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Hemerográficas

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-110- EL GENERAL ROCA Y LOS MILITANTES CATÓLICOS DEL OCHENTA El caso especial de Tristán Achával Rodríguez

HORACIO SÁNCHEZ DE LORIA PARODI*

Introducción

Intentaremos en este artículo destacar de manera breve y sintética, sin ningu- na pretensión de exhaustividad por supuesto, la actuación de los militantes católi- cos en el ascenso al gobierno del general Julio A. Roca en 1880, centrándonos en la figura de Tristán Achával Rodríguez, por haber sido éste uno de los hombres más cercanos al entorno del dos veces presidente argentino, del cual se alejó con sus amigos movido fundamentalmente por motivos principistas. Luego señalaremos la naturaleza de las críticas que hacían al proceso político que se estaba desplegando y el magisterio de fray Mamerto Esquiú, uno de sus grandes maestros. El derrotero de Achával Rodríguez es un claro ejemplo de la actitud de aquellos militantes, que nos permite comprender las razones que los movie- ron a constituirse en un polo opositor no sólo al gobierno del momento y a ciertas medidas concretas llevadas a cabo, sino a todo un proceso político de larga data, ligado a la paulatina descristianización pública, liderada por el naciente Estado.

El movimiento estuvo formado por un grupo de personas de diversos oríge- nes políticos y distintas sensibilidades, cuyo objetivo primordial fue sostener la tradición cristiana en el ámbito público1.

* Abogado (UBA), Licenciado en Psicología (UBA), Doctor en Derecho (UBA), Doctor en Fi- losofía por la Universidad de Navarra. Ha escrito once libros y más de cincuenta artículos en revistas argentinas y extranjeras. Actualmente es profesor en el Doctorado de la Universidad del Museo Social Argentino. Miembro de Número de la Academia Nacional de la Historia. Forma parte de la Comisión Directiva de la Sociedad Tomista Argentina y es miembro del Instituto de Filosofía Política de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas. 1 La mayoría de los miembros de la generación del ochenta iniciaron su actuación alrededor de 1870 y al promediar el año ochenta adquirieron la dirección de los asuntos públicos. NÉSTOR TOMÁS AUZA, Católicos y liberales en la generación del ochenta, Ediciones Culturales Argentinas, Bue- nos Aires, 1975, pp. 8-9. Diego Pro sostiene que la generación del ochenta fue una generación bifacética, por un lado estaban los positivistas y por otro los católicos. DIEGO PRO, Prólogo a Precisiones sobre la evolución del pensamiento argentino. Docencia, , 1981.

-111- Patria, Religión y Hogar, siempre estaréis en el camino del bueno defendiendo esta trilogía sublime de la civilización cristiana, repetía Tristán Achával Rodríguez en el primer congreso de los católicos argentinos celebrado en Buenos Aires en agosto de 1884 aludiendo justamente a las banderas que el grupo desplegaba en el ámbito público y que se referían a la triple filiación de las personas: la carnal (el hogar), la histórica (la patria) y la divina (Dios). La patria era para ellos no sólo la tierra de los padres, el pedazo de suelo en que se nace, la porción de tierra física demarcada geográficamente en que vivi- mos, sino el lugar humano en donde debido a las mejores tradiciones recibidas, al buen patrimonio espiritual, intelectual y moral heredado de los antepasados, uno podía crecer y perfeccionarse. Desplegaron su actividad en un medio hostil, caracterizado por una amalgama de racionalismo ilustrado, romanticismo historicista y positivismo cientificista2, movimiento éste que tuvo una preponderancia indudable a partir de la década del setenta y se difundió a todos los ámbitos del espíritu3. El predominio del positivismo produjo una evidente decadencia en el debate de ideas y la pérdida de originalidad para entender los problemas concretos y acuciantes del país4. Vivíamos un momento fuerte de la modernidad; a través de la ciencia natural _ desligada de la metafísica_ se pensaba que se alcanzarían las constantes inmu- tables del progreso5. El agnosticismo y el cosmopolitismo se concebían como exigencias propias de la razón6.

2 Juan Fernando Segovia entiende que el positivismo significó entre nosotros el rechazo de lo criollo y la propuesta de europeización, la secularización de la cultura, la fe en el progreso hen- chido de ciencia y la idea de un orden político y económico cimentado en el libre cambio: JUAN FERNANDO SEGOVIA, El pensamiento político y económico de Carlos Pellegrini. Su actualidad. Fundación Carlos Pellegrini, Mendoza, 1989, p. 23. 3 RICAURTE SOLER, El positivismo argentino. Buenos Aires, Paidós, 1968, p. 17; R.M. MARTÍNEZ DE CODES, “El positivismo argentino: una mentalidad en tránsito en la Argentina del ochenta”; Quinto Centenario, nº14, Universidad Complutense de Madrid (1988). La doctrina positivista formulada por el filósofo y matemático AUGUSTO COMTE (1798-1857) en su Curso de Filosofía Positiva postulaba que cada rama de la civilización y cada uno de nuestros conocimientos pasa- ba por tres estadios diferentes: el teológico o ficticio, el metafísico o abstracto y el científico o positivo. 4 TULIO HALPERíN DONGHI, “Un nuevo clima de ideas”, La Argentina del ochenta al centenario. Gustavo Ferrari-Ezequiel Gallo (compiladores.), Buenos Aires, Sudamericana, 1980, p.13. 5 Como ha puesto de manifiesto Bonnie Frederick, también entre las escritoras del ochenta la ideología del progreso adquirió gran dimensión, evocando una Argentina rica, desarrollada y libre de las guerras civiles del pasado. El poema El siglo XIX, de Josefina Pelliza de Sagasta, es típico a ese respecto. B. FREDERICK, La pluma y la aguja, Buenos Aires, 1993, p. 7. Para un estudio de la idea de progreso entre 1862 y 1880 véase J. F. SEGOVIA, “Fundamentos políticos y jurídicos del progreso argentino”, Revista de Historia del Derecho, núm. 26 (1998). 6 Hoy en día en plena crisis de la modernidad transitamos, en cambio, un momento débil en don- de el impulso de los cambios ya no tiene el tono de la búsqueda de un mundo mejor, sino que se circunscribe generalmente a metas más pragmáticas ligadas al mero dominio de la naturaleza y de la sobrevivencia.

-112- Las leyes universales y permanentes descubiertas por la crítica contra los mi- tos, los símbolos y la historia comparada de las religiones se constituyeron en el fundamento para demostrar la superioridad de las concepciones científicas frente a la visión cristiana de la vida7. Era un tiempo de optimismo radicado en las fuerzas humanas y se creía que por la vía de ese progreso indefinido _sustituto de la Providencia8- se alcanzaría la definitiva libertad y felicidad9. La Ilustración definía al progreso desde el punto de vista objetivo como: 1) un movimiento real cuya ley estaba inscripta en las cosas; 2) además el proceso era conti- nuo _cualquier interrupción era aparente_ e irreversible; 3) tendía indefectiblemente a mejorar las facultades humanas hasta límites insospechados; 4) y era un proceso nece- sario o automático que abarcaba la totalidad de los fenómenos humanos. Se extendía al ámbito técnico, económico, social y moral de la vida de las personas. Y desde el plano subjetivo ese movimiento era experimentado como algo deseable y según Kant como un imperativo, como un deber absoluto10. Las ideas ilustradas señalaban una ruptura inevitable con el pasado y ejercie- ron un papel disociador sobre la cultura tradicional caracterizada por los criterios y valores cristianos11. Se intentaba dar nacimiento a una cultura profana y secular y a una organiza- ción republicana, cuya nacionalidad se debía construir desde la raíz12.

Nuestro país era en aquel tiempo un lugar atractivo para personas y capitales, merced a su conformación social y a la situación política que se vivía en el mun- do. Por otra parte, presentaba las características geográficas ideales para adaptar- se a las nuevas condiciones del intercambio comercial mundial13.

7 FERNANDO MARTÍNEZ PAZ, La educación argentina, Córdoba, Universidad Nacional de Córdo- ba, 1979, p. 79. 8 K. LÖWITH, Historia del mundo y salvación, Buenos Aires, Katz, 2007. 9 El progreso era considerado como la quintaesencia de la virtud y conduciría a la humanidad hacia una perfectibilidad permanente, decía Alejo Peyret. HUGO F. B IAGINI, La generación..., p. 11. 10 JUAN CRUZ CRUZ, “Modelos ilustrados de Historia de la Iglesia”, Anuario de Historia de la Iglesia, 5 (1996), pp. 99 y ss. 11 Lo expresó claramente Augusto Marcó del Pont: “el carcomido edificio de la vieja sociedad ar- gentina, se había conmovido hasta sus cimientos, a raíz de las fundamentales disposiciones que transformaban instituciones y entidades, al crear nuevos valores morales y sociales”. AUGUSTO MARCÓ DEL PONT, Roca y su tiempo, Buenos Aires, Rosso, 1931, p. 243. 12 Natalio Botana aludiendo a Sarmiento dice: “La revolución giraba en torno de un enorme vacío teórico [...].El drama era pues semejante a un tríptico: arrancaba de la aparente destrucción del or- den colonial; se hacía más hondo con los interrogantes sin respuesta; e infundía terror en los recién llegados a la vida pública por esa violencia hobbesiana que en todo penetraba: costumbres, usos, hábitos”. NATALIO BOTANA, La tradición republicana. Buenos Aires, Sudamericana, 1984, p. 265. 13 H. S. FERNS, La Argentina, introducción histórica a los problemas actuales, Buenos Aires, 1972; RO- BERTO CORTÉS CONDE-EZEQUIEL GALLO, “El crecimiento económico de la Argentina. Notas para un análisis histórico”. Separata del Anuario, Instituto de Investigaciones Históricas, Uni- versidad Nacional del Litoral-Facultad de Filosofía y Letras, Rosario, núm. 6 (1962-1963).

-113- La crisis de 1880 El país estaba envuelto en un ambiente de violencia desde el comienzo mismo de aquel año, en el que Achával Rodríguez volvería a la legislatura como diputado nacional, como consecuencia de problemas no resueltos _uno de ellos el de la Capital_ y los inminentes comicios presidenciales. El mitrismo proclamaba la candidatura del gobernador bonaerense Carlos Tejedor y Saturnino M. Laspiur para presidente y vicepresidente de la nación respectivamente. Por su parte en el movimiento autonomista, que en ese momento se había fusionado con los sectores federales del interior y tenía proyección en las provin- cias, excepto Corrientes, se consolidaba la figura de Julio Argentino Roca. El tradicional enfrentamiento entre provincianos y porteños había recrudeci- do con gran virulencia y hasta existía la posibilidad de que el país se fragmentara en una serie de enclaves débiles y agresivos entre sí. El Delegado Apostólico Luis Matera le informaba al Cardenal Lorenzo Nina, secretario de Estado de León XIII, sobre el enfrentamiento inminente, y refirién- dose a las provincias de Buenos Aires y Corrientes, le expresaba:

Interesadas éstas por la retención y aumento de su prestigio y superioridad, se han alineado contra el general Roca, que proviene de provincia enemiga por nacimiento (era tucumano); no le reconocen mérito particular y lo consideran candidato del gobierno que apoyó ilegalmente su elección14.

La prensa porteña agitaba la idea de que la candidatura de Julio Argentino Roca era una imposición de las provincias contra Buenos Aires, como había sido la de Avellaneda y que era un deber patriótico de ésta rechazarla. Tejedor mismo se consideraba un candidato de resistencia a esa pretendida imposición provincial y así lo hizo saber al inaugurar la legislatura local como gobernador. El autonomismo, por su parte, levantaba la bandera federal como solución a los problemas institucionales, y propugnaba un cambio en la orientación económica que favoreciese un desarrollo industrial similar al de los Estados Unidos cuando se independizó de Gran Bretaña, sustentado en una fuerte base popular15. Si bien la realidad de los hechos era muy compleja y cambiante, las expectati- vas de los hombres del interior eran muy favorables con respecto a la candidatura de Julio Roca, la tercera provinciana sostenida por la Liga de los Gobernadores. Quince días antes del 1 de febrero, día fijado para la elección de los diputados nacionales y frente a la compleja situación de las candidaturas, Roca le escribió a Dardo Rocha desde la ciudad mediterránea, verdadera clave de bóveda de su estrategia:

14 CAYETANO BRUNO, Historia de la Iglesia en la Argentina, vol. XII, Buenos Aires, Don Bosco, 1981, p.39. 15 FERNANDO E. BARBA, Los autonomistas del 70. Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, pp. 10-11.

-114- De casi todas las provincias tendremos buenas diputaciones. Es posible que por Córdoba vayan Filemón Posse, Bouquet y Tristán Achával16.

Poco más de un año antes, el mismo Roca le decía a Juárez Celman que

... Deben fijarse mucho en los [...] diputados que deben mandarnos el año que viene. Tienen que ser amigos decididos [...] No sean zonzos y no nos manden tilingos que no sirven para Dios ni para el diablo. El Congreso de 1880 deberá estar bien compuesto, pues tiene que ser en caso de dudas, juez en última instancia de la elección presidencial17.

Las elecciones de hecho consagraron como diputados nacionales por Córdo- ba, además de Tristán, a Carlos Tagle, Ismael Galíndez, Felipe Yofré, Ángel Sosa, Manuel Esteban Pizarro, Carlos Bouquet y Federico Corvalán18. Un día después de los comicios provinciales, en donde Achával Rodríguez había sido elegido diputado nacional, Roca, exultante, le escribía a Posse preci- sándole que

En todas las provincias, como inspirándose en la importancia y misión de este Congreso, se han hecho muy buenas designaciones. Nunca en la Cámara de Diputados habrá estado mejor representado el interior. En calidad y número seremos superiores19.

Pero el cuerpo legislativo fue uno de los campos de combate de las fuerzas en pugna y mucha agua pasaría hasta que los diputados electos pudieran ser re- conocidos como tales. Tan es así que se estaban por terminar las sesiones preparatorias sin haber tratado los diplomas que en debida forma habían presentado diputados de tres provincias. Luego de varios días sin sesionar se llegó a un acuerdo entre Mitre y el dipu- tado roquista por Salta Victorino de la Plaza. Se aceptaban los diplomas de un diputado por Entre Ríos y otro por Santa Fe, pero nuevamente se postergaba a los representantes cordobeses. Este acuerdo, aprobado por la mayoría de los diputados roquistas, fue re- chazado precisamente por los diputados mediterráneos quienes sostuvieron la necesidad de que el país se enterase de las presiones que sufrían y de ese modo sabrían las provincias qué actitud asumir para el futuro20. En la sesión del 15 de mayo Bartolomé Mitre informó sobre el acuerdo sur- gido luego de largas discusiones y “recíprocas explicaciones”.

16 FERNANDO M. MADERO, Roca y las candidaturas del ochenta. Buenos Aires, Centro de Estudios para la Nueva Mayoría, 2007, p.132. 17 AGUSTÍN RIVERO ASTENGO, Juárez Celman, Buenos Aires, Kraft, 1944, p. 100. 18 Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados de la Nación, Buenos Aires, 1881, p. 44. 19 FERNANDO. M. MADERO, Roca... cit., p. 133. 20 FELIPE YOFRÉ, El congreso de Belgrano, Buenos Aires, Lajoaune, 1928, págs. 80-82.

-115- El referido acuerdo implicaba retirar los dos dictámenes de la Comisión de Poderes referentes a la elección de los diputados y tomar juramento a los nuevos representantes21. Achával Rodríguez protestó por ese convenio que dejaba sin tratar los diplomas de los diputados cordobeses. Enfatizó que la nación estaba dividida en dos bandos políticos muy enfrentados y que a pesar de que sus amigos políticos habían creído patriótico arribar a esa solución con el general Mitre, él no lo podía apoyar. Diputado electo por un distrito electoral, no podía callarse ante el aplazamien- to de su incorporación plena a la cámara.

Se me ha confiado una misión; el distrito electoral de Córdoba me ha dicho vaya al Congreso a representarme, a tomar parte en las diversas cuestiones que se traten. Yo en manera alguna puedo declinar de este mandato sin renunciar antes a él; no puedo consentir ni puedo adherirme a este propósito y en con- secuencia si fuese votado, cumpliendo con un deber austero tendría que votar en contra22.

Paralelamente a estos acontecimientos parlamentarios se convocó a una gran manifestación por la paz encabezada por conspicuas personalidades: Mitre, Sar- miento, Vicente Fidel López, Félix Frías, José Benjamín Gorostiaga, que llegó a reunir a miles de personas. Se dirigieron a la casa de gobierno y allí fueron arengados por Avellaneda, quien sostuvo que la paz era indispensable para la vida de los pueblos, ya que un remington no podía ser un argumento válido para solucionar los problemas de convivencia social. El mismo 10 de mayo, día de la manifestación, tuvo lugar una reunión en Tigre entre Tejedor y Roca, quien bajó desde Rosario con el fin de alcanzar un entendimiento, pero la reunión fracasó ya que Tejedor pretendía que Roca renun- ciase a su candidatura. Los seguidores de Tejedor se prepararon para el enfrentamiento armado, y Roca le entregó una carta a Carlos Pellegrini, con quien se había entrevistado luego de Tejedor, que fue publicada en El Nacional, en la que manifestaba que si no se habían entendido (con Tejedor) la culpa no era suya. Los acontecimientos se precipitaron rápidamente. Contra la prohibición ex- presa del presidente, el 2 de junio cinco mil fusiles fueron desembarcados en el Riachuelo y paseados por las calles en abierto desafío a Nicolás Avellaneda. Poco más de un año después de este hecho, cuando se discutía una deuda nacional al Banco de la Provincia de Buenos Aires, en el recinto de la Cámara de Diputados Achával Rodríguez recordó estos luctuosos acontecimientos y res- ponsabilizó a Tejedor por el enfrentamiento armado:

21 También se nombró a un Presidente, un Vice presidente primero y un segundo de la Cámara. Fueron elegidos Manuel Quintana, Cleto Aguirre y Juan Bautista Alberdi respectivamente. 22 Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados de la Nación, Buenos Aires, 1881, pág. 19.

-116- Si el gobernador de Buenos Aires, doctor Tejedor, no hubiese tratado de in- troducir las armas que introdujo, si no hubiese humillado al Presidente de la República y a las autoridades nacionales, el Presidente de la República no se hubiese visto obligado a ir a Belgrano a formar un ejército y a dar batallas que dieron por resultado la federalización de Buenos Aires23.

Mientras tanto y a raíz del levantamiento armado del gobernador bonaerense Carlos Tejedor contra el gobierno central, el 4 de junio el Poder Ejecutivo Nacio- nal fijó su residencia en el entonces pueblo de Belgrano y convocó al Congreso, a la Corte Suprema de Justicia y a los funcionarios a que se trasladasen allí, ante el cariz que tomaron los acontecimientos24. La mayoría de los senadores y muchos diputados se embarcaron en el puerto de Buenos Aires para trasladarse a Belgrano. El 21 de junio se produjeron los combates generalizados, que causaron más de tres mil muertos, y un día después el gobierno nacional, dado que no funcio- naba el Congreso, decretó el estado de sitio en la provincia de Buenos Aires. Tejedor por su parte declaró el estado de asamblea y designó como comandante en jefe a Bartolomé Mitre, quien nombró a su vez como jefe de su estado mayor al general Gelly y Obes. También se creó un Consejo de Defensa bajo la presi- dencia de Mitre y se reorganizó su ejército. Las miras de Tejedor, quien llegó a manifestar que estaba en condiciones de pro- ducir otro Pavón, no se circunscribían a Buenos Aires, ya que mientras acordaba con Corrientes enviaba a Lisandro Olmos a Córdoba para derrocar a su gobierno25. La provincia de Buenos Aires se apoderó de la oficina de rentas e incluso recibió ingresos y ordenó pagos por cuenta de la Nación, que luego no fueron reconocidos. El gobierno instalado en Belgrano tuvo que organizar la Tesorería y la Aduana, que se ubicó en San Fernando. Lo que sí pudo evitar fue que la pro- vincia rebelde se apoderara de las arcas del Banco Nacional26. Mientras tanto la Cámara de Diputados quedó dividida entre quienes se que- daron en Buenos Aires, bajo la presidencia del diputado porteño Manuel Quin- tana, y quienes se trasladaron a Belgrano siguiendo la convocatoria de las auto- ridades nacionales. Estos últimos se constituyeron en minoría y el 11 de junio designaron presidente al diputado entrerriano Vicente Peralta27.

