Criticón 120-121 | 2014

Discursos de ruptura y renovación: la formación de la prosa áurea

Un pasaje oscuro de Góngora aclarado: el animal tenebroso de la Soledad primera (vv. 64-83)

Ignacio Arellano

Edición electrónica URL: http://journals.openedition.org/criticon/901 DOI: 10.4000/criticon.901 ISSN: 2272-9852

Editor Presses universitaires du Midi

Edición impresa Fecha de publicación: 1 julio 2014 Paginación: 201-233 ISBN: 978-2-8107-0317-3 ISSN: 0247-381X

Referencia electrónica Ignacio Arellano, « Un pasaje oscuro de Góngora aclarado: el animal tenebroso de la Soledad primera (vv. 64-83) », Criticón [En línea], 120-121 | 2014, Publicado el 05 mayo 2015, consultado el 02 mayo 2019. URL : http://journals.openedition.org/criticon/901 ; DOI : 10.4000/criticon.901

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Un pasaje oscuro de Góngora aclarado: el animal tenebroso de la Soledad primera (vv. 64-83)

Ignacio Arellano GRISO – Universidad de Navarra

Para Robert Jammes, con mi admiración por su sabiduría gongorista

E l p a s a j e o s c u r o d e l a S O L E D A D P R I M E R A Al publicar su espléndida edición de las Soledades (1994)1, a propósito del pasaje del animal tenebroso que lleva el carbunclo en la frente, aludía Robert Jammes a una «pista que sigue actualmente [...] mi colega Ignacio Arellano», en búsqueda de la identificación del dicho animal, que ha venido resultando desconocido o discutible para generaciones de comentaristas, editores y estudiosos de Góngora. Tempus fugit. Pasan los años y recién ahora abordo este objetivo, reuniendo algunas papeletas y glosas que me parece pueden aclarar definitivamente la debatida cuestión. Primero intentaré desmontar las propuestas que se han ido sucediendo, y luego aduciré mi solución, añadiendo una coda sobre la tradición «apócrifa» y su pervivencia hasta nuestros días. Se recordará que el náufrago peregrino, después de llegar a la costa y secar sus ropas, se dirige a través del monte hacia una luz que ve en la lejanía, «farol de una cabaña / que sobre el ferro está en aquel incierto / golfo de sombras anunciando el puerto» (vv. 59- 61):

1 Góngora, Soledades, ed. R. Jammes, p. 214. La «pista» de Pérez de Herrera, De carbunculis animadversiones no es muy útil, porque en realidad trata de la enfermedad del carbunco, y no de las piedras preciosas. 2 0 2 I G N A C I O A R E L L A N O Criticón, 120-121, 2014

... Y recelando de invidïosa bárbara arboleda interposición, cuando de vientos no conjuración alguna, cual, haciendo el villano la fragosa montaña fácil llano, atento sigue aquella (aun a pesar de la tinieblas bella, aun a pesar de las estrellas clara) piedra, indigna tiara (si tradición apócrifa no miente) de animal tenebroso, cuya frente carro es brillante de nocturno día: tal, diligente, el paso el joven apresura con igual pie que el raso, fijo (a despecho de la niebla fría) en el carbunclo, Norte de su aguja, o el Austro brame o la arboleda cruja. (vv. 64-83)

¿Cuál es ese animal tenebroso (‘nocturno’) que lleva en la frente un carbunclo2 que brilla en las tinieblas?

E s t a d o d e l a c u e s t i ó n . L o s c o m e n t a r i s t a s a n t i g u o s . L o b o s , á s p i d e s y d r a g o n e s Pedro Díaz de Rivas3, hacia 1615-1624, ofrece un primer comentario que atribuye a una hablilla del vulgo la existencia de un animal indeterminado que lleva en la cabeza una piedra refulgente:

Es vulgar tradición que hay cierto animal que tiene en la cabeza una piedra tan resplandeciente que de noche sirve de guía y luz al caminante. Esto tiene por autor al vulgo, y no se afianza con testimonio de scriptor grave.

Nótese la indeterminación de la nota: «cierto animal», «una piedra» (en realidad es exactamente el carbunclo), «tiene por autor al vulgo»..., y la ausencia de testimonios que documenten el motivo con mayor precisión. Pellicer dedica más de una columna (cols. 380-381) de sus Lecciones solemnes a la tiara, con infinidad de autoridades y citas, pero sobre la piedra en sí dice escuetamente:

Entiéndese del carbunclo, que se dice que trae en la cabeza esta piedra el lobo, ese es el animal tenebroso, cuya frente es carro que trae el día, por el resplandor. (col. 380) [...] Es el carbunco que trae en su cabeza el lobo. Plinio, lib. 37, cap. 7. Algunos lo tienen por fabuloso y por eso D. L. se previene, diciendo «si no miente la tradición» (col. 381).

2 En los textos que citaré enseguida aparecen de manera indistinta las formas carbunclo y carbunco. 3 Pedro Díaz de Rivas, Anotaciones y defensas a la primera Soledad, fol. 195. El texto lo cito por Jammes, 1994, p. 212. U N P A S A J E O S C U R O D E G Ó N G O R A A C L A R A D O 2 0 3

La falta de autoridades en comentarista tan inclinado a exhibir una abrumadora erudición sugiere que Pellicer en realidad no tiene idea de cuál es el animal de la Soledad, lo que se confirma con la cita tramposa de Plinio. Pues en efecto, el lugar aducido de Plinio nada dice del lobo ni de que lleve en la frente ni el carbunclo ni piedra ninguna. El capítulo 7 del libro 37 de la Naturalis Historia4 trata «De los géneros de carbuncos y de sus vicios y experiencias, y de las piedras preciosas ardientes», con disquisiciones sobre las variedades de carbunclos indianos, garamantos, etiópicos, alabándicos, amestitizontas, sirtitas, antracites, machos y hembras, etc., sin mención animal alguna. La única referencia al lobo, y muy indirecta, se halla en el cap. 11 «De las piedras preciosas que han tomado nombre de miembros humanos y de las que le han tomado de animales y otras cosas», donde se habla de la piedra licoftalmos «como los ojos del lobo, en todo semejante a ellos», pero que ni se halla en la frente del lobo ni brilla como el carbunclo en la oscuridad. Otros lapidarios más o menos contemporáneos, como el Libro de las virtudes y propiedades maravillosas de las piedras preciosas de Gaspar de Morales, ignoran completamente esta localización del carbunclo en la cabeza del lobo, que es, sin duda, una invención de Pellicer para salir del paso. La triquiñuela del erudito no pasó desapercibida a Salcedo Coronel5, que se burla de esta historia del lobo:

Indigna tiara si tradición apócrifa no miente de animal tenebroso.

Que sirve de corona indigna o tiara. Esto es, que la trae indignamente a la cabeza animal tenebroso, si no miente la tradición escondida o sin autoridad que lo propone. Dejose llevar don Luis del error pueril de los que dicen que el carbunco lo trae cierto animal en la cabeza, y que de noche resplandece como llamas de fuego, sin que hasta hoy hayamos visto este animal. Por ventura dio motivo a este sueño hallarse en la cabeza de los dragones cierta piedra preciosa que se llama draconites. Plin. lib. 37, cap. 10 [...] afirma el mismo Solino que para que esta piedra lo sea es menester sacarla estando vivo el dragón, porque si muere antes se desvanece [...] Jerónimo de Huerta en su traducción de Plinio, tan digna de estimación, se descuidó en este lugar y tradujo así: «Pero si le cortan la cabeza estando vivo nunca el celebro se convierte en piedra», queriendo decir Plinio que si no le sacaban la piedra estando vivo, nunca se convertía en piedra. El modo como se saca refiere el mismo autor, que es estando durmiendo, y para esto esparcen en viendo al dragón medicamentos que provocan a sueño, con que consiguen el intento [...] Su color dicen que es cándido trasparente [...] Cierto comentador de don Luis [Pellicer] a estas Soledades dice que es el lobo de quien habla y que este animal trae en la cabeza el carbunco; cita a Plinio, lib. 37, cap. 7. Sin duda debe de ser otro Plinio que tiene en su biblioteca, porque en los que todos han visto no se hallará semejante burlería. Bien es verdad que en el lib. 8, cap. 37, hablando del lince, que es un género de lobos y de su orina, dice: Lyncum humor ita redditus ubi gignitur glaciatur arescitve

4 Uso la traducción de Jerónimo de Huerta [1624], Madrid, Visor, 1999. 5 Salcedo Coronel, Soledades de don Luis de Góngora comentadas por don García de Salcedo Coronel, fol. 29r-v. 2 0 4 I G N A C I O A R E L L A N O Criticón, 120-121, 2014

in gemmas carbunculis similes [...] vea pues el curioso si es lo mismo orinar esta piedra que traerla en la cabeza...

Salcedo Coronel se burla de Pellicer —la mención del lincurio es jocosa para asociar la piedra con la orina y resaltar lo disparatado que sería relacionar el lobo con el carbunclo del poema—, pero tampoco identifica ese «cierto animal» que corre entre los pueriles errores del vulgo6. Lo que se le ocurre es traer a colación a los dragones, que, en efecto, merecen unas palabras. Salcedo Coronel, nótese bien, no dice que el animal gongorino sea el dragón, sino que puede haber inspirado «este sueño» (‘ese animal fantástico’) el motivo de la draconites, piedra distinta del carbunclo, y bien documentada en los bestiarios y lapidarios. Ya San Isidoro comenta en las Etimologías que la draconites:

se extrae del cerebro del dragón. Ahora bien, la gema no llega a formarse a no ser que se le corte la cabeza cuando todavía está vivo; por eso los magos decapitan a los dragones cuando estos están dormidos. Hay hombres audaces que exploran las guaridas de los dragones, en las que esparcen hierbas drogadas para provocar el sueño del dragón, y así, cuando está dormido, le cortan la cabeza y extraen de ella las gemas. Son de un brillo transparente. Sobre todo los reyes de Oriente se ufanan de que disfrutan de ellas (XVI, 14, 7).

Baste remitir a Gaspar de Morales, lib. 3, cap. 45, «De la draconites o obsidianus»7, donde hallará el curioso textos de Alberto Magno, Eliano, Camilo Leonardo, Jorge Agrícola, etc., y abundante información, de donde tomo algunas líneas:

Fue llamada esta piedra draconites, a causa de que es hallada en un dragón sierpe [...] Para sacar esta piedra lo que hacen los cazadores es aguardar a que salgan a buscar la ordinaria comida y estando en seguro y con vigilancia, buscan sus habitaciones y morada, y les ponen una masa hecha de cosas que provocan a sueño, y se vuelven a ponerse en salvo, y volviendo el animal a su morada, encuentra con la comida y comiéndola véncelo el sueño y así queda privado de sus fuerzas y da lugar a que el cazador le corte la cabeza y sin peligro saque la piedra [...] que es transparente, clara y de color de cristal...

La draconites, según se ha visto, es blanca, transparente, y no brilla en la oscuridad mientras se encuentra en el interior de la cabeza del dragón, de donde es menester sacarla. No corresponde en ninguna forma a la imagen gongorina.

6 No faltan las apostillas a Salcedo Coronel, como la de un lector anónimo que escribe al margen de un ejemplar conservado en Madrid, en la Biblioteca del Instituto Miguel de Cervantes del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (signatura: XVII/98), estudiado por Rozas (1963, pp. 441-444), que responde a Salcedo: «este no es error, pues dice: si tradición apócrifa no miente»; pero el comentarista anónimo no aclara nada sobre el animal, que debe de ignorar también. 7 Gaspar de Morales, Libro de las virtudes, fols. 336v-338r. El artículo de Zaboroski, 2010, a pesar de su título relativo a los carbunclos, recoge sobre todo ejemplos de piedras preciosas en cabezas de dragones, lomos de serpientes, ojo de dragón, la dracontia, joyas en cabeza de sapos o lagartos, pero solo remite para el carbunclo que ahora nos interesa a un libro de Daniel Granada (1847-1929) del que hablaré luego. El único texto de interés que cita es el de Barco Centenera, y, secundariamente, la entrada de Borges, que mencionaré más adelante. U N P A S A J E O S C U R O D E G Ó N G O R A A C L A R A D O 2 0 5

Cierto es que algunos raros testimonios colocan el carbunclo, en vez de la draconites, en la frente del dragón o del áspid, pero son poco definitivos. En el Libro del tesoro de la catedral de Gerona, un texto anónimo (1400-1425) atribuye al áspid el carbunclo, junto a la habilidad de tapar sus oídos para no escuchar los conjuros del encantador8:

et sabet que aspido lieva en su cabeza la muy lucient e preciosa piedra que el omne clama carbunclo e cuando el encantador lel quier tirar dice sus palabras e tantost como la fiera bestia sen percibe finca la una de sus orellas jus tierra e cierra la otra con la cola en tal manera que ella no oye pont las palabras de los conjurantes...

