CASTILLO SOLÓRZANO Las Jornadas Alegres
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CASTILLO SOLÓRZANO, ALONSO DE (1584-1648) LAS JORNADAS ALEGRES DEDICATORIA PRÓLOGO INTRODUCCIÓN JORNADA PRIMERA Suceso Primero No hay mal que no venga por bien JORNADA SEGUNDA Suceso Segundo La obligación cumplida JORNADA TERCERA Suceso Tercero La cruel aragonesa JORNADA CUARTA Suceso Cuarto La libertad merecida JORNADA QUINTA Suceso Quinto El obstinado arrepentido JORNADA SEXTA Fábula de las bodas de Manzanares DEDICATORIA A don Francisco de Eraso, Conde de Humanes, Señor de Las Villas de Mohernando, y su partido, y el canal En las direcciones de sus obras, nos enseñaron los escritores antiguos que el mayor premio que tuvieron fué el consagrarlas á grandes señores, con cuyo patrocinio se miraron con respeto, adquiriendo fama sus autores. Su imitación sigo, si no igualando en lo escrito, excediéndoles en la elección que he hecho de V. S., con cuya protección, estoy cierto, saldrá este pequeño volumen seguro al teatro, donde tantos mordaces le esperan, que hacen posesión de censurar yerros ajenos, sin enmendar los propios. Confieso que en este trabajo habrá muchos; súplalos el acierto de haberse puesto en manos de V. S., á quien suplico se digne de favorecerle. Guarde Dios á V. S. como deseo. Don Alonso de Castillo Solórzano. PRÓLOGO Lector, ó bien ó mal intencionado: con este libro cumplo la palabra que te di en el de las seis Tardes entretenidas, ofreciéndote otras seis, si no Tardes, Jornadas y Alegres. Si te cansares en alguna apéate en el primero entretenimiento que hallare tu comodidad y descansa; quien te ofrece el consejo, te asegura que quisiera con divertimiento mayor darte gusto. No menos cuidado he puesto en este volumen, que en el que ya habrás visto; si estás de filo, excusado es el congratularme contigo, sólo quiero que adviertas que mi intento se enderezó más á amonestar con la moralidad, que á entretener con los discursos amorosos. Perdona mis yerros, porque cobres fama de piadoso y yo la adquiera de agradecido. Vale. Alonso Gerónimo de Salas Barbadillo, Criado de su Majestad, Al autor Madrigal ¡Oh, Castillo! Tan fuerte como hermoso, fabricado en la cumbre de aquel monte de quien toda la esfera es horizonte: aquel monte sagrado de las musas. Que émulo del cielo preside á los demás montes del suelo; que ya en tan superior parte resides, que al que preside á todos, le presides. Pues las musas te eligen su defensa (opuesto á la vulgar plebeya ofensa), crece y aumenta siempre á tu edificio tales piedras como esta cada día, cuya correspondencia causará consonancia y armonía; piedra que de caracteres sembrada, no menos que caracteres son flores purpureas y fragantes, que hermosas tanto son como elegantes: crece sobre el dominio de los hados, ¡oh el edificio equívoco á los ojos! Castillo, en la robusta fortaleza, y parque en la fragancia y la belleza. De don Juan de la Rea y Zurbano Décima Con tan alegres jornadas á todos entretenéis, y con su dulzura hacéis las horas menos pesadas; jornadas bien empleadas son las vuestras, pues que veo lleno de gusto el deseo, los ojos entretenidos, los sentidos divertidos y hecho un Argos á Morfeo. De Luis de Villalón Décima En vuestro ingenio sutil, hoy, don Alonso, contemplo un fecundo Abril, á ejemplo de dar lo que da el Abril; que si bizarro y gentil con flores nos acomete, hoy vuestro ingenio promete (Abril de mayor primor) en cada verso una flor, y en un libro un ramillete. INTRODUCCIÓN á «Las Jornadas Alegres» En Madrid, antigua y real villa de Castilla la Nueva, ilustrada de suntuosos edificios, grandiosos templos, generosos príncipes y nobles caballeros, con asistencia de la corte, que por tantos años se ha conservado en ella, honrándola los poderosos Monarcas de España, desde el invicto Emperador Carlos V, hasta el magnánimo Filipo IV, biznieto suyo; ocupaba la plaza en uno de sus Reales Consejos, don Alvaro de Toledo caballero de calificada sangre, natural de Talavera de la Reina, donde tenía un cuantioso mayorazgo, que heredó de sus padres. Pues como se hubiesen parado algunos días, que no acudía en persona á ver á su hacienda; libró el cuidado desto, en doña Lorenza su esposa dama que en hermosura, discreción y gobierno había pocas en la corte que la hiciesen ventaja. Esta señora tenía dos hermanas, que en las dos gracias la competían, y en las de la voz y destreza de la música aventajaban á muchas; eran sus nombres doña Clara y doña Luisa. Acompañaron en esta jornada á estas damas don Gómez y don Carlos, hermanos del oidor; el uno seglar y el menor estudiante, que había acabado aquel año los cinco de cursar en la insigne Universidad de Salamanca, y estaba pasando para graduarse y comenzar luego sus pretensiones. Llegaron á Talavera con buen tiempo, por ser los fines de Septiembre, donde estuvieron