos, y que dependen de las lluvias altiplánicas y de los cuerpos de aguas, entre ellos lagunas y humedales. Al mismo tiempo, los poblados
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andinos se abastecen de manera natural a través del agua de lluvia y red pública (figura 1, círculos verdes y azules, mapa del lado derecho). Justamente es en el altiplano de la sección central y sur del Norte Grande, donde se emplazan los derechos de agua de las compañías mineras (figura 1, triángulos de color rojo, mapa del lado izquierdo). En el caso de la sección norte del mapa, en las cercanías de Arica, es posible identificar los derechos de las comunidades aymaras de valle (no existentes en la literatura tradicional especializada sobre aymaras en Chile), un híbrido ecológico-cultural importante, que es resultado de la migración de aymaras andinos y de diferentes políticas indigenistas por parte del Estado. Son precisamente estos derechos de agua, especialmente en el valle de Azapa, los que les permiten irrigar y mantener producción de hortalizas. La producción de hortalizas también se desarrolla en las comunidades aymaras de las quebradas, donde se produce alfalfa, orégano y ajo, entre otros. En la zona de Pica, los derechos de agua de las comunidades, y sobre todo de asociaciones (triángulos de color morado), les permiten tener plantaciones frutales, entre ellos naranjas, mangos y limones. Mientras que, en la zona de la Pampa del Tamarugal y la Tirana (figura 2), los derechos de las asociaciones indígenas también permiten el desarrollo de producción frutícola. Finalmente, en el altiplano, las asociaciones tienen derechos en el Salar del Huasco, donde se desarrolla una precaria ganadería, y que tiene una rica biodiversidad. Recientemente, el salar fue desti- tulado de su condición de Parque Nacional, existiendo la amenaza, según algunos entrevistados, de que las compañías mineras extraigan agua desde este espacio. En términos de abastecimiento de agua, es posible identificar claramente su relación con los pisos ecológicos (figura 1, mapa del lado izquierdo): en el altiplano, el abastecimiento predominante es de origen natural (círculos verdes), a excepción de los poblados fronterizos (círculos de color azul). En el caso de la precordillera, en la parte norte el abastecimiento predominante es natural y red pública, a excepción de los poblados de Pachica y Guavina que se abastecen mediante camiones aljibe. Como hemos dicho, estos lugares se caracterizan por tener una baja población, pero también por jugar un rol central en el proceso de resignificación cultual. En la pampa
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predomina el abastecimiento a través de red pública y pozo. Es decir, los derechos de agua de las asociaciones indígenas en la Pampa no corresponderían a cuerpos de agua, sino a pozos, ubicados, en el caso de Pozo Almonte y Pica, más o menos a cincuenta kilómetros al oeste de los yacimientos mineros (figura 2). El área con mayor presencia aymara rural, localizada cercana a la ciudad de Arica, se abastece, en el caso del valle del Lluta, a través de la red pública, mientras que en el valle de Azapa el abastecimiento es mediante pozos. Al reconocer en la Ley Indígena que el recurso hídrico es crítico para las comunidades indígenas andinas del árido Norte Grande, y al constituirse derechos de agua de comunidades y asociaciones indígenas, la lucha se traslada del acceso y control actual de agua, al abastecimiento futuro del recurso. Es decir, los derechos de agua ya adquiridos, y los que se encuentran en trámite de adquisición, no deben ser afectados por la minería, tanto en la disposición de caudales, como en la calidad del agua. De esta forma, un nuevo ciclo de conflictividad emerge, sobre todo a raíz del posible desarrollo de proyectos mineros, como es el caso de Los Pumas y Paguanta, los cuales fueron paralizados, ya que eran una amenaza para las dinámicas socio-hídricas aymaras que se han venido consolidando en el desierto. La resistencia de los aymaras, articulando elementos de ancestralidad, organizaciones derivadas de la normativa de agua, los espacios abiertos por la Ley Indígena, y la confluencia de población rural y urbana, han sido clave para politizar el recurso hídrico y asegurar su fortalecimiento como pueblo indígena. Más aún, los derechos de agua de comunidades indígenas, inscritos en la década de 1980 en procesos irregulares, comprados a través de la política indígena del gobierno, o como resultado de la agencia de las propias comunidades, no estarían siendo vendidos a las mineras, sino a otros indígenas en el marco de las ordenanzas. Es decir, el derecho de agua, o, en otros términos, la comodificación del recurso hídrico, les permite a las comunidades “recuperar agua” e incluso subvertir, desde la propia lógica del neoliberalismo, el control y el acceso al agua, mediante la colectivización de derechos que originalmente fueron pensados para actores individuales (Prieto, 2014, 2016). En este sentido, las prácticas socio-hídricas indígenas en Chile, resisten, negocian y transforman la manera en la cual las políticas neoliberales sobre el
69 Hugo Romero-Toledo, Felipe Castro & Yerko García Proyectos Mineros Agua Asociaciones Indígenas Leyenda con base en datos de la Dirección General de Agua. de la Dirección base en datos con Derechos de agua de asociaciones indígenas y plantaciones frutícolas en la Pampa del Tamarugal. Fuente: elaboración propia propia elaboración Fuente: Tamarugal. del frutícolas en la Pampa y plantaciones de asociaciones indígenas de agua Derechos Figura 2.
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agua han organizado la distribución y uso del recurso para favorecer a la minería, al mismo tiempo que gracias a la constitución de derechos de agua y a través de los fondos especiales de conadi para comprar derechos de agua, los aymaras pueden volver a tener acceso al agua y persistir en actividades colectivas (Prieto, 2014; Molina, 2014). Estás dinámicas de negociación/resistencia, altamente creativas y subvertidas, les permiten a los aymaras coproducir territorios más allá de los espacios que tradicionalmente ocupaban, y donde ances- tralmente están ancladas sus prácticas ecológico-culturales, como el altiplano y la precordillera. En efecto, es en los valles y los oasis, espacios no tradicionalmente aymaras, donde hoy existe apropiación material y simbólica, y los cuales están conectados a espacios urbanos costeros y pertenecientes a redes de comercialización que llevan los productos a los mercados metropolitanos localizados en el centro de Chile. Creemos que estas dinámicas territoriales corresponden a una nueva geografía de los aymaras, y han contribuido a la etno-política de este pueblo indígena del Norte Grande. La figura 2 muestra los cultivos frutícolas de las asociaciones indígenas aymaras en una de las zonas de mayor aridez en el mundo.
Los mapuches: disputando tierra y agua en un escenario de múltiples contradicciones La población que se auto-identifica como perteneciente al pueblo mapuche se distribuye, en términos numéricos, en el Gran Santiago y desde la cuenca del Bío Bío al Sur hasta la Patagonia chilena, con una concentración más densa en las cercanías del área metropolitana de Temuco. Esta última aglomeración se encuentra en el corazón de la región de La Araucanía, en los 37° 40ʹ Sur. El sistema orográfico de La Araucanía está conformado de Oeste a Este por el farellón costero, la cordillera de la costa (nombrada cordillera de Nahuelbuta desde el Río Imperial hacia el norte y cordillera de Mahuidanche desde el río Tolten hacia el sur), la depresión central y la cordillera de los Andes con una altura máxima de 3.747 metros sobre el nivel del mar en el Volcán Lanín. Es allí donde precipita en mayor cantidad y donde también nacen sus dos cuencas principales: la cuenca del río Imperial y la cuenca del río Toltén, además de la naciente del río Biobío en la comuna de Lonquimay.
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La Araucanía, anteriormente denominada región de La Frontera, fue incorporada a Chile a través de un proceso de invasión por parte del Estado chileno, finalizado en 1883, que anexó por la fuerza las tierras de los mapuches, y cuyas consecuencias se experimentan hasta la actualidad. Desde fines del siglo xix, el Estado impuso un nuevo orden territorial, caracterizado por la creación de unidades rurales, denominadas Títulos de Merced o reducciones indígenas, que según Correa, Yáñez y Molina (2005), solo favorecieron a cerca del 50% de la población mapuche de la época. Los mapuches rurales de La Araucanía quedaron literalmente encapsulados en comunidades a los cuales se les otorgaron, en promedio, ocho hectáreas por persona (Molina, 2013). Este hecho transformó sus ecologías-culturales en economías de subsistencia, las cuales se realizan en tierra cada vez más escasa y degradada ambientalmente, que se ha subdivido patrili- nealmente conforme ha crecido la población, hasta alcanzar espacios mínimos de subsistencia familiar. En nuestra conceptualización, el título de merced es el símil territorial del poblado andino que vimos en la sección anterior. Nuestra tesis, en ambos casos, es que estas son formas de territorialidad impuesta, derivadas del período colonial en el caso de los aymaras, y del período postcolonial en el caso de los mapuches, y que es necesario prestar especial atención a las nuevas formas en las cuales los espacios urbanos, el extracti- vismo y la política multicultural neoliberal han contribuido a que los pueblos indígenas subviertan dichas territorialidades, y comiencen a emerger nuevos sujetos etno-políticos. Desde fines del siglo xix, el pueblo mapuche ha enfrentado la transformación de su territorio. Las tierras comunitarias, muchas de gran calidad, que no fueron reconocidas por el Estado como título de merced, fueron rematadas permitiendo la creación de la gran pro- piedad agrícola y ganadera del Sur de Chile. Además, durante el siglo xx existieron una serie de procesos de usurpación, ventas fraudulentas e irregularidades que los despojaron de tierras, a través de una serie de políticas contradictorias, algunas privatizadoras y otras de carácter indigenista. La reducción de la población mapuche a títulos de merced y
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el despojo de tierra, han significado una pérdida de soberanía territorial y ambiental, material y simbólica, de enormes consecuencias que se manifiestan en la actualidad. Ladesestructuración de las economías morales y las ecologías-culturales, enajenó relaciones de lo humano con lo no humano, rompiendo dinámicas de adaptación, alterando los ciclos hidro-sociales, y sometiendo a injusticias socioambientales a la población, dejándola en una posición altamente dependiente de las precipitaciones, y vulnerable frente a la sequía estacional y al fenómeno de la Niña. Los títulos de merced que han logrado persistir han sido sometidos a la constante división por parte de las familias, a través de pequeñas parcelas o hijuelas, hasta alcanzar espacios mínimos de economía de subsistencia (figura 3). En este esquema de subdivisión, el acceso y control del recurso hídrico es fundamental. Una categorización de los títulos de merced, es decir, de la territorialidad impuesta por el Estado chileno al pueblo mapuche, y el análisis hidro-social de los mismos, nos permiten identificar diferencias de acuerdo con los pisos ecológicos, que a su vez configuran su relación con el agua (figura 3): 1. Los Títulos de Merced de mayor tamaño se encuentran hacia la zona de los Andes, en el territorio conocido como Alto Biobío, que corresponde a la identidad territorial mapuche-pewenche, cuya principal forma de abastecimiento es a través de precipita- ciones, y donde se concentra un número importante de derechos de agua para la producción de hidroelectricidad. Los conflictos hidroeléctricos surgen a raíz de proyectos que se emplazan en las cabeceras de los ríos colindantes con títulos de merced y territorio demandado por las comunidades por su significación cultural y económica, al ser zonas de contacto con Argentina (figura 4). El mayor conflicto en la zona pehuenche fue la construcción de las centrales hidroeléctricas de Ralco y Pangue de la transnacional endesa/enel, de gran complejidad en las décadas de 1990 y 2000. En la actualidad, una serie de proyectos hidroeléctricos de pequeña y mediana escala se encuentran en proceso de discusión y evaluación en territorios de reivindicación mapuche.
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Leyenda
Títulos de Merced
Leyenda
Títulos de Merced Hijuelas
Figura 3. Títulos de merced mapuche en La Araucanía y el hinterland del Gran Temuco. Fuente: elaboración propia.
2. En la falda occidental de la cordillera de la costa o Nahuelbuta, los títulos de merced están fuertemente presionados por la expansión forestal con especies de rápido crecimiento y con- sumidoras de grandes cantidades de agua. El principal con- flicto que enfrenta la población mapuche en el sur de Chile
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Leyenda MAPUCHES 1 - 40 41 - 90 91 - 160 161 - 290 291 - 750 Agua Comunidades Indígenas Agua Hidroeléctricas Agua Pisciculturas Agua Forestales Plantaciones Forestales
Leyenda Abastecimiento Camión Aljibe Abastecimiento Red Pública Abastecimiento Natural Abastecimiento Pozo
Figura 4. Distribución de la población mapuche, derechos de agua y abastecimiento de agua de títulos de merced. Fuente: elaboración propia según datos del Censo 2012 y la base de datos de la Dirección General de Agua.
es el crecimiento de las plantaciones forestales, que cubren en la actualidad cerca del 25% de la superficie de La Araucanía. El crecimiento forestal se ha basado en la redefinición del uso del suelo: por un lado, el suelo degradado como consecuencia de la monoproducción triguera del siglo xx, y de la condición
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de sotavento, y por otro, por la trasformación de praderas en plantaciones, debido a los altos rendimientos de las especies forestales introducidas. De esta manera, las precipitaciones, la humedad, y los cauces naturales, comenzaron a ser capturados por la industria forestal. Este hecho ha sido interpretado por las comunidades mapuches como una alteración significativa al ciclo hidro-social, y es considerado por ellos como la principal causa de escasez hídrica que afecta a amplios sectores de esta parte de la región, principalmente durante el verano. Pero, además, la especialización forestal ha afectado al bosque nativo, y ha in- terrumpido la reproducción cultural de la medicina mapuche. En la zona de impacto de la industria forestal es donde la con- flictividad se manifiesta en episodios de violencia política, como la quema de camiones y maquinaria forestal. 3. Un número importante de títulos de merced fueron constituidos en lo que hoy es el periurbano del Gran Temuco, en la cuenca del río Imperial, y están presionados por el crecimiento urbano, la trans- formación de tierras agrícolas en zonas residenciales de ingresos medios-altos y altos, la localización de industrias y basurales, y el emplazamiento de infraestructura pública y privada, como carreteras y aeropuertos. La figura 3 muestra la concentración de tierra mapuche en el hinterland del Gran Temuco y la subdivisión de la misma en “hijuelas”. El confinamiento de la población ma- puche en los títulos de merced, también se ha visto agravado por el crecimiento de la población, la cual actualmente alcanza cerca de cincuenta mil personas, y la subdivisión de los predios. Estos terrenos de subsistencia, dependen fuertemente del abastecimiento a través de pozos, de camiones aljibe, y de la inversión del Estado en canales de regadío. Estos títulos de merced abastecen a la ciudad de Temuco de frutas y verduras frescas, que son el resultado de las di- námicas de negociación/conflicto entre las comunidades, algunas de ellas configuradas como Lof en resistencia, y la política indígena de fomento de los pequeños propietarios a través de proyectos productivos, capacitaciones y turismo rural. La población de los títulos de merced, además, se emplea principalmente en Temuco, en trabajos precarios de baja remuneración.
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4. Los títulos de merced en la zona sur de la región siguen los cursos de los ríos Allipén y Toltén, donde se localizan los derechos de agua de particulares y empresas privadas para la producción de hidroelectri- cidad, a través de proyectos de pequeña y mediana escala, que han generado conflictos que están en pleno desarrollo. Al mismo tiempo, en dichos ríos se desarrolla la industria de crianza de salmones. El caso que más hemos estudiado es el Proyecto Añihuerraqui en el sector andino, que cuenta con calificación ambiental, y que es fuertemente rechazado por comunidades mapuche, habitantes locales y grupos ambientalistas. El rechazo a Añihuerraqui ha permitido el despliegue de organizaciones y redefiniciones etno- políticas de importancia, como el surgimiento del Lof Trankura y el Consejo de Lonkos, que reúne a las autoridades tradicionales del pueblo mapuche. Al mismo tiempo, ha levantado al turismo como una actividad pertinente territorial y culturalmente. Este caso es importante porque muestra cómo desde la confrontación al extractivismo hidroeléctrico van emergiendo territorialidades donde convergen lo ancestral con lo moderno, lo urbano con lo rural y lo indígena con lo ambiental, fortaleciendo procesos iden- tidatitarios, revitalizando prácticas culturales, y redefiniciones territoriales de carácter productivo. 5. En la zona costera, los títulos de merced se concentran alrededor de la zona del lago Budi, y en las desembocaduras de los ríos. Esta zona fue designada por la política multicultural neoliberal como un Área de Desarrollo Indígena, y ha supuesto la implementación de una serie de tecnologías de producción de identidades, donde han confluido instituciones estatales de fomento productivo, como también ong internacionales, y universidades, que han realizado programas, planes, zonificaciones, entre otros, para solventar una política de desarrollo local. Producto de todo lo anterior, la zona del Budi ha sido un territorio fuertemente intervenido para la producción de etno-turismo asociado a la identidad mapuche-lafkenche. Junto con la reorganización de los lof como formas de oponerse a la expansión forestal e impulsar un proceso etno-territorial propio y autónomo, los lafkenche también han desarrollado un proyecto etno-territorial por el derecho ancestral
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al mar que va desde el Golfo de Arauco hasta Aysén, en La Pa- tagonia, y que busca recuperar el derecho consuetudinario a las doce millas náuticas que les garantizaría el acceso colectivo a los recursos pesqueros, oponiéndose a la pesca extractiva. Es así cómo se han apropiado del concepto de “maritorio” como un espacio ancestral dónde se ejerce soberanía y autodeterminación, para conservar y manejar de manera colectiva los recursos, en cuanto bienes comunes, influenciados por posturas de buen vivir y sobe- ranía alimentaria, que se contraponen a la pesca indiscriminada.
Como se aprecia, la lucha por el agua es una lucha compleja, tanto por la materialidad misma del agua en cuanto h2o, como por su signi- ficación para diferentes culturas y en diferentes pisos ecológicos. Estas luchas indígenas por el agua muestran que los conflictos surgen con la imposición del ciclo hidrosocial del extractivismo que captura el agua desde su fuente en el caso de las hidroeléctricas del Sur y el caso de la minería, o la extrae de la corriente de los ríos como es el caso de las salmoneras y los caminos aljibe en La Araucanía, antes de que toque el suelo —como es el caso los territorios donde se emplaza la industria forestal—, y hasta del mar como lo ilustra la lucha de los lafkenche. Es precisamente la misma composición y ciclo del recurso, el cual se está politizando, en el agua superficial y subterránea, dulce o salada, en la cordillera o en el océano, y que cuestiona una serie de derechos, entre ellos los consuetudinarios, los que plantean las leyes, y los que han favorecido a ciertos grupos económicos y ciertas actividades extractivas. Precisamente, estas luchas están redefiniendo qué entendemos por “indígena” y qué entendemos por “territorio”.
Reflexiones finales La imposición del neoliberalismo en Chile ha significado una transformación socioambiental radical de diferentes territorios como consecuencia del extractivismo. A través de una destrucción creativa del territorio, las comunidades, por un lado, son despojadas de recursos para solventar el crecimiento de la industria minera y forestal, entre otras, en procesos de desposesión de larga duración, y por otro, los pueblos indígenas son reconocidos y convertidos en sujetos de políticas
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de reparación por parte del Estado y las compañías. En el territorio empieza el establecimiento de dinámicas de negociación/conflicto que generan un terreno fértil para la articulación de identidades indígenas, que pugnan por un espacio en el sistema político, basándose en el reconocimiento y la diferencia. Los repertorios de acción indígena integran elementos de ancestralidad, patrones históricos de localización y formas actuales de organización y lucha, desde donde responden a las transformaciones territoriales. Los recursos hídricos se constituyen en un elemento central de estas luchas. Su transformación en un commodity durante la dictadura, permitió la separación de la tierra y el agua, su privatización y locali- zación en manos de los sectores más competitivos dentro de la economía global: la minería y la hidroelectricidad. Además, la política indígena —en un contexto donde se ha registrado un rápido proceso de auto- identificación—, creó derechos de agua para indígenas, colapsando de economía política la relación entre comunidades y recursos hídricos. Los derechos de agua indígena van generando una nueva geografía que en parte contesta la forma en la cual las cuencas han sido planificadas por el neoliberalismo, a la vez que se especializan zonas de agua in- dígena. Esta situación es extremadamente crítica en el Norte Grande, una de las zonas más áridas del mundo, y donde la expansión minera ha afectado la disponibilidad de recursos hídricos. Sin embargo, la población que se auto-identifica como aymara ha generado un proceso de persistencia rural que les permite mantener como referencia cul- tural a los poblados andinos, fortaleciendo los procesos identitarios de la población aymara que ha nacido y crecido en espacios urbanos. Es posible encontrar expresiones productivas aymaras en medio del desierto, en la pampa y los valles, ocupando los derechos de agua que han sido conseguidos mediante la política pública indígena, y a partir de la propia agencia de las comunidades traslocalizadas, o que han emergido desde la diáspora directamente. Por su parte, los mapuches en el Sur están fuertemente afectados por la expansión forestal, la captura de agua directamente desde las lluvias, napas y humedad ambiente, generando, según el movimiento social mapuche, una crisis hídrica en la población mapuche rural. Nuestra investigación muestra cómo la población mapuche que habita en los títulos de merced
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está presionada por la expansión forestal, hidroeléctrica y urbana, y que, pese a estar en un territorio donde llueve bastante, es altamente sensible dado que se abastece de fuentes naturales y pozos. Esto ha generado que un número importante de comunidades esté actualmente abastecido por camiones aljibes, y que durante la sequía estacional se agraven la situación social y ambiental de los mapuches que habitan en los títulos de merced. En el sector andino, es posible observar claramente la localización de derechos de agua para la producción hidroeléctrica, los cuales se en- cuentran en manos de particulares y empresas medianas y pequeñas. Esta especulación hídrica, que aguarda por un poder comprador, tensiona la ecología cultural y los procesos políticos de las comunidades mapuches andinas que se encuentran en medio de la lucha por recuperación terri- torial. También hemos mostrado la emergencia del “maritorio” de los lafkenches, donde las luchas por el agua se trasladan al mar contra la privatización de los espacios y la extracción indiscriminada de recursos pesqueros por parte de grandes empresas. Este texto es una invitación a pensar la complejidad que existe entre la expansión del extractivismo, la especialización de territorios para monoproducción y los proyectos territoriales de los pueblos indígenas, en este caso aymaras y mapuche. En ambos casos ha sido central la capacidad de subvertir la transformación del agua en un objeto y bien privado, como también la capacidad del mundo indígena para persistir en la ruralidad, y la importancia de los indígenas urbanos para sustentar un proyecto etno-territorial que incluye la reapropiación productiva del desierto en el caso de los aymaras, y de tierras degradadas en el caso de los mapuches. La emergencia de distintos tipos de organizaciones, y la especialización de ellas en diferentes actividades, incluidas aquellas derivadas del Código de Agua, forman al final del día, una red de actores, intereses, territorios y significados que le desafía espacios al neoliberalmismo. A través de los conflictos, donde las luchas por recursos hídricos han sido centrales, los pueblos indígenas han forzado el hecho de ser visibilizados, y se han movido activamente en una dialéctica de negociación/conflicto. Ad portas de un nuevo censo de población, se espera que la población que se auto-identifica como aymara y mapuche alcance cifras históricas, obligando a pensar el país en términos inter- culturales. En este contexto, pensar a la identidad y el territorio como
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íntimamente ligados y contingentes, con capacidad para desafiar la herencia dictatorial neoliberal y los desequilibrios territoriales que se han profundizado, es absolutamente necesario.
Agradecimientos Hugo Romero-Toledo agradece el financiamiento recibido a través del proyecto fondecyt de Iniciación n.° 11140265, y el apoyo del Proyecto fondap Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (coes).
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Las venas de la tierra, la sangre de la vida: significados y conflictos por el agua en la zona carbonífera del sur de la Guajira, Colombia
Catalina Caro Galvis1 Censat Agua Viva
La industria carbonífera en Colombia y los derechos de las comunidades La extracción de carbón en Colombia ha tenido un largo protago- nismo en la economía. Desde finales del sigloxix y principios del xx, la producción de carbón movilizó las locomotoras a vapor y los buques que permitieron la conectividad terrestre y fluvial del país. Luego, en las primeras fábricas, los hornos de sal y las ladrilleras se sirvieron del calor del carbón térmico y metalúrgico para su funcionamiento, así como las ferrerías, en donde se produjeron maquinaria agrícola, rieles de ferrocarril, tuberías de acueducto, etc. (Arias, 2014). Ya hacia principios de la década de 1980, el modelo de aprovecha- miento del carbón sufrió una transformación de enfoque y de destino, asociada a la incorporación de las materias primas como el carbón, el oro y otros minerales a una geopolítica global de extracción, destinada al crecimiento de las economías de países emergentes. Colombia, en este contexto, pasó de una producción orientada a la generación de energía y acero para el mercado nacional a un esquema exclusivamente exportador y de extracción intensiva (Arias, 2014).
1 Este artículo hace parte de una investigación comunitaria desarrollada por Censat Agua Viva en el sur de la Guajira.
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Este cambio significó una nueva administración del negocio del carbón, que pasó del sector público al privado (trasnacional), y además la relocalización de su explotación que se ubicó principalmente en la zona caribe colombiana, específicamente en los departamentos de la Guajira y el Cesar. Esta zona permitió la construcción de infraes- tructura de gran envergadura y además la extracción a gran escala de los dos yacimientos de carbón térmico más prometedores en el país, que correspondían al Cerrejón Zona Norte en la Guajira y a la mina Pribbenow en el Cesar (Rudas, 2014). El carbón, como un mineral importante en la mayoría de las historias de los estados nacionales, por su uso estratégico en la industria ha sido clave en los procesos de modernización de infraestructura, producción de energía e impulso a otros sectores, como el siderúrgico. Sin embargo, la extracción de carbón a gran escala se ha constituido en una actividad productora de conflictos, ya que los enormes impactos de la minería se han profundizado durante más de treinta años de explotación, convirtiendo a estas zonas del país en territorios de sacrificio, en donde las personas, los animales, el agua y la tierra han sido las principales víctimas. Si revisamos algunas de las cifras entregadas por la instituciona- lidad colombiana, la industria del carbón ha crecido continuamente. Como se ilustra en la figura 1, la exportación de carbón desde 1992 ha sufrido un crecimiento continuo con algunas caídas anuales, pero en general con una tendencia al alza, teniendo para 2017 la mayor producción de carbón en la historia colombiana, con más de noventa millones de toneladas.
100.000.000
s 90.498.688 90.000.000 80.000.000 70.000.000 60.000.000 50.000.000 40.000.000 30.000.000 20.000.000 10.000.000 Toneladas métrica 0 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008 2009 2010 2011 2012 2013 2014 2015 2016 2017 Año Figura 1. Exportación de carbón colombiano, 1992 -2017. Fuente: elaboración propia a partir de los datos de anm (2017).
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Este crecimiento en el total de carbón exportado ha signi- ficado que la frontera extractiva del carbón crezca también, y con ello los impactos que tiene esta explotación a gran escala sobre los territorios y las personas que los habitan. Para el caso de la Guajira, la expansión minera ha producido desplazamientos forzados en los cuales once comunidades han sido desplazadas (Cinep, 2016). Así mismo, la expansión ha requerido la intervención a flujos de agua para la ampliación de tajos mineros y con ello la destrucción de enormes extensiones de acuíferos, así como la tala de bosque seco tropical, un ecosistema en extinción. Estas implicaciones del crecimiento minero, vienen acompañadas por un empobrecimiento estructural de las zonas asociadas a la mi- nería del carbón. Al respecto, los indicadores sociales relacionados con medición de necesidades básicas insatisfechas (pobreza, acceso a salud y a educación, vivienda y otros) muestran valores negativos en municipios asociados con explotación minera a gran escala (Rudas, 2014. Al compararlos con los promedios nacionales o con los de municipios que tienen presencia petrolera o minera de menor envergadura, las cifras son conclusivas. En el censo general de 2005, el 28% de la po- blación del país se encontraba en condición de necesidades básicas insatisfechas. Mientras tanto, los municipios mineros de carbón en los departamentos de Cesar y Guajira, esa población ascendía al 45% y al 61%, respectivamente.2 Este desajuste en las expectativas sociales del modelo extractivo era previsible, ya que el extractivismo supone una distribución desigual tanto de los beneficios como de las afectaciones sociales y ambientales de la extracción. Dicho de otra manera, se sostiene por relaciones de injusticia ambiental (Vélez, 2005). Esa desigualdad se manifiesta fundamentalmente en la imposi- bilidad que tienen las comunidades en las zonas mineras de gozar de sus derechos fundamentales, pues van en contravía de los intereses de quienes manejan más poder en los territorios —es decir, las indus- trias mineras—, y de la expansión de la frontera extractiva, basada
2 Para mayores detalles, consultar de Rudas (2013).
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cada vez más necesidades de tierra, agua y otros beneficios naturales para su sostenimiento. El caso más ilustrativo de esta incompatibilidad se da alrededor del agua. El acceso al agua potable se considera un derecho fundamental, pues necesariamente está conectado con la vida. La industria extractiva, en especial la minera, también necesita mucha agua para procesar los minerales, la supresión de polvo y para abastecer a los trabajadores y trabajadoras en las instalaciones mineras. En Colombia, las zonas mineras de carbón a gran escala coinciden con lugares de cierta escasez hídrica, los cuales han tenido una desatención estructural de parte del Estado (traducida en la nula inversión en infraestructura para la distribución del agua, su potabilización y gestión), para satisfacer este derecho, desde antes de la llegada de la minería. Cuando las mineras se instalan y empiezan a crecer, aumenta la demanda de agua en estas zonas, de modo que se configura una fuerte y desigual competencia por el agua entre las empresas y las comuni- dades rurales, en favor de las primeras, lo que agrava las posibilidades y condiciones de acceso de la población al líquido. Las mineras, en su voracidad extractiva pero también con sus ventajas técnicas, acaparan y agotan fuentes de agua y en esta dinámica cuentan con el apoyo de los gobiernos nacionales y locales que justifican todo esto con el discurso de la productividad y del desarrollo de la región. Es decir, a los impactos por la naturaleza de las actividades mi- neras, que reciben las comunidades y que afectan algunos derechos, se agrega la vulneración de otros como el derecho a la alimentación y a la salud, por la vía de la imposibilidad de acceder al agua. El caso del agua es una —quizá la más importante y aterradora— de las falacias del desarrollo encarnadas en la industria minera a gran escala. Las promesas de progreso y cambio, propias de las bonanzas extractivas, se entierran en la misma arquitectura del modelo di- señado para la ganancia de pocas personas y ciertos lugares; para un aprovechamiento intensivo que empobrece territorios, para producir espacios “sin futuro”, lugares que solamente se entienden y se ocupan en la lógica de la acumulación del capital. En este artículo exploro las formas en que la extracción de carbón a gran escala en el sur de la Guajira, han transformado los territorios
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del agua y con ello los usos, significados y prácticas del pueblo wayuu con este elemento de la naturaleza. Desde las narraciones orales y la cosmología wayuu se exploran los impactos de la minería de carbón a gran escala, que sin duda ha causado innumerables transformaciones ambientales y sociales, pero que fundamentalmente ha amenazado el pensamiento y la pervivencia de una forma de producir y sentir el territorio. Utilizo el agua como eje articulador del análisis, profundizando en las formas de apropiación del agua que ha producido la minería de carbón a gran escala, resaltando el carácter simbólico y material del agua y las disputas que en estos dos órdenes se han librado durante más de treinta años de explotación de carbón en la Guajira. En tres secciones argumento cómo el agua ha sido una de las principales víctimas de la extracción de carbón a gran escala y cómo esa victimización se ha materializado en las formas en que el pueblo wayuu vive su territorio, pero también en la manera en que las empresas multinacionales han refinado diversas estrategias de privatización de las fuentes hídricas. Finalmente, analizo cómo los conflictos por el agua y el paisaje minero, producidos por la explo- tación del carbón, han ubicado a la Guajira como un territorio para la explotación y el sacrificio, reforzando imaginarios territoriales que ubican esta zona como un lugar sin gente y para la inversión trasnacional. Es importante señalar que este artículo busca explorar otras de las dimensiones respecto a la afectación al agua a partir de la minería de carbón a gran escala, específicamente las que se refieren al daño cultural. Existen diversos estudios que muestran con cifras y mediciones las afectaciones ambientales y ecosistémicas que la minería de carbón ha causado a las fuentes hídricas. Aquí pretendo abordar desde otra mirada los impactos, haciendo énfasis en cómo la minería de carbón ha afectado profundamente la vida cultural del pueblo wayuu en los ámbitos simbólicos, políticos y materiales. Por lo tanto, el abordaje incluye datos etnográficos y referencias etno- históricas que permiten ampliar la mirada de los impactos y proyectar nuevos horizontes para la reparación integral de los territorios del departamento de la Guajira.
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El agua: la principal víctima de la actividad extractiva del carbón El agua es uno de los principales elementos vitales que está direc- tamente implicado en los procesos de extracción del carbón a cualquier escala. En efecto, el agua es el elemento más importante para la vida humana y no humana y, además, cumple un papel muy importante en el ordenamiento social y cultural del territorio, siendo una de las principales víctimas de la expansión del modelo extractivo minero en Colombia y en Latinoamérica. Para la industria extractiva minera, el agua es uno de los bienes más codiciados. La minería de oro y de carbón utiliza agua no solo para el proceso de explotación, sino que esta también debe ser obtenida y potabilizada para el sostenimiento de los trabajadores y trabajadoras de la instalación minera en todas las fases. Para el caso de la minería de carbón, el agua se ve afectada de diversas maneras y en distintas fases del proceso extractivo, por ejemplo: en las fases de instalación y exploración, las aguas de los territorios se encuentran expuestas a la contaminación de residuos sólidos domésticos, así como a la deforestación que genera pérdida de la vegetación protectora en muchos nacimientos y cauces de ríos y arroyos. Luego en las fases de explotación, las aguas superficiales y subterráneas sufren un notable deterioro, producto de los drenajes mineros, la acidificación resultado del contacto con estériles de la explotación, contaminación de acuíferos, lixiviación, contaminación por sólidos en suspensión, agotamiento, etc. Así mismo, en los procesos de cierre de mina o tajo, las escombreras de estériles no contribuyen a la restauración hídrica del paisaje, presentándose lixiviación de sustancias nocivas de la escombrera a las fuentes de agua, así como altos riesgos de deslizamientos y erosión en masa que sedimentan las aguas superficiales (García, 1998). Como es analizado por Budds (2010) la extracción y el procesa- miento de los minerales requieren volúmenes significativos de agua y, por tanto, la expansión de la minería crea competencia sobre los bienes hídricos en los territorios, así como cambios en los paisajes hídricos (Buds y Hinojosa, 2012). Estos cambios se expresan de distintas ma- neras, físicamente a través de transformaciones en los flujos de agua,
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agotamiento y desaparición de fuentes, cambios en la vegetación y ecosistemas productores de agua, etc; pero también los cambios suceden en otros ámbitos, ya que el agua no solo es un elemento material, sino también un elemento simbólico, ligado a relaciones de poder, relaciones comunitarias, espacialidades simbólicas y culturales; por ende, las geografías mineras transforman el uso, acceso, control y gobernabilidad del agua. La expansión de la frontera extractiva de carbón en Colombia ha generado una gran conflictividad alrededor del agua en la región caribe y central del país, entendiendo el agua, no solo como un “recurso material” sino como “un elemento ‘híbrido’ que captura y encarna procesos que son a la vez materiales, discursivos y simbólicos” (Swyn- gedouw, 2004, p. 28). En este sentido, y como es argumentado por varios autores (Budds e Hinojosa, 2012; Castree, 2001; Blaikie, 1995) el agua es socionatural, en el sentido en que las acciones humanas la forman, así, en tanto es formada también es conceptualizada de distintas maneras. El agua entonces no es un elemento universal u objetivo, sino que está atravesado por las relaciones y acuerdos culturales que producen su concepción, uso y significado. Para el caso de pueblos étnicos, el agua se entiende como un ser con vida propia con el cual se interactúa y se establecen una serie de gramáticas de uso —muchas veces rituales—, que garantizan que este elemento permanezca en su espacio y esté siempre disponible para las comunidades. En la mayoría de las culturas, el agua hace parte del mito de origen y también hay seres de diversa naturaleza que son considerados como cuidadores del agua; para los indígenas estos seres deben ser alimentados ritual y materialmente, por lo que los paga- mentos y rituales en los sitios sagrados son prácticas indispensables para garantizar el equilibrio. En el caso de las comunidades campesinas y rurales, el agua ha sido durante mucho tiempo entendida y reconocida como un elemento común; común en tanto que les pertenece a todos, pero común también como indicador de comunidad. Así mismo, el agua ha estado directamente relacionada con la producción, y por lo tanto con el alimento, por lo que su acceso y distribución ha sido re- gulado comunitariamente para garantizar el abastecimiento integral.
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Además, para las comunidades rurales el agua también está vinculada simbólicamente con la recreación, con un espacio de encuentro comu- nitario y un “lugar” (Escobar, 2003) en el sentido de la reproducción de la cultura campesina y sus prácticas. La minería de carbón, tanto en la Guajira como en otras zonas del país, ha roto estos sentidos durante sus años de “convivencia” con las comunidades. No solo por los intensos acaparamientos de fuentes de agua que están vinculadas también con procesos de acaparamiento territorial, sino también porque las empresas repro- ducen otra mirada o visión del agua que se contrapone a los sentidos y significados que el agua reviste para las comunidades étnicas y campesinas. Esta sobreposición de cosmovisiones alrededor del agua es una de las principales causas que motivan los conflictos por este elemento en las zonas mineras. Otro de los motores de la conflictividad alrededor del agua en las zonas de extracción de carbón es el control y el gobierno del agua. Las empresas mineras, principalmente en la Guajira y en el Cesar, han privatizado muchas de las fuentes de agua de las que dependían las comunidades, esta privatización se ha realizado mediante la compra de terrenos en donde existen nacimientos, por desviación de cauces de ríos y arroyos y militarización de zonas, restringiendo el acceso y aprovechamiento de las comunidades. Este control de la fuente, puede decirse que es la principal estrategia de ampliación de la frontera extractiva minera en los territorios; mientras las comunidades pierdan el acceso a su fuente primaria de agua, sus opciones se reducen al desplazamiento, a la venta y abandono de sus tierras ancestrales. El control de la fuente deriva por supuesto en una exacerbada apropiación del agua por parte de las empresas, quienes utilizan el agua como un insumo y no como un elemento vivo que tiene un ciclo y unas dinámicas propias, esto causa una inmensa contaminación irreparable en términos ambientales y culturales. Precisamente, la contaminación es el tercer factor productor de conflictos por el agua en zonas de extracción minera. Esta contaminación que se realiza por distintas vías —vertimientos directos, polvillo de carbón en las aguas, depósito de residuos sólidos de escuadrones que prestan seguridad
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a los complejos mineros, drenajes ácidos, lixiviación de basuras, se- dimentación por las escombreras, etc.—, tiene efectos de resonancia intergeneracional que resultan determinantes en los procesos de resistencia que emprenden las comunidades en sus territorios. Teniendo en cuenta estas formas materiales y simbólicas de afectación de las aguas en contextos mineros de carbón, analizaré las implicaciones culturales que la minería de carbón —realizada en el sur de la Guajira— ha tenido para las comunidades wayuu y afroguajiras, quienes han sido las principales afectadas por el crecimiento de la mina a cielo abierto Cerrejón, que por más de 34 años ha desarrollado su operación en este departamento.
Bitácora del daño cultural producido por la explotación minera de carbón a gran escala en la Guajira colombiana Muchas veces al analizar la situación de violación de derechos humanos que la minería de carbón a gran escala ha producido, se suelen exaltar las afectaciones asociadas con lo ambiental y lo social, pero difícilmente se realizan inventarios estrictos acerca de cómo una actividad extractiva afecta culturalmente la vida de poblaciones étnicas en un territorio. Para el caso de la Guajira, el pueblo indígena wayuu ha sido el principal receptor de los impactos de minería de carbón y quienes han estado más expuestos culturalmente a cambios en sus costumbres cotidianas de habitar el territorio, emergencia de nuevas expectativas individuales asociadas a la minería y sobre todo esguinces en su relación con la cultura y la naturaleza. Este aparte, pretende analizar cómo la relación entre los wayuu y el agua ha sido transformada de manera directa por la minería de carbón. No solo por las implicaciones que esto trae respecto a la ca- lidad y la disponibilidad del líquido vital, sino también referida a otras dimensiones culturales que el agua tiene para este pueblo indígena. La minería, además de desaparecer el agua, ha significado la extinción de indicadores socioambientales para la reproducción de la vida en la Guajira, y con ello ha puesto en peligro la vida de un pueblo. Los conflictos alrededor del agua en contextos de extracción de carbón, como lo hemos señalado, no solo aparecen por la competencia
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entre actores por los usos diferentes que se quiere dar al agua, de hecho, la raíz de la conflictividad reside en una sobreposición de cosmologías y conceptualizaciones respecto al agua. “El agua no es solamente un recurso material que satisface las necesidades básicas y las actividades económicas de poblaciones locales, sino también es un recurso cultural que incorpora signi- ficados diferentes” (Bakker 2003; Strang 2004). Esta variedad de significados influye en la manera como los pueblos y las comunidades —dependiendo de su territorialidad— manejan, usan, administran y gobiernan el agua. Además, como sostiene Budds (2010) la naturaleza misma del agua, sus características biofísicas y culturales ejercen influencia sobre las formas en que las personas y las comunidades la gobiernan y administran, lo que implica que el agua no es simplemente el objeto de los procesos sociales, sino también el sujeto. En este sentido, el agua produce territorios teniendo como pers- pectiva dos grandes rasgos que caracterizan la noción de territorio en todas sus acepciones: el territorio es un “espacio representado y apropiado” (Segato, 2006). Esto significa que el territorio siempre se define en función de una apropiación política del espacio, política en tanto que se ejerce un dominio, un poder material y simbólico. El agua produce sus territorios en una interacción con el ecosistema y los seres humanos, estableciendo fronteras, rutas, espacios de uso; así mismo, es territorio en el sentido identitario, porque se establecen adentros y afueras, es decir pertenencias y posiciones que producen otros. Esto significa que en la interacción las comunidades, los bosques y los animales establecen sentidos de pertenencia con el agua que configuran territorialidades. Estos territorios del agua o, en palabras de Budds (2010) y Swyn- gedouw (2004), paisajes hídricos, se configuran en una trama de relaciones de poder en donde la minería ha jugado un papel muy importante, ya que esta ha transformado los modos propios de terri- torialidad y ha intervenido de manera desigual en las relaciones de poder que configuran los paisajes hídricos. Para el caso de la región atlántica colombiana, la minería ha significado una fractura en las gramáticas y lógicas étnicas de con- cepción del agua, no solo por la intervención física de este elemento,
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sino porque la minería ha invisibilizado durante treinta años las di- námicas simbólicas que determinaban la territorialidad del agua en la Guajira, transformando concepciones y formas de uso propias que determinaban los modos de acceso, flujo y administración del agua en los territorios. A continuación, analizaremos los principales choques entre dos concepciones del agua que durante los últimos años han configurado el paisaje hídrico del sur de la Guajira.
Concepciones del paisaje hídrico en el sur de la Guajira
La pérdida del agua trae muchas consecuencias para nosotros en el sur de la Guajira, aquí se hacen muchos velorios y los velorios son muy importantes para la cultura wayuu, en este año se han muerto muchos jóvenes en moto y los viejos decían que estamos en una era difícil donde la misma tierra se está vengando de nuestro pueblo, estas vidas que se están cobrando las pagamos los wayuu […] nosotros antes teníamos agua, ahora nos toca almacenar el agua y no hay agua. Desde la llegada de Cerrejón, nuestras aguas no las han desaparecido… eso no es que se ha desaparecido porque si. Lideresa Wayuu – Fuerza de mujeres Wayuu.
El pueblo wayuu es una comunidad étnica binacional que habita la península de la Guajira y se constituye como el pueblo indígena más numeroso de Colombia. Según los datos censales del 2005, en Colombia 270.413 personas son reconocidas como wayuu, repre- sentado el 19.42% de la población indígena del país. Además de su gran población, el pueblo wayuu cuenta con un territorio ancestral de gran envergadura, que ha sido reconocido en parte por el Estado colombiano bajo la figura del Resguardo de la Alta y Media Guajira, que tiene una extensión de 1.000.000 ha. Los wayuu tienen una organización social, ambiental y política característica asociada con su manera especial de entender y concebir la naturaleza. Este pueblo construye y ocupa el espacio teniendo como
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premisa que “los mundos natural y social se entrelazan y anudan sus propios componentes a la manera de una pareja prototípica: Juya (el que llueve, móvil) y Mna (la tierra, inmóvil)” (Correa, 1995, 237). Esto significa que para los wayuu, la tierra y el agua se constituyen en el equilibrio primario de su organización social y cultural y, por lo tanto, la interacción entre estos dos espacios de vida es fundamental. De hecho, el concepto de bienestar wayuu, Anaaakua’ ipa, depende del equilibrio entre estos dos espacios. La tierra espera la lluvia para ser fecundada y renovar los ciclos naturales y culturales, estos ciclos determinan la espacialidad wayuu y su forma de ocupación y pro- ducción del territorio. Por ejemplo, los wayuu conforman vecindarios o “rancherías” teniendo como referente su tipo de organización social matrilineal, así como “un cementerio, una red estrecha de cooperación y el derecho de acceso a una fuente de agua local” (Correa, 1995). Estos cuatro elementos determinan la relación entre la organización social y los espacios de vida que provee el territorio para la subsistencia wayuu; sin agua, sin una red de cooperación filial o Apüshi y sin un sitio sa- grado (“cementerio”), el mundo wayuu es impensable. Pese al carácter poliresidencial del pueblo wayuu, el arraigo se adscribe a una localidad específica y las territorialidades asociadas a estos cuatro elementos son las que conforman “la comunidad”. Así mismo, el rasgo referido a la filiación o grupo clanil es de gran importancia para entender cómo la naturaleza se ubica en la cosmovisión wayuu. Según las investigaciones etnográficas (Perrin, 1989; Correa, 1995; Ardila, 1990), el pueblo wayuu está conformado por aproximadamente treinta clanes o sibs que poseen vínculos totémicos con distintos ani- males que habitan la península. El totemismo, como una ontología que describe una relación monista entre la sociedad y la naturaleza (Descola, 2002), muestra cómo las culturas referencian lo no humano como signo y, además, las interacciones de estos signos como una forma de organización en el territorio. Para los antiguos wayuu, los clanes y sus referentes no humanos tenían gran importancia en el ordenamiento territorial; aunque actualmente esto ha cambiado, es necesario tener presente este rasgo cultural, ya que ejemplifica la re- lación interdependiente y continua entre la naturaleza y el ser wayuu. En contraste con la concepción dualista del mundo occidental, en
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donde la naturaleza está por fuera del ser humano, para los wayuu la naturaleza hace parte de su ser individual y colectivo, determina los vínculos filiales y de alianza, su lugar y su movilidad en el territorio, “sus usos, tiempos, reciprocidades, prestaciones e intercambios entre los seres vivos y los muertos” (Correa, 1995). Precisamente, esta cosmovisión y manera específica de relacionarse con el mundo viviente y el mundo de los muertos tiene un correlato en la manera como el pueblo wayuu construye su territorialidad. El cementerio, como se mencionó anteriormente, es uno de los lugares más determinantes para la vida wayuu, “el cementerio es familiar y es el principal patrón de residencia en tanto define la adscripción territorial del grupo: se es de donde es el propio cementerio; el wayuu es de donde va a ser enterrado” (Vásquez, 1985). Las y los wayuu marcan su pertenencia al territorio con el en- tierro de los ombligos en el cementerio materno como una forma de conectarse con los espíritus de los parientes fallecidos y además para ser reconocidos y aceptados en las redes parentales. Este lugar, se constituye en el primer sitio sagrado, en donde yacen los restos de sus ancestros en su viaje hacia Jeipira —sitio en el fondo marino para el reencuentro con los ancestros. (Fuerza de mujeres wayuu, 2015, p. 45)
El cementerio materno, el agua en donde está jeipira —sitio final del destino de los espíritus wayuu—, el agua que representa juya y que significa la fecundidad de la tierra, todos estos significados culturales se conjugan para el manejo que durante siglos el pueblo wayuu ha realizado de su territorio. Así mismo, prácticas asociadas al agua y a los arroyos, así como historias y personajes míticos se imprimen en la vida wayuu y son el motor de su cultura. […] los animales representan todo, porque nosotros imitamos a nuestros animales en nuestras danzas, en nuestras alegrías están presentes, los burros por ejemplo se encuentran allí, se enamoran en el arroyo, eso es una cosa que no se ve pero es un elemento impor- tante de vida para los wayuu. El encontrarnos nosotros, el charlar con otro clan que esporádicamente y que en el arroyo nos vemos y char- lamos eso es muy relevante y otra cosa, fíjate la labor de los sapos en el agua, para el wayuu, el sapo es un ser wayuu, es el wayuu vigilante
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del agua, el que vigila el agua, el que dice ahí vine fulanita, ahí viene. Además de ser vigilante está vinculado con las “lágrimas del agua”, es decir que si el sapo se va el agua se seca. Los sapos deben estar perma- nentemente en el agua. [...] el canto y cuando ellos empiezan a llorar eso es las lágrimas del agua, ellos le dan vida al agua. (Entrevista a lideresa wayuu, junio de 2015)
Tanto el primer entierro de los muertos, que significa materialmente un ingreso a la tierra, como el segundo entierro que es el ingreso al agua, a jeipira, ejemplifican también la importancia de esta interacción entre tierra y agua, la cual es el fundamento ancestral de la supervi- vencia de este pueblo, junto con el sueño (laapüt) que es mediador y conecta el mundo de los vivos con el de los muertos y ancestros. El sueño es importante al hablar del territorio y del agua, ya que por medio de los sueños se organiza la vida social y ambiental wayuu. Ciertamente, el sueño revela acontecimientos y mensajes de infortunio y de esperanza, pero también manejos ambientales del territorio, respecto a lugares para visitar, buenas o malas cosechas, animales para sacrificar, pestes por venir, momentos de grandes sequías, etc. “Los sueños son para los wayuu una presencia cotidiana. Ordenan el pasado, deciden el futuro”. (Goulet, 1981, p. 51). Además de los significados y asociaciones culturales del agua en el territorio material, este pueblo realiza en sus narraciones una extra- polación del cuerpo wayuu al territorio wayuu, teniendo como base la importancia de la sangre y la carne en sus vínculos genealógicos y sociales. En el tema del agua, cuando se habla que son venas, yo pienso que la relación de los impactos se deriva a lo de la sangre, porque la sangre para nosotros es una cuestión bien sagrada y que la relación es muy estrecha con todo el tema del agua. La interpretación se dice que los ríos son las venas pero que las venas corren el agua, es decir la sangre. Lo que uno le entiende a los viejos, es la relación entre la sangre y el agua, yo le pregunté pero por qué el agua, por qué es la vena […] Nos metemos con el dios Juya, que es el fecundador, el agua que fe- cunda la tierra y que si se mira la interpretación, Juya fecunda los arroyos, los acuíferos, fecunda el territorio, si la lluvia no llega entonces no se fecunda la tierra. (Entrevista a lideresa wayuu, mayo de 2015)
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Para el pueblo wayuu, la carne (eirükuu) se trasmite por vía materna exclusivamente, este parentesco uterino es el principio de reclutamiento en las retaliaciones, así como en otras reciprocidades de obligación entre parientes uterinos, junto con la adscripción a un mismo territorio, sobre el cual se tiene titularidad de derechos (Mancuso, 2006). La sangre, por su parte, es la herencia del padre pero, aunque no tiene mucha importancia en la organización social, la sangre es sagrada y los derramamientos de sangre son una de las mayores ofensas que se castigan en los sistemas tradicionales de control social wayuu. Estas dos dimensiones de la organización y de la genealogía de este pueblo, explican también la manera en que construyen un con- cepto del territorio y del agua y evidencian su inseparable relación. Carne a tierra y sangre al agua, son entonces los más íntimos significados culturales que se operan y producen la realidad material de los wayuu, son estos los que se juegan en la disputa ambiental por el territorio frente a la extracción intensiva del carbón. De hecho, el mismo carbón, en cuanto mineral de la tierra, interviene en esta disputa simbólica y material; el carbón es entendido como “un órgano de Mna (tierra) y representa un equilibrio en el territorio” (Fuerza de mujeres wayuu, 2015, p. 9), cuando el carbón es extraído se extrae un órgano de la tierra, entonces, ¿un cuerpo sin órganos cómo puede funcionar? La noción de cuerpo como territorio y territorio como cuerpo está muy extendida en las cosmovisiones indígenas andinas y amazónicas; Echeverry (2004) destaca que entre los indígenas existe una noción no areolar del territorio y que por el contrario se concibe en un modelo relacional: como tejido, como cuerpo viviente que se alimenta, se reproduce y teje relaciones con otros cuerpos. Esta noción cultural del territorio es el escenario del conflicto que tiene lugar en el sur de la Guajira por la extracción de carbón a gran escala, una noción de cuerpo que es antagónica a las nociones occidentales del territorio y específicamente a la mirada mercantilista que las empresas multi- nacionales carboníferas han instaurado como un orden. Durante los últimos treinta años, este sistema de equilibrio y compensación, de ensoñación, de interacción entre la vida, la muerte, la tierra y el agua, se ha visto interrumpido por la llegada de la extracción
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minera a gran escala. Esta actividad extractiva ha transformado los ciclos naturales y culturales asociados con la permanencia del pueblo wayuu en el territorio, restringiendo el tránsito de las comunidades para el pastoreo, privatizando tierras, secando aguas, cambiando las prácticas de sobrevivencia, destruyendo sitios sagrados para las comunidades, imposibilitando el sueño, el saber tradicional y la re- producción cultural del pueblo wayuu. […] soy mujer juchon Mna, hija de la tierra, aquí llevo muchos años en estas tierras que heredé de mis viejos, vivo por la tierra, por todo lo que he comido que sale de ella. Soy outsü, sabedora espi- ritual, pero ya no tengo ni tierra, ni sueño, mis plantas medicinales me dejaron de hablar, porque ya soy una mujer perdida en mi propia cultura […], estamos perdidos en nuestra tierra propia. (Testimonio de mujer sabedora wayuu, outsü, recogido por Fuerza de Mujeres wayuu, 2015, p. 10)
Este testimonio resume la disputa simbólica y material que la minería ha significado para los wayuu. Como ya se mencionó, además de la disputa física por el agua y el territorio, en las geografías de la minería se escenifica una lucha cosmológica por formas distintas de entender los elementos naturales y las maneras de su control y uso. Para el caso del sur de la Guajira, la afectación que la minería de carbón ha causado en sus fuentes de agua y lo que significó la desaparición de un cerro sagrado en donde convivían los espíritus y donde existían varios cementerios, se traduce directamente en las maneras propias que el pueblo wayuu utilizaba para regular y ordenar el territorio. […] el cerro significa equilibrio, allí estaban muchos cemen- terios, los primeros cementerios estaban allí, por eso es que muchos trabajadores de la mina, que han visto que sale un misterio, ellos les ha salido Purowi ahí, que es una mujer bella de cabello largo y ella se ha comido muchos trabajadores, eso no lo dicen a la luz pública. Cerrejón encontró unos fósiles y eso tiene que ver con lo que había allí anteriormente, quién eran esos, eso tiene que ver con Purowi y los misterios, eso no es cualquier cosa, porque ese era un cerro de mis- terios, era misterioso porque se perdía la gente. (Entrevista a lideresa wayuu, junio de 2015)
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El sueño, que como ya fue presentado, es el mecanismo de or- denamiento social y de la vida, ha sido interrumpido por la mina; además, las constantes explosiones y la imposibilidad de vivir en el lugar de nacimiento, han significado la eliminación de un mecanismo de reproducción cultural. Si el pueblo ya no sueña y las sabedoras ya no pueden soñar, significa que el pueblo wayuu ya no puede pervivir. En el caso del sueño, también hay sueños que indican que va a llover, que va a ver buena cosecha, que va a haber buena lluvia, para nosotros el agua tiene una gran relevancia porque con eso se cultiva, ya nadie sueña eso. Nosotros hacemos el ejercicio de llamar la lluvia con la tambora, la kasha, lo hacemos, pero no funciona. Las outsü, dicen que como hay un interruptor del sueño que es la mina, eso no permite porque la relación del agua, del sueño y la tierra, es impor- tante. Todo está conectado y eso indica el tiempo y las prácticas con la tierra. (Entrevista a lideresa wayuu, mayo de 2015)
Así mismo, sucede con el arraigo, la instalación de la mina en el cerrejón y la compra de tierras significaron el desplazamiento de muchas comunidades que tuvieron que reasentarse junto con sus cementerios, porque como ya vimos la vida wayuu se desarrolla alrededor de los cementerios maternos. Este “reasentamiento”, en el lenguaje de la empresa multinacional, ha significado una trasfor- mación en los patrones culturales de poblamiento y en las formas culturales de arraigo que utilizaban los clanes con el territorio. El traslado de los cementerios y la deslocalización del Apüshi han roto las dinámicas comunales y familiares y, por lo tanto, las maneras propias de utilizar y gobernar el territorio y el agua; así mismo, las memorias territoriales se han perdido, lo cual ha tenido gran impacto en las nuevas generaciones de wayuu quienes difícilmente construyen lazos sólidos con el territorio. Otra de las disputas frente a la visión y significado del agua tiene que ver directamente con la integralidad del papel del agua en la vida wayuu. Las fuentes de agua, insistimos también, hacen parte de las condiciones que garantizan la vida en comunidad; con la expansión de la frontera extractiva y sus consecuentes desplazamientos, el agua también ha sido constantemente desplazada, transformando los paisajes
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hídricos y muchas veces agotando las fuentes mediante la privatización o el desvío. Aunque para la empresa, los desvíos no significan una intervención radical a los cursos de las fuentes hídricas, el pueblo wayuu ha insistido en que estos cambios y trasformaciones a los flujos naturales del agua atentan contra el cuerpo-territorio, rompiendo la conectividad corporal del agua, las relaciones y prácticas asociadas a estas fuentes y trasformando ecosistemas que además de su equilibrio físico se conectan espiritualmente con la vida wayuu: […] en los arroyitos, los niños se bañaban, las niñas, los mu- chachos después de pastorear y hacer sus actividades se iban a bañar o se iban también a descansar, es un sitio de descanso. En el caso de las médicas tradicionales ellas buscan el agua del arroyo porque esa agua que fluye es mejor para hacer rituales y ahora donde lo van a buscar, han recurrido otras aguas, pero por eso el tema de la espiritualidad se ha visto impactado por la minería. (Entrevista a lideresa wayuu, mayo de 2015)
Todos estos cambios traídos por la minería al sur de la Guajira han sido reiterados insistentemente por muchas voces y sectores que luego de años de convivencia con la minería han podido constatar las enormes consecuencias que esta produce a nivel cultural. Pese a ello, proyectos como el p40 que contemplan el desvío del arroyo Bruno en dos tramos, y de otros afluentes como el río palomino, resulta un desafío y una nueva estocada a lo que queda de vida cerca a los tajos que la mina ha realizado durante años. El arroyo Bruno es un arroyo vivo, en donde muchas de las prác- ticas aquí retomadas son realizadas por las comunidades y constituyen su única forma de supervivencia. De hecho, comunidades como La Horqueta —una de las más afectadas por el desvío—, fueron previa- mente desplazadas de su lugar de origen, trasladando su cementerio y con ello abandonando su memoria territorial. En la expedición al arroyo, realizada en septiembre de 2015, varios viejos de la comunidad recorrieron junto a los jóvenes estos lugares y recordaron la vida que había allí y cómo todo había cambiado desde la llegada de la empresa. La constante militarización de sus comunidades y el constreñimiento territorial al que han sido sometidos, resultan en complicados conflictos
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comunitarios y en una fuerte competencia por el acceso al agua, en una zona con posibilidades productivas reducidas y con un acoso constante para la ampliación de la mina.
Otros motores de la conflictividad: apropiación y privatización de las aguas en la Guajira Como se ha mencionado, una de las arenas de conflicto que se juega en las geografías de la minería de carbón creadas en la Guajira es la contraposición de visiones y concepciones acerca del agua. Estas luchas cosmológicas y filosóficas continúan entonces en disputas materiales por el agua en los territorios. Estas disputas materiales se caracterizan porque el agua se convierte en un “activo” o capital, lo que significa que el acceso y control de los activos naturales pasa a ser un factor que configura el territorio (Hinojosa et al., 2010). El agua, convertida en mercancía, termina entonces en una lógica de competencia que admite diversas estrategias asociadas con su privati- zación, acaparamiento y uso de la fuerza para su control. Este cambio de valoración social, material y simbólica del agua, es característico en las formas de control territorial del extractivismo, que como es anotado por Swyngedouw (citado por Budds e Hinojosa, 2012, p. 13 produce paisajes hídricos específicos con patrones de acceso e inclusión, formas físicas de recorridos de las fuentes hídricas, presencia de obras hidráulicas, así como discursos y marcos regulatorios característicos. Para el caso de la Guajira y en general del panorama colombiano, las relaciones de poder implicadas en el control del agua en territorios con explotación de carbón, están atravesadas por los intereses de grandes empresas trasnacionales con enormes músculos financieros, así como por marcos regulatorios, autoridades ambientales débiles y comunidades estructuralmente empobrecidas, en algunos casos con pocas fortalezas organizativas y dificultades de acceso a mecanismos de protección de sus derechos. Esta diversidad de actores, en condiciones evidentemente desiguales, pugna por el acceso y aprovechamiento del agua, unos para su sobrevivencia material y cultural y otros para su ganancia económica. En este apartado analizaré los mecanismos que las empresas han utilizado para garantizar el control del agua en la región de la
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Guajira, estas estrategias se repiten en muchos lugares de explotación de carbón mostrando cómo […] existe un nexo entre el agua, el capital y el poder, en el cual el agua funciona como un lubricante de procesos de acumulación de capital, esto significa que controlar el agua en un contexto extractivo es sumamente importante para garantizar la producción de una espa- cialidad diseñada para el capital. (Swyngedouw, 2004)
Precisamente, las empresas y los gobiernos entienden este carácter “lubricante” del agua y han diseñado tanto políticas como estrategias para lograr la apropiación de este líquido vital en favor de los intereses privados; entre estas estrategias se cuentan desde la incidencia en la formulación de políticas públicas asociadas al sector minero y de agua, pasando por la intromisión en autoridades ambientales vía “puerta giratoria” —es decir funcionarios que pasan de las empresas mineras a las instituciones o viceversa—, compra de líderes, militarización de cuencas, construcción de obras hidráulicas y, como es señalado por Urrea (2014), privatización del agua. Al respecto, el Estado colombiano, convertido en un Estado corporativo a favor de las empresas multinacionales, ha sido uno de los mayores responsables de la desigualdad jurídica y material de estos conflictos por el agua. La complicidad del Estado con el capital trasnacional se concreta en la expedición de leyes que han disminuido las competencias ambientales de algunos entes muni- cipales y departamentales para el ordenamiento del territorio, así como en otras disposiciones respecto a la consulta previa, la gestión del agua, entre otras. También por medio de la corporativización de la institucionalidad ambiental, el Estado colombiano ha favorecido los intereses sectoriales de la minería en detrimento de la protección de los derechos humanos de los pobladores en los territorios.
Captura corporativa de la institucionalidad ambiental Las empresas han utilizado variados mecanismos para acceder al agua, algunos de ellos jurídicos, es decir a través de los instrumentos de política pública dispuestos por el Estado colombiano para el uso de
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aguas en emprendimientos industriales y mineros, los cuáles se resumen en permisos y concesiones para la utilización de las aguas. Otra de las formas de captura corporativa del Estado en la Guajira se concreta en la institucionalidad “alterna” creada por la empresa multinacional para suministrar el agua a las comunidades. Cerrejón dispone de un sistema de fundaciones para la gestión social, que según la empresa: “busca promover y apoyar proyectos dirigidos al fortalecimiento y al desarrollo sostenible, con recursos propios y de otros aliados —nacionales e internacionales—, que se puedan aplicar a los ambiciosos proyectos de desarrollo regional” (Cerrejón, 2016). Entre estas se encuentra la Fundación Cerrejón-Agua, quienes im- pulsan iniciativas alrededor de soluciones de abastecimiento de agua, saneamiento e higiene y gestión integral de fuentes hídricas. Estas fundaciones ejecutan recursos en el marco de los prin- cipios de responsabilidad social corporativa (rsc) que se define según la Comisión de Comunidades Europeas (2001 p. 4) “como un concepto a través del cual las compañías integran las preocu- paciones sociales y ambientales en su operación comercial y en su interacción con sus grupos de interés de forma voluntaria”. Esto significa que las empresas establecen mecanismos para rela- cionarse con lo que en rsc se conoce como los stakeholders, grupo o individuo que puede afectar o ser afectado en el cumplimiento de los objetivos de la compañía. Esta concepción de “disminución de daños o relacionamientos”, en el caso de la Guajira ha estado atravesada por una construcción de un espacio minero; en donde la empresa se incrusta en la vida cotidiana de las comunidades en el territorio, mediando casi completamente todas las relaciones que allí ocurren. Cerrejón ha utilizado las fun- daciones como estrategia para crear el espacio minero y convertirse en una institucionalidad alterna al Estado que, por su corrupción e ineficiencia, ha permitido dicha captura.
Discurso de la escasez Otro de los dispositivos institucionales usados para esconder y maquillar los grandes procesos de acaparamiento y privatización del
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agua, efectuados por las empresas multinacionales de carbón, fue la producción simbólica y técnica del discurso de la escasez. Como es señalado por Swyngedouw (2004): […] la producción discursiva de la “escasez” sirve para manufac- turar una crisis social en el terreno político de discusión de la gestión del agua y, en última instancia, para apoyar la especulación, que se equipara a un “terrorismo del agua”.
La escasez del agua como hecho material es indiscutible, no obs- tante, la escasez no se produce tan solo como una fatalidad natural, por el contrario hay varios factores que influyen en esta condición en un lugar determinado. De hecho, la escasez puede ser producida y repro- ducida mediante una serie de interrelaciones económicas y políticas ventajosas para agentes con intereses mercantiles sobre este elemento. En la Guajira, durante 2014 y 2015 se presentó una de las mayores se- quías de los últimos años, que agudizó las condiciones de acceso y aprove- chamiento del agua de las comunidades wayuu y afroguajiras. Esta sequía causó un aumento de muertes de infantes por desnutrición, situación que se había venido denunciando, pero que durante este periodo se agudizó notablemente. Según los informes entregados por las comunidades y asesores a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (cidh), en los últimos ocho años habrían muerto 4.770 niños de esa comunidad debido a situaciones relacionadas con alimentación y falta de agua potable. Por su parte, el dane reporta entre el 2008 y el 2013 la muerte de 4151 niños: 278 por desnutrición, 2671 por enfermedades que pudieron ha- berse tratado y 1202 que no alcanzaron a nacer. Estos alarmantes indicadores coincidieron en su momento con un fenómeno climático conocido El Niño, que azotó al país durante el 2015 y que enrareció las condiciones climáticas en la Guajira; este fenómeno entonces terminó siendo señalado como el prin- cipal causante de la situación de escasez hídrica del departamento. De hecho, durante todo el 2015 se visibilizó en la opinión pública la difícil situación de la población wayuu respecto al acceso al agua, atribuyendo la responsabilidad al cambio climático y a la fatalidad natural incontrolable; en ese discurso parece no haber responsables,
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pero lo que nunca se visibilizó fueron los impactos de la industria minera del carbón en el departamento. Esta falacia informativa, convertida en un discurso de la escasez, resultó diluyendo las verdaderas y estructurales causas de la “sed de la Guajira”, que como fue denunciada por Urrea (2014) tiene una relación directa con los más de treinta años de extractivismo minero de carbón en la zona. Al respecto, los intensos acaparamientos de agua super- ficial y subterránea que ha realizado la mina durante varios años, han tenido una consecuencia directa en la posibilidad de las comunidades de mantener un sistema agroalimentario sustentable. En este orden de ideas, se conectan dos situaciones que reflejan grandes niveles de injusticia hídrica, la primera tiene que ver con la imposibilidad de la realización del derecho a la alimentación de las poblaciones en la Guajira, la cual está asociada al déficit hídrico para la agricultura; la segunda situación está conectada directamente con el derecho a la salud, ya que la dificultad de acceso y disfrute del agua significa para los seres humanos y no humanos la imposibilidad de gozar de un estado físico, emocional y social óptimo para la vida. En resumen, el extractivismo minero, que insiste en su expansión, ha producido una situación de vulnerabilidad de derechos para todas las poblaciones en la Guajira —principalmente las comunidades indígenas y afro—, ya que el déficit hídrico que hoy vive esta región se traduce en la imposibilidad material de sostener la vida y, con ello, todas las funciones orgánicas asociadas. Aunque la Guajira no posee la riqueza hídrica de otros departamentos del país, la dispo- nibilidad hídrica después de la llegada de la minería a gran escala se ha reducido continuamente, en un proceso de vulneración de los derechos de toda la población.
La apropiación de las aguas y su privatización minera Como es señalado por Isch (2010, p. 108) “la acumulación del agua no tiene que ver solo con la forma en la cual alguien se apropia de un bien natural transformándolo en recurso, sino que también se refiere a la forma de esta apropiación, es decir que es selectiva y se dirige a las aguas de mejor calidad”.
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En este sentido, unas personas o grupos de personas se quedan sin cantidad y calidad suficiente de agua para el desarrollo de sus actividades cotidianas, mientras que otras, además de acumular agua de mejor calidad, también terminan apropiándose de su manejo y de la toma de decisiones frente a su distribución. Esta relación de apropiación, que puede ser agenciada por una persona, un sector o una clase social, se efectúa como un proceso de acumulación no solo de un bien natural sino también de un poder. Precisamente, el proceso de acaparamiento de agua tiene, según Isch (2010), […] una doble forma de expresarse: la primera tiene que ver con que un actor del mundo productivo utiliza cantidades de agua inmen- samente superiores a las de otros actores, logrando así acaparar para sí el recurso que es negado a la mayoría de la sociedad; la segunda corresponde a que este gran actor o usuario del agua devuelva el agua inutilizable hacia el esto de la comunidad que lo requiere. (p. 113)
Precisamente, esta mención de los actores del mundo productivo o corporativo nos lleva a incorporar otro concepto clave para entender las modalidades de la apropiación del agua en los territorios: la pri- vatización. La privatización ha sido un enfoque construido desde la economía, que se refiere a una transferencia del patrimonio público al sector privado; esta transferencia no solo se reduce a la propiedad sino también al manejo, gestión y uso de lo público. La privatización ha sido concebida también como una estrategia, por medio de la cual los sectores privados, quienes son los grandes propietarios de los medios de producción y de los circuitos de intercambio del capital, lo ofrecen y optimizan los procesos de administración de lo público frente a la ineficiente gestión estatal. Para el caso de los bienes comunes y específicamente del agua y de los minerales, hablar de privatización implica el lamentable hecho de incorporar estos elementos naturales a los regímenes de propiedad del capitalismo moderno. Es decir, que siendo el agua “para el mercado” un recurso transable con una propiedad transferible, también es entonces un recurso privatizable. De hecho, existen planteamientos como el desarrollado por Hardin (1968), que sugiere la importancia
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de la privatización de los bienes comunes como una estrategia para evitar su agotamiento. No obstante, como es argumentado por Shiva (2004), el supuesto de Harding, acerca de que los bienes comunes son un sistema de libre acceso sin regulaciones sociales para su manejo, es equivocado. Más allá de una concepción de propiedad existen usos y formas ancestrales de gestión de los bienes comunes, que además tienen gramáticas y regulaciones las cuales han permitido su aprove- chamiento y protección; por lo que la privatización como estrategia de optimización resulta innecesaria. De hecho, las concepciones más colectivistas y comunitarias de la propiedad, uso y gestión de los bienes comunes han sido fun- damentales para la conservación integral de ecosistemas con gran fragilidad; en cambio, la privatización, que se configura como una acción de privación, cercamiento y acaparamiento de las aguas y el territorio agenciada por empresas de gran poder económico, se ha convertido en una amenaza urgente para la naturaleza. Se estima que los procesos de acumulación de bienes naturales conducen a mayores daños ambientales, ya que como es señalado por varios autores el uso de la naturaleza está directamente ligado a la forma de organización de la sociedad (Godelier, 1984). En el caso de los contextos mineros, como la Guajira, los pro- cesos de apropiación, acaparamiento y privatización del agua se han dado en diversas escalas y por diferentes agentes, pero todos ellos asociados a la adecuación territorial de una economía de enclave que durante treinta años ha impuesto relaciones desiguales de propiedad, acceso, gestión y uso del agua y de los minerales. Ahora analiza- remos, siguiendo a Ribeiro (2006), algunas de las modalidades de privatización del agua que la minería ha producido en esta región y que leemos también en clave de estrategias de control desarrolladas por las multinacionales mineras.