23 Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados de la Nación, t. I, Buenos Aires, 1882, pág. 401. 24 El decreto que establecía que las autoridades que ejercían el gobierno federal residirían en Belgrano se firmó el 5 de junio. 25 ISIDORO J. RUIZ MORENO, La federalización de Buenos Aires. Buenos Aires, Instituto Histórico de la Organización Nacional, 1980, pág. 50. 26 ROBERTO CORTÉS CONDE, Dinero, deuda y crisis. Evolución fiscal y monetaria de la Argentina 1862- 1890, Buenos Aires, Sudamericana, 1989, pág. 146. 27 Los miembros de la Corte Suprema de Justicia permanecieron en la ciudad de Buenos Aires intentando realizar una mediación y el vicepresidente Mariano Acosta también permaneció en la ciudad pero haciendo causa común con Carlos Tejedor. ISIDORO J. RUIZ MORENO, La federalización...cit., pág. 55 y ss.

-117- El 24 de junio declararon vacantes los puestos de los diputados que no se trasladaron a Belgrano: veinticuatro por la sección electoral de Buenos Aires, seis de Corrientes, dos de Entre Ríos, dos de Córdoba, dos de Salta, y uno de Catamarca y de Jujuy28. Finalmente las tropas porteñas fueron derrotadas y el gobierno nacional pasó a controlar la provincia, disponiendo también la intervención nacional. El 25 de junio el doctor Tejedor reconoció su derrota militar. Escribió, en- tonces, al presidente Avellaneda y le propuso un arreglo decoroso que pusiese término a la situación, y comisionó al mismo Mitre para que se dirigiese a Belgra- no para arreglar los detalles. El 30 de junio Tejedor renunció y convino con Ave- llaneda que se haría cargo de la provincia el vicegobernador José María Moreno. No obstante, la legislatura provincial mantuvo una actitud desafiante, ya que dispuso ascensos militares a los defensores de la ciudad portuaria y premió inclu- so a sus soldados.

La federalización de Buenos Aires

Vencida la rebelión porteña, la anomalía institucional que significaba la falta de una jurisdicción plena del gobierno central entró en vías de solución. Ahora sí la Capital en Buenos Aires se veía como ineludible. Si en otro momento se pensó en una ciudad del interior, luego de los sucesos de junio la Capital en Buenos Aires aparecía como la solución más adecuada29. Pero mucha agua debía pasar debajo del puente hasta alcanzarse ese objetivo, ya que las circunstancias eran muy complicadas30.

Era el diputado Achával Rodríguez la figura central de la Cámara, decidido partidario de la cuestión Capital, a la que venía vinculado desde 1875 en el célebre debate con el entonces diputado José María Moreno, gobernador de Buenos Aires, con quien tenía que entenderse como presidente de la comisión nombrada31.

Tras largas vicisitudes, finalmente el 21 de septiembre se dictó la ley decla- rando Capital al municipio de Buenos Aires y el 26 de noviembre la legislatura bonaerense prestó consentimiento a la federalización. A través de otro instrumento legal se prohibió a las provincias la formación de cuerpos militares, bajo cualquier tipo de denominación.

28 Los diputados cuyas bancas habían sido declaradas vacantes protestaron el 10 de julio a través de un manifiesto al pueblo de la República. 29 ISIDORO J. RUIZ MORENO, La federalización… cit., págs. 58-61. 30 Hemos tratado más detenidamente estos asuntos en HORACIO M. SÁNCHEZ DE LORIA PARO- DI, El pensamiento jurídico-político de Tristán Achával Rodríguez, Quorum, Buenos Aires, 2008. 31 FELIPE YOFRÉ, El Congreso…cit., pág. 138.

-118- Se había llegado a una solución de esta cuestión de cuestiones, como solía denomi- narse, por la que tanto había bregado Achával desde hacía cinco años32. Tristán pensaba y anhelaba que de esta forma se solucionaría el viejo pro- blema político-económico: la ciudad puerto ahora se colocaba al servicio de todos33. En la legislatura local también hubo disidencias sobre la cuestión. El diputado Leandro N. Alem se opuso tenazmente a que Buenos Aires cediera su municipio. Consideró que se profundizaría le centralización política, que la ciudad absorbe- ría la vitalidad de la República, y sostuvo que no era el tiempo de dictar una ley de esa naturaleza, que requería por lo menos sosiego y tranquilidad. La suerte de la República federal quedaría librada a la voluntad y las pasiones del Ejecutivo nacional. La Argentina se encaminaría hacia el unitarismo con apoplejía en la cabeza y parálisis en las extremidades. Alem se refirió expresamente a Achával Rodríguez, y le reprochó el haber arriado sus antiguas banderas federales, por haber apoyado la federalización de la ciudad portuaria. Recordó su largo discurso de 1875 a favor de la capitalización de una ciudad del interior, las razones que esgrimió entonces para oponerse a la federalización de Buenos Aires y su militancia federal de siempre.

El Dr. D. Tristán Achával que como se sabe es una de las ilustraciones de Cór- doba [...] nunca había arriado su bandera, hasta este momento34.

Evidentemente Alem pasó por alto el hecho de que en aquel tiempo la po- sición de Achával era la mayoritaria de los hombres del interior, pero en 1880 la situación había cambiado drásticamente con el levantamiento militar de la ciudad puerto35.

32 Emilio Lamarca recordaba en La Unión que Avellaneda decía: “Tristán me va a convulsionar el país con su manía de la Capital”. CARLOS MARÍA GELLY Y OBES, “Obra y legado de Tristán Achával Rodríguez”, Rumbo Social, año XII, núm. 34 (1967), pág. 10. 33 En el archivo de Tristán Achával Rodríguez se conserva un ejemplar de La decapitación de Buenos Aires, de ADOLFO SALDÍAS. Allí el autor critica duramente al Congreso de Belgrano y a Avella- neda por la federalización de Buenos Aires enseguida de la lucha armada cuando pesaba sobre ella el estado de sitio y la intervención nacional que colocaba autoridades en la campaña y por el hecho de que ese Congreso de Belgrano funcionó sin los representantes legales de la provincia de Buenos Aires. 34 EMILIO RAVIGNANI, Asambleas Constituyentes Argentinas, tomo VII, Buenos Aires, 1939, pág. 456. 35 En 1875 Tristán Achával Rodríguez suscribió un proyecto de ley junto a Clemente Villada, Lidoro Quinteros, Echague, Luis Warcalde y Sixto Terán que proponía designar capital de la República a la ciudad de Córdoba con los siguientes límites: por el este la margen derecha del río 1º hasta el punto denominado Pucará y desde ese punto una línea de dos leguas al sur; por este rumbo una línea de naciente a poniente de dos y media leguas de largo tirada desde el extremo sur de la línea anterior; por el poniente otra línea al norte hasta dar con el río 1°, tirada desde el extremo oeste de la línea de naciente a poniente ya determinada y por el norte la margen derecha del río 1°. EMILIO RAVIGNANI, Asambleas..., t. V, págs. 1250-1251.

-119- Achával pensaba como José Hernández que la vitalidad de la capital irradiaría energía en lugar de absorberla y garantizaría la libertad contra los despotismos locales36. Más allá del derrotero institucional posterior que acentuó la centralización, de hecho la federalización de la ciudad de Buenos Aires ayudó a equilibrar el cuadro económico-social del país. De acuerdo a algunas estimaciones, si la provincia de Buenos Aires hubiese conservado la ciudad, para fines del siglo XIX habría tenido casi la mitad de la población nacional y el 66 % de la riqueza, con las consecuencias económicas y políticas que ello significaba37.

Roca Presidente

Como era habitual, el 12 de octubre de 1880 asumió Julio Argentino Roca como Presidente de la República, acompañado por Francisco Madero como Vicepresidente. El 8 de diciembre de ese año se celebró un Te Deum en acción de gracias por la proclamación de la Capital de la República, que predicó fray Mamerto Esquiú. Sobre el entusiasmo que se vivía en las calles en aquella jornada, comentaba un viajero inglés:

The Te Deum chanted at full length and due solemnity in the presence of the President and all the principle authorities, both National and Provincial was followed by a still longer pulpit oration delivered by a brawny friar for some distant province in the interior, Catamarca or Tucuman, in great repute for his eloquence. […]. After the religious ceremony therse came a march-past of the troops. Those favoured persons who had been asked to witness it for the windows and balconies of the Town House or Cabildo, wich stands at rigth agles to the cathedral and overlooks the Square of Victory […] followed the President thither on foot through the protecting lines of the soldiers38.

Roca era el primer presidente que dejaba de ser huésped de la ciudad recién federalizada. El interior tenía expectativas en el nuevo presidente, que se consi- deraba encarnaba los anhelos de las provincias frente a las políticas absorbentes. En la capital, en cambio, existían recelos para con su persona, especialmente por ser de tierra adentro y actor principal en la federalización de la ciudad.

36 NATALIO BOTANA, “Dilemas políticos y fiscales de la organización federal en la Argentina”, Nación y diversidad. Territorio, identidades y federalismo, JOSÉ NUN y A. GRIMSON (compiladores). Edhasa, Buenos Aires, 2008. 37 PABLO GERCHUNOFF, FERNANDO ROCCHI, GASTÓN ROSSI, Desorden y progreso. Las crisis econó- micas argentinas 1870-1905. Buenos Aires, Edhasa, pág. 63. 38 HORACE RUMBOLD, The Great Silver River. Notes of a Residence in Buenos Aires in 1880 and 1881, London, 1890, págs. 61-63.

-120- Roca tenía el respaldo de la Liga de Gobernadores, verdadero entramado provin- cial integrado por doce de las catorce provincias (sólo Corrientes acompañaba a Buenos Aires), cuyo epicentro se encontraba en Córdoba con el gobernador Antonio del Viso y su ministro de gobierno Miguel Juárez Celman. Pero también en Buenos Aires tuvo apoyo entre los antiguos autonomistas de Alsina y algunos otros sectores. Lo acompañaron Carlos Pellegrini, Pedro Goye- na, Aristóbulo del Valle, Dardo Rocha, Juan José Romero, Vicente Fidel López. La ley que acababa de sancionarse debía ser el punto de partida de una nueva era en que el gobierno podía ejercer su acción con entera libertad, exento de las luchas diarias y deprimentes que tenía que sostener para defender sus prerrogati- vas contra las pretensiones invasoras de los funcionarios locales. Libre de estas ataduras el gobierno podía dedicarse entonces a las tareas de la administración y a la labor fecunda de la paz, cerrando el período de las guerras civiles que había detenido la marcha regular del país. El lema de su gobierno sería Paz y Administración. Se necesitaba paz duradera, orden estable y libertad permanente. El nuevo presidente aseguró que en cual- quier parte en que alguien se levantase contra las autoridades constituidas, sufriría todo el peso de la ley. Era una seria advertencia que prefiguraba el intento de implantar sobre bases más firmes al Poder Ejecutivo Nacional, cuyo monopolio de la fuerza serviría finalmente para reducir los restos del viejo federalismo a la unidad del Estado. Roca se rodeó de hombres calificados y experimentados en la gestión públi- ca y su primer gabinete estuvo integrado por Antonio del Viso como ministro del Interior, Bernardo de Irigoyen en Relaciones Exteriores, quien tuvo la sa- tisfacción de ver coronada su obra del tratado de límites con Chile en octubre de 188139. Juan José Romero fue nombrado en Hacienda y durante su gestión se sancio- nó la ley de unificación de la moneda, también en 188140. Manuel D. Pizarro, militante católico, comprovinciano de Achával, en Jus- ticia, Culto e Instrucción Pública y el general Benjamín Victorica en Guerra y Marina41.

39 Bernardo de Irigoyen fue muy amigo de Achával Rodríguez. Se conserva una carta en el archi- vo familiar en donde el Ministerio de Relaciones Exteriores se comunica con Achával Rodrí- guez para pedirle por un expediente que tiene en el congreso Anacarsis Lanús. Biblioteca del Jockey Club, Archivo Tristán Achával Rodríguez, documento sin foliar. 40 Como no se hizo cargo inmediatamente el doctor Santiago Cortínez, ministro en la presidencia anterior, permaneció un tiempo en el cargo. Ni bien sancionada la ley de unificación monetaria, Roca le regaló a Juárez Celman unas monedas y se las envió por intermedio de Achával Rodrí- guez. AGUSTÍN RIVERO ASTENGO, Juárez..., pág. 260. 41 Bernardo de Irigoyen estuvo dos años a cargo de la cancillería y tres a cargo del Ministerio del Interior. Victorino de la Plaza lo reemplazó en 1882 y cuando éste fue puesto a cargo del Ministerio de Hacienda lo sucedió en la cartera Francisco J. Ortiz hasta el final del período presidencial. Victorino de la Plaza permaneció en Hacienda hasta marzo de 1885 en que fue reemplazado por Wenceslao Pacheco, y Benjamín Victorica hacia el final del período fue reem- plazado por Carlos Pellegrini.

-121- El Delegado Apostólico Luis Matera informaba a Roma en esos días:

El gabinete no tardó en constituirse con hombres de la política del ex presidente (Avellaneda) que había apoyado eficazmente la elección del brigadier Roca.

Y comentando la actitud de Bernardo de Irigoyen y Romero, agregaba:

Al honrarme entre ambos con sus visitas, mostraron decidida voluntad de mantener las buenas relaciones existentes con la Santa Sede y las propias dis- posiciones a favor de la Iglesia. Espero que los hechos correspondan a las palabras42.

El intento de concretar un acuerdo con la Santa Sede provocó la primera cri- sis de gabinete; en enero de 1882 Pizarro renunció a su cargo y fue reemplazado hasta la finalización del período por un hombre que estaba en las antípodas de su pensamiento, , un símbolo de la época, cuya posición era más próxima a la del primer mandatario43. Wilde era un hombre imbuido de las ideas progresistas del siglo y de hecho se constituyó en uno de los principales promotores del laicismo44.

La ruptura

Y aquí estaba el punto central de la disputa. El laicismo, expresado no sólo en medidas político-jurídicas, sino también en conductas y gestos, significaba una nueva manera de ver la realidad política, inscripta en la concepción positivista reinante. José Manuel Estrada decía que un Estado sin Dios se transformaría rápida- mente en un dios Estado; la fundamentación inmanente del poder nos llevaría a su endiosamiento. Achával lo expresó de este modo:

... convertir al gobierno de un país [...] en modificador de creencias religiosas, en propagandista público de doctrinas contrarias a la creencia social y a la conciencia pública y privada, es no sólo confundir la misión de gobernar y mandar con la de convencer y persuadir, es no sólo desconocer la naturaleza conservadora y los fines de orden del gobierno, sino que es falsear todo esto

42 CAYETANO BRUNO, Historia..., vol. 12, pág. 41. 43 A pesar de que muchos países en ese momento celebraban concordatos con la Santa Sede, Wilde rechazó la idea en virtud de que, según él y de conformidad con su ideología, se debía “conservar íntegra la soberanía”, que podía verse enajenada con la firma de ese acuerdo. CAYE- TANO BRUNO, Historia..., vol. 12, pág. 44. 44 Una de cuyas manifestaciones más importantes fue la ley de educación común 1420 que elimi- nó a la religión como materia formativa.

-122- y convertir al gobierno en revolucionario y enemigo del pueblo, autorizando de parte de éste todos los medios legítimos de una bien justificada defensa45.

El laicismo era un signo evidente del aumento del poder, de la construcción de un aparato de poder ilimitado que coincidía paradójicamente con la exaltación de la libertad humana desligada del orden evangélico. Ellos fueron grandes defensores de las garantías individuales, contempladas en la Constitución de 1853, pero advertían del peligro de fundar el orden polí- tico en una libertad desligada, que quedaría sujeta en definitiva a las veleidades del poder. Y esas veleidades se notaban claramente en la desarticulación de la estructura republicana: carencia de transparencia electoral, violación de la división de po- deres, identificación del gobierno con un partido o sector, corrupción política, desmanejo económico-financiero, que desembocaría en la crisis de 1890. Anhelaban un país federal, descentralizado, en donde se respetase la letra y el espíritu de la Constitución de 1853; Achával Rodríguez y otros tantos acompa- ñaron la candidatura de Roca, como representante del interior, la federalización de la ciudad de Buenos Aires y todo lo que significase equilibrar el predominio porteño, acrecentado tras la batalla de Pavón y sobre el que había advertido tan claramente fray Mamerto Esquiú en el epitafio que le hiciera a la Confederación en el diario del Ambato de Catamarca:

Aquí yace la Confederación Argentina Murió en edad temprana A manos de la traición, de la mentira y del miedo Que la tierra porteña le sea leve Una lágrima y el silencio de la muerte Le consagra un hijo suyo Fr. Mamerto Esquiú

También colaboraron dentro de sus posibilidades para el engrandecimiento material y se alegraron con los progresos que se daban en ese campo, pero enten- dían que no podía basarse la vitalidad del país en el comercio o la industria, sin un marco institucional empapado de virtudes porque en caso contrario se estaría construyendo sobre barro46. Eclipsadas las virtudes del espacio público la sociedad es concebida, sostenía Estrada, como el espacio de una lucha feroz, la lucha por la vida, el reino de los conflictos de intereses, en lugar de ser la suficiencia por la vida como se despren- de de las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino47. Y ese eclipse producía innumerables hechos desgraciados, entre ellos el aban- dono de los más necesitados, que transformaban al progreso y civilización al que

45 Obra y acción de Tristán Achával Rodríguez. Sus biógrafos, su credo político, Buenos Aires, 1927, pág. 134. 46 La Unión, 25 de mayo de 1886. 47 La Unión, 7 de julio de 1885.

-123- se aludía desde el poder en un sarcasmo y una falsificación de las palabras y la significación de los hechos48. La ley debe reposar en la moral y en los pueblos iluminados por la revelación como el nuestro, sostenían, no puede fundarse en los conceptos incompletos y contradictorios de la razón natural, sino en los principios de la moral cristiana. Respetaban la distinción entre el ámbito natural y el sobrenatural, entre la esfera civil y la esfera religiosa. No pretendían la imposición de la religión cris- tiana o prebendas para las jerarquías eclesiásticas, sino que el espíritu evangélico impregnara las conductas y las instituciones siguiendo nuestra tradición secular. Vemos entonces que las discrepancias planteadas no eran meramente coyun- turales o de organización, ni ligadas a problemas personales o de apetito de poder, eran discrepancias profundas, vinculadas a diversas maneras de mirar la realidad.