El texto es realmente una traducción del Tesoro de Brunetto Latini9 (siglo xiii): en esta otra versión castellana medieval el carbunco se pone en la boca del áspid:

Sabet que aspis trae en su boca una noble piedra et muy luciente, que ha nombre carbuncla et cuando el encantador le quiere toller aquella piedra et dice sus palabras de encantamiento, luego quel apercibe finca la una oreja en tierra et la otra atapala con la cola...

Menos significativo es el texto de Fernández de Oviedo en sus Batallas y quincuagenas10, que describe las armas que porta un caballero en un torneo:

por cimera o timbre un dragón fiero con alas, e en la frente un grande carbunco o rubí muy resplandeciente e la letra dicía así:

Esta es la que más vale y ninguna que os iguale...

Podría ser una composición simbólica que utiliza las distintas connotaciones sin establecer una relación necesaria entre la frente del dragón y el carbunclo. En todo caso no parecen suficientes confirmaciones para elegir al dragón como animal referido en la Soledad. Téngase, además, en cuenta, que las características de la draconites eran bien conocidas: llama la atención que solo en raras ocasiones, como en el comentario de Salcedo Coronel, se mencionen a propósito de este lugar de la Soledad primera, lo que revela que para los comentaristas antiguos el dragón no era el animal concernido, sino otro de imprecisa identificación y que no está presente —salvo en ocurrencias esporádicas como la de Brunetto Latini— en las tradiciones antiguas de la cultura grecolatina y medieval. De los comentaristas antiguos el que más se acerca, y el que por su descripción del sobrecejo (ver infra) debe de estar mejor informado, es el anónimo autor de la Defensa e

8 Publicado por Dawn Prince. Cito por CORDE, pero modernizando algunas grafías. 9 La versión francesa de Li livres dou Tresor dice: «et sachiez que li aspides porte en sa teste la très luisantz et la precieuse pierre que on claime escharboucle» (http://visualiseur.bnf.fr/CadresFenetre?O=NUMM- 29286&M=tdm). Para la cita de arriba, ver la edición de Baldwin del ms. 685 de la Biblioteca nacional de España, una de las más tempranas traducciones castellanas de Latini (Baldwin, 1982, p. 11). 10 Fernández de Oviedo, Batallas y quincuagenas, fol. 152r. 2 0 6 I G N A C I O A R E L L A N O Criticón, 120-121, 2014 ilustración de la Soledad primera11, pero no llega a dar el nombre del animal, por no conocerlo o por darlo por sabido:

Piedra, indigna tiara: elegantísimo encomio de la luz [...] pareciole carbunco, preciosísima piedra; dicen se cría en la frente de un animal y que la cubre con cierto sobrecejo que le dio naturaleza, descubriéndola de noche para alumbrarse, tanto es su resplandor, de cuya verdad trata Anselmo Boecio, De lapidibus agenimis, libro 2, cap. 8.

Es otra referencia ambigua, pues Anselmo Boecio, en su lib. 2, cap. VIII «De l’escarboucle»12, escribe sobre el resplandor de las piedras preciosas, pero no sobre el animal que porta el carbunclo:

L’on faict grand estat de l’escarboucle: l’on dict qu’il luit dans les tenebres, comme un charbon, peut-etre que pour cela il a esté appelé des anciens pyrope ou antrax. Mais peur dire le vray iusques à present personne n’a osé asseurer d’avoir veu une pierre precieuse luire de nuict.

Y recoge algunas referencias según las cuales el rey del Pegú, en Asia, tenía un carbunclo reluciente como el sol, o ejemplifica elementos animales lucientes como las escamas de las sardinas o los ojos de varios animales, pero no habla del animal misterioso de que estamos tratando. Lo que le interesa es simplemente fundamentar la posibilidad de una piedra que luzca en la noche, aunque no se haya encontrado con seguridad que exista tal categoría. En general los comentarios antiguos de las Soledades eluden sistemáticamente la identificación del animal. Jáuregui, por ejemplo, ridiculiza el escrúpulo de Góngora al tocar la similitud del carbunclo, pero se guarda muy bien de decirnos a qué animal corresponde:

Notable escrúpulo tuvo vuestra merced cuando tocó aquella similitud del carbunclo, «si tradición apócrifa no miente», y dejando que el verso no es nada poético, el melindre es graciosísimo para quien toca mil mentiras fabulosas tan sin cuidado13.

A esto le responde el anónimo defensor e ilustrador de la Soledad primera14:

Admirado estoy que el Antídoto no haya sabido que quien menos se obliga a decir verdades son los poetas, porque su oficio no es más que deleitar [...] así pues no será digno de notar un poema con fábulas...

Y sigue explicando otras imágenes gongorinas del pasaje. ¿Y el animal? Un poco de paciencia. Al lobo, áspid y dragón, los estudiosos gongoristas modernos han añadido algunos más, ninguno satisfactorio.

11 Ms. de hacia 1618?, conservado en la Biblioteca del Seminario de San Carlos de Zaragoza, publicado por Osuna Cabezas. Ver M. J. Osuna Cabezas, 2008, p. 197. 12 Uso la traducción francesa, que fue la más conocida, con el título Le parfait joaillier ou Histoire des pierreries, pp. 175-176. 13 Jáuregui, Antídoto contra la pestilente poesía de las Soledades, p. 49. 14 Osuna Cabezas, 2008, p. 198. U N P A S A J E O S C U R O D E G Ó N G O R A A C L A R A D O 2 0 7

E s t a d o d e l a c u e s t i ó n . L o s c o m e n t a r i s t a s m o d e r n o s . L o b o s , p e r r o s , t i g r e s , c i e r v o s , o s o s , a m a d a s l e j a n a s Editores y estudiosos de las Soledades han debatido a menudo el pasaje, con frecuencia olvidando los requisitos presentes en el mismo texto: sobre todo que la piedra es un carbunclo y que se halla, exactamente, en la frente del animal en cuestión. En las notas que Dámaso Alonso añade a su edición y versión en prosa15, escribe:

Pellicer y Milner quieren que el animal aludido sea el lobo (y citan a Plinio [...] Salcedo Coronel y Díaz de Rivas hablan vagamente de «cierto animal» [...] Por mi parte, tengo que decir que tampoco en el lugar citado por Milner encuentro tal noticia, ni parece probable que Plinio comunicara una tan fácil de desmentir. Desgraciadamente, aunque se admitiera ser el lobo el animal aludido, tampoco puedo aceptar la interpretación que a la mía opone mi querido amigo el Sr. Zdislas Milner (La formation des figures poétiques dans l’œuvre cultiste de Góngora, en Archivum Neophilologicum, I, 2, ppk. 220-221). Para Milner, el «carro» de que aquí se trata es la constelación de ese nombre, en la cual fue transformado el joven Arcas, cuyos miembros fueron servidos en un festín a Júpiter por Licaón. Licaón fué a su vez transformado en lobo. Admitamos todo esto; pero, ¿cómo se pasa del lobo-Licaón al carro-Arcas? Para salvar lo insalvable inventa el Sr. Milner una explicación complicada en la que quiere dar a la palabra frente un sentido imposible dentro del sistema gongorino y dentro del español. Compárese, en cambio, con la sencillez y claridad de nuestra interpretación: «Hay un animal (sea el que fuere) que, según la tradición, tiene en la frente un carbunclo, una piedra luminosa, y así la frente del animal es como un deslumbrador carro de luz nocturna (“de nocturno día”)». Para esto no es indispensable pensar en una alusión al carro del Sol, pero es muy probable que Góngora la dejara en el hiperbólico ambiente de la frase. Se podría, pues, entender, con más precisión: que la frente del animal era como un brillante carro «de un día nocturno», es decir, de un sol nocturno, de un sol que alumbrara de noche y no de día. Esto sí que está dentro del sentido antitético e hiperbólico de la poesía de Góngora. Y esto es lo que dijeron los comentaristas antiguos, ya con un matiz más vago, como el de la primera interpretación que he propuesto (Salcedo Coronel: «cuya frente es carro brillante de tinieblas resplandecientes, de noche que parece día, por la claridad de la piedra que trae en ella». Soledades comentadas, fol. 30); o con uno más preciso, y próximo al de mi segunda interpretación (Pellicer: «cuya frente es carro que trae el día, por el resplandor». Lecciones solemnes, col. 380). Lo demás es buscarle tres pies al gato.

Lo que en realidad hace Dámaso Alonso, con su “clara y sencilla explicación”, es eludir del animal, «sea el que fuere», para centrarse en la explicación del carro y su luminosidad, que es elemento que ofrece pocas dificultades a los comentaristas antiguos y al lector moderno. Esta parte del texto gongorino no es tan complicada. Lo que queda sin explicar es la relación del carbunclo con su portador. Leo Spitzer, al reseñar esta edición de Cruz y Raya de Dámaso Alonso16, aborda el asunto, a mi juicio con poco éxito, empezando porque no puede decidir si el animal es un tigre o un ciervo. Para Spitzer el animal es «ese tigre o ese ciervo de los que habla Faral en sus Sources latines des contes et romans courtois». Pero resulta sospechoso que

15 Uso la edición de Cruz y Raya, 1936, pp. 279-281. 16 Spitzer, [1940], 1980, pp. 262-265. 2 0 8 I G N A C I O A R E L L A N O Criticón, 120-121, 2014 ninguno de los antiguos exegetas gongoristas, bien versado en las tradiciones latinas, ha podido reconocer el tigre o el ciervo. Spitzer cita un pasaje del Roman de Thèbes comentado por Faral: «Ele [la tigresse] aveit enz front luisant / un escharboucle mout luisant [...] si aveit ele tot le cors / plus reluisant que nen est ors», pero la cita no es productiva para interpretar a Góngora: el Roman de Thèbes se refiere a un ejemplar de tigresa extraordinario, la tigresa sagrada de los tebanos, que reluce en todo su cuerpo y lleva un extraordinario carbunclo en la frente, además de beber vino, pero Góngora se refiere a un animal cuyo carbunclo es característica de toda la especie, no de uno de sus ejemplares, excepción de la especie por sus cualidades maravillosas concretas en un contexto concreto. Faral documenta con muchas autoridades la creencia de que el carbunclo brilla en la noche, pero este motivo no ofrece dificultad y sí está presente en tradiciones antiguas y lapidarios de todas las épocas. Lo que importa es que Faral no atribuye la piedra a la frente del tigre en general, sino solo a la tigresa del poema tebano, cuya descripción sugiere haya podido ser inspirada por la del ciervo de Cipariso en Ovidio, que lleva una bulla en la frente:

Bulla super frontem parvis argentea loris Vincta movebatur, parilique aetate; nitebant Auribus a geminis circum cava tempora bacae17

Es decir, que ese especial carbunclo provendría de una adaptación de un objeto precioso de otro animal, y no se atiene por tanto a ninguna «tradición apócrifa», sino que constituye una elaboración individual, puntual, de un motivo exornativo y maravilloso. Cree que el pasaje del Roman de Thèbes imita el Roman d’Énéas donde se menciona un ciervo cuyos cuernos sirven de candelero: «Quant à l’idée du cerf dont les cornes servent de chandelier, elle n’est pas sans relation avec celle de la tigresse portant sur son front une escarboucle»; de nuevo considera el carbunclo como adaptación de otro motivo luminoso previo relativo a otro ciervo igualmente extraordinario. En ningún caso se ocupa Faral de mostrar (no le interesa ni es pertinente) que el carbunclo o la cornamenta lucífera sean características de la especie zoológica en cuestión, que es de lo que se trata en Góngora. La tigresa tebana no sirve, por tanto, para explicar a Góngora. Spitzer mismo no lo debe de haber visto muy claro, porque aduce como alternativa el ciervo «con una cruz de oro entre los cuernos que se apareció a san Huberto, según la leyenda que sitúa a este santo en la corte de Pepino de Heristal», o a las Osas estelares:

El ciervo cuyos cuernos sirven de candelabro en el Eneas [...] está bastante cerca del ciervo que lleva una cruz de oro entre los cuernos. La imagen de los cuernos del ciervo formando un candelabro está probablemente más «vista» que la de la tigre con carbunclo. Sea como fuere esta es «la tradición apócrifa» con la que se relacionan los detalles dados por Góngora [...] El animal tenebroso de Góngora podría pues, ser muy bien la tigre que se oculta en la espesura

