Hermanas Dominicas De La Anunciata 100 Años De Presencia En América
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HERMANAS DOMINICAS DE LA ANUNCIATA 100 AÑOS DE PRESENCIA EN AMÉRICA DEL SUR 1908 – 2008 Sumario PRESENTACIÓN SUMARIO INTRODUCCIÓN I. EL BEATO FRANCISCO COLL, FUNDADOR DE LA CONGREGACIÓN DE HH DOMINICAS DE LA ANUNCIATA II. INICIOS DE LA CONGREGACIÓN EN AMÉRICA DEL SUR (1908-1949) III. EL COMIENZO DE LA PROVINCIA Y SU CRECIMIENTO EN EL TIEMPO IV. EVOLUCIÓN DE LAS CASAS DE LA PROVINCIA HASTA LA ACTUALIDAD V. AGRADECIENDO EL PASADO Y MIRANDO CON ESPERANZA EL FUTURO. FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA ANEXOS ÍNDICE GENERAL INTRODUCCIÓN En el año 2008 celebra la Provincia Santa Rosa de Lima cien años de historia: el centenario de la Congregación de Hermanas Dominicas de la Anunciata en América del Sur, en la República Argentina. América recibió las primicias del amor de la Anunciata, cuando ésta se sintió con fuerzas suficientes para transponer las fronteras de la Madre Patria, demostrando su poder de adaptación y el espíritu de universalidad y catolicidad que le anima. El 3 de agosto de 1908 se inicia en Barcelona la aventura de llegar a suelo americano. El comienzo fue arduo, bella la misión: anunciar la Buena Noticia a los hermanos de América, desde la educación. Han pasado muchos años, muchas hermanas han dejado sus vidas lejos de la patria que las vio nacer. Las primeras, bajo el gobierno de la Hna. Antonia Gomá, Priora General, llegaron para formar parte de dos comunidades: «Asilo Dulce Nombre de Jesús», en Buenos Aires y “Patronato de la Infancia” en la ciudad de Chivilcoy, Provincia de Buenos Aires. El fin de estas fundaciones fue la dirección de dos obras de beneficencia para niñas internas, hijas de familias carenciadas o con problemas. Las hermanas estaban encargadas de la formación e instrucción de las mismas. Durante muchos años practicaron silenciosa y abnegadamente obras de misericordia espirituales y corporales, impartieron una educación esmerada y sobre todas las cosas una formación moral y religiosa a toda prueba. El nombre de las doce primeras hermanas que llegaron aquel 24 de agosto de 1908 están en el corazón de la Provincia. Ellas son: Inés Pujols Asunción Lluch Teresa Oller Josefa Andrés Clara Camps Carmen Anguela Carmen Cabrillach Rosa Pons Encarnación Elíes Luisa Peña Emilia Miró Imelda Pujol Con gratitud se hace memoria de ellas, tenemos la responsabilidad de continuar lo que comenzaron nuestras hermanas. Estamos lanzadas hacia delante junto a la Iglesia de América Latina, caminando en fidelidad al carisma sembrado pródigamente en estas tierras. Este trabajo quiere ser una acción de gracias profunda al Señor por nuestro Fundador, el Padre Francisco Coll, apóstol y misionero de Cataluña; un canto de alabanza por el esfuerzo fecundo y desinteresado de las hermanas que, abandonando el suelo patrio por amor a Dios y a sus hermanos los hombres, se lanzaron a la siembra espiritual. ¿Qué buscaban en nuestro nuevo continente? Dar a conocer a los pequeños y a los jóvenes la luz del Evangelio, las enseñanzas cristianas, el amor a María la Madre de Jesús, transmitir y mantener vivo el espíritu del Padre Coll en estas tierras americanas. Contaban sólo con las fuerzas recibidas de Dios para su acción benéfica y fecunda, con las oraciones de las hermanas de España, de sus familias que las despidieron sin esperanzas de volver a verlas, de los sacerdotes conocidos que ofrecerían sus misas para que el Señor Jesús las ayudase en esta empresa, que, como expresa alguno de ellos, “sólo con su ayuda podría llegar a buen fin”. Diría el Padre Antonio Huguet que las hermanas vinieron para realizar el afán misionero y redentor que palpitó con ambiciones de universalidad en los corazones de Santo Domingo y del P. Coll. Llegaron al puerto de Buenos Aires el 24 de agosto de 1908, comenzando a trabajar para extender el Reino de Dios. Otras vinieron después con los mismos bríos, con las mismas ansias. A todas ellas les debe la Provincia sus orígenes y su vitalidad. Ellas son las columnas donde hoy nos apoyamos las que actualmente llevamos la antorcha encendida para iluminar nuestro entorno. Los frailes dominicos nos buscaron, nos recibieron en Buenos Aires y nos acompañaron a lo largo de todos estos años; no sólo en Argentina, también en los otros países por los que se fue extendiendo la Provincia. El deseo de preparar las fiestas centenarias haciendo memoria de nuestras raíces, movió a la Hna. Amelia Robles, Priora provincial, a estimular con entusiasmo esta investigación. Ella puso los medios para hacerlo posible, valorando la obra y legado de nuestras primeras hermanas “las de los primeros tiempos”…aquellas que hicieron con pocas cosas grandes obras y sostenidas sólo en Dios, encontraban en Él su alegría. A su vez, entre los padres de familia surgió también la inquietud de conocer mejor los comienzos de nuestra presencia