Los Tesoros Del Alma © SAN PABLO Avda
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Antología Líneas de Vida Los tesoros del alma © SAN PABLO Avda. L. B. O’Higgins 1626, Santiago de Chile E-mail: [email protected] 1ª edición - 1.500 ejemplares Octubre de 2016 Inscripción N°: 258.889 Impresor: Disa impresores Santa Rosa 1592 Stgo. Fono - Fax: 225561788 Impreso en Chile - Printed in Chile Presentación Abrir un espacio de participación como el concurso Literario Nacional de adultos mayores, “Líneas de Vida”, implicaba asumir un enorme desafío: Hacer de este espacio un punto de encuentro, en donde los adultos mayores podían volcar su mundo interior para transmitir un legado que, a partir de la mirada hacia el pasado, nos permitiera construir el futuro. El primer año fueron trescientos cuarenta escritos los que se recibieron. Este año, la participación del concurso llegó a los dos mil ochenta textos, lo que es un claro reflejo de cómo, año a año, los objetivos planteados se van cumpliendo. El concurso literario no solo generó una instancia para plasmar inquietudes literarias, sino también un lugar visible a partir del cual se puede promover la participación activa de los mayores. Las cuatro instituciones involucradas, editorial SAN PABLO, la Pastoral Social Caritas, Caja Los Andes, y la U3E estamos comprometidas en darle a los mayores la importancia que merecen dentro de nuestra sociedad, apoyando iniciativas que fomenten una tercera edad activo y con su particular mirarda, dado que representan, no solo, la memoria histórica de la sociedad, sino también un presente y un futuro más integrador. 5 Año a año el concurso gana en participación y calidad literaria. Y año tras año nos podemos dar cuenta de lo necesario que es escuchar a los adultos mayores y compartir sus relatos. En ellos podemos leer historias de esfuerzo, crecimiento y autodescubrimiento. Relatos que nos dan cuenta de un Chile que está al alcance de nuestra mano, pero que, a veces, nos cuesta encontrar. Las historias plasmadas en esta antología nos dan valiosas lecciones de vida y abren la mirada hacia un mundo interior que nos habla de anhelos, frustraciones, desafíos, pero también esperanza y alegría. Tal como dice el papa Francisco en su exhortación Amoris Laetitia: “la ausencia de memoria histórica es un serio defecto de nuestra sociedad. Es la mentalidad inmadura del ‘ya fue’”. No se puede construir un futuro sin mirar el pasado. Y estas narraciones son el mejor instrumento para que niños y jóvenes conozcan, de primera fuente, la historia del barrio, de la familia, del país. Agradezco a todas las personas que se dieron el tiempo para compartir con nosotros una parte de sus vidas, a través de sus poemas y narraciones. Los invito también a leer los veinticuatro tesoros del alma que componen esta antología, fuente y reflejo de una historia de la que ya todos somos parte. Jorge Bruera Director General SAN PABLO Chile 6 Narraciones 2016 Escenarios cristalizados Jorge Eduardo Valderrama Gutiérrez, 63 años. Talca, Región del Maule. He tenido un sueño recurrente en el último tiempo. Uno en el que casi siempre la veo allí, en ese rincón bajo el parrón, sentada en su silla de batro, con sus lentes sobre la nariz sumergida en un diario o revista. La veo, si no con el crochet o los palillos, conversando con volatizadas vecinas; ordenando su antigua vitrina o con el cucharón de palo en la mano. Casi siempre le veo mirarme con ternura, acariciándome el pelo, llevándome de la mano por calles, parques y avenidas. ¡Éramos como el conejo y Alicia! A veces la veo asomarse en alguna esquina de mi hoy, casera de todos los boliches del barrio. ¡Cómo sostenía con fuerza su escuálida chauchera! Ésa malhadada y del cierre forzado. Y evoco sus manos temblorosas abriendo, cerrando, mirando y hurgando en su fondo esmirriado, casi siempre desinflado por 9 invisibles gnomos. Aún permanece casi de las últimas en aquella interminable fila esperando el pago de su pensión. También la imagino yendo por la Feria Libre en Avenida Santa María, de Renca, zumbando y regodeando precios para luego cruzar presurosa hacia la panadería. Sí, a mi abuela María la conservo en un rincón sacro de mis recuerdos, aunque en ocasiones se las ingenia para horadar la eternidad que nos separa y manifestarse buscando ovillos de lana, echando una moneda en mi bolsillo o correteando un gato. Allá, en lo alto, diviso su iconografía de cabeza cana, piel recogida, cara ardiente y conversación fluida. Arrimada al infaltable brasero invernal para entibiar sus huesos, ése de fierro con cisco azucarado y vahos de limón. Amén de esa parsimonia y paz increíbles… Así sueño con ella. En mi condición de romántico por naturaleza. Y he aquí algo más de mi rutinaria vida y lo que me ha acontecido recientemente… Cada diciembre nuestra modesta vivienda luce invadida, en todos sus rincones, por el