17 Metamorfosis, lib. 10, vv. 114-116 : ‘Sobre su frente, una bula atada con pequeñas correas se movía, que correspondía a su edad; relucían, pendientes de su dos orejas, perlas de cada lado de sus sienes huecas’. Aunque Faral menciona la «perle sur son front», bulla no se refiere exactamente a una perla, sino a una bola hueca de plata como la que llevaban los jóvenes en Roma; las perlas (bacae) vienen después y solo ellas brillan. U N P A S A J E O S C U R O D E G Ó N G O R A A C L A R A D O 2 0 9

[...] Por otra parte el animal tenebroso cuya frente es un carro reluciente y al cual corresponde el carbunclo, norte de su aguja, podría ser una de las constelaciones llamadas la Osa o el Carro [...] una explicación no excluye necesariamente la otra, sino que por el contrario el recuerdo libresco («apócrifa») con que el poeta juega puede agregar un nuevo aspecto a la constelación visible en el cielo nocturno18

Lo único que queda claro es que Spitzer fuerza el texto gongorino, elude los detalles precisos de la Soledad primera, y no sabe, finalmente, cuál es el animal, pues nada tiene que ver la cruz de oro de los cuernos del ciervo de san Huberto con el carbunclo de la frente de un animal tenebroso. Más desviada todavía es la interpretación de May, que propone al perro, a través de la imagen estelar de la Osa Menor19, llamada también Cinosura (nombre que se aplicaba igualmente a la estrella más brillante de esa constelación, Polaris ‘estrella polar’), que significa ‘cola de perro’. May mezcla confusamente la idea de una piedra brillante con la imagen de la estrella del norte que sirve de guía, y la presencia de un animal, en un análisis defectuoso de la estructura metafórica del pasaje gongorino, error que repetirán otros estudiosos, añadiendo además una fuente y motivo extravagante en el apócrifo Libro de Juan Evangelista. De este modo considera que «The phrase “animal tenebroso” refers, it seems, to the polar constellation known as the Little Bear and as Cynosure» (p. 64), «The head of this constellation is the Pole Star, which presides ever the whole period (día) of the night»20 (p. 64). Sería animal tenebroso porque pertenece a la noche y porque, si la constelación es ‘cola del perro’, el resto del cuerpo estaría oculto, entre otras razones («if it is the dog, it is mostly hidden; the constellation being only its tail», p. 64). Completa estas digresiones arbitrarias aduciendo como fuente apócrifa el Libro de Juan Evangelista, donde aparece un ángel con una corona que emite rayos (p. 64), texto que, no es preciso decirlo, no viene al caso. Todo el artículo de May se compone de observaciones infundadas. Volvamos un momento al pasaje de la Soledad: hay dos motivos metafóricos distintos, aunque relacionados:

1) la piedra carbunco, tiara indigna de un animal, cuya frente es como carro de un sol nocturno (pues brilla en la noche), término metafórico aplicado al término real de la hoguera de los cabreros. La base de la semejanza es el sema ‘fulgor’ y la etimología de carbunco. 2) la piedra carbunco (previa metáfora de la hoguera luciente de los pastores), es norte de la aguja del peregrino, porque le guía y orienta. Aquí el término metafórico es «norte de su aguja, estrella polar» y el que funge como real es ‘carbunco’, que era el metafórico en la estructura anterior en la que el término real es ‘hoguera’. La base de la semejanza es ahora ‘capacidad de señalar la orientación’. No interesa aquí el brillo de la estrella sino su valor de guía. Nótese que la estrella polar no es roja.

18 Spitzer, 1980, pp. 263-264. 19 May, 1951. Spitzer menciona también esta constelación, cuyo diseño y situación no permiten ninguna correspondencia con el texto de Góngora, como quedará más claro en mi rechazo de la teoría de May. 20 Según esta peregrina interpretación «día» significa ‘la duración de la noche, periodo nocturno’. Con este tipo de exegesis cualquier texto se puede entender de cualquier manera. 2 1 0 I G N A C I O A R E L L A N O Criticón, 120-121, 2014

May confunde los dos y asimila el carbunclo a la estrella polar, sobre la base del brillo, y acudiendo a la etimología de uno de los nombres de la constelación (y la estrella) encuentra un animal, el perro, que aduce como el pertinente a la imagen gongorina. Pero, como apunta Carreira21, es difícil compaginar la frente con la cola del perro (que eso significa Cinosura). Además de que el nombre de la constelación significa ‘cola’, es falso que la estrella polar sea, como afirma May, «the head of this constellation» (sería la cabeza de la cola del perro, algo bastante complicado), porque las estrellas que están en la cabeza o la frente de la Osa Menor son las llamadas beta y gamma (kochab y perkad), o como decían en el Siglo de Oro las «guardas», puestas en la boca de la bocina (nombre usual de la constelación en el Siglo de Oro). La estrella polar está situada al final de la cola de la constelación, y no se puede corresponder de ningún modo con la frente de la Soledad primera 22. Beverley, en su problemática edición23, cita a Dámaso Alonso, y anota simplemente que «Podría ser cualquier animal nocturno que parece tener ojos brillantes (Tiara). Así, la frente del animal es “como un brillante carro” ‘del día nocturno’, es decir, de un sol nocturno, de un sol que alumbrara de noche y no de día” (Alonso)». En un libro sobre las Soledades, Beverley24 añade algunas otras consideraciones, que toma de Spitzer (sin citarlo), y que deriva por otras sendas algo fantásticas en las que llega a identificar al animal tenebroso ¡con la amada ausente!:

21 Carreira (nota en su edición de Antología poética de Góngora, p. 206) señala, entre otros problemas de la tesis de May, la dificultad de compaginar la frente con la cola del perro (dificultad que es mayor aún de lo que sugiere Carreira, como se verá): «Para T. E. May [...] se trata de un complicado concepto: el villano sigue la estrella polar, o alfa de la Osa menor, constelación también denominada Cynosura, es decir, ‘cola del perro’. El animal es pues tenebroso por pertenecer a la noche y porque el resto de su cuerpo está oculto en la tiniebla. La tradición apócrifa alude al apócrifo Libro de Juan el Evangelista, donde se explica cómo de las piedras preciosas de la corona del ángel que estaba sobre las aguas se formó la luz de la luna y las estrellas. De igual manera el peregrino se dirige a lo que parece una luz y encuentra un perro junto a una hoguera. El concepto resulta paralelo del inicial (vv. 2-6) sobre la media luna, las estrellas y el toro celeste que luego, como el perro, se hace terrestre para lamer el vestido del peregrino; y por otra parte mantiene sus referencias a animales (áspid, tigre, lobo) portadores de gemas en la frente y al carro, que designa asimismo la constelación. Dos detalles quedan, a nuestro juicio, por solventar: si el apócrifo en cuestión pudo ser asequible a Góngora lo primero; y cómo compaginar la frente con la cola del perro». Pero son más de dos los detalles que quedan por solventar en el caótico revoltillo de May. 22 Comp. García Salcedo Coronel, Soledades de don Luis de Góngora comentadas, fol. 30v: «en la luz que vía, siendo el norte de su aguja, por quien se gobernaba. Alude al instrumento que usan los marineros por donde toman la altura del polo por la estrella del norte, que es la última de la cola de la Osa menor». Eratóstenes, Catasterismi, p. 36: «Ursa Minor [...] habet autem stellas super singulos angulos laterculi singulas claras, super caudam 3 claras, fiunt omnes 7». Las tres «super caudam» son épsilon, delta (yildun) y la estrella polar, que es la última; «es esta estrella [la polar] a la extremidad de la cola de la Bocina pequeña» (F. Giustiniani, El nuevo Atlas universal abreviado, p. 55); «De las dichas estrellas [...] una está en la extremidad de la cola y se llama Polar» (R. Valladares y Longo, La Iberiada, II, p. 310); «dan a dicho Polo el nombre de Osa Menor, Carro y Bocina [...] y Norte, por una estrella de este nombre, que está cerca de dicho polo, la cual termina la cola de la Osa» (Buffier, Nuevos elementos de la Historia universal, sagrada y profana, de la esfera y la geografía, p. 374). Etc. Góngora jamás confundiría la cola con la frente. 23 Góngora, Soledades, Madrid, Cátedra, 1979, pp. 78-79. 24 Beverley, 1980, p. 20. Al faltar la referencia al trabajo de Spitzer no se sabe de dónde procede el tigre ni el ciervo místico imaginado por Beverley. U N P A S A J E O S C U R O D E G Ó N G O R A A C L A R A D O 2 1 1

The «animal tenebroso» could be the tiger shinning in the nigth (as in Blake’s ballad), the mystic stag whose antlers forma a candelabra in the moonlight, or «carro brillante de nocturno día» in a nocturnal inversion of the myth of Phaeton. The analogy of the pilgrim and the hunter suggest also his character as a Petrarchan hero, the lover «shipwrecked» in his affections and abandoned in a night of solitary despair, now striving towars the beams of light emitted by the distant beloved...

Robert Jammes, en la nota de su edición recoge los textos ya citados de Díaz de Rivas, Pellicer, Salcedo y Dámaso Alonso25; niega la interpretación de May («bastante descabellada»), y no se inclina por una identificación precisa; en su traducción de 200926 parece decidirse por el lobo que proponía Pellicer:

Allusion à la légende («apocryphe», ‘d’origine obscure’, étymologisme) du loup porteur de l’escarboucle, pierre qui brille dans la nuit; le front du loup est en quelque sorte semblable au char du soleil, mais d’un soleil «nocturne».

La erudita reseña de Alatorre27 a la edición de Jammes no permite avanzar en este camino. Señala que hay mucha información sobre la «extraña naturaleza del carbunclo», pero que

es notable lo a oscuras que estamos en cuanto al «funcionamiento real» de esa piedra deslumbrante [...] ¿cómo «se les aparecía» el carbunclo a los caminantes? Z. Milner tuvo cierta razón al sugerir que por carbunclo se entendiera la ‘constelación del Carro’, —pues nada más natural para un caminante que guiarse por las estrellas (en noches despejadas, se entiende), pero obviamente aquí no se trata de eso, ya que la piedra en cuestión es clara «aun a pesar de las estrellas». Aquí, creo yo, la explicación de Díaz de Rivas es más «completa» que la de Alonso y Jammes: la «tradición apócrifa» se refiere no solo a la piedra que cierto animal tiene en la cabeza, sino también al provecho práctico que los villanos sacan de su extraordinaria luminosidad.

Me parece que ni Alatorre ha entendido el asunto del animal, ni yo entiendo bien la explicación de Alatorre. Nada nuevo hallamos al respecto en las muy meritorias ediciones de Carreira o Lasheras y Micó28. Un repaso por algunos significados estudios sobre el poema gongorino arroja parecidos resultados. Marsha Collins29 piensa que el animal tenebroso es la Osa Mayor:

The dark animal, the Great Bear, refers the nymph Callisto, whom Jupiter transformed into a constellation along with her son (who became Ursa Minor) before the boy could kill his

25 Jammes, 1994, pp. 212-214. 26 Jammes, 2009, p. 224. 27 Alatorre, 1996, pp. 80-81. 28 Antología poética de Góngora, p. 206, donde menciona con dudas a la tigre apuntada por Spitzer; Góngora, Poesía selecta, ed. A. Pérez Laheras y J. M. Micó, p. 256, donde consideran que las mejores propuestas antiguas y modernas son el tigre o el lobo. 29 Collins, 2002, p. 121. No se comprende la asimilación con la Osa mayor: sería más fácil en todo caso identificar el animal con la Osa menor, ya que la estrella polar forma parte de esta constelación, y la otra solo parcialmente ‘apunta’ a la polar. Pero está claro que el argumento de Collins no tiene mucho sentido. Ver infra. 2 1 2 I G N A C I O A R E L L A N O Criticón, 120-121, 2014

mother, whom an envious Juno had previously changed into a bear. A portion of Ursa Major points to the North Star, which the author of the Soledades reconstitutes as the imaginary crown jewel in the astral diadem placed o the head of this ferocious beast.

