La Aventura Fantástica De Pierre
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Las Aventuras Fantásticas de Pierre Tomás Pacheco Estrada Pierre, el Caballero Rosa, viajaba en el cielo montado en un caballo volador; el animal alado, blanco y con un cuerno en la frente; suspirando el hombre, el aire mecía su cabellera, las nubes formaban figuras de animales: perros, conejos, gatos, elefantes, peces y uno que otro dragón. Con las riendas controlaba al pegaso, sonreía, con un ademán de valentía; seguía con un rumbo desconocido; las aves lo escoltaban, acompañándolo para protegerle, albatros, garzas, buitres y un pato. El ver la altura a que estaba, ocasionó vértigo que le hizo caer al mar; descendía lento y tranquilo; el agua amortiguó el golpe, a punto de ahogarse, una tortuga gigante lo rescataba. Acostado en el enorme caparazón, pudo respirar, agotado, decidió dormir; al despertar, miraba la playa, una chica ere acorralada por tres cangrejos enormes, decidido a ayudarle, se zambulló y nadando alcanzó la costa. Empapado, desenfundando su espada con heroísmo se lanzó al ataque. Las tenazas parecían de acero, esquivaba cada embate, la joven aprovechaba la oportunidad para escapar, escalando por las rocas, llegó a la cima. El mosquetero se deslizó por debajo de la jaiba, enterrando la espada, un baño de sangre, la bestia caía muerta, con el segundo le cortó los ojos al brincar sobre él, pero el tercero le sujetaba la capa, deshaciéndose de ella; en un descuido, el cangrejo le quitaba el florete, animando al gigantesco animal a seguirle, trepaba por las piedras. Arribando a lo alto, ocasionando un derrumbe que sepultaba al crustáceo. La mujer lo abrazó y le daba un beso en la boca, sentir el cuerpo desnudo; los pechos tibios oprimían el suyo. Los labios tenían un sabor agridulce, refrescante; ella le entregaba su ser, Pierre, creía estar en el paraíso. Nunca había hecho el amor con una tipa así, tocaba sus piernas y eran suaves; pero no entendía la desnudez de su amante. Cabello negro, ojos verdes, nariz chata, labios gruesos y la piel amarilla, rasgos orientales; se dejó conducir por ella. Una ciudad entre muchas cavernas, que ocultaban una extensa vegetación, donde se encontraban las casas de madera. Las mujeres estaban solas, no había hombres, excepto él; lo rodearon y examinándolo, su amiga le quitó los pantalones y asombradas al ver un pene con testículos. Enrojeciendo el Caballero, saltaban de alegría y decían: ¡Vanam! ¡Vanam!. Lo cargaron entre todas y lo depositaron en una choza, una tabla hacía de cama; las hembras le ofrecieron diversos frutos, carnes y verduras que Pierre, gustosamente probó. Todo el día descansó, en la noche penetraron tres jovencitas y sin decir más, se acostaron a su lado, no lo creía, eran más de veinte mujeres y seguro que todas dormirían con él. Apretaba los senos amarillos a una, mientras lamía el sexo de la otra, mientras la menor cogía con él; en el alba, desvelado, ojos ojerosos, boca seca; entraron cinco y al verle débil; trajeron comida, mariscos, frutas y agua; el confortable lecho duro era un deseo increíble. Mientras había sol soñaba, pero al llegar la luna, el paraíso le abría las puertas deleitosamente. Una mañana del tercer mes llegaba al poblado una hembra mitad mujer, mitad caballo. Espantadas corrían en diferentes direcciones, pero, no era ella la causa de su terror; un dinosaurio, Tiranosaurio Rex, rugiendo con furia, atrapaba con su hocico a las mujeres; Pierre salió y con los ojos desorbitados, contempló a la criatura. Un ser osado al serle frente, la lucha desigual, el monstruo lo vio y al notarle valor, decidió destruirle. Pierre sólo tenía su mente, dirigió al dinosaurio al acantilado. Cada gruñido lanzado, erizaba la piel a las indefensas chicas; el hombre quedó atrapado, frente estaba el saurio y a su espalda el inmenso océano verde. El monstruo se aproximaba a él, retrocedía lentamente; a la orilla, casi se resbala, ideó una trampa; la tierra se sacudía a cada paso del dinosaurio, sus compañeras lloraban al suponerlo aniquilado. Con una mirada desafiante y sin miedo dejó que el saurio estuviera lo más cercano, a tal grado que lo pudo tocar; el suelo temblaba y desprendiéndose se precipitaron al mar los dos; rugidos temibles, gritos de angustia de las primitivas; el Tiranosaurio se hundió en el agua junto al Caballero Rosa. Las féminas, junto con la recién llegada, se fueron, lentamente; a mirar lo acontecido, las olas retumbaban en el muro, un punto se distinguía, Pierre brotaba de la marea y escalaba con dificultad. Orgullosas y felices, corearon con fuerza, sin importarles lastimar su garganta, ¡Vanam!, ¡Vanam! ...Esa palabra la repetían constante y precisa, cuando alcanzó el tronco, halló su espada, subiendo, logró estar con sus amantes. Sin cesar los gritos de ¡Vanam! Creían era un dios, sus anteriores hombres nunca habían logrado, hazaña alguna semejante. Lo montaron encima de la hembra centauro y fueron a la aldea, en el recorrido a casa, Vanam era dicho con energía. Al atardecer, repuesto, admiraba a la mujer yegua; con dicha se alegró al poderse comunicar con ella, viendo su heroísmo, suplicaba con lágrimas en los ojos, le ayudase a rescatar a su pueblo. Conmovido, decidió sacrificar el paraíso para ir con ella; haciendo entender a las Vamanas, pues así las llamó, que debía partir junto con ella. Juntaron alimento y se lo ofrecieron, frotándose el vientre y con mímica; enseñaron una semilla y la pusieron en la tierra, después mostraron un otoño, señalándolo a él. Había dejado encintado a las fértiles y del fruto, al nacer, tal vez habría niños y permitirían multiplicar la raza; así no se extinguiría y lograrían sobrevivir. Lo despedían con el clásico Vanam, cabalgando por el desierto, montado en el lomo de su compañera, la arena era fina, a cinco días de cabalgar, una tropa de Colares. El humo a lo lejos se veía, Stella, temerosa, tiró los víveres para huir, el barbado desmontó para pelear; esperando, asiendo el arma, blandiéndola al ejército de Colares, seres mitad cabra y mitad hombres, con cuernos en la frente, colas con serpientes y colmillos. A la expectativa, sereno, atacó en el momento preciso, los mutantes eran derrotados, gracias a la habilidad del mosquetero en el arte de la batalla. Vencedor, alzó su florete en lo alto, la centauro le pidió disculpas por su cobardía. Una tormenta de arena los envolvía, cubría a los muertos y las provisiones, al pasar; Pierre, preso de una sed, parecía delirar, Stella le dijo que tenía leche, podía tomarla para calmar su angustia. La boca masculina se pegó al seno y mamándole la teta izquierda, sus fuerzas parecían surgir de nuevo, el líquido lechoso estaba provisto de bastante energía; tenía un sabor dulce, semejante a la miel de abeja. La cabellera azul igual a las rayas de su piel, ojos morados y patas briosas; lograron el objetivo, en una colina de 600 metros había casas de piedra, grandes y acogedoras, lucía tranquilo, dieron sus habitantes una cordial bienvenida al guerrero; una parvada se venía sobre ellos, mujeres pájaros, criaturas sin misericordia, tenían alas y lo único que difería, era que sus patas eran garras filosas. Sacando el florete, se dispuso a combatir, las plumas revoloteaban, con astucia y sagacidad, fue acabando con las arpías, las sobrevivientes escaparon a su guarida. Stella se alzaba en dos patas de gozo, sus enemigas, por vez primera, las habían derrotado; mas la alegría se le fue, al recordar que ellas vivían en las nubes y regresarían a vengarse. Pierre pensaba hábilmente, una idea, juntaron las plumas de las fallecidas, la gente centaura reunía una cantidad enorme, les pidió algo para pegar y ellas le trajeron brea; moldearon e inventaron unas alas enormes y ligeras, el Caballero Rosa haría la prueba de una vez, amarrándose a las alas, corría con dirección al final de la tierra y se aventó al aire; con maravilla descubrió que podía volar, iba con rumbo a la ciudad aérea; pasaron horas pero la encontró y le salieron al encuentro, una pelea a muerte se desencadenó y las mujeres aves descendían pero ya sin vida; el florete teñido de rojo, paró en la entrada del castillo, no podría pasar, escalando peldaños, entró. Adentro, todas se le amontonaron para darle muerte, pero con fiereza él las eliminó, la reina temblaba de pavor; corriendo, Pierre, gracias a la casualidad, hallaba el control que mantenía la ciudad en suspensión, la princesa Myr lo agarraba del cuello con su mano, pero el héroe le enterró su arma y utilizándola para destruir el control principal, la población pereció al sumergirse la ciudad en el océano. Buceando, el sobreviviente, se le aparecieron dos mujeres nadando, cabellera roja, piel escamada y ojos grandes con pupilas fosforescentes. Una de ellas, unió la boca con él para darle oxígeno y brindarle hospedaje en el fondo marino, tres mil metros en un abismo bajaban, hasta pisar el suelo de Acuario. Lo desnudaron, quedando en las mismas condiciones de las mujeres; al fin pudo respirar aire puro, lo albergaron en un palacio de cristal, la reina le gustó el hombre que lo tomó de la mano y se lo llevó a su cuarto para copular; la mandataria era fogosa e insaciable. Acostados en la cama de agua, la sal y otros polvos lo hacían flotar completamente; la bella lo besó con fervor y él le tocaba el pubis con sus manos, se dejó penetrar la soberana, gemidos de placer, alcanzando un orgasmo. Pierre, en broma, eyaculó sobre la cara de la mujer, ambos reían, ella asió el miembro viril para lamerlo. La capitana Sonia interrumpía a la reina Marealga, que el temible Zortalius venía a aplastar con su reino.