Diego Levis Czernik

Asesinatos discretos

Persiguiendo nazis en la

Una novela sobre la acción de la memoria y de la culpa http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com

Para mi zeide y para mi mamá, en mi memoria

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“Seis millones no es para nosotros más que un simple número, mientras que la evocación del asesinato de diez personas quizá cause todavía alguna resonancia en nosotros, y el asesinato de un solo ser humano nos llene de horror.” Gunther Anders, Nosotros, los hijos de Eichmann: Carta abierta a Klaus Eichmann, 2001

“El que es verdugo de un solo ser humano sigue siéndolo por toda la vida. Puede elegir otro oficio, ocultarse bajo otra identidad, pero el verdugo – o al menos la máscara del verdugo – le quedará adherida en la piel para siempre” Elie Wiesel, El alba, 1960

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1 Abraham Czernik

Me observan miles, millones de muertos. Víctimas de la arrogancia y del desprecio, y también del desencanto. Son ellos, quienes me precedieron, con sus alegrías, sus ilusiones, sus ideas, sus temores, sus amores, sus enojos, sus decepciones, sus canciones, sus palabras, sus labores los que me dan fuerza para continuar. Desde sus miradas esperanzadas de rencores olvidados y ternuras anheladas, se revelan las razones que me empujan a vivir.

Abraham Czernik presumiblemente nació el 12 de octubre de 1899 en Horodetz, una pequeña aldea de Bielorrusia cercana a Brest que en 1898 tenía 1.761 habitantes, 648 de ellos de ascendencia judía. Parte de su adolescencia la pasó en el vecino Antopol, un pueblo de mayor tamaño en donde en 1897 había censados 3.147 judíos sobre una población total de 3.870 habitantes. Era el mayor de cinco hermanos, tres varones y dos mujeres, hijos de Arie Czerniuk y Shifra Jarmut. Aunque parece improbable, también es posible que haya nacido en 1895 en Kiev, actual capital de Ucrania, tal como indica su documento de identidad argentino1. El listado de pasajeros de un libro de desembarcos que se conserva en la Dirección General de Migraciones registra su entrada a la Argentina el 20 de noviembre de 1922. Llevaba pasaporte ruso. Las hijas descreyeron siempre de la veracidad de este documento. Preferían pensar que su padre salió de Rusia después de la muerte de Lenin, escapando de las persecuciones contra los judíos iniciadas por Stalin. En 1930 llegó al país, Jeremías, uno de los dos hermanos de Abraham, seis años menor que él, junto a su mujer Bloomah Grinberg, nacida en Antopol. El resto de su familia permaneció en Bielorrusia que en aquella época formaba parte de la efímera república de Polonia de entreguerras. En mayo de 1946 Abraham Czernik vivía en en una casona construida a principios de siglo en el número 221 de la calle Riobamba, entre Sarmiento y Cangallo. Estaba casado con Esther Sapire con quien tuvo tres hijas. Bety, la mayor nació el 20 de marzo de 1930, exactamente nueve meses después del casamiento de sus padres, el mismo día en que la esposa de Czernik cumplía 23 años. Yuyi, la hija del medio, nació un 9 de julio, el día de la Declaración de la Independencia de la Argentina,

4 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 y estaba por cumplir trece años. Ofelia, la menor de las tres, había nacido el 23 de octubre de 1935 y tenía 10 años. Czernik se dedicaba a la comercialización de maderas finas provenientes del noreste de la Argentina y del y tenía una mueblería en la calle Sarmiento n° 1164, entre Libertad y Cerrito, a menos de diez cuadras de su casa. Además era miembro de la comisión directiva del Hospital Israelita. Ese lunes, como todos los mediodías, volvió a su casa a almorzar. Al oírle entrar su mujer salió a recibirlo. Se la veía más contenta que de costumbre. Abraham recibiste carta de Europa, me parece que es de tu hermano, te la dejé encima del escritorio ̶ le dijo entusiasmada en idish. Él sonrió ligeramente. Entró en su despacho, se sacó el sombrero de fieltro gris oscuro y tomó la carta. Estaba fechada en Breslau, ciudad de Alta Silesia por entonces ya parte de Polonia. Le pareció reconocer la letra de Pinhas, el menor de sus hermanos. Sintió alegría y también temor. Desde finales de 1939 no tenía contacto postal con nadie de su familia. Se sentó, cerró los ojos durante un instante. “La guerra al fin terminó” se dijo mientras abría el sobre con un abrecartas de alpaca labrada que le habían regalado sus hijas para su cumpleaños. La carta, escrita en idish, era de apenas una hoja. La letra, aunque pequeña, era clara y de trazo firme. “Breslau, Silesia 2 de mayo de 1946. Querido hermano: Siempre me pregunto como estarán tú y Jeremías. Disculpa que no haya podido escribirte antes, han sido tiempos terribles los que hemos pasado. Me comprendes, no tengo dudas. La guerra ha arrasado nuestro mundo. Todo es desolación y muerte. Afortunadamente mi esposa Genia y mis hijas Iritz y Tzila están conmigo. Iritz tiene 4 años y Tzila aún no ha cumplido un año. Nació poco después de la rendición de los nazis. Llegamos hace pocos días a esta ciudad rumbo a Palestina, el soñado Eretz Israel, aunque por ahora debemos quedarnos aquí. Hemos vivido para ver el día en que la justicia triunfó. ¡Pero para ello pagamos un precio colosal! Horodetz fue arrasado. En Antopol no quedan rastros de vida judía. Los nazis, con la ayuda de los gentiles del pueblo, asesinaron a todos los habitantes de los guetos. Nuestra madre y nuestras hermanas Radia y Peshka con su marido y sus dos maravillosos pequeños hijos, Rochele y Yudele, Zivia la madre de mi esposa y su hermano Avromtze , todos ellos, al igual que otros de nuestros parientes y vecinos de todas las edades, fueron asesinados por los tenebrosos grupos de tarea de las SS y arrojados en grandes fosas comunes como si fuesen perros sarnosos....”

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En este punto Abraham Czernik dejó de leer, volvió a poner la carta en el sobre y la guardó en un cajón de su escritorio. Encendió un cigarrillo y durante un instante infinito se quedó sentado, casi inmóvil, con la cabeza apoyada sobre la cabecera de su sillón tapizado de terciopelo bordó, la mirada fija sobre un calidoscopio de nostalgia, culpa, y mucha, profunda tristeza que ahondó el dolor añejo que sentía desde que abandonó a los suyos para emigrar a la Argentina. Después se levantó, apagó el cigarrillo a medio fumar y fue al baño a lavarse las manos para comer.

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2 Una comida en familia

Durante la comida, Abraham Czernik eludió responder a la curiosidad y a la ansiedad de su mujer por conocer el contenido de la carta. --Pinhas y su familia están en Polonia de paso para Israel–. Fue lo único que le contó. Se lo dijo en voz baja y en yidish. Horodetz ya no existía, tampoco Antopol, no había ninguna razón para decir algo más como tampoco había razón para contarles nada a sus hijas. Ellas no pertenecían a aquel mundo asesinado, no debían ser castigadas con el dolor sufrido por otros aún cuando fueran de su familia pues ello, pensaba Abraham Czernik, implicaba alargar el alcance de la mano del criminal, prolongar en ellas la crueldad, la humillación, el miedo, la agonía, la muerte, el terror sufridos, era inscribir la marca de la bestia en las almas de sus hijas. Los asesinatos de la madre y las hermanas de él no debían perpetuarse en las miradas temblorosas de sus tres hijas buscando motivos que justifiquen tanto horror. “Quiero protegerlas de la sombra de este terror inconcebible para que no sientan el insoportable peso de sentirse sobrevivientes” se decía. “No son víctimas, no son culpables, nosotros los judíos no somos culpables. Nunca lo fuimos” Del almuerzo de aquel día sus hijas nunca tuvieron un recuerdo particular. Como todos los lunes, de entrada tomaron caldo de puchero con arroz y garbanzos y de plato principal las verduras, la gallina y la carne del puchero. Ofelia y Yuyi disputaron un hueso con caracú que como siempre terminó en el plato de Yuyi mientras su hermana menor se refugiaba en el regazo de su mamá quien era poco dada a ofrecer caricias y consuelos. Entretanto Bety, la mayor de las hermanas, comía un trozo de pechuga y garbanzos con zanahoria, Esher, la mujer de Abraham, después de conseguir que Ofelia volviera a su silla, comía con la mano una pata de gallina ante la mirada severa de su marido quien sólo comió un par de papas hervidas, una batata y un pedazo de pan de centeno. Abraham Czernik era de gustos frugales en las comidas y de costumbres austeras que su mujer e hijas siempre confundieron con tacañería. Un hombre serio y severo que no se permitía el disfrute. Para él todo gasto superfluo era derroche. Su mujer Esther, en cambio, disfrutaba de las buenas comidas, de la ropa cara, de joyas y pieles, de los objetos finos y de las fiestas.

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La chica de servicio retiró los platos vacíos y la sopera de loza blanca con los pocos restos del puchero y sirvió una bandeja con frutas para el postre. Abraham Czernik tomó una manzana que peló con cuidado mientras su hija Bety contaba que el sábado siguiente Mabel, una amiga del colegio, festejaba su cumpleaños con una fiesta. ̶¿Puedo ir? –preguntó –Van todas las chicas de la clase, va a ser divertido. –De ningún modo –contestó Abraham en un tono tajante acentuado por su castellano de acento ríspido. –Mejor no salir de tarde en estos días. Hay que esperar hasta después de la semana que viene cuando asuma Perón como presidente, para saber que va a pasar. Este es un momento bravo para nosotros en este país. Los judíos, acá, no somos bien vistos, mientras los alemanes, sin importar que sean o no nazis, son bienvenidos. –No me importa, voy a ir igual –afirmó tímidamente pero con convicción Bety. –Papá, exagerás. ¿Qué va a pasar? No estamos en Rusia y tampoco en Polonia, acá no hay pogroms ni campos de concentración. Dejá que las chicas se diviertan – intervinó Esther, apoyando el pedido de su hija mayor. La aprehensión de Abraham Czernik hacia el sentimiento pangermánico y antijudío de una parte significativa de la sociedad argentina de la época no era nueva. Dos años antes, tras el terremoto de San Juan, junto a su hermano Jeremías habían decidido llevar a las familias de ambos a pasar el verano a una quinta de Marcos Paz en prevención a la posible aparición de una ola de antisemitismo. Algunos antecedentes cercanos justificaban el temor. Durante la década de 1930, grupos mal llamados nacionalistas como la Liga Patriótica y la Alianza Libertadora Nacionalista, financiados por la embajada de la Alemania nazi, se habían encargado de difundir la idea de que los judíos intentaban apoderarse de los recursos financieros de la Argentina y que fomentaban el comunismo. En 1936 el activismo nacionalsocialista había conseguido reunir 15 mil personas en el Luna Park de Buenos Aires y unos cuantos miles más en ciudades del interior del país para festejar el 1º de mayo. En algunas localidades de Misiones y otras provincias con presencia importante de población de origen germano era habitual ver la bandera alemana con la cruz gamada flameando junto a la bandera argentina. La permisividad de sectores influyentes de la sociedad y de los sucesivos gobiernos de la época hacia los grupos pro-nazis y el nacionalismo germanófilo de gran parte de los oficiales del ejército, unidos a la equivoca posición argentina durante la guerra y otras cuestiones de menor trascendencia pero significativas, como el cierre durante tres días de los

8 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 diarios judíos tras el golpe militar de 1943 que llevó al poder al General Ramírez eran señales inquietantes que no pasaban desapercibidas para Abraham Czernik y su hermano Jeremías, quienes habían crecido en un entorno de discriminación y persecución antijudía. Uno de los principales ideólogos del gobierno golpista de 1943 era el coronel Juan Perón, el mismo que estaba a punto de asumir como Presidente de la Nación, a quien se le atribuía simpatías por la causa nacional-socialista. La carta de su hermano con la confirmación del asesinato de su madre y de sus hermanas había realimentado viejos temores en Abraham Czernik. –No estamos allá, afortunadamente…Tenés razón Esther, pero acá también hay nacionalistas fanáticos y antisemitismo. Tenemos que ser discretos y estar alertas. Mejor que las chicas, por estas semanas, no salgan demasiado –le contestó en idish y después se dirigió a su hija en castellano –Bety ya irás a otras fiestas de cumpleaños. Por unos días es mejor que salgan a la calle sólo para ir al colegio. Si terminaron de comer se pueden levantar de la mesa. Bety hizo el gesto de protestar mientras Yuyi, a sus espaldas, se burlaba de ella. –Chicas, ya escucharon a papá. Ahora vayan a terminar los ejercicios de idish que en un rato llega el profesor Katz. –Abraham Czernik encendió un cigarrillo mientras Esther, su mujer, tomaba un café. –¿Porqué esa cara? Tendrías que estar contento, al fin tuviste noticias de tu hermano. Contame algo más de lo que dice la carta. –Otro día –le contestó él. –¿Te cuenta algo de tu madre y de tus hermanas? ¿Están bien? Es tan terrible lo que sucedió … ¡Ojalá todos estén bien! –insistió ella, fantaseando ante el silencio desesperante de él–. ¿No les habrá pasado algo, no? Pasaron cosas espantosas allá. Te acordás de Irene Klein, la encontré el otro día, me contó.... –Ya te dije que no tengo ganas de hablar –Esther Sapire no era una mujer necia. Comprendió que no debía insistir. –¿Vas a recostarte un rato antes de salir? –No, no puedo, tengo que hacer. Termino el cigarrillo y salgo. No quiero que se me haga tarde. –¿Vas al hospital? –Sí, ¿porqué no iría? –contestó él.

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3 La culpa del sobreviviente Abraham Czernik colaboraba con el Hospital Israelita desde hacía alrededor de diez años. Con el tiempo llegaría a ser su presidente. En 1946 era secretario de la Asociación Israelita de Beneficencia y Socorros Mutuos, propietaria del nosocomio. Nada había más importante en su vida que contribuir a que el hospital de la colectividad asegurase el mejor el tratamiento médico posible para todas las personas que lo necesitaran, judíos y no judíos. A esa labor dedicó sus tardes durante más de treinta años, hasta el día en que murió. Tiempos en que la solidaridad se practicaba en silencio, por un ideal, a cambio sólo de la gratificación personal. Para él se trataba de un modo de poner en práctica, aunque tímidamente, los principios que lo llevaron de adolescente a afiliarse al Bund, un movimiento socialista judío, contrario al sionismo, creado a finales del siglo XIX en la Rusia zarista. Abraham Czernik defendía la identidad judía a través del idish, el idioma de los judíos del este de Europa, y de la preservación de ciertas tradiciones, no a través de la religión que le parecía, como todas las religiones, un resabio negativo de tiempos pasados. Hasta que no supo del horror criminal del nazismo había compartido la oposición bundista a la creación de un estado judío en Palestina. La cultura, el sentido de pertenencia y las personas y no un lugar o un estado eran para él el centro de la nación judía. Siempre mantuvo la misma idea. Sin embargo, en 1948 apoyó con entusiasmo la creación de Israel y desde entonces siempre que pudo colaboró en su defensa. La Shoah, como a millones de judíos en todo el mundo, había grabado una marca perpetua de horror en el alma Abraham Czernik. Su hermano Pinhas y su mujer Genia, Iritz, la hija mayor de Pinhas y Genia, y otros cinco paisanos eran los únicos sobrevivientes de la matanza de los cerca de tres mil judíos que en 1942 vivían en Antopol, pueblo vecino a su natal Horodetz. Apenas ocho. Nadie más. Shafra Jarmut, su mamá, sus hermanas Radia y Peshka Czerniuk y los hijos de ellas y todos los demás judíos de su tierra natal estaban muertos, asesinados. No quedaba nadie, no quedaba nada. En su lugar sólo desolación, muerte, crueldad y un dolor inacabable. Esa tarde del día en que recibió la carta de su hermano menor, Abraham Czernik no fue al hospital, tampoco lloró. Estaba triste, muy triste pero también aliviado. Desde que supo de las

10 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 matanzas masivas de judíos imaginaba a su madre y a sus hermanos, a todos los paisanos de Horodetz y de Antopol, a sus amigos y a quienes no lo eran, al almacenero y al sastre, al maestro Rabinobitz, al rabino Aaron con su violín en la mano, a él mismo de niño nadando en el río, muriendo sin morir, en una muerte alargada, sin final, agonizantes perpetuos bajo la violencia de los verdugos nazis. Intentó sentir alegría por saber que Pinhas estaba vivo y no pudo. Antes de salir de su casa tomó la carta de su hermano y se la puso en el bolsillo del sobretodo. Nadie lo oyó salir. Caminó por Riobamba hasta Corrientes y tomó el subte en la estación Callao. Sintió un malestar. ¿Cómo pudo salvarse su hermano? ¿Porqué él y su mujer están vivos y el resto no? No le gustó lo que estaba pensando. Lo avergonzaba. Bajó en Malabia y caminó hasta la casa de su hermano Jeremías. La cabeza en blanco. Prefería no pensar en nada, no sentir nada. Jeremías al verlo sonrió. Se saludaron con un apretón de manos. Como siempre. –¡Vos por acá! – estaba sorprendido. Abraham rara vez lo visitaba y mucho menos un día de semana - ¿Pasa algo? Me agarrás justo, estaba por salir. Quedé a las tres con un cliente. Es acá cerca, en Vera casi esquina Canning –En aquellos tiempos Jeremías Czerniuk todavía trabajaba como cuentenik2. –Acompáñame y charlamos en el camino. Discul… –Abraham Czernik interrumpió a su hermano. –Jeremías sentate cinco minutos y lee –le pidió alcanzándole la carta. –¿De quién es? – Los hermanos se miraron y no necesitaron seguir hablando. Jeremías tomó la carta y la abrió. Reconoció la letra. Temblaba. Abraham se sentó frente a él. Raquel, la mujer de Jeremías lo saludó, él no la oyó. Jeremías terminó de leer la carta y lloró. –¿Me permitís que me la quede? –Abraham asintió en silencio. Raquel sirvió dos tazas de té con leche y unas galletitas dulces. Ninguno de los dos se apercibió. Abraham se levantó –Me tengo que ir – anunció –Esperame, voy con vos. Vamos al bar de la esquina a charlar –Charlar, ¿para qué? –Entonces juguemos un rato al rummy. –¿No tenías que ir a ver a un cliente?

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–Prefiero no trabajar esta tarde. –Así no vas a prosperar nunca. Anda a ver a tu cliente. – ¿Y vos? –Tengo que ir al hospital –contestó Abraham–Mirá el lado bueno de lo que sucedió…. Pinhas está vivo y también su mujer y sus hijas. Hasta ayer pensábamos que todos habían muerto. –Tenés razón... - balbuceó Jeremías sin convencimiento. Una cosa es imaginar que alguien querido está muerto y otra saber que está muerto, pensó “Un muerto no se compensa con un vivo” le hubiera gustado decirle a su hermano mayor, pero no pudo –Abraham, el dolor puede más, siempre. Estoy seguro –dijo Jeremías y se quedó un instante en silencio–¿Cómo hará Pinhas para vivir con la culpa de haber sobrevivido? “¿Y nosotros, todos nosotros?” se preguntó Abraham en silencio.

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4 Nazis en la Argentina Entre los miles de refugiados europeos que después del final de la segunda guerra mundial entraron legal e ilegalmente a la Argentina, un número indeterminado, aunque no pequeño, eran criminales de guerra y colaboracionistas, nazis alemanes, austriacos y serbios principalmente. Muchos de ellos contaron para entrar al país con la complicidad de miembros de la iglesia católica y de funcionarios del gobierno argentino. Algunos ingresaron con sus nombres verdaderos, otros, la mayoría, con identidades de fantasía facilitadas por sus protectores. La recepción de los fugitivos, en palabras de Juan Perón, presidente en la época, se realizó por “un sentido de humanidad”, si bien el motivo principal era, presuntamente, conseguir técnicos y científicos capacitados que pudieran contribuir a impulsar el desarrollo industrial del país. El periodista y escritor Tomás Eloy Martínez señala que Perón confiaba, además, en que ex miembros de la Gestapo y otros cuerpos de seguridad serían útiles para mejorar el funcionamiento de la policía. Sobre las razones, justificaciones y consecuencias de la postura del ex presidente no es oportuno adentrarnos. Lo cierto es que no hay evidencia alguna de que, salvo contadas excepciones, los recién llegados aportaran conocimientos técnicos relevantes para el desarrollo de la industria nacional y de la investigación científica. Acerca de la formación de la policía y otras fuerzas de seguridad es de esperar que el fracaso haya sido similar, aunque las prácticas aberrantes de la Junta militar que gobernó el país entre 1976 y 1983 permiten suponer que los “expertos” nazis consiguieron transmitir algunas enseñanzas. Lo cierto es que durante los años de la postguerra, junto a un número no elevado de técnicos y científicos alemanes y centroeuropeos, se refugiaron en la Argentina muchos oficiales de las SS y de la Gestapo, militares y funcionarios de distintos rangos y niveles de responsabilidad en la gestación, administración y ejecución del terror vivido en Europa pocos años antes. Miembros de los , (grupos de asalto del ejército nazi, dedicados al exterminio de judíos, gitanos y partisanos de la resistencia en Europa oriental), guardias de los campos de concentración y de exterminio, colaboracionistas de distintas nacionalidades y otros seres de similar e infame naturaleza, partícipes directos e indirectos de las matanzas, asesinos y

13 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com torturadores, se instalaron el el país. La mayoría de ellos consiguieron mantenerse en el anonimato hasta esfumarse, convertidos en honorables y respetados ciudadanos argentinos sin que sus vecinos sospecharan nunca acerca de sus verdaderas identidades. En menos casos, la personalidad o relevancia del acusado, el alcance y características de sus acciones, la equivocada convicción de impunidad e incluso en ciertas oportunidades la casualidad, contribuyeron a revelar la presencia de algunos de estos criminales en el país. Los dos casos más resonantes fueron los de y . Mengele, siniestro médico del campo de exterminio de Auschwitz, entró a la Argentina el 20 de junio de 1949 con pasaporte de la Cruz Roja Internacional a nombre de Helmut Gregor y vivió en Buenos Aires durante diez años, los últimos con su propia identidad. El 15 de julio de 1951 llegó al puerto de Buenos Aires, un tal Ricardo Klement, natural de Tirol del Sur, Italia, con pasaporte emitido por la Cruz Roja Internacional con visa en regla firmada por el cónsul argentino en Génova. El recién llegado era, en realidad, Adolf Eichmann, responsable de las deportaciones masivas de judíos a los campos de exterminio nazis. El 11 de mayo de 1960, mientras volvía de su trabajo, fue capturado a pocos metros de su casa por un comando secreto israelí. Vivía en una modesta casa en el norte del gran Buenos Aires junto a su mujer e hijos y trabajaba como electricista en la fábrica de camiones de Mercedes Benz. Días después de su captura fue trasladado clandestinamente a Israel para ser juzgado como responsable del asesinato de millones de judíos. Fue condenado a morir ahorcado y ejecutado en Israel la noche del 31 de mayo de 1962. Mengele, en cambio, consiguió escapar a Paraguay. Posteriormente se radicaría en Brasil en donde presumiblemente murió ahogado en el mar el 7 de febrero de 1979. Otras versiones señalan que a finales de la década de 1950 regresó a Alemania, protegido por el gobierno de ese país. Mengele y Eichmann no fueron los únicos. A mediados de la década de 1990, casi medio siglo después de terminada la guerra, los habitantes de la bucólica y turística Bariloche se conmocionaron cuando se hizo público que Otto Pape, ex director del colegio alemán de la ciudad y participante activo en la vida comunitaria, era en realidad un ex capitán de las SS acusado de graves crímenes de guerra. Algo que muchos miembros de la sociedad local, en especial de la comunidad alemana, ya sabían pues el propio Priebke solía contar con orgullo que durante la guerra había sido miembro de las SS.

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Esta revelación confirmaba la creencia de muchos argentinos sobre la presencia de numerosos nazis entre la nutrida colonia alemana de esta localidad de los Andes patagónicos que, no casualmente, se había incrementado notablemente durante la década de 1950. Entre los nazis que se sabe que vivieron en Bariloche encontramos a los oficiales de la Gestapo, Max Naumann, Ernest Hamann, Oskar Berger y Winfried Schroppe y el ex espía militar del Reich, Reinhart Koops quien durante la postguerra, aún en Europa, había gestionado en el consulado argentino de Génova los permisos de entrada en el país de cientos de nazis y fascistas con identidades falsas, provistos de pasaportes de la Cruz Roja Internacional. Vía por la que habían conseguido entrar al país entre muchos otros, Mengele, Eichmann y el propio Priebke. Fue precisamente Koops, alias Juan Maler, quien, en 1994, traicionó a Erich Priebke durante una entrevista que concedió a un equipo de una cadena de televisión estadounidense: “'SS, ¿yo? No. SS es Priebke. Vayan a verlo, lo encontrarán fácil, se hace llamar Otto Pape”, les dijo cuando le preguntaron acerca de su filiación nazi. Tras la detención de Priebke, Koops, al igual que otros alemanes residentes en Bariloche, se esfumó. Después de un discutido y complejo proceso de extradición Priebke fue entregado a Italia. Inicialmente un tribunal de primera instancia argentino negó la expulsión, considerando que los asesinatos de los que se lo acusaba habían prescripto, aunque finalmente la Corte Suprema de la Nación autorizó la extradición que se hizo efectiva el 21 de noviembre de 1995. En 1998 un tribunal de Roma lo condenó a prisión perpetua por el fusilamiento de más de trescientos personas, entre ellas 75 judíos, en un hecho conocido como la masacre de las Fosas Ardeatinas cometido en 1944. , comandante de las SS, conocido como el “carnicero de Riga” por su ferocidad con los judíos, vivió en Argentina durante treinta años. Llegó al país en 1948 procedente de Génova, al igual que tantos otros nazis, con un pasaporte de la Cruz Roja Internacional a nombre de Federico Wegener. El “señor Wegener” o Wegner como prefería hacerse llamar, responsable de la muerte de decenas de miles de judíos en el campo de concentración de Riga, fundó una empresa de importación-exportación de madera, actividad que lo llevó, a pesar de sus reparos, a relacionarse comercialmente con muchos judíos fabricantes de muebles y dueños de mueblerías. En 1968, tras más de veinte años de residencia en el país “Wegener”, obtiene la nacionalidad argentina. En 1977 el gobierno de Alemania federal presenta ante el gobierno de la Argentina

15 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com un pedido de extradición por crímenes de guerra a nombre de Eduard Roschman, alias Federico Wegener, alias Fritz Wegner, ciudadano argentino, ex comandante de las SS. En julio la justicia dicta la orden de arresto. Roschman huye de inmediato a Paraguay. El 10 de agosto, apenas un mes después de abandonar Buenos Aires, muere en Asunción de un ataque al corazón. El diario “El País” de España publica unos días después una nota de agencia fechada en Asunción y Buenos Aires que da cuenta de la noticia. Parece confirmarse la muerte del criminal de guerra Roschmann AGENCIAS, - Asunción, Buenos Aires - 16/08/1977 “En medios cercanos a la Interpol y a la policía paraguaya se indica que «parece confirmarse» que el criminal de guerra nazi. Eduard Roschmann el carnicero de Riga falleció el miércoles pasado en el hospital de Clínicas de Asunción. En la Interpol se ha señalado que las huellas dactilares de la persona fallecida en el hospital coinciden con las de Federico Wegener, nombre con el que se encubrió durante los últimos años el buscado criminal de guerra. Roschmann ha sido acusado por un tribunal de Hamburgo de haber exterminado a 40.000 judíos en Riga, durante la Segunda Guerra Mundial. Entre las ropas del hombre fallecido en Asunción se encontró una nota con el siguiente mensaje: «En caso de mi fallecimiento, infórmese a la señora Edith Rademacher, calle Güiraldes 824, Acassuso, provincia de Buenos Aires» (Argentina). Edith Rademacher ha desaparecido hace dos años de la citada localidad bonaerense, junto con otro presunto criminal de guerra nazi, Walter Kutchsmann, a quien se le atribuye la muerte de 38 profesores judíos en Lemberg, Polonia.”

Walter Kutchsmann, el otro fugitivo nazi que menciona el artículo de “El País”, ingresó en el país el 16 de enero de 1948 haciéndose pasar por el sacerdote carmelita Pedro Ricardo Olmo Andrés, un religioso español nacido en Ciudad Real en 1906. Con ese nombre e identidad obtuvo la nacionalidad argentina el 28 de agosto de 1950. Por lo visto, ningún funcionario de migraciones ni tampoco del registro civil en el que se le otorgó la nacionalidad notó algo extraño en el peculiar acento alemán del supuesto sacerdote español. Kutchsmann fue oficial de las "SS" y jefe de Asuntos judíos de la Gestapo en Galitzia, región sudoccidental de Ucrania. Entre otros crímenes, se lo considera responsable de haber comandado durante los años 1941 y 1942

16 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 el exterminio de miles de habitantes judíos de esta región, en particular en las ciudades de Drohobycz y Tarnopol, Durante casi treinta años vivió tranquilo en Buenos Aires junto a su mujer, Elizabeth Pospischil, de nacionalidad austríaca. Hasta finales de junio de 1975, fecha en la que la prensa argentina se hizo eco de las denuncias de Simón Wiesenthal en Viena afirmando que Pedro Ricardo Olmo era en realidad Walter Kustchmann, el ex miembro de la Gestapo trabajó en la empresa Osram, fabricante de bombillas y lámparas eléctricas, en donde llegó a ser jefe de compras. Al hacerse público su pasado Kustchmann fue despedido de su empleo, tras lo cual se refugió en Miramar, una localidad de la costa atlántica a unos 400 km al sur de Buenos Aires, en donde acostumbraba veranear. Tiempo después los porteros y ascensoristas de Osram lo recordarían como “un hombre que jamás saludaba, orgulloso y poco amable, que todos los días llegaba puntualmente y se iba puntualmente zambulléndose en la boca del subterráneo…”. Un ciudadano gris, poco dado a la efusividad, cuidadoso de su falsa identidad al extremo de establecer vínculos con círculos culturales cercanos a la colectividad judía. El 2 de julio de 1975, al conocerse la verdadera identidad de Pedro Olmo, la Asociación Israelita de Sobrevivientes de la Persecución Nazi solicitó a las autoridades que le quitarán la nacionalidad argentina, en cuanto había ingresado en el país y había obtenido la ciudadanía bajo una identidad falsa. El gobierno alemán por su parte, entre 1975 y 1982 presentó ante las autoridades argentinas varios exhortos judiciales solicitando que se le tome declaración testimonial a Kutschmann como imputado en el marco de un sumario en su contra abierto en Hamburgo por complicidad en homicidios cometidos durante la guerra. El pedido fue rechazado o ignorado en varias oportunidades. Argentina, por entonces, estaba gobernada una junta militar responsable del asesinato, tortura y desaparición de varios miles de compatriotas. Durante esos años, Kutschann y su mujer se dedicaron a promover entre las asociaciones de protección a los animales el uso de cámaras de gas para solucionar el problema de la proliferación de perros callejeros. Hay comportamientos e ideas que perduran. Escalofriante. En 1984, ya recuperada la democracia, tras varios años de silencio, la justicia reabrió el caso comprobándose fehacientemente que Pedro Ricardo Olmo era en realidad Walter Kutschmann. Confirmado el fraude, el 1º de octubre de 1985, la embajada de la República Federal de Alemania solicitó al Gobierno de la República Argentina la extradición del ciudadano alemán naturalizado argentino, Walter Kutschmann, alias "Pedro Ricardo Olmo", acusado de genocidio y homicidio de miles de personas. Con el visto bueno del Procurador general de la Nación, la

17 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com extradición fue concedida por decreto del Presidente de la República nº 2134 - M – 290, firmado el 15 noviembre de 1985 por el canciller Dante Caputo, Ministro de Relaciones Exteriores y Carlos Alconada Aramburú, Ministro de Educación y Justicia . Kutschmann fue detenido el 14 de noviembre a las 11hs de la mañana en la localidad de Florida en el conurbano de la ciudad de Buenos Aires, un día antes de la firma del decreto y varios días antes de su publicación, y puesto a disposición del Juez Federal Fernando Archimbal. Tanta premura no sirvió de mucho, la extradición nunca se haría efectiva. Apelaciones, tecnicismos y otras triquiñuelas legales la fueron retrasando, hasta que el 30 de agosto de 1986 el asesino de miles de judíos murió de un ataque al corazón en el hospital Fernández de la ciudad de Buenos Aires, capital de la Argentina. Walter Kutschmann, alias Pedro Olmo, fue enterrado el 1º de septiembre en el cementerio alemán de Los Polvorines, Provincia de Buenos Aires. Como tantos otros nazis, nunca fue juzgado por sus crímenes. El ex comandante de las SS, , acusado de ser responsable de ordenar ejecuciones en masa de miles de personas en y Prusia oriental, obtuvo la ciudadanía argentina en 1952 con el nombre de Carlos Lücke. En 1956 se radicó en Santa María de Calamuchita, provincia de Córdoba. Murió en 1970 siendo una persona querida y admirada por sus convecinos. Al igual que muchos otros nazis que vivieron en la Argentina nunca fue juzgado por sus crímenes. Caso similar, aunque de mucho menor alcance, es el de Fridolin Guth, antiguo miembro de la policía política nazi en Francia, quien murió en 1989 a los 89 años en Agua de Oro, una pequeña localidad cercana a la ciudad de Córdoba, en donde tenía una pastelería conocida en toda la provincia por la calidad de su strudel de manzana. Goth había obtenido la nacionalidad argentina con su nombre verdadero y durante las cuatro décadas que vivió en el país nunca fue perseguido. Un caso distinto a los anteriores es el de Gerhard Bohne, un médico alemán acusado de planificar y ordenar la muerte masiva de personas con enfermedades mentales para liberar plazas en los hospitales públicos alemanes que entró en el país a finales de la década de 1940 . En 1966 el gobierno argentino presidido por el Dr. Arturo Ilia aceptó la extradición solicitada por Alemania Federal. Otro criminal de guerra que encontró refugio en la Argentina fue Joseph Franz Schwammberger, comandante del gueto de Przemsyl en Polonia quien arribó a Buenos Aires el 19 de marzo de 1949 procedente de Marsella. Tenía 37 años. En 9 de enero de 1976 la Embajada de la República Federal de Alemania pidió su extradición que, tras un largo proceso,

18 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 fue aprobada en febrero de 1988 y ratificada por la Corte Suprema el 20 de marzo de 1990. Son excepciones Durante los años que siguieron al final de la guerra, los rumores acerca de la llegada masiva a la Argentina de responsables de la barbarie y de sus secuaces inquietaban a los integrantes de la colectividad judía del país. Entretanto las fronteras estaban formalmente cerradas para los judíos, quienes para ser admitidos en el país debían proclamarse cristianos3. Esto no impidió que miles de refugiados judíos entraran en el país durante esos años sometiéndose a la imposición gubernamental o de forma ilegal. Lo importante era conseguir un lugar en donde poder vivir. La humillación, bajo otra forma, continuaba. Radislaw Ostrowski, líder del gobierno pro-nazi de Bielorrusia, Franz Rademacher , Carl Peder Værnet , Hans Fischboeck, Olivier Mordrel, Jan Durcansky, los croatas ustachas Milan Stojadinovich y Dinko Sakic, el checo Vojtech Hora, el holandés Wilhelm Sassen4, condenado a muerte por la Justicia de su país por asesinatos masivos, los alemanes , Franz Röstel, Hans Rudel, Erich Müller, , Friedrich Schwend, Herbert Habel, , Friederich Rauch, Constantin von Groman, Friedrich Warzok, Hans Fishboeck, Ivan Asancaic, Wilhelm Mohnke y , Herbert Cuckurs, , Vkekoslav Vrancic, Ludolf von Alvensleben, Andreas Riphagen, el germano argentino Carlos Fuldner, quien llegó a pertenecer a un círculo cercado de asesores del presidente Perón, el francés Georges Guilboad, Branco Benzon, Vlado Svencen, Oliverio Mondrelle, Milo de Bogetic, los belgas Jam Olij, René Lagrou y ; Abraham Kipp, Auguste Ricord, son los nombres de algunos de los tantos criminales provenientes de toda Europa, cada uno de ellos responsable y participe del horror y la barbarie nazi, que ingresaron en la Argentina durante la presidencia de Juan Perón, a finales de la década de 1940 y principios de la siguiente. Casi todos estuvieron entre nosotros durante muchos años, la mayoría obtuvo sin demasiados problemas la nacionalidad argentina.5 Los nombres se suceden, abruman. Nombres y más nombres de asesinos y torturadores que encontraron refugio en nuestro país y aquí desarrollaron sus vidas como cualquier otro ciudadano, compartiendo las calles, el suelo, el agua, el aire con sobrevivientes del horror, con hijos, con hermanos, con amigos de sus víctimas. Son nombres que personifican el terror pero que nada significan para la mayoría de personas. Tuvieron hijos, amigos, compañeros de trabajo, vecinos, formaron empresas, tuvieron comercios en los que compramos pan y fiambre, juguetes para nuestros niños, muebles, zapatos

19 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com y ropa con la que vestimos, y, sin saberlo, pudimos haber festejado cumpleaños de nuestros seres queridos con pasteles hechos por alguno de ellos. Pasearon por nuestros parques, se sentaron en nuestros bares, viajaron con nosotros en colectivos y trenes, participaron en la vida comunitaria y política de las localidades en que vivieron. Pudieron haber sido maestros y profesores nuestros y de nuestros hijos en distintos colegios y universidades. Incluso hubo quienes se incorporaron a la función pública como el eslovaco Ján Durcansky que ocupó durante años un alto cargo en la Dirección de Migraciones y los que trabajaron como asesores y agentes del gobierno en distintas áreas, incluido el servicio estatal de inteligencia, como el belga René Larou, entre otros. Aunque casi todos usaban nombres de fantasía, la mayoría de ellos no vivieron escondidos. Estaban entre nosotros. Es posible que algunos aún vivan. Sólo unos pocos fueron descubiertos y, ya ancianos, tardíamente extraditados, juzgados y condenados. Durante mucho tiempo se pensó que Martín Boorman, lugarteniente de Hitler, vivió en Bariloche con el nombre falso de Ricardo Bauer y murió en la Argentina en 1975. La leyenda acerca de la presencia del segundo de Hitler en el país estaba tan instalada que durante la década de 1960 era popular un dicho que decía "Martin Bormann está vivo y goza de buena salud en Buenos Aires". En 1998, el gobierno de Alemania puso fin al misterio: Bormann habría muerto en 1945, durante la caída de Berlín, según confirmaron pruebas de ADN realizadas a restos encontrados en la antigua capital de Reich en 1972 ¿Fue realmente así? Otro relato sostiene que Bormann murió en Paraguay en 1959 y que sus restos fueron “plantados” en 1970 en el lugar de Berlín en donde se decía que había muerto. Apoyan esta idea en el hecho de que cuando se hicieron las pruebas de ADN el cráneo de Bormann, supuestamente, estaba impregnado de tierra colorada, inexistente en Europa. Otra leyenda menos extendida, pero aún vigente, sitúa al propio Adolf Hitler viviendo después de la guerra en la zona de Bariloche. Otros testimonios afirman que el líder nazi estuvo en las sierras de Córdoba, en el centro de la Argentina, alojado en el Hotel Edén de La Falda, propiedad de un matrimonio alemán nacionalsocialista. Un fino hilo parece separar ficción y realidad. Caso diferente e inquietante es el de Ante Pavelic, fundador y líder del movimiento fascista Ustasha, quien gobernó el estado independiente de Croacia con brutal fiereza entre 1941 y 1945 impuesto por las fuerzas ocupantes de Alemania e Italia. Pavelic, responsable del asesinato de centenares de miles de judíos y ortodoxos croatas, consiguió huir a la Argentina con ayuda

20 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 de miembros de la Iglesia Católica de Italia y el beneplácito del cuerpo de inteligencia estadounidense. Llegó a Buenos Aires en septiembre de 1947 a bordo del buque italiano Andrea C con pasaporte de la Cruz Roja Internacional a nombre de Aranjos Pal. Al igual que otros criminales de guerra vestía hábitos sacerdotales. Hay quienes sostienen que en la Argentina Pavelic fue consejero de seguridad del Presidente Juan Domingo Perón. En 1957 sobrevivió a dos intentos de asesinato supuestamente ordenados por el gobierno de Yugoslavia presidido por el Mariscal Tito, quien repetidamente había pedido sin éxito su extradición. Tras estos incidentes, sintiéndose amenazado, Pavelic huyó de la Argentina y se refugió en la España de en donde murió a finales de 1959. Tenía 70 años. La lista continúa. , conocido como el “carnicero de Lyon”, responsable de miles de deportaciones y asesinatos de judíos y de combatientes de la resistencia francesa, llegó a la Argentina en 1951 con un pasaporte a nombre de Klaus Altmann, apellido del rabino de su pueblo natal. Permaneció en el país durante cuatro años. Algunos investigadores sospechan que durante su estancia en la Argentina trabajó como asesor de los servicios de inteligencia nacionales. ¿El “carnicero de Lyon” era uno de los técnicos que Perón consideraba útiles para mejorar el funcionamiento policial? En 1955, por motivos que se desconocen, Barbie se trasladó a en donde rápidamente obtuvo la ciudadanía. En 1971 fue identificado por los buscadores de nazis Serge y Beate Klasferd. El gobierno francés solicitó la extradición pero el gobierno de Bolivia rechazó el pedido. Recién en enero de 1983 un nuevo gobierno democrático decide arrestar y extraditar a Barbie a Francia en donde fue juzgado y condenado a cadena perpetúa por crímenes de lesa humanidad. Murió en la cárcel en 1991. Tenía 78 años. Entre los cientos o quizás miles de nazis que entraron en el país en el período de posguerra hubo otros que, al igual que Barbie, utilizaron el territorio argentino como escala de tránsito hacia otros países. Es el caso de Walther Rauff, creador del sistema de exterminio masivo con camiones de gas utilizados en el frente soviético, acusado de ser responsable de la muerte de cien mil personas, en su mayoría judíos, quien pasó algún tiempo en la Argentina antes de radicarse en Santiago de Chile en 1958, en donde murió en su casa en 1984 a causa de un ataque cardíaco. El gobierno chileno rechazó varias veces los pedidos de extradición solicitados por el gobierno alemán, a pesar de las pruebas presentadas. Argentina no fue el único país del mundo en el cual los criminales de guerra nazi encontraron refugio. Chile y Brasil, y también

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España, Medio Oriente, e incluso los Estados Unidos y la Unión Soviética no impidieron la entrada y permanencia de personas acusadas de cometer atrocidades durante la guerra. Son muchos los criminales de guerra nazis que consiguieron escapar sin dejar ningún rastro. Algunos de ellos pudieron haberse refugiado en la Argentina o haber usado nuestro país como lugar de tránsito. Mencionaremos a tres oficiales de las SS, nacidos en Prusia oriental entre 1907 y 1909, responsables de la muerte de miles de judíos: Franz Abromeit, nacido en Tilsit en 1907, que bajo las órdenes directas de Eichmann se encargó de la deportación, “redestinación” en la terminología utilizada por los nazis, de miles de judíos húngaros y croatas a Auschwitz. Horst Ahnert, nacido en 1909, quien tras participar en la matanza de cientos de polacos y de judíos en Prusia oriental, participó en la deportación de miles de judíos franceses, y Hans Böhme- Ehrlinger nacido en Danzig en 1908, oficial al mando de un Comando especial de un Einsatzgruppen de las SS en el frente este, responsable directo de la masacre de miles de judíos de Bielorrusia. Entre ellos, los habitantes de Gorodetz, el pueblo en el que habían nacido Abraham Czernik y sus hermanos Jeremías Czerniuk y Pinhas Czerniak, y de Antopol, el lugar en donde fueron asesinadas la madre y las hermanas de Abraham Czernik Tras la finalización de la guerra los tres se esfumaron y nadie volvió a saber nada de ninguno de ellos, al menos eso es lo que consta en los documentos históricos conocidos.