Ya he apuntado antes la impertinencia de la osa como animal de la Soledad, además de que Collins se ha olvidado del carbunclo. Alan Paterson redacta una introducción muy estimable a las Soledades30, con explicaciones, notas e ilustraciones, pero no acierta en este punto. La nota que corresponde al lugar de que estamos tratando es:

You note how Salcedo Coronel is unhappy with Góngora’s imagery here on the grounds of improbability that there is an animal who carries the carbuncle stone on its forehead. But is that in fact the reference? Consider the context: the fire in the distance is being likened to a light that guides. This light is expressed in a periphrasis: Piedra - tiara de animal tenebroso. Let us test out an obvious example of a light that guides: the Pole Star. You can consult star- maps in Notes, and you will see that the Pole Star shines in the constellation of the Little Bear (so we have an animal tenebroso, the latter adjective referring to its dusky, brown coat as well as to its night-time appearance), and on the tip of its tail (hence, indigna, when we think of such a powerful star in the heavens being located on the tail of the beast). The reference to the carro, as if the constellation were a wagon carrying the light of the constellation in the northern sky, is appropriate, for it reminds us that the Little Bear is also called el Carro Menor (in English The Lesser Wain or Charles’s Wain). So the associations seem to fall into place around the Pole Star. But Góngora’s periphrasis goes further, as he evokes tradición apócrifa to justify calling the precious stone a tiara. Salcedo Coronel takes apócrifa rather loosely to mean sin autoridad, but it signifies more precisely non-canonical books of the Bible. And indeed in the Apocryphal Gospel of John the Evangelist we hear of a story whereby the stars, sun and moon are fragments of a celestial crown once worn by «the angel that was over the waters» at the time of Creation. The handful of allusions thrown out in the periphrasis form a coherent, imaginative whole that taps the magic of astronomy. The carbunclo that so offended Salcedo Coronel, appears in line 83, associated closely with fire (its etymology is with carbón, according to Covarrubias), and here likened to with the Pole Star (Norte de su aguja). The sea-imagery receives one last recall in the following line. The sky animals are then taken over by a real dog and a real fire which takes shape in the poetry as a crown, but not mysterious as the previous celestial tiara...

Paterson vuelve a mezclar confusamente dos metáforas diversas, y además contradice el texto gongorino al colocar la piedra reluciente en la cola de la Osa, y no en la frente. Evoca la fuente que aducía May y que ya he discutido (el Libro de Juan Evangelista). Ponce Cárdenas31 dedica varias páginas al pasaje, pero tampoco es aceptable su propuesta:

Dada la complejidad de la red de alusiones, la crítica, tras barajar diversas hipótesis, no había podido identificar de forma satisfactoria al «animal tenebroso» que llevaba consigo una «piedra indigna» [sic] semejante al carbunclo [...]

30 Paterson, Las Soledades de Luis de Góngora Argote. A Guide into the Soledades, s. a.; en http://arts.st- andrews.ac.uk/stancallit/gongora/sp8.shtml (consultado 1 diciembre 2013). 31 Ponce Cárdenas, 2001, pp. 91-94. U N P A S A J E O S C U R O D E G Ó N G O R A A C L A R A D O 2 1 3

Señala que Félix Piñero ha descubierto un fragmento de la Historia natural de Plinio «que puede dar la clave definitiva para interpretar estos versos»: es el pasaje «Lyncum humor ita redditus ubi gignitur glaciatur arescitve in gemmas carbunculis similes...»32, de donde deduce que la piedra en cuestión es el lincurio u orina cristalizada (‘que se congela en gemas semejantes a los carbunclos’) del lince, y que el animal, por tanto, es el lince. Ya en esta vía el resto del comentario se destina a detalles relacionados con el lince que poco hacen al caso de Góngora (la envidia que siente de los hombres, el ocultamiento del lincurio echándole tierra encima, etc.). Hay que señalar, primero, que «indigna» no va con «piedra», sino con «tiara» (como interpreta perfectamente, por ejemplo, Robert Jammes, cuya prosificación cita Ponce Cárdenas). Esta atribución de la ‘indignidad’ a la piedra, que se reitera en el trabajo del estudioso, parece relacionada con la identificación de la misma con la orina del lince —materia de poca nobleza—, pero es incorrecta. Segundo, no se comprende que considere descubrimiento reciente de Piñero el texto de Plinio, que —como luego cita el mismo Ponce Cárdenas— ya había aducido Salcedo Coronel. Tercero, el pasaje de Plinio que ahora se aporta como apoyo a la interpretación del lince lo recordaba precisamente Salcedo Coronel para burlarse de Pellicer, cuya propuesta del lobo consideraba una invención (como lo es, en efecto). Por lo demás Salcedo no se mofa del error en la localización del texto de Plinio33, sino de la atribución al lobo del carbunclo. En el Plinio que manejan los lectores del xvii, Pellicer no comete ningún error: el libro 37, cap. 7, en la traducción de Jerónimo de Huerta (Madrid, Juan González, 1629), está dedicado exactamente a «De los géneros de carbuncos...»: cuando Salcedo dice que Pellicer ha debido de manejar otro Plinio no alude a un error de numeración de libro y capítulo, sino al hecho de que en ese lugar nada se dice del lobo. Todo el comentario de Ponce Cárdenas se centra en justificar la identificación de la piedra con el lincurio y el animal con el lince34, lo que le lleva a conclusiones algo arbitrarias como la comparación del perfil del lince ibérico, con sus orejas puntiagudas, con un carro («evoca esquemáticamente el perfil de un carro», p. 93), cuando la metáfora «carro es brillante de nocturno día» está perfectamente explicada por los comentaristas que recuerdan el carro del sol (la frente del animal con su carbunclo luciente es como el carro de un sol que brillara por la noche, no por el día). En conclusión, Pellicer, obviamente, no había dado con la clave, pues se inventa lo del lobo, y Salcedo menciona el lincurio para burlarse del primero, porque, como dice irónicamente, «vea pues el curioso si es lo mismo orinar esta piedra que traerla en la cabeza»... Pues esto mismo que dice Salcedo está vigente y se puede aplicar a la explicación de Ponce Cárdenas.

32 Que citaba ya Salcedo Coronel. 33 Ponce Cárdenas localiza el pasaje del lincurio en libro 8, cap. 37, como hace Salcedo. En lib. 37, cap. 3 se vuelve a comentar el asunto del lincurio, y se niega su existencia. 34 Está errada también la interpretación del texto de Soto de Rojas: el catoblepas no es la piedra de la cabeza de la hiena, sino otro animal terrible (Plinio, Historia natural, lib. 8, cap. 21, sobre linces, esfinges, cocrutas, mantícoras, leocrutas, caletoros, catoblepas y basiliscos... La piedra en la cabeza de la hiena se llama hiena (ver Gaspar de Morales, Libro de las virtudes y propiedades, lib. 2, cap. 42 «De la hiena»). 2 1 4 I G N A C I O A R E L L A N O Criticón, 120-121, 2014

Sigmund Méndez35, en cambio, sí podía haber dado con la solución, deducible del pasaje de la Mosquea que cita, pero al leer demasiado rápidamente los textos de Villaviciosa y Pérez de Moya, funde en uno dos animales (luciérnaga y carbunco36) y cree al fin que Góngora pudiera referirse a la luciérnaga —cuya luz sin embargo, no se sitúa en la frente del insecto, y muy mal se compadece su fulgor blanco o verdoso con el rojo del carbunclo:

Muy vagas son las noticias sobre ese supuesto «animal» que ostentaba en su frente la piedra, que podía ser un dragón —que ciertamente no serviría de «guía» nocturno—, un lobo (según apuntaba Pellicer) o ciervo (o el lince como «lobo cerval» y el «lincurio» formado por su orina: Cárdenas Ponce [2001: 91-94] o incluso la luciérnaga, como sugiere La Mosquea (poema contemporáneo de las Soledades, publicado en 1615) dándole nombre a la criatura: «Del Carbunco se dice y cosa es cierta, / maravilla notable en tal viviente, / que tiene un ojo solo con su puerta / en medio del espacio de su frente: / si esta de noche se descubre abierta / echa una luz de sí resplandeciente / tan clara, tan hermosa y rutilante / que suele prestar luz al caminante».[...] Ya por ejemplo Pérez de Moya [...] indicaba que a veces se le confundía con los «fuegos de Santelmo»: «Algunos cuando de noche ven este resplandor tan cerca del suelo piensan ser carbunco que sale de noche, a manera del gusano que dicen luciérnaga, porque tiene en sí una partecica que relumbra».

Es hora de presentar a este animal tan problemático, que no es dragón, ni áspid, ni lobo, ni perro, ni osa, ni tigre, ni ciervo, ni lince, ni luciérnaga, ni desdeñosa amada ausente. Que es exactamente el carbunclo o carbunco, nombre que comparte con la piedra preciosa que lo caracteriza.

E l c a r b u n c l o , q u e a s í s e l l a m a , e s e l a n i m a l a l u d i d o p o r G ó n g o r a Contra lo que comenta Sigmund Méndez, Villaviciosa no es quien «da nombre a la criatura», nombre que inventaría en su Mosquea, y que no sería sino una extraña denominación para la luciérnaga. Nada de eso. El carbunclo es un animal —fantástico, por supuesto— que se puede documentar suficientemente —aunque no de modo sistemático ni abrumador— en los textos del Siglo de Oro y que responde exactamente a la forma en que Góngora lo presenta en la Soledad primera. Según la mayoría de los textos áureos que enseguida glosaré, es un animal nocturno, cuadrúpedo, herbívoro, que tiene un carbunclo en la frente, el cual brilla en la oscuridad de la noche, y cuyo fulgor puede ocultar echando sobre él un sobrecejo o párpado que tapa o muestra la luz según le conviene. Cuando se ve perseguido o se asusta, cierra el párpado y desaparece en lo oscuro. A veces se le asocian rasgos que la tradición atribuye a los dragones y su piedra (la draconites), y en tiempos más modernos se descompone y

35 Méndez, 2012, pp. 42-43. 36 Este es el animal, el carbunco o carbunclo, que por fin se presenta. Con la nota de Méndez no se entiende por qué habla de la luciérnaga: sucede que ha cortado el pasaje de La Mosquea donde habla precisamente de la luciérnaga y acto seguido del carbunco, pasaje que Méndez ha interpretado como referido a un solo animal, una luciérnaga a la que Villaviciosa llamaría «carbunco» por su brillo. Pero no se trata de eso: hay dos animales en Villaviciosa. Ver lo que sigue para el examen del texto de La Mosquea y otros sobre el carbunclo animal. U N P A S A J E O S C U R O D E G Ó N G O R A A C L A R A D O 2 1 5 recompone en características dispersas, formándose una tradición que vive —como es usual— en variantes, algunas ya muy alejadas de la formulación gongorina. Pero en el Siglo de Oro, que es lo que ahora más importa, el animal está bastante bien precisado en una serie de textos que a mi juicio arrancan de los relatos y crónicas del Nuevo Mundo. Se trataría de una «tradición apócrifa» —desconocida para el mundo antiguo y medieval—, situada en el marco de las «maravillas de las Indias», como confirma de manera indirecta la posterior expansión del motivo, predominantemente —aunque no de modo exclusivo— en zonas americanas. Si estoy en lo cierto, la relativa novedad del motivo explica que los eruditos comentaristas de Góngora todavía no tuvieran noticia de él, ya que se habría difundido de manera algo aleatoria, y en esa difusión no habría llegado todavía a conocimiento de los Díaz de Rivas, Pellicer, Salcedo Coronel, etc. Covarrubias37 debía de estar informado de las cualidades de este animal, al que sin duda evoca en su definición de carbunclo, aunque no aporta el nombre:

Algunas veces, especialmente cerca de los latinos, carbo vale el carbón encendido y hecho brasa; y así se dijo carbunco, latine carbunculus,[...] una piedra preciosa que tomó nombre del carbón encendido, por tener color de fuego y echar de sí llamas y resplandor, que sin otra alguna luz se puede con ella leer de noche una carta y aun dar claridad a un aposento; piropus. Fingen también criarse en la cabeza de un animal, que cuando siente le van a cazar echa sobre la frente (adonde la tiene) un ceño con que la cubre.

El primer testimonio que hallo del animal, con su nombre correspondiente, está en Fernández de Oviedo (1478-1557), Historia general y natural de las Indias, lib. 20, cap. 1038, donde el cronista apunta la calidad apócrifa y la novedad de una especie que no se halla descrita en los repertorios clásicos:

Decía este clérigo que estando en este puerto se vieron dos animales en tierra, de noche, los cuales decían que eran carbuncos, cuyas piedras alumbraban como sendas candelas resplandecientes, a los cuales hicieron guarda e después que pusieron en ello diligencia por los tomar nunca más los vieron ni parecieron, e antes deso los vieron tres o cuatro noches. [...] Yo no hallo escripto de tal animal: visto he que Isidoro [...] dice que hay ciertos dragones que tienen en el cerebro una piedra preciosa, que si seyendo vivo el dragón no le es quitada, no resplandece [...] Plinio habla largamente de los carbuncos, y este nombre da él a todas las piedras preciosas que son fogosas, pero no dice que se hallen en animal...