Las consecuencias

En esa lucha política los militantes católicos pusieron en segundo plano sus am- biciones personales: José Manuel Estrada perdió su cátedra y en el caso de Achával Rodríguez la ruptura con el gobierno significó el sacrificio de su carrera política y los altos puestos públicos a los que sin duda estaba llamado a desempeñar. De Córdoba, segunda capital política del país, habían salido las candidaturas de Avellaneda y Roca. La gran figura que se perfilaba para sucederle era Achával Rodríguez49. A propósito de este tema decía en 1916 Mariano Demaría :

... su mentalidad, su preparación, sus aptitudes constructivas, su amor a la paz, su espíritu americano lo indicaban para cualquier ministerio y yo señores llego a la conclusión de que de todos los ministerios el que Achával Rodríguez ha- bría desempeñado mejor es la Presidencia de la República que los resume y los condensa. Es un espíritu especialmente argentino, parece venir de la entraña misma de la tradición patria50.

Bernardo de Irigoyen, a través del suegro de Tristán, José de Caminos, le envió una larga carta instándolo a permanecer en las filas oficialistas y a luchar dentro del mismo cauce para desviar el curso de la corriente. Pero Achával le

48 Estas palabras utilizaron varios editoriales de La Unión de junio de 1888 a propósito de la situa- ción de los aborígenes. A principios de ese mes se había producido una matanza en el ingenio del gobernador militar de Misiones. La mayoría oficialista de la Cámara de Diputados impidió que se interpelara al Ministro de Guerra sobre ese tema. “Es tiempo que se remedien ya inve- terados abusos y conceptuamos un deber en la medida de nuestras fuerzas la rehabilitación de esa raza infeliz de seres, verdaderos parias de nuestra civilización y víctimas indefensas de la arbitrariedad y la crueldad”. La Unión, 13 de junio de 1888. 49 NÉSTOR TOMÁS AUZA, Católicos...cit., pág. 195. 50 Obra...cit., pág. 261.

-124- respondió que el torrente era tan impetuoso que sería condenable permanecer en medio de sus aguas turbias. El mismo Roca confesaría años después que se le llegó a ofrecer un ministerio o un cargo diplomático en el exterior, a fin de persuadirlo de que se mantuviese en el seno del gobierno. Emilio Lamarca confirma que

Su separación no fue como otras separaciones. La presencié, y sin ambages declaro que, dadas las circunstancias en que se decidió, aquello fue un acto heroico, y precisamente se agigantó donde no pocos lo creían anularse51.

Pero las discrepancias políticas jamás afectaron el trato personal y ésta fue una constante en todo el movimiento católico. Ni en los momentos más agitados de la lucha se descendió a la injuria, la calumnia, la demagogia o al terreno personal mezquino. Como no estaban infi- cionados de ideología, ni debatían con odios o malas intenciones, las relaciones personales se mantuvieron perfectamente. Una anécdota los pinta de cuerpo entero: un día Achával Rodríguez le propu- so a su tío, el famoso fray José Wenceslao de Achával que lo invitase a caminar por la calle Florida nada menos que a Eduardo Wilde, su acérrimo adversario en tantas luchas memorables. Como Tristán sonreía mientras los tres paseaban, Wilde intuyó lo que pensaba Tristán y le dijo que él se sentía muy cómodo con los dos, y que con esa compañía era más que posible entrar al Cielo52. El mismo día de su temprana muerte el general Roca le envió una carta afec- tuosa a José de Caminos, el suegro de Achával, que publicó el diario La Unión _vocero capitalino del grupo católico- y en la cual le manifestaba que aunque en los últimos años se habían distanciado por asuntos políticos, le conservaba siempre verdadera estima y lo reconocía como un hombre de altas condiciones morales e intelectuales53.

La Constitución de 1853 y la escuela de Esquiú

Los militantes católicos consideraban que la política que combatían era con- traria a la letra y el espíritu de la Constitución de 1853. En efecto, la Constitución

51 Ibídem, pág. 175. 52 Cuando era Ministro Plenipotenciario en Paraguay, tenía como adscripto militar en la legación a Lucio V. Mansilla, un hombre notoriamente irreligioso. Parece que solía invitarlo a comer y lo ponía en medio de dos sacerdotes con quienes trabó relación en el país guaraní, Miguel Di Pietro, el Delegado Apostólico acreditado en la Argentina, Paraguay y Uruguay y Antonio Sabatucci, su secretario que luego sería representante de la Santa Sede en Buenos Aires, para “de esa manera santificarlo al general Mansilla”. ISAAC PEARSON, “Tristán Achával Rodríguez”, El Pueblo, 24 de octubre de 1920. 53 Obra...cit., págs. 239-240.

-125- reconocía el origen trascendente del poder y tendía a establecer un gobierno con autoridad pero limitado a sus justos términos. Sancionada tras largas guerras civiles, ese instrumento político-jurídico debía ser un ancla segura que nos alejase de la anarquía y el despotismo, males endémi- cos que no nos permitían organizar una convivencia adecuada. En esto seguían especialmente las enseñanzas de fray Mamerto Esquiú54, sintetizadas en el célebre sermón del 9 de julio de 1853 en la Matriz de Cata- marca, que constituyen una auténtica escuela político-jurídica de interpretación constitucional. Esquiú sostenía, conforme la enseñanza tradicional, que 1) todo poder viene de Dios y tiene como finalidad el bien común. De allí que la regulación de las conductas humanas deberá tener en cuenta la cualidad personal de los gobernados. El gobierno debe ser limitado, respetuoso de las mejores tradiciones patrias y fundamentalmente de la dignidad humana. Por eso el franciscano rechazaba el principio de la soberanía (popular o nacional) entendido a la manera moderna como originario, absoluto, inalienable e imprescriptible, peligroso por su natura- leza para la vida pública por su tendencia hacia el totalitarismo55. Así como el absolutismo creyó encontrar en el rey el titular de la soberanía, la visión ideológica de la democracia considera que esa soberanía se ha desplazado del rey a la nación o pueblo y en lugar de considerarla como una cualidad obje- tiva del poder encausada por aspectos éticos, políticos, jurídicos y culturales, la entiende como originaria y absoluta56. En el célebre sermón Laetemur de gloria vestra decía Esquiú:

Hubo en el siglo pasado la ocurrencia de constituir radical y exclu- sivamente la soberanía, lo proclamaron, lo dijeron a gritos, el pueblo lo entendió, venid se dijo entonces, recuperemos nuestros derechos usurpados ¿Con qué autoridad mandan los gobiernos a sus soberanos? Y destruyeron toda autoridad. ¡Subieron los verdugos al gobierno, vino el pueblo y los llevó al cadalso! Y el trono de la ley fue el patíbulo […]. La Francia se empapó de sangre, cayó palpitante, moribunda. ¡Fanáti- cos! he ahí el resultado de vuestras teorías. Yo no niego que el derecho público de la sociedad moderna fija en el pueblo la soberanía, pero la religión me enseña que es la soberanía de intereses, no de autoridad; por éste o cualquier otro medio toda autoridad viene de Dios. Omnis potestas a Deo ordinata est.

54 El otro gran precursor del movimiento católico fue Félix Frías. 55 La obra de JEAN BODIN, Le six libres de la Republique es fundamental para entender el principio de la soberanía en la política moderna. 56 Por eso para dejar bien aclaradas las cosas, fray Mamerto Esquiú en su proyecto de Constitu- ción para Catamarca de 1878 establecía que “El pueblo y la Constitución de Catamarca reco- nocen en sus leyes y autoridades legítimas, no un poder convencional, sino el poder que viene de Dios, fuente única del deber y el derecho”.

-126- 2) Para Esquiú la sociedad siempre es una comunidad (si consideramos la distinción acuñada por Ferdinand Tönnies entre Gemeinschaft y Gesselschaft) ya que reconoce orígenes no sólo voluntarios racionales _como pretende el racionalismo político_ sino también religiosos y naturales. Sus vínculos se anudan no sólo en contratos sino también en actitudes, emociones de los cuales derivan deberes y derechos, no sólo derechos. Esta sociedad de derechos engendra personas que siempre se consideran acreedoras. Se impone entonces una ética subjetivista y se deja de lado la ética evangélica abandonando los deberes y las obligaciones. 3) La realidad social es plural; para el franciscano existen una pluralidad de órdenes sociales, por lo tanto se deben promover la autonomía, la descentraliza- ción, las tradiciones locales y fundamentalmente el principio de subsidiariedad. Los cuerpos sociales básicos dotados de cierta autonomía jurídica encauzan de- bidamente al poder, ya que una sociedad estructurada es el corazón del principio de subsidiariedad. Las limitaciones ético-religiosas conjugadas con las orgánicas son el cimiento necesario para asentar las limitaciones jurídico-constitucionales, que en caso con- trario pierden vigencia fácilmente. Esquiú anhelaba una sociedad fuerte, con vínculos vertebrados espontánea- mente, no desde el poder, a fin de que las personas no sean absorbidas por el todo social y así lo expresó aquel 9 de julio de 1853:

Que el individuo, el ciudadano no sea absorbido por la sociedad, que ante ella se presente vestido de su dignidad y derechos personales, que éstos queden libres de sumisión a cualquier autoridad. Esto es igualmente equi- tativo y el carácter prominente de los pueblos civilizados es esta noble figura que no ofrece el cuadro de la civilización antigua y nos trajo la re- ligión con su doctrina y el ejemplo de los fieles, que inmóviles resistían el impulso tiránico de los gobiernos, de las leyes, de las preocupaciones del mundo entero.

4) Nuestra Constitución de 1853, más allá del particular contexto histórico que la enmarcaba reconocía el origen trascendente del poder (“Dios fuente de toda razón y justicia”), la historia política concreta, resaltaba las garantías indivi- duales, respetando la tradición cristiana secular. 5) Este pensamiento estaba arraigado, es decir estaba anclado en la tradición histórica del federalismo del interior, de allí su idea central de la necesidad de integración y armonización de todas las zonas del país y su rechazo a la visión cosmopolita alejada de nuestra idiosincrasia. En definitiva Esquiú advertía sobre el peligro de alejarnos de nuestras mejores tradiciones patrias; volveríamos a encontrar a la anarquía y el despo- tismo, ya que ellos anidan en todos los sistemas políticos sustentados en el relativismo moral.

-127- Epílogo La doctrina, la conducta y el ejemplo de vida de fray Mamerto Esquiú fue el gran modelo que tuvieron los militantes del ochenta. Sus desvelos por la paz, la serenidad de espíritu, la tolerancia, les impuso un sello imborrable. El mismo general Roca _lo expresó en varias oportunidades_ admiraba pro- fundamente la humildad y la sapiencia del fraile catamarqueño57. Y en 1894 Rubén Darío, tras visitar Córdoba, lo definió como

Un salterio de vírgenes y santos, Un cáliz de virtudes y una copa de cantos Tal era fray Mamerto Esquiú.

57 Asistió a la Misa del 8 de diciembre de 1880 celebrada por Esquiú en la Catedral de Buenos Aires cuatro días antes de ser consagrado obispo de Córdoba.

-128- LÍMITES E INTEGRACIÓN EN LA POLÍTICA EXTERIOR DE ROCA

RAÚL ARLOTTI *

INTRODUCCIÓN

El presente trabajo se centra en la diplomacia llevada adelante durante los dos gobiernos de Julio Argentino Roca para dar solución a los problemas de límites del país con Chile y Brasil, y que, a la vez, se traduce en gestión liminar para los Pactos del ABC de 1914. Para dar inicio a mis argumentaciones he elegido para caracterizar a Julio Argentino Roca, dos expresiones del eminente politólogo francés Bertrand de Jouvenel, cuando enuncia las características del jefe político: “Hombre de Pro- yecto” y “Maestro de obras”. Este autor reconoce al “hombre de proyecto” como aquel en quien su proyec- to ha llegado a ser imperativo y al que sirve con todas sus fuerzas, es un hombre que sigue su idea. Mientras que el “maestro de obra” se expresa porque el proyecto es el que manda1. Entre el hombre, el maestro y el proyecto hay una constante y perma- nente retroalimentación. Roca, como hombre de proyecto es el que dice con sus acciones: constru- yamos un país moderno; y, como maestro de obra, dice: hagámoslo de esta manera. La piedra angular de la política de Roca es hacer de la Argentina un Estado moderno. Asume su primera presidencia con el lema: “Paz y Administración”, el

* Raúl Arlotti es Licenciado en Ciencia Política (Universidad Nacional de Rosario), Doctor en Ciencia Política (Universidad del Salvador) y Posdoctor (Universidad de Buenos Aires). Es profesor de Teoría del Estado en la Facultad de Derecho (UBA), profesor de “Constitución, Gobierno y Economía. Módulo VIII” en la Maestría de la Magistratura y de “Literatura, Políti- ca y Derecho en América Latina” –Curso intensivo para el Doctorado– en la misma Facultad; profesor de “Cultura en los Países del MERCOSUR” y profesor y coordinador de la Orienta- ción en Relaciones Internacionales en la Maestría en Procesos de integración con énfasis en el MERCOSUR, de la Facultad de Ciencias Económicas (UBA). A su vez, es profesor de “Teoría Política Contemporánea” en la Carrera de Ciencia Política de la Universidad de Belgrano y titu- lar del Doctorado en Ciencias Políticas. Es Asesor Legislativo en la H. Cámara de Diputados de la Nación y la Legislatura de la CABA. Actualmente es director del proyecto PIM “Avances hacia la formulación de nuevos modelos de gestión para la Justicia Argentina. La administra- ción de tribunales”. Ha sido director de tesis de doctorado. 1 Cfr. B. DE JOUVENEL, La Soberanía (Madrid, Rialp, 1957) págs. 130-132.

-129- cual es válido no sólo para su política interna, sino también para la externa. Su actuación en el campo de la política exterior presenta una lógica que se inspira en la premisa siguiente: la paz, se puede conseguir si se logra definir de manera acabada desde y hasta dónde rige la soberanía de cada uno de los actores que integran el concierto internacional. Trazar los límites de la nación es para “el zorro” tarea prioritaria, pues, para dejar atrás el Estado pre-moderno está obligado a señalar la demarcación a partir de la que se establecen las normas jurídicas de actuación de aquellos que integran el Estado. Noción que, a su vez, se liga estrechamente a los desarrollos de apara- tos de control del moderno Estado-nación. En el Estado moderno, el límite es barrera defensiva ante los “otros” y, al mismo tiempo, barrera de control ante “nosotros”. Sin ellos no se puede sepa- rar entre nosotros y ellos, esa es una de las funciones propias del Estado2, así se interpreta la cuestión desde la paz de Westfalia (1648), en la que se establece que el principio de integridad territorial es el fundamento de la existencia de los Estados.

Cambios en el centro del mundo

Al momento en que Roca asume su primera presidencia, la panorámica inter- nacional va mostrando horizontes en los que se dibujan nuevos perfiles. En Eu- ropa se da inicio a lo que se ha dado en llamar la época del imperialismo moder- no; pues, desde 1880 las potencias europeas luchan por la repartición política y económica del mundo y se proponen decidir para siempre el equilibrio, la riqueza y el poder de las naciones. Junto a ello se inicia el apogeo del gran capital, con rá- pido ascenso económico de los Estados industriales y se dan progresos técnicos y científicos que ponen de manifiesto nuevas formas de energía, por ejemplo, en el campo de la electricidad; en el mismo año en que Roca asume su primera presidencia, Tomás Alva Edison recibe la patente de su lámpara incandescente; Wabash, en el Estado de Indiana, Estados Unidos, se convierte en la primera ciudad del mundo iluminada con luz eléctrica en sus calles. Las comunicaciones, por medio de la telegrafía y el teléfono, aceleran el desarrollo del comercio y de la economía mundial. La política colonial europea busca que se mantenga el nivel de vida de la burguesía, amenazada por la superpoblación y las crecientes exigencias de las masas. Conceptos como “pueblo sin espacio” dominan el pen- samiento de la época.

2 HAROLD J. LASKI, al hablar sobre la naturaleza del Estado, afirma: “Todo ciudadano del mundo moderno es súbdito de un Estado. Está legalmente obligado a obedecer sus órdenes, y los perfiles de su vida son marcados por las normas que el Estado impone. Estas normas son las leyes; y en el poder de exigirlas a todos los que viven dentro de sus fronteras, radica la esencia del Estado”. Cfr. su: Introducción a la Política (Buenos Aires, Siglo XX, 1957) pág. 7.

-130- Roca y la política exterior Argentina con los países del Pacífico En los últimos dos años de la presidencia de Avellaneda, las relacio- nes diplomáticas argentino-chilenas se encuentran paralizadas, ello debi- do principalmente al rechazo del Senado de nuestro país al pacto Fierro- Sarratea, de diciembre de 1878, por el que se reconoce como límite de ambas naciones a la Cordillera de los Andes de acuerdo con la teoría “de las más altas cumbres” _enunciada por el perito Francisco P. Moreno_, y al pacto Montes de Oca-Balmaceda, de junio de 1879. Lo cual lleva a una situación bilateral tensa que se refleja en la ausencia de representantes diplomáticos argentinos en Santiago y chilenos en Buenos Aires a partir de ese momento. Al asumir Roca, el gobierno chileno sostiene que el hecho de mantener a Ber- nardo de Irigoyen como ministro de Relaciones Exteriores, expresa la decisión de las autoridades argentinas por mantener esa situación de tensión y, al mismo tiempo, de no involucrarse directamente en la Guerra del Pacífico manteniendo una actitud neutral3. El correr de los hechos, entre los que se cuentan los triunfos militares de Chile, el fracaso de la mediación de los Estados Unidos en Arica y la ocupación de la capital del Perú a comienzos de 1881, hacen que Roca reoriente su política exterior de neutralidad absoluta y tome como iniciativa el camino de contrarres- tar la política de expansión que muestra Chile, la cual puede quebrar el equilibrio político continental4. Frente a tal posible situación, Roca diseña dos mecanismos para mantener el equilibrio regional: 1. Generar una mediación conjunta argentino-brasileña que frene la guerra del Pacífico. 2. Abrir relaciones diplomáticas con Colombia y Venezuela, estados que tienen una actitud distante y por momentos crítica hacia Chile. La primera de estas estrategias tiene su fecha de inicio en noviembre de 1880, por medio de una invitación al Imperio del Brasil para llevar adelante una mediación conjunta en la guerra del Pacífico, con el objeto de evitar el desmembramiento de los derrotados en la guerra y que, al mismo tiempo, circunscriba el resultado de la contienda a “los pagos de los gastos originados por la misma”, “indemnización de los perjuicios causados” y “sometimiento al arbitraje de las cuestiones que dieron lugar a la guerra”. El gobierno de Brasil evita su compromiso con tal idea y, en nombre de la neutralidad, se restringe a mantener una actitud expectante sobre la evolución

3 G. SMITH, “The Role of José Manuel Balmaceda in preserving Argentine neutrality in the War of the Pacific”, en:Hispanic American Historical Review, Vol. XLIV, Núm. 2, (mayo 1969), págs. 254-267. 4 R. ETCHEPAREBORDA, Historia de las Relaciones Internacionales Argentinas (Buenos Aires, Editorial Pleamar, 1978) pág. 222.

