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SÉVILLIA, JEAN, Históricamente incorrecto. Para acabar con el pasado único. Editorial Ciuda- dela, Madrid, 2006. YOUNG, R. V., On the Wrong Side of History. Moden Age. A Quartel y Review, Vol. 57, Núm. 1, Winter 2015. De Internet C-SPAN. http://www.c-span.org/ DRAEhttp://www.rae.es/ FearsJesseRufus. TheWisdom of History. CourseGuidebook. University of Oklahoma. PUBLIS- HED BY:THE GREAT COURSES. CorporateHeadquarters. Chantilly, Virginia.2007. http://anon.eastbaymediac.m7z.net/anon.eastbaymediac.m7z.net/teachingco/Course- GuideBooks/DG4360_547FR2.PDF Históricas.http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/revistas/boletin/pdf/bol80/bh8005. pdf Julio Argentino Roca Hoy https://julioarocahoy.wordpress.com/ OEDhttp://www.oxforddictionaries.com/ The Art of Manlinesshttp://www.artofmanliness.com/ The Churchill Centre. http://www.winstonchurchill.org/ Hemerográficas YOUNG, R. V., On the Wrong Side of History. Moden Age. A Quartely Review, vol. 57, Núm. 1, Winter 2015. -110- EL GENERAL ROCA Y LOS MILITANTES CATÓLICOS DEL OCHENTA El caso especial de Tristán Achával Rodríguez HORACIO SÁNCHEZ DE LORIA PARODI* Introducción Intentaremos en este artículo destacar de manera breve y sintética, sin ningu- na pretensión de exhaustividad por supuesto, la actuación de los militantes católi- cos en el ascenso al gobierno del general Julio A. Roca en 1880, centrándonos en la figura de Tristán Achával Rodríguez, por haber sido éste uno de los hombres más cercanos al entorno del dos veces presidente argentino, del cual se alejó con sus amigos movido fundamentalmente por motivos principistas. Luego señalaremos la naturaleza de las críticas que hacían al proceso político que se estaba desplegando y el magisterio de fray Mamerto Esquiú, uno de sus grandes maestros. El derrotero de Achával Rodríguez es un claro ejemplo de la actitud de aquellos militantes, que nos permite comprender las razones que los movie- ron a constituirse en un polo opositor no sólo al gobierno del momento y a ciertas medidas concretas llevadas a cabo, sino a todo un proceso político de larga data, ligado a la paulatina descristianización pública, liderada por el naciente Estado. El movimiento estuvo formado por un grupo de personas de diversos oríge- nes políticos y distintas sensibilidades, cuyo objetivo primordial fue sostener la tradición cristiana en el ámbito público1. * Abogado (UBA), Licenciado en Psicología (UBA), Doctor en Derecho (UBA), Doctor en Fi- losofía por la Universidad de Navarra. Ha escrito once libros y más de cincuenta artículos en revistas argentinas y extranjeras. Actualmente es profesor en el Doctorado de la Universidad del Museo Social Argentino. Miembro de Número de la Academia Nacional de la Historia. Forma parte de la Comisión Directiva de la Sociedad Tomista Argentina y es miembro del Instituto de Filosofía Política de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas. 1 La mayoría de los miembros de la generación del ochenta iniciaron su actuación alrededor de 1870 y al promediar el año ochenta adquirieron la dirección de los asuntos públicos. NÉSTOR TOMÁS AUZA, Católicos y liberales en la generación del ochenta, Ediciones Culturales Argentinas, Bue- nos Aires, 1975, pp. 8-9. Diego Pro sostiene que la generación del ochenta fue una generación bifacética, por un lado estaban los positivistas y por otro los católicos. DIEGO PRO, Prólogo a Precisiones sobre la evolución del pensamiento argentino. Docencia, Buenos Aires, 1981. -111- Patria, Religión y Hogar, siempre estaréis en el camino del bueno defendiendo esta trilogía sublime de la civilización cristiana, repetía Tristán Achával Rodríguez en el primer congreso de los católicos argentinos celebrado en Buenos Aires en agosto de 1884 aludiendo justamente a las banderas que el grupo desplegaba en el ámbito público y que se referían a la triple filiación de las personas: la carnal (el hogar), la histórica (la patria) y la divina (Dios). La patria era para ellos no sólo la tierra de los padres, el pedazo de suelo en que se nace, la porción de tierra física demarcada geográficamente en que vivi- mos, sino el lugar humano en donde debido a las mejores tradiciones recibidas, al buen patrimonio espiritual, intelectual y moral heredado de los antepasados, uno podía crecer y perfeccionarse. Desplegaron su actividad en un medio hostil, caracterizado por una amalgama de racionalismo ilustrado, romanticismo historicista y positivismo cientificista2, movimiento éste que tuvo una preponderancia indudable a partir de la década del setenta y se difundió a todos los ámbitos del espíritu3. El predominio del positivismo produjo una evidente decadencia en el debate de ideas y la pérdida de originalidad para entender los problemas concretos y acuciantes del país4. Vivíamos un momento fuerte de la modernidad; a través de la ciencia natural _ desligada de la metafísica_ se pensaba que se alcanzarían las constantes inmu- tables del progreso5. El agnosticismo y el cosmopolitismo se concebían como exigencias propias de la razón6. 