37 Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española. El Tesoro se publica en 1611. El Diccionario de autoridades también se refiere a este animal « fingieron se criaba en la cabeza de un animal que tiene un capote con que le cubre cuando siente le van a cazar», y cita un pasaje de El soldado Píndaro, que copio luego. 38 Fernández de Oviedo, Historia general y natural de las Indias, tomo primero de la segunda parte, pp.47-48. Esta parte de la Historia general no se publicó en su tiempo, pero Góngora no sacaría necesariamente sus noticias de este libro. Podría recordarse que Pedro de Valencia, erudito amigo de Góngora, fue nombrado cronista de Indias, y seguramente el poeta podría disponer de muchos papeles, o conocer por cualquier vía el animal, como sucede con los otros poetas que lo mencionan. Está claro que en el texto de Fernández de Oviedo carbunco es el nombre del animal, que coincide con el de la piedra. 2 1 6 I G N A C I O A R E L L A N O Criticón, 120-121, 2014

Ya en este temprano testimonio se nota la inclinación a poner el motivo del carbunco en contraste o contacto con el tradicional de la piedra draconites, mejor conocida por los lapidarios y bestiarios. Según otro cronista indiano, Antonio de Herrera Tordesillas (1549-1626), en América había carbunclos, una especie de perrillos con una piedra resplandeciente entre los ojos, sobre la que echaba el párpado al menor ruido39. La característica de esconder su luz para evadir a los cazadores le sirve a Diego Hurtado de Mendoza (1503-1575)40 para incluirlo —junto con otras metáforas— en una serie de animales de los que compone una definición de amor en el soneto «Difinición de amor»:

Amor, lazo en la arena solapado, ponzoña que entre miel está escondida, serpiente en arboleda recogida, hondura que perturba el ancho vado

león junto al camino agazapado, centella que entre ropa está metida, halago que a la muerte nos convida, castillo que debajo está minado,

celada de enemigos tras de sierra, falsario lamentar de crocodilo, polilla de las almas en la tierra,

candela fabricada sin pabilo, carbunco que buscándole se encierra, ¿por qué no cortas de mi vida el hilo?

Pérez de Moya, en su Tratado de cosas de astronomía y cosmografía y filosofía natural (1573)41, no da este nombre a la luciérnaga —de nuevo Méndez ha leído apresuradamente en el artículo ya citado: lo que dice Pérez de Moya es que mucha gente, cuando los fuegos de San Telmo (efecto eléctrico luminoso) van a ras de tierra, «piensan ser el carbunco que sale de noche, a manera del gusano que dicen luciérnaga»; es decir, que mucha gente confunde el fuego de San Telmo con el resplandor del carbunco, que sale de noche y relumbra, al modo en que lo hacen las luciérnagas, otro animal de luz que no cabe confundir con el carbunco. La descripción que en una de sus poesías hace Francisco de Figueroa es mucho más precisa. Figueroa fue elogiado, por ejemplo, por Sánchez Lima en su Arte poética (1580), o por Cervantes en La Galatea (1585), y sus poemas eran bien conocidos, aunque tuvieran que esperar a 1625 para que los editara Tribaldos de Toledo42. El

39 Cit. por Cabarcas, 1994, p. 141. 40 Hurtado de Mendoza, Poemas, p. 27. 41 Pérez de Moya, Tratado de cosas de astronomía y cosmografía y filosofía natural, p. 114. 42 Ver Francisco de Figueroa, Poesía, p. 145 para el texto citado. La nota de M. López Suárez —que parece creer que el poeta habla de una piedra “viva”— no explica bien el texto: «carbunclo: el rubí que, por su resplandor, existía la creencia de que fuera no solo piedra sino también animal (de ahí la atribución de U N P A S A J E O S C U R O D E G Ó N G O R A A C L A R A D O 2 1 7 locutor amante compara a su amada Florisia con el animal carbunclo, que cierra la pestaña cuando siente alguna cosa que le inquieta: así la desdeñosa amada —que es también preciosa y dura (‘cruel’) como la piedra carbunclo— huye con sobrecejo turbio del enamorado: ahí tenemos el animal pastando en el prado, que hace refulgir «en noche tenebrosa» la piedra de su frente levantando la pestaña, y que desaparece cuando siente alguna cosa:

Cual carbunco que en noche tenebrosa paciendo dulces hierbas, muy seguro, levanta la pestaña y resplandece la clara piedra por el aire obscuro, mas si la fiera siente alguna cosa, cerrando su pestaña desparece, tal a mí me acaece ver mi Florisia hermosa, (más que piedra preciosa y más que piedra dura a mis dolores), preciosa más que todos los favores, huir de mí con turbio sobrecejo; de tantos disfavores al cielo en balde me lamento y quejo.

Más detallado aún es el texto de Martín del Barco Centenera (1535-¿1605?), en varias estrofas del canto tercero de su poema épico La Argentina (1602), donde algo pone sin duda de su cosecha, asegurando haber visto al carbunclo con sus propios ojos, aunque nunca consiguiera darle alcance. Según Barco Centenera es animal pequeño y rápido, con un espejuelo en la frente que brilla como el carbunco o leña encendida, que puede ocultar echando el ceño sobre él, y que parece bastante conocido en la región del Plata, donde los indios le dan el nombre guaraní de anagpitán43, que significa ‘diablo’, porque reluce como fuego. De nuevo aparece la contaminación con el motivo de la draconites, que hay que sacársela al dragón mientras está vivo, rasgo que ahora se atribuye al carbunco, cuyo espejuelo luminoso como el fuego hay que arrancarlo en vida del animal si se quiere que sirva de algo —es de suponer que se refiere Centenera al valor de la piedra preciosa que se pierde si no la sacan al animal vivo:

Y no lejos de aquí, por propios ojos, el carbunclo animal veces he visto: ninguno me lo juzgue por antojos, que por cazar alguno anduve listo. Mil penas padecí, y mil enojos en seguimiento de él; mas ¡cuán bien quisto, pestaña y paciendo). Figueroa mantiene la estimación ambivalente de esta piedra» (p. 379). Lo relaciona con un pasaje garcilasiano de la égloga I, vv. 74-75 (vv. 73-76: «las aves y animales y la gente: / cuál por el aire claro va volando, / cuál por el verde valle o alta cumbre / paciendo va segura y libremente»), que nada tiene que ver con el carbunclo de Figueroa, confirmando la incomprensión del pasaje. 43 Barco Centenera, Argentina, p. 31; con acotación: «El carbunco es un animal; llámase este animal en lengua guaraní Añang-pitá: o diablo, porque reluce como fuego». 2 1 8 I G N A C I O A R E L L A N O Criticón, 120-121, 2014

y rico y venturoso se hallara aquel que anagpitán vivo cazara!

Un animalejo es, algo pequeño, con espejo en la frente reluciente, como la brasa ignita en recio leño. Corre y salta veloz y diligente: así como le hirieren echa el ceño, y entúrbiase el espejo de repente, pues para que el carbunclo de algo preste en vida el espejuelo sacan de este.

Cuán triste se halló, y cuán penoso Rui Díaz Melgarejo, que hallado había, a mí me dijo, de uno hermoso; perdiolo por habérsele volcado una canoa en que iba muy gozoso. Yo le vi lamentar su suerte y hado, diciendo «si el carbunclo no perdiera, con él al gran Filipo yo sirviera».

También hay versiones a lo divino. Juan Bautista de la Concepción, reformador trinitario, en su Noche del espíritu en el estado estático (1609-1610)44, aplica la comparación con el animal carbunclo, bastante confusamente, dicho sea de paso, al justo que, oyendo el ruido de los trabajos, cierra la luz de su razón como el carbunclo cierra su párpado cuando le persiguen, y no para huir, sino para asumirlos con más decisión. Esta conclusión religiosa del fraile no se comprende muy bien, pero lo interesante para mis objetivos es la descripción del animal:

Todo es ordenación del cielo y gusto de Dios ver padecer a su siervo, aunque sea con sus quejas y sentimientos, que con esas se regala Dios y se le derrite el corazón para después acudir todo junto a su consuelo y ayuda. Del carbunco se dice que en la frente tiene aquella piedra tan pesada que todos sabemos con ella da luz a el monte donde anda de noche; pero cuando siente ruido de los cazadores que lo van a coger, aprovechándose de la luz que da la piedra, tiene encima una capa de carne o ceja y échala encima y déjalos a escuras. De esta misma manera, cuando en casa del justo se oye ruido de trabajos, a la luz que Su Majestad le ha dado en su entendimiento échale una capa, tápala y encúbrela no para que se libre, sino, a el revés, para que no huiga y más de en lleno le hallen los trabajos y hagan más parecido a Cristo. Pero adviértase que en medio destas tinieblas y obscuridades está Dios dando unas señas y prendas ciertas que allí se está la luz, pero no para que se aproveche de ella entonces en su socorro y consuelo. Y esta muestra la hace Dios con tanta sutileza y certeza que solo engendra la noticia cierta que el alma ha menester para saber que allí se está la luz...

Es especialmente interesante el texto de José de Villaviciosa, en La Mosquea (1615)45, que conviene examinar con un poco de atención. Es una parodia épica que

44 Juan Bautista de la Concepción, Noche del espíritu en el estado extático, p. 1048. 45 Villaviciosa, La Mosquea, pp. 149-150. U N P A S A J E O S C U R O D E G Ó N G O R A A C L A R A D O 2 1 9 narra las guerras de moscas y hormigas, en cuyo contexto se puede calificar a la luciérnaga de «bestia fiera», sin que por ello sea más que un insecto ni se identifique con otro animal de más envergadura, como el carbunclo. En las estrofas de La Mosquea que nos interesan se mencionan dos animales —no uno—: la luciérnaga, que es participante en la acción, y el carbunclo, que sirve de término de comparación y contraste con la primera, y que proporciona a Villaviciosa una ocasión de ingenio burlesco al ponderar la variedad de la naturaleza, que es capaz de presentar dos animales maravillosos por su luz, uno que la produce con el ojo frontero (el carbunclo) y otra con el ojo trasero (la luciérnaga), motivo escatológico en el que insiste varias veces:

La lucérniga vino, bestia fiera, y de prestarles su favor intenta, y a servir de lanterna y compañera con los fuertes moscones se presenta. Mejor que de pez negra o blanca cera un hacha de luz grande representa, la cual tiene en las noches encendida y en sus cuartos postreros escondida.

No sé de qué materia o por cuál arte la viva llama en tal lugar enciende que siendo de su cuerpo última parte no la consume el fuego ni la ofende. Tal vez parece que de allí se aparte y el cómo ni lo vemos ni se entiende, si no es que el hacha de su fuego esconde por la puerta trasera no sé dónde.

Del carbunco se dice y cosa es cierta, (maravilla notable en tal viviente) que tiene un ojo solo con su puerta en medio del espacio de su frente: si esta de noche se descubre abierta echa una luz de sí resplandeciente tan clara, tan hermosa y rutilante que suele prestar luz al caminante.

Mas si acaso a su vista hermosa y clara el codicioso de usurparla llega en aquel mismo punto (astucia rara) la luz que daba prestamente niega. Echa sobre la vista la antipara y el párpado vecino al otro pega y desta suerte el ojo claro tapa y del ardid de quien le acecha escapa.

A la naturaleza es contingente que a dos tal propiedad les comunique, 2 2 0 I G N A C I O A R E L L A N O Criticón, 120-121, 2014

y el ojo que al carbunco dio en la frente en la cola del otro se le aplique.

De la astucia o prudencia del carbunclo, que tapa su luz cuando le buscan, se hace eco también Juan Valladares de Valdelomar, en su Caballero venturoso46 (1617):

Del carbunclo se sabe esta prudencia: que aunque de noche da muy grande lumbre, si lo buscan, no hallan su presencia.

Y Céspedes y Meneses, en Varia fortuna del soldado Píndaro47 (1626), lo saca a colación en una aventura en que una luz misteriosa se aparece y desaparece a unos caminantes, alguno de los cuales piensa haber topado con el animal que cría la piedra carbunclo, creencia que el narrador considera una patraña (o mentirosa tradición apócrifa, podría decirse) :

Vimos a esta hora, no lejos de la senda, una pequeña lumbre, y deseando escapar del turbión que nos venía amenazando, creyendo fuese alguna casería, guiamos campo travieso a ella; mas no habíamos andado muchos pasos cuando se nos desapareció la luz y quedamos a escuras; con que tornamos juntamente las riendas al mismo punto que ella volvió a mostrarse en diferente parte, y muy poco después, variando, en uno y otro lado; cosa que nos dejó algo suspensos. [...] y don Francisco, hecho a hallarse tesoros a poca costa, afirmaba que podría ser aquel brillante resplandor alguno de los animalejos que crían en sí la piedra que llaman carbunco. Reíame yo desta patraña, y aun de su parecer; y viendo, más atento, que la luz por instantes mudaba puestos, mudaba resplandores, porque ya unas veces se aclaraba y otras se amortiguaba y estinguía, juzgando que la movía alguna persona, di mi voto y propuse que nos tornásemos al camino derecho...