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5 El asesinato de Isaac Erlinger

El 23 de julio de 1952, “Die Presse”, uno de los dos diarios en idish que por entonces existían en Buenos Aires publicó en la sección de policiales una noticia breve informaba que en la ribera de Martínez, a menos de veinte metros de un parador conocido con el nombre de “El Aguila” había sido encontrado el cadáver de un hombre de unos 40 años, de alrededor un metro ochenta de altura y de complexión robusta, presumiblemente de origen judío ya que “en el brazo izquierdo del cadáver se observa el tatuaje de un número similar al que se grababa a los prisioneros israelitas en los campos de concentración nazis para identificarlos”, informaba la crónica. La muerte había sido causada por un balazo en el pecho disparado a poca distancia. Por el estado del cadáver, los médicos forenses estimaban que el crimen había tenido lugar tres o cuatro días antes. La víctima no llevaba documentos encima y nadie había reportado su desaparición, informaba el diario. Según el portavoz de la policía esto indicaría que la víctima residía ilegalmente en el país y que no tenía familia. El diario reproducía el número que el muerto llevaba tatuado en el brazo para facilitar su posible identificación. La noticia pasó casi desapercibida aunque no para Abraham Czernik. Él intuía saber quien era la víctima. Decía llamarse Isaac Erlinger y ser natural de Brest, una ciudad de la Rusia blanca, muy cercana a Horodetz, que Czernik conocía bien. De allí era su familia materna. Durante los tres años anteriores Erlinger había trabajado en el área de mantenimiento del hospital israelita. Czernik no había participado en su contratación pero sabía que había llegado al hospital a través de una organización judía de ayuda a refugiados sobrevivientes de los campos de exterminio nazis. Erlinger había renunciado a su empleo pocos días antes a su asesinato. Dijo que se iba porque un conocido le había ofrecido un trabajo mejor pago. En esa época, en razón de su cargo, Abraham Czernik tenía trato cotidiano con el personal no sanitario del hospital. Erlinger hablaba idish con un fuerte acento alemán que atribuía a los años que había pasado de joven trabajando en Tilsit, una ciudad de Prusia Oriental. Era un buen operario. Era culto y tenía conocimientos técnicos importantes. Erlinger nunca le dijo a nadie en el hospital cuando y como había llegado a la Argentina, ni tampoco habló nunca acerca de lo que hacía antes de la guerra. A Czernik eso le parecía natural. La discreción y la reserva eran

23 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com cualidades que no sólo entendía sino que valoraba. Erlinger no conocía Horodetz pero afirmaba haber estado varias veces en Antopol, afirmaba. La última vez poco antes de la ocupación nazi. Lo dijo sin ninguna emoción. Eso fue a las pocas semanas de ingresar al hospital. Nunca volvió a referirse al tema. Erlinger no era religioso y la política tampoco le interesaba. En una ocasión que surgió el tema de Israel, Czernik lo notó incómodo. Esto le hizo pensar en la posibilidad que fuera bundista. Se lo preguntó.–¿Bundista? No, no por favor, yo soy judío –contestó como si no supiera de lo que le hablaban y se alejó. En ese momento Abraham Czernik no supo a que atribuir la incomodidad de Erlinger. Erlinger tenía poco trato con sus compañeros de trabajo, lo que era atribuido a su rudimentario dominio del castellano. Nunca hablaba de su familia. En el hospital se decía que su mujer e hijos habían muerto en la guerra. Sin embargo, un día en que se lo veía apesadumbrado mencionó al pasar que tenía a su hijo enfermo. Otra vez, un empleado del economato, José Kaplún, le comentó a Czernik que se había cruzado a Erlinger en el cine junto a una mujer y que le había llamado la atención que entre ellos hablaran en alemán. –Pudo confundirse José - le dijo Czernik –Erlinger habla idish con mucho acento alemán. –Doctor, le digo que era alemán. Sé reconocer bien entre el idish y el alemán. Recuerde que mis suegros nacieron en . –Quién sabe… quizás la mujer de Erlinger sea alemana, él vivió muchos años en Prusia, posiblemente la haya conocido entonces – comentó Abraham Czernik lacónicamente. El asesinato de un posible sobreviviente de los campos de concentración nazis generó menos revuelo del esperable en la numerosa colectividad judía de Buenos Aires. Erlinger no participaba en la vida comunitaria y fuera del trabajo no parecía relacionarse con nadie. Hubo unos pocos integrantes de la colectividad que, en su círculo íntimo, se mostraban alarmados temiendo que este crimen fuese un señal de un rebrote antisemita, otros, influenciados por el cine, lo atribuyeron a un ajuste de cuentas mafioso. La mayoría sencillamente ignoró el incidente. Salvo Die Presse, ningún otro diario recogió la noticia, ni siquiera los periódicos de la colectividad. En esos días el país entero estaba convulsionado con la enfermedad de Eva Duarte de Perón, la mujer del presidente, quien finalmente fallecería el 26 de julio. Los esfuerzos de la policía por identificar a la víctima fueron vanos. Nadie reclamó el cadáver que terminó enterrado como NN en una fosa común.

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Entre el personal no médico del hospital Israelita circuló durante un par de días, el rumor de que el muerto era Erlinger, aunque nadie podía confirmarlo. El 25 de julio, durante la hora del almuerzo, José Kaplún compartió con unos compañeros de trabajo sus sospechas acerca de Erlinger: -No sabemos nada de Erlinger, en todos los años que estuvo aquí no se hizo amigo de ninguno de nosotros. Decía que era ruso pero hablaba alemán fluidamente. Se los puedo asegurar, un día hace algunos meses me lo crucé en el centro y lo oí hablar en alemán con una mujer. No sé si él es el muerto que apareció al lado del río, nadie lo sabe, pero de lo que estoy casi seguro es que Erlinger no era quien decía ser, para mí que era alemán.- Durante un instante todos callaron. –¿Y desde cuando ser alemán es un crimen? Yo también soy alemana. ¿Eso que tiene que ver? – observó, algo molesta, Flor Dreyfus, una empleada administrativa del hospital de origen judío alemán que compartía la mesa con Kaplún. –Lo que quise decir es que Erlinger se hacía pasar por judío - aclaró Kaplún, antes de tomar un sorbo de vino con soda. – ¡Quién dice que no sea un prófugo nazi! –Entonces, si es como vos decís, el que apareció muerto no es Erlinger, en el diario decía que la víctima era un sobreviviente de los campos –dedujo apresuradamente otro de los comensales, también empleado del economato. –José no tiene sentido lo que decís - añadió la señora Dreyfus –¿Cómo el hospital va a contratar a nazis? Es ridículo. –Quizás esté exagerando, de lo que estoy seguro es que ese hombre ocultaba algo. –Pero entonces, para ustedes, en definitiva ¿El muerto es o no es Erlinger? – preguntó el empleado de economato que había hablado antes –Y quién sabe…. – terminó Kaplún – Si al menos hubieran publicado una foto… pero da la sensación de que todos están interesados en ocultar lo que sucedió. Fijense que ningún diario habló del asunto.

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6 Memoria de Pinhas 6

A finales de agosto de 1950 Abraham Czernik recibió de una carta de Pinhas en la que, por primera vez, su hermano le contaba detalles de la barbarie vivida durante la guerra. “ Haifa, 23 de junio de 1950 Muy querido hermano: Te escribo desde la tierra de nuestros ancestros, donde hemos llegado felizmente, con mi mujer e hijos, el pasado 4 de abril. Como sabes, hasta hoy pocos detalles te he dado de la tragedia que vivimos en los sangrientos días de la ocupación nazi. Aún hoy, a pesar de que han transcurrido algunos años, cada noche, cada día, convivo con el pesar, el miedo y el odio vividos durante esos días. No hay palabras para describir la crueldad de los hechos, pero intentaré hacerlo en las líneas que siguen. Así podrás comprender mejor lo que te quiero pedir. Recuerdo como si fuera hoy cuando comenzó el infierno. Era una mañana soleada de junio de 1941. Yo estaba durmiendo, pero a las siete de la mañana mi descanso fue interrumpido. Yossl, el sastre, golpeó mi puerta excitado. Había oído la radio alemana anunciando que los alemanes habían atacado Rusia. Cuando los alemanes iniciaron el avance hacia el este, en el pueblo comenzamos a recibir informaciones acerca de las brutalidades que cometían a su paso. Asesinatos y torturas evidentemente encaminadas al exterminio de los judíos. De todos modos yo no creí todo lo que oíamos No podía creer que el Hombre pudiera descender a tal bestialidad. Después de todo, los nazis son seres humanos, pensaba. Los judíos de nuestra región comprendimos que debíamos huir. ¿Pero adonde? ¿A Rusia? Qué importancia tenía. ¡¡¡Debíamos dejar todo y correr!! Pero unos estaban enfermos, otros tenían niños pequeños... Además no había ningún medio de transporte disponible. ¿Podríamos avanzar más rápido a pie o en nuestros carros que los alemanes en sus vehículos a motor? ¿Qué sucedería si nos atrapaban en la ruta? Eso hubiera significado una muerte segura. ¿Qué podíamos hacer? ¿Que hacían los rusos? ¿Y las autoridades?

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Cuatro días después, insoportables cuatro días, en los que la vida y la muerte estaban sobre un fino equilibrio, de terror e impotencia, decisión y desesperanza, el último soldado ruso abandonó Antopol. Las autoridades soviéticas cargaron todo lo que tenían sobre los vehículos y se fueron con prisa, prometiendo que volverían. “¡No tengan miedo! ¡Volveremos! Les enseñaremos a los alemanes lo que somos capaces de hacer”

Imagina como era la situación que en esos días llegamos a envidiar a los kulaks7 que habían sido deportados a tierras más allá del Volga, en donde sus vidas, a diferencia de las nuestras, estaban seguras. Los alemanes entraron en Antopol. El sonido de los aviones se oía sobre nuestras cabezas. Llegó el primer motociclista alemán. La población judía miraba a través de las cortinas de sus casas como los asesinos entraban en el pueblo Se iniciaba una nueva página de la historia judía, una página que degrada la palabra hombre. Fue un período de sufrimiento ilimitado, de espantoso salvajismo y de unos pocos milagros, incluyendo el que me permitió sobrevivir a mí, a mi mujer y a nuestra hija y a otras cinco personas. La zona judía fue despojada de toda vida. Sólo quedaron pequeños restos de un amplio y hermoso florero hecho trizas. La bota alemana que pisoteaba Europa estaba ahora sobre nuestros queridos pueblos y los destruía ¡¡Cuánta brutalidad y cuánta sangre derramada injustamente!! ¡¡Qué degradación de la dignidad y el espíritu humano!! Fueron días oscuros, años negros de la historia. ¡Malditas las personas que lo hicieron! ¡Malditos y malditos aquellos que seguían a estas personas! La Gestapo creó en nuestra ciudad una policía civil formada con la población polaca y de rusos blancos. La policía inventó un juego que consistía en azotar judíos. En la plaza del mercado apresaban a los judíos que pasaban, a los que identificaban porque portábamos una insignia en la manga con la estrella de David, y los llevaban a la estación de policía para ser azotados. Los gritos y llantos de las víctimas congelaban la sangre en las venas de quienes los oían. Otra de las diversiones de los alemanes era ordenar a los judíos que les lavaran los coches y los azotaban mientras trabajaban y los hacían correr de un lado a otro como perros. Utilizando estos métodos bárbaros, consiguieron que el judío odie su vida y pierda el respeto a sí mismo y su sentido de la dignidad humana.

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Poco tiempo después de su entrada en Antopol, las autoridades alemanas agruparon a toda la población cristiana en la iglesia local y los instruyeron acerca de como debían manejar a los judíos del pueblo. La lección fue rápidamente aprendida por los Ivanes y las Marusias. De este modo comienza la fría y sangrienta implementación del plan anti judío: un monstruo poderosamente armado contra un puñado de hombres, mujeres y niños indefensos. Nadie pregunta porque o cuando. En el mercado cuelgan pancartas con espantosas, atemorizantes frases antisemitas, como las utilizadas en el medioevo. Los decretos del diablo se suceden uno detrás de otro. Nos ordenan a los judíos cosernos una insignia amarilla en el pecho y otra en al espalda. Nos dicen que todos los judíos que viven en el lado derecho de la calle Pinsk deben abandonar sus hogares. El cartero Khrominsky es nombrado Jefe del pueblo y del distrito. Los alemanes ordenan a los judíos a constituir un Consejo Judío (Judenrat) formado por un Director y seis miembros 8. La primera intención era que los dos médicos judíos, el Dr. Sunschein y yo mismo, integremos el Consejo. Más tarde se dan cuenta que si los médicos dedicábamos tiempo a asistir a las sesiones, los enfermos de la ciudad y los pueblos de los alrededores estarían desasistidos y revocan la orden Una fría mañana de octubre formaciones de bandidos armados con uniformes alemanes aparecen en los campos cercanos a Antopol con sus armas cargadas. Rodean la ciudad y se presentan ante el Consejo Judío con dos demandas: Una indemnización en oro, plata, joyas, cuero, alimentos y dinero polaco y soviético. Además todos los hombres disponibles se debían reunir en el mercado para trabajar. Los hombres escaparan hacia lugares en donde podían esconderse. Yo me escondí en el granero del sacerdote ruso, quien me dio refugio. Los únicos judíos que se ven en las calles de la ciudad son mujeres y los miembros del Judenrat. Todos llevamos lo que tenemos al lugar indicado, la casa del fallecido Rabbi Wolkin. El oro, la plata y el dinero a la casa, la mercadería a un negocio en el mercado. Antes del amanecer, los alemanes capturan a alrededor de 140 hombres, incluyendo niños de 14 años y los encierran en la escuela polaca de la calle Pinsk. Se hace de día, está oscuro, está cayendo una lluvia fina y monótona. Todos estamos dentro de nuestras casas. El toque de queda prohíbe salir, pero nuestros corazones están con ellos, con los padres, hermanos e hijos encarcelados. Las víctimas inocentes son sacadas de la escuela, cargadas en los coches y llevadas a un “campo de trabajo”... Otros cuentan otra historia que habla del sonido sordo de

28 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 las ametralladoras que arrancan la vida de los miembros masculinos de las familias despojadas. Los corazones palpitaron rápido pero las mentes se negaron a creer que tales cosas pudieran suceder en pleno siglo veinte. ¡En una era de cultura y civilización! A la mañana siguiente llega un coche y los alemanes nos informan que todos los que han sido l el día anterior están en un campo de trabajo lo que les da derecho a recibir un paquete de cinco kilogramos de productos alimenticios de parte de sus familias. ¡Un nuevo deporte creado por los demonios! Madres y esposas arman los paquetes con cuidado y escriben el nombre del destinatario sobre cada uno de los lados de los envoltorios y se los entregan a los mensajeros de la muerte. Una hora más tarde, fuera de la ciudad los monstruos abren los paquetes, sacan lo mejor y lo consumen y después tiran el resto. Con este comportamiento vandálico, los asesinos pisotean la dignidad del Hombre y su cultura. Poco tiempo después de la primera matanza se instaló el primer gueto. Al principio nos asignaron la mitad de la ciudad, a la mano izquierda de las calles Pinsk y Kobryn. Durante unas semanas las cosas estuvieron calmas. Era la calma antes de la tormenta. Llegó un nuevo decreto: a partir de entonces debería haber dos guetos, el gueto A y el gueto B, uno para los trabajadores cualificados, los judíos útiles, el otro para los inútiles. Nadie deseaba estar entre los inútiles. El Judenrat, junto a la oficina de trabajo, debía hacer las listas. Empezaron las negociaciones y regateos por ser incluidos en la lista de los útiles que, como se creía, implicaba la diferencia entre la vida y la muerte. La gente suplicaba, pedía, daba regalos, lloraba, deseosos de ser incluidos en el gueto “A” junto a los judíos "útiles", o añadir a la lista al padre anciano o la madre. ¿Qué sería lo próximo? Los judíos de los pueblos y ciudades del distrito de Pruzham y del bosque de Bielovezh y de otros lugares de los alrededores fueron confinados en Antopol. El reasentamiento debía hacerse en 24 horas. En esos días, la gente era conducida a menudo de un lado al otro. Después de un día de nervios y tensión, los recién llegados comenzaron a buscar “potainiks”, que es como llamábamos a los escondrijos secretos en donde nos ocultábamos de los verdugos. Se invirtió mucho ingenio y destreza para descubrir e idear estos “potainiks” – un nuevo término creado en aquellos años. Los escondrijos estaban entre las paredes, debajo de los pisos detrás de los armarios, en paredes dobles y en varios agujeros negros. Los hombres corrían como ratones a esos agujeros, escapando de la brutalidad humana y canina –los alemanes utilizaban perros especialmente entrenados para capturar a los judíos. Estos perros nos perseguían como

29 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com el gato persigue al ratón. En aquellos días nos hicimos simpatizantes de los ratones. Un día de verano de 1942. Los asesinos rodean el gueto B. Su tarea es capturar a más de mil personas. Cualquiera que es capturado es llevado a la plaza del mercado. Los ancianos y los niños son conducidos como ovejas. Desde la plaza todos son llevados hacia la estación de ferrocarril. Allí un tren llega desde Pinsk, Janowa y Drohichin, repleto de judíos de esas ciudades. Los judíos de Antopol son arrastrados dentro del mismo tren entre escenas horribles, acompañadas de protestas inútiles, alaridos y gemidos. Posteriormente supimos que cerca de Kartuz-Bereza, en los bosques de Bronie-Gura, los alemanes habían cavado fosas comunes entre los abetos y las colinas arenosas. El tren llegaba al lugar, una carretada tras otra de seres humanos eran arrojados en los sepulcros mientras las ametralladoras disparaban sin cesar. Una mujer que se las arregló para escapar herida de aquel infierno nos contó lo que estaba sucediendo. Petrificados, pasmados, atontados escuchamos su historia pero manteníamos una chispa de esperanza en nuestros corazones, pensando que la mujer estaba fuera de sus casillas, porqué algo como lo que contaba no era posible. Después de la segunda "operación" el gueto quedó grande y nos confinaron en un gueto más pequeño en la parte del pueblo entre el mercado y las calles Kobryn, Zhalov y Grushev, vigilado por guardias armados. Internados en este lugar fuimos asfixiados y consumidos por el hambre y las enfermedades. Todas las mañanas un grupo de trabajadores era conducido fuera del gueto y eran pagados con insultos y palizas. Los vándalos no podían tolerar a los pocos sobrevivientes y organizaron una tercera "operación". Una noche el gueto es nuevamente rodeado por las bestias. La gente es sacada de sus escondrijos. Cuatrocientas personas son capturadas. Más tragedias humanas, nuevas familias rotas. ¿Pero quién se ocupa de recordar este tipo de cosas? El monstruo hace su trabajo. Toman al rabbi y lo golpean. Nos ocultamos sobre la buhardilla y miramos lo que sucede a través de una rendija. Un joven zapatero corre y grita "Dejenme vivir. Puedo trabajar bien". Los disparos alemanes dan en su blanco, lo único que oímos es un gemido débil de la víctima. Siguiendo a este trágico día y sus sucesos, vinieron otros días tristes. Húmedos de lágrimas, agotados por el sufrimiento, cada uno está ocupado en si mismo: ¿Por qué he permanecido vivo?, nos preguntamos todos. ¿Por qué no me he ido con todos los demás? ¿Cuánto puede uno sufrir y “luchar” por su propia vida? ¿Existe algo peor que esto?

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Quedamos alrededor de trescientos fragmentos de familias, fragmentos de seres humanos. Era seguro que nuestra sentencia de muerte ya había sido dictada, pero ¿Cuándo nos atravesarían las balas alemanas? Estábamos aislados del mundo y no sabíamos lo que estaba sucediendo afuera. Tampoco nos quedaba el pequeño consuelo de que alguien en algún lugar estuviera pensando en nosotros. Usualmente un hombre condenado a muerte es visitado por un rabino o un cura y ve una cara con una expresión de compasión, sabe que el sacerdote está relativamente compungido por él. Pero nada similar recibíamos a través de los muros del gueto. Estamos a comienzos de septiembre de 1942. En el gueto se ven sombras de lo que antes eran seres humanos. Uno debe buscar con linterna y lupa una sonrisa. Las noches de insomnio son dedicadas a rezar por un final rápido del sufrimiento, sea por muerte o por un milagro. Algunos de los prisioneros hablan acerca del modo de construir lugares seguros para esconderse hasta que los alemanes se marchen ¿Pero como conseguir armas? El padre de este proyecto era Markiter, un técnico electricista que a menudo era llamado por los alemanes para reparar sus radiotransmisores por lo que tenía acceso a sus armas Ya estaba fijado el día en que Markiter agarraría unos cuantos rifles y correría a ocultarse en el bosque. Pero, finalmente, tuvimos miedo de las probables consecuencias que esta acción tendría para el gueto y el plan fue abandonado. Los médicos éramos dejados para último momento: éramos necesarios. En las pequeñas localidades apartadas no había doctores arios, los médicos judíos éramos solicitados. Es lo que sucedió en Horodetz, donde sólo había un médico, un fugitivo de Brest-Litovsk, el Dr. Sunschein. Le permitieron sobrevivir hasta tres meses después de que no quedara ni un solo judío en el pueblo. Lo tenían bajo estricta vigilancia día y noche, y estaba encargado de tratar a la población no judía de la región. Pero apenas encontraron a un médico ario, las bestias asesinas liquidaron al Dr. Sunschein y a su familia Un motociclista con una insignia negra llegó desde Brest-Litovsk y, con la ayuda de sus lacayos locales, el doctor, su mujer y su hijo fueron llevados fuera del pueblo, les ordenaron cavar una tumba y después los tres fueron enterrados vivos. Una noche seis paisanos escaparon del gueto. Vagaron por el campo durante unos días pero nadie los ayudó. Demacrados por el hambre y el frío, regresaron al gueto. Fue en esa época que Genia y yo dejamos a nuestra pequeña hija Iritz en el umbral de la casa de una mujer cristiana. Yo por aquel entonces trabajaba en el hospital fuera del gueto. Un día un colega ucraniano, el doctor Smirnov, quien había sido trasladado desde Kobryn para ejercer como médico jefe del

31 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com distrito, me dice en tono compasivo, “Es una lástima que usted sea judío, un Yid. Usted entiende, un gran jefe se alza en el mundo, un gran juez. Él emitió un veredicto que ordena la destrucción de todos los judíos. No hay apelación posible contra esta sentencia. Es sencillo, no hay ninguna posibilidad de error acerca de ello. Usted no tiene a nadie ante quien apelar, nadie para hablar de ello. No puede defenderse, yo lo siento por usted porque usted ha estado ayudándome" (¡La lógica inexpugnable de un cretino!) Smirnov me dijo algo más. Se ofreció a esconder mis instrumentos médicos. De acuerdo a su modo de pensar, que él se quede con mi equipo debería servirme de consuelo cuando, junto con el resto de judíos, llegué mi final, disponiéndome mejor para recibir una bala en la cabeza. Cuando esto suceda mi estúpido colega será capaz de pasearse sobre el suelo empapado de sangre del gueto, nuestra sangre. Él siguió hablando y hablando, yo me mantuve callado. Había recibido el veredicto de muerte mía, de mi familia y de los restantes judíos del gueto; sin posibilidad de apelación pronto todos seríamos asesinados. Todos nosotros lo sabíamos o lo sentíamos pero ninguno se animaba a formularlo tan claramente como lo había dicho este descendiente de los asesinos ucranianos de Khmelnytskyi9. Fue como si una fría bala, ocho gramos de plomo, entrara en mi cerebro y lo aturdiera, matando lo mejor que debe haber en la cabeza de un ser humano, dejando automáticamente paralizado mi cuerpo entumecido. Sentí que mi cuerpo y mi mente se alejaban del director del hospital quien continuaba lamentándose: “Demasiado malo, querido colega, que usted sea un yid porque yo lo necesito. Pero un veredicto es un veredicto” El tiempo pasó y, durante el período de vida que todavía nos quedaba, la herida causada por el Doctor Smirnov iba cicatrizando. ¿Pero qué debía hacer? La primera cosa que decidí fue proteger a mi hija. Pocos días más tarde mi mujer y yo depositamos a nuestra hija Iritz en el umbral de una casa cristiana. Apenas tenía cinco meses entonces. La mujer que la recibió la salvó y la cuidó bien durante los años siguientes. Al finalizar la guerra, después de muchos problemas y grandes esfuerzos, recuperamos a nuestra niña. Todos los otros habitantes del gueto a quienes les había repetido la conversación con el director del hospital habían tenido ideas similares pero no se atrevieron a realizar algo tan atrevido. Lipshe Wolowelsky, la esposa de Meyshe Hershenhorn, había entregado su hija varios años atrás a un cristiano que tenía una granja cerca de una aldea. Pero los niños que jugaban con la niña acostumbran llamarla “zhidovka” 10, así que la mujer cristiana se asustó y la devolvió a sus

32 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 padres. En la misma época Gittle Zeidel llegó a un acuerdo con una mujer cristiana a quien le debía entregar su hijo de 7 u 8 meses de edad. Pero le fue difícil desprenderse de su bebé y perdió la oportunidad. Había otros casos en los cuales estaban arreglados lugares para dejar a los niños, pero los padres incapaces de separarse de sus descendientes, llegaron demasiado tarde para salvarlos. Noche del 14 de octubre de 1942, pasadas las grandes fiestas, el traidor del cartero reúne al Consejo judío y a la policía judía y encarcela a todos sus miembros. Al mismo tiempo, las S.S rodean el gueto. Los judíos del gueto no sabemos que está sucediendo. Son las 6 de la madrugada del 15 de octubre de 1942, Abramchik golpea la ventana de nuestra habitación para decirnos que el gueto está acordonado por los alemanes. En ese momento todos comprendemos que el final había llegado. Nuestro destino había sido sellado. Los sobrevivientes, meros restos de seres humanos, se visten rápidamente y corren por todas partes como sombras, como pájaros atrapados o ratones, silenciosos, mudos, humillados, resignados, desconcertados, pálidos y secados. Una mezcla confusa de emociones que es difícil de describir y difícil de entender, porque son emociones nacidas en seres humanos que viven en condiciones bestiales. Mi primera reacción es pensar: es bueno que nuestra hija no esté con nosotros. Ella podrá sobrevivir y permanecer como memoria viva de nosotros… ¿Qué puede hacer uno ante esta situación? ¿Dónde puede ocultarse? ¡No, no me dejaré atrapar! ¡Judíos, sálvense! Tomo una decisión: Voy a escapar del gueto. Miro a las personas cercanas y queridas sobrevivientes. Nuestra hermana Zivia ha ido al escondrijo secreto de Yossl Sirota. Cuando se despidió tenía una pena profunda en los ojos. Fue la última vez que la vi. Tomé a nuestra madre y a mi mujer y les dije: “Vamos, intentemos irnos de aquí”. Entramos en la cabaña que hay al final de la calle del gueto, ahí hay una ventana que lleva a la calle de los gentiles. Una última mirada a los profundos, queridos, verdaderos, infinitamente devotos y tristes ojos de nuestra madre... Salto a través de la ventana. Mi mujer intenta hacerme volver atrás. Ha visto a través de la niebla a un alemán del otro lado. Pero es demasiado tarde. Mis pies aterrizan en suelo gentil, fuera del gueto. Un acto imprudente de mi parte. Frente a mi cara tengo la bayoneta de un soldado alemán apuntándome “Alto” me ordena. Es un milagro que no me haya matado ahí mismo. Me lleva con él. El torpe, embotado, alemán tiene la orden de disparar a cualquiera que salte una ventana desde el gueto. Afortunadamente no lo hizo. Mi cabeza no funciona, tengo

33 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com palpitaciones en el corazón, estoy cortado en piezas. He dejado ahí a mi esposa y a mi madre. Ellas no saltarán, vieron al alemán llevarme y deben estar seguras que este ha sido mi final ¿Qué harán ellas? ¿Qué será de mí? Resuelvo nuevamente que mientras no me quiten la vida, no me rendiré. El soldado me golpea en la frente con la culata de su arma y me lleva a la gendarmería. De allí, me llevan a la plaza, cuyo camino conduce a la tumba ¿Este es el final? Nunca olvidaré esa plaza. Está el joven barbero fumando un cigarrillo tras otro diciendo: “Deje que esos asesinos se apuren y terminen de una vez”. También está el dentista Shogan y su mujer. Me dice: “¿Qué, usted quiere huir? Eso es imposible” Algo más lejos veo a la partera, la Sra. Weinstein, y a su hijo, el médico, pegado a ella. Me dirijo a él y le preguntó si se quiere escapar conmigo. Su respuesta es: “Mi madre no puede ir con nosotros. No la quiero dejar sola”. Junto a mí llevan a un niño con un disparo en el estómago, con las entrañas colgando hacia fuera. Tomo mi pañuelo empapado de sangre de mi frente, herida en mi tentativa de fuga, y lo coloco sobre el vientre del niño herido ¿Quién podía soñar con un vendaje? Por lo menos, déjenlo sentir cierto alivio en su dolor. El camión que nos trasladará ha llegado. En este mismo momento salgo corriendo y en unos segundos estoy sobre el tejado de un establo vecino. Estoy tirado sobre el centeno en el granero de Iván cuya cabaña es la última de Antopol, en dirección a Proszychwost, a la izquierda de la carretera adoquinada. Unas semanas antes, le había salvado la vida a la dueña de casa que se estaba desangrando por una hemorragia que conseguí detener. Ese día Iván había venido para suplicarme que fuera a ver a su mujer, por ella dejé mi casa y mi esposa a riesgo de mi vida. Sin duda, los alemanes, si me detenían, me hubieran matado. Ahora esta mujer, cuya vida yo había salvado, cuando a primera hora de la mañana viene a ordeñar la vaca, me encuentra en el cobertizo. La vaca estaba del otro lado que yo. La mujer al verme, al principio, se asustó, como si estuviera viendo a un fantasma y llamó a su marido. Antes de ocultarme en la parte de arriba del granero, me trajeron un abrigo para cubrirme – yo estaba mojado por la lluvia y temblando de frío. Después me dieron leche caliente y panqueques. Entretanto el sol ha salido, estoy vivo, oculto entre la paja de centeno. Durante todo ese día mi cabeza no pensó en nada, estaba anulada. Funcionaba sólo por inercia e instinto. Para mantener el calor en mi cuerpo me agarraba como un perro a mis ropas desgarradas. Entonces, gradualmente, mi cerebro comenzó a reaccionar.

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Ahora veo con claridad lo sucedido el día anterior: El Alemán me ordena “¡Adelante! Y yo camino. Me dirige hacia un grupo de bestias, entre los cuales están el propio alemán, el tabernero, el Jefe de Policía y su perro, el Burgomaestre de Antopol, el antiguo cartero Chrominski y Volksdeutsche, el asesino de nuestros seres queridos, el demonio que se manchó con la sangre de las víctimas que él había despachado con sus propias manos. Veo su rostro diabólico con su nariz puntiaguda y sus helados ojos muertos, tiene su mano sobre el revolver. Su hocico porcino pronuncia la orden: “¡Zabrac Jego! " (¡llévenlo!). Me agarran dos policías y me conducen hacia la puerta del lugar de detención. Otras cuatro personas que habían sido detenidas antes estaban allí. Pocos minutos más tarde traen a la comadrona Weinstein y a tres hombres jóvenes. Era demasiado temprano para disparar. Se llevaron todo lo que teníamos sobre nosotros y nos dijeron que nos sentáramos en el suelo. El veredicto no deja dudas. Mi cerebro sólo piensa en una dirección. ¿Donde encuentra uno la fuerza para proporcionar un soplo que permita liberar a todos los que se escabullen buscando agujeros en los que esconderse? El corazón está lleno de odio hacia las bestias, lleno de pena y preocupación. ¿Durante cuándo tiempo continuarán golpeándonos? Imagino al alemán apuntándome con su revólver, son aproximadamente las 8 de la mañana. En cualquier instante puede apretar el gatillo y perforarme con una bala. Ando silenciosamente, él me lleva de regreso al gueto. Cuando el artillero que nos conduce se inclina para encender un cigarrillo, a gatas, salto hacia delante. Mi corazón late todavía ahora cuando pienso en la decisión que tomé en aquel instante: corrí hacia el establo de Eisemberg. A la distancia, me vio el antiguo jefe de policía. Estoy seguro que me vio, pero hace como si no. No tengo miedo de él. Recuerdo que después de la segunda “cacería”, un día en el gueto, cerca de la casa de Markiter, él estaba mirando dentro del pozo y cuando notó que me acercaba me dijo tranquilamente, con un suspiro: “Qué desgracia”. Su voz temblaba, pensé que las lágrimas cubrirían sus ojos. Esa fue la única verdadera expresión de aflicción que noté en un alemán durante aquellos días. Estoy en el establo de Eisenberg, sobre el desván. No me muevo. El dolor, el hambre, la sed… no los siento. Me he cubierto de hojas de laurel putrefactas y espero. Llega la noche y tengo que aprovecharla. Me deslizo hacia abajo del desván y comienzo a deambular entre las oscuras casas mudas del gueto. Todavía puedo oir, sobre un lado, el silencio sepulcral, y sobre el otro,

35 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com las voces de los centinelas haciendo sus rondas, y disparando al aire de tiempo en tiempo, vigilando que nadie escape. Me escabullí hacia fuera entre las casas de Polciuk y Sirota, y ahora avanzo lentamente sobre mi vientre por la plaza del mercado. Llovizna, está oscuro. Ya estoy sobre la calle, y de pronto me encuentro con un arma frente a mí “¡Alto! ¿Quién va?” Reconozco la voz del policía Kostia, a quien conozco bien. Yo acostumbraba darle un bálsamo para aliviar una llaga en su dedo que le impedía ponerse las botas y de este modo tenía una excusa para mantenerse alejado de las incursiones armadas. Kostia, parece, también recuerda y está agradecido. Me permite seguir mi camino. De este modo alcanzo el establo de Iván, al final del pueblo. Mi cuerpo tiembla, ahora no de frío sino de entusiasmo, de impaciencia, de cólera. ¿Que sucede con el resto? ¿Con mi madre, con mi esposa Gittel, con mi hija? ¿Con los otros 300 sobrevivientes? Vi como algunos de ellos eran arrastrados por las bestias. Por la tarde Iván me cuenta que las cosas no están bien en el gueto. Me trae un diario alemán y leo con dolor e inquietud las victorias nazis en el frente. Se hace de noche, pero ¿Cómo puede uno dormir? La liquidación final del gueto de Antopol se inició el 15 de octubre de 1942 y duró alrededor de cuatro días. Cuatro días y cuatro noches les tomó a los bestiales nazis cazar y matar a todos los judíos que continuaban viviendo en el guetto. Esa fue la última “cacería”. Las últimas trescientas ruinas de seres humanos que quedaban fueron rodeados por una cadena de asesinos con sus ametralladoras apuntándoles a través de la valla del pequeño gueto. El Juedenrat y “nuestra propia policía” no existían más. En pocos minutos, las bestias comenzaron a dar vueltas a alrededor del gueto, arrastraron a los judíos hacia la explanada que está a la izquierda de la carretera que conduce a Proszychwost. Allí ordenaron que se desnudaran, una vez desnudos una bala puso fin a las vidas de todos, los últimos sobrevivientes del gueto de Antopol. Sólo quedaron casas vacías, estropeadas, destruidas por el pillaje, calles sucias, un silencio sepulcral, el aire contaminado, pero sin judíos, y el sol continuaba derramando su luz sobre el lugar de la destrucción. Ivan y su novia, Otto y Helga podían pasear libremente a través del “campo de batalla” en el gueto, después de su valiente victoria sobre el “enemigo”. De entre todos los judíos de Antopol, sólo ocho criaturas demacradas y solas, sin esperanzas, se consiguieron ocultarse en los campos, bosques, pantanos y arcones de los alrededores para permanecer vivas y ser capaces de contar, al menos una parte, esta historia sangrienta, estos

36 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 días de un mal monstruoso cometido por demonios ante quienes el Faraón, Nabuconodosor, Nerón, Torquemada, Khmelnitzky y muchos otros poderes malvados de la historia aparecen como ángeles misericordiosos. Cada uno de los ocho sobrevivientes entre los dos mil trescientos judíos que vivían en Antopol al inicio de la guerra tienen más o menos la misma historia que contar. La mía es una de las ocho. Abril de 1943: mi esposa y yo estamos debajo del piso de una casa no lejos de la estación de ferrocarril, entre Antopol y Proszychwost. Llevamos varios meses escondidos aquí. Nos reunimos tres días después de mi huida del gueto, ella vino una noche al escondrijo en donde Iván me había ocultado. Inesperadamente llega la orden de demoler la casa bajo la cual estamos escondidos. – la demolición es considerada necesaria para la seguridad. Nuestros anfitriones se enfrentan al dilema de qué hacer con nosotros. Permitirnos ir libres es peligroso para ellos, porque en caso de que nos capturen, mi esposa no sería capaz de resistir los golpes y revelaría su escondite y ellos serían ejecutados por los nazis. Los escucho discutir sobre el tema encima de nuestras cabezas, se preguntan si deberían pegarnos un tiro o envenenarnos. Pero no tienen veneno, y el hombre, conocido mío, aunque disponga de un arma no quiere dispararme. Consigo una vieja barra de hierro y coloco un cerrojo sobre la puerta. No me rendiré. ¡Lucharé por mi vida! Finalmente, se encontró una vía de salida. Cuando Arcyszewski se enteró que el Dr. Cherniak y su mujer estaban vivos, vino a buscarnos. Salimos de allí con él. Este hombre maravilloso, patriota polaco, se echó a llorar cuando vio lo que quedaba de la comunidad Judía. Fuimos a vivir con él. Nuestra domicilio a final de Abril: Antopol, calle Kobryn No. 10, desván del establo de Arcyszewski . Estamos sepultados en la buhardilla, cerca de los tablones del techo. Hay una grieta que nos sirve como ventana. Tres veces al día se abren las anchas puertas del establo y el ama de llaves, una amable solterona de pueblo, trae un cubo con el alimento para los habitantes del establo: un par de cerdos, una vaca, gallinas y un gallo, un caballo, un doctor judío y su esposa y el farmacéutico judío. El alimento para las personas está oculto en el fondo del cubo, bajo el forraje para los animales. Habla con los animales, sube la escalera (en apariencia para buscar un poco de heno) y descarga la comida para los judíos. Cuando esta en lo alto de la escalera nos cuchichea una pocas palabras. De vez en cuando el propio dueño de casa viene a charlar con nosotros, mientras el ama de llaves espera abajo. Nos da algunas