en América. Para realizar el trabajo tuve en cuenta las sugerencias del P. Vito, nuestro hermano e incondicional colaborador; leí sus libros “Testimonios” y “Obras Completas”, compendio de la vida del P. Coll y su obra; las Crónicas de la Congregación: las Revistas Anunciata, Imán; Boletín Anunciata, Hojas Informativas de la Congregación y de los Frailes de la Provincia de Aragón; Escritos del P. Huguet, de frailes conocidos, de hermanas y otras publicaciones. Agradezco a la Priora General, Hna. Ma. Jesús Carro y Consejo por sus deferencias, al P. Vito Gómez y Hna. Socorro Pérez Campo Osorio por sus oportunas orientaciones; a la Hna. Amelia Robles, Priora provincial, por su confianza y estímulo; a la Provincia de Santo Domingo que me acogió en la Residencia de Valencia y a la comunidad de esta casa, con la que compartí muy fraternalmente los tres meses de mi estadía en España. Agradezco también a las hermanas de mi querida Casa provincial, en la que fui desarrollando este proyecto y en la que siempre me sentí integrada, a las comunidades donde estuve asignada este tiempo: Beata Imelda y Turdera, que prescindieron de mí muchos días para que pudiera avanzar en la investigación y a quienes colaboraron prestando otros servicios para facilitarme la tarea. Doy gracias al Espíritu Santo que me iluminó y fortaleció en el trabajo, suya es la obra; también por la especial presencia de María y del Padre Coll. Esta fue para mí una valiosa oportunidad para conocer y amar más profundamente a la Provincia y en ella a la Congregación. I. EL PADRE FRANCISCO COLL, FUNDADOR DE LA CONGREGACIÓN DE HERMANAS DOMINICAS DE LA ANUNCIATA La Congregación de Dominicas de la Anunciata fue fundada en Vic, Barcelona, el 15 de agosto de 1856 por el Padre Francisco Coll y Guitart, O.P. Ese día reunió a las primeras postulantes en una casa contigua a la suya en la calle Call Nou, después de haber obtenido las autorizaciones eclesiásticas correspondientes. El Padre Francisco Coll, movido por una fuerte vocación dominicana, había ingresado a la Orden en el convento de la Anunciación de Gerona en octubre de 1830. Cinco años después, siendo diácono, fue obligado a dejar el convento por las leyes persecutorias contra la vida religiosa. La Provincia dominicana de Aragón sufrió la supresión de todas sus casas y la confiscación de los bienes. Los frailes y estudiantes se vieron exclaustrados, pero no se apagó en ellos el espíritu apostólico dominicano. De este grupo se destaca por su santidad de vida, por su ministerio catequético y misionero quien será más tarde el fundador de la Congregación. Ordenado sacerdote el 28 de mayo de 1836 celebró su primera misa en la ermita de S. Jorge de Puigseslloses, cercana a Vic (Barcelona). Su vida iba transcurriendo en la fidelidad al carisma de Santo Domingo. En él había prendido el ideal dominicano que mantuvo vivo como exclaustrado hasta el fin de sus días. El liberalismo anticlerical iba adquiriendo poder día a día en esas tierras mientras se carecía de conducción espiritual por falta de pastores. Santo Domingo y el Padre Coll, cada uno en su época, supieron captar y hacerse eco de las necesidades más urgentes de su entorno. Ambos se dieron por entero para remediarlas con la elocuencia de la palabra y del ejemplo. Después de varios años de trabajo ministerial como vicario en Moià, el Padre Coll renuncia a todo cargo parroquial y consagra sus días a la predicación itinerante, desde una vida pobre según el Evangelio al estilo de Santo Domingo. Comienza a misionar con otros sacerdotes –dominicos, claretianos, jesuitas, diocesanos-, era un convencido de la eficacia del trabajo misionero en equipo. Realizaba su acción apostólica a través de las misiones populares, que eran solicitadas a los obispos por párrocos y Ayuntamientos de los distintos poblados de Cataluña. El objetivo de las mismas era restaurar la vida cristiana. El misionero tenía que ser un catequista, un predicador que moviera los corazones, un ministro de Dios que con sus dones sacerdotales dispensara el perdón por el sacramento de la penitencia y condujera al encuentro gozoso con Cristo en la Eucaristía. Así fue el P. Coll; todas las diócesis de Cataluña dan todavía testimonio de los frutos asombrosos que producía su predicación incesante, pudiendo afirmarse que por espacio de treinta años la vida de este hombre fue una misión continua. A ejemplo de los apóstoles y Santo Domingo se desplazaba casi siempre a pie de un lugar a otro. Las naves de los espaciosos templos se llenaban de gente, al igual que las humildes iglesias rurales y hasta las plazas. Por grande que fuera el espacio, su potente y sonora voz llegaba a todos los ámbitos y entraba en los corazones más endurecidos, moviéndolos a la conversión. De este caminar incesante por pueblos, villas, ciudades, aldeas, sacó como conclusión que la ignorancia de la doctrina cristiana era una de las principales causas de la corrupción de costumbres.