ambiente navideño, por su espíritu. Aquí y allá resaltan multi- colores luces, globos dorados, refulgentes guirnaldas, motivos pascueros, villancicos, multifacéticos Santa Claus y todo un ambiente de nostalgia por navidades pasadas. Al centro de la salita donde vemos televisión, una antigua locomotora —con su agudo silbato y característico traqueteo— arrastra sus carros por la 10 vía que circunda el Árbol de Pascua. A Yanira, mi mujer, le encantan los trenes, siente una atracción especial por ellos. A mí, debo reconocerlo, ¡también! Juntos contemplamos extasiados, hasta altas horas de la noche, nuestro hogar engalanado de perfumes pretéritos, evocando aquellos grititos bulli- ciosos que hoy están ausentes. Como les decía, Yanira, a sus 62 años, atesora en su interior un alma de niña que se extasía hasta con lo trivial. En ocasiones me encanta verla venir, a lo lejos, con su rostro radiante, movimientos decididos y alegres, todo un himno a la vitalidad y a la vida. Diría que se caracteriza por su mediana estatura, complexión gruesa, espontaneidad, y por no callar jamás lo que desea decir. Yo, Pascual, de 68 años, soy su complemento. Un tanto delgado, semi calvo, ceremonioso, obsesivo y cerebral, me cuesta expresar mis emociones. Pero hemos compartido 42 años y nos conocemos como un navegante a sus mapas. Jubilamos recientemente y nuestros tres hijos, todos profesionales, hace años que abandonaron el nido. Pero nos visitamos con frecuencia para abrazarnos, acariciarnos y conversar. Las escenas hogareñas junto a mi mujer son inter- minables. Nacen y mueren cada día, cada noche. Son parte de nuestra danza de la vida… 11 Como todos, ella y yo tenemos nuestras usanzas. Desde que despertamos por las mañanas hasta que ponemos la cabeza en la almohada en el ocaso. De esta manera, nuestra rutina se inicia temprano. Tras la ducha y un frugal desayuno, comentamos lo que se comenta o lo que otros han comentado. Nos gusta conversar, y estamos algo adictos a la TV. Tipo 8:30 horas me dirijo en mi auto a la pequeña librería que hemos formado con Yani tras jubilarnos, donde paso hasta el mediodía, hora de almuerzo. Entonces, sin apuro, regreso donde mi mujer. Ella se encarga de la casa, cultivar un frondoso jardín y embellecer nuestras vidas. Si el día está hermoso, tomamos once en la terraza, si no, en el comedor de diario. Por las noches compartimos un mullido sofá, y frente al televisor contemplamos largo rato el centelleo multicolor que arroja aquel pino artificial rigurosamente decorado y coronado por una estrella, haciendo desfilar ante nuestros ojos cientos de fotografías e innumerables recuerdos. Ora se levanta ella para ir a buscar algo, ora soy yo quien doy una vuelta por el interior de la casa. Aparentemente nada buscamos, pero siempre estamos de safari con nuestras conversaciones. La presa: los momentos mágicos y las escenas idas. Hacemos juntos las compras diarias, planifi- camos una rica cena, un viaje a la playa, otro viaje un poco más lejos; invitar a nuestros amigos, ir de 12 visita… luchamos contra la asfixiante soledad. Y en tal lid todo vale, desde comentar el quehacer local a través del periódico o la televisión, leer asiduamente, a pasear por un parque, Alameda o conversarnos un café. Hasta me he propuesto trotar… aunque estoy en la etapa de las intenciones. Breves descansos para demorar un poco a la ineluctable entropía. Ya más tarde, de noche, abro y cierro la reja, y con el mismo manojo de llaves en la mano le quito llave a la puerta de calle e ingreso al interior de la vivienda cálidamente iluminada, limpia, decorada y con agradable calor de hogar. Avanzo hasta un haz de luz donde se encuentra mi compañera, la beso en la frente, y musito: —¡Hola, llegué! —Ya me di cuenta. A esta hora siento el caracte- rístico sonido de su manojo de llaves… ¿Cómo le fue? —Bien, cómo ha estado usted. ¿Sabe algo de los niños? —Sí, bien. Sin novedad. —¡Qué bueno! Enseguida dejo el maletín, chaqueta y parte del cansancio diario en la biblioteca, lavo mis manos y me acomodo en una silla del comedor en el cual, consuetudinariamente, nos sentamos frente a frente 13 para contarnos los avatares y vicisitudes de otra embestida del padre tiempo, de aquellos filamentos que quedaron suspendidos en nuestros jardines inte- riores. Entonces despliego mis pulmones y disfruto los aromas a churrascas calientes, café, té, y tostadas con mantequilla. Simplemente tentadores. Yani mantiene las habitaciones de la casa siem- pre inmaculadas, con olor a “limpio”, con exquisitas fragancias (hasta en el baño). A las paredes luciendo fotografías familiares, óleos y reproducciones artís- ticas; a los dormitorios, con osos de felpa, repisas, veladores, juguetes; y a todo el interior con objetos muy amados. Todo está allí… especialmente los recuerdos. Los sábados por la noche acostumbramos sagradamente viajar en la “máquina del tiempo”.