-131- de la guerra del Pacífico5. El resultado de las evasivas brasileñas sobre una me- diación hace que la Argentina reduzca sus expectativas y, en julio de 18816, el ministro Irigoyen limita su gestión a una propuesta conjunta de buenos oficios, en lo cual el gobierno argentino también fracasa. El segundo mecanismo, se fundamenta en la proposición colombiana de rea- lizar un Congreso de los estados del continente en Panamá. La respuesta de la Argentina al gobierno de Colombia es positiva. Las observaciones del canciller Irigoyen sobre arbitraje e integridad territorial, a lo que se suma el rechazo explí- cito a las tentativas de anexiones violentas y de conquista, son los puntos centra- les de la política argentina y, a la vez, van a dar origen a una misión diplomática ante los gobiernos de Caracas y Bogotá. Roca e Irigoyen sostienen que lo conveniente es avanzar en el camino de la paz en el Pacífico, a la que siguen los gobiernos de Colombia, Ecua- dor y Venezuela. El gobierno argentino emprende la ruta en abril de 1881, designando a Miguel Cané como Ministro Residente ante los gobiernos de Caracas y Bogotá. Las instrucciones que lleva son precisas: a) Vincular a la Argentina con “aquellos pueblos americanos que desde la Emancipación…, han permanecido separados por la distancia y la ausencia de intereses comu- nes inmediatos”. b) Superar las dificultades que “han impedido el estableci- miento de relaciones estrechas y continuas…” c) Recordar, a los gobiernos ante los cuales está acreditado, que la política exterior argentina se sustenta en “los dos grandes principios que sirven de base al Derecho Público ameri- cano”: 1. El uti possidetis de 1810. 2. La declaración de que en América no hay territorios res nullius7.

5 L. VILLAFAÑE, El Imperio del Brasil y las Repúblicas del Pacífico (Quito, Corporación Editora Nacio- nal y Universidad Simón Bolívar, 2007), pág. 133. El 10 de noviembre de 1880, el ministro de Relaciones Exteriores argentino, Bernardo de Irigoyen, envía una nota a Luis L. Domínguez, Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario ante el gobierno de Brasil; en ella le solici- ta que informe al gobierno Brasileño sobre la iniciativa del gobierno argentino para que ambos gobiernos participen mediando en el conflicto. En el primer párrafo de dicha nota se lee: “Por la nota dirigida a V.E., con fecha de ayer, V.E., queda impuesto de la disposición en que se en- cuentra este Gobierno para ofrecer una mediación amistosa conjunta con el Brasil, en la guerra que divide desgraciadamente a los Estados del Pacífico…”. Documento transcripto en E. H. CIVATI BERNASCONI, Guerra del Pacífico 1879-1883 (Buenos Aires, Círculo militar, 1946) t. II, pág. 441. 6 Después de negociaciones e intercambios de cartas entre el Plenipotenciario Domínguez y el Ministro de Relaciones Exteriores de Brasil, el 15 de julio de 1881 Domínguez recibe una carta del ministro Pedro L. P. De Souza, en la que le expresa: “En estas circunstancias, parece al gobierno imperial que la prudencia aconseja el ofrecimiento de simples buenos oficios”. Y, en punto y aparte remarca: “Declarar los plenipotenciarios brasileros y argentinos que sus gobiernos no ofrecen las condiciones de la paz, y apenas por medio de ellos procuran traer a los beligerantes a acuerdo razonable y honroso para todos”. Cfr. CIVATI BERNASCONI, op. cit., pág. 468. 7 El texto completo de las instrucciones pueden verse en R. SÁENZ HAYES, Miguel Cané y su Tiempo 1851-1905 (Buenos Aires, Ktaft, 1955) págs. 226-228.

-132- El objetivo diplomático que persigue Roca es que Venezuela y Colombia se incorporen a una mediación concertada de los países de la región bajo el lide- razgo argentino y, de esta manera, alcanzar una solución justa a la guerra del Pacífico. Para el caso, se entiende como “solución justa” que la mediación tiene como sustentos el uti possidetis, la negación de territorios res nullius en América y el respeto por la independencia e integridad de la soberanía política y territorial del Perú y Bolivia8. Lo cierto, es que la dinámica que lleva adelante la misión de Cané en Caracas y Bogotá va disminuyendo en fuerzas, y el entusiasmo inicial de don Miguel decae y enflaquece. La firma del Tratado Argentino-Chileno de 1881 es un gol- pe que afecta a las actividades y propósitos del diplomático argentino ya que, por ello, la vinculación con Venezuela y Colombia pasa a tener escasa o nula importancia9.

Reanudación de las negociaciones entre la Argentina y Chile por el conflicto límitrofe

La élite dirigente de la Argentina no está dispuesta a arriesgar una guerra con Chile, pero tal postura no es impedimento para que la diplomacia de Roca man- tenga en pie su propósito de neutralizar la política expansiva de Chile, aunque no hayan prosperado los intentos de mediación por la Guerra del Pacífico y la apertura diplomática con Colombia y Venezuela. En nuestro país hay temor por que una victoria de Chile sobre Perú y Bolivia, lleve a Chile a intentos de expandirse sobre territorio argentino e incursione so- bre las costas y territorios patagónicos. El temor disminuye con la firma entre la Argentina y Chile del Tratado de Límites de 1881. Después de negociaciones diplomáticas, el 23 de julio de 1881 se firma el Tratado de Límites; por el mismo se resuelven las incertidumbres derivadas de la aplicación del uti possidetis a la definición de la frontera entre ambos países, que queda establecida en cuatro sectores, a saber: 1) El límite, de norte a sur, hasta el paralelo 52°, la cordillera de los Andes. La línea fronteriza correrá en esa extensión por las cumbres más elevadas de dichas cordilleras que dividan las aguas y pasará por entre las vertientes que se despren- den a un lado y otro... 2) Región Austral del Continente y al norte del Estrecho de Magallanes: En este sector el límite es una línea que parte en el divortium aquarum de los Andes y que, siguien- do diversos accidentes, continúa hasta la Punta Dúngenes. Los territorios que

8 A. CISNEROS y C. ESCUDÉ, Historia General de las Relaciones Exteriores de la República Argentina, tomo VI, cap. 34, subcap. “La Misión de Miguel Cané en Venezuela y Colombia (1881-1882) como Estrategia de la Contención al Expansionismo Chileno”, en la dirección web: http:// www.argentina-rree.com/6/6-086.htm 9 ETCHEPAREBORDA, op. cit., pág. 227. A fines de marzo de 1882 Cané deja Bogotá y pone fin a su misión diplomática ante los gobiernos de Venezuela y Colombia.

-133- quedan al norte de dicha línea pertenecerían a la Argentina, y a Chile los que se extienden al sur de ella. 3) Isla Grande de Tierra del Fuego: se divide a la isla por una línea vertical que parte del cabo del Espíritu Santo; la parte oriental para la Argentina y la parte oc- cidental para Chile. En cuanto a las islas, pertenecerán a la República Argentina la Isla de los Estados, los islotes próximos inmediatos a ésta y las demás islas que haya sobre el Atlántico al oriente de la Tierra del Fuego y costas orientales de la Patagonia; y a Chile pertenecerán todas las islas al sur del Canal de Beagle hasta el cabo de Hornos y las que haya al Occidente de la Tierra del Fuego. 4) Estrecho de Magallanes: se deja a Chile soberano de ambas riberas, y se dis- pone que queda neutralizado a perpetuidad y asegurada su libre navegación para todas las naciones. En cuanto al arbitraje, se estipula lo siguiente: toda cuestión que surgiere con motivo del tratado o por cualquier otra causa, se someterá al fallo de una potencia amiga, “quedando en todo caso como límite inconmovible entre las dos repúbli- cas el que se expresa en el presente arreglo”10.

10 El texto del tratado es el siguiente: En el nombre de Dios Todopoderoso. Animados los Gobiernos de la República Argentina y de la República de Chile del propósito de resolver amistosa y dignamente la controversia de límites que ha existido entre ambos países, y dando cumplimiento al artículo 39 del Tratado de abril del año 1856, han resuelto celebrar un Tratado de Límites y nombrado a este efecto sus plenipotenciarios, a saber: S.E. el Presidente de la República Argentina al doctor don Bernardo de Irigoyen, Ministro Secretario de Estado en el Departamento de Relaciones Exteriores; S.E. el Presidente de la República de Chile a don Francisco B. de Echeverría, Cónsul General de aquella República; quienes, después de haberse manifestado sus plenos poderes y encontrán- dolos bastantes para celebrar este acto han convenido en los siguientes artículos: Artículo 1º. El límite entre la República Argentina y Chile es, de norte a sur, hasta el paralelo 52 de latitud, la cordillera de los Andes. La línea fronteriza correrá en esa extensión por las cumbres más elevadas de dichas cordilleras que dividen las aguas y pasará por entre las ver- tientes que se desprenden a un lado y otro. Las dificultades que pudieran suscitarse por las existencias de ciertos valles formados por la bifurcación de la cordillera y en que no sea clara la línea divisoria de las aguas, serán resueltas amistosamente por dos peritos nombrado uno de cada parte. En caso de no arribar éstos a un acuerdo, será llamado a decidirlo un tercer perito designado por ambos gobiernos. De las operaciones que practiquen se levantará un acta en doble ejemplar, firmada por los dos peritos, en los puntos en que hubiesen estado de acuerdo, y además, por el tercer perito en los puntos resueltos por éste. Esta acta producirá pleno efecto desde que estuviere suscripta por ellos y se considerará firme y valedera sin necesidad de otras formalidades o trámites. Un ejemplar del acta será elevado a cada uno de los gobiernos. Artículo 2º. En la parte austral del continente y al norte del Estrecho de Magallanes, el límite entre los dos países será una línea que, partiendo de Punta Dúngeness, se prolonga por tierra hasta Monte Dinero; de aquí continuará hacia el oeste, siguiendo las mayores elevaciones de la cadena de colinas que allí existen, hasta tocar en la altura de Monte Aymond. De este punto se prolongará la línea hasta la intersección del meridiano 70 con el paralelo 52 de latitud y de aquí seguirá hacia el oeste, coincidiendo con este último paralelo hasta el divortia aquarum de los An- des. Los territorios que quedan al norte de dicha línea pertenecerán a la República Argentina; y a Chile lo que se extienda al sur, sin perjuicio de lo que dispone respecto de la Tierra del Fuego e islas adyacentes, el artículo tercero.

-134- Por este tratado, la Argentina obtiene el reconocimiento definitivo de su sobe- ranía sobre la Patagonia. Chile renuncia al reclamo de esa región y obtiene el con- trol exclusivo del Estrecho de Magallanes. Aunque esto significa un gran avance en las relaciones Argentino-Chilenas y los problemas territoriales parecen quedar concluidos definitivamente, los hechos van a seguir otro camino; es que, si para llegar al tratado las discusiones versan sobre vastas zonas, en un corto plazo apa- recen discordias por la demarcación, las cuales se expresan en las interpretaciones que se hacen de los artículos 1º y 3º. En cuanto al artículo 1º, los argentinos sostienen que la línea de demarcación está determinada por las más altas cumbres, independientemente de su conti- nuidad como divisoria de aguas. Por su parte, los chilenos sostienen que la línea divisoria no pasa por las más altas cumbres, sino por aquellas alturas que divi- diesen las aguas, fuesen o no las más altas cumbres. Mientras el divortium aquarum de los chilenos llevaba la frontera hacia el oriente, el criterio argentino de las altas cumbres otorgaba salida al Pacífico en Puerto Natales. En el artículo 3º, las desavenencias nacen en la falta de un anexo al texto del tratado, de un mapa o una lista de las islas que se adjudican a cada país; además

Artículo 3º. En la Tierra del Fuego se trazará una línea que partiendo del punto denominado Cabo del Espíritu Santo en la latitud 52o 40’, se prolongará hacia el sur, coincidiendo con el meridiano occidental de Greenwich, 68o 34’, hasta tocar en el Canal Beagle. La Tierra del Fue- go, dividida de esta manera, será chilena en la parte occidental y argentina en la parte oriental. En cuanto a las islas, pertenecerán a la República Argentina la isla de los Estados, los islotes próximamente inmediatos a ésta, y las demás islas que haya sobre el Atlántico al oriente de la Tierra del Fuego y costas orientales de la Patagonia; y pertenecerán a Chile todas las islas al sur del Canal Beagle hasta el cabo de Hornos y las que haya al occidente de la Tierra del Fuego. Artículo 4º. Los mismos peritos a que se refiere el artículo primero fijarán en el terreno las líneas indicadas en los artículos anteriores y procederán en la misma forma que allí se determina. Artículo 5º. El Estrecho de Magallanes queda neutralizado a perpetuidad y asegurada su libre navegación para las banderas de todas las naciones. En el interés de asegurar esta libertad y neutralidad, no se construirán en las costas fortificaciones ni defensas militares que puedan contrariar ese propósito. Artículo 6º. Los gobiernos de la República Argentina y de Chile ejercerán pleno dominio a perpetuidad sobre los territorios que respectivamente les pertenecen según el presente arreglo. Toda cuestión que, por desgracia, surgiere entre ambos países, ya sea con motivo de esta tran- sacción, ya sea de cualquier otra causa, será sometida al fallo de una potencia amiga, quedando en todo caso como límite inconmovible entre las dos Repúblicas el que se expresa en el presen- te arreglo. Artículo 7º. Las ratificaciones de este tratado serán canjeadas en el término de sesenta días, o antes si fuere posible, y el canje tendrá lugar en la ciudad de Buenos Aires o en la de Santiago de Chile. En fe de lo cual los plenipotenciarios de la República Argentina y de la República de Chile firmaron y sellaron con sus respectivos sellos, y por duplicado el presente tratado en la ciudad de Buenos Aires, a veintitrés días del mes de julio del año de nuestro Señor 1881. [Fdo.] Bernardo de Irigoyen - Francisco de B. Echeverría. Ministerio de Relaciones Exteriores y Cul- to. Instrumentos internacionales de carácter bilateral suscriptos por la República Argentina, tomo II, Bue- nos Aires, 1950, pág. 655, cit. en A. RIZZO ROMANO, La cuestión de límites con Chile en la Zona del Beagle (Buenos Aires, Pleamar, 1968) págs. 102-105.

-135- no hay ninguna mención referida a las islas argentinas al sur de Tierra del Fuego. La interpretación que los gobiernos argentinos realizaron posteriormente de este artículo 3º, se basa en la argumentación de que, en el tratado, el nombre Tierra del Fuego se refería al archipiélago y no a la isla principal. Aun concediendo que tal interpretación fuese correcta, el problema se manifiesta en que las islas en litigio se encuentran “en el Este de Tierra del Fuego” y no “al Este de la misma”. Además, la expresión “la Tierra del Fuego” parece referirse mucho más a la isla principal que al archipiélago11.

Relaciones con Brasil durante la primera presidencia

Además de las cuestiones limítrofes pendientes con Chile, la Argentina tiene problemas de límites con Brasil en la región misionera. Durante el gobierno de Nicolás Avellaneda, Brasil decide crear colonias mi- litares en un espacio del territorio misionero que se encuentra en litigio con la Argentina, un cuadrilátero enmarcado por los ríos Pepirí-Guazú, San Antonio, Chapecó y Chopín. El gobierno argentino reacciona ante este avance y, el 22 de diciembre de 1881, por ley nacional, federaliza a Misiones12, y por decreto del 16 de marzo de 1882, divide a dicho territorio nacional en 5 distritos. La decisión genera molestias en las autoridades del Brasil, que consideran que se están reali- zando actos de jurisdicción en una zona en litigio, y junto a su protesta decide reiterar el ofrecimiento de iniciar negociaciones sobre la cuestión de límites de la frontera Este. El gobierno argentino responde afirmativamente, pero al mismo tiempo, de- fiende el derecho de crear la gobernación de Misiones dentro de su territorio y señala que son los brasileños quienes han asentado una colonia militar en la zona en disputa, por ello entiende que es conveniente desalojar esa colonia. En el in- tercambio de notas entre cancillerías, ambas aseguran estar obrando en territorio propio. Después de algún tiempo, la propuesta de Brasil es formar una comisión mixta que recorriese el terreno y que en base a los informes que la misma presen- tase se resolviera el conflicto. Durante 1883 y la mayor parte de 1884, el asunto no tiene avances, pero con la llegada del nuevo canciller de Brasil, barón de Alençar, toma nuevos impul-

11 Cfr. A. CISNEROS, y C. ESCUDÉ, op. cit, t. VI, cap. 34, subcapítulos “El Tratado de 1881” y “El Carácter Ambiguo del Tratado de 1881”. 12 Hay que tomar en cuenta que algunos autores inscriben al pensamiento de Roca dentro de la corriente denominada “nacionalismo unificador” que se desarrolla en Europa y Estados Unidos. Ver, entre otros, N. BOTANA, y E. GALLO, De la República Posible a la República Verdadera (Buenos Aires, Ariel, 1997) págs. 29-30. Esta corriente llega a su máxima expresión jurídica con la sanción de la ley núm. 1532 de “Organización de los Territorios Nacionales”, sancionada en octubre de 1904. La decisión de federalizar Misiones se toma con el mismo criterio de soberanía territorial que el de la fundación de las gobernaciones del Chaco en 1872 y de la Patagonia en 1878.

-136- sos, los cuales se traducen en la firma de un acuerdo por el que se dispone la formación de una comisión exploradora. El tratado lo firman el ministro brasi- leño y el canciller de nuestro país, Francisco J. Ortiz, en Buenos Aires, el 28 de septiembre de 188513. Por este tratado, se crea una comisión mixta a la que le incumbe reconocer los ríos Pepirí-Guazú y San Antonio y los dos situados al Oriente de ellos conocidos en el Brasil con los nombres de Chapecó y Chopín; las partes se comprometen a buscar una solución amistosa, y además, disponen el reconocimiento del territo- rio en litigio y la exploración y estudio de los cuatro ríos que lo comprendían14. La comisión es integrada por José Ignacio Garmendia, por la parte argentina, y el barón de Capanema, por la brasileña. Los resultados no se conocieron hasta 188915, tres años después de que Roca hubiese dejado su primera presidencia. Más allá de las dificultades referidas a la disputa sobre el territorio misionero, el gobierno de Roca está dispuesto a estrechar relaciones con Brasil como forma efectiva de limitar el poder militar chileno y, de esa manera, encarar desde una posición de mayor fuerza las negociaciones con las autoridades de Santiago por la cuestión limítrofe.

13 Los artículos más importantes del tratado de septiembre de 1885 señalan lo siguiente: Artículo 1º. Cada una de las Altas Partes Contratantes nombrará una Comisión compuesta de un primer Comisario, un segundo y un tercero y de tres ayudantes. En los casos de impedimento o muerte, si no se tomare otra resolución, el primer Comisario será sustituido por el segundo y éste por el tercero. Cada una de las comisiones podrá tener, a voluntad del respectivo Go- bierno, el personal necesario para su servicio particular, como el sanitario o cualquier otro, y ambas serán acompañadas por contingentes militares de igual número de plazas mandados por oficiales de grados iguales o correspondientes. Artículo 2º. A la Comisión Mixta constituida por las dos mencionadas le incumbirá reconocer, de conformidad con las instrucciones anexas a este Tratado, los ríos Pepirí-Guazú y San Anto- nio y los dos situados al Oriente de ellos, conocidos en el Brasil por los nombres de Chapecó y Chopim y que los argentinos llaman Pequiri-Guazú y San Antonio Guazú, así como el terri- torio comprendido entre los cuatro. Artículo 3º. Las dos Comisiones deberán reunirse en Montevideo para ponerse de acuerdo so- bre el punto o puntos de partida de sus trabajos y acerca de lo demás que fuere necesario. Artículo 4º. Levantarán en común y en dos ejemplares los planos de los cuatro ríos, del territorio que los separa y de la parte correspondiente de los ríos que encierran ese territorio al Norte y al Sur, y con ellos presentarán a sus Gobiernos memorias idénticas que contengan todo cuanto interese a la cuestión de límites. Artículo 5º. En vista de esas memorias y planos las dos Altas Partes Contratantes procurarán resolver amigablemente aquella cuestión, celebrando un Tratado definitivo y perpetuo, que ningún acontecimiento de paz o de guerra podrá anular o suspender [...]. Cfr. República Argentina, Tratados, convenciones, protocolos y demás actos internacionales vigentes celebrados por la República Argentina, tomo primero, Buenos Aires, Imprenta de La Nación, 1901, págs. 274-276. 14 Cfr. Art. 2º de dicho Tratado, cit. en: J. G. MILIA, Geopolítica de Límites y Fronteras de la Argentina (Buenos Aires, Dunken, 2015) pág. 103. 15 El 7 de septiembre de 1889 se pacta un arbitraje. Algunos meses más tarde, en enero de 1890, los doctores Quintino Bocayuva y Estanislao Zeballos, en nombre de Brasil y la Argentina, respectivamente, firman el tratado de límites.