El poeta novogranatense Hernando Domínguez Camargo (1606-1659), cuyo Poema heroico a San Ignacio de Loyola (1666) es una reescritura de las Soledades, aplicada a la épica hagiográfica, evoca este animal en una muy complicada imagen conceptista alusiva a un episodio bíblico48:

Tu fuego, Ignacio, concibió mi pecho, que, semi-Gedeón de frágil muro (párpado a sus fulgores, bien que estrecho, pues gran carbunclo en breve niña apuro), divulgará tu luz, aunque deshecho, le cueste cada rayo un golpe duro, porque pueda afectarse cada llama lengua al clarín sonoro de la Fama.

Si no se tienen en cuenta las características del carbunclo animal, que oculta o exhibe la luz según cierre o abra el párpado, la estrofa resulta completamente hermética: el

46 Juan Valladares de Valdelomar, Caballero venturoso, I, p. 202. 47 Céspedes y Meneses, Varia fortuna del soldado Píndaro, I, pp. 158-159. 48 Domínguez Camargo, Poema heroico de San Ignacio de Loyola, en Obras, p. 46. U N P A S A J E O S C U R O D E G Ó N G O R A A C L A R A D O 2 2 1 poeta, inspirado por el sagrado fuego de San Ignacio (cuyo nombre se relaciona con ignis ‘fuego’: primer juego conceptista de la octava), divulgará la luz del santo por medio de su poema, aunque sea tarea dura para su poca capacidad (falsa modestia). Así se puede comparar el pecho del locutor con un Gedeón (o semi Gedeón) o con un párpado demasiado estrecho para guardar los fulgores del santo, pues quiere contener en breve niña (ojo pequeño, pequeña habilidad poética) un carbunclo demasiado grande (el brillo del santo). ¿Cuáles son los fundamentos de estas raras semejanzas? Recuérdese el episodio de Gedeón49, que hace que sus tropas asusten al enemigo con las luces ocultas en cántaros de barro que rompen con estrépito, y la habilidad del carbunclo de ocultar con el párpado el brillo de la piedra de su frente y se comprenderán las extravagantes correspondencias conceptistas entre Gedeón, el carbunclo y la inspiración poética que propone Camargo. Más fácil de entender ahora es el lugar de la comedia El amor al uso, de Antonio de Solís50, donde don Gaspar compara la actitud de doña Clara con la del carbunclo, que oculta su luz cuando lo siguen. Aunque no nombra directamente al animal, ofrece una detallada descripción de su táctica y compara a la piedra preciosa con una estrella situada en el firmamento de su frente; asociando este texto con los demás que recojo es fácil ponerle el nombre:

DON GASPAR. Tened, y antes que se apague de este desengaño vuestro la luz, en ella leed dos papeles que hoy vinieron a mi mano, si no es ya que la apaguéis por no verlos, o por no hacer que mis ojos

49 Jueces, 7, 16-21: «Y repartiendo los trescientos hombres en tres escuadrones, dio a todos ellos trompetas en sus manos, y cántaros vacíos con teas ardiendo dentro de los cántaros, y les dijo: Miradme a mí, y haced como hago yo; he aquí que cuando yo llegue al extremo del campamento, haréis vosotros como hago yo. Yo tocaré la trompeta, y todos los que estarán conmigo; y vosotros tocaréis entonces las trompetas alrededor de todo el campamento, y diréis: ¡Por Jehová y por Gedeón! Llegaron, pues, Gedeón y los cien hombres que llevaba consigo, al extremo del campamento, al principio de la guardia de la medianoche, cuando acababan de renovar los centinelas; y tocaron las trompetas, y quebraron los cántaros que llevaban en sus manos. Y los tres escuadrones tocaron las trompetas, y quebrando los cántaros tomaron en la mano izquierda las teas, y en la derecha las trompetas con que tocaban, y gritaron: ¡Por la espada de Jehová y de Gedeón! Y se estuvieron firmes cada uno en su puesto en derredor del campamento; entonces todo el ejército echó a correr dando gritos y huyendo»; frágil muro: porque los cántaros eran de barro y el pecho del poeta (su fuerza, su inspiración) es frágil, humilde, débil. 50 Nota de los editores al pasaje de Solís, vv. 967 y ss.: «referencia a un animal fabuloso muy probablemente inspirada en los versos 68-83 de la Soledad primera de Luis de Góngora (de quien era Solís lector y admirador declarado), ya que reproduce los mismos temas y la misma construcción comparativa (“como aquel animal..., así vos...”, dice Solís; “cual..., tal...”, había dicho Góngora). “Si tradición apócrifa no miente» —según verso de don Luis—, se caracterizaba dicho animal por llevar en la frente un carbunclo, cuya definición aclara este texto de Solís. “Carbunclo: piedra preciosa muy parecida al rubí, que, según algunos creen, aunque sea en las tinieblas luce como carbón hecho brasa. Otros fingieron se criaba en la cabeza de un animal que tiene un capote con que le cubre cuando siente le van a cazar”. Puede ser la hiena, que lleva en la frente la piedra llamada “hiena” o alguno de los míticos dragones que llevan piedras preciosas en la frente, según diversas tradiciones. Pero es asunto que requiere más investigación». 2 2 2 I G N A C I O A R E L L A N O Criticón, 120-121, 2014

pierdan la luz que adquirieron, que, como aquel animal que en el breve firmamento de su frente es el carbunclo estrella, cuyos reflejos conducen al cazador ambiciosamente atento, y luego, ingenioso, cala el oscuro sobrecejo, deslumbrándole la luz que le alumbraba primero, así vos, que en vuestra mano lleváis el esplendor bello de la luz del desengaño, cuando yo a ella me acerco me la escondéis, ingeniosa, dejándome así más ciego, porque, cuando miro el daño, con aquestos rayos mesmos que me alumbra la sospecha me deslumbráis el recelo. (vv. 959-986)

En los siglos xviii y xix la tradición «apócrifa» se continúa. La recoge, para tierras del Plata, Pedro Lozano (1697-1752), misionero jesuita en el Paraguay, en su Historia de la conquista del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán51, volviendo a insistir en la calidad seguramente fantástica del tal carbunclo, al que nadie ha visto, aunque su existencia «es fama constante» en las provincias que trata. Aduce, no obstante, como autoridad apreciable a Barco Centenera, que no resulta muy de fiar en cuanto a su veracidad científica:

Es fama constante hallarse en la provincia del Tucumán, hacia San Miguel, y en la del Paraguay, el animal que cría el carbunclo, piedra tan rara como estimada; pero sospecho que esta fama es tan fabulosa como la del Fénix de Arabia, a quien todos hacen existente, y nadie le ha registrado con los ojos; porque aunque oigo que varios dicen han visto de noche el inmenso resplandor con que esclarece las densas tinieblas, corriendo el velo de carne con que oculta la antorcha que despide aquel volcán de luces, oigo decir también que ninguno tiene la dicha de hallarle, porque deslumbrados de tan intensa luz, pierden el tino y se hallan súbitamente en mayor oscuridad al esconderse aquel incendio, con lo que el animal se libra de las acechanzas de quienes pretenden enriquecer a su costa. No obstante, el licenciado don Martín del Barco Centenera, arcediano de la santa iglesia del Paraguay, que vivió muchos años en estas provincias, escribe que vio varias veces el carbunclo, que le anduvo persiguiendo para cazarle, sin tener la suerte de hacer un buen lance. Dice es un animal pequeño de cuerpo, muy suelto de miembros, y sumamente ligero, que trae un espejo en la frente, cuyo resplandor como si fuera ascua encendida, se registra de noche; pero todo aquel resplandor se enturbia o apaga del todo, al sentirse herido el animal, y es forzoso sacar la piedra al animal vivo sin herirle, para que no pierda con toda la luz su estimación, como lo

51 Lozano, Historia de la conquista del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán, pp. 299-300. U N P A S A J E O S C U R O D E G Ó N G O R A A C L A R A D O 2 2 3

consiguió, según cuenta dicho autor, el capitán Ruiz Díaz Malgarejo, fundador de la Villarrica del Espíritu Santo; quien habiendo logrado el venturoso hallazgo de un carbunclo vivo, le arrancó la piedra, para servir con ella al señor Felipe II; pero naufragando en el río Paraná, perecieron con ella, en sus senos, todas las esperanzas de agradar y ser premiado de aquel magnificientísimo monarca, por tan apreciable presente...

A Filipinas llega la especie fabulosa, quizá por la vía del galeón de Manila, pero algo desdibujada. El P. Juan José Delgado (1697-1755), en su Historia general sacro-profana, política y natural de las islas del poniente llamadas Filipinas52, recoge una creencia de la región de Santa Cruz de Marinduque, donde atribuyen la piedra carbunco a una sierpe: más que continuación de los raros casos medievales antes citados parece una confusión de los motivos del carbunclo con el de la draconites53:

En los montes cercanos al pueblo de santa Cruz de Marinduque, cuentan los naturales haber visto muchas veces una piedra que corre por una de las más preciosas del orbe, cual es el carbunclo, por la grande luz natural que difunde en las tinieblas. Dicen los de aquel pueblo, con quienes hablé pasando por él, que suelen verlo en noche oscura y alumbra aquellos montes como si fuera día claro. Creen que lleva dicha piedra en la frente una gran culebra, muy venenosa, acompañada de otras menores atraídas por su claridad. Pasando por dicha isla supe que un vecino poderoso había enviado gente a propósito por si podían con alguna traza cogerla y quitarle la piedra, estando viva; porque si la matan, pierde, según dicen, su esplendidez y brillo.54

El obispo Martínez Compañón, que en su visita pastoral recogió infinidad de datos sobre su diócesis de Trujillo, en el Perú, tuvo ocasión en sus viajes de conocer el raro carbunclo, que hizo reproducir en una de las acuarelas con las que enriqueció su informe. Escribe Manuel de Mendiburu55:

En un interesante informe que remitió al rey acerca de las cosas notables y adelantos hechos en el Obispado de Trujillo, trata del animal carbunclo, cuadrúpedo nocturno cuyo retrato acompañó a su relación, y que dijo existir en Lamas y Jaén; que tenía unas lumbreras sobre los ojos que iluminaban la oscuridad del campo. Sobre este animal han escrito Gonzalo de Céspedes, el docto Quiñones y don José Pellicer.

Reproduzco la acuarela en la que se ve el carbunclo56: obsérvese el círculo que significa la piedra brillante y el copete que representa el párpado o capote con el que oculta la joya al bajarlo sobre la frente:

52 Delgado, Historia general sacro-profana, política y natural de las islas del poniente llamadas Filipinas, p. 90. 53 Esta confusión, de todos modos, se había producido desde el primer momento. Ver algunas observaciones sobre el bestiario del Nuevo Mundo en relación al carbunco y dragón, en H. Cabarcas Antequera, 1994, pp. 141-142. 54 Añado una observación de Robert Jammes: «supongo que lo que vieron eran fuegos fatuos. La leyenda no carece totalmente de fundamento». 55 Mendiburu, 1876, p. 404. 56 Martínez de Compañón, Trujillo del Perú, tomo VI, lámina 47. 2 2 4 I G N A C I O A R E L L A N O Criticón, 120-121, 2014

El carbunclo, acuarela en el Códice Trujillo de Martínez Compañón

Lequanda, que era sobrino de Martínez Compañón, publicó en el Mercurio peruano57 una Descripción geográfica de la ciudad y partido de Trujillo, donde acopia diversas noticias del carbunclo, «cuadrúpedo nocturno y admirable», no sin expresar sus dudas y el miedo de que lo tomen por demasiado crédulo, con una conciencia que resulta bastante reiterada de lo ‘apócrifo’ y poco fiable de la existencia de dicho animal:

Por no privar al que leyere esta obra de una noticia que puede serle agradable por lo raro de ella, paso a tratar del carbunclo, cuadrúpedo nocturno y admirable. Varios son los autores que sobre este animal prodigioso han escrito y entre ellos el docto Quiñones, Gonzalo de Céspedes y D. José Pellicer. Lo cierto es que las continuas opiniones y sistemas de estos y otros europeos y asiáticos eruditos han venido a engendrar un difícil problema dudando los unos si sea animal cuadrúpedo, otros si se llama así a una piedra resplandeciente nombrada rubí o a lo menos parecida a ella que luce en las tinieblas, y finalmente los más afirman que esta preciosa alhaja se cría en la cabeza de un animal que tiene un capote con que la cubre cuando trasciende lo van a coger. De este es la historia que voy a hablar en este discurso, tan desconfiado que, si por una parte me anima deseo de publicarla, por otra me intimida el verme a la nota de crédulo, cuando no se me quiera —lo que no presumo— por quimérico o por aparentador de prodigios. Brevemente haré una narración sencilla y pura refiriéndome a lo que dicen los que lo han visto, así de su figura como de la luz brillante que despide la piedra o lucerna que adorna su cabeza. En el tránsito que sigue de esta ciudad para el ameno valle de Chicama se ofrece un cerro pedregoso a que estos moradores llaman de la Campana: en su falda el año de 1786 encontró a este cuadrúpedo un pasajero yendo en su caballería de noche; no estaba esta muy oscura y vio caminar a paso lento a este animal, cuya figura distinguió ser poco mayor que un raposo de los comunes, quien esforzando su caballo le siguió, alcanzándole a dar un latigazo en el lomo con las riendas del freno: al verse este animal lastimado abrió la compuerta de su frente y llenó de luz la campaña, dejando admirado al caminante.