holgándose con sus deudos y disponiendo las cosas de la hacienda, hasta mediado Diciembre, que les vino orden de don Alvaro, para volverse á Madrid. Esta les trujo Feliciano, un alegre sujeto muy continuo en la casa de don Alvaro y en las de muchos señores de la corte, donde era siempre bien recibido, por los agudos dichos que le oían, donairosos versos que escribía y alegres tonos que cantaba, que en todas tres gracias era consumado. Con su llegada previnieron la vuelta á la corte, y por hallarse doña Lorenza de cinco meses preñada, dispusieron que las jornadas fuesen muy pequeñas, distribuyéndolas en cinco días, por ser los del invierno tan pequeños, si bien el tiempo era apacible para caminar por estar muy asentado y hacer alegres días de sol; pero determináronse á no madrugar, ni hacer parada al mediodía, sino de una vez hacer la jornada, llegando con tiempo al lugar donde habían de hacer noche. Aquélla antes de su partida, acabando de cenar, les dijo Feliciano estas razones: —Ya que estáis, oh señores, con determinación, de que por el preñado de mi señora doña Lorenza hagamos tan despacio estas jornadas, será bien que se disponga en todo divertidas con varios entretenimientos: y para esto propondré el modo si gustáredes. Todos dijeron que en esto diese su parecer, porque de su buen gusto se prometían, sabría sazonar cualquier entretenimiento. —Pues todos comprometéis, replicó Feliciano, de seguir lo que ordenare, con vuestra buena licencia, quiero que en el coche que fuéremos estas tres señoras, don Gómez, don Carlos y yo, cada día le toque á uno de los seis el entretener á los demás una hora, con un discurso que haga, en que refiera un suceso con su moralidad, porque se mezcle lo provechoso con lo deleitable, que yo me obligo á sazonar los que se dijeren con cantar versos míos antes y después. Y asimismo, estas señoras doncellas me ayudarán con sus dulces versos, cantando algunos tonos que yo las he enseñado; sin esto dirá cada uno de los versos que supiere de memoria, con que podremos divertir las jornadas hasta Madrid. A todos pareció bien lo que Feliciano había propuesto, y para el siguiente día se ofreció don Gómez entretenerles gustosamente, con que se retiraron á dormir, por haber de madrugar á prevenir algunas cosas, que antes de partir de Talavera habían de hacer. JORNADA PRIMERA Ya el délfico planeta, objeto hermoso de la enamorada Clicia, había más de tres horas que doraba con lucientes rayos los altos montes, frescos valles y apacibles llanos; dando con su alegre vista regocijo á los hombres, alborozo á las aves y contento á los domésticos y fieros animales; cuando prevenidos dos bien aderezados coches, en que aquellos caballeros y damas habían de partir (después de haber almorzado lo bastante para poder pasarse hasta la noche), se entraron en ellos con mucho regocijo, hablando en varias cosas hasta pasar la puente que baña el claro río Alberche, tributario del caudaloso Tajo, que dista una pequeña legua de la antigua Talavera. Y habiendo tomado los cocheros refresco en aquella cercana venta, con nuevo aliento prosiguieron su viaje. Aquí tocándole de la noche antes á don Gómez el entretenerles, pidió á Feliciano que con su buena voz diese principio al entretenimiento, y él, templando una guitarra, cantó desta suerte: Presuroso forastero, tened el paso, os suplico, que antes que entréis en la corte, de la corte os daré avisos. Tejiendo están tranzaderas una fuente con un río, pues ella sirve de peine y él tributa el agua en hilos. Con eterna sed veréis las bocas á los molinos, que de ver que nunca muelen están sus dueños molidos. Margenado Manzanares, pareces plana de niño, con manchas de lavanderas y borrones de coritos. Essa cuesta de la entrada bajan el Mayo florido damas, con acero estable tras el oro fugitivo. Con ambiciones de estafas, anhelan por donativos, y la fiesta de la entrega vine á parar en novillos. Veréis una calle larga, como dicha de judío, de donde espera el demonio gran cosecha de precitos. Aquí hay coches esqueletos, que son mansiones de vivos, y cocheros renegados en frisones compungidos. Otros hay coches de gracia que son serrallos sucintos, ó para el rastro de Venus los chirriones continuos. Puede en el mar desta calle, temer cualquiera navío, que entre busconas cosarios, no escapará de rendido. Aunque esté más artillado con prevención al peligro, del estrecho de una tienda escapar, pocos se han visto. La más bisoña pirata, cursante destos distritos, hace estafas á un tenaz, hace robos á un mezquino. Aferrará con Luzbel, si saliese del abismo; esto se entiende, si viene en figura de bolsillo. Si al más experto le engañan, si burlan al más curtido, ¿qué se podrá prometer el boquirrubio novicio? Alerta, recién llegado; avizor, recién venido: "rey don Sancho, rey don Sancho, no digas que no te aviso".