Privatización de los territorios y de las fuentes: encerrados en nuestra propia tierra La expansión de la frontera extractiva en la Guajira ha signi- ficado la necesidad de encontrar nuevos territorios donde haya naci- mientos de aguas superficiales y fuentes subterráneas. Durante años,
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las empresas mineras han realizado compras de tierras que, como ha sido documentado en varios informes (Cinep, 2016), han implicado procedimientos inadecuados y transacciones espurias. De hecho, la compra de tierras ha estado acompañada de procesos de desposesión obligada, ya que las comunidades adyacentes a los bordes de la mina, presionadas por los altos niveles de contaminación del aire y sobre todo del agua que les dificulta su pervivencia en el territorio, terminan vendiendo sus predios. No podíamos acceder al río Ranchería para ir a pescar, porque era propiedad de la empresa. No podíamos acercarnos a los terrenos que dan hacia la Serranía del Perijá para cazar, porque también era propiedad de la empresa. Antes podíamos movernos de un lugar a otro sin problema, luego quedamos encerrados en 10 hectáreas, ya ni podíamos colgar nuestro chinchorro en cualquier parte, porque todo se volvió propiedad privada. (Testimonio de Jairo Fuentes Epiayú, Tamaquito, citado en Osorio, 2011)
La empresa con la propiedad de los predios también reclama la propiedad del agua y la incorpora como uno de sus activos. Esto ha sucedido, por ejemplo, en el caso del arroyo Bruno, en donde uno de sus tramos se ubica en tierras con título de propiedad de la mina. Arguyendo este derecho de propiedad, se planearon las obras de desviación del cauce en esta zona, con el fin de “blindar” la obra de posibles litigios asociados al beneficio común que las aguas del arroyo prestan a las comunidades rurales y urbanas. No obstante, la empresa tuvo que responder por los perjuicios que esta desviación podía traer, tanto en la desembocadura como en el nacimiento y en el tramo medio del arroyo, zonas por fuera de su “propiedad privada”. En este caso, las comunidades wayuu que vivían en las riberas del Bruno fueron desplazadas de dichos predios por medio una transacción desventajosa en los años noventa y perdieron el acceso directo que tenían a la fuente; ahora, más distantes, vuelven a enfrentarse a una nueva avanzada de la mina que posiblemente los lleve a un nuevo desplazamiento y a un abandono tanto de la tierra como del agua. Esto ha sucedido una y otra vez en la Guajira y se evidencia en los reasentamientos involuntarios que ha producido la expansión de
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la mina, los cuáles han generado la pérdida de las fuentes de agua de las cuáles dependían las comunidades afroguajiras y wayuu. Con el acaparamiento territorial, las comunidades se separan de sus com- plejos de vida construidos alrededor del agua y la empresa logra el control de la fuente, con lo que obliga a estas comunidades a establecer nuevas relaciones —lamentablemente mercantiles— con el agua. En los reasentamientos que han sido construidos en clave de hábitat suburbano (Chancleta y Patilla, por ejemplo), las comunidades afro- guajiras deben pagar por el servicio del agua, el cual es intermitente y distribuye agua de mala calidad. En esta privatización del territorio también se acaparan las re- servas de agua subterránea que son de gran valor en la Guajira, los acuíferos confinados y no confinados que alimentan el ciclo del agua y que son cruciales en estas regiones de estrés hídrico, también se privatizan en la expansión de la mina. Esta situación genera nuevas preguntas y desafíos acerca del lugar del subsuelo en la legislación colombiana y frente a la protección de los acuíferos en los contextos de actividad minera.
Privatización por desviación de cauces: la fractura de la integralidad ecosistémica Una de las estrategias más usadas en la Guajira para la apropiación del agua es la desviación de cauces de grandes ríos y pequeños arroyos. Este tipo de apropiación resulta altamente efectiva en términos del control del agua en una zona que, como ya hemos señalado, se carac- teriza por un estado de estrés hídrico. Insistimos en que el río más importante en el sur de la Guajira es el río Ranchería —la mayoría de los arroyos hacen parte de su microcuenca—, por lo que cualquier intervención afectaría un ecosistema que soporta la mayor parte de la demanda hídrica humana y no humana del departamento. Como es señalado por Isch (2010), los actores privados que se acercan al agua solo la ven como un recurso transable y desdeñan su importancia ecológica, ritual y social. Esto es precisamente lo que ha sucedido con los proyectos de expansión de la mina que han contemplado la desviación de cauces de río y arroyos en la Guajira. En el año 2012, las comunidades wayuu y afroguajiras, en compañía
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de organizaciones ambientalistas y de derechos humanos, libraron una ardua pelea contra las empresas mineras que pretendían desviar un tramo del río Ranchería, la más abundante fuente hídrica del de- partamento. Esto tenía como propósito ampliar la producción de la mina, que en su momento alcanzaba 32 millones de toneladas anuales, a 40 millones de toneladas anuales. El proyecto p500 sostenía que bajo el lecho de un tramo del río Ranchería habría 500 millones de toneladas de carbón, y que sería necesaria la desviación de un tramo de aproximadamente 26.2 kilómetros para su extracción. Después de grandes movilizaciones, ante un rechazo generalizado de las co- munidades y presión nacional e internacional, el proyecto se detuvo. No obstante, en el 2014, la empresa minera presentó otro nuevo pro- yecto denominado p40, que ya no disputaba las aguas del Ranchería sino las de uno de sus principales tributarios: el arroyo Bruno. Este nuevo proyecto prendió las alarmas de las comunidades, quienes ya habían demostrado la inconveniencia de la desviación de fuentes hídricas en el departamento y quienes han sostenido que esta es la estrategia de la empresa para secar el Ranchería por el camino largo: secando sus arroyos. El p40 despertó la indignación de las comunidades guajiras, así como la de la opinión pública nacional, que durante los años 2014 y 2015 tuvo noticia, a través de los medios de comunicación y las redes sociales, de la muerte de más de 5000 niños wayuu por desnutrición en este departamento. Dicha situación, causada por el desabastecimiento hídrico, suscitó una pregunta de naturaleza ecológica y política: ¿cómo es posible permitir el desvió de fuentes hídricas en un departamento en donde las personas mueren de sed y por deficiencias nutricionales? Esta pregunta, que dirigió durante varios meses el debate y presionó a varias instancias para hacer una moratoria al proyecto, nos muestra una de las principales reflexiones que este tipo de apropiación y privatización suscita, la cual tiene que ver con la inte- gralidad ecológica de los territorios. Las empresas mineras arguyen repetidamente que las intervenciones a tramos de ríos, arroyos y quebradas no causan un impacto de gran escala y que, por medio de procedimientos técnicos de simulación de cauce, traslado de fauna, reforestación etc., se restauran las fuentes desviadas y sus
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ecosistemas asociados; no obstante, varios ejemplos, como el desvío del arroyo Aguas Blancas o el arroyo La Puente han demostrado que a largo plazo los efectos en la disminución de caudales, la sedi- mentación y la pérdida de biodiversidad son evidentes. Sin contar con la fragmentación del ciclo hídrico, es decir que arroyos, pozos subterráneos, jagüeyes, la lluvia y los ríos guardan una relación que no puede ser vista de manera fracturada, ya que el sistema hídrico es integral, se interconecta y se alimenta, lo cual significa que una modificación en ese ciclo repercute en estos espacios y procesos amenazando integralmente la disponibilidad hídrica. Los desvíos de fuentes hídricas, además de significar un atentado ecológico, normalmente se hacen para ampliar los tajos de explotación minera, lo que implica que el arroyo no queda exento de las afecta- ciones de su vecindad con el tajo; por el contrario, las desviaciones significan más vulnerabilidad frente a la contaminación y además una pérdida definitiva del territorio del agua, ya que estos desplazamientos resultan temporales frente a los apetitos de ampliación minera que siempre presuponen la expansión. Es importante señalar que este tipo de apropiaciones implican no solo la privatización del agua sino también del territorio, ya que en el caso de la Guajira la compra de predios y la realización de obras de desviación han producido la restricción de movilidad de las comu- nidades adyacentes a la obra, la militarización de sus territorios y su copamiento industrial, así como nuevos relacionamientos de género propiciados por la presencia de trabajadores hombres y soldados cerca a las comunidades. También existe otra modalidad de privatización por desviación o intervención de las fuentes hídricas, asociada con la realización de obras hidráulicas como represas o distritos de riego. Para el caso de la Guajira y el Cesar, en el 2010 se finalizó la represa el Cercado y el distrito de riego del río Ranchería, después de casi cinco años de cons- trucción. Esta gran obra de infraestructura tenía varios propósitos, entre los que estaba surtir los acueductos de nueve municipios del sur de la Guajira, producir energía y alimentar los distritos de riego del Ranchería y San Juan del Cesar. La construcción tuvo grandes demoras y sobrecostos, así como procedimientos inadecuados de
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consulta previa a las comunidades indígenas que habitaban la zona de construcción; actualmente, esta no ha significado ninguna mejora para el abastecimiento de agua en los departamentos. Por el contrario, y como ha sido ampliamente denunciado por el movimiento Ríos Vivos y las comunidades indígenas wiwas y wayuu, esta obra significó el desplazamiento y la pérdida de los medios y los significados de vida de muchas comunidades indígenas de la zona, así como problemas de salud y nuevos desplazamientos después del llenado, que fue irregular y por fuera de los parámetros establecidos. Para los habitantes de la Guajira, el represamiento del río Ran- chería no ha significado ningún beneficio para el mejoramiento de la distribución del agua y el abastecimiento a los municipios, por el contrario, esta apropiación y privatización de sus aguas ahora solo sirven a los intereses privados tanto de la minería como del agrone- gocio (cultivos de arroz). Es claro que la represa el Cercado, aunque fue promocionada entre la población como una obra que pretendía contribuir a la solución de los problemas de agua del departamento, desde el principio estaba pensada como una estrategia de acapara- miento y privatización del agua con fines industriales. Frente a esta situación, el silencio de la institucionalidad am- biental ha sido absoluto, sólo hasta el 7 de enero de 2015, debido a la fuerte temporada de sequía, Corpoguajira expidió la Resolución 035, que restringe el uso de las aguas de la represa para el sector arrocero. Sin embargo, el seguimiento y la realización de las interconexiones con los acueductos municipales sigue en espera, mientras que los problemas de abastecimiento, distribución y uso del agua continúan y se agudizan en las zonas urbanas y rurales de municipios como Barrancas, Hatonuevo y Albania.
Privatización por contaminación Junto a estos procesos de apropiación y privatización mediante desvíos, represamiento o confinamiento de aguas, encontramos también una de las formas más aterradoras de la privatización: la contaminación. Como hemos insistido, los procesos de privatización y apropiación del agua parten de una visión mercantil de este elemento vital, la cual supone que controlar y acumular el agua es sinónimo
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de poder. En este sentido, las consecuencias de la apropiación y uso desmedido del agua resultan insignificantes para las personas, gremios o empresas que se la apropian. Siguiendo a Isch (2010, p. 114) “la contaminación se define como el cambio de la naturaleza de un recurso o de las condiciones en las cuales se desarrolla la existencia de las relaciones al interior de un ecosistema”. Esta contaminación es agenciada de manera diferenciada por varios actores en el territorio, pero los intereses privados e indus- triales han sido especialmente uno de los mayores responsables de entregar aguas inservibles a comunidades y personas que dependen de ellas y que se juegan su posibilidad de pervivencia, ya que sin agua para el consumo y para la agricultura familiar los humanos y no humanos están destinados a la muerte. Los procesos de privatización de agua por contaminación traen consigo una concepción inmediatista y a corto plazo, “ya que en esta apropiación sólo se valora todo aquello que pueda tener una utilidad económica” (Isch, 2010, p. 114), lo que convierte al agua en un producto casi desechable, sin tener en cuenta su carácter complejo e inseparable del sostenimiento de la vida en el planeta. La industria minera requiere grandes cantidades de agua, tanto para el proceso de extracción como para la operación y el sostenimiento de los complejos asociados al funcionamiento de la mina. Pero más allá del agua que se consume, las cantidades de agua que se contaminan son mucho mayores: en los procesos de perforación en donde se contaminan los acuíferos, reservorios de agua subterránea; en los procesos de dis- posición de materiales estériles en donde por lixiviación se acidifican las fuentes superficiales de agua; en los procesos de transporte, etc. La contaminación se desarrolla como una estrategia en la cual los sectores industriales y extractivos le quitan a las poblaciones el agua útil y sana y, en muchos casos, las obligan a desplazarse o a pagar en sus cuerpos el precio de un consumo de agua de mala calidad. Enfermedades, desnutrición e insalubridad se conciben como muertes lentas que garantizan la expulsión y el sacrificio humano y natural para el extractivismo. La estrategia es “quitar el recurso a los demás, de manera tal que, en última instancia, la cantidad y calidad de agua queda en pocas manos” (Isch, 2010, p. 116).
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Otra de las mayores consecuencias de la contaminación de las aguas por la minería de carbón en la Guajira son las enfermedades a las que se enfrentan las comunidades, así como la incertidumbre alimentaria que se vive. Como ha sido narrado por los líderes y las comunidades afectadas, las aguas contaminadas y la desaparición de fuentes de agua han significado la pérdida del buen vivir, de las prácticas y de su autonomía alimentaria Con los cambios en el territorio ha habido un exterminio cultural, porque realmente, primero a la orilla del río y los arroyos en las partes bajas donde nosotros llamábamos calceta, sembrábamos, plátano, yuca, fríjoles, ahuyama, guineo en verano, porque la fertilidad de la tierra estaba allá, porque esto en invierno se inundaba y en verano podíamos sembrar y aguantaba y se cultivaba, ya no se puede hacer, entonces ahí hemos perdido el buen vivir, ese buen vivir que teníamos antes de la llegada de la minería ya no lo tenemos, ya lo que hemos tenido es un desplazamiento forzado, un desarraigo total, pero con ese desarraigo llegó la pobreza extrema, ahora nosotros llevamos del bulto, estamos sumidos en la pobreza. (Entrevista a líder afro guajiro)
La contaminación de las aguas también se ha convertido en una estrategia de corporativización de la vida cotidiana de las comunidades. En la Guajira, la empresa minera acumula y contamina el agua para luego —mediante responsabilidad social empresarial— distribuir aguas sanas e infraestructura que tiene como objetivo esconder y maquillar una estrategia de dependencia y de control de la vida de los indígenas y afroguajiros. En esta vía, la empresa ha ofrecido soluciones temporales e ineficientes que no garantizan el suministro y la disponibilidad de agua para todas las poblaciones afectadas; por ejemplo, proyectos como los reservorios de agua lluvia resultan irrisorios en una zona del país que tiene bajas precipitaciones y que ha estado fuertemente afectada por la variabilidad climática durante los últimos tres años. Finalmente, la contaminación, que no solo se realiza sobre las aguas sino que afecta todas las partes que componen los ecosistemas adyacentes a la explotación minera (el aire, los bosques y el subsuelo) termina por convertirse en un factor de expulsión de las comunidades.
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El cercamiento ambiental y de subsistencia que el extractivismo agencia es uno de los vectores de desplazamiento forzado que ha re- producido nuevas victimizaciones. Las “víctimas del desarrollo” han sido reasentadas en espacios diferentes, con otro tipo de viviendas, otras formas de relacionamiento con el agua y maneras distintas de comunicación comunitaria, etc. Estas víctimas, invisibilizadas en los marcos de política pública, son ahora los nuevos sujetos de la lucha ambiental, que no solo pugnan por la expulsión del modelo extractivo trasnacional, sino que ahora resisten la llegada de las diversas formas de economía verde, que en los actuales momentos de posacuerdo, parecen ser la apuesta de paz del gobierno actual. En la Guajira, la incertidumbre frente al crecimiento minero continúa signando la vida de las mujeres y hombres wayuu y afroguajiros quienes, con poco, siguen sobreviviendo y reinventando sus luchas después de treinta años de expoliación. El agua, otra víctima, agoniza ante el silencio del gobierno nacional y los gobiernos locales.
Conclusiones El agua de la Guajira no solamente ha sido sistemáticamente vulnerada por las actividades asociadas al carbón; en efecto, otras formas de extractivismo como la agroindustria, las represas, la explo- tación de gas, se expanden por el departamento como un cáncer que privatiza el agua, desplaza y despoja a las comunidades y continúa territorializando el extractivismo en este departamento, configu- rándolo como una “zona de sacrificio”; este concepto desarrollado para varias zonas de copamiento extractivo en Chile, ha mostrado cómo los gobiernos eligen estratégicamente territorios con grandes riquezas asociadas a los minerales y el agua para entregarlos inte- gralmente al capital trasnacional. La Guajira es un departamento que ejemplifica dicha situación, proyectos energéticos de toda índole han sumido al departamento en una crisis social, cultural y ambiental. Esta crisis ha llegado a extremos deplorables, asociados al sistemático exterminio material y cultural de las comunidades indígenas wayuu y afroguajiras, así como a la muerte de arroyos, manantiales y ecosistemas estratégicos como el bosque seco tropical.
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Sin duda, la Guajira es mucho más que carbón y energía, es un territorio con una riqueza cultural, cosmológica y social de gran im- portancia para el patrimonio y la memoria de Colombia. Sus playas, pescadores, indígenas y negros son parte de la memoria viva que se ha resistido al exterminio, a las invasiones, a las bonanzas, a la sequía y ahora al extractivismo. Urge que la Guajira sea reubicada en el proyecto político y económico del país, revalorando sus potencialidades más allá del extractivismo y sobre todo retornándole a este territorio las condiciones necesarias para que los derechos sean realizados y prote- gidos por un Estado a favor de sus ciudadanos y no de las empresas. El momento es propicio, gracias a los grandes pasos que los movi- mientos sociales han dado para garantizar su participación en los destinos de sus regiones y a los nuevos aires de construcción de paz que recorren a Colombia y que se constituyen en un momento histórico para emprender nuevos rumbos.
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¿Gobernanza del agua en la Sierra Nevada de Santa Marta, Colombia? Tensiones y articulaciones alrededor de un recurso de uso común1
Maria Isabel Valderrama González Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales
ehess – París, Francia
Introducción Además de las diferentes mallas político-administrativas y jurídico- ambientales que se superponen en la Sierra Nevada de Santa Marta2 (dieciséis municipios, tres departamentos, tres resguardos indígenas, dos parques nacionales naturales, reserva forestal, reserva de biosfera, y un parque arqueológico), cada una con sus instrumentos respectivos de gestión y ordenamiento (planes de ordenamiento territorial, planes de desarrollo municipal y departamental, planes de gestión ambiental, plan propio indígena y planes de manejo), existen otras unidades territoriales en las que se ha dividido el macizo para su planificación: las cuencas hidrográficas. Consideradas por ley como las unidades biogeográficas más adecuadas para el ordenamiento ambiental del territorio, en cuanto son las que mejor permiten comprender el flujo
1 Este capítulo hace parte de una tesis doctoral titulada Límites de la gobernanza en territorio indígena. Representaciones y discursos alrededor del ordenamiento territorial en la Sierra Nevada de Santa Marta (Colombia), presentada y defendida en julio de 2016 en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (ehess) en París, Francia. 2 La Sierra Nevada de Santa Marta es un macizo montañoso de 17.000 km2 y 5.775 m de altura, localizado en inmediaciones de la Costa Caribe colombiana.
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y la regulación del agua (Palacio, 2015, p. 16), las cuencas son objeto de planificación, ordenación y manejo. Los planes de ordenación y manejo de cuencas hidrográficas (pomca) son, en este sentido, el instrumento a través del cual se realiza la planeación del uso del suelo y el manejo de cuencas por medio de la ejecución de obras y tratamientos, esto con el fin de mantener el equi- librio entre el aprovechamiento social y económico de los recursos, así como la conservación físico-biótica de las cuencas y del recurso hídrico.3 Los pomca constituirían asimismo un sistema de gobernanza territorial y ambiental4, en cuanto la ordenación y manejo del suelo se entiende como “[…] el proceso de planificación, permanente, sistemático, previsivo e integral adelantado por el conjunto de actores que interactúan en y con el territorio de una cuenca” (Ministerio de Ambiente, 2014, p. 11). El Ministerio de Ambiente incluso considera que la formulación e im- plementación de los pomca constituyen escenarios de relacionamiento propicios para el desarrollo de una gobernanza del agua, “donde se reflejen los acuerdos y compromisos entre el poder público, la sociedad civil, las comunidades étnicas y los sectores económicos” (p. 14). Aunque no hay acuerdo alguno acerca de una definición única de la gobernanza del agua, esta es entendida en Colombia como “[…] los procesos de coordinación y cooperación de distintos y diversos actores sociales, sectoriales e institucionales que participan en su gestión integrada”.5 En el marco de los pomca, estos procesos deben
3 Véase Ministerio de Ambiente. Planes de Ordenación y Manejo de Cuencas Hidrográficas (pomca). En línea: https://www.minambiente.gov.co/index. php/component/content/article?id=536:plantilla-gestion-integral-del- recurso-hidrico-23 [consultado el 18 de marzo de 2016]. 4 Mientras que la gobernanza territorial hace referencia a un proceso de organización de las múltiples relaciones que caracterizan las interacciones entre actores e intereses diversos presentes en el territorio, la gobernanza ambiental remite a la administración del medio ambiente, entendido desde los recursos comunes, donde las reglas de su uso y gestión se producen en la deliberación entre actores heterogéneos en un territorio descentralizado (Palacio, 2015, pp. 13, 14). 5 Véase Ministerio de Ambiente. “Gobernanza del agua”. En línea: https://www.minambiente.gov.co/index.php/component/content/ article?id=1957:gobernanza-del-agua [consultado el 18 de marzo de 2016].
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—idealmente— llevarse a cabo teniendo en cuenta que los intereses de los diversos actores son relevantes, considerando justa y equitativamente las necesidades y responsabilidades existentes en la cuenca, y estable- ciendo procedimientos transparentes, los cuales constituyen la base de confianza de las interacciones (Ministerio de Ambiente, 2014, p. 14). Pero si bien los pomca representan la oportunidad de lograr una coordinación institucional más efectiva, real e incluyente, su for- mulación no está exenta de relaciones de fuerza entre los actores del territorio. Como veremos a continuación, en lo que respecta a la Sierra Nevada de Santa Marta, la implementación de estos mecanismos de gobernanza ha tenido dificultades relacionadas con: los intereses políticos de los que son susceptibles las Corporaciones Autónomas Regionales6; la gestión ambiental desarticulada a causa de las tensiones entre estas y los Parques Nacionales Naturales7; la normatividad que ha restringido la participación de estos últimos en las comisiones conjuntas encar- gadas de concertar y definir las políticas para la ordenación y manejo de cuencas compartidas entre dos o más autoridades ambientales8; las diferentes prioridades en materia de usos del suelo —tendientes tanto a la conservación a largo plazo, como a la disponibilidad inmediata, por medio de embalses, del recurso hídrico—, las diferentes visiones del agua (en cuanto recurso, bien y servicio), y las reivindicaciones de los pueblos indígenas del macizo, no solo como actores legítimos de su
6 Autoridades ambientales del orden regional. En el caso de la Sierra Nevada de Santa Marta, tres corporaciones tienen allí jurisdicción, una por cada departamento. 7 Los Parques Nacionales Naturales son autoridades ambientales dentro de los límites de las áreas protegidas que administran. Dos tienen presencia en el macizo: el Parque Nacional Natural Tayrona, y el Parque Nacional Natural Sierra Nevada de Santa Marta. 8 El decreto 1640 de agosto de 2012, “por medio del cual se reglamentan los instrumentos para la planificación, ordenación y manejo de las cuencas hidrográficas y acuíferos, y se dictan otras disposiciones”, estableció en su artículo 44 que, cuando hubiere lugar, los Parques Nacionales participarían en las comisiones conjuntas solo en calidad de invitados; es decir, con voz pero sin voto.
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propio territorio9, sino en cuanto autoridades ambientales con capa- cidad técnica y organizativa para liderar los procesos de formulación de los pomca que les atañe. A ello se suma el incumplimiento, por parte del Estado, de los compromisos adquiridos previamente con estos pueblos en materia de ordenamiento territorial, así como el desconocimiento de derechos territoriales a causa de la construcción inconsulta de infraestructuras de desarrollo. Todas estas dificultades han afectado a su vez las condiciones necesarias para la concreción de dichos ins- trumentos de planificación territorial, en cuanto escenarios exitosos de acción colectiva.
Los pomca: de instrumentos de planificación a escenarios de gobernanza Según la normatividad vigente, es competencia de las Corpo- raciones Autónomas Regionales la elaboración de los pomca de su jurisdicción, así como la coordinación de la ejecución, seguimiento y evaluación de los mismos (artículo 18, decreto 1640 de 2012). El proceso de ordenación de una cuenca hidrográfica se inicia mediante un acto administrativo de declaratoria por parte de la corporación competente, o de la comisión conjunta en caso de que la cuenca sea compartida entre dos o más corporaciones autónomas regionales. Luego, en la fase de aprestamiento se conforma el equipo técnico para realizar el proceso de ordenación, se identifican los actores del terri- torio que han de constituir un Consejo de Cuenca y, si a ello hubiere lugar, se desarrolla el proceso de pre-consulta con las comunidades indígenas.10 La consulta como tal debe llevarse a cabo durante la fase
9 La Sierra Nevada de Santa Marta es el territorio ancestral de koguis, arhuacos, wiwas y kankuamos, pueblos indígenas que se consideran descendientes de la antigua civilización Tayrona. 10 Las fases que comprende todo el proceso son: 1) aprestamiento, 2) diagnóstico, 3) prospectiva y zonificación ambiental, 4) formulación, 5) ejecución, 6) seguimiento y evaluación (artículo 26, decreto 1640 de 2012). Por su parte, el Consejo de Cuenca es la instancia consultiva de todos los actores que viven y desarrollan actividades dentro de la cuenca hidrográfica (artículo 48), está integrado por los representantes de cada una de las personas jurídicas públicas o privadas asentadas y que desarrollen
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de formulación, con el fin de formalizar los acuerdos a los que se haya llegado con los indígenas en el marco del Consejo de Cuenca. Aunque la elaboración de los pomca sea responsabilidad de las Corporaciones Autónomas Regionales, estas muchas veces no cuentan con el personal ni las capacidades requeridas para realizar los estudios técnicos, de manera que contratan a otras entidades para que los lleven a cabo. Si bien esto despierta recelos entre los pueblos indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta ante la presencia de agentes ex- ternos a su territorio, también ha dado pie a experiencias exitosas de trabajo intercultural, como la que se llevó a cabo en la cuenca del río Santa Clara-Cañas, cuyo pomca fue objeto de un convenio entre la Corporación Autónoma Regional de la Guajira (Corpoguajira) y la Organización Gonawindúa Tayrona (ogt)11. Mientras que para la formulación de otros pomca se ha recurrido a la capacidad técnica de instituciones como la Universidad de Cartagena (para los pomca del Magdalena), la ong Conservación Internacional (para los pomca de la Guajira) y la Fundación Pro-Sierra Nevada de Santa Marta12 (para algunos pomca del Magdalena, la Guajira y Cesar), en este caso fueron los mismos indígenas quienes elaboraron los diagnósticos técnicos y propusieron las categorías y programas de manejo de la cuenca del río Santa Clara-Cañas13, teniendo en cuenta la participación de los campesinos localizados en la zona media y baja de la misma.
actividades en la cuenca, así como de las comunidades campesinas, indígenas, negras, y asociaciones de usuarios y gremios, según el caso (artículo 49). 11 Organización indígena del pueblo Kogui. 12 ong ambientalista de carácter regional. 13 Las categorías de manejo para la cuenca propuestas por la ogt responden a relaciones entre los aspectos físicos y espirituales del territorio. Con base en ello, los kogui han construido una serie de normas que regulan la intervención humana en dichas áreas: prohibición de la cacería, cultivos, ganadería y tala de árboles en ciertas zonas; realización de pagamentos en todas ellas; autorización de quema restringida en ciertas épocas y solo para algunas categorías de manejo; autorización para sacar madera para la construcción y la leña en ciertas áreas; y restricción de uso de algunas de ellas, el cual es exclusivo de los mamos, sus autoridades tradicionales (ogt, 2005, p. 49).
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Experiencias piloto como la de la formulación del pomca de este río por parte de la ogt se enfrentan, sin embargo, a dificultades para su implementación y réplica. Por un lado, las modificaciones a la normatividad introducidas con el decreto 1640 de 2012 esta- blecieron que la ordenación de cuencas pequeñas —como la del río Cañas— se haría en conjunto con las de otros ríos con las que conforman una subzona hidrográfica. De manera que para el caso de la Sierra Nevada de Santa Marta fueron agrupados en una misma subzona las cuencas de los ríos Ancho, San Salvador, Jerez, Lagarto, Maluisa y Cañas, lo cual implica un nuevo proceso de concertación y formulación. Y si bien esto significaría la participación directa de los indígenas en el ordenamiento de un bloque de territorio mucho más amplio, para uno de los funcionarios de la Corporación Au- tónoma Regional del Magdalena (Corpamag) la formulación del pomca del río Santa Clara-Cañas por parte de la ogt fue posible por el mismo hecho de que se trataba de una cuenca pequeña, que se encuentra además dentro del resguardo kogui-malayo-arhuaco. Según dicho funcionario, en el departamento de Magdalena, por su parte, no se ha pensado en la posibilidad de que se lleve a cabo este tipo de experiencias con los indígenas, ya que las cuencas objeto de ordenación son muy extensas y presentan problemas críticos de uso del suelo, sobre todo en las zonas bajas del macizo, debido a la presencia de campesinos y agroindustrias (entrevista a funcionario de Corpamag, 8 de octubre de 2012). Igualmente ocurre en el departamento del Cesar, donde el choque de intereses llevó a suspender, por cerca de once años, la formulación del pomca del río Guatapurí. Priorizado para ordenación por la Corporación Autónoma del Cesar (Corpocesar) en agosto de 2003, el proceso de formulación del pomca de este río no pudo llevarse a cabo en su momento debido a dificultades en la ejecución de la fase de aprestamiento. Tensiones entre los indígenas —quienes reivindicaban que este proceso se llevara a cabo de acuerdo con su visión ancestral del ordenamiento territorial— y la alcaldía de Valledupar, que desde el principio insistió en la construcción de la represa de Los Besotes, con la cual los indígenas nunca han estado de acuerdo, dieron al traste con el proceso.
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El caso del río Guatapurí: conservación vs. abastecimiento La cuenca del río Guatapurí es una de las más conflictivas de la Sierra Nevada de Santa Marta (Parriche, 2011, p. 4). Con un área total de 86.315 hectáreas y una población estimada en 384.000 personas aproximadamente (de las cuales 86% corresponden a la población urbana, 12% a la población campesina y 2% a la población indígena), esta cuenca es una de las más grandes y pobladas del macizo (Aja, 2010, p. 167). De acuerdo con Aja, en ella viven de manera permanente varias comunidades de los pueblos indígenas arhuaco, kogui y kankuamo, mientras que para el wiwa constituye una ruta de paso y de inter- cambio político y cultural con los otros tres pueblos. La parte baja de la cuenca la ocupan, por su parte, decenas de familias de campesinos y colonos de origen caribeño (en su mayoría), así como terratenientes dedicados a la ganadería y al cultivo de palma de aceite. En la última etapa de los cerca de 72 kilómetros de recorrido del río Guatapurí, antes de desembocar en el río Cesar, se localiza finalmente la ciudad de Valledupar, capital de departamento (p. 167). En cuanto a las mallas político-administrativas y jurídico-am- bientales que se superponen en este territorio, las 86.315 hectáreas que comprende la cuenca del río Guatapurí se encuentran distribuidas entre los municipios de Valledupar (el cual ocupa 12.564 hectáreas correspondientes al 14.5% del área total de la cuenca) y Pueblo Bello (con 73.750 hectáreas equivalentes al 84.5%). Asimismo, aproximada- mente 36.176 hectáreas de esta cuenca se encuentran en jurisdicción del Parque Nacional Natural Sierra Nevada de Santa Marta, y 41.719 hectáreas son ocupadas por los indígenas de los resguardos arhuaco, kogui-malayo-arhuaco y kankuamo.14 La totalidad de la cuenca del río Guatapurí está igualmente en jurisdicción del territorio ancestral delimitado por la Línea Negra15 (Aja, 2010, p. 185).
14 Información contenida en la resolución 1339 de 2014 de Corpocesar, por medio de la cual se declara nuevamente en ordenación la cuenca hidrográfica del río Guatapurí. 15 Límite simbólico del territorio ancestral de los cuatro pueblos indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta, el cual cuenta con un área aproximada de 2.124.000 hectáreas (uaespnn–Territorial Costa Atlántica, 2005, p. 53).
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Si bien se acordó formular el pomca del río Guatapurí teniendo en cuenta la visión ancestral de los pueblos indígenas de la Sierra como principio orientador —en cumplimiento de los acuerdos políticos lo- grados en 2002 y 2003 entre las organizaciones indígenas y el gobierno nacional, relativos a la planificación y gestión ambiental del macizo16—, ello suponía aceptar un nuevo paradigma de ordenación de cuencas, fundamentado en prácticas tradicionales de conservación a largo plazo tendientes a mantener la regulación natural del caudal (Aja, 2010, p. 205). Esto no era compatible con las prioridades de la clase dirigente de Valle- dupar, la cual promovía la construcción del embalse de Besotes como la única solución para el abastecimiento de agua de la ciudad (amenazada por la disminución de la oferta hídrica), inundando con ello parte del territorio ancestral indígena. Según Aja (p. 183): […] el pomca del Guatapurí se percibía por los diferentes actores como un escenario para el consenso político, técnico, intercultural e interdisciplinario y de diálogo de visiones diferentes del mundo alre- dedor de un espacio común.
Ahora bien, este diálogo se vio dificultado no solo por priori- dades incompatibles en materia de conservación y disponibilidad del recurso hídrico, sino por las dinámicas internas de las organiza- ciones indígenas, así como por los tiempos limitados de dedicación efectiva por parte de las autoridades ambientales y los lentos procesos administrativos a los que estas están sujetas (Aja, 2010, pp. 205, 206). Uno de los funcionarios de Corpocesar señala al respecto que: El de los indígenas es un proceso que no satisface los tiempos insti- tucionales, porque los tiempos de los indígenas son muy diferentes a los
16 Dichos acuerdos fueron logrados durante las sesiones del Comité Directivo del Consejo Ambiental Regional de la Sierra Nevada de Santa Marta (car), llevadas a cabo el 10 de diciembre de 2001, y los días 7 y 8 de marzo de 2002. Dicho consejo fue creado en 1996 como mecanismo de coordinación institucional cuyo fin era la implementación de un plan de desarrollo sostenible para la Sierra. No obstante, dejó de ser operacional en 2009 debido a las dificultades para conciliar los puntos de vista de los diferentes actores allí presentes, entre estos los indígenas, quienes consideraban que no existían las garantías suficientes para su participación real y efectiva en tal espacio de negociación.
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tiempos nuestros. Nosotros necesitamos cumplir unas metas en un año. Para ellos un año es una hora. Entonces un proceso puede durar para ellos diez años; pero ellos no están pensando en esos diez años, sino que el proceso se da cuando se dé. Y las instituciones no hemos entendido eso. (Entrevista a funcionario de Corpocesar, 4 de mayo de 2010)
Las dificultades que llevaron a la suspensión de la formulación del pomca del río Guatapurí generaron una ruptura en las relaciones entre los indígenas, la Alcaldía de Valledupar y Corpocesar. Objeto de críticas por parte de la opinión pública por no haber adelantado gestiones en los últimos años para la ordenación de los recursos hídricos del departamento, Corpocesar ha venido descargando su responsabilidad sobre los indígenas, argumentando en los medios de comunicación regional que, pese a la voluntad de la corporación, el principal “freno” para avanzar en dichos procesos está relacionado con la aprobación de dichas comunidades (A poner en orden…, 2014). Estas, por su parte, acusan a la corporación de no ejercer control alguno sobre las cerca de 164 concesiones de agua que ha otorgado al sector agropecuario, y las cuales han repercutido en la disminución del caudal del río (El árido futuro…, 2014)17. Por otro lado, y en lo que respecta a la represa de Los Besotes, Corpocesar había cofinanciado el estudio de prefactibilidad del mismo, lo cual desvirtuaba, para los indígenas, el proceso de formulación del pomca del río Guatapurí. Ahora bien, la cuenca de este río fue declarada nuevamente en ordenación a través de la resolución 1339 de octubre de 2014 emitida por Corpocesar, luego de que la misma fuera priorizada por el Mi- nisterio de Ambiente como una de las cuencas afectadas por la ola invernal que azotó al país entre 2010 y 2011 (fenómeno conocido como
17 Estas concesiones corresponden a permisos otorgados por Corpocesar a agricultores, ganaderos, arroceros y cultivadores de palma para captar agua del afluente, y por las cuales la entidad recibe cerca de 557 millones de pesos anuales que deberían invertirse en la recuperación de las cuencas. Se tendrían concesionados 6.109 litros de agua de los 11 mil que presenta el río actualmente. Véase al respecto el artículo de prensa titulado “Corpocesar vende el agua del Guatapurí a los ricos del Valle” (Corpocesar vende el agua…, 2016).
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La Niña y que produjo el desbordamiento de quebradas y ríos). A ello se suma la grave situación de sequía que presenta esta cuenca durante el verano, debido a la pérdida de cobertura vegetal a causa de la presión demográfica y las diferentes actividades antrópicas que tienen lugar en el territorio (véase resolución 1339 de 2014). Pero si bien la formulación de este pomca inició en agosto de 2015, con una duración estimada de once meses18, solo ha sido llevada a cabo la fase de aprestamiento. Por su parte, se prevé dar inicio al proceso de consulta previa con los pueblos indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta en julio de 201719. No obstante, y como lo señalara un reporte técnico: […] a pesar de que los pueblos indígenas son bastante escépticos en cuanto al desarrollo del pomca de la cuenca del río Guatapurí debido a varios intentos fallidos para la realización del mismo, en el presente proceso ven compromiso y seriedad por parte del Estado. (Consorcio Guatapurí-Cesar, 2016, p. 25)
Queda por ver si en esta ocasión, en la que finalmente se ha optado por un enfoque diferencial, es posible la construcción conjunta del pomca del río Guatapurí, conciliando puntos de vista históricamente antagónicos como lo han sido la conservación a largo plazo y la dis- ponibilidad inmediata de su caudal.
La gobernanza frente a las tensiones entre lo público, lo común y lo general Las dificultades ligadas a la formulación de los pomca —entre ellas la relativa a la consulta previa— ponen en evidencia las tensiones existentes entre las diferentes visiones que tienen los actores del terri- torio respecto al agua. Si bien la normatividad exige la realización de la
18 Según boletín de prensa de la entidad, publicado el 8 de octubre de 2015 y disponible en línea: www.corpocesar.gov.co/files/noticia109.pdf [consultado el 18 de marzo de 2016]. 19 Según el acta de reunión de pre-consulta realizada el 2 de marzo de 2017, y disponible en línea: http://www.corpocesar.gov.co/Acta%20reunion%20 de%20Preconsulta%20POMCA%20Rio%20Guatapuri.pdf [consultado el 2 de abril de 2017].
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consulta previa cuando la formulación de un pomca incida de manera directa y específica sobre comunidades étnicas (artículo 33, decreto 1640 de 2012), dos conceptos emanados de la Dirección de Consulta Previa en 2012 señalaron, para dos casos específicos de formulación de pomca en otras regiones del país, que no era necesario llevar a cabo dicho proceso. Esto no solo despertó inquietudes entre las Corpora- ciones Autónomas Regionales con injerencia en la Sierra Nevada de Santa Marta, algunas de las cuales se preguntaban en ese entonces si lo mismo podría pasar con sus pomca, sino que pone sobre la mesa los elementos de un debate geopolítico que tiene que ver con las diferentes escalas de interpretación de lo común, lo público y lo general. Los conceptos mencionados, que datan de julio y agosto de 201220, señalan: primero, que el agua es un derecho humano así declarado por la onu; segundo, que dentro de los fines esenciales del Estado está el de garantizar el derecho de los administrados a gozar del servicio público de agua potable y saneamiento básico; y tercero, que la ausencia de planes de ordenación y manejo de cuencas repercute en inundaciones de las mismas en invierno y su consecuente sequía durante el verano. Habida cuenta de estas razones, la Dirección de Consulta Previa no consideraba indispensable surtir el trámite de consulta previa con las comunidades étnicas concernidas. Las consideraciones de la Dirección de Consulta Previa tienen que ver con el hecho de que la Constitución Política de Colombia señala, en su primer artículo, que el interés general prevalece sobre cualquier otro interés. Para Rodríguez (2014, p. 147), esto genera confrontaciones entre el derecho al desarrollo y los derechos de los pueblos indígenas, entre los que se encuentra el de la consulta previa. Y es que si bien las comunidades indígenas reivindican su derecho a ser consultadas sobre las medidas susceptibles de afectarlas (teniendo en cuenta que los pomca implican obras y zonificaciones para uso y
20 Se trata de las respuestas dadas por escrito a dos oficios allegados a la Dirección de Consulta Previa, en los cuales las Corporaciones Autónomas Regionales de Nariño y del Valle del Cauca preguntaban sobre la necesidad de realizar el procedimiento de consulta previa en el marco de la formulación del pomca del río Guaitara (en el caso de Corponariño), y en general de los pomca del departamento (para el caso de la segunda).
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manejo del agua), las poblaciones urbanas reclaman el suyo sobre el acceso y disponibilidad inmediata de servicios públicos que, como el agua, garantizan su desarrollo económico y social. Pero más allá de las contradicciones que generaron los dos con- ceptos elaborados por la Dirección de Consulta Previa respecto a la ley —y que por lo mismo quedarían sin efecto luego de haber creado confusión por parte de las entidades involucradas en la formulación de los pomca—, nos interesaremos en las representaciones relativas al agua y cuyo antagonismo constituye un obstáculo para su gestión, esto teniendo en cuenta que los conflictos ligados a su utilización, manejo y conservación hacen de ella un objeto de representación social por excelencia (Navarro Carrascal, 2009, p. 68). El carácter estratégico que el agua presenta en la Sierra Nevada de Santa Marta genera en ese sentido una tensión alrededor de nociones como bien común, servicio público e interés general. Estas tensiones son el resultado de la multiplicidad de demandas, pretensiones y aspiraciones que confluyen sobre un recurso limitado, y que se vinculan a su aprovechamiento real o potencial (Martín y Justo, 2015, pp. 11, 13). Si bien Martín y Justo señalan que uno de los principales factores de generación de conflictos por agua es la competencia entre los usos agrícolas, industrial y doméstico (p. 15), en el caso de la Sierra Nevada de Santa Marta el conflicto tiene que ver con la disponibilidad inme- diata del agua para el desarrollo socioeconómico regional. Pese a que su aprovechamiento minero y agroindustrial impacta la cantidad de agua disponible para el consumo doméstico de ciudades como Valle- dupar, la clase política de este municipio ha alimentado la idea de que el problema del desabastecimiento de agua lo constituye, no su sobre- explotación agroindustrial, sino la posición indígena de no permitir la construcción de infraestructuras en sus territorios con el fin de garantizar la disponibilidad de agua para todos los usos requeridos.21
21 Estos usos son: abastecimiento de agua potable para quinientas mil personas aproximadamente, suministro de energía para el departamento de Cesar y construcción de un distrito de riego que garantice la irrigación para más de diez mil hectáreas de suelos. Según un diagnóstico elaborado en 2009 por el Observatorio del Programa Presidencial de Derechos Humanos y dih (citado por el pnud, 2010, p. 14).
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Pero más allá de los argumentos técnicos que insisten en su necesidad y aseguran la viabilidad de la construcción de la represa de Los Besotes, la suerte de este tipo de proyectos de infraestructura se juega en el terreno de las representaciones (Subra, 2012, p. 67). Al respecto, dos representaciones sociales alrededor del agua han sido identificadas por Navarro Carrascal en la Sierra Nevada de Santa Marta22: una utilitarista y otra ecológica, “la primera marcada por elementos que hacen referencia a los usos o a la utilidad del agua (servicios), la segunda caracterizada por la ausencia de sus usos y por la presencia de elementos que indican una preocupación acerca de su gestión (sostenibilidad)” (2009, p. 84, traducción propia). La visión utilitarista del agua estaría así asociada a campesinos y habitantes urbanos, cuyas representaciones sociales contienen ele- mentos funcionales relativos a su utilidad y uso. Por su parte, la visión ecológica del agua que tienen los indígenas se explica por el elemento de orden normativo contenido en sus representaciones y el cual está asociado a la noción de “equilibrio”23, así como por la ausencia de elementos funcionales y valores económicos relacionados con su uso y beneficios (p. 83).24 Esta diferencia en las representaciones sociales
22 Este psicólogo social llevó a cabo un análisis prototípico y categorial con 201 personas pertenecientes a tres grandes categorías de usuarios del agua en la Sierra: indígenas (localizados en la parte alta y media del macizo), campesinos (ubicados en la parte media de la montaña) o aquellos terratenientes, productores agrícolas e industriales situados en los grandes complejos agroindustriales y turísticos, y habitantes urbanos. Por medio de una técnica de asociación libre a partir del vocablo “agua”, se le solicitó a los entrevistados referir las palabras o expresiones que de manera espontánea les venían a la mente, ello con el fin de acceder a los elementos que hacen parte del universo semántico del objeto de estudio (Navarro Carrascal, 2009, p. 72). 23 Para los pueblos indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta el agua expresa la relación permanente entre las partes altas y bajas del macizo, entre los picos nevados y el mar. Asimismo, no la conciben de manera aislada, sino como parte integrante de un todo. 24 Vale la pena señalar la existencia de un tercer grado de representación situado en la mitad de esta escala de análisis, el cual corresponde a campesinos con una visión utilitarista del agua pero que presentan a su vez valores ecológicos. Esto lleva a considerar dos posibilidades: o se trata
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del agua por parte de sus usuarios se explicaría a partir de dos dimen- siones: el entorno ambiental, el cual determina la proximidad física con el objeto, y el entorno sociocultural, el cual hace referencia al contexto socioeconómico e ideológico relativo a los valores culturales, condiciones de vida y prácticas ligadas al agua (pp. 66, 84). Estas dos representaciones del agua, ecológica y utilitarista, guardan una relación con las ideas de servicio público, interés general y bien común que movilizan los actores de su gestión en el macizo. Por un lado, la noción de servicio público remite a la satisfacción de una necesidad de interés general25, el cual ha sido vehiculado por las élites de Valledupar como la expresión de la voluntad de cerca de quinientos mil habitantes, para quienes los daños ambientales y cul- turales causados por un embalse serían el precio necesario a pagar por el bienestar de la población urbana. Un artículo de la prensa regional dice, respecto a la represa de Los Besotes, que […] desde hace años estas comunidades ancestrales [refi- riéndose a los pueblos indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta] han dicho no al proyecto, debido a los daños que le pueden causar al medio ambiente, pero según Muvdi26 se debe luchar porque hoy Valledupar tiene muchos problemas precisamente porque no cuenta con un reservorio dónde almacenar agua y el embalse sería una so- lución definitiva. (Los Besotes, un embalse que…, 2013)
de una representación en evolución, o los campesinos no constituyen un grupo homogéneo desde el punto de vista ideológico (Navarro Carrascal, 2009, p. 83). 25 Así lo define la sentencia c-378 de 2010 de la Corte Constitucional. Por su parte, aquí se hace referencia al interés general tal y como es vehiculado por la clase política regional (discurso evidenciado en el marco de entrevistas realizadas y en la revisión de la prensa regional), teniendo en cuenta que se trata de una noción estratégica movilizada por los actores desde su propia lectura para justificar sus posiciones en los conflictos relativos al ordenamiento y al emplazamiento de infraestructuras (Subra, 2012, p. 69). Para Denis (2008, pp. 9, 10), en un contexto democrático de fuerte pluralismo emerge una definición cacofónica, contingente e inestable del interés general, sujeta a los intereses mejor organizados, y diluida en una miríada de intereses generales a menudo contradictorios. 26 Ex representante a la Cámara por el departamento del Cesar.
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Las nociones de servicio público e interés general implican, desde este punto de vista, la idea de sacrificio de los intereses colectivos, en cuanto la disponibilidad del servicio de agua para la población urbana necesita de un ordenamiento del territorio, el cual lleva implícita la posibilidad de expropiación bajo la premisa de utilidad pública (Subra, 2012, p. 68). Por otro lado, los indígenas no ven en el agua un recurso natural sino un bien común (Comisión mixta de cooperación amazónica colombo-brasileña, 1989), entendiendo por ello no un objeto físico ajeno a los sujetos, sino un evento social que forma parte de la iden- tidad colectiva de una comunidad (Telleria Herrera, 2014, p. 39, quien cita a su vez a Gudeman, 2001). En esa medida, el agua es concebida por ellos como fuente de vida y no uno de los componentes de una cadena de producción27, defendiendo la idea de que los bienes comunes como este no pertenecen a nadie, sino a la tierra, y que es deber de todos su conservación. Para Navarro Carrascal (2009, p. 67), la diferencia semántica alrededor del agua, desde la cual esta es vehiculada como derecho o ne- cesidad, tiene un efecto sobre las acciones institucionales de los agentes involucrados en su gestión. Así, mientras que la sociedad no indígena busca inundar parte del territorio indígena bajo la premisa del interés general —expresión compatible con la visión dominante según la cual la economía de mercado es el alfa y omega de las sociedades humanas (Flahault, 2013)—, los pueblos indígenas del macizo justifican, bajo la idea del bien común, la recuperación de sus tierras ancestrales como garantía de regeneración natural y preservación del recurso hídrico. La ampliación de sus resguardos permitiría, según ellos, reducir la presión humana sobre las partes altas de las cuencas, en donde
27 Tal y como es entendido bajo la denominación de recurso, entidad que para Lévy y Lussault (2003, p. 798) hace parte de un proceso de producción y de su resultado final. Desde esta perspectiva y según Lévy, un recurso natural es “[…] el resultado del tratamiento particular que consiste en encontrarle un lugar en un conjunto de acciones finalizadas. Por lo tanto, los recursos son siempre inventados, a veces mucho después de haber sido ‘descubiertos’, como el petróleo en tanto fuente de energía o la alta montaña en cuanto ‘yacimiento turístico’” (p. 798, traducción propia).
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los indígenas debieron refugiarse ante las sucesivas olas de coloni- zación. No obstante, la propuesta de sostenibilidad de los indígenas constituye un obstáculo a la necesidad de inmediatez de los pobla- dores urbanos. Por otra parte, la clase política pone en duda la visión ecológica de los indígenas debido a comportamientos que no son consecuentes con la conservación de los recursos naturales. El concejal de Valledupar Felipe Meza Araújo, por ejemplo, asevera que el abastecimiento de agua para la región depende de lo que pase en la cuenca alta del río Guatapurí, jurisdicción del territorio indígena. Según este funcionario, la zona —inaccesible a la tutela del gobierno local— constituye un punto crítico en la problemática de la escasez de agua, ya que, como él mismo lo señala: […] hay tala, quema y contaminación por aguas servidas. También prácticas ancestrales donde no se respeta ningún espacio. Los indígenas tienen a la orilla del río cultivos. Allí también practican la ganadería o queman para poder sembrar. (El árido futuro…, 2014).
A ello se suman las afirmaciones de Ernesto Altahona, director ejecutivo del Centro de Pensamiento Cesarense28, para quien “los indígenas no son ningunos santos. Son los que les enseñaron a los europeos a quemar, su costumbre ancestral es quemar” (El árido futuro…, 2014). A las autoridades indígenas les preocupa la imagen negativa que el comportamiento de unos cuantos de sus miembros ocasiona hacia el exterior, y son conscientes de la necesidad de ejercer gobernabilidad sobre sus territorios para evitar este tipo de conductas. De ahí también su insistencia en la recuperación de tierras en la franja media y baja del macizo, en donde puedan garantizar su seguridad alimentaria sin ejercer presión sobre los páramos y nacederos de los ríos. No obstante, también acusan a los actores privados y pobladores ubicados en las estribaciones de la Sierra por la destrucción de cuerpos de agua, la deforestación de los bosques y la contaminación de las corrientes,
28 Fundación sin ánimo de lucro, promotora de la iniciativa privada y del desarrollo de la región.
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así como a las Corporaciones Autónomas Regionales por la proliferación de títulos de concesión bajo criterios económicos, lo cual repercute en la disminución del caudal29, impidiendo que el agua desemboque en el mar en cumplimiento de su ciclo natural. De manera que la actuación de instituciones gubernamentales susceptibles de intereses políticos y económicos como las corporaciones, así como la falta de participación de la población urbana en la sostenibilidad del recurso hídrico mediante su uso moderado, conducen igualmente a una tragedia de los comunes30.
La gestión del agua como oportunidad de articulación Pese a las representaciones antagonistas sobre el agua y a las rivalidades que estas generan entre sus diferentes usuarios, Martín y Justo afirman que […] el agua tiene el potencial —derivado de sus propias nece- sidades de manejo y de lo vital de sus servicios— de generar formas propias de coordinación, aún dentro de contextos caracterizados por grandes problemas de gobernabilidad. (Martín y Justo, 2015, p. 10, quienes citan a su vez a Solanes y Jouravlev, 2005)
Los pomca siguen presentándose entonces como la posibilidad de crear mecanismos de gobernanza más eficientes y estructurados, con la particularidad de que este instrumento de planificación se fundamenta en una lógica de proximidad geográfica donde la gestión de los recursos comunes31 se concibe desde los territorios ambientales y no desde las divisiones político-administrativas, impulsando la confluencia de esfuerzos anteriormente fragmentados para la conservación y manejo
29 Al respecto, investigadores reseñados por Coriat (2013) han demostrado que es la atribución de derechos privativos lo que genera un desequilibrio general sobre los sistemas ecológicos, conduciendo a la degradación de los recursos de uso común. 30 Retomando la expresión con la que Garret Hardin titulara en 1968 su polémico texto, en el que alertaba sobre la destrucción de recursos compartidos debido al acceso y uso irrestricto de los mismos. 31 El término de recursos comunes (common-pool resources) hace referencia a sistemas naturales o hechos por los humanos en los que el uso de una persona acarrea la disminución del uso por otras, y en los cuales es difícil excluir usuarios (Hess y Ostrom, 2007, p. 349).
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de los ecosistemas (Hernández et al., 2011, p. 91). En este sentido, la descentralización del sistema permite la organización de subsistemas policéntricos que responden a las características específicas de una situación dada (p. 23). Frente a la degradación constatada de los ecosistemas en zonas tropicales (Coriat, 2013), la tesis de Ostrom sugiere que no existe nadie mejor para gestionar sosteniblemente un recurso de uso común que los propios implicados (Ramis Olivos, 2013, p. 116, citando a Ostrom, 1995, p. 40). De manera que Ostrom se pregunta “[…] cómo mejorar las capacidades de aquellos involucrados con el fin de cambiar las reglas restrictivas del juego para conducir a resultados distintos a las implacables tragedias” (Ostrom, 1990, p. 7, traducción propia). Se trata entonces de adecuar el manejo de los recursos comunes a las relaciones sociales y ecosistémicas que se dan en un contexto específico, por medio de la configuración de sistemas de gobernanza —basados en la construcción de arreglos institucionales locales alrededor del uso y manejo de esos recursos— que incluyan a los diversos actores involucrados en la solución de los problemas ligados a su gestión (Hernández et al., 2011, pp. 9, 21; Ostrom 2007, p. 15181). No obstante, la configuración de sistemas de gobernanza óptimos necesita, como en el caso que presenta el manejo de cuencas en la Sierra Nevada de Santa Marta, de un capital social fundamentado en las relaciones de confianza entre los usuarios —y reguladores— de un recurso de uso común como el agua, garantía de una gestión colectiva de los ecosis- temas (Bourg et al., 2015, pp. 725-727).
Conclusión Si bien la literatura gris alrededor de los pomca enfatiza en la necesidad de la acción colectiva y la participación —en tanto que la gobernabilidad sobre las cuencas abarca todo el sistema político, social y administrativo para asignar, aprovechar y gestionar recursos naturales y suministrar servicios ambientales a diferentes niveles de la sociedad (ideam, 2008, p. 15)—, varios informes de la cepal señalan que en los países andinos son muy pocos los casos en que se han concretizado verdaderas plataformas de gestión democrática y multisectorial, y mucho menos niveles que integren las experiencias
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de las comunidades indígenas en la gestión del recurso hídrico (cepal, 2002, p. 7). El caso de la Sierra Nevada de Santa Marta demuestra que ello se debe, por un lado, a los intereses que en materia de desarrollo económico inciden en una falta de voluntad política para considerar formas alternativas —y tradicionales— de concebir las relaciones con el territorio y la naturaleza. Por otro lado, la capacidad de gestión de los pueblos indígenas se ve afectada por su acaparamiento en procesos multisituados de negociación de su territorialidad, a causa de los numerosos procesos de consulta previa que deben enfrentar debido a las diversas intervenciones que se proyectan en su territorio. A esto se suma la invisibilidad de las comunidades campesinas, las cuales no cuentan con estructuras organizativas sólidas. Asimismo, la confianza necesaria para la implementación de sistemas de gobernanza funcionales en la Sierra Nevada de Santa Marta depende de la construcción de compromisos entre diferentes órdenes de legitimidad, como única manera de articular derechos, intereses y necesidades.32 En este sentido, un compromiso es un acuerdo tendiente a encontrar un punto medio, y si bien la situación continúa siendo heteróclita, el diferendo es evitado en tanto que la presencia de figuras provenientes de diferentes órdenes de legitimidad no es causa de disputa (Boltanski y Thévenot, 1991, p. 337). De este modo, el agua se presenta como una figura a partir de la cual articular acciones y establecer compromisos de orden cultural, cívico e industrial, integrando las prácticas ecológicas tradicionales de los indígenas a la gestión durable de los recursos necesarios al bienestar social, sin olvidar el rol de la población urbana en tanto consumidora
32 Según Boltanski y Thévenot (1991), un orden de legitimidad reenvía a una expresión particular del bien común. Luego de elaborar un marco de análisis con el objetivo de identificar los valores de referencia que los actores movilizan cuando quieren expresar su desacuerdo, estos autores identificaron seis formas de generalidad —o registros de justificación que los mismos llaman mundos— regidos por un principio superior común: el estado de gracia en el mundo de la inspiración, el engendramiento desde la tradición en el mundo doméstico, la realidad de la opinión en el mundo del renombre, la preeminencia de los colectivos en el mundo cívico, la competencia en el mundo mercantil y la eficiencia en el mundo industrial.
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de servicios públicos. En ese sentido, los trabajos de Ostrom (1990, 1995, 2007) llevan a pensar en la pertinencia de considerar la gestión de los recursos en términos de construcción conjunta del bien común, superando la visión del interés general bajo la cual este no es el fruto de una construcción sino de una constatación llevada a cabo por un tercero (un juez, por ejemplo) en caso de litigio (Blanc, 2013, p. 54). Sin embargo, dicha construcción difícilmente es posible en el marco de un multiculturalismo neoliberal, basado en una retórica participativa e intercultural (Boccara y Bolados, 2010, p. 657) desde la cual se reconocen y a la vez se desconocen derechos, ello mediante la desinformación y la instrumentalización de una participación limitada (Ulloa, 2014, p. 435) para conseguir, como fuere, la aceptación social de planes y proyectos gestados de manera vertical. Esa es la razón por la cual el movimiento transnacional por los derechos indígenas plantea una visión de multiculturalismo contra-hegemónico en el que se admita una manera de relacionarse con los bienes comunes teniendo en cuenta epistemologías diversas (Lopera y Dover, 2013, pp. 85, 86).
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La fractura hidro-metabólica del neoliberalismo: etnografías de la desposesión hídrica en Chile1
Robinson Torres Salinas2 Universidad de Concepción, Chile
Jorge Rojas Hernández Universidad de Concepción, Chile
Introducción Después de casi cuatro décadas de neoliberalismo hídrico (1981-2017), uno de los resultados macro-estructurales de la privatización de las aguas en Chile es una problemática configuración socio-ecológica. Por un lado, se observa desigualdad social en el reparto y asignación de derechos de agua, que se expresa en una acumulación corporativa y global de la propiedad de las aguas, en desmedro de la gradual despo- sesión de personas, campesinos y productores locales. Por otro lado, se observa una expansión socio-espacial de la degradación ambiental de cuerpos de agua, es decir, la contaminación y agotamiento de glaciares, ríos, lagos, acuíferos y humedales. Las causas de estas problemáticas socioambientales son variadas, entre ellas, una demanda creciente de agua por parte de diversos proyectos de desarrollo distribuidos a lo largo y ancho de Chile (forestales, hidroeléctricos, agro-negocios,
1 El presente trabajo es resultado de nuestra colaboración en el Cluster Agua & Sociedad, grupo de investigación interdisciplinario del Centro de Recursos Hídricos para la Agricultura y la Minería (crhiam), conicyt/ fondap/15130015, Universidad de Concepción, Chile. Agradecemos a Jorge Félez la elaboración de las figuras para este trabajo. 2 Proyecto fondecyt Postdoctorado 3170694.
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minería, urbanización, entre otros), y también debido a una menor disponibilidad de agua en las cuencas debido a la mega-sequía y al cambio climático. En este trabajo, abordamos estos procesos de cambio y degradación socioambiental desde la noción de fractura metabólica (metabolic rift) propuesta por Marx y reelaborada por el sociólogo ambiental John Bellamy Foster (1999, 2004). En términos simples, este concepto viene a indicar que, en la modernidad capita- lista, los seres humanos experimentan una creciente separación de sus ambientes naturales (Foster, 2004). Aplicado al mundo socio-hídrico, analizamos dicha fractura como la creciente separación y alienación de personas, grupos y comunidades humanas con respecto al control y acceso a sus recursos hídricos. Argumentamos que la formación y expansión geográfica de esta fractura hidro-metabólica coincide con la actual hidro-modernidad neoliberal y privatización del agua (desde 1981 en adelante). A su vez, esta expansión socio-espacial de la fractura hidro-metabólica ha gatillado el surgimiento de un creciente malestar social frente a la desposesión hídrica (Swyngedouw, 2005; Arroyo y Boelens, 2013), que en el contexto de un mercado neoliberal del agua como el chileno (cf. Budds, 2009; Bauer, 2015), ha generado la aparición de nuevos sujetos que resisten y proponen alternativas al régimen de des-gobernanza neoliberal del agua (Larraín, 2012; Mundaca, 2014; Orrego y Urtubia, 2016). Bajo una aproximación metodológica etnográfica y multi-situada (cf. Marcus, 1995), basada en entrevistas biográficas (Bertaux, 1998; Plummer, 2001), observaciones de campo (Bernard, 2011), y datos socio-espaciales recogidos durante un trabajo de campo entre julio y diciembre de 2014 (Torres, 2016), nos proponemos analizar cualitativamente cómo se han ido configurando procesos de producción socio-espacial de fracturas hidro-metabólicas y la emergencia de nuevos sujetos ambientalistas (cf. Agrawal, 2005; Torres et al., 2017). La emergente movilización social por el agua responde de diversos modos a la embestida neoliberal-corporativa, que en diversos territorios hidrosociales (cf. Boelens, et al., 2016) de Chile y América Latina, se apropia, sobreexplota, depreda y agota recursos hídricos. En el caso chileno y durante la última década, este avance del neoliberalismo hídrico viene dejando poblaciones rurales sin agua —tanto en el norte como en el Chile centro-sur— que tienen
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que ser abastecidas por camiones aljibe financiados por el gobierno central pero gestionados por los municipios (Delegación Presidencial para los Recursos Hídricos, 2015; Azócar et al., 2018). En particular, nos proponemos delinear un análisis etnográfico y socio-espacial sobre procesos de desposesión hídrica en tres casos de estudio locali- zados en las regiones del Biobío y Santiago, en el centro-sur de Chile. Se enfatiza cómo dichos procesos han ido co-produciendo fracturas hidro-metabólicas y nuevas subjetividades orientadas a defender los territorios y sus aguas del agotamiento, contaminación y apropiación por parte de mega-proyectos geográficos (cf. Harvey, 1996) basados en capital global y local.
Hidro-modernidades y privatización del agua en Chile Durante su historia colonial y republicana, Chile ha experimentado diversos regímenes de gobierno del agua. En términos amplios, estos pueden ser caracterizados como la hidro-modernidad liberal (desde la Conquista hasta 1888), la hidro-modernidad keynesiana (1888-1970), la hidro-modernidad socialista (1970-1973), y la hidro-modernidad neoliberal (1981 en adelante) (Torres, 2016). La hidro-modernidad liberal se caracterizó, principalmente, por la indiferenciación entre el agua para riego y el agua para consumo humano, que eran lo mismo, y se extendió hasta la segunda mitad de siglo xix. La hidro-modernidad keynesiana comienza en Santiago con la creación de la primera empresa pública de agua potable en 1861 (Piwonka, 1999), y la canalización del río Mapocho a partir de 1888 (Castillo, 2014). Estas obras fueron el inicio de trabajos hídricos que luego crearon los primeros sistemas de alcantarillado y saneamiento, generando la gradual diferenciación entre el agua de riego y la de consumo humano (Castillo, 2014). La hidro-modernización keynesiana se despliega durante el siglo xx, por ejemplo, a través del desarrollo hidroeléctrico y la creación de endesa en 1943 (cf. Bauer, 2009; Susskind et al., 2014; Torres et al., 2017), y tomó mayor fuerza durante el período de reforma agraria emprendido por Eduardo Frei Montalva (1964-1970), cuando se nacionalizó el agua (1967), se creó la Dirección General de Aguas (dga) (1969), y el Estado tomó mayor control en la economía, sociedad, y bienes ambientales. La hidro-modernidad socialista de Salvador Allende (1970-1973)
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se diferencia de la hidro-modernidad keynesiana en que el control estatal y comunitario se profundizó; por ejemplo, adquiriendo mayor velocidad el proceso de reforma agraria mediante la transferencia masiva de tierras y aguas a los campesinos que hasta entonces habían permanecido excluidos de su acceso y control.3 Luego, en la hidro- modernidad neoliberal de Pinochet, el proceso de reforma agraria se revirtió, y el sector privado tomó el control general de las tierras y aguas (Torres, 2016).4 Esta panorámica general muestra cómo los diversos regímenes de gobierno del agua se relacionan dialécticamente con la historia política y social de un país (Worster, 1993; Swyngedouw, 2015). En este sentido, se entiende por hidro-modernidad las diversas formas mate- riales e institucionales en que el Estado (central y municipal) ha buscado suministrar agua a sus ciudadanos, ya sea para consumo humano, riego agrícola, usos industriales, entre otros (Swyngedouw, 2005, 2015). La hidro-modernidad como suministro público de agua equivale a decir que el acceso al agua se transforma en un emblema material de ciudadanía, un símbolo de inclusión política (Bakker, 2010, p. 218). En Chile, hasta 1973, la participación pública estatal en la construcción de infraestructuras e instituciones de gestión del agua fue marcada, espe- cialmente en cuanto a riego, agua potable y saneamiento (Torres, 2016). No obstante, y con el advenimiento de la privatización del agua operada desde 1981, esta participación estatal ha sido gradualmente
3 Entre 1964 y 1973, 9.965.868 ha de tierra fueron expropiadas. De estas, un 35.8% (3.564.243 ha) fueron expropiadas por Frei (1964-1970), y un 64.2% (6.401.625 ha) por Allende (1970-1973) (Bellisario, 2007, p. 15). 4 Entre 1973 y 1980, 3.182.225 ha (258.990 de riego) fueron restituidas a sus antiguos propietarios (o grandes terratenientes). 1.560.452 ha fueron rematadas (65.127 de riego), mientras que 869.221 ha (36.278 de riego) fueron transferidas a instituciones públicas. Solo 3.946.106 ha (508.073 de riego) fueron retenidas por campesinos (Bellisario, 2007, p. 19). Es decir, alrededor de dos tercios de las tierras y casi un tercio de las aguas fueron despojadas por la dictadura militar. Posteriormente, desde la década de 1980 ha venido operando una compleja articulación de mecanismos, legales y extra-legales (Harvey, 2003), que han perpetuado la desposesión de tierras y aguas a campesinos mapuche y no mapuche (cf. Kay, 2002; Torres et al., 2015, 2016).
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desplazada hacia el sector privado-corporativo (Bauer, 2009). Así, la hidro-modernidad neoliberal se entiende como el proceso mediante el cual el suministro público de agua se ha privatizado, gradualmente, desde la década de 1980, siendo cada vez más controlado por élites corporativas locales y globales (Swyngedouw, 2005; Bakker, 2010). En Chile, entre las consecuencias de la hidro-modernidad neoliberal está la creación de nuevas reglas de gobernanza y transferencia de la propiedad del agua desde el Estado al sector privado, lo que ha reconfigurado las relaciones de poder social en la arena de la gestión y gobernanza hídrica en el país (Budds, 2009; Bauer, 2015). El fundamento es la Constitución de 1980, que sienta las bases del Código de Aguas de 1981. En particular, el artículo 19 (numeral 24) de la Constitución, donde se establece que el agua es propiedad privada y protege a sus propietarios de eventuales expropiaciones (Bauer, 2004, pp. 35-36; Mundaca, 2014, p. 24). A su vez, las concesiones de derechos de aprovechamiento de agua a entes privados por parte del Estado se hacen, según el Código de 1981, gratuitamente y en perpetuidad (Bauer, 2004, 2015). Después de casi cuatro décadas, el resultado de la privatización de las aguas chilenas es una problemática configuración socio-ecológica. Por un lado, se observa desigualdad social en la asignación de derechos de agua (acumulación corporativa de la propiedad de las aguas), y por otro, expansión socio-espacial de la degradación ambiental de cuerpos de agua (contaminación y ago- tamiento de glaciares, ríos, lagos, acuíferos y humedales). Esto a causa de la demanda creciente de agua por parte de proyectos de desarrollo (forestal, hidroeléctricos, agro-negocios, minería, urbanización, entre otros), y una menor disponibilidad de agua en los ecosistemas de cuencas debido al cambio climático y sequía (Bauer, 2004, 2015; Budds, 2009; Larraín, 2012; Mundaca, 2014; Torres et al., 2015; Centro de Ciencias del Clima y Resiliencia (cr2), 2015; Rojas, 2016; Orrego y Urtubia, 2016).
Hidro-modernidad neoliberal y la fractura metabólica de la privatización De acuerdo con Karen Bakker, la privatización del agua trae serias consecuencias en la calidad ambiental (Bakker, 2010, p. 196). Es decir, los diversos proyectos de desarrollo desplegados bajo condiciones de producción capitalista neoliberal, degradan ecosistemas, lo cual no es
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exclusivo del sector privado, sino que compromete también al estado corporativo (Bakker, 2010; Robbins, 2012, p. 159). En otras palabras, proyectos de desarrollo, estatales y privados, producen degradación de ecosistemas socioambientales. Como ya indicamos, en este trabajo abordamos estos procesos de degradación socioambiental desde la noción teórica de fractura metabólica (metabolic rift) propuesta por Marx y retomada por Foster (1999, 2004). En términos simples, este concepto indica que en la modernidad capitalista hay una creciente separación de los seres humanos de sus ambientes naturales. Para Marx: No es la unidad de la humanidad viviente y activa con las condi- ciones naturales, inorgánicas del intercambio metabólico con la natu- raleza, y por tanto de la apropiación humana de esta, lo que requiere explicación, o es el resultado de un proceso histórico, sino, antes bien, la separación que se produce entre estas condiciones inorgánicas de la existencia humana y esta existencia activa, una separación que se postula completamente tan solo en la relación del trabajo asalariado y el capital. (Citado por Foster, 2004, pp. 245-246)
En otras palabras, la fractura metabólica es una metáfora teórica para explicar la separación de comunidades humanas de su medio ambiente natural a causa de las relaciones de producción capitalistas. O como lo dijo también Marx, es la alienación del ser humano respecto de la naturaleza (Foster, 2004). Siguiendo esta idea, un estudio político-ecológico de nuevas configuraciones de territorios hidro-sociales (Boelens et al., 2016) en Chile y América Latina, podría ciertamente focalizar la mirada en cómo esta separación o fractura metabólica es producida socialmente en diferentes escalas socio-espaciales. El presente trabajo analiza la fractura hidro-metabólica con tres casos de estudio que muestran cómo diversos proyectos de desarrollo forestal, hidroeléctrico, y de agro-negocios, han producido —en diversas formas e intensidad— esta separación de las comunidades de sus recursos hídricos. Para ello proponemos el concepto de fractura hidro-metabólica, que se define como una creciente separación de personas, grupos y comunidades (principalmente rurales) del acceso y control de sus recursos hídricos, en parte a causa de diversos proyectos de desarrollo, y en parte debido
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al cambio climático, que se manifiesta en una considerable reducción del recurso hídrico y en la mega-sequía que ha afectado al país en los últimos años. En Chile, la producción y expansión socio-espacial de esta fractura hidro-metabólica coincide con la actual hidro-modernidad neoliberal y privatización del agua (1981-2017). En consecuencia, se postula que el neoliberalismo hídrico sería una de las principales causas de la formación y desarrollo de nuevos movimientos hidrosociales en el país (Torres, 2016, p. 53).
Etnografías de la fractura hidro-metabólica en el centro-sur de Chile
Caso 1. Complejo Forestal Industrial (cfi) Nueva Aldea en la cuenca del río Itata, región del Biobío El 1 de septiembre de 2006 comenzó a operar el nuevo Complejo Forestal Industrial Nueva Aldea en la región del Biobío, sección media de la cuenca del río Itata (figura 1). La planta industrial fue anunciada durante los años noventa, pero su Estudio de Impacto Ambiental (eia) se aprobó en enero de 2001. Desde dicha aprobación y hasta septiembre de 2006, se construyó la planta industrial en la intersección estratégica de los ríos Itata y Ñuble (figura 1), área rica en disponibi- lidad de agua y esencial para alimentar los procesos productivos del complejo industrial (Romero y Fuentes, 2007). Tiene capacidad para producir 1.027.000 toneladas métricas de celulosa kraft blanqueada de pino y eucalipto por año.5 Evidentemente, para ello se necesitan monocultivos forestales de pinos y eucaliptus, que han sido plantados desde principios del siglo xx, pero cuyo desarrollo se disparó desde 1974 con los nuevos subsidios estatales a la industria (Clapp, 1995; Klubock, 2014). Dichos monocultivos forestales alcanzan casi un millón de hectáreas en la región del Biobío (figura 1), que representan casi un 40% del total de 2.447.591 hectáreas de plantaciones forestales existentes a nivel nacional (Torres et al., 2016, p. 129).