-137- La diplomacia durante el segundo gobierno En su segundo mandato presidencial (1898-1904) Roca, al igual que en su primer gobierno, privilegia una política de acercamiento a Brasil. La idea de la diplomacia argentina es que no se abra un nuevo frente de conflicto y frenar un posible cerco geopolítico, fruto de una eventual alianza Río de Janeiro y Santiago de Chile. Como expresión del objetivo de acercarse a Brasil, Roca realiza, en agosto de 1899, una visita a su par brasileño Manuel Ferraz de Campos Salles. Entre Roca y Campos Salles hay unos puntos de coincidencia. El principal es el com- partir una fe: el republicanismo. Según autores brasileños, Campos Salles tiene una especial predilección por la Argentina, pues, como miembro destacado del republicanismo de su país, mantiene la expectativa de repetir allí la experiencia republicana de la Argentina, teorizada por Juan B. Alberdi y consolidada por el presidente Roca. Seguramente Roca sabe de esto y actúa en consecuencia, dado que, con su visita, la República brasileña recepta, de las manos de la más alta autoridad argentina, el ideal americanista del Río de la Plata. Hay que sumar a esa fe común, la similitud del lema que Roca utiliza en su primera presidencia, “Paz y Administración”, con el que es propio de Brasil, “Orden y Progreso”; aunque con esto no queremos significar aquí que Roca sea un positivista neto, pero sí que él y Campos Salles son militantes de una fuerza política que los identifica. Campos Salles es, para algunos de los autores brasileños de nuestro tiempo, un representante de la cordialidad sudamericana y de la política amistosa en re- lación con la Argentina, sin perjuicio del cordial entendimiento que vinculan a Brasil con Chile y Uruguay16. Desde Santiago de Chile, el representante brasileño informa a su ministro que las interpretaciones hechas por la prensa de aquella capital, sobre la visita de Roca a Brasil, señalan que la Argentina y Brasil tienen un plan destinado a oponerse a los intentos expansionistas de los Estados Unidos en América del Sur, que pro- curan concertar una alianza ofensivo-defensiva, y que la verdadera finalidad de la visita es el establecimiento de las bases de un tratado comercial. Las interpretaciones hechas en Santiago dicen una realidad: el estrechamiento de las relaciones entre la Argentina y Brasil, pero tal acercamiento despierta re- celo en Chile. De este hecho, Roca toma nota. La opinión de la prensa chilena es ilustrativa de cómo, en el espacio sudamericano, se reedita la noción de equilibrio del poder, entonces vigente en Europa17. En la noche del 9 de agosto, Roca pronuncia un discurso para agradecer el banquete con que es homenajeado. En su exposición sintetiza su pensamiento: “Participé muy joven en las fuerzas aliadas que luchaban por una causa común,

16 Cfr. P. CALMON, Historia Social do Brasil: A Epoca Republicana (San Pablo, Martins Fonte, 2002) pág. 91. 17 Cfr. C. BUENO, “Idealismo e Rivalidade na Política Externa Brasileira da Republica: As Rela- ciones com a Argentina (1899-1902), en: S. M. LUBISCO BRANCATO (et al.), Anais do Simpósio o Cone Sul (Porto alegre, EDIPURS, 1995) págs. 43-44.

-138- y este vínculo de sangre y sacrificio no se rompe fácilmente en la vida. Más tarde llegado al gobierno me esforcé por desarrollar entre los países una acción pacífica y provechosa. Dependía de mí entonces firmar el tratado preliminar para llevar a término nuestra vieja contienda colonial. Volví al poder a tiempo de presidir las últimas sugestiones de demarcación. Me cumple decir aquí, con franqueza, que aceptamos casi con satisfacción la decisión del árbitro, porque así conquis- tamos lo que vale más que un pedazo de territorio, la amistad amable del pueblo brasileño”18. La visita de Roca a Brasil es retribuida por el presidente Campos Salles al año siguiente. La llegada del mandatario brasileño a Buenos Aires, deja en claro que Brasil busca acercarse a la Argentina. Uno de los mensajes pronunciado en la oportunidad está dirigido a Chile, pues en él afirma que se congratula por la reciente aproximación entre la Argentina y Chile, la cual tiene el importante papel de “reforzar la solidaridad de Sudamérica”. El intercambio de visitas presidenciales lleva la idea de unirse a Chile, y con- figurar entre las tres naciones un pacto, un acuerdo de defensa frente a posibles agresiones. A este aumento de confianza, se suman los acuerdos de 1902, entre nuestro país y Chile.

Acercamiento, tensiones y pactos con Chile

Roca apuesta al acercamiento hacia Chile como un primer paso hacia una entente argentino-brasileño-chilena que asegure la paz y estabilidad subregional. Una manera de demostrar el acortamiento de distancias con Chile, la revelan las decisiones de apelar al arbitraje de la reina británica para resolver una parte de la cuestión limítrofe y de aceptar el laudo Buchanan, sobre la Puna de Atacama.

El encuentro de los presidentes Errázuriz-Roca

Como un modo de demostrar que se ha elegido el camino de la paz, dado que ya habían sido dados los primeros pasos en Londres para la realización del arbi- traje de la reina de Gran Bretaña, se acuerda un encuentro entre los presidentes Roca y Errázuriz en el Estrecho de Magallanes. El encuentro se lleva a cabo en febrero de 1899. Los autores argentinos dedicados al tema no son unánimes al momento de afirmar de quién parte la iniciativa de la entrevista como forma de eliminar las divergencias apelando al diálogo directo. Para el caso, los esfuerzos de acercamiento no tuvieron efectos para frenar la carrera armamentista entre ambos países. La proclama de despedida de los

18 Cit. en R. MENDES SILVA, “Missoe de Paz: Diplomacia Brasileira nos Conflictos Internacio- nais” en: Diplomacia e Relaçoes Internacionais, puede verse en el sitio: http://www.raulmendessilva. com.br/missoes_visitas_de_dois_presidentes_port.shtml

-139- marineros chilenos a los argentinos en Punta Arenas, el 18 de febrero de 1899, después del encuentro presidencial, expresa: “Trabajemos unidos y levantaremos el coloso del sur; la Cordillera de los Andes será para ambos pueblos el mirador desde donde contemplemos la majestuosidad del Pacífico y del Atlántico”. Los ideales contenidos en esa frase se desmoronan rápidamente sacudidos y azotados por los fuertes vientos patagónicos.

Continuidad y aceleración de las tensiones

Entre octubre de 1901 y enero de 1902, en México, se reúne la Segunda Con- ferencia Panamericana. El núcleo diamantino de los debates entre la delegación de la Argentina y de Chile está centrado en el arbitraje. La posición chilena se vuelca a no aceptar el ‘arbitraje obligatorio’, pues teme que al mismo se le dé carácter retrospectivo y se realice una revisión de las conquistas obtenidas en la guerra del Pacífico. Por su parte, la Argentina pretende que la conferencia se ocu- pe de las disputas existentes bajo el mecanismo de arbitraje y considera que las anexiones chilenas de territorio boliviano y peruano son una cuestión pendiente. Después de arduos debates, los Estados participantes en la Conferencia votan por el ‘arbitraje facultativo’.

Incidentes fronterizos y aprestos militares

En el sur, los chilenos trazan unos caminos en territorio en litigio alegando que los mismos “son caminos de estudio”. La queja presentada por las autorida- des argentinas es respondida por Santiago afirmando que, con anterioridad, un comisario y dos soldados se han internado en dicho territorio desoyendo la inti- mación chilena de desalojo19. El hecho provoca que, desde Buenos Aires, se envíe un crucero a Río Gallegos para averiguar sobre lo ocurrido e informe al gobierno los detalles. En Santiago, el sentimiento anti-argentino va incrementándose y hay manifestaciones en las calles que así lo demuestran. El conflicto está en plena escalada. La Argentina, en diciembre de 1901, con- voca a las clases 1878 y 1879 y el Congreso aprueba la autorización para que el Poder Ejecutivo disponga de fondos para gastos militares. En enero de 1902, el Congreso de Chile autoriza al Poder Ejecutivo a efectuar adquisiciones navales y lo faculta para contraer empréstitos. En Buenos Aires, La Plata, Mendoza, Cata- marca, Tucumán, se desarrollan actos públicos en contra de Chile y en defensa de la seguridad nacional. La cancillería chilena, a través de su máxima autoridad, Eliodoro Yáñez, trata

19 Cfr O. ERRÁZURIZ GUILASASTI, y G. CARRASCO DOMÍNGUEZ, Las Relaciones Chileno Argentinas durante la Presidencia de Riesco 1901-1906. El Arbitraje Británico de 1899-1903. Sus Aspectos Procesales (Santiago de Chile, Ed. Andrés Bello, 1968) págs. 33 y ss.

-140- que se realice la evacuación de las zonas en litigio, y de no producirse tal evacua- ción, establecer un sistema común de policías para esas regiones. La Argentina rechaza la propuesta, y el canciller argentino recibe la orden de suspender las negociaciones si no se encuentran nuevas bases de discusión. Chile se muestra intransigente y, como consecuencia de tal actitud, ambas naciones se ponen al borde de la guerra.

Factores que permiten evitar un conflicto bélico entre la Argentina y Chile

Hay al menos cinco factores que descomprimen la muy tensa situación que viven ambas naciones, a saber: 1) La intervención británica en el litigio limítrofe. Chile envía instrucciones a su ministro en Londres para que active la mediación, con el objeto de evitar que la situación se complique por la presencia de elementos belicistas en Buenos Aires y Santiago, que mantienen en excitación a la opinión pública. Por parte de la Argentina, el banquero Ernesto Tornquist, asesor de Roca en cuestiones financieras, trata de provocar la mediación inglesa a través de dos grandes casas europeas, Baring y Rothschild, a las que les envía un telegrama diciéndoles que, si los dos países continúan con adquisiciones navales será la ruina de ambos. Tornquist tiene como objetivo lograr que el Foreign Office imparta instrucciones a sus representantes en Santiago y Buenos Aires y, por esta vía, obtener de los dos gobiernos la cancelación de las adquisiciones de barcos. La cancillería británica acepta intervenir, pero bajo condición del previo consentimiento de los gobier- nos argentino y chileno a sus gestiones. Tornquist logra cumplir con la condición exigida por la cancillería inglesa, ya que consigue la aceptación oficial de los go- biernos argentino y chileno a la mediación británica. 2) La búsqueda por parte de las diplomacias argentina y chilena de una enten- te o política de alianza. Este objetivo tiene alcances distintos para cada uno de los países. La Argentina plantea una estrategia que procura que, mediante la alianza con Chile, se llegue al aislamiento de Brasil en Sudamérica. El objetivo chileno es crear una alianza que le permita ser un igual entre sus dos grandes socios _Argen- tina y Brasil. La idea chilena es crear un bloque que integre a las tres potencias subregionales. Esta coalición, en la perspectiva de las autoridades de Santiago, podría llegar a convertirlas en el árbitro de las cuestiones sudamericanas y, de este modo, conseguiría contrabalancear la influencia norteamericana. A pesar de los esfuerzos para llegar a la entente ésta no se logra, pues tropieza con numerosas dificultades. 3) La visita, en agosto de 1899, del presidente Roca a su colega brasileño y la respuesta en correspondencia de Campos Salles con una visita a Buenos Aires, en octubre de 1900. 4) El reemplazo de la mayoría de los actores clave en la negociación diplo- mática entre ambos países por figuras partidarias de un acercamiento bilateral. Hacia 1902, y en menos de dos meses, se produjeron las renuncias del ministro

-141- argentino en Santiago, Epifanio Portela, reemplazado por José Antonio Terry, y de los cancilleres argentino y chileno, Amancio Alcorta y Eliodoro Yáñez, quie- nes fueron sustituidos en sus cargos por Joaquín V. González y José Francisco Vergara Donoso. 5) La influencia del general Bartolomé Mitre y su diario La Nación, que con- trarresta las campañas belicistas de otros medios. Tanto La Nación como El País adoptan una orientación pacifista y no intervencionista en los asuntos pen- dientes de la guerra del Pacífico.La Nación, en cierto modo, refleja las posiciones de los ex presidentes Bartolomé Mitre y Carlos Pellegrini: “Argentina en el Atlán- tico y Chile en el Pacífico”. P or su parte, El País da argumentos adicionales a la tesis sustentada por La Nación; sostiene que es difícil justificar una intervención argentina en el Pacífico, ya que ella se había opuesto a la norteamericana en la guerra del Pacífico; además, subraya la idea de que la intervención argentina en el Pacífico tendrá el efecto de una acción imperialista.

Los pactos de mayo

Los tratados se firman el 28 de mayo de 1902, en Santiago de Chile. Compren- den cuatro documentos: 1) Un “Acta Preliminar” al tratado de arbitraje, también llamada “Acta o cláusula del Pacífico” o “de Santiago”; 2) Un “Tratado General de Arbitraje”; 3) Una “Convención sobre Limitación de Armamentos Navales”; y 4) Un Acta pidiendo al árbitro que nombre una comisión para fijar en el terreno los deslindes establecidos por la sentencia. Más tarde, el 10 de julio de ese mismo año, se agrega un “Acta Adicional” que aclara los pactos anteriores y, el 9 de ene- ro de 1903, se suma un “Arreglo” para hacer efectiva la discreta equivalencia de las escuadras argentina y Chilena. El “Acta Preliminar”, establece la renuncia expresa e incondicional del gobier- no de la Argentina a las expansiones territoriales, mientras que el gobierno de Chile lo hace de manera condicionada, “salvo las que resultaren del cumplimien- to de los tratados vigentes o que más tarde se celebraren”. El “Tratado General de Arbitraje” designa a Gran Bretaña como árbitro y le otorga amplias facultades. Si alguna de las partes firmantes llega a romper sus vínculos con Su Majestad Británica, la segunda opción es el gobierno de la Confederación Suiza. El plazo establecido de vigencia del tratado es de diez años, con tácita renovación por períodos de diez años, si no se lo denuncia seis meses antes del vencimiento. La “Convención sobre Limitación de Armamentos Navales” dispone que los gobiernos argentino y chileno, renuncian a adquirir los buques que tienen en construcción y a realizar nuevas adquisiciones. Además, ambos gobiernos se comprometen a disminuir sus escuadras, objetivo para el que ambas partes deben seguir negociando. La disminución debe realizarse en el plazo de un año. Se suma a ello, que los dos gobiernos se comprometen a no aumentar sus armamentos navales durante cinco años, sin previo aviso de dieciocho meses. También se

-142- prohíben las enajenaciones a que diera lugar la convención a países que tuvieran gestiones pendientes con las partes, y se dispone la postergación de la entrega de los respectivos buques en construcción, a fin de facilitar la transferencia de los contratos pendientes20. A pesar de oposiciones y discursos parlamentarios que se levantan en contra de la firma de los Pactos, el parlamento argentino, en la sesión del 29 de julio de 1902, aprueba su ratificación que queda sancionada por la ley nº 4092. Los gobiernos de Argentina y Chile, convienen que el canje de ratificaciones se lleve a cabo el 18 de septiembre de 1902, en Santiago de Chile. Al momento en que la opinión pública de ambos países conoce los pactos, los recibe, en general, con complacencia, la guerra se aleja de estas latitudes y la prensa saluda los acuerdos con entusiasmo. Los que se oponen a lo pactado, desde ambas partes de la cordillera, utilizan los mismos argumentos: 1. Incons- titucionalidad de la convención de desarme. 2. Peligrosidad de la aceptación del arbitraje general y pactado. 3. Primacía de Chile o de la Argentina. 4. El problema del Pacífico en Chile y en la Argentina, que se le negará la posibilidad de interve- nir en él por la letra del tratado21. Por esos pactos la Argentina y Chile evitan una guerra, y por décadas, ambos países zanjan las diferencias por vía diplomática.

De la posibilidad de enfrentamientos bélicos a la paz y las bases del ABC

En oportunidad del debate parlamentario sobre los tratados de paz con Chi- le, el entonces ministro interino de Relaciones Exteriores, Joaquín V. González, sostiene que su generación se educa “en la creencia de que en este país no existe una política internacional”, y que es el gobierno de Roca el que ha dado “una nueva dirección general, de la que hasta ahora ha carecido de modo permanente y continuo”. La nueva dirección a la que refiere González, se sustenta en dos princi- pios: 1) Consolidar el territorio fijándole sus límites. 2) Evitar la guerra pro- curando que cada uno de los Estados del Cono Sur sea ‘él mismo’ en toda su dimensión. Consolidación del territorio y paz son las columnas miliarias para iniciar una integración de los países de América Latina, integración que sólo puede lograrse si los gobiernos convierten al libre comercio en una política de Estado. Este úl- timo es el principio que levanta la Argentina en la Conferencia Panamericana de México, y queda expresado de manera clara en el informe que nuestra delegación presenta en noviembre de 1901. En tal informe se plantea que la única forma de

20 Los textos de los documentos de los Pactos de Mayo, pueden verse en la colección Historia Marítima Argentina (Buenos Aires, Cuántica Editora, 1990) t. VIII, págs. 399-404. 21 Cfr. ERRÁZURIZ GUILASASTI, y CARRASCO DOMÍNGUEZ, op. cit., pág. 78.

-143- avanzar en un panamericanismo real es abriendo los mercados y eliminando las trabas al libre comercio22. Otro hecho que debe mentarse en la política exterior de Roca es aquel que lo lleva, después de arreglar los temas limítrofes con Brasil y Chile, a avanzar en una integración con estos dos países, idea que comparte con el muy influyente hom- bre de la diplomacia brasileña, el barón de Rio Branco. En 1904, Roca se encarga de gestionar ante el gobierno de Brasil y de Chile, el reconocimiento conjunto de la independencia de Panamá. Lo que logra y lleva a convertirlo en el primer articulador de lo que, en 1915, va a dar en denominarse el Acuerdo del ABC23.

