Maradona Y Kusturica
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1 LEER PARA VIVIR Del difícil arte de hacer un documental sobre D10S Publicado: 12 enero 2010 en Natalia Paez Etiquetas: Emir Kusturica, Etiqueta Negra, Fútbol, Maradona Maradona estaba en camino a la última escena. Tras una serie de obstáculos, plantones, idas y vueltas, un avión privado, contratado únicamente para él, lo había recogido en Dinamarca y acababa de dejarlo en el aeropuerto de Belgrado. Desde allí debía seguir un trayecto de cuatro horas en auto por una zona montañosa hasta la casa del hombre que intentaba retratarlo: el cineasta Emir Kusturica. El encuentro era parte de un documental sobre la vida del que algunos consideran el mejor jugador de fútbol de la historia. Ésta sería una de las tres entrevistas en profundidad pactadas. Los organizadores habían comprometido hasta a la policía nacional serbia para escoltar el vehículo que lo trasladaba. Por eso, cuando la llamada del chofer fue respondida, las sirenas oficiales se filtraban por el audífono. «Señor Kusturica, el señor Maradona me pide que lo regrese al aeropuerto, ¿qué hago?», dijo el hombre, como si tuviera otra opción antes de que aquello se transformara en un secuestro. La pobre recepción de la zona complicó la llamada. «¿Me escucha?», gritó el conductor. La voz de Kusturica debía llegarle entrecortada, pero 2 el mensaje era una sola palabra repetidas varias veces: ¡sranje! En serbio quiere decir: ¡mierda! Poco después otro celular sonó en casa del cineasta. Era el de José Ibáñez, el productor español de la película. Maradona llamaba para quejarse. Dijo que nadie lo había prevenido del agotador itinerario, que la casa estaba muy lejos y que debía regresar a Buenos Aires para resolver quién sabía qué tema, adiós. Fin de la llamada. Kusturica imploró paciencia al cielo: hacía días que preparaba aquel encuentro. Que el avión privado, que las cámaras, que las luces, que los micrófonos, que el clima. ¿Adónde está la traductora? ¿Y el fotógrafo? ¿Hay algo para tomar? Nos sentaremos allí porque hay mejor luz. También estaba entre ellos el cantante Manu Chao, que había compuesto una canción especialmente para el filme. La casa se había transformado en estudio. Maradona sólo tenía que llegar, pero a mitad de camino se arrepintió, se cansó, tenía que volver, chau, adiós. Y así los dejó. Boquiabiertos. –Fue surrealista –recuerda Ibáñez–. El día anterior había ocurrido un hecho premonitorio: cuando íbamos con Manu Chao a la casa, a mitad del recorrido, él me había advertido: «Acá Maradona pegará la vuelta». Así fue. Maradona se largó. Aquél fue uno de los desencuentros que marcaron un rodaje de pesadilla persiguiendo a un personaje al que algunos millones de seguidores llaman D10s. *** 3 La productora española Pentagrama Films se había propuesto conseguir la historia de un gran personaje contada por un gran director. Maradona aceptó un acuerdo económico –dicen– no tan bueno como el que obtuvo por el cargo de director técnico de la selección argentina de fútbol. El nombre de Kusturica saltó a la mesa cuando alguien recordó una escena de su película Gato negro, gato blanco en que el protagonista, un muchacho gitano, grita a orillas del Danubio: «Maradooona», en señal de júbilo. ¿Quién mejor que un director que alguna vez quiso ser futbolista profesional para retratarlo? ¿Y qué mejor que no fuera argentino? Se lo propusieron y Kusturica aceptó. Se puso a trabajar en el 2004. Pasarían cuatro años y varias crisis antes de que el documental quedara listo. El itinerario de la producción incluía escenarios como Villa Fiorito, el barrio obrero en el que Maradona nació y donde aprendió a jugar al fútbol; La Habana, ciudad en la que vivió tres años para limpiarse de las drogas; Nápoles, que es quizá el lugar más maradoniano del planeta; y también Belgrado, la ciudad que Kusturica adoptó para reafirmar su origen. Pero las cosas no salieron como estaban planificadas. El director iba a pasar momentos de angustia y furia antes de conseguir la entrevista principal con su personaje. Unas veces era Maradona el que lo dejaba plantado sin motivo. Otra vez, en medio del rodaje, sufrió un colapso físico que lo dejó al borde de la muerte. Pero también el mismo Kusturica estuvo a punto de mandar todo al diablo. Las interrupciones fueron 4 tantas que entre el inicio y el final Kusturica tuvo tiempo de rodar otra película: Promise Me This. Y sin embargo, parecía dispuesto a todo por culminar el proyecto, un retrato personal del futbolista más importante de su tiempo. El desafío no era menor. Maradona es un tema inagotable. Según la base de datos cinematográfica más confiable de la web, Internet Movie Database, hay más de veinte películas que tienen que ver con él (entre producciones para