5 Información extraída del sitio web de la empresa: http://www.arauco.cl/ informacion.asp?idq=647&parent=642&ca_submenu=642&idioma=21 [consultado en junio 2017]
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Perú N 0 10 20 40 N 0 10 20 40 60 QDUHV Km Km
Bolivia Cauquenes
Ninhue Río Itata
Río Ñuble Treguaco Océano Pací co Chillán
Concepción Río Polcura Coelemu Río Itata
Río Laja Río Biobío Portezuelo Argentina Los Ángeles Lebu
Angol Poblado Comuna CFI Nueva Aldea Ducto Industrial Emisario Submarino Ranquil Monocultivo Forestal
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Bolivia Cauquenes
Ninhue Río Itata
Río Ñuble Treguaco Océano Pací co Chillán
Concepción Río Polcura Coelemu Río Itata
Río Laja Río Biobío Portezuelo Argentina Los Ángeles Lebu
Angol Poblado Comuna CFI Nueva Aldea Ducto Industrial Emisario Submarino Ranquil Monocultivo Forestal
Figura 1. Complejo Forestal Industrial (cfi) Nueva Aldea, región del Biobío, Chile. Fuente: elaboración propia.
Durante la construcción de la planta Nueva Aldea, la Comisión Regional del Medioambiente (corema Biobío) detectó una serie de irregularidades. En particular en la etapa 1 (fase 1) de su construcción,
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durante la cual se edificaron un aserradero y una planta de lami- nación de madera. Muchas de las irregularidades se asociaron con problemas ambientales causados por las nuevas instalaciones indus- triales, como el ruido, tala ilegal de bosque nativo, desarmonización del paisaje y falta de un plan de tratamiento de aguas residuales. Por estas razones, Forestal Arauco tuvo que presentar un nuevo eia en agosto de 2004, el cual finalmente fue aprobado en marzo de 2005. Esto permitió la construcción de la planta de celulosa, etapa final (fase 2) que completó este complejo industrial de 19 hectáreas localizado en el municipio de Ránquil. Ante este nuevo proyecto de desarrollo forestal en Biobío, entre 2005 y 2007 miles de personas protestaron en pueblos y ciudades como Cobquecura, Trehuaco, Coelemu, Chillán y Concepción contra este megaproyecto industrial forestal. Los manifestantes argumentaban que el nuevo complejo industrial forestal iba a interrumpir sus vidas tran- quilas, destruir el medio ambiente, contaminar el río Itata y también la costa de la región, donde desemboca el río. Los grupos de manifestantes se componían principalmente de pequeños productores de vinos tra- dicionales (como el vino pipeño), campesinos, pequeños agricultores, estudiantes, activistas, funcionarios públicos, surfistas y pescadores artesanales de la zona costera. Les preocupaban los peligros potenciales que traería Nueva Aldea, ya que ponía en riesgo la calidad del agua del río Itata. Los opositores a Nueva Aldea argumentaban que las aguas continentales (superficiales y subterráneas), y las aguas marinas de la costa estaban siendo amenazadas por las aguas industriales residuales que Nueva Aldea iba a descargar en el río Itata. En efecto, durante más de tres años (desde su inauguración el 1 de septiembre de 2006 hasta diciembre de 2009), la planta Nueva Aldea descargó aguas residuales industriales directamente en dicho río, lo cual fue aprobado por la auto- ridad ambiental regional (corema Biobío), bajo la condición de que esas aguas residuales fueran tratadas adecuadamente dentro de los límites y parámetros legales. En el intertanto, Nueva Aldea construyó una tubería (ducto) para conducir directamente las aguas residuales industriales desde la planta al mar. El ducto quedó compuesto por un acueducto industrial (50 km) y un acueducto submarino industrial (2,5 km), para dirigir los residuos industriales líquidos (riles) directamente
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al mar (figura 1). Este acueducto comenzó a operar el 5 de diciembre de 2009. Al tener como objetivo la descarga de las aguas residuales indus- triales en el mar, se explica por qué muchos agricultores, pescadores artesanales y surfistas de la comuna costera de Cobquecura estuvieron involucrados en protestas contra Nueva Aldea, ya sea contra la planta de celulosa como contra su acueducto. Argumentaban que este com- plejo industrial iba a contaminar y destruir sus cultivos y medios de vida, incluyendo cultivos de uvas destinados a la producción de vino artesanal, y también recursos marinos de los que dependen pescadores artesanales del área. Todas estas preocupaciones se hicieron realidad. Sólo un año después de la inauguración del acueducto de aguas residuales, en diciembre de 2010, la nueva tubería de 52 km sufrió su primera fisura y con ello la fuga de residuos industriales líquidos, contaminando el Estero Velenunque, ubicado a un costado de la Planta Nueva Aldea, frente a la cual se encuentra también localizado el pueblo de Nueva Aldea, habitado por alrededor de 300 personas. El hecho se volvió a repetir en 2011. En 2013, la tubería volvió a fallar y nuevamente derramó aguas residuales cerca de la costa. Esta vez, las aguas re- siduales industriales contaminaron el río Itata y los acuíferos en la zona del estuario, que está ocupada por campesinos, agricultores y pescadores artesanales. Los campesinos y pescadores de Cobquecura, Trehuaco y Coelemu fueron particularmente afectados. Estos agri- cultores, dedicados principalmente al cultivo de papas, porotos, y otros cultivos de subsistencia, perdieron sus fuentes de agua, que eran utilizadas para uso doméstico y agricultura de riego a pequeña escala. Esto ocurrió porque sus pozos fueron contaminados por los desechos de Riles industriales, que se infiltraron desde la superficie, a través de los canales subterráneos de agua, alcanzando a sus acuíferos desde los cuáles extraían agua a través de sistemas de bombeo, conocidos popularmente como “punteras”.6 Con este hecho, muchos agricultores que vivían en la zona del estuario perdieron el acceso directo a sus fuentes de agua potable, siendo desposeídos de la condición natural
6 Sobre la relación entre aguas superficiales y subterráneas, véase Arumi et al. (2014).
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más elemental para su existencia: agua limpia para su consumo per- sonal. Por esta razón, comenzaron a ser atendidos por camiones municipales de reparto de agua potable —también conocidos como camiones aljibe— una o dos veces por semana. Matías y Nancy son una de las familias afectadas en esta zona.7 En la entrevista con Matías, su nueva condición de agricultor y pescador desposeído de su acceso directo al agua, le hizo recordar que su padre nunca recibió tierras durante la reforma agraria (1964-1973), no obstante, trabajó toda su vida en un fundo en la zona de Trehuaco. Matías también trabajó para el patrón de su padre como parte del intercambio de fuerza de trabajo del sistema de inquilinaje, que operaba desde la época del sistema de hacienda colonial y que duró hasta la reforma agraria iniciada en 1964 (cf. Bengoa, 1988). Este fundo nunca fue expropiado durante la reforma agraria, y Matías siempre trabajó para su propietaria, una anciana de más de ochenta años. A cambio de casi una vida de servicio, un día esta anciana terrateniente decidió venderle una hectárea a Matías, justamente aquella donde vive con su esposa Nancy, y que se localiza en la ribera norte de la intersección del río Itata con el Océano Pacífico. En esta hectárea Matías se dedica a cultivar papas, lechugas, lentejas, entre otros cultivos. Nancy se ocupa de criar pollos, gallinas y de gestionar un pequeño invernadero. Matías también tiene un pequeño bote con el que pesca artesanalmente en el área donde el río Itata se encuentra con el Océano Pacífico. Esas dos actividades, la agricultura de subsistencia y la pesca artesanal, fueron destruidas a causa de la contaminación del río Itata con riles de Nueva Aldea. De modo que Matías ya no puede pescar, pues hubo una reducción significativa de los recursos marinos en la zona, precisamente después de que el acueducto filtrara nuevamente con riles las aguas del río Itata y con ello las aguas marinas, en oc- tubre y noviembre de 2013. La empresa nos está contaminando, pero no lo reconocen, pero sí estamos contaminados [...] Hace años, cuando [Forestal] Arauco estaba vertiendo [aguas residuales] en el río, aquí tuvimos una gran
7 Matias y Nacy, entrevista grupal realizada en su hogar en la comuna de Trehuaco, 24 de septiembre de 2014.
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lluvia. Hubo una semana de lluvia, cinco días sin parar, luego llovió y se detuvo, llovió y se detuvo, y así sucesivamente, y el río [Itata] desbordó. Durante unos tres días aquí, los animales no tenían nada que comer, el agua entró aquí [a tierra] y luego salió por las playas. Por entonces había agua pura, pero [los Riles] que Forestal Arauco estaba vertiendo en el río, esa contaminación se mantuvo aquí en las vegas [humedales]. ¡La contaminación todavía está aquí! Y no hay un estudio en profundidad, sobre todo para saber qué son los productos químicos. Ellos [autoridades, empresa] han hecho estudios, pero los resultados solo muestran heces, que provienen de las heces de los ani- males y nuestros propios residuos [...] Por eso dicen que el agua no es apta para beber, pero nunca han estudiado los riles. Esos estudios nunca lo han hecho, y si lo hacen, no lo sabemos, porque los estudios son pagados por Forestal Arauco. (Matías, habitante de la comuna de Trehuaco, entrevista, 24 de septiembre de 2014)
Matías ya no puede cultivar porque el agua subterránea que bombeaba para regar sus cultivos fue contaminada —vía infiltración subterránea de los acuíferos— con las aguas residuales industriales de Nueva Aldea. Matías y Nancy tampoco pueden beber el agua directamente desde su pozo. Han sido desposeídos de su agua y sus medios de subsistencia como resultado de la negligencia cor- porativa de Forestal Arauco; al igual que las casi 50 mil personas sin agua que tiene la región del Biobío (Delegación Presidencial de Recursos Hídricos, 2015, p. 44), han estado sufriendo —sin saberlo— la alienación de las condiciones hidro-naturales de su existencia a causa del desarrollo forestal, tanto a través de las plantaciones de monocultivos como con las plantas de celulosa. En consecuencia, la condición material elemental para tener una vida sostenible —acceso directo al recurso hídrico no contaminado— les ha sido expropiada. Este caso es un ejemplo de otras múltiples fracturas metabólicas que se están produciendo a medida que se expande el desarrollo forestal en la región del Biobío y otros territorios del sur de Chile. El desarrollo forestal neoliberal se está convirtiendo en sinónimo de destrucción ambiental y nuevas oleadas de desposesión hídrica (Klubock, 2014; Torres et al., 2016; Azócar et al., 2018)
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Caso 2. Desarrollo de un embalse para riego y producción hidroeléctrica en la cuenca del río Itata, ¿sueño o pesadilla hídrica? En la misma cuenca del río Itata pero en la zona cordillerana, desde mediados del siglo xx existe un sueño hídrico, expresado en un proyecto de embalse destinado a aumentar la seguridad de riego en la zona media-baja del río Ñuble, en los alrededores de la ciudad de Chillán, donde históricamente se ha desarrollado la agricultura de riego (figura 2).
Perú 0 10 20 40 0 10 20 40 60 N QDUHV San Fabian de Alico Cauquenes Km Km Bolivia N
Río Itata
Río Ñuble Océano Pací co Chillán
Concepción Río Polcura Río Ñuble
Río Laja Río Biobío Argentina Los Ángeles Lebu
Angol Poblado Comuna Volcán Caminos Chillán Área Proyecto Muro Embalse Punilla Área agrícola Planta Ñuble
Perú 0 10 20 40 0 10 20 40 60 N QDUHV San Fabian de Alico Cauquenes Km Km Bolivia N
Río Itata
Río Ñuble Océano Pací co Chillán
Concepción Río Polcura Río Ñuble
Río Laja Río Biobío Argentina Los Ángeles Lebu
Angol Poblado Comuna Volcán Caminos Chillán Área Proyecto Muro Embalse Punilla Área agrícola Planta Ñuble Figura 2. Proyecto Represa/Embalse Punilla y Planta Hidroeléctrica Ñuble. Fuente: elaboración propia.
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Como los grandes beneficiados, los casi cinco mil regantes agrupados en la Junta de Vigilancia del río Ñuble son los principales proponentes de este mega-proyecto hídrico, que fue aprobado el 15 de noviembre de 2010, y ratificado como pieza prioritaria de infraestructura hídrica por parte de la administración de Michelle Bachelet (2014-2018), en el contexto de la Reforma Hídrica iniciada por su gobierno en 2014 (Bachelet, 2014). El proyecto Punilla propone construir una mega-represa que even- tualmente tendrá un muro de 136 metros de altura, cuya capacidad de almacenamiento sería de unos 600 millones de metros cúbicos de agua (Ministerio de Obras Públicas, 2015b). Para ello, 1.752 ha serían inun- dadas en la cordillera de los Andes en las cercanías del volcán Chillán (figura 2, zona roja). La otra pequeña área roja corresponde a la central hidroeléctrica de pasada Ñuble, aprobada en 2011 y que eventualmente producirá 136 mw que serán distribuidos a través del Sistema Interco- nectado Central (sic). En su dimensión de riego, el embalse de Punilla pretende aumentar la superficie de riego a 10.000 ha para llegar a las 70.000 ha con una “seguridad de riego del 85%” (Ministerio de Obras Públicas, 2015a). Estas tierras agrícolas se ubican principalmente en el valle central, hacia el lado norte del río Ñuble (figura 2, área verde), para lo cual el Estado asignará derechos de agua a esas 10.000 ha adicionales (Ministerio de Obras Públicas, 2015a). El diseño e implementación del proyecto Punilla ya ha generado opositores, representados por la población local y el movimiento ambiental anti-represas denominado Ñuble Libre. Este movimiento sostiene que el Embalse Punilla y la planta hidroeléctrica Ñuble des- truirán el medio ambiente y desplazarán a las poblaciones locales de sus parcelas, privándolas de sus formas tradicionales de vida asociadas con la agricultura, el turismo de montaña, turismo de naturaleza, y otras prácticas culturales desarrolladas tras décadas (incluso siglos) de vivir en la zona. En la sub-cuenca del río Nuble, en su zona de montaña no existen comunidades indígenas (mapuche) como en la zona cordillerana de la cuenca del río Biobío, sino que son prin- cipalmente familias campesinas tradicionales las que viven allí. No obstante, durante las últimas décadas se ha observado la llegada de personas chilenas y extranjeras que han comprado terrenos a campesinos locales, destinándolos como parcelas residenciales o
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pequeñas empresas turísticas. Muchos de estos nuevos residentes buscan sacar dividendos económicos por la venta de sus tierras, ya que algunos deben ser desplazados por encontrarse en el área de inundación del Embalse Punilla. En efecto, el proyecto Punilla con- templa la expropiación de 1.105 hectáreas, desplazando 72 familias que viven en el área de inundación (Ministerio de Obras Públicas, 2015c). Durante el trabajo de campo de 2014, se entrevistó a Alejo8, uno de los campesinos cuya tierra estaba localizada en el área de inundación, por lo cual iba a ser expropiada por el Estado. Por ende, era inminente que Alejo sería obligado a abandonar su hogar y el de sus ancestros por causa del Embalse Punilla. Para él, este desplazamiento estuvo siempre en sus pensamientos porque el proyecto Punilla, como un sueño hídrico histórico de los regantes que viven aguas abajo del río Nuble, siempre ha estado en las conversaciones e imaginarios de las personas que habitan la zona. Lo que ha sido un sueño para los agricultores del valle central del río de Ñuble, para Alejo y su gente ha representado una larga pesadilla, que ahora se ha convertido fi- nalmente en una realidad: su tierra fue expropiada por el Ministerio de Obras Públicas en 2014, ya que su parcela se encuentra en medio de la zona de inundación del embalse de Punilla. Cuando se visitó a Alejo para entrevistarlo, quedamos fascinados por el hermoso paisaje de la zona, casi virgen, con densos bosques nativos y ríos salvajes, donde también habitan especies de fauna nativa como el huemul y el puma, también conocido como león andino. Ello fue relevante para que en el 2011 gran parte de esa zona fuera declarada Reserva de la Biósfera por la unesco (Reserva de la Biósfera Nevados de Chillán – Laguna del Laja). Toda la rica biodiversidad de la zona está acompañada de una tranquilidad ideal para vivir una vida sostenible al lado de la naturaleza. La paz de esas montañas andinas es lo que Alejo dijo que iba a extrañar una vez que fuera desplazado definitivamente. Alejo definió su relación con el embalse Punilla con la palabra ‘violencia’, que para él describe el acto de ser desplazado. Alejo refería ser parte de la tercera o cuarta generación de su familia en habitar dicha área, cuyos
8 Entrevista realizada en el hogar de Alejo, sector El Sauce, comuna de San Fabián de Alico, octubre 11 de 2014.
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antepasados llegaron a estas montañas a finales del siglo xix. Desde entonces, esta familia campesina ha basado su economía doméstica principalmente en la cría de animales (vacas, cabras y pollos, entre otros), complementando con cultivos de subsistencia, principalmente porotos, trigo y otros granos. Durante las últimas dos décadas también han trabajado prestando servicios turísticos a los visitantes, como ca- balgatas a caballo, senderismo y otras actividades en el río Nuble. En las montañas andinas, el agua no es solo para el riego e hidroelectricidad, sino también para el turismo de naturaleza. Según Alejo, el gobierno les ofreció “reubicarlos” en casas que eventualmente serían construidas por el Estado para las familias desplazadas, las cuáles se localizarían en el pueblo de San Fabián de Alico. Ante esto, Alejo indicó que “este lugar en el que vivo no se puede comparar con ningún otro lugar”, porque tiene toda una historia fa- miliar inscrita en su parcela, en el río, en la montaña, en el bosque, con los animales, con el aire fresco, con la libertad y el privilegio de vivir en un ambiente limpio y exuberante como estas montañas andinas. En la entrevista realizada en su casa en medio de la montaña, Alejo protestaba diciendo que “el gobierno no tiene idea del valor que tiene este ambiente para nosotros”. Por supuesto, él no está hablando del medio ambiente como valor de cambio, sino que se refiere al valor de uso de este entorno natural, cuasi prístino y brillante. Sin embargo, el neoliberalismo llegó a esta zona para transformar estas montañas naturales y los flujos de agua en flujos de ganancias para el capital hidroeléctrico y para la agricultura de riego que se desarrolla aguas abajo. La situación para Alejo y su familia es que su parcela es tan pequeña (casi 3 ha), que el dinero que recibirían por la expropiación no servirá para comprar otro lugar con las mismas características. Argumentos similares tenían las hermanas Quintraman, pertenecientes a la etnia mapuche-pehuenche, que a fines de los noventa y principios de la década del 2000 lucharon contra la corporación endesa a causa de la construcción de las mega-represas Ralco y Pangue en la zona del Alto Biobío. Para ellas y sus comunidades, esas montañas andinas eran lugares sagrados, pero para el gobierno y la hidro-corporación solo eran tierras para ser inundadas y explotadas con el fin de extraer ganancias monetarias (cf. Susskind et al., 2014). En el caso de Alejo,
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el Estado expropió sus tierras, llevando a tasadores oficiales del gobierno, quienes establecieron el “valor” de sus parcelas pero solo considerando su valor fiscal de mercado, no los valores históricos, culturales y subje- tivos, que Alejo y su pueblo les han asignado —legítimamente— a este asombroso lugar andino: “Porque el verdadero daño es que tengo que dejar este lugar. Eso no lo pueden pagar con efectivo” (Alejo, entrevista realizada en octubre 11 de 2014). Durante la entrevista, Alejo también enfatizó que él y otros campesinos desplazados de esta área han organizado un grupo para presentar sus demandas al gobierno. Este pequeño grupo de alrededor de veinte familias fue organizado para diferenciarse de quienes Alejo describió como “gente extranjera”, en referencia a algunos ambien- talistas, propietarios de parcelas residenciales, y empresarios del tu- rismo que viven principalmente en el pueblo de San Fabián de Alico. Para Alejo, estas personas “de afuera” han llegado durante la última década desde ciudades como Santiago, Chillán, San Carlos e incluso de países extranjeros. Para Alejo, lo que el gobierno ha tratado de hacer es “dividir nuestra comunidad”, ofreciendo diferentes precios de tierras de forma individual en lugar de negociar con todos ellos como un grupo. Alejo definió su grupo “local” como aquel compuesto por la veintena de familias que, como él, viven “aguas arriba del futuro muro”, es decir, desde el punto donde se construiría el muro del embalse Punilla, en dirección hacia la frontera con Argentina. Según Alejo, son las personas como él, que viven río arriba del futuro embalse, las que “sufren el verdadero dolor” y la amenaza real de ser desplazadas. En cambio, muchas —aunque no todas las personas— que viven “aguas abajo” del futuro muro, intentan obtener beneficios económicos del otro proyecto hidroeléctrico (Central Hidroeléctrica Ñuble), vendiendo sus tierras a los precios más altos posibles. Para Alejo, ni él ni su grupo quieren vender sus tierras, porque no quieren dejar el modo de vida tranquilo, apacible y sostenible que llevan en este lugar. No queremos el embalse porque el daño no es pagadero. Este daño no es sólo para nosotros: ¿puedes imaginar todo el daño a la naturaleza? [...] Pero tal vez la naturaleza reaccionará a todos estos proyectos porque aquí cerca tenemos el volcán Chillán. (Alejo, entre- vista realizada el 11 de octubre de 2014)
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En este punto, el “ambientalismo campesino” de Alejo coincide con el “ambientalismo activista” propuesto por los miembros de Ñuble Libre sin represas. Este movimiento por el agua y el medioambiente se compone de personas locales y foráneas, la mayoría de ellos jóvenes trabajadores rurales, empresarios de turismo, estudiantes y profesionales. Antes de viajar a San Fabián en octubre de 2014, se consiguió una entrevista tele- fónica con una importante informante clave, Alicia. Una vez arribados al lugar, fue precisamente ella quien nos presentó a Alejo y al movimiento social que se ha formado y desarrollado contra los proyectos hidroeléc- tricos en el río Ñuble. Alicia fue importante para facilitar penetrar las redes de la gente local contra las centrales hidroeléctricas de Punilla y Ñuble, ya que como retrata la historia relatada por Alejo, hay fuertes sospechas entre los locales hacia las personas foráneas que llegan al área preguntando sobre su activismo, sean estas del Estado, corporaciones, o con intereses científicos. En efecto, el entramado de poder político y corporativo es el que típicamente intenta dividir y fragmentar las comunidades; lo cual se hace a través de incentivos materiales (becas, canastas familiares, apoyos monetarios varios) para así ganar simpatía local y apoyo para los mega-proyectos hidroeléctricos y otros proyectos geográficos de envergadura, como los forestales y de agro-negocios. De este modo, lo que Alejo describió como el intento del gobierno de dividir a su comunidad (negociando individualmente con cada uno de ellos), desde la perspectiva de los lugareños es visto como una estrategia deliberada para generar desconfianza y fragmentar a las comunidades, ofreciendo más dinero por la compra de tierras a los unos, y menos a los otros. Esta situación es similar a otras experiencias de lucha y resis- tencia local contra mega-proyectos hidroeléctricos en otras regiones del país. Por ejemplo, en el marco de nuestra experiencia de investigación sobre el proyecto HidroAysén en la Patagonia, observamos procesos similares por parte de las empresas proponentes (endesa/colbun): se repartió dinero en efectivo y otros incentivos a algunos miembros de las comunidades para obtener apoyo para el proyecto, lo que a su vez generó profundas divisiones internas en las familias y miembros de las comunidades (Torres et al., 2017). Sin embargo, los campesinos como Alejo están siendo fuertemente apoyados y defendidos por miembros de Ñuble Libre y sin represas. Para los miembros de este movimiento
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socio-hídrico, los proyectos de represas en el río Ñuble son un crimen contra la naturaleza, porque bloquean los flujos naturales de las aguas de los ríos, y ese bloqueo se representa como una destrucción del río, de la cuenca y su entorno natural. Lito, nacido en el pueblo de San Carlos pero quien vive desde principios del 2000 en el pueblo de San Fabián de Alico, relató de la siguiente manera esta filosofía activista: Utilizamos siempre una metáfora aquí o lo vemos así: los ríos son las venas de la tierra. Si construyes una muralla [represa], estás formando un coágulo. Lo mismo sucede en el organismo o cuerpo humano. Cuando tienes un coágulo, puedes tener un ataque al co- razón y te duele. Incluso puede producir trombosis. En estos mo- mentos, la tierra está sufriendo esta trombosis porque ¿cuántos ríos del planeta no están siendo bloqueados? (Lito, entrevista personal, 17 de octubre de 2014)
La defensa ambientalista frente a proyectos hidroeléctricos busca evitar que Alejo y otros campesinos y campesinas sigan siendo des- plazados por el Proyecto Punilla y otros proyectos de desarrollo hidroeléctrico. Esta realidad de conflicto hidrosocial en el valle del río Ñuble pone de relieve el modo en que ciertos grupos de personas, particularmente aquellos que habitan áreas rurales, están siendo des- poseídos de sus formas de vida tradicionales y de su acceso y control de bienes naturales como tierras, aguas, y paisajes de montañas. Una migración y desplazamiento que, como en otros lugares del Chile y América Latina, son ejemplos de la fractura y separación forzada de los seres humanos de su medio ambiente natural y sus recursos hídricos.
Caso 3. Agro-negocios de cerdos y olivos en la comuna de San Pedro, región metropolitana de Santiago El desarrollo de la mega-industria de cerdos en la cuenca del río Maipo es también ilustrativa de este proceso multiescala de fractura hidro-metabólica en los territorios hidrosociales chilenos. La industria y su principal corporación, Agrosuper, es originaria de la Región O’Higgins (sur de Santiago), y comenzó a invertir en la comuna de San Pedro a fines de los años ochenta. San Pedro se ubica en las tierras de secano cercanas a la cordillera de la costa, localizándose aguas abajo
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de la cuenca del río Maipo (figura 3). En esta zona, las principales fuentes de agua son los acuíferos. Según Alexis —abogado y activista fundador del Movimiento Juntos por el Agua9— cuando Agrosuper llegó a San Pedro no tenían derechos de agua. Por lo tanto, comenzaron a solicitar los derechos a la Dirección General de Aguas (dga): “Todo comenzó después del proceso de reforma agraria. [Cuando] Agrosuper se instaló en la zona, creo que con algunos estudios hidrogeológicos, comenzaron a solicitar grandes cantidades de derechos de agua”. En efecto, de acuerdo con el Catastro Público de Aguas de la dga10, la empresa Agrosuper comenzó a solicitar derechos de aguas subterráneas a partir de 1995, siendo su última solicitud de 2011. Tienen un total de nueve solicitudes de derechos de agua en el catastro, que suman un total de 454 litros por segundo en la comuna de San Pedro (dga, 2016). Según campesinos de San Pedro, dedicados principalmente al cultivo de frutillas, crianza de pollos, producción de huevos y ganado (vacas, ovejas), la extracción de estas grandes cantidades de agua en aquellas tierras de secano les ha afectado, porque sus pozos se han secado. Esto ocurre de la siguiente manera. Los pozos profundos operados por Agrosuper —que según los habitantes locales sustentan la producción de alrededor de dos millones de cerdos en diversas plantas de crianza y procesamiento situadas en el municipio— son más profundos que los pequeños pozos operados por los productores de frutillas, quienes a través de sus pequeños pozos noria solían extraer agua para consumo humano y riego de sus cultivos. Una vez que Agrosuper comenzó a construir pozos profundos industriales de más de 100 metros, para así bombear grandes cantidades de agua desde los acuíferos de la comuna, las personas que viven en el área han presenciado cómo sus pozos noria familiares se han secado gradualmente. Como lo indican otras integrantes del Movimiento Juntos por el Agua: Lo que sucede es que los grandes pozos extraen agua en de- trimento de los pequeños. Todos nuestros pozos se están haciendo inútiles. Nuestros pequeños pozos se secan y por lo tanto la gente
9 Entrevista realizada en la comuna de Melipilla, 26 de noviembre de 2014. 10 Esta información puede ser encontrada en el sitio web de la dga: http:// www.dga.cl/productosyservicios/derechos_historicos/Paginas/default.aspx [consultado el 4 de enero de 2016].
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se queda sin agua... Este problema no solo nos daña a nosotros, los pequeños productores, sino también a ellos [los grandes produc- tores], porque llegará un momento en que no tendrán agua tampoco. (Constanza y otros campesinos, entrevista grupal realizada en la comuna de San Pedro, 27 de noviembre de 2014)
Perú N 0 5 10 20 30 N Chacabuco Km Bolivia Tiltil Chacabuco Quilicura Huechuraba Lo Barnechea Colina Pudahuel Conchalí Huechuraba Lampa Lo Barnechea Renca Vitacura
Océano Pací co Renca Recoleta Curacaví Vitacura Quilicura Cerro Navia Independencia Las Condes Renca Pudahuel Santiago Quinta Normal Providencia María Pinto Santiago Maipú Las Condes Pudahuel Lo Prado La Florida Peñalolén Santiago Santiago La Reina Peñaor Ñuñoa Puente Alto Estación Central Melipilla El Monte Talagante San Bernardo Pedro Aguirre Cerda Peñalolén Calera de Tango Buin Cerrillos Macul Pirque San Miguel Argentina Melipilla Cordillera San Joaquín Maipo Maipú Lo Espejo La Cisterna Paine La Granja San Pedro San José de Maipo La Florida Talagante El Bosque San Ramón Alhué La Pintana Cordillera La Pintana Maipo 0 5 10 20 30 Comuna Provincia Km
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Océano Pací co Renca Recoleta Curacaví Vitacura Quilicura Cerro Navia Independencia Las Condes Renca Pudahuel Santiago Quinta Normal Providencia María Pinto Santiago Maipú Las Condes Pudahuel Lo Prado La Florida Peñalolén Santiago Santiago La Reina Peñaor Ñuñoa Puente Alto Estación Central Melipilla El Monte Talagante San Bernardo Pedro Aguirre Cerda Peñalolén Calera de Tango Buin Cerrillos Macul Pirque San Miguel Argentina Melipilla Cordillera San Joaquín Maipo Maipú Lo Espejo La Cisterna Paine La Granja San Pedro San José de Maipo La Florida Talagante El Bosque San Ramón Alhué La Pintana Cordillera La Pintana Maipo 0 5 10 20 30 Comuna Provincia Km
Figura 3. Región Metropolitana de Santiago de Chile, según Provincias y comunas. Fuente: elaboración propia.
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La fractura hidro-metabólica en la comuna de San Pedro no solo está influenciada y hasta cierto punto gatillada por la industria porcina. En 2010, una compañía estadounidense proveniente desde Utah llegó a la zona para comenzar a cultivar aceitunas, destinadas a la producción de aceite de oliva para exportación.11 De acuerdo con información entregada por algunos entrevistados del área, la empresa compró alrededor de 3.500 ha de tierra en la comuna a un terrateniente local llamado Ricardo Aristía, quien tenía derechos de propiedad de tierras y aguas desde 1974 en las comunas de Talagante, Melipilla y San Pedro.12 Aristía es un reco- nocido empresario en el sector agrícola e hídrico, ya que fue presidente durante casi cuatro décadas de la Asociación de Canalistas Canal Las Mercedes, un importante canal de riego en la cuenca del río Maipo que data del siglo xix (Torres, 2016). En 2010 fue nombrado Director Nacional del Instituto Nacional de Desarrollo Agropecuario (indap) por el nuevo gobierno de Sebastián Piñera (2010-2014). Según campesinas de San Pedro, Ariztía tuvo que vender (o transferir) sus tierras, derechos de agua y empresas para asumir esta importante posición. Así, en 2011 esta empresa estadounidense, con el nombre local de Agroreservas de Chile s. a., compró tierras y derechos de agua de propiedad de Ariztía en la comuna de San Pedro. Desde entonces, cultivan olivos para la producción de aceite de oliva para los mercados globales, para lo cual hacen uso de las tierras y derechos de agua subterráneas que le compraron a Aristía. De acuerdo con el Catastro Público de Agua de dga (dga, 2016), en junio de 2011 Agroreservas de Chile s. a. realizó 25 inscripciones de derechos de agua subterránea en el municipio, por un total de 991 litros por segundo. Eso es una gran cantidad de agua bombeada desde los acuíferos de San Pedro, que sumados a los 454 litros por segundo extraídos por Agrosuper, explican en parte por qué casi toda la población de la comuna (8.485 personas) está siendo atendida por camiones de agua municipales desde 2011 (Areli, admi- nistradora municipal de los camiones aljibe de la Municipalidad de San Pedro, entrevista personal, realizada el 26 de noviembre de 2014).
11 Véase el sitio web de la empresa: http://www.chileoliveoil.cl/ 12 Véase una biografía en https://es.wikipedia.org/wiki/Ricardo_ Arizt%C3%ADa_de_Castro
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Las 25 inscripciones significan 25 pozos profundos. Sin embargo, según los campesinos locales, “si se le pregunta a la dga dicen que hay 25 pozos, pero la gente que trabaja allí dice que hay mucho más de 100 [pozos]” (Constanza y otros campesinos, entrevista grupal, noviembre 27 de 2014). Quienes trabajan en las plantaciones de olivos son precisamente las familias de estas campesinas y campesinos, que también son la principal fuerza de trabajo rural en las plantas de la industria porcina. Por lo tanto, estas personas son conscientes de que los derechos de agua (subterráneos y consuntivos) acumulados por esta gran empresa transnacional son solo estadísticas oficiales, porque en la práctica están extrayendo mucha más agua que la declarada en el Catastro Público de Aguas. Lo oficial no tiene nada que ver con lo real. Los registros gubernamentales no tienen relación con lo que realmente se extrae desde los ríos, acuíferos y sus caudales ecológicos. Estos ecosistemas socio-hídricos están siendo afectados por la falta de precipitaciones durante la última década debido a la mega-sequía (Centro de Ciencias del Clima y Resiliencia cr2, 2015), cuyos efectos son exacerbados por la sobreexplotación capitalista de los pocos recursos hídricos que existen a través de mega-proyectos geo- gráficos que están, literalmente, secando el territorio. Como lo expresó Abigail, ingeniera y Sub-Delegada Presidencial de Recursos Hídricos para la Región Metropolitana de Santiago13: La gran lucha que la gente tiene aquí en la región metropolitana es que se preguntan: ¿Por qué? El vecino—que no es ni siquiera nacional sino transnacional—viene y compra predios completos, hacen pozos profundos de 100 o 200 metros, tienen agua para regar muchos árboles de olivo. Y sin embargo, los campesinos no tienen agua para regar sus frutillas. [Hay] un montón de pozos, muchos olivos creciendo, pero estas personas no tienen agua para beber ni agua para trabajar [sus tierras]. (Abigail, entrevista personal, 3 de diciembre de 2014)
13 En 2014, la presidenta Michelle Bachelet nombró un Delegado Presidencial para los Recursos Hídricos, para así abordar de forma focalizada el problema de escasez hídrica que afecta al país. La persona designada fue Reinaldo Ruiz, profesor de la Universidad de Talca, quién a su vez nombró sub-delegados regionales. Durante el trabajo de campo de esta investigación, se entrevistó a Abigail, la sub-delegada para la Región Metropolitana de Santiago.
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Este es otro ejemplo de cómo las interacciones metabólicas del mercado del agua, la sequía y el poder económico de las grandes corporaciones están produciendo nuevas fracturas hidro-metabólicas y un proceso de intensificación de la desigualdad socio-espacial en la cuenca del río Maipo, despojando a la población local de sus recursos hídricos. Pero las grandes corporaciones no solo están dejando a la población local sin agua, sino también agotando los acuíferos y creando problemas de depredación ambiental que probablemente serán difí- ciles de restaurar socio-ecológicamente. Esta situación también está eliminando la posibilidad de que la dga distribuya más derechos de agua en el futuro, porque en la Región Metropolitana de Santiago de Chile existe sobre-explotación de los acuíferos en un contexto de mega-sequía. Lo anterior ha llevado a la autoridad hídrica a declarar áreas de restricción —lo cual significa que la dga no puede asignar más derechos de agua— ya que en la cuenca del río Maipo “no hay más agua para asignar” (Patricia Macaya, directora dga Región Me- tropolitana, entrevista personal, 14 de noviembre de 2014).
Conclusiones Los tres casos de estudio descritos en este trabajo ilustran los diversos modos en que el neoliberalismo hídrico (expresado en el mercado de aguas) y el cambio climático (expresado en la mega- sequía) están contribuyendo conjuntamente a producir fracturas hidro-metabólicas en diversas cuencas y territorios de Chile. A medida que esta fractura hidro-metabólica se expande social y espacialmente, está produciendo una doble situación: personas sin agua y ecosistemas degradados. Las personas sin agua, desposeídas del acceso y control de sus recursos hídricos, ya han comenzado a articular estrategias colectivas para hacer frente a esta nueva situación de vivir sin agua. Por un lado, han tenido que adaptarse gradualmente a la cotidianidad de ser abastecidos de agua potable por camiones aljibe. Por otro lado, también han empezado a organizarse para protestar y generar espacios de discusión que permitan comenzar a disputar la noción del agua como propiedad privada y mercantilizada impuesta por la dictadura militar de Pinochet, que instauró la hidro-modernidad neoliberal como una estructura hegemónica de des-gobernanza hídrica en el país.
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La etnografía multi-situada de la desposesión hídrica en las regiones del Biobío y Santiago nos muestra que hay un malestar social ante el neoliberalismo hídrico, y por ello se han comenzado a generar articulaciones de estos movimientos locales con miras a generar un movimiento de escala nacional por el agua, cuyo propósito principal es recuperarla como un bien público (Larraín, 2015; Torres et al., 2017)14. Los casos de estudio de Punilla, Nueva Aldea, y Agrosuper demuestran que la acumulación corporativa de agua es relevante para entender la desposesión hídrica y la reacción social contra esta desposesión. El cambio climático y la sequía influyen, pero no son el principal factor de la escasez de agua. Los resultados de nuestra investigación demuestran que el mercado hídrico es un factor decisivo en la pro- ducción socio-espacial de fracturas hidro-metabólicas en los territorios hidrosociales de Chile. Al respecto, las cifras son elocuentes: a enero
14 En Chile, la noción del agua como un “bien público” puede rastrearse, históricamente, cuando inició la provisión de agua potable por parte del Estado a los ciudadanos, que ocurrió desde la creación de la primera empresa pública de agua en Santiago en 1861 (Piwonka, 1999). Este hito dará vida, durante gran parte del siglo xx, a una suerte de hidro-keynesianismo, donde el Estado tuvo un fuerte rol en la construcción de infraestructuras hídricas (alcantarillado, represas, canales de riego, embalses, etc.). Este hidro-keynesianismo llegaría a su punto más alto cuando, en el contexto de la reforma agraria (1964-1973), el presidente Eduardo Frei Montalva nacionalizó el agua en 1967, la cual sería re-privatizada con el Código de Aguas de 1981, dando vida a la hidro-modernidad neoliberal. Es precisamente a partir de esa noción de agua como bien público, muy marcada en el período de 1967-1973, que el Estado asume un rol conductor en la provisión de agua a sus ciudadanos; dicha noción está siendo, de un modo u otro, recogida y resignificada por los actuales movimientos sociales por el agua en el país. No obstante, esta resignificación sería acorde al actual momento histórico de (post) neoliberalismo y cambio climático, y también considerando que hoy existe una creciente desconfianza por parte de los movimientos sociales con el aparato de estado. Es por ello que la noción de agua como bien público también se entrelaza con la noción del agua como un bien comunitario y no exclusivamente estatal, procesos que están dando vida, gradualmente, a la transición hacia la hidro-modernidad de lo común. De cualquier modo, tanto el agua como bien público, como el agua como bien común, son nociones en proceso de (re)construcción (Mundaca, 2014; Bauer, 2015; Torres, 2016; Torres et al., 2017).
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de 2015, aproximadamente 400 mil personas están sufriendo la escasez absoluta de agua, teniendo que ser atendidas por camiones aljibe mu- nicipales (Delegación Presidencial para los Recursos Hídricos, 2015). Estas cifras son la contabilidad oficial, pero probablemente son muchas más las personas sin agua en el país. La desposesión hídrica es de escala nacional. La fractura hidro-metabólica del neoliberalismo es una fractura socioambiental cuya escala sigue creciendo, al igual que el malestar social. Ñuble Libre sin represas y el Movimiento Juntos por el Agua son ejemplos tomados entre decenas de otros movimientos que emergen en diversos territorios del país como respuesta a la desposesión hídrica del capital global sobre las comunidades locales. Irónicamente, ante la creciente separación de las comunidades de su acceso y control de sus recursos hídricos, se viene generando una creciente unión de estas mismas personas y comunidades siendo desposeídas. Así, emergen nuevas subjetividades ante esta destrucción multiescala de los ecosis- temas hídricos. Se vislumbra una alternativa, un proyecto político- ecológico y socio-espacial que busca declarar el agua como un bien común (commons), pero también restaurar ecosistemas socio-hídricos altamente contaminados (río Itata), sobre-explotados (acuíferos de San Pedro), e intervenidos a gran escala (río Ñuble). La hidro-modernidad neoliberal comienza su retirada, emergiendo la alternativa de la hidro- modernidad de lo común (cf. McCarthy, 2005; Carroza y Fantini, 2016; Infante, 2016; Torres, 2016), que abre un universo de nuevas posibilidades para crear modos más democráticos y sustentables de habitar los territorios. Nuestras preguntas de investigación y trabajo colaborativo comienzan también a dirigirse en esa dirección.
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176 Agua y gran minería en Colombia: reflexiones a partir del análisis de los casos de Cerrejón (Guajira), Cerro Matoso (Córdoba) y La Colosa (Tolima), Colombia
Patricia Sánchez García Centro Interdisciplinario de Estudios sobre Desarrollo Universidad de Los Andes
Introducción El presente artículo desarrolla un análisis de los conflictos socio- ambientales asociados a la relación entre actividad minera a gran escala y agua, a partir de tres proyectos mineros en los que se extraen o pretenden explotarse diferentes tipos de minerales: carbón, ferro- níquel y oro; en espacios geográficos diferenciados correspondientes a distintos departamentos: La Guajira, Córdoba y Tolima; y a diferentes momentos del proceso de explotación: extracción en los dos primeros casos y exploración en La Colosa. Pese a lo disímiles que puedan parecer los casos en cuestión, en términos del conflicto socioambiental planteado, el marco conceptual de la ecología política, a través del cual se realiza el análisis, posibilita tanto el reconocimiento de las particularidades que dicho conflicto adquiere para cada uno de los proyectos mineros, como una propuesta de análisis global de los mismos, desde la cual se realiza una reflexión sobre esta actividad económica como generadora de injusticia ambiental e hídrica, así como de desarrollos geográficos desiguales. En un primer momento se presentará cada uno de los casos en cuestión, desde una perspectiva que procura reconocer, no solo la mirada de las compañías mineras frente a esta actividad, sino las
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voces disidentes que existen sobre la misma, para luego proponer los principales ejes de conflicto en torno al agua encontrados en cada uno de los proyectos mineros escogidos. Por último, y a manera de conclusión, se presentará una reflexión general sobre los ejes comunes encontrados en torno a los conflictos por el agua, los cuales se encuentran relacionados con procesos como la contaminación de fuentes hídricas, cambios de prioridad del uso del agua en favor de la minería y en detrimento de actividades económicas diferentes a esta, empobrecimiento de las comunidades, desarrollos geográficos desiguales e injusticia ambiental, hídrica y social.
Gran minería en Colombia: una historia contada a dos voces La minería de gran escala en Colombia, como en el resto de América Latina, es una actividad que se remonta al período colonial, en el cual las potencias europeas ocupantes del territorio americano desarrollaron una intensiva campaña de explotación de metales preciosos, como la plata y el oro, en el contexto de las políticas económicas mercantilistas predominantes para ese momento en los países europeos, a través de las cuales se sentaron las bases del proceso de acumulación originaria de capital, el cuál terminaría dando origen al modo de producción capitalista. La extracción de minerales preciosos en América, en condiciones de colonialidad, está ligada a los cimientos mismos del capitalismo mundial, y se encuentra atada también a su continuidad. La actividad minera constituye uno de los motores de la producción de desarrollos geográficos desiguales, los cuales han sido caracterizados por Harvey (2003) y Smith (2008) como componentes esenciales de la geografía desequilibrada del capitalismo, la cual se asocia a la generación de configuraciones espaciales diferenciadas y opuestas, derivadas de sus contradicciones inherentes, produciendo tendencias opuestas pero simultáneas hacia la homogeneización y la diferenciación espacial. La minería en el período colonial fue un motor esencial en la producción de la diferencia espacial en el país, la cual se caracterizó por la generación de espacios articulados al desarrollo y espacios excluidos del mismo, desde una perspectiva del desarrollo ligada básicamente al crecimiento económico de las potencias coloniales.
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En el caso colombiano, las principales explotaciones de minerales preciosos durante la Colonia se adelantaron en los departamentos de Antioquia, Chocó y Cauca, los cuales han continuado con el legado de extracción hasta nuestros días. Sin embargo, estas no son las únicas áreas en las que actualmente se adelantan proyectos extractivos, estos se asocian, hoy por hoy, no solo a la explotación de minerales preciosos sino a la de combustibles fósiles como el petróleo y el carbón. Si bien no se ha dejado de hacer minería en Colombia desde la época colonial, esta actividad ha sido denodadamente promovida por los gobiernos nacionales de las dos últimas décadas, a tal punto de que el gobierno de Juan Manuel Santos definió el sector minero-energético como una de las locomotoras del crecimiento económico1, pretendiendo convertirlo en un país minero con base en el estímulo de la inversión extranjera. Para dicho propósito se han realizado profundos ajustes institucionales, jurídicos y espaciales, los cuales han derivado en la iniciación de múltiples proyectos de exploración y explotación minera en diversas localidades del país. El mapa actual de la minería en Colombia se caracteriza por las múltiples conflictividades generadas ante el estímulo de esta ac- tividad, ya que no existe unanimidad frente a su realización: si bien hay perspectivas de defensa a ultranza de la ejecución de los proyectos mineros iniciados, así como de los que en un futuro se emprendan sobre nuevos hallazgos, desde otras visiones, esta actividad debe li- mitarse e incluso suspenderse en razón de los impactos negativos que comporta en términos ambientales y sociales. La minería en Colombia no puede ser interpretada entonces desde una postura hegemónica frente a la misma, sino desde la diversidad de perspectivas que existen
1 Las “locomotoras” del crecimiento económico propuestas por el gobierno Santos son definidas como sectores convocados a liderar el crecimiento y la generación de empleo en el país, además del sector minero-energético, son definidos como “locomotoras” los sectores de vivienda, infraestructura, agropecuario y los nuevos sectores basados en la innovación. Son concebidos como sectores que avanzan más rápido que el resto de la economía; dentro de las cinco locomotoras, el sector minero-energético se caracteriza como uno de los que mayor avance presenta, junto con la infraestructura y la vivienda; lo que fue posible gracias al impulso del sector estimulado desde los gobiernos anteriores, en particular el de Álvaro Uribe Vélez.
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en torno suyo, por lo que se propone contar su historia con al menos dos voces: las que concuerdan con la ejecución de proyectos mineros a gran escala y las que disienten de tal propósito. En los tres casos en cuestión (figura 1), existen y se contraponen tales perspectivas disímiles, las cuales se expresan también en el debate sobre las consecuencias de este tipo de proyectos en torno al agua. En las páginas que vienen a continuación se expondrán las líneas generales de debate frente a cada uno de estos casos, finalizando con una reflexión en torno a los conflictos socioambientales por el agua que se libran en cada uno de estos.
Guajira N
complejo Atlántico carbonífero el cerrejón Magdalena
Cesar
Sucre Norte de Santander Córdoba Bolivar
mina cerro matoso
Antioquia Santander Arauca
Boyacá Choco proyecto Casanare aurífero la colosa Cundinamarca
colombia Tolima Valle del Cauca
Cauca Huila
Figura 1. Localización de los casos de estudio en el mapa de Colombia. Fuente: elaboración propia.
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Cerrejón: el lado oscuro del carbón Cerrejón es un complejo integrado de minería y transporte ferroviario y naval de carbón térmico que se encuentra localizado al sureste del departamento de La Guajira (Colombia), específicamente en el valle del río Ranchería. Está conformado por una mina a cielo abierto, un ferrocarril que transporta el carbón desde la mina hasta el nororiente de la península de La Guajira —más exactamente hasta Bahía Portete—, y un puerto marítimo de carga llamado Puerto Bolívar. Su extensión es de 69.000 hectáreas y sus reservas recuperables as- cienden a los 760 millones de toneladas. La mayor parte del carbón producido y exportado por Cerrejón se utiliza para la generación de energía eléctrica, una proporción menor se destina a usos industriales y a la provisión de calefacción doméstica (Cerrejón, 2017). La mina propiamente dicha está localizada entre los municipios de Albania, Barrancas y Hatonuevo (La Guajira), posee recursos estimados de 1.961 millones de toneladas y su producción asciende a 32 millones de toneladas anuales. El descubrimiento de la mina de carbón que hoy hace parte del complejo Cerrejón se remonta a mediados del siglo xix, produciéndose tras dicho hallazgo pequeñas explotaciones artesanales; sin embargo, la explotación a gran escala de dicho yacimiento inicia ya en el siglo xx, cuando en 1975 el Gobierno de Alfonso López Michelsen abrió una la licitación para participar en el 50% de la explotación de 32.000 hectáreas, las cuales en la actualidad hacen parte de Cerrejón Zona Norte. La empresa International Colombia Resources (Intercor)2 fue la ganadora de dicho proceso al que se presentaron cuatro empresas más, por lo que un año después dicha compañía firmó con Carbones de Colombia (Carbocol)3
2 Intercor es una compañía filial de la Exxon Mobil Corporation, empresa petrolera estadounidense fundada en 1870 bajo el nombre de Standard Oil Company. 3 Carbocol fue la empresa estatal colombiana de producción hasta el año 2000, cuando fue vendida por el gobierno de Andrés Pastrana por 384 millones de dólares; esta privatización se produjo en el contexto de la política de reestructuración neoliberal, de la mano de un acuerdo firmado con el Fondo Monetario Internacional en 1999, el cual estuvo atado a un crédito de 2.700 millones de dólares; con la venta de esta empresa se cerró la posibilidad de realizar la explotación de este mineral bajo criterios de soberanía nacional.
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un contrato de asociación por 33 años para la exploración, construcción y producción de carbón en la zona. Suscrito dicho contrato, el gobierno de Belisario Betancur autorizó la construcción e inicio de operación de un puerto privado para la exportación del mineral, para lo cual otorgó en concesión a Carbocol zonas de playa y terrenos de bajamar en Bahía Portete; el puerto construido por esos años recibe el nombre de Puerto Bolívar y su primer embarque se produjo en 1986. Entre 1996 y 1997 se inician operaciones en nuevas áreas mineras, ya que las hechas hasta el momento se adelantaban en lo que hoy corresponde a la Zona Norte; esto lleva a que se amplíe la infraestructura del complejo. En 2000, Carbocol vendió su participación en Cerrejón Zona Norte a las compañías bhp Billiton, Anglo American y Glencore, las cuales se hicieron con el 50% del complejo carbonífero con esta operación y con la totalidad de este tras la venta del 50% restante por parte de Intercor, tan solo dos años después. En 2006, la Glencore vendió su participación en la compañía a la Xtrata, por lo que actualmente el complejo carbonífero es propiedad de bhp Billiton, Anglo American y Xtrata. En 2009, tras la finalización del contrato de asociación suscrito, este fue extendido por 25 años más, quedando vigente hasta el 2034. Actualmente, las exportaciones de carbón hechas por Cerrejón corresponden al 44,4% del total de las exportaciones nacionales de este mineral.4 La forma como Cerrejón se representa a sí misma dista de cómo la conciben las comunidades de la región, lo que constituye evidencia de la existencia de múltiples conflictos en torno a la explotación minera en la región, actividad económica que, lejos de representar un consenso, cons- tituye una fuente de conflictividad tanto socioambiental como territorial. Cerrejón se presenta como una empresa que se caracteriza por los que considera exitosos programas de Responsabilidad Social Em- presarial (rse)5, en el marco de los cuales adelantan proyectos como
4 Colombia es el cuarto exportador mundial de carbón térmico después de Australia, Indonesia y Rusia. 5 La Responsabilidad Social Empresarial es entendida como la capacidad de las empresas de minimizar el impacto negativo de sus acciones hacia el ambiente y la sociedad, además de anticipar y dar solución a las exigencias de las partes interesadas en sus procesos de gestión (Rivera, 2011).
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el Plan de ayuda integral a Comunidades Indígenas (paici), del cual hacen parte acciones de etnoeducación, de fomento de la producción y comercialización de artesanías, de agricultura, de mejoramiento de caprinos y de hogares comunitarios; el Programa Intercultural Bilingüe para la Preservación de la Lengua Wayuu; el Centro Etnoeducativo Kamusuchiwo´ y el Programa Becas Excelencia Cerrejón, entre otros. Considera que con la realización de estos programas, Cerrejón se pro- yecta como un «aliado clave para el progreso y el desarrollo sostenible de La Guajira» (Cerrejón, 2017). En el año 2008 creó el Sistema de Fundaciones Cerrejón, con el cual, desde su perspectiva, se pretende garantizar la efectividad y cobertura de las acciones de gestión social, promover el desarrollo sostenible y el desarrollo regional, permitiendo que las comunidades de La Guajira aprovechen los recursos generados por el carbón y se preparen para cuando estos desaparezcan; de este Sistema hacen parte la Fundación Cerrejón para el Progreso de La Guajira, la Fundación Cerrejón Guajira Indígena, la Fundación Cerrejón para el Fortalecimiento Institucional de La Guajira y la Fundación Cerrejón para el Agua en La Guajira. Aunque Cerrejón se asuma como ejemplo en términos de rse y haya recibido distinciones y reconocimientos por ello (Agencia efe, 2014), esta no es una opinión unánime y existen perspectivas críticas tanto sobre las reales intenciones de este tipo de programas como de las con- secuencias generadas por los mismos, los cuales constituyen auténticos mecanismos a través de los cuales las empresas propietarias del complejo minero pretenden lograr injerencia sobre los territorios, así como el apoyo o aquiescencia de las comunidades locales, generando hondas transformaciones en los territorios. En el marco de estas políticas de rse el Estado colombiano cede en términos de su papel como garante de derechos para trasferir dicha responsabilidad a las mineras, lo que pone en cuestión la noción de soberanía que defiende y guía su accionar, y genera transformaciones en la identidad de las comunidades étnicas y demás habitantes de la región (Iguarán, 2013). La rse se convierte en un mecanismo de legitimación de la presencia y accionar de las empresas mineras en los territorios, que, si bien se presenta como parte de una intención filantrópica, termina constituyendo una forma de enjuagar su imagen ante las críticas hechas por sus acciones.
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Tal como es planteado por Svampa y Antonelli (2009), la Responsabilidad Social Empresarial (rse) forma parte del dispositivo de legitimación e instalación del nuevo modelo extractivista, el cual es utilizado por las empresas mineras para «ampliar su esfera de acción, convirtiéndose en agentes de socialización directa, mediante una batería múltiple de acciones sociales, educativas y comunitarias» (Svampa, 2011, p. 1), consagrándose como agentes de la producción y reproducción de la vida de las poblaciones o actores sociales totales. En el caso Cerrejón, la política de rse sin duda ha constituido uno de los dispositivos de legitimación de las empresas mineras propietarias del complejo, en particular, en términos de su relación con la comunidad Wayuu, principal afectada por cuenta del proceso de explotación del mineral, de esto dan cuenta los programas men- cionados, la mayoría de los cuales se dirigen a esta población; otro de los ejes de los programas de rse se desarrolla en torno al tema ambiental, lo que da cuenta de un interés de las empresas por po- sicionar la idea de que la explotación, transporte y embarque de mineral genera impactos ambientales mínimos; su origen responde a las múltiples críticas a lo largo de la historia de este proyecto minero por sus impactos ambientales, así como por el tratamiento dado a poblaciones indígenas y afrocolombianas, por ejemplo, la asentada en la población de Tabaco. En términos de los impactos ambientales de su operación, esta compañía reconoce su existencia, no obstante se precian de generar procesos de prevención, mitigación y compensación de los mismos, así como de promover la conservación de la biodiversidad y aplicar los más altos estándares operacionales de la industria, de generar programas de control de calidad y manejo del agua, de preservación de la biodiversidad, de control y calidad del aire, de manejo de residuos sólidos, de rehabilitación y gestión de tierras, así como de educación ambiental; estas acciones son consideradas por la compañía como minería ambientalmente responsable (Cerrejón, 2017). Como resultado de estas acciones, la compañía en cuestión se precia de que su operación genera bajos niveles de ceniza y azufre en los procesos de producción, transporte y embarque del mineral, con bajos impactos sobre el ambiente y la salud de las personas.
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Para Cerrejón, el medio ambiente es asumido como “uno de los fac- tores más importantes en un modelo de negocio exitoso”. (Cerrejón, 2017), por lo que incorpora una estrategia ambiental caracterizada por asegurar el cumplimiento de las regulaciones legales y por promover las mejores prácticas ambientales en la industria minera del país. Considera que hacen minería ambientalmente responsable, previ- niendo, mitigando y compensando los impactos generados y presume de contar con múltiples reconocimientos en términos de sus procesos de gestión ambiental, en lo relacionado con salud, seguridad y trabajo social con las comunidades de su área de influencia; e incluso valora como positiva la actividad extractiva en tanto que ha permitido hacer hallazgos de fósiles. En contraposición a esta perspectiva, existen profundas críticas de las comunidades, así como de sectores académicos, en términos de los impactos ambientales de la explotación carbonífera. Dentro de las principales se señala que, pese a que Cerrejón pregone cumplir con los niveles máximos permitidos legalmente para la generación de material particulado, el material que en todo caso se emite tiene consecuencias para la salud humana, generando afectaciones especialmente a las co- munidades de los resguardos indígenas de Provincia y San Francisco y a la población de Media Luna en Puerto Bolívar (Rodríguez, s.f.). Otro de los impactos ambientales de la mina se asocia con la emisión de gases de combustión, los cuales generan óxido de azufre, nitrógeno y gas carbónico por cuenta de la ignición de los tajos de carbón abiertos, problema que se incrementa cuando hay lluvias. Así mismo, el ruido asociado a la operación de equipos afecta especialmente a la población de los resguardos de Provincial y Albania; además, la generación de vibraciones por la utilización de explosivos para la fracturación y remoción de roca y tierra ha afectado por años a comunidades como las de Papayal, Patilla, Chancleta y Tabaco. Cerrejón ha transformado completamente el uso del suelo, no solo en las zonas de excavación correspondientes a la mina, sino en la totalidad de la región, ya que se han intervenido cerca de 7.800 hectáreas, con sus consecuentes transformaciones sobre el paisaje, modificación de las dinámicas y poblaciones de la flora y fauna de la zona, cambios en los procesos de escorrentía —ya que al remover
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gran cantidad de cobertura vegetal las aguas llegan más rápido al río sin regulación de caudales— (Salas, 2004), generando alteraciones en el ciclo hidrológico de la región. Todos estos impactos han hecho que se cuestione la gestión am- biental de Cerrejón, así como la posibilidad real de existencia de una minería ambientalmente responsable, la cual este complejo se precia de realizar. Tal es el caso de Julio Fierro, quien al respecto comenta: La minería responsable es un embeleco que se han inventado las empresas y los gobiernos que las secundan, de eso no dan, no es posible hacer minería responsable, yo creo que también hay que ser honestos y es lo que le pedimos algunos al Gobierno colombiano y es si se van a sacrificar zonas, si se van a sacrificar comunidades, si se va a sacrificar la base natural de todos, pues que nos digan que efectivamente en aras del desarrollo, en aras del progreso se nece- sitan sacrificios y que hay unas comunidades que al parecer valen menos que otras, que pueden ser sacrificadas, pero minería respon- sable no existe. (Julio Fierro, en Agencia Ecologista de Investigación Tegantai, 2016)
En el mismo sentido se pronuncian Zorrilla, Sacher y Acosta (2014) quienes, desde una posición crítica frente al discurso de la minería responsable, plantean que esta actividad es contradictoria con la construcción de una perspectiva de buen vivir. Una auténtica minería responsable, en su opinión, pasa por respetar las decisiones de gobiernos y comunidades frente a la ejecución de actividades que representen riegos para su bienestar, y reconocería que en ciertas si- tuaciones o áreas no constituye la mejor forma de uso del suelo ni la mejor actividad económica, lo que está lejos de ocurrir en el contexto actual de la explotación minera que se desarrolla en América Latina. El debate acerca de la factibilidad de existencia de una minería res- ponsable continúa abierto y con seguridad constituirá uno de los ejes centrales de los debates venideros sobre esta actividad. Otro de los aspectos de los que Cerrejón se ufana es de ser una empresa de la que depende el empleo en la región, contando con 12.780 puestos de trabajo, de los cuales 6.163 corresponden a empleados directos; también valora de su propio proceso de gestión la cantidad de
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contratos que ha suscrito con proveedores de La Guajira (124 contratos) y del resto del país (446 contratos). Asimismo, resalta que su respon- sabilidad con las comunidades va más allá de la generación de empleo y de regalías, destacando su gestión social y relación con las pobla- ciones a través del apoyo de proyectos dirigidos al fortalecimiento y desarrollo sostenible regional. En este aspecto también existen perspectivas disidentes que caracterizan la minería, en general, como una actividad en la cual se generan pocos encadenamientos productivos en las zonas donde se desarrolla, lo que no repercute en términos de la generación de procesos de desarrollo territorial de largo plazo. La capacidad de ge- neración de empleo por parte de Cerrejón también es cuestionada ya que, aunque esta actividad representa el 54,4% del Producto Interno Bruto (pib) del departamento de La Guajira, tan solo representa un 2,9% del empleo que se genera en el departamento (Suárez, 2013). El hecho de asociar generación de empleo con desarrollo o pro- greso, también ha sido ampliamente rebatido en este tipo de proyectos, ya que la priorización de un sistema productivo minero por encima de los asociados a actividades como la agricultura genera hondas transformaciones económicas en las áreas de explotación, las cuales derivan en la construcción de lógicas económicas tipo enclave que profundizan la dependencia económica de los territorios con respecto a la actividad extractiva. Claramente, el desarrollo del proyecto Cerrejón representó un recambio en términos de la economía del departamento y de la región, el cual se produjo en detrimento de actividades como la agricultura, que pasó de representar el 20% del pib departamental en los años sesenta al 6,1% en 2013 (Suárez, 2013). El desarrollo es visto por complejos mineros como Cerrejón como una moneda de cambio con la que se paga a las regiones donde se hacen procesos de explotación, en dicho sentido, son dicientes las palabras de Roberto Junguito Pombo, actual presidente de Cerrejón, quien plantea: Tenemos el interés genuino por llevarle desarrollo a La Guajira. No lo podemos hacer solos, y nos toca hacerlo en asociación entre el Gobierno Nacional y los gobiernos locales, fundaciones y otras personas del sector privado. (Cerrejón evalúa plan de obras por impuestos, 2017).
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En esta declaración puede apreciarse el anterior planteamiento, así como el carácter mesiánico con el que asocian a la minería, la cual constituye, desde su mirada, una actividad providencial con la que las empresas mineras “recompensan” ciertos territorios. Otro de los ejes de debate está relacionado con las regalías produ- cidas por el Cerrejón, las cuales representan el 44,4% del total de las regalías carboníferas del país; el monto de estas corresponde al 10% del valor de la producción en boca de mina6, porcentaje que para el caso de este complejo ha representado alrededor de 5,3 billones de pesos en sus primeros treinta años de operación (Cerrejón cerraría el año…, 2016), esta contraprestación es vista por las compañías propietarias del complejo como un importante aporte en términos del desarrollo de la región y del país (Cerrejón, 2017). Esta controversia se ha profundizado debido a la adopción, por parte de Cerrejón, del plan de obras por impuestos, el cual fue avalado por la reforma tributaria del año 2016, según el cual hasta el 50% de los tributos que le corresponde pagar a este tipo de compañía puede ser reemplazado por obras de impacto regional y de beneficio para las comunidades; por cuenta de esto, la minera podría dejar de pagar 100 millones de dólares en impuestos, invirtiendo dicha suma en obras con las que a la vez mejora su imagen corporativa. Desde una mirada crítica a lo anterior, las regalías carboníferas en particular y las mineras en general, tal como se encuentran defi- nidas, no constituyen una compensación aceptable por la explotación minera hecha, en tanto que se trata de la extracción de bienes mine- rales considerados como no renovables, dados los tiempos geológicos de sus procesos de renovación; estas tampoco subsanan los enormes pasivos ambientales y sociales generados a lo largo de más de treinta años de explotación. No obstante, quizás el aspecto más polémico en relación con las regalías tiene que ver con el hecho de que estas no han representado un cambio sustancial en términos de las condiciones de vida de las comunidades del departamento y por el contrario, la minería ha incidido negativamente en la economía regional, al generar
6 En explotaciones carboníferas de menos de 3 toneladas anuales el porcentaje es del 5%.
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el debilitamiento de otros sectores económicos, como el agropecuario (Suarez, 2013). Pese a que La Guajira es uno de los departamentos que recibe mayor cantidad de regalías por cuenta de la minería, sus niveles de pobreza son lamentables, al punto de que es el segundo departamento con mayor porcentaje de personas en condición de pobreza monetaria (53,3%), después del Chocó (dane, 2016); y el 65% de la población del departamento tiene al menos una carencia en sus Necesidades Básicas. La situación es más agobiante aun en las zonas rurales del departamento, donde la población en pobreza y miseria asciende al 91% y al 80% respectivamente (pnud, s.f.).7 Otro de los aspectos polémicos está relacionado con los procesos de reasentamiento generados por el complejo Cerrejón en el trans- curso de la historia de su operación, esos son considerados por la empresa como un recurso último para la prevención y mitigación de los impactos en las comunidades y son presentados como procesos de carácter participativo en sus diversas etapas. Esta es la representación que Cerrejón hace de este tipo de procesos; sin embargo, desde una posición menos autocomplaciente y crítica, este tipo de acciones incluso contradicen la perspectiva del complejo, que se concibe a sí mismo como mitigador de los daños ambientales generados por su operación. Si bien Cerrejón denomina a estos pro- cesos con el eufemismo de reasentamientos, estos corresponden más bien a auténticos procesos de desterritorialización de población, de los cuales las comunidades étnicas indígenas y afrocolombianas han sido los principales afectados. Quizás el caso de desterritorialización más infausto que se ha vivido en el marco de las operaciones de Cerrejón es el de la población de Tabaco, por encontrarse localizada en el área de expansión del complejo donde residían 700 familias afrocolombianas que fueron desalojadas violentamente, el día 9 de agosto de 2001, tras decretarse
7 En este contexto, el departamento de La Guajira vive en años recientes una situación de crisis humanitaria, que incluso llevó a la Corte Interamericana de Derechos Humanos a dictar medidas cautelares sobre este departamento con el fin de que el Estado atendiera problemáticas como las muertes por desnutrición del pueblo originario wayuu, en particular de la población infantil; además de la falta de acceso a agua potable de las comunidades.
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la expropiación de los predios en los que residían, por ser considerados de utilidad pública e interés social por parte del Estado colombiano. Estos son tan solo algunos de los ejes en torno a los cuales ha girado la conflictividad en el caso Cerrejón; múltiples son los sujetos sociales que se han distanciado y han resistido a la perspectiva de las compañías carboníferas frente a la minería y su promocionada rse, convirtiéndose la incursión de la gran minería en La Guajira en una fuente de profundas disrupciones en la zona norte del país, las cuales se han expresado en el surgimiento de múltiples movimientos sociales que han desarrollado diversas acciones de movilización desde la llegada de Cerrejón. Algunas de las organizaciones que conforman tal movi- miento corresponden a asociaciones de afrodescendientes que fueron desplazados de sus poblaciones por Cerrejón para la implantación de infraestructura para la actividad extractiva; dentro de estas se destacan: la Asociación de Negros Cimarrones Nativos Descendientes de Patilla, la Junta Pre-reubicación de Tabaco, la Asociación de Negros Cimarrones de la comunidad de Las Casitas, la Asociación Pro-Defensa Nativos y Descendientes Desplazados del Caserío de Roche (Asorocheros); organizaciones indígenas como los resguardos indígenas Wayuu de Provincial y El Zahino; organizaciones campesinas como la Asociación de Usuarios Campesinos; sindicatos como el Sindicato Nacional de trabajadores de la Industria del Carbón (Sintracarbón); y organizaciones de mujeres como Fuerza Mujeres Wayuu. Las formas de movilización adoptadas por este conjunto de organizaciones han sido diversas, dentro de las acciones desarrolladas más recientemente se destaca el Tribunal Popular contra las Transnacionales en La Guajira, realizado el 3 y 4 de octubre de 2015 en Riohacha, que fue organizado por el Comité Guajira Resiste y los paros cívicos departamentales convocados por el Comité Cívico por Dignidad de La Guajira. Las disputas en torno a las condiciones laborales en El Cerrejón, constituyen otra fuente relevante de conflicto. Los conflictos socioam- bientales, asociados a la relación entre minería y agua, también han tenido una gran importancia en el caso en cuestión, de hecho, reciente- mente han ganado relevancia de la mano de los procesos de expansión emprendidos por las compañías propietarias. Estos conflictos serán analizados con mayor detalle en páginas venideras.
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Cerro Matoso: peligro mortal El complejo minero-industrial de Cerro Matoso se localiza en el departamento de Córdoba, más exactamente en la región del alto San Jorge, conformada por los municipios de Montelíbano, Puerto Libertador, La Apartada y San José de Uré; la mina propiamente dicha se localiza en el primero de estos municipios. La explotación es hecha por la minera del mismo nombre, de propiedad del grupo South32.8 Este complejo produce ferroníquel desde el año 1982, cuando el Estado colombiano suscribió con la bhp Billiton el contrato de concesión sobre este mineral por treinta años; en 2012, fecha de vencimiento del mismo, el contrato fue renovado por 15 años más, en un proceso que no estuvo exento de debate, y en el que incluso se llegó a discutir la legalidad del contrato inicial y la posibilidad de que una empresa nacional asumiera la explotación del níquel en la zona. Tal como en el caso de Cerrejón existen profundas controversias en torno a la actividad minera ejercida por la bhp Billiton en la zona, varias de estas son similares a las de otros proyectos mineros en ejecución. Como en el caso anterior, en términos de responsabilidad social9 de la empresa, existe un profundo debate, ya que esta com- pañía se precia de adelantar proyectos de desarrollo comunitario a través de la Fundación Cerro Matoso, los cuales desde su perspectiva, pretenden maximizar su contribución al área de influencia, así como aportar al desarrollo de la región a través de la ejecución de programas de salud, educación, agua y saneamiento, vías, desarrollo económico y sostenibilidad, desde un discurso que, como puede evidenciarse, resulta calco y copia del de Cerrejón.
8 El grupo South32 es una escisión de la minera bhp Billiton, una de las propietarias de Cerrejón, la cual fue creada ante el interés de la bhp Billiton de centrarse en sus operaciones en torno al hierro, carbón, cobre y petróleo. 9 Los montos que Cerro Matoso invierte en rse, según esta empresa están definidos por el contrato 051, donde se establece que el monto mínimo para la inversión en este rubro es del 1% de la Utilidad Anual antes de Impuestos e Intereses, o el equivalente a 2.5 millones de dólares, como promedio anual para períodos de 5 años, para los casos en donde el 1% del ebit no supere esta cifra (Cerro Matoso, 2017).
