693 EL VAMPIRO FEMENINO El Vampiro Ha Acompañado Al Hombre
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There are vampires and vampires and vampires, and the ones that suck blood aren’t the worst... wherever she came from, whatever shaped her, she’s the quintessence of the horror… She’s the eyes that lead you on and on; and then show you death. She’s the creature you give everything for and never really get. She’s the being that takes everything you’ve got and gives you nothing in return... She’s the lure. She’s the bait. She’s the Girl (Leiber: “The Girl with the Hungry Eyes”). EL VAMPIRO FEMENINO El vampiro ha acompañado al hombre desde la noche de los tiempos, ha sido su inseparable pesadilla, su terror más antiguo. Pero ese horror se agudiza si a su capacidad de destruir se alía un irresistible poder de atracción. Es por ello que su réplica femenina, la vampira, se convirtió en el emblema por excelencia de todo lo deseado y temido al mismo tiempo, porque era imposible escapar a una belleza letal que era solo preludio de la perdición. Nunca había imaginado la literatura un ser tan peligroso: ya no era una criatura monstruosa que acechaba en la oscuridad de los cementerios, sino un ser fascinante que se movía con soltura en sociedad y sabía ganarse la voluntad de sus víctimas. Y el hombre nunca había estado tan amedrentado, pues se sabía atrapado en las garras de la más pérfida seducción. Fue la literatura la que cinceló el modelo de la mujer vampiro que hoy conocemos, recreando tradiciones arcaicas según los patrones marcados por ciertos códigos éticos y estéticos. El hombre crea un nuevo ser femenino dando la espalda a la mujer real, creando una hecha a la medida de sus deseos; construye a la mujer vampiro como sustituta; la vampira es similar a una muñeca autómata: un personaje imaginario cuya posible existencia conlleva unas consecuencias fatales y letales para el hombre (con lo que su existencia como posible ser real, pero encerrado en un texto le permite al hombre fantasear durante la lectura, pero sabedor de que podrá seguir dominando el mundo cuando cierre esas páginas). La vampira no es una réplica de la mujer, sino una 693 proyección del artista que la crea, es el arquetipo jungiano del ideal colectivo común a todas las culturas, a todos los tiempos y a todos los hombres, por eso la vampira es un icono popular de antaño. El presente estudio reúne una serie de relatos que tienen como protagonistas a estas terribles vampiras, y las palabras citadas arriba ejemplifican magistralmente el poder de estos seres, de este ser femenino. Despertar a una hermosa durmiente es el mensaje del clásico cuento infantil; despertarla de un profundo, plácido y larguísimo sueño con un beso, dice la leyenda. Este es el caso típico de la princesa, la protagonista de los cuentos de hadas, donde un príncipe azul despierta a su adorada de un sueño perpetuo. Pero en la eterna noche existen otras bellas durmientes que han cerrado sus ojos a la eternidad. ¿A ellas se les despertara también con un beso? En el presente estudio intentaremos despertar el mito de la bella durmiente, hija de la noche y que despierta bajo el techo de la luna, no para buscar a su amado, sino para succionar la vida. ¿Dónde nace el mito? Cada cultura ha tenido esa bella pero diabólica princesa. ¿De dónde provienen las vampiras? Los testimonios más antiguos hay que buscarlos como hemos dicho en los primitivos demonios femeninos. Asociado el vampiro a la mujer de temperamento volcánico, el mito adquiere un matiz marcadamente erótico entre algunos pueblos y culturas. Lilith, Melusina, la belle dame, lamia, mara... La variedad del vampiro hembra la encontramos primeramente en las tradiciones caldeas, fenicias, cananeas y judías. Estas mujeres, almas del Averno, se ocultan durante el día y es por la noche cuando salen para cometer cuantos desmanes se les antoja126. 126 Lilith aparece en la noche de Walpurgis del Fausto de Goethe. La relación de Lilith con la noche ha vinculado a este ser de la oscuridad con la simbología astral: indica un misterioso asteroide (la luna negra), que gira alrededor de la tierra con un ciclo de 177 días, pero que es invisible por su proximidad al cono de sombra que hay entre la tierra y el sol. 694 En Grecia, si en principio son escasas las divinidades malvadas, con el tiempo se multiplican las representaciones del mal. Las furias, las harpías, las parcas, la hidra y las lamias (con las tres personificaciones de la Luna, en especial la siniestra Hécate, quien se complace haciendo aullar a los perros y vertiendo la sangre) no siempre muestran en sus rasgos la figura del vampiro, aunque, en ocasiones, actúen como tales, pues sus facetas principales son aquellas en las que se observa el descuartizamiento humano – real o figurado. Las furias