37 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com noticias y lamenta el destino de Polonia, de los judíos polacos, de sus parientes. Él trabaja para los alemanes pero siempre termina su conversación con una maldición “¡Deje que el cólera los agarre, lo más pronto posible mejor!” Una noche un cerdo estaba hambriento y atrapó a una gallina. La gallina, aterrorizada, cacareó fuerte, los otros animales del establo se despertaron y armaron un gran alboroto. El cerdo se asustó y soltó a la gallina. La calma volvió al establo, sin que ningún animal sufriera daño. Mirando la lucha entre los animales pensé que entre las personas las cosas no son tan simples. Todos nosotros, viejos, adultos, jóvenes y niños, sanos y enfermos, impotentes, fuimos atacados por una bestia. Nuestra protesta, ruidosa y fuerte como para mover montañas llegó al cielo, pero no sirvió de nada. Aquí estamos en el corazón mismo de lo que fue la ciudad judía, en donde teníamos una comunidad de alrededor de dos mil almas, y ahora está completamente vacía, quieta, muerta... Desde la casa de Arcyszewski nos trasladamos al pueblo de Rushevo. El viaje se realizó de un modo singular. A las doce del mediodía un carro entró en el patio que daba sobre la calle Kobryn, cerca de la plaza del mercado, delante mismo de los ojos de los asesinos. El carro estaba cargado con grandes troncos y un poco de paja. Arcyszewski, acompañado por el joven herrero de Rushevo, entró en el establo. Dentro había dos bolsas llenas, amarradas, listas para ser cargadas. Las miraron como si se tratara de bolsas de patatas. Los dos hombres agarraron una de las bolsas y la lanzaron sobre el carro, después hicieron lo mismo con la otra. Enderezaron las bolsas, las cubrieron con un poco de paja y después les hicieron una pequeña apertura para que podamos respirar. Dentro de las bolsas estábamos mi mujer y yo, por supuesto. Los dos hombres se sentaron el asiento del conductor, golpearon a los caballos, y tomaron por la calle Kobryn para salir de Antopol. En los meses siguientes colaboré como médico en la lucha de los partisanos comunistas contra los ocupantes nazis. Los malditos alemanes finalmente fueron derrotados. ¡Parecen tan ridículos ahora, tan frágiles, tan asquerosos, sangrientos, humillados y arruinados! Hemos vivido para ver el día del triunfo de la justicia. ¡Pero qué precio colosal pagamos por ello! El 22 de julio de 1944 regresé a mi pueblo “liberado”. El ejército soviético había reconquistado Antopol la noche anterior. Era un hermoso día de verano Los monstruos nazis y sus cómplices habían quemado algunas casas antes de abandonar la ciudad. Las calles estaban desoladas. Los

38 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 judíos, nuestras queridas familias ya no estaban. La vida judía en Antopol había llegado a su fin. Sólo siete judíos habíamos conseguido sobrevivir a la ocupación nazi.¿Como resistirlo? ¿Cómo podría haberme quedado allí más tiempo? Lo primero que hago al llegar a Antopol es dirigirme a la casa en donde dejé a nuestra hija. ¡Gracias al Señor ella está viva y goza de buena salud! ¿Pero qué hacer después? ¡Es tan difícil respirar aquí! Tan difícil mirar todo alrededor de uno. Aquí, en esta ciudad, una vez vivimos y amamos cada rincón de este lugar. Tenemos que serenarnos, cumplir las órdenes de las nuevas autoridades, el ejército soviético. Me encargan que organice la seguridad social en la ciudad y en toda la región. Me entrego ardientemente a la tarea. Busco trabajo para mantenerme ocupado todo el día y durante las noches de desvelo. No quiero que mi cerebro esté libre para pensar, para recordar. Pero no podemos permanecer aquí. ¿Para quién, para qué? Debemos marcharnos, debemos vivir entre judíos, debemos abandonar la diáspora y materializar nuestro viejo sueño... Eso deseo. Nuestra pequeña hija tiene más de tres años ahora. Todavía está con Vera Ochritz, la mujer que la cuidó estos años. Ella la guarda para "salvar su alma " para "la fe verdadera". Se niega a devolvérnosla, se siente la madre de nuestra hija. La niña, es cierto, le debe la vida a ella. Vera dice: " Esperaremos hasta que tenga dieciocho años. Entonces ella decidirá lo que quiere". ¿Qué debía hacer? Era un problema difícil. ¡La mujer se sentía tan ligada a la niña! Una vez la policía la detuvo bajo la sospecha que alojaba en su casa a un niño judío. Pensaban que la niña era la nuestra. Estaban dispuestos a matar a la niña de un tiro. Vera la sostuvo en sus brazos durante tres días, diciéndoles: “Si le van a disparar, disparen a las dos. ¡Así nuestras almas subirán juntas al Cielo!” El sacerdote local intervino y las salvó. Declaró que Vera era de creencias cristianas y que la niña era cristiana (sin embargo, el sacerdote conocía la verdad por secreto de confesión de Vera) Le otorgaron el derecho de custodia. Los padres de la niña aún estaban vivos. Nosotros, a Vera Ochritz, le dimos todo lo que podíamos, la ayudamos mucho, pero no podíamos regalarle a nuestra niña. Tras la liberación tuvimos que hacer un juicio para recuperar a nuestra hija, y el tribunal dictaminó que la niña nos pertenecía a nosotros, sus padres. Finalmente lo hicimos. Empaquetamos y nos partimos rumbo a Brest-Litovsk. Allí tomamos un tren para Polonia, como repatriados. Primero fuimos a Lodz y de ahí a Gorzub (Landsberg) y más

39 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com tarde a Breslau. Allí encontramos algunos sobrevivientes judíos de Antopol, a la hija de Mazurski y a Itke Wolinetz. La hija de Mazurski se salvó en circunstancias extraordinariamente difíciles y consiguió vivir para ver la libertad. Itke escapó con su marido Meyshe Helefantstein. Poco tiempo después, nos sentamos en el vagón del tren que nos llevaba hacia París. Adiós Polonia. Adiós tierra de exilio. Teníamos la determinación y éramos capaces de hacer realidad nuestro ideal de ir a la Tierra de Israel . Nos retrasamos un poco en Francia. En el hotel en el que nos alojamos se agrupan refugiados provenientes de las comunidades judías del este de Europa exterminadas por los nazis. Se habla, se pregunta, se discute acerca de lo sucedido ¡La historia está siendo registrada! Hay personas enfermas, sobrevivientes de familias aniquiladas, espíritus quebrados, ambiciones frustradas, personas neuróticas, melancólicas, individuos desconcertados, acobardados, cuerpos desnutridos, congelados, torturados, cortados en pedazos, brazos tatuados con números, cada uno de ellos un mundo, una historia, una tragedia ¿Qué se debe hacer? Tenemos la firme resolución de quitarnos el polvo del exilio de nuestros pies, de no dejarnos desalentar por los difíciles momentos que atraviesa nuestra patria (esto era en los años 1949- 1950). Al contrario ahora debemos ir allí para ayudar. Pero no todos sienten así. Algunos tienen otras ideas. Los idealistas, silenciosamente, son ridiculizados. Somos nosotros, los sobrevivientes, los que vimos el pequeño valor que tienen los ideales humanos. Hitler ha pisoteado los ideales despojándolos, para siempre, de sentido. En Marsella embarcamos en el barco israelí Artza. ¡Qué bien nos sentimos entre nuestra propia gente! ¡Que valioso es esto! El miércoles 4 de abril de 1950 saludamos el suelo de Israel. ¡Nos convertimos en ciudadanos de nuestra tierra ancestral! El tiempo seguramente curará las heridas. La memoria diluirá lo sucedido. Así sucederá en el conjunto de la sociedad, incluso entre nuestro pueblo. Pero nosotros, quienes sobrevivimos al infierno nazi, nunca lo podremos olvidar, nunca. Buscamos mantener nuestras mentes ocupadas con el trabajo para evitar que nuestros recuerdos nos impidan dormir, pero no olvidamos. Crecerán nuevas generaciones que no han sufrido las atrocidades que sufrimos nosotros y no serán capaces de imaginar lo sucedido, no estarán dispuestos a creer que tanto terror fue posible, es posible. Aunque no nos escuchen, aunque no nos quieran creer debemos mantener

40 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 viva la memoria del horror, es nuestra obligación, por quienes murieron, pero también y sobre todo, por nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos. Esta carta es sólo una gota de la angustia acumulada en los dos años de Infierno que viví, inimaginable incluso para Dante. Los sobrevivientes somos meros pequeños fragmentos desperdigados. Millones de judíos están en sus tumbas mudos, otros se han esfumado en el humo. Entre aquellos a los nos han permitido vivir, algunos nunca perdonarán ni olvidarán, esperan venganza. Levantan los puños hacia el cielo y gritan para que todo el mundo oiga: ¡" Recordamos, no olvidaremos lo que la maldad de Amalek nos ha hecho!" 11 Los otros aceptan las cosas como son, inclinan la cabeza y se ponen en paz con el destino. Hay también quienes rechazan referirse a las bestias. Prefieren dejar que la historia los juzgue. Llevan demasiado dolor encima para tener sitio para otras preocupaciones. Conocen la angustia y pueden reconocer la angustia de los otros. Pero no desean, no pueden hablar de ello. ¿Qué puede hacer uno ahora para mejorar las cosas? Cuento contigo querido hermano para que me ayudes en esta nueva etapa. Estoy seguro que estarás dispuesto a hacerlo. Ojalá pueda viajar pronto a verte a ti y a Jeremías, a quien te pido le des a leer esta carta, cuento también con su apoyo. Que lejos están nuestra infancia en Horodetz, parece que fue en otra vida cuando Jeremías y yo nadábamos en el río en verano ante tu atenta mirada de hermano mayor. Mis respetos a tu mujer e hijas. Con cariño. Tu hermano. Pinhas Czerniak”

Cuando Abraham Czernik terminó de leer la larga carta de su hermano sintió angustia y también dolor. Dobló con cuidado las hojas de fino papel en que estaba escrita y las colocó en el sobre en el que había llegado. Guardó sus anteojos de lectura, apoyó las manos sobre el escritorio, cerró los ojos durante algunos minutos y después encendió un cigarrillo. Reconstruyó en su cabeza cada detalle del relato de su hermano y también aquello que estaba presente en las palabras ausentes. Se estremeció junto a su madre y a sus hermanas temblando de terror antes de morir asesinadas en el bosque, solas, rodeadas de gritos sin cuerpos, frente a los rostros bestiales, terribles de los verdugos, el estruendo de los disparos, y sintió escalofríos al sentir el silencio que lo rodeaba, el silencio que rodeaba a las víctimas, a todas las víctimas. No poder, no

41 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com querer hablar. No hacerlo nunca, pero recordar siempre y no perdonar. Decidió que ayudaría a su hermano en lo que necesitara, incondicionalmente.

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7 Retrato de un asesino

Hans Ehrlinger nació en Danzig, Prusia oriental, el 18 de noviembre de 1908. Era el hijo mayor de Mathias Ehrlinger, empleado de comercio en una importante sastrería del centro de la ciudad y de Vera Grüber una joven de origen campesino que tenía 19 años en el momento del nacimiento de su hijo primogénito. Cuando en la primavera de 1915 Mathias Ehrlinger fue llamado a incorporarse al ejército para combatir en la guerra, Vera Grüber tuvo que comenzar a trabajar fuera de su casa para poder mantener a sus hijos.

Durante los primeros meses reemplazó a su marido en la sastrería, pero al poco tiempo fue despedida, presumiblemente, a causa de un gesto despectivo o algún insulto a su patrón o algún compañero de trabajo en el que aludió a la condición de judíos de ellos. En su versión de lo sucedido Vera Grüber contaba que la echaron por que se negó a mantener relaciones sexuales con su jefe. Un motivo no excluye al otro. Sea lo que fuese, es muy probable que fuera a partir de ese incidente que haya comenzado a anidar el profundo antisemitismo de Hans Ehrlinger. Al encontrarse sin ingresos, Vera Grüber, desesperada, comenzó a trabajar en una cervecería próxima al puerto, lo cual avergonzaba terriblemente a su hijo mayor.

Unos días antes de Navidad Mathias Ehrlinger regresó a su hogar con licencia por una semana. Llegó un sábado a la madrugada. Lo que sucedió en el reencuentro con su mujer nunca lo supieron sus hijos El domingo, día de Nochebuena, recogió sus cosas después del almuerzo y partió. Su mujer no pareció sentirse afectada. Los hijos no volvieron a ver al padre. Algunas semanas más tarde, Vera Grüber se trasladó con los niños a vivir a una vivienda amplia y confortable en el centro de la ciudad y abandonó su trabajo. Tenía 26 años. Durante el verano siguiente nacería su tercer hijo, Dieter. Lo inscribió como hijo de Thomas Ehrlinger, no lo era. El padre del niño era un alto funcionario gubernamental y profesor universitario llamado Herbert Böhme, a quien había conocido una tarde en la cervecería en la que trabajaba. Bohme estaba casado. Sin embargo, no escondía la relación con la mujer de Ehrlinger, a quien posiblemente amaba intensamente. Durante unos pocos años se repartió entre ambas mujeres, hasta que finalmente en 1919 se divorció. Al poco tiempo se casó con Vera Grüber, quien se había declarado viuda a pesar de que no existía ninguna constancia de la muerte de su marido.

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La guerra había terminado hacia ya cuatro años. La derrota de Alemania había tenido consecuencias importantes para Danzig y para la vida de Hans Ehrlinger. El 10 de junio 1920, el tratado de Versalles había determinado la separación de la ciudad prusiana de Alemania, imponiendo la constitución de la ciudad libre de Danzig bajo el control de Polonia y la tutela de la Sociedad de Naciones.

Ehrlinger, aún niño, se había sentido humillado por esta decisión, Böhme, quien se había opuesto a las condiciones del tratado en vehementes artículos publicados por la prensa, lo consoló:

–Hans, de nada sirve quejarse. En poco tiempo, Alemania resurgirá de sus cenizas y volverá a ser respetada por el resto de naciones del mundo. Desde nuestro lugar cada uno de nosotros ha de luchar en pos de este fin –.Las palabras de Böhme le quedarían grabadas en la memoria como una guía a seguir durante toda su vida.

Gran parte de la infancia y toda la juventud de Hans Ehrlinger estuvieron marcadas por la personalidad de Herbert Böhme, por aquel entonces referente importante de los nacionalistas alemanes de Danzig. Sin embargo, a pesar de la admiración que sentía por la figura de su padrastro, Hans Ehrlinger nunca aceptó la relación de su madre con él. No podía dejar de asociar la partida intempestiva de su padre en aquellas navidades durante la guerra y su posterior desaparición con la casi simultánea aparición de Herbert Böhne en la vida de su madre. Este resentimiento no le impidió aprovecharse de los consejos y las influencias de su padrastro, especialmente a partir del ascenso del nazismo al poder, partido al cual Herbert Böhme adhirió muy tempranamente.

Hans Ehrlinger entendió desde muy joven la importancia central que tendría para la nueva gran Alemania que imaginaba la resolución de la llamada “cuestión judía” y aconsejado por Böhme decidió aprender a hablar idish. Con el fin de ganar fluidez en el uso de esta lengua comenzó a moverse en círculos de judíos laicos de origen polaco, ocultando su profundo e irracional antisemitismo. Entre 1929 y 1930 mantuvo una relación afectiva con una joven judía, a quien pudo haber llegado a amar. En aquel tiempo, se sentía lo suficientemente seguro de sí mismo como para hacerse pasar por judío ante los conocidos de su novia, con el fin de evitar tener que dar explicaciones. Pero a ella no le mentía. Fue en esa época cuando Ehrlinger usó por primera vez el nombre de Isaac. En aquellas ocasiones decía ser de Lodz. Aunque no hay testimonios acerca de las razones y circunstancias en que se produjo el fin de esta relación, el fracaso

44 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 amoroso acentuó aún más su encono contra los judíos. Fue entonces que, apadrinado por Böhme, se afilió al nacionalsocialismo. En esa época comenzó a utilizar el apellido del marido de la madre pues consideraba que sería beneficioso para su carrera dentro del partido. Sus dos hermanos menores tomaron la misma decisión. Cuando Hitler ascendió al poder en 1933, algunos sectores nacionalistas de Danzig se ilusionaron con una inmediata reincorporación de la ciudad a la patria germana. Herbert Böhme, en cambio, consideraba que para que ello fuera posible era imprescindible que antes Alemania recuperara su fuerza. De esto habló con sus hijastros Hans, Klaus y Dieter el 25 de marzo de 1933, en plena algarabía nacionalista, dos días después de que el Parlamento alemán otorgara plenos poderes al líder nazi. –Hijos, estamos ante la oportunidad tan esperada de reconstruir el Reich. Debéis estar preparados para responder a las órdenes de nuestro Führer. Ha llegado el momento de actuar. El próximo martes saldréis en tren rumbo a Berlín para incorporaros de inmediato a las SS. En la estación os recibirá el camarada Reinhard Heydrich, mano derecha del mismísimo . Inicialmente os alojareis en casa de mi hermana Brigit. Está todo arreglado. Lo que siga dependerá de vuestra disciplina, vuestras convicciones y vuestro valor. Demostrad que sois verdaderos alemanes. El viernes 31 de marzo de 1933, Hans, Klaus y Dieter Böhme- Ehrlinger juraron fidelidad y lealtad a Hitler e ingresaron a las SS. El lunes siguiente comenzaron su entrenamiento militar en el comando especial de Zossen, creado poco tiempo antes. Hans tenía 24 años, medía 1,78 m de estatura y era de complexión delgada, tenía ojos azules y el pelo lacio color castaño oscuro. Hans Böhme-Ehrlinger estaba orgulloso de pertenecer a las SS, cuerpo de avanzada, a su juicio, de la nueva Alemania. El uniforme lo hacía sentir seguro de sí mismo, poderoso, temible. Sus superiores pronto destacaron en él su disciplina, su capacidad de organización y su antisemitismo cerril. En 1935 se integró regimiento Germania de las SS. Meses más tarde se casó con Hanna Stuckel de 18 años, sobrina de Heinrich Böhme. Formó parte, como teniente, de las tropas alemanas que entraron en Viena el 12 de marzo de 1938 en la anexión de Austria y en agosto de ese mismo año, durante la “Noche de los cristales” dirigió un grupo de las SS en la destrucción de decenas de sinagogas y de comercios de propietarios judíos. Al año siguiente Böhme-Ehrlinger participó en la invasión de Polonia con el rango de capitán. El batallón de las SS que comandaba fue uno de los primeros en entrar en Varsovia. A la llegada de la primavera de 1940 fue destinado a Cracovia, en donde gracias a sus

45 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com conocimientos del idish formó parte de los oficiales encargados en negociar con el Consejo judío la organización de la policía del gueto. Aunque no hay rastros de su actividad durante los meses posteriores, todo indica que permaneció en Cracovia hasta fines de marzo de 1941. Durante la primavera de ese año Böhme-Ehrlinger se incorpora a los Einsatzgruppen (traducción literal: “grupos de intervención), los batallones de asesinos que, a las órdenes directas de Reinhard Heydrich y del director de la Gestapo, Heinrich Müller, masacraron de forma planificada a centenares de miles de judíos y posibles opositores al nazismo en Polonia, los Países Bálticos y la Unión Soviética en la retaguardia del frente este. Durante los primeros días del ataque nazi a la Unión Soviética el 22 de junio de 1941, el capitán Böhme-Ehrlinger, al frente del comando especial nº 9 del Einsatzgruppen B, ordenó el fusilamiento de centenares de hombres y niños judíos y de la destrucción de varias aldeas del sur de Bielorrusia, entre ellas Horodetz, el pueblo natal de Abraham Czernik. Los sobrevivientes de la masacre fueron trasladados a Antopol, el pueblo en donde vivían Shafra Jarmut y Radia, Peshka y Pinhas Czerniuk, madre, hermanas y hermano de Abraham Czernik. En septiembre de 1939, al inicio de la guerra, la población de Antopol era de 3.000 habitantes, de ellos 2.300 judíos. Sólo ocho sobrevivirían al terror nazi, entre ellos Pinhas Czerniuk (posteriormente Czerniak). A partir de agosto de 1941, el oficial a mando de las fuerzas de las SS destinadas en Antopol era el capitán Hans Bohme-Ehrliger, encargado de la organización del gueto y responsable directo de la humillación, la tortura y el asesinato de todos los habitantes judíos del lugar. A mediados de 1952, Pinhas Czerniak se reencontró con el verdugo de su madre y de sus hermanas. Fue durante una visita que hizo junto a su hermano mayor Abraham al Hospital Israelita de Buenos Aires en julio de ese año. Cuando escuchó hablar en idish al asesino se sintió confundido. En Antopol nadie nunca supo que el jefe de la SS local entendía y hablaba el idioma de sus víctimas. Por un instante, Czerniak, paralizado, quiso persuadirse de que la persona que tenía ante él no era Hans Böhme, sino Isaac Erlinger, nacido en Brest y sobreviviente de un campo de exterminio, tal como le había hecho creer a su hermano y a otros integrantes de la colectividad judía de Buenos Aires.

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8 Primer viaje de Pinhas Czerniak a Buenos Aires

El 25 de junio de 1952, a comienzos del invierno austral, Pinhas Czerniak llegó de visita a Buenos Aires tras un largo y agotador viaje de más de dos días entre horas de avión y escalas en aeropuertos de diversos países. Su hermano Abraham Czernik lo había invitado haciéndose cargo de todos los gastos. La excusa era el nacimiento y la ceremonia de circuncisión de su primer nieto, el primogénito de Betty, su hija mayor, quien el año anterior se había casado con Roberto Yankillevich, tercer hijo de un rico importador de respuestos de automóviles integrante de la comisión directiva del Hospital Israelita y amigo de Abraham Czernik. La inminencia de la llegada de Pinhas provocó un gran revuelo en las familias de Abraham Czernik y de su hermano menor Jeremías Czerniuk. Habían transcurrido aproximadamente treinta años desde la última vez que Abraham Czernik había estado junto a su hermano menor, pocas semanas después de la celebración del Bar Mitzva de Pinhas, por entonces todavía casi un niño. Cuando se reencontraron sintieron una extraña emoción que ninguno de los dos quiso o pudo expresar. Jeremías Czerniuk, en cambio, no pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas al abrazar a su hermano, compañero de juegos y travesuras de su infancia. La última vez que se habían visto fue cuando que Pinhas dejó Antopol para ir a estudiar medicina en Montpellier, en el sur de Francia. Fue a finales del verano de 1928, dos años antes de que Jeremías, ya casado, partiera rumbo a la Argentina. Para Pinhas Czerniak su viaje a Buenos Aires no sólo significaba la alegría de reencontrarse con sus hermanos. Sentía que no era posible olvidar y aún menos perdonar lo sucedido durante la guerra. Pensaba que para que la vida pueda volver a florecer era imprescindible castigar a todos los responsables del exterminio de judíos. Algo de esto les había avanzado a sus hermanos por carta. En Israel, entre los sobrevivientes de la matanza, circulaba la sospecha de que miles de criminales de guerra, entre ellos algunos de los principales jerarcas nazis prófugos, se habían refugiado en la Argentina. Sus hermanos, por temor, imaginaba Pinhas, nunca le habían escrito nada sobre el tema. El viaje le ofrecía la oportunidad de indagar sobre el tema y comprometer a sus hermanos en colaborar con él en la tarea de descubrir la presencia de nazis en la Argentina.

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Justo al día siguiente a la llegada de Pinhas Czerniak a Buenos Aires nació Gustavo, el hijo mayor de Bety Czernik y Roberto Yankillevich. Fueron días de algarabía familiar. El lunes que siguió al nacimiento, los hermanos Czerniuk almorzaron juntos en el restaurante Bachín de la calle Sarmiento esquina Montevideo, a medio camino entre la mueblería y la casa de Abraham. Los tres tomaron sopa de verdura de entrada, de plato principal Abraham Czernik pidió pollo deshuesado a la parrilla con puré de zapallo y batata, Jeremías eligió ravioles al fileto y Pinhas un bife de lomo con ensalada de tomate. Brindaron con una copa de vino tinto por el reencuentro de ellos y el nacimiento del nieto de Abraham y de la hija menor de Pinhas, Judith, quien había nacido a finales del año anterior. Sin embargo, no estaban contentos, el recuerdo de la memoria de sus muertos los apesadumbraba. Durante largos minutos comieron en silencio. Fue Pinhas el que habló primero, justo después de que le sirvieran el bife de lomo que había pedido. –Como les escribí hace algún tiempo, no soy de aquellos que se resignan a lo sucedido, ni buscan consuelo divino por la destrucción y el asesinato de nuestro pueblo. Puedo entender a los que prefieren callar. No soportan el dolor que llevan, que llevamos encima, pero no comparto su actitud. Soy de aquellos que no puede ni desea olvidar nunca lo que nos hicieron. No tengo miedo en decirlo, quiero vengarme, perseguir a las bestias que escaparon, descubrir en donde se refugian y ayudar a atraparlos para que se haga justicia. Sus crímenes no deben quedar impunes –Abraham Czernik siguió comiendo sin responder. Sentía demasiado dolor y demasiada culpa. Jeremías miró con tristeza a su hermano Pinhas pero tampoco dijo nada. –Quiero pedirles que me ayuden. Esta vez los judíos no debemos resignarnos a aceptar las cosas como son, como nos imponen que sean. No queda nada del mundo en el que nacimos y crecimos, el nazismo ha destruido la vida judía en el este de Europa y muchos de los responsables de tal salvajismo viven libres, como si nada hubieran hecho.- Abraham levantó la cabeza

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–¿Ayudarte? ¿A qué? – le preguntó –A localizar a las bestias nazis que se refugian en este país –. Abraham Czernik y Jeremías Czerniuk recelaban de las inclinaciones filonazis del gobierno de Perón y tenían pocas dudas de la veracidad de los rumores que señalaban la entrada masiva de criminales de guerra entremezclados entre los miles de refugiados alemanes y de otras nacionalidades que habían llegado al país tras la derrota del Eje en 1945. Sin embargo, no entendieron lo que les pedía su hermano –Pinhas es imposible lo que nos pedís. No somos agentes secretos. Además, ¿para que serviría encontrarlos? –contestó Jeremías, algo molesto. –No es un tema para hablar en público, alguien de otra mesa que entienda idish puede estar escuchando nuestra conversación. A este restaurante vienen muchas personas de la colectividad.–advirtió Abraham.–Pinhas, ¿porque has llamado Judith a tu nueva hija? Una de mis hijas lleva ese nombre – añadió con el fin de cambiar de tema, ocultando la consternación que sentía por el incumplimiento del mandato de una tradición instaurada en la familia hacía siglos. –Es en memoria de la hija mayor de nuestra hermana Peshka, quien hoy tendría 16 años – respondió Pinhas, comprendiendo el recelo de su hermano mayor. En aquel entonces, Abraham idealizaba a Pinhas. Pinhas era el primer graduado universitario de la familia. Había podido estudiar gracias el esfuerzo de sus padres que habían ahorrado durante décadas para poder financiar los estudios de medicina de su hijo menor, en detrimento de sus otros hijos, pues así era costumbre. Abraham Czernik consideraba a su hermano un héroe por haber continuado atendiendo a los aldeanos durante toda la guerra como médico de la resistencia antinazi. La defensa de la vida ante todo, luminoso contrapunto al hábito de la muerte impuesto por las bestias antisemitas. Jeremías era más escéptico acerca del comportamiento de su hermano menor durante la guerra. Una tarde en casa de Abraham le preguntó a Pinhas cómo había sido la muerte de la madre y las hermanas de los tres. –En la carta que nos enviaste el año pasado no lo explicabas con claridad – quiso justificar su curiosidad. Pinhas, con la excusa de tener que ir al baño, se levantó incómodo. Abraham increpó a Jeremías.

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–No hablés de eso –le dijo en castellano–, ya bastante culpa debe sentir él por no haber podido salvarlas para que vos se lo recuerdes ahora– Jeremías hubiera querido replicarle. Lo único que pudo hacer es irse. –Tengo que hacer unos recados –se disculpó–, shalom –saludó antes de salir. Era el martes 1 de julio de 1952. Esa noche Abraham Czernik no durmió bien, Jeremías tampoco. A la mañana siguiente habían quedado en llevar a Pinhas a visitar el hospital Israelita. Durante el trayecto en coche, Abraham retomó la conversación de la tarde anterior. –Pinhas, para nosotros es milagroso que estés aquí, que hayas sobrevivido al pogrom nazi, pero debes entender que Jeremías y yo necesitamos saber como han muerto nuestra madre y nuestras hermanas para lograr aceptar, sentir que están verdaderamente muertas. Sólo así podremos hacer Kadish por ellas. –Es sencillo, y es terrible. Se las llevaron y las asesinaron, a ellas y a los niños, a todos los niños, y a las mujeres y a los hombres de todas las edades que vivían en el gueto, así fue. ¿Para qué saber más? –contestó Pinhas Czerniak, uno de los ocho únicos sobrevivientes judíos de Antopol en el distrito de Brest en Bielorrusia, con la voz firme, sin denotar ninguna emoción. Simplemente es un hombre, comprendió Abraham Czernik aunque la respuesta que le dio no le sirviera para apaciguar sus fantasmas y posiblemente tampoco los de su querido hermano Jeremías. Había preparado con extremo cuidado la primera visita de su hermano Pinhas al hospital. A la mañana harían un recorrido por las salas de internación, los quirófanos y otras instalaciones y al mediodía almorzarían con los integrantes de la comisión directiva de la Asociación Israelita de Beneficiencia y Socorros Mutuos, propietaria del hospital, de la cual él formaba parte. El recorrido de Pinhas Czerniak por las dependencias del hospital generó una pequeña conmoción entre el personal. Todos, médicos, enfermeros y auxiliares deseaban saludar al hermano de Czernik, sobreviviente de la brutalidad nazi, colono en Israel y eminente médico. En cada sala médicos y enfermeras se detenían a saludarlo con respeto y admiración, todos querían darle la mano y los que hablaban idish o francés intercambiaban algunas palabras con él. El Dr Alberto Katz, enterado que había ejercido como médico partisano después de la destrucción del gueto de Antopol, lo abrazó “Doctor, usted nos permite continuar creyendo en el ser humano” le dijo emocionado. Aunque molesto por la efusividad del joven médico argentino, Czerniak

50 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 agradeció sus palabras. Más tarde, en alusión a este incidente, les preguntó a sus hermanos si los argentinos siempre se tomaban tantas confianzas con los desconocidos. Hacia el final del recorrido, mientras atravesaban la zona de los talleres de mantenimiento, Abraham Czernik notó que su hermano se sobresaltaba. –¿Pinhas, te sucede algo? – Me pareció ver a alguien, pero es imposible. –¿A quién? –A nadie, no importa, seguramente me confundí –respondió lacónicamente Pinhas. Abraham Czernik no quiso insistir. Días después, Pinhas Czerniak volvió al hospital para dar una conferencia acerca de la organización del sistema de salud en el naciente Estado de Israel. Llegó temprano. En el salón de actos un grupo de operarios trabajaba en los últimos detalles de los preparativos del acto. Uno de los trabajadores se le acercó y tendiéndole la mano lo saludó en idish. –Isaac Erlinger para servirlo –Por un instante, Pinhas Czerniak se quedó paralizado y después respondió mecánicamente el saludo. Abraham Czernik notó la conmoción de su hermano. –Erlinger nació en Brest, es sobreviviente de los campos, trabaja en el hospital desde hace algunos años –. Pinhas lo miró en silencio. Una mueca sombría invadió su rostro. Abraham se inquietó –¡¿Te sentís bien?! ¿Necesitas algo? –Salgamos de aquí, necesito tomar aire –Pinhas Czerniak estaba pálido. Caminaron hacia un patio interno–Abraham, el hombre que saludamos recién te ha engañado, no sé como es posible pero los ha engañado a todos ustedes –dijo en tono grave– Su verdadero nombre es Hans Böhme-Ehrlinger y no es originario de Brest y tampoco judío. ¡¡Es un ex oficial de las SS!! –Debés estar confundido. Erlinger entró a trabajar en el hospital por recomendación de una agencia judía de ayuda a los refugiados de guerra. Además ¿Cuándo has conocido a un gentil que hable perfectamente idish? –Eso me desconcertó durante un instante pues nunca antes le había oído decir a Böhme palabra alguna en nuestro idioma, pero no tengo ninguna duda de quien es ese hombre, si aún cabe llamar así a las bestias nazis. Pasarán los años de los años y nunca olvidaré el rostro y la voz del responsable de la muerte de nuestra madre, de nuestras nuestras hermanas y sobrinas, el asesino de todos los judíos de Antopol, el capitán de las SS Hans Böhme-Erhlinger. Él personifica

51 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com el mal que aniquiló a nuestro pueblo en Europa. Jamás imaginé que lo encontraría precisamente aquí, junto a ti, haciéndose pasar por víctima de la infamia que él mismo protagonizó como uno de sus principales y más activos actores– Abraham Czernik sintió un profundo escalofrío. –¿Qué hacemos? ¿Hablamos con él, llamamos a la policía? –preguntó desconcertado. –Nada, no harás absolutamente nada. Yo me ocuparé. Ahora vamos, tengo que dar mi conferencia. Tres semanas más tarde, cuarenta ocho horas después de la partida de Pinhas Czerniak, unos jóvenes encontraron el cadáver de un hombre robusto, de alrededor de 40 años y de aspecto centroeuropeo, junto al recreo “El Águila” en la ribera del Río de la Plata en la localidad de Martínez, a pocos kilómetros del centro de la ciudad de Buenos Aires. Al día siguiente “Die Presse” publicaba la noticia del asesinato. La víctima, cuya identidad se desconocía, tenía tatuado un número en el brazo izquierdo, como el que los nazis usaban para marcar a los prisioneros judíos en los campos de concentración, precisaba el autor de la nota. El diario reproducía el número con el fin de una posible aunque improbable identificación del muerto. Comentando la información con sus compañeros de trabajo un empleado de mantenimiento del Hospital Israelita remarcó que la descripción del muerto coincidía con la de Isaac Erlinger, a quien ninguno había vuelto a ver desde que había dejado su empleo alrededor de una semana antes. Durante los días siguientes en los pasillos del hospital correrían rumores y especulaciones de todo tipo acerca de la posibilidad de que el cadáver que se había encontrado en Martínez fuera de Erlinger. Sin embargo el interés se disipó en poco tiempo. Las autoridades del nosocomio se mantuvieron en silencio y nadie parecía estar interesado en ahondar en el tema, en especial a partir del día en que un empleado del hospital hizo pública su sospecha de que Erlinger no era judío, ni refugiado de guerra. Desde el momento que leyó la noticia en el diario, Abraham Czernik sospechó que el cadáver hallado era de Hans Böhme-Erlinger, ex capitán de las SS, comandante del gueto de Antopol, responsable del asesinato de más de dos mil judíos, entre ellos la madre, hermanas y sobrinos de los hermanos Pinhas Czeniak, Jeremías Czerniuk y Abraham Czernik, hijos de Arie y Shafra, nacidos en Gorodetz en el condado de Brest, Bielorrusia, bajo el dominio del imperio zarista. “Los crímenes de Böhme no quedarán impunes, yo mismo me aseguraré de ello” repetía Pinhas en el recuerdo de Abraham y él, convencido, asentía. Pero una cosa son los sentimientos y las palabras y otra muy diferente son los actos. Una muerte, muchas muertes, nunca justifican otra

52 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 muerte, pensaba Abraham Czernik, angustiado por esta nueva muerte. Una sombra que, en absoluto silencio, lo acompañaría durante el resto de su vida. Nadie de su familia, ni fuera de su familia, conocería nunca esta historia, ni siquiera su hermano Jeremías.

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9 El hombre invisible

Heinrich Müller nació el 28 de abril de 1900 en dentro de una familia católica. Era el mayor de cuatro hermanos, dos mujeres y dos hombres. Cuando nació, su madre, Ingrid, tenía 19 años y su padre, Joseph Müller, 33. El padre era mecánico ferroviario en la empresa Siemens, aunque algunos historiadores sostienen que era empleado municipal. La madre antes de que él naciera trabajaba de obrera en una fábrica textil, después, durante algunos años, se ocupó de cuidar a sus hijos. Joseph Müller era una persona de comportamientos metódicos y de carácter afable y seductor. Gustador de fiestas, le gustaba reunirse en las tabernas a tomar cerveza y a cantar con los amigos y era habitual verlo bailando con su mujer en fiestas familiares y festejos populares. A pesar de la escasez de dinero, los domingos de sol, después de misa, llevaba a su familia al parque del lago Kleinhesseloher. A su mujer le encantaban los paseos en bote. Heinrich y sus hermanos preferían el teatro de marionetas, en particular Heinrich a quien le gustaba mucho ver los preparativos de la función desde detrás del escenario. A veces fantaseaba con ser titiritero. Una vez se lo comentó a su padre. “No es una buena idea” fue todo lo que le contestó su progenitor . Eran días de alegría, lejos de la sordidez del barrio en el que vivían. El pequeño Heinrich era un niño obediente y callado, muy disciplinado y de mirada impenetrable. Hacía esfuerzos por pasar desapercibido. Rara vez se reía, pero no por eso era huraño. Era un hijo solicito, siempre dispuesto a ayudar a su mamá en todo que le pidiera. Cuidaba con fiereza de su hermano y hermanas y más de una vez se peleó a los puñetazos por protegerlos de alguna agresión o insulto. De niño, respetaba enormemente a su papá y sabiendas que rozaba la herejía, valoraba tanto o más la palabra de él que la del cura de su iglesia y los maestros de su escuela. Sin embargo, con el paso de los años comenzaría a despreciarlo por haberse resignado a ser obrero toda la vida. En la escuela, Heinrich Müller destacaba por su curiosidad lo cual lo llevaba a indagar los secretos de sus compañeros y también de sus maestros. Era ordenado hasta la obsesión y destacaba por su memoria. Respetaba las normas, siempre que no le impidieran hacer lo que

54 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 deseaba. Para él eso era natural. Esto hizo que poco a poco se fuera alejando interiormente de la fe en la que había creído con fervor hasta los once años, tanto como para haber pensado en ser sacerdote. Sea como fuera, a lo largo de su vida siempre mantuvo vínculos cercanos con la Iglesia católica. Le atraía el poder y se permitía ambicionarlo en silencio. El 18 de agosto de 1914, días antes del inicio de la Primera Guerra Mundial, Heinrich Müller, con 14 años recién cumplidos, ingresa a trabajar como aprendiz de mecánico de motores de aviones de combate en Rapp Motorenwerke GmbH, empresa fundada en 1913 que en 1917 cambiará su nombre a BMW. A comienzos de 1917, el joven Müller decide pasar a la línea de combate e ingresa como piloto de aviación en una unidad de artillería. En el año que transcurre hasta la finalización de la guerra recibe varias condecoraciones en reconocimiento a su valentía, incluida la Cruz de Hierro. A comienzos de 1919 es desmovilizado con el grado de suboficial e inmediatamente se enrola en la policía de Baviera. La derrota bélica alemana había sido seguida de revueltas comunistas que son duramente reprimidas. En este período, Müller sobresale por su arrojo y brutalidad en los combates y especialmente por los resultados que obtiene en los interrogatorios a los prisioneros. Derrotada la revolución, sus superiores lo premian con un ascenso. Su carrera en la policía fue fulgurante. En poco tiempo, y con apenas 23 años, es nombrado director del departamento político de la policía de Munich, encargado de vigilar las actividades de los opositores al gobierno, en especial de los comunistas. Los pocos domingos que se toma libres los dedica a acompañar a misa a sus padres y a sus hermanos menores y a ir con ellos al parque, como cuando era niño. Seguía disfrutando enormente del teatro de marionetas. Ingrid y Joseph Müller estaban orgullosos de su hijo. Fue en esa época cuando comenzó a justificar su feroz encono hacia los socialistas y los comunistas, explicando que durante la efimera “República de los Consejos de Baviera” 12 había presenciado como los revolucionarios marxistas ejecutaban a sangre fría a decenas de rehenes, historia que de tanto ser repetida terminó por ser aceptada como cierta por su entorno cercano. Su prestigio como investigador policial era alto. Sus métodos eran temidos. Su deber, el deber de todos los alemanes era, a su juicio, obedecer al estado alemán, sea cual fuera el gobierno y el régimen político vigente. Quienes así no lo hicieren debían temerle, él sería implacable con ellos. Para Heinrich Müller, lo fundamental era Alemania. Esto no impedía que en ciertas ocasiones, si ello lo beneficiaba, hiciera excepciones.

