Daniel Tinayre En Un Contexto De Cambios (1945-1955) Rodolfo Rodriguez UNNOBA [email protected]
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Daniel Tinayre en un contexto de cambios (1945-1955) Rodolfo Rodriguez UNNOBA [email protected] Resumen: El amor hacia la literatura policial y el cine de los años 30- influido por diversas corrientes de vanguardias- determinaron la elección del cine como camino de expresión de uno de los más talentosos directores de nuestro séptimo arte, lamentablemente incomprendido por sus contemporáneos. Luego de dos colaboraciones en París y de trabajar como asesor, decide filmar solo a partir de 1934 cristalizando lo que sería su primer filme, en el que aborda una temática histórica: Bajo la Santa Federación (estrenado en 1935), a pocos años de que el cine silente diera lugar al parlante y sonoro. No es, sin embargo lo que consideramos la primera etapa lo que pretendemos analizar, sino la segunda, que coincide con el ascenso y caída del primer peronismo, es decir el período comprendido entre 1945-1955, donde el realizador concretó 8 películas. Encabalgado en el marco genérico del melodrama- policial, psicológico, carcelario o la comedia- sus mejores aportes se produjeron en un período de cambios generales que le permitieron crear entrelazando ficción y realidad. Dentro de aquel marco cronológico, Tinayre logró el aplauso de los estratos medios y populares, que gustaban de la calidad de su cine y de algunos pocos críticos. Posaremos nuestra mirada en Camino del infierno (codirector junto a Saslavsky); A sangre fría; Pasaporte a Río; Danza del fuego y Deshonra. Sin dudas 5 clásicos del melodrama, por donde es perceptible ver críticas a una sociedad y laudatorias expresiones, que no eran sino emergentes de una Nueva Argentina. El cineasta que es capaz de valerse de metáforas o metonimias para destacar aspectos que para él eran susceptibles de crítica-aun cuando adhiriera al peronismo- describen al cineasta relevante, más allá de las murallas de contención, expugnables ante el talento creativo. Daniel Tinayre en un contexto de cambios (1945-1955) • Introducción Escribir o hablar sobre el cine de Daniel Tinayre nos remite a los años treinta cuando el biógrafo dejaba la etapa silente para continuar con el parlante y sonoro. Las numerosas producciones del ciclo mudo de comienzos del siglo veinte, el intento de los pioneros de nuestra cinematografía, mas la tendencia a unir los aspectos artísticos con los industriales, marcan una continuidad en las realizaciones de los años treinta. Lejos de producirse una escisión entre ambos que un irrelevante mecanismo de la técnica podría sugerir, “no somos partidarios de la división entre cine mudo y cine sonoro, porque, entre uno y otro se manifiesta una continuidad en la búsqueda de mayor realismo.” El cine es una expresión artística que, desde sus inicios, cautivó a las mayorías y supo unir lo artístico, lo industrial y lo comunicacional, entendido esto último como la posibilidad de que el mismo se viera como instrumento ideológico y propagandístico, a las vez que vigorizara los canales de nuestra cultura y consolidara nuestro patrimonio identitario. Como señala Maranghello, “el cine se conectó con el hombre de las masas para hacerse socialmente visible. Y le puso voz e imagen a la identidad nacional.” En efecto, el cine argentino fue desde la década del treinta, una estrategia poderosa en la educación de las clases medias y populares, asociado a la prensa y a la radio que gozaban de numerosos adherentes. Los años veinte y treinta, fueron fundamentales en la formación intelectual de Daniel Tinayre (1915-1994) cuyos viajes por Francia- su cuna natal- y América, como destino itinerante de un hijo de diplomático, lo llevaron por distintas ciudades latinoamericanas, mientras se consolidaba en él su vocación por la lectura y el cine, en el marco de un mundo de entreguerras. Los imaginarios del expresionismo, el impresionismo, el cubismo o el surrealismo, no eran sino un espejo en que se miraba el incipiente cine de nuestras latitudes como el producido en el continente europeo. Encabalgado en ese trayecto formativo- en el que se funden el teatro, la literatura, la arquitectura y la fotografía- su filiación con el expresionismo, halló en él una de las formas de manifestación hechizado por la influencia de los grandes maestros alemanes, entre los que se cuentan sus admirados Fritz Lang y Robert Wiene. Atrapado por las posibilidades de esa nueva estética contemporánea, la atracción del cineasta en ciernes es inmediata, cautivado por “la luz (que) cumple un papel expresivo fundamental y funcional a través del profuso trabajo de los claroscuros tendientes a impregnar las sombras y espacios tenebrosos. La expresividad de la puesta alcanza el trabajo actoral.”