CUENTOS ANDALUCES Depósito Legal MA 276 - 11-1964 O
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CUENTOS ANDALUCES Depósito Legal MA 276 - 11-1964 o ■ 1 y 1 '} & 5 ' ‘ ) CUENTOS ANDALUCES DE Arturo Reyes 1 Edición Homenaje del Excmo. Ayuntamiento GRAFICAS “SAN ANDRES" Alonso Cano, 4 - MAL.AGA PRELIMINAR En las últimas décadas del siglo XIX se acentúa, como es sa bido, el realismo en la narrativa española, y también en otros gé neros, alcanzando su culminación en la literatura regional. El pai saje y el ambiente de las diversas regiones, la idiosincracia de sus habitantes, sus costumbres, sus fiestas, su habla atraen la atención de insignes escritores, que plasman, en novelas y cuentos, vivos cua dros de las distintas tierras y comarcas españolas, sobre el común y esencial fondo humano. Arturo Reyes figura por derecho propio entre la pléyade de los escritores costumbristas regionales, y a Málaga, la ciudad en que nació y a la que amó apasionadamente, dedicó la casi totali dad de su producción en prosa. Sus barrios populares, con cuyos nombres tituló algunas de sus obras, determinadas calles de estos barrios, los rincones pintorescos de la ciudad, las risueñas playas y calas de sus costas, los lagares y haciendas, trochas y vericuetos de sus campos y sierras, son los escenarios en que .se mueven los personajes de sus ficciones. Hombres cabales, con toda la majeza y la bizarría de la tierra; bellas mujeres, con todo el garbo y la gracia de Andalucía, y la pasión amorosa entre ellos, con toda su sensualidad, sus arrebatos, sus achares, celos y venganzas, a veces sangrientas, constituyen el eje de sus páginas. Y junto a protago nistas y antagonistas, un nutrido cortejo de personajes secunda rios, pintorescos o vulgares, pero representativos todos de la Má laga de antaño y de las facetas populares y cotidianas de la vida do la ciudad,^ hoy desaparecidas. Y envolviéndolo todo el chispean te diálogo, vivo y agudo, lleno de hipérboles, de gracia, de ironía y de zumba, con los giros y modismos peculiares de la región y aún de la ciudad y de sus pueblos. Todo este mundo pintoresco y apasionado creado por Arturo Reyes tuvo su propia masa de lectores fieles y asiduos. Primero, en su Málaga natal; después, en Madrid, donde sus cuentos se leían en revistas^ corno “Blanco y Negro” y “Nuevo Mundo”, y en la célebre sección literaria de los lunes del diario “El Imparcial”, en la que colaboraron las mejores firmas españolas. De aqui, m fama irradió a América del Sur, publicando sus_ cuentos en La Nación” y en la revista “España”, de Buenos Aires. Ultimamente sus primorosas novelas cortas vieron la luz en las colecciones de “Los Contemporáneos” y de “El Cuento Semanal . Hoy, justo es reconocerlo, aquella popularidad pasó; pero el nombre de Arturo Reyes ocupa, con todos los honores, un lugar destacado en la Historia de nuestra Literatura, dentro de la época en que escribió, embelleciendo con su arte la realidad de la tierra malagueña. j ^ Por todo ello, el Excmo. Ayuntamiento, con motivo de cum plirse el pasado 29 de septiembre de 1963 el centenario del naci miento del escritor (acaecido en la calle del Rosal, del bamo del Perchel, hoy desaparecida), acordó, en sesión del 13 de dicho mes, rendir el debido homenaje a la memoria de su hijo predilecto y popular escritor; y considerando la posibilidad de que se perdiese su obra dispersa en diarios y revistas desaparecidos_ o de difícil consulta, dispuso la reedición de los cuentos publicados en la Prensa nacional y suramericana, no recogidos en libros, en su mayo ría y prácticamente inéditos, por tanto, y de varias de sus novelas cortas. Asimismo se acordó colocar una lapida conmemorativa en la casa número 19 de la Plaza de la Merced, en que murió el m- velista, y rotular con su preclaro nombre una calle de la ciudad . digna del mismo. Con posterioridad al acuerdo a que nos referimos, se erigió a la entrada de los jardines del Parque un busto de Arturo Reyes con una figura femenina representativa de su obra “La Gomera , debida al escultor don Adrián Risueño. Este monumento fue inau gurado por el Alcalde don Francisco García Grana, que en elo cuentes palabras .subrayó la significación del acto, agradeciendo el homenaje un nieto del escritor, el Dr. D. José Carlos Reyes, en ' emocionadas, vivas y bellas frases. Mármoles, inscripciones y letra impresa han venido a saldar la deuda que Málaga tenía contraída con uno de los más amantes de sus hijos. D elegación DE C ultura DEL E xcelentísimo Ayuntamiento VI MI PADRE Por Adolfo R eyes Mi padre nació en los Percheles de Málaga, en una casa humil de de la calle del Rosal, el día 29 de septiembre de 1863, Con po