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En noviembre de 1923, el nacionalsocialismo, liderado por Adolf Hitler, intentó dar un golpe de estado. La policía, sin previo aviso, disparó contra los golpistas causando catorce muertos y cerca de cien heridos, muchos de ellos de gravedad. Hitler fue detenido pero a los pocos meses fue liberado. Existen pocos datos acerca de la actuación de Müller durante esos días. A lo largo de su vida, Müller, con la misma dedicación con la que indagaba en la vida de los otros, se encargó de eliminar toda posible huella de actividades suyas que pudieran llegar a comprometerlo en el futuro. Debido al cargo que ocupaba, comenzó a frecuentar a Martin Bormann y Heinrich Himmler, jóvenes líderes del ascendente partido nazi, muy cercanos a Hitler, con quienes compartía asiduamente animadas veladas en una cervecería céntrica de Munich en la que se reunían a discutir sobre el futuro de Alemania y a beber cerveza. A comienzos de 1931, se sumó al grupo Reinhard Heydrich, sobre quien existían sospechas de que tenía orígenes judíos, cuestión de la que Heinrich Müller supo sacar buen provecho. La camaradería entre todos ellos era sólo aparente. Müller tenía siempre presente que estaba trabajando mientras que los jefes nazis no desconocían que el joven Heinrich era miembro de la policía política, lo cual generaba resquemores en numerosos militantes nacionalsocialistas. Un grupo de ellos, comenzó a hacer circular versiones acerca del papel de Müller durante los sucesos de 1923 que lo involucraban directamente en la sangrienta represión contra los golpistas. Incluso se rumoreaba de que se había opuesto firmemente al indulto a Hitler. Ante las presiones de estos grupos, Martin Borman, toma la decisión de ponerlo a prueba y le solicita en público que se afilie al partido nazi. “Lo pensaré”, contesta lacónicamente Müller. Heydrich, exaltado, le exige una respuesta inmediata. Müller lo ignora y continua bebiendo su cerveza. Se genera un alboroto, varios militantes nazis acusan a Müller de traidor y le exigen que se retire del lugar. Müller se levanta y se despide cordialmente. “Mañana les daré una respuesta” anuncia antes de irse. Borman admira su aplomo, Himmler desconfía de la reticencia del policía, pero lo disimula. Al día siguiente Müller y Heydrich, por iniciativa del primero, se encuentran para almorzar en una cervecería alejada del centro de la ciudad. –Reinhart usted conoce la estima que le tengo. Es por esto que dejaré pasar lo sucedido anoche. Pero se lo advierto, si alguna vez vuelve a faltarme el respeto en público me veré obligado a dar

56 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 a conocer cierta información que poseo acerca de su familia que con seguridad significará el final de su carrera dentro del partido. Sabe a que me refiero. –¡¿Cómo se atreve a amenazarme?! –Tranquilícese, no tiene motivos para enfurecerse, ni para temer. No lo estoy amenazando, por el contrario. Pienso que debemos aliarnos, por esto quería reunirme a solas con usted. Los dos conocemos el valor de la información y tenemos un mismo objetivo: limpiar Alemania de la escoria comunista y judía. Usted desde el partido, yo desde mi cargo en la policía. No hay motivo para que yo me afilie, desde afuera puedo servir mejor a la causa. Quiero que le explique mis razones a los camaradas Borman y Himmler, ellos confían en usted. –¿Y yo, porqué yo debo confiar en usted? –Porque no le queda más remedio, téngalo siempre presente. Tiene mucho que perder, lo sabe. Pero puede estar tranquilo, si usted cumple con lo que le solicito, seré su soldado más leal. Es nuestro pacto –Heydrich lo miró fijamente durante un instante y esbozó una sonrisa –De acuerdo, tiene mi palabra, haré lo que me pide –Se dieron un fuerte apretón de mano y se despidieron. El ascenso del nacionalsocialismo representaba, para Heinrich Müller, el camino al poder que tanto ambicionaba. El 17 de septiembre de 1931, apenas diez días después de su charla privada con Heydrich, una joven de veintitres años, Geli Auber, sobrina y presunta amante de Adolf Hitler, fue encontrada muerta con un balazo en el pecho en la vivienda de ella en el número 16 de la Prinzregentenplatz de Munich pocas horas después de discutir con su célebre y posesivo tío. La pistola con la que se efectuó el disparo pertenecía al propio Adolf Hitler. Heinrich Müller no dejó pasar la oportunidad para demostrar su lealtad a sus amigos del partido y disipar así las reticencias de los nazis hacia él. Con tal fin, solicitó a sus superiores la investigación del caso. Implacable, se ocupó de desechar las sospechas de asesinato que habían surgido en un primer momento, estableciendo que existían indicios concluyentes que permitían afirmar que se había tratado de un suicidio, lo cual terminaría confirmado por la autopsia realizada por la policía y supervisada directamente por él. Si bien la celeridad y eficacia con la que Müller consiguió cerrar el asunto fue valorada por Heydrich y Borman, su falta de compromiso político, su ambición desmedida y su reservada

57 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com vida privada seguían generando resquemores en muchos integrantes del partido nazi, en especial en Himmler, el poderoso jefe de las SS. Müller nunca hablaba de si mismo y jamás expresaba emoción. Por ese entonces, se reunía con sus padres solamente en Navidad y en Pascuas. No encontraba ninguna razón para verlos más allá de esas fechas, el resto del año le bastaba saber que su madre estaba bien de salud. La admiración que de niño profesaba por su padre había desaparecido por completo y nunca se había sentido próximo a sus hermanos. Müller estaba casado desde 1924 con Sophie Dischner, hija del editor de un diario de la derecha católica de Baviera que inicialmente se había opuesto a Hitler. En 1927 nace Reinhard, su hijo mayor. Por aquel entonces a Müller no se le conocían amigos ni tampoco amantes. Parecía vivir sólo para trabajar y en menor medida para su familia. En 1934, tras el ascenso de Hitler al poder, y a pesar de la oposición inicial de Himmler y otros dirigentes del nazismo, Reinhard Heydrich, impone el ingreso de Müller en las SS y en 1936 lo promociona a jefe de operaciones de la Gestapo, policía política de la que el propio Heydrich era el director. A finales del verano de 1936, nace el segundo hijo del matrimonio Müller, Elizabeth. Pocos meses después de nacer, la niña comienza a manifestar un leve retraso retraso cognitivo. Müller no lo puede soportar. Como consecuencia de esto, la relación con su mujer se deteriora rápidamente. En 1938 inicia una larga relación clandestina con Anna Schmid, una bailarina de veinte años que sería su amante durante toda la guerra. Era la primera vez que se apartaba de la rectitud y discresión en la que siempre había mantenido su vida privada. –Heinrich, ya eres uno de los nuestros ¡Bravo! –se regocijó Heydrich en la antesala de una reunión de gabinete en el ministerio del interior –No es bueno para el hombre tener una sola mujer. Müller lo miró con indiferencia e inmediatamente desvió su atención hacia el secretario de Himmler quien los invitaba a pasar al despacho del ministro. Heinrich Müller se movía con precaución y seguridad en los entramados del poder. La amplia red de informantes que había conseguido armar durante casi 15 años le permitían mantener actualizado un archivo nutrido sobre las actividades de todos los dignatarios nazis. Un poderoso instrumento que bien utilizado, sin duda, contribuyó en su siempre ascendente carrera. Pero sobre todo, Heinrich Müller adquirió relevancia en la estructura policial del estado nazi por su eficiencia y su disponibilidad para llevar a cabo cualquier tipo de acción. Nunca dejaba cabos sueltos.

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Bajo las órdenes de Heydrich, participó en la organización de numerosas conspiraciones y acciones secretas, incluidas, entre otras, la Noche de los Cuchillos Largos en 1934 y el montaje del supuesto ataque polaco sobre una estación de radio alemana situada en la localidad fronteriza de Gleiwitz que el gobierno nazi utilizó como justificación para atacar Polonia el 1 de septiembre de 1939, acción que desencadenaría una nueva guerra en Europa. Presionado por informes difamatorios de sus oponentes dentro del nazismo y sobre todo por las exigencias de Himmler, Heinrich Müller se afilia, finalmente, al Partido Nacional Socialista el 30 de mayo de 1939. En septiembre de ese mismo año, al crearse la Oficina central de Seguridad del Reich bajo el mando de Reinhard Heydrich, es nombrado director de la Gestapo en premio a su compromiso y dedicación en la defensa de los intereses del estado y a su falta de escrúpulos para actuar con ferocidad . En 1940, es ascendido a general de brigada de las SS (SS- Brigadeführer) En tanto jefe de operaciones y después como director de la Gestapo, Müller tuvo un rol preponderante en la investigación y eliminación de todas las formas de resistencia al nazismo. Asimismo se dedicó con especial celo a la planificación y puesta en marcha de la aniquilación de los judíos en Europa. Desde su cargo en la Gestapo, durante los años que precedieron al inicio de la guerra fue responsable de organizar repetidos y violentos ataques y expropiaciones contra la población alemana de origen judío. En 1938, Müller creó la oficina central para la emigración de los judíos (Reichszentrale für jüdische Auswanderung) y le confió la dirección a Adolf Eichmann, quien, como subordinado, respondía a las órdenes directas de él. Tras la finalización de la guerra, Eichman, acusado de ser responsable de la deportación de millones de judíos a los campos de exterminio, sería atrapado en los alrededores de la ciudad de Buenos Aires y posteriormente trasladado clandestinamente a Israel por un comando secreto israelí en mayo de 1960. Aunque menos “célebre” que otros criminales nazis, Heinrich “Gestapo” Müller estuvo involucrado más directamente en la “solución final de la cuestión judía” (léase EXTERMINIO) que sus superiores y antiguos compañeros de noches de taberna, Heinrich Himmler y Reinhard Heydrich. Sea por convicción o por obsecuencia, nadie en el Reich ponía mayor empeño en hacer cumplir las directivas contra los judíos. Entre sus diversas actividades genocidas durante la guerra, el director de la Gestapo dirigió los Einsatzgruppen, los bestiales (¿o cabe decir contra-humanos?) grupos de intervención armada

59 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com que entre finales de 1940 y 1943 masacraron a más de un millón doscientos mil judíos y a cientos de miles de ciudadanos soviéticos no judíos al paso del ejército nazi en la ocupación de la Unión Soviética. Cuando los Einsatzgruppen llegaban a un pueblo hacían redadas contra los judíos y los transportaban a zonas aisladas. Reunían a hombres, mujeres y niños de todas las edades en el borde de canteras y barrancos o los hacían excavar grandes pozos. Los obligaban a desnudarse y a entregar sus efectos personales y después los mataban de un balazo o en fusilamientos masivos y arrojaban sus cuerpos al fondo de las fosas que las propias víctimas habían cavado. La mayoría de los oficiales de los Einsatzgruppen eran abogados, contadores e ingenieros. Profesionales liberales que habían cambiado las oficinas por los cuarteles, el lápiz y el papel por las armas. Entre sus víctimas mortales, la madre, hermanas y otros familiares, amigos y vecinos de los hermanos Abraham Czernik, Jeremías Czerniuk y Pinhas Czerniak en Horodetz y Antopol, Bielorrusia. Pinhas Czerniak jamás perdonó esos crímenes, ni deseó hacerlo. Abraham y Jeremías, quienes por entonces ya vivían en Buenos Aires, Argentina, se enterararían del asesinato de su familia ya terminada la guerra a través de una carta de su hermano. El 20 de enero de 1942, Heinrich Müller fue uno de los quince asistentes a la conferencia de Wannsee, convocada y dirigida por Reinhard Heydrich, en donde se decidió la eliminación de todos los judíos de la vida y el “espacio vital“ del pueblo alemán, inicio formal de la “solución final de la cuestión judía“ que supuso, en definitiva, las deportaciones masivas y el uso de cámaras de gas en los campos de exterminio. Las nuevas disposiciones contra los judíos fortalecieron el papel de la Gestapo. Müller cumplía con diligencia su “deber”. Llegaba a su oficina poco antes del amanecer y, mientras tomaba una taza de café negro sin azúcar, firmaba despachos ordenando la ejecución de opositores y judíos. Una, diez, cien, mil, diez mil personas enviadas a la muerte significaban exactamente lo mismo para él. Durante los últimos días de 1942 firmó una orden en la que exigía el “traslado” (eufemismo utilizado en reemplazo de deportación) de forma inmediata a Auschwitz de 45.000 judíos para su exterminio. La operación debía cumplirse antes del 31 de enero de 1943. Para “Gestapo” Müller el asesinato en masa era un banal procedimiento administrativo que debía ser organizado y ejecutado con eficiencia. Müller, además de ser un eficiente administrador de la muerte, dirigía con rigor operaciones de seguridad interior y de contraespionaje. Nada de lo

60 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 que sucedía en las cercanías del poder resultaba ajeno a su interés. Su memoria privilegiada contribuía a mantener una férrea vigilancia sobre las actividades de dirigentes políticos, militares y económicos del régimen. Meses antes de la caída de Berlín, cuando la derrota alemana era inevitable y muchos dirigentes nazis buscaban el modo de librarse de responsabilidades en los crímenes del régimen, Müller se seguía mostrando ante subordinados y superiores como un leal soldado de Hitler . –No soy como las ratas que abandonan el barco cuando se hunde. Siempre asumí con orgullo mi responsabilidad en la defensa del reich y su führer –repetía a su paso mientras Göering y Himmler, a espaldas de Hitler, negociaban con los alidados la rendición nazi. El 19 de abril, en la víspera del asalto final de las tropas soviéticas sobre Berlín, se encontró con su amante y le anunció la inminencia de la derrota. –Huyamos –Mi lugar está junto a mi führer. Lo sabes. –Entonces al menos ayudame a huir a mí. Ya sabes lo que los rojos hacen con las mujeres alemanas –rogó ella. –Es imposible salir de la ciudad. Los soviéticos rodean Berlín. Mañana es el inicio del final. Si es lo que dios quiere, debemos resignarnos a morir –dijo sin ningún atisbo de emoción –Heinrich, desde cuando te resignas a los designios divinos. ¡No quiero morir! Debes ayudarme a escapar.¡No , no me toques, no quiero que me toques! –él no respetó su voluntad y forcejeando la desnudó, ella, vencida, dejo que la violara. –Debes prometerme que mañana me sacarás de Berlín –Él no se molestó en contestarle. Se levantó de la cama, se acomodó el uniforme y salió rumbo a su oficina. Ella se quedó llorando. No se volvieron a ver hasta cinco días después después. La ciudad, sitiada por el ejército soviético, estaba en ruinas por los combates. Se encontraron en las cercanías de la destruida estación de ferrocarril. Era el atardecer del 24 de abril de 1945. Él llevaba su uniforme impecable como siempre, ella un vestido sencillo de algodón y una chaquetilla de lana, zapatos planos, el pelo recogido y la cara sin maquillar, apenas un poco de colorete en la mejillas. Se besaron administrativamente. –La guerra está perdida. El führer ha claudicado y ha reconocido la derrota. –¿Qué haremos? - preguntó ella.

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–Debes buscar un lugar seguro para esconderte. En caso de que te encuentren, antes de que los soldados soviéticos te atrapen debes ingirir esto, así evitarás que te violen y te torturen –le indicó él mientras le alcanzaba una cápsula de cianuro –El efecto es inmediato. –¡Olvidalo! No quiero morir. –No tienes elección. De cualquier modo te matarán. –¿Y tú, tú que harás? –preguntó la mujer sollozando. –Seguiré luchando hasta el final. El reich me necesita –contestó Müller con aparente convencimiento. –Heinrich, solo no puedes hacer nada. Recapacita. Alemania te necesita vivo, no muerto. Piensa en tus hijos, piensa en mí... –le pidió ella suplicante. –No es momento para sentimentalismos. Ahora me tengo que ir. Heinrich Müller continuó cumpliendo con su función en la Gestapo hasta último momento. La noche del 28 al 29 de abril, apenas un día antes del suicidio o supuesto suicidio de Adolf Hitler, dirigió en el bunker de Berlín el interrogatorio y posterior ejecución sumaria del general de División de las SS Hermann Fegelein, acusado de traición. Eran las 4 y 25 de la madrugada del 29 de abril de 1945, aún no había amanecido. Müller, que no había dormido nada en toda la noche, anunció que se retiraba a descansar un par de horas. En la víspera había cumplido 45 años. Fue la última vez en que fue visto. Los esfuerzos para encontrarlo en los días y semanas posteriores al final de la guerra fueron infructuosos. Muchos informes señalaban que permanecía en Berlín, sin embargo, no pudo ser localizado. Otras versiones indicaban que había muerto en un bombardeo o que se había suicidado, pero lo cierto es que sus restos nunca se encontraron. Su mujer, sus hijos y en especial Anna Schmid, su amante, fueron interrogados más de una vez. No aportaron ninguna información valiosa sobre su paradero. Todos pensaban que estaba muerto o al menos eso dijeron. La única que parecía verdaderamente apenada por la pérdida fue su hija mayor. Heinrich “ Gestapo” Müller había conseguido evaporarse sin dejar rastros. Previendo el colapso final, había planeado cuidadosamente su huida sin decirle nada a a nadie. Desde el otoño de 1944 se había encargado personalmente de destruir todos los expedientes y legajos en que estuvieran registradas sus huellas digitales y se había ocupado en eliminar de los archivos gubernamentales y periodísticos todas las fotos de él que encontró - no demasiadas, dado que siempre fue reticente a los retratos fotográficos-, mandó a confeccionar pasaportes y otros

62 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 documentos falsos alemanes, suizos y austríacos, la mayoría de los cuales vendió a muy buen precio, y reunió una gran cantidad de oro y billetes de curso legal en moneda extranjera que depositó bajo nombre supuesto en una cuenta numerada en Suiza. Y esperó. Hasta último momento no modificó ninguno de sus hábitos. Sabía la importancia de no llamar la atención. El 29 de abril, antes del amanecer, salió del bunker. Los guardias dormitaban, prefirió no despertarlos. La ciudad, derruida por los bombardeos de las tropas soviéticas, estaba en calma. Caminó hasta el amanecer. No lo acompañaba nadie. Debía construirse una nueva vida, sin familia, sin amigos.... como fue siempre, se decía a sí mismo. Heinrich “Gestapo” Müller ya no existía.

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10 Empezar a morir Abraham Czernik no era practicante pero, desde hacía algunos años, asistir a los servicios religiosos le hacía sentir más cerca de su madre y hermanas y de todos aquellos que habían muerto, pero no creía, no podía creer en un dios que había permitido el asesinato masivo de millones de personas, un dios que no evitaba que muchos otros millones pasen hambre cada día. Un dios injusto, no es Dios. No hay Dios, el único dios es el hombre, dueño de la vida y de la muerte de todo lo que hay sobre la Tierra, pensaba. El sábado 11 de octubre de 1952 como todos los sábados a la mañana, caminó con paso cansino hacia el templo de la calle Paso. En la esquina de Corrientes y Pasteur se cruzó con Samuel Burman, un contador al que había conocido semanas antes en casa de Isaac Rabinovich, quizás el único amigo que tenía en esa época. –Czernik, ¿Cómo está? ¿Va para Paso? –Durante el trayecto charlaron animadamente. La conversación fue en idisch. Burman se mostraba alarmado por la llegada al país de miles de alemanes y de centroeuropeos de países colaboracionistas. –Se dio cuenta, hay alemanes por todos lados, se los ve en negocios, en empresas, ¡hasta en las oficinas públicas! En muchos bares del centro y de algunos barrios de Buenos Aires es habitual cruzarse con personas hablando en alemán. –¿No exagera un poco Burman? –No para nada. El tema, teniendo en cuenta los antecedentes, es inquietante. Imagine.... ayer un amigo que trabaja en un ministerio me contó que Perón nombró a un alemán como asesor de la policía secreta. ¿Quién nos asegura que el tipo no es un criminal de guerra nazi? En cualquier caso, un alemán de asesor de la policía no es muy tranquilizador - Czernik intentó calmarlo. Aunque sentía tanta inquietud como el contador pensaba que era mejor mantenerse sereno. –Todos conocemos a Perón, tiene sus cosas pero no es nazi, no un verdadero nazi. Evita tampoco lo era. Mire la relación que tenían con Jaime Yankelevich y a eso sumele que en el gobierno hay varios paisanos. Si fuera antisemita como se dice no habría ningún judío ¿No cree? –preguntó Czernik sin demasiado convencimiento.

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–El presidente quizá no sea nazi, pero no se puede decir lo mismo de muchos de sus funcionarios. Entre todos los alemanes, austríacos y croatas que llegaron y siguen llegando al país no le quepa duda que hay mucho más de un criminal de guerra nazi. Si hasta se cuenta que Hitler está escondido acá, en algún lugar de la Patagonia. No podemos hacer como si nada sucediera. Fijese todos esos técnicos y científicos alemanes que contrató el gobierno. ¿Para qué quiere Perón aviones a chorro o laboratorios de energía atómica? –Puede ser que usted tenga algo de razón.… –Imagino que está enterado de quién trajo al país a la Mercedes Benz acá ¡Nada menos que Jorge Antonio! El propio Perón tomó la iniciativa. A nadie se le escapa que Jorge Antonio no da un paso sin el visto bueno de Perón13. Nadie parece recordar que Mercedes Benz era el principal fabricante de armamentos de la Alemania nazi. Nadie recuerda que durante la guerra miles de prisioneros judíos fueron forzados a trabajar como esclavos en fábricas de esa empresa – Burman estaba cada vez más exaltado –. Se da cuenta ¡¡Esclavos!! ¡¡Esclavos de los verdugos!! ¡Y ahora están acá! –Tranquilicese Burman. Afortunadamente eso ya pasó. Hitler fue vencido. –Czernik la guerra terminó, es cierto. Hitler puede que esté muerto o quizás no, pero la raíz terrible, criminal del nazismo está viva, adormecida, pero viva. El nacionalsocialismo no eran solamente Hitler, Goebbels y sus otros secuaces. El nazismo no salió de la nada. El antisemitismo es anterior a Hitler y no hay motivos para pensar que se acabó. Todos los que apoyaron el exterminio, todos los que cerraron los ojos, todos fueron cómplices, todos. Los judíos no podemos permitirnos olvidarlo. La bestia está entre nosotros. Abraham Czernik comenzó a sentir un gran malestar. Recordó al capitán de las SS Hans Böhme- Erhlinger, el asesino de su familia, el destructor de su pueblo, fingiendo ser judío para ocultarse de su pasado, recordó con asco la sonrisa de Erhlinger cuando se lo cruzaba en los pasillos del hospital y tuvo ganas de vomitar. “Afortunadamente está muerto” se dijo a sí mismo a modo de consuelo. Después sintió escalofríos. Nunca antes se había alegrado por la muerte de nadie.–Czernik, amigo, desengáñese, no sea ingenuo, los nazis consiguieron su principal objetivo: aniquilar al judaísmo en Europa central y oriental. ¿Cuántos judíos, piensa, viven hoy en Polonia, en Ucrania? ¿Y que queda de nosotros en Budapest y en Praga? Grandes sinagogas vacías, nada más. Imagina algún paisano caminando por las calles de Minsk, de Lodz o de Kiev rumbo al templo en shabat, como

65 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com nosotros mismos ahora, llevando al hombro su talit con el zidur en la mano y hablando en nuestra lengua. Los gentiles se han apresurado en ocupar nuestras casas, nuestros negocios, nuestras calles, nuestros pueblos. Los sobrevivientes que consiguen volver a sus antiguos hogares sólo encuentran rechazo y desolación. Una cultura, nuestra cultura, ha sido suprimida de la faz de la tierra, y son muchos quienes se congratulan de ello. Los nazis han conseguido lo que rusos, polacos, ucranianos y húngaros desearon durante muchos siglos, eliminar todo vestigio de judaísmo en sus tierras, que también era nuestra tierra. Abraham Czernik asintió cabizbajo. Burman tenía razón, el mundo en el que ambos habían nacido ya no existía. Le repicaba en la cabeza el pedido de ayuda de su hermano Pinhas: “Esta vez los judíos no debemos resignarnos a aceptar las cosas como son, como nos imponen que sean. No queda nada del mundo en el que nacimos y crecimos, el nazismo ha destruido la vida judía en el este de Europa y muchos de los responsables de tal salvajismo viven libres, como si nada hubieran hecho. Debemos localizarlos para eliminarlos”. Se sobresaltó. –Entonces Burman, por lo que entiendo, usted piensa que ante la gravedad del mal sufrido por nuestro pueblo de poco sirve perseguir a los criminales nazis para que respondan por lo que han hecho. –Me malinterpreta Czernik, hay que encontrarlos a todos, uno a uno, no sólo a los jerarcas, sino a cada uno que torturó, a cada uno que mató, a los que firmaron las leyes racistas, a los que dieron las ordenes, a los ideólogos, a todos, hay que encerrarlos a todos y dejar que mueran en su mugre. No eliminaremos así el germen del mal de la faz de la Tierra, pero libraremos a la humanidad de esas lacras inmundas. Los judíos estamos obligados a mantener viva la memoria para evitar que nadie vuelva nunca más a ser discriminado, torturado, asesinado por ser judío. Eso pienso –, hizo una pausa y añadió – por ser judío o sencillamente por tener otro color de piel, tener otra religión o pensar diferente a la mayoría. Todos somos iguales, seres humanos. Los judíos no somos mejores ni tampoco peores que nadie. –Comparto en líneas generales lo que dice. Quiero plantearle una pregunta. En el caso hipótetico que se encontrara cara a cara con un criminal de guerra reconocido ¿Qué haría? ¿Lo intentaría matar? –Nadie tiene derecho a matar a nadie, sólo aquel cuyo nombre no me es permitido pronunciar. –¿Y si el que tiene enfrente fuera el mismo Hitler? ¿Y si estuviera en juego su vida, si la alternativa fuera matar o morir?

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–El talmud autoriza, en caso de necesidad de vida, a transgredir los mandatos del shabat, pero nada dice acerca de matar. Se trata de un dilema de difícil resolución ¿Usted que haría Czernik? –Burman, apesadumbrado, apoyó su mano sobre el hombro de Abraham Czernik –Con la conversación la caminata se hizo muy breve, dejemos de atormentarnos y entremos a festejar el shabat. Durante el transcurso de la ceremonia y en el trayecto de regreso a su casa Abraham Czernik sintió un extraño malestar, una incomodidad con él mismo que no conseguía explicarse. Aparecieron imágenes de su niñez, de las velas de la menorah encendidas en su casa paterna durante los días festivos, del rabino Aaron sentado leyendo la Torah en las mañanas de invierno y tocando el violín en las ceremonias, pensó en su temprano cuestionamiento a las creencias religiosas, recordó el viaje en barco hacia Buenos Aires y en su primer encuentro con la ciudad, reapareció el dolor sin límites, inaprehendible y siempre latente que sintió aquel mediodía en que leyó la carta de su hermano Pinhas anunciándole el asesinato de su madre y de sus hermanas, volvió a sentir el desasosiego que le produjo el abrazo de despedida de Pinhas dos meses antes y se angustió como no lo había hecho hasta entonces por la muerte de Hans Böhne-Erlingher, alias Isaac Erlinger, empleado de mantenimiento del Hospital Israelita de Buenos Aires, comandante de las SS, exterminador de Antopol, asesino de Shafra Jarmut, Radia y Peshka Czerniuk, madre y hermanas de él, y de toda su familia y de sus vecinos y amigos. El cuerpo abandonado, tirado en un balneario desierto en la ribera del Río de la Plata, embarrado, muerto, un hombre muerto, asesinado, un asesino de judíos, un criminal de guerra, un verdugo asesinado, muerto, víctima postrera de la guerra. Justicia... ¿Hay algo que pueda justificar la muerte violenta de un ser humano en manos de otro ser humano? ¿Es posible convivir con los verdugos? ¿La venganza es legítima? se preguntaba. Durante el resto del día sintió una fuerte congoja. Ese domingo para festejar el cumpleaños de él, su mujer organizó una gran comida familiar en la que estuvieron, además de Betty, Yuyi y Ofelia, Roberto Yankillevich, el marido de Betty, Jeremías Czerniuk con su mujer y sus tres hijos y Samuel y Sara Yankillevich, padres de Roberto. Durante la comida Abraham Czernik bromeó con sus hijas y sus sobrinos olvidando, por momentos, la sensación de angustia que tenía desde el día anterior. El menú incluía borsht y varenikes de papa, sus dos platos preferidos. Disfrutó de la comida y después sopló las velitas de

67 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com su torta de cumpleaños con una algarabía nada frecuente en él. Nadie pareció reparar en las gotas de sudor que se deslizaban sobre sus sienes. Después de la torta, el grupo comenzó a dispersarse. Los primeros en irse fueron Jeremías y Blomah Czerniuk e hijos, después salieron Yuyi y Ofelia. Siguiéndolas se fueron Bety y su marido. A las cuatro de la tarde los únicos que quedaban eran los dueños de casa y los padres de Roberto Yankillevich. Mientras los dos hombres charlaban sentados en el salón de la casa, las mujeres levantaban los platos de la mesa. Poco después de sentarse, Czernik sintíó una molestia en el brazo a la que no le dio importancia, encendió la pipa y le pidió a su mujer si le podía preparar un té digestivo. –Tengo acidez, ee me está repitiendo la comida. Debe de haber sido la salsa de los varenikes. ¿Samuel, quiere otro café, un té quizás? –No se preocupe Abraham, ya nos estamos yendo. ¿No es cierto Samuel? Se hizo tarde, Abraham está cansado y vos también – intervinó la mujer de Yankillevich. Yankillevich farfulló un poco pero menos de cinco minutos más tarde se estaba despidiendo. Abraham Czernik tomó el té y fumó en silencio, sin pensar en nada, sereno, abstraído. El malestar de estómago empezaba a pasar y el brazo ya no le dolía. Esther se sentó a su lado y puso un disco de Canaro. Escucharon música durante un rato y después se fueron a acostar. Mientras se ponía el pijama, sintió un fuerte dolor en el pecho. Faltaban unos pocos minutos para las nueve de la noche del domingo 12 de octubre de 1952 Esther Sapire notó que a su marido le sucedía algo, le preguntó. –No es nada, ya se va a pasar, no te preocupes – contestó él. –¿Seguro? Tenés los labios azules y estás muy pálido. Acostate, voy a llamar al médico. Menos de una hora más tarde, Abraham Czernik era internado de urgencia en el Hospital Israelita. Esa noche, a pesar de los cuidados médicos, sufrió un infarto de miocardio del que sobrevivió. Esther, Yuyi y con los años también Ofelia, la menor de las hermanas, se atribuyeron ser las causantes de la dolencia de Czernik. Esther estaba persuadida de que su marido estaba al tanto de la relación que ella mantenía con Marcos Rotenberg, el sastre de él. Desde la primera vez que lo vio se sintió atraída por Rotenberg. Algo más joven que ella, era de contextura fuerte, de palabra y sonrisa fácil, ojos oscuros pequeños y brillantes. Llevaba un bigote fino a lo Clark Gable y el pelo siempre peinado a la gomina. Para sus hijas, el sastre de su papá era un

68 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 regordete atrevido, de sonrisa y mirada lasciva, voz chillona y gesto pretendidamente elegante. Un petimetre desagradable ante quien su mamá se mostraba excesivamente obsequiosa. Abraham Czernik acostumbraba mandarse a hacer un traje al inicio del otoño y otro al final del invierno. Marcos Rotenberg era casado y no tenía hijos. Había llegado al país junto a su mujer a principios de 1940 escapando de los nazis. Aunque era un buen sastre, nunca había conseguido prosperar. Las malas lenguas decían que debido a su afición al juego y a las mujeres. Trabajaba y vivía en un pequeño departamento en Barracas poco apropiado para atender clientes por lo que acostumbraba tomar medidas y hacer las pruebas a domicilio. A la casa de Czernik iba siempre al mediodía, en el momento del café. Se trataba de un cliente sencillo, de pocas exigencias. La señora se mostraba especialmente solícita con él y de un modo u otro siempre intentaba retrasar su partida. Así fue que una tarde, en la que se quedaron solos, Rotenberg no pudo resistir las insinuaciones de su anfitriona y a su propio deseo y terminó en los brazos de ella o quizás fue lo contrario. Lo cierto es que a partir de ese momento comenzaron a verse todas las semanas. Él la agasajaba con ramos de rosas, cajas de bombones y palabras galantes. Habitualmente la esperaba en la esquina de la casa de ella, en Riobamba y Sarmiento, caminaban hasta Callao y allí tomaban un taxi que los llevaba hasta un hotel de Palermo. Otras veces, en particular en invierno, ella sin ningún recato, lo invitaba a su casa. Una tarde en que volvió a su casa antes de lo previsto, Yuyi Czernik oyó gritos ahogados en la habitación del fondo, se acercó algo alarmada. La puerta estaba entreabierta y se asomó. Sobre la cama de la empleada de servicio vio a un hombre desnudo de espaldas encima de una mujer desnuda, abrazados, jadeantes, y se quedó paralizada, atraída primero, asqueada después al reconocer en la mujer a su mamá. Esther Sapire, la esposa de Abraham Czernik, nunca supo que su hija la había visto con otro hombre. Yuyi Czernik tenía 18 años. Esa noche regresó a su casa tarde. –Fui al cine – contestó secamente cuando su madre le reprochó la tardanza. Meses más tarde cuando Abraham Czernik sufrió el ataque al corazón, Esther Sapire pensó que había sido porque se había enterado de la relación de ella con el sastre. Creía que su marido, poco dado a expresar sus sentimientos, no le había dicho nada para evitar escándalos. De todo esto se terminó de convencer cuando al otoño siguiente él, en lugar de encargar los trajes a Rotenberg, se empezó a vestir con trajes de confección de una sastrería de la calle Corrientes . Por su parte, Yuyi, testigo furtivo de los escarceos sexuales de su madre, a pesar del enorme

69 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com rencor que sentía hacia ella, jamás le insinuó a su padre nada de lo que sabía. Lo quería demasiado para hacerle daño. A la única que le contó, poco tiempo después, lo que había visto fue a su hermana menor Ofelia, quien con los años terminó disputándole a su hermana la supuesta culpa por la dolencia de Abraham Czernik, atribuyéndose haber sido ella quien le contó de los amoríos de su madre. Pero Yuyi se sentía culpable del infarto de su papá por un motivo diferente. Al terminar la escuela secundaria, a pesar de la oposición paterna, había comenzado a asistir a clases de teatro en la Hebraica. Al poco tiempo comenzó a noviar con uno de sus compañeros del grupo de teatro. Se llamaba Hernán. Era alto, de pelo oscuro, ojos color miel y sonrisa seductora. Le recitaba versos de César Vallejo y de Pablo Neruda y era un excelente bailarín de rumba y de bolero, lo cual la atraía enormemente. Era paraguayo y católico, un doble obstáculo que a ella le resultó imposible de superar. El mandato familiar era muy fuerte. Lo dejó el domingo 14 de octubre a la tarde, un día y medio después del infarto de su papá. –Seguro que papá se enfermó porque tu novio es goy –la habia acusado con malicia su hermana menor el sábado a la tarde mientras volvían del hospital –¿No le habrás dicho vos.....? –preguntó alarmada Yuyi –No, ¡¡Cómo se te ocurre!!! – exclamó Ofelia con un gesto sobreactuado –Lo que pasa es que todo siempre se termina sabiendo –añadió en tono serio pero con ojos sonrientes. La angustia y los remordimientos pudieron más que la bronca. En ese mismo instante Yuyi decidió romper la relación con su compañero de teatro. Nunca dejó de arrepentirse así como tampoco se pudo librar durante muchos años de la culpa que había sentido por la afección de su padre.

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11 El segundo viaje de Pinhas a Buenos Aires El domingo 6 de mayo de 1956, a las 7 y media de la tarde, Abraham Czernik recibió una llamada de teléfono totalmente inesperada que lo desconcertó. –Por favor no repitas mi nombre en voz alta, no quiero que nadie sepa que estoy en Buenos Aires –reconoció la voz y sobre todo el acento de su hermano Pinhas. –Me alegra saber que estás aquí. No tienes de que inquietarte, estoy solo en casa, Esther se fue al cine. Podemos hablar tranquilos. ¿Porqué no me escribiste avisándome que venías? ¿Cuándo llegaste? –Hace unos días. –¿Porqué no me llamaste antes? –preguntó Abraham Czernik en un tono neutro detrás del cual escondió el enojo que sentía. –No pude. ¿Cuándo nos podemos ver? –Si te parece, podríamos almorzar juntos mañana –Preferiría antes, no tengo mucho tiempo. –Pinhas ¿Qué está pasando? ¿A qué viene tanto apuro? Podrías haber llamado antes. –Cuando nos veamos te cuento. Cenemos esta noche, te espero en una hora en el restaurant “La Emiliana” ¿Lo conocés? Está en la calle Corrientes al 1400. No debe ser lejos de tu casa. –No puedo ir. Esther se va a preocupar si cuando vuelva del cine no me encuentra. –Dejale una nota avisándole que has tenido que salir. Escribe lo primero que se te ocurra, pero recuerda, no me menciones. –Pinhas, no sé mentir, no me gusta. –Aprende, es necesario para sobrevivir. Necesito verte hoy mismo. Te espero –Abraham Czernik se sintió desolado pero en ningún momento dudo de acudir al llamado de su hermano menor. Se quitó la bata de seda que llevaba puesta, se lavó la cara y las manos, se aprolijó la camisa, se calzó, se puso una corbata y la chaqueta del traje , se aseguró de tener sus pastillas para el corazón en el bolsillo y antes de salir escribió una nota para su mujer: “Esther, no me esperes para cenar. Me olvidé de avisarte que quedé en cenar con un proveedor del interior que está de paso en Buenos Aires. Intentaré volver temprano. Cariños, Abraham”. Ella, al leer la nota, se extrañó. Él no era de mentir pero tampoco de trabajar los fines de semana.

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En aquel entonces Abraham y Esther Czernik vivían en el 3er piso de la calle Montevideo nº 66, entre Bartolomé Mitre y Rivadavia, a cincuenta metros de la Plaza del Congreso, en un departamento de alrededor de 160 m2 acondicionado a las necesidades de un matrimonio con hijas ya casadas. Se habían mudado hacía poco más de un año, pocos meses después del casamiento de Ofelia, la menor de sus tres hijas. Abraham Czernik caminó las menos de diez cuadras que separaban su casa del restaurante en el que había acordado encontrarse con su hermano. Pinhas Czerniak lo estaba esperando en el vestíbulo de entrada del local. Se abrazaron sin efusividad. Eran las ocho y media de la noche. –¡Qué sorpresa me diste! Me alegra mucho que estés en Buenos Aires. –Se te ve bien –Mintió Pinhas. El infarto que había tenido cuatro años antes había dejado marcas visibles en el aspecto de Abraham. –No sé, no sé... de todos modos, gracias. ¿Buscamos una mesa? –No, preferiría que cenemos en otro lugar. Vamos a comer puchero de gallina a aquel restaurant al que me llevaste la última vez que estuve en Buenos Aires. ¿El Tropezón se llamaba? Si no me equivoco, queda cerca de aquí. –Como prefieras. A mí también me gusta el puchero de gallina del Tropezón. Vamos, son apenas cuatro cuadras. Cuando salieron a la calle, Pinhas, inquieto, se detuvo en la puerta del restaurante y miró hacia sus lados. A su derecha, saliendo de “La Giralda”, la cafetería que estaba al lado de “La Emiliana”, le pareció reconocer entre el gentío a Esther, la mujer de Abraham. –Vayamos para allí – dijo indicando la dirección opuesta. –El restaurant es hacia el otro lado. –No importa, caminemos hasta la esquina para cruzar la avenida. Prefiero ir por la acera de enfrente, hay menos gente –contestó Pinhas. El bullicio hacía muy difícil mantener una charla fluida. Los canillitas voceaban la última edición del diario vespertino con los resultados del fútbol y de las carreras de caballos mientras miles de personas de todas las edades caminaban con alboroto hacia una y otra dirección tras una tarde de domingo de cine y pizza. Los dos hermanos caminaron en silencio entre la multitud. Abraham Czernik sintió una serenidad infrecuente en él. El malestar que le había causado el secretismo de Pinhas desapareció. Cuando estaban a la altura de la calle Montevideo, Abraham se detuvo un momento y señaló hacia el sur.

