Topicos Sobre Acarologia Y Aracnologia
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TOPICOS SOBRE ACAROLOGIA Y ARACNOLOGIA 1 EN MEMORIA DE UNA GRAN MUJER, MADRE, ABUELA, CIENTÍFICA, AMIGA Y MAESTRA, DRA ANITA HOFFMANN MENDIZABAL. In the memory of a great woman, mother, grandmother, scientist, friend and teacher, Dr. Anita Hoffman Mendizabal. Armando Sandoval Martínez, Armando Sandoval Hoffmann, M. Guadalupe López Campos y Edith G. Estrada Venegas. Dra. Anita Hoffmann Mendizabal (Marzo 3, 1919-Octubre 11, 2007) Armando F. Sandoval Martínez Hola, estoy muy orgulloso de estar ante ustedes en el homenaje a mi abuela ya que, por desgracia, no pude estar presente en su velorio. Hace casi ocho meses que falleció y hasta este momento me resulta muy difícil entender su muerte. Estando ante ustedes me doy cuenta de cuántas personas la querían, y cómo alguien que se dedicó a algo tan raro como los ácaros pudo lograr convencer a otras personas de que estudiaran lo mismo. Me duele sobre todo no haber estado al lado de mi padre, con el que ahora he tenido grandes conversaciones acerca de los logros de mi abuela. Me duele también no poder estar otra vez con ella y aprovechar las enormes pláticas llenas de anécdotas fantásticas y, a veces, hasta de chistes de color subido. Me gustaban, de niño, en especial las sobremesas, en donde después de comer algo delicioso que cocinaba mi padre, a mi abuela siempre le quedaba “un huequito para el postre”, razón por la cual yo salía beneficiado con una doble ración de pastel o helado; o bien, antes de la comida, mi abuela siempre se preparaba una cubita y me servía un vaso de refresco, que en mi casa me estaba negado. Eso era realmente mi abuela, una mujer que me consentía y que me dio un enorme cariño. Una anécdota interesante es que al Doctor Juan Morales, quien es para mí un tío, ya que mi abuela lo consideraba como su hijo, le parecía una forma muy extraña cómo yo la llamaba a ella: Oma, que en alemán es similar a abuelita, pero que para Juan era el curp de mi abuela (Hoffmann Mendizábal Ana). Cuando aclaramos el punto, yo me reí durante mucho tiempo. La 2 verdad es que, como lo dice mi padre y lo dijo mi abuela, a todos ustedes los puedo considerar como mis tíos. A pesar de que mi Oma era una persona de un carácter muy fuerte, y a veces recio, conmigo fue de una enorme ternura. Insistía en explicarme los secretos de la ciencia, pero terminábamos invariablemente jugando Tetris o la rueda de la fortuna en su viejísima computadora. Pasábamos horas jugando, y al igual que con mi abuelo, me di cuenta años después de que no es que yo fuera muy bueno, sino que ellos siempre me dejaron ganar. Era una mujer realmente apasionada por lo que tenía y hacía. Cuando llegábamos mi papá y yo a su casa en la mañana, oíamos la televisión desde que entrábamos, pero ella nunca la estaba viendo. Siempre tenía puesto algún documental de fondo mientras leía, investigaba, revisaba Tesis o, para descansar, resolvía crucigramas para mí indescifrables. La llevábamos a su laboratorio y a mí me tocaba acompañarla, según mi padre para ayudarla a subir las escaleras porque ya tendría en ese entonces más de ochenta años. Lo más impresionante de todo es que después del segundo piso ella me tenía que esperar porque yo ya no podía seguir a su velocidad. Cuando llegábamos al laboratorio se ponía a revisar el trabajo de todos. Las veces que me quedaba con ella toda la mañana sus alumnos y colaboradores me enseñaban cientos de ácaros, cada quién de su especialidad. Fue ahí la primera vez que usé un microscopio. De regreso a la casa, nos sentábamos a comer mi padre, mi Oma y yo; y siempre, en la cabecera, el nuevo miembro de la familia y último compañero de mi abuela: el micifuz, un gato callejero que después de haber sido desparasitado y auscultado para ver si no tenía ácaros, tomó posesión de la casa, haciéndonos a un lado a mi padre y a mí. La extraño mucho, y me duele no volver a tener y compartir más tiempo con ella. Pienso aprovechar sus enseñanzas y seguir su ejemplo. Siempre con entusiasmo estudiar, trabajar y sobresalir en lo que haga, para así honrar humildemente su memoria. Gracias. Armando Sandoval Hoffmann Estoy particularmente emocionado al dirigirme a ustedes, amigos y colegas de mi madre, tocaré algunos hechos aislados de su vida privada y que ilustran un poco de su maravillosa personalidad. Mi madre nació el 3 de marzo de 1919, hija de Carlos Hoffmann, naturalista, biólogo y arqueólogo alemán, y Esperanza Mendizábal, ama de casa poblana. De este matrimonio nacieron dos niñas antes que mi madre: Hertha y Érica, mismas que fallecieron a los pocos meses de nacidas. Para mi abuelo era su segundo matrimonio; en el primero procreó a Ida, media hermana de mi madre, diez años mayor y que actualmente