57 Lequanda, Descripción geográfica de la ciudad y partido de Trujillo, pp. 135-137. U N P A S A J E O S C U R O D E G Ó N G O R A A C L A R A D O 2 2 5

No ha sido este el único que lo ha visto tan cercano, pues hay otro testigo que también afirma haberlo encontrado de noche entre unos peñascos en la misma inmediación o distancia de seis leguas yendo de la hacienda del Sausal para el camino del mismo valle. Este, que no conoce al otro de quien hemos hablado, asegura lo mismo, sin diferir absolutamente en cosa alguna de la relación del primero, pero con la particular circunstancia de haber este combatido con el animal, del que dice no ser veloz en la carrera, pues queriendo aprisionarlo, a poca diligencia le echó mano, en cuyo acto abrió su lumbrera y lo dejó no menos asombrado que al primero. Ya he dicho lo que por estos se asegura de este animal, dejando a otros muchos que dicen le han visto, y aunque no he logrado por más esfuerzos que he hecho examinar personalmente los dos primeros testigos, estoy bien informado que son hombres de verdad y recto manejo a quienes jamás los han notado ebrios ni delirantes. Pero aun dejando atrás estas circunstancias, puede más el mérito de la verdad de estos prodigiosos sucesos con otra autoridad más respetable y es que el sabio especulativo Ilmo. Sr. obispo que fue de esta diócesis, Dr. D. Baltasar Jaime Martínez Compañón, que actualmente es arzobispo de Santa Fe, en su prolija visita trató mucho y dio más extensa idea de este animal, cuya figura la dirigió al soberano, no solo conducido de esta noticia que dejó relacionada, sino que generalmente afirman su existencia y continua vista en la tierra de los Lamas, hacia la parte austral de esta América. En las inmediaciones de Jaén por la parte de Piura igualmente dicen haberlo visto y todos uniformes dan la misma razón en cuanto a la luz y figura de este nocturno cuadrúpedo.

Menos crédulo se muestra el P. Feijoo, que desautoriza la existencia de la piedra misma y por supuesto la del animal, cuyo nombre por cierto desconoce, aunque está informado sobre la tradición —contaminada en su caso con la de la draconites—, que conoce sin duda por transmisión oral, ya que si hubiera leído algunos de los textos que he citado sabría que a ese animal se le aplica el mismo nombre que a la piedra, esto es, carbunclo, y no lo consideraría una «animal innominado». En distintos lugares trata Feijoo de este ser imaginario58:

Lo primero que ocurre son los animales fabulosos, en cuya clase pongo el Fénix, el Unicornio, o Monoceronte, el Basilisco, la Salamandra, la Rémora, y aquel animal innominado, de quien se dice sacarse la piedra preciosa llamada Carbunclo. [...] Está extendida en el vulgo la persuasión de que hay un animal adornado en la frente con la más preciosa de todas las piedras, a quien se da el nombre de carbunclo59. Esta riquísima piedra (que mejor se podrá llamar astro elemental) dicen que arroja tan copiosa luz, que alumbra de noche una dilatada campaña. Fueron autores de esta fábula algunos de los primeros viajeros del Oriente, que escribieron que el rey de Pegú tenía uno, y el emperador de la China también era dueño de algunas piedras de este género. Pero después acá no han aparecido, ni en los tesoros de estos príncipes, ni en el de otro alguno de toda la Asia. Sábese que las piedras más preciosas de todas son los diamantes, y entre estos el más rico el que posee el gran Mogol [...] Sin embargo, cualquiera carbunclo, si le hubiese, valdría por doce diamantes como aquel.

58 Citas en Feijoo, Teatro crítico universal, II, 2, 2, 9 (tomo, discurso, sección, párrafo); II, 2, 6, 39-41; ed. 1779, pp. 30, 41-42. 59 Entiéndase que Feijoo se refiere al nombre de la piedra, no del animal, que no conoce. 2 2 6 I G N A C I O A R E L L A N O Criticón, 120-121, 2014

El nombre de carbunclo, carbunculus, se halla en Plinio, en Francisco Rueo, y otros autores latinos, que tratan de piedras preciosas; pero esta voz no significa otra cosa que el rubí (a quien se dio tal nombre, porque representa un carbón encendido) [...] En el Diccionario Histórico de Moreri, con ocasión de hablar de Dolomieu, aldea del Delfinado, se lee haberse esparcido, y creído la voz de que un vecino de ella llamado Jacobo Tirenet, había muerto a un dragón volante, en cuya frente halló la luciente piedra de que hablamos, digo el carbunclo; mas que al fin se halló ser todo ficción. En el mismo artículo se da noticia de un carbunclo que hay en España, sacado también de la frente de otro dragón: pero en España es cierto que no hay tal piedra. [...] La pintura que se hizo del dragón de Dolomieu, le representaba con cabeza de gato. No sé si de esta fábula vino la hablilla vulgar (que oí muchas veces) de que el animal que tiene el carbunclo en la frente es de la figura de un gato.

En las Cartas eruditas y curiosas60 se niega a dar fe a las hablillas publicadas en la Gaceta de Orán sobre el hallazgo de un carbunco, pero no especifica más detalles del asunto y parece referirse a la piedra, no al animal que no sabe cómo nombrar. Daniel Granada (1847-1929) que nació y murió en España, pero vivió mucho tiempo en Uruguay y escribió diversas obras etnográficas, filológicas, históricas y geográficas, menciona el carbunclo en su libro sobre mitos y leyendas de la región del Río de la Plata61:

En los lugares metalíferos de las propias regiones andinas aparecíase ante la imaginación de los indios comarcanos un ser viviente que despedía de la cabeza una luz vivísima extraordinaria, que muchos presumían fuese el ambicionado carbunclo, según refiere el P. Techo. Esta aparición, o farol, ha continuado presentándose hasta el día de hoy a los ojos de los arribeños, que miran en ello un indicio inequívoco de las muchas riquezas que oculta aún la tierra, ahora en minas, ahora en tesoros escondidos por la mano del hombre. Buen modo de esconder un tesoro: encendiendo un farol. El carbunclo, por tanto, de las regiones próximas a los Andes, que no es sino, bajo alguna forma parecida, el teyuyaguá de las Misiones del Paraná y Uruguay, se halla en relación íntima con el origen de los metales...

D e r i v a d e l a t r a d i c i ó n a p ó c r i f a e n l a é p o c a c o n t e m p o r á n e a : e l c a r b u n c l o e n i n t e r n e t La tradición del carbunclo, con numerosas variaciones, llega hasta nuestros días. Se localiza mayoritariamente en áreas americanas, aunque no únicamente. En el folklore asturiano, por ejemplo, se cuenta62 que

En la cueva de Montoiro, que se halla en Aguinos, concejo de Somiedo, hay un carbúncanu (carbunclo) que alumbra más que una estrella y vale un reinado, y para atraparlo hay que echar sobre él una prenda de lana...

Pero el material más abundante se halla, sin duda, en América. Manuel Mujica Láinez incluye en su Misteriosa Buenos Aires63 el relato titulado «La sirena»,

60 Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, I, carta 36, párrafos 3 y 9; ed. 1777, pp. 284-287. 61 Reseña histórico-descriptiva de antiguas y modernas supersticiones del Río de La Plata, 1947, p. 49. Granada cita a Barco Centenera. Ver Zaboroski, 2010. 62 Aurelio de Llano Roza, 1922, p. 147. U N P A S A J E O S C U R O D E G Ó N G O R A A C L A R A D O 2 2 7 ambientado en tiempos de la conquista, en el que cuenta la ansiedad de la sirena por encontrar un amante que sea de su especie, y que busca entre los hombres blancos que han llegado al Nuevo Mundo. Otros seres fabulosos la interrogan y ella reconoce que no consigue hallar a su amado, confesando su frustración al anta que cría la piedra bezar, al gigante, y al carbunclo:

—¿Has encontrado? ¿Has encontrado? Y la Sirena se limitaba a mover la cabeza tristemente. No, no había encontrado. Se lo dijo al Anta de orejas de mula y hocico de ternera que cría en su seno la misteriosa piedra bezoar; se lo dijo al Carbunclo que ostenta en la frente una brasa; se lo dijo al Gigante que habita cerca de las cataratas estruendosas y que acude a pescar en la Peña Pobre, desnudo. No había encontrado. No había encontrado.

También Borges le dedica una entrada en su Libro de los seres imaginarios, pero no en la versión española, sino en la inglesa (traducción de Norman Thomas di Giovanni, 1969), donde añade cuatro nuevas especies, una de ellas «The Carbuncle»64, situándolo inequívocamente en la América española, y citando a Barco Centenera, añadiendo por su parte algunas imprecisiones en sus citas de otras fuentes:

In mineralory the carbuncle, from the Latin carbunculus, «a little coal» is a ruby; as to the carbuncle of the ancients, it is supposed to have been a garnet. In sixteenth-century South America, the name was given by the Spanish conquistadors to a mysterious animal— mysterious because no one ever saw it well enough to know whether it was a bird or a mammal, whether is had feathers or fur. The poet-priest Martin del Barco Centenera, who claims to have seen it in Paraguay, describes it in his Argentina only as «a smallish animal, with a shining mirror on its head, like a glowing coal...» Another conquistador, Gonzalo Fernandez de Oviedo, associates this mirror of light shining out of the darkness-two of which he glimpsed in the Strait of Magellan with the precious stone that dragons were thought to have hidden in their brain. He took his knowledge from Isidore of Seville, who wrote in his Etymologies: «it is taken from the dragon’s brain but does not harden into a gem unless the head is cut from the living beast; wizards, for this reason, cut the heads from sleeping dragons. Men bold enough to venture into dragon lairs scatter grain that has been doctored to make these beasts drowsy, and when they have fallen asleep their heads are struck off and the gems plucked out». Here we are reminded of Shakespeare’s toad (As You Like It, II, i), which, though «ugly and venomous, Wears yet a precious jewel in his head». Possession of the Carbuncle’s jewel offered fortune and luck. Barco Centenera underwent many hardships hunting the reaches of Paraguayan rivers and jungles for the elusive creature; he never found it. Down to this day we know nothing more about the beast and its secret head stone.