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–Mi nueva casa es en esta calle, hacia ese lado, a tres cuadras y media de acá. –En otra oportunidad me invitarás a conocerla. ¿Tus hijas bien? ¿Cuántos nietos tienes ya? Los hermanos siguieron caminando por Corrientes hacia Callao. A esa altura la acera estaba más despejada. –Están contentas. Las tres ya se casaron y tienen hijos. Bety, la mayor, además de Gustavo al que conociste recién nacido, tiene dos hijas, Laura y Gabriela, Yuyi, la del medio, tiene un nene de poco más de un año y está embarazada de 7 meses y medio y Ofelia la menor tiene una beba de 8 meses. Se llama Claudia. ¿Y tu familia? –Abraham, como te imaginaras no viajé a la Argentina para hablar de nuestros hijos. –No es necesario que lo digas, lo sé. Estoy esperando que me cuentes a que viene todo esto. ¿Porqué tardaste tanto en llamarme? ¿A qué viniste? Es raro que no quieras que nadie sepa que estás en Buenos Aires, ni siquiera Jeremías. –Cuantas menos personas se enteren de este viaje mucho mejor.¿Has oído de hablar de Heinrich Müller ? –No, por el nombre imagino que es un alemán. ¿Nazi? ¿Qué tiene que ver con vos y conmigo? –Müller era el jefe de la Gestapo durante la guerra, y como tal fue el responsable directo de ordenar la muerte de miles, quizás millones de judíos. Hasta el final de la guerra siguió exigiendo a sus subordinados el mayor esfuerzo en el envío del judíos a Auschwitz. Una bestia despiadada para quien el asesinato en masa no era más que un procedimiento administrativo. Es, quizás, el más importante criminal de guerra nazi del que se perdió el rastro. Se esfumó, literalmente se esfumó, el 29 de abril de 1945, un día después de cumplir 45 años y unos días antes de la entrada de los soviéticos en Berlín. Nadie sabe nada de él desde entonces. Hay quienes sostienen que murió durante los bombardeos, pero yo estoy seguro que sobrevivió.- Pinhas Czerniak se detuvo y apoyando la cabeza en el hombro de su hermano le dijo al oído–.Escucha con atención lo que te voy a decir, tengo razones para pensar que Müller se refugia aquí en la Argentina y tú nos vas a ayudar a encontrarlo –Antes de seguir caminando, mirándolo fijamente a los ojos, añadió –Hace menos de dos meses el gobierno de Alemania recibió información confidencial denunciando la presencia en Buenos Aires de Adolf Eichmann, el responsable de organizar la deportación de millones de judíos a los campos de exterminio. La pista de Eichmann nos conducirá a Müller, su superior inmediato en la Gestapo. Hace unos años hubiera

73 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com prácticamente imposible, pero ahora, tras la caída del anterior gobierno la situación parece más favorable para nosotros. –¿Estás seguro? –preguntó incrédulo Abraham –Me parece una idea ingenua. –Es lo que dicen los informes de la embajada. Como te iba diciendo, vamos a atrapar a Müller. Para ello, crearemos una red secreta de paisanos que se encargará de reunir información acerca de la vida de todos los centroeuropeos de pasado sospechoso que conozcan. Tú serás el encargado de filtrar y organizar los datos que vayamos reuniendo. No es necesario que me respondas, sé que puedo contar contigo. A Abraham Czernik la propuesta de su hermano le pareció disparatada. –Pinhas, aunque quisiera no puedo ayudarte, no sabría hacerlo... Necesitas un detective, un espía, algo así, no a mí. Estoy contento de verte, valoro tus intenciones, pero no me pidas lo imposible. No tengo alma de policía. Nunca fui un hombre de acción – le dijo en la puerta de “El Tropezón”. –Podrás, ya verás. Ya hablaremos. Este no es lugar para seguir hablando de este tema, puede haber orejas largas. Debemos extremar la cautela, cualquier descuido o indiscreción puede hacernos fracasar. Mañana nos reuniremos en un lugar más discreto. Después te daré la dirección. Ahora entremos a cenar. Nos espera un magnífico puchero de gallina. Durante la comida, Abraham Czernik estuvo más callado de lo habitual, se lo veía apesadumbrado. La situación le resultaba incómoda. –¿Qué te sucede? Toda saldrá bien, te lo aseguro. Disfruta de la cena –le sugirió Pinhas mientras se servía una cucharada de garbanzos con papas –Este puchero es aún mejor de lo que recordaba. ¿Quieres más? ¿Vino? La botella está casi llena, es una pena. –Un poco de agua, nada más – intentó sonreir Abraham Czernik –Pinhas te quiero preguntar algo importante para mí. Espero que no te molestes. –Dime –¿Te acordas de Erlinger, el empleado del hospital...? –¡¡¡ El asesino de nuestra madre y hermanas!!! Nunca me podré olvidar de él. –Murió asesinado. Fue durante los días que estuviste en Buenos Aires durante tu último viaje. –Una noticia para brindar –Sonrió alzando su copa, no parecía especialmente sorprendido. –¿Lo mataste vos?

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–Está muerto, eso es lo importante –le contestó Pinhas en un tono algo irónico pero sin ningún atisbo de reproche ni de desafío. Abraham Czernik prefirió no seguir indagando. –Todos esos cerdos se esconden en nombres falsos, cambian sus pasados y simulan personalidades de fantasía, algunos, incluso, se ocultan de su mujer y de sus hijos para escapar del castigo que merecen. No sólo aquí, en todos lados. Es probable que te hayas cruzado con otros nazis que ocultan su identidad detrás del disfraz de un ciudadano respetable. ¿Pero para qué hablar de ellos ahora? No arruinemos nuestro reencuentro. ¿Vas a pedir postre? –No, prefiero comer una manzana cuando llegue a casa. –¿Un café? ¿Un té? Yo pediré un café con una copa de cognac. Antes de despedirse, Pinhas le alcanzó a su hermano una tarjeta de cartulina blanca con una dirección escrita a mano en letras de molde: “Maipú 934” –Te espero mañana a las nueve y media. Qué descanses. Eran las once de la noche. Cuando Abraham Czernik llegó a su casa, su mujer estaba leyendo una revista mientras escuchaba la radio y no lo oyó entrar. Mientras se sacaba el sombrero y lo guardaba en el perchero del armario que había en el recibidor, a la derecha de la puerta de entrada, la saludó. Ella bajó el volumen de la radio y recién entonces reparó en su marido. –¿De donde venís? ¿No pensarás que me voy a creer que fuiste a cenar con un cliente? ¿O era un proveedor? Claro que también me cuesta imaginar que hayas estado con una mujer. ¿Quién te va a dar bolilla con lo amarrete y aburrido que sos? –Pensá lo que quieras. Me voy a acostar, mañana me tengo que levantar temprano –El enojo de Esther le ofrecía una excusa perfecta para evitar explicaciones que no quería ni debía dar. –El señor de verdad se cree que se puede ir a a la cama lo más pancho, como si nada. Años, llevo años soportando tus miradas sarcásticas, cómo si fueras un ser superior, cuando vuelvo algo tarde del cine, cuando salgo con alguna amiga, cuando hago cualquier cosa que a vos no te parezca bien. Decime, a ver si podés, decime si alguna vez llegué a estas horas – gritaba desafiante Esther ante el silencio incómodo de su marido –¡Decí algo! –Estuve cenando con José Chaves, un proveedor de maderas tropicales –mintió, era la única alternativa que tenía. –No mientas, no tenemos ningún proveedor que se llame así –dijo Esther algo más tranquila. – Ya tendremos... Ahora vayamos a dormir –su mujer lo miró y prefirió convencerse que decía la

75 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com verdad. “Después de todo, si él nunca me miente porque tendría que empezar a hacerlo ahora” pensó. –Anda vos, yo prefiero quedarme un rato escuchando la radio. Esa noche Abraham Czernik, inquieto por la propuesta de Pinhas Czerniuk, durmió de a ratos. A la mañana siguiente, se levantó a las seis y cuarto. Cuando se despertó tuvo la sensación pasajera que todo había sido un sueño, que la noche anterior no había cenado con su hermano. Hubiera deseado que fuera así, pero sabía que no lo era. Recordaba perfectamente el gusto y la textura de los garbanzos y de las verduras del puchero que había cenado y a su hermano dando por sentado que él participaría en la búsqueda del jerarca de la Gestapo y de otros criminales de guerra. Fue entonces que tomó la decisión. No defraudaría a su hermano. “Pinhas tiene razón, la memoria sin acción es estéril” se dijo. Más tranquilo, se duchó y se afeitó. Se puso el pantalón y en pantuflas y camiseta, se sentó a desayunar. Como todas las mañanas, tomó mate cocido con leche y comió un par de rodajas de pan negro con queso blanco mientras leía el diario. Entretanto su mujer se había sentado a desayunar en la otra cabecera de la mesa del comedor diario. Acabó de leer el diario, se lavó las manos, se puso una camisa, se calzó, se anudó la corbata, se acomodó el chaleco y el saco del traje y a las ocho en punto de la mañana, como cada día, después de saludar a su mujer y agarrar su sombrero, salió de su casa. El cielo estaba despejado y hacía algo de frío. Caminó hasta la mueblería, cuando llegó todavía no había llegado ninguno de los empleados. Ingresó por la puerta de atrás, encendió la llave general de la luz y entró en su oficina. Colgó el sombrero en el perchero y antes de sentarse abrió el cajón central del escritorio y sacó unos papeles que acomodó frente a él. Dejó sobre el escritorio sus anteojos de visión general y se puso los de lectura. Comenzó a revisar los documentos pendientes, tres minutos después extrajo su reloj del bolsillo del chaleco, un Omega de oro que le había regalado como reconocimiento el consejo directivo del Banco Industrial Argentino el día que terminó su mandato como presidente de la institución. Eran las 8 y veinticinco, en pocos minutos llegarían los empleados y su mujer Esther que trabajaba en la mueblería durante las mañanas. Intentó retomar su trabajo, no pudo. Había decidido ayudar a su hermano, pero el recuerdo de la muerte de Erhlinger lo atormentaba. “Nada justifica matar, pensaba, pero es inconcebible que los judíos tengamos que aceptar pasivamente convivir con los asesinos de nuestro pueblo. Por la memoria de nuestros muertos y de nuestros sobrevivientes, y de la humanidad entera debemos hacer lo posible para impedir tal infamia”.

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A las 8 y treinta llegó el encargado del depósito y muy poco después Esther y el resto de empleados. Se reunieron para acordar las tareas del día. A las 8hs 45, como cada día, la mueblería abrió al público. Diez minutos más tarde Abraham Czernik salía rumbo al encuentro con su hermano. -Esther, salgo, tengo que hacer unos recados. Volveré en un par de horas. Caminó por Cerrito hasta Corrientes, cruzó la 9 de Julio, y siguió por Corrientes hasta Maipú donde giró en dirección a la Avda. Córdoba. En el nº 934 había una peletería. Faltaban casi veinte minutos para las 9hs30. Entró en el bar de la esquina, pidió un té con leche y encendió un cigarrillo. Intentó no pensar en nada. Se sobresaltó al escuchar hablar en alemán a dos hombres que estaban en la mesa de al lado. Se sintió incómodo, le pasaba siempre que se cruzaba con alemanes, no podía evitar ver en cada uno de ellos a un posible asesino. Pagó apresuradamente el té y salió del bar. Vio a Pinhas entrar en la peletería. Lo siguió. Detrás del mostrador había un hombre de alrededor de treinta años. El propietario del negocio, supuso Abraham. Tras un saludo rápido, el peletero, un hombre delgado de semblante serio y doliente, cerró la puerta del negocio con llave y debajo del cartel de cerrado colgó una cartulina impresa que decía “Vuelvo enseguida”. Después de esto, condujo a los hermanos C. hacia una habitación sin ventanas en la trastienda. La buena iluminación del ambiente contrastaba con la penumbra de la sala principal del negocio. –La luz le hace daño a las pieles –explicó el peletero, al notar el leve gesto de extrañeza de sus visitantes. Las paredes, de un blanco perfecto, parecían recién pintadas. De una de ellas colgaba un mapa de la Argentina y otro de la ciudad de Buenos Aires y alrededores. En el centro había una mesa de madera con cuatro sillas. A la derecha de la puerta había un escritorio, sobre el escritorio una máquina de escribir, un block de hojas de papel, un par de carpetas de cartulina marrón claro y una lámpara de mesa. Poco más de una hora después la reunión había terminado. Ninguno de los tres participantes hablaría nunca de lo tratado ese día. Lo único que sabemos es que Abraham Czernik se comprometió formalmente a crear y coordinar una red de información sobre las actividades y relaciones sociales y profesionales de refugiados centroeuropeos, tal como había ideado su hermano Pinhas, quien estaba persuadido de que el mejor modo de buscar a Heinrich Müller

77 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com era a través de viejos camaradas de armas o de subordinados con quienes eventualmente pudiera mantener o haber tenido algún tipo de contacto en la Argentina. Jaime Bilo, el peletero, sería el encargado de codificar los datos reunidos y de enviárselos a Pinhas Czerniuk por correo u otras vías. La correspondencia se enviaría siempre por duplicado a nombre de destinatarios de fantasía y sin remitente, a distintas casillas de correo de Tel Aviv, alternando el uso del idish, el hebreo y el inglés. De este modo, en caso de que los mensajes fueran interceptados, nadie podría vincularlos con una persona, organización o plan. El único que conocería los nombres de los integrantes de la red sería Abraham Czernik. Jaime Bilo recibiría mensualmente los informes preparados por Czernik. El modo y el lugar de entrega se irían decidiendo sobre la marcha. –Czernik, llevele este presente a su mujer. Se pondrá contenta – sonrió afablemente Bilo al despedirse, mientras le ponía en la mano una bolsa de papel con una estola de astrakan dentro. –Gracias. No vale la pena –Czernik desconfiaba de Bilo, le parecía muy joven y muy frágil. –Hágame caso. Es conveniente que, eventualmente, podamos explicar de donde nos conocemos. Confíe en mí. Al salir de la peletería, Pinhas Czerniak se aseguró de que nadie los estuviera vigilando. Los dos hermanos caminaron juntos hasta la avenida Córdoba. En el trayecto hablaron de Jaime Bilo. –Es la persona que la organización te asignó como apoyo. En junio de 1942, poco antes del inicio de las deportaciones a Treblinka, consiguió escapar del gueto de Varsovia con su hermano menor. Él tenía catorce, quince años, el hermano apenas trece. Después de deambular durante algunas semanas, escondiéndose durante el día y caminado por la noche, consiguieron refugio en una granja cercana a la frontera checa. En los meses siguientes los dos hermanos colaboraron ocasionalmente con la resistencia partisana hasta que, a comienzos de la primavera de 1943, unos aldeanos polacos los entregaron a los nazis y fueron deportaron a Auschwitz. No sabemos que sucedió con el hermano ni con el resto de la familia. Seguramente murieron en los campos de exterminio. Él llegó a la Argentina a mediados de 1947 haciéndose pasar por cristiano. No sabemos porqué eligió venir a este país ya que en nuestros archivos no consta que tuviera familia ni amigos aquí –Abraham Czernik lo miró extrañado. –¿Qué organización? Nunca mencionaste una organización –preguntó incómodo. –No pensarás que todo esto lo podemos hacer solos. Hace falta un grupo organizado. Encontrar a Müller y a demás prófugos nazis es imprescindible, pero no es suficiente. Una vez que los

78 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 localicemos debemos poder actuar. Hay que capturar, juzgar y condenar a todos ellos. Sus crímenes no pueden, no deben quedar impunes. –Estoy de acuerdo –asintió Abraham mirando el reloj –Si querés después podemos seguir hablando, disculpame, ahora tengo que volver al negocio, se hizo tarde.¿Cuándo nos volvemos a ver? ¿Te viene bien hoy a las seis? Podemos quedar en la confitería El Molino, está justo enfrente del Congreso, te será fácil llegar. –Imposible. No te avisé, me voy hoy, a esa hora estaré camino el aeropuerto. Mi avión sale a las ocho y media de la noche. Será en mi próximo viaje... –Los dos hermanos se despidieron con un emocionado abrazo. –Pinhas, estoy orgulloso de vos. –Y yo de ti. Cazaremos a Müller... no tengo dudas.

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12 Nurit Eldodt

–¿De verdad creías que con este pellejo de mala muerte me podías conformar? ¡Haceme el favor! –Pensé que te gustaría –Abraham Czernik había presentido la reacción de su mujer. “Tendría que haber rechazado la atención de Bilo” pensó. –Te disculparé cuando me regales el tapado entero. –Pero si ya tenés un tapado de astrakan ¿Para qué querés otro? –¿Y quién dice que tenga que ser de astrakán? Hay otras pieles: armiño, chinchilla, ¡visón!. Ahí tenés, me podés regalar un tapado de visón –se entusiasmó Esther. –¿Qué tal fue la mañana? –preguntó Czernik, cambiando abruptamente de tema. Al menos, gracias a la estola había evitado que ella le preguntara acerca de lo que había hecho durante la mañana. No tenía ganas de volver a mentirle. –Poco movimiento, como todos los lunes. Te llamó Rabinovich, dijo que lo llamaras. Durante las semanas siguientes Abraham Czernik siguió con su rutina habitual. Por la mañana iba un rato a la mueblería, hacía trámites en el centro y se encontraba con algún proveedor. Al mediodía almorzaba en su casa, dormía un siesta corta y después iba al hospital. Hacía las siete estaba de regreso en su casa. Antes de cenar leía o jugaba un rato al rummy con su amigo, socio y también vecino, Isaac Rabinovich quien vivía en el piso de abajo al suyo. Rabinovich era bajo y robusto pero no gordo, de cabello descolorido, espeso y crespo, piel transparente con manchas amarronadas, boca grande de labios gruesos, ojos pequeños azul transparente, gafas redondas de metal dorado y permanente fumador de cigarros. Fue la primera persona con la cual Czernik habló de la necesidad de rastrear a los nazis residentes en la Argentina, aunque sin mencionar su verdadero objetivo, encontrar a Heinrich Müller. –Isaac, alguna vez te preguntaste cuantos de los alemanes que llegaron aquí durante estos últimos años participaron en matanzas de judíos durante la guerra. –¡Seguro que muchos de ellos son nazis! Se dice que el mismísimo Martín Bormann, el lugarteniente de Hitler, vive tranquilo en Córdoba. Se dice que cuenta con la protección de funcionarios del gobierno. Es posible que sea cierto. Todos sabemos que entre los ministros y

80 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 funcionarios de Perón, sino él mismo, había muchos germanófilos. Eso explica, en parte, la razón por la que llegaron tantos alemanes y europeos del este después de la guerra. Por lo que sé, con el nuevo gobierno, las cosas en ese sentido no cambiaron demasiado. ¿Pero que podemos hacer? Están aquí, aunque queramos, eso no lo vamos a cambiar. –Tuve una idea, a ver que te parece. Podríamos intentar identificar a todos los alemanes y otros centroeuropeos con los que nos crucemos. Averiguar cuando llegaron, qué hicieron durante la guerra, a qué se dedican acá, con quienes se encuentran– Al escuchar la propuesta de su amigo, Rabinovich se rió ruidosamente –Nunca hubiera creído que fueras tan ingenuo. ¡Cómo si fuera fácil que un criminal de guerra revele su verdadera identidad! Por la cara no los vas a distinguir. –Lo sé, lo sé. Pero cualquier alemán o centroeuropeo, sin ser nazi, puede alternar social o profesionalmente con nazis reconocidos. Muchos de ellos se sienten seguros y hablan abiertamente de sus ideas, incluso los debe haber que se vanaglorien de lo que hicieron durante la guerra. Lo único que esconden es su verdadero nombre. –Humm..., no está tan mal pensado. ¿Y para qué serviría identificarlos? –Si armamos una lista con los nombres y la actividad profesional de personas sospechosas de tener pasado nazi la podríamos difundir en la colectividad. De este modo, cada uno podrá evitar, si quiere, tener cualquier tipo de contacto personal o profesional con ellos. Es lo mínimo que podemos hacer en memoria de nuestros muertos. –Pero nosotros sólo tratamos con personas de la colectividad. –No siempre estamos entre paisanos. Pensá en los clientes, en los proveedores, en los empleados... muchos no son paisanos. Incluso cabe imaginar nazis que se hacen pasar por judíos para ocultar su pasado –añadió Czernik recordando el caso de Erhlinger –A esto añadí las relaciones de nuestras hijas y de nuestros yernos. Los jóvenes están mucho más integrados y, en general, no hacen diferencias entre paisanos y goys. –Abraham, pienso que vos ni yo ni nuestros hijos podremos averiguar nada, eso es trabajo para la policía. De todos modos, veré que puedo hacer... nunca se sabe. El 16 de junio de 1956 nació Javier, segundo hijo de Yuyi Czernik y de Risio Levis, propietario de una pequeña industria textil a quien Abraham Czernik quería como a un hijo. Pocos días más tarde, en ocasión del bris14 de su tercer nieto varón, Abraham le comentó a su yerno su inquietud acerca de la posible presencia de criminales nazis en la Argentina.

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–Abraham, casi todas esas historias de criminales de guerra son leyendas. Acá, los únicos nazis que tenemos son bien argentinos –le contestó Risio desdramatizando. No obstante, más por conveniencia que por convicción, se comprometió a mantenerse atento –Seguramente entre tantos alemanes que han llegado después de la guerra se hayan colado indeseables de todo pelaje. Estaré atento, se lo prometo. La reacción de Roberto Yankillevich, marido de su hija mayor, no fue diferente. –Abraham, estamos grandes para jugar a policías y ladrones, no le parece...En fin, si me entero de algo, le aviso. El que mostró algo más de entusiasmo con la idea de contribuir a localizar nazis fue Pepe Langler, el marido de su hija Ofelia, la menor, aunque en la práctica, su compromiso no paso de las palabras –Es verdad, hay muchos alemanes con guita dando vuelta. Es hora de que empiecen a pagar por lo que nos hicieron, aunque no será nada fácil. Los tres yernos se olvidaron inmediatamente del asunto. Durante el resto de ese año, Czernik avanzó poco en el armado de la red de colaboradores que se había comprometido armar. Lo cierto es que el escepticismo de sus yernos lo había desanimado. En los meses que siguieron habló varias veces por teléfono con Jaime Bilo quien se había enterado que el gobierno de Israel había desestimado la veracidad de la información que había trascendido a principios de año acerca del posible paradero de Eichmann en la Argentina. Según le comentó Bilo, estaban persuadidos que el criminal nazi se ocultaba en Siria o en otro país de Oriente Medio. A mediados de noviembre, Rabinovich le habló de un tal Gabriel Schneider, un empleado de las oficinas de la Mercedes Benz en quien creía ver a un ex SS. Finalmente resultó que Schneider había nacido y crecido en la Argentina en una colonia alemana de la provincia de Santa Fe y nunca había salido del país, según se ocupó de averiguar Bilo. En diciembre de 1956, Abraham Czernik, desencantado, estaba convencido que jamás conseguiría desenmascarar a algún nazi, mucho menos a Heinrich Müller o a cualquier otro oficial de alto rango. El 20 de marzo de 1957 nació Andrea, cuarto hijo y tercera hija mujer de Betty Czernik y Roberto Yankillevich. Unos días después, durante una cena organizada por la Sociedad Hebraica para recaudar fondos para el hospital Israelita, el doctor José Moscowitz, presidente de la Asociación de Sobrevivientes de Campos de Concentración, le presentó a Abraham Czernik una mujer de

82 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 misteriosa belleza. Se llamaba Nurit Eldodt, tenía algo más de 40 años y era sobreviviente de Auschwitz. A Czernik le llamó la atención la dureza de la mirada de ella. Tras los saludos protocolarios, Abraham Czernik y Nurit Eldodt comenzaron a charlar. El tono de voz de ella era grave y áspero, su modo de hablar tajante y directo. –¿Escuchó usted hablar de Josef Mengele? Un carnicero disfrazado de médico. Yo sufrí en carne propia sus métodos de trabajo. ¡¡¡Y vive aquí!!! ¡¡En Buenos Aires!!! ¡¡Junto a nosotros!!! Ni siquiera se oculta bajo un nombre falso. Lo más increíble es que a nadie parece preocuparle, ni siquiera a los paisanos –le dijo con más énfasis que emoción en un idish de marcado acento polaco. Junto a ellos, hablando con Moscowitz, había un personaje extraño que solía aparecer en algunos eventos de la colectividad. Se llamaba, o se hacía llamar, Pedro Olmo, decía ser español, pero su acento al hablar en castellano delataba la mentira. Czernik no reparó especialmente en él. –A mí si me importa – le contestó Czernik a la mujer, acercando su boca al oído de ella para evitar que los presentes oyeran su comentario –.Le gustaría beber un vaso de agua o quizás prefiera una copa de vino, la invito –añadió en voz alta mientras la tomaba suavemente del brazo y la conducía hacia un costado del salón. Durante aquel primer encuentro en los salones de Hebraica, Nurit Eldodt le habló a Abraham Czernik de los “experimentos” de Mengele en Auschwitz . –Yo había conseguido superar, dentro de lo que cabe, lo que viví durante la guerra, no puedo decir que había olvidado, hay cosas que es imposible, imposible olvidar, estaba tranquila, dentro de lo cabe, feliz de estar viva, dispuesta a vivir a pesar de todo, Así era hasta que alguien me contó que estaba aquí, que era posible cruzármelo en la calle, en un restaurante, en el tren... y comencé a buscarlo. Tiene amigos influyentes que lo protegen, no lo dude, además cuenta con mucho dinero. Al principio se hacía llamar Gregor, después empezó a utilizar su nombre verdadero convencido de que nadie lo busca, y debe ser así, pero se olvida de nosotros, sus víctimas, aquellos a quienes usó para hacer sus supuestos experimentos científicos. ¿Qué clase de médico es aquel que hace sufrir en lugar de aliviar el dolor? ¿El qué busca el sufrimiento de sus semejantes y no su sanación? ¿El que tortura en vez de cuidar? ¿El que mata en lugar de curar? Mengele hacía todo eso, disfrutaba con nuestro sufrimiento y mataba. Recuerdo que cuando se abrió la compuerta del vagón en el que nos deportaron, el brillo de la luz del día me deslumbró. Nos hicieron formar una larga fila. Ahí, sobre una rampa, estaba él, seleccionando

83 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com con un gesto desdeñoso de la mano y sin verdadero interés quienes morirían y quienes viviríamos. Yo se lo cuento así, usted quizás haya visto fotos o películas, pero nada, nada puede transmitir lo que era aquello, lo que realmente era el dolor, el desgarro, el miedo, la resignación, la crueldad, la violencia, la violencia que inundaba, que cubría todo, a todos, a cada uno de nosotros, víctimas por ser quienes somos, por haber nacido, por pertenecer a otro pueblo, por ser quienes somos, sin posibilidad de escapatoria. Una violencia inexplicable, denigrante de la condición humana. Me pregunto como fue posible, ¿Como es posible? ¿Porque hay humanos que detestan tanto a otros humanos? ¿Porque hay humanos que disfrutan destruyendo a otros humanos, sus semejantes? Porque somos semejantes ¿No es cierto? Yo los veía allí en el campo, y detrás de sus uniformes, de sus armas, de su despreciable altanería, de su violencia demencial veía a hombres y mujeres semejantes a nosotros. Pobre gente... No se equivoque, Czernik, no me miré de así, no crea que los compadezco, para nada, los aborrezco. De todos modos, son una pobre gente, muertos de miedo de ellos mismos. Nos denigraron, se denigraron. A veces me pregunto como pueden vivir con lo que hicieron. El mejor castigo para ellos es tenerlos presos toda la vida en los centros de muerte que ellos crearon, todos juntos, mirándose a los ojos, comiendo lo que nosotros comíamos, durmiendo en las mismas literas en las que nosotros dormíamos, hacinados en los mismos barracones en los que nos tenían a nosotros, sufriendo el mismo frío, el mismo calor que nosotros sufrimos. Obligados trabajar clasificando objetos, documentos escritos, fotografías y todo lo pueda servir como testimonio del terror que ellos crearon y administraron para que generaciones futuras conozcan lo que la locura de los seres humanos puede hacer a otros seres humanos. Que todos los días de su vida, hasta la eternidad vean las caras de sus víctimas, los cuerpos destruidos que ellos destruyeron, los cadáveres que ellos mataron, las imágenes de las poblaciones que ellos destruyeron, oyendo de fondo música klezmer y canciones en idish. Hacer que sufran su odio, ya inerme, impotente. Encerrarlos en su propio odio. Sueño con eso para Mengele y para todos los nazis. Matarlos es liberarlos del castigo que merecen. –Coincido con usted. Matarlos no sirve de nada – acordó Czernik. Ella continuó hablando sin escucharlo. –Mengele utilizaba a los seres humanos como cobayas para lo que él denominaba “experimentos científicos”, mezcla de ineptitud, crueldad y sadismo. Ineptitud, repito, porque más allá de su crueldad y de su violencia, Mengele era un científico tan incompetente como

84 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 pretencioso. Sus métodos repugnan cualquier razón científica, eso está fuera de toda duda. Lo que se dice menos es que sus hipótesis de trabajo y sus objetivos eran enfermizos, delirantes yo diría. Sé de lo que hablo. Era bióloga, antes de la guerra trabajaba en un laboratorio de la Universidad de Lodz. Cuando Mengele se enteró, me propuso como asistente de él. Una mera excusa para tenerme cerca. Yo era muy bella y él un pervertido. Lo que viví durante ese larguísimo año en ese lugar siniestro me alejó definitivamente de mi profesión. Nunca después pude volver a entrar en un laboratorio. Mengele no utilizaba morfina ni ninguna otra sustancia anestésica en sus intervenciones. Con la excusa de estudiar el umbral del dolor, sometía a sus víctimas a operaciones brutales. Los gritos eran desgarradores. Usaba a hombres, mujeres y niños sanos para todo tipo de pruebas aberrantes, no sólo quirúrgicas. Sus preferidos eran los gemelos. Estaba obsesionado en encontrar el modo de inducir nacimientos de gemelos para poder aumentar la reproducción de su supuesta “raza superior”. Presencié cosas espantosas, mutilaciones, intoxicaciones, esterilizaciones masivas de mujeres judías y gitanas, torturas inimaginables. En un cuaderno que guardaba bajo llave, escribía meticulosamente los detalles de sus experimentos. Ilustraba las descripciones con fotografías de sus víctimas que él mismo tomaba. Tenía una cámara Leica ¿Las conoce? Yo nunca había visto una antes. Son tan pequeñas que se pueden guardar sin problemas en un bolsillo. Son alemanas, dicen que son las mejores.- Sonrió con sorna. Czernik, conmovido, la dejaba hablar. Necesitaba saber, necesitaba sentir la cercanía del horror en otra persona, fuera de él, para que el holocausto dejara de ser sólo la evocación estéril del dolor y del rencor personal de él por el asesinato de su mamá y de sus hermanas. Nurit le revelaba lo real y lo irracional de la tragedia, sin lágrimas, sin lamentos, sin sentimentalismo, despojada de artificios. –La capacidad de resistencia del ser humano al sufrimiento es casi ilimitada. He presenciado torturas y mutilaciones que nunca antes nadie pudo imaginar ni es posible evocar y he visto a las víctimas de tales castigos aferrarse a la vida con desespero. Muchas veces quise morir, muchas. Maldecía despertar por las mañanas. No sabe, no puede imaginar lo que es despertar rodeada de muerte. Muchos en el campo envidiaban mi suerte, quizás tuvieran razón. Yo comía comida caliente, me podía asear, es cierto. No maté, no torturé, sólo quería vivir ¿Eso es un pecado? No fui cómplice. ¿Usted cree que yo disfrutaba? Nadie, nadie en esta vida, nadie puede ponerse en mi piel, sentir la repugnancia, el asco, las ganas de morir que sentía cada vez que él

85 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com ponía sus manos sobre mí. Me sentía contaminada, me siento contaminada aún. Dicen que era buen mozo, elegante, refinado....A mí me daba asco, su olor, sobre todo su olor. Su olor y su piel... su piel era inmunda. Yo era un títere para él, una muñeca inerte sometida asus perversiones. Sólo entendía la violencia, pero yo le gustaba de verdad, no lo digo con orgullo, más bien con tristeza. Durante más de un año me tomó diariamente, y siempre, cada vez, en cada instante, sentí repugnancia. Intentaba abandonarme en mis ensoñaciones pero no lo conseguía, su ferocidad se imponía sobre cualquier otra posible sensación. Es terrible saber que un monstruo feroz, como en el cuento de Caperucita Roja, se puede sentir atraído por una. Es inevitable, al menos para mí, preguntarse: ¿Seré su par? No son cosas buenas para pensar. Yo no era la única, pero a las otras, después de abusar de ellas y torturarlas, las enviaba a la cámara de gas. A mí no, yo le gustaba de verdad. Nunca tuve hijos. Antes de la guerra, me hubiera gustado, pero no pudo ser, fue así, no tuve hijos. Quizás haya sido lo mejor. ¿Quién puede querer traer niños a este mundo? De todos modos, después ya no tuve elección, él se encargó... de eso mejor no hablar. A principios del invierno de 1945, pocos días antes de la liberación del campo, Mengele me devolvió a los barracones sin ninguna explicación. ¿Para qué me la iba a dar? No me mató, eso me sorprendió, yo siempre había pensado que lo haría, que cuando se cansara de mí, me mataría. Que más le daba, un muerto más o menos no cambiaba nada para él. Todos éramos intercambiables, cuerpos sin rostro, cuerpos sin alma, muñecos articulados, máquinas de trabajo, máquinas de placer, cuerpos, máquinas, sangre, piel, huesos, nada, sólo materia. En Auschwitz nos enseñaban que no somos nada, que no valemos nada, yo por suerte no aprendí. Desde que terminó la guerra no dejo de preguntarme adonde están las bestias, a qué se dedican, si tienen familia, hijos, amigos. ¿De qué modo canalizarán su violencia seres abyectos como Mengele? ¿Quiénes son sus víctimas ahora? ¿Por qué a casi nadie parece importarle realmente todo esto? ¿Cuál es el germen de tanta crueldad? Digame Czernik ¿Usted lo sabe?

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13 El comienzo del juego

–¿Abraham, recuerda al tipo que estaba junto a nosotros cuando le presenté a Nurit el otro día en Hebraica? –preguntó José Moscowitz. Czernik, puso cara de extrañeza –Sí, un hombre alto, bastante robusto, más joven que nosotros. Poco hablador, de ojos negros, cejas muy pobladas y mirada inquieta –añadió el abogado mientras encendía un cigarrillo. –Me acuerdo que había alguien, pero no recuerdo su cara. ¿Porque lo menciona? –preguntó Czernik mientras sacaba un mazo de cartas del cajón del escritorio. –Me genera desconfianza la actitud, da la sensación de estar siempre vigilante, al acecho, con las orejas paradas escuchando charlas ajenas. Lo he visto seguido en distintos eventos en Hebraica. No es paisano, aunque eso es lo que menos me inquieta. –¿Y entonces? –Dice ser español, pero creo que miente. No sé, habla bien el español, aunque con un acento extraño, pero claro, eso no quiere decir nada. En España se habla distinto que acá... A mi me lo presentaron Albert Lander y Samuel Vainberg. A Vainberg lo conozco hace más de 10 años, estuvo prisionero en Dachau. Eso me tranquiliza un poco. –¿Y la persona en cuestión cómo se llama? –Pedro Olmer o algo así. –El apellido no suena muy español, pero vaya usted a saber. Durante la guerra, muchos paisanos entraron en la Argentina con papeles falsos, ocultando ser judíos. Era lo usual, usted lo sabe. Quizás este tal Olmer sea en realidad paisano. Si no fuera así, ¿qué sentido tendría que asista a reuniones de la colectividad?– Tras esta última observación, Czernik prefirió no continuar hablando del tema –José, mezcle y reparta cartas. Juguemos un rato antes de la cena. Al día siguiente Abraham Czernik telefoneó a Jaime Bilo y le pidió que averiguara todo lo que pudiera acerca del tal Pedro Olmer. Esa misma tarde, antes de volver a su casa, se reunió por primera vez a solas con Nurit Eldodt. Era el 11 de abril de 1957, pocos días antes del inicio de Pesaj. Quedaron en la confitería Las Violetas, en Rivadavia y Medrano. Ella vestía un traje sastre

87 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com de tweed gris, algo invernal para la época. Él se sintió turbado al verla. Se saludaron con un ligero apretón de manos. Ella le sonrió. –Está usted hermosa hoy, se la ve radiante –le dijo Czernik en un tono galante inusual en él, mientras se dirigían hacia una mesa alejada de las puertas y las ventanas del local. –Bello lugar, no había venido antes. Me recuerda a una cafetería de Lodz a la que acostumbraba ir antes de la guerra. Nunca volví a comer un pastel de frambuesas como el que hacían allí. Él pidió un té con leche y ella un café negro que acompañó con una tarta de manzana y nuez. Durante los primeros minutos del encuentro Abraham Czernik le contó su intención de crear un archivo con datos acerca de presuntos criminales de guerra refugiados en la Argentina. La respuesta de ella dejaba poco espacio para la réplica. –No es suficiente. No sólo los tenemos que identificar, sino que hemos de encontrarlos y después hacer todo lo posible para que sean juzgados y condenados por lo que hicieron. Czernik, piense lo que le digo. –Disculpe, por precaución sería mejor que en público me llame Abi. Yo, si me lo permite la llamaré Nuria o si lo prefiere, Nora. –Entiendo, Nora está bien – sonrió ella – Abi, valoro lo que pretende hacer, pero le reitero: no es suficiente. Tenemos que conseguir los asesinos de nuestro pueblo sean castigados. No podremos vivir en paz con nosotros mismos si siguen libres como si nada hubiera jamás sucedido, como si sólo se tratara de un mal sueño, una pesadilla de la que habremos de despertar algún día. Yo no me detendré hasta encontrar a Mengele. Él prometió ayudarla sin revelarle todavía cual era su objetivo final. De este modo, Nurit Eldodt y Abraham Czernik comenzaron a trabajar juntos en la búsqueda de nazis en la Argentina. Al poco tiempo se les unió José Moscowitz. Durante los minutos que siguieron, hablaron de cosas de la vida cotidiana. Abraham Czernik, más conversador que de costumbre, le habló acerca de sus hijas y de sus nietos y de su actividad en el hospital. Nurit Eldodt habló de su trabajo como empleada de contabilidad en el estudio de Moscowitz, de su desagrado por la suciedad de las calles de Buenos Aires, de su pasión por el cine y de los cafés de la calle Corrientes. –Un lugar extraordinario para sentir la ciudad. La gente aquí es muy demostrativa de sus emociones. Me choca pero me gusta.- le explicó y también le contó de su amor por la naturaleza, en especial por la montaña.

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–Entonces debería conocer Bariloche, sus lagos y montañas recuerdan a los de Suiza y Austria.- le recomendó Czernik. –Conozco Bariloche. Es un sitio de paisajes maravillosos. He ido sólo una vez, pero seguramente volveré. ¿Usted ha estado? –Nunca estuve. Tampoco conozco Suiza. Repito lo que oí –sonrió Czernik –Por lo que se dice, en esa región de la Patagonia se esconden muchos nazis. ¿Será cierto? –Es muy probable. En Bariloche, en la calle y en muchos negocios, no es raro oir hablar alemán. Es un buen lugar para comenzar nuestra búsqueda. Si le parece podríamos ir juntos. De paso, conoce …. –propuso Nurit Eldodt en tono jocoso que él, turbado, percibió de seducción. –Quizás, quizás.... me gustaría –dijo más para él que para ella, casi susurrando –Nora, usted por casualidad conoce a un tal Albert Lander –le preguntó en un tono de voz administrativo. –¡Uy, uy, uy! ¡Cuánta solemnidad! ¿Qué pasó? - Czernik hizo una ligera mueca de contrariedad molesto por el tono burlón de la mujer –Si no me confundo, es miembro de una asociación de sobrevivientes de campos de concentración –respondió ella. –¿Lo conoce personalmente?!! - ella, en silencio, le contestó que no moviendo ligeramente la cabeza. –¿El nombre Pedro Olmer significa algo para usted?- –¿Tendría? - ella, mirándolo a los ojos, sonrió con franqueza. –No. Olmer ahora no es importante. Nos vamos centrar en Lander. –¿Porqué? –No lo sé, tengo un presentimiento –Abraham Czernik parecía estar algo desorientado. La mirada de ella, sus silencios, lo alteraban. –¿Abi, le sucede algo? ¿Se siente bien? ¿Le pido un vaso de agua fresca? ¿Una copita de coñac? –Nurit Eldadt apoyó la palma de su mano sobre la frente de él, quien se sintió agradablemente reconfortado. –No es nada, no se preocupe. Un vaso de agua me vendrá bien. Gracias. Bueno, como le decía recién, el objetivo es Albert Lander y también Olmer, pero de él se ocupará otra persona. –Yo preferiría seguir la pista de Mengele. –Mengele, Mengele, no lo olvidé. ¿Nora, con quien pasará Pesaj? –Iremos a cenar con mi mamá a casa de unos familiares – contestó sin entusiasmo.