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La Fundación Cerro Matoso, instancia a través de la cual esta compañía desarrolla su política de rse, fue creada en octubre de 1981, sus áreas de intervención son cuatro: desarrollo económico, educación, fortalecimiento institucional y salud y ambiente (Fundación Cerro Matoso, 2017). Algunos de sus principales pro- gramas son: el Plan de Apoyo Educativo (pae), a través del cual se brindan auxilios educativos a niños y jóvenes de escasos recursos económicos; el Programa Labio y Paladar fisurado, por medio del cual se practican cirugías plásticas y reconstructivas a niños afectados por esta condición médica; el programa Granja Petrona, a través del cual se crían, acopian y mejoran genéticamente razas caprinas y ovinas; el parque ecológico de Montelíbano y el programa anda, a través del cual se propicia la conformación de comités de gestión comunitaria para mejorar la participación de las comunidades en su propio desarrollo. En suma, como en el caso Cerrejón, Cerro Matoso desarrolla una política de rse que termina convirtiéndolo en actor social total (Svampa, 2011), que incluso llega a remplazar al Estado colombiano en su zona de influencia a la par que intenta legitimar su presencia y accionar en el territorio. La representación altruista que Cerro Matoso hace de sí misma se contrapone a la de las comunidades indígenas de la región y a la de académicos críticos de las consecuencias de la minería, para quienes la extracción de níquel ha representado enfermedades, contaminación de las fuentes hídricas y aumento de los niveles de pobreza; en palabras de Álvaro Pardo sobre este complejo minero: “La responsabilidad social empresarial no existe, y mucho menos cuando estas participaciones surgen de donaciones recogidas de los impuestos y las regalías, es decir, de una transferencia de los colombianos” (Agencia de Noticias un, 2012, p. 1). Los efectos de la extracción de níquel sobre la salud de las personas del área de influjo de la mina también ha sido otro de los ejes centrales del debate; las principales afecciones que han sido señaladas por las comunidades que habitan en la zona, se relacionan con irritaciones en la vía aérea superior, en la conjuntiva ocular y enfermedades cutáneas. Ante esta situación, se han interpuesto a lo largo de la historia de la mina varias acciones de tutela en procura del amparo de derechos
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fundamentales, como el derecho a la salud y a un medio ambiente sano; en una de las más recientes decisiones de la Corte Constitucional al respecto, esta ordenó practicar exámenes médicos a por lo menos dos mil habitantes de la zona de influencia del complejo minero-industrial, con el fin de determinar si las enfermedades que padecen son resultado de la actividad minera (Serrano 2017); en 2016 Medicina Legal practicó los exámenes ordenados por la Corte, concluyendo que el 24,4% de la población sufre de afecciones respiratorias y el 41,3% parece de enferme- dades dermatológicas, y señalando la existencia de mayor prevalencia de estas en las zonas más cercanas a la mina. Cerro Matoso ha argüido que dichas afectaciones médicas no se deben a su actividad, ya que cumplen con las normas de calidad del aire y del agua (Rojas, 2013); así mismo, ha desestimado las conclusiones del informe de Medicina Legal por considerar que no es concluyente en términos del establecimiento de una relación causal entre la actividad minera y las afectaciones de salud de la población (Guesguán, 2017). La discusión sobre las afectaciones de Cerro Matoso sobre la salud humana de los habitantes de la región no es reciente, ya desde los inicios de su operación las comunidades indígenas advertían sobre la ema- nación de gases con partículas tóxicas por parte del complejo, las cuales generan problemas en la piel, afecciones respiratorias graves, e incluso abortos, deformaciones en recién nacidos y cáncer10 (Escobar, 2014). Esta situación llevó a que el 15 de agosto de 2014 las comunidades afectadas entablaran una denuncia penal contra Cerro Matoso s. a. por los delitos de contaminación ambiental, lesiones personales, daños a los recursos naturales, perturbación funcional del sistema respira- torio de carácter permanente y deformidad física. El debate frente a los daños a la salud humana ocasionados por la mina continúa, ya que Cerro Matoso ha desestimado las denuncias y ha negado que dichas afectaciones sean atribuibles a la extracción minera. Como en Cerrejón, otro de los grandes temas de discusión es el de la paradoja del ingreso de una importante cantidad de recursos
10 En el año 2001, la Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer (iarc) clasificó al níquel dentro del grupo a1 de los agentes cancerígenos para el ser humano, lo que da soporte a las denuncias hechas por las comunidades de la zona.
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económicos para el Estado por cuenta de su explotación, versus la po- breza y desprotección rampante de las poblaciones donde se extrae el mineral. Tal es el caso de Unión Matoso, población ubicada en cercanías del lugar de explotación, la cual es considerada la de mayor índice de miseria del país, al no contar con alcantarillado, puesto de salud ni agua potable, aparte de recibir directamente los impactos ambientales producidos por la mina. Las condiciones de este pequeño pueblo son solo el reflejo de lo que viven cientos de poblaciones en las que se de- sarrollan actividades extractivas mineras y petroleras, a quienes por décadas se les ha incumplido la promesa de “desarrollo” con la que se han iniciado los respectivos proyectos extractivos. Las compañías mineras y petroleras se escudan en que han atendido cabalmente sus obligaciones en términos del pago de regalías, además de resaltar sus programas de rse y atribuir la continuidad de la pobreza en estas zonas a la corrupción; lo cierto para estas comunidades es que la minería no ha representado una opción para el mejoramiento de su calidad de vida, más allá de lo que diga la publicidad de las compañías extractivas o la de los gobiernos promotores de esta actividad económica. Los conflictos ambientales asociados con el agua también tienen un lugar en el caso Cerro Matoso, estos serán abordados tras la pre- sentación del tercer caso propuesto para el análisis: el del proyecto aurífero La Colosa.
La Colosa: el desinfle de la locomotora minera En comparación con los dos casos anteriores, en los cuales se viene explotando el mineral desde hace más de treinta años, la selección del caso La Colosa parece extraña, ya que se trata de un proyecto minero que aún se encuentra en fase de exploración y no de explotación; no obstante, aunque en este caso los conflictos no giran en torno a los impactos ya generados por la explotación minera, no son menos importantes, sino que gozan de relevancia en razón de que las fases iniciales de este tipo de proyectos también resultan ser escenarios de disputa, en donde los actores sociales involucrados evalúan las posibles consecuencias del proyecto, tomando como referentes otras experiencias extractivas y sus consecuencias en las diferentes dimen- siones de la vida social de los habitantes de los territorios en los que
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estas tienen lugar. La Colosa constituye un proyecto emblemático tanto para los defensores del paradigma de la gran minería como motor de desarrollo y progreso, como para sus contradictores, siendo los conflictos actuales y potenciales en torno al agua uno de los ejes fundamentales en este debate. La Colosa es un proyecto de exploración aurífera ejecutado por la compañía minera AngloGold Ashanti (aga) en jurisdicción del municipio de Cajamarca (Tolima), se desarrolla a partir del hallazgo aurífero del mismo nombre, el cual fue dado a conocer públicamente a finales de 2007 por el presidente de ese momento, Álvaro Uribe Vélez. Es considerado uno de los mayores descubrimientos auríferos del planeta, con reservas estimadas de 24 millones de onzas (Agencia efe, 2012), las cuales, de ser explotadas, harían que la empresa ejecutora duplicase su nivel de producción en América. Se estima que su período de ex- plotación oscilaría entre los 15 y 25 años. El oro encontrado en La Colosa está diseminado en un área de 515,75 ha (aga, 2011), ubicadas entre los 2.650 y los 3.400 m s. n. m. (Cortolima, Corpoica, Sena y Universidad del Tolima, 2006), las cuales se localizan más exactamente en el cerro La Guala, entre las veredas La Luisa, La Paloma y El Diamante, que se encuentran 14 ki- lómetros al occidente del centro urbano del municipio de Cajamarca. Sin embargo, el área donde se localiza el mineral no es la única que formaría parte de dicho proyecto, ya que la AngloGold Ashanti tenía prevista la localización del dique de colas del proyecto en uno de los municipios cercanos a Cajamarca, más exactamente en el municipio de Piedras, hecho que generó un importante proceso de resistencia que será considerado más adelante. En los inicios del proceso de exploración, uno de los ejes centrales de la discusión en el caso La Colosa fue el de su ubicación, ya que las tres veredas asociadas al hallazgo minero se localizan en la Zona de Reserva Forestal Central, la cual fue creada por la Ley 2 de 1959, y com- prende un área de 15 km hacia el occidente y 15 km hacia el oriente de la divisoria de aguas de la cordillera central, el 79,31% del municipio de Cajamarca hace parte de dicha zrf. Esta localización resultaba y con- tinúa siendo controversial, puesto que estas Zonas constituyen figuras
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de ordenamiento territorial con fines de desarrollo de la economía forestal, de protección de los suelos, las aguas y la vida silvestre, por lo que la ley 685 de 2001 las define como excluibles de la minería, a menos que previo acto administrativo se autorice la sustracción de áreas dentro de estas Zonas para la realización de dicha actividad. La AngloGold Ashanti inició sus operaciones en el área del hallazgo minero sin haber solicitado previamente la sustracción del área de exploración, por lo que el Ministerio de Ambiente, Vivienda y Desarrollo Territorial, en 2010, le impuso una sanción económica por la que tuvo que pagar 270,4 salarios mínimos mensuales legales vigentes. Sin embargo, tras pagar la sanción impuesta, la aga obtuvo la sustracción parcial y temporal de 6,39 ha de la zrfc, en las cuales continúa actual- mente adelantando las actividades de la fase de exploración. Si bien a la aga le fue autorizada una porción mínima con respecto a la solicitada, ya que se le otorgó el permiso sobre el 1,24% del área requerida, lo que se encuentra en cuestión en términos de la localización de La Colosa en una de las zrf del país es el conjunto del ordenamiento territorial y ambiental colombiano, ya que aunque existan estas figuras de pro- tección ambiental, son susceptibles de ser afectadas por actividades de alto impacto, como las asociadas a la minería en sus diversas etapas, lo cual desdice el real cumplimiento de los objetivos con los que fueron creadas estas figuras de ordenamiento espacial. Otro de los aspectos de debate en el caso en cuestión, así como en los dos anteriores, es el del papel que ha jugado el desarrollo de programas y proyectos por parte de la compañía minera en el marco de sus políticas de rse. Aunque en el caso La Colosa, la mina aún no se encuentra en fase de explotación, los programas ejecutados por la AngloGold Ashanti son numerosos, dentro de estos se cuentan: el programa de fortalecimiento a organizaciones de base, en el marco del cual se realizan escuelas de mujeres, jóvenes y líderes de las jac; el programa de educación ambiental, a través del cual se promueven acciones para el fomento del reciclaje y se ofrece capacitación sobre temas ambientales a docentes y demás miembros de la comunidad; el programa de protección y recuperación ambiental, en el que se eje- cutan proyectos de saneamiento básico rural urbano, de construcción de viveros y de reforestación; el programa de mejoramiento de la
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infraestructura social, en el marco del cual se adelantaron obras de mejoramiento de la plaza de mercado, del estadio de futbol y de la infraestructura de las veredas de influjo del proyecto, adecuación de la planta de sacrificio animal, y construcción de obras como el aula múltiple del jardín infantil y un gimnasio público (Sánchez, 2013) entre muchos otros programas, formulados como parte de lo que consideran su responsabilidad social corporativa. Si bien en este caso, la rse no se centra en los impactos del proyecto, sus programas han cumplido un papel fundamental en términos de la justificación de la presencia de la compañía minera en el territorio, así como en la generación de un ambiente propicio para la continuidad de sus actividades de exploración y posteriormente de explotación, con- virtiéndose en un dispositivo de legitimación ex ante con respecto a la fase de extracción del mineral. El papel central de los programas de rse desarrollados por la AngloGold Ashanti en La Colosa, a diferencia de los casos de Cerrejón y Cerro Matoso, no consiste en ser un mecanismo de contención frente a la quebrantada imagen de la empresa por cuenta de los impactos socioambientales de su accionar en el territorio, sino más bien un dispositivo de seducción de la población con respecto a una actividad económica muy diferente de las que tradicionalmente han ejercido y quieren seguir desarrollando. En este punto, vale la pena resaltar, como uno de los nodos cen- trales de la disputa territorial en el caso La Colosa, el relacionado con el conflicto entre dos actividades económicas como lo son la agricultura y la minería. Ciertamente, la agricultura y la ganadería a pequeña escala han sido las actividades económicas preponderantes en el área de ejecución de La Colosa (Marín, s.f.); en el caso de Cajamarca, los principales productos agrícolas que han dado sustento a la economía de la zona, hasta antes del proyecto minero, son la arracacha, el fríjol, la arveja, la papa, el maíz y frutales como la mora, la curuba, la gra- nadilla, el tomate de árbol y el lulo; su relación con la agricultura es tan fuerte que el municipio incluso es reconocido como la despensa agrícola de Colombia (Presentación Bienvenidos a la Despensa… 2013); la ganadería a pequeña escala y la minería de aluvión son otras de las actividades de las cuales algunas de las familias cajamarcunas derivan su sustento, no obstante, el peso de estas actividades con respecto a
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la agricultura es mínimo. En el caso de los municipios de Ibagué y Piedras, los cuales también se encuentran en el área de procesamiento de la roca para la obtención del oro, la agricultura también es una actividad esencial en su economía, la cual complementan con otras como la ganadería bovina, la pesca, el turismo y, en menor medida, la explotación de hidrocarburos, efectuada en el municipio de Piedras por la compañía noruega Interoil. La minería de oro es entonces una actividad económica foránea para los municipios del Tolima vinculados a La Colosa, al punto de que no se encuentra proyectada en sus Esquemas de Ordenamiento Territorial y se contrapone con la proyección económica que estos han hecho de sus correspondientes territorios. Ante dicha situación, el municipio de Piedras adelantó, el 28 de julio de 2013, una consulta popular en la que el 99,20% de los 3007 votantes manifestó su des- acuerdo con que en la jurisdicción del municipio se realicen actividades relacionadas con la minería aurífera que afecten o limiten la vocación tradicional y agrícola del municipio. Esta consulta popular sentó un precedente fundamental, tanto para el departamento como para otros procesos de disputa existentes en torno a proyectos extractivos, ya que convirtió este mecanismo en una herramienta —tanto política como jurídica— de oposición y resistencia a este tipo de emprendimientos. En el caso en cuestión, a la consulta de Piedras le siguió la realizada en el municipio de Caja- marca el 26 de marzo de 2017, en la cual también ganó rotundamente el no a la realización de actividades extractivas en el municipio, con el 97,92 de los 9296 votantes. El alcalde de Ibagué, Guillermo Alfonso Jaramillo, ha encabezado la iniciativa de realizar una consulta en la capital departamental, la cual, aunque cuenta con aval del Consejo de Estado para su realización, ha sido suspendida y aplazada en varias ocasiones en razón de una intensa disputa que se ha abierto en torno a la pregunta con base en la cual se realizaría; sin embargo, más allá de esto, lo que se encuentra en disputa es quién decide si se realizan o no proyectos mineros de gran envergadura: los muni- cipios o la nación. Las consultas mineras realizadas en Cajamarca y Piedras, las cuales han sido suscitadas por el proyecto La Colosa, han abierto
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un significativo debate acerca de los mecanismos e instancias de la toma de decisiones frente a la realización de proyectos extractivos, convirtiéndose en un golpe político —al menos de momento— a la locomotora minera de los gobiernos neoliberales de las tres últimas décadas. Estas han sido posibles por el surgimiento de un nutrido conjunto de organizaciones sociales que han hecho de la movilización una forma de ejercicio de la territorialidad, a través de la cual se han hecho escuchar, fundamentalmente, las voces disonantes con el proyecto minero; además de las consultas, se han realizado marchas, carnavales, foros, eventos de socialización y salidas ecológicas, que han trascendido la escala local, para convertirse en un asunto de- partamental e incluso regional, ampliando así la escala geográfica de acción del movimiento social, lo que corrobora el planteamiento de Bebbington (2007), acerca de la multiescalaridad de las formas de acción colectiva en torno a conflictos mineros: Los conflictos alrededor de la minería y del desarrollo rural también han envuelto nuevas formas, generalmente más visibles, de movilización social y de acción colectiva que se dan a diferentes escalas (comunal, intercomunal, microrregional, nacional e interna- cional) de acuerdo con las circunstancias (p. 282).
Dentro de las organizaciones sociales que se destacan por adoptar la movilización social como forma esencial de su oposición a la reali- zación de proyectos de gran minería en el Tolima se encuentran: Con- ciencia Campesina, la Asociación de Productores Agroecológicos de la cuenca del Río Anaime (Apacra), la Asociación de Usuarios del Acueducto del Corregimiento de Anaime, la Unión Campesina por la Defensa del Medio Ambiente y del Territorio (ucat), Agrotu Anaime, el Colectivo Socioambiental Juvenil de Cajamarca (Cosajuca), la Fundación Vida Libre (fvl), el Comité de Acción Ciudadana para la Conservación y Protección de la Cuenca del Río Coello y sus afluentes, Emprendedores por la ecología y la Tierra (Ecotierra), las Organi- zaciones Socioambientales en Defensa del Cañón del Río Anaime (Osada), la Asociación de Usuarios del Distrito de Riego del río Coello (Usocoello), el Comité Ambiental en Defensa de la Vida y la ong Colombian Solidarity Campaign (Sánchez, 2013).
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Megaminería y agua en Colombia: un análisis de los casos en cuestión Los conflictos socioambientales asociados a las contradicciones existentes entre agua y minería a gran escala se encuentran presentes tanto en los tres casos seleccionados, como en el conjunto de los pro- yectos mineros en ejecución en el país. A continuación, se procederá a presentar los principales ejes de conflicto en torno al agua que se presentan en cada uno.
Cerrejón: agua para la minería a costa del bienestar de la población En el caso de Cerrejón, los principales los conflictos en torno al agua se relacionan con los procesos de deterioro y contaminación de fuentes hídricas superficiales y subsuperficiales generados por la explotación de carbón, modificación de los cauces de ríos y arroyos y, en general, con la poca proporcionalidad existente en términos del derecho al uso y consumo de este bien; todos estos conflictos dan cuenta de la existencia de una problemática de injusticia en torno a la distribución del agua, así como de diferentes valoraciones y prio- ridades frente a su manejo, uso y control.
Contaminación y deterioro de fuentes hídricas superficiales y subsuperficiales Uno de los principales impactos ambientales de Cerrejón se relaciona con la contaminación de las fuentes hídricas en las áreas de influjo del proyecto, en buena medida generada por la emisión de polvillo de carbón en las zonas de explotación y por su diseminación a causa del transporte del mineral en volquetas; este proceso también es generado por el vertimiento de grasas, aceites, combustibles, carbón mineral y nitrato de amonio tanto en el río Ranchería como en las demás fuentes hídricas superficiales (Urrea y Calvo, 2014). Este impacto socioambiental de la explotación de carbón es reconocido por la Corte Constitucional, la cual, en mayo del 2015 emitió un fallo a favor de 40 familias afrodescendientes, pertene- cientes al Consejo Comunitario Negros Ancestrales, localizado en los corregimientos de Patilla y Chancleta del municipio de Barrancas,
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a través del cual se ordenó al Gobierno Nacional, a Cerrejón, a la Empresa Aguas del Sur de La Guajira s. a., a la Alcaldía y a la Go- bernación departamental garantizar el acceso, la calidad y la dispo- nibilidad de agua potable a dichos habitantes. Esta decisión revocó dos sentencias contrarias a la acción de tutela presentada por la comunidad, las cuales habían sido proferidas con anterioridad por dos juzgados promiscuos locales. Para tomar su decisión, la Corte realizó diversas entrevistas en los corregimientos donde tiene asiento el Consejo Comunitario, al preguntar por las condiciones del servicio de agua en cuanto a calidad, disponibilidad y accesibilidad, las comunidades de la zona dieron cuenta en sus testimonios de que la poca cantidad de agua a la que lograban acceder se encontraba altamente contaminada por los procesos de tala y extracción de mineral en zonas más altas de la cuenca de los ríos, lo que genera plagas transmisoras de enfermedades, como los zancudos transmisores de dengue y leishmaniasis. La contaminación generada por esta explotación no es nueva, sino que se remonta en el tiempo hasta los inicios del proceso de explotación; ha generado empobrecimiento de los suelos, menoscabo de las actividades agrícolas de los habitantes, desaparición de po- blados, desplazamiento masivo de pobladores y empobrecimiento de la pesca por muerte de especies acuáticas, afectación de la fauna y flora, lo que en últimas ha puesto en riesgo la salud, los medios de subsistencia y la permanencia en la zona de la población del área de influencia de Cerrejón. Esta no se limita a las aguas superficiales, sino que además afecta las fuentes de agua subterráneas, existiendo, según Rodríguez (s.f.), efluentes con trazos de nitrato de amonio procedentes de los explosivos utilizados para la voladura de tierra y roca; esta situación es extremadamente problemática, pues los pozos son la principal fuente de abastecimiento de agua para la mayor parte de las poblaciones del departamento. Producto de la elevada contaminación producida por el complejo minero, en el año 2006, la Corporación Autónoma Regional de La Guajira (Corpoguajira), suspendió a través de una medida preventiva, las operaciones de cargue y descargue hechas por Cerrejón en Puerto Bolívar en el municipio de Uribia, esto tras constatar la contaminación
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sobre las aguas y el aire ocasionada por el polvillo de carbón en zonas aledañas al puerto. Dicha suspensión fue levantada cuatro días después de su emisión, tras la validación por parte de Corpoguajira de un plan de medidas adicionales elaborado por Cerrejón, con el cual, según su perspectiva, logró bajar la emisión de partículas hasta ubicarse un 36% por debajo de los límites máximos permitidos por la ley (Cerrejón, 2017); no obstante, la contaminación de las fuentes hídricas y del aire por cuenta del polvillo sigue siendo resaltada por las comunidades como uno de los conflictos socioambientales más importantes del departa- mento, por lo que la problemática va más allá del cumplimiento de los límites legales por parte del Complejo. Además de la contaminación, otra de las grandes afectaciones oca- sionadas por Cerrejón está asociada al deterioro e incluso desaparición de fuentes hídricas en el departamento, siendo el río Ranchería y su cuenca el más afectado por la continua deforestación e intervención del área. Como producto de la explotación minera, se han secado o están en proceso de desecamiento arroyos y cañadas tributarias del Ranchería, como el arroyo Oscuro, el Bartolico, la cañada la Reserva, arroyo San Vicente, Araña de Gato, la Pobrecita, la Latica y Bejucalito (Rodríguez, s.f.). En el caso de las fuentes hídricas que por fortuna no se han secado, la calidad de sus aguas se ha visto diezmada (Urrea y Calvo, 2014) haciendo que no sean aptas para el consumo humano y agravando las extremas dificultades de la población para acceder a este bien funda- mental para la vida, esto se traduce en incremento de los índices de pobreza y de miseria, así como en la profundización de los procesos de segregación socio-espacial de las poblaciones más empobrecidas por cuenta de la explotación minera
Modificación de cauces de arroyos y ríos La introducción de cambios en los cauces de los arroyos y ríos del departamento de La Guajira es otro de los focos de conflicto socio- ambiental generados por la explotación carbonífera; aunque quizás el caso más reciente y sonado es el del arroyo Bruno, dichas desviaciones se vienen realizando desde hace décadas, tal es el caso del arroyo Aguas Blancas, el cual fue desviado a comienzos de los años noventa, con
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consecuencias ambientales lesivas, ya que este terminó por secarse, generando procesos de desertificación en la zona (Censat, 2016a). La propuesta de modificación del cauce del río Ranchería hecha por Cerrejón, surge en el contexto de la ejecución del Proyecto de Expansión Iiwo’uyaa, formulado por la minera, el cual pretende explotar nuevas reservas de carbón que se encuentran ubicadas bajo el cauce actual del río, con lo que el Complejo duplicaría el volumen de su producción. Según Cerrejón (2011), esta ampliación generaría 4.300 nuevos empleos directos durante el período de construcción y 5.000 durante el tiempo de explotación. Este proyecto contempla, además, la construcción de nueva infraestructura portuaria y de transporte, así como la apertura de dos tajos más11 y de dos zonas nuevas para la disposición de material estéril, las cuales se proyectan en Palmito Sur y Palmito Norte. La modificación del cauce del río Ranchería, principal fuente de agua dulce de la región, es para Cerrejón el cambio más importante a realizar en el marco de su proyecto de expansión, por cuenta suya se desviarían 26 kilómetros del cauce del río hacia el sureste, lo que les permitiría acceder a los nuevos hallazgos, para cuya explotación se necesitaría, además, la construcción de un reservorio de agua y de una presa, aguas arriba de la mina, más exactamente en la convergencia de los ríos Mapurito y Palomino en el municipio de Barrancas. La excavación de los nuevos tajos, tal como es reconocido por el mismo Cerrejón (2011), generaría importantes impactos ambientales, ya que con estos se “penetraría el acuífero aluvial del río Ranchería, causando una reducción del agua subterránea en las proximidades inmediatas” (p. 20). El proceso mismo de desviación del río gene- raría afectaciones sobre la calidad del agua, dada la duplicación de la carga sedimentaria del mismo, produciendo impactos sobre los ecosistemas; no obstante, Cerrejón asume que dichos impactos son temporales en razón de que desarrollarían planes de mitigación para su contención. La propuesta de desviación del río fue vehementemente rechazada por las comunidades de La Guajira, en particular por las directamente
11 Estos implicarían remover 3.700 millones de metros cúbicos de tierra y roca y cubrirían un área de 27.430 hectáreas.
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afectadas, por sectores académicos, sindicales y sectores políticos, los cuales dieron origen a la iniciativa de articulación intersectorial deno- minada Comité Cívico en Defensa del Rio Ranchería y el Manantial de Cañaverales y las Regalías, el cual desarrolló una intensa campaña de denuncia frente a las consecuencias que traería para el departamento y la región el desarrollo de dicho proyecto en favor de la industria extractiva. Aunque Cerrejón abandonó temporalmente la iniciativa de desviar el río Ranchería bajo el argumento de la caída de los precios inter- nacionales del carbón, continúa con la idea de mantener su nivel de producción carbonífera a través del acceso a lugares no explotados dentro de sus tajos activos, como lo es el tajo La Puente, área a la que según la minera no es posible acceder sin generar el desvío del arroyo Bruno 700 metros al norte con respecto a su cauce actual, esta fuente hídrica transcurre entre los municipios de Albania y Maicao y es uno de los principales afluentes del río Ranchería. Cerrejón caracteriza esta como una obra necesaria para evitar que la extracción de carbón caiga en tres millones de toneladas al año, advirtiendo las implicaciones que tendría este hecho en términos de reducción del empleo, de las regalías y de la contratación (Cerrejón, 2017). La postura de los sectores congregados en torno al Comité Cívico es contraria a la realización de esta modificación del cauce del arroyo, dadas sus consecuencias a mediano y largo plazo en términos de la disponibilidad del agua en la región, dadas las transformaciones que generaría sobre el régimen hídrico de la zona y sus consecuentes im- pactos sobre la disminución de los caudales de las fuentes hídricas. Esto afectaría las dinámicas naturales del bosque seco tropical de la zona, así como la dinámica geomorfológica del arroyo y acciones ingentes y permanentes de operación, manejo y remplazo, sobre cuya continuidad existen dudas tras la terminación del proyecto. Los tres permisos otorgados por Corpoguajira a Cerrejón para la modificación del cauce del arroyo Bruno constituyen, a criterio de Censat (2016b), auténticos avales para fragmentar la conectividad ecosistémica de la Serranía del Perijá, el río Ranchería y los Montes de Oca, para exponer a la superficie las aguas subsuperficiales de la zona —las cuales justamente se han mantenido por dicha condición—, así como para deforestar el bosque seco tropical, uno de los ecosistemas más amenazados del país.
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La desviación del arroyo Bruno fue aprobada por Corpoguajira y la Agencia Nacional de Licencias Ambientales (anla), mas hoy por hoy se encuentra detenida debido un fallo del Consejo de Estado, proferido a finales de 2016, el cual ordenó al Ministerio de Interior y a Cerrejón realizar un proceso de consulta previa con 27 comunidades étnicas que no fueron tenidas en cuenta para emprender el proceso de desvío del arroyo, dando para esto un mes de plazo; la única comunidad con la que inicialmente Cerrejón adelantó consulta es la de Campo Herrera, la cual fue hecha en 2015. Esta situación ha dado un respiro a las comunidades y demás sectores que se oponen al cambio en el cauce de esta fuente hídrica, no obstante, estos se mantienen en alerta ya que Cerrejón no ha renunciado a dicha apuesta y de hecho la desviación propuesta hace parte de su plan integral de expansión minera, el cual contempla una segunda modificación de 9,3 kilómetros que sería realizada en 2020, además de cambios en el cauce de otras fuentes hídricas como los arroyos Cerrejón y Tabaco, y del mismo río Palomino (Censat, 2016b).
Acaparamiento de agua: injusticia hídrica e injusticia social El acaparamiento es una de las principales problemáticas asociadas con este proyecto, y se encuentra relacionado no solo con procesos de concentración de tierras sino de aguas, generando lógicas de distri- bución desigual del derecho al uso, consumo y aprovisionamiento de este bien común, lo que redunda en el acrecentamiento de la injusticia social estructural de dicha región del país. Este proceso se caracteriza por la prioridad y los privilegios que se han otorgado a la actividad extractiva y con ella al complejo minero Cerrejón, en términos del acceso a las aguas —ya de por sí escasas en el departamento—, lo que ha ido en detrimento de la garantía del derecho de las comunidades a acceder, utilizar y usu- fructuar dicho bien. Este acaparamiento de aguas, así como de los demás cambios introducidos por Cerrejón, en función de garantizar el manteni- miento o expansión de sus niveles de producción, han transformado territorialmente el departamento de La Guajira, convirtiéndose incluso en factores que agudizan los procesos de sequía que cada vez se hacen más intensos y frecuentes, afectando otras actividades económicas
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como la pesca, la agricultura, la ganadería y, con ello, la seguridad y soberanía alimentaria de las comunidades; dichos cambios han sido puestos de manifiesto por Urrea (s.f.) al comentar que: En los pueblos guajiros, como lo manifiestan tanto los cabildos gobernadores indígenas como los líderes y lideresas afrodescen- dientes, y de acuerdo a la transmisión de conocimiento de los ma- yores, las tierras eran fértiles y productivas, se cultivaba teniendo en cuenta la seguridad de la llegada de las lluvias y la provisión de aguas del Río Ranchería, del que incluso recuerdan sus aguas cristalinas. Otra de las actividades comunes era la pesca en los arroyos cercanos y en el Ranchería, y el pastoreo asociado a las bondades de las zonas ribereñas de los ríos y arroyos.
La injusta distribución del uso de las aguas, la mayoría de ellas enfocadas en la actividad minera, se evidencia en la desproporción existente entre las descomunales cantidades de agua usadas por Cerrejón y la cantidad a la que efectivamente acceden las comunidades: en tanto Cerrejón utiliza 17 millones de litros diarios para intentar controlar el polvillo de carbón —tanto en la mina como en su proceso de transporte y embarque—, el consumo promedio de una persona al día en la alta Guajira es de 0,7 litros de agua sin tratar, cantidad que está muy por debajo de los estándares para una vida digna, correspondientes a los cincuenta litros de agua diarios, establecidos por la Organización Mundial de la Salud (Urrea, s.f.). La gravedad de dicha situación se hace mucho más acuciante, dado que el contexto geográfico donde se realiza la explotación carbonífera corresponde al departamento de La Guajira, el cual registra los promedios anuales más bajos de precipitación del país, con tan solo 300 mm/año, presenta el menor 12 rendimiento hídrico del país con 127 l/s/km2 y es considerada como una zona altamente deficitaria de agua (Asociación Mundial del Agua y Comisión Económica para América Latina, 2000). A esta grave situación de acaparamiento se suma la contaminación y el desecamiento de fuentes hídricas, configurando en su conjunto un panorama de injusticia hídrica en el departamento, ya que la mayor
12 Litros por segundo por kilómetro cuadrado.
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cantidad de agua es aprovechada para uso minero por parte de Cerrejón, mientras que la mayoría de la población se encuentra privada de este bien, situación que pone en riesgo la vida de miles de personas. Cerrejón se presenta a sí mismo como un actor preocupado por la seguridad, en términos del abastecimiento y cuidado del agua, por lo que en el contexto de sus políticas de rse creó la Fundación Cerrejón para el Agua, la cual representa el problema del agua de La Guajira como un asunto natural, asociado con condiciones de aridez del departamento, con el Fenómeno del Niño y con el avance del cambio climático, a la vez que intenta posicionarse como un actor que genera soluciones ante la escasez de este bien. No obstante, Fundación Cerrejón para el Agua no reconoce en ningún momento la existencia de lógicas de acaparamiento e injusticia en torno a este bien, por lo que tampoco se considera un actor responsable de dicha escasez. Al contrario, destaca el uso eficiente y racional que dicen hacer de esta, recalca que el 90% del agua que emplean es de baja calidad y mencionan que tan solo captan el 16% del volumen total que les ha sido autorizado (Cerrejón, 2017); así mismo, publicita iniciativas propias como el Tren del agua, con- sistente en la incorporación de algunos vagones cargados con agua en el tren donde se transporta el carbón, con el objetivo de abastecer con este líquido vital a la alta Guajira (El “Tren del agua” que recorre la Guajira, 2016). Todos estos son auténticos intentos de Cerrejón por zanjar el debate frente a su responsabilidad por la falta de disponibi- lidad de agua en la región para usos diferentes al minero. Nuevamente, como en el caso de la contaminación por polvillo de carbón, el debate trasciende los límites legales permitidos, pues aunque incluso cumpla con las condiciones de legalidad establecidas por el marco jurídico colombiano, este mismo ordenamiento legal está siendo cuestionado, ya que claramente favorece el extractivismo minero aún por encima de los derechos fundamentales de la población.
Cerro Matoso: cuando el agua se transforma en veneno En el caso Cerro Matoso, los conflictos socioambientales ligados al agua se encuentran asociados fundamentalmente con la contami- nación de las fuentes hídricas de la región del alto San Jorge y sus efectos sobre las diversas formas de vida, así como con las dificultades
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para el acceso al líquido vital que tiene la mayoría de las poblaciones de la zona.
Contaminación de las fuentes hídricas En el caso Cerro Matoso, la contaminación es uno de los principales conflictos socioambientales generados por la explotación minera. Esta se ve reflejada tanto en los suelos, como en el aire y las aguas de la región. La principal fuente de contaminación de las aguas superficiales y sub- superficiales es la escoria o polvo sobrante del proceso de purificación del ferroníquel, la cual llega a ríos, arroyos y quebradas por efecto de las lluvias y de los procesos de escorrentía que se producen desde las laderas del Cerro, lugar donde la minera arroja diariamente cientos de toneladas de este material. Esta situación trajo como consecuencia la imposibilidad de consumo de sus aguas por parte de los habitantes de la región; en palabras de Escobar (2014), desde mediados de la década del noventa prácticamente les fue prohibido bañarse en las aguas de los ríos y de sus afluentes puesto que de hacerlo sufrían consecuencias de salud inmediatas, como reacciones alérgicas en la piel. Además de estas afectaciones, en la zona se han presentado otras afectaciones de salud —por ejemplo, incremento en el número de abortos y de los casos de cáncer—, las cuales, en criterio del cacique mayor del Resguardo Zenú, Israel Aguilar, se encuentran relacionadas con el consumo de aguas con altos niveles de elementos tóxicos. Para el cacique, la bhp Billiton no fue clara desde un inicio al explicar las consecuencias de la producción de ferroníquel, por lo que ha soli- citado los estudios técnicos de las fuentes hídricas de la zona para ver el alcance de la contaminación de las aguas; ante dicha solicitud, «un funcionario me dijo que el único elemento de concentración elevada en el agua era el zinc y que era normal. Sin embargo, nosotros sabemos que eso no es así» (Zuluaga, 2013). Ante esta situación, los habitantes de poblaciones como Pueblo Flecha, Puente de Uré y Boca de Uré tuvieron que empezar a cavar pozos para extraer agua apta para el consumo humano y para su aseo personal. No obstante, el material tóxico también se ha infil- trado en el subsuelo, contaminando los únicos afluentes de agua de la que se proveen los locales: los pozos subterráneos (Escobar, 2014).
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Adicionalmente, con la lluvia, la escoria que Cerro Matoso arroja de la mina escurre a las canaletas y a los tanques de agua de consumo, lo que también contamina los reservorios de agua de la población. Cerro Matoso niega la producción de escoria y recalca que «en sus treinta años de operaciones, no ha recibido nunca una sanción por incumplir la legislación ambiental colombiana» (Cerro Matoso: mina rica, pueblo pobre, 2012); tal como en La Guajira, en este caso el argu- mento del complejo minero es contraevidente y acude al pretendido cumplimiento de los mínimos legales como forma de legitimación de sus actuaciones en términos ambientales. Al igual que en el caso Cerrejón, Cerro Matoso se presenta como un complejo minero al que no le es ajena la problemática del agua en la región, de hecho, se precia de desarrollar acciones para favorecer su abastecimiento, como la Alianza por lo Social para el Alto San Jorge, suscrita con el Departamento para la Prosperidad Social y las alcaldías de Puerto Libertador y San José de Uré. Según Cerro Matoso (2017), en el marco de esta se mejoraron los sistemas de abastecimiento del agua potable de 13 comunidades, con el fin de que no dependan de los pozos; se destacan testimonios como el del Gobernador Indígena Eluvin Camargo, según el cual: Tras muchas gestiones con las administraciones municipales y departamentales sin tener respuesta positiva, encontramos en Cerro Matoso un socio comprometido para sacar adelante esta ilusión de la comunidad. Hoy, gracias a Dios, tenemos abundancia de agua y una súper calidad de vida. Los beneficios fueron todos y ya la gente no tiene que cargar el agua con pimpinas o botellas. (Cerro Matoso, 2017)
Sin embargo, este no es el sentir general de las comunidades de Montelíbano, quienes identifican a Cerro Matoso como el actor que ha contaminado las fuentes hídricas de la región, convirtiéndose incluso en un motor de desplazamiento de población por cuenta de la filtración de elementos tóxicos a través de la escoria.
Falta de acceso a agua potable Pese a que la explotación de níquel lleva más de treinta años en la zona, la mayor parte de las comunidades del alto San Jorge no
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cuentan con servicio de alcantarillado ni con agua potable, hecho que cuestiona los argumentos de quienes defienden esta actividad en razón del desarrollo al que dice estar asociada. Así, adquiere sentido el conocido proverbio de los mineros chilenos, “pueblo de mina, pueblo de ruina”, ya que los réditos económicos de esta actividad represen- tados en las regalías no se han traducido en el mejoramiento de las condiciones de vida de la población. Ni siquiera los trabajadores de la mina cuentan con agua potable, ya que el agua de consumo en la planta es extraída del Cerro, por lo que contiene minerales tóxicos como hierro, cobalto, níquel, saprolita verde y café y azufre (Cerro Matoso: mina rica, pueblo pobre, 2012). Esta situación contradice el carácter de derecho fundamental del agua en la región, ya que el Estado no ha sido garante del mismo para los habitantes de la zona, ni antes de la llegada del proyecto Cerro Matoso ni después de esta. Como en el caso Cerrejón, aquí también se abre el interrogante sobre cuál es el destino real que se da a las regalías que obtienen los departamentos y municipios productores de mineral, ya que en los dos casos las condiciones socioeconómicas de los pobladores de la zona son de completa vulnerabilidad y la minería no ha sido, en ninguno de los casos, un motor en términos de su superación, sino al contrario un factor de empobrecimiento.
La Colosa: ¿agua para la minería o agua para la agricultura? El caso La Colosa es particular con respecto a los dos anteriores puesto que aún no ha iniciado su fase de explotación del mineral; no obstante, los posibles conflictos socioambientales en torno al agua que se generen por cuenta de la extracción aurífera han sido uno de los principales ejes del debate que se libra en torno suyo y a su continuidad. De hecho, algunos de los principales argumentos a favor de la interrupción de este proyecto minero se relacionan con los im- pactos que la etapa de exploración tiene sobre la calidad de las aguas, con la posible contaminación de las mismas por el uso de sustancias como el cianuro en el periodo de extracción y con la transformación del uso del agua en favor de la minería y en perjuicio de las actividades agrícola y pecuaria, realizadas tradicionalmente en los municipios de influjo del proyecto minero.
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Alcance de los impactos de la etapa de exploración sobre las aguas En el caso La Colosa, a diferencia de Cerrejón y Cerro Matoso, el debate sobre los impactos del proyecto inició mucho antes de em- pezar a extraer el mineral. Las organizaciones sociales de la región, así como los demás actores críticos del proyecto, no solo han posi- cionado la discusión acerca de los impactos de la explotación, sino sobre los efectos que tienen lugar incluso en el marco de la ejecución de actividades propias de la fase de exploración, en la cual aún se encuentra La Colosa. Aunque la mayor parte de los actores sociales relacionados con el proyecto reconocen la existencia de impactos incluso en esta etapa, al- gunos como la AngloGold Ashanti matizan su importancia, su escala de ocurrencia, y el nivel de afectación que generan. Esta compañía considera que durante el desarrollo de las perforaciones en la vereda La Luisa se prevé la generación de impactos ambientales pero en magnitudes muy pequeñas, estos se relacionan con el aumento de la sedimentación en los cuerpos de agua, cambios en la calidad físico-química de las aguas, afectación de la dinámica de cuerpos de agua subterráneos y superficiales, procesos de colmatación, disminución del caudal, modificación del drenaje natural y variación de los niveles freáticos (aga, 2010); de modo que, aunque reconoce la existencia de impactos sobre las aguas, aun en la fase de exploración, tiende a disminuir su importancia, al afirmar que es posible su plena mitigación, e incluso llega a poner en duda la ocurrencia de algunos de estos; así mismo, asume que dichos efectos se circunscriben a áreas muy específicas, por lo que son de fácil manejo. En contraposición a esta perspectiva de la minera, las organiza- ciones sociales de Cajamarca, Piedras e Ibagué, además de la autoridad ambiental regional Cortolima han planteado que los impactos de las actividades de exploración sobre las aguas son mucho mayores de lo que reconoce la AngloGold. Lo cierto es que, aunque existen discusiones acerca de la dimensión de los impactos de la fase de exploración sobre las aguas de la zona, la totalidad de los actores reconocen su existencia. Este es un hecho relevante puesto que contribuye a las actuales y futuras discusiones en torno a la minería como una actividad que menoscaba ambientalmente los territorios, incluso desde sus fases iniciales.
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Contaminación de las fuentes hídricas La posible contaminación de las fuentes hídricas de los municipios de Cajamarca, Ibagué y Piedras por cuenta de la extracción aurífera es una de las principales preocupaciones frente a la continuidad de La Colosa. La contaminación se produce puesto que en el proceso de separación de la roca del mineral se utiliza cianuro, compuesto químico que incluso en pequeñas proporciones llega a ser letal para los seres humanos, esta inquietud se agudiza dada la localización del proyecto en una zona de gran importancia hídrica para la región, tal como lo plantea García (2010): El marco geográfico de La Colosa es la llamada estrella hídrica del Tolima, una zona de 160 nacientes de agua, y la cuenca del río Coello, así como los ecosistemas que los sustentan: páramos, bosques de niebla y zonas forestales protectoras y productoras (p. 60).
Teniendo en cuenta que la mina se localizaría en la cuenca del río Bermellón, de la cual toman sus aguas múltiples acueductos arte- sanales que proveen del líquido a los pobladores de las zonas rurales de Cajamarca, existe inquietud sobre la posible disminución de los caudales de las quebradas y ríos conformantes de esta cuenca, así como por el probable aumento de sus niveles de contaminación, lo que pondría en riesgo la calidad del agua para consumo humano en la zona, e incluso la posibilidad de la continuidad de dicho uso. La cuenca del río Bermellón cuenta con la mayor producción y oferta hídrica de la cuenca del río Coello y de esta depende el cultivo de 257,99 hectáreas de café, de 250,84 hectáreas de hortalizas y de 39,93 hectáreas de frutales; así como el consumo hídrico de más de 10.000 cabezas de ganado bovino, de 9.327 pobladores de los centros urbanos y de 7.154 habitantes de zonas rurales (Cortolima, Corpoica, Sena y Universidad del Tolima, 2006). Así mismo, considerando que la cuenca del Bermellón hace parte de la cuenca mayor del río Coello, la intranquilidad frente a la posible contaminación de las aguas aumenta, ya que de las aguas de este último se abastecen 538.378 habitantes de la ciudad de Ibagué y de los municipios de Coello, Espinal y Cajamarca. Ante esta situación, la Asociación de Usuarios del Distrito de Riego del
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Río Coello (Usocoello)13 ha manifestado su inquietud por la posible afectación del caudal del río Coello por cuenta de la ejecución de La Colosa, debido a la remoción de la cobertura vegetal existente, a la afectación de los nacimientos y afluentes que hacen parte de la cuenca y a la utilización de químicos como cianuro, los cuales, por percolación y lixiviación, pueden afectar el ambiente y las personas (Cardoso, 2009). La preocupación por la posible contaminación del agua, aunque se originó en el municipio de Cajamarca —por ser el lugar donde se localiza la mina—, se ha trasladado a múltiples municipios que captan sus aguas del río Coello o de alguno de sus afluentes. Uno de los municipios que ha manifestado mayor inquietud es Piedras, ya que, como se mencionó anteriormente, la AngloGold Ashanti ha proyectado allí la construcción de los diques de colas de La Colosa. La inquietud, en este caso, además de la contaminación directa de las fuentes hídricas, se relaciona con los riesgos que revisten este tipo de construcciones, al ser su función almacenar los residuos tóxicos de la extracción del mineral. La preocupación de los habitantes de Piedras sobre la localización de las presas de relaves o diques de colas de La Colosa en su territorio tiene fundamento, ya que en otras explotaciones mineras, las sustancias químicas que estos contienen, en condiciones de normal funcionamiento han generado contaminación de las aguas y de los alimentos por infiltración de sustancias químicas en los suelos, así como serias afectaciones para la salud humana; los daños causados se incrementan exponencialmente en casos de desborde o colapso de este tipo de infraestructura, tal como se demostró con el desbordamiento del dique de colas de la mina de oro de Baia Mare en Rumania en el 2000, con la ruptura del de la mina de oro y cobre de Mount Polley en Canadá en 2014 o con el colapso de la piscina de relaves de la minera Samarco en Minas Gerais (Brasil) en 2015, todas ellas con nefastas consecuencias ambientales (Segura, 2017).
13 Usocoello es una asociación constituida con el fin de administrar, operar y conservar el distrito de riego del río Coello. Este distrito tiene una extensión total de 63.200 hectáreas y abastece de agua a los municipios de Espinal, Guamo, Flandes y San Luis, de sus aguas depende una importante porción de la producción arrocera del departamento del Tolima (Usocoello, 2013).
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La AngloGold Ashanti niega que vayan a existir afectaciones de calidad o cantidad en el recurso hídrico, mientras responsabiliza a los habitantes de Cajamarca de la existencia de […] desperdicios por parte de la comunidad, que utiliza el agua del acueducto para lavar carros, regar grandes jardines y lavar la ropa sin que se cierre el grifo durante horas, ya que el cobro de la tarifa depende de un costo fijo, debido a que no hay contador para medir el consumo. (aga, 2010)
De la mano de lo anterior, AngloGold Ashanti ha argumentado que debe mejorarse el manejo de este recurso, por lo que impulsó la creación de la Mesa del Agua del departamento: al igual que en el caso de Cerrejón y en el de Cerro Matoso, la empresa minera intenta deslindarse de cualquier responsabilidad que se le endilgue en tér- minos de las afectaciones sobre las aguas generadas por su actividad extractiva, presentándose a su vez como un actor comprometido con el cuidado de los cuerpos hídricos de la región.
Cambio de uso del agua en favor de la minería En este caso, un importante eje de la discusión es el de los cambios que, por cuenta de la ejecución de La Colosa, se introducirán en las prioridades de uso del agua en la región, las cuales se desplazarán de la agricultura y la actividad pecuaria hacia la minería. La minería a gran escala, tal como lo comentan Svampa y Anto- nelli (2009) no solo requiere la utilización de sustancias tóxicas que afectan el medio ambiente y generan enormes pasivos ambientales, sino que también implica un uso desmesurado de recursos como el agua y la energía. Se estima que, durante su vida útil, La Colosa requerirá entre 9 y 24 billones de metros cúbicos de agua para la separación del mineral de la roca, de modo que, como es previsto por Moran (2009): “inevitablemente para el proyecto se utilizará una cantidad enorme de agua y puesto que la región se caracteriza por la cosecha de granos, existe un conflicto potencial”. Este conflicto entre la minería a cielo abierto y las actividades económicas que, hasta el momento, han constituido la base de la es- tructura económica y social del departamento del Tolima constituye
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el núcleo central del conflicto por la producción del territorio en el área asociada al proyecto La Colosa (Sánchez, 2013). En este contexto, el agua es un bien claramente contendido por estos dos modelos de desarrollo territorial, es un bien en disputa, frente al cual existen intereses que pretenden su uso en función de la minería aurífera o, de otro lado, en función de la continuidad de su uso para actividades agrícolas y pecuarias. Si bien actores como la AngloGold Ashanti consideran que no existe una contradicción entre agricultura y megaminería y que el agua no se encuentra sujeta a disputa; de otro lado, se resalta que el uso intensivo del agua que requiere la minería a gran escala tendrá impactos negativos en la agricultura de los municipios asociados a la cuenca del río Coello. La operación de La Colosa requerirá más agua que la demandada para fines de consumo doméstico en todo el de- partamento del Tolima (Colombia Solidarity Campaign, 2013), hecho que representa la desproporción —implícita en este tipo de proyectos extractivos—, en el uso de este bien. La preocupación por el posible acaparamiento de agua en función de la minería, tiene su fundamento en otras experiencias de minería a gran escala, incluso como las del Cerrejón y Cerro Matoso, las cuales evidencian las aciagas consecuencias que tiene el privilegio del uso de este bien vital en función de la minería y en menoscabo de la garantía de su uso para consumo de los seres vivos.
Conclusiones Pese a lo disímiles que puedan parecer los proyectos mineros analizados, existen considerables similitudes entre ellos en términos de los conflictos en torno al agua que se producen durante su ejecución: la contaminación de fuentes hídricas, tanto superficiales como subsuperfi- ciales; los cambios de prioridad en términos de su uso en detrimento de actividades económicas diferentes a la megaminería; el empobrecimiento de las comunidades en las cuales se desarrollan proyectos extractivos; la injusticia, ambiental, hídrica y social, constituyen rasgos comunes a la lógica extractiva que subyace a todos ellos. Así mismo, en todos los casos se evidencia la existencia y con- traposición de valoraciones diferentes frente al agua: de un lado,
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las asociadas a una perspectiva fundamentalmente económica, desde las cuales se prioriza la utilización del agua en favor de la realización de actividades extractivas —aún a costa de que en razón de su acapara- miento los pobladores de las respectivas regiones ven considerablemente disminuida su cantidad y calidad, e incluso se les prive del acceso a este bien—; desde otras perspectivas, el agua es considerada como un bien asociado a la vida, cuyo manejo no puede ser sometido al mercado como cualquier mercancía, y por lo tanto el acceso a esta, en cuantía suficiente y calidad adecuada, es un derecho que debe ser garantizado por el Estado. Lo anterior da cuenta de que el agua no es un elemento de la naturaleza despojado de valor o frente al cual existen posiciones o intereses neutrales, sino un elemento politizado que cada vez adquiere mayor importancia en razón de las disputas que en torno suyo tienden a proliferar, tal como lo señala Bordalo (2008). En el contexto del de- sarrollo de proyectos extractivos, la disputa por el agua hace parte de los conflictos territoriales que estos generan, ya que las desproporcio- nadas cantidades de agua que requiere la extracción y procesamiento de los diversos minerales hace de su acaparamiento un tema nodal. Tal como es planteado por Swyngedouw (2004), «los mecanismos de acceso y exclusión del agua establecen relaciones patentes de poder económico político y posiciones de poder social y cultural» (p. 2), por lo que el acaparamiento de la misma por parte de las mineras, se convierte en un factor de poder crucial que inclina la balanza a su favor, lo que acompañado de los programas de rse en torno al agua refuerza las lógicas y las relaciones de dependencia en torno a las industrias extractivas. Así mismo, las evidencias de que existen procesos de conta- minación que no logran ser mitigados por las empresas mineras son vivenciados por las comunidades de las regiones extractivas como conflictos socioambientales de primer orden, ya que afectan sus posibilidades de pervivencia en el territorio, su salud e incluso sus vidas, además de constituir auténticas amenazas para su sos- tenimiento al acabar con otras formas de economía diferentes a la representada por la minería. Al respecto, el discurso de las diversas compañías mineras es el mismo: su objetivo es el cumplimiento de los límites legales de contaminación y en este discurso legitimador de su
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accionar se escudan para no asumir mayores responsabilidades frente al deterioro ambiental que en todo caso causan. El debate frente a la contaminación de las aguas, del aire y de los suelos va más allá de la dicotomía legal-ilegal, este es tan evidente en casos como Cerrejón y Cerro Matoso que incluso conmina a discutir si el hecho de que no se superen los límites definidos por la ley es garantía de un ambiente sano para las comunidades que habitan y construyen las zonas de influencia de la megaminería. Los paisajes hídricos (Swyngedouw, 2004) propios del extracti- vismo minero develan las relaciones de poder desiguales que existen en los territorios donde se desarrolla esta actividad, los desequilibrios en términos del aprovisionamiento, control, acceso y uso del agua son evidencia de la existencia de niveles diferenciados de apropiación del territorio, en el contexto de los cuales las compañías mineras —al lograr mayor poder económico y político ante el aprovechamiento de los marcos jurídicos e institucionales que les son favorables—, han logrado una transformación sustancial, tanto de la geografía física como de la geografía humana de las zonas mineras, y no precisamente en favor de lógicas de justicia socioespacial, sino profundizando claramente los desarrollos geográficos desiguales que de antemano existían en dichas regiones.
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Hidroeléctricas, represas y control territorial
Reconfiguración territorial y apropiación del agua: construcción de la represa Chivor, Colombia
Martha Correa-Casas Grupo Cultura y Ambiente Universidad Nacional de Colombia
Tal vez el único paisaje que nunca he encontrado ni demasiado elocuente, ni demasiado mezquino, sino hecho a la medida de mi imaginación, es este del Valle de Tenza. Mendoza (1964, p. 169)
Introducción El Valle de Tenza fue una de las regiones elegidas a mediados del siglo xx por la proyección ingenieril en Colombia, para la consoli- dación de la oferta de energía eléctrica en el país. Allí se proyectó lo que sería una de las obras más grandes e importantes para la época, una hidroeléctrica que pretendía cubrir una parte significativa de las crecientes demandas de energía, representadas tanto por el sector industrial como por el domiciliario, en el marco del denominado proceso de “desarrollo” de Colombia. Esta región de carácter histórico y cultural (Silva, 2010), que en realidad es valle solo nominalmente (Mendoza, 1964), se ubica sobre la vertiente oriental de la Cordillera Oriental, abriendo surcos para el paso del agua hacia los llanos por medio de la cuenca del río Orinoco; cuenta con diecisiete municipios ubicados entre las montañas de los departamentos de Boyacá1 y Cundinamarca2. La figura 1 ubica geo- gráficamente los municipios de Boyacá que forman parte del Valle de
1 Catorce municipios de Boyacá: Tenza, Sutatenza, La Capilla, Guateque, Somondoco, Chivor, Guayatá, Almeida, Chinavita, Pachavita, Santa María, San Luís de Gaceno, Macanal y Garagoa (Silva, 2010). 2 Municipios cundinamarqueses de Tibirita, Machetá y Manta.
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Tenza, los cuales constituyen la zona de acción directa en el proceso de construcción de la represa de Chivor.
N
Chinavita
Pachavita La Capilla Río Garagoa Río Guaya Q. Quigua Tenza Garagoa Sutatenza Guateque Q. El Datil Río Sunuba Macanal Somondoco Embalse La Guayatá Almeida Esmeralda Río Bata Q. Chivor Chivor
Santa María San Luis de Gaceno
Boyacá
0 5 10 20 Km
Figura 1. Contextualización geográfica región del Valle de Tenza. Fuente: elaboración propia.
Con los intereses de algunos actores en el agua como recurso hidroeléctrico, se comenzó a forjar un proceso, que basado en las tensiones causadas por la planeación, construcción y operación de la represa de Chivor, generó una división temporal a nivel local, entre un “antes” y un “después” del establecimiento de este cuerpo hídrico. El agua cobra así una profunda relevancia en la historia de la región, convirtiéndose en un elemento central en el flujo de conocimientos, tecnologías, actores e imaginarios desde y hacia ella. Teniendo en cuenta las múltiples implicaciones que relata la po- blación de la zona en relación con la apropiación de espacios y cuerpos hídricos, así como con las dinámicas socioculturales, se realizó un análisis de las transformaciones hidrosociales de la región asociadas al desarrollo de dicho proyecto ingenieril. En este marco se indagó sobre la participación de actores y los contextos (nacional y local) en
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los que se inscribió la planeación y construcción de la represa, también se analizaron los procesos materiales y simbólicos que conllevaron a la consolidación del embalse en este territorio. Este texto argumenta que con la planeación y construcción de la represa de Chivor, se dieron transformaciones locales asociadas con las características de cuerpos hídricos y con las relaciones de control y acceso al agua, las cuales condujeron a una conquista hidrosocial de la región, sustentada tanto en los procesos de consolidación de la represa a nivel nacional y regional, como en las experiencias de la población local con este nuevo cuerpo de agua.
Represas: instrumentos y símbolos de modernización El agua ha tenido un rol central en la historia social, cultural, económica y política de las poblaciones, influyendo en el desarrollo de asentamientos humanos, de actividades económicas y de prácticas culturales (Aja, 2010; Geertz, 1972; March y Saurí, 2010; Orlove y Caton 2010; Oslender, 1999). A través de la construcción de estructuras como canales, pozos y acueductos para el aprovechamiento productivo, el ser humano ha fortalecido vínculos económicos con el agua, con base en la difusión y materialización de ideas sobre el control social de la misma (Swyn- gedouw, 1999; Kaika, 2006). Frente a ello se resalta el diseño y cons- trucción de represas, las cuales han sido centrales en las dinámicas socioeconómicas, tanto de los territorios en los que son establecidas como de otros que pueden ser beneficiados o afectados por ellas. Las represas, en cuanto son grandes obras de ingeniería, han sido consideradas centrales en los procesos económicos de las naciones. Su magnitud, proyección de uso y exuberancia han reforzado los imagi- narios de una fuerte relación entre grandes obras y las ideas de moder- nización y progreso (Cummings, 1990; Kaika, 2006; McCormick, 2007). Esto debido principalmente a su papel en la producción de energía eléctrica, el establecimiento de sistemas de riego, el abastecimiento de agua a nivel urbano, la gestión de inundaciones, la recreación y el turismo (McCully, 2004; Scudder, 2012). La construcción de represas ha sido sustentada por su papel como parte del proyecto moderno de las naciones (véase Swyngedouw, 2004;
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Kaika, 2006), el cual se ha caracterizado por formas específicas de aproximación a la naturaleza, asociadas a la búsqueda de un orden social particular que involucra dimensiones económicas, ecológicas y culturales (Escobar, 2004). Este es así un “proyecto geográfico” que repercute en transforma- ciones socionaturales profundas (Swyngedouw, 2004) al vincularse con la imaginación geográfica y la materialización de prácticas en el proceso de modernización (Kaika, 2006). Como lo plantea Héctor Alimonda, el proyecto moderno se vincula con el ejercicio de un biopoder sobre la naturaleza, lo que involucra un accionar sobre los espacios físicogeográficos, los recursos naturales, las condiciones climáticas y los humanos (Alimonda, 2011). En este marco, la energía eléctrica llega a ser considerada el elemento más importante para el desarrollo económico de Colombia al ser central para proporcionar, entre otros, la principal fuente motriz para la industria (birf, 1951). Así, la construcción de represas se inscribe como un proceso central en las ideas de modernización y desarrollo del país. La misión del Banco Mundial (bm)3, realizada en 1949 en nuestro país, fue central en esto al hacer hincapié en que la “dotación” de recursos naturales de Colombia, que incluye la “topografía y el clima […]” constituían una considerable potencialidad hidroeléctrica (birf, 1951, p. 17). De tal manera, las recomendaciones del banco se orientaron al impulso inmediato de la construcción de hidroeléctricas, a su com- binación con plantas termoeléctricas, a dar prelación a la ampliación de las redes en las ciudades mayores como polos de crecimiento in- dustrial y a la electrificación rural de algunas zonas promisorias para un rápido desarrollo agrícola (Argandoña, 2006). Junto con estos antecedentes, se fortalecen discursos que plantean la construcción de represas como solución social y económica a la situación nacional. “[…] mientras más gente se dedique a la construcción de re- presas, carreteras, plantas eléctricas, fábricas, etc., menos gente se dedicará ordinariamente a producir artículos de consumo corriente”
3 En ese momento Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (birf).
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lo que se considera fundamental para elevar el nivel de vida de la población. (birf, 1951, p. 22)
Como se puede observar, las sugerencias del birf frente a la cons- trucción de hidroeléctricas, contienen implícita una propuesta de transformación geográfica, que a su vez implica una transformación de personas, lugares, espacios, territorios y paisajes, debido —entre otros factores—, a la magnitud socioespacial propia de este tipo de obras. Así, las represas se constituyen tanto en instrumentos como en símbolos de modernización que responden a objetivos concretos, entre los cuales, el desarrollo industrial y los actores promotores del mismo tienen amplia influencia.
Proceso de consolidación de Chivor: más allá de la materialización de una gran obra ingenieril Como los demás proyectos hidroeléctricos desarrollados en la segunda mitad del siglo xx en Colombia4, la construcción de la represa de Chivor se basó en la apreciación de criterios biofísicos que evidencian la permanencia de la idea de la naturaleza como entidad explotable y controlable por el ser humano, y dan paso a la intervención material sobre los territorios. Con base en ello se adelantaron la planeación y construcción de la represa, procesos que dieron lugar a la configuración de un nuevo panorama hidrosocial en la región del Valle de Tenza. De esta manera, la transformación del Valle de Tenza enmarcada en la construcción de la represa de Chivor, se sustenta en dos procesos fundamentales que han consolidado el panorama hidrosocial de la región. En primer lugar, un “descubrimiento” de Chivor, visto este como un proceso liderado por la institucionalidad estatal, el cual marca el comienzo de un nuevo momento histórico para la región. En segundo lugar, se llevó a cabo la conquista hidrosocial del Valle de Tenza, la cual constituye el proceso que consolidó la transformación territorial y marcó la división definitiva de la historia regional.
4 Entre ellos se encuentran la Central Hidroeléctrica del Guavio en Cundinamarca (1992), la Represa de Salvajina en el Cauca (1985) y el Embalse Peñol-Guatape en Antioquía (1979).
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El “descubrimiento” de Chivor La construcción de la represa de Chivor fue establecida como elemento clave del proyecto moderno, por razones como el plantea- miento de la electricidad como eje central para el desarrollo industrial y para la consolidación de las urbes como centros de desarrollo5; igualmente, debido a la importancia dada a la interconexión de redes eléctricas a nivel nacional y al papel cardinal que representó la represa de Chivor en ello. Partiendo de esto, la represa en cuestión comienza su historia en la década del cuarenta, momento en el que se inicia una profunda transformación del Valle de Tenza. Actores hasta entonces inexistentes o marginales en la región comenzaron a abrirse historia a través de su incursión con ideas, discursos, decisiones y acciones que conllevan a inscribir en el paisaje lo que para la población sería un nuevo capítulo de la historia regional. En 1954 ocurrió en la región del Valle de Tenza un evento que puede ser entendido como el “descubrimiento hidrográfico” de Chivor. En dicho año, un topógrafo del Instituto Nacional de Aprovechamiento de Aguas y Fomento Eléctrico (Electraguas) identificó un desnivel entre los ríos Bata y Lengupá, proyectando con ello transforma- ciones en la región con base en la potencialidad de uso de sus carac- terísticas topográficas e hidrológicas para la producción de energía eléctrica. Esto se hizo en el marco de un capitalismo dependiente del acceso a recursos geográficamente localizados en espacios específicos (Damonte y Castillo, 2010). Teniendo como criterios la existencia de caudales suficientes y de desniveles topográficos aprovechables (Ingetec, 1970), la represa de Chivor se convirtió en un proyecto de gran interés con miras al cubrimiento de parte de las crecientes demandas de energía eléctrica en el país, a través de la producción de un millón de kilovatios (Ochoa et al., 2002). Así, el paisaje quebrado de la región del Valle de Tenza, la cantidad de fuentes hídricas y la presencia de pronunciados desniveles
5 En los procesos de urbanización, la movilización de recursos hídricos para alimentar el metabolismo de las ciudades ha sido fundamental a lo largo de la historia (Bakker, 2005; March y Saurí, 2010; Swyngedouw, 1999).
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entre dos de sus principales ríos fueron cruciales para la consolidación del proyecto Chivor. De esta manera, el reconocimiento de las “ventajas” topográficas e hídricas del Valle de Tenza puede ser entendido como parte de un hallazgo en donde se visualizan las pendientes y caudales de la región como un otro descubierto, una socio-naturaleza convertida en externalidad y recurso (Bakker, 1999; Budds, 2010, 2012; Perreault et al., 2012; Swyngedown, 1997, 1999) a través de la construcción de ideas sobre su utilidad y la producción de información técnica sobre la misma. En este contexto, en 1958 Electraguas inició las primeras investiga- ciones de carácter hidrológico, topográfico y geológico a nivel regional para la proyección de lo que sería la represa de Chivor (Sanclemente, 1999), comenzando así un proceso de ocupación del territorio a través de la presencia de nuevos actores en el mismo y de la circulación de discursos y tecnologías para la apropiación de espacios y recursos. Con base en los estudios adelantados, Electraguas planteó la construcción de la represa en el Valle de Tenza como un proyecto de gran magnitud, el cual rebasaba sus posibilidades. Al considerar que podía ser clave ubicarlo en la proyección del futuro desarrollo de la energía de Bogotá, su posición determinó la transferencia de la documentación a la Empresa de Energía Eléctrica de Bogotá (Sanclemente, 1999). Así, el proyecto Chivor fue consolidándose como una gran obra, un megaproyecto a través del cual se llevó a cabo la conquista hidrosocial de la región a partir de una mirada del agua, su flujo, las montañas y las pendientes a través de las cuales circula, como recursos para la producción de energía destinada al fortalecimiento de la oferta eléc- trica para la capital de Colombia. De esta forma, la historia del Valle de Tenza se ve signada por los dos rasgos que, según Guillermo Castro, son característicos de la his- toria ambiental de América Latina desde el siglo xvi: uno de naturaleza económica y otro de naturaleza tecnológica (Castro, 2005). El primer rasgo, de naturaleza económica, que cuenta con enormes implica- ciones demográficas, sociales, políticas y culturales, hace referencia a la redistribución y revalorización de los llamados recursos naturales
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en función de las demandas generadas desde metrópolis sucesivas, lo que explica el carácter especializado, discontinuo y predatorio de la explotación de los recursos. El segundo rasgo, de naturaleza tecnológica, tiene que ver con la imposibilidad de las regiones para establecer por sí mismas el financiamiento, los medios, los métodos, las fuentes de energía, y, sobre todo, los propósitos asociados a esa explotación de los que se denominan “sus recursos naturales” (Castro, 2005). En este marco, la construcción de la represa de Chivor se esta- bleció como un proyecto que buscó dar respuesta a necesidades de territorios distanciados geográficamente de la región. Se podría pensar en él como proyecto transterritorial, a través del cual se planeó el uso de las condiciones hidrográficas del Valle de Tenza, con el fin de producir la energía proyectada para suplir de electricidad a Bogotá, territorio espacialmente distante. Esto se funda en el hecho de que desde la institucional se buscó que el principal producto de esta represa, la energía eléctrica, trascen- diera la frontera regional del Valle de Tenza para la consolidación del servicio eléctrico en Bogotá (demanda objetivo inicial) como apoyo al desarrollo industrial y urbano. Así, con el proyecto Chivor se da el rompimiento —a nivel nacional— de las barreras espaciales que representaba para el sector eléctrico la distancia entre las fuentes y los centros de consumo de la energía. Tras la transferencia del proyecto a la empresa de Energía Eléctrica de Bogotá, se realizaron investigaciones por parte de consultores na- cionales y expertos extranjeros (Sanclemente, 1999), a través de análisis de tipo técnico enfocados en la caracterización geomorfológica e hi- drológica. Al respecto, es fundamental tener en cuenta que el papel del conocimiento técnico-científico se hace clave no solo en la orientación técnica de los proyectos de este tipo, sino también en el suministro de una aparente racionalidad científica (Ribeiro, 1987; Kaika, 2006). Posteriormente, se realizaron estudios financieros que, junto con las investigaciones mencionadas, culminaron en un estudio de factibilidad que fue presentado a consideración del Banco Mundial (Sanclemente, 1999), institución que para entonces ya tenía un importante rol en la toma de decisiones de este tipo a nivel nacional (Escobar, 2007).
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Para el caso de la represa de Chivor, este banco, su personal y sus lineamientos tuvieron una amplia influencia: en primer lugar, en la planeación, particularmente por medio de las recomendaciones realizadas en el marco de la propuesta “Bases de un programa de fo- mento para Colombia” (birf, 1951), basada en el discurso desarrollista promovido por dicha institución; en segundo lugar, en la decisión final de su factibilidad, al ser esta la institución a través de la cual se realizó la aprobación de la propuesta; y en tercer lugar, en su construcción, al ser este el proveedor de los principales recursos financieros, a través de préstamos al Estado colombiano que hicieron posible el desarrollo de un proyecto de la magnitud de Chivor. Frente a las fuertes necesidades demandadas por el sector eléctrico en el país, cuya expansión se vio empujada por el acelerado proceso de urbanización (Cuervo, 1992), en el año 1967 se dio un evento que sería clave en la historia de esta represa que hasta entonces seguía siendo un proyecto. Las cuatro instituciones de mayor poder en el sector —buscando terminar con el aislamiento regional característico del sector eléctrico colombiano hasta mediados de la década del sesenta—, en el cual cada empresa se encargaba de su oferta y demanda regional (Ochoa et al., 2002), decidieron dar pasos hacia lo que sería un con- venio que les permitiría la ampliación de la oferta a nivel nacional y el cubrimiento de demandas a nivel regional. Es así como en 1966, la empresa de Energía Eléctrica de Bogotá (eeb), las Empresas Públicas de Medellín (epm), la Corporación Au- tónoma Regional del Cauca (cvc) y el Instituto Nacional de Aprove- chamiento de Aguas y Fomento Eléctrico (Electraguas) firmaron un convenio sobre la interconexión de sus sistemas eléctricos y el ensanche de la capacidad de generación, lo que concluyó el 14 de septiembre de 1967 con la creación de Interconexión Eléctrica s.a. (isa) (Cuervo, 1992; Manrique y Granda, 2004; Ochoa et al., 2002). La consolidación de isa y el planteamiento de sus objetivos se dieron en respuesta a una demanda de territorios y recursos para la producción energética destinada a las urbes, al desarrollo agrícola de zonas como el Valle del Cauca y al desarrollo industrial, elementos que para entonces cobraban gran relevancia.
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La represa Chivor fue precisamente un gran proyecto para la naciente institución que congregaba influyentes intereses económicos, lo que llevó a su aprobación por parte de la asamblea general de isa dentro del primer plan de expansión y generación de la misma. Chivor i fue aprobada en 1968 junto con Guatapé ii a cargo de epm y Alto Anchicayá a cargo de cvc (Ochoa et al., 2002). Así, Chivor se convirtió en la primera represa en Colombia promovida por isa y destinada a la interconexión del sistema eléctrico nacional. Pese al planteado interés de electrificación nacional, en el proceso de consolidación de isa y de sus relaciones con los diferentes territorios, se resalta la predominancia de las tres grandes regiones representadas por las empresas que la integraban. Al respecto, hacia 1982 el Depar- tamento Nacional de Planeación (dnp) relaciona algunos problemas que para entonces había tenido la operación de isa: […] uno de los problemas claves en la operación de isa consiste en el predominio de los intereses de las tres regiones cuyas empresas han dominado el panorama financiero del sector, que ha llevado en ocasiones a que decisiones de la sociedad constituyan transacciones de compromiso entre los intereses individuales de estas tres em- presas, en detrimento de la eficiencia y la equidad en la operación del sistema integrado. (dnp-ene, 1982, p. 629, citado por Cuervo, 1992)
Como se ha explorado, en el “descubrimiento hidrográfico” de este territorio, tuvo relevancia la participación de variados actores e intereses, a través de los cuales se proyectó la región como generadora de energía eléctrica para el cubrimiento de demandas de lugares que, si bien estaban distanciados espacialmente, revestían especial interés por su papel en el desarrollo industrial y urbano a nivel nacional. De tal manera que este descubrimiento se convirtió en un primer paso en la transformación de la región. Seguido a ello, se dio todo un proceso de apropiación discursiva y material del territorio, el cual tuvo como eje el agua y sus espacios de circulación.
Conquista hidrosocial en el Valle de Tenza Como se planteó en el acápite anterior, la proyección de la re- presa de Chivor —entendida como parte de un “descubrimiento” del
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agua y la topografía del Valle de Tenza—, marca un punto clave en los procesos de apropiación y control de los recursos naturales que, discursivamente, se consolidaban como de interés nacional. Partiendo del “descubrimiento” del agua y las pendientes de la región, en la zona se experimentó una conquista socio-ecológica del territorio, fundada en la apropiación del agua (Swyngedouw, 2004). Esta se convirtió en parte fundamental de la transformación del paisaje hídrico de la región al conducir a la apropiación de espacios por parte de isa, la reconfiguración de relaciones frente al uso y acceso al agua circulante y la reestructuración de dinámicas socioculturales con el agua y las tierras circundantes a los cuerpos hídricos. La conquista socio-ecológica o conquista ecológica del agua (Swyngedown, 2004) experimentada en esta región, puede ser en- tendida como conquista hidrosocial, en la medida en que se encuentra circunscrita a las dinámicas hidrográficas de la zona y conllevó a la apropiación y transformación, tanto de flujos materiales del agua, como de prácticas y relaciones simbólicas establecidas con ella. Esta conquista parte de la idea del agua como recurso hidroeléc- trico, y encuentra anclaje en la importancia que esta reviste en un proceso marcado por la relación de dependencia entre la producción de energía en el Valle de Tenza y el control de los caudales de los cuerpos hídricos de la región. En este sentido, la conquista hidrosocial es ante todo una conquista material y simbólica de espacios, cuerpos (hídricos y biológicos), flujos, caudales, relaciones y prácticas socioculturales vinculadas al agua como elemento socio-natural. Fundamentalmente, esta conquista hidrosocial se llevó a cabo a través de procesos que fueron reconfigurando —material y simbólica- mente— los cuerpos y flujos de agua, así como las relaciones de poder asociadas a los mismos. Dentro de los procesos que se establecieron como pasos fundamentales de esta conquista se resaltan: la instalación de instrumentos de registro hídrico (caudales y precipitación); la cons- trucción y refuerzo de distintos imaginarios: la represa como eje para el desarrollo y la modernización; el campesino de la región como pobre, subdesarrollado y atrasado; el gobierno como ente de control nacional con poder sobre la toma de decisiones en los territorios; el arribo a la región de ingenieros y técnicos; la apropiación de espacios a través de
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la institucionalización de lo comunal (como el río), y del despojo y el acaparamiento; la materialización de las obras que condujeron a la transformación de flujos de agua en cuanto a tipo, dirección y tiempos; y el desarrollo de un proceso de legitimación normativa. En las siguientes páginas, se abordan estos procesos, buscando con ello brindar un panorama que amplíe la comprensión sobre los actores involucrados en la configuración de un nuevo panorama hidrosocial en la región, las relaciones de poder asociadas, los imaginarios y dis- cursos que fundamentaron las intervenciones, así como las prácticas materiales que estructuraron la conquista hidrosocial de la región.