y las harpías griegas no sólo atormentan a las almas de los muertos en el infierno Tártaro, sino que saliendo de la tenebrosa mansión de Hades, se encarnan en vampiros que persiguen a los vivos. La lamia primitiva entra también en el mito, dando origen luego a las ninfas (seres ávidos de muerte) a las orcas, a las larvae, a las striges, criaturas todas ellas fantásticas, con atributos bestiales, y que atraen a los hombres, bien para devorarlos, bien para sorberles la sangre. El antropomorfismo griego atribuye diversas personificaciones a las larvae (seres que habían muerto sin expiar sus crímenes, marcadas por una conducta sanguinaria y malvada, que aun después de fallecer se dedicaban a absorber la vida de los vivos, teniendo aspecto de seres esqueléticos y pálidos) y a espíritus elementales que atormentan a los hombres buscando aplacar en ellos su sed de sangre. Las ninfas, los elfos, las hadas maléficas – por citar solamente unos cuantos– huyendo de Grecia durante el apogeo romano, encuentran cobijo en Alejandría, confundiéndose con ciertos seres pertenecientes a la tradición árabe. Recordemos asimismo cómo el rey Penteo de Tebas, y Licurgo, rey de los edonios de la Tracia, se oponen a Dionisio, rey de las vides, y ambos son descuartizados por las frenéticas bacantes. Orfeo sufre la misma suerte que Penteo y Licurgo a manos de las bacantes. En Roma, seres quasi vampíricos se observan, por ejemplo, en la Farsalia del poeta Lucano. 695 Los trolls son los espíritus familiares de los campesinos escandinavos que, al igual que los manirots respecto a los payeses del Pirineo leridano, les ayudan en sus tareas, si bien, un día pueden volverse implacables enemigos que beberán la sangre de sus animales e incluso de sus propios amos. Los elfos (elfydd, denominación genérica que emplea la tradición folclórica escocesa para referirse a los seres que viven en el mundo inferior) rehuían la compañía humana, pero algunas crónicas refieren que los sajones se vieron atacados por estos seres, que salieron de sus escondrijos para abalanzárseles sobre el cuello y chuparles la sangre. Tan arcaico como el mito del vampiro en muchas culturas es el de la mujer reencarnada en espíritu maligno: Lilith, la primera mujer de Adán que recogen ciertas tradiciones hebraicas, se convirtió en una vampira que atacaba a los recién nacidos, como castigo por no haber obedecido las órdenes de Dios; en la Grecia clásica se nos habla de las empusas, monstruos chupadores de sangre, y de Lamia, amante de Zeus que se convierte en otra asesina de niños después de que la celosa Hera causase la muerte a todos sus hijos; los romanos creían en las striges, criaturas nocturnas provistas de alas que también le arrebatan la sangre a los niños; en Malasia podemos encontrar la historia del langsuir, una mujer que, tras la muerte de su hijo recién nacido también se convierte en una peste para las madres que acaban de concebir a sus retoños. No deja de ser significativo que en puntos geográficos tan distantes se recree el mismo drama básico de la mujer que pierde a sus hijos y se venga en las demás madres. Esto contribuyó a que se emplearan medios más o menos mágicos para proteger a las madres que iban a concebir, así como a sus hijos. También fueron muy frecuentes los relatos sobre mujeres chupadoras de sangre, generalmente ancianas: las meigas xuxonas gallegas, las guaxas asturianas, los loogaroo (proveniente de la expresión francesa para hombre lobo, loup garou) de Haití, las 696 sukuyan de Trinidad... Estos dos últimos tipos de vampiros femeninos tienen en común, entre otras cosas, el ser vampiros cuyo ámbito de actuación era el área caribeña. Según se cuenta, vivían de incógnito en una comunidad, llevando aparentemente una vida normal durante el día y actuando como vampiros de noche; incluso sus propios maridos ignoraban que fueran vampiros. Íntimamente relacionadas con el vampiro femenino nos encontramos figuras como los íncubos, los súcubos o el demonio conocido bajo el nombre de mara; este ser se sentaba sobre los pechos de los durmientes y les causaba pesadillas (esta palabra es la base del término anglosajón nightmare). Ninguna de estas entidades era un vampiro propiamente dicho, pero sí que es cierto que se comportaban de manera análoga, atacando a sus víctimas masculinas y dejando a la víctima turbada y exhausta. Si bien, en un principio, el Cristianismo rechazó de pleno las creencias de este tipo de seres, los siglos XV y XVI asistieron a una salvaje orgía de sangre que tenía como objetivo erradicar la brujería en Europa. El tristemente célebre texto de los dominicos Jacob Sprenger y Heinrich Kraemer, el Malleus Maleficarum (1486), sentó las bases para detectar y ejecutar a las brujas y favoreció la identificación de las antiguas vampiras con estas servidoras de Satán.