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–¡¿Con su madre?! - exclamó Czernik sorprendido. –Sí, con mi mamá. ¿Porqué le extraña? Vinimos juntas después de la guerra –contó ella sin emoción –Sabe.... las fiestas ya no significan nada para mí. De todos modos pensaré en usted al alzar mi copa –le sonrió –confío en usted, Abi, usted me gusta –Czernik complacido, le devolvió la sonrisa –Averigüaré lo que pueda acerca de Lander, no se inquiete.- aseguró la mujer antes de beber un sorbo de agua. Antes de despedirse con un breve abrazo, acordaron un nuevo encuentro para después de las fiestas. Después se alejaron caminando en sentido contrario por la avenida Rivadavia. En la esquina de Gascón ella tomó un colectivo en dirección a Flores. Él prefirió caminar hasta su casa. Hacia muchos años que no caminaba tanto. Llegó pasadas las 8 y 30. La cena estaba servida en la mesa. Esther, su mujer, miraba televisión en la cama. Sin especial interés, intercambiaron algunas frases propias de la convivencia. Él se lavó la cara y las manos, se puso el pijama y la bata y después cenaron. Aparentemente, nada diferenciaba esa noche de las anteriores. Durante el resto de la semana y de los días que siguieron, Abraham Czernik no se pudo desprender del recuerdo de la mirada y de la sonrisa de Nurit Eldodt, de la sensación placentera que le produjo el contacto con el cuerpo de ella al abrazarla. Tampoco quiso. Nadie parecía notar ningún cambio en él. La única que percibió una transparencia nueva en sus ojos fue su hija Yuyi, pero no se animó a preguntarle el motivo de la inusual alegría que transmitía. Pasado Pesaj, Abraham Czernik almorzó junto a Jaime Bilo en una cantina de barrio, en una calle apartada de Palermo viejo. Czernik le habló con entusiasmo de Nurit Eldodt. Bilo le recomendó cautela. –Pongala a prueba. –No necesito. Cuando la conozca, entenderá por que se lo digo. –Usted sabrá... Vamos a lo nuestro. Nadie sabe nada del tal Olmer, al menos con ese nombre. Es probable que usted haya querido referirse a Pedro Olmo. Ahí las cosas cambian. Un empleado de Hebraica que es amigo mío conoce bien la historia. Dice que Olmo es hijo de padre español y madre alemana de origen judío. Fue educado como católico, le contó Olmo a mi amigo. En enero de 1944, la Gestapo detuvo a su madre. Nunca volvió a saber de ella. Él, para salvarse, se refugió en España. A partir de entonces, empezó a sentirse próximo al judaísmo. Llegó a la Argentina después de la guerra. Mi amigo no sabe porque Olmo eligió venir para acá, supone

90 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 que vino, como tantos otros españoles, escapándole al hambre. Le pregunté si sabe a que se dedica Olmo y me contestó que no lo sabe. –Lo que me cuenta quizás explique algunas cosas. ¿Le preguntó a su amigo si le cree a Olmo? –Ni se lo plantea. Es de esas personas que se tragan cualquier sapo. Será que soy muy desconfiado, pero ciertos detalles no me terminan de convencer. ¡¿ Un católico español casado con una mujer judía viviendo en Alemania durante la guerra?! Me suena raro, la verdad. ¿A usted no? En la guía de teléfonos figuran solamente dos Pedro Olmo. Uno vive en Parque Patricios y el otro en la zona norte del Gran Buenos Aires. Los rastrearé. Estuvieron hablando un buen rato, Czernik le contó acerca de sus sospechas acerca de Albert Lander y de lo incómodo que molesto que se sentía con él mismo por haber llegado a dudar hasta de paisanos. –¿ Usted se refiere a Albert Lander, el mayorista textil? –No sé a que se dedica, para mí es sólo un nombre . –Si es la persona que yo digo, es un mal bicho. Hasta hace unos meses yo era cliente de él. Le compraba rasos y otros tejidos que uso para el forro y los bolsillos de los abrigos. Es alguien con quien es imposible mantener un trato cordial. Es tramposo en los negocios y malhumorado, un cóctel infernal. –Que sea un mal comerciante o una persona de trato desagradable no es motivo para sospechar que sea nazi –comentó Czernik –¿Jaime, fuma? - le preguntó acercándole el paquete de cigarrillos cigarrillo mientras encendía uno para él. –Gracias –contestó Bilo mientras tomaba un cigarrillo y lo encendía –Sé perfectamente que el hecho que sea un jodido no significa que sea un nazista, ni nada parecido –sonrió amargamente, como si recordara algo desagradable. Mirando pensativo hacia la ventana, aspiró profundamente el cigarrillo que sostenía en la mano izquierda. –De hecho, hasta hoy nunca se ocurrió pensar que Lander no fuera paisano. Pero ahora que lo menciona, no estoy tan seguro. En su negocio tiene fotos de paisajes de Baviera, jarras de cerveza, una foto de un oficial del ejército prusiano y otros objetos típicos alemanes. Eso siempre me chocó, la verdad. Una vez le pregunté porque tenía todos esos objetos y esas fotos ahí. Me contestó que la persona que aparecía en la foto era su abuelo y que él estaba orgulloso de ser alemán. Eso me hace pensar. Yo no entiendo como un judío, después de todo lo

91 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com sucedido, puede seguir defendiendo a ese país. ¿Usted lo puede explicar? ¿Le sirvo vino? – Czernik rechazó el ofrecimiento de Bilo con un gesto de la mano sobre su copa. –Lander afirma que Hitler fue un accidente en la historia de Alemania. Según él, Frankfurt la ciudad en la que él nació, es el primer lugar de Europa en el que se otorgó derechos civiles plenos a los judíos. De cualquier modo, si usted no me lo dice, yo no hubiera dudado de Lander. Si le parece puedo volver a tener tratos con él para intentar averiguar algo más –se ofreció Bilo. –No hace falta, me ocuparé yo. Solamente necesito que me dé la dirección del negocio. Con la excusa de la recaudación de fondos para el hospital, pasaré a visitarlo. –Está en la calle Uruguay al 900, entre Charcas y Paraguay. La dirección exacta no la recuerdo, pero no tiene error, es el único negocio textil que hay en esa cuadra. Durante el resto de la comida alternaron distintos temas de conversación sobre cuestiones banales. Ninguno de los dos confiaba todavía enteramente en el otro como para revelar detalles acerca de sus vidas privadas. Ambos eran, por lo general, personas de carácter reservado. Antes de despedirse, acordaron que Bilo seguiría la pista de Pedro Olmo y Czernik la de Lander.

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14 Cerca pero lejos

Entre 1957 y 1958 los integrantes de la red creada por Abraham Czernik consiguieron descubrir la presencia en el país de una decena de europeos sospechosos de ser refugiados nazis que ocultaban su verdadera identidad utilizando nombres, apellidos y nacionalidades de fantasía. Encontraron españoles que, como Pedro Ricardo Olmo, hablaban castellano con marcado acento alemán, italianos que aborrecían los espaguetis, el risoto y el vino tinto y croatas y húngaros devenidos en franceses o suizos. Sin embargo, a pesar de los indicios claros de la falsedad de la identidad de estas personas, en casi ningún caso consiguieron vincular de forma fehaciente a ninguno de ellos con criminales de guerra prófugos. Excepción muy importante fue el caso de Adolf Eichmann, responsable de organizar la deportación de millones de judíos a los centros de exterminio nazis. En septiembre de 1957, Jaime Bilo recibió a través de un conocido que vivía en la zona norte del Gran Buenos Aires, información indirecta acerca de un joven alemán llamado Nicolás Eichmann, novio de la hija de un amigo, quien, por lo visto, acostumbraba hacer comentarios antisemitas sin ocultar su simpatía por el régimen nacionalsocialista. Si bien a Bilo le llamó la atención la posibilidad de que Eichmann utilizara su apellido verdadero, en las semanas siguientes se ocupó en verificar el posible parentesco del joven con el jerarca nazi. No le costó averiguar el domicilio de la familia. Vivían en una vivienda sencilla de una sola planta en la calle Chacabuco nº 4261 de La Lucila, una localidad al norte del conurbano de Buenos Aires. La casa pertenecía a un tal Francisco Schmidt, de nacionalidad austríaca. Este dato confundió a Bilo, quien pensó que Schmidt era el apellido supuesto adoptado por el posible Eichmann. En ese momento no hizo otras constataciones. En el barrio al dueño de casa lo conocían como don Otto. Bilo habló con algunos vecinos. Todos coincidieron en describir a don Otto como un hombre de aspecto frágil, apocado y callado aunque de trato cordial. La descripción no concordaba enteramente con lo que la imagen que él guardaba de Eichmann. Pensó que quizás fuera porque en todas las fotos que vio, Eichmann estaba de uniforme. “El uniforme transforma el carácter y el aspecto de las personas” pensó “basta ver a una mujer uniformada para darse cuenta de esto” se sonrió. Le

93 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com contaron, que don Otto trabajaba en una fábrica como electricista. La señora se llamaba Vera, tenían 4 hijos varones, el menor de ellos había nacido hacía menos de 2 años. El mayor tenía más de veinte años y trabajaba en un taller mecánico sobre la calle Paraná, a la vuelta de la casa familiar. No intentó hablar con él. Nadie supo explicarle la razón por la cual los hijos usaban un apellido diferente al del padre. “Quizás no sea el padre. Con la guerra, ya se sabe...” especuló una mujer en la verdulería. Bilo dudaba, le costaba imaginar que Eichmann, uno de los principales criminales de guerra prófugos, pudiera trabajar de obrero en una fábrica y vivir en ese contexto tan austero. No obstante, algo le decía que era posible que Don Otto fuese efectivamente Adolf Eichmann. Una intuición pero ¿Cómo confirmarla? Cualquier imprudencia que cometiera, pensaba, podría alertar a Eichmann y provocar su huida. Abraham Czernik tampoco estaba seguro de los pasos a seguir. No se podían equivocar, era la primera vez en que parecían estar sobre la pista de un nazi, “¡ Nada menos que Eichmann!” pensaba Czernik. Decidió enviarle un telegrama a Pinhas esperando instrucciones. Al mes siguiente recibió una larga carta de su hermano, en apariencia intrascendente. Sólo parte del contenido del anteúltimo párrafo parecía aludir al asunto que a él le interesaba: “En el verano las alimañas salen de su escondrijo. Es ese el mejor momento para cazarlas. Ten paciencia”, decía. No era lo que Czernik esperaba. El tiempo, pensaba, siempre juega a favor del que se oculta. A principios de enero de 1958, llegó desde Israel un conocido de Pinhas Czerniak. Abraham Czernik se reunió con él en la confitería La Opera, en la esquina de Callao y Corrientes. El recién llegado dijo llamarse Goran Yael y ser natural de Sofía en Bulgaria. Aunque de familia sefaradí hablaba en idish con un marcado acento ruso. Tendría alrededor de 40 años, alto y desgarbado, pelo revuelto de un rubio canoso y de talante engañosamente cordial, como a los pocos días comprobaron Bilo y Czernik. Goran Yael era un agente de los servicios secretos israelíes. Venía a investigar el paradero de Adolf Eichmann, a quien distintas fuentes situaban en Buenos Aires. Abraham Czernik lo pusó en contacto con Jaime Bilo. Se encontraron en un pequeño bar en la esquina de Defensa e Independencia en el barrio de San Telmo. Yael desestimó lo que Bilo había podido averigüar acerca de la familia del joven Nicolás Eichmann. –La verdad es que no entiendo como Czerniak pudo tomar en serio las incoherencias que usted me cuenta. ¿A quién se le ocurre seguir una pista a partir de los comentarios antisemitas de un

94 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 don nadie? Lamentablemente, según tengo entendido, es algo habitual en este país. Usted se justificará aludiendo a la nacionalidad y al elocuente apellido del joven, pero si se hubiera tomado el mínimo trabajo de contrastar los nombres de los hijos del prófugo hubiera sabría que ninguno de ellos se llama Nicolás. Es absurdo pensar que un jerarca nazi viva con su mujer e hijos en un barrio y una casa como las que describe. Seamos sensatos, usted sabe perfectamente que la idea de que esa persona pueda ser Eichmann es disparatada –el tono despectivo de Yael, más que sus palabras, molestó a Bilo –.¡Pensar que esta es la pista más firme que recibimos sobre el paradero de Eichmann! ¡¡ No lo puedo creer, todo este viaje por una corazonada suya!! –Si desea puedo acompañarlo a La Lucila. Indagar sobre el terreno le permitirá sacar sus propias conclusiones. Si necesitara hablar con algún vecino yo podría hacerle de traductor – le propuso Bilo conteniendo su enojo, con forzada condescendencia y algo de ironía - Es en las afueras de la ciudad, a media hora del centro en coche – explicó. –Le agradezco, pero no hace falta, me arreglaré solo – le contestó con desdén el enviado de Pinhas Czerniak –Usted dedíquese a sus pieles. Goran Yael tenía formada una idea de lo que encontraría cuando conduciendo un coche alquilado pasó frente a la casa de la calle Chacabuco de La Lucila, en donde vivían, como se confirmó un par de años después, Adolf Eichmann, su mujer Verónica Leibl y su cuatro hijos. Se detuvo en la esquina de Chacabuco y Paraná para echar un rápido vistazo al entorno. Lo que vio confirmó su opinión previa y después de recorrer durante poco rato la zona aledaña, regresó a su hotel convencido que era imposible que Eichmann viviera en ese humilde suburbio de clase media baja. Era la mañana del 14 de enero de 1958, poco más de un mes antes de las elecciones que llevarían a la presidencia al Dr. Arturo Frondizi. Esa misma tarde se reunió con Czernik para decirle que no valía la pena perder el tiempo en seguir esa pista. –Yael, no quiero importunarlo, pero pienso que sus conclusiones son apresuradas - Abraham Czernik controló su indignación. - ¿Ha vigilado la casa? ¿Ha visto al sospechoso? ¿Ha averiguado algo sobre los hijos, sobre la mujer? –No ha hecho falta. Abraham, es más que improbable que alguien con el poder y la fortuna que, con razón, se le suponen a Eichmann viva en las condiciones de precariedad de la vivienda que me indicó su amigo Bilo. ¿Usted estuvo allí, conoce el lugar? La casa es un cuchitril pequeño y descuidado y el barrio es mísero. Además, ¿imagina a un jerarca nazi, acostumbrado a dar

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órdenes a millares de hombres, en un cargo subalterno, ganándose la vida como operario? ¿Tomando el autobús a la madrugada para llegar puntualmente a una fábrica? ¡¡¡Adolf Eichmann!!! ¡¡No me haga reir!!! - exclamó Goran Yael – Es olvidar de quien se trata. –¿No pensó que quizás la estrategia de Eichmann sea precisamente ocultarse en una vida gris para pasar desapercibido ante los ojos de gente como usted, a quienes les resulta totalmente inconcebible semejante situación?– a Czernik la soberbia de aquel hombre le molestaba sobremanera –.Los seres humanos somos más complejos de lo que piensa – agregó sin ánimo de discusión. –Czernik, por lo visto, usted no sabe nada de la psicología de estos fantoches asesinos . Piense lo que quiera, pero le aseguro que el tal don Otto no es la persona que buscamos. Fue la última vez que se vieron. Unos días después Goran Yael partió rumbo a Israel. El informe que entregó a sus superiores a su regreso fue categórico. “No hay ningún indicio sólido de que el Sr. Otto Schmidt, domiciliado en la calle Chacabuco 4261 de la localidad de La Lucila en el partido de Olivos (sic) sea la misma persona que Adolf Eichmann”. El documento se extendía en consideraciones acerca de las condiciones cercanas a la pobreza en la que vivía el sospechoso pero no aportaba ningún dato acerca de su verdadera identidad que permitiera descartar completamente la presencia de Eichmann en el lugar. Abraham Czernik se encargó de escribirle a su hermano Pinhas acerca del análisis superficial que había realizado Yael “dejándose llevar por prejuicios, incomprensibles, dadas las circunstancias. Tu amigo se limitó a pasear en coche durante un rato por el barrio. Jamás hizo intento alguno por acercarse a los habitantes de la casa en cuestión, ni con nadie de su entorno, sea directa o indirectamente. Pienso que la importancia del asunto hubiera merecido mayor y mejor atención” Para Jaime Bilo la liviandad con la que el enviado israelí, sin realizar ninguna comprobación, había desechado el valor de las pistas que él había conseguido reunir acerca de la presencia de Eichmann en Buenos Aires, terminó de desanimarlo acerca de la verdadera utilidad de la tarea de búsqueda emprendida. Meses antes había tenido una sensación similar de frustración cuando no encontró el modo de determinar la verdadera identidad de Pedro Olmo ni de un amigo de Olmo supuestamente llamado Federico Wegner o Wegener, revelando los límites de la estrategia que habían ideado Pinhas Czerniuk y su hermano Abraham. “De nada sirve

96 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 esforzarnos en ubicar a posibles criminales de guerra si después no tenemos modo de identificarlos con certeza” se lamentaba después de que fracasaran los intento de demostrar que Pedro Olmo y Federico Wegener, no sólo no se llamaban así, sino que eran criminales de guerra nazi. Tal como había acordado con Czernik, Jaime Bilo se había ocupado en ubicar a los dos “pedro olmo” que aparecían en la guía telefónica. El primero resultó ser un zapatero asturiano llegado a la Argentina al inicio de la Guerra Civil española que tenía un pequeño taller de reparación y fabricación de calzados en la calle Pichincha en el barrio de Parque Patricios. El segundo era un abogado joven nacido en Buenos Aires a finales de la década de 1920. Jaime Bilo no se rindió. A través de Nurit Eldodt, averigüó que el “Pedro Olmo” que buscaban era directivo de Osram, una compañía alemana que, desde 1935, fabricaba lámparas eléctricas en la Argentina. Nadie ignoraba que los cargos de responsabilidad en esa empresa estaban destinados a alemanes. A Bilo que Olmo fuera empleado de esta compañía alemana, cuyos directivos, durante la guerra, eran conocidos por sus nada disimuladas simpatías filonazis, le pareció sugerente. Pedro Olmo trabajaba en la sección compras en las oficinas centrales de Osram en la calle Bernardo de Irigoyen nº 330, a pocas cuadras de la mueblería de Abraham Czernik. Olmo repetía todos los días la misma rutina. Llegaba a la oficina a las 8hs25; almorzaba en un pequeño bar de minutas que estaba en la esquina de Belgrano y Bernardo de Irigoyen, entre las 12h15 y las 13hs. A las 17hs 30 salía de la oficina y entraba directamente en la boca del tren subterráneo. Iba hasta Retiro en donde tomaba el tren hasta la estación de Florida, zona del norte del Gran Buenos Aires en donde vivían un número importante de alemanes, nazis muchos y judíos algunos, en cordial convivencia que a Bilo le resultaba incomprensible. Olmo era alto y robusto, de abundante pelo negro peinado con gomina, piel muy blanca, cejas pobladas, párpados caídos sobre grandes ojos color miel y gesto adusto al que contribuía la forma de su labio inferior que sobresalía al superior. Siempre iba vestido con un traje gris oscuro y corbata bordó sobre camisa blanca, impecablemente planchada. Un mediodía de invierno Bilo esperó a Olmo en el bar en el que este almorzaba. Era temprano, faltaban unos pocos minutos para las doce. Lloviznaba. El lugar estaba todavía casi vacío. Se sentó en una mesa del rincón, justo al lado de la que siempre ocupaba Olmo. Pidió un huevo duro y un vaso de vino con soda.

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–Para ir haciendo tiempo -se justificó innecesariamente ante el mozo –espero a un amigo. Estaba nervioso. Se puso a leer el diario. A las 12hs 15 en punto entró Olmo. Llevaba el traje, la corbata y el peinado de cada día, saludó con el mismo gesto adusto y distante de cada día y se sentó en el mismo lugar de cada día. Debajo del brazo tenía un diario en alemán. El camarero se acercó y le propuso el plato del día –Traigame lo de siempre –contesto sin mirarlo, mientras desplegaba el diario. En ese momento Bilo aprovechó para hablarle. –Disculpe, entiendo que usted viene a comer acá seguido –Olmo lo miró con desconfianza

–¿Qué me recomienda pedir? –le preguntó en alemán

–Pan y un vaso de agua –Bilo forzó una risa a pesar de que Olmo no parecía estar bromeando –, este no es lo que se dice un lugar para paladares refinados –Olmo utilizó esta vez un tono más distendido y humorístico, animado por la risa de su desconocido interlocutor y la impunidad que le daba el uso del alemán ante el resto de clientes.

–Klaus Bauer, para servirle –se presentó Bilo mintiendo con una osadía desconocida en él– desde la semana pasada trabajo aquí cerca, en la empresa de un compatriota importador de maderas. –Mi nombre es Ricardo. Almuerzo aquí todos los días. Es un gusto encontrarse con alguien con quien charlar –dijo Olmo con una sequedad que desmentía sus palabras. En las semanas siguientes Bilo se fue ganando la confianza del alemán de nombre español. Un día, Olmo le preguntó al pasar si era judío. Él simuló un gesto de disgusto con la boca y contestó que no. –¿Y usted Ricardo? –repreguntó malicioso Bilo. –¡¡ Como se le ocurre !! Soy alemán, en verdad ahora soy argentino, me nacionalicé hace unos años. Pero nací en Dresde cerca de la frontera con Polonia. ¡Tuve el honor de luchar en la guerra como soldado del Reich en el Frente Este! –Disculpe, no deseaba molestarlo. Pero como usted sabe, aquí en Buenos Aires hay mucha chusma israelí –dijo Bilo sintiéndose asqueado por sus palabras, buscando la complicidad de Olmo quien todavía no le había dicho como se apellidaba ni la empresa en la que se empleaba. –¡¡Bien dice usted!! ¡Y yo que pensé que usted podría ser uno de ellos! Su apellido invita a la confusión ¿Sabe? A mí me sucede algo parecido, la gente se confunde por mi nombre.

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–No puedo opinar –Bilo hizo una pausa y añadió risueño –será porque no sé todavía como se apellida. ¿Levis quizás o será Levy? –lo provocó. –Bauer no le permito, con eso no se bromea. Mi nombre completo es Pedro Ricardo Olmo. –¿Olmo? No suena muy germano. ¿Usted es español? –Le dije antes, todo el mundo se confunde –sonrió confiado –,mi padre era español, de Salamanca, pero mi madre es alemana. ¿Gusta un cigarrillo negro? –le acercó un atado de “Particulares” sin filtro. –Le agradezco, muy fuertes para mí. Fumaré de los míos –Jaime Bilo encendió un cigarrillo y tras dar una pitada, como al pasar, le preguntó a Olmo por sus padres. –Usted debe saberlo, Dresde fue injustificadamente destruida por la aviación enemiga y, tras la caída del Reich, quedó en el sector del país ocupado por los cerdos comunistas. Yo conseguí huir hacia occidente pero mi madre y mis hermanas quedaron atrapadas allí. No volví a saber nada de ellas desde entonces– sin mostrar ningún rasgo de emoción, hizo una breve pausa para beber un sorbo de café y añadió –En lugar de ocuparnos tanto de los judíos, quizás debimos habernos centrado en los comunistas ¿No cree usted? –preguntó Olmo sonriente –Ellos son el principal enemigo. Durante el resto de esa semana Bilo prefirió no acercarse al bar de la avenida Belgrano. La camaradería que estaba construyendo con Olmo empezaba a tener efectos nocivos sobre su estado de ánimo, incluso había noches en las que, atrapado por la angustia, no podía dormir. Pero al mismo tiempo, sentía que iba por un buen camino. La historia que contaba “Olmo” acerca de su supuesto padre español era poco verósimil. Czernik lo animaba a continuar, estaba convencido que ganándose la confianza de Olmo conseguirían buenos resultados. Nurit Eldodt, en cambio, pensaba que no tenía ningún sentido perder el tiempo en “charlitas de café”, aunque nunca se lo dijo a Bilo. Tras un breve paréntesis de cuatro días, el lunes de la semana siguiente “Klaus Bauer” reapareció en el bar de costumbre. –Klaus, ¡qué sorpresa! Pensé que se había cansado de los exquisitos manjares que nos ofrece don Marcelo –lo saludó Olmo al verlo entrar. –Estuve en Misiones por cuestiones laborales, por eso no me vio por aquí la semana pasada – le explicó Bilo mientras se acomodaba en la mesa que compartían habitualmente.

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–¿Cómo me dijo que se llama el dueño de la empresa en la que trabaja? Quizás conozca a Herr Wegner, un viejo camarada mío que se dedica también al negocio de la madera. –Wegner.... me suena. Le preguntaré a mi jefe – Bilo retuvo el nombre y con el fin de desviar la conversación se armó de valor e hizo un comentario despectivo acerca de “la influencia que los judíos están adquiriendo en los asuntos del país”. –Quedese tranquilo, Klaus, los nuestros están ubicados en cargos y empresas de gran influencia. Me consta. El miércoles de esa misma semana, mientras esperaban que les sirvieran el café, Olmo le preguntó si estaba casado, él, mintiendo, le contestó que sí. –¿Tiene hijos? Yo tengo una hija, Margarita, está terminando el colegio secundario. Mi mujer es estadounidense, se imagina. La conocí poco después de llegar a la Argentina. Un día de estos podría venir a cenar a casa con su esposa. Si le parece, hablo con Liz para que me diga cuando podría ser. Bilo aceptó la propuesta. Era una buena oportunidad para husmear en el entorno inmediato de Olmo. Al día siguiente, concretaron la cena para el sábado de la semana siguiente. Esa misma tarde se acercó al hospital Israelita para hablar con Abraham Czernik. Necesitaba encontrar una mujer que se hiciera pasar por su esposa. Czernik lo recibió en su oficina. –¡Qué sorpresa verlo por aquí! ¿A qué debo la visita?

_Abraham, surgió un imprevisto. El “español” me invitó a cenar a su casa y yo acepté

–Es un avance importante, lo felicito. ¿Cuál es el problema? - preguntó sin entender la inquietud de Bilo –La invitación incluye a mi esposa... –No sabía que usted está casado - se sorprendió Czernik. –Abraham no se haga el bobo, usted sabe perfectamente que no estoy casado. Ni siquiera tengo novia. Tengo que conseguir una de acá al sábado de la semana próxima. Usted me tiene que ayudar. –¿Yo? - Czernik no pudo evitar tomarse la situación en chanza - ¿Me vio cara de casamentera? – Bilo no disimuló su enojo. Czernik, cambiando el tono, añadió –Quizás pueda ir sólo. Podría excusarse diciendo que su mujer sintió un malestar súbito poco antes de salir de casa –Bilo hizo un gesto con la cabeza indicando que no le parecía una buena solución. –Necesito una mujer de carne y hueso que se haga pasar por mi esposa.

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–Nora, Nora Eldodt es la persona adecuada. Pidale que lo acompañe. A Bilo la idea de Czernik lo contrarió. Unos meses antes había tenido un breve romance con Nurit Eldodt quien, sin explicación alguna, había roto la incipiente relación a la mañana siguiente de la única noche que pasaron juntos. –¿No le parece que Nora es demasiado mayor para ser mi esposa? –dijo intentando disimular el resentimiento que aún sentía hacia ella. –No resultaría creíble. Además es más que probable que Olmo la haya visto alguna vez en Hebraica. –¿Tiene una alternativa mejor? Ella es una mujer muy atractiva que no aparenta la edad que tiene – a Czernik se le iluminó la mirada al hablar de Nurit Eldodt. Bilo no lo notó –Además, Olmo, fuera de contexto, no la tiene por que reconocer. Para asegurarnos, bastaría con que se cambié de peinado y tipo de maquillaje. Lo más importante por el momento es que ella acepte acompañarlo. Si prefiere me ocupo de convencerla – se ofreció Czernik, conciente de la opinión de ella acerca del valor de los encuentros de Jaime Bilo con Olmo. Nurit Eldodt, a pesar de sus reticencias, sólo por complacer a Abraham Czernik, aceptó acompañar a Bilo a la cena en casa de Pedro Olmo. El miércoles y jueves anteriores a la fecha prevista se reunieron durante toda la tarde para preparar el encuentro. Era necesario que, en tanto supuesto matrimonio, construyeran la historia de una vida en común. Desde la fecha y lugar en el que se habían conocido hasta las preferencias culinarias de cada uno y otros pequeños detalles de la vida cotidiana que hacen a la convivencia. Para evitar que Olmo pudiera reconocerla decidieron que ella se cortaría y oscurecería el pelo. El jueves él la invitó a cenar al restaurante del Centro Vasco Francés. Mientras brindaron por el éxito de la operación, ella le propuso que pasaran la noche juntos. –Así podremos transmitir una mayor sensación de intimidad entre nosotros –explicó Nurit. Bilo no aceptó. –Una lástima – dijo ella.

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15 Cena en casa de Pedro Olmo

El sábado 7 de septiembre de 1957, a las 19hs30, Jaime Bilo, conduciendo un coche prestado, pasó a buscar a Nurit Eldodt. Ella estaba deslumbrante en su rol de Mariana, la mujer de Klaus Bauer. El color oscuro del pelo acentuaba el brillo del verde de sus ojos. Debajo del sacón de astrakan que él le había proporcionado para la ocasión, llevaba puesto un vestido entallado de satén verde botella. El vestido era de mangas largas y escote recto que dejaba libre el espacio justo para que se luciera el collar de perlas cultivadas que, en secreto, le había regalado Abraham Czernik para el cumpleaños. A la 20hs15, con absoluta puntualidad, llegaron a la casa de Pedro Olmo, en la calle Haedo 2356, entre Ayacucho y Juan B. Justo de la localidad de Florida. La casa estaba en una zona residencial de calles arboladas a pocas cuadras de la estación de ferrocarril. Era una casa grande de techo de dos aguas con tejas coloniales y paredes de ladrillo a la vista. Entre la puerta y la acera había un pequeño jardín anterior en el que destacaba un cantero con rosales. Les abrió la puerta una mujer menuda, de aspecto afable, de piel muy lisa y ojos de un celeste casi transparente. Por detrás de ella, apareció Olmo. Tras los saludos y presentaciones de rigor, la señora de Olmo los invitó a pasar al salón. La decoración era típicamente centroeuropea con predominancia de muebles de madera de cedro de formas redondeadas sin ornamentos. El sofá, de estilo alemán, estaba tapizado en raso a rayas marfil y verde esmeralda. A juego con el vestido y los ojos de Nurit, pensó Bilo, quien se mantenía callado, intentando ocultar su ansiedad. En la estantería, además de los habituales volúmenes de libros cuidadosamente encuadernados, había un gran número de fotografías enmarcadas que Bilo comenzó a mirar mientras Nurit entretenía a Olmo, quien se mostraba turbado por la belleza de ella. A Bilo le resultó llamativo que entre las fotos no hubiera ninguna vinculada a Alemania. Era como si la vida de los dueños de casa hubiese comenzado el día en que llegaron a la Argentina. En ese momento sonó el timbre de la puerta de calle. Olmo se levantó del sillón y mientras se dirigía a abrir anunció que se trataba de un camarada al que también había invitado a cenar.

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–Pensé que le gustaría conocerlo, trabaja en lo mismo que usted, le hablé de él ¿Recuerda? –Frederic Wegner, encantado. Es un gusto conocerlo, Richard me contó que usted trabaja en el rubro maderero. Somos colegas, yo me dedicó a la importación y exportación de madera y además tengo una pequeña fábrica de muebles. Bilo, incómodo, sonrió . Wegner era corpulento, de estatura media, de alrededor de 50 años, calvo y de ojos castaños. Su bigote, poblado y entrecano, le daba un aspecto, casi caricaturesco, de inmigrante italiano. La mujer era unos diez años menor que él, rubia, esbelta y de ojos celestes redondos y mirada huidiza y desconfiada que su sonrisa, casi permanente, no conseguía compensar. Wegner, tras el saludo pareció desinterarse de Bilo y acompañó a Olmo a la cocina. La dueña de casa instó a los recién llegados a acomodarse en el salón “como si estuvieran en su casa” dijo con aparente sinceridad utilizando la convencional frase hecha. A los pocos minutos Nurit charlaba animadamente con la Sra. de Wegner. Bilo, cauto, se mantenía apartado. Olmo entretanto apoyaba sobre la mesa de centro una gran bandeja con un surtido de quesos, fiambres y patés. Detrás suyo, Wegner traía un carrito con bebidas, vasos y copas. –¿Qué les puedo ofrecer para beber? –preguntó el dueño de casa –¿Cerveza? ¿Agua? ¿Un whisky quizás? –¿Podría ser una copa de vino blanco? –preguntó Nurit Eldodt con absoluta naturalidad en un perfecto alemán. –Lo que usted desee estimada Mariana –contestó Olmo solicito –Liz querida, no hace falta que te levantes, ya voy yo –le dijo a su mujer. –Mariana, sabe, su cara me resulta conocida. ¿Nos vimos alguna vez antes? –preguntó Olmo mientras descorchaba una botella de vino blanco. Nurit, en un tono sugestivo de voz, contestó con un cortés y ambiguo “tal vez”. El dueño de casa y su amigo centraban su atención en Nurit Eldodt sin que pareciera importarles la presencia de sus mujeres ni la de Jaime Bilo. Aunque aquellos hombres no la atraían, ella se sentía complacida. Por unos minutos, olvidó el motivo de su presencia en aquella casa. Hasta que Wegner, le preguntó casi al pasar y sin aparente verdadero interés, si era polaca. –Debe decirlo por mi acento al hablar. No es la primera vez que me lo remarcan. Pero no, no soy polaca. Nací en Danzig, la ciudad mitad alemana y mitad polaca. Más tarde, antes de la guerra,

103 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com pasé unos años en Vilma –contestó ella impertérrita, antes de beber un sorbo de vino – Excelente vino –comentó. –Danzig es Alemania –afirmó la mujer de Wegner –ha sido usurpada, pero es nuestra, siempre lo ha sido –añadió con firmeza pero sin perder la sonrisa que llevaba puesta para la velada . –¡Danzig, Danzig! ¿ Qué importancia puede tener ya? Ahora es Polonia, no lo podemos cambiar. Edith querida, no vale la pena seguir peleando por eso... –comentó con desdén Wegner –. Durante la guerra estuve destinado en el Báltico. Conozco bien Vilma, una hermosa ciudad y gente maravillosa, tan diferentes a los polacos ¿No le parece? –dijo dirigiéndose a Nurit Eldodt – El lomo ahumado está exquisito, se lo recomiendo. –Muchas gracias, no como carne, soy vegetariana –se excusó ella. Wegner hizo un gesto que pareció de fastidio. Bilo estaba inquieto por el giro que por momentos tomaba la conversación – Su señora, me contó que usted y ella se conocieron aquí, en la Argentina – comentó Nurit Eldodt cambiando intencionadamente de tema –Sí, sí, Edith y yo nos casamos hace menos de tres años –confirmó Wegner –Pero nos conocemos de antes. Richard y Liz también se casaron en la Argentina. –El jamón crudo también está muy rico – comentó Bilo sin que nadie, aparentemente, reparara en él. –Esta es una tierra generosa. Aquí hemos podido encontrar la felicidad.¡Brindemos por la Argentina! –propuso Olmo alzando su jarra de cerveza. Los demás lo siguieron. Inmediatamente después del brindis la dueña de casa los hizo pasar a la mesa. El olor que llegada de la cocina era exquisito. –¡ Nadie prepara el gulasch como mi Liz ! –afirmó Olmo, mientras se acomodaban en la mesa. Edith, la mujer de Wegner, disintió con un gesto casi imperceptible. Jaime Bilo preguntó por la hija de los dueños de casa. –Margarita cenó temprano en su habitación– contestó sin dar más explicaciones la mujer de Olmo mientras apoyaba la fuente de gulasch sobre la mesa. –¿Klaus, con quién me dijo que trabajaba? –preguntó Wegner en un tono de forzado desinterés. Bilo, con la mirada buscó auxilio en Nurit, quien en ese momento le preguntaba a Edith Wegner si le gustaba vivir en Buenos Aires. –Si viviera en un barrio tranquilo como este….–hizo una breve pausa – y con otro hombre, quizás –le confió – Buenos Aires me parece una ciudad sucia, ruidosa, todo está tan

104 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 desordenado. ¿Puedo tutearte? –Nurit asintió con la cabeza –¿No te parece que los argentinos gritan mucho? –El negocio de la madera es una bolsa de gatos. Muchos fabricantes de muebles son israelitas. Es gente sin palabra, con sus tretas para sacar ventaja ensucian el mercado. Hay que ir con cuidado. Quizás su jefe no sea realmente alemán como dice. Piense que en la Argentina muchos judíos se hacen pasar por alemanes o por checos, incluso los hay que prefieren que los confundan con polacos. Yo los conozco a todos. Klaus, digame el nombre de la empresa así se asegura –la insistencia de Wegner perturbó a Jaime Bilo que se sentía atrapado. –¿Para qué hablar de trabajo un sábado? Disfrutemos este maravilloso gulasch –propuso el peletero. –¿Klaus, no será que está avergonzado de trabajar para un judío? –intervinó Olmo metiendo cizaña. –No entiendo porque siempre terminamos hablando de los judíos. Me parece que les damos demasiada importancia –observó Edith Wegner. –En la guerra murieron millones de alemanes y personas de otras nacionalidades –observó Liz Olmo –no sólo hebreos, como el lobby judío americano quiere hacer creer al resto del mundo. –El caso de los judíos es diferente al del resto de las víctimas de la guerra – observó muy seria Nurit Eldodt, mientras tomaba un poco de pan. –¿Porqué? Se los trató como lo que eran, enemigos del Reich –afirmó Olmo, molesto por la afirmación de Nurit – ¿Usted que piensa Klaus? ¿Está de acuerdo con su esposa? –Tiene razón usted, Ricardo, toda la razón, aunque quizás debimos concentrarnos más en los comunistas, como me sugirió usted el otro día –contestó sin convicción Bilo. – Desde un punta de vista económico el tratamiento de la cuestión judía fue totalmente irracional– opinó Wegner –Las empresas para las que trabajaban debían haberse hecho cargo de pagar la manutención de sus judíos en los campos de trabajo. ¿Qué sentido tenía que el Reich en plena guerra dilapidará recursos en esa chusma? – ¿Llama campos de trabajo a los campos de concentración? –preguntó Nurit, conteniendo su furia. Edith Wegner la tomó del brazo y le susurró algo al oido intentando calmarla. –¿Que interés podían tener las empresas en mantener judíos en sus fábricas? Son parásitos. Usted lo puede ver aquí, en la Argentina. Los judíos se llenan los bolsillos medrando del trabajo del resto de la población. ¿Alguno de ustedes conoce a un judío pobre? Negocio que prospera,

105 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com allí encontramos a uno de ellos metido. ¡Era imprescindible expulsar a los judíos del reich! –El odio que expresaba Olmo impresionó fuertemente a Nurit Eldodt quien no podía evitar recordar todas las veces que lo había visto en Hebraica alternando amigablemente con personas de la colectividad. –Pero no los expulsaron, los mataron, mataron a ancianos, a niños, a mujeres.... por el sólo hecho de haber nacido judíos –atinó a decir Nurit. –Los judíos fueron expulsados del reich, el problema fue que ningún país los quiso recibir. Eso algo quiere decir ¿No cree usted? Es verdad que durante la guerra murieron muchos hebreos como también murieron muchos compatriotas y personas de otras nacionalidades, tal como remarcaba hace un momento Edith. No creerá usted la patraña de los seis millones de muertos que los judíos se empeñan en repetir –preguntó Olmo mientras se servía un segundo plato de gulasch. –Mariana querida, noté que recién se refirió a Alemania en tercera pers.. –Nurit Eldodt interrumpió a Wegner antes de que terminara la frase. –Por supuesto, yo no tengo nada que con el horror de la guerra, el número real de personas asesinadas me es indiferente, una sola ya es demasiado. Ser alemán no es ser nazi. Los nazis deshonraron al país de Kant, de Hegel, de Beethoven, de Wagner ¡Al que en el colmo de la desfachatez utilizaron como fanfarria de la barbarie! –Querida, no será usted comunista –dijo con suavidad Liz, la señora de Olmo. Bilo estaba desconcertado. No entendía lo que pretendía Nurit. “No fue buena idea que me acompañara. Se lo advertí a Abraham” se lamentaba. –No, no soy comunista pero menos aún nazi. ¿Usted lo es? ¿Quién puede apoyar hoy un régimen que, entre otras salvajadas, utilizaba a seres humanos como cobayas para experimentos pseudocientíficos? –Mariana no debe generalizar. Lo que hayan hecho seres abyectos como Mengele, ese médicucho del que tanto se habla en la actualidad, no significa nada. Los judíos están sacando mucho provecho de quienes se han excedido en su crueldad en el cumplimiento de su deber como alemanes. Como bien dice usted, Mariana, los excesos contra los judíos durante la guerra deshonran a sus ejecutores, pero no a Alemania, no al reich – Wegner se sirvió cerveza. Su mujer lo miró algo sorprendida. Bilo se sintió algo más tranquilo e intentó decir algo, pero Olmo se le adelantó.