Registro hídrico La conquista hidrosocial en la región tuvo como eje central el acceso y control de los espacios de circulación del agua, particular- mente de aquellos cuerpos hídricos que mayor volumen de la misma transportaban y que se constituían en espacios claves para el monitoreo y control. En este orden de ideas, la instalación de instrumentos y el registro hídrico se establecieron a mediados de los años cincuenta alrededor de los cuerpos de agua que Electraguas, eeb y posterior- mente isa identificaron como claves en función del caudal de agua desplazado hacia el río Bata. De este modo, frente al interés por el agua en circulación que se dirigía desde el Valle de Tenza hacia la cuenca del río Orinoco, fueron instaladas estaciones en puntos geoestratégicos, ubicados tanto en la región como en algunas zonas circundantes consideradas posibles aportantes de agua —a través de desviaciones— al río Bata. Dentro de este proceso se resalta la instalación de once esta- ciones entre 1955 y 1977, ubicadas en jurisdicción de los municipios de Garagoa, Somondoco, Santa María, Ubalá, Almeida, Chivor y Chinavita. A través de estas se hacía seguimiento a los ríos Garagoa, Somondoco, Tunjita, Rucio, Negro, Lengupá y Bata (Ingetec, 1970). Las mencionadas estaciones se enfocaron en el registro cuantitativo de volúmenes de agua, tomando datos de precipitación y caudales; sin embargo, no abordaron el registro de datos fundamentales para el análisis de los efectos ambientales de este tipo de obras, como lo son la humedad relativa y la temperatura.
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Así como a través de los registros se brindó información central para la proyección de los volúmenes de agua que se podrían alma- cenar y de la producción de energía eléctrica que sería posible generar, también se consolidaron las primeras prácticas materiales asociadas a la toma de control de los cuerpos de agua. De esta forma, el registro hídrico configura prácticas simbólicas y materiales que soportan los primeros procesos de toma de control de los cuerpos de agua, y por ende del agua en sí misma, en la región del Valle de Tenza. Además, de manera complementaria, se presentó la difusión de imaginarios sobre la represa, la población local y el gobierno, lo que aportó a la consolidación de relaciones de poder y a la reconfiguración del acceso al agua.
Imaginarios sobre la represa, la población local y el gobierno Uno de los elementos más relevantes en la conquista hidrosocial de la región fue la construcción y refuerzo de imaginarios sobre la represa, la población y el gobierno. Esto fundamentándose en la idea de que las represas son instrumentos idóneos para el desarrollo de los recursos locales y nacionales (Barabas y Bartolomé, 1992; Kaika, 2006). Desde la institucionalidad se llevó a cabo la difusión de ideas sobre la construcción de la represa como proceso clave en el desarrollo y la modernización local, regional y nacional. Según lo recuerda la población local, las ideas que circulaban sobre la represa, posicionaban a la misma como generadora de cambios que llevarían a un desarrollo regional y nacional, al plantearse en ella grandes potencialidades frente al suministro de energía. La caracterización que realizó isa hacia 1981, en cuanto a los beneficios multiescalares de la construcción de esta represa, ilustra la relación establecida entre la misma y el desarrollo. A nivel nacional, isa suponía el papel clave de la Central Hidroeléctrica de Chivor en la reducción de tensiones entre la oferta y la demanda de energía para disminuir las dificultades presentadas para entonces en el comercio y la industria (isa, 1981). A nivel regional, hacía referencia al mejoramiento de infraes- tructura vial, al empleo de mano de obra, al aumento en la oferta de servicios como hoteles y restaurantes y a la proporción de un mercado
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para la producción agrícola regional. Según los planteamientos de isa, para 1981 se habían logrado beneficios como: el mejoramiento del nivel de vida a partir del aumento del ingreso familiar y el des- cubrimiento de nuevos horizontes para la población joven; aportes al desarrollo regional, a partir del aumento en la oferta de servicios como restaurantes y hoteles; y finalmente la construcción de las obras de la central había permitido que “la producción agrícola regional tuviera por fin, aunque temporalmente, una salida segura, lo que seguramente pudo haber incidido en el mejoramiento de la agricultura…” (isa, 1981, p. 22). A nivel local, los beneficios planteados se manifestaban en el mejoramiento de las “condiciones concretas” de las gentes en materia de vivienda, en la mejora de instalaciones públicas en los municipios del área de influencia, en las facilidades de desplazamiento alrededor del embalse, en el desarrollo de programas de control de erosión y en la posibilidad dada a la población local para la venta de tierras que suponía improductivas. Al respecto, para 1981 isa planteaba: […] Si bien es cierto que el Embalse de La Esmeralda inundó, por necesidad imperiosa, algunas de las mejores tierras agrícolas del área, no es menos cierto que también inundó tierras totalmente im- productivas o de potencial agropecuario nulo, cuyos propietarios tu- vieron así la oportunidad de venderlas. (isa, 1981, p. 17)
Pero estas conexiones entre la represa y el desarrollo, se soportaron así mismo en la construcción de imaginarios sobre la población del Valle de Tenza, que sirvieron de justificación para la construcción de una obra de la magnitud de Chivor. Como parte del discurso del desarrollo —que construye y reproduce la fábula de las poblaciones necesitadas del mismo (Escobar, 2007)— el proyecto Chivor se estableció sobre la construcción de un otro atrasado, siendo este el campesino de la región, al cual llega la modernidad como opción emancipadora. Al respecto, el informe de caracterización de la zona, por parte de la entidad consultora contratada por isa, establece que la región cuenta con habitantes: […] con un nivel de vida bajo, ajeno a la mayor parte de las como- didades modernas y reducido, en lo general, a las estrictas necesidades de la subsistencia. En las clases pobres la alimentación es insuficiente y
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nociva, porque la chicha hace parte esencial de ella, vive en deficientes condiciones higiénicas, en casas mal favorecidas contra la humedad del terreno y contra las inclemencias del tiempo, desprovistas de agua y de servicios sanitarios, sin suficientes habitaciones para sus moradores, por lo cual estos hacen vida común en uno o dos cuartos desprovistos de muebles, en los que se cocina, se come y se duerme, y en donde no es raro que se alojen también los animales domésticos… Estas inferiores con- diciones de vida conducen a una restricción de la actividad del hombre y a un menor rendimiento en su trabajo, con que su salud se quebranta y sus energías se agotan; de otro lado, no son menos perjudiciales los efectos de esa alimentación defectuosa y de esa ignorancia de los más imperiosos mandatos de la higiene, sobre los nuevos retoños de la vida, quienes nacen con el signo del vencimiento impreso en su contextura física y que en la época de su desarrollo no hacen sino acumular nuevos factores de degeneración y debilitamiento. (Consultécnicos, 1971, p. 26)
A través de afirmaciones como la anterior, se construye la imagen del habitante de la zona como un otro atrasado y opuesto a los desarrollos modernos, pero, ante todo, un otro condenado mientras perduren su estilo de vida y sus prácticas sociales. Esto contiene algunas de las características de lo que Enrique Dussel denomina el “mito de la modernidad” en el cual una parte de la sociedad se auto comprende como más desarrollada, planteando en sí misma una superioridad a través de la cual se justifica la intervención del otro bárbaro y primitivo como exigencia moral (Dussel, 1992). Las ideas sobre la población local estuvieron signadas tanto por las caracterizaciones realizadas en términos sociales como por aquellas hechas en términos productivos, lo que no solo consolidaba un imagi- nario de lo local como atrasado, sino que también establecía las bases para los procesos de apropiación de espacios que se llevarían a cabo. Aproximadamente el 40% del área de la zona del embalse está cons- tituida por tierras improductivas, hablando en términos de agricultura y ganadería […] La ocupación tradicional es la agricultura de tipo ru- dimentario, para la que se usan herramientas de viejo ancestro como son el arado de chuzo, movido por yunta de bueyes y la arada como herramienta complementaria para desherbar y aporcar […] la gran
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mayoría de campesinos no incluye en sus prácticas agrícolas el abono de sus tierras […] Los rendimientos de los cultivos son muy bajos. (Consultécnicos, 1971, p. 29)
Estas ideas se complementaron así mismo con los imaginarios del gobierno como actor determinante en la toma de decisiones. Frente a esto, de acuerdo con los relatos locales se resalta el hecho de que estas ideas ya tenían acogida entre muchos pobladores antes de la planeación del proyecto Chivor. Sin embargo, cabe resaltar que había habitantes de la zona que reclamaban la decisión sobre la ejecución de la obra, o en relación con el qué hacer o no con sus tierras. Frente a la visión del gobierno como ente que toma las decisiones definitivas, pobladores locales mencionan que “[…] como el gobierno ya había aceptado, ya había dado permiso para la represa, entonces ya no había nada que hacer” (Doroteo Bernal, entrevista personal, 10 de noviembre de 2011). Así mismo, frente a la resistencia a la idea del gobierno como ente que toma decisiones y a la ratificación de este en su ejercicio de poder, don Marco Antonio Arévalo, campesino del municipio de Miraflores menciona: Mi tío Ignacio Arévalo que vivía en Puente Bata, frente a Macanal, tenía un finconón muy lindo y tenia de todo de todo, y a él se le dio de caprichoso por no vender, le dijeron se le paga pero si la re- presa le cubre y no acepta lo que se le va a dar toca que pierda, y así le tocó. Cuando se dio de cuenta fue que el agua ya iba cogiendo la casa. Se le inundó porque como atajaron abajo […] todo perdió. Cuando se dio de cuenta [el agua] cubrió un poco de ganado y lo ahogo y a perder todo el pobre, pero por bruto. Como le dijimos varios que ya que le daban algo por qué no cogía cualquier centavo. Viendo que ya estaba aprobada esa vaina. Eso no hay que uno oponerse porque eso es duro y parte el alma. (Marco Antonio Arévalo, entrevista per- sonal, 26 de agosto de 2011)
Con estos ejemplos se hace evidente que la construcción y refuerzo de imaginarios asociados, tanto a la represa, como a la población y el gobierno, fueron centrales en la conquista hidrosocial. Pero junto
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a estos imaginarios, las ideas sobre la tecnología y la ciencia también tuvieron gran influencia en la materialización de las obras.
Arribo técnico y científico a la región La estrecha relación establecida entre tecnología, ciencia, moderni- zación y desarrollo (Escobar, 2007; Swyngedouw, 1999, 2004; Ribeiro, 1987) ha conducido a la difusión y apropiación de ideas asociadas a este vínculo en los contextos locales (Escobar, 2007). Esto se ha visto par- ticularmente signado por el carácter universalista dado a la ciencia (Wallerstein, 2001) y a la tecnología, así como por el planteamiento de las mismas como neutrales y válidas per se (Escobar, 2007), a cambio de ser entendidas como instrumentos para la creación de órdenes sociales, culturales (Morandé, 1984; García de la Huerta, 1992; citados por Escobar, 2007) y ecológicos particulares. En este marco, los científicos, técnicos e ingenieros han llegado a ser considerados el Prometeo moderno, configurándose como héroes de la modernidad comprometidos con el dominio de la naturaleza a través de su imaginación, creatividad e ingenio (Kaika, 2006). Estos imaginarios han permeado los diferentes contextos y con ello han influido en la manera en la cual se perciben y evalúan socialmente su presencia e intervenciones discursivas y materiales. Así, partiendo del hecho de que entre la población de la región del Valle de Tenza ya prevalecían unas ideas que ubicaban a los técnicos e ingenieros como conocedores y gestores de cambio, la llegada de este tipo de profesionales a la zona para la ejecución de acciones iníciales —como el registro hídrico, el desarrollo de estudios topográficos y geológicos y la planeación general de las obras— tuvo un papel rele- vante en la consolidación del proyecto. Con la llegada de técnicos e ingenieros nacionales y extranjeros se apoyó un proceso de legitimación social de la represa, a partir del fortalecimiento de ideas sobre la superioridad, tanto del conocimiento científico como de la población ajena al contexto nacional. Dicha legi- timación se basó en gran medida en la construcción y fortalecimiento de imaginarios que confrontan lo local con lo externo, particularmente con lo extranjero, y que establecen el saber científico y técnico como justificador de la intervención.
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El discurso de lo externo como depositario de conocimiento y como sujetos e instituciones legítimas en la toma de decisiones, ad- quirió forma incluso desde el interior de la misma población local: “Vino mucha gente de lejos. Eso esa represa la formó fue mucha gente gringa. Esa gente si es inteligente, esa gente italiana” (Blanca Barreto, entrevista personal, 25 de agosto de 2011). El fortalecimiento a nivel local de este tipo de ideas, se apoyó en la posición de instituciones como Consultécnicos, desde donde se justificó la obra con elementos como la subvaloración de los conocimientos, las prácticas y la población local, en comparación con modos de vida externos al territorio. Esto con una mirada de lo local, su organización, sus viviendas, sus hábitos alimenticios y sus prácticas agrícolas como no concernientes a una población moderna y desarrollada, sino por el contrario relativos a una población que actúa bajo la ignorancia y el desconocimiento, a diferencia de quienes posiblemente migrarían hacia la zona para el desarrollo de obras (Consultécnicos, 1971).
Apropiación de espacios La apropiación de los espacios circundantes a los principales ríos, entre ellos el área inundable y las zonas circundantes, fue tan relevante para la conquista hidrosocial como la toma de control de cuerpos hídricos. Al ser el objetivo de la presa6, establecer un cuerpo hídrico “aguas arriba” de la misma, para los actores que para entonces tenían injerencia en el territorio (población local, administración local, isa, Consultécnicos, Impregilo) la inundación de más de 1200 hectáreas al interrumpir el flujo del agua en el sitio de la presa, era un hecho predecible e incontrolable. A partir de la justificación realizada por diferentes vías, se llevó a cabo un proceso de apropiación del espacio y despojo de la tierra y del agua, en el cual el diálogo con la población local fue reducido. Según los habitantes locales, ellos tuvieron conocimiento de la obra porque empezaron a ver gente haciendo estudios en la región, a ver carros circulando frecuentemente y a escuchar rumores sobre la posible construcción de una represa en la zona. Pero solo fueron informados directamente cuando una comisión iba a sus viviendas como preámbulo
6 Estructura en forma de muro de contención.
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a la visita de un “pagador”, quien acudía a los predios a inundar y de- cidía los precios que debían pagar a sus propietarios por los mismos. Dicha visita y los discursos enunciados en ella se establecían sobre el hecho de que, al ser la región una zona de minifundio, la producción era mínima y por ende lo que hacía isa al comprarle “esas tierras improductivas” a los campesinos era beneficiarlos. Esto responde a la idea de la institucionalidad en la que el espacio aparece como mercancía. Como lo menciona Gaspar Mairal: para la administración, el espacio es un objeto que se puede comprar y vender, lo que desconoce que para las poblaciones el espacio es “substrato de su propia cultura y, más aún, en sí mismo es cultura. De ahí que le otorguen capacidad para evocar sentimientos y emociones, memorias e identidades” (Mairal, 1998, p. 520). Basados en los criterios de los ingenieros, los pagadores fueron actores claves al tener un rol central en la delimitación de predios destinados a la apropiación espacial por parte de isa. El pagador tuvo el papel de ser puente entre la institucionalidad y la población local. Su objetivo fue informar y acordar precios con la población. Había un “pagador”, él era el que iba y negociaba los terrenos. Él les pagaba lo que él quisiera, los estafaba. Había comisiones que informaban […] luego el pagador llevaba un mapa que decía hasta donde iba a pagar. (Jorge Bejarano, entrevista personal, 3 de abril de 2012)
Con el uso de un mapa, el pagador delimitaba espacialmente la superficie a apropiar por isa. La definición de los espacios a anegar respondía a los cálculos realizados en función de: la precipitación, los caudales hídricos y el espacio necesario —de acuerdo a las pendientes de la zona— para el almacenamiento máximo de agua a ocurrir durante los meses más lluviosos del año. Estos cálculos de almacenamiento se realizaban teniendo en cuenta la necesidad de agua para suplir la producción de energía eléctrica durante la temporada seca.7
7 La región presenta un régimen de lluvias monomodal, caracterizado por una época de lluvia que se extiende aproximadamente entre abril y octubre, y una época seca entre noviembre y marzo.
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De acuerdo con el informe de Consultécnicos, entre las opciones planteadas para la apropiación estaba la reubicación de la población y la compra de predios. Después de los análisis realizados por la con- sultora, isa decidió adelantar procesos de compra al considerar esta opción la más adecuada, ya que le libraba, por una parte, de los costos económicos y esfuerzos logísticos que requería una reubicación, y por otra, de los grandes problemas que esto podía conllevar, desplazando la problemática a los pobladores que serían despojados. Al respecto el informe menciona: La solución es obtener dominio de los predios mediante com- praventa con todas las características comerciales, inclusive el pago de moneda corriente. Así isa adquirirá las parcelas, el vendedor recibirá el dinero y así culminará la negociación. […] en esta alter- nativa no habría problema de reubicación propiamente dicho, ya que éste vendría a ser absorbido por el vendedor o actual poseedor. (Consultécnicos, 1971, p. 36)
De acuerdo con los datos de Consultécnicos, en la zona que cu- brirían las aguas del embalse había un total de 558 predios, en los cuales habitaban 249 familias que serían desplazadas (Consultécnicos, 1971). Según los relatos de la población local, muy pocos querían vender, y al final la mayoría accedió debido a que sabían que “ya no había nada que hacer”. Según se expresa a nivel local, aunque algunos pobladores se resistieron, “llevaron la de perder” (Sildana, entrevista personal, 27 de septiembre de 2012); sin importar si tenían o no dinero e in- fluencia a nivel local. De acuerdo con la población, la expropiación fue el camino que tomó isa en esos casos. Como lo relata el señor Jorge Bejarano, quien para entonces era alcalde del municipio de Santa María: Cachipay, donde queda casa de máquinas fue expropiada a don Chepe Morales al no llegar a un acuerdo con isa porque él no quería vender. Luego le tocó entregar pues le ponía un precio a lo suyo [su finca] que isa no quiso pagar. Eso era una finca grandota donde tenía varios cultivos y ganadería. (Jorge Bejarano, entrevista personal, 3 de abril de 2012)
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Este proceso de apropiación del espacio se llevó a cabo princi- palmente a través de tres eventos que aportaron a la construcción de imaginarios sobre lo que pasaría con la región tan pronto el agua comenzara a ascender, y con ello se llevara a cabo la inundación de algunos terrenos. Dentro de los eventos mencionados se encuentra el arribo de comisiones informativas, la visita del pagador y el desa- rrollo de obras. Las comisiones y el pagador difundían entre la población la idea de que la presa, cuya construcción ya estaba aprobada, iba a cerrar el paso del agua y, por ende, la inundación sería un hecho. Se entendía una ausencia de alternativas ya que, ante la materialidad innegable del agua y las dimensiones de los caudales que se iban a represar, entonces: ¿cómo podía la población local impedir la subida del agua por entre las sementeras y casas? Con la apropiación del espacio por parte de isa se lleva a cabo un proceso de desposesión de medios materiales, de tierras, de cultivos, de cuerpos hídricos, de agua y de relaciones socionaturales. Como parte de un proceso de “acumulación por desposesión” (Harvey, 2003), se despoja a la población a partir del desarrollo de prácticas en donde cobran relevancia la construcción de narrativas sobre el ascenso de aguas, la subvaloración de la población y las prácticas locales, y la construcción de grandes obras ingenieriles con amplio impacto visual. Pero la apropiación del espacio por parte de isa fue un proceso que tuvo resistencia en el contexto local. En tal sentido, el proceso de despojo y la toma de control por parte de isa estuvieron definidos por el ascenso de las aguas, más que por el desarrollo de procesos legales referentes a la compra de predios. Esto principalmente debido a dos eventos: por un lado, el retraso en la culminación de los procesos de compraventa y, por otro, a los problemas de dominio de isa sobre los predios adquiridos. Según Consultécnicos, la dilación en la culminación de los procesos de compraventa se debió a que los gastos relacionados con requisitos legales eran compartidos entre isa y el vendedor, quien por lo general tenía poco interés en realizar los trámites. Por otro lado, se daba el “problema de mantener el dominio indiscutido” sobre los predios debido
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a que los procesos de compraventa se desarrollaban progresivamente y a que estos no aseguraban el desalojo de los predios, cuestión por la cual la legalización de la compra no conducía necesariamente al control total de isa sobre los terrenos (Consultécnicos, 1971). Consultécnicos llegó a plantear como opción obtener el desalojo inmediato de los predios y mantener las tierras adquiridas libres de ocupantes, por medio de un cuerpo oficial de vigilantes. Sin embargo, el desarrollo de esta propuesta no se llevó cabo y la práctica que cla- ramente materializó el desalojo espacial de la zona inundable fue el ascenso de las aguas. Según los datos levantados para el desarrollo del proyecto, con el ascenso de las aguas se desplazaron 249 familias (Consultécnicos, 1971) que, de acuerdo con el reporte que realiza Patrick McCully en el libro Ríos silenciados, correspondieron a alrededor de 1500 personas (McCully, 2004).
Desarrollo de las obras En la planeación y construcción de esta represa intervinieron diversas instituciones y empresas con roles claves en la ejecución del proyecto. Dentro de ellas se destacan Electraguas (proyección y estudios de factibilidad); Empresa de Energía de Bogotá (estudios de factibilidad); isa (ejecutor); Ingetec (consultor nacional); Banco Mundial (evaluador, fuente de recursos); Impregilo (contratista isa: obras) y Consultécnicos (contratista isa: caracterización). Partiendo de las necesidades técnicas del proyecto formuladas en los estudios de factibilidad, la represa de Chivor se consolidó en dos etapas. En una primera —desarrollada entre 1970 y 19778—, se llevó a cabo la construcción de la presa La Esmeralda, en inmediaciones de la quebrada que lleva el mismo nombre, la cual se ubica entre los municipios de Macanal y Santa María. Esta presa cuenta con una altura total de 237 m, una corona de 12 m de ancho, 310 m de longitud y un ancho de la base de 820 m9 (Ingetec, 1970).
8 Cuyo costo ascendió a la suma de 200 millones de dólares (aes, 2013). 9 Con la participación de población local y de algunas personas provenientes de otras regiones del país, se construyeron así mismo las siguientes estructuras: un rebosadero con una capacidad de 8800 m3/s, precedido de
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Así mismo, en esta etapa se creó sobre el río Bata el embalse La Esmeralda, 22 km arriba de la presa. Este embalse contaba con un área inundada de 1260 hectáreas y con una capacidad total de 758 millones de m3, de los cuales 124,4 eran de embalse muerto10 (Ingetec, 1970; Consultécnicos, 1971). En esta primera etapa también se llevó a cabo la construcción de la nueva carretera vía Las Juntas-Santa María, lo cual estableció numerosos retos topográficos, ya que era necesaria su planeación y construcción a través de las numerosas montañas que se establecían como barreras físicas ante la obra. Ante esta situación, el papel de topógrafos e ingenieros como reconfiguradores del espacio (Swyn- gedouw, 2004) fue central, y a partir de sus proyecciones se cimentó una nueva carretera que requirió la construcción de dieciséis túneles que comunican el lugar conocido como Las Juntas con el Municipio de Santa María.11 Durante la segunda etapa —desarrollada entre 1976 y 1982 12— se llevó a cabo la captación de los ríos Tunjita, Negro y Rucio, y la con- ducción y entrega de sus caudales desviados al embalse La Esmeralda. Así, en 1982, una vez terminada la segunda etapa, la Central de Chivor contó con 8 unidades de generación instaladas con una potencia de 125.000 kw cada una, para una capacidad total de generación de 1 millón de kw (Ingetec, 1970).
tres compuertas; un túnel de carga con destino a las turbinas y generadores de 5.4 m de diámetro, 5850 m de longitud, 80 m3/s de capacidad y 768 m de desnivel entre la bocatoma y los generadores; la casa de máquinas sobre la margen derecha del río Lengupá, dentro de la cual se instalaron las oficinas de control, cuatro generadores trifásicos de 125.000 kw cada uno; tres líneas de conducción de doble circuito a 230 kw: Chivor-Paipa, de 120 Km; Chivor-Torca-La Mesa, de 158 km y Chivor-Torca de 100 km; y finalmente un canal de fuga revestido en concreto, para la conducción de aguas de generación desde la casa de máquinas hasta el río Lengupá, con una longitud de 600 m (Ingetec, 1970). 10 Corresponde al volumen de agua mínimo del embalse, el cual no puede ser aprovechado en la producción de energía eléctrica. 11 Esto forma parte de la vía alterna al llano. 12 Cuyo costo ascendió a la suma de 195 millones de dólares (aes, 2013).
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En total, el proyecto Chivor contempló la construcción de tres líneas de transmisión. En 1977 entró en funcionamiento Chivor i, con las líneas de transmisión Torca y Paipa que tienen una longitud de 104 km y 119 km respectivamente. Por su parte, en 1982 entró en funcionamiento Chivor ii, con otra línea de transmisión Torca cuya longitud es de 105 km (Ochoa et al., 2002). En la tabla 1 se exponen las características generales de la obra de acuerdo con los datos de Consultécnicos.
Tabla 1. Características generales de la presa, el embalse y la zona de inundación.
Variable Característica Altura presa 237 m Ancho presa 12 m Longitud presa 310 m Longitud embalse/arriba presa 22 km Área inundada 1260 ha Capacidad volumen 758 millones de m3 Capacidad eléctrica 1.000.000 kw Predios inundados 558 Familias desplazadas por la inundación 249
Así, a través de la construcción de esta represa se llevó a cabo la transformación de flujos hídricos más relevante en el Valle de Tenza durante el siglo xx. Con la presa La Esmeralda se interrumpió el pasó del agua a través del río Bata, reconfigurando el mismo y transfor- mando la percepción local del río en las dinámicas socioculturales relacionadas con él. “[…] ahí bien abajo era el río y junto a él estaba la carretera, luego ya hicieron fue ese charco” (Samuel Barreto, entrevista personal, 30 de marzo de 2012). El desarrollo de obras como la construcción de la casa de má- quinas, de los túneles de vertimiento desde ella hasta el río Lengupá, y de las captaciones de los ríos Tunjita, Rucio y Negro, tuvieron gran influencia en la conquista hidrosocial, al ratificar materialmente el poder económico y la posesión de herramientas tecnológicas por parte de isa para el desarrollo de obras de tan amplia magnitud, como la que
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implicaba cruzar ríos a través de imponentes montañas para lograr el arribo del agua al sitio de represamiento. Con el desarrollo de las obras, los ríos se convirtieron en cuerpos de agua de amplio volumen y mínima movilidad, tal es el caso del río Bata, así como en conductos que transportan agua a través de las montañas, por ejemplo en los ríos Tunjita, Negro y Rucio. El paisaje se transformó radicalmente ante la modificación del río y la construcción de un nuevo cuerpo de agua que implicó múltiples consecuencias a nivel local, como lo son la transformación de prácticas socioculturales con el río, de los cultivos agrícolas y del clima por la elevación de la humedad relativa del ambiente. Pero las acciones expuestas hasta ahora, que sin duda transformaron profundamente el panorama hidrosocial de la zona, se vieron fortale- cidas por procesos de legitimación normativa a través de los cuales se autorizó la intervención y se brindaron concesiones para la producción de energía eléctrica, y con ello, para el uso del agua con este fin.
Legitimación normativa Esta conquista hidrosocial se sustentó y reforzó asimismo con el desarrollo de documentos públicos que conllevaron a la legitimación normativa de las intervenciones realizadas durante la construcción de la represa. Al respecto, se puede referenciar como principal hecho normativo la Resolución n.º 0294 del 27 de marzo de 1984, a través de la cual el Instituto Nacional de Recursos Naturales (inderena) otorgó a isa concesiones para la generación de energía eléctrica por un término de cincuenta años y autorizó la desviación al embalse La Esmeralda de los ríos Tunjita, Negro y Rucio. Esta resolución brindó elementos que legitimaron normativa- mente el control hidrosocial por parte de isa durante un periodo de cincuenta años, siendo este un tiempo adicional al que ya llevaba dicha institución tomando decisiones sobre los caudales y cursos de los grandes cuerpos de agua de la región. Dicha resolución legitimó normativamente el control sobre la producción de energía y con ello sobre los cuerpos de agua involucrados, legalizando por esta vía el acaparamiento que ya se había dado en la zona para el desarrollo de procesos como la desviación de ríos.
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En la mencionada resolución, cobra relevancia la autorización de la intervención y desviación de los ríos Tunjita, Negro y Rucio, ello debido principalmente a la apreciable incoherencia temporal que se presenta en el proceso, lo que es particularmente visible con la emisión en 1984 de la autorización de una desviación que ya había culminado hacia 1982. A continuación, a manera de síntesis se presentan algunos ele- mentos relacionados con los tiempos de construcción y operación inicial de la hidroeléctrica, los cuales aportan a la comprensión de la conquista hidrosocial de la región. Particularmente se enfatiza en procesos asociados a los tiempos de construcción y a épocas poste- riores, considerados fundamentales en la conquista hidrosocial del territorio, debido a los vínculos que establece con la experiencia de los pobladores.
En tiempos de construcción y primeros años de operación Entre las décadas de 1970 y 1980, correspondientes al tiempo de construcción y operación inicial de la hidroeléctrica de Chivor, las empresas e instituciones involucradas vincularon al desarrollo de las obras a una parte de la población local, principalmente hombres, empleándolos en actividades como la excavación de túneles y la re- moción de masas de tierra. Cabe resaltar que, según cuentan los pobladores, la mano de obra local empleada para el desarrollo de las obras fue mínima comparada con la necesaria para el proyecto. Esto debido a dos razones principales, primero, por la inexperiencia y falta de conocimiento técnico de la mayoría de la población local en torno a la realización de actividades específicas y, segundo, debido a la considerable emigración de población de diferentes partes del territorio nacional hacia esta región. Pero a pesar de estos eventos, muchos pobladores locales en- contraron en el desarrollo de las obras un ingreso de dinero con el cual consideran que pudieron acceder a algunas comodidades. Muchos piensan, como don Doroteo Bernal, campesino oriundo del municipio de Macanal pero habitante de Garagoa desde los años de construcción de la obra:
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[…] en esa represa mucha gente levanto vida, levanto plata […] Yo por mi ahorré, de ahí saque pa muchas cosas. El que ahorró ahorró e hizo plata. A mí me dejaron trabajar ocho años. Yo trabajé, abrí una cuenta hasta en la caja Agraria. Antes de eso en el campo trabajando (Doroteo Bernal, entrevista personal, 10 de noviembre de 2011).
Aunque en su mayoría los vinculados a las obras fueron hombres, algunas mujeres encontraron posibilidades a través de la venta de ali- mentos a los trabajadores, la lavada de ropa, el apoyo en la enfermería, entre otros. Así, en algunas familias de la zona se dieron transforma- ciones en las dinámicas de división social del trabajo. Mientras que antes los hombres se encargaban de gran parte de la labor agrícola, con el inicio de las obras muchas mujeres tuvieron que liderar esta actividad mientras ellos trabajaban en la hidroeléctrica por largos periodos de tiempo. Los hombres salieron a las obras a trabajar; de la vida en las fincas y el trabajo en las sementeras muchos pasaron al trabajo en medio de fríos materiales, en el interior de túneles, y bajo todo el peligro que re- presentaban, por ejemplo, los procesos de remoción en masa. Muchos sobrevivieron y continuaron su camino laboral en este tipo de obras, otros se retiraron o fueron despedidos a lo largo del tiempo de cons- trucción de la represa, pero algunos sucumbieron en medio del riesgo que implicaba el desarrollo de las obras. […] a lo que se acabó el trabajo de la represa de aquí ya hubo […] habían apurado el otro proyecto abajo en el Guavio. Me fui pa allá. Allá hubo mucha gente accidentada, muerta allá. Eso allá [en el trabajo con las represas] es aventurando la vida. Más la gente que trabaja debajo de tierra. (Doroteo Bernal, entrevista personal, 10 de noviembre de 2011)
Y aunque algunos pobladores dicen haber obtenido beneficios del desarrollo de estas obras, la mayoría de personas coinciden en que obtuvieron menos de lo prometido, e incluso que llegaron a tener pérdidas en múltiples sentidos. Entre esto, se resalta el hecho de que la producción de energía en la zona no implicó la electrificación local, como había llegado a ser explícito en los documentos de planeación de la obra.
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Según los reportes de aes Chivor, la energía eléctrica producida en la zona alimenta el sistema interconectado nacional y genera ex- cedentes para la venta en el mercado internacional. Por su parte, la electrificación de la zona depende de la producción en Termopaipa y su transmisión hasta la región. Esto incluso para la iluminación de los túneles dispuestos a lo largo de la carretera como producto de las obras realizadas en los años setenta. Por otro lado, según recuerda Jorge Bejarano, cuando era alcalde del municipio de Santa María la gente organizó un paro contra Im- pregilo y lograron detener las obras por siete días. En este proceso hubo negociación y la empresa se comprometió con la comunidad a implementar acciones como la pavimentación de algunas vías, el mejoramiento de la plaza de mercado y del centro de salud. Sin em- bargo, a pesar del acuerdo establecido, al parecer no se cumplieron a cabalidad dichos compromisos (Jorge Bejarano, entrevista personal, 3 de abril de 2012). A continuación, se presenta un contexto general de la represa en los años noventa, lo cual tiene un papel relevante en la transformación de las relaciones de propiedad y en la consolidación de las relaciones de poder en torno a los cuerpos de agua en el territorio.
Chivor en la década de 1990: tiempos de privatización Con el marco legislativo proporcionado por la Constitución Política de 1991 se disparó el mayor proceso de privatización en la historia del país, en el cual el modelo de desarrollo neoliberal se instauró como eje conductor de la política económica de Colombia (Escobar, 2007; Vélez, 2012). En este contexto, la privatización del sector energético se justificó por la necesidad de aumentar su capacidad de generación de energía para compensar la escasa oferta durante los períodos de sequía, y se basó en la idea de la incapacidad intrínseca del sector público para cumplir con sus funciones (Lobina y Hall, 2007, citados por Vélez, 2012). Este tipo de justificación se puede evidenciar en el Conpes 2763 de 1995, “Estrategias para el desarrollo y la expansión del sector eléctrico 1995-2007” (dnp, 1995), donde se plantea la incapacidad del sector
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público para el cubrimiento de las demandas y las dificultades que esto podría representar a la luz de eventos como las temporadas secas proyectadas para el periodo 1996-1998.13 La privatización de hidroeléctricas se convirtió en una prioridad en el marco de la política económica nacional, para lo cual fue clave la transformación institucional a cargo del sector eléctrico. Frente a este panorama, a través del Conpes 2763, se planteó la división formal de isa como un proceso de apoyo a la consolidación del marco ins- titucional para impulsar la competencia en un mercado abierto de electricidad (dnp, 1995). Siguiendo dichos fines de privatización, se dio la división de isa en dos empresas de carácter mixto, una encargada de la generación y otra de la transmisión, siendo ellas isagen (isa-gen) e isa (isa-t) respectivamente. A partir de la división de isa, se establecieron los activos de isagen14, entre los que se incluyó Chivor. Asimismo, se planteó proceder a la venta de participaciones accionarias, con el principio de mantener a isagen como una empresa matriz. Bajo la ley de privatizaciones o Ley 226 de 1995 y el Conpes 2763 de 1995, la Central Hidroeléctrica de Chivor estaba al frente de isagen como empresa encargada de la generación. Ya en 1996 se formalizó el primer programa de privatización del sector en el que se contempló la venta de Chivor15 (Ochoa et al., 2002), proceso que tomó forma con la emisión del Decreto número 1740 de 1996, el cual da un paso con- tundente hacia lo que sería la privatización definitiva de esta central.
13 Frente a esto se puede pensar en los vínculos temporales entre el planteamiento de las crisis y las medidas propuestas para contrarrestarlas. Al respecto, cabe resaltar la relación entre la corriente de privatizaciones a nivel nacional y el inicio de la profunda crisis planteada para el sector eléctrico a comienzos de los años noventa. 14 “En este proceso se incluyen las siguientes plantas: San Carlos, Jaguas, Calderas, Chivor, Termozipa iv y v, Betania, Termocartagena, Termotasajero, Paipa iii, Prado, Termogualanday, Ocoa y Termoyumbo-Gas (estas tres últimas son propiedad de Ecopetrol). También se incluyen las participaciones de isa en Guavio, Miel I y Urrá” (dnp, 1995, p. 29). 15 Junto con Betania, Termocartagena, Termotasajero, Ocoa, Yumbo, Gualanday y de la propiedad accionaria de la Nación en epsa (Ochoa et al., 2002).
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En efecto, con la emisión del decreto 1740 del 20 de septiembre de 1996, se aprobó el programa de enajenación y se estableció el precio base de la Central Hidroeléctrica de Chivor mediante la constitución de la sociedad Chivor s.a., esp, que adquiriría y “explotaría” la Central Hidroeléctrica de Chivor. Así, la represa estuvo bajo el control de isa como entidad estatal desde 1970 a 1995, entre 1995 y 1996 fue propiedad de isagen como entidad mixta y, finalmente, de 1996 en adelante se consolidó como propiedad privada de la compañia Gener S. A. que constituye la sociedad Chivor S. A. ESP. Estos procesos de privatización se han entendido como la fase final de un proceso de acumulación por desposesión (Vélez, 2012), en donde se pasa del control estatal al control privado de territorios y elementos como el agua, los cursos y flujos hídricos y las pendientes. Así, se hacen tangibles problemáticas que radican en cuestiones de control y apropiación de elementos, espacios y lugares que histórica- mente han estado ligados a formas de vida y prácticas socioeconómicas y culturales de las comunidades. Estas problemáticas, que también se traducen en aspectos relacio- nados con el acceso y manejo de elementos socionaturales, se acompañan de discrepancias por los intereses en torno a los recursos económicos que surgen en procesos como la privatización. De tal manera, se visualizan conflictos de tipo distributivo (Martínez, 2010; Escobar, 2005) entre la población local, el Estado y la empresa aes Chivor, en torno a procesos como la escrituración asociada a la venta de la represa. Sin embargo, a pesar de la importancia que tiene el proceso de privatización de la represa al constituirse en una fase medular de la desposesión del agua, los ríos y demás elementos asociados, es funda- mental tener en cuenta que a nivel local este proceso no tuvo amplia relevancia entre la población. Esto debido a que en la región prevalece la percepción de que ya se había dado este despojo por parte del Estado, y aunque se hubiese presentado un cambio sobre la figura de propiedad, las transformaciones locales en cuanto al control, acceso, uso y manejo de las aguas de la represa no fueron considerablemente diferentes a las ya presentadas de manera previa. La privatización de la represa se hace fundamental en la com- prensión de la conquista hidrosocial de la región. Para la población
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local, esta privatización se hace clave principalmente por el recono- cimiento de un nuevo actor en el territorio y de su papel en la gestión de la distribución —tanto al territorio nacional como al extranjero— de la energía producida, más no por su influencia directa sobre las relaciones de la comunidad con el agua.
Reflexiones finales Desde mediados del siglo xx, la región del Valle de Tenza fue in- serta en un proceso de apropiación y desposesión de recursos, espacios y, con ello, formas de vida. Mediante la planeación y construcción de la represa de Chivor se presentaron amplias transformaciones territoriales que pueden ser entendidas y enmarcadas como un proceso de conquista hidrosocial, el cual se ha fundamentado, entre otros, en las limitaciones geográficas y biofísicas de los centros de desarrollo industrial. Dicha conquista evidencia la conexión de los intereses de diferentes regiones de Colombia, así como del sector industrial, por la apropiación y control de recursos hídricos y el papel facilitador del Estado para la ejecución de dichos procesos. Esto tiene una estrecha relación con las ideas sobre la construcción de represas y el desarrollo, así como con el contexto nacional de fomento de la producción de energía eléctrica y de la interconexión de los sistemas, en lo cual se hizo clave la proble- matización hecha sobre la escasez de caídas de agua. De tal forma, esta conquista fue signada tanto por los procesos de electrificación nacional como por los procesos locales de apropiación de recursos y de significación del evento de construcción de la represa, del agua y de sus espacios de circulación. Dentro de los elementos claves en la conquista hidrosocial, se destacan la construcción de imaginarios sobre la zona, su gente y las necesidades “comunes” a un país; la apropiación de espacios; la legitimación normativa y el desa- rrollo de obras de alto impacto, como la transformación de cursos de agua, la construcción de nuevas vías, el establecimiento de la presa y el represamiento de las aguas. Todo ello enmarcado en procesos de despojo que involucran directamente el agua y las relaciones que ella encarna para las comunidades locales. Así, la construcción de esta represa se establece como un pro- yecto circunscrito a sistemas socioeconómicos y geopolíticos amplios
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(Guerrero, 2010), el cual responde a la demanda de unos territorios e intereses particulares a partir de la intervención y transformación material de otro territorio —el Valle de Tenza— que se establece como banco de recursos. Esta cuestión no es ajena a la historia reciente del país, en donde a través de proyectos de gran impacto como centrales hidroeléctricas y explotaciones mineras, se han venido generando profundas transformaciones en territorios aislados espacialmente de las zonas a ser impactadas con los bienes o servicios generados. En la transformación de las relaciones hidrosociales que genera este tipo de proyectos, tiene un rol central la apropiación discursiva y material del agua, realizada a través de procesos en los cuales cobran relevancia las tendencias de exclusión y desarrollo de acciones dis- criminatorias que favorecen intereses externos al contexto local. Así, el establecimiento de Chivor se respaldó ampliamente en la forma de operación del discurso del desarrollo con el fortalecimiento de rela- ciones de poder a través de: la construcción de ideas sobre un otro —los campesinos— pre-moderno y subdesarrollado; el posicionamiento de una superioridad del conocimiento “científico” sobre el conocimiento y desarrollo de prácticas locales; la apropiación de espacios comunales a través de su privatización y la legitimación normativa. La conquista hidrosocial del Valle de Tenza evidencia así cuestiones referidas a los conflictos por el agua, los cuales surgen en medio de intereses que conducen a la desposesión del agua y a la transformación de los significados que esta encarna en grupos poblacionales, para quienes el agua representa mucho más que un derecho.
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260 Hidropoder: ¿agua para la vida o mercancía hidroenergética? Caso del Proyecto Hidroeléctrico El Paso en Cabrera, Cundinamarca, Colombia
Lorena Torres Universidad Nacional de Colombia
Introducción En la última década se ha dado un notable aumento en la planificación de proyectos hidroeléctricos en buena parte del territorio nacional, sobre todo en la región centro-andina, estipulada como la tercera con mayor potencial hidroeléctrico a nivel nacional, luego de las regiones del Amazonas y el Caribe (colciencias; ideam; igac, 2015). Los casos más controversiales, como la Represa de Urrá I en el alto Sinú en el departamento de Córdoba, Hidroituango en Antioquia, Hidrosogamoso en Santander y El Quimbo en el sur del Huila, se destacan por los graves impactos sociales y ambientales generados en el proceso de construcción de la infraestructura hidroeléctrica y en la puesta en funcionamiento de la generación de energía. En estos casos resaltan desfavorables impactos, como la intensi- ficación de conflictos territoriales; desplazamiento de comunidades rurales y etnocidio (especialmente en el caso de Urrá, con el pueblo Embera-katio); además de afectaciones ambientales de carácter irre- versible como la inundación de terrenos, cambios en el uso de la tierra, erosión ambiental y alteraciones al flujo hídrico, entre otros (Orduz y Rodríguez, 2012). En consecuencia, se han replanteado las estrategias para generar energía hidroeléctrica, cuestionando la forma convencional
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(con represa) por las afectaciones sociales y ambientales, posicionando así nuevas maneras, como por ejemplo a filo de agua. El caso del Proyecto Hidroeléctrico El Paso sobre el río Sumapaz evidencia la implementación de tecnologías y argumentos supuesta- mente ecológicos y “verdes” para justificar la generación de energía hidroeléctrica a filo de agua, es decir, sin inundar vastas extensiones de terreno. Sin embargo, no puede olvidarse que la construcción de proyectos hidroeléctricos bajo esta modalidad también produce graves impactos sociales y ambientales —que, si bien son menos graves que los de los proyectos hidroeléctricos convencionales, no dejan de ser preocupantes—. A lo largo del presente artículo se expondrán otros casos similares, partiendo de la experiencia del municipio de Cabrera, Cundinamarca. Desde hace décadas, varias empresas generadoras de energía como la firma hmv Ingenieros, la Empresa de Energía de Bogotá (eeb) y la multinacional emgesa (anla, nda 0271) han tenido interés en aprovechar el potencial hidroeléctrico de la región del Sumapaz, caracterizado por la accidentada orografía de la zona —que potencia la caída hidráulica de agua—, el nacimiento de agua en el páramo y el caudal hídrico abundante del río Sumapaz. En 2008, emgesa solicitó una licencia ambiental para ejecutar el Proyecto Integrado de Minicentrales en la Cuenca del Río Sumapaz, planificado para tener una capacidad de generación de 245 mw distribuidos en 14 minicentrales de generación a filo de agua. A pesar de que el proyecto era a filo de agua, en la primera cadena de generación contaría con un embalse de 126 m de altura, ubicado en el municipio de La Unión, a 2700 m s. n. m., a tan solo 300 m de la cota del páramo de Sumapaz. Este hecho generó descontento en las comunidades locales del municipio y del alto Sumapaz, quienes bajo argumentos de carácter político, ambiental y social se movilizaron en contra de la construcción del proyecto hidroeléctrico en su territorio. En 2012 se registraron modificaciones en la planificación de la generación de hidroenergía en la región. emgesa cambió algunos detalles técnicos y el nombre del proyecto, ahora llamado Proyecto Hidroeléctrico Sumapaz. A diferencia del anterior, excluyó algunas áreas de influencia como Arbeláez y Villarrica en el departamento
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del Tolima, se eliminó el embalse de la primera cadena de generación y fue dividido en dos fases (anla, nda 0271). La primera fase contemplaba tres cadenas de generación con ocho casas de máquinas o “minicentrales” a filo de agua, con una capacidad de generación instalada de 160 mw, lo que equivale a un modelo de Centrales Hidroeléctricas (ch) debido a que supera los 20 mw y se encuentra en una zona interconectada con el Sistema Interconectado Nacional (sin) (colciencias; ideam; igac, 2015). La segunda correspondería a las seis casas de máquinas restantes de las catorce establecidas en el proyecto anterior. Un año después, en 2013, emgesa cambió de nuevo el nombre del proyecto, ahora denominado Proyecto Hidroeléctrico El Paso. El diseño se mantenía sobre la misma base que el anterior, con la única diferencia de que el área total del proyecto se redujo a la fase uno del Proyecto Hidroeléctrico Sumapaz, es decir, a tres cadenas de generación con ocho casas de máquinas, cada una con una capacidad instalada de 20 mw, para un total de 160 mw en total. De acuerdo con lo anterior, es posible afirmar que los intereses en generar energía hidroeléctrica con base en el aprovechamiento y alteración del flujo hídrico del río Sumapaz son de larga data y di- versas iniciativas de generación han sido modificadas por múltiples razones, sobre todo por la negativa de las comunidades locales ante la construcción de proyectos hidroeléctricos en la región. En este sentido, en el presente artículo se problematiza la po- sible implementación del Proyecto Hidroeléctrico El Paso en el municipio de Cabrera, Cundinamarca, considerando los impactos sociales y ambientales generados por el mismo. El agua será el eje central del análisis, de manera que se comprenderán las diversas concepciones e intereses que confluyen sobre ella en este caso. Para tal fin, se desarrollará el concepto de ciclo hidrosocial, con el que se busca entender que la disponibilidad, generación y apro- piación del agua no depende solamente de los ciclos hidrológicos1
1 Entendido como la generación y transformación de las aguas como resultado de los procesos de precipitación, interceptación, infiltración, escorrentía, transpiración y evaporación (colciencias; ideam; igac, 2015).
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sino también de las diversas relaciones de poder que se entretejen en torno al agua y la naturaleza. En primer lugar, se analizará la expansión de proyectos hidroeléc- tricos en buena parte del territorio nacional, como consecuencia del aumento de la demanda energética en los últimos diez años y de la necesidad de explotar fuentes de energías no renovables, alternativas a los combustibles fósiles (como el carbón y el petróleo) que producen gases de efecto invernadero y profundizan el cambio climático. Al respecto, se considerarán dos momentos críticos, la crisis energética de 1992 y la de los años 2015-2016, que evidenciaron el interés del gobierno nacional en aumentar la producción de energía a través de centrales hidroeléctricas de mediana capacidad de generación. En un segundo apartado se entenderá el creciente interés en pro- ducir energías “limpias” en el marco de un modelo de desarrollo basado en la explotación de la naturaleza y desde paradigmas centrados en el progreso, la modernización y el crecimiento económico ilimitado. Además, se tiene en cuenta que este modelo de desarrollo (evidenciado en la locomotora minero-energética propuesta en el primer gobierno de Juan Manuel Santos 2010-2014) profundiza lógicas extractivas y de dependencia del país ante los vaivenes del mercado mundial. En la tercera parte, se explicarán detalles técnicos del Pro- yecto Hidroeléctrico El Paso, la trayectoria de influencia de emgesa -además de otras empresas generadoras de energía- en el municipio de Cabrera, Cundinamarca, y se evidenciarán las diferencias más importantes entre los impactos sociales y ambientales de proyectos hidroeléctricos convencionales (con represa) y no convencionales (a filo de agua) como El Paso. En el cuarto apartado se desarrollará un contexto sociopolítico y ambiental de la región del Sumapaz, específicamente del municipio de Cabrera, resaltando las condiciones geográficas y ambientales del territorio afectado por la posible construcción de la hidroeléctrica. Asimismo, se analizará la trayectoria histórica y política de las pobla- ciones campesinas del municipio, que derivó en la consolidación de la Zona de Reserva Campesina de Cabrera en el año 2000. En el quinto apartado se plantearán concretamente los posibles im- pactos sociales y ambientales de la construcción del Proyecto Hidroeléctrico
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El Paso en el municipio de Cabrera. Uno de los argumentos con mayor fuerza en este apartado es que —contrario a como lo plantea emgesa y pese a la implementación de mitigación de impactos— los proyectos hidroeléctricos a filo de agua generan importantes impactos sociales y ambientales que afectan de manera preocupante las condiciones de vida de las poblaciones locales y campesinas. Por último, se plantearán las relaciones de poder que se des- pliegan sobre el agua, en este caso específicamente las disputas entre la multinacional emgesa y las comunidades rurales del municipio de Cabrera. Para la primera, el agua es una mercancía hidroenergética, según lo cual su gestión y uso deben orientarse a aprovechar al máximo la potencialidad de generación para suplir la demanda energética nacional. Para las segundas, el agua es un bien común indispensable no solo para la vida, las prácticas y las actividades económicas de las comunidades campesinas, sino también para otros seres vivos y territorios vitales, como el Páramo de Sumapaz. Además, se considerarán múltiples estrategias de resistencia ante la construcción de la hidroeléctrica por parte de las comuni- dades campesinas de Cabrera, que derivaron en la consulta popular realizada el 26 de febrero de 2017, en la cual el 97% de las personas participantes votaron no ante la pregunta: ¿Está usted de acuerdo, sí o no, que en el municipio de Cabrera como Zona de Reserva Campesina, se ejecuten proyectos minero y/o hidroeléctricos que transformen o afecten el uso del suelo, el agua y la vocación agro- pecuaria del municipio? Ante la movilización social y la convocatoria de consulta popular en Cabrera, emgesa ha acudido a nuevas estrategias que les permitan ejecutar el proyecto en la cuenca del Sumapaz y desviar la atención de quienes se oponen a la ejecución de la hidroeléctrica. Una de las más recientes fue cambiar nuevamente el nombre del proyecto y hacer algunas modificaciones, como excluir a Cabrera como zona de influencia directa del proyecto. El “nuevo” proyecto se llama Proyecto Hidroeléctrico Aguaclara y mantiene buena parte del diseño y plani- ficación de El Paso, con la única diferencia de que excluye a Cabrera, único municipio de impacto directo donde las comunidades locales se opusieron a la ejecución del proyecto.
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Demanda hidroeléctrica y crisis energética (2015-2016) La discusión en torno a la generación de energía eléctrica ha estado latente en la política nacional desde inicios de la década de 1990, particularmente a partir de la crisis energética de 1992 —atribuida al fenómeno de El Niño— que condujo a un plan de racionamiento que implicó la modificación del horario diurno, además del racionamiento de energía durante nueve horas al día durante trece meses (Orduz y Rodríguez, 2012). Este episodio dimensionó el impacto y el alcance que puede tener una crisis energética, tanto en la vida cotidiana como en la economía nacional, lo que aumentó las preocupaciones del gobierno nacional en garantizar el abastecimiento permanente de energía. En los últimos diez años, la demanda energética nacional aumentó en un 24%, pues pasó de 48,8 gwh en 2005 a 63,671 gwh en 2014, este incremento se debe principalmente al aumento en el consumo de energía del sector residencial, considerado junto con la industria y el comercio como uno de los sectores de mayor demanda energética. Además, hay que tener en cuenta que el 64% de generación de energía eléctrica que solventa esta demanda se produce con base en recursos hidráulicos (colciencias; ideam; igac, 2015). En contraste, el potencial hidroeléctrico nacional, calculado en 2013 por la Unidad de Planificación Minero Energética upme( ), fue de más de 70 gwh potencialmente explotables a través de la implementación de proyectos hidroeléctricos convencionales (con embalse o represa) y no-convencionales, específicamente a filo de agua. En este sentido, desde la lectura de planificadores y el gobierno nacional, la generación de energía hidroeléctrica resulta ser la solución más expedita para suplir la creciente demanda energética a nivel nacional. El aumento en la demanda de energía y el alto potencial hi- droeléctrico condujeron a la planificación y ejecución de proyectos hidroeléctricos de gran importancia a nivel nacional, como Hidroi- tuango (2.400 mw), Hidrosogamoso (820 mw) y El Quimbo (400 mw)2. Estos proyectos se destacan por su alta capacidad de generación de
2 En estos proyectos están involucradas empresas como la multinacional emgesa, el Grupo de Empresas Públicas de Medellín epm y la recién privatizada isagen.
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energía y por graves impactos sociales y ambientales como la pérdida de biodiversidad, la inundación de terrenos, el desplazamiento de poblaciones rurales y la reconfiguración territorial en detrimento de las comunidades locales, además de sistemáticas violaciones a los de- rechos humanos (Censat, 2014). Sin embargo, las expectativas sobre el aprovechamiento de cau- dales de agua y la construcción de grandes represas para garantizar la generación hidroeléctrica encontraron grandes obstáculos entre los años 2015 y 2016 como consecuencia del fenómeno de El Niño, que generó un escenario de sequía y escasez de agua debido a una reducción entre el 30 y 40% de las precipitaciones y el aumento de la temperatura. Los efectos del fenómeno de El Niño fueron evidentes en múltiples ámbitos, incluyendo el sector energético, pues como consecuencia de la reducción del caudal hídrico de los ríos y de los embalses, la generación de energía hidroeléctrica tan solo alcanzó el 20% de la capacidad total de generación en condiciones climáticas normales. Ante este escenario y el inminente aumento en la planificación y puesta en marcha de proyectos hidroeléctricos, surgen varias cuestiones que serán desarrolladas a lo largo del texto como: ¿cuál es el uso priori- tario que debe darse al agua?; ¿este elemento vital debe ser protegido y conservado para sostener la vida de todo ser vivo o para generar energía?; ¿existe una concepción ecosistémica y territorial del agua por parte de entidades gubernamentales y empresas generadoras de energía? Uno de los casos más importantes que evidenció las disputas entre diversas concepciones sobre el agua en este escenario de crisis energética fue la Hidroeléctrica El Quimbo, impulsada por la mul- tinacional emgesa en el sur del departamento del Huila. En primer lugar, es necesario considerar que, desde el inicio de la construcción de las obras de infraestructura, ha sido un proyecto emblemático por los graves impactos ambientales generados, además del detrimento a las economías campesinas y piscícolas locales, el desplazamiento de comunidades, la criminalización de la protesta social y la violación de derechos humanos por parte de la multinacional y el gobierno nacional a través del accionar del Escuadrón Móvil Antidisturbios (esmad). Desde hace varios años, las comunidades locales afectadas por la construcción de esta represa se organizaron y dirigieron múltiples
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movilizaciones en contra del proyecto hidroeléctrico, señalando no solo las afectaciones territoriales y ambientales, sino también varias irregularidades en el proceso de licenciamiento ambiental. En contravía con lo ordenado por la autoridad ambiental, a mediados de 2015 emgesa inició el llenado de la represa sin remover la biomasa que se encontraba en el área de inundación, lo que a la larga condujo a la contaminación de miles de metros cúbicos de agua y a una crisis ambiental sin precedentes en la región. En este caso han estado involucradas diversas fuerzas políticas; por un lado, el Tribunal Administrativo del Huila suspendió el proceso de llenado de la represa en febrero de 2015 ante una acción popular y solicitó el retiro de la biomasa en la zona que sería inundada. Sin embargo, a través del Decreto Presidencial 1979 de 2015 se ordenó la entrada en operación de la hidroeléctrica a mediados de 2015. Por su parte, la Corte Constitucional ordenó el cierre de las compuertas de la represa y la suspensión de la generación de energía en diciembre de 2015, como consecuencia de las irregularidades en el decreto presidencial anteriormente mencionado (Mundo Minero, 2016). No obstante, a inicios de 2016 el Tribunal Administrativo del Huila ordenó la reapertura de las compuertas de la represa ante una tutela interpuesta por el Ministerio de Minas y Energía arguyendo el derecho al debido proceso, al trabajo, a la salud y a un medio ambiente sano. Además de aportar el 5% de la energía que el país demandaba en aquel momento, ante lo cual se argumentaba un “perjuicio eco- nómico de la Nación”, por la no generación de energía hidroeléctrica (El Espectador, 2016). Este caso permite evidenciar que a pesar de las múltiples irregulari- dades e incumplimientos de emgesa, además de los graves impactos terri- toriales, ambientales y económicos que ha generado la entrada en operación de este proyecto; se optó por privilegiar la producción hidroenergética, desconociendo la función ecosistémica y territorial del agua para las comu- nidades locales, para así “darle mayor confiabilidad al Sistema Energético Nacional, al poder atender este 5% de la demanda de energía del sistema” (El Espectador, 2016, párr. 5). La crisis energética que tuvo lugar entre 2015 y 2016 permite re- conocer una concepción específica sobre el agua, considerada como
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un recurso estratégico esencial para abastecer la creciente demanda energética nacional; aunque no necesariamente la seguridad y sobe- ranía energética, tal como fue evidente con la venta y privatización de los activos del Estado de la generadora isagen a inicios de 2016.3
Hidroenergía y desarrollo La energía hidroeléctrica es considerada un mecanismo de pro- ducción de energía “limpia” porque no requiere el uso de químicos ni contaminantes que alteren la calidad de las aguas, ni se basan en la explotación de recursos no-renovables (como hidrocarburos) que emiten contaminantes y gases de efecto invernadero que profundizan el cambio climático (emgesa, 2014; isagen, 2013). Sin embargo, la producción de energía hidroeléctrica demanda alteraciones físicas del caudal hídrico que —contrario a como es mostrado por las em- presas impulsoras— alteran la calidad y la cantidad de las aguas y los ecosistemas acuáticos y fluviales. Por un lado, las hidroeléctricas convencionales (como El Quimbo) tienen graves e irreversibles impactos ambientales a causa de la inun- dación de vastas extensiones de terreno, que modifican seriamente el caudal hídrico de los ríos aguas abajo de la represa o embalse. Además, las zonas de inundación son generadoras de gases de efecto invernadero debido a la degradación de la biomasa inundada (Ayala y Tenthoff, 2012). En términos sociales, este proceso demanda el desplazamiento de las comunidades rurales y cambios drásticos en actividades económicas tradicionales como la pesca y la agricultura (como se mencionó en el caso de El Quimbo). Si bien las centrales hidroeléctricas no convencionales, especial- mente a filo de agua, no requieren la inundación de terrenos, sí tienen otro tipo de impactos sobre el caudal de los ríos, pues las alteraciones en términos de volumen, profundidad, anchura y velocidad del caudal hídrico pueden tener serias afectaciones sobre los ecosistemas acuáticos. Además de impactos sociales similares a los generados por proyectos
3 Hecho que se evidenció un mes después de la venta de isagen, cuando el gobierno nacional anunció que como medida ante la crisis energética se importaría energía eléctrica desde Ecuador (Cárdenas; Isaza, 2016).
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hidroeléctricos de mayor envergadura, como será evidenciado más adelante con el caso del Proyecto Hidroeléctrico El Paso. Para entender el escenario sociopolítico en el que se enmarca el impulso de este tipo de proyectos es necesario comprender que, desde hace varias décadas —especialmente desde la instauración del neoli- beralismo a inicios de la década de 1990—, Colombia está sufriendo un proceso de desindustrialización debido a la apertura comercial que ha abierto las puertas del mercado nacional a productos e industrias extranjeras más competitivas y a menor precio que las manufacturas nacionales. Conjuntamente con la implementación de políticas de ajuste estructural (pae) basadas en la privatización de activos públicos, la des- regulación laboral y el libre comercio profundizaron las condiciones de dependencia evidenciadas en la división geopolítica de países centrales (industrializados y avanzados científica y tecnológicamente) y países periféricos (explotadores y exportadores de materias primas). Al igual que la mayoría de países latinoamericanos, Colombia es una nación periférica y dependiente ante las demandas de la economía centralizada en Estados Unidos, Europa y recientemente China, pues su vinculación al sistema-mundo se da fundamentalmente a través de la exportación de materias primas y recursos energéticos necesarios para jalonar el proceso industrial en los países y regiones anteriormente mencionados. Este hecho se ha profundizado en los últimos Planes Nacionales de Desarrollo (2010-2014 y 2014-2018) del gobierno de Juan Manuel Santos, especialmente en las denominadas “locomotoras del desarrollo”, particularmente en la “locomotora minero-energética”. En el Plan Nacional de Desarrollo 2014-2018 se estipula que el sector minero-energético es uno de los motores de desarrollo del país, ya que su participación en el pib pasó de 9.7% en 2006 a 11,2% en 2013. En este escenario, la lógica del crecimiento económico y el progreso en Colombia está fuertemente enraizada en actividades económicas extractivas como la minería, los hidrocarburos y la generación de energía hidroeléctrica. El impulso de proyectos hidroeléctricos puede entenderse desde el concepto de capitalismo verde o capitalismo benévolo (Gudynas, 2010) que ha sido repensado como
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Una etapa del capital en la que se considera el mercado como el principal medio para responder a la crisis ambiental global. ¿De qué manera? Integrando consideraciones ambientales en la economía y los procesos de producción creando nuevos mercados, denomi- nados verdes y limpios, ello para permitir la reproducción de capital y una salida a la crisis económica y energética sin alterar las rela- ciones sociales de producción del sistema capitalista. (Rodríguez, 2011, p. 3)
En otros términos, el capitalismo verde es un “ajuste ecológico o verde” del capitalismo, en el que la cuestión ambiental se concentra en dos aspectos fundamentalmente: el cambio climático global y la profun- dización de la inclusión de la naturaleza en el mercado (Gudynas, 2010). En este caso, la naturaleza es convertida en capital natural que debe ser “administrado” de manera efectiva para garantizar el proceso de acumulación, ocultando las contradicciones internas del sistema y las causas estructurales de la crisis ambiental. En este sentido, el “ajuste verde” es efectuado a favor de garantizar el proceso ilimitado de acumulación, no para asegurar condiciones de vida dignas para todo ser vivo y de las futuras generaciones. Bajo esta lógica, “los componentes de los ecosistemas, sean especies de fauna o flora o, incluso, sus genes o ciclos ecológicos, se convierten en mercancías sujetas a las reglas del comercio, que pueden tener dueños y valor económico” (Gudynas, 2010, p. 10). En el caso de los proyectos hidroeléctricos a filo de agua, la “reducción” de impactos ambientales a través de la implementación de ciencia y tecnología de punta pueden entenderse como [la generación] de transformaciones físicas del entorno natural, basados en el conocimiento científico, prácticas ambientales fun- dadas en la racionalidad instrumental, y acuerdos legales interna- cionales de manejo ambiental, cuyas implicaciones tienen lugar en los ámbitos social, cultural, económico y político especialmente de grupos locales, los cuales inician procesos colectivos de resistencia. (McCully 2001; Rosenberg, Bodaly y Usher 1995; Navarro 2012; ci- tados en Romero y Sasso, 2014, p. 57)
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Además es necesario considerar que este tipo de proyectos gene- ralmente se ubican en territorios históricamente excluidos, caracteri- zados por el abandono estatal, donde —desde una lógica hegemónica moderna— sus poblaciones son consideradas como inferiores social, política y económicamente, razón por la cual se justifica la “lógica del sacrificio” es decir, el sacrificio y el deterioro del ambiente y de la vida social, cultural y económica de unos pocos para, supuestamente, beneficiar a las mayorías y a la nación. La lógica del desarrollo y del “crecimiento verde” está sustentada en la idea del sacrificio, donde los pasivos ambientales, los impactos ecológicos y sociales se concentran a nivel local y regional, mientras los beneficios económicos se hacen manifiestos a nivel transnacional. En estos casos, el mercado mundial y las demandas transnacionales son de gran importancia, en tanto que la naturaleza no solo es convertida en una mercancía o servicio “real” (llámese energía hidroeléctrica), sino que también es incorporada en el sistema financiero mundial a través de lo que se ha denominado financierización de la naturaleza. Esta última puede entenderse como un mecanismo propio del capitalismo verde contemporáneo, caracterizado por la centralidad del capital ficticio y de la especulación financiera sobre la economía real (Censat, 2014). En este proceso los activos del capital natural son articulados al sistema bursátil y especulativo de tierras y mercados a futuro, razón por la cual la inversión en capital natural no solo im- plica una oportunidad de acumulación en la generación de valor real (por ejemplo, a través de la producción y comercialización de energía hidroeléctrica), sino también financiero, con base en la generación de valor resultante de la especulación sobre mercados a futuro. Sumado a lo anterior y como una propuesta centrada en el análisis de conflictos ecológico-distributivos generados por proyectos hidroeléc- tricos, Romero y Sasso (2014) sugieren entenderlos desde tres lógicas interdependientes que son transversales en la implementación de este tipo de proyectos: desarrollo, modernización y urbanización. Por un lado, es necesario aterrizar este análisis en un escenario geopolítico donde los países del sur global tienen un rol específico en el desarrollo, es decir, como proveedores de materias primas y como “concentradores” de pasivos ambientales, daños ecológicos
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y sociales. La modernización y urbanización pueden entenderse como correlatos del desarrollo, pues estas lógicas son impuestas con el fin de aumentar la productividad, el antropocentrismo, racionalizar el control sobre la naturaleza y urbanizar los territorios rurales aumentando la concentración de la población, la circulación de mercancías y la producción de capital. Desde la perspectiva de Leff (2003) una lectura de estas lógicas y conflictos ecológico-distributivos desde la ecología política permite [Poner al descubierto la deuda ecológica] más grande y hasta ahora sumergida del iceberg del intercambio desigual entre países ricos y pobres, es decir, la destrucción de la base de recursos naturales de los países llamados subdesarrollados, cuyo estado de pobreza no es consustancial a una esencia natural o limitación de recursos, sino que resulta de su inserción en una racionalidad económica global que ha sobreexplotado a su naturaleza, degradado a su ambiente y empo- brecido a sus pueblos. (Leff, 2003, p. 2)
Por otra parte, es necesario resaltar que, en el caso de la generación de energía hidroeléctrica, la relación agua-desarrollo está determinada por lógicas antropocentristas que orientan las potencialidades del agua para suplir las necesidades del ser humano, obviando el hecho de que también es un líquido vital para otros seres vivos. Sin embargo, es pre- ocupante que en este caso ni siquiera es orientada a suplir necesidades básicas vitales que garanticen condiciones de vida humana dignas, sino que su uso, administración y distribución son pensadas de manera tal que aseguren las bases materiales que sustentan la acumulación de grandes capitalistas, quienes invierten cuantiosas sumas de dinero en “bienes y servicios naturales” o capital natural para generar energía. En este escenario, el discurso del capitalismo verde que media en la justificación de proyectos hidroeléctricos a filo de agua tiene un fin meramente instrumental para solventar una crisis de legitimación en la cual “las protestas sociales por impactos ambientales ponen en riesgo la producción y los entramados políticos que amparan dicha legitimación” (Gudynas, 2010, p. 11). Esto sugiere un manejo tec- nocrático del ambiente, reduciendo los impactos ambientales a un “mínimo aceptable” que haga sustentable la reproducción de capital.
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Proyecto Hidroeléctrico El Paso Uno de los proyectos impulsados con base en las lógicas del desarrollo y capitalismo verde es el Proyecto Hidroeléctrico El Paso propuesto por la multinacional emgesa sobre la cuenca del río Sumapaz al sur del departamento de Cundinamarca. El Paso ha sido diseñado como una central hidroeléctrica a filo de agua, lo que quiere decir que no requiere la inundación de terrenos y generará energía mediante la captación de una parte del caudal del río que será transportada a través de túneles y tuberías subterráneas a las casas de máquinas, donde será turbinada, aprovechada para generar energía eléctrica por los generadores y, posteriormente, devuelta al río. El área de impacto directo de este proyecto será en los municipios de Cabrera, Pandi y Venecia, al sur del departamento de Cundina- marca, e Icononzo en el Tolima; específicamente en la cuenca media y alta del río Sumapaz. El Paso tendrá una capacidad instalada de 160 mw, una producción media de 1.050 gw/año y un caudal medio de generación que oscila entre los 10.7 y 20.9 m3/s, razón por la cual puede catalogarse como una central hidroeléctrica de mediana capacidad de generación (emgesa, 2014; ilsa, 2014). El proyecto constaría de tres cadenas de generación o bocatomas, de las cuales dos estarían ubicadas en Icononzo, Tolima y una en Cabrera, Cundinamarca. Además de ocho casas de máquinas, cada una con una capacidad de 20 mw de generación de energía. Si bien estas son las obras más importantes dentro del proceso de construcción de la hidroeléctrica, hay otro tipo de infraestructura necesaria para su funcionamiento sobre la cual es preciso llamar la atención. En primer lugar, para movilizar el agua con suficiente velo- cidad y presión es necesario filtrarla para evitar el paso de materias y sólidos que puedan obstruir las turbinas y, por ende, el proceso de generación. En razón, el agua destinada para la generación, es decir, el caudal de generación debe pasar sobre un vertedero o azud que se construye sobre el caudal natural del río. Durante la etapa de construcción de esta obra es necesario desviar parcialmente el río, lo que tendría fuertes impactos ecológicos en tanto implica la alteración parcial de un caudal natural y de las funciones de este ecosistema hídrico.
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Luego de pasar por este primer filtro, el agua sería conducida a un desgravador donde se filtran minerales y nutrientes, además de peces y otras especies propias del río que encontrarían un obstáculo para continuar su ciclo biológico. Posteriormente, el agua es conducida a un desarenador compuesto por tres módulos, donde nuevamente pasaría por un proceso de filtración para remover sedimentos, rocas u otro tipo de materiales del río que puedan obstruir o desgastar las turbinas de generación. Después de pasar por esta serie de filtros, el agua se encauzaría a la casa de máquinas a través de un túnel de carga (que en el caso de El Paso sería subterráneo), aproximadamente a 300 m de profundidad y 3 m de diámetro. Desde la primera bocatoma hasta la primera casa de máquinas habría un trayecto de 2.5 km, que serían intervenidos para la construcción y operación del túnel en que el que se movilizará el 72% de las aguas destinadas a la generación de energía.4 Según emgesa (2014), la energía generada por el Proyecto Hidroeléctrico El Paso estaría destinada a surtir el Sistema Interco- nectado Nacional (sin), desde el cual se acopia y distribuye buena parte de la energía en el territorio nacional. Vale la pena resaltar que el sin cubre aproximadamente el 48% del país y provee el 98% de energía eléctrica a nivel nacional. Con base en datos de la upme, en el Atlas de Potencial Hidroeléctrico Nacional se establece que la cobertura del sin se concentra en la región Andina y la Costa Atlántica, así que las zonas donde no tiene cobertura se reconocen como zonas no interco- nectadas, razón por la cual el abastecimiento de energía en estos casos es mucho más local y a pequeña escala (colciencias; ideam; igac, 2015). Tal como se planteó en un principio, este ejercicio analítico se concentrará en los posibles impactos y transformaciones socioambien- tales derivados de la implementación de este proyecto en el municipio de Cabrera, de manera que en un primer momento es preciso señalar que este municipio hace parte del área de cobertura del Sistema Interconectado Nacional. Aunque no es posible afirmar con certeza que la energía generada sea destinada a abastecer la demanda energética
4 Los datos técnicos sobre el funcionamiento del proyecto fueron obtenidos del expediente del caso en la anla, nda 0271. Consultado en enero de 2015.