2 Juan Fernando Segovia entiende que el positivismo significó entre nosotros el rechazo de lo criollo y la propuesta de europeización, la secularización de la cultura, la fe en el progreso hen- chido de ciencia y la idea de un orden político y económico cimentado en el libre cambio: JUAN FERNANDO SEGOVIA, El pensamiento político y económico de Carlos Pellegrini. Su actualidad. Fundación Carlos Pellegrini, Mendoza, 1989, p. 23. 3 RICAURTE SOLER, El positivismo argentino. Buenos Aires, Paidós, 1968, p. 17; R.M. MARTÍNEZ DE CODES, “El positivismo argentino: una mentalidad en tránsito en la Argentina del ochenta”; Quinto Centenario, nº14, Universidad Complutense de Madrid (1988). La doctrina positivista formulada por el filósofo y matemático AUGUSTO COMTE (1798-1857) en su Curso de Filosofía Positiva postulaba que cada rama de la civilización y cada uno de nuestros conocimientos pasa- ba por tres estadios diferentes: el teológico o ficticio, el metafísico o abstracto y el científico o positivo. 4 TULIO HALPERíN DONGHI, “Un nuevo clima de ideas”, La Argentina del ochenta al centenario. Gustavo Ferrari-Ezequiel Gallo (compiladores.), Buenos Aires, Sudamericana, 1980, p.13. 5 Como ha puesto de manifiesto Bonnie Frederick, también entre las escritoras del ochenta la ideología del progreso adquirió gran dimensión, evocando una Argentina rica, desarrollada y libre de las guerras civiles del pasado. El poema El siglo XIX, de Josefina Pelliza de Sagasta, es típico a ese respecto. B. FREDERICK, La pluma y la aguja, Buenos Aires, 1993, p. 7. Para un estudio de la idea de progreso entre 1862 y 1880 véase J. F. SEGOVIA, “Fundamentos políticos y jurídicos del progreso argentino”, Revista de Historia del Derecho, núm. 26 (1998). 6 Hoy en día en plena crisis de la modernidad transitamos, en cambio, un momento débil en don- de el impulso de los cambios ya no tiene el tono de la búsqueda de un mundo mejor, sino que se circunscribe generalmente a metas más pragmáticas ligadas al mero dominio de la naturaleza y de la sobrevivencia. -112- Las leyes universales y permanentes descubiertas por la crítica contra los mi- tos, los símbolos y la historia comparada de las religiones se constituyeron en el fundamento para demostrar la superioridad de las concepciones científicas frente a la visión cristiana de la vida7. Era un tiempo de optimismo radicado en las fuerzas humanas y se creía que por la vía de ese progreso indefinido _sustituto de la Providencia8- se alcanzaría la definitiva libertad y felicidad9. La Ilustración definía al progreso desde el punto de vista objetivo como: 1) un movimiento real cuya ley estaba inscripta en las cosas; 2) además el proceso era conti- nuo _cualquier interrupción era aparente_ e irreversible; 3) tendía indefectiblemente a mejorar las facultades humanas hasta límites insospechados; 4) y era un proceso nece- sario o automático que abarcaba la totalidad de los fenómenos humanos. Se extendía al ámbito técnico, económico, social y moral de la vida de las personas. Y desde el plano subjetivo ese movimiento era experimentado como algo deseable y según Kant como un imperativo, como un deber absoluto10. Las ideas ilustradas señalaban una ruptura inevitable con el pasado y ejercie- ron un papel disociador sobre la cultura tradicional caracterizada por los criterios y valores cristianos11. Se intentaba dar nacimiento a una cultura profana y secular y a una organiza- ción republicana, cuya nacionalidad se debía construir desde la raíz12. Nuestro país era en aquel tiempo un lugar atractivo para personas y capitales, merced a su conformación social y a la situación política que se vivía en el mun- do. Por otra parte, presentaba las características geográficas ideales para adaptar- se a las nuevas condiciones del intercambio comercial mundial13. 7 FERNANDO MARTÍNEZ PAZ, La educación argentina, Córdoba, Universidad Nacional de Córdo- ba, 1979, p. 79. 8 K. LÖWITH, Historia del mundo y salvación, Buenos Aires, Katz, 2007. 9 El progreso era considerado como la quintaesencia de la virtud y conduciría a la humanidad hacia una perfectibilidad permanente, decía Alejo Peyret. HUGO F. B IAGINI, La generación..., p. 11. 10 JUAN CRUZ CRUZ, “Modelos ilustrados de Historia de la Iglesia”, Anuario de Historia de la Iglesia, 5 (1996), pp. 99 y ss. 11 Lo expresó claramente Augusto Marcó del Pont: “el carcomido edificio de la vieja sociedad ar- gentina, se había conmovido hasta sus cimientos, a raíz de las fundamentales disposiciones que transformaban instituciones y entidades, al crear nuevos valores morales y sociales”. AUGUSTO MARCÓ DEL PONT, Roca y su tiempo, Buenos Aires, Rosso, 1931, p. 243. 12 Natalio Botana aludiendo a Sarmiento dice: “La revolución giraba en torno de un enorme vacío teórico [...].El drama era pues semejante a un tríptico: arrancaba de la aparente destrucción del or- den colonial; se hacía más hondo con los interrogantes sin respuesta; e infundía terror en los recién llegados a la vida pública por esa violencia hobbesiana que en todo penetraba: costumbres, usos, hábitos”. NATALIO BOTANA, La tradición republicana. Buenos Aires, Sudamericana, 1984, p. 265.