22 Cfr. L. MORGENFELD, Vecinos en Conflicto – Argentina y Estados Unidos en las Conferencias Panameri- canas (1880-1955), pág. 115. 23 Al respecto puede verse: M. J. RIMOLDI, “Argentina-Brasil: Dinámica de relación en la coyuntu- ra 1914-1918”, en Temas de Historia Argentina 1, Universidad Nacional de La Plata, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Serie Estudios e Investigaciones, Nº 16, Año 1994, pág. 40. Entre los autores brasileños puede verse la tesis para optar por el grado de doctor en Historia Económica por la Universidad de Sao Pablo con el título “Avaloaçao do Desempenho Comercial do MERCOSUL: 1994-2005” (Sao Pablo, 2008), cita a pie de página núm. 7; dispo- nible en: www.teses.usp.br/.../Luciana

-144- EL CONGRESO NACIONAL DURANTE LA PRIMERA PRESIDENCIA DE JULIO ROCA

FERNANDO DE ESTRADA*1

En los primeros dos años de su presidencia, el general Roca convivió con una Cámara de Diputados cuyos orígenes electorales habían sido particularmente azarosos. El 1º de febrero de 1880 se celebraron los comicios para designar la mitad de los miembros de la Cámara, que debían incorporarse a ella al abrirse el año parlamentario. El roquismo, incipiente oficialismo, obtuvo la mayoría de las bancas, como transparente anticipación de lo que acontecería el 11 de abril al practicarse la elección de electores de presidente y vice de la República: Roca triunfó en todas las provincias con excepción de Buenos Aires y Corrientes. Pero en las frías realidades de la política, estos resultados estaban envueltos por oscura incertidumbre. El gobernador de Buenos Aires y candidato perdedor ante Roca, Carlos Tejedor, consideraba aún la posibilidad de quedarse con la última palabra. Su cálculo consistía en que si los diputados electos en febrero no se incorporaban a la Cámara, el resto de los legisladores (en quienes confiaba) po- drían desconocer las elecciones de abril y dejar así nuevamente abierta la carrera por la presidencia de la República. No eran difíciles de encontrar los pretextos para justificar ese golpe institu- cional, pues los procedimientos de fraude electoral que todos los partidos prac- ticaban servían siempre para enrostrárselos entre sí cuando las circunstancias lo aconsejaban. Y así el 7 de mayo, cuando en el Congreso debía tratarse la legitimi- dad de los diplomas de los electos, a los discursos de impugnación se sumaron en la barra elementos armados para intimidar a los legisladores dispuestos a aceptar a los recién elegidos, y poco faltó para que hubiese un tiroteo en el recinto. Pese a la violencia física que se desplegó, el intento no tuvo éxito y los roquistas pa- saron a estrenar sus escaños. El conflicto por la sucesión presidencial no era, con todo, el más importan- te, sino que se inscribía dentro de otro mayor: la federalización de la ciudad de Buenos Aires y su puerto, cuestión pendiente desde la ruptura con España y que

* Miembro de la Academia Provincial de Ciencias y Artes de San Isidro. Se ha desempeñado en la docencia como profesor en la Universidad Católica de Salta, la Universidad Católica Argentina, el Instituto Nacional de la Función Pública, la Escuela Nacional de Museología. Ex Asesor de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados de la Nación; ex Director de Cultura y Educación de la Municipalidad de San Isidro. En la actualidad dirige el Centro de Estudios de la Realidad Nacional de la Universidad Católica de La Plata y la revista Argentina Virtual y Real.

-145- el presidente Nicolás Avellaneda estaba decidido a dejar resuelto en el pequeño espacio de tiempo que le restaba de gobierno. La tensión entre las autoridades nacionales y las de la provincia de Buenos Aires alcanzó su punto extremo el 4 de junio, cuando Avellaneda se trasladó con el resto del Poder Ejecutivo y la mayoría del Congreso a la localidad de Belgrano. Allí dictó la intervención de la Provincia, que no fue aceptada por Tejedor; los enfrentamientos militares entre ambos bandos comenzaron el 12, un día antes de que los electores de Presidente ungieran la fórmula Julio Roca – Francisco Madero.

Triunfante el presidente Avellaneda en la lid marcial, el Congreso de Belgrano decidió separar de su cuerpo a los cuarenta diputados que habían permanecido junto a Tejedor. La medida disgustó a Avellaneda, que buscaba apaciguar los áni- mos, pero los hechos seguían una dinámica distinta, impulsados como estaban por el avance seguro del roquismo. Un seguidor de esta corriente, el senador Dar- do Rocha, elaboró un proyecto de disolución de la legislatura de Buenos Aires que obtuvo sanción parlamentaria y entró en vigor, pese a la resistencia inicial de Avellaneda, el 18 de agosto de aquel agitado año de 1880. Poco después, el 19 de septiembre, se celebraban elecciones para cubrir las va- cantes dejadas por los cuarenta diputados réprobos que no habían seguido a sus colegas de Belgrano. El roquismo triunfó fácilmente, mejorando aún más el pa- norama legislativo que se abría al futuro presidente, quien también podía sentirse satisfecho de que casi enseguida, el 21 de septiembre, se le dejaba resuelto con la promulgación de la Ley 1029 de federalización de Buenos Aires el conflicto que había enturbiado las perspectivas de unidad nacional a las administraciones que lo habían precedido. El Congreso de 1880 había demostrado auténtico sentido de la división de poderes y de sus responsabilidades específicas. En efecto, aunque en definitiva sus decisiones coincidieron con el fondo del programa del presidente Ave- llaneda relativo a la “Cuestión Capital”, el itinerario hasta allí había sido muy accidentado. Como se ha visto, la Cámara de Diputados minimizada que se instaló en Belgrano expulsó de su seno a cuarenta legisladores –entre quienes revistaban Bartolomé Mitre, Juan Bautista Alberdi, Manuel Quintana_ contra- riando la voluntad del Presidente, y poco después, en unión con el Senado, declaró la disolución de la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires, también desestimando la oposición de Avellaneda, que presentó la renuncia al cargo como protesta por el hecho. La dimisión presidencial fue rechazada por el Congreso con la airada ob- servación de que los legisladores no estaban dispuestos “a dejarse imponer una política determinada”, palabras con las cuales reprochaban un velado intento de extorsión al primer magistrado. Asimismo, el texto legal definitivo que con- sagró la federalización de Buenos Aires no es el elaborado por el Poder Ejecu- tivo sino el que plasmó el Congreso luego de sucesivos traslados del proyecto entre las dos Cámaras.

-146- Roca se vería acompañado en su gestión por este Congreso, que no por serle abrumadoramente adicto le resultaría incondicional ni genuflexo. Atendiendo a esa característica, Roca cultivó la modalidad de legislar preferentemente a partir de iniciativas de los legisladores antes que de proyectos emanados del Poder Eje- cutivo. De acuerdo con ese ritmo, el Congreso sancionó 836 leyes a lo largo del período presidencial. Al tratarse en la Legislatura de la Provincia la cesión del territorio porteño para el establecimiento de la Capital Federal, el diputado Leandro Alem pronos- ticó que este cambio de jurisdicción otorgaría al gobierno nacional los instru- mentos para centralizar su poder sobre toda la república y las autonomías del interior. Pero en aquellos momentos prevalecían opiniones muy diversas a las de Alem; los provincianos se mostraban contentos por su supuesta conquista de Buenos Aires, y los porteños daban el mismo hecho por consumado al expresar su disgusto. A ese respecto, escribe Miguel Ángel Cárcano en su biografía de Roque Sáenz Peña:

La capital aparece invadida por los políticos provincianos que se distinguen por su manera de vestir y su tonada lugareña. Se prestan a la burla y al chascarrillo de los porteños. Vencido Tejedor, sus partidarios buscan adherirse al Partido Autonomista Nacional que aparece dominando el país, pero pequeños grupos de intransigentes pretenden, sin resultado, oponerse a los ‘bárbaros del norte’. Frente al Hotel Helder donde se alojan los diputados del interior, un día aparece un carro descargando fardos de pasto. La gente pregunta: ‘¿Para quién es esa carga?’, y le responden: ‘Para que coman los diputados provincianos’.

Anécdota baladí, ciertamente, pero que refleja el estado de ánimo de una parte de la población local que, por otra parte, no tenía motivos para extrañarse ante la presencia de los provincianos en los órganos de gobierno puesto que los había habido por lo menos desde la Junta Grande de 1810, y cuando de los cinco (o seis, contando a Pedernera) ex presidentes de la era constitucional, uno solo era porteño.

Ha sido tradicionalmente recordada la expresión “Paz y Administración” como síntesis del programa de gobierno expuesto por Roca en el acto de asunción de la presidencia ante el Congreso Nacional; sin embargo, en el orden de la política práctica había sido más explícito al principio de su pieza oratoria: “Al tomar a mi cargo la administración general del país dos preocupaciones dominan sobre todas las demás: el ejército y las vías de comunicación”. Se refería así indirectamente a un solo concepto, que era la unidad nacional lograda recientemente por ley de la fuerza, ya que en el contexto podía entenderse que a las vías de comunicación se refería en cuanto a principio estratégico para la movilización militar. El mensaje de apertura del año legislativo de 1881, pronunciado el 8 de mayo, retoma el tema cuando anuncia que se ha completado la ocupación del desierto al

-147- quedar derrotados los últimos caciques resistentes en la Patagonia. Esta circuns- tancia señalaba la transición hacia una nueva época que requería los instrumentos adecuados para administrar y colonizar los territorios definitivamente incorpora- dos a la soberanía nacional. Pero no era ese el único ámbito donde la Nación debería crear instituciones, pues la ciudad de Buenos Aires surgía en ese momento como una nueva e im- portantísima provincia puesta bajo la autoridad del presidente de la República y necesitada de todas las ramas del gobierno local con los correspondientes em- pleados y edificios. Los temas de mayor urgencia se referían a la representación en el Congreso Nacional, la organización de la Municipalidad y los tribunales, y el régimen de la educación común.

No tardaron en circular por los despachos parlamentarios los proyectos desti- nados a dar realidad a las aspiraciones presidenciales. El diputado Tristán Achával Rodríguez propuso, en la sesión del 13 de junio, que se utilizara el censo pobla- cional de 1869 para establecer la representación de la ciudad y la provincia de Buenos Aires respectivamente, que se fijaba en nueve diputados para la primera y dieciséis para la segunda. Aprobado enseguida, el proyecto pasó al Senado con igual suerte y de allí al Ejecutivo, que lo promulgó como ley el 28 de junio. Los diputados electos en 1880 eran veinticinco, y sus nombres se echaron a sorteo para determinar a cuál distrito representaría cada uno; la ceremonia de juramento se cumplió el 22 de julio, índice de la celeridad con que se resolvió tan importante asunto, y por ley del 18 de octubre se organizó la representación de la Capital Federal en el Senado. No corrió con igual velocidad el proyecto presidencial sobre organización del gobierno municipal, al cual las dos cámaras coincidieron en formular modi- ficaciones que el Ejecutivo rechazó. La disidencia radicaba en cuáles serían las condiciones para que el Concejo Deliberante pudiese suspender o destituir al Gobernador municipal, como se llamaba entonces al cargo que más adelante se conocería como “Intendente”. Entretanto, el Ejecutivo local estaba a cargo de una Comisión Municipal de tres miembros, uno de los cuales oficiaba de presi- dente del cuerpo por voto de sus pares. Durante este período de transición que duró hasta 1883, tal presidente fue Torcuato de Alvear. A falta de la constitución de un gobierno municipal, el Congreso Nacional funcionó como un Concejo Deliberante, dictando leyes en vez de ordenanzas para el gobierno de Buenos Aires. Así, por Ley Nacional 1122 del 28 de abril de 1881 se resolvió el adoquinado de la ciudad entre las calles Caseros, Entre Ríos y Callao, más la continuación del mismo trabajo por Rivadavia (ya no llamada Federación) y Piedad (todavía no llamada Bartolomé Mitre) hasta la plaza Once de Septiembre, por Santa Fe hasta Centroamérica (hoy Pueyrredón), y por Buen Orden (que en 1820 había cambiado su nombre de San Cosme y San Damián como homenaje al restablecimiento del orden cuando los Colorados del Monte mandados por ingresaron por allí a la ciudad) hasta la ba- rranca de Santa Lucía; Buen Orden es en la actualidad la calle Bernardo de Irigo-

-148- yen y la avenida Montes de Oca. El 6 de octubre de 1882 una ley complementaria (la 1219), ordenó el empedrado del resto de las calles del municipio. De aquella gestión municipal del Congreso data el tributo moderna y sintéti- camente conocido como ABL, es decir, la tasa de alumbrado, barrido y limpieza, establecido por la Ley 1163 del 12 de enero de 1883, que no venía a agregarse a otras contribuciones sino que reemplazaba a la que pesaba sobre los alquileres de inmuebles. Una fuente de recursos de veras nueva consistió en la obligación im- puesta a las empresas de tranvías de abonar a la Municipalidad el 6 % de sus utili- dades (a la vez que se las liberaba de la responsabilidad de conservar las calles de sus recorridos). De la cuenta de gastos que se abrió entonces quedan resultados halagüeños: la Ley 1583 dispuso un sistema de expropiaciones para la ampliación de las calles del centro, a la vez que se autorizaba la apertura de una avenida de por lo menos treinta metros de ancho entre las calles Victoria (la actual Hipólito Yrigoyen) y Rivadavia, a extenderse entre la plaza de Mayo y la calle Entre Ríos. Pero este proyecto tendría un costo crematístico y sentimental: la demolición de parte del ala norte del Cabildo, y la eliminación de la vieja recova para unir la plaza de la Victoria y la plaza de Mayo. La recova era una construcción longilí- nea que albergaba cantidad de comercios de ramos variados, y era sin duda un dato tradicional en la arquitectura ciudadana; aunque quizás resultaba anticuada y poco estética, los porteños la añoraron a lo largo de algunas generaciones, y aún hoy, desde un punto de vista histórico y museológico, se duda si su conservación no hubiera embellecido a la plaza tradicional, con una puesta en valor adecuada al paso de los años, como un monumento evocador de la vida cotidiana porteña en los siglos pasados. La apertura de la Avenida de Mayo se aprobó en 1884, cuando estaba ya cons- tituida la Municipalidad de Buenos Aires, de modo que la participación del Con- greso en la iniciativa era un remanente de la situación anterior. La continuidad de las dos etapas se manifestaba inconfundiblemente en el hecho de que el único gobernador nombrado por la Comisión Municipal a partir de 1880 y el primer intendente eran una misma persona: Torcuato de Alvear.

La organización de los nuevos tribunales de la ciudad de Buenos Aires comenzó con el encargo hecho por el Poder Ejecutivo a Victorino de la Plaza y Pedro Goyena, el 21 de diciembre de 1880, de un proyecto de ley orgánica para la Justicia de la Capital. Es manifiesto que el hecho de ser diputados los responsables del trabajo tendía a acelerar los pasos del trámite. La comisión quedó cumplida el 10 de junio del año siguiente y dos semanas después in- gresaba para su consideración en el Senado. No se propusieron allí cambios fundamentales, como tampoco en Diputados, donde sin embargo brotó un enjambre de objeciones menores, entre las que el Senado distinguió para acep- tar y rechazar. El 6 de diciembre los diputados insistieron, y el mismo día el proyecto volvió a la otra Cámara, que por dos tercios de sus integrantes rati- ficó sus criterios. Se sancionó así la Ley 1144, promulgada el 15 de diciembre de aquel año 1881.

-149- Los tribunales provinciales que subsistían desde la fecha de la federalización en la ciudad de Buenos Aires dejaron inmediatamente paso a la nueva organización judi- cial. Quedaban en vigencia de la situación anterior las leyes de procedimientos, hasta tanto se contara con el Código cuya redacción se había confiado a Estanislao Ze- ballos y Amancio Alcorta, y que una vez aprobado entraría a regir con la Ley 1811.

En 1856 se había nacionalizado la Universidad de Córdoba, hasta ese enton- ces de jurisdicción provincial. La otra universidad argentina, la de Buenos Aires, continuaba sujeta a las autoridades locales cuando se produjo la instalación de la Capital Federal. De acuerdo con la Constitución Nacional, la Provincia de Buenos Aires debía asegurar la educación común, esto es, la primaria; en cuanto a la educación superior, por lo tanto, podía o no asumirla. Es evidente que el prestigio de la Universidad de Buenos Aires era prenda interesante para su con- servación por la Provincia, pero su instalación física en el territorio federalizado hubiera vuelto un tanto artificial tal pretensión; además, artificialidad aún mayor hubiera sido la contradicción de que el establecimiento de Córdoba dependiera del Estado Nacional mientras el de Buenos Aires, instalado en la sede del gobier- no federal, estuviese sujeto a otra jurisdicción. Se decidió, pues, proceder con la Universidad de igual modo que con la Mu- nicipalidad y otras materias e incorporarla a la lista de reformas administrativas derivadas de la capitalización de Buenos Aires. Por lo pronto se procedió a la na- cionalización, con el traspaso correspondiente celebrado el 7 de febrero de 1881, y se conformó de inmediato una Comisión encargada de proyectar el Estatuto de la Universidad. Luego del cese de Manuel Quintana, el rector anterior a la nacionalización, la asamblea universitaria designó para el cargo al ex presidente Nicolás Avellaneda. Poco después la Legislatura de Tucumán lo designó también para que fuese el representante de la Provincia en el Senado nacional. Desde ambas posiciones, Avellaneda preparó el proyecto de ley universitaria que presentó ante la Cámara que integraba y que fue tratado por ella a partir del 23 de junio de 1883. Avellane- da era buen conocedor de la tradición universitaria de Occidente y sus considera- ciones abarcaban experiencias muy añejas. Por consiguiente, su punto de partida no era el modelo de universidad napoleónica elaborado a partir de la revolución francesa que hacía de la enseñanza superior una función exclusiva del Estado y sujeta a su ideología del momento. Por el contrario, en las argumentaciones de Avellaneda se percibe su cono- cimiento de instituciones vigentes en las universidades medievales como las “cuestiones disputadas” y las “cuestiones quodlibetales”; las primeras eran sesiones abiertas en las que un profesor debía defender las tesis que exponía en su cátedra ante las preguntas que le formularan colegas, bachilleres y estudiantes, mientras las segundas tenían la particularidad de que los temas a debatir no se planteaban con anticipación sino que se formulaban en el acto mismo. Esta libertad de opi- nión era posible en gran medida por la autonomía completa de que gozaban las casas universitarias respecto de los poderes políticos.

-150- En este sentido, Avellaneda era ilustrado y fiel intérprete de una continuidad cultural alterada por los modelos revolucionarios de impronta francesa, y de nin- guna manera, como suele pretenderse contra toda justicia, un precursor de la llamada “reforma universitaria” politizada de 1918.

Por lejos que nos remontemos, y aun hasta la época de su fundación, bajo el imperio de los reyes y virreyes, nuestras universidades siempre fueron autóno- mas. Ésta es nuestra tradición mantenida aun en las épocas más aciagas,

decía Avellaneda al defender su proyecto en la sesión del 23 de junio. Y ex- plicitaba enseguida, refiriéndose a la época de Rosas y su contemporáneo López, gobernador de Córdoba, que tras hacer

Desaparecer todas las formas de civilización, siendo juez porque juzgaba en apelación todas las causas, que había reasumido en sí todos los poderes, ese go- bierno absolutamente personal, ese gobierno de tribu, sin embargo se encontra- ba detenido delante de una universidad. No había invadido su recinto, y yo mis- mo y muchos otros hemos visto que durante el gobierno de López Quebracho se reunían los doctores tranquilamente, prestaban su voto y nombraban rector con entera libertad. Éste era, tal vez, el único resto de autonomía y de libertad que había quedado subsistente en la triste República Argentina… Los gobiernos pueden costear sus gastos hasta que las universidades se encuentren dotadas de recursos propios; pero aunque las costee, en todas partes se ha consagrado a los establecimientos universitarios su autonomía propia, respetando el desarrollo de las ciencias, que necesitan ser cultivadas fuera de las agitaciones políticas y de las combinaciones administrativas que suelen obedecer a móviles tan diversos.

Dentro de esta concepción el papel del rector es fundamental, pues precisa- mente según cuáles sean el origen y el alcance de sus atribuciones se puede decir que la autonomía de una universidad es cosa auténtica. Así lo proponía Avella- neda, estableciendo en su proyecto que el gobierno de la Universidad estuviese a cargo de un rector elegido por la asamblea de profesores acompañado por un Consejo Superior integrado por tres representantes de cada facultad (Consejo del cual también serían parte el rector y cada uno de los decanos). El proyecto expresaba textualmente:

Resuelve en última instancia las cuestiones contenciosas que hayan fallado las facultades, fija los derechos universitarios con la aprobación del Ministerio de Instrucción Pública, formula el proyecto de presupuesto para la universidad y dicta los reglamentos que sean convenientes o necesarios para el régimen co- mún de los estudios y disciplina general de los establecimientos universitarios.