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–Es tiempo de olvidar, la guerra ha finalizado hace muchos años. Nosotros, como tantos otros, hemos rehecho nuestras vidas en esta tierra. Aquello ha quedado definitivamente atrás. Sólo los judíos, con ánimo de venganza, siguen persiguiendo a quiénes llaman “criminales de guerra”. ¿A qué se refieren? En las guerras, en todas las guerras, hay víctimas civiles. La mayoría de los alemanes hicimos lo que debíamos hacer. Todos, nos guste o no, tuvimos algo que ver con lo sucedido, todos. No importa en donde estuvimos durante la guerra, lo que hayamos hecho.... Lo malo es que fuimos derrotados, –Yo, les aseguro, no tuve ni tengo nada que ver con todo aquello. Me identifico con lo que dijo Mariana. Soy alemana, estoy orgullosa de serlo, pero eso no significa que alguna vez haya sido nazi y aunque los judíos no me gustan, me parece espantoso los métodos que usó el nacionlasocialismo contra ellos –intervinó Edith Wegner mirando con complicidad a Nurit Eldodt, como si buscara su aprobación. –En eso coincido con mi mujer. Nos equivocamos, no era necesaria tanta violencia. El problema judío existía, continua existiendo, nadie lo puede negar –intervino Frederic Wegner –La solución, a mi juicio, es sencilla. Como señaló en su momento el poeta estadounidense Ezra Pound, bastaría con mantener a los hebreos al margen de la educación, de la banca y del gobierno, de tal modo perderían todo poder y se irían extinguiendo poco a poco, hasta desaparecer –al terminar su frase miró a Nurit Eldodt y sonrió satisfecho. –Fred, no conocía tu lado romántico –se rió Olmo –Perdimos la guerra, pero eso no debe hacernos renegar de nuestros valores e ideales. Los muertos, bien muertos están. No hay nada de que arrepentirse. Si hubo que matar, matamos, estábamos en guerra. ¿Usted que piensa Klaus? Estuvo muy callado durante toda la cena. Bilo escuchaba asustado deseando salir de esa casa. Nurit, en cambio, charlaba animadamente con Edith Wegner. –Sabe Mariana, mi marido y yo conocemos al doctor Mengele, es un hombre encantador. Hemos compartido algunos asados en casa de un amigo de Fred, el general Villegas – Frederic Wegner no pareció incomodarse por la infidencia de su mujer. Nurit Eldodt suspiró satisfecha. Estaba algo más cerca de su meta. Bilo hizo un gesto de incredulidad.

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–Es verdad, lo que cuenta Edith. De hecho conocí a Mengele antes de que coincidiéramos con él en casa del general. En una época, Mengele tenía una fábrica de juguetes de madera. Se imagina.., el pretendido gran científico fabricando juguetes para niños. Fue cliente mío. No le fue bien y cerró. Por ese entonces, se hacía llamar Helmut Gregor pero yo siempre supe quien era en realidad, él nunca lo ocultó. Poco después empezó a utilizar su verdadero nombre. No tenía motivos para ocultar su identidad, nadie lo perseguía. Siempre fue un pobre tipo, un hijo de papá con delirios de grandeza. No entiendo porque mi mujer dice que se trata de una persona encantadora. Hace más de un año que no lo veo, me contaron que se instaló en algún lugar del interior del país. Edith Wegner, a escondidas, hizo un gesto de negación con el dedo índice de su mano izquierda. En un primer momento, Nurit Eldodt no comprendió su significado. Después le pareció entender que la mujer intentaba decirle que Wegner mentía. Bilo aprovechó el momento en que la dueña de casa servía el postre, una deliciosa torta casera de chocolate amargo con nueces, para levantarse e ir al toilete que se encontraba a a la derecha de la escalera que conducía a la planta superior. En la pared de la escalera había colgadas numerosas acuarelas de pequeño formato. Se aseguró de que nadie lo veía antes de subir unos peldaños para fisgonear. En la parte superior de la escalera, entre las pinturas destacaba un cuadro de marco dorado y fondo de terciopelo rojo sobre el que brillaba una condecoración militar nazi. Al verla sintió escalofríos. No cabían dudas, Olmo no sólo simpatizaba con el nazismo. Bajó la escalera alterado. Nadie pareció notarlo, salvo la dueña de casa que le preguntó si se sentía mal. Nurit concentraba la atención de los demás comensales. Durante el resto de la velada la conversación discurrió entre halagos a las cualidades culinarias de la anfitriona, recomendaciones de restaurantes, comentarios acerca de las noticias políticas de la semana y chistes que distendieron el ambiente que se había creado previamente. Antes de despedirse, las tres mujeres acordaron hablar por teléfono para arreglar los detalles de un posible próximo encuentro . Al entrar al coche, Jaime Bilo, apesadumbrado, apoyó la cabeza contra el volante durante unos segundos. Nurit Eldodt se veía contenta. Durante el trayecto de regreso no hablaron. Se despidieron con un beso en la mejilla. Esa noche, por diferentes motivos, ninguno de los dos pudo dormir.

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16 Deseo y cautela El lunes siguiente a la cena en casa de Pedro Olmo, Jaime Bilo y Nurit Eldodt se reunieron con Abraham Czernik en el café Palacio, un pequeño bar de Chacarita, en la esquina de Federico Lacroze y Fraga. Acordaron el encuentro para las cinco de la tarde. Abraham Czernik llegó un poco antes de la hora fijada. Se acomodó en una mesa apartada de las ventanas y de la puerta del local y pidió un té con leche. Mientras esperaba que le sirvieran encendió un cigarrillo. Nurit Eldodt llegó puntualmente, él, con pudor, la recibió con afectada cordialidad en la que pretendía ocultar la alegría, la exaltación que le provocaba verla. Ella estaba contenta de verlo, al menos eso le pareció a él. Czernik contuvo sus ganas de tomarle las manos mientras Nurit Eldodt le contaba de sus planes de irse a vivir a Israel. “Ahora lo veo posible” afirmó. Él la miró con curiosidad, era la primera vez que ella le hablaba de lo que deseaba para el futuro. Le hizo la observación. Ella sonrió. Fue en ese mismo momento que Bilo entró agitado en el bar, disculpándose por el retraso. Saludó con un apretón de manos a Czernik, quien se puso de pie al verlo. Nurit se quedó sentada y lo saludó lacónicamente. Durante la media hora siguiente Bilo, cargado de ansiedad, relató sus impresiones durante lo que calificó como “una cena en casa de los monstruos”. Revivió, estremeciéndose, los dichos acerca de los judíos de Olmo y de su amigo Wegner “en sentido escricto, cabría decir cómplice” aclaró, y sobre todo se detuvo al recordar la mezcla de repugnancia, miedo y satisfacción que sintió al ver la la cruz de hierro y la esvástica, terrible signo de horror y muerte, en la condecoración militar que colgaba enmarcada en la escalera del domicilio de Olmo.

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–No tengo ninguna duda que ese ordenado y disciplinado empleado alemán de inverosímil apellido español es en realidad un criminal de guerra nazi. Lo mismo pienso de un tal Frederic Wegner que cenó con nosotros el sábado. Czernik, quizás usted lo conozca, dice ser importador de maderas. –Conozco a un tal Federico Wegener al que alguna vez le compré madera de lapacho de Paraguay. Es probable que sea la misma persona, el nombre coincide y el apellido es muy similar, pero no es seguro. Por lo que recuerdo Wegener me dijo que era holandés, o quizás es lo que yo entendí –contestó con cautela Czernik, aún fresco el recuerdo del bochorno que sintió cuando Albert Lander, el comerciante textil en el cual había concentrado su atención un par de meses antes, enterado de las sospechas de él, lo fue a ver al hospital y le mostró su pasaporte alemán con sello de entrada en la Argentina el 20 de octubre de 1933. –Huí de Alemania inmediatamente después de la llegada del partido nacionalsocialista al poder, alarmado por el odio contra los judíos de Hitler y sus seguidores –le aclaró –Czernik, espero que esto sea suficiente. Por mi parte, olvidaré este triste episodio – le dijo al despedirse sin atender las disculpas de él. Lander falleció de un ataque al corazón dos años después de la referida reunión, sin haber hablado con nadie de este incidente. Mientras Czernik se perdía en sus remordimientos, Nurit Eldodt opinaba acerca de Frederic Wegner. –Es el típico alemán prepotente, seguro de sí mismo sólo en apariencia, pero me cuesta imaginar que sea un criminal de guerra. Es posible que en la guerra, alguna vez, haya matado civiles sólo por el placer de matar. ¡He visto a tantos soldados disparar porque sí! De ahí a que sea responsable de asesinatos masivos... es posible, es verdad. Aunque... – Nurit Eldodt hizo una breve pausa que Bilo aprovechó para intentar hablar. Apenas alcanzó a decir un par de palabras. La mujer lo interrumpió. En ese momento, Czernik retomó la atención en la conversación. –Jaim, he escuchado todo lo que quisiste decir sin interrumpirte. Permite ahora que yo le dé a Abi mis impresiones acerca de la cena del sábado – le pidió Nurit con dureza –Abi, Wegner no parece un asesino, en cambio coincido con Jaim en su opinión acerca de Olmo. Es un ser repulsivo y su mujer también, su afectado papel de cuidadosa ama de casa no engaña a nadie. De todos modos no tiene sentido detenernos en ninguno ellos– la mujer se calló durante un instante y miró a los ojos a Abraham Czernik –Estamos cerca de conseguirlo, Abi, ¡¡Mengele!!! ¡A Jaim se le pasó por alto contarle que estas personas frecuentan a Mengele! ¿Se da cuenta de lo significa, de lo significa para mí? Edith, la mujer de Wegner nos ayudará a encontrar a

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Mengele, estoy segura, lo leí en sus ojos. Esta misma tarde antes de venir para aquí, hablé con ella por teléfono, quedamos en almorzar juntas el miércoles. No pueden imaginar lo contenta que estoy –Abraham Czernik hizo una leve mueca de desagrado que ella percibió. –¿Qué quiere decir ese gesto, Abi? ¿Acaso no estamos persiguiendo nazis? –¡¡¡ Estás completamente loca!!! - exclamó Bilo, más asustado que enojado – ¿Cómo se te ocurre juntarte con esa mujer? ¿Olvidas quién es? Nos pones en peligro a todos. –Nora, Jaim tiene razón. A mí tampoco me parece prudente que te reúnas con esa mujer con tanta precipitación. –¿Acaso Jaim no estuvo juntándose durante meses con el tal Olmo todos los mediodías? ¿Ir a cenar a la casa de ese cerdo nazi haciéndome pasar por la mujer del pusilánime este no era correr riesgos? Lo tendría que haber visto el sábado a la noche, asintiendo en silencio todas barbaridades que decía la basura de su amigo Olmo, asustado como un gatito recién nacido solo en medio de la calle. –Abi, yo le advertí que no era buena idea meter en esto a esta mujer. ¡Está desequilibrada! – afirmó Bilo acompañando sus palabras con una risa nerviosa. –Jaim, podés pensar lo que quieras, a nadie le importa, mucho menos a mí. Si me presté a acompañarte a esa farsa de cena fue para intentar encontrar pistas que me permitan llegar a Mengele, no para confirmar que el dueño de casa y sus amigos son nazis, eso lo sabíamos de antes. Voy a encontrarme con Edith Wegner, me es igual lo que opinen, no necesito permiso de ustedes, hace muchos siglos que deje de ser una niña. No voy a perder esta oportunidad, hace más de diez años que vivo sólo para vengarme de ese monstruo. Cuando termine con todo esto, podré, al fin, irme a vivir tranquila a Jerusalem. Ustedes no lo pueden entender –Abraham Czernik, buscando calmarla, apoyó cariñosamente su mano derecha sobre el hombro izquierda de ella quien con un gesto brusco inmediatamente se apartó y se puso de pie. –Disculpe Abi, le repito: hace mucho tiempo que dejé de ser una niña, siempre le estaré agradecida pero ahora prefiero irme, nos volveremos a ver algún día. Abraham Czernik contuvo sus ganas de seguirla mientras Jaime Bilo repetía que era mejor que se fuera, que la escasa capacidad de control que tenía ella ante situaciones de tensión la hacían poco confiable para actividades que requerían discreción. Czernik, sin escucharlo, asintió. Para él lo importante en ese momento era evitar que la impulsividad de Nurit Eldodt la llevase a cometer alguna imprudencia que pudiera ponerla en peligro. Jaime Bilo, en cambio estaba

111 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com inquieto por las consecuencias funestas que podría tener para él que Olmo se enterara a través de Wegner del desmedido interés por Mengele de la mujer que él había presentado como su esposa. Ambos coincidían en la necesidad de evitar el encuentro entre las dos mujeres. No lo consiguieron. Acerca del primer encuentro a solas entre Nurit Eldodt y Edith Wegner se conoce poco. Sabemos que a propuesta de Edith Wegner, el miércoles 11 de septiembre de 1957 almorzaron juntas en el restaurante Munich de la Recoleta. El camarero que las atendió, un asturiano que había llegado a la Argentina al finalizar la Guerra Civil española, recordaba hace pocos años que se sentaron en un box, una al lado de la otra y que le llamó la atención el modo en que se miraban y las caricias que se hacían, “como si fueran una pareja de novios, incluso en un momento una de ellas besó efusivamente a la otra en la mejilla” precisa “ yo nunca había visto lesbianas, por esto me acuerdo de ellas a pesar de los años que pasaron. Ahora es más normal cruzarse con mujeres tomadas de la mano y besándose. En ese entonces en Buenos Aires no se veía a nadie mostrándose con tanto descaro en público”. Durante el resto de aquel año, Abraham Czernik no volvió a tener noticias de Nurit Eldodt. A mediados de marzo de 1958, ella lo llamó por teléfono al hospital y le dijo que necesitaba verlo. Era un miércoles. Esther Sapire todavía no había regresado de Mar del Plata, en donde solía pasar toda la temporada de verano. Quedaron en verse esa misma noche, a las 8 y media en el bar Británico, frente al Parque Lezama. Abraham Czernik la vió más hermosa que nunca. Tenía el pelo recogido en un rodete, vestía una falda de vuelo amplio de cuadrillé blanco y verde botella y una blusa blanca de manga corta de batista de algodón y calzaba sandalias verdes de medio taco. Al verlo, ella lo abrazó largamente. –¡Abi, qué suerte que pudo venir! Tengo tanto que contarle –El sintió todo lo que la había extrañado durante esos meses, pero no se animó a decírselo. –Ojalá sean cosas buenas –murmuró él. Estuvieron en el Británico apenas quince minutos en los que intercambiaron los habituales lugares comunes entre dos personas que hace tiempo que no hablan. Después Nurit Eldot sugirió que fueran a casa de ella. –Podremos hablar más tranquilos, no es lejos de acá –Czernik hizo un gesto de extrañeza, – Pensaba que vivía cerca de Flores. –Me tuve que mudar el mes pasado. Es parte de lo que necesito contarle –aclaró la mujer.

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Aunque pensó que era una imprudencia, Czernik aceptó la invitación. Caminaron en silencio hasta la casa de ella, un amplio departamento mal conservado, en el primer piso de un edificio de principios del siglo XX, en la esquina de Defensa y Estados Unidos, en pleno barrio de San Telmo, lejos por entonces de ser la zona turística en la que se convertiría con los años. Mientras abría la puerta de calle, ella se excusó por el estado del lugar amparándose en el poco tiempo que llevaba viviendo allí. Al entrar, encendió las luces y lo invitó a pasar al salón. Había un único sofá tapizado de terciopelo verde, una mesa de centro de modesta calidad sobre la que había un cenicero y dos copas con restos de vino tinto que incomodaron a Czernik, una lámpara de pie y el mueble de una vieja radio de madera de nogal sobre la que apoyaba un centauro de metal macizo de más de medio metro de altura. Las paredes estaban completamente desnudas y en las ventanas no había cortinas, lo cual hizo que Abraham Czernik pensara en Risio, el marido de su hija Yuyi que se dedicaba a la fabricación de telas para cortinas. La dueña de casa le sirvió un té con leche, pan negro cortado en rodajas y queso blanco. –Lo compré especialmente para usted, recuerdo que alguna vez me comentó que es lo que suele cenar... yo rara vez como en casa –le dijo mientras se sentaba al lado de él llevando una copa de vino blanco en la mano. Abraham Czernik, le agradeció mientras pensaba lo poco que conocía acerca de la vida de aquella mujer.

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17 Fragmentos de una carta de Abrahan Czernik a su hermano Pinhas

A finales de 2009 murió Yuyi Czernik, hija de Abraham y Esther. En el cajón de su escritorio, entre otros papeles, apareció el borrador de una larga carta manuscrita de Abraham Czernik a su hermano Pinhas, cuya existencia nadie conocía. La carta, sin fechar, está escrita en idish y fue traducida al castellano a comienzos de 2010. Por su contenido cabe pensar que fue escrita en 1960, poco antes de la captura de Adolf Eichmann en un barrio humilde de la localidad de San Fernando el 11 de mayo de aquel año. Lo que sigue son fragmentos destacados de esa carta. “Durante los últimos años he dedicado mucho de mi tiempo en la noble labor a la que me comprometí contigo por la memoria de nuestra madre y hermanas y por la dignidad de nuestro pueblo. Desde un principio supe que no se trataría de una empresa sencilla. En muchas ocasiones sentí que el esfuerzo mío y el de mis colaboradores era en vano, otras, aún peor, que nuestra labor era indigna, vergonzosa. Sin referencias, hemos sospechado de muchas personas de bien a partir de indicios nimios, incluso hemos dudado de paisanos. Cualquier europeo llegado a la Argentina durante el gobierno del presidente cuyo nombre no nos está permitido ni mencionar, podía ser objeto de sospecha. Nos hemos confundido numerosas veces, recuerdo el caso de un mayorista textil, miembro activo de la colectividad, hombre orgulloso y con fama de autoritario que enterado de mis recelos hacía él, me enfrentó con dureza. Pero también hemos identificado a varios nazis, ocultos bajo la identidad de respetables ciudadanos. El más relevante y también el más frustrante de todos ellos es el caso de Adolf Eichmann que la necedad de la persona que en su momento enviaste, terminó significando la perdida del más comprometido de mis colaboradores. De hecho, J.B., ofuscado por el desprecio de G.Y., quisó demostrar que no estaba errado y, haciéndose pasar por empleado de la compañía de electricidad, con imprudencia fue a tocar el timbre de la casa del sospechado. ¿Y sabes qué? El mismísimo Eichmann le abrió la puerta, y al verlo J.B controló las ganas que sintió de golpear al asesino, responsable de haber enviado a la muerte a millones de judíos. De allí, vino directamente a verme a la mueblería y me pidió que no te contará nada de esto a ti. Fue el 28 de febrero de 1958, la misma semana de las elecciones presidenciales en la Argentina, por esto me acuerdo

114 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 con precisión de la fecha. “Nos tenemos que ocupar nosotros” me pidió y yo en un primer momento no comprendí a que se refería. Entonces me contó su plan para atrapar a Eichmann. “Viste muchas películas de espionaje” le contesté riendo. Y él se enojó y me dijo que no me necesitaba para nada, que él solo se bastaría, que lo único que necesitaba era conseguir una pistola e ir a buscarlo en su casa. “Si se resiste, le doy un balazo ahí mismo, adelante de su familia”. Meses después lo intentó, pero para entonces Eichmann ya no estaba en La Lucila. A partir de ese día abandonó la búsqueda de nazis. Así es como perdimos al más valioso colaborador que tuvimos en todos estos años. Desde entonces apenas me volví a cruzar con él un par de veces en la calle. Te lo dije en su momento, la superficialidad, la torpeza con que actuó Y.G. es injustificable. No sé si volverá a presentar una ocasión como aquella. La bestia se sabe acechada y se esconde. Llegó un momento que en Buenos Aires toda la colectividad parecía conocer su paradero. Con seguridad, hoy está a buen resguardo. Como te contaba antes, tuvimos avances significativos con otros posibles criminales nazis. Especialmente interesantes son los casos de Pedro Olmo y de Friederich Wegner, los nombres supuestos con los que se ocultan dos de estos asesinos. El primero de ellos trabaja en Orbis, una empresa de calefactores a gas, propiedad de Roberto Mertig, un conocido miembro del nazismo local, en la que recalaron centenares de alemanes después de la guerra. Al segundo lo conozco personalmente, tiene una empresa del mismo ramo que yo y en alguna ocasión, en el pasado, hicimos negocios juntos. Tengo la certeza de que, efectivamente, se trata de dos criminales de guerra pero me resulta imposible determinar quienes son. J.B, en su momento, estuvo meses detrás de esa pista y lo único que pudo averiguar es que ambos ingresaron en el país bajo una identidad falsa. ¡ Imagina que el primero entró haciéndose pasar por sacerdote católico español! Después de estos repetidos fracasos y del alejamiento de J.B, las pocas personas que continúan con nosotros están totalmente desanimadas. Quizás si tuviéramos fotos u otros datos de las bestias que perseguimos que nos ayuden a identificarlos, conseguiríamos recobrar el entusiasmo. Así, sin información y desprovistos de cualquier forma de apoyo, es imposible continuar. Al desaliento, lo reconozco, se le añade el temor. La muerte de N., una sobreviviente de Auschwitz que colaboró con nosotros hasta septiembre de 1957, en muy extrañas circunstancias a finales de febrero de este año nos hizo tomar conciencia conciencia del riesgo que corremos.

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La historia de N., es conmovedora. Durante la guerra sufrió en carne propia los experimentos del carnicero Mengele en Auschwitz. Su único objeto en la vida era vengarse de su torturador. Lo comprendí tarde. El final de su historia comenzó la noche en que conoció a Edith Wegner, la mujer de Friederich Wegner uno de los dos presuntos criminales nazis que te mencioné antes. Las circunstancias de este encuentro no tienen ya demasiada importancia. Fue en septiembre de 1957, en una cena en casa de Pedro Olmo a la que N., sirviendo a nuestra causa, asistió acompañando a J.B. Durante la comida, el dueño de casa y su amigo hablaron con desprecio de Mengele, despertando la curiosidad de N, sobre todo cuando Fréderic Wegner y su mujer contaron que habían coincidido con él en Buenos Aires en algunos eventos sociales en casa de un general argentino simpatizante del nazismo. N. entendió que era importante seguir esta pista, y sin ninguna cautela y en contra de mi opinión y la de JB decidió encontrarse a almorzar con Edith Wegner, convencida que la ayudaría a localizar a Mengele. Durante los meses que siguieron no volví a saber nada de ella. Hacia el final del verano siguiente, me citó en un bar en un barrio algo alejado del centro de la ciudad. Parecía asustada. Al verme me abrazó y me besó en la mejilla. A los pocos minutos me pidió que la acompañara a la que dijo que era su casa. Quedaba a pocas manzanas de donde estábamos. Durante el trayecto me tomó del brazo, me sentí complacido. Era una hermosa mujer. No te voy a engañar, me sentía atraído por ella. Meses antes habíamos tenido algún inocente escarceo amoroso que me había permitido fantasear un amorío con ella al que en su momento preferí resistirme. La pintura de las paredes del departamento al que me llevó estaba descascarada, los pocos muebles eran viejos y de poco gusto, había copas sucias sobre la mesa y restos de cigarrillos en el cenicero y los vidrios de las ventanas sin cortina estaban sucios. Me costó imaginar que esa era realmente su casa. Además de hermosa, N. era una mujer refinada y de aspecto cuidado. Ese lugar no encajaba con ella. Me hizo sentar en el sofá y me ofreció una taza de té que rechacé. Ella se sentó a mi lado. Afortunadamente contuve mi deseo de besarla. Su mirada glacial me desmoronó. Me pidió que la escuchara sin hacerle preguntas. “Lo que quiero contarle es muy importante para mí y también para la causa judía, nuestra causa” subrayó estas últimas palabras. Inició su relato haciendo referencia a la inquietud que sentía por Edith Wegner, a quien describió como una gran amiga. “Gracias a la información que ella me facilitó, pronto podré hallar a Mengele” afirmó “aunque primero tengo que averiguar que fue de Edith, en pocos días se van a

116 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 cumplir tres meses que no sé nada de ella. La última vez que nos vimos fue el 22 de diciembre, era un martes. Estaba angustiada, me contó que el marido había descubierto nuestra relación y que estaba furioso. Tenía miedo, no hizo falta que me lo dijera. Quedamos en vernos el lunes siguiente a Navidad pero no acudió a nuestra cita ni me llamó. De entrada sospeché que le había sucedido algo. No tenía modo de localizarla, a la casa no podía telefonear y menos aún acercarme. Me desesperé. Piense que durante varios meses pasábamos juntas al menos dos días por semana. Hubo semanas en las que nos veíamos todos los días salvo el domingo. Ella se sentía muy bien junto a mí y a mí también me hacía bien estar con ella. No sé si usted puede comprender lo que es amor, aún menos aceptar que dos mujeres se amen. De todos modos, lo que usted piense no tiene importancia para mí. No necesito su aceptación, no soy su mujer ni su hija. Lo importante es que de un día para el otro, como si se la hubiese tragado la tierra, desapareció. Temo que él la haya asesinado. Le cuento para que entienda los motivos de mi inquietud. Después de la anexión de Austria por los nazis, el marido fue dirigente local del partido nacionalsocialista en el Tirol, eso es seguro. Es lo único que ella sabe del pasado de él, quizás sea una buena pista para intentar identificarlo. Se conocieron después de la guerra, aquí en Buenos Aires. Edith sospecha que Wegner es un apellido falso. En estos meses he podido averiguar que el marido anda diciendo que ella viajó a Alemania a visitar a la familia. Si fuera así, Edith me hubiera escrito, no tengo ninguna duda. Él es una persona violenta, más de una vez he visto hematomas en el cuerpo de ella, incluso una vez le encontré quemaduras de cigarrillos en el pecho. Yo le pedí varias veces que lo abandoné. Ella se reía nerviosa y me abrazaba. Extraño esos momentos en la que ella se mostraba tan frágil, tan necesitada de mí. Es muy posible que Wegner la haya matado por celos y después haya hecho desaparecer su cadáver. Edith vio más de una vez el número tatuado en mi antebrazo, sabe que soy judía y que estuve en los campos. Le pedí que no lo comentara con nadie, me aseguró que nunca lo haría. Espero que haya sido así, en realidad estoy segura que no se lo contó a nadie, menos a su marido. Le tiene mucho miedo. No sé que pensar. Sea como sea, después de la desaparición de Edith debo moverme con precaución, Frederic Wegner es capaz de cualquier cosa. Por un tiempo me voy a ir de Buenos Aires, es lo más prudente. Lo quería ver para avisarle. Aunque es posible que no me crea, usted me hizo mucho bien. Todavía no sé adonde iré, pero no será lejos, tengo pendientes asuntos importantes. Sería bueno

117 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com que usted consiga desenmascarar al marido de Edith, estoy convencida que es un jerarca relevante. Le prometo que cuando regrese a Buenos Aires me pondré en contacto con usted.” me aseguró al despedirnos. Fue la última vez que la vi. En los días siguientes hablé con J.M., el abogado para quien trabajaba ella, que me aseguró que por lo que él sabía, la “amiguita” de N. (así se refirió a la mujer de Wegner) había viajado a Alemania para evitar el escándalo. “¡Pensaba que usted estaba al tanto de lo que se decía de la relación de N. con esa mujer!” se sorprendió ante mi perplejidad y se negó a aceptar la posibilidad de que la mujer de Wegner haya sido asesinada, “menos aún si el marido es realmente un criminal de guerra” razonó con una lógica que no comprendo. Acerca del paradero de Mengele nada de lo que N. me contó en ese momento parecía relevante, al menos no en su boca. Quizás lo fuera. Por ese entonces, ese ser abyecto se movía libremente por Buenos Aires con su nombre verdadero, aunque nadie sabía donde localizarlo. “Yo sí” se vanaglorió ella ante mí sin mencionar ningún dato concreto. También me previno acerca de un laboratorio farmacéutico, cuyo no nombre no pudo indicarme, en el que supuestamente Mengele había invertido o pensaba invertir, propiedad de una persona de origen alemán con apellido paisano “No sea cosa que el hospital israelita termine siendo cliente de un exterminador de judíos ¿no le parece?” me dijo riendo con una risa siniestra mientras se servía una cuarta o quinta copa de vino de blanco. No le presté atención, pensé que estaba borracha. La vi trágica, desgarradoramente bella. Es probable que esa noche ella haya vislumbrado el final. Murió el 12 de marzo pasado en Bariloche, un pueblo en el sur del país en el que se sospecha que se ocultan centenares de ex oficiales nazis. Según publicó el diario local, se despeñó accidentalmente en un barranco durante un paseo por la montaña. Es extraño porque, según supe, N. era una experta montañista. También me sorprendió que el diario dijera que la víctima era israelí. Salvo que el redactor de la noticia identificara judío con israelí, posibilidad que no descarto, esto querría decir que N. estuvo en Israel en estos dos últimos años y obtuvo la nacionalidad. Era lo que ella deseaba. Al parecer, había viajado a Bariloche como guía turística de un grupo de jóvenes excursionistas pertenecientes a una agrupación sionista de Buenos Aires. J.M sostiene que la verdadera razón de la presencia de ella en Bariloche era hallar a Mengele por encargo del gobierno israelí. Si es así, posiblemente tú estarás al tanto. Hay algunos testigos que cuentan que la noche anterior a su desaparición en la montaña, estuvo hablando cordialmente en el vestíbulo del hotel con un

118 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 hombre cuya descripción coincidiría con la de Mengele. Según JM, un lugareño le contó a la policía que el mismo día en que murió N., se cruzó en el camino, no lejos del lugar en que fue encontrado el cadáver de ella, con un hombre vestido de montañista que hablaba castellano con un fuerte acento alemán. Aparentemente se trataba de la misma persona con quien había hablado en el hotel la noche anterior a su trágica muerte. Todo esto, a juicio de JM, permite conjeturar que N. fue asesinada por el propio Mengele. Sea lo que sea, nosotros no supimos protegerla (…) (…) No dudo acerca de la validez de nuestro propósito, pero cuestiono nuestro modo de actuar. El desgaste al que estamos sometidos es peligrosamente destructivo. Continuamos siendo víctimas. Ahora de nuestra impotencia, de la falta de justicia, del paso del tiempo. Principalmente del paso del tiempo. Para las nuevas generaciones, los crímenes nazis terminarán siendo sólo un mismo relato repetido una y otra vez en películas, en novelas, en historietas de aventuras. El exterminio de los judíos perderá en la conciencia de la humanidad el horror que su evocación aún parece generar en millones de personas de todo el mundo. El riesgo es que si no acertamos en nuestro proceder, a medida que se disuelvan los rastros de los hombres y las mujeres mancillados, aniquilados por el nazismo, la vida volverá a dejar de tener valor y habrá quienes reivindicarán, una vez más, la muerte y el asesinato en nombre de cualquier idea, por cualquier motivo que se presente como más o menos importante. La venganza, lo sé, no es el camino. La impunidad, el silencio, la banalización tampoco. Cada día que pasa, cada minuto que los criminales viven en libertad sin ser juzgados, sin asumir las consecuencias de sus ideas y de sus actos, aumenta la dimensión, la crueldad de la tragedia. Debemos encontrarlos y hacer que el mundo conozca sus rostros y los condene. A todos, a cada uno de ellos, los asesinos de nuestro pueblo. Sabes, hay noches que me sueño de niño bailando en las fiestas en Horodec, en nuestro pueblo, nunca más volví a sentir la alegría de entonces, nunca más podré volver a sentirla. Nada de eso mundo existe ya. Lo aniquilaron. Vos, dolorosamente, lo viviste. ¿Existe alguna razón que justifique matar a un semejante? No dejo de preguntármelo aunque me inclino a pensar que no. Te envío un fuerte abrazo. Tu hermano Abraham.”

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18 Buenos Aires, vida buena

Eduard Landmann se sentía satisfecho de su vida en Buenos Aires. A pesar de la dificultad que siempre tuvo con el idioma, con los años se fue adaptando bien a las costumbres locales, tan ajenas a las de su Alemania natal. Le gustaba el tango, sentarse en los bares del centro a fumar y a leer el diario con una taza grande de café negro sobre la mesa, caminar por la noche por la avenida Corrientes, la comida y sobre todo la sensación desconocida de vivir sin grandes exigencias ni responsabilidades. Había llegado a la Argentina a mediados de 1951 proveniente de Lisboa, adonde había estado algún tiempo esperando vanamente conseguir un visado para establecerse en Estados Unidos. Al terminar la guerra había perdido el contacto con su mujer y sus hijos que habían quedado atrapados en la zona de Alemania bajo dominio soviético. En el momento de su arribo al país tenía alrededor de 50 años. Decía ser abogado y no parecía tener problemas de dinero. Cuando se le hablaba de la guerra y de los crímenes del nazismo no expresaba ninguna emoción, tampoco intentaba justificar ni negar lo sucedido. Eludía la conversación aduciendo que él era suizo y no alemán, lo cual refrendaba su pasaporte, como si la nacionalidad subrogada lo eximiera de tener un juicio sobre la tragedia que acababa de vivir Europa. Durante sus primeros años en Buenos Aires mantuvo una relación de camaradería con un pequeño grupo de centroeuropeos de origen alemán, extraña amalgama de recién llegados y residentes de larga data en la Argentina, con quienes se reunía semanalmente a cenar en Zur Eiche, una cervecería bávara de Olivos, un suburbio residencial al norte de la ciudad de Buenos Aires, no muy lejos de su casa. Entre chanzas y risotadas era habitual que en aquellos encuentros algunos de los comensales, eufóricos por el exceso de cerveza propusiera brindar por los jerarcas nazis prófugos, varios de ellos presumiblemente vecinos de la zona, según afirmaban los rumores que ellos mismos, orgullosos y necios, se encargaban de difundir . –¡¡¡El futuro es nuestro!!! –se exaltaban cantando al final del brindis, el brazo derecho extendido y la jarra de cerveza en la otra mano. Muchas noches, el resto de los clientes de la cervecería brindaban y cantaban al unísono con ellos.

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Eduard Landmann, cautamente, se mantenía en silencio, otras veces aprovechaba el momento para salir del lugar pues no deseaba que nadie pensara que él sentía alguna afinidad con el nazismo y con todo lo que representaba. Landmann sabía que gran parte de los rumores que corrían acerca de la presencia de nazis en el país se ajustaban a la verdad. El propio Adolf Eichmann, acusado de ser responsable máximo de la deportación de millones de judíos, era vecino suyo. Se lo había cruzado en la calle más de una vez, no había posibilidad de error. Desde 1953 Eichmann vivía con su mujer e hijos en una vivienda modesta, en la calle Chacabuco nº 4261 de La Lucila, a menos de cincuenta metros de la calle Paraná, límite entre los partidos de Vicente López y de San Isidro. Se hacía llamar Ricardo Klement, pero era Adolf Eichmann, él no tenía ninguna duda. De hecho, era público que los hijos de Klement utilizaban el apellido Eichmann. Una torpeza, pensaba Landmann, quien hacía de la discreción una forma de vida. A las pocas semanas de llegar a la Argentina, Landmann compró un chalet de tres dormitorios con jardín en la calle Bouchard 2078 de La Lucila, en donde vivió algo menos de 10 años. La casa era grande pero no lujosa y estaba situada en una zona de familias de trabajadores manuales, pequeños comerciantes y oficinistas. Pagó en efectivo. Al vendedor le pareció extraño que un recién llegado dispusiera de tanto dinero, pero no hizo preguntas. Al fin y al cabo, sabía por colegas de otras inmobiliarias que era habitual que muchos europeos recién llegados al país después de la guerra pagaran al contado las propiedades que compraban. Landmann salía de su casa todos los días a las 9 de la mañana en punto. Caminaba hasta la avenida Maipú y tomaba el colectivo 60 hacia el centro de Buenos Aires. No tenía horario para volver. La relación que con sus vecinos era distante y fría, aunque amable. Nadie en el barrio imaginaba que el discreto vecino suizo trabajaba bajo nombre supuesto en la División de Información de la Presidencia de la Nación dedicado a la formación de agentes de seguridad interior. El gobierno valoraba sobremanera su experiencia en la identificación e interrogatorio de opositores, en particular de comunistas, tarea en la que se había destacado antes de la guerra como oficial de la policía secreta alemana. Su colaboración regular con los servicios de seguridad de la Argentina se prolongó aparentemente hasta fines de noviembre de 1954. En los meses que siguieron Landmann continuó con la misma rutina de horarios, si bien es imposible rastrear en que ocupaba su tiempo. Lo importante para él era que nadie en el barrio notara

122 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 ningún cambio en sus actividades cotidianas. Anhelaba integrarse en el paisaje hasta hacerse invisible, para ello es necesario no alterar las rutinas, pensaba. Una muchachita rubia y de ojos celestes se ocupaba de las tareas domésticas de la casa de Landmann. Se llamaba Erica y cuando empezó a trabajar para él tenía apenas 15 años. A los vecinos la belleza y juventud de la chica les llamó la atención y comenzaron las habladurías acerca de la naturaleza de la relación entre el taciturno y solitario dueño de casa y su joven empleada. Aunque Erica era de poco hablar, un carnicero del barrio consiguió sonsacarle que era originaria de Misiones, una provincia en el noreste del país y que sus abuelos eran suizos. “Don Eduardo es un hombre muy correcto.¡¡ No sea mal pensado!!” respondía ella casi sin alterarse cuando algún comerciante de la zona insinuaba algo diferente. Ajeno a los comentarios de sus vecinos, Landmann llevaba una vida solitaria. Los sábados y domingos, temprano, iba en bicicleta hasta el puerto de Olivos. Pescaba toda la mañana y al mediodía se sentaba a comer asado en una parrilla que había junto al espigón principal, sobre el río. Después de comer, si el día estaba lindo, se quedaba leyendo el diario mientras fumaba una pipa. Prácticamente nunca hablaba con nadie. Durante una temporada veía todos los fines de semana a Adolf Eichmann, junto a uno de sus hijos, vendiendo jugos de fruta en un pequeño puesto callejero en el puerto de Olivos. “Triste destino para quien hace menos de diez años tenía el poder de decidir sobre la vida de millones de personas”, se apiadaba Landmann del genocida, sin memoria ni piedad hacia las víctimas de los crímenes de Eichmann. Durante el verano de 1955 comenzó a vérselo acompañado por una mujer alta y corpulenta de alrededor de 30 años, de aspecto autoritario y rostro inexpresivo. Se llamaba Else von Wasser y durante la guerra había sido enfermera en un hospital de Berlín. Nunca se había casado. Había llegado a la Argentina en octubre de 1949 junto a su hermana mayor, Bertha, y su cuñado, Markus Götz quien durante la guerra había sido chófer y guardaespaldas de un alto oficial de la Gestapo. Tras una breve temporada en Buenos Aires en casa de unos parientes lejanos de Götz, en mayo de 1950, los tres se radicaron en Villa la Angostura, un pequeño pueblo andino a orillas del Lago Nahuel Huapi, a pocos kilómetros de Bariloche, localidad en la que existía una numerosa colonia alemana. Durante los más de cuatro años que habían transcurrido desde entonces, ella no había conseguido arraigarse. Extrañaba la vida anónima de la gran ciudad, por lo que finalmente a finales de 1954 Else decidió trasladarse a Buenos Aires.

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Inicialmente se alojó en un hotel de la calle Godoy Cruz, a pocos metros de la avenida Santa Fe, en Palermo. Gracias a los buenos oficios de su cuñado consiguió contactar con el director del colegio alemán de Villa Ballester, un suburbio del noroeste de Buenos Aires, quien la contrató como maestra de primer grado. En esos mismos días, una noche fue a cenar con una compañera de trabajo a la cervecería Zur Eiche de Olivos en donde conoció a Eduard Landmann con quien empezó a verse los fines de semana. Al final de ese verano Landmann le ofreció que se fuera a vivir con él. A ella le pareció precipitado. Se lo hizo saber.