cine y televisión, participaciones especiales en filmes de otros y compilados de los mejores goles). Una estadística elemental sugiere que, si contamos desde que nació hasta su edad actual, cada dos años alguien intenta contar su vida para una pantalla. Esto sin sumar los libros. El valor agregado de este nuevo filme sería la visión que un narrador desbordado como Kusturica podía tener de una leyenda desbordante como Maradona. Si algo comparten ambos personajes es que sus vidas públicas y privadas han generado revuelos. A Maradona le basta con abrir la boca para que sucedan negocios o escándalos desopilantes. Kusturica, por su parte, ha repetido que desde ¿Quién se acuerda de Dolly Bell? (película con la que ganó el León de Oro de Venecia en 1981) siempre ha rodado la misma historia: –Es la locura vista por un loco –dijo una vez. ¿De qué se trataría pues el insólito desafío de filmar un nuevo documental sobre Maradona? ¿Acaso la historia de un loco que intenta comprender a Dios? *** Buenos Aires, abril de 2005. El escenario es Devoto, un barrio de clase media donde está la casa de la familia Maradona. La tropa cinematográfica llega cuando se festeja el cumpleaños de su hija mayor, Dalma. –¿Quién es? –Soy Emir y el equipo. Pasan. Aparece un Maradona obeso, de andar cansino, y los saluda. No se conocían. Fue el primer encuentro, informal, cámara en mano. Lo primero que Kusturica le dice es: «He llorado dos veces por tu culpa: cuando hemos perdido y cuando marcaste el gol contra Inglaterra». En el 5 documental, Maradona le contesta que mientras hacía ese gol sus piernas se movían para vengar a los muertos de la Guerra de las Malvinas. –¿Y el gol con la mano? –pregunta Emir. –Ése para mí fue como robarle la cartera a un inglés –se ríe Diego haciendo gala de su humor y viveza criolla. Poco después Kusturica y su equipo se van, no sin antes arreglar una entrevista para los días siguientes. Allí empieza el desconcierto. La segunda vez que tocan el timbre de la casa de Devoto, nadie atiende. Kusturica pone cara de rottweiler. La espera se alarga sentados en el vehículo de filmación. Al final sale Maradona, habano en mano, dice: «Hola, qué tal», se sube a su camioneta y se va sin más. Todos quedan haciendo el tonto con las cámaras encendidas. «Es como un juego infinito de puertas que se abren y se cierran. Me siento un paparazzo a la espera de que la estrella se despierte», exclama Kusturica en el documental. *** Sebastián Naranjo tiene veintisiete años y pertenece a la generación de adolescentes que se decepcionaron –con ese desencanto negro de la adolescencia– cuando a Maradona le dio positivo el control antidopaje en el Mundial de Estados Unidos. Guardaba hacia él resentimiento y le echaba la culpa de no haber visto fútbol por varios años después de ese episodio. Aunque es hijo de quien fuera el médico de los Maradona en los tiempos en que en esa familia no había dinero para médicos, no era fanático del ex capitán de la selección argentina. Pero lo que volvió a acercarlo a él fue que Sebastián es también amigo de Verónica Ojeda, la novia que Maradona había conocido durante el rodaje, en noviembre del 2005. Él había sido invitado al casamiento de un sobrino en los suburbios del sur de Buenos Aires. Allí se reencuentra con familiares, amigos y vecinos del barrio de su infancia. Gente querida. Allí, hacia un costado, ve a una rubia. La invita a bailar. La chica tiene veintisiete años. También es de Villa Fiorito. Desde entonces están juntos. Viven en una casa quinta en Ezeiza, cerca de donde él entrena a la selección argentina. La chica no sale en el documental, tampoco nadie de su entorno. Tal vez porque para terminar la película fue fundamental la participación de Claudia Villafañe, «La bruja», como la llama cariñosamente Maradona. Su ex esposa, madre de Dalma y Gianinna, abuela de su nieto. Pero sobre todo en este caso, su mánager. 6 Dicen que Maradona suele ser generoso con los allegados. En marzo del 2006 la banda irlandesa U2 llegó a tocar a Buenos Aires. Maradona estaba invitado por Bono Vox, por lo que le dio a su novia un puñado de pases VIP. Podía repartirlos a quien quisiera. Sebastián Naranjo, quien estaba alojado en casa de los Ojeda por esos días, fue uno de los beneficiados. Aunque no lo vio antes ni durante el show. Pero a eso de las cinco de la mañana, escuchó un ruido seco en el líving. Al asomarse al pasillo, Sebastián vio a Maradona parado a un metro de distancia y se quedó pasmado. Estaba con ropa de casa, pantalones cortos y un gorro de cowboy en la cabeza. Después se enteraría de que Bono le había regalado el sombrero que usó durante todo el Tour Vértigo, la exitosa gira que entre el 2005 y el 2006 llevó a la banda por el mundo para promocionar el disco How to Dismantle an Atomic Bomb.