vive en Alemania. Al igual que sus hermanas, mi madre cayó en una gravísima enfermedad siendo una bebita. Hartos mis abuelos de ver a su tercera hija grave, y viendo que la medicina tradicional de aquella época no surtía ningún efecto en la niña, decidieron consultar a un médico naturista que le cambió la dieta de tés y atoles por jugos de frutas frescas y papillas de vegetales crudos. La recuperación fue inmediata y, a partir de entonces, mi madre gozó de una salud envidiable hasta que a sus 88 años le diagnosticaron el liposarcoma que la condujo a la muerte. De su infancia solo hay que decir que era muy inquieta, traviesa y desobediente, lo que la medicina moderna llama “un niño hiperactivo”. En la adolescencia desbordó toda su energía en deportes como el tenis, natación, tenis de mesa y alpinismo, entre otros, sobresaliendo en torneos nacionales e internacionales, y ganando todo tipo de trofeos y medallas, logrando juntar más de 80 reconocimientos. Pero ante la preparatoria decidió dejar la excelencia académica, yéndose 3 frecuentemente de pinta y asistiendo a cuanta fiesta se organizara. Era también conocida por ser una estupenda e incansable bailarina. Su vida intensa y social toma un vuelco cuando, en noviembre de 1942, muere mi abuelo, cayendo en ella la responsabilidad de mantener su casa, agudizándose aún más su ya precaria situación económica al caer mi abuela enferma de Parkinson, y la cual la postra en cama durante más de 20 años, hasta su muerte. Es así como entra a trabajar a la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas, obteniendo también una beca de la Comisión Impulsora y Coordinadora de la Investigación Científica, que luego se convertiría en el CONACYT. A pesar de esto, se ve forzada a buscar otros trabajos y, obligada por las circunstancias, empieza a tener actividades ajenas a la biología, como fue el vender medias de casa en casa, obtener un diploma del American Institute of Decorators y así decorar casas y realizar otras múltiples actividades, entre las que destacan el haber diseñado y patentado unos bomboneros hechos de vidrio de reloj con piel, timbres y anillos de puro. Su última factura la expide a un famoso almacén en el año de 1959 donde, víctima de la piratería, se ve obligada a salir del mercado. Mi madre fue una aguerrida feminista; la molestaban todos los abusos y la discriminación que había contra las mujeres. Desde su época de estudiante fue precursora en la lucha de géneros, siempre alegre, era fanática del cine Nacional. Consideraba a Gary Grant, Errol Flynt, Pedro infante y Jorge Negrete, entre otros como “rete-chulos”. Ávida lectora de todo tipo de literatura y ciencia, también era fanática de historias policiacas y, en especial, de Agatha Christie. Gran intérprete del acordeón, amenizó varias veces fiestas tocando sobre todo tangos. Tenía, y no creo exagerar, cientos de pasatiempos, entre los que destacan el haber sido una extraordinaria bordadora, narradora de cuentos, coleccionista y escritora. Ya trabajando en el Instituto de Enfermedades Tropicales, conoce ahí mismo a mi padre, Armando M. Sandoval Caldera y ambos becados en Washington D.C. se casan, naciendo en 1950 mi hermano Claudio y en 1956, yo. La vida matrimonial no la alejó de sus actividades académicas y, ya teniendo una estabilidad económica, buscó el tiempo para educarnos a ambos. Siendo mi padre campechano, recibimos un hibridismo educacional en donde se juntaban usos y costumbres diametralmente opuestos, enriquecidos por esta combinación. En 1968, mi hermano y yo acompañamos frecuentemente a nuestros padres a las marchas durante el movimiento estudiantil. El 2 de octubre, un perro me muerde seriamente el brazo y por eso mi madre no asiste a la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, en donde se encontraría con su gran amiga Isabel Bassols. El 16 de diciembre de 1971 muere en un accidente automovilístico mi hermano de 21 a de edad. A partir de ese momento, mi madre se sumerge en una tristeza y depresión que casi la llevan a un estado catatónico. En 1974, por invitación del maestro Juan Luis Cifuentes, mi madre regresa a su Alma Mater, la UNAM. Aunque nunca supera la muerte de mi hermano, este hecho la hace adquirir un nuevo ímpetu lleno de energía y de entusiasmo, logrando alcanzar niveles sobresalientes en las actividades de investigación científica y académicas. En 1989 nace su primer y único nieto, Armando. Fue entonces cuando mi madre nos dio a conocer una faceta más como abuela, misma que él acaba de platicarnos. La UNAM, y sobre todo la Facultad de Ciencias, fueron su esencia vital. El convivir con todos ustedes, sus amigos y compañeros, colegas y alumnos, con quienes compartió todas sus alegrías y penas, la convirtió en una mujer plena, llena de satisfacciones y triunfos.