Además preveía el proyecto que la Universidad pudiera contar con fon- dos propios de libre disposición, y como importantísima garantía de libertad

-151- académica contemplaba que la designación de los profesores se realizara por concurso. En la memorable sesión Avellaneda encontró la oposición parcial del ministro de Instrucción Pública, Eduardo Wilde, quien objetó el concurso de profesores. En rigor, Wilde no podía congeniar ni con ese capítulo ni con el espíritu general del proyecto, pues militaba en una corriente filosófica y política (el positivismo) que aspiraba a una transformación integral de la sociedad por obra del Estado. A esta tendencia se llamaba entonces “liberalismo”, término que más tarde se ha teñido de significados diversos; pero en la época de este debate el liberalismo po- sitivista era considerado con razón estatista, aunque en sus propósitos prácticos no figurara por entonces el avance sobre el sistema económico. Coherente con sus ideas, Wilde intentó descalificar los concursos tildándolos como “algo viejo”, a lo cual replicó Avellaneda:

Su antigüedad está revelando que no hay otra institución más inherente al ré- gimen universitario, y que es como su producto natural. Durante siglos, don- dequiera que hubo un aula, disputaban los alumnos para aprender y habían disputado los maestros para obtener como un premio esta facultad de enseñar que sólo es alcanzada en buena lid. Sobre esta base se fundaron las universi- dades de América y funcionaban ya las de España. Hasta principios de este siglo, todas las universidades, aun las provenientes de la Edad Media, no han provisto sus cátedras sino por este medio sempiterno e invariable de los con- cursos. Este hecho constituye el más grande argumento que pueda invocarse, fundado en la autoridad humana.

El alegato de Avellaneda no modificó las convicciones de Wilde. Cuando el proyecto acabó su itinerario parlamentario con el acuerdo de ambas Cámaras, el Ejecutivo suprimió el requisito de los concursos y lo reemplazó con este texto, que es el inciso 6º del Artículo 1º:

Las cátedras vacantes serán llenadas en la forma siguiente: la Facultad res- pectiva votará una terna de candidatos que será pasada al Consejo Superior, y si éste la aprobase será elevada al Poder Ejecutivo, quien designará de ella al profesor que deba ocupar la cátedra.

La unidad nacional venía siendo afectada desde décadas atrás no solamente por las querellas territoriales y políticas, sino también por dificultades de la vida cotidiana a veces más incómodas. Desde la separación del Alto Perú durante la guerra de la independencia hecha definitiva después con la formación de la Re- pública de Bolivia, se padecía la carencia de metales preciosos procedentes de allí por sus efectos sobre la acuñación de moneda. En efecto, la plata de Potosí en forma amonedada circulaba en tiempos del virreinato por todo su territorio, pero más tarde no se había llegado a constituir una autoridad nacional emisora de nu- merario. Como consecuencia, coexistían monedas metálicas de diferente origen,

-152- billetes emitidos por gobiernos provinciales y valores de bancos, pero faltaba la unidad monetaria nacional. Los primeros intentos de resolución del problema se ensayaron en el ámbito de la Confederación Argentina presidida por Urquiza, que fracasó a causa de su crónica escasez de recursos, no sin haber tratado de imponer una moneda que se llamó el colón. En 1875 se dictó la Ley de la Nación 733, antecedente también in- teresante porque en su preparación intervinieron figuras que más tarde descolla- ron en el Congreso de la primera presidencia de Roca; esta Ley estableció el peso fuerte (moneda de oro de un gramo y medio) como unidad monetaria nacional y dispuso también la instalación de dos establecimientos acuñadores de moneda. La Ley 733 logró resultados parciales, pero ciertamente insuficientes. Se intentó compensarlos en 1877 con la Ley 911, que fortificaba la relación de la base mo- netaria con el patrón oro, pero tampoco en esta oportunidad se llegó a efectuar la emisión que diera efectos plenos a la Ley. En cambio, tuvo efectiva realización el ar- tículo que prescribía la construcción de la Casa de Moneda, edificio todavía gallar- damente erguido y albergando al Archivo General del Ejército, en la calle Balcarce de Buenos Aires. A este logro se refirió el proyecto de Ley que el Poder Ejecutivo remitió al Senado el 22 de julio de 1881, al anunciar que su funcionamiento permi- tiría resolver por fin la cuestión de la unidad monetaria nacional. El proyecto instauraba el patrón bimetálico y no el sistema de patrón oro más difundido entonces en el mundo, atendiendo a la realidad de que la plata tenía gran circulación en el territorio nacional. Para prevención de un fenómeno inflacionario, se limitaba sin embargo la acuñación de las monedas de plata a la cantidad de dos pesos por habitante del país. Como unidad monetaria se fijó el peso oro de 1,612 gramos y novecientos mi- lésimos de metal fino, y el peso de plata de 25 gramos y novecientos milésimos de metal fino. Las piezas monetarias llamadas a circular serían el argentino, de 8,064 gramos y valor de cinco pesos, y el medio argentino, ambas de oro. En plata se acuñarían monedas de un peso y 50, 20, 10 y 5 centavos; a todo ello se agregarían monedas de cobre de uno y dos centavos. La Comisión de Hacienda del Senado introdujo unas pocas modificaciones que tocó presentar en el recinto a Carlos Pellegrini, el 23 de agosto. El orador destacó los beneficios del bimetalismo, pero a la vez advirtió que si las circuns- tancias internacionales llevaren a la necesidad de ceñirse con exclusividad al pa- trón oro el hecho no debería tomarnos de sorpresa; por eso ratificaba la conve- niencia de limitar las acuñaciones en plata, pero expandiendo la cantidad de dos a cuatro pesos por habitante. Es curioso el elogio que hace Pellegrini de las monedas metálicas con relación a los billetes, pues ensalza su mayor resistencia al deterioro físico y les atribuye la condición de estímulos insensibles para el ahorro. Con las modificaciones expre- sadas por Pellegrini, el Senado aprobó el proyecto. En la Cámara de Diputados se sentaba Victorino de la Plaza, quien como mi- nistro de Hacienda de Avellaneda había propiciado en 1875 y en 1879 el sistema de patrón oro. Al ingresar en la Cámara el proyecto aprobado por el Senado, ofre-

-153- ció la alternativa de otro por él redactado donde retomaba sus criterios defendi- dos como ministro. La mayoría adhirió al texto senatorial con algunas modifica- ciones, mientras De la Plaza, con el apoyo de José Astigueta, reiteraba la apología del patrón oro. La compulsa entre ambas posiciones se extendió a lo largo de seis sesiones, desde el 14 hasta el 24 de octubre; prevaleció el proyecto oficial, que con sus modificaciones volvió al Senado. Dichas modificaciones consistían en la prohibición de que los organismos oficiales diesen curso a transacciones que, a partir de determinada fecha, se hiciesen en otra moneda que la nacional. El Senado no las aceptó, Diputados insistió, y por fin, vuelto a Senadores, la mayoría de dos tercios dio aprobación al proyecto original, que el 3 de noviembre fue promulgado como Ley 1130.

Bernardo de Irigoyen era uno de los diputados electos en 1880 que hubie- sen dado especial brillo desde su banca al Congreso. Pero no asumió su cargo a causa de que el general Roca le solicitó ser ministro de Relaciones Exteriores; de todos modos, este nuevo destino de ninguna manera privó a ambas Cámaras de su presencia y oratoria frecuentes, tanto cuanto canciller como más tarde en funciones de ministro del Interior. Irigoyen era un presidenciable permanente, cuyos talentos afortunadamente no se perdieron para el país por el hecho de que nunca accedió a la primera magistratura. Sus primeros pasos de diplomático los había dado bajo el régimen de Rosas al hacerse cargo de la misión que inauguró las prolongadas y difíciles negociaciones de límites con Chile; y su estreno en el escenario de la política nacional consistió en una gestión ante los gobernadores provinciales que hizo posible el Acuerdo de San Nicolás y por lo tanto la san- ción de la Constitución Nacional de 1853. Tratadista de derecho, innovador en técnicas agrarias, presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, ministro después de Sarmiento y de Avellaneda, era no sólo una figura consular sino tam- bién el mejor conocedor del estado de las relaciones con Chile. Roca lo hizo su plenipotenciario a fin de obtener un tratado aceptable para los dos países, des- pués de ocho intentos fracasados. La negociación se cumplió rápidamente y culminó en el Convenio del 23 de julio de 1881. El acuerdo consistía, a grandes trazos, en el reconocimiento de la cordillera de los Andes como límite y la consiguiente admisión de la soberanía argentina sobre la Patagonia, la aceptación del dominio de Chile en el Estrecho de Magallanes y la división de la isla de Tierra del Fuego. El 31 de agosto Bernardo de Irigoyen se presentó en la Cámara de Diputados para defender la aprobación del proyecto con un alegato que ocupó la sesión de ese día y los dos siguientes. Irigoyen consideraba importantísimo que por fin Chile dejara de reivindicar supuestos derechos sobre la Patagonia que hasta ese momento declaraba indiscutibles al extremo de que buena parte de los mapas de su cartografía oficial la incluían con toda naturalidad. Tal exceso de reclamos tendía a que en la eventualidad de un arbitraje con un juez insuficientemente in- formado éste se dejara llevar por un impulso falsamente salomónico y repartiera con igualdad aritmética lo que debería adjudicarse con equidad de justicia.

-154- La renuncia de Chile al arbitraje significaba, pues, para el canciller una victoria de la diplomacia argentina a la que resultaba imperioso consolidar mediante la aprobación que esperaba del Congreso; en cuanto a la cesión a Chile de la totali- dad del Estrecho, era el reconocimiento de una ocupación efectiva ya consumada y que no violentaría los futuros intereses estratégicos de la Argentina. Sostenía además Irigoyen que nuestro país no se vería afectado por Chile a causa de este Tratado en su proyección atlántica, adelantándose así a pactos complementarios que años más tarde consagrarían el llamado principio bioceánico. El 11 de octubre la Cámara de Diputados aprobó el Tratado por cuarenta y siete votos favorables contra catorce negativos; entre los últimos fue más notable el de Estanislao Zeballos por su enérgica oposición, demostrativa de la libertad de opinión existente en el partido oficialista. Zeballos impugnó severamente lo que interpretó como abandono de la soberanía en el estrecho de Magallanes y allanamiento a las pretensiones chilenas, en una de las memorables oportunida- des que aprovechó durante su carrera pública para manifestar su perdurable des- confianza hacia Chile. También participaron en el debate para oponerse, aunque con menor vehemencia, Victorino de la Plaza y Pedro y Miguel Goyena.

Dardo Rocha, senador por Buenos Aires y uno de los sostenes principales de Roca durante los difíciles días de la federalización, interrumpió su mandato y asu- mió la gobernación de Buenos Aires; para terminar su período fue elegido Carlos Pellegrini, ministro de guerra de Avellaneda, a quien mucho se le debía también por el aplastamiento de la rebelión de Tejedor. Al cumplirse el primer aniversario de aquellas jornadas, los partidarios de la facción vencida organizaron un funeral en sufragio de los caídos; de manera imprevisible, el gobierno nacional emitió un decreto que prohibía al Arzobispo autorizar ese acto religioso. El pretexto del orden público no alcanzaba a diluir la sospecha de que la medida se tomaba en represalia por tantos chistes y cuchufletas contra los provincianos, que de alguna manera deberían pagar sus autores. Pellegrini reaccionó con dignidad ofendida, planteando ante el Senado la ne- cesidad cívica de que se exhortara al Ejecutivo a levantar la prohibición. Aunque la moción fue desestimada, queda su protesta como expresión de civilización política digna de ser recordada:

Jamás he obrado con más profunda convicción de que defendía la Constitu- ción y los verdaderos principios que cuando con las armas y el poder de la Nación he combatido a esos mismos que cayeron en las trincheras de Buenos Aires. Por lo mismo que creía entonces que estaban violando todos los princi- pios fundamentales de nuestra organización política, que sus ideas y propósi- tos eran funestos a la prosperidad nacional, es que fui tranquilo a combatirlos y a sufrir y recibir sin inquietarme todos los denuestos que contra mí se arro- jaron. Pero hoy que están vencidos, que la Nación se ha sobrepuesto y que se trata simplemente del ejercicio de un derecho individual, yo digo: nada más sagrado que el ejercicio de las libertades públicas por parte de mis adversarios

-155- políticos, porque el día que haya duda en el pueblo de que esas libertades pue- dan ejercerse, ese día habrá perdido su autoridad el Congreso, porque sólo la tiene como hijo del voto libre de los ciudadanos, y el día que hayan perdido su autoridad moral los poderes públicos sólo quedará la fuerza, es decir, sólo quedará la tiranía... …Soy adversario declarado y reconocido del partido que ha convocado al pueblo para llevar a cabo estos funerales, estoy dispuesto a luchar con él en todo terreno legal, porque creo que son funestas para el porvenir y prosperi- dad de la República las doctrinas e ideas que sostiene, pero, al mismo tiempo que estoy en esa disposición para luchar contra él, tengo también, señor Pre- sidente, la firme resolución de defender en todo terreno las libertades de mis adversarios, y creo que el mayor timbre de gloria a que podemos aspirar des- pués de haber consolidado la República, es hacer prácticas en ella las garantías que la Constitución ofrece.

Episodio similar se registró dentro de la Cámara de Diputados, cuando uno de sus integrantes se refirió a los vencidos con Tejedor calificándolos de “salvajes de frac”. Entre los electos en los comicios de septiembre de 1880 para reemplazo de los diputados separados de la Cámara que no integraron el Congreso de Belgrano figuraba Hipólito Yrigoyen, alejado ya de su tío Leandro Alem en cuanto al juicio que le merecía la federalización de Buenos Aires. Ante la expresión ofensiva para con quienes eran sus adversarios políticos, Yrigoyen exigió que se la retirara por ser “altamente inconveniente y depresiva del decoro de la Cámara”. Durante su man- dato de año y medio –había sido elegido para completar un período interrumpido_, el futuro caudillo radical tuvo otras intervenciones que llamaron la atención: en aquellas épocas los legisladores no cobraban sueldo, sino que recibían dietas rela- cionadas con su presencia en las bancas a modo de compensación por el abandono de sus tareas laborales ordinarias. Ante el anuncio formulado por el Ejecutivo de que se convocaría a sesiones extraordinarias y de prórroga, algunos diputados plan- tearon que se tratara sobre tablas un incremento de las dietas para esas reuniones. Desde su banca reaccionó diciendo: “Si hay algún asunto que la Cámara no puede ni debe tratar es éste, porque no tiene más propósito ni tendencia que hacer un be- neficio a los miembros del Congreso”, a la vez que proponía como salida elegante postergar el tratamiento de la iniciativa. Sin embargo, sus propiciadores insistieron, por lo cual Yrigoyen solicitó directamente el rechazo. En su trayectoria política posterior Hipólito Yrigoyen evitó las exposiciones públicas y las lides oratorias, e inclusive se presentó solamente dos veces en el Congreso Nacional, al asumir la presidencia de la Nación en 1916 y 1928. Todo esto parecía indicar en él una aversión natural a la vida parlamentaria; sin embar- go, su etapa de diputado nacional fue bastante intensa dada la brevedad de su mandato. Al tratarse la ley de presupuesto para 1881, Yrigoyen puso en aprietos al representante del Ejecutivo con un discurso de dos horas en el cual abundaron los datos sobre la situación de la economía nacional demostrativos del caudal de información que el orador poseía sobre el tema.

-156- La extensión efectiva de la soberanía nacional obtenida en la campaña de 1879 y las expediciones anunciadas por Roca en su primer mensaje presidencial trajeron la necesidad de una legislación adecuada para administrar los territo- rios correspondientes por la autoridad federal. Hasta entonces, los avances so- bre el desierto se consideraban acciones de cada provincia concernida, a cuya jurisdicción se los incorporaba; pero ya en la presidencia de Avellaneda se había constituido la Gobernación de la Patagonia, enorme jurisdicción dependiente del gobierno nacional. La Ley 28, del 17 de octubre de 1862, definía como territorios nacionales, por vía negativa, a los que se encontraban fuera de las áreas de domi- nio de las provincias. Esta definición dependía evidentemente de cuáles fuesen dichas áreas, y, para que el tema quedase aclarado, el 2 de agosto de 1881 el Senado aprobó un pro- yecto en el cual se disponía que las provincias quedaban obligadas a presentar ante el Congreso, con un plazo de dos años, una relación de las diferencias que en materia de límites tuviera cada una con sus vecinas. El objetivo consistía en que el Congreso, en virtud de sus facultades constitucionales, pusiera orden defi- nitivo en la materia. Sin mayores debates, el proyecto se convirtió en la Ley 1168, promulgada el 24 de mayo de 1882, que debió ser complementada en 1884 con una ampliación de otros dos años para el plazo acordado a las provincias, que no había resultado suficiente. Pero antes de que se aclararan estas cuestiones, surgió en el Senado una con- troversia que involucraba definiciones fundamentales acerca de la naturaleza y estatuto de los territorios nacionales. El Gobierno Nacional había enviado al Senado, el 5 de julio de 1881, un proyecto destinado a separar parte del territorio de la provincia de Corrientes a fin de constituir el territorio nacional de Misiones. La Comisión de Límites concedió su aprobación, pero al pasar a debate el dicta- men encontró la oposición de Carlos Pellegrini, para quien el tema comprometía la vigencia del federalismo en la República. Según sus afirmaciones, la existencia de los territorios se justificaba en cuanto sus niveles de población y prosperidad hiciesen necesario que el Estado Nacional los gobernase, pero que era deseable para el futuro que el país estuviese compuesto solamente de provincias prós- peras, una vez que esas regiones nuevas ajustasen su ritmo al dinamismo de la nación toda. En cambio, para Pellegrini, la iniciativa del Ejecutivo iba en sentido contrario, pues mutilaba a una provincia existente de un sector de su superficie histórica. Al argumento esgrimido por sus contradictores de la pobreza de Corrientes y su correspondiente imposibilidad de asegurar el progreso de la región misionera, Pellegrini oponía la obligación federal de ayudar a Corrientes, como se venía haciendo con las demás provincias, a la par que recordaba cómo Misiones había sido provincia autónoma antes de fusionarse con Corrientes.

Lo que se propone al Congreso –impugnaba Pellegrini_ es que se federalice el territorio que había pertenecido y formaba parte de la provincia de Misiones, y yo digo que esta sanción importa usurpar facultades que no se tienen y violar

-157- los derechos del territorio de Misiones, que como habitantes de un Estado, llámese Corrientes o llámese Misiones, tienen todos los derechos de ciudada- nos, y que, en virtud de esta ley, se les despojará de esos derechos haciéndolos habitantes del territorio nacional, sin gobierno propio y sin representación en el Congreso… …Yo he atravesado la provincia de Corrientes desde el rincón del Mo- coretá, en el Uruguay, hasta la misma capital sobre el Paraná. En toda su extensión no he encontrado una sola vía, no he encontrado un surco en la tierra, costeado por el Tesoro Nacional; no he visto un ladrillo sobre otro ladrillo colocado por el Gobierno Nacional…Y hoy que la Nación vuelve su vista hacia Corrientes no es seguramente para enviar allí sus ingenieros a fin de colocar puentes sobre sus ríos, ni para trazar ferrocarriles que faciliten los transportes y la comunicación en esa provincia, ni para hacer nada que sirva para fomentar su industria y su riqueza, sino para arrancarle un pedazo de su territorio…Si la provincia de Corrientes está atrasada, si su progreso no está a la altura de las otras provincias, es porque el Gobierno de la Nación, por razones que no puedo explicar, jamás se ha dignado llevarle el contingente de fuerzas para desarrollar su industria y fomentar su riqueza. Y no es porque Corrientes no lo merezca, señor Presidente.