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local o regional, lo que resulta improbable, puesto que es una zona que ya tiene cobertura y distribución de energía, además de ser un área de baja demanda energética. En el municipio de Cabrera estarían ubicadas la primera bo- catoma (a una altura de 2450 m s. n. m.) y las dos primeras casas de máquinas o centrales de generación, a una altura de 2221 m s. n. m. y 2001 m s. n. m. respectivamente. Allí está prevista la construcción de aproximadamente siete kilómetros (7 km), de los cuales 5.2 km corresponderían a túneles subterráneos, es decir, un 75.8% del total de las obras de conducción (nda 0271). Lo que conjuntamente con el resto de obras de infraestructura sugiere un considerable nivel de intervención y afectación sobre el territorio.
Cabrera: luchas entre río y páramo El municipio de Cabrera se encuentra ubicado al sur de Cun- dinamarca, sobre el flanco occidental de la cordillera oriental de los Andes, limita con los municipios de Venecia, la localidad veinte de Bogotá (Sumapaz) y Villarrica en el Tolima. El municipio tiene una extensión total de 449 km2, de los cuales el 99% corresponden al área rural y el 1% restante al casco urbano. Por razones ecosistémicas, geopolíticas y sociales Cabrera puede considerarse como una zona estratégica, pues, en primer lugar, colinda con el Páramo de Sumapaz, que hace parte del complejo de páramos más grande del mundo, el complejo Sumapaz-Cruz Verde. Por lo tanto, esta área es fundamental en el nacimiento y regulación del flujo hídrico de cuencas hidrográficas como la del Sumapaz, el Orinoco y el Ariari, entre otros. Precisamente este hecho puede evidenciarse en la figura jurídica de protección de Parques Nacionales Naturales (pnn) que jus- tamente cobija el páramo de Sumapaz en el pnn Sumapaz (ilsa, 2012). Si bien no puede decirse que Cabrera hace parte del pnn, sí tiene un rol fundamental dentro de su funcionamiento ecosistémico, pues ha sido catalogado como zona de amortiguación, lo que quiere decir que allí debe regirse una jurisdicción de protección ambiental menos estricta que la del Parque Nacional Natural, al ser un área de tran- sición imprescindible para garantizar el óptimo funcionamiento del ecosistema de páramo (ilsa, 2012).
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En segundo lugar, la región del Sumapaz y especialmente Cabrera, han sido reconocidos como zonas de gran importancia en términos sociopolíticos, ya que históricamente han sido el destino de importantes olas de colonización campesina, y por eso mismo allí han tenido lugar arduas luchas agrarias en contra del modelo tradicional y latifundista de propiedad y tenencia de la tierra. En este sentido, en la región puede reconocerse un crisol sociopolítico que incluyó la predominancia del régimen de hacienda a inicios del siglo xx, la apertura de la frontera agrícola y la apropiación de baldíos por parte de grandes propietarios. La conjunción de estos múltiples aspectos dio paso a la organización social de campesinos aparceros contra este régimen de tenencia y posesión de la tierra, lo que condujo al derrocamiento del régimen de hacienda en la región por parte de los agrarios del Sumapaz: Cabrera es la cuna donde nacieron las ideas de las luchas agrarias, pero venía así atado con el Partido Comunista, entonces ahí es donde se hacen esas guerrillas con esas ideas de luchar por la tierra, porque cada uno tuviera su terruño, que no fueran dependientes del patrón, que no fueran arrendatarios, que no siempre fueran los mismos agregados, sino que cada uno tuviera su pedazo de terreno para cultivar lo que quisiera cada uno. (Adela Ríos, entrevista personal, 1 de marzo de 2015)
Estos ideales han marcado trascendentalmente la formación política del campesinado de la región del Sumapaz, especialmente de Cabrera; la organización, la lucha por la tierra y por los derechos de campesinos y campesinas se han convertido en una constante en la trayectoria política del municipio, más allá de las luchas contra los hacendados, se ha dado históricamente una lucha contra la concen- tración de la tierra y la desigualdad social. De la resistencia sociopolítica en el municipio cabe destacar, además, la consolidación de líderes agrarios de la talla de Juan de la Cruz Varela y Erasmo Valencia, que conjuntamente con el apoyo del Partido Comu- nista fueron de gran importancia en el afianzamiento del movimiento campesino colono en otras zonas del país consideradas “repúblicas in- dependientes”, como Marquetalia, Riochiquito, El Duda y el Guayabero, entre otras (Marulanda, 1991; Londoño, 2011).
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Sin embargo, uno de los logros más importantes del movimiento campesino de Cabrera tuvo lugar en el año 2000, cuando el Instituto Colombiano de Reforma Agraria (incora) declaró el municipio como Zona de Reserva Campesina (zrc), figura mediante la cual se procura regular y limitar la propiedad de la tierra, fomentar la pequeña propiedad y prevenir la descomposición de la economía campesina, entre otros fines ilsa( , 2013). No obstante, de acuerdo con las transformaciones económicas, políticas y culturales contemporáneas —además de la inminente construcción del Proyecto Hidroeléctrico El Paso—, la organización campesina ahora se enfrenta a nuevas amenazas, ya no luchan solo por la propiedad de la tierra, sino también para defender la vida cam- pesina, la cual se sustenta material y simbólicamente en el territorio, específicamente en el agua como elemento vital e imprescindible dentro de sus vidas. Ahora bien, en términos de ubicación y localidad5 es necesario precisar que el municipio de Cabrera está conformado por die- ciséis veredas que oscilan entre los 2.500 y 3.000 m s. n. m., donde predominan ecosistemas como el bosque alto andino y el páramo. Concretamente el primero corresponde al 64% del municipio, de manera que la mayoría de los asentamientos campesinos están ubicados allí, razón por la cual es un ecosistema alterado por acciones antrópicas como la apertura de frontera agrícola y la tala extensiva de bosques. Como ya se ha mencionado, históricamente el municipio ha tenido una tradición agrícola en la que se reconocen tres etapas: la explotación maderera hasta mediados del siglo xx; la producción agrícola tradicional (trigo, cebada, papa, maíz); y la producción de frutales y productos como el fríjol, la arveja y el tomate, etapa en la que se encuentra ac- tualmente (ilsa, 2014). Además, en estas etapas ha sido constante la producción pecuaria con ganado lechero y de engorde, por lo que
5 Desde la perspectiva propuesta por el geógrafo Ulrich Oslender, quien entiende por ubicación las particularidades históricas, políticas, económicas, geográficas y sociales que determinan el territorio. Por localidad, el mismo autor comprende las relaciones sociales y los procesos de socialización que se establecen en un determinado territorio (Oslender, 2008).
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la actividad ganadera a pequeña escala ocupa un importante lugar dentro de economía campesina familiar del municipio. En cuanto a las condiciones ambientales y climáticas hay que señalar que el flujo de las aguas está determinado por un régimen bimodal de lluvias en el que los meses de enero, febrero, junio y diciembre corresponden a la época de sequía, mientras marzo, abril, mayo, agosto, septiembre, octubre y noviembre son la época de lluvias. Por otra parte, hay que decir que el cambio climático —especialmente el fenómeno de El Niño— ha disminuido sustancialmente el flujo de agua, tanto en el río Sumapaz como en sus afluentes, lo que en la actualidad implica situaciones críticas ante las cuales la idea de construir una hidroeléctrica no resulta ser una opción alentadora que mejore el escenario.
A filo de agua: ¿destrucción del territorio campesino? Dado que el Proyecto Hidroeléctrico El Paso no ha sido cons- truido aún, y con el fin de dimensionar los impactos socioambien- tales que este podría acarrear en un municipio como Cabrera, es preciso analizar casos ya implementados en territorios campesinos como el caso de la Central Hidroeléctrica del río Amoyá de Isagén en Chaparral, Tolima. La Central Hidroeléctrica del río Amoyá entró en operación en 2013, sin embargo desde las etapas de construcción e instalación de las obras hubo impactos ambientales como la disminución en la cobertura vegetal, la remoción y extracción de materiales del suelo y contaminación atmosférica e hídrica debido a la emisión de gases contaminantes y el mal manejo de vertimientos descargados en ríos y quebradas, lo que se ha visto reflejado en afectaciones en la diversidad biótica del río Amoyá y sus alrededores, incluso se han reconocido impactos en el adecuado funcionamiento de la cuenca del río Amoyá (ilsa, 2014a). A nivel social se han reconocido impactos como la estigmati- zación, persecución política y violación de derechos humanos contra quienes se han declarado abiertamente en desacuerdo con el proyecto. Asimismo, esto se encuentra estrechamente ligado a la militarización del territorio para proteger la infraestructura y capital de la empresa (ilsa, 2014a).
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Este último hecho, en relación con el caso de Cabrera particu- larmente, genera serias preocupaciones debido a la historia política de la región, pues a pesar de que la violencia y persecución política han disminuido paulatinamente, muchos consideran que la imple- mentación de El Paso acarrearía un aumento en el pie de fuerza del ejército, hecho que podría recrudecer el conflicto armado y generar una percepción de inseguridad en el territorio. En cierta forma, esto sería una ruptura y un retroceso en el proceso de transformación social que desde hace años se dio en el municipio, en el cual las comunidades locales se han esforzado en construir un entorno de paz, dejando la violencia y el conflicto en el pasado. No obstante, la llegada de este tipo de proyectos extractivos a las re- giones no implica solamente una potencial amenaza ante conflictos y violencia con actores armados. Muestra de ello, es el caso de Chaparral, donde se han desatado conflictos entre las mismas comunidades debido a la llegada de la empresa a la región (ilsa, 2014). Si bien El Paso no se ha implementado aún en Cabrera, este es un hecho que ya ha sido evidente, pues en los últimos dos años han aumentado considerablemente los conflictos y peleas entre las mismas comuni- dades (particularmente involucrando a líderes locales) en razón de la implementación del proyecto hidroeléctrico. De acuerdo con los cambios evidenciados en Chaparral, una de las cuestiones que más preocupa a las comunidades de Cabrera es la descomposición social que llega a las regiones con este tipo de proyectos. Desde las primeras etapas de construcción de la Central Hidroeléctrica del río Amoyá, las relaciones sociales cambiaron drásticamente, ya que fenómenos como la prostitución, drogadicción y robo empezaron a ser cotidianos debido a la llegada de miles de personas foráneas que se vincularon como trabajadores y obreros en las obras. Asimismo, la explosión demográfica que esto generó acarreó un aumento en el costo de vida, lo que se evidenció en el aumento de precios de productos de la canasta familiar, arriendos, impuestos y mano de obra (jornal). Cabe resaltar que en el caso de Chaparral este fenómeno se mantuvo luego de concluir las obras, lo que ha hecho más adversas las condiciones socioeconómicas del municipio (ilsa, 2014).
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A su vez, dado que los impactos ambientales han deteriorado las condiciones ecosistémicas de la cuenca, los sistemas productivos se han visto afectados debido a la disminución en la calidad de los suelos. Esto ha aumentado la erosión e inestabilidad y generó derrumbes que disminuyeron la productividad de los cultivos en un 40%, haciendo necesario aumentar la aplicación de insumos agrícolas como abonos y fertilizantes (ilsa, 2014). Sin duda alguna, uno de los impactos que más preocupa a las comunidades locales son las afectaciones sobre los cuerpos de agua; en el caso de Chaparral hubo serias afectaciones en nacimientos de agua o aljibes como consecuencia de la construcción de obras de infraes- tructura, por ejemplo los túneles de conducción, proceso en el que se requiere el uso de explosivos. En efecto, esto generó una alteración en las dinámicas de infiltración de las rocas constitutivas de las montañas, razón por la cual se han reportado disminuciones parciales o totales entre un 40% y el 100% de los nacederos de agua, condición que empeora en épocas de sequía (ilsa, 2014). Así, se generó una alteración en el ciclo hidrológico que también ha afectado a poblaciones no humanas, en este municipio se ha reportado una preocupante disminución en la biodiversidad; se ha registrado la desaparición de siete especies de peces aguas abajo del proyecto, mientras que dieciséis especies entre aves y mamíferos migraron a otras zonas desde que se implementó la hidroeléctrica (ilsa, 2014). Respecto a las afectaciones en los nacederos y cuerpos de agua surge una cuestión problemática en torno a las indemnizaciones económicas que proponen las empresas como compensación ante los daños ecológicos generados —que generalmente son irreversibles—. En el caso concreto de la Central Hidroeléctrica del río Amoyá, la empresa ofreció compensaciones solo para los predios de impacto e intervención directa, ante lo cual pueden plantearse varias preguntas: ¿acaso es posible recuperar con dinero los nacederos destruidos?, ¿qué pasa con las poblaciones no humanas y humanas que se abastecían de ellos aguas abajo? Estas y otras cuestiones evidencian la visión reduccionista y conveniente de este tipo de empresas acerca de los procesos ecológicos que se desarrollan en torno a los cuerpos de agua.
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Por otra parte, en el proceso de captación de aguas se reco- nocen problemáticas alteraciones en términos de volumen, anchura, velocidad y profundidad del caudal del río. La reducción del vo- lumen del agua circulante restringiría la capacidad de disolución, asimilación de nutrientes, materia orgánica y sustancias tóxicas, lo que podría generar un aumento en la actividad microbiana, cercenando el suministro de oxígeno disuelto en el agua requerido por invertebrados y peces (Díez y Olmeda, 2008). Las afectaciones en la velocidad y profundidad del caudal pueden perturbar los mecanismos de alimentación y movilidad de las especies acuáticas, además de estabilizar el lecho del río facilitando la proliferación de plantas acuáticas que disminuyen la diversidad ecológica (Díez y Olmeda, 2008). Además, los ciclos migratorios de los peces podrían ser afectados al tener un flujo de agua insuficientemente profundo, lo que conjuntamente con la construcción del azud del proyecto hidroeléctrico representaría un obstáculo físico para la libre ejecución de los procesos repro- ductivos de los peces. Hasta el momento se han considerado los impactos y afec- taciones ambientales en el territorio campesino y para quienes permanezcan allí, pero también es necesario contemplar el caso de quienes tengan que abandonar su tierra, bien sea porque la empresa les obligue a vender sus fincas o porque las condiciones en que quede el territorio sean tan graves que la vida campesina se haga insostenible. Como muestra de ello quisiera traer a colación la experiencia de varias personas de Cabrera que tuvieron la posibilidad de visitar Cha- parral y compartir con las comunidades afectadas y obligadas a migrar por la implementación de la Central Hidroeléctrica del río Amoyá. En estas experiencias se encontró una constante y es que, en muchos casos, las familias campesinas migraron a las ciudades en busca de una mejor calidad de vida, sin embargo, aspectos no-económicos han sido de gran importancia dado que se trata de un proceso de desterritorialización y de ruptura del tejido social que se basa en lazos de confianza y reciprocidad que difícilmente tienen cabida en un espacio urbano (ilsa, 2014).
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Hidropoder: disputas en torno al agua Una lectura desde la perspectiva de ecólogos políticos como Romero y Sasso (2014), Swyngedouw (2009) y Loftus (2009) permite reconocer el entramado de relaciones de poder que se entretejen en torno al agua, el cual en un contexto de crisis ambiental se considera como un elemento estratégico para la generación de capital a través de la energía hidroeléctrica y la consolidación en el poder de aquellos que la controlan. Dado que las disputas entre la multinacional emgesa y las co- munidades campesinas de Cabrera a partir de la implementación del Proyecto Hidroeléctrico El Paso se reconocen como un conflicto ecológico-distributivo, en el que claramente existe una distribución desigual de la naturaleza, de los pasivos ambientales y de sus conse- cuencias en términos sociales, vale la pena llamar la atención sobre el concepto de naturaleza social. En un primer momento, este concepto resulta ser útil para com- prender este tipo de conflictos ecológico-distributivos en la medida en que plantea una visión crítica ante las nociones universalistas y monolíticas que comprenden la naturaleza como un elemento neutral, objetivo y externo a los grupos sociales. Desde esta perspectiva, la naturaleza se comprende como un concepto social y político en el que confluyen material y discursivamente los intereses de diferentes grupos sociales, que a través de mecanismos de dominación consolidan relaciones de poder que determinan quién, cómo y bajo qué regímenes se controla la naturaleza (Budds, 2010). Concretamente en lo que concierne a los conflictos en torno al agua, autores como Budds (2012) y Swyngedouw (2009) han de- sarrollado el concepto de ciclo hidrosocial, que permite indagar los aspectos sociopolíticos sobre el uso, gestión, distribución y apro- piación del agua. En otros términos, el ciclo hidrosocial se contrapone críticamente al concepto de ciclo hidrológico, que incorpora procesos meramente físicos del agua como la precipitación, interceptación, infiltración y escorrentía (entre otros) para comprender y definir su distribución, gestión y apropiación. El concepto de ciclo hidrosocial permite comprender el agua no solo como un elemento físico, sino fundamentalmente político:
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Construido en oposición al uso convencional del ciclo hidrológico que “prosigue eternamente con o sin actividad humana”, el ciclo hi- drosocial “representa y analiza la naturaleza socio-ecológica del agua, reconociendo que los procesos hidrológicos son moldeados por las ac- tividades e instituciones humanas [y] que los datos y conocimientos hidrológicos son construidos de manera subjetiva”. De esta manera, además de examinar cómo el agua fluye dentro del ambiente físico, el ciclo hidrosocial también considera cómo el agua es manipulada a través de factores tales como obras hidráulicas, legislaciones, instituciones, prácticas culturales y significados simbólicos. (Larsimont, 2014, p. 4)
Los aspectos sociales, políticos, económicos, históricos y am- bientales en torno a la construcción del Proyecto Hidroeléctrico El Paso desarrollados en el presente documento, son considerados partes esenciales del ciclo hidrosocial de las aguas del río Sumapaz, que determinan su uso, gestión, administración y distribución. En primer lugar, es necesario reconocer que la crisis y constante preocupación que se ha gestado desde los años noventa sobre el abas- tecimiento de energía eléctrica en el país ha consolidado el escenario actual, donde el agua ha sido posicionada como un elemento estratégico y esencial para la generación de energía hidroeléctrica que permita suplir la demanda de este servicio público. En este sentido, varios actores (fundamentalmente multinacionales) han invertido grandes capitales con el fin de gestionar proyectos de generación hidroeléctrica a mediana y grande escala que permitan alterar los flujos de las aguas de los ríos para generar energía y eventualmente capital, aprovechando así un escenario de crisis para materializar sus intereses (tal como se evidenció con el caso de la represa El Quimbo). Otro aspecto fundamental que ha determinado esta crisis ener- gética es el cambio climático y los argumentos que se construyen en torno a este. Muestra de ello son los discursos que se han consolidado acerca del fenómeno de El Niño, como uno de los principales responsables de la crisis energética, al reducir sustan- cialmente el nivel de los embalses construidos para generar energía. Si bien este es un hecho innegable, resulta ser una lectura reduccionista concentrar la atención en esta justificación de carácter ambiental,
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desconociendo que existe una problemática de trasfondo que incluye múltiples aspectos, como cuestionar un modelo de “seguridad ener- gética” que se concentra en la generación de energía hidroeléctrica sin considerar otras alternativas que no impliquen tales impactos ambientales ni relaciones de poder tan desiguales. Además, puede plantearse otra lectura que cuestiona el creciente aumento del consumo de energía eléctrica en grandes metrópolis, consi- derando que generalmente esta energía se produce en territorios rurales caracterizados por el abandono estatal, donde la demanda energética es baja y, por el contrario, se concentran los impactos sociales, políticos, económicos y ecológicos de este tipo de proyectos. Desde esta perspectiva, es posible comprender una relación claramente desigual, en la cual se privilegian y se orientan los beneficios hacia la esfera urbana, mientras que los impactos desfavorables se concentran en lo rural. En este sentido, es posible establecer una relación de lo anterior con lo que Gudynas (2010) comprende como capitalismo benévolo, considerando que —con el auge de las tecnologías de la información (tic)— la energía eléctrica es el motor del capitalismo contemporáneo, el cual se sustenta en la especulación y virtualización de la economía y las relaciones financieras. De manera que resulta casi inimaginable el desarrollo y expansión de este sistema económico, político, social e incluso cultural, tal como se ha pensado y materializado en grandes metrópolis sin la energía eléctrica. Precisamente este es un hecho que se evidenció en una coyuntura de posibles apagones y racionamientos de energía, tal como se vivió en 1992 y entre los años 2015 y 2016. Por otra parte, una lectura de este caso partiendo de la categoría de capitalismo benévolo, resulta pertinente al considerar cómo ciertas lógicas supuestamente ecológicas resultan ser útiles para la justifi- cación de este tipo de proyectos, mediante los cuales se mantienen estructuras geopolíticas de dominación y relaciones de poder abier- tamente desiguales. En el caso de El Paso y otros tantos mencionados en este documento es evidente cómo el discurso de “lo sostenible” y “lo ecológico” legitima la implementación de este tipo de proyectos, que si bien no tienen los impactos a gran escala que acarrean otro tipo de proyectos, sí conllevan otras serias afectaciones sociales, políticas, culturales y ecológicas que es esencial considerar.
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En cuanto a la producción de energía hidroeléctrica, es preciso mencionar que ha sido impulsada por empresas multinacionales generadoras de energía, tales como el grupo enel, una de las transna- cionales más grandes en este ámbito a nivel mundial. Como parte de una estrategia corporativa, ha creado filiales en Latinoamérica como enersis y endesa, grupos que concentran capital chileno, y como emgesa en el caso colombiano, que tiene el 56% de sus beneficiarios a nivel transnacional y el 44% restante a nivel nacional en la Empresa de Energía de Bogotá (emgesa, s.f). En otro sentido, dado que en los procesos de globalización y consolidación del neoliberalismo el papel regulador y soberano del Estado es cada vez más difuso, vale la pena resaltar su función e importancia en este caso en tanto Estado neoliberal, es decir, como una estructura política y gubernamental cada vez menos soberana, concordante con las demandas y lineamientos de la geopolítica mundial y el mercado internacional. Con base en este planteamiento, puede entenderse que los Planes Nacionales de Desarrollo de los últimos años hayan y sigan siendo planteados de cara a las demandas del mercado mundial y el sistema- mundo, a partir de lo cual puede entenderse la reprimarización de la economía y la consolidación de un modelo económico extractivista, basado en la explotación de materias primas, que concentra los impactos sociopolíticos y ecológicos en lo local mientras los beneficios econó- micos se orientan mayoritariamente a nivel transnacional. En cuanto a los regímenes que determinan la transformación de la naturaleza, son de gran importancia los paradigmas del pro- greso y el desarrollo, que postulan una lectura evolutiva del bienestar social entendido como crecimiento económico. De manera que estos paradigmas se fundamentan en lógicas antropocentristas, que hacen operativa la escisión entre hombre y naturaleza considerando al primero como agente externo y dominante ante el segundo (Escobar, 2010). Además de valores modernos como la urbanización, la explotación de la naturaleza y el positivismo, a partir de los cuales se pretende dar soluciones a las crisis ambientales (generadas por el mismo modelo) mediante la implementación de ciencia y tecnología.
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Particularmente en el caso del incentivo a la generación de energía hidroeléctrica hay que comprender tres argumentos esenciales, por un lado, el posicionamiento de este tipo de proyectos como “de interés nacional” —en tanto que se considera a la energía eléctrica como un recurso imprescindible para el sostenimiento y expansión del sistema actual—, además de la incapacidad de pensar alternativas que cues- tionen la producción energética con impactos tan importantes en los territorios locales y regionales. En segundo lugar, la consolidación del agua como un recurso estratégico para la producción de energía en un país como Colombia, considerado como un territorio de alto potencial hidroenergético dada la vasta existencia de “cunas del agua” como los páramos, lo que implica una amplia gama de fuentes generadoras de agua. Además de sus condiciones orográficas que facilitan la implementación de este tipo de proyectos extractivos. En tercer lugar, y en concreto en lo concerniente a la implemen- tación de proyectos hidroeléctricos a filo de agua, es necesario consi- derar el discurso ecológico como estrategia ante el cambio climático, pues permite posicionar estos proyectos como si fueran de producción “limpia” de energía, en la medida en que mitigan los impactos respecto a la emisión de gases de efecto invernadero (gei) en comparación con la generación de energía basada en el carbón o el petróleo. Lo que de ninguna manera quiere decir que no tengan impactos ecológicos graves, los cuales igualmente es preciso dimensionar y posicionar ante las comunidades afectadas. Respecto a los cambios en las estructuras sociales y los territorios, es preciso mencionar que con base en el análisis del caso de El Paso es posible afirmar que dichas transformaciones implican la consolidación de una estructura social desigual, en la cual los territorios rurales afectados son subordinados de acuerdo a las necesidades de las grandes urbes con base en la lógica del sacrificio, es decir, el supuesto bienestar de la mayoría a costa del sacrificio y afectación de “unos pocos”. Esto resulta cuestionable en un territorio que históricamente ha sido rural, indígena y campesino; de allí que pueda ponerse en tela de juicio la noción de “la mayoría” para ponderar una lectura desde
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la noción de ciudadanía, estrechamente ligada a valores modernos, positivistas, individualistas y urbanos, a partir de la cual resulta más claro comprender la subordinación de los territorios rurales, sus ha- bitantes y los valores que estos pregonan, lo que evidencia una lógica colonial y racial de exclusión social. Entre los cambios en los territorios afectados pueden compren- derse afectaciones como desposesión de territorios y formas de vida; ruptura del tejido social; descomposición de las economías campesinas; urbanización de espacios rurales y, en últimas, un reposicionamiento de territorios y poblaciones históricamente excluidos como bases materiales del desarrollo. Ahora bien, desde la perspectiva analítica propuesta para com- prender el conflicto ecológico-distributivo suscitado por la posible im- plementación del Proyecto Hidroeléctrico El Paso, es posible reconocer la confluencia de intereses de dos actores fundamentalmente, la multi- nacional emgesa y las comunidades locales del municipio de Cabrera, Cundinamarca. Por un lado, la multinacional propone un proyecto que puede comprenderse desde múltiples variables: los flujos del agua deben ser alterados, movilizados y privatizados para generar energía y capital, de manera tal que el uso del agua se privilegia como mercancía hidroenergética. Las lógicas técnico-científicas son fundamentales como argumentos que legitiman el desarrollo, el crecimiento económico y la expansión del capitalismo, considerando que estos aspectos encuentran sus beneficiarios a nivel transnacional. Por otro lado, las comunidades locales del municipio de Cabrera tienen una concepción totalmente distinta sobre las implicaciones que podría tener la implementación de El Paso, pues para estas el agua es un elemento vital e imprescindible para todo ser vivo, además de ser junto con la tierra la base material y simbólica de la vida y la economía campesina, de modo que estas comunidades consideran que sin agua no hay vida ni territorio campesino. Teniendo en cuenta varios de los aspectos hasta aquí señalados, la puesta en marcha de El Paso conllevaría a una ruptura del proceso histórico de resistencia y organización social del municipio, donde se ha trabajado arduamente por fortalecer y reposicionar la vida campesina como una forma de vida legítima y dignificante para estas poblaciones.
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Disputas sociales por el agua y estrategias de resistencia El hidropoder o poder hídrico ha sido comprendido como “la relación simbiótica entre el control de las fuentes de agua y la posición dominante de determinados actores sociales, a través del ejercicio de tres dimensiones interrelacionadas de poder: la capacidad económica, el co- nocimiento técnico y la capacidad coercitiva” (Damonte, et al. 2016, p. 4). En cierto sentido, muchas de las iniciativas de resistencia presentadas a continuación han estado encaminadas a contrarrestar el poder hí- drico que, hasta el año 2016, emgesa fue consolidando en la región del Sumapaz, en tanto es un agente político de gran importancia en la determinación sobre el uso y gestión de las aguas. Desde una posición autonómica y dignificante para las comu- nidades campesinas de Cabrera, estas estrategias de diversa índole fueron grandes aportes al proceso de resistencia, que en general se nutrió de iniciativas de carácter político, jurídico, artístico y cultural que fortalecieron la defensa de la vida y de los territorios campesinos. Además, dichas iniciativas permitieron contrarrestar la triada de poder anteriormente mencionada, poniendo en vilo la legitimidad de los intereses y acciones de emgesa no solo en el municipio de Cabrera, sino en la región del Sumapaz. La posible construcción del Proyecto Hidroeléctrico El Paso evidencia un escenario de disputas en torno al agua, ante las cuales las comunidades campesinas de Cabrera han sido bastante activas en la defensa de sus derechos y de sus territorios. La figura de Zona de Reserva Campesina (zrc), y especialmente el Comité de Impulso de la zrc creado en el año 2012, han sido de gran importancia para potenciar diversas estrategias de resistencia ante la llegada de emgesa al municipio y la construcción del proyecto hidroeléctrico. Entre las estrategias más importantes se destacan la realización del documental En defensa del río Sumapaz, realizado de manera conjunta con estudiantes de la Universidad Minuto de Dios y la Universidad de Los Andes en 2014.6 En el documental se evidencia
6 Para profundizar en estrategias implementadas antes del año 2014 consultar ilsa (2014).
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la problemática en torno a la construcción de la hidroeléctrica y las percepciones de varias personas del municipio sobre el tema, además de datos técnicos sobre el proyecto. El formato audiovisual facilitó la difusión del documental en muchas veredas del municipio, ampliando la expansión de datos importantes sobre el proyecto, de los cuales la mayoría de las comunidades veredales no tenían conocimiento. Las estrategias de resistencia se concentraron en las veredas de impacto directo (Peñas Blancas, Pueblo Viejo y La Cascada, funda- mentalmente) quienes junto con el Comité de Impulso llevaron a cabo diversas iniciativas para impedir la construcción de la hidroeléctrica. Una de las primeras fue no acceder al censo socioeconómico y predial hecho por emgesa y la firma consultora ingetec, como parte de los procedimientos requeridos para el licenciamiento ambiental que se encontraba en proceso ante la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (anla). Entre 2014 y 2015 las comunidades campesinas plantearon como propuesta hacer un memorial en el que, a través de la recolección de firmas, dejaran clara su negativa frente a la construcción del proyecto. Esta iniciativa se planteó para sentar un precedente ante información falsa difundida por emgesa, según la cual se afirmaba que la mayoría de las comunidades estaban de acuerdo con la construcción de la hidroeléctrica. A inicios del 2015, en el marco del trabajo de campo realizado para esta investigación, específicamente en una reunión de la Junta de Acción Comunal (jac) de la vereda Peñas Blancas, las comunidades locales solicitaron acompañamiento ante la necesidad de tener estudios y registros propios de sus predios y fuentes de agua. Esto con el fin de contrastar estos datos con los presentados por emgesa e ingetec en el Estudio de Impacto Ambiental y el censo socioeconómico y predial, que son determinantes para el otorgamiento de la licencia ambiental. Así, se adelantaron varias visitas a fincas y algunos registros impor- tantes, sin embargo, no llegó a consolidarse a cabalidad esta iniciativa por dificultades logísticas. El 27 de febrero de 2016, el Comité de Impulso de la zrc y el Concejo Municipal de Cabrera convocaron a un Cabildo Abierto para hacer manifiesta la oposición de las comunidades locales a la construcción
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de la hidroeléctrica El Paso. Algunas entidades gubernamentales, como la Alcaldía del municipio, también hicieron público su rechazo a la ejecución del proyecto hidroeléctrico, en tanto que este afectaría los ecosistemas y la vocación agrícola de la mayoría de poblaciones de Cabrera. De hecho, el alcalde Carlos Cárdenas hizo pública una carta enviada a la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (anla) en la que se solicitó negar la licencia ambiental que posibilitaría el inicio de las obras. Asimismo, se abogó por respetar la autonomía de los pobladores y autoridades municipales, ya que en el Plan de Desarrollo Municipal 2016-2019 no están contemplados proyectos minero-energéticos que afecten las condiciones ambientales del terri- torio campesino. Incluso en el pdm se estipula claramente la oposición a la ejecución del Proyecto Hidroeléctrico El Paso. En este escenario, empezó a tomar fuerza la idea de convocar una Consulta Popular (Colectivo Agrario Abya Ayala, 2016). Sin lugar a dudas, la iniciativa más importante y determinante en el proceso de resistencia de las comunidades de Cabrera fue la Consulta Popular gestionada por el Comité de Impulso de la zrc desde 2015. Este mecanismo de participación popular está cobijado en la Constitución Política Nacional, a través de la Ley 134 de 1994, donde se estipula que: La consulta popular es una institución mediante la cual una pregunta de carácter general sobre un asunto de trascendencia na- cional, departamental, municipal, distrital o local, es sometido por el Presidente de la República, el gobernador o alcalde, según el caso, a consideración del pueblo para que este se pronuncie formalmente al respecto. En todos los casos, la decisión del pueblo es obligatoria. (Art. 8)
La Consulta Popular convocada por el alcalde municipal y el Comité de Impulso de la zrc ante la Registraduría Nacional del Estado Civil se llevó a cabo el 26 de febrero de 2017. La consulta se realizó mediante la pregunta: ¿Está usted de acuerdo, sí o no, que en el municipio de Cabrera como Zona de Reserva Campesina, se ejecuten proyectos mineros y/o hidroeléctricos que transformen o afecten el uso del suelo, el agua y la vocación agropecuaria del
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municipio? La consulta contó con la participación de 1506 personas, de los cuales el 97,28% votó no, el 1,53% sí, hubo 0,33% votos nulos y 0,87% no marcados (ilsa, 2017). Esta consulta sentó un precedente importante en términos de autonomía y autodeterminación a nivel regional y nacional, pues fue la primera consulta popular realizada en contra de la construcción de proyectos hidroeléctricos sobre territorios campesinos. Sin embargo, ante los mecanismos de resistencia efectuados por las comunidades rurales de Cabrera, emgesa también tomó medidas para mitigarlos. En efecto, frente a la negativa y la movilización de las comunidades en contra del proyecto hidroeléctrico, a finales de 2016 la empresa retomó una estrategia que ya había implementado algunos años atrás: hizo algunas modificaciones al diseño del proyecto (como excluir al municipio de Cabrera del área de impacto del proyecto) y le cambió el nombre a Proyecto Hidroeléctrico Aguaclara. Al igual que como sucedió con las modificaciones del Proyecto Hidroeléctrico Sumapaz a El Paso y de este a Aguaclara, se hicieron cambios estratégicos para aplacar las iniciativas de resistencia, que en el primer caso se concentraron en el municipio de La Unión (excluido en el área de impacto de El Paso) y en el segundo en el municipio de Cabrera (ahora excluido del proyecto Aguaclara). Sin embargo, la iniciativa de construir un proyecto hidroeléctrico sobre la cuenca del río Sumapaz sigue vigente, solo que el área de impacto fue reducida a los municipios de Pandi y Venecia en Cundi- namarca, e Icononzo en el Tolima, donde hasta el momento no se han registrado oposiciones y resistencias por parte de las comunidades locales (El Espectador, 2017). Por ahora quedan dos perspectivas ante la situación de la cuenca del río Sumapaz, por un lado, es gratificante el proceso de resistencia llevado a cabo en Cabrera en contra del Proyecto Hidroeléctrico El Paso; aunque paralelamente hay una total incertidumbre sobre lo que pasará en un futuro cercano en las etapas de socialización y apro- bación de la licencia ambiental del Proyecto Hidroeléctrico Aguaclara en los municipios anteriormente mencionados.
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Johanna Höhl Heidelberg Center para América Latina Centro de Excelencia en Investigación y Docencia, Chile
Introducción Desde la ecología política, la construcción de represas se con- sidera una transformación socioambiental al intervenir los flujos de agua, y así su disponibilidad y distribución (Romero y Sasso, 2014). En este contexto, el agua adopta diferentes roles: por una parte, como recurso usado para la generación de energía limpia —enmarcado en las políticas del cambio climático— y, por otra, como recurso vastamente disponible para garantizar la independencia y seguridad energética nacional. Por lo tanto, proyectos hidroeléctricos crean tensiones entre los que se benefician y quienes son despojados del uso del recurso (Prieto y Bauer, 2012). Al mismo tiempo, la decisión de construir una represa demuestra el poder de acceso y control del agua, por lo que representa el poder normativo inscrito en la naturaleza por la hegemonía (Swyngedouw, 2011). Esto también se evidencia en las fuentes de financiamiento de los proyectos hi- droeléctricos, ya que requieren altas inversiones que involucran capitales transnacionales de compañías o instituciones extranjeras, tales como el Banco Mundial o el Banco Interamericano de Desa- rrollo (bid). Por consiguiente, la construcción de una represa tras- ciende los impactos de la obra en una determinada localidad, siendo
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“un proceso cultural, político, judicial, social, económico y ambiental” (Romero Toledo, 2014, p. 162). La hidroelectricidad ha sido un componente principal de la matriz energética de Chile desde finales del siglo xix (Susskind et al., 2014) y su implementación ha provocado distintas reacciones a lo largo de la historia. Mientras que en los años cuarenta la inauguración de una central hidroeléctrica constituía un motivo para celebrar el progreso y el aporte a la facilitación de la vida (Archivo Nacional, 1942), la planificación y construcción de la Central Hidroeléctrica Ralco a inicios de los años noventa es considerada una de las disputas más relevantes entre ambientalistas, comunidades mapuche-pehuenche, el Estado chileno y Endesa Chile1 (Moraga, 2001). Susskind et al. (2014) califican a Ralco como un punto de inflexión en la historia del sector hidroeléctrico, ya que corresponde a uno de los primeros conflictos con alto perfil sobre el desarrollo hidroeléctrico en Chile. Según Bauer (2009), la construcción de la represa Ralco causó controversias a nivel internacional acerca de derechos ambientales e indígenas en Chile. Los movimientos de resistencia que se formaron contra Ralco sen- taron un precedente frente al rápido proceso de aprobación de nuevos proyectos, ya que dichos movimientos cuestionaron si los impactos sociales y ambientales negativos causados por este tipo de desarrollo eran justificables. Por lo tanto, el movimiento sentó las bases para la oposición frente a otros proyectos extractivistas. Las transfor- maciones de poder mediante la relación con el agua pueden ser entonces iniciadas a través de un proyecto, como lo fue Ralco, im- pidiendo la implementación de otros proyectos, como HidroAysén,2
1 El 4 de octubre de 2016, Endesa Chile, la empresa de generación eléctrica más importante de Chile en cuanto a capacidad instalada, cambió su nombre a Enel Generación Chile, como parte de un proceso de reestructuración y renovación de imagen. Debido a las resistencias formadas, primero contra Ralco y luego contra HidroAysén, las cuales incluso impidieron la ejecución del proyecto, la empresa busca establecer “un nuevo relacionamiento con las comunidades, basado en el diálogo y la transparencia, para desbloquear conflictos, cumplir los compromisos y generar una relación sustentable en el tiempo” (Enel, s.f.). 2 El proyecto HidroAysén contempla la construcción de cinco centrales hidroeléctricas en la Patagonia Occidental en el sur de Chile. A pesar de
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y transformando no solo las relaciones sociales sino también el recurso en sí (Linton y Budds, 2014). La construcción de una represa no solo involucra diferentes ámbitos sino también distintas escalas geográficas: los proyectos a nivel local se emplazan en estrategias de desarrollo y políticas globales. Asimismo, la energía generada no se queda en el ámbito local, sino que es usada a nivel regional y nacional; además, los beneficios generados se dis- tribuyen entre los accionistas internacionales (Susskind et al. 2014). Por lo tanto, los conflictos asociados son de carácter socioambiental “glocal”, debido a la intervención de la naturaleza a escala local, pero basada en políticas extractivistas definidas por organismos globales (Rodríguez-Labajos y Martínez-Alier, 2015). Según Budds (2009), las desigualdades sociales en el acceso y la gestión del agua constituyen el punto central de las luchas causadas por la construcción de represas. Sin embargo, estos conflictos en torno al uso y el control del agua en territorios indígenas abarcan diferentes conexiones con el agua y el territorio, así como con la construcción asociada de identidades étnicas. Esto lleva a la fusión de la lucha en torno al control de los recursos y en cuanto a quien define culturalmente y organiza a nivel político dichos recursos, concebidos como sistemas socio-naturales (Leff, 2015; Boelens, 2014). A pesar de que el giro neoliberal modificó la percepción de los recursos y los transformó en materia prima (Perreault, 2006), este giro conceptual no penetra todos los discursos y percepciones, lo que demuestra este artículo mediante un análisis cross-scale (Coombes et al., 2012, p. 812) que combina identidad, desarrollo y medio ambiente en torno a la construcción de la represa Ralco en el Alto Bío Bío en el sur de Chile. El objetivo central consiste en evidenciar cómo los mapuche-pehuenche mantienen una noción y trato diferente, pero heterogéneo de lo “no humano” (Ulloa, 2014, p. 119), lo que provoca conflictos no solo entre el grupo indígena, la empresa ejecutora del proyecto —Endesa— y el Estado, sino también al interior de los mismos pehuenche.
haber sido aprobado en mayo de 2011 por la Comisión de Evaluación Ambiental de Aysén, el proyecto aún no ha iniciado su fase de construcción debido al debate en torno al traslado de la energía a la zona central del país y al alto rechazo ciudadano (Romero Toledo, 2014).
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Para tales efectos, primero se desmantela el término gobernanza, que sirve como concepto para analizar la falta de incorporación de visiones indígenas dentro de la institucionalidad, y también para poder demostrar la insuficiente integración de los organismos encar- gados respecto a temas energéticos, hídricos e indígenas. Dado que la institucionalidad refleja y produce relaciones de poder a posteriori, se indaga cómo ciertas socio-naturalezas se imponen sobre otras y con qué efectos, así como el rol del conocimiento local e indígena en los procesos y estructuras de gobernanza. A continuación, se hace referencia al sistema de gobernanza en Chile en torno a agua, energía y pueblos indígenas para pasar al análisis del caso de estudio seleccionado: la aprobación y construcción de la represa Ralco en el Alto Bío Bío en el sur de Chile. El estudio de caso enfoca dos líneas concretas, por un lado, busca revelar cómo la fragmentación de la institucionalidad indígena contribuye al agravamiento del conflicto socioambiental, y por otro lado, permite entender cómo las diferentes posturas socioambientales se articulan y qué consecuencias trae la heterogeneidad de posiciones para la articulación de resistencias frente al proyecto hidroeléctrico.
Gobernanza como lente teórico El término gobernanza comenzó a ser usado por geógrafos, soció- logos, cientistas políticos y antropólogos a mediados de la década de 1990 (Baud et al., 2016; Bridge y Perreault, 2009; Pierre y Peters, 2000). Según Pierre y Peters (2000) el concepto ganó importancia dado que considera las instituciones y relaciones que forman parte de un proceso de gobernanza en todo su alcance. Sin embargo, Bridge y Perreault (2009) atribuyen el auge del concepto a un “giro cualitativo” en las investigaciones acerca de la toma de decisiones, es decir, a un enfoque más amplio del rol de grupos no tradicionales en la coordinación económica y política. De acuerdo con Berkes (2010), la gobernanza considera la interacción entre esferas públicas y privadas, es decir, el Estado, el mercado y la sociedad civil, por lo que fija las reglas usadas. En este orden de ideas, la gobernanza puede ser entendida como una serie de procesos vinculados a la interacción entre los actores men- cionados, y las estructuras que condicionan dichas relaciones (Pierre y Peters, 2000).
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La gobernanza comprende la política, los derechos y responsa- bilidades, y fija al mismo tiempo sus objetivos y la agenda política. Las reglas, convenciones y los códigos de comportamiento —tanto formales como informales (Bridge y Perreault, 2009)— son vinculados de forma horizontal a través del espacio geográfico, y de forma vertical mediante diferentes niveles de organización (Armitage, 2008). Esto permite describir tales sistemas institucionales (Bridge y Perreault, 2009) y evidenciar transformaciones en los procesos de toma de decisiones (Berkes, 2010). La gobernanza ambiental aborda decisiones en torno a la gestión y los diferentes usos de recursos naturales. Esta pers- pectiva de la gobernanza permite identificar y analizar relaciones de poder entre los que deciden y los que no son escuchados, así como los mecanismos con los que cuentan para articularse. De este modo, es posible trazar una nítida imagen de las transformaciones de poder sobre —y a través— de la naturaleza a nivel local, nacional y global, al tomar en consideración un amplio espectro de actores (Baud et al., 2016; Bridge y Perreault, 2009).
El nexo de agua y energía a través de la perspectiva de gobernanza Proyectos hidroeléctricos utilizan el agua como combustible libre de costo para la generación de energía eléctrica (Prieto y Bauer, 2012). Por lo tanto, este tipo de iniciativas dependen de decisiones vincu- ladas tanto a la energía como al agua. Sin embargo, generalmente los organismos privados y públicos tratan a la energía y al agua como recursos independientes, y no consideran la importancia del nexo entre ambos, que se evidencia en situaciones tales como la demanda de energía para transportar agua o la necesidad de agua para generar energía. Por lo tanto, la gestión de estos recursos se caracteriza por sistemas institucionales fragmentados (Perreault, 2014). Políticas y leyes son desarrolladas escasamente en conjunto, es decir, conside- rando las interdependencias entre ambos recursos (Scott et al., 2011; Bauer, 2009). Además, al planificar proyectos hidroeléctricos, no se toman en consideración ni los impactos para los residentes locales e indígenas ni para el medio ambiente, lo que genera conflictos entre los diferentes actores involucrados en las distintas escalas (Scott et al., 2011).
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En términos generales, la gestión del agua y de la energía está enfocada en asuntos técnicos y operacionales, así como en la distribución de los recursos. A pesar de que las políticas energéticas cruzan diferentes dominios, los organismos privados y públicos que abordan asuntos energéticos escasamente dialogan con aquellos que fijan políticas hídricas y en torno al medio ambiente, ni tampoco conversan con representantes de los pueblos indígenas. Por lo tanto, asuntos energéticos, tales como el desarrollo de proyectos hidroeléctricos, son resueltos de forma fragmentada, a pesar de que comprometen un amplio espectro de organismos (Florini y Sovacool, 2009). Mientras que el agua ha sido identificada como un re- curso cuyo control y acceso es disputado entre diferentes actores en dis- tintas escalas (Prieto y Bauer, 2012; Romero Toledo, 2009; Budds, 2004), la energía ha sido más bien analizada en torno a políticas energéticas y aspectos económicos y tecnológicos, así como en relación a los mercados de energía y decisiones políticas (Florini y Sovacool, 2009). Por lo tanto, este artículo intenta cerrar tal brecha, al considerar el nexo entre agua y energía mediante un análisis holístico de la construcción de la represa Ralco y evidenciando las relaciones entre los diferentes organismos involucrados, para así dar cuenta de las transformaciones de poder en las diferentes escalas y entre los distintos actores, con especial énfasis en los pueblos indígenas.
Gobernanza ambiental y pueblos indígenas Los pueblos indígenas en América Latina demandan cada vez más reconocimiento y representación política. Las luchas en torno al uso y el control de recursos naturales en sus territorios visibilizan sus demandas étnicas. A pesar de que estos conflictos parecen centrarse en el control de tierra y los recursos, sus reclamos están fuertemente entrelazados con sus luchas para el reconocimiento y la autonomía (Coombes et al., 2012) y vinculados a su autopercepción como otros. Dado que sus objetivos consisten en ganar más poder y autodetermi- nación, tres intereses principales se solapan en sus discursos: tierra, sustento de vida e identidad (Latta y Wittman, 2010). Esto ha pro- vocado que la gobernanza ambiental le preste cada vez más atención al rol de los pueblos indígenas en los conflictos socioambientales.
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Particularmente, los investigadores se han centrado en el análisis de su rol en las luchas para acceder y controlar recursos (Cronin y Ostergren, 2007), así como en torno a la gobernanza del agua (Bark et al., 2012). Sin embargo, a pesar de que los pueblos indígenas y sus intereses han ganado importancia, este grupo se ha considerado más bien como un actor homogéneo a nivel local (Coombes et al., 2012), de modo que sus aspiraciones en torno a la autodeterminación y a los derechos reclamados sobre su territorio prácticamente no son apreciados (von der Porten et al., 2015). La heterogeneidad y las diferencias internas de los pueblos in- dígenas, así como la construcción de indigeneidad en sus discursos, no han sido analizadas a cabalidad. Tampoco se ha profundizado en el rol de los pueblos indígenas en procesos de gobernanza. Por lo tanto, es necesario considerarlos como un grupo particular, tomando en cuenta, además, sus aspiraciones a gozar de autodeter- minación y autonomía. Es esencial entender las reglas y legislaciones de este grupo (von der Porten et al., 2015), así como sus relaciones con lo no humano y el territorio, que son influenciadas por legados de poder y valores históricos (Armitage, 2008), para poder dar cuenta de sus posiciones en los procesos de toma de decisiones, tales como la construcción de centrales hidroeléctricas. Estas transformaciones socio-naturales crean cambios en las políticas y “nuevas geografías de identidad, pertenencia y espacio” (Coombes et al., 2013, p. 694). Los procesos de construcción de indigeneidad asociados son diversos y complejos, lo que representa desafíos para su incorporación a la institucionalidad. Además, las falencias en el reconocimiento indígena en diferentes escalas y organismos causan conflictos, tales como la lucha de los pehuenche en contra de la construcción de la represa Ralco.
Gobernanza y ecología política: pueblos indígenas, hidroelectricidad y relaciones de poder Los conflictos por recursos evidencian la necesidad de pro- puestas de gobernanza multinivel, partiendo desde abajo. Es decir, es imprescindible entender el funcionamiento y la relevancia de los procesos y estructuras a nivel local antes de imponer propuestas y
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conceptos normativos desde arriba. La importancia de la gestión local de recursos para poder crear un control más justo de los mismos ha sido enfatizada por varios investigadores, quienes argumentan que es necesario considerar los diferentes intereses, percepciones y conoci- mientos (Barton, 2013; Ostrom, 2005). Esto ha provocado la creación de procesos emergentes de descentralización y cogestión (Berkes, 2010), los cuales también toman en cuenta sistemas de conocimientos indígenas sobre cambios ambientales (Armitage, 2008). A raíz de esto, ecologistas políticos han propuesto acercamientos desde la gobernanza ambiental para abordar los múltiples sitios y escalas donde se toman decisiones en torno a recursos (Perreault, 2006). Estas perspectivas permiten cambiar de un sistema de gestión basado en el mercado a uno que integra visiones de distintas escalas y diferentes concepciones de recursos, lo cual, por un lado, permite entender cómo desigualdades entre humanos son creadas mediante cambios ambientales (Rodríguez- Labajos y Martínez-Alier, 2015; Bridge y Perreault, 2009). Por otro lado, este cambio de enfoque permite analizar relaciones de poder entre la naturaleza y la sociedad (Budds, 2004), concentrándose en entender cómo las relaciones son transformadas en diferentes niveles a través de intereses particulares. Las posiciones y el actuar de los organismos y grupos involu- crados en reorganizaciones socioambientales están acompañados de diferentes relaciones socio-naturales que se caracterizan tanto por factores económicos y ecológicos, como por diferentes prácticas de apropiación y uso de la naturaleza (Swyngedouw, 2011). Por lo tanto, también tienen significados culturales. Esta visión desafía las aproxi- maciones económicas y tecnocráticas que acompañan el proceso de desarrollo, ya que anima a grupos sociales y comunidades a activar otros tipos de acercamientos al desarrollo y la economía (Escobar, 2006). Así, los conflictos se forman al atribuirles a las diferentes posiciones los calificativos de ‘bueno’ y ‘malo’ con el fin de imponer una opción sobre la otra para justificar un modelo y uso del recurso frente al otro (Peluso, 2012), impregnándole un valor hegemónico (Escobar, 2006). Estas disputas se agudizan cuando las relaciones socio-naturales van acompañadas de la construcción de identidades étnicas, así como de las aspiraciones a tener autodeterminación y autonomía.
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Los pueblos indígenas se caracterizan por un entendimiento diferente de la naturaleza: para ellos es una fuente de sustento, pero también es sagrada, lo que no se puede traducir en valores económicos inherentes al neoliberalismo, que desde la década de 1970 impulsa procesos de privatización y desregulación con el fin de aumentar la pre- sencia del mercado y disminuir la influencia del Estado (Harvey, 2007). Al mismo tiempo, la mayoría de los pueblos indígenas se caracte- rizan por tener un concepto de propiedad comunitario, entendiendo el territorio como “eje central en torno al cual giran sus vidas” (Ulloa, 2014, p. 133). Por lo tanto, sus perspectivas de desarrollo se diferencian del modelo hegemónico, dándole otra dimensión a los conflictos socioambientales, aumentando su complejidad debido a la inclusión del componente de construcción de identidades étnicas. Los ejes centrales de estas disputas son identidades, medio ambiente y desarrollo (Escobar, 2006). Con base en lo planteado es posible preguntarse: ¿cómo han respondido los mapuche a los discursos transnacionales y nacionales que apuntan al desarrollo, haciendo necesario un aumento de generación eléctrica? ¿Cuáles han sido los mecanismos de gobernanza que han acompañado la articulación de identidades indígenas, resguardando sus intereses y sus relaciones socio-naturales?
El rol de conocimiento indígena en conflictos socioambientales Los proyectos hidroeléctricos pueden ser interpretados como una “modernización del agua” (Bakker 2012, p. 618); son eventos que perturban sistemas ecológicos (Bridge y Perreault, 2009), y por ende alteran las relaciones socio-naturales existentes. Asimismo, modifican los discursos asociados y pueden estallar procesos de construcción de indigeneidad, así como demandas de autodeterminación y autonomía. Para entender estas transformaciones es imprescindible considerar el conocimiento local y de grupos indígenas en torno al agua y el territorio, ya que dichos saberes pueden empoderar a estos grupos y permitirles influenciar la toma de decisiones. Es por esto que la apre- ciación de conocimiento “alternativo” es cada vez más importante en la ecología política (Barber y Jackson, 2015; Leff, 2000).
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De acuerdo con Wilson (2014), el análisis de las posiciones lo- cales e indígenas debe ser complementado tomando en consideración las relaciones de poder desiguales que privilegian ciertas relaciones socio-culturales, pues se puede argumentar que diferentes grupos usan elementos similares en torno a visiones y prácticas acerca del agua, pero con un interés estratégico diferente. Por ende, los pueblos indígenas pueden usar argumentos metafísicos como elementos de su construcción de identidades y también como armas para atacar políticas hegemónicas de desarrollo y visiones predominantes de la naturaleza (Boelens, 2014). Por lo mismo, es relevante incorporar conocimiento local e indígena en el análisis de procesos de toma de decisiones, ya que los grupos indígenas reinventan prácticas tradicio- nales de gobernanza, las cuales incorporan su conocimiento ecológico heredado para oponerse a las percepciones comunes del recurso y a los proyectos asociados (Latta y Wittman, 2010). Sin embargo, las posiciones indígenas no son claramente definidas ni homogéneas. Sus estrategias son diversas y antagónicas, lo que aumenta la com- plejidad de las disputas entre los diferentes actores y desafía procesos y estructuras de gobernanza existentes.
Agua, energía y pueblos indígenas en Chile La estructura actual del Estado chileno se caracteriza por su cons- trucción vertical que concentra, por un lado, los procesos de toma de decisiones en el nivel central con poco espacio para la participación ciudadana y, por el otro, por tener poca influencia en áreas tales como educación, salud y previsión debido a los altos grados de privatización de estos servicios (Mascareño, 2010). En términos espaciales se concentra el poder político y económico en la capital chilena, Santiago, ya que los ministerios y las oficinas centrales de las empresas se ubican allí. Además, la mayoría de las decisiones públicas y privadas respecto a las inversiones en el país se toman en dicha ciudad, lo que provoca que un gran número de proyectos de desarrollo se implementen en regiones sin que ellos los hayan requerido o solicitado (Barton, 2013). A pesar de que cada uno de los ministerios posee un representante a nivel regional —las Secretarías Regionales Ministeriales (seremi)—, las políticas marco se definen a nivel central. Por lo tanto, decisiones públicas y privadas
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tomadas en Santiago determinan los impactos sociales y ambientales del desarrollo en las diferentes zonas del país, lo que convierte a la población local y a los pueblos indígenas en meros espectadores de las incidencias causadas en sus territorios. Sin embargo, para velar por la ejecución de las normativas existentes, el Estado creó en el año 1994 la Comisión Nacional de Medio Ambiente (conama), organismo que debe controlar el cumplimiento de los proyectos con fines de desarrollo económico e impactos ambientales con la legislación correspondiente, mediante la evaluación de impacto ambiental (eia). El desarrollo energético también se determina en Santiago, a pesar de que la mayoría de los proyectos se realizan fuera de la urbe. Asimismo, la generación y distribución de energía en Chile están sujetas al neoliberalismo y las reglas del mercado, es decir, operan bajo la lógica de generar un mayor crecimiento económico (Prieto y Bauer, 2012). Sin embargo, no solo las políticas energéticas son acor- dadas a nivel central, sino que el mercado energético también opera a esta escala, sin considerar asuntos regionales en cuanto a demanda y oferta energética. El valor de cada unidad de energía determina si es inyectada al sistema interconectado, independientemente de cómo sea producida (Barton, 2013; Prieto y Bauer, 2012). Susskind et al. (2014) así como Prieto y Bauer (2012) han detallado el funcionamiento del sector energético en Chile. Los principales organismos gubernamentales involucrados en el sector energético chileno son los siguientes: la Comisión Nacional de Energía (cne), la Superintendencia de Electricidad y Combustibles (sec) y el Ministerio de Energía. Mientras que el Ministerio de Energía, creado en 2010, asume funciones políticas, la sec corresponde al ente fiscalizador. La cne, que hasta 2010 fue el actor principal en torno a estrategias y asesorías energéticas, sigue fijando los precios de nudo según la ley, los cuales son claves para establecer el precio que paga la mayoría de los consumidores. La generación de energía es realizada principalmente por el oligopolio conformado por las empresas transnacionales Endesa y aes Gener, así como por la compañía nacional Colbún, quienes en conjunto mantienen una participación del mercado de más del 70% (La Tercera, 3 de febrero de 2017). El cumplimiento de la satisfacción de la demanda en el país es controlado por los Centros de Despacho
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Económico de Carga (cdec). Los dos principales Centros —el sing y el sic3— determinan qué plantas de producción energética entran en operación para satisfacer la demanda en un momento preciso, lo que tiene como objetivo generar competitividad entre los diferentes generadores de energía (Prieto y Bauer, 2012). La lógica neoliberal también se aplica en la gestión del agua en Chile. A pesar de que el Código de Aguas define el agua como un bien público, los derechos de uso son privados y otorgados por parte del Estado. Al otorgarle derechos de propiedad sobre el agua, el re- curso es, además, separado de las tierras en el nivel administrativo (Prieto y Bauer, 2012; Bauer, 2009), lo que ha generado reclamos por parte de los pueblos indígenas, ya que esto se contradice con su percepción socio-natural que vincula tierra y agua intrínsecamente (Molina, 2012). Al mismo tiempo, la mercantilización del agua ha llevado a una con- centración de derechos de agua en manos de grandes compañías mineras y el sector hidroeléctrico (Budds, 2004), lo cual ha provocado numerosos conflictos por el control y el acceso al agua entre mineras y empresas de generación eléctrica y las comunidades locales e indígenas afectadas (Prieto, 2016; Romero Toledo, 2009). La articulación indígena que acompaña estas disputas ha vivido un auge en América Latina y en Chile4 a inicios de los noventa. El Quinto Centenario en 1992, marca un punto culmen e inédito para los pueblos indígenas y sus inquietudes a nivel latinoamericano y mundial. Las actividades realizadas durante este año crean una plataforma para la articulación y el posicionamiento de los pueblos indígenas como “otros”, y Chile no queda fuera de este proceso (Höhl, 2015). El gobierno chileno responde a estos sucesos adelantando la
3 El sing (Sistema Interconectado Norte Grande) que opera desde Arica hasta Antofagasta, y el sic (Sistema Interconectado Central), que opera entre la Región de Atacama y la Región de los Lagos, son los sistemas de distribución eléctrica más importantes de Chile (www.coordinadorelectrico.cl/). 4 Chile es muchas veces presentado como un país en el cual la población indígena ha sido asimilada o integrada debido al bajo porcentaje que constituye, en relación con la población total. De esto dan cuenta antologías que no incluyen a Chile —junto con Argentina y Uruguay— en sus recopilaciones en torno a tensiones entre los pueblos indígenas y actores públicos y privados, así como con la sociedad civil (véase Maybury-Lewis, 2002).
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proclamación de la Ley Indígena, cuyo proyecto de ley fue elaborado en conjunto con representantes de los diferentes pueblos indígenas presentes en el país. Con la incorporación de grupos no tradicionales en este proceso de gobernanza, el gobierno de turno buscó consolidar una nueva relación con los pueblos indígenas del país. Sin embargo, al promulgarse la nueva Ley, con un texto legal modificado el 5 de octubre de 1993 que no toma en consideración aspectos claves reiterados por los pueblos indígenas —tales como el reconocimiento constitucional—, se evidencia la imposición de un marco para el trato de los pueblos indígenas por parte del Estado y por ende una perspectiva jerárquica (de arriba hacia abajo). Mediante la proclamación de la Ley Indígena, también se da inicio a la fundación de la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena (conadi), que fue ubicada en Temuco —es decir no centralizándola en Santiago—, y sus funciones comprenden la canalización de las de- mandas indígenas en torno a más autodeterminación, pero también la protección de sus derechos e intereses (Levil, 2006). Para tales efectos, el organismo cuenta con diferentes fondos para dirigirse a asuntos relacionados con agua y tierras, cultura y educación, así como con el desarrollo económico. Sin embargo, tanto la Ley como la conadi están subordinadas a la lógica neoliberal, a los intereses del Estado y del sector privado (Höhl, 2015). En efecto, no dan cuenta de las relaciones socio-naturales dinámicas y complejas de los pueblos indígenas, que se adaptan a —y surgen en— diferentes contextos (Wilson, 2014). La construcción de la empresa Ralco da cuenta de la articulación in- dígena y los desafíos que enfrenta la heterogeneidad de los pehuenche en los procesos y estructuras de gobernanza multi-escalares vinculados a temas de agua, energía e indígenas.
Metodología Para la comprensión holística de las diferentes posturas y poder detallar los efectos causados por transformaciones socio-naturales mediante proyectos hidroeléctricos, se estudia un caso concreto, lo que permite entender procesos y contextos, así como razones de un fenómeno determinado (Flyvbjerg, 2011). Esto permite, al mismo tiempo, analizar procesos de gobernanza en diferentes contextos
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y en torno a distintos actores (Armitage, 2008). Debido a que se busca responder a fenómenos basados en preguntas de ‘por qué’ y ‘cómo’, el análisis de casos concretos es lo adecuado. Del mismo modo, esta aproximación permite entender acontecimientos contemporáneos sobre los cuales el investigador no tiene —o casi no tiene— el control (Yin, 2009). Por lo tanto, esta investigación se basa en una lógica inductiva (De Vaus, 2001), ya que apunta a construir teoría con base en observaciones de ciertos casos. Concretamente, para estudiar el caso del proceso de aprobación y construcción de la central hidroeléctrica Ralco se han revisado fuentes secundarias, principalmente artículos de diferentes diarios (La Época, Diario Austral de Temuco, La Nación, El Mercurio); trabajos académicos e informes realizados por parte de entidades internacionales; y documentos del proceso de evaluación de impacto ambiental y la resolución de calificación ambiental. La información obtenida ha sido analizada de forma cualitativa para identificar las constelaciones de los actores, sus conocimientos y relaciones socio-naturales. Mediante la triangulación de datos de diferentes fuentes es posible determinar la complejidad de las relaciones entre los actores, así como validar la información obtenida (Creswell, 2014). Esto no solo permite describir cómo ciertas relaciones socio-naturales son validadas y legitimadas por identidades colectivas, sino también entender cómo se movilizan los límites entre los diferentes grupos para defender estrategias par- ticulares y ejercer poder.
El proyecto Ralco La primera prueba de resistencia para la nueva legislación indígena y la conadi fue el proyecto Ralco, construido por Endesa Chile con una inversión de 474 millones de dólares y otros 12 millones de dólares para la conexión con la red eléctrica (Namuncura, 1999), ubicada a 120 km al sureste de Los Ángeles en el borde de las regiones viii (Bío Bío) y ix (La Araucanía) (figura 1). Ralco represa agua del río Biobio, del afluente Lomin, así como de afluentes más pequeños. El proyecto no contaba con el apoyo financiero por parte del Banco Mundial, debido a irregularidades en la ejecución de su par Pangue, particularmente en cuanto al trato de las poblaciones indígenas afectadas (fidh, 2003).
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El embalse tiene en la actualidad una capacidad de 1.222 millones m3 que cubren 3.467 hectáreas. La potencia instalada corresponde a dos turbinas que pueden generar 390 y 300 mw respectivamente. Con esto es la planta de producción energética más grande del país (Bauer, 2009).
250000 300000
75∞0'W 70∞0'W Perú N
S Región del S 0' 0' Bolivia ∞ ∞ Concepción
20 Bío-Bío 20 Chile Los Ángeles Océano Pací co
S Santa Bárbara S
0' Mulchen República Argentina 0' ∞ ∞ Angol 30 30 Alto Bío-Bío # # Océano Pací co ^ Vn. Callaquí Vn. Copahue
Argentina Región de la S S 0' 0' ∞ ∞ Araucanía 40 40 Temuco Trapatapa S S 0' ∞ 0'
∞ Luisa 50 50
Loncopangue 80∞0'W 70∞0'W Los Chanques Región del Callaquí Bío-Bío Alto Bío-Bío Simbología Ralco 00 . 00 00 ^ ^ 00 580 Central Hidroeléctrica l 580 Central # Ciudad Vn. Callaqui Hidroeléctrica Pueblo Pangue # Volcán Río Biobío División regional Central ^ Lepoy Hidroeléctrica Ralco Villicura Región de la 0 4 8 16 Km Región de la Araucanía Araucanía Source: Esri, DigitalGlobe, GeoEye, i-cubed, USDA, USGS, AEX, Getmapping, Aerogrid, IGN, IGP, Swisstopo, and the GIS User Community
250000 300000
Figura 1. Localización de la central hidroeléctrica Ralco. Fuente: elaboración propia.
En 1994 Endesa sometió voluntariamente el proyecto Ralco al proceso de eia. Esto demuestra que pese a que el Estado mantiene un rol preponderante de velar por el medio ambiente (Liverman, 2004), el sector privado se auto-impone ciertos estándares ambientales —sobre todo las empresas transnacionales que operan a nivel global.
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Sin embargo, estos patrones resultan ser demasiado bajos, sobre todo desde la perspectiva de los pueblos indígenas. Por esto, y por tratarse de uno de los primeros procesos de eia en Chile, la aprobación del proyecto tomó varios años. Sin embargo, la empresa buscó acelerar el inicio de las obras y la aprobación del proyecto. Con esto se enfrenta primero a la cne, que en el año 1995 critica abiertamente la decisión uni- lateral de Endesa de declarar en construcción la central hidroeléctrica. Esto debido a que en dicho momento el desarrollo de otras fuentes de energía, tales como el gas natural, era más económico, por lo que la incorporación del proyecto Ralco en el cálculo de las tarifas aumentó los precios de la energía (Grupo de Acción por el Alto Bío Bío, 2000). En marzo de 1996, la eia elaborada por Endesa fue presentada a diversos organismos públicos, tales como la sec, la conadi, la cne, la conama, la Municipalidad de Santa Bárbara y la Gobernación Provincial de Bío Bío para su revisión (conama, 1997). Particularmente, la conadi juega un rol clave en el rechazo del proyecto. Para hacer frente a las críticas de los pehuenche, conama autorizó la presentación de un anexo. Posterior a la presentación del mismo, la entidad ambiental aprobó el proyecto a inicios de junio de 1997 (La Época, 5 de junio de 1997), decisión que fue ratificada el 23 de septiembre de 1997 por su junta directiva. En vez de velar por el cumplimiento de las normas reciente- mente establecidas, la aprobación del proyecto por parte de conama corresponde a una decisión política que demuestra el apoyo estatal al desarrollo de esta índole de proyectos (Kaltmeier, 2004), los cuales son al mismo tiempo una demostración del “discurso hegemónico de represas y desarrollo” (Romero Toledo 2014, p. 171) presente en Chile. Asimismo, esta resolución califica el sistema de eia como proceso para facilitar la legitimación y la realización de proyectos hidroeléctricos (Prieto y Bauer, 2012). Sin embargo, conadi, acorde a la Ley Indígena, se opuso a las propuestas de Endesa por diferentes razones, tales como la se- paración de familias, la pérdida de territorio ancestral y cambios en la vida cultural pehuenche. La resistencia del organismo estatal provocó la destitución de su segundo director y la designación de un tercero por parte del Estado, debido a la importancia del proyecto para el desarrollo del país. Este cambio posibilitó la mayoría de las
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permutas de tierras a inicios de 1999, lo que le permitió a Endesa continuar con las obras (Namuncura, 1999). Sin embargo, un grupo de seis mujeres siguió resistiéndose al proyecto, presentando recursos de protección frente a diferentes tribunales nacionales. Cuando la justicia chilena falló a favor del proyecto, presentaron una denuncia ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (cidh) en 2002 (cidh, 2002). Entretanto, la cne cambió su postura frente al proyecto: en 2003 clamó por la puesta en marcha de la Central, ya que cualquier demora significaba la amenaza de un aumento de precios de la energía, así como de racionamiento energético —medida para presionar las últimas resistencias indígenas. Asimismo, mediante su discurso, al no haber nada en cartelera posterior a Ralco, la cne dio señales positivas a los inversionistas para que presentaran nuevos proyectos energéticos (Emol, 27 de septiembre de 2004; Emol, 17 de abril de 2001). En el mismo año las mujeres indígenas en resistencia llegaron a un acuerdo amistoso con el Estado chileno, de modo que la Central pudo entrar en marcha (Urquieta, 2013). Diez años después del ingreso del proyecto al proceso de eia, la Central finalmente inició sus operaciones en 2004 después de que 675 personas fueran reasentadas, de las cuales aproximadamente 500 pertenecen a la etnia pehuenche (Susskind et al. 2014). Es por esto que el proceso de aprobación y construcción de la central hidroeléctrica Ralco representa un caso emblemático, tanto para el Estado y la empresa ejecutora del proyecto, como para los movimientos de resistencia. La construcción de la represa ha sido clave para la articulación de una oposición, ya que en el marco de la discusión sobre la implementación del proyecto se evidenciaron las consecuencias negativas ambientales y los impactos sociales: por ejemplo, la reubicación de los pehuenche y las falencias institucionales en torno a la protección del medioambiente y los derechos indígenas. Por lo tanto, se trata de un caso emblemático para el análisis de posi- ciones, no solo entre los actores en las diferentes escalas, sino también dentro de los pueblos indígenas; además, evidencia la complejidad de las interacciones de las comunidades indígenas al interior de los procesos y estructuras de gobernanza impulsados por entidades públicas o privadas.