cos afectos en su infancia— a su madre, Josefa Aguilar, no la co noció—, fue un niño reconcentrado y hosco, amigo del silencio y de la soledad. Esto quizás extrañe a los que después le conocieron franco y optimista, pero basta ver en su retrato de aquel tiempo su expresión de terquedad y desconfianza para comprender que debió de ser de este modo. De mi abuelo Manuel Reyes sólo conozco un daguerrotipo que le representa con la mirada profunda, la barba bien cuidada y la mano en la sisa del chaleco, en una actitud de satisfacción. En com pañía de sus hermanos—Salvador, Francisco y Antonio—, tuvo una fábrica de licores, y todos vinieron a morir ya viejos, por unos mis mos año,s, del 70 al 78. Volviendo los ojos al pasado desconocido, ante estos pálidos fantasmas que entre dos fechas se deslizan, sin saber de qué modo recorrieron su senda, ni el alarde de su vida, ni las explosiones de sus sentimientos, el ánimo se deprime, porque también de nuestra vida, acervo de amores y tristezas, quedarán dos fechas silenciosas. Mi padre no quiso morir de este modo, y por eso esparció sus sen saciones como en otoño la buena simiente. Quiso que perduraran sus sentimientos en las inaaginaciones después que se apagaran en la vida. No digáis de él nació..., murió..., sino amó intensamente y sufrió dolores agudos. Mantenedle piadosamente en vuestra memo ria, porque éste fue su mayor deseo. Aprendió las primeras letras en el colegio de un conde polaco, desterrado de su patria, que se apellidaba Podoski. De este tiempo os podría contar esas anécdotas, ingenuamente divertidas, que^ tie nen en el hogar un perfume tan delicado, que al sacarlas de él se deshace y desaparece. Os diré una, si me lo perdonáis. Un día mi padre se apartó distraído del ayudante que le llevaba al colegio en unión de otros escolares, y viéndose solo, aunque cerca de su casa, empezó a llorar con desconsuelo hasta atraer a los transeuntes. — ¿Por qué lloras, niño? —^Porque me he perdido. — ¿Y tú dónde vives? —^En aquella casa. Esto lo contaba él como ejemplo de su precocidad. Hizo su pri mera poesía, una quintilla, a los doce años, cuando murió su padre, y ya no volvió a escribir hasta más adelante, cuando los amores hi rieron de un modo nuevo su sensibilidad. Al quedar huérfano, malbaratada por manos extrañas la corta hacienda paterna, vino a encontrarse en la necesidad de^ ganarse la vida. La ganó de dependiente en el despacho de un hábil comer ciante de aquel tiempo, don Eduardo Loring, con el que estuvo muchos años, hasta que este señor se murió y su comercio^ se deshizo. Por entonces la vida de mi padre fue impetuosa y difícil. Mezcla del brío de su mocedad y de las contrariedades de su situación aho gada. Vivía solo; se cosía las roturas; enjuagaba en el lavamanos los cuellos de caucho, y se cepillaba el traje en las festividades, para ir de mejor modo que los demás días. Verdaderamente no son ale gres las referencias que os puedo dar de su juventud. Se casó a los veinte años. En este tiempo ya había publicado algunos versos en la revista El Album. Pero mejor que yo, os lo^ dirá él en unas cuartillas en que apunta sus primeros pasos en la litera tura y que escribió no sé con qué objeto. II “Muerto El Album, ya dediqué mi péñola a conmover el cora zón de la que soporta resignada las resultantes de mis segregacio nes hepáticas y las acritudes nacidas de mi dispepsia crónica, en tonces gallinita de mis ilusiones, en la que agoté el vasto repertorio de los adjetivos en estrofas, si medianamente rimadas, reñidas con el sentido común; y tantas veces la hube de llamar perfida como la onda, corazón de sílice, peñascal cubierto de flores, que por li brarse, sin duda, de aquella poco galante acometividad, se decidió a apechugar conmigo; sobre todo, después de una noche en que, entre las páginas de uno de los tomos de María p la hija de un jor nalero, le envié unos cantares, capaz, el que menos, de conmover el corazón de un tigre de Bengala, el primero de los cuales decía: Carmen, ¿por qué con desvíos gozas en darme tormento? ¿Soy yo culpable si siento tan ardientes desvarios? Este fue el que hizo desvariar, sin duda, a mi compañera, que desde aquel momento, de arisca que era, tornóse dulce como un pa nal de miel hiblea; y tan de firme apretó el desvarío, que algunos meses después nos trasladábamos, tras la correspondiente visita a la Vicaría, al cincuenta por ciento de un piso vecino a las más altas latitudes interplanetarias, donde, en plena luna de miel, envidiosa la tierra de nuestro constante idilio, por poquito convierte a Ma laga en un montón de escombros: que fue mucho terremoto el que nos ofreció la tierra en nuestras horas nupciales.