Este discurso, al igual que otros pronunciados por Pellegrini durante su breve período como senador, demuestra la libertad de criterio con que se movió dentro del Partido Autonomista Nacional formado alrededor del general Roca, jefe in- discutido pero no sujetador de conciencias. La asociación política estrecha entre Roca y Pellegrini se estableció más tarde, cuando éste había dejado su banca de legislador, y se mantuvo mientras existieron coincidencias de fondo entre ambos, hasta sus discrepancias sobre el manejo de la deuda pública en 1902, que pusie- ron cierre definitivo a esa famosa camaradería. Misiones fue separada de Corrientes a pesar de tan brillante pieza oratoria. Los demás territorios nacionales quedaron organizados de acuerdo a la Ley 1532 del 16 de octubre de 1884; se definieron en ella los límites de las nuevas gober- naciones de La Pampa, Río Negro, Neuquén, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego en el sur, y de Formosa, Chaco y la misma Misiones en la región chaqueña.

El 26 de junio de 1882 el ex diputado Eduardo Madero presentó ante el Congreso un proyecto de suma importancia que impulsaba desde hacía tiempo, siempre como particular –por lo cual no lo llevó a la Cámara en su período de legislador que venciera en 1878. Después de exponer que se domicilia en Florida 184, expresa que “según consta de documentos públicos y es de notoriedad, hace veintidós años que me preocupo de la necesidad de construir un puerto a lo largo de la ribera frente a esta ciudad, en lo que he empleado crecidas sumas de dinero y consagrado tiempo y estudio constante”. La descripción del proyecto era minuciosa, y evocaba los antecedentes de esta idea que en su momento había dado origen al funesto empréstito de 1824, cuyo

-158- importe no se aplicó como era su objeto a la construcción del puerto sino que se diluyó en otros gastos al final de cuentas improductivos. Ese recuerdo gravitó so- bre cada intento de retomar la iniciativa en cuanto a cómo sería la financiación de la obra y sin duda tuvo su efecto a lo largo de muchas décadas, durante las cuales el único adelanto fue el espigón de la Aduana Nueva, por cierto insuficiente para el movimiento comercial y de pasajeros en incremento permanente. Atento a esa inevitable desconfianza, Madero había preparado dos opciones para el pago de la construcción: una, que contemplaba la realización completa del proyecto por la iniciativa privada, y otra, que fuese el Estado nacional el comi- tente de la obra, para lo cual debería conseguir un préstamo cuyo destino fuese, esta vez, el correcto. No era la de Madero la única propuesta de un puerto de Buenos Aires; llevaba también varios años de trámites oficiales el proyecto del ingeniero , que proponía ejecutar la construcción en la desembocadura del Riachuelo; ade- más, el Poder Ejecutivo recibió otros dos proyectos que remitió al Congreso el 30 de octubre de ese mismo año; un caso extraño fue el de la firma J. D. Williams, que notificó al Congreso haber preparado un proyecto de puerto, pero cuyas características sólo las exhibiría previo pago de cincuenta mil pesos moneda na- cional; desde luego, no se lo tomó en cuenta. Después de su tratamiento en la comisión de Hacienda del Senado y en re- presentación de ella, Carlos Pellegrini hizo una detallada exposición y defensa del proyecto de Madero en la sesión del 10 de septiembre. Para el senador se trataba de un tema también con implicaciones familiares, pues su abuelo materno el in- geniero Bevans había sido el profesional contratado por Rivadavia para dirigir la nonata construcción del puerto en 1824, y su padre el pintor Carlos Enrique Pe- llegrini no dejó de participar en las iniciativas portuarias ensayadas desde enton- ces, incluidas las anteriores del mismo Madero. De modo que el informante pudo con razón decir a la Cámara que su contacto con el tema le venía desde la niñez. “Los que viajan pueden palpar las diferencias con las ciudades del viejo mundo donde los barcos atracan a sus muelles, mientras que en Buenos Aires, la ciudad más comercial del hemisferio sur después de Río de Janeiro, los barcos deben an- clar a dieciocho kilómetros río afuera”, sintetizó como argumento contundente. En cuanto a la titularidad del emprendimiento, afirmó que “las obras deben realizarse por el Gobierno de la Nación, pues si lo fueran por intereses particula- res, por más patriotismo que guiara a los empresarios, humano sería que cuidaran primero sus propios intereses”. En la sesión estaba presente Bernardo de Irigoyen, ministro del Interior a la sazón, quien de alguna manera reiteró los conceptos de Pellegrini desde la pers- pectiva del Poder Ejecutivo. Pocos senadores se sumaron al debate, anticipando con sus discursos la unanimidad con que se aprobaría el proyecto. Muy distinto trámite había tenido la misma iniciativa del puerto de Madero, en 1869, cuando el senador Bartolomé Mitre planteó varias objeciones formales y una que resultó fundamental: el fatal conflicto de jurisdicciones que se plantearía entre las autori- dades provinciales y las nacionales por la administración del puerto.

-159- Superado ese inconveniente con la federalización de Buenos Aires, el proyec- to encontró ahora en la Cámara de Diputados la benevolencia de Emilio Mitre, hijo del general, quien como su padre desde el diario La Nación le otorgó pleno apoyo. Aparte de su condición de dirigente político, Emilio Mitre era uno de los ingenieros argentinos más versados en cuestiones hidráulicas, y la posibilidad de un puerto le permitió elaborar el plan de un canal que lo vinculara con el bajo Paraná a fin de promover el comercio fluvial de la Mesopotamia, obra que se llevó a cabo y que lleva el nombre de su autor. (Otro proyecto de Emilio Mitre vinculado al puerto de Buenos Aires consistía en relacionar éste con el puerto de Tigre mediante un canal paralelo a la costa del Plata, y que resulta obvio señalar que no fue realizado). Con el mes de septiembre había terminado también el período ordinario de sesiones del Congreso, por lo cual el Ejecutivo convocó a reuniones extraor- dinarias para no demorar el tema del puerto. La Comisión de Obras Públicas no demoró su examen y lo aprobó por mayoría; el presidente de la comisión, Rafael Ruiz de los Llanos, desarrolló la correspondiente fundamentación en la sesión del 20 de octubre. Se encontró con la oposición del diputado riojano Adolfo Dávila, quien se quejó de que a su juicio no se había prestado suficiente atención a los otros proyectos en danza, y que de todos modos correspon- día resolver varias cuestiones previas. Delfín Gallo replicó que los argumentos del riojano no justificaban el aplazamiento de una ley tan importante para el progreso nacional, lo cual alentó a Dávila para desgranar críticas más severas contra el proyecto de Madero, tildándolo de incompleto y de mucho más caro que el de Huergo. Ruiz de los Llanos y Gallo replicaron a su vez con números y explicacio- nes que no convencieron a Dávila, quien, obstinado en su impugnación, siguió arremetiendo contra la cuestión de fondo y suscitando contra sí los alegatos de Ruiz de los Llanos y Gallo, a los cuales se sumaron los diputados Jofré, Bouquet, Palacios, Tagle, Solveyra, Ocampo y Calvo. Planteada la votación, el resultado fue afirmativo. La sanción por ambas Cámaras tiene fecha de 23 de octubre de 1882; la promulgación por el Ejecutivo se hizo el 27 de octubre. Los plazos de realización de la obra preveían la puesta en funcionamiento sucesiva de los distintos sectores, comenzando por la dársena sur en 1889, com- promiso que se cumplió puntualmente y con la singularidad de que la inaugura- ción oficial corrió a cargo de su defensor más encendido en el Congreso: Carlos Pellegrini, en ese momento vicepresidente de la República. En su discurso aludió, no tan elípticamente, a sus críticos de entonces y a los del presente:

Los que nos acusan, en el egoísmo del interés alarmado, de marchar dema- siado aprisa, es porque no comprenden lo que el porvenir nos exige, y que, cuando emprendemos o inauguramos obras como ésta, cumplimos nuestro deber como pueblo, no sólo para nosotros sino para los hombres todos, y que, obreros de nuestro porvenir, facilitamos una evolución humana que consulte la felicidad de generaciones sin número.

-160- Este segundo discurso, aunque posterior al período del que se trata en este volumen, es indicativo del espíritu optimista que prevalecía durante la primera presidencia de Roca y que evidentemente en el caso de la construcción del puerto de Buenos Aires estuvo justificado. Lo estuvo porque se procedió con la virtud de la prudencia política al invertir en obras concretas los préstamos que a ese efecto se contrajeron, los cuales esta vez no se diluyeron en otra incomprensible deuda externa. Los que según Pellegrini criticaban el marchar demasiado rápido con frecuencia no tenían problemas de velocidad sino de destino de llegada. Hasta es posible que, en la inauguración de la dársena, Pellegrini sintiera por sus adentros que estaba replicando a Sarmiento cuando éste, vuelto despiadado crí- tico de Roca, escribió los siguientes párrafos burlones en que imagina la satisfac- ción de los acreedores con la tendencia del gobierno al endeudamiento (aunque olvidando que él también había cedido a esa debilidad durante su presidencia):

…los Baring y los Morgan que a la hora presente reirán a carcajadas de South America a costa de nuestro porvenir y de nuestros bolsillos… Por ahora, la República Argentina puede en materia de deuda exclamar con orgullo: Calle Esparta su virtud; sus hazañas calle Roma. ¡Silencio, que al mundo asoma la gran deudora del sud! Nadie debe más que ella. Es justicia que debe hacérsele.

La concurrencia al Congreso de Bernardo de Irigoyen en su condición de mi- nistro del Interior fue muy intensa en aquel septiembre de 1882. Poco después de su intervención en la Cámara de Diputados para informar sobre la construcción del puerto, el día 24 se presentó en el Senado para expresar la opinión negativa del Poder Ejecutivo respecto de un proyecto de intervención a la provincia de Santiago del Estero. La Legislatura local había iniciado juicio político al gober- nador Gallo, y sus partidarios en el Senado interpretaban que las derivaciones de este juicio habían generado una anormalidad institucional que exigía la interven- ción nacional. Irigoyen hizo de su exposición una clase de derecho constitucional y de mora- lidad cívica cuya autoridad y verdad valía para entonces y no ha perdido vigencia. De lo cual cabe lamentarse, pues no se trata sólo de una demostración teórica que se agotara en sí misma sino de un juicio práctico sobre situaciones que se repiten desvergonzadamente. Decía Irigoyen:

Hace poco tiempo, Señor Presidente, la prensa de esta ciudad anunció que el gobernador de Santiago había resuelto presentar y sostener como candidato para el próximo gobierno de la provincia, un ciudadano que estaba ligado a él por los más estrechos vínculos de la familia: un hijo político. El señor gobernador de Santiago, en un manifiesto poco verídico que ha publicado y repartido, reconoce que realmente ha tenido el pensamiento de hacerse suceder por su hijo político en el gobierno de la provincia, y agrega, señor Presidente, que ésta es la práctica de la República Yo no conozco esa práctica, no la he conocido nunca.

-161- Se que hay personas que abusan de la posición oficial en que se encuen- tran para influir en las elecciones; pero nunca he sabido que hayan llegado las cosas al grado de que el gobierno se convierta en una herencia de familia. No recuerdo tampoco que en ninguna época los padres hayan salido a presentar y sostener la candidatura de los hijos; pero, si contra lo que yo creo, esta práctica existe, si hay quienes la siguen, al menos que no tengan el honor de que en el Senado de la Nación recordemos sus nombres con respeto y consideración. Recordémoslos en silencio y guardemos esas demostraciones de simpatía para los que luchan contra las influencias oficiales, y para los que, prescindiendo de las influencias oficiales, trabajan desinteresadamente por el predominio de las ideas y principios que representan. … ¿Qué es lo que hay en Santiago? Hay un juicio político, bien o mal ini- ciado, bien o mal seguido…No hay más en Santiago. Y yo pregunto, señor Presidente, ¿un juicio político es un acto revoluciona- rio, es un acto sedicioso? No digamos esto, porque incurriremos en un error. El juicio político es un medio de gobierno, es uno de los medios, es una de las conquistas del gobierno moderno que todos los pueblos se apresuran a consignar en sus constituciones. ¡Desgraciado del pueblo, señor Presidente, que no tenga consignado el juicio político! El juicio político, entre nosotros está limitado a la suspensión del funcio- nario público acusado, a su inhabilidad por un determinado período de tiem- po, según la falta que se justifique. No va más allá, y difiere a este respecto de lo que ha sido el juicio político en otras naciones. Por consiguiente, nosotros debemos conservarlo y respetarlo, y debemos protegerlo, porque es el único medio de garantizar la libertad del pueblo. Donde haya un gobernador de provincia que no pueda ser acusado polí- ticamente, o un Presidente de la República, no habrá libertad; tendríamos un gobierno que sería muy difícil contener, que sería muy difícil encarrilar en la senda de la Constitución y de la ley.

La obligación de asegurar la educación primaria que la Constitución Nacional impone a las provincias había quedado, con el establecimiento de la Capital Fe- deral, eliminada de las responsabilidades de la provincia de Buenos Aires. Con la premura que caracterizó sus movimientos para asumir los asuntos de la ciudad, el 28 de enero de 1881 el Ejecutivo nacional produjo un decreto cuyos fundamen- tos señalaban que

es urgente proveer al gobierno de las escuelas de la Capital; como conse- cuencia, y mientras el Congreso no dicte la Ley de Educación que ha de regir en el territorio federalizado corresponde adoptar las medidas conducentes al régimen y a la administración de esas escuelas.

Hasta que ello sucediere, se mantendrían en vigor las leyes y reglamentos provinciales vigentes hasta entonces, y el ejercicio de la autoridad correspon-

-162- diente estaría a cargo de un Consejo Nacional de Educación, llamado asimismo a preparar un proyecto de Ley. Cuatro días después un nuevo decreto designaba presidente del Consejo a Domingo Faustino Sarmiento, acompañado en sus funciones por ocho vocales y un secretario. Las asperezas que caracterizaron la relación entre sus miembros esterilizó la acción del Consejo y llevó a que un año después, el 9 de enero de 1882, otro decreto reemplazase a la totalidad de sus componentes. El Senado había expresado su aprobación al propósito expresado en el decreto del 28 de enero en cuanto al dictado de una Ley de Educación luego de que Roca se lo remitiera para su información; puede sospecharse que la gentileza presidencial, como en otros casos, contenía la invitación a que la Cámara preparase un proyecto legislativo, que efectivamente elaboró de acuerdo a los lineamientos del decreto y aprobó en la sesión del 8 de octubre de 1881. La Comisión de Instrucción Pública de Diputados no se expidió sino hasta dos años más tarde; el verdadero debate sobre el fondo del proyecto se estaba ventilando no en los ámbitos parlamentarios sino en la calle, y el tema central de las polémicas radicaba en el aspecto de la educación religiosa. La demora en el tratamiento del despacho se debía, como consecuencia de ello, no tanto a “tiempos parlamentarios” sino a “tiempos políticos”. Cuando por fin se inició el debate, el 4 de junio de 1883, la Comisión presentó un proyecto en el cual se establecía la enseñanza de religión como parte de los programas obligatorios y a cargo de los maestros ordinarios. El ministro de Justicia e Instrucción Pública, cuya ideología positivista había sido causa de la desnaturalización parcial de la ley universitaria promovida por Avellaneda, estaba decidido a que su causa saliera más favorecida en esta opor- tunidad. Dado el cariz que el tratamiento del proyecto iba tomando, indujo a la presentación por diez diputados adictos de un segundo proyecto. El de la Comisión fue presentado y defendido por el diputado Mariano De- maría. El portavoz de “los diez”, Onésimo Leguizamón, objetó diversos puntos sostenidos por el orador anterior pero concentró su discurso en la impugnación de la inclusión de la enseñanza religiosa, calificándola de inaceptable. En conse- cuencia, agregó, correspondía reemplazar el proyecto de la Comisión por el que él y su grupo proponían. Su texto conservaba el concepto de enseñanza religiosa, pero que no podría impartirse en horas de clase y que sólo podría estar a cargo de “los ministros del culto”. Esta expresión de inocultable origen foráneo ignoraba, de modo que no podía sino ser voluntario, que la escasez de clero en la Argentina tornaba numé- ricamente imposible la condición. Pero la objeción central procedente del campo católico consistía en el conte- nido estatista del proyecto, pues desconocía la preexistencia de los valores reli- giosos en la vida social y abría el camino para que los fundamentos de la legalidad y el orden jurídico se asentaran exclusivamente en la fuerza del Estado. Así lo señaló Pedro Goyena en su discurso del 6 de junio, uno de los más brillantes y

-163- sustanciosos que se hayan pronunciado en el Congreso argentino. Decía en algu- nos de sus párrafos:

…La Constitución Argentina ha obedecido a sanos principios cuando ha establecido las disposiciones a que he hecho referencia; porque penetrando en el dominio de las consideraciones filosóficas, tratando la cuestión no ya en el terreno de los antecedentes históricos sino en el terreno del derecho, de la doctrina, de la especulación intelectual, no se concibe, señor Presidente, que haya un Estado sin Dios, que haya un Estado que al legislar sobre la educación que ha de modelar intelectual y moralmente a los futuros ciudadanos, a los que han de prolongar la patria en el porvenir, pueda desprenderse de las nociones religiosas, pueda prescindir de la religión. ¿Qué es el Estado, señor Presidente? Dos acepciones principales se dan a esta palabra: o se toma simplemente el Estado como el conjunto de los poderes públicos, o se le considera como una sociedad reunida bajo las mismas leyes, bajo unas mismas autoridades. En ninguno de estos dos conceptos puede decirse que el Estado deba ser neutro, deba ser prescindente en cuanto a la religión; y esta palabra, neutro, esta palabra, prescindente, es un eufemismo para evitar la palabra directa, genuina, la palabra precisa y terrible: ¡ateo! Cuando se legisla sobre la escuela, se legisla sobre la renovación de la sociedad, sobre las fuerzas que van a actuar en ella, a influir en su existencia de manera decisiva; es evidente, pues, que debe propender la legislación a que esas fuerzas no sean fuerzas ciegas, sino conscientes y dirigidas por el princi- pio superior de la moralidad, y, en consecuencia, ha de establecer la enseñanza de la religión en las escuelas públicas. …Señor, el liberalismo que se condena es lo que en nuestros días se en- tiende como tal, habiéndose tomado como etiqueta una palabra engañosa por su analogía con la libertad, y que encubre precisamente lo contrario de ella; el li- beralismo que se condena es la idolatría del Estado…El liberalismo es un modo de concebir la vida social, la administración, el gobierno, completamente des- vinculados de la religión. De aquí surge un sistema de legislación, un conjunto de leyes de que el proyecto que se presenta, en reemplazo del aconsejado por la Comisión, sería uno de los movimientos precursores.

Tocó formular la réplica a uno de “los diez”, Luis Lagos García, quien se sintió obligado a destacar los valores oratorios del discurso de Goyena, sus “ga- las y adornos del estilo”, para enseguida menoscabar su contenido calificándolo de “lujo estéril del espíritu”. Agregó que resultaba inoportuno hablar en esos momentos del tema de la enseñanza religiosa cuando eran otros los que tenían prioridad. En efecto, parte de razón asistía a Lagos García en cuanto esta materia iba monopolizando el debate, pero cuota mayor de razón le faltaba al no advertir que la cuestión de la enseñanza religiosa implicaba de por sí una significación central; por lo demás el resto del proyecto de ley gozaba del consenso general.

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