. En los controvertidos años treinta, tras sus intervenciones fílmicas parisinas, llega a Buenos Aires en el momento preciso en que se dan varias circunstancias que alentaron su vocación cinematográfica: el desarrollo de una industria cultural que hacía furor; los debates parlamentarios de los gobiernos conservadores que involucraba a legisladores interesados por el cine y por último, a las puertas de los años cuarenta, los cambios que viviría el país con la revolución del 4 de junio de 1943, que encumbraría al Coronel Juan D. Perón hasta destinarlo a puestos relevantes de nuestra política. • Entre los treinta y los cuarenta: la imagen se consolida con apoyo estatal En los paradojales años de lo que muchos llaman “década infame”, se fueron logrando tibios avances sociales a la luz de una clara intervención estatal. Fueron los gobiernos conservadores de aquellos años que impulsaron el desarrollo de la imagen, dentro de los postulados de un nacionalismo que buscó en el cine y los noticiarios un vehículo propagandístico. Durante la presidencia del General Agustín P. Justo se creó el Instituto Cinematográfico Argentino y con el gobierno del Dr. Ramón Castillo, el Instituto Cinematográfico. Según el Dr. Roberto Noble- diputado nacional en 1933- gracias al cine se incentivaría “una industria y un arte propios, provocando la afluencia de capitales y de nuevas posibilidades de empleo (y) nos hallaremos en condiciones de utilizar el arte cinematográfico como recurso de propaganda en el exterior y como factor decisivo en el proceso de educación popular”. Fue precisamente en 1933 en que despega el cine sonoro con dos cintas que rivalizan el privilegio de ser las primeras: ¡Tango! (Moglia Barth, 1933) y Los tres berretines (Susini, 1933). Abren una década pero también marcan una senda temática que moviliza a los estratos medios y populares, concentrando asimismo la mirada de los políticos y generando una relación de mutuo interés entre política y cine. Más allá de algunas opiniones que enfatizan que las películas del período expresaban “un perfil conservador, elitista y de rechazo a lo que se imponía como cine popular”, la cinematografía argentina que transcurre entre la década de 1933 a 1943 tuvo, sin embargo, realizaciones testimoniales bajo la mano experta de prestigiosos realizadores. Un rápido panorama debe necesariamente incluir cintas de la calidad de Viento Norte (Mario Soffici, 1937); Fuera de la ley (Manuel Romero, 1937); Kilómetro 111(M. Soffici, 1938) o Prisioneros de la tierra (M. Soffici, 1939). Estas películas de la década anterior al peronismo denunciaron dramas hirientes como el sufrimiento de los mensúes misioneros (Prisioneros de la tierra) o las ambiciosas pretensiones de los acopiadores frente a los pobres chacareros (Kilómetro 111) mostrando y demostrando que el cine era también un medio de reflexión y análisis. • Daniel Tinayre en un contexto de cambios Las reformas introducidas por los gobiernos conservadores, continúan durante las gestiones del entonces Coronel Perón, que interesado por la industria cinematográfica desde 1943, se vinculó con directores y astros populares a quienes visitaba en los estudios, dialogando y preocupándose por temáticas propias del mundo artístico. Su amistad con Miguel Machinandiarena-dueño de Estudios San Miguel-, lo acercaba hasta Bella Vista para acompañar a Eva Duarte que integraba el elenco de La cabalgata del circo que contaba como actores principales a Libertad Lamarque y Hugo del Carril. El director de San Miguel debió apelar “a la mediación de Perón en otros conflictos que afectaban directamente al estudio; por ejemplo, el período de casi diez meses sin estrenos-de enero a octubre de 1944- que siguió a la prohibición de El fin de la noche (Alberto de Zavalía), película en la que Libertad Lamarque interpreta a una argentina comprometida con la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial.” El cine de los cuarenta, a pesar de su desenvolvimiento, comenzó en los inicios de la década a expresar cierta desaceleración. De las cincuenta y siete realizaciones presentadas en 1942, se llegó apenas a veintitrés en 1945.El Estado comienza a intervenir y algunos especialistas ven “un cine inocuo, falsamente internacional, impracticable imitación de los cánones del poderoso cine de Hollywood. Es decir, con temas, personajes y medios indefinidos, sin características propias, susceptibles de reflejar cualquier ambiente. Y por lo tanto ninguno.” Esta contundente afirmación debería, tal vez, pasar por el tamiz de la duda, si observáramos con detención algunas de las producciones nacionales, que en su aparente inocencia, filtraban comentarios- favorables unas veces, otras críticos- de una sociedad en transformación. La llegada de Juan D. Perón a la primera magistratura en 1946 inauguró un benéfico trienio en que los estratos medios y populares fueron sus receptores. Tal como afirman Gerchunoff- Antúnez el período comprendido entre 1946 y 1948 “ha quedado en la memoria colectiva como el auténtico peronismo, (que) fue la persecución del ideal del pleno empleo-que, por cierto, no estaba muy lejos-, el aumento de los salarios reales y un profundo cambio distributivo.” Los sectores populares fueron incorporados tanto al uso de bienes y servicios como al de los nuevos espacios del ocio, como el cine, el fútbol y el tango. El cine fue la diversión por excelencia de las clases beneficiadas por los cambios introducidos en la Nueva Argentina de Perón.