63 Mujica Láinez, Misteriosa Buenos Aires [1950], que manejo en Cuentos completos, I, p. 244. 64 Las cuatro entradas nuevas son: «The Carbuncle», «An Experimental Account of What Was Known, Seen, and Met by Mrs. Jane Lead in London in 1694», «Fauna of Chile», y «Laudatores Temporis Acti». Ver Leeper, 2006. 2 2 8 I G N A C I O A R E L L A N O Criticón, 120-121, 2014

Como parte de tradiciones consideradas a veces autóctonas y propias de una región se halla incluso en libros escolares, como el de Relatos costeños65, peruano, donde se recogen detalles que proceden de distintas fuentes ya mencionadas y otros añadidos. La inclusión del carbunclo en las leyendas costeñas peruanas confirma su difusión en esta área, así como las variaciones del motivo, pues ahora el carbunclo ha de ser quemado rápidamente para no perder el tesoro de su cabeza (adaptación del motivo de la draconites que ha de ser extraída en vivo) y ofrece no solo una piedra, sino una «inmensidad de diamantes, piedras preciosas, turquesas, rubíes, que se ven dentro de la cabeza del carbunclo, que se abre, como un cofre de joyeles» y cuyo brillo a través del ojo del animal es la fuente del resplandor66:

Don Joseph Ignacio de Lequanda, Ministro de Hacienda y contador Interino de la Real Aduana de Lima, en su estudio Descripción Geográfica de la Ciudad y Partido de Trujillo, publicado en el Mercurio Peruano en Mayo de 1793, en la sección que dedica a los animales que había en estos reinos, incluye al Carbunclo, diciendo que es un cuadrúpedo nocturno. Cita a varios estudiosos que han escrito sobre este animal entre ellos al Obispo don Baltazar Jaime Martínez de Compañón. Dice [y a continuación sigue un fragmento del texto de Lequanda ya copiado antes, desde «Brevemente» hasta «admirado al caminante»]. Don Pedro Vértiz, en sus amenos trabajos sobre el folklore provincial, dice: «...se relata como ronda por la “cabecera” de las “tomas”, merodeando por las “huacas”, entre obscuras sombras de la noche y desata... el brillante resplandor de su único ojo luminoso... no es un mal augurio encontrarse con él. Todo lo contrario. Si tú sabes los recursos... para atraparlo y aprovechar la multitudinaria constelación de joyas y riquezas que guarda en su cabeza, puedes convertirte en hombre afortunado de la noche a la mañana. Cuentan los que ven a este lumi- noso animal nocturno, que apenas se lo divise, debe tenerse ya todos los medios para prender y conservar fuego, el que debe ser encendido de inmediato, tratando de quemar el carbunclo. Si esta operación no ha sido lo suficientemente ágil y veloz el mítico animal desaparece. Pero, si se llega a quemarlo, toda admiración es corta al contemplar la inmensidad de diamantes, piedras preciosas, turquesas, rubíes, que se ven dentro de la cabeza del carbunclo, que se abre, como un cofre de joyeles. Pues el resplandeciente brillo de su único ojo en las noches no es otro que el rutilante de las piedras preciosas y diamantes, que guarda en su cabeza».

Los estudiosos del folklore colombiano lo hallan en distintas zonas del país, junto con otros muchos mitos y leyendas de duendes, diablos, brujas, etc. Según Ocampo López, que no especifica más detalles, se conoce en Cundinamarca el «mito del carbunco o animal encantado»67. Julio Vicuña Cifuentes68 lo documenta en Chile. La entrada correspondiente al Carbunclo de la Enciclopedia chilena (proyecto de la Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, consultada 3 diciembre 2014), le atribuye el tamaño de un topo pequeño, que se alimenta de oro y plata, metales de los cuales está repleto su estómago y fabricado su

65 Para la educación secundaria a distancia. «Proyecto Huascarán» para Piura, Lambayeque y Arequipa, 2003, p. 64. http://issuu.com/edist/docs/costeno 66 La ampliación del tesoro de la cabeza del carbunclo deja más injustificado ahora su nombre, relativo a la específica piedra original. 67 Ocampo López, 2006, p. 85. 68 Ver Vicuña Cifuentes, 1915. Citado en la entrada «Carbunclo» de Enciclopedia chilena. U N P A S A J E O S C U R O D E G Ó N G O R A A C L A R A D O 2 2 9 caparazón, que sería la fuente del brillo, etc. Las características del animal se han modificado bastante desde el siglo xviii, y se ha borrado la justificación del nombre, el cual ya no se puede relacionar con el carbunco precioso a través de esta descripción moderna que desconoce la tradición previa sobre el animal:

EL CARBUNCLO. Folk. Mito. Animal del tamaño de un topo pequeño, provisto de una caparazón que le cubre toda la parte superior del cuerpo. Vive en cuevas subterráneas, próximas a yacimientos inexplotados de oro y plata, metales que constituyen su alimentación, como ocurre con el alicanto [...] de los cuales está repleto su estómago y formada macizamente su aludida caparazón, nada de protectora en el caso de este ser mitológico, ya que la potente luminosidad que ella despide, junto con la elección de sus guaridas, lo hacen doblemente codiciado por los mineros, de quienes huye al percibirlos con su portentoso oído, hasta el escondrijo más inmediato, o a falta de este, cavando una nueva madriguera, con la prisa que su peso le permite. Los antecedentes históricos de esta creencia, con débil práctica actual en las provincias de Atacama y Coquimbo, se remontarían a la vivificación mítica del carbúnculo o rubí.

María Expósito en el Diccionario mapuche-castellano, castellano-mapuche (p. 285), lo considera un ser propio de la mitología de los mapuches: en esta versión tiene más de cuatro pares de patas y emite luz por las hendiduras de su cuerpo. Cazar un carbunclo proporciona una vida dichosa y llena de fortuna. Un bloguero «100% ecuatoriano» lo cree animal fabuloso «propio de la Sierra de nuestro país», al que describe como perro del diablo, con un lucero en mitad de la frente y ojos de fuego. Sin duda mezcla el motivo del carbunclo con el de la piedra bezar, pues señala que vomita una bola de oro incrustada de piedras preciosas, y otras habilidades que ahora no hacen al caso69. Estas modificaciones del ser legendario, que a través de sus variaciones alejan al carbunclo de su descripción aurisecular, y a menudo dejan sin sentido el nombre referido a la piedra preciosa concreta, proliferan actualmente en internet, en blogs, entradas de páginas sobre bestiarios, folklores locales, e incluso de esoterismos y magia. En esta etapa la tradición se hace más apócrifa y disparatada que nunca: el carbunclo se describe como un perro, un gato, una tortuga, un minúsculo zorrillo blanco que vive en la frente de los dragones, o incluso un molusco...70

69 . Exactamente el mismo texto aparece con la autoría de Cristina Pazmiño en http://cristinapazz.blogspot.com.es/, en un trabajo titulado Mitos y leyendas presentado el 3-12-2012 en un colegio ecuatoriano. 70 Sería interesante rastrear el estado actual de la tradición de carbunclo y las contaminaciones y variantes. Solo recojo algunos ejemplos: ver, pues, para diversas interpretaciones del carbunclo, a menudo llenas de confusiones de piedras, animales, mitos de tesoros, etc., ya muy alejadas de las circunstancias pertinentes para la lectura de Góngora, y en buena parte inventadas por los autores de estos blogs (todos consultados el 3 de diciembre de 2013): http://mitosyleyendas.idoneos.com/index.php/Bestiario_mitológico/Carbunclo (sitúa al carbunclo en la frente de los dragones, y localiza variedades distintas en Chile —tamaño de un gato— y en Perú —más grande que un zorro—); http://catedu.es/IESLiteratura/primer%20ciclo/leyendas.html#carbunclo (el carbunclo es el guardián al que los dioses incas han encargado la vigilancia de los tesoros de los Andes; tiene tamaño y forma de una tortuga cubierta de piedras preciosas, etc.); http://magiaparapsicologia.blogspot. com.es/ (el carbunclo es guardián de los metales del subsuelo, tiene la figura de un hermoso perrillo blanco rodeado de una aureola roja verdosa; para otros tiene el aspecto de un molusco que despide luz producida por luciérnagas); http://bestiariointernacional.blogspot.com.es/p/de-luz.html (es un ser luminoso, con forma de 2 3 0 I G N A C I O A R E L L A N O Criticón, 120-121, 2014

C o n c l u s i ó n Un rastreo exhaustivo de las crónicas de Indias y la poesía del Siglo de Oro permitiría seguramente añadir muchos otros testimonios de ese animal de las tinieblas que lleva un carbunclo en la frente, y que recibe el nombre de carbunclo en esa «tradición apócrifa», reciente y poco digna de ser creída a la que hacen referencia los textos auriseculares. Pero me parece que con los aportados será bastante para certificar la identidad del animal tenebroso gongorino que tantas hipótesis ha provocado. Una última observación: Góngora usa la imagen de la piedra carbunco como metáfora para la hoguera. Si se tiene en cuenta la etimología de la que habla Covarrubias o Plinio, —y que en este caso es la verdadera— de ‘carboncillo, brasa’, se advierte la justeza de la semejanza establecida, pues la hoguera no es sino un cúmulo de brasas o ‘carbunclos’. Y si se recuerda el contexto, en el que el peregrino teme interposición de bárbara arboleda o conjuración de vientos que le oculte o apague la luz, de modo que el fulgor que le sirve de guía puede aparecer o desaparecer, se entenderá igualmente la pertinencia de la imagen del carbunclo, que con el párpado tapa o descubre, según desee, la luz de su frente, un rasgo constante en las evocaciones del animal. La arboleda y el viento semejan un enorme párpado con el que la naturaleza puede ocultar la luz del carbunclo cuando el peregrino la sigue. Se comprende que la maravillosa precisión de las “oscuras” agudezas de Góngora, que no tolera vaguedades, provocara el pasmo de sus aficionados y la envidiosa irritación de sus rivales.

Referencias bibliográficas zorro blanco brillante tan pequeño como un insecto y que vive en la frente de los dragones); http://infinitomisterioso.blogspot.com.es/2011/10/la-leyenda-del-carbunclo.html (confunde el Pegú con el Perú, cita Fernández de Oviedo y Feijoo, y aduce la piedra de la cabeza de los dragones, pero más curioso es el comentario de raul01, de 1 de julio de 2012, que resume un relato de su madre, la cual vio cuando tenía once años un perro pequeño de color negro con una piedra preciosa en su frente; muchos años después en Lima una persona le dijo que ese animal era el carbunclo; raul01 está ahora convencido de la veracidad del relato materno «porque hay muchos mitos que en Perú se dicen, en la sierra más, y muchos fueron contados pero otros vividos, en este caso mi mamá no mentiría, no tiene por qué»); http://arescronida.wordpress.com /tag/carbunco/ (dentro de las leyendas de Chiloé presenta las siguientes consideraciones sobre el carbunco, muy enriquecidas de materiales mágicos y folklóricos, entre ellos el peculiar lanzamiento de un gato negro: «El carbunco se manifiesta bajo la forma de un diminuto perrillo blanco o toma la forma de una liebre blanca, incluso de una ostra marina, en todos los casos el animal esté rodeado por una luminosidad como la de las luciérnagas. Aparece emergiendo desde el suelo como una llamarada en las oscuras y tranquilas noches cercanas al solsticio de invierno. El carbunco es el celoso guardián de los metales y tesoros escondidos por alguien en el subsuelo (vulgarmente llamados entierros). La persona que descubra uno de estos animales deberá lanzarle un objeto o soga con el cual atar a la criatura, que lo arrastrará y llevará al lugar donde se oculta con el tesoro, antes del amanecer se debe buscar el objeto que suele aparecer casi todo enterrado al pie de un Calafate (planta de la Patagonia). Se debe acudir a la medianoche siguiente llevando una pala nueva. Además se debe ir acompañado de una anciana viuda y un gato negro. Cavar una vara (algo así como tres pies), soltar el gato dentro del hueco, el gato desaparece mágicamente; seguir cavando otra vara más y el gato reaparece en las brazos de la viuda; repetir hasta llegar al tesoro. Se debe respectar las distancias de cada paso y lanzar el gato en el momento correcto, o el buscador de tesoros puede morir envenenado, y en caso de que tenga algo de miedo el tesoro se volverá roca sin valor»; igual texto en http://www.dote.cl/arte/mitos.htm), etc. Lo que me interesa apuntar ahora es solo la difusión del motivo, que parece predominar en tierras americanas, aunque se haya modificado mucho en ocasiones. U N P A S A J E O S C U R O D E G Ó N G O R A A C L A R A D O 2 3 1

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Resumen. El artículo explica la alusión de Góngora, en la Soledad primera, al animal tenebroso que lleva un carbunclo en la frente, identificando este con el animal llamado carbunclo, documentado en una serie de textos, fundamentalmente de ámbito indiano.

Palabras clave. Góngora Luis de, alusiones, carbunclo.

Obra estudiada. Soledad primera (Góngora)

Résumé. Sur l’allusion, dans la Première Solitude de Góngora, à cet animal de la nuit qui porte une escarboucle sur son front et que l’on identifie avec l’animal appelé escarboucle, mentionné dans une série de textes, essentiellement en rapport avec monde des Indes Occidentales.

Mots clés. Góngora Luis de, allusions, escarboucle

Obra estudiada. Soledad primera (Góngora)

Summary. The article explains the allusion in the Soledad primera of Góngora, to the animal of darkness, carrying a carbuncle on his forehead, identifying this with the animal called carbuncle, documented in many texts, most of them belonging to the West Indian territories.

Key words. Góngora Luis de, allusions, carbuncle.

Obra estudiada. Soledad primera (Góngora)