_No me mal interprete. Le garantizo que mi oferta no esconde ninguna mala intención. La casa es grande, sobran habitaciones y para mí será un placer hospedarla. –Entiendo –dijo aliviada aunque algo desilusionada –, no era una declaración de amor...– murmuró –De acuerdo, confiaré en usted. Viviré en su casa, pero transitoriamente, hasta que pueda alquilar algo. El 19 de marzo de 1955, Else von Wasser se instaló en la casa de Landmann. Ella tenía 32 años, él declaraba 49, pero rondaba los 55. Durante las primeras semanas los vecinos pensaron que la nueva inquilina era la mujer de Landmann. Ni él ni ella se encargaron de desmentirlo. Nunca, en los aproximadamente ocho años que vivieron juntos, mostraron en público algún gesto afectuoso entre ellos. Erica, la empleada doméstica, aseguraba que dormían en dormitorios separados y que en privado se mostraban igual de distantes que en la calle. Con el paso del tiempo, los vecinos se despreocuparon de ellos. Lo cierto es que nadie sabe a ciencia cierta la naturaleza de la relación que mantenían. En esa misma época, Landmann empezó a espaciar su asistencia a las cenas de camadería en la cervecería Zur Eiche. En septiembre de 1955, coincidiendo con el derrocamiento de Juan Perón, dejó de frecuentar reuniones de la colonia alemana. A Elsa von Wasser le pareció una decisión sensata. A mediados de 1956, ella le propuso que abrieran un colegio. –Es un buen negocio. Lo podríamos llamar Colegio Suizo del Río de la Plata o algo así. Lo importante es que en el nombre esté la palabra “Suizo”. Pienso que el éxito está garantizado. En esta zona de Buenos Aires la colectividad germana es grande y hay muchos que prefieren evitar llevar a sus hijos a escuelas alemanas, a las que, en su mayoría, todavía se las vincula con el nazismo. Yo me puedo ocupar de organizar la parte educativa. Si le parece bien, usted sería el director.

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Eduardo Landmann la escuchaba con atención. La idea le interesó. Él, por entonces, ocupaba mayormente las mañanas en cuidar el jardín de su casa y en leer. Durante el resto del día salía a caminar por el centro de Buenos Aires, iba al cine y, ocasionalmente, tenía sexo con prostitutas, nunca con la misma. Sentía que no tener la necesidad de trabajar era una suerte de maldición. Se aburría. La actividad educativa le atraía. La propuesta de su huésped le interesó. “Dirigir un colegio puede ser un excelente modo para integrarme definitivamente en la sociedad local” pensó. –Eduard, añada a esto el enorme prestigio que tiene la educación suiza –remarcó Else al notar el interés de él –No sé cuanto dinero se necesita, pero no ha de ser demasiado. Podemos comenzar en un edificio alquilado. –Por el dinero, usted no se preocupe. Es asunto mío –la tranquilizó él. A los pocos días, Else von Wasser presentó su renuncia en el Instituto Ballester y casi inmediatamente comenzó a hacer las averiguaciones pertinentes para abrir el colegio. En octubre encontraron un caserón secular, situado en la calle San Lorenzo nº 759, entre Rawson y Rioja, a pocas cuadras de la estación de La Lucila, cerca de la casa de ellos y de fácil acceso en coche. Una ubicación casi ideal.

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19 La captura de Eichmann

La captura ilegal de Adolf Eichmann en mayo de 1960 y el posterior juicio en Jerusalem contra el jerarca nazi conmocionaron a Abraham Czernik. La noticia de la captura de Eichman fue publicada por el diario vespertino La Razón el 26 de mayo de 1960, un par de días después de que el primer ministro de Israel, Ben Gurion anunciara ante el parlamento de Israel la detención y próximo procesamiento del criminal de guerra nazi. La noticia señalaba que Eichmann había sido atrapado en la Argentina, en donde vivía escondido bajo una identidad falsa. Esa misma tarde Abraham Czernik recibió una llamada de Jaime Bilo, quien estaba muy exaltado. En un primer momento no lo reconoció. Hacía casi un año que no hablaba con él. –Abraham, ¿se da cuenta?, yo se lo dije, se acuerda que se lo dije y no nos hicieron caso. –Perdón ¿Quién habla? –Soy Jaime, Jaime Bilo. ¿Abraham, se enteró de la noticia? ¡¡¡Capturaron a Eichmann!!! ¡Acá en la Argentina! –Una gran noticia, la acabo de leer en el diario. –Lo que no dice el diario es algo que nosotros ya sabíamos. Don Otto era Eichmann, decía llamarse Ricardo Klement, pero averigüe que es la misma persona que pensábamos nosotros. Yo estaba seguro pero, salvo usted, nadie quiso hacerme caso. ¿Se acuerda? Tres años, tres años durante los cuales ese cerdo siguió haciendo su vida tranquilo. Ahora se hará justicia. Espero que lo condenen a muerte, es lo mínimo que merece. Todos ellos merecen morir –Czernik sintió escalofríos al oír estas palabras de su antiguo colaborador.

–Afortunadamente en Israel no existe la pena de muerte. No tenemos derecho a quitarle la vida a ningún ser humano, no importa aquello que haya hecho. Si lo hiciéramos nos igualaríamos a los asesinos –Se equivoca Abraham, hay seres que no deben vivir porque son dañinos para el resto de nosotros. Las alimañas nazis deben morir en castigo por lo que hicieron, por lo que son, seres

126 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 abyectos que denigran la condición humana. Son criaturas del mal, son el mal. - afirmó conmovido Jaime Bilo. Las semanas siguientes fueron de mucha incertidumbre para la colectividad judía argentina. La República Argentina responsabilizó formalmente al gobierno israelí del secuestro y traslado ilegal de Eichmann a Israel y amenazó con la ruptura de relaciones. Los comentarios antisemitas empezaron a ser habituales en los diarios y en las radios del país. Se sucedían acciones violentas contra judíos. Nadie, incluida la mayoría de la colectividad judía de la Argentina, creía la versión oficial israelí que atribuía la captura y la entrega de Eichmann a un grupo de voluntarios. Una gran parte de los judíos argentinos, más allá del temor que les ocasionaba el rebrote del antisemitismo, se mostraban orgullosos por la demostración de fuerza del gobierno de Ben Gurion, primer ministro israelí, Abraham Czernik, en cambio, pensaba que era posible la participación de un grupo de voluntarios argentinos. Él mismo junto a Bilo habían contribuido a confirmar a presencia de Eichmann en la Argentina. Eso lo hacía sentir satisfecho. El 8 de junio el presidente argentino, Arturo Frondizi, envió al gobierno de Israel una nota exigiendo la inmediata devolución de Eichmann a la Argentina y el castigo a quienes habían violado la soberanía nacional, amenazando que en caso contrario el país se vería en la obligación de romper relaciones diplomáticas con Israel. El 17 de agosto un joven estudiante judío de 15 años, Edgardo Trilnik, fue baleado en el Colegio Nacional Sarmiento, durante un ataque de integrantes de Tacuara, un grupo nacionalista ultracatólico de extrema derecha que había sido creado unos años antes. Abraham Czernik se enteró del atentado a través de su hija Yuyi, quien lo llamó alarmada mientrás él pasaba la tarde de ese día feriado de invierno jugando al rummy con Rabinovich, su vecino del 2ª piso. Yuyi estaba muy alterada, parecía realmente asustada. Por aquel entonces ella estudiaba psicología en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. –En la facultad cada vez se ven más nazis. Por momentos, me siento como debían sentirse los judíos alemanes antes de la guerra. Créeme, no exagero – Abraham Czernik intentaba calmarla –Yo sé que vos te sentiste orgulloso, pero a mí no me parece que lo de Eichmann haya sido bueno para nosotros. Les dio una buena excusa a los fachistas. –Yuyito, no te inquietes, no va a pasar nada. Acá siempre hubo energúmenos. Con este asunto tomaron algo de envión, pero pronto va a pasar. Lo importante, lo verdaderamente importante

127 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com es que el responsable de enviar a millones de judíos a los campos de muerte está preso y será castigado por su crimen. –No sé, los tenés que ver, es como estar rodeada por fuerzas de asalto de las SS, hasta uniforme llevan algunos, no es joda, no es joda, hoy balearon a un pibe sólo por ser judío. Lo balearon en el patio del colegio, en el acto del día de San Martín. Eran compañeros de colegio. Pienso en Dieguito y Javier. Imaginate que horror... los que le pegaron un tiro a este chico Trilnik iban al colegio con él.- comentó convulsionada Yuyi. En esos días, Abraham Czernik se volvió a ver con Jaime Bilo. Se encontraron en confitería La Opera, en la esquina de Callao y Corrientes. –¡¡¡Tengo una noticia extraordinaria!!! ¡El mismísimo demonio vive en la Argentina! –dijo Bilo mientras se acercaba a la mesa en donde lo esperaba sentado Abraham Czernik. –¿De qué está hablando Jaim? –preguntó Czernik controlando la risa. –Hay pruebas, las vi, creame, Adolf Hitler vive a pocos kilómetros de Bariloche –le contestó en un esforzado y poco fluido idish. –Está diciendo tonterías, todo el mundo sabe que Hitler se suicidó en Berlín el día que entraron los soviéticos. Hay testigos. –Sí, sí, todos se suicidaron antes de que llegaran los comunistas a Berlín. Hitler, Borman, Goebbels, Müller, la lista sigue.... los dos sabemos que eso no es verdad. Acaso usted no andaba detrás de Heinrich Müller... –dijo Bilo en tono cómplice.-Ese también supuestamente se suicidó. –Es un caso diferente. Sobre la muerte de Hitler no hay dudas. No sólo están los testigos, además se encontraron sus restos –afirmó Abraham Czernik después de tomar un sorbito del té con leche que había pedido. –Si le tranquiliza creer en esa mentira, allá usted. La versión del suicidio es un invento de los nazis para encubrir la huida de Hitler. Seguro que recuerda que al finalizar la guerra los militares soviéticos declararon que no habían podido encontrar el cadáver de Hitler y reconocieron que era posible que hubiera podido escapar de Berlín antes de la caída de la ciudad. En esa misma época hubo diarios ingleses que publicaron que la bestia se había refugiado en la Argentina. Yo pienso que esa versión es correcta, que Hitler y Eva Braun están escondidos en el país. He visto una fotografía en la que se los ve paseando en un bote en el que flamea una bandera argentina y otras en las que caminan tomados de la mano por las calles de un pequeño pueblo cercano a

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Bariloche que se conoce como Villa la Angostura. ¡Tenemos que ir para ahí lo antes posible! – exclamó Bilo entusiasmado. Los parroquianos de las mesas vecinas giraron la cabeza con curiosidad. Czernik se sentía incómodo. –No me mire con esa cara. En su momento, usted debe haber leído en el diario que al final de la guerra, dos submarinos alemanes se entregaron en Mar del Plata. ¿Se acuerda? Fue después de la rendición del reich. Hitler pudo haber llegado al país en uno de esos submarinos. Se imagina si conseguimos atraparlo... ¡Sería extraordinario!15 –Jaim, no es prudente hablar de estos temas en público y menos a los gritos. Ahora vamos a pagar nuestra consumición y salir cuanto antes posible de aquí. No deseo tener malas sorpresas. Usted parece no tener presente que estamos transitando un período de convulsiones filonazis.

¿No lee los diarios? ¿No ve por todos lados paredes con pintadas antijudías? ¿No está al tanto de los ataques a los templos y a otras instituciones de la colectividad? Debe ser más cauteloso Jaim –le aconsejó Czernik en tono severo –En cuanto a su propuesta, lamento desilusionarlo. No cuente conmigo, usted se propone ir detrás de un fantasma y yo no creo en fantasmas.

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20 Bilo en la Patagonia

Durante noviembre y diciembre de 1960, Jaime Bilo visitó Bariloche y Villa La Angostura, localidades de la Patagonia andina con importante presencia de población de origen alemán, haciéndose pasar por antropólogo, interesado en reconstruir los pasos de la emigración germana en esa región de la Argentina. Sobre aquel recorrido sabemos únicamente lo que dejo escrito en una libreta que nos facilitó la viuda de Bilo, muchos años después de la muerte de su marido y de los hechos aquí relatados. El texto nada dice acerca de los apoyos económicos y logísticos que pudo haber tenido para realizar aquel viaje ni de otros detalles de interés para el relato. La mujer dice no saber nada de aquello. “Nos conocimos después” se excusa. En Bariloche, Jaime Bilo se entrevistó con decenas de personas descendientes de los emigrantes que fundaron la ciudad, pero también con algunos alemanes y centroeuropeos llegados al país después de la guerra, entre ellos varios prófugos nazis, tenía la seguridad él. Sin embargo, la mayoría de las personas con las que habló, más allá de su orgullo por ser alemanes y su mal escondido antisemitismo, se manifestaban abochornados por la vinculación que se hacía entre Alemania y el nazismo. Aunque consciente de que en muchos casos se trataba de una fantochada, Bilo aprovechaba el discurso antinazi de la casi totalidad de sus entrevistados para hablar acerca de los rumores de la presencia en la región de los principales jerarcas del reich. En general sus interlocutores reaccionaban con descreimiento o sarcasmo, sólo unos pocos daban crédito a las distintas versiones que situaban a la plana mayor nazi en la zona. –Al único que se lo vio por aquí es a Mengele, pero ese de jerarca no tiene nada. Es sólo un medicucho pretencioso. Un ser despreciable que no merece el respeto de nadie. Anduvo por acá el verano pasado, se dice que venía escapando de los judíos, esos mismos que en mayo raptaron a Eichmann. Una vergüenza lo que sucedió. El gobierno argentino debió romper relaciones con Israel ¿No le parece? –observó Otto Pape, dueño de una fiambrería muy concurrida por los integrantes de la numerosa comunidad alemana de Bariloche. La mirada

130 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 feroz y el tono desafiante de Pape hizo que Bilo sintiera la obligación de asentir con la opinión de él. –Tiene razón, una terrible vulneración de la soberanía nacional –dijo Bilo sin demasiada convicción, refugiándose en su cigarrillo, avergonzado de sí mismo, sin sospechar la verdadera identidad de su interlocutor. –Durante la guerra hubo por aquí muchas personas que apoyaban a Alemania. Con seguridad encontrará lugareños que le hablarán de actos de la comunidad germana en los que ondeaba la bandera nazi. Le mostrarán fotos.... ¿y qué? Eso no significa nada, no podía ser de otra manera, en la época en que fueron tomadas esas fotos esa era la bandera de Alemania y el führer el canciller del reich. Como usted bien sabe, los alemanes estamos orgullosos de nuestras raíces. Si hay criminales nazis por aquí, los primeros en saberlo seríamos nosotros. No haga caso de lo que se cuenta, son leyendas difundidas por los judíos. Concéntrese en su investigación, dé testimonio del orgullo con el que los alemanes de la Patagonia conservamos la cultura y las tradiciones de nuestros mayores. En 1994, treinta y cuatro después de aquel encuentro se reveló que Otto Pape era en realidad Erich Priebke, antiguo oficial de las SS, fue extraditado a Italia por ser responsable, en 1944, del asesinato de 335 ciudadanos italianos de origen judío. Muchos ciudadanos de Bariloche consideraron improcedente la decisión de la justicia argentina. Incluso un periódico local realizó una campaña a favor de Priebke, quien era por entonces presidente de la Asociación Cultural Germano Argentina de Bariloche y rector del colegio alemán de la localidad. A principios de diciembre, siguiendo la pista de las fotos de Hitler que habían impulsado su viaje a la Patagonia, Jaime Bilo se trasladó a Villa la Angostura, una pequeña localidad de aires alpinos muy cercana al lago Nahuel Huapi, a poco más de 80km de Bariloche. Se alojó en una pequeña hostería que se llamaba “Selva Negra”. Los propietarios eran una pareja de alemanes de alrededor de 40 años, Marcos y Bertha Götz. Se habían instalado en La Angostura 10 años antes, poco después de llegar a la Argentina. Raramente, a diferencia de otros alemanes y descendientes de alemanes con los que se había encontrado Bilo durante su periplo por la región, los Götz preferían hablar en castellano, incluso entre ellos, al menos en público. Bilo valoró esto como un valioso esfuerzo de integración. Aunque la hostería era modesta, los Götz hacían todo lo posible para que sus huéspedes se sintieran cómodos. La limpieza del lugar era

131 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com impecable y la comida, en especial la repostería, era excelente. Jaime Bilo estuvo en la Angostura durante algo más de diez días. Dedicó los dos primeros días a localizar a los alemanes que vivían en la zona. Tras las entendibles reticencias iniciales, la mayoría de ellos, en especial los descendientes de los primeros colonos se mostraron entusiasmados con los objetivos del trabajo etnográfico que supuestamente lo había llevado hasta allí. Durante las entrevistas evitó mencionar nada que pudiera evocar interés por lo sucedido durante y después de la guerra. Hubo quienes sacaron el tema colateralmente para referirse a la inquietud que habían sentido por sus familiares durante el conflicto bélico, en especial durante el avance soviético, aclararon. Uno de ellos precisó que había sentido una gran impotencia y furia cuando se enteró de la destrucción de Dresde por la aviación estadounidense “Fue innecesario, la guerra estaba decidida”, estimó. Quienes habían llegado a la Argentina después de la guerra evocaban el estado de devastación y desesperanza en que había quedado Alemania tras el conflicto. Ninguno responsabilizó directamente al nazismo por lo sucedido, Alemania había perdido la guerra, eso era todo, pero se levantará y volverá a ser una potencia mundial, afirmaban orgullosos y convencidos. Una tarde, un lugareño se acercó a Bilo en la calle y le pidió un cigarrillo. Mientras Bilo sacaba el paquete de tabaco del bolsillo de su camisa, el hombre, que debía rondar los 65 años, le dijo que tenía que hablar con él de un asunto importante. –Pienso que le puede interesar –contestó cuando Bilo, entre extrañado y curioso, le preguntó de qué se trataba –. Vengase para mi casa mañana a la hora de la siesta –le pidió y después le dio las indicaciones para llegar –,lo espero y gracias por el cigarro –se despidió. Para entonces, Bilo se había ganado la confianza de la pareja propietaria de la hostería. Esa noche, después de la cena, se quedó charlando con ellos mientras tomaba su habitual whisky en el pequeño jardín del lugar. Ellos se mostraban interesados por el trabajo de él, parecían valorarlo. –Es importante lo que está haciendo, en especial para que generaciones futuras valoren el esfuerzo de quienes llegamos hasta aquí y a pesar de las dificultades resguardamos nuestras tradiciones. Nuestra vida aquí no es fácil. Está es tierra salvaje, hostil a la civilización europea. La vida de los pioneros no fue fácil, es bueno que quede testimonio de ello –comentó Bertha. –Me alegra que entiendan el significado de lo que hago –dijo Bilo –, muchos son remisos a hablar conmigo, desconfían.

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–Es de entender, en pueblo chico a los forasteros siempre se los mira con recelo. Pero usted debe también estar alerta a las mentiras, a las ideas falsas que algunos intentarán transmitirle. No crea todo lo que le dicen. Hay quienes cuentan historias que sólo existen en la cabeza de ellos. No reconocen la derrota ni la muerte del führer y fantasean con la refundación del reich en la Patagonia al mando de un líder al que suponen vivo pero al que nadie vio. –Mi señora dice lo cierto. Es fácil, es atractivo dejarse llevar por leyendas –acotó Götz. –Lo dramático es que ningún alemán parece querer asumir responsabilidades. Hemos perdido la guerra, algo debimos hacer mal. Todos tuvimos alguna responsabilidad en la derrota. Creímos que podíamos vencer, que bastaba con la determinación y el coraje de nuestro pueblo. No ha sido así... –Götz hizo una pausa para beber un sorbo de cerveza.

–Es tal como lo señala mi marido. Nosotros hemos sufrido a causa de los errores de nuestros líderes y también por nuestros propios errores. Cada uno desde su lugar pudo hacer mejor las cosas. –Quizás no deba decir lo que voy a decirle. Durante la guerra hice todo lo posible para evitar que me enviarán al frente de combate. Y lo conseguí, no importa como, pero lo conseguí, nunca me vi obligado a disparar con mi arma a un hombre, nunca. Ahora siento vergüenza pero no tengo nada que reprocharme, estoy vivo y no maté a nadie. No es poca cosa para los tiempos que corren –las palabras de Götz conmocionaron a Bilo quien estaba sorprendido del aparente sinceramiento de su anfitrión–pero no se confunda, yo siempre actué como un patriota al servicio del reich – pareció querer justificarse. –Mi marido tuvo durante los últimos tres años de la guerra el honor de ser el chófer de un alto jeraca del gobierno –aclaró la mujer –y aquí nos ve, en este paraje del fin del mundo tan distinto a nuestra añorada Berlín. Esa noche a Jaime Bilo le costó dormir, estaba inquieto. ¿Quiénes eran los Götz? ¿Qué papel habrían cumplido durante la guerra? En un margen de su cuaderno hizo una anotación suelta, aparentemente desligada del resto de su relato : “Averiguar adonde es el valle”. A la mañana siguiente se levantó temprano, desayunó ligero y después dio una larga caminata por la montaña. No dejaba de pensar en Marcos Götz. Lo imaginaba vestido con el uniforme de las SS, con un brazalete con la cruz gamada en el brazo izquierdo, manejando un Mercedes Benz negro con banderitas nazis flameando en los guardabarros delanteros. ¿Quién iría sentado en el asiento trasero de aquel coche?

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A primera hora de la tarde, se dirigió a casa del baqueano. Los ladridos de los perros anunciaron su llegada. Abrió la puerta una mujer delgada, de piel curtida por el sol y el viento, pelo cano recogido en un moño y ojos de un celeste transparente que revelaban su origen europeo. Tendría alrededor de 60 años. –Juan me avisó de su visita, él no está. –¡Qué raro! Me dijo que viniera a esta hora.¿Lo puedo esperar? –No vendrá. –¡¡¡Cómo!!!?? - exclamó Bilo molesto. La mujer lo miró con indiferencia. –¿Qué es lo que le extraña? Está trabajando, es lo normal a estas horas. –Y entonces, para qué me pidió que viniera a verlo. –Para que hable usted conmigo –sonrió la mujer invitándolo a entrar en la casa, una sencilla cabaña de madera en un claro del bosque –¿Lo puedo invitar con un té? –No se moleste. –No es molestia. Le hago un té entonces. Me contó Juan que usted anda queriendo averiguar acerca de los hijos de alemanes que viven por aquí. ¿Qué es lo que usted quiere saber? Yo le puedo contar muchas cosas, cosas que ninguna otra persona de por acá le va a decir – dijo la mujer en un tono que a Jaime Bilo le pareció de complicidad. –Por estos pagos hay muchos alemanes que llegaron después de la guerra. Los que estaban de antes les facilitaron mucho las cosas. En general son poco hospitalarios con la gente de afuera, pero con los alemanes es diferente. Yo nací en Rosario, sabe. Vine de grande. Era maestra. Me enamoré de Juan y aquí me quedé. Me jubilé el año pasado. Todos por acá siempre pensaron que soy gringa, por lo rubia sabe y los ojos claros. Usted seguramente también lo pensó. Yo nunca los desmentí ¿Para qué? Pero se equivocan, de gringa tengo poco. El único gringo de la familia es mi abuelo materno. Era de Polonia, casi seguro que judío, Kowal se llamaba. Se imagina si estos se enteran…– la mujer sonrió. Bilo la escuchaba en silencio, algo desconcertado. –¿Usted es de origen alemán? No que va, que va a ser alemán. Yo los reconozco a la legua. Sobre todo a los que son de por acá. Usted se habrá dado cuenta, es gente suspicaz, sobre todo con los forasteros, más si andan haciendo preguntas. En el pueblo se empieza a hablar de usted. Tiene que andar con cuidado, hay muchos que dudan de usted, sospechan de las razones de su presencia aquí. Se puede entender, hay muchos pajarracos con cosas que esconder. Habrá oído rumores. No, no se haga el distraído. Usted se aloja en la hostería de los Götz. Ellos son

134 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 una muestra de lo que le digo. ¿Porqué salieron de Alemania después de la guerra? ¿No se preguntó que hacen acá? Argentina está muy lejos. ¿De qué escaparon? Ellos y tantos otros.... Götz era chófer de un jerarca de la Gestapo, todos lo sabemos. Un alto cargo imagino. Esa gente se apoya mucho entre ellos ¿Donde consiguieron los Götz la plata para construir la hostería? Alguna pista le puedo dar. Cuando llegaron no tenían nada, nada. Enseguidita entraron a trabajar en Inalco, una mansión que está acá cerca, sobre uno de los brazos del lago Nahuel Huapi. No es fácil llegar, en la época sólo se podía por agua o a caballo. El lugar era propiedad de un abogado de Buenos Aires al que nunca se vió por acá. Hoy la casa está abandonada. Sin embargo, hasta hace unos pocos años, vivía una pareja de alemanes de edad madura. Debían ser muy ricos, muchos lugareños, en especial de origen germano, trabajaban para ellos. Tenían una hija que hoy tendrá entre 12 y 15 años. La niña nunca asistió a la escuela, al menos no aquí. En la época, era habitual verlos pasear por el centro de la Villa. El hombre rondaba los 60 años, siempre llevaba sombrero, incluso en verano. No era alto aunque sí muy robusto, robusto no gordo. Rengueaba de la pierna izquierda. Ella era delgada, aunque de cara regordeta, de piel muy blanca y pelo color castaño claro. Elegante y bien peinada, era unos cuantos años más joven que él, aunque no una jovencita. Algunos domingos se la veía en misa, sola. Por acá hay quienes están convencidos de que se trataba de Hitler y de Eva Braun, yo no creo, aunque intuyo que eran personas que supieron tener mucho poder en la Alemania nazi. Los Götz conocen la respuesta. Unos pocos meses de trabajo en la residencia de Inalco les bastó para juntar el dinero para abrir su negocio. ¿No le parece sospechoso? A mí, la verdad, me hace pensar. Nadie que yo conozca, salvo ellos, salió de pobre por trabajar en el servicio de ese lugar, y miré que no fueron pocos. A la mayoría de ellos no se los volvió a ver por aquí. –Hum, interesante. Digame, por casualidad, ¿oyó hablar del valle? –preguntó Bilo. –¿A cuál valle se refiere? Por aquí hay varios –contestó extrañada la mujer. –Uno en que hay una colonia alemana. Me contaron que muchos refugiados se instalaron ahí después de la guerra. Según parece viven como si estuvieran aún en la Alemania del tercer reich. Nadie quiso precisar el lugar exacto en donde está, aunque por lo que me dijeron no debe quedar lejos de la Angostura. –¡¿Cerca de acá!? Si existe ese lugar no es por este lado, yo lo sabría –afirmó con seguridad la mujer.

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A eso de las 5 y treinta de la tarde Bilo estaba de regreso en la Angostura. Entró a tomar una cerveza en un almacén con despacho de bebidas que estaba a pocos metros de la estación de servicio del Automóvil Club, en el cruce de la ruta a Bariloche y el camino que conduce a la zona del puerto de la pequeña localidad patagónica. Era la primera vez que entraba en el local. El dueño era un gallego que había llegado a la Argentina a finales de la década de 1930. Tendría algo más de 40 años, robusto, de pelo canoso y estatura media. La mayor parte de la semana atendía el negocio solo. Los viernes y sábado lo ayudaba su mujer, hija de un operador de la estación radiotelegráfica. En un momento de la charla le preguntó acerca de la casona abandonada del lago. –No conozco ese lugar ni a nadie que haya estado por allí. –Dicen que a principios de la década pasada la casa estaba habitada. Por lo visto, la pareja que vivía ahí solía pasear por el pueblo junto a una niña. Alguna vez tiene que haberlos visto. –¿Quién le contó todo eso? –se acodó sobre la barra –Por lo que yo sé, la casona esa siempre estuvo deshabitada. En algún momento hubo un casero, pero de eso hace mucho. Dicen que en una época era de Jorge Antonio, el testaferro de Perón. Hace unos años la compró la Mercedes Benz para utilizarla como colonia de vacaciones para sus empleados pero al final no hicieron nada. La casa se construyó y a ahí quedó, a merced del tiempo. Usted sabe, la gente que vive en medio de un bosque es dada a contar historias de duendes y fantasmas. Es mejor no hacerles caso –le recomendó el almacenero en un tono condescendiente enmarcado con una sonrisa –Cuando yo llegué aquí me hablaron de una mujer joven y hermosa que todas las noches de luna llena de verano salía a remar sola en el lago. Me enamoré de ella sin conocerla. Aguardé la llegada del verano con ansiedad y la primera noche de luna llena me senté en el muelle para verla llegar, pero ella esa noche no salió a remar. Quizás tuvo algún contratiempo, pensé decidido a esperar la llegada de la próxima luna. Esa noche ella, una vez más, no acudió a nuestra cita como tampoco lo hizo durante la tercera noche de luna llena de ese verano. Esa última madrugada, regresando a mi casa me crucé con un lugareño con quien compartí mi decepción. El hombre se río a carcajadas. El bosque, el lago y la montaña se prestan a historias de aparecidos, aprendí ese verano –hizo una pausa para encender un cigarrillo, miró a Bilo con frialdad y en tono pausado añadió –Quiere un consejo, no siga metiendo la nariz cerca del avispero –Fue recién entonces cuando Bilo vio entre las botellas de ginebra y anís un retrato de Francisco Franco, el dictador fascista que gobernaba España con mano de hierro desde 1939.

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Esa noche después de cenar, Bilo se quedó charlando con los Götz hasta cerca de medianoche. –La felicito Bertha, su strudel de manzana es delicioso. Podría poner una casa de té en Buenos Aires, sería un éxito, nadie hace un strudel como el suyo –la mujer sonrío satisfecha –Cuénteme su secreto –añadió Bilo, más por amabilidad que por verdadero interés. –La receta de mi abuela –reveló risueño Marcos Götz. –La canela y el limón, en mi casa no le ponían. Mi suegra me enseñó el truco. Cuéntenos por donde estuvo hoy. –Anduve caminando a la deriva por las afueras del pueblo buscando la casa de un tal Maier, nunca la encontré. Después estuve en el almacén tomando una cerveza. El dueño me habló de una misteriosa mujer que en verano sale a remar en las noches de luna llena. –¿Qué mujer? ¿Marcos, alguna vez oíste algo ? –No nunca. Ya le dije que la gente de aquí le gusta inventar historias. ¿Qué otra cosa le contaron hoy? –Me hablaron de una casa grande que hay a orillas del lago Nahuel Huapi, en Inalco. ¿Ustedes saben quien vive allá? –Allí no vive nadie, nunca vivió nadie. Todo lo que se cuenta de la casa son mentiras. Los dueños, gente de Buenos Aires, venían unas pocas semanas al año, durante el verano. El resto del tiempo la casa estaba vacía. Nosotros trabajamos allí durante unos meses cuando llegamos aquí – explicó Götz. –Por lo que nosotros sabemos, desde hace unos cinco años que la finca está abandonada. Una pena, era una hermosa casa. Estar allí era como estar en un rincón de los Alpes Bávaros –evocó la mujer. –¿Porqué eligieron venir a vivir a la Argentina? Tan lejos de Alemania.... –Nos convenció Else, la hermana menor de mi mujer. Después de la guerra, Alemania estaba destruida, no sólo en lo material, también en lo espiritual. La derrota dejó secuelas importantes, el ánimo general era de terrible pesimismo. Era doloroso para nosotros ver a nuestra gran nación caída –explicó Marcos Götz. –Era necesario que nos fuéramos, después de la guerra hubo muchas persecuciones en Alemania, en especial en Berlín. Para nosotros la situación era especialmente difícil. A Marcos nadie quería darle trabajo, lo trataban como apestado, como si él hubiese sido responsable de las acciones de sus superiores. Con lo que yo ganaba no nos alcanzaba para vivir. Mi hermana

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Else nos ayudaba y cuando nos habló de irnos de Alemania no dudamos. Elegimos la Argentina por la importancia de la colonia alemana aquí. Else insistió mucho en este punto. –Noto incredulidad en su gesto. Las cosas eran tal como se las cuenta mi mujer. Al finalizar la guerra nadie quería asumir sus responsabilidades. Era más fácil mirar hacia otro lado, acusar a los otros de la debacle. Así todos los que habíamos trabajado para el gobierno, no importa la función que cumpliéramos, eramos vistos como sospechosos de los peores crímenes. Nadie, en cambio, reparaba en los propietarios de las grandes empresas que apoyaron al reich y se beneficiaron de contratos con el gobierno y del trabajo gratuito de los prisioneros de los campos de concentración. Siemens, BMW, Volkswagen, Bayer, Hoechst, Basf, AEG, Mercedes Benz, la lista es larga. Ninguna de estas empresas tuvo problemas al finalizar la guerra, por el contrario, todas recibieron ayudas. En cambio, personas como yo, un modesto chófer al servicio de Alemania, debimos sufrir todo tipo de vejaciones, Lo único que hice durante la guerra fue conducir un coche – Jaime Bilo aprovechó la pausa, para preguntarle a Götz el nombre del oficial nazi a cuyo servicio había estado durante la guerra, quizás eso pudiera explicar, aunque sea parcialmente, la persecución que decía haber sufrido. –No tiene ninguna importancia, de todos modos mi comandante está muerto. Murió el día de la entrada de los comunistas a Berlín. Yo mismo lo vi caer durante un tiroteo. Todo eso está olvidado. La guerra es el pasado, Alemania es el pasado, el presente y el futuro nuestro están en la Argentina. Aquí, afortunadamente, estamos tranquilos –afirmó Götz mirando complacido a su mujer –¿No es así, querida? A la mañana siguiente Jaime Bilo se levantó temprano y anunció su partida. Marcos y Bertha Götz lamentaron su partida. –Esperamos volver a verlo por aquí. ¡Será bienvenido! Llegó a Bariloche hacia las seis de la tarde y se instaló en un hotel con vista al lago, próximo al centro cívico. Esa noche, mientras cenaba en un restaurante céntrico se sentó en su mesa un hombre corpulento de estatura media, piel cetrina y pelo oscuro peinado con gomina y vestido de traje y corbata, forma de vestir poco habitual en la zona. Jaime Bilo, al verlo, pensó inmediatamente que era policía. –Varela, para servirlo –se presentó –¿Me permite que me siente en su mesa? –Ya está sentado –le contestó Bilo molesto –de todos modos yo ya me iba – dijo mientras, apresurado, le hacía un gesto al camarero pidiéndole la cuenta.

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–Termine de comer tranquilo. Esa milanesa napolitana tiene muy buena pinta. La verdad, quiere que le diga, yo estaba convencido de que los moishes no comen jamón –sonrió con complicidad –,veo que me equivocaba –la alusión a su condición de judío inquietó sobremanera a Jaime Bilo. –¿Quién es usted? ¿Qué quiere? –preguntó. –A quién le importa quien soy. Lo importante ahora es usted. Sabemos que lleva semanas embromando a los vecinos de la zona con preguntas sobre sus vidas. No sé que zonzada se le habrá metido en la cabeza, pero por acá no va a encontrar nada. Sería mejor que se vuelva a Buenos Aires pronto, lo más pronto que pueda. La montaña es traicionera. La gente que viene de afuera suele cometer imprudencias, sin tomar conciencia de los peligros que corren. Usted habrá oído lo que le sucedió a una correligionaria suya el verano pasado. Nuri Eldot me parece recordar que se llamaba la pobre. ¿La conocía? Era un linda mina, estaba pa' darle, pa' darle duro y parejo, se lo digo yo que si de algo entiendo es de minas. A esta la vi un par de veces en el casino, dicen que las moishes son buenas en la cama. Una lástima lo que le pasó. Se despeñó en el Cerro López, no muy lejos de la ruta al hotel Llao Llao. No sé para que se lo cuento, entre ustedes todo se sabe. –No sé de que me habla –mintió Bilo angustiado. –No se haga el gil. Mándese a mudar, acá no se le perdió nada. Después no diga que no le avisamos. No vaya a ser que le suceda lo mismo que a la rusita esa – le advirtió Varela en un tono campechano que contradecía el contenido amenazante de sus palabras –Disfrute de su cena. Me gustaría poder acompañarlo, pero lamentablemente me esperan en otro lado –se justificó con una sonrisa cínica. Al levantarse Varela se paró detrás de Bilo, se inclinó sobre su espalda y le dijo al oído: –Recuerde, vuélvase a casa lo antes posible, es por el bien de todos. Al día siguiente, a primera hora, Jaime Bilo tomaba el tren rumbo a Buenos Aires. Al pie de la última línea de su bitácora de viaje anotó “Götz”, escrito en mayúsculas y envuelto por un circulo.

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21 Elsa von Wasser

El colegio Suizo del Río de la Plata, fundado por el Dr. Eduardo Landmann y la Srta. Elsa von Wasser, se inauguró con habilitación provisional en marzo de 1957 con apenas 37 estudiantes de primero a tercer grado. Prácticamente todos de origen alemán. En los años siguientes se completó el resto de cursos de primaria. El número de inscriptos durante 1960 superaba los doscientos, con una presencia creciente de niños provenientes de familias no alemanas, incluidos un pequeño grupo de estudiantes judíos, lo cual complació notablemente a Landmann. Ese último año, a la enseñanza de alemán e inglés se sumó el francés. En 1963 se creó la sección de secundaria. Para entonces, al caserón original se le había añadido una de las casas vecinas que tenía un gran jardín que se utilizaba para las clases de educación física. A principios de septiembre de 1962, tras la repentina e inexplicada muerte tres meses antes de Erika, la joven empleada doméstica de Landmann, éste y Else von Wasser se mudaron a una nueva casa en la calle Roma, a apenas cuatro manzanas del colegio. Desde la captura y traslado a Israel de Adolf Eichmann, Landmann estaba más huraño e inquieto de lo habitual. A principios de diciembre de 1962, Yuyi Czernik, quien se acababa de separar de su marido, inscribió a sus hijos en el colegio Suizo del Río de la Plata. Tomó la decisión después de reunirse con el Dr. Landmann. Landmann la perturbó y al mismo tiempo la atrajo. Ella lo atribuyó al parecido que encontraba entre el director del colegio y su papá, quizás por que los dos tenían más o menos la misma edad, usaban anteojos de marco de carey con mucho aumento y fumaban en pipa. Su ex marido, Risio Levis, aprobó la decisión sin siquiera visitar el colegio. Ninguno de los dos averigüó nada acerca de los directivos y docentes de la institución. Les bastaba que fuera un colegio suizo. Para ellos esto era garantía de buena educación.

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El colegio era el centro de la vida de Elsa von Wasser. Quería que su hermana Bertha conociera lo que había conseguido crear prácticamente de la nada. A lo largo del tiempo, la había invitado en numerosas ocasiones a pasar una temporada con ella en Buenos Aires pero su hermana, por un motivo u otro, siempre terminaba posponiendo el viaje. De hecho ni ella ni su marido, desde su llegada a Villa la Angostura más de una década atrás, habían regresado nunca a Buenos Aires. Por esto, Elsa, necesitada de vida familiar, siempre pasaba las fiestas de fin de año en casa de ellos. “Este año te visitaremos en Buenos Aires, es una promesa ” le habían asegurado Bertha y Markus, en su última visita a la Angostura, durante el brindis de año nuevo. El matrimonio Götz, cumpliendo con su promesa, llegó a Buenos Aires el 14 de noviembre de 1962. Se hospedaron en el hotel “Mundial” de Avenida de Mayo 1298, esquina Santiago del Estero. El día de su llegada, almorzaron con Elsa en un restaurant español de la zona y luego caminaron hasta Plaza de Mayo. Esa noche, cenaron en el hotel, estaban cansados por el viaje. Al día siguiente, por la mañana, Bertha fue a conocer el colegio de su hermana y Markus se encontró a almorzar con un viejo camarada cuyo rastro se ha perdido. Por la noche, Landmann los invitó a comer al restaurante Zum Edelweiss de la calle Libertad, en pleno centro de la ciudad. Quedaron en encontrarse directamente en el lugar a las 20h30. – ¡Mein Komandant! –exclamó Markus al ver a Landmann, en quien le pareció reconocer, a pesar del tiempo transcurrido, a su ex superior en la Gestapo –¡Qué agradable sorpresa! Estaba convencido de que usted había muerto durante la caída de Berlín, afortunadamente estaba equivocado. –Me confunde con otra persona, amigo. Usted y yo no nos conocemos. Nunca antes nos habíamos visto –contestó Landmann sin alterarse, en un tono seco y contundente que no dejaba lugar a réplica –Nunca estuve en Berlín, si alguna vez hubiese estado, me acordaría, se lo aseguro –añadió con sarcasmo. –Markus querido, el Dr. Landmann es suizo, no alemán. Es imposible que sea la persona que piensas - añadió Elsa, deseosa que el equívoco no arruinara la velada.

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Marcos Götz, contrariado, comprendió rápidamente que no tenía sentido insistir. Su comandante en la Gestapo debía continuar estando muerto. Era lo más conveniente para todos, pensó