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La fragmentación de la institucionalidad indígena La planificación y construcción de Ralco puso a prueba la capa- cidad de respuesta del “nuevo trato de los pueblos indígenas” —pro- metido por el pacto de centro izquierda Concertación de Partidos por la Democracia al finalizar la dictadura en 1990 (Kaltmeier, 2004)—, así como la institucionalidad ambiental recientemente fundada. Según Bauer (2009), estos marcos legales no consideran las múltiples con- secuencias externas causadas por los proyectos hidroeléctricos, tales como los impactos para otros usos del agua, así como los daños al medio ambiente, y tampoco las consecuencias para las comunidades indígenas (Susskind et al., 2014; Namuncura, 1999). El proceso de eia demuestra claramente estas falencias: desprotege los puntos de vista y modos de vida de las comunidades indígenas y privilegia los intereses nacionales basados en el modelo neoliberal (Correa y Mella, 2010; Levil, 2006). Los pehuenche y la población local no son solamente excluidos de la toma de decisiones, sino también del territorio, del cual se apoderan los intereses transnacionales que imponen lógicas de relación con el entorno a partir del mercado (Ulloa, 2014). La Ley Indígena y la conadi permiten visibilizar el sobreseimiento de los derechos de los pueblos indígenas (Höhl, 2015), pero son deslegiti- mados al subordinarse al desarrollo y las inversiones (Levil, 2006). Las entidades gubernamentales encargadas del desarrollo energético presentan la Central como un “aporte fundamental al sistema eléctrico chileno y al crecimiento económico y social de este país” (Campos, 2004), lo que está en línea con la visión de Endesa, según la cual […] la puesta en marcha de Ralco, la quinta represa más alta del mundo, [es] prioritaria para asegurar el abastecimiento eléctrico de Chile y responder a su fuerte demanda energética, que año a año va creciendo fuertemente. (Campos, 2004)
Siguiendo este orden de ideas, Ralco responde a un proyecto de país que busca imponer la visión hegemónica de la élite política y económica en torno al desarrollo y las relaciones socio-naturales. Sin embargo, conadi critica abiertamente estas posturas que presentan el proyecto como la única opción para permitir más generación ener- gética en el país, y así su desarrollo, dejando por fuera pensar en otras
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alternativas: “Se parte con una afirmación descontextualizada sobre las necesidades del desarrollo y la imposición de los intereses de las mayorías sobre los particulares” (conadi, 1997). Por lo tanto, conadi busca incidir en los procesos de toma de decisiones. Esto también rige en cierta medida para conama, quien presenta reparos al proyecto, vinculados principalmente a la reubicación de los pehuenche afectados. Sin embargo, la presión ejercida por el poder hegemónico provoca que la entidad ambiental resuelva a favor del proyecto, y presiona a la conadi, indicando que los planes de Endesa en torno a la reubicación de la población indígena son adecuados, ya que la calidad de vida se mantiene e incluso podría mejorar en algunos casos (Diario Austral de Temuco, 6 de junio de 1997). Estas declaraciones por parte de conama evidencian la baja inci- dencia política del conocimiento indígena y local del territorio, el cual la conadi sí toma en consideración en su postura frente a las permutas de tierras: En resumen, por los antecedentes que se manejan, la conadi hace presente que las tierras que son ofrecidas a cambio son debida- mente comparadas, ni económica ni funcionalmente, lo cual resulta en una sobreestimación de la eficiencia de las compensaciones y más grave aún, pone en peligro la integridad física de las familias que se pretenden reasentar. (conadi, 1997)
Las tierras alternativas están ubicadas en zonas que no permiten una agricultura de subsistencia durante los inviernos fuertes, lo que modifica el sistema cultural pehuenche y, además, fragmenta aún más las comunidades indígenas (Diario Austral de Temuco, 24 de junio de 1997). La aprobación del proyecto y de la permuta de tierras a nivel nacional altera el ordenamiento ancestral del territorio y omite la importancia del territorio colectivo (Ulloa, 2014). Asimismo, la resistencia indígena al proyecto, así como la oposición de la conadi, no modifican los procesos de toma de decisiones para lograr mayor autodeterminación y autonomía de los pueblos indígenas en sus te- rritorios. Por lo tanto, frente a los modos de vida bajo las lógicas del neoliberalismo, las visiones y formas de vida indígenas no adquieren una posición más equitativa y respetada mediante la Ley Indígena.
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Por el contrario, se deben adaptar a las reglas de mercado para man- tener su calificación “indígena” por la hegemonía. La Ley Indígena no trasciende más allá de la conadi, con lo que se reafirma la limitación de la incidencia política de los pueblos indígenas en diferentes escalas. La consideración de la Ley por parte de otros orga- nismos estatales es acotada, lo que demuestra la debilidad del mecanismo recientemente creado para defender los derechos indígenas frente a las aspiraciones del sector energético. Con el giro de la posición de la cne frente a Ralco, esta entidad vela por evitar una subida de las tarifas sin considerar los costos ambientales y sociales asociados: Si la central hidroeléctrica Ralco que se construye en el Alto Bío Bío atrasa su entrada en operaciones prevista para mediados de 2004, el país deberá enfrentar un severo racionamiento eléctrico y un au- mento del precio de la electricidad de hasta un 40%. (Diario El Sur, 12 de junio de 2003)
En relación con el cambio de postura, también es importante mencionar que la secretaria ejecutiva de la cne, en los años anteriores a la puesta en marcha de Ralco, es la ex secretaria ejecutiva de conama durante el proceso de eia, quien aprobó el proyecto. Esto evidencia la politización de la aprobación y construcción de la represa, impo- niéndose intereses transnacionales y nacionales frente a impactos ambientales y sociales en territorio indígena, los cuales impactan su forma de vida, obligando a muchas familias a buscar una nueva existencia (Susskind et al., 2014). Los discursos de la élite económica y política imponen claramente una hegemonía socio-natural. El gobierno de turno enfatizaba que la oposición de los pehuenche a las permutas propuestas por parte de endesa impedía el desarrollo económico del país (Kaltmeier, 2004). Los trasfondos de la resistencia indígena no son considerados. Con esto, el Estado reivindica el discurso con el cual ha justificado el trato violento hacia los pueblos indígenas desde la Independencia: los mapuche y su cosmovisión han impedido y siguen estorbando el desarrollo del país, por lo que deben ser obligados a adaptar la visión hegemónica o trasladados a territorios en los que no impidan el progreso de la sociedad (Höhl, 2015). El objetivo de imponer su
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perspectiva en torno al desarrollo también se refleja en la idea de “desarrollo con identidad” presente en la Ley Indígena (Diario Austral de Temuco, 28 de septiembre de 1993). Aunque la conadi entiende este planteamiento más bien como la “respuesta del Estado y la sociedad chilena a los ‘efectos del desarrollo’ y, en tal modo, ha[n] establecido el interés general de la nación sobre el privado” (conadi, 1997). Sin embargo, este pacto entre la sociedad y el Estado se quiebra con el proceso de aprobación del proyecto Ralco, ya que, en vez de optar por alternativas socialmente más eficientes, el Estado decidió apoyar los intereses transnacionales y económicos, para lo cual presionó a los organismos que forman parte del proceso de toma de decisiones, e hizo los ajustes necesarios, tales como la destitución de directores de la conadi (Namuncura, 1999). Así, desde su punto de vista y el de Endesa, Ralco se convierte en […] un suceso histórico que acontece en el momento más oportuno, una obra de miles de personas que supieron superar las ad- versidades del clima, pero también los problemas sociales, de acuerdo a la legislación chilena. (Campos, 2004)
La hegemonía económica y política no reconoce visiones diferentes de la economía, naturaleza y cultura, ni tampoco busca una participación efectiva de la población local e indígena en cuanto a la intervención del territorio, a pesar de que tanto conadi como conama pusieron en evidencia los reclamos hechos por grupos ambientales e indígenas. Esta falta de consideración provocó finalmente la radicalización y fuertes protestas de los movimientos de resistencia con base en posturas socio-naturales distintas (Carruthers y Rodríguez, 2009).
Las diferentes posiciones socio-naturales frente a Ralco Frente a los procesos de aprobación y construcción de la central hidroeléctrica Ralco se evidencian diferentes relaciones socio-naturales que se articulan de forma distinta. Es importante destacar que los discursos no representan grupos homogéneos que pueden categori- zarse en los ejes centrales —organismos públicos y privados, sociedad civil y pueblos indígenas—. Por el contrario, los actores centrales se
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caracterizan por posiciones heterogéneas frente al proyecto, creando alianzas entrelazadas, así como presentando profundos quiebres. Una de las principales fracturas consiste en las divisiones que provocó el proyecto entre los pehuenche afectados. Sin embargo, los diferentes grupos generalmente se identifican y categorizan en tres tipos: los que se benefician de la construcción de la represa y son satisfechos; los que se benefician, pero no son satisfechos; y los que no quieren abandonar sus tierras (fidh, 2003); dicha categorización debe ser rectificada al tomar en cuenta procesos de construcción de identidades, así como las diferentes socio-naturalezas asociadas. Bajo este marco de análisis se pueden identificar los siguientes grupos: los que resisten a la cons- trucción de la Central defendiendo sus significados culturales; los que negocian con la empresa, provocando que sean excluidos del grupo indígena por sus pares, pero quienes tampoco quieren pertenecer a la sociedad chilena subordinada al neoliberalismo, ya que buscan mantener de alguna manera relaciones socio-naturales fundamentadas en el conocimiento local e indígena; y, por último, está el grupo de los que adoptan las visiones hegemónicas del mundo chileno y neo- liberal habiendo ya anteriormente renunciado a su herencia cultural. Bajo este esquema, las resistencias y aprobaciones por parte de los pueblos indígenas adquieren otra dimensión. Las hermanas Quintreman —las caras visibles de la resistencia in- dígena frente a Ralco— ya no representan solo la oposición a la Central, sino que también, evidenciando las socio-naturalezas profundamente ligadas a sus identidades indígenas, buscan demarcarse del mundo chileno neoliberal y de los miembros de su grupo étnico que se han sometido a las reglas del mercado. Ellas viajan no solo a Santiago, sino también fuera de Chile para luchar por sus derechos y en contra de la central hidroeléctrica; de este modo, han llevado de un nivel local a uno global la resistencia frente a la construcción de la represa, y también la lucha indígena por más control sobre sus territorios.5 Así, su discurso
5 Para su resistencia son galardonadas con el premio Petra Kelly entregado por la Fundación Heinrich Böll en el año 2000 (véase Ecología Política (2000). Desde Chile, contra endesa. Ecología Política 19, 165-166).
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se basa en sus relaciones con el territorio, la tierra y la naturaleza que difiere de la visión hegemónica: Nos han prometido una fortuna, pero no queremos el dinero. Tenemos otra visión del mundo. […] Amamos la madre tierra y la vida aquí. […] El río, la cordillera, nuestro idioma, nuestra cultura, por todo eso nos quedamos. Soy una persona de principios, aquí en mi tierra están mis raíces, resistiré para siempre en mi tierra. (fidh 2003, pp. 36-37)
La tierra no tiene precio (Toro, 2013). Sin embargo, esta visión no es compartida por todos los miembros de su comunidad. El proyecto hidroeléctrico provoca la separación de familias y de las comunidades indígenas en la zona: “Una rivalidad profunda se apreciaba, por ejemplo, entre los linajes Levi y Curriao” (Moraga, 2001, pp. 95-96). Mientras que unos defienden la iniciativa de Endesa, otros se oponen fervien- temente al proyecto. Los pehuenche que apoyan el proyecto y aceptan las ofertas realizadas por la empresa transnacional están convencidos de que las medidas mejorarán su situación económica y social: Nosotros antes teníamos una o dos hectáreas de tierra allá abajo en Lepoy. Apenas nos alcanzaba para criar algunas aves, animalitos y hacer huerta. Acá Endesa nos pasó veinte hectáreas promedio. Todos lo vimos como un avance. (Cayuqueo, 2007)
Para ellos el proyecto representa una transformación socio-natural positiva, y la ven como una oportunidad: La situación estaba mala, no había trabajo, no teníamos tierra, animales y Endesa nos prometió ayudarnos. […] Nosotros veíamos que era favorable para nuestra gente permutar las tierras. Había mucha pobreza, casi ningún futuro para nuestros hijos en esas tierras y el ofrecimiento de Endesa lo encontramos bueno, todos lo encon- tramos bueno. (Cayuqueo, 2007)
Al mismo tiempo, las faenas habían creado empleos y muchos de los que apoyaban el proyecto trabajaban en ellas (Toro, 2013). Los discursos antagónicos de los grupos mencionados también reflejan diferentes visiones de desarrollo y, por lo tanto, lazos con
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distintos grupos de interés. Mientras que unos comparten la necesidad del crecimiento económico del país bajo el paradigma del neolibera- lismo para el cual Ralco es importante, otros mantienen una visión de desarrollo diferente, basada en relaciones socio-naturales distintas: “Están matando una identidad, una cultura. Hay un cementerio en estas tierras que será inundado, algo a lo que no se puede dar un valor económico” (fidh, 2003, p. 36). Esto resulta en una fuerte polarización y demarcación de unos y otros. Los defensores del territorio ancestral tildan de ‘otro’ a los que apoyan el proyecto y los denominan como “vendido[s], ahuincado[s]” (Moraga, 2001, p. 53), es decir, desde su punto de vista renuncian a sus identidades étnicas al abandonar sus tierras y al aceptar el traslado a otra localidad: “A los que se fueron les interesa el dinero” (fidh 2003, p. 37). De este modo, ellos dejan sus tierras ancestrales y su herencia cultural, y se unen a la cultura hegemónica, en este caso chilena. La construcción de la represa evidencia, por lo tanto, las líneas de demarcación que existen dentro del grupo étnico en cuanto a la pertenencia al grupo indígena (Höhl, 2015), basadas en las diferentes visiones en torno a desarrollo, la naturaleza y el territorio. Estas di- visiones dentro del grupo indígena le han permitido tanto a Endesa como al Estado chileno ejercer presión sobre la minoría que se opone, desarrollando un discurso que busca demostrar que no hay incom- patibilidad entre la cosmovisión indígena y el proyecto hidroeléc- trico, dado que parte del grupo indígena apoya la iniciativa: “las familias que se oponen a Ralco son la minoría” (fidh, 2003, p. 34). Este es un punto clave que impide un mayor impacto e integración de los conocimientos locales e indígenas en los procesos de toma de decisiones. Sin embargo, el proyecto Ralco no solo lleva a la resistencia por parte del grupo indígena. También un grupo de ambientalistas se opone a la construcción de la Central. El Grupo de Acción por el Alto Bío Bío (gabb)6 impulsa la oposición ambientalista frente al proyecto, debido
6 El gabb es una de las primeras organizaciones medioambientalistas que se forman con el regreso a la democracia en 1990. Durante la dictadura de Pinochet no existían políticas ambientales y no se constituían movimientos ambientales, ya que eran perseguidos al ser considerados potenciales opositores al regimen (Sabatini, 1997).
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a que presenta “impactos ecológicos y étnicos imposibles a mitigar” (gabb, 1999). Ellos apoyan a las hermanas Quintreman en su lucha contra Endesa. Sin embargo, por parte de los pehuenche también hay descon- fianza frente a los ambientalistas. Mientras que los indígenas defienden su territorio y sus sitios sagrados basándose en los procesos de cons- trucción como grupo étnico, los ambientalistas privilegian la protección de la flora y la fauna Diario( Austral de Temuco, 11 de junio de 1997). Los pehuenche quieren evitar una mezcla de objetivos, así como un aprovechamiento de su cosmovisión y de sus conocimientos, lo que está directamente vinculado a su lucha por mayor autodeterminación y autonomía, por lo cual se demarcan de los activistas usando con- ceptos en mapuzungun —idioma mapuche— como Itrofil Mongen, en sus discursos: We, the Mapuche-Pehuenche are the keepers of knowledge about Itrofil Mongen [biodiversity], which allows the preservation of ecosystems, and which is the source of ideological and cultural inspi- ration for us… (Agua Latina, 2001)
Pero, los pehuenche que se oponen a la aprobación y construcción de la central Ralco no solo reciben apoyo por parte del gabb. Una parte de la sociedad chilena también respalda la resistencia pehuenche frente a la construcción de la central hidroeléctrica. La aprobación de la Ley Indígena, así como la inauguración de la conadi han creado, por un lado, consciencia en torno a los derechos de los pueblos indígenas y sus conocimientos ancestrales acerca de lo no humano. Los impactos de los proyectos planteados como fuentes de “desarrollo” ya no son aceptados a cualquier costo, sino que también han sido cuestionados y reprochados: Estoy en contra de la construcción de la represa en Ralco porque pienso que el territorio que se va a ocupar es territorio mapuche. (Diario Austral de Temuco, 16 de junio de 1997) El Gobierno y la Conama no deberían autorizar la construcción de la represa, para garantizar el bienestar de nuestros indígenas. (Diario Austral de Temuco, 11 de junio de 1997) […] mi más profundo descontento y desacuerdo por la reciente aprobación […] de la central hidroeléctrica Ralco en el Alto Bío Bío.
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[…] A pesar de la existencia de una nueva Ley Indígena y de la ne- gativa por parte de los pehuenches a la construcción de esa represa, el gobierno y Endesa han pasado por encima de todo eso. Es un engaño el que estas familias tendrán mejores condiciones de vida. (La Época, 20 de junio de 1997)
Por otro lado, se manifiesta la transformación de las relaciones socio-naturales a raíz de la aprobación de la construcción de la central Ralco. Se inician procesos para repensar el territorio y las naturalezas ancladas en las resistencias indígenas, así como las posturas hege- mónicas de desarrollo: “No permitamos que se destruya el Alto Bío Bío en favor de Endesa. Es una prioridad defender nuestra riqueza nacional” (La Época, 19 de junio de 1997). Asimismo, se inicia una revalorización de lo indígena en función de la protección del medio ambiente y la resistencia a la hegemonía neoliberal y transnacional, lo que, sin embargo, al mismo tiempo provoca una cierta glorificación de los indígenas como defensores de lo no humano (Ulloa, 2014). No obstante, también se muestran las limitaciones del proceso transformador. El discurso contra-hegemónico no logra derrumbar visiones prevalecientes. Aún el neoliberalismo asociado al desarrollo sin considerar las externalidades que afectan el medio ambiente y los pueblos indígenas es respaldado y legitimado dentro de la so- ciedad chilena: Ralco es desarrollo para el país. Ralco es importante por el avance que significa para la región. Antes que nada, tenemos que estar con el progreso. Si la construcción de la central es para bien, entonces hay que darle visto bueno. (Diario Austral de Temuco (a), 11 de junio de 1997)
Estas visiones están sintonizadas con las relaciones socio- naturales hegemónicas que privilegian la mercantilización de la naturaleza en función del desarrollo: “el país tiene el privilegio de tener la[s fuentes de] energía más limpias y baratas en el mundo” (fidh 2003, p. 33), es decir, la hidroelectricidad debe ser explotada para que todos los chilenos puedan acceder al progreso. Esto impide
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repensar la incorporación y el fortalecimiento de asuntos ambien- tales e indígenas en el proceso de aprobación y construcción de la represa Ralco. Sin embargo, al tener graves impactos, el proyecto sienta precedentes: no solo se inundan tierras que los pehuenche usaban tradicionalmente para la agricultura y la ganadería; tierras sagradas, incluyendo un cementerio; sino que también la flora y fauna se dañan de forma irreversible (Susskind et al., 2014). Al contrario de lo anunciado por la empresa, que propagaba el progreso para la zona, en 2009 el área donde se emplaza la represa pertenece a uno de los territorios más pobres de Chile, con el 44,5% de la población —en su mayoría pehuenche— viviendo bajo la línea de pobreza (Susskind et al. 2014) y recibiendo, paradójicamente, las cuentas de luz más elevadas de Chile (Figueroa, 2011). Esta situación en la que se encuentra la población afectada y reubicada por la central hidroeléctrica, a varios años de su puesta en marcha, evidencia las consecuencias de la imposición de las visiones culturales, políticas, judiciales, sociales, económicas y ambientales hegemónicas por sobre las respectivas perspectivas basadas en el conocimiento local e indígena. Esto ha llevado a implementar ciertas medidas para incorporar a los grupos no tradicionales en los procesos de toma de decisiones en cuanto a proyectos de la magnitud de Ralco, tales como el fortalecimiento de la participación ciudadana en la eia. Sin embargo, estos cambios no consideran las aspiraciones a la autodeterminación y autonomía de los pueblos indígenas.
Conclusiones Este artículo se ha propuesto identificar las transformaciones de poder sobre, y a través, de la naturaleza en diferentes escalas, conside- rando diferentes actores involucrados. Para esto se han analizado los mecanismos a través de los cuales el Estado, la empresa generadora de hidroelectricidad, la sociedad civil y los pueblos indígenas se han articulado frente al proceso de aprobación y construcción de la central hidroeléctrica Ralco. El estudio ha evidenciado la fragmen- tación de la gestión de los recursos agua y energía, así como la falta de diálogo con los pueblos indígenas sobre temas ambientales durante los procesos de toma de decisión. La Ley Indígena y la conadi no
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logran hacer justicia a la heterogeneidad que caracteriza al mundo indígena, ni tampoco a la complejidad que implican diferentes per- cepciones socio-naturales y aspiraciones de autodeterminación y auto- nomía, dado que no logran transversalizar las visiones indígenas para empoderar sus conocimientos, de modo que no se legitiman frente a los pueblos indígenas. Esto se comprueba mediante la judicialización de la aprobación del proyecto Ralco a nivel nacional e internacional. La falta de respaldo por parte de la sociedad también rige para la conama y la nueva legislación ambiental que opera en función de las prácticas socio-naturales hegemónicas que se mantienen. Sin embargo, a pesar de la falta de penetración de los organismos gubernamentales, las visiones económicas, ambientales, sociales, culturales, políticas y judiciales predominantes son alteradas por la resistencia local frente a la central hidroeléctrica, no solo a nivel nacional, sino también internacional. La oposición de las hermanas Quintreman a la Central forma parte de la glocalización de las resistencias indígenas, visibilizando sus perspectivas de desarrollo vinculadas a su conocimiento local y ancestral. Esto lleva a una valo- rización de lo indígena a escala global. El conocimiento local indígena se vuelve clave para la formulación de alternativas al desarrollo y para la resistencia a intereses económicos globales. El caso de Ralco y las resistencias pehuenche han contribuido de forma significativa a marcar estas tendencias. Sin embargo, las visiones indígenas generalmente han sido presen- tadas como homogéneas y vinculadas a alternativas para el desarrollo y la protección de los territorios. Este artículo evidencia que los con- flictos socioambientales en territorios ancestrales y con participación indígena son muy complejos, por la diversidad de las posiciones in- dígenas frente a los proyectos extractivistas. El análisis del proyecto Ralco ha demostrado no solo la heterogeneidad de los pehuenche, sino también que existen hegemonías dentro del grupo étnico vinculadas a ciertas relaciones socio-naturales que responden a diferentes construc- ciones de etnicidad y aspiraciones de autodeterminación y autonomía. Esto permite identificar nuevos subgrupos dentro de la resistencia indígena vinculados a los elementos de sus construcciones étnicas más que a su posición frente al proyecto hidroeléctrico.
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Esta diversidad de posturas y representaciones indígenas hace necesario repensar el análisis de relaciones entre los diferentes actores, así como abrir espacio al estudio de los conflictos socioambientales con participación indígena, considerando sus hegemonías internas. Esto requiere, al mismo tiempo, profundizar en los procesos de cons- trucción étnica en los que se basan las diferentes posiciones, así como ahondar en los significados que los distintos grupos le asignan a lo no humano. Tal como ha ocurrido en el presente análisis del caso Ralco, este tipo de investigaciones permitirán visibilizar la complejidad que viven los pueblos indígenas no solo frente a las transformaciones socio-naturales en sus territorios, sino también ante los desafíos que enfrenta la institucionalidad al buscar darle representatividad y soluciones de forma homogénea a un grupo tan diverso, con intereses y perspectivas distintas.
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Ciudades, acceso, conflictos y desigualdades socioambientales
Luchando por lo público, reivindicando la ciudadanía: prácticas cotidianas de acceso al agua en zonas de alto riesgo en Medellín, Colombia
Marcela López Rachel Carson Center for Environment and Society, Munich, Alemania
Introducción Definir “lo público” se ha convertido en un aspecto bastante controversial en los recientes debates relacionados con el acceso al agua en Medellín, la segunda ciudad más poblada de Colombia. Estos debates han cobrado un impulso significativo desde la emer- gencia y consolidación de la empresa pública de multiservicios de la ciudad, Empresas Públicas de Medellín (epm), como una multilatina, es decir, una compañía multinacional de origen latinoamericano. Si bien la exitosa expansión de epm en el sector de servicios públicos domiciliarios en América Latina ha sido para muchos un motivo de orgullo y admiración, la aplicación de principios orientados al mercado plantea dudas sobre el carácter público de la compañía y su responsabilidad en la prestación de servicios públicos básicos. epm sostiene que, como compañía pública, ha contribuido al desarrollo de la ciudad ya que esta debe por ley transferir anualmente el 30% de sus excedentes financieros al Municipio de Medellín, para que este lo invierta en los programas contemplados en su Plan de Desarrollo (Acuerdo Municipal 69 de 1997, art. 13). Por lo tanto, la mercantilización del agua se presenta como una estrategia fundamental que garantiza a la vez la eficiencia económica y la equidad social. Sin embargo, son
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miles las viviendas a las que se les niega el acceso al agua por atrasarse en el pago de las facturas o por encontrarse ubicadas en zonas de alto riesgo. Las voces críticas afirman que el acceso al agua no se le debería negar a nadie, sino que se debería concebir como un bien público ya que es suministrado por una empresa pública. Para intentar dar sentido a estas posiciones divergentes, este capítulo se centra en las prácticas cotidianas empleadas por los habi- tantes de las periferias de Medellín para asegurar el acceso al agua. Actualmente, 29.696 viviendas de la ciudad están excluidas de la red formal de infraestructura de agua, en gran medida porque sus demandas de titularidad de la tierra se mantienen ilegítimas, al estar ubicadas en las llamadas zonas de alto riesgo (Alcaldía de Medellín, 2012a). Ante esta situación, muchos habitantes se ven obligados a emplear arreglos socio-técnicos muy particulares basados en prácticas informales —y a menudo ilegales— que se caracterizan por la movilización, no solo de tuberías, grifos, válvulas, y medidores; sino también de vecinos, familiares, amigos y fontaneros. Estas prácticas socio-técnicas, sostengo, están influenciadas en gran medida no solo por el carácter espacial y biofísico del agua en sí, sino también por cómo el agua es oficialmente diferenciada por la compañía de agua. Por sorpresa, no existe un solo tipo de agua que fluye por el paisaje hídrico de Medellín (la llamada agua de epm). En su lugar, hay diferentes tipos de agua circulando a través de una compleja red artesanal de tuberías y tanques antes de que estos se distribuyan a cada una de las viviendas ubicadas en las periferias de la ciudad. Teniendo en cuenta si el agua es cruda o po- table, abundante o escasa, segura o insalubre, legal o ilegal, la forma en que los habitantes ubicados en las zonas de alto riesgo subvierten las visiones neoliberales de epm y aseguran (o no) el acceso diario al agua puede llegar a jugar un papel fundamental. Para la compañía, el agua utilizada por los habitantes de las periferias ha contribuido significativamente al aumento de pérdidas, las cuales son registradas como Agua no Contabilizada (anc), es decir, el agua que ingresa al sistema de distribución y no se cobra a los usuarios. Entre más bajo sea el índice de anc más eficiente es el sistema de distribución. Técnicamente, epm clasifica dichas pérdidas en dos categorías: pérdidas por fugas en las redes de distribución o
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reboses en los tanques (pérdidas físicas), o por imprecisiones en los medidores y conexiones ilegales (pérdidas comerciales). La manera como epm diferencia técnicamente las pérdidas de agua también tiende a influir en las prácticas cotidianas de los habitantes de las zonas periféricas para asegurar (o no) el acceso al agua. Del mismo modo, la forma en que la compañía interviene en estas zonas y la infraestructura autoconstruida dependen de la clasificación técnica del anc, según la cual: las pérdidas físicas son toleradas, mientras que las pérdidas comerciales sí se intervienen a través de soluciones técnicas y educativas. En este sentido, el agua no se considera simplemente como una materia prima, mercancía u objeto pasivo que carece de agencia, sino más bien como un recurso que es heterogéneo, ya que difiere en sus ca- racterísticas biofísicas y espaciales, así como también adquiere múltiples y poderosos significados sociales, culturales, espirituales y simbólicos (Lahiri-Dutt, 2006; Swyngedouw, 2004). Por otro lado, el carácter di- námico del agua plantea una serie de retos, oportunidades y potenciales barreras a distintos tipos de neoliberalismo (Bakker, 2010; Castree, 2010). Adoptando esta perspectiva, en este capítulo demuestro que la materia- lidad de la naturaleza (Bakker y Bridge, 2006; Castree, 2005; Sultana, 2013) puede influir en las prácticas cotidianas de acceso al agua y enriquecer los actuales debates sobre alternativas a la privatización y la comercia- lización (McDonald y Ruiters, 2012). La estrategia analítica desarrollada en esta investigación se fundamenta en la relación entre redes de infraestructura, ciuda- danía y acceso al agua, con el fin de revelar cómo los habitantes de las zonas de alto riesgo reivindican lo que es “realmente” público y cuestionan la lógica neoliberal establecida por la compañía de agua. El capítulo está basado en entrevistas en profundidad con miembros y líderes de la comunidad, fontaneros, empleados de la compañía de agua y funcionarios municipales, el examen de noticias de prensa, la participación en reuniones comunitarias y observaciones directas a las prácticas cotidianas para asegurar el acceso diario al agua. Se toman como caso de estudio dos barrios situados fuera del perímetro urbano: Bello Oriente y Pinares de Oriente. Ambos barrios se ubican en el noroeste de Medellín, una zona de la ciudad caracterizada por
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laderas empinadas e inestables, y por una alta disponibilidad de agua debido a su proximidad a un sistema de infraestructura muy denso de provisión de agua, propiedad de epm. Estos barrios están predo- minantemente poblados por campesinos desplazados por la guerra civil, que luchan por ser reconocidos como ciudadanos asegurando, ante todo, el acceso físico al agua. Lo que llama la atención sobre estos dos estudios de caso es que, a pesar de compartir condiciones geográficas y socio-económicas similares, los habitantes de ambos barrios emplean diferentes prác- ticas para asegurarse el acceso según los tipos de agua que utilizan. Tener en cuenta la materialidad del agua (cruda/potable, abun- dante/escasa, segura/insalubre, legal/ilegal, pérdida física/pérdida comercial) nos permite entender mejor cómo se construyen, movi- lizan y consolidan las diferentes prácticas para garantizar el acceso diario al agua fuera de los marcos neoliberales, y cómo se generan las diferentes nociones de lo público. Así, el texto está organizado de la siguiente forma: empieza con una breve descripción de epm para contextualizar las condiciones bajo las que se provee y se controlan los flujos de agua en Medellín. A continuación, presenta las llamadas zonas de alto riesgo, las cuales están excluidas de la red de infraestructura formal. Seguidamente, se debaten dos estudios de caso ubicados en dichas zonas con el fin de demostrar que las prácticas cotidianas para garantizar (o no) el acceso al agua están fuertemente influenciadas por la heterogeneidad del agua, así como por las diferentes percepciones de lo público. Finalmente, concluye que una mayor atención a la materialidad de la naturaleza puede aportar perspectivas valiosas a los debates actuales sobre alternativas a las reformas de servicios de corte neoliberal.
El carácter público de epm Una de las particularidades más destacadas de la ciudad de Medellín es epm, una compañía pública multiservicios creada en 1955, propiedad exclusiva del Municipio de Medellín. La compañía no solo suministra servicios públicos básicos como agua potable y alcanta- rillado, sino también energía, gas natural, servicios de telecomuni- caciones y recolección de residuos sólidos a una población estimada
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de 3,3 millones de habitantes en Medellín y su Área Metropolitana (Alcaldía de Medellín, 2011). epm ha sido elogiada tanto en el plano nacional como internacional por su eficiencia y por la calidad de sus servicios, y como un modelo a seguir en otros países latinoameri- canos (bid, 2012; Satterthwaite, 2014). Una de las características más prominentes de la compañía es la asociación que ha creado con el Municipio. Según un artículo publicado por la Revista Forbes (2014), esta asociación “ha generado oportunidades en barrios marginados, promovido comunidades inclusivas y atraído reconocimiento e in- versión internacional”. El Municipio ha utilizado las transferencias anuales de epm, en gran medida para financiar proyectos de transformación urbana, como una red de escuelas y bibliotecas públicas en zonas de bajos in- gresos, nuevos parques y museos, y un sistema de transporte público masivo que integra líneas de metro, cables aéreos, autobuses y ciclovías (Alcaldía de Medellín, 2012b; Coupé et al., 2012). Como resultado, epm se ha convertido en un actor estratégico, no solo en el suministro de servicios públicos básicos, sino también en los procesos de transfor- mación urbana, lo cual ha llevado a Medellín a ser una ciudad pionera en lo que se ha denominado “urbanismo social” (Brand y Davila, 2012; Echeverri Restrepo y Orsini, 2010). Durante las últimas dos décadas, epm ha estado operando cada vez más de manera comparable a los operadores de propiedad privada, adoptando una lógica competitiva y motivada por el lucro; un tipo de conducta empresarial conocida como “corporatización” (McDonald, 2014; 2016). Desde 2010, la compañía ha implementado nuevas estra- tegias para expandirse en el mercado, no solo doméstico sino también internacional, lo que la ha convertido en el principal distribuidor de energía en Centroamérica, después de hacerse con el control de las empresas de energía eléctrica de Panamá, El Salvador y Guatemala (epm, 2013). epm también ha obtenido contratos de operación de tres plantas de tratamiento de agua en México y un parque eólico en Chile, y ha emprendido una controvertida fusión con la compañía sueca de telecomunicaciones Millicom (El Colombiano, 18 de julio de 2013). Fuera del país, la compañía se comporta como una multinacional privada, operando en un entorno muy competitivo y con una estructura
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de capital cada vez más transnacionalizada. Esta expansión geográfica ha constituido un punto de inflexión importante para consolidar a epm como una de las multilatinas más “exitosas” en el ámbito de los servicios públicos domiciliarios. Paradójicamente, mientras epm registra un incremento importante en sus ingresos totales, que para 2013 ascendieron a 12,5 billones de pesos (4,1 millones de dolares) (El Colombiano, 26 de febrero de 2014) y reporta un 94,77% de cobertura en la conexión al suministro de agua (epm, 2016), los informes oficiales de la compañía estiman que, en 2015, 52.343 viviendas se encuentran desconectadas por el retraso en el pago de las facturas (epm, 2015), además de las 29.696 viviendas que siguen excluidas del servicio por encontrarse ubicadas en zonas de alto riesgo. La compañía de agua ha desplegado una narrativa sobre la “propiedad pública” para defender y legitimar las políticas de des- conexión del servicio, tal como expresa Mónica Ruíz, directora del área de mercadeo, transmisión y distribución de energía de epm en relación con la falta de pago: Cuando empiezas a hacer condonaciones de deuda, lo que le estás diciendo al usuario es que no importa pagar o no pagar. Y ese usuario, que es muy juicioso y que toda la vida ha tratado de pagar, pues se verá desmotivado ante una política de “mi vecino nunca ha pagado y miren que no pasa nada” […] Primero, son dineros públicos […] en el esquema de Empresas Públicas de Medellín, cuando per- donamos deudas, estamos decidiendo sobre el dinero de toda la co- munidad de Medellín […] No podemos jugar con dineros públicos. (Ruiz, Mónica, en Samudio y Cuevas, 2013, énfasis añadido)
Como respuesta a la creciente presión social, el municipio y la compañía han puesto en marcha diferentes programas para reducir los índices de desconexión por no pago y evitar las reconexiones ilegales. En primer lugar, en 2009 el municipio introdujo el programa Litros de Amor o Mínimo Vital de Agua Potable, consistente en una asig- nación volumétrica básica y gratuita de 2,5 m3/persona/mes (Acuerdo Municipal 06 de 2011). Si bien se ha reconocido que esta iniciativa re- presenta un esfuerzo importante para la materialización progresiva del derecho humano al agua, se ha cuestionado por sus efectos paradójicos,
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ya que esta cantidad mínima de agua suministrada sin costo puede convertirse en el máximo de supervivencia para muchas viviendas de bajos ingresos. En segundo lugar, en junio de 2015 epm implementó el programa de agua prepago en viviendas de bajos ingresos, como un instrumento innovador para reducir las desigualdades en la ciudad. Actualmente, 16.000 viviendas en Medellín ubicadas en los es- tratos 1, 2 y 3 acceden a los servicios de agua a través de la tecnología prepago (epm, 2016). Los sistemas prepago implementados por epm consisten en recargar una tarjeta “inteligente” en sitios autorizados en denominaciones que se consiguen desde 5 mil pesos (1,7 dólares) hasta 100 mil pesos (35 dólares) (epm, 2015). Esta tarjeta permite monitorear con exactitud el consumo de agua, detectar conexiones ilegales y manipulación de medidores. Otra ventaja técnica es que el medidor se bloquea en cuanto se intenta manipular. Esta función tiene especial importancia para detectar y controlar las conexiones ilegales al sistema formal. Los medidores prepago se entregan en comodato a los usuarios, por los altos costos que acarrea la instalación. Mientras un medidor convencional cuesta entre 80 mil y 120 mil pesos, la empresa estima que los costos de instalación de cada medidor prepago están alrededor de los 640 mil pesos, un precio relativamente alto para cargarlo a las viviendas que ya registran deudas. La empresa afirma que los sistemas prepago representan una so- lución técnica idónea que se adapta a las necesidades de las viviendas de bajos ingresos. Los medidores prepago les permiten a los usuarios no gastar más de lo que pueden pagar, mientras que van pagando sus deudas en forma sistemática, ya que el 10% de cada compra de agua se redirecciona al pago de las deudas. En este sentido, la tecnología prepago se convierte así no sólo en un mecanismo de recuperación de deudas, sino también de control del consumo, según la capacidad de pago y flujo de ingresos. Al respecto, von Schnitzler (2008) afirma que los medidores prepago se pueden entender como un dispositivo pedagógico que les facilita a los usuarios calcular y economizar su consumo de agua. Dados los efectos positivos obtenidos durante una fase de imple- mentación, la empresa está a favor de ampliar los sistemas prepago a todas las nuevas unidades de vivienda de interés social, así como en zonas rurales. El Municipio de Medellín apoya los medidores prepago,
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por ser una política “progresista” en términos sociales y ecológicos (Semana Sostenible, 2014), sin embargo, sus efectos a largo plazo son cuestionables, pues epm evita las implicaciones políticas de la desconexión de viviendas que son demasiado pobres para pagar las facturas, dándoles la “libertad” de autodesconectarse de la red cuando se quedan sin dinero. Por ejemplo, el exalcalde de Medellín, Aníbal Gaviria (2012-2015), ha mostrado su apoyo a la tecnología prepago, señalando que esta iniciativa representa un buen ejemplo de cómo la innovación puede solventar la desigualdad social y la violencia que afectan a la ciudad (El Colombiano, 8 de marzo de 2013). El programa Litros de Amor y los sistemas prepago no solo han movilizado tecnologías diferenciadas y discursos particulares sobre eficiencia y uso responsable para educar a los usuarios en la “cultura del uso racional del agua”, sino que también han reforzado los distintos niveles de ciudadanía al establecer un acceso diferenciado a los servicios de agua. Por ejemplo, mientras los usuarios que acceden al servicio de agua por medio de la tecnología prepago registran un consumo promedio de 8.6 m3/mes, el consumo promedio mensual en Medellín es de aproximadamente 12 m3/mes para una vivienda que accede al agua a través del medidor pospago (epm, 2016). La reciente transformación de epm en una multilatina y las cre- cientes desigualdades en el acceso suscitan algunas cuestiones clave relacionadas con el carácter público de la empresa y su responsabilidad en la provisión de servicios básicos: ¿Por qué epm, una empresa pública que pertenece no solo a al Municipio, sino también a los ciudadanos y las ciudadanas de Medellín, viola derechos fundamentales al desco- nectar a las viviendas por falta de pago y excluye de la red formal a las viviendas ubicadas en zonas de alto riesgo? ¿Por qué epm no respeta las acciones de tutela que prohíben la desconexión por falta de pago?1
1 La acción de tutela es un mecanismo legal que permite presentar peticiones ante cualquier juzgado de Colombia para la protección de derechos fundamentales en caso de que estos hayan sido violados. La Corte Constitucional prohíbe que el proveedor de servicios desconecte a una vivienda si en esta viven niños, madres cabezas de familia, personas mayores y desplazados (véase, por ejemplo, las sentencias t-546 de 2009, t-717 de 2010 y t-092 de 2011).
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¿Por qué las tarifas de agua son cada vez más inasequibles para las viviendas de bajos ingresos y, en cambio, se implementa el sistema de agua prepago como la única solución para reducir la desconexión, en especial cuando han sido objeto de fuertes críticas e incluso han sido vetados en otras partes del mundo (Barnes, 2009; Loftus, 2006)? ¿Por qué epm tiene un enfoque centrado en la competitividad y sostenibi- lidad, y presta escasa atención a aspectos como la equidad? Estas preguntas se ponen en el centro de los debates que surgen en torno al carácter público de las empresas que adoptan un modelo de corporatización como epm y se exploran mejor a través de las prácticas cotidianas empleadas por los habitantes de las zonas de alto riesgo para asegurar el derecho a la ciudadanía por medio del acceso al agua.
Las llamadas zonas de alto riesgo En Medellín, las viviendas que están situadas en las llamadas zonas de alto riesgo según el Plan de Ordenamiento Territorial (pot) no pueden acceder formalmente a los servicios públicos domiciliarios. Por lo general, epm utiliza argumentos técnicos y de tenencia de la tierra para justificar la no prestación de los servicios de agua a esta población.2 La prestación de acceso al agua a las viviendas que carecen de derechos de propiedad ha sido objeto de polémicos debates durante los últimos años en Colombia (Arias Mejía, 2009; Bernal Pulido, 2012; Ramírez Grisales, 2010). Algunos actores sostienen que no es apropiado invertir recursos públicos en asentamientos informales, ya que ello puede contribuir a un crecimiento urbano caótico y desor- ganizado. Los detractores, sin embargo, afirman que es inaceptable prohibir las inversiones para mejorar los servicios básicos en estos asentamientos, porque constituye una violación de los derechos fun- damentales consagrados en la Constitución Nacional.3 Los habitantes ubicados en estas zonas son en su mayoría cam- pesinos que se han visto forzados violentamente a emigrar a la ciudad como consecuencia de los más de cincuenta años de conflicto armado
2 Para más información, véase República de Colombia, Corte Constitucional, Sentencia T-1104 de 2005 [m. p. Jaime Araújo Rentería]. 3 Para más información, véase: República de Colombia, Corte Constitucional, Sentencia c-1189 de 2008 [m. p. Manuel José Cepeda Espinosa].
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entre el Estado y grupos de izquierda y de derecha. Desde la década de 1990, y debido a la intensificación del conflicto, miles de personas han sido desplazadas de otros municipios y departamentos, y han encontrado refugio en las laderas inestables que rodean la ciudad. Estas personas están obligadas a competir en un mercado laboral ya saturado, lo cual ha influenciado significativamente el crecimiento de la economía informal (Personería de Medellín, 2015). Las viviendas en estas zonas están construidas principalmente con cartones, madera y materiales reciclados. La accesibilidad es muy reducida, ya que solo se puede llegar a ellas a pie, siguiendo unos senderos muy empinados y estrechos. Los sistemas de drenaje son inadecuados y el suministro de energía es escaso. Los asentamientos sin servicios están constan- temente expuestos a tragedias extremas, desencadenadas por eventos como inundaciones, sequías, fuegos y deslizamientos de tierra, por lo que viven en un estado permanente de incertidumbre, abandono y desesperanza. Como se encuentran en una situación de tenencia ilegal, viven bajo la constante amenaza de desalojo por parte del municipio y de extorsión por parte de grupos paramilitares locales. Por ese motivo, la falta de derechos de propiedad y las luchas por la legalización de la tierra y el disfrute de unas condiciones mínimas que garanticen una vida digna constituyen las realidades diarias de estas periferias. Estas zonas han pasado de ser una solución temporal a una ocu- pación permanente, en la cual los habitantes se han visto forzados cada vez más a asegurar el acceso al agua a través de prácticas informales o ilegales. Los dos estudios de caso que siguen a continuación ilustran diferentes prácticas utilizadas por los habitantes que viven en zonas de alto riesgo para asegurar su acceso diario al agua, dependiendo de los tipos de agua que utilizan. Para epm, estas prácticas se han convertido en una gran amenaza, no solo para la “cultura del pago”, sino también para los ingresos de la compañía, ya que contribuyen de forma significativa a la problemática de anc. Según los datos de la propia compañía, alrededor del 35% del agua potable en Medellín se registra como anc (epm, 2013), valor muy por encima del 30% que permite la legislación en Colombiana. Una de las razones que difi- culta el control de anc es el creciente número de conexiones ilegales en las zonas de alto riesgo, lo que demuestra que epm se enfrenta a
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retos importantes para mercantilizar totalmente el agua, mientras sus iniciativas para formar ciudadanos “obedientes”, que respondan mejor a las necesidades del mercado, se ven subvertidas constantemente.
Bello Oriente: luchas colectivas para ser reconocido como ciudadano Los habitantes del barrio Bello Oriente se han asegurado el acceso al agua durante casi cinco décadas mediante la construcción de infraes- tructuras alternativas que operan sobre un modelo de base comunitaria. Debido a su proximidad a uno de los tanques de almacenamiento de agua de epm, esta comunidad ha construido con sus propios recursos una estructura parasitaria para captar el agua cruda que rebosa a diario de este tanque y la canaliza mediante un sistema de tuberías a lo largo de varios kilómetros, hasta que alcanza cada una de las viviendas a las que abastece. La infraestructura se compone de un aireador de cascada, que hace bajar el agua cruda en una fina capa por varios escalones, un tanque y un complejo laberinto de tuberías. Aunque este sistema de infraestructura parece muy caótico e ineficiente, se basa en una sólida lógica organizativa. La gestión de la infraestructura depende de un fontanero, quien recibe un pago mensual de la comunidad. Entre sus tareas está reparar las tuberías en caso de fisuras y grietas, solventar los taponamientos y limpiar el tanque de objetos en suspensión después de fuertes lluvias. El fontanero también garantiza que cada vivienda disponga de acceso a una cantidad de agua suficiente. Actualmente, el sistema abastece a unas 150 viviendas y ofrece el servicio durante casi las 24 horas. Cuando en el barrio se instala una nueva vivienda, el acceso al agua se organiza a través del fontanero, que cobra una pequeña cuota por la instalación y el mantenimiento del sistema, pero no por la cantidad de agua que se consume. El fontanero, sin embargo, no recibe un salario fijo, ya que depende de la capacidad de pago de los habitantes a los que sirve. Para muchos habitantes de Bello Oriente, el agua que llega del tanque de epm es un bien público, más que un bien económico. Esta visión se basa en la idea de que un sistema de pago estricto puede profundizar las condiciones ya existentes de exclusión y marginalidad
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en las que las personas se ven obligadas a vivir. En palabras de un líder comunitario: La mayoría de las personas que se instalan en esta zona han sido desplazadas por paramilitares y grupos guerrilleros. Se vieron obli- gados a abandonar sus tierras y a buscar refugio en una ciudad que les ha negado todo tipo de derechos. Nosotros tratamos de ayudar a estas familias tanto como podemos. El acceso al agua es el prin- cipal derecho que se garantiza a los habitantes de este barrio. Todo el mundo en Bello Oriente dispone de acceso al agua, sin importar su capacidad de pago […] Además, a las personas no les debería faltar el agua mientras esta fluye en abundancia por la zona y es desperdi- ciada por la compañía. (Líder comunitario, entrevista personal, 18 de noviembre de 2011)
Este sistema de base comunitaria no solo sirve para asegurar el acceso al agua, sino que también se considera una herramienta de poder para el reconocimiento de la ciudadanía. En una conversación que mantuve con un grupo de líderes, estos explicaban cómo el esta- blecimiento de un sistema de agua que no excluye a nadie ha generado una fuerte cohesión en la comunidad y ha facilitado la demanda de otros servicios esenciales (como vivienda, educación y salud). Uno de los líderes agregó: “Tener una posición unificada nos ha ayudado a expresar nuestras preocupaciones y a ganar legitimidad social y política, lo cual ha facilitado las negociaciones con las autoridades municipales y el personal de la compañía de agua” (Líder comunitario, entrevista personal, 18 de noviembre de 2011). Sin embargo, epm se ha mostrado bastante reticente a intervenir esta infraestructura autoconstruida. Uno de los principales motivos es que el agua obtenida del tanque ha sido técnicamente catalogada por la propia compañía como una pérdida física, lo cual significa que el agua rebosa del tanque de epm debido a una falla técnica, y no porque la comunidad esté involucrada en prácticas fraudulentas. Esto explica por qué un líder comunitario defiende el funcionamiento del sistema señalando que “esta conexión no es ilegal, es legítima”. A esto, añadió que si la gente no recolectara el agua que rebosa del tanque, esta se desviaría al río Medellín a través del sistema de alcantarillado
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(entrevista personal, 18, de noviembre de 2011). Para muchos, esta es una de las principales razones por las que epm, a pesar de ser consciente de esta práctica, no ha impuesto ninguna sanción punitiva. Aunque los líderes comunitarios se han puesto en contacto varias veces con epm para solicitar apoyo técnico, no han recibido ninguna respuesta concreta. La comunidad, en particular, ha pedido una mejor calidad del agua, ya que esta se ha deteriorado en los últimos años. En una entrevista que mantuve con Don Segundo, el fontanero de Bello Oriente, este comentaba: A veces, el agua baja del tanque muy sucia, sobre todo después de que llueve. Esta agua no es potable; la gente suele ponerse muy enferma, sobre todo los niños. Yo les digo que no se tomen el agua porque no es segura, pero tienen sed y no les queda otra opción que tomársela […] epm nos dijo que debemos mejorar esta agua porque no es apta para el consumo. Hemos propuesto la construcción de una planta de tratamiento de agua, pero nos dijeron que es muy caro. Yo la puedo construir, tengo los conocimientos para hacerlo, pero necesito el apoyo de epm. Queremos que nuestra agua tenga unos ni- veles de calidad parecidos al agua de epm. (Entrevista personal, 13 de febrero de 2013)
Aunque epm reconoce la importancia de proporcionar agua potable, un líder comunitario cuestionó la posición pasiva adoptada por la compañía en relación con las solicitudes de la comunidad. En su opinión, la compañía solo actúa cuando puede conseguir ganancias. Otro líder comunitario entrevistado consideraba que la decisión de epm de tolerar el uso de agua cruda que rebosa del tanque se debe principalmente a preocupaciones ambientales, como reducir las pér- didas de agua (las pérdidas físicas), y no tanto a inquietudes sociales, como mejorar las condiciones de vida de la población marginada.
Pinares de Oriente: luchas individuales para ser reconocido como ciudadano Como estrategia de supervivencia, los habitantes del barrio Pinares de Oriente se aseguran el acceso al agua mediante la conexión ilegal a las redes de infraestructura de epm que abastecen de agua potable
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a las zonas regularizadas. Estas prácticas ilegales se caracterizan por conexiones individuales —más que colectivas— al sistema de la compañía, lo cual lleva a la perforación “indiscriminada” de la red formal. Una multitud de tuberías de distintos materiales, longitudes y diámetros se han conectado al sistema principal de distribución para suministrar agua a cada una de las viviendas. El mayor problema de las perforaciones es la abundante fuga de agua potable, que no solo contribuye a la problemática de anc, sino que también aumenta la probabilidad de deslizamientos de tierra debido a las condiciones topográficas del terreno. Además, la construcción ilegal de sistemas paralelos de suministro de agua ha impedido el funcionamiento efi- ciente del servicio formal. Como las conexiones ilegales son difíciles de controlar para epm, estas suelen ser detectadas por los usuarios formales, que se quejan a la compañía acerca de la mala calidad del agua y de la falta de presión, lo cual provoca la interrupción regular del flujo de agua. En consecuencia, las zonas de alto riesgo se han convertido en una fuente de tensión con los barrios formales colin- dantes, que experimentan un suministro de agua precario debido a la proliferación de conexiones ilegales. Con el fin de reducir los índices de anc, las conexiones ilegales en las zonas de alto riesgo se han convertido en un objetivo importante para la compañía, ya que contribuyen significativamente a las pérdidas comerciales. En 2008, epm puso en marcha el programa Brigadas Comunitarias de Mitigación del Riesgo, en el marco de su política de responsabilidad social empresarial, como una estrategia para la reducción de pérdidas. El programa, en el cual participan voluntariamente los empleados de la compañía, comprende la extensión y reparación de redes, sustitución de conexiones ilegales por tuberías de mejor calidad con el fin de garantizar cero fugas. Además, la compañía instala un medidor comunitario para controlar los niveles de consumo de agua. Estos servicios se proporcionan de forma gratuita. Las intervenciones técnicas se complementan con programas de educación y capacitación dirigidos a introducir nuevos valores, como el uso “inteligente” del agua, el liderazgo, la cultura cívica y la valoración de lo que constituye un bien público y escaso. Según una entrevista realizada a un empleado de epm, este programa genera una situación beneficiosa para ambas
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partes: la compañía recupera sus pérdidas comerciales y, a la vez, las viviendas de bajos ingresos se aseguran el acceso al agua potable (entrevista personal, 14 de marzo de 2013). En 2012, la compañía invirtió 2.200 millones de pesos (1,1 millones de dolares) para conectar a 1.886 viviendas situadas en zonas de alto riesgo e instaló 12 medidores comunitarios de acueducto (epm, 2013). Actualmente, epm está trabajando para llamar la atención de los do- nantes, ya que es necesario replicar el programa a una escala mayor en otras zonas periféricas y ello requiere una inversión financiera considerable. Las posibilidades de obtener apoyo internacional son muy altas, dado que el programa se presenta como una estrategia para hacer efectivo el derecho humano al agua y como un instrumento para alcanzar las metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ods) establecidos en 2015 y los principios estipulados en el Pacto Mundial de las Naciones Unidas.4 El programa de Brigadas Comunitarias ha sido bien aceptado por los habitantes de Pinares de Oriente, a pesar de que se presenta como una solución temporal para mitigar las deficiencias en elsuministro de agua. El deseo de estar conectado al agua de epm en este barrio está fuertemente vinculado con las nociones de ciudadanía y la situación de tenencia de la tierra. Tal como manifestó una mujer de edad: “Creemos que el acceso al agua de epm nos dará el reco- nocimiento de ciudadanos, y así podremos dejar de temer que nos desalojen”. Esta posición muestra claramente que epm se convierte en un actor influyente a la hora de definir y hacer valer los derechos de ciudadanía. Por otro lado, las preferencias por el agua de epm están estrechamente asociadas con determinadas nociones de lo público. Esta perspectiva queda bien ilustrada por un líder de la comunidad, que señaló: “Queremos tener acceso al agua de epm como cual- quier otra área regularizada de la ciudad porque es un agua pública;
4 epm participa desde 2006 en el Pacto Mundial de las Naciones Unidas, una plataforma que promueve la participación de empresas y organizaciones no comerciales en las áreas de los derechos humanos, los estándares laborales, el medio ambiente y la lucha contra la corrupción. Para más información, véase www.unglobalcompact.org.
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no queremos recurrir más a la ilegalidad para obtener agua” (entrevista personal, 20 de marzo de 2013). Además, la mayoría de los entrevistados expresó el deseo de disponer de medidores individuales, en lugar de uno colectivo. Esta preferencia se atribuye a la fuerte interrelación entre los de- rechos de agua y los derechos de propiedad. Cuando se le preguntó a una mujer de edad por qué prefería un medidor individual a uno colectivo, esta respondió: “Nos da la esperanza de que algún día podamos reclamar derechos sobre nuestra propiedad, así epm nunca nos desconectará del servicio de agua” (entrevista personal, 5 de abril de 2014). Esta declaración ilustra claramente que tener acceso al agua de epm fortalece las demandas de las viviendas para asegurar la tenencia de la tierra. Según Nikhil Anand (2011, p. 545), la garantía de un medidor individual en Medellín puede denotar una “ciudadanía hidráulica” (hydraulic citizenship), “una forma de pertenencia a la ciudad habilitada por demandas sociales y materiales que se hace a la infraestructura del agua en la ciudad”. Otro problema que surgió en las entrevistas fueron los precios desproporcionalmente altos para los más pobres. Muchos habitantes expresaron colectivamente su temor acerca de los medidores de agua prepago. Según comentó una mujer: “Hemos oído decir que epm está instalando medidores de agua prepago. Nosotros no queremos me- didores prepago en nuestras casas, ya que no podemos permitirnos los costos asociados con este servicio”. Los altos niveles de consumo de agua en las zonas de alto riesgo son uno de los principales retos que enfrenta epm, ya que los há- bitos de consumo de agua se derivan en gran parte de referencias ajenas a Medellín. En este caso, de las zonas rurales, donde el agua fluye abundantemente y el servicio no es suministrado por sistemas de acueducto municipales centralizados. Las personas desplazadas de zonas rurales que se establecen en las periferias de Medellín no están acostumbradas a tratar el agua como un bien escaso. Los habi- tantes rurales tienden a consumir agua sin ningún tipo de limitación porque consideran, simplemente, que esta es un “don de la naturaleza”. Por este motivo, el consumo de agua per cápita en estas viviendas es mayor en comparación con el consumo doméstico promedio de un
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usuario regularizado. Según una entrevista realizada a un empleado de la compañía de agua, los asentamientos en zonas de alto riesgo re- portan un consumo promedio de 40 m3 por vivienda al mes, mientras que los usuarios formales reportan 20 m3 mensuales por vivienda (entrevista personal, 21 de marzo de 2013). Los beneficiarios del programa expresaron que es muy difícil man- tener los niveles de consumo establecidos por epm, ya que el número de habitantes aumenta continuamente. En una visita de campo a Pinares de Oriente con un equipo de epm, se observó que el medidor comuni- tario del acueducto registraba un alto incremento del consumo de agua. Cuando uno de los empleados de la compañía preguntó por los motivos de este aumento, un miembro de la comunidad explicó: Sabemos que epm fijó un límite para el consumo de agua. Pero hace dos semanas llegaron tres familias desplazadas de otros muni- cipios por parte de grupos armados. No pudimos negarnos a conec- tarlos al sistema de epm; nadie puede vivir sin agua […] Además, mi hijo se casó. No podemos vivir juntos; no tengo suficiente espacio para más gente. La semana pasada se construyó una casa junto a la mía y también se conectó al sistema de epm. Las familias son cada vez más grandes y necesitan más agua. Es difícil mantener estos límites de consumo.
Diferentes interpretaciones de lo público con respecto al agua pueden suponer un importante desafío para epm si, en el largo plazo, la compañía espera cobrar por el servicio. Por ley, epm no está autorizada a realizar cobros individuales por los servicios de agua en zonas de alto riesgo. Sin embargo, la compañía está trabajando con la Comisión de Regulación de Agua Potable y Saneamiento (cra) para poner en marcha en estas zonas un sistema de pago denominado “venta en bloque”. En lugar de hacer cobros individuales a cada vivienda, este mecanismo consiste en emitir una factura colectiva con el consumo registrado en el medidor comunitario de acueducto. epm espera transferir a las Juntas de Acción Comunal (jac) la responsabilidad por la gestión de los medidores y el cobro de las cuotas. Sin embargo, uno de los principales retos para la compañía es cómo aplicar una política de mercado que no excluya a la población de bajos ingresos.
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No hacerlo podría dar lugar a más desconexiones por la falta de pago, un problema que ya persiste en las áreas regularizadas de Medellín.
Conclusión En este capítulo se ha intentado ilustrar cómo los habitantes ubi- cados en las llamadas zonas de algo riesgo reivindican su condición de ciudadanía mediante el despliegue de prácticas cotidianas para asegurarse el acceso al agua en Medellín. Los resultados ponen de manifiesto que la forma y la estructura de estas prácticas están muy influenciadas no solo por las características espaciales y biofísicas del agua en sí misma, sino también por cómo el agua es técnica y legalmente diferenciada por la compañía. Si el agua es cruda o po- table, segura o insalubre, abundante o escasa, legal o ilegal; o si es clasificada como pérdida física o comercial, puede llegar a influir en la manera en que los habitantes de las zonas de alto riesgo se aseguran (o no) el acceso al agua y determinar el grado en que epm interviene en las infraestructuras y los modos de organización comunitaria. Prestar atención a la materialidad del agua contribuye a los debates actuales sobre alternativas a la privatización y la comercialización, al identificar cómo los habitantes en zonas de alto riesgo consolidan y desafían los sistemas particulares de acceso al agua, las redes de infraestructura y las nociones de ciudadanía en función de los tipos de agua que utilizan. En Bello Oriente, el acceso a un agua cruda, abundante, insa- lubre y legal ha facilitado una mayor cooperación entre los miembros de la comunidad y una menor dependencia de epm, creando más conciencia sobre las fugas de agua y su desperdicio. La exclusión del sistema de infraestructura formal, la situación de tenencia ilegal y las precarias condiciones de vida han contribuido a la aparición de organizaciones y redes sociales que cada vez son más importantes para exigir el acceso a servicios públicos domiciliarios. Para los habitantes, su exclusión de los proyectos de desarrollo urbano de la ciudad se ha convertido en un terreno importante de la lucha para visibilizar sus derechos. La ayuda, la cooperación y la solidaridad mutuas se han convertido en estrategias importantes para reivindicar el reconocimiento de la ciudadanía.
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El caso de Pinares de Oriente demuestra que el acceso a agua potable, escasa, segura e ilegal ha forzado a epm a cooperar con los habitantes de este barrio a través del programa de Brigadas Comu- nitarias de Mitigación del Riesgo. Esto pone en evidencia que los enfoques neoliberales en materia de servicios de agua —en este caso, la reducción de las pérdidas comerciales— han facilitado la aplicación de nuevas estrategias que permiten la integración temporal de los asen- tamientos en zonas de alto riesgo en el sistema formal de acueducto. A pesar de su intención de reducir el índice de anc, la compañía ha encontrado muy difícil controlar por completo los flujos de agua en estas zonas. Las iniciativas de epm para formar ciudadanos obedientes que respondan mejor a las necesidades del mercado y a la “cultura de uso racional del agua” se ven cuestionadas constantemente, mientras que las pérdidas comerciales siguen constituyendo una parte signi- ficativa a la problemática de anc. Esto puede atribuirse en parte a los diferentes valores y significados que los habitantes de este barrio articulan en torno al agua. Para ellos, disponer de acceso al agua de epm constituye un paso fundamental para lograr el reconocimiento de la ciudadanía. Debido a la fuerte articulación entre derechos de agua y derechos de propiedad, la lucha para ser reconocidos como ciudadanos se caracteriza por ser individual más que colectiva. Muchos habitantes afirmaron que la instalación de un medidor comunitario de acueducto ha generado la esperanza de que algún día estarán conectados a la red de epm de forma permanente; sin embargo, prefieren tener acceso a medidores individuales. En el contexto de Medellín, este mecanismo técnico representa un símbolo material que reconoce a las personas como ciudadanos. En su lucha para asegurarse el acceso al agua, los habitantes de las zonas de alto riesgo también articulan percepciones particulares de lo público, según el tipo de agua que utilizan. En Bello Oriente, por ejemplo, las actitudes hacia lo que significa “realmente” público se construyen en torno a la necesidad de abastecer de agua a una co- munidad que ha sido excluida históricamente. Para los habitantes de este barrio, el término ‘público’ está estrechamente relacionado con inclusión, alta calidad y eficiencia. En Pinares de Oriente, la noción de lo público está inextricablemente vinculada con el hecho de asegurar el
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acceso al agua de epm. Sin embargo, para que esta agua sea realmente pública debería ser asequible, suficiente en cantidad y de acceso legal. Estos distintos significados de lo público representan una poderosa herramienta, no solo para defender derechos fundamentales, sino también para subvertir las nociones de lo público que se ajustan a la ideología corporatizada de la compañía de agua. En suma, las prácticas diarias para asegurar el acceso al agua se basan en extensos conocimientos individuales y colectivos sobre cómo remediar las desigualdades y cómo abordar las deficiencias en la prestación del suministro. Es importante reconocer estas formas dinámicas de asegurar el acceso al agua, en especial aquellas basadas en nuevas formas de solidaridad, para garantizar que el agua se su- ministre de manera justa y equitativa.
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¿A quién le pertenece el agua? Apropiación del agua en la vereda Buenos Aires Los Pinos, La Calera, Colombia
Anyi Viviana Castelblanco Montañez Grupo Cultura y Ambiente Universidad Nacional de Colombia
Introducción En el mundo se han planteado diferentes formas de dar sentido al agua, el territorio, la vida y la naturaleza; dichas formas, aunque a veces confluyen, también presentan divergencias entre ellas, par- ticularmente por la imposición de posturas que pretenden ser hege- mónicas y universalistas. El agua ha posibilitado la vida en la Tierra porque alimenta, conecta, limpia y comunica a los seres vivos. Somos en gran parte agua y ella, a su manera, es nosotros. De ahí que la contaminación y la escasez del agua potable hayan generado sequías, enfermedades, inundaciones, guerras por su control, discursos para ejercer dominio sobre ella, entre tantas otras situaciones críticas. Así pues, existen preocupaciones respecto a cómo se ha empleado y se han gestado las distintas dinámicas de apropiación y uso de este bien vital por parte del ser humano. Este texto parte del interés por entender las formas en que se ha administrado el agua en contextos rurales vitales para el desarrollo de la ciudad de Bogotá, con el fin de comprender quiénes tienen acceso al agua potable y por qué. Siguiendo este objetivo, se analizaron las tensiones por la apropiación del agua en la vereda Buenos Aires Los Pinos, del municipio La Calera, las cuales han generado disputas por
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su acceso, control y uso entre los actores e intereses que orientan su acción. Esto porque sus habitantes no comparten los mismos intereses, ya que entienden el agua, la vida, la “naturaleza” y el desarrollo desde distintas perspectivas. La vereda Buenos Aires Los Pinos, del municipio La Calera es una zona de amortiguamiento de agua para el municipio y la ciudad de Bogotá, por lo que confluyen distintos actores con sus respectivos intereses por el líquido: Acueductos Rurales, Empresas de Servicios Públicos, la empresa Manantial (propiedad de Coca Cola – Femsa), y el Proyecto Chingaza, que abastece de agua a la ciudad. Este artículo expone las conclusiones que arrojó la investigación, a través de un análisis sobre el discurso de mercantilización del agua, que ha llevado al acaparamiento y la privatización de la gestión del líquido vital en Colombia, lo que genera afectaciones considerables en la vida cotidiana del campesinado de la vereda, cambios significativos en el paisaje del lugar y en las relaciones con el agua entre quienes la usan.
La mercantilización del agua: privatización de la gestión El capitalismo ha buscado expandir su lógica mercantil a la naturaleza para empezar a producir ganancias económicas con las funciones de los bienes vitales para la vida, los cuales no se habían contemplado dentro del mercado puesto que todos los seres del planeta (humanos y no humanos) los requerimos para existir. Frente al cuidado del agua, la lógica mercantilizadora planteó como solución la gober- nanza del agua. Esta noción es bastante imprecisa y está “dotada de una doble pretensión: describir ‘lo que es’ y prescribir ‘lo que debería ser’” (Terán, 2005, p. 204). La gobernanza del agua se entiende como la interacción de los sistemas políticos, sociales, económicos y administrativos para re- gular el desarrollo y la gestión de los recursos hídricos y la provisión de los servicios de agua a distintos niveles de la sociedad. Para ello, la autoridad debe jugar un papel menos protagónico y permitir que otros actores más eficientes ejerzan el liderazgo o control en la gestión del agua; sumado a esto, las decisiones respecto a la política pública
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del líquido vital, deben establecerse por consenso con la intervención de todos los actores (Colmenares, s.f.). Las palabras ‘eficiencia’, ‘servicio’ y ‘recurso’ son conceptos de la lógica mercantilizadora que buscan definir el agua como un bien mercantil, de modo que se puede contabilizar, tranzar, darle un valor económico y buscar la forma de administrarla de tal modo que genere ganancias significativas. En esta vía, la gestión del agua se vuelve uno de los pilares para los protagonistas del poder económico mundial; de ahí que el Banco Mundial y el sector industrial tengan un fuerte interés en el tema. Además, la perspectiva de reducir el papel de la autoridad da cuenta de la privatización que plantea el neoliberalismo, puesto que su cuidado pasaría a actores privados en nombre de la eficiencia y bajo el argumento de frenar la escasez. Tal vez la participación de los actores se vería como un punto consensuado y fundamental, de no ser porque el mayor consumo del agua en el mundo se realiza por parte de sectores agroindustriales, que no permitirían un uso menos acaparador del líquido vital, pues esto afectaría sus ganancias. Es más, el consumo doméstico del agua es bastante menor, lo que implica menos participación de la ciudadanía. En esta vía, los no humanos se verían afectados pues no pueden entablar procesos de negociación y participación dentro de las decisiones por el líquido. Por lo tanto, es indispensable hablar en términos de justicia y de acceso equitativo al agua. Lo anterior, para Budds (2010) evidencia que el agua, por su ca- rácter esencial, es un sujeto socio-natural; es decir, un recurso material pero también social que encarna distintos significados (Budds, 2010). Además, “el agua es flujo, movimiento, circulación. Por tanto, por ella y en ella fluye la vida y, así, el ser vivo no se relaciona con el agua: él es agua” (Porto-Gonzales, 2006, p. 4). La gestión del ambiente no es solo una cuestión técnica, “sino que se forma por las perspectivas de los gestionadores y conforme a los intereses y las demandas de los grupos sociales poderosos (como los políticos, los tecnócratas y los capitalistas)” (Foucault, 2002, citado en Budds, 2010, p. 58). Además, “el mundo del agua privatizada está siendo dominado ampliamente por grandes corporaciones que vienen
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actuando en el sentido de que un nuevo modelo de regulación sea confirmado a escala global” (Porto-Gonzales 2006, p. 11). Esto ha generado unas afectaciones en la vida cotidiana de las comunidades de todo el mundo, pues el agua debe “ser pensada en cuanto territorio” (Porto-Gonzales 2006), como elemento integrador de la vida, que está enmarcada por relaciones de poder y dominación. La neoliberalización de la economía ha llevado a que la acumu- lación del capital y del poder de las corporaciones sobre los territorios sea un fenómeno cada vez más fuerte y frecuente en el mundo. Esto ha tenido consecuencias directas en la vida de las personas, porque ha exacerbado el individualismo, el consumismo y la privatización de la vida; los efectos son evidentes en el caso del agua, que no ha sido ajena a estas lógicas y cuya mercantilización se gesta de diferentes maneras, ya sea vendiéndola embotellada o como servicio, financiarizándola y tranzando directamente sobre los ecosistemas que la producen. La financierización presupone la segregación de los elementos de la naturaleza —como el agua, el aire, la biodiversidad, el paisaje, incluso su valor cultural y espiritual—, para convertirlos en nuevos títulos de propiedad que pueden desvincularse de la propiedad de la tierra, de los derechos colectivos sobre el territorio o de la función social de la tierra, y permitir así la creación de nuevas fuentes de re- producción del capital y de apropiación y concentración de los medios de producción, que son también de reproducción de la vida. (Ortiz y Urrea, 2013, p. 5)
En esta vía, la “naturaleza” empieza a contemplarse como recurso para el capital, por lo que —como afirma Hildebrando Vélez— las aguas empiezan a entrar a nuestra existencia como un elemento aislado de la totalidad del universo, pues se les arrebata la esfera espiritual y estética que contienen. Para la concepción mercantil “[e]l agua es un objeto de conocimiento, de producción, materia prima, pero no un componente fundamental de la trama de la vida” (Vélez, 2010, p. 27). La apropiación del agua empieza entonces a profundizar los con- flictos sociales y ambientales, pues se generan estrategias legales e ilegales para que esta tenga lugar: “Arrebatarles el agua a las gentes era y es una estrategia para arrebatarles el territorio y el poder” (Vélez, 2010, p. 18).
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De esta forma, los bienes comunes empiezan a ser despojados bajo el discurso de la escasez, por lo que el Estado y los saberes expertos se plantean formas de conservación donde los ecosistemas que la pro- ducen, entre otras cosas, deben estar aislados y sin población humana, como se pretende en la vereda Buenos Aires Los Pinos. Entonces, la inequidad en el acceso al agua pone de manifiesto la primacía de lo económico y la distribución de la riqueza para acceder a la misma, ligada totalmente a la relación global y local. El agua es un bien que requiere, dentro de la lógica moderna, poseerse, sobre todo cuando escasea, ya que “quien controla el agua, controla la vida. Quien controla la vida, tiene el poder” (Vega, 2010, p. 334). La concepción del agua como mercancía ha generado un “mercado global del agua”, que no apunta a detener las causas estructurales del deterioro de las fuentes hídricas, sino a introducir en la lógica de la oferta y la demanda, el uso, la calidad, la distribución y la cantidad del preciado líquido. Además, algunos gobiernos buscan promover políticas, leyes y mecanismos que transfieren a los mercados y a las corporaciones la gestión del ambiente y del agua; entre ellos está Colombia.
Colombia y la privatización de la gestión del agua En el caso de Colombia, república donde la ley de leyes es la Carta Magna que rige la nación desde 1991, cuando se refiere a las políticas ambientales, establece que es deber del Estado proteger las riquezas culturales y naturales de la nación, además de “planificar el manejo y aprovechamiento de los recursos naturales, para garantizar su desarrollo sostenible, conservación, restauración o sustitución” (Congreso de Colombia, 1991). También contempla el derecho a gozar de un ambiente sano y consultar a la población si se verá afectada por cambios en la definición ambiental. Para los municipios, la constitución establece que los concejos municipales deben reglamentar la función de los usos del suelo y las disposiciones necesarias para el control, la preservación y defensa de su patrimonio ecológico y cultural. De ahí que, para el caso de La Calera, el Consejo municipal y las Corporaciones Autónomas Regionales (car) son las autoridades que establecen una serie de resoluciones para la protección de los ecosistemas, según lo dispone el Estado colombiano.
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En el caso específico del agua, la norma dice que el Estado debe garantizar el uso que sea necesario del líquido y además la calidad en su consumo para los humanos. Por lo tanto, regula la clasifi- cación de las aguas, señala las que deben protegerse y ser controladas especialmente, y fija cómo se destinará y se aprovechará su uso. El Estado también debe controlar los vertimientos que se hagan en aguas superficiales, subterráneas, marinas e interiores, para evitar la contaminación de los ciclos biológicos, proteger el desarrollo de especies y mantener la capacidad oxigenante y reguladora de los cuerpos de agua. Además, el acceso al agua potable y saneamiento básico se contemplan como un derecho que tiene conexión con otros: la vida, la dignidad humana y la salud. En esta perspectiva, el paradigma moderno ha emprendido un esfuerzo por adecuar los sistemas jurídicos al modelo económico mercantilizador del agua, afectando la salud y la calidad de vida de las personas, pues priva de esta a quienes no pueden pagar por ella. Es así como el marco jurídico colombiano se ha ido acoplando en los últimos años a alcanzar la privatización de bienes vitales, lla- mándolos servicios ecosistémicos y adaptando normativas globales que le demandan al Estado insertar sus lineamientos y políticas en todos los ámbitos, especialmente en los rurales, lo que implica la transformación de los acueductos veredales y comunitarios en pequeñas empresas. Los servicios ecosistémicos, según el Instituto Humboldt, fueron definidos en La Evaluación de los Ecosistemas del Milenio y son “los beneficios que los seres humanos obtienen de los ecosistemas sean económicos o culturales” (Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt Colombia, 2015). Estos pueden ser: de apoyo, como la formación del suelo o la producción primaria; de aprovisionamiento como los alimentos, el agua potable, la leña, los recursos genéticos, entre otros. El caso más emblemático en Colombia es probablemente el de los páramos, ecosistemas que representan menos del 2% del territorio colombiano pero que aportan agua al 70% de la población. (Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt Colombia, 2015)
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Por ello la necesidad de conservarlos, pues de no hacerlo se pone en riesgo el agua de la mayoría del país. Además, están los servicios de regulación que normalizan el clima, las enfermedades, la oferta hídrica, la purificación y los servicios culturales (los más relevantes son: espirituales, de recreación, ecoturismo, estéticos, herencia cultural). Por tal razón, en materia de agua, el artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de Naciones Unidas, de diciembre de 1948 —ratificado en la Asamblea General de las Naciones Unidas en el año 2010—, considera al agua potable y al saneamiento básico como elementos fundamentales para el desarrollo y la dignidad de las personas (Consejo Nacional de Política Económica y Social, 2014). De ahí que los acueductos y las plantas potabilizadoras se conviertan en la respuesta a estos modelos de desarrollo sostenible que se plantean para el país. Entonces, el problema se agudiza con los costos que implica la potabilización del agua y la creciente tendencia a la privatización de las fuentes hídricas y los ecosistemas que las posibilitan, lo que conlleva a que algunos acueductos, sobre todo los comunitarios, que no pueden acceder a estos implementos (químicos, plantas po- tabilizadoras) tiendan a desaparecer, o que el campesinado sea ex- pulsado de los territorios considerados estratégicos, como los páramos. De igual forma, cabe cuestionar si todos los acueductos necesitan planta potabilizadora, cuando el agua que captan proviene de manantiales o de ecosistemas rivereños bastante libres de contaminación, o algunos han ideado formas de filtrar las aguas que no requieren químicos y emplean minerales y rocas que son más accesibles. Así mismo, los Objetivos de desarrollo sostenible argumentan traer progreso a las naciones “en vía de desarrollo” para transformar los problemas que el mismo modelo económico ha generado, eso sí, sin cambiarlo. Dichos objetivos se instauraron como metas para el país que se consolidaron en el documento del Consejo Nacional de Planeación Económica y Social (Conpes) 3810 de 2014, en el cual se inscriben las políticas para el suministro de agua potable y saneamiento básico en la zona rural. Teniendo como fundamento que para el año 2015 se planteó “garantizar la sostenibilidad del medio ambiente”, el Departamento de Planeación Nacional propuso como meta incorporar
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los principios del desarrollo sostenible en las políticas y los programas nacionales, y propender por […] la reducción del agotamiento de los recursos naturales […] En particular, […] la proporción del país cubierta por bosques na- turales, la proporción y el estado de las áreas del país destinadas a la conservación de ecosistemas a través de un Sistema de Parques Nacionales Naturales y la eliminación del consumo de Sustancias Agotadoras de la Capa de Ozono (sao). (Lara, 2016, p. 58)
Estas políticas internacionales, al igual que la Constitución Política de Colombia, están enmarcadas en el concepto de desarrollo sostenible, definido en la Comisión Brundtlad y que plantea hacer frente a las necesidades ambientales del presente para no poner en peligro la capacidad de las futuras generaciones de satisfacer sus ne- cesidades. Ello porque el capitalismo encontró un freno en el modelo de crecimiento al reconocer que los bienes vitales del planeta están en peligro de agotamiento, de modo que se planteó “reconciliar” el desarrollo económico y social con lo ambiental. El problema de este modelo es que no ataca de raíz la concepción dual del mundo que escinde la naturaleza de la cultura, y la explo- tación a gran escala de los ecosistemas, sino que plantea conservar para poder explotar después de forma más eficiente. Por tal razón, la tecnología juega un papel fundamental, pues permite salvaguardar y hacer más efectivo el uso de los mal llamados “recursos naturales”, pero no establece cambios sustanciales en los modelos de desarrollo ni en las energías que se utilizan, como es el caso de los combustibles fósiles, o los desechos tóxicos que se producen y las problemáticas que estos generan. Las políticas ambientales globales se evidencian en el campo jurídico colombiano más específico; por ejemplo, la Ley 99 de 1993 crea el Ministerio de Ambiente, que está encargado de impulsar una relación de respeto y armonía del hombre con la naturaleza, y de de- finir las políticas y regulaciones de los recursos naturales renovables y el medio ambiente. Esta norma también reordenó el Estado para disponer la gestión y conservación del medio ambiente y los recursos naturales renovables, regulando el Sistema Nacional Ambiental (sina).
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Dispone también principios generales ambientales para la política ambiental colombiana, que se orientan a su vez según los principios de desarrollo sostenible estipulados en la Declaración de Río de Janeiro de junio de 1992 sobre Medio Ambiente y Desarrollo. Adicionalmente, plantea proteger la biodiversidad del país, lo cual debe ser una prioridad para que esta pueda ser aprovechada en forma sostenible (Congreso de Colombia, 1993). Por ello define zonas de protección especial, entre las que se consideran los páramos, sub- páramos, los nacimientos de agua y las zonas de recarga de acuíferos. Algo bastante significativo es que, en la utilización de los recursos hídricos, el consumo humano tendrá prioridad sobre cualquier otro uso (Congreso de Colombia, 1993). Pero como ya se ha venido planteando, la lógica de desarrollo sostenible tiene marcados tintes de mercantilización del agua. En otras palabras, el país está protegiendo sus ecosistemas para tranzarlos más adelante y mantener el paradigma de consumo y desarrollo que plantea el sistema capitalista. También el discurso experto contempla la conservación como eje para formular políticas ambientales, pero en caso de daños graves e irreversibles no se puede apelar a la falta de certeza científica para impedir la degradación del medio ambiente. Es decir, la materialización de esas políticas y normas en los paisajes del país ha dejado como consecuencia suelos erosionados, contaminación de fuentes y nacimientos de agua, pérdida de flora y fauna nativa e intervenciones irresponsables por parte de empresas en ecosistemas vitales. Durante la década de los noventa, la mayoría de países con eco- nomías de mercado redefinieron el papel del Estado en la prestación de los servicios públicos a la población. Colombia no fue la excepción, por lo que algunos monopolios de servicios públicos estatales fueron reemplazados por estructuras de mercado donde participan capitales privados y se entra en un ambiente de competencia. Al igual que la mayoría de empresas, los prestadores de servicios públicos dentro del modelo neoliberal dan al Estado un papel de regulador y vigilante. La nueva estructura de servicios plantea entonces modernizar y am- pliar las infraestructuras, donde el agua —vista como recurso hídrico— adquiere un papel fundamental a la hora de hablar de estos procesos.
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Esto se reglamentó y definió con la Ley 142 de 1994, que redefine el esquema institucional y de prestación de los servicios en el país, le- gitimando y facilitando el accionar a estos nuevos actores privados; así pues, como se afirma en el artículo 3 la intervención Estatal da “estímulo a la inversión de los particulares en los servicios públicos” (Congreso de Colombia, 1994). Frente al agua potable, la Ley 373 de 1997 “establece el programa para el uso eficiente y ahorro del agua” (Congreso de Colombia, 1997). Este se refiere al conjunto de proyectos y acciones que deben realizar las entidades que prestan servicios de acueducto, alcantarillado, riego, drenaje, producción de hidroeléctricas y cualquier uso del recurso hídrico; lo que implica que las autoridades ambientales deben en- cargarse de la protección, manejo y control del agua. Esta Ley define los requisitos que deben tener los prestadores de servicios para su funcionamiento, los cuales implican la transformación de los mismos en empresas porque deben medir el consumo, plantear tarifas según las tablas de la Comisión Reguladora del Agua Potable (cra), realizar estudios hidrogeológicos; con los costos que ello implica para los pe- queños acueductos. Adicionalmente, los acueductos deben reportar sus acciones al Ministerio de Desarrollo Económico y no al Ministerio de Ambiente “con el fin de mantener actualizado el inventario sanitario nacional” (Congreso de Colombia, 1997). En lo jurídico, las Corporaciones Autónomas Regionales (car) se contemplan como aquellas instituciones encargadas de la ejecución de las políticas, planes, programas y proyectos sobre medio ambiente y recursos naturales renovables, así como de dar cumplimiento y oportuna aplicación a las disposiciones legales vigentes sobre su disposición, administración, manejo y aprovechamiento, conforme a las regulaciones, pautas y directrices expedidas por el Ministerio. Son las encargadas de fijar, en el área de su jurisdicción, los límites permisibles de descarga, transporte o depósito de sustancias, productos, compuestos o cualquier otra materia que pueda afectar el ambiente o los recursos naturales renovables; así como prohibir, restringir o regular la fabricación, distribución, uso, disposición o vertimiento de sustancias causantes de degradación ambiental, entre las que se contempla el agua.
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Pero los límites, restricciones y regulaciones que la ley afirma no pueden ser menos estrictos que los definidos por el Ministerio del Medio Ambiente (hoy Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible) lo cual es puesto en el debate público. Aunque están amparados por un marco referencial común, muchos de los proyectos del Ministerio de Ambiente entran en disputa con los proyectos de la car, incluso con los proyectos del Ministerio de Agricultura y del Ministerio de Minas y Energía. Además, la corrupción y el clientelismo han jugado un papel relevante en la degradación de lo público en Colombia, por lo que dichos populares como “la ley es únicamente para los de ruana” se contemplan también en materia ambiental, como se evidencia en el caso de Buenos Aires Los Pinos, donde la car otorga concesiones de agua a personas externas a la vereda y le dificulta a los habitantes de la misma acceder a ciertos beneficios por vivir en un ecosistema que posibilita la formación de agua; o cuando el Ministerio de Ambiente privilegia megaproyectos energéticos o mineros a costa de la vida y el acceso a la tierra de las comunidades del país. Dentro del marco jurídico que se viene enunciando, la Obser- vación General n.° 15 plantea la accesibilidad al agua, definiendo las relaciones usuario-consumidor, cliente versus el servicio y el prestador, lo que da lugar a interesantes discusiones acerca del bien público, el bien esencial y el derecho fundamental, según sea el modelo de prestación del servicio que el Estado decida. La aspiración social y estatal debe ser universal en materia de cobertura del servicio, como quiera que el agua potable es un bien esencial, esto es, un bien de cuyo uso nadie puede ser excluido. Debe cubrir tanto el sector urbano como el rural. Las condiciones de pobreza no pueden ser limitantes o excluyentes del acceso, por cuanto se trata de factores no negociables para la materialización de un derecho humano reconocido en 2010 por la Asamblea General de las Naciones Unidas (Sampedro Torres, 2011, p. 268). Si bien refieren a un acceso universal, los términos de usuario, consumidor, cliente nuevamente se enmarcan en la lógica mercantil. De igual forma, en Colombia la normatividad dista de la realidad del país, porque aún es posible encontrar zonas, incluso urbanas, donde no se cuenta con acceso al agua potable. Además, como lo plantea
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la resolución 1508 de 2010 del Ministerio de Ambiente, Vivienda y Desarrollo Territorial, es indispensable establecer los procedimientos de recaudo para desestimular el uso excesivo del agua (Ministerio de Medio Ambiente Vivienda y Desarrollo Territorial, 2010); es decir, conservar el agua implica desmotivar su uso a través del costo que se le da a la misma. Esta normatividad se vincula a la resolución 493 de 2010 de la cra, la cual establece las diferencias en el nivel de consumo excesivo, pues estas dependen del clima. Cuando se superan los límites establecidos, los suscriptores residenciales deberán asumir un valor adicional al cobro del servicio (Comisión de Regulación de Agua Potable y Saneamiento Básico, 2010). Para conservar el líquido vital y evitar los excesos de consumo, en noviembre de 2011, el entonces Ministerio de Ambiente, Vivienda y Desarrollo Territorial anunciaba la desaparición de los Planes Depar- tamentales del Agua que durante el gobierno de Álvaro Uribe habían sido definidos en el Plan de Desarrollo Nacional para “solucionar” la falta de acceso de la población al agua potable. Estos privilegiaban el endeudamiento con la banca privada y las instituciones financieras internacionales, y llevaban a escala departamental el modelo de privatización inaugurado en 1994, principalmente en la costa Caribe colombiana. No obstante, desaparecen porque contenían un proceso burocrático extenso que generó más problemas que soluciones. El problema de los Planes Departamentales de Agua consiste en que fueron construidos sin perspectiva territorial y sin tener en cuenta las necesidades específicas de las poblaciones, además con una nula participación de la comunidad. La respuesta del gobierno de Juan Manuel Santos fue el anuncio de una nueva política: “Aguas para la prosperidad”, que no se diferenciaba de los Planes Departamentales pues mantenía los mismos esquemas de financiación, las mismas estructuras en las que se reconocía la burocratización, agregándole la masiva entrada de operadores privados (nacionales e internacionales) al país bajo el argumento de su eficacia y eficiencia en la gestión del agua (Urrea, 2003). De igual forma, la construcción de la política rural de aguas que rige actualmente fue concebida como la gran variación respecto del programa anterior y se presentó —mediante el documento Conpes 3715 de 2011—,
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como intento de respuesta a la problemática del agua en el campo colombiano, aunque sin cambios profundos en la misma. Este do- cumento se crea con el fin de obtener un concepto favorable para contratar por parte de la Nación un empréstito externo con la Banca Multilateral de hasta por sesenta millones de dólares o su equivalente en otras monedas, para financiar parcialmente el Programa de Abas- tecimiento de Agua y Manejo de Aguas Residuales en zonas Rurales en el marco del Plan Nacional de Desarrollo Prosperidad para Todos. En otras palabras, y, como acontece con la mayoría de deudas que adquiere el país, la banca multilateral es protagonista en la creación de una propuesta de política del agua para garantizar el control del agua y el pago con intereses del empréstito. Según el documento Conpes 3715, se elige a la banca multilateral por el valor técnico que permite […] fortalecer los esfuerzos nacionales de inversión social y financiera, evidenciado lo anterior en la asistencia técnica brindada en la preparación, ejecución y evaluación de los proyectos con base en su experiencia tanto en Colombia como en otros países de la Región. (Consejo Nacional de Política Económica y Social, 2011)
Los países en los que la Banca apoya programas de aguas son Argentina, Honduras, México y Perú, quienes también tienen procesos extractivos, de monocultivo y de privatización del agua. Todo el documento tiene un fuerte enfoque empresarial, para convertir a los acueductos rurales en empresas que presten servicios de manera eficiente. Por lo tanto, a través del Ministerio de Vivienda y de Hacienda, la intervención de los entes municipales que son los directos responsables del agua potable y el saneamiento básico en las regiones, y la descentralización administrativa de los ochenta, el documento busca financiar inversiones de infraestructura, tecnología y sistemas de acueducto con soluciones individuales en las zonas rurales dispersas. Es decir, la privatización paulatina de cada uno de los acueductos. Por otro lado, histórica y actualmente las comunidades organizadas para la prestación del servicio del agua en Colombia han trabajado sin el apoyo del Estado. Sin embargo, las comunidades y sus sistemas
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de agua han garantizado el acceso de la población al líquido vital y se calcula que en el país existen alrededor de 12.000 pequeños prestadores, muchos de ellos en zonas rurales (Urrea,2003). Posterior al proceso de Referendo por el Agua, y como correlato de dicha iniciativa, la organización de los sistemas comunitarios ha emergido bajo la figura de Red Nacional de Acueductos Comunitarios, con una propuesta de construcción del modelo público-comunitario para la gestión del agua y el territorio, que incluso está proponiendo una ley para consagrar los derechos a la autogestión comunitaria del agua. Contrario a lo anterior, las políticas que plantea el Estado para la formación de acueductos rurales tienden a la privatización de los mismos, y se articulan al afán de garantizar la trilogía endeudamiento- inversión-cooperación, generalmente desde la intervención extranjera, lo que reduce la posibilidad de pensar un país distinto, porque las di- námicas urbanas siguen reconfigurando día a día el futuro del campo colombiano, y en este la posibilidad de agua para la población urbana depende de la lógica de ocupación territorial producto de esa reconfi- guración (Urrea, 2003). Esto se debe a la concepción que se tiene desde el centralismo político que formula las normas, donde el campo es un territorio “degradado”, pues supuestamente no puede producir aguas de calidad y en cantidad suficientes para los humanos. En el caso del documento Conpes 3810 de 2014, construido con base en el Plan Nacional de Desarrollo 2010-2014 “Prosperidad para Todos”, se proponen metas nacionales para cumplir el objetivo de desarrollo sostenible. En el marco de esta investigación, se resaltan aquellas que vislumbran el manejo del agua. Por ejemplo, se plantea: incorporar a la infraestructura de acueducto a por lo menos 7,7 mi- llones de nuevos habitantes urbanos, e incorporar 9,2 millones de habitantes a una solución de alcantarillado urbano; b) incorporar 2,3 millones de habitantes a una solución de abastecimiento de agua y 1,9 millones de habitantes a una solución de saneamiento básico, inclu- yendo soluciones alternativas para las zonas rurales, con proporciones estimadas del 50% de la población rural dispersa (Consejo Nacional de Política Económica y Social, 2014). Es decir, las políticas y principios que se plantea a lo largo del documento Conpes 3810 para cumplir con el aumento de la cobertura
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de acueductos en el país, facilitan la inserción de los principios cor- porativos globales en torno a la privatización del agua en Colombia. Se plantea, tanto para el sector rural como para el urbano, la promoción de sistemas eficientes de gestión a través de esquemas empresariales. En otras palabras, el agua se vislumbra como mercancía que debe ser capitalizada, sostenida, eficiente y rentable. Una de las argumentaciones del documento 3810 es la dispersión de prestadores de servicios en el área rural, lo que dificulta la generación de esquemas que puedan aprovecharse para generar sistemas econó- micos de escala y alcance. Según el Conpes, esta situación genera altos costos e ineficiencia en la prestación del servicio (Consejo Nacional de Política Económica y Social, 2014). Por lo tanto, arguyen que existe la necesidad de otorgar estos servicios a prestadores con experiencia para fortalecer el uso del recurso, pues ellos son quienes facilitan la asistencia técnica y el Estado solamente debe realizar acciones de vi- gilancia y control. Es decir, se plantea la neoliberalización del servicio del acueducto, pues el agua se vuelve un servicio administrado por empresas que pretenden monopolizar el recurso y se rigen bajo las lógicas del paradigma mundial de desarrollo. Por lo tanto, la defensa y cuidado del territorio son condiciones necesarias para la gestión del agua, no solamente para garantizar el consumo de la población rural, sino para asegurar el cuidado de las fuentes de las que dependen poblaciones urbanas, como en el caso de Buenos Aires Los Pinos, en La Calera. Además, la desterritoriali- zación conlleva a las pérdidas de formas de subsistencia de quienes se ven arrebatados de sus parcelas, lo que conlleva a la desaparición de saberes ancestrales y culturales del país. Esta situación se analizó en la vereda Buenos Aires Los Pinos, del municipio de La Calera.
La “pequeña Suiza” de Cundinamarca y la vereda abastecedora de agua La Calera, llamada así por la explotación de cal que existía desde tiempos coloniales y que se ha mantenido hasta hoy, se ubica al oriente del departamento de Cundinamarca. El municipio es de topografía montañosa y está distribuido entre dos sistemas hidrográficos: el sector occidental pertenece a la cuenca del río Teusacá, que hace parte de la
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cuenca alta del río Bogotá; el sector oriental pertenece a la cuenca del río Blanco, que es afluente del río Negro; y este último del río Humea que desemboca en el río Meta y pertenece a la cuenca del río Orinoco (Alcaldia de La Calera, 2014). El municipio empezó a generar fuertes dependencias con la ciudad de Bogotá, a partir de su consolidación como pueblo en el siglo xix. Asimismo, se arraigó la visión de ser abastecedora de materiales para la ciudad (carbón vegetal y cemento), pero también de ser una reserva forestal por los páramos que rodean su cabecera municipal y su cercanía al Parque Nacional Natural (pnn) Chingaza. Esta última imagen fue mutando hasta el punto en que, hace 30 años, La Calera se convirtió en el lugar de construcción de viviendas cercanas a una visión “natural y de tranquilidad”. Al haber sido dotada de cualidades que materializan esas nociones de paisaje armónico y de descanso, las mansiones de La Calera consolidan imaginarios sobre lo rural marcados por lo estético y no por el trabajo, generando procesos de gentrificación1 rural. Este proceso agudizó después de que el muni- cipio dejó de ser zona roja por el repliegue de la guerrilla de las farc en la sabana bogotana. De allí que se conciba el municipio como una “pequeña Suiza”, un lugar de descanso y de protección para garantizar la vida urbana, a costa de la ruptura de las relaciones sociales que se gestan entre los habitantes históricos de estas tierras y su relación con el paisaje y el territorio. La vereda Buenos Aires Los Pinos, ubicada en la parte oriental del municipio La Calera, limita al sur con la vereda el Volcán, al oriente con la vereda el Manzano, al nororiente con el municipio de Guasca (pnn Chingaza), al noroccidente con la vereda Santa Helena y por el occidente con la vereda Buenos Aires La Epifanía. En esta fluyen la quebrada Simaya y la quebrada San Lorenzo, que son los límites físicos de la vereda y pertenecen a la cuenca del río Teusacá, afluente del río Bogotá.
1 Desde la perspectiva de Beatriz Nates Cruz, la gentrificación refiere a procesos de elitización de territorios que han sido habitados por poblaciones con poder adquisitivo bajo o medio en lugares urbanos, rurales y rurales-urbanos, que fueron adquiridos por poblaciones de sectores medios y altos (Nates Cruz, 2008).
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Las quebradas son vitales para el abastecimiento de agua de las dis- tintas veredas del municipio y la ciudad de Bogotá, pues el acueducto rural más grande de La Calera, Tres Quebradas, tiene sus dos bocatomas en este lugar, además hacen presencia los acueductos: El Volcán, Buenos Aires La Epifanía, Buenos Aires Los Pinos y San Andrés, estos dos últimos abastecen a los habitantes de la vereda, y la Empresa de Servicios Públicos Aguas de los Andes que surte a los condominios Macadamia. Los nacimientos de agua cercanos a la quebrada San Lorenzo están dados en concesión por parte de la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (car) a Coca Cola – Femsa, quien embotella la famosa Agua Manantial; y el túnel del sistema Chingaza de la Empresa de Acueducto de Bogotá (eaab) atraviesa y afecta gran parte de la zona de recarga de agua de la vereda. En otras palabras, confluyen distintos actores con sus propios intereses para acceder al líquido. Desafortunadamente, las políticas nacionales y el accionar del Estado colombiano han llevado a plantear la conservación de los eco- sistemas en el marco del desarrollo sostenible y la mercantilización del agua como los ejes que determinan la interacción con el entorno. La racionalidad estatal define que los usos del agua deben entenderse desde la prestación de servicios públicos y de servicios ecosistémicos, lo que implica la expansión ilimitada del paradigma mercantilizador. La visión del agua como mercancía afecta las relaciones comunales para la administración del líquido vital y lleva a la pérdida del sentido estético y sagrado del agua y sus ecosistemas. Las tensiones que esto genera se hacen visibles en Buenos Aires Los Pinos porque llevan a que los actores que confluyen en este territorio no se enmarquen en un solo discurso para apropiarse del agua, sino que emplean varios argumentos de acuerdo a sus necesidades. Por ejemplo, Coca Cola – Femsa con la marca Manantial habla de la necesidad de mercantilizar agua potable de calidad con sus botellas de plástico y de vidrio; además, argumenta su presencia en la zona porque conserva los nacimientos y el bosque que permite la existencia de su negocio, cercándola y limitando el acceso de la población a la misma, la cual se ve afectada porque los manantiales que deberían surtir a las quebradas terminan limitados para el funcionamiento de la embotelladora.
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De igual forma acontece con el Proyecto Chingaza, puesto que la eaab mercantiliza el agua para Bogotá y justifica la importancia de su proyecto para abastecer a más de ocho millones de personas, les exige a los habitantes de la vereda conservar las quebradas que tienen incidencia directa en el proyecto, cercándolas y limitando el acceso de los pobladores a las mismas. Los acueductos rurales hablan de conservación y siembran árboles para mantener las bocatomas, pero transan con el agua porque es indispensable para la vida campesina; aunque con distintos matices, pues en algunos casos ya están planteando insertarse en las dinámicas empresariales al proyectarse administrar otros acueductos o embotellar el líquido. Entonces, en la vereda se manifiestan distintas tensiones, lo que ha generado alteraciones en el paisaje hídrico. Este concepto se establece desde la perspectiva de Jessica Budds (Budds, 2010), quien lo define como las relaciones de poder que se ocultan a través de tecnologías específicas que producen paisajes físicos y elementos discursivos particulares para controlar el agua. Es decir, el conjunto de temas relacionados con los usos, el acceso y la exclusión, la presencia de infraestructura hidráulica, la administración y los debates sobre cómo la gobernanza del agua en un contexto determinado produce efectos sobre el paisaje.
Transformaciones en el paisaje hídrico: acaparamiento en la vereda Buenos Aires Los Pinos Las distintas relaciones con el líquido vital que se gestan en la vereda, permiten afirmar que el agua sí tiene dueño, porque existen tres formas de acapararla: a través de la captación legal, con las concesiones que otorga la car para los acueductos, empresas de servicios públicos y la embotelladora de Coca Cola – Femsa; a través de la propiedad terri- torial, que lleva a las personas o multinacionales a acaparar los bienes que existen en sus predios; y a través del argumento del beneficio de zonas vitales para el desarrollo y un número significativo de población, como el proyecto Chingaza con el abastecimiento de agua para Bogotá.
Apropiación por captación legal Las apropiaciones por captación legal han llevado a que el modelo de administración del agua colombiano, que pretende privatizar el uso
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del líquido, Coca Cola – Femsa y los usuarios de los acueductos afirmen que tienen derecho sobre el agua. La legitimidad que da la car y el accionar jurídico permiten a Tres Quebradas, La Epifanía, El Volcán, Aguas de los Andes, Los Pinos y Coca Cola – Femsa declararse dueños del agua de las bocatomas donde se surten, aunque con diferencias significativas en sus formas de intervención y distribución. La car y la Alcaldía Municipal son las instituciones que más se aproximan a los acueductos veredales y que tiene incidencia directa en ellos. Como se ha evidenciado, la ley es bastante clara en la lógica de mercantilización del líquido vital. En el caso de Buenos Aires Los Pinos se ha materializado el discurso jurídico en la relación, acceso y uso coti- diano del agua de quienes habitan en la vereda cerca de los nacimientos; lo que ha transformando el paisaje material e hídrico en la zona. La car, como responsable directa de las concesiones de agua y garante de las denuncias por la apropiación de la misma, ha iniciado concertaciones para capacitar a las juntas de los acueductos veredales con el fin de transformarlos en empresas prestadoras de servicio. Para ello, junto con la Superintendencia de Servicios Públicos y la Comisión Reguladora del Agua (cra) les exige a los acueductos adaptarse a tablas tarifarias establecidas desde el discurso experto, el uso de paquetes contables, equipos de medición, potabilización y desarenadores del agua; pero como muchas apropiaciones del líquido en el sector rural son el resultado de relaciones comunales e históricas, algunos acueductos ni siquiera tienen un computador o los recursos para comprar infraestructura nueva. “La ley es clara” afirmaba una funcionaria de la car, por lo tanto, las personas se ven obligadas a cumplir con la norma porque “están prestando un servicio”: el de abastecer agua a las comunidades. Como muchos acueductos no tienen el dinero para constituirse en empresa, se está viviendo una inminente privatización de estos. Quien puede asumir los costos de infraestructura termina absorbiendo a los pe- queños acueductos, lo cual tiene una implicación directa en el servicio. Los usuarios estaban acostumbrados a pagar un costo mínimo por el acceso al agua, la cual ahora se mide con contadores, según lo de- manda la norma y: “si consumes más, pagas más, si consumes menos, pagas menos, como funciona aquí en Bogotá y como se establecen en
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las tarifas de consumo” (Funcionaria de la car, entrevista personal, 12 de febrero de 2015). De igual forma y, para el caso de los nacimientos de agua o las quebradas, se empiezan a hacer intervenciones en el paisaje con el fin de conservar —desde el punto de vista ambiental— la zona cercana a la bocatoma. El acceso al agua de quienes pidieron la concesión y la garantía de un servicio con agua limpia conlleva a que se realicen cercados para proteger los nacimientos, ya sea con árboles “llamadores de agua”, árboles nativos o con alambre y madera; transformando radicalmente el paisaje del lugar. Sin importar si son para cercar, la car exige la siembra de árboles como medida de compensación, cuyo número es determinado por la cantidad de caudal de agua que se da en concesión. De igual forma, se prohíbe el cultivo cerca a la bocatoma y la presencia de ganado, por lo que se ha vuelto necesario hacer bebederos para que los animales accedan al líquido. En Buenos Aires Los Pinos algunos acueductos han comprado los predios para generar procesos de conservación de sus bocatomas, pero muchos de los árboles que siembran no son nativos, limitan el acceso a los territorios y han afectado el caudal de las quebradas. Así mismo, se presentan disputas entre los dueños de los predios y los acueductos ajenos a la vereda, puesto que muchos mantienen ganado en las zonas altas y afectan la infraestructura de los mismos, creando tensiones constantes entre los implicados. En otras palabras, la mercantilización del agua se hace evidente en la cotidianidad de las personas, que “deben” cumplir los requisitos para vivir conforme la ley lo demanda, así sean de difícil realización. Por ejemplo, cuando se exigen análisis químicos del agua periódica- mente, esto implica que los precios se empiecen a elevar para solventar dichos costos, especialmente en aquellos acueductos pequeños y con pocas ganancias. Una de las grandes dificultades que manifestaron los habitantes de Buenos Aires Los Pinos respecto a la car es que las visitas acostumbran realizarlas en tiempo de invierno, cuando los cauces son elevados y “abunda” el agua; pero en tiempos como el verano, donde se presenta escasez, “por aquí no se ven” (Habitante de Buenos Aires Los Pinos, entrevista personal), evidenciando que,
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a pesar de ser el discurso experto y legitimador, no contempla los límites geográficos y temporales de los cuerpos de agua. Los acueductos rurales y las empresas prestadoras buscan garan- tizar el acceso al agua como un servicio, por lo cual su administración tiende a monopolizarla, rigiéndose por las lógicas del paradigma mundial mercantilizador. Es el caso de los acueductos que buscan aumentar su número de usuarios para generar más ganancias, lo que implica pedir aumento de caudal. Además, dentro de las adminis- traciones de los acueductos rurales se presentan casos de presidentes de las juntas que llevan más de veinte años en sus cargos, y se con- sideran los dueños de los mismos, en ocasiones son legitimados por las personas que reciben el servicio. Así mismo, muchos acueductos condenan a aquellas personas que tienen captaciones ilegales o que no se afilian a los acueductos porque procuran mantener sus propias bocatomas o acueductos veredales. En ocasiones los acueductos más grandes pretenden convertirse en los administradores de aquellos acueductos que no pueden adaptarse a la normatividad colombiana y a las exigencias de la car. Por lo tanto, se plantean como los grandes administradores del líquido vital. Respecto a la Empresa de Servicios Públicos Aguas de los Andes, aunque no puede aumentar el caudal por el límite habitacional que tiene el proyecto; la concesión legitima su inserción en una vereda lejana al sitio donde se ubican las viviendas. Incluso ha sido pro- blemática su presencia en la vereda, puesto que algunos habitantes de Los Pinos afirman que Macadamia está robando el agua que les pertenece. El hecho de tener la aprobación de la car le permite a la empresa de servicios públicos mantener su presencia en Buenos Aires. Incluso para la construcción de su infraestructura, la mayor parte de la tubería va por la carretera principal, pese a la negativa de los habitantes de Buenos Aires, quienes afirman que no los dejaron pasar por sus lotes, para evitar que se llevaran el agua y entraran a sus predios sin permiso. Según Aguas de los Andes, la tubería se pasó por la carretera para ahorrar costos de servidumbre y porque la vía principal es “de todos” (Trabajador Aguas de los Andes, entrevista personal, 24 de febrero de 2015).
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Por el contrario, el no tener la concesión sí implica que peligre la propiedad del agua, como ocurre con el acueducto San Andrés. Aunque actualmente está vencido el trámite con la car, haber tenido el permiso de captación legitima su existencia, pero no te- nerlo vigente implica correr el riesgo de perder el dominio sobre la administración del líquido. En el caso de la empresa multinacional Coca Cola – Femsa, el permiso de la car legitima su negocio de embotellamiento de agua e incluso les evita posibles altercados por tener un respaldo jurídico, por lo cual el único que puede interlocultar y reclamarle su accionar es el mismo Estado. Aunque con poco éxito, porque se han generado tensiones entre Femsa y la car, puesto que la institucionalidad plantea que la captación se hace sobre aguas superficiales. Los requisitos para captar agua difieren cuando se plantea un sistema superficial y un sistema subterráneo. Los nuevos requerimientos que plantea la car al considerar que se capta de aguas superficiales demandan que Femsa haga planos y diseños que no afecten la rotonda hidráulica de los manantiales. Pero las obras que tiene la compañía están construidas desde 1997 y el adaptarse a la norma le implicaría asumir otros costos y tratamientos para el líquido, entre ellos la inversión estructural sobre la planta. El problema con la car llevó a que la compañía contratara a la consultora ambiental Golder Associates para hacer su propio estudio y determinar sí es un manantial superficial, o como ellos lo llamaron: actualización del estudio hidroecológico, que realizaron antes de la renovación de la concesión de aguas, con el fin de evaluarla. Uno de los argumentos de Coca Cola – Femsa para mantener la concesión de aguas subterráneas es que la car no puede afectar sus ganancias, puesto que tendría que asumir la indemnización por pérdida de las mismas, ya que en un principio aprobó la concesión como agua subterránea. Además, su alegato es que violentan el principio de con- fianza legítima planteado en la sentencia t-204 de 2004 de la Corte Constitucional (Coca Cola – Femsa, s.f.). La captación legal tiene sus implicaciones directas en el paisaje del lugar y en la vida de las personas, pues construyen paisajes hídricos: la bocatoma cercada con árboles o alambre, sin presencia de personas o ganado; la construcción en cemento de infraestructuras que permiten
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captar más eficientemente el agua; carteles que prohíben el paso, tu- berías y tanques o, en el más radical de los casos, cercas electrificadas que impiden el tránsito en propiedad privada. El respaldo del discurso experto permite que ante las autoridades se pueda defender la apropiación del recurso, por eso pueden ampa- rarse bajo el argumento legal quienes tienen la captación frente a los dueños de los predios. Aunque el clientelismo y la corrupción del Estado hacen latente la debilidad de la política ambiental colombiana, como lo evidenció el problema entre el acueducto rural La Epifanía y el finquero dueño del predio aledaño a la bocatoma. La llegada de personas ajenas a la zona ha alterado fuertemente las dinámicas de la comunidad, pues los “finqueros” tienen sus propias definiciones de propiedad y naturaleza, que difieren de quienes han habitado la vereda desde hace bastante tiempo. En otras palabras, crear un lago artificial captando aguas arriba de la bocatoma de la vereda es posible porque la quebrada fluye por el territorio que se ha adquirido por contrato, así se disminuya el cauce de la quebrada y se afecte la captación del líquido en las zonas bajas. Esta situación evidencia las relaciones de poder entre quien se ubica arriba de la bocatoma y los que están aguas abajo: “el señor es mala gente. Ha sido citado cinco veces a la inspección de policía y no se ha presentado para negociar la servidumbre” (Habitante de Buenos Aires La Epifanía, entrevista personal, 11 de abril de 2015). El crecimiento demográfico también se ha convertido en la excusa para pedir ampliación del caudal y por lo tanto generar nuevas demandas del agua y más impactos en la zona. No se puede desconocer que los nuevos pobladores necesitan acceder al líquido, por lo tanto es impensable impedirles su uso. Pero el acaparamiento que se está dando por parte de los acueductos conlleva a cuestionar si en realidad obedece únicamente a prestar el servicio o a empezar a lucrarse de este, como ocurre con Tres Quebradas. Incluso inquietan los costos elevados para quienes son ajenos a las veredas, pues se asume que ser foráneos les permite pagar más. Algunos argumentan que los cobros elevados se hacen con el propósito de desmotivar la compra de más puntos de agua; pero esta respuesta se inserta en la visión mercantil de conservar limitando el consumo a partir del aumento del costo
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del agua, y no evidenciando la importancia de la misma en la trama de la vida. En otras palabras, este discurso ya hace parte de la vida cotidiana de la vereda. En algunos acueductos se trata de mantener las relaciones co- munales, pero la ley está obligándolos a transformarse en empresas. Además, se presentan —como en los acueductos de El Volcán, La Epifanía y Tres Quebradas—, situaciones en las que los presidentes parecen dueños de los mismos. O en el más extremo de los casos, como ocurre en El Volcán, esto dificulta la compra de predios que podrían beneficiar a la asociación, como los de la bocatoma. Los trámites legales para mantener el acueducto consumen mucho tiempo, razón por la cual los usuarios no quieren hacer parte de la junta, como aconteció en Buenos Aires Los Pinos, recargando las responsabilidades que denota ser socio del acueducto a un grupo determinado de personas que se están cansando de mantener la administración del mismo.
Apropiación territorial Uno de los debates que he enfrentado en la elaboración de la investigación es el vínculo que existe entre apropiación territorial con la apropiación del agua. Desde la perspectiva de Juliana Millán (Millán Guzmán, 2010), a partir de su trabajo de campo en los acue- ductos rurales de los Cerros Orientales de Bogotá, el territorio es un elemento relacionado con los bienes públicos o comunes, por lo tanto el agua como bien común se imbrica en el territorio. De esta forma […] cuando el entorno es una construcción social, tiene un sello cultural y político particular que se refleja en el control político sobre el espacio, que en ese momento se convierte en territorio, es decir te- rritorialización del espacio. (Sabatini y Mena, 1995, citados en Millán Guzmán, 2010)
Por eso hay tensiones entre los propietarios de los predios por donde corre el agua y quienes tienen concesiones sin propiedad territorial. En el caso de Tres Quebradas, Aguas de los Andes, La Epifanía y Coca Cola – Femsa existe otra forma mucho más efectiva de garan- tizar la propiedad del agua; y es a través de la apropiación territorial para el acceso de los bienes. Al ser propietario del predio donde está la
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bocatoma, ya sea del acueducto o del agua a embotellar, se facilita la no intromisión de las personas de la vereda y por tanto una pri- vacidad sobre el uso y acceso que se hace del líquido. Pero cuando se interviene en los territorios de los otros o se afecta la quebrada, causando impactos negativos entre quienes comparten la fluidez del cauce, sí existen intervenciones directas de los afectados. Para las personas en la vereda, Coca Cola – Femsa no se vis- lumbra como una amenaza, situación que es preocupante puesto que evidencia la efectividad de las estrategias de división comunitaria que ha empleado la empresa para establecerse en la zona. La embotelladora otorga trabajo en su planta a algunos habitantes de Los Pinos, regala jugos a los niños y niñas de la escuela, dona parques en el municipio, entre otras actividades que buscan mantener una relación “cercana” con algunas personas de la comunidad. Al tener la legitimidad con la concesión que otorga la car y comprar los predios de los nacimientos y sus alrededores, la empresa Agua Manantial evita intervenciones directas en la comunidad que está en contra de su presencia. Además, a pesar de que la empresa acapara el agua, los problemas con la multinacional se enfocan en la afectación de la carretera por el paso diario de los camiones con las botellas empacadas, pues la vía está sin pavimentar y como espacio público se ven huecos y atascos en época de invierno por el tránsito constante, pero no existe una discusión por la apropiación de los nacimientos de agua que podrían alimentar y aumentar el caudal de la quebrada San Lorenzo, que disminuye significativamente en tiempo de verano. Por el contrario, con la empresa Aguas de los Andes existen reclamos por las afectaciones que generó en el lote vecino, el cual fue talado para la ampliación de la infraestructura de la empresa, con la instalación de un tanque y una planta potabilizadora. Si esta empresa solo hubiese intervenido su propiedad y no hubiese perjudicado la fluidez de la quebrada, es muy probable que la comunidad no inter- viniera frente a la tala del bosque alto andino nativo. De igual forma, los acueductos de Tres Quebradas y La Epifanía presentan la misma situación, pero con distintos matices. El primer acueducto, al estar en la parte más alta de San Lorenzo, se libra de problemas con la vecindad porque Aguas de los Andes tiene una
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connotación más negativa y están captando aguas más abajo; por lo tanto, se responsabiliza más a los segundos cuando hay sequías por la ausencia del líquido. En el caso de La Epifanía, su infraestructura está diseñada para captar muchísima agua de la vereda y, al afectar la quebrada, existen quejas de las personas implicadas por su presencia. Situación que contrasta con los acueductos de El Volcán e incluso Los Pinos y San Andrés, pues al no ser dueños de los predios de la bocatoma, sí enfrentan tensiones por servidumbres con los propie- tarios de los terrenos.
Apropiación por beneficio a zonas vitales para el desarrollo y un número significativo de población La apropiación bajo el argumento del beneficio de zonas vitales para el desarrollo y un número significativo de población es el que corresponde al proyecto Chingaza e incluso aplica al acueducto rural Tres Quebradas. Mantener y preservar el agua para la ciudad de Bogotá implica un cambio fuerte en el paisaje hídrico de la vereda. Pese a ser un túnel subterráneo, el proyecto Chingaza transformó radicalmente la zona en términos físicos y las relaciones del campesinado con su entorno, pues les arrebató y les sigue arrebatando el agua. Además, la violencia con la que la eaab ha tratado a la comunidad, ya sea en términos físicos o simbólicos, ha llevado a que el deterioro de la relación entre la empresa y los calerunos sea cada vez más profundo. Las personas de la zona se sienten ofendidas, vulneradas y robadas, porque no hay retribución por las afectaciones generadas por el pro- yecto, que se hizo sin consultar a quienes habitaban los territorios; porque las compensaciones que se han dado no devuelven el caudal de las aguas que son absorbidas por el túnel; y porque al campesinado se le trata como si no supiera de conservación; “es que ellos creen que somos brutos” (Habitante de Buenos Aires Los Pinos, entrevista personal, 24 de mayo de 2015). A Bogotá le dan agua potable que la sacan de nuestras montañas, y nosotros no tenemos acceso a agua potable. Para tenerla, nos están exigiendo plantas de tratamiento que son bastante costosas y nuestro acueducto, que es comunitario, no puede sostenerse. Tendríamos que subirle muchísimo el precio al agua, pero toda la gente que lo
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usamos somos humildes, campesinos, no tenemos los medios para pagar esa cantidad de agua. Es preferible no tener acueducto y sacarla de las zanjitas o donde pueda tomar uno el agua. Hasta ahora lo de Corpohuina sirve, [proyectos de reconversión productiva], pero no devuelven lo importante que es el agua. A mí me pueden dar una cerca, unos postes, unos árboles, eso puede servir para atajar los ani- males, pero no me sirve para vivir, no me devuelve el agua. Hace diez años se dijo que ellos tenían que retribuir el agua a las veredas. Y en la reunión que hicieron ahorita en la umata dijeron muy clarito que hasta ahora iban a empezar a hacer las retribuciones, pero que era dentro de diez años que se harían las cosas. O sea que uno no va a alcanzar a beneficiarse, si es que cumplen. (Habitante Buenos Aires Los Pinos, entrevista personal, 28 de mayo de 2015)
La eaab, respaldada por la demanda de agua de gran parte de la población del centro del país, puede organizar reforesta- ciones, consolidar proyectos para modificar las prácticas y la vida del campesinado de la zona y lanzar discursos que pretenden la conservación de la zona de protección ambiental para su beneficio. Cabe recordar que el pnn Chingaza fue creado para garantizar el acceso de agua de la ciudad, que modificó radicalmente el páramo, transvasó agua de la cuenca del río Orinoco a la cuenca del Magdalena y afectó a los municipios aledaños al mismo; incluso en La Calera se creó el embalse de San Rafael que transformó el clima de la zona. En el caso de Tres Quebradas y su importancia en La Calera, este acueducto adquiere una connotación similar, ya que garantiza el acceso del líquido a veredas distantes y que tienen serios problemas por el acceso al agua, haciendo de este último su argumento principal para plantearse aumentar el caudal de la concesión, mantener la bocatoma cercada y limitado el acceso de los territorios aledaños a la misma.
Conclusión: la gestión del agua debe ser desde la realidad de los territorios Las tres formas de apropiación del líquido en la vereda de Buenos Aires Los Pinos muestran cómo en un solo lugar pueden desembocar distintas relaciones con el entorno, más aún cuando se habla de un
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ecosistema único que posibilita el acceso a agua limpia, potable, pura y cristalina. Cada visión y sentido del agua produce territorios y territorialidades; además, los discursos sobre ella crean materia- lidades en la vida cotidiana de las personas. Y como en Colombia las políticas públicas se hacen desde un escritorio y no a partir de la realidad de las comunidades, se generan choques, que muchas veces son violentos, entre las instituciones del Estado con sus habitantes, y los cuales deterioran la relación de los mismos. A partir de lo expuesto, se puede concluir que lentamente se adueñan del agua porque las vías legales están limitando el acceso a un bien que es vital, común y que en realidad no le pertenece a nadie, pues somos agua. A este problema se adjunta la política minero- energética para financiar el postconflicto. Esto porque el gobierno colombiano, enmarcado en la lógica extractiva —donde el petróleo, las hidroeléctricas, la agroindustria, los monocultivos forestales y la minería son la solución para generar inversión y empleo—, niega las consecuencias nefastas para los ecosistemas y a su vez para el agua, que termina totalmente contaminada. En este momento, en el mundo se están mercantilizando y financierizando las apropiaciones al acceso al agua, que pasan desapercibidas y se normalizan. Además, en la esfera pública colombiana el agua tiene un papel reducido porque se maneja como un tipo de extractivismo; razón por la cual Coca Cola – Femsa puede comerciar con el agua sin tener que asumir las consecuencias e impactos que ello implica. Los habitantes de la vereda afirman que para ellos el agua de- bería tener regalías. Si esta propuesta tuviera acogida y funcionara, es probable que aconteciera como ocurre con el petróleo o la minería: el agua se volvería la supuesta solución para garantizar dineros al erario. Aunque el problema de corrupción del Estado colombiano llevaría a que, como acontece en las zonas mineras y petroleras —y como ocurre en este momento en Buenos Aires Los Pinos—, no se invierta en los territorios donde hay injerencias, impactos y afectaciones directas por la explotación del bien y únicamente se lucren unos pequeños sectores sociales; desconociendo los impactos socioambientales que esto genera. La Constitución plantea que debe primar el consumo humano del agua potable, situación cuestionable porque la política minero-energética
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de los últimos gobiernos emplea el agua para la extracción, lo que termina contaminándola y privatizándola; pero también se han establecido zonas que deben estar protegidas en una lógica de conservación sin personas, para garantizar el agua a quienes pueden pagar por ella. Del término “consumo humano” pueden derivar muchas situa- ciones, como el uso del agua para procesos agropecuarios o energéticos, pero no se contempla al homo sapiens dentro de los ecosistemas que le permiten habitar y garantizar su vida en el planeta. Por ello es urgente la reforma de la ley y la educación en torno a la importancia del ambiente y el agua, porque debe contemplar el abastecimiento de esta para los ecosistemas, su flora y su fauna. No se puede pretender que el agua nazca en el páramo y en el bosque alto andino cuando se impide que el ciclo ecológico se desarrolle con éxito al destruir estos ecosistemas y romper con las interacciones y conexiones de los diferentes ambientes, pues se niega la complejidad de la montaña andina en su totalidad. De ahí que la política pública ambiental en el país debería partir de la realidad de los territorios, buscar una conservación que respete la vida de los humanos y no humanos en sus distintos sitios de habi- tación y dividir la nación en cuencas, porque el agua, al igual que el suelo, son los bienes que permiten y agrupan la vida. En este sentido, y comprendiendo el territorio como cuenca, se evitarían inconvenientes como la definición de quién administra un río o el margen de una quebrada, pues la nueva forma de distribución permitiría cuidar más fácil las zonas, delimitarlas y responsabilizar a quien cometa daños en las mismas. A su vez, con la transformación de la noción de cauce como frontera que existe en la zona andina, se evitarían conflictos como los que tienen lugar en la vereda con la apropiación de la quebrada San Lorenzo por parte de Coca Cola, Aguas de los Andes, Tres Quebradas, La Epifanía, La Siberia, y en la quebrada Simaya con Chingaza. Como se evidenció en la investigación, la racionalidad ecológica que plantea Víctor Toledo es una realidad en Buenos Aires Los Pinos; esta plantea que el productor rural tradicional posee una racionalidad ecológica propia y su conocimiento debe interpretarse como parte de las actividades necesarias para la reproducción de la vida social (Toledo, 1990). Es decir, la forma en que el campesino se relaciona con su entorno está ligada al contexto, pues son el espacio y el agua
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quienes terminan limitando y determinando las relaciones ambientales y sociales. Pero, así como la conservación que se ha dado en la vereda puede ligarse a la cercanía con el pnn Chingaza, a que Buenos Aires Los Pinos sea zona de amortiguamiento de agua y a la apropiación que tienen sus habitantes del territorio; no se puede desconocer la incidencia del discurso moderno en la normalización de prácticas, usos ambientales y usos del agua en la vereda. Porque, así como los productores hablan del “cultivo normal” cuando se usan químicos en la papa para favorecer la cosecha, en la vereda se está planteando que debe mercantilizarse el agua para favorecer su preservación. La investigación evidenció cómo las distintas relaciones que se dan entre los actores que confluyen en un mismo espacio, se transforman y significan desde sus visiones y prácticas de vida. En el caso del campe- sinado son la relación productiva, su entorno y su consumo restringido lo que les permite tener una relación más armónica con “la naturaleza”, por eso en sus prácticas cotidianas “reciclan” y cuidan el agua, ya que ella hace parte del ciclo de la vida. Aunque las nuevas ruralidades han generado cambios en la visión de consumo y de calidad de vida, aún se mantiene esa necesidad de cuidar y conservar el líquido vital. Es necesario que la política pública ambiental se contextualice de acuerdo a las particularidades de cada zona, teniendo en cuenta, consultando y conversando con aquellas personas que conocen y viven los lugares. Como se observó en Buenos Aires, son los pobladores nativos quienes tienen una fuerte apropiación territorial y del agua, la cual es producto de las relaciones históricas, sociales, ambientales y culturales que les han permitido vivir, fluir y convivir con el páramo, con el bosque, con la flora, la fauna y el agua. Y aunque cada vez hay menos nativos, para quienes somos ajenos a la zona resulta vital aprender de sus prácticas y relaciones con el entorno.
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390 Agua y desigualdades socio-ecológicas en Bogotá a mediados del siglo xx. El caso del río Tunjuelo y sus barrios ribereños
Vladimir Sánchez-Calderón Universidad Industrial de Santander, Colombia
Introducción El río Tunjuelo, ubicado al sur de Bogotá (figura 1), hizo parte del proceso de urbanización que la ciudad experimentó en el siglo xx. Su cercanía relativa —más o menos diez kilómetros en línea recta— al centro de la ciudad, y sus condiciones físicas, fueron evaluadas de forma positiva para que sobre él se construyeran tres embalses que abastecieran mayoritariamente a la capital entre la tercera y la quinta década del siglo. Estos embalses supusieron la conexión física, aunque invisible, con la ciudad, pues se conectaban a través de tubos que no se veían a simple vista. Sin embargo, el crecimiento físico y demográfico de Bogotá llevó a que la capital progresivamente llegara a las riberas del río mismo, y luego, desde los años sesenta, las sobrepasara. Su ubicación, al sur de la ciudad, determinó la manera en que se urbanizaría el Tunjuelo. Un patrón socio-espacial desigual, estructurado desde la segunda década del siglo xx y resultado de la progresiva localización de los grupos de mayores ingresos e influencia política al norte del centro histórico, condicionó que muchos de los asentamientos del sur de la ciudad fuesen destinados a grupos de ingresos medios y bajos. En sus inicios, la mayoría de estos barrios fue considerada “clandestina” por las autoridades bogotanas, debido
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a que no cumplían con los requisitos de planeación. En tal sentido, el río Tunjuelo, sus afluentes, riberas y áreas cercanas fueron ocupados por habitantes pobres que construían sus viviendas a lo largo de un periodo de varios años.
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Figura 1. Cuenca del río Tunjuelo y área de estudio. Fuente: elaboración propia con base en cartografía del Instituto Geográfico Agustín Codazzi.
En tres de los barrios construidos en la parte baja de la cuenca del Tunjuelo, hasta mediados del siglo se condensaron las desigualdades socio-ecológicas ligadas a la urbanización del río Tunjuelo. De una parte,
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Tunjuelito, Meissen y San Benito, los tres barrios mencionados, eran ribereños del río y estaban ubicados sobre un terreno particularmente bajo, lo que los hacía más vulnerables a los desbordes del Tunjuelo y sus afluentes —eventos característicos de esta parte de la cuenca, aún antes de la urbanización—. Sin embargo, esta vulnerabilidad se incrementó con el funcionamiento de los embalses La Regadera (1938), Chisacá (1951) y Los Tunjos (1959), ya que estos no regulaban el volumen de agua en las épocas de lluvia y desviaban el exceso al río. Los embalses solo surtían de agua a algunas partes de Bogotá, y los barrios considerados en el estudio no hicieron parte de la ciudad sino hasta 1955. Al ser con- siderados “clandestinos”, sólo pudieron ser conectados al acueducto de la ciudad, que tomaba agua del Tunjuelo a finales de la década de 1950. No obstante, siguieron soportando el impacto de los embalses. Por otra parte, el papel que jugaron el río Tunjuelo y sus afluentes en la prestación del acueducto y el alcantarillado en los barrios ribereños también conllevó a la configuración de desigualdades socio-ecológicas. Así, al comienzo de los barrios, las corrientes de agua aledañas fueron importantes para el consumo, la recreación e incluso la alimentación de los habitantes. Pero al mismo tiempo fueron el vertedero de los desechos. Con la anexión a Bogotá, la conexión al acueducto de la ciudad supuso un alejamiento del Tunjuelo que se reforzó con la continuación de su función de vertedero. Paulatinamente, el río, al igual que el resto de las corrientes de agua de la ciudad, sufrió un sensible deterioro de sus cualidades físico-químicas. Sin embargo, a diferencia del Salitre y el Fucha, los otros dos grandes ríos de la ciudad, no fue canalizado ni revestido en concreto, con lo cual se reforzó la imagen de una cloaca, fea y descontrolada. Como estaba localizado en la parte más al sur de la ciudad, el estado estético y fisiológico del Tunjuelo terminaría por reforzar la imagen del sur como el área pobre de la ciudad, contribu- yendo con ello a fortalecer el patrón socio-espacial desigual de la capital. El texto está organizado en tres secciones además de esta in- troducción. En la primera se realiza una ubicación del estudio en el marco de las investigaciones sobre urbanización popular o informal, historia ambiental urbana y ecología política urbana, campos con los que se propone dialogar. En la segunda parte, se estudia la desigualdad relacionada con la construcción y funcionamiento de los embalses;
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mientras que en la tercera se aborda el tema de la desigualdad en torno a la prestación del acueducto y el alcantarillado en los barrios ribereños del río. El capítulo está basado en información de archivo, historias barriales publicadas e inéditas; entrevistas a los pobladores de los barrios y análisis documental de informes oficiales de la época. Con este caso se busca contribuir a una ecología política histórica de la urbanización latinoamericana, al hacer una relación explícita entre las desigualdades socio-económicas y las ambientales en la construcción de la capital colombiana, durante el periodo de mayor crecimiento físico y demográfico de las urbes de la región.
Las desigualdades socio-ecológicas de la urbanización latinoamericana Este trabajo se inscribe en los análisis que plantean que las di- námicas urbanas en general, y la urbanización, en particular, son a la vez procesos históricos, políticos y ambientales (Harvey, 1996). Es decir, las ciudades son resultados socio-espaciales siempre cam- biantes, producto de la manera en que los diversos elementos y actores políticos, económicos, sociales, culturales y naturales esta- blecen relaciones de poder en torno al acceso, uso, transformación y representación de la ciudad, incluyendo sus “atributos naturales”. Lo anterior significa reconocer de entrada dos características. La primera es que la urbanización es un proceso ambiental, esto es, integrado por asociaciones socio-naturales o socio-ecológicas o humanas/no-humanas. La segunda, que ese proceso es desigual, es decir, que las diferentes asociaciones socio-ecológicas existentes (y cambiantes cada una de ellas en su interior) participan de manera distinta en la producción del espacio y el ambiente urbanos. Unos grupos sociales, unos elementos del entorno y unas secciones de la ciudad se ven más beneficiados que otros del cambio urbano. La urbanización no es un proceso ambientalmente —es decir, socio-ecológico o socio- natural— neutro (Swyngedouw, 2004; Heynen, Kaika, y Swyngedouw, 2006; Kaika, 2005; Vitz, 2010).1
1 Parto de la consideración de que el ambiente es un término para superar la dicotomía entre sociedad y naturaleza, que ha caracterizado la mayor
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Esta es la posición central de la ecología política urbana (epu), un campo de investigación interdisciplinario que está en consolidación en otros contextos académicos, pero que apenas está despuntando en América Latina (Villar Navascués, 2017; Domene Gómez, 2006; Quimbayo y Vásquez Rodríguez, 2016). En este, caso, como señalan estos estudios, el enfoque histórico ha estado presente de una manera muy desigual, ante el énfasis por entender y proponer soluciones a conflictos ambientales urbanos contemporáneos. En este sentido, el presente trabajo busca ofrecer una vía metodológica basada en el “análisis histórico crítico” como un componente clave del estudio del cambio urbano (Davis, 2015). Los conflictos ambientales existentes hoy en la cuenca del río Tunjuelo (Quimbayo y Vásquez Rodríguez, 2016; Vargas Mariño, 2014; Cañón Guerrero, 2011) pueden ser analizados mejor desde una aproximación histórica que permita comprender los procesos que los han configurado. De esa manera, este trabajo se enfoca en analizar los inicios del cambio urbano que supuso la construcción de barrios destinados y construidos por grupos de bajos ingresos en la cuenca del río, en el contexto de una estructura urbana desigual. Este trabajo también busca dialogar con otros dos tipos de investi- gaciones interdisciplinarias: los estudios sobre la urbanización “popular informal”, y aquellos que se agrupan bajo la historia ambiental urbana. Los primeros son de larga data, al menos de la década de 1950, y han mostrado una gran diversidad de enfoques teóricos y metodológicos (Jaramillo, 2012), pero en todo caso han mostrado las particularidades de América Latina, región en donde gran parte de la urbanización sigue corriendo por cuenta de lo que hoy se denominan barrios “populares in- formales”, esto es, asentamientos caracterizados por la autoconstrucción de las viviendas y de las redes domiciliarias de los servicios básicos y que no son reconocidos por las autoridades de la ciudad, generando grandes desigualdades socio-económicas a sus habitantes (Gilbert, 1997; Jaramillo y Cuervo, 1993; Torres T., 2009; Hernández y Kellett, 2010).
parte de abordajes académicos en el siglo xx. En ese sentido, lo considero homónimo de otros términos que han surgido en las últimas décadas con el mismo propósito, como por ejemplo, socio-ecosistema, socio-naturaleza o ensamblajes humanos/no humanos. De allí, que no hable de desigualdades socioambientales, pues lo social (humano) ya está incluido en el ambiente.
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Su énfasis ha sido puesto en los elementos “sociales” de la urbanización. En esa medida, este trabajo busca integrar la dimensión ambiental al análisis de la urbanización popular informal, al estudiar precisamente el periodo en el que esta forma de producir ciudad fue identificada como característica de América Latina. Con respecto a la historia ambiental urbana, un campo académico reciente que se interesa por pensar la relación entre ciudad y entorno con un énfasis histórico, resalta el hecho de que sus principales con- tribuciones en América Latina han tenido que ver con los procesos de abastecimiento urbano de agua, espacios verdes y parques, desastres y degradación ambiental (Molano, 2016; Sedrez, 2013). No obstante, la urbanización popular informal aún no constituye una línea de investigación consolidada. Existen algunos ejemplos para comienzos del siglo xx (Folchi, 2007; Meade, 1999), pero la mitad del siglo xx permanece inexplorada desde esta perspectiva. Este es un vacío que este trabajo pretende comenzar a llenar.
El agua del río: solución para Bogotá, problema para los barrios ribereños En julio de 1938, en el marco de la celebración del iv Centenario de la fundación de Bogotá, se inauguró la represa La Regadera, cons- truida sobre el río Tunjuelo a 3.000 metros sobre el nivel del mar y a unos quince kilómetros del centro de la capital. La obra, que era capaz de almacenar hasta cuatro millones de metros cúbicos, fue celebrada como demostración de la transformación de la ciudad bajo las adminis- traciones liberales, quienes se catalogaban a sí mismas como las “porta- doras del progreso” (Muñoz, 2010; Rodríguez, 2005; El Tiempo, 1938a). Así, en el periódico de mayor tiraje de Colombia, La Regadera fue promocionada como “uno de los más completos y arriesgados trabajos de ingeniería que se hayan emprendido últimamente en el país” y “una de las más grandes que se han verificado en América” (El Tiempo, 1938b).2
2 Sin embargo Evans (2006) y Tortolero (2000) muestran que para ese momento, en México, se adelantaban obras que superaban con creces la capacidad de La Regadera.
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De esta manera, parecía terminar uno de los más arduos retos que enfrentaba la ciudad en el siglo xx: el acceso a una fuente de agua potable, confiable y permanente. Su logro, que no había estado exento de controversias técnicas y políticas (Rodríguez Gómez, 2003a, p. 468; Pérez, Gómez Tanco, y Acosta V., 1929; Sociedad Colombiana de Inge- nieros, 1933), era fruto del compromiso del gobierno nacional y municipal por construir una ciudad moderna; así como de los avances técnicos en el control de los elementos del entorno, facilitado por la emergencia y consolidación de la ingeniería, especialmente en el ámbito internacional, pero también de forma creciente en Colombia (Poveda Ramos, 1993a). A pesar del júbilo, los siguientes años serían muy secos, como consecuencia de varios periodos del fenómeno de El Niño que experi- mentó el país en la década de 1940 (Montealegre, 1996; Osorio, 2007). Estos eventos climatológicos generaron un déficit hídrico en la Ori- noquia y la región Andina, por lo que afectaron sensiblemente la capacidad de almacenamiento de La Regadera. Así, la conjunción de la dinámica climática con el crecimiento demográfico hizo que la ciudad se viera enfrentada a la escasez de agua. La solución propuesta entonces fue la construcción de otro embalse, localizado aguas arriba de La Regadera. Esto significó la entrada a la “era de las represas”, pues en las décadas siguientes, la respuesta a las continuas épocas de escasez del líquido fue siempre la de construir más y más grandes embalses (Gallini et al. 2014).3 La represa de Chisacá, como se llamó al segundo embalse en el Tun- juelo, se inauguró el 6 de agosto de 1951 y fue celebrado nuevamente como un logro técnico que representaba el progreso social en cabeza del partido po- lítico en el poder, que para ese momento era el conservador (El Tiempo, 1951).
3 El tema de los embalses no solo se relaciona con el acueducto sino también con la generación de energía eléctrica. Desde comienzos de siglo, la cuenca del río Bogotá comenzó a ser intervenida para la producción energética de la capital. Como con el agua, el crecimiento demográfico y la industrialización demandaban mayores cantidades de energía (Rodríguez Gómez, 2009). De allí que junto con la construcción de embalses destinados al consumo de agua, también se construyeran y proyectaran embalses para la producción de energía, o como en el caso del Neusa, que sirvieran para ambos propósitos.
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A pesar del júbilo por la inauguración de Chisacá, las autoridades del acueducto ya habían definido que el Tunjuelo era insuficiente para atender la demanda de la ciudad. Por lo tanto, a la par que se construía la represa de Chisacá, se evaluaban otras alternativas. Las fuentes no se localizaban al sur ni al oriente, sino al norte de la Sabana. En los siguientes años serían intervenidos los ríos Neusa y Bogotá (Osorio 2007, p. 69; Poveda Ramos 1993b, p. 217; Rodríguez Gómez, 2009). Con estas obras, al finalizar la década de los cincuenta, la ciudad contaba con casi 50 millones de metros cúbicos para abastecerse permanentemente (Rodríguez Gómez, 2003b). No obstante, el río Tunjuelo volvió a ser objeto de intervención a finales de la década de 1950, pues siguió siendo la principal fuente de alimentación de la parte alta de la ciudad, es decir, aquella que se encon- traba a una altura superior a la Plaza de Bolívar (aprox. 2600 m s. n. m.). Así, en 1959 el Acueducto decidió intervenir la laguna de Los Tunjos, conocida también como Chisacá, que es donde nace el río del mismo nombre, para incrementar su capacidad de almacenamiento en 2 mi- llones de metros cúbicos. Con ello, el sistema del Alto Tunjuelo, como se denominó a los tres embalses construidos sobre el río, aportaba 13,21 millones de metros cúbicos al total de agua que se consumía en Bogotá (Osorio, 2007, p. 67; Departamento Administrativo de Planificación Distrital, 1964, p. 115). Para la década de 1960, continuó la ampliación de las fuentes de abastecimiento para la capital y así, para mediados de esa década la ciudad estaba en capacidad de producir cerca de 386.000 metros cúbicos diarios, de los cuales el sistema del Tunjuelo aportaba casi 50.000, aproximadamente el 13% (Departamento Administrativo de Planificación Distrital 1964, p. 117). En suma, en cerca de tres décadas, el río había pasado de ser el principal abastecedor de toda la ciudad a una fuente menor, aunque representativa sobre todo para aquella parte localizada en el centro de la ciudad y al sur de este, en especial en las zonas más cercanas a los cerros. La insaciable búsqueda por tener un acceso permanente de agua potable para la ciudad se debía a la combinación de factores sociales, económicos y físicos. De un lado, entre 1938 y 1973, la ciudad
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pasó de 355.502 habitantes a 2.855.062 habitantes, una expansión de casi siete veces en treinta y cinco años (Gouëset, 1998). Igualmente, Bogotá experimentó un cambio en su base económica que la llevó a convertirse en el principal centro industrial del país (Ocampo et al., 1996; Gouëset, 1998). Adicionalmente, su ubicación en el altiplano cundiboyacense hacía que la oferta de agua fuese limitada, debido al efecto de “sombra hídrica” que se genera por estar limitado por cadenas montañosas (Guhl, 1982; Flórez, 2003; ideam y Alcaldía Mayor de Bogotá 2007). La conjunción de los tres elementos mencionados: población, industria y localización en un altiplano, hicieron que la ilusión que se vivía con la inauguración de cada represa, se rompiera al llegar las temporadas secas (Rodríguez Gómez, 2003b, pp. 141-142; del Castillo, 2008, pp. 14-15). Las épocas de escasez ponían de relieve una situación estructural que, sin embargo, no era mencionada en los momentos de celebración en la inauguración de los embalses. Para la época en que el Tunjuelo era la fuente principal de agua de la ciudad (entre finales de la tercera década y mediados de la quinta) solo abastecía a una parte de la población de Bogotá, en especial aquella localizada en el centro y el norte de la capital, que era la que poseía las redes de acueducto conectadas al sistema principal. De otro lado, la mayoría de los barrios periféricos debían seguir satisfaciendo sus requerimientos con otras fuentes de agua más lo- cales y de dudosa calidad. Así, el gerente del acueducto, Francisco Wiesner, mencionaba en 1949 que a pesar de que La Regadera llegaba a producir hasta 111.000 metros cúbicos por día, la demanda se había incrementado mucho más, especialmente en el norte y el occidente. Al tiempo, reconocía que gran parte de los barrios periféricos de la ciudad no tenían acceso al agua […] quienes se quejan —y desde luego, con razón— del mal servicio de agua, son los abonados del Acueducto… pero qué dirán los habitantes de numerosísimos barrios de la periferia de la ciudad que no conocen otros acueductos que el tradicional de las “Tres Bes” [Burro, Bobo y Balde] o el del caño de aguas negras o a veces, el del barreno o el aljibe contaminados. (Consejo de Bogotá, 1949)
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La inmensa mayoría de los barrios periféricos mencionados por Wiesner eran llamados barrios “obreros”, la denominación genérica para referirse a los asentamientos ocupados por los grupos más pobres de la ciudad (Martínez Ruiz, 2010, pp. 188-190; Montoya, 2013, p. 80; Mejía P., 1998, cap. 3 y 6; Archila, 1989). Adicionalmente, muchos de estos barrios no cumplían con todos los requisitos exigidos por las autoridades de planeación de la ciudad, por lo que también eran llamados “clandestinos” (Martínez, 1956). Este mismo autor señalaba en 1936 que dichos barrios se hallaban dispersos por todos los alre- dedores de la ciudad: […] al occidente, el barrio Ricaurte, el Cundinamarca, el Samper Mendoza, el Acevedo Tejada; al norte el gran conjunto de los Barrios Unidos de Chapinero…; al nordeste, La Perseverancia; al oriente, el gran sector de Egipto y millares de casitas…; al sur, San Francisco Javier, 20 de Julio, Primero de Mayo, Olaya Herrera, Restrepo, Santander, Bravo Páez e innumerables barrios clandestinos que se bautizan cada día con el nombre del personaje importante del momento. ( Martínez 1956, p. 16)
En suma, el Acueducto Nuevo, como se conoció al que se cons- truyó con La Regadera, generó una desigualdad urbana entre aquellas personas que podían disfrutarlo —localizadas sobre todo en el centro y el occidente de la ciudad—, de aquellas que no, que eran las más pobres y se ubicaban en toda la periferia de Bogotá. Es decir, el agua potable fue un elemento que permitió y fomentó la distinción entre aquellas personas que podían disponer de ella y aquellos que no, tal y como ha sido señalado para otros casos (Kaika, 2005; Swyngedouw, 2004; Brailovski, 2012). Desde mediados de los años cuarenta, en los municipios de Bosa y Usme, ubicados al sur de Bogotá, se fueron configurando barrios “clandestinos”, siguiendo la denominación de las autoridades de la época. El surgimiento de estos asentamientos obedeció a la forma en que venía creciendo la ciudad desde las primeras décadas del siglo xx, cuando se definió el eje norte-sur como la dirección principal del crecimiento físico de Bogotá (Saldarriaga, 2000, p. 87). Un elemento central que explica el comienzo de estos barrios, por fuera de la juris-
400 Agua y desigualdades socio-ecológicas en Bogotá a mediados del siglo xx...
dicción de la capital, fue la ampliación del perímetro de la ciudad en 1945. Este significó la incorporación legal de los barrios que llegaban hasta los límites de la ciudad sobre el camino de Usme, como Bravo Paéz, Santa Lucía e Inglés (Concejo de Bogotá, 1945). Se suponía que el establecimiento del perímetro urbano buscaba fijar el “límite de la zona urbanizable”, es decir, del área permitida para construir nuevos desarrollos urbanos, estableciendo así un mecanismo de control, pues los asentamientos que quedaran por fuera de ese límite no podían contar con la prestación legal de ser- vicios públicos (Concejo de Bogotá, 1940). Sin embargo, la continua ampliación del perímetro (primero en 1940 y después en 1945) para incluir asentamientos ya construidos, antes que frenar su aparición constituyó un estímulo a la creación de nuevos barrios, normalmente “clandestinos”, a sabiendas de que luego serían incorporados (Losada Lora y Gómez Buendía, 1976, p. 33). Así, antes de finalizar la década de los cuarenta ya existían varios barrios en los municipios de Bosa y Usme. Estos se ubicaban muy cerca de los límites con Bogotá, sobre los caminos que comunicaban con la ciudad y aún tenían una ocupación incipiente. Así, entre el camino de Usme y Bosa, en la Hacienda La Laguna, habían aparecido los barrios de El Carmen, Fátima y San Vicente. A su vez, entre los caminos de Usme y Tunjuelo, al sur de los anteriores pero sin colindar con ellos, aparecieron los barrios de San Carlos y Tunjuelito, y luego Meissen y San Benito (figura 2). Estos últimos, con excepción de San Carlos, eran ribereños del río Tunjuelo y estaban parcialmente construidos sobre un área particularmente baja, siendo por lo tanto susceptibles a experimentar inundaciones. De hecho, en una revisión sistemática del periódico El Espectador, el segundo más importante en ese mo- mento en Bogotá, de un total de 95 inundaciones registradas en la ciudad entre 1950 y 1969, veinte (21%), tuvieron como centro a estos tres barrios, lo que contribuyó a que se creara una asociación entre río, pobreza, tragedia y el sur de la capital (Sánchez-Calderón, 2016, cap. 4). La interpretación dominante de esos desastres, expresada en la prensa de la época y en algunos informes técnicos, asignaba toda la culpa al río, por violento y voluble, y a los pobladores de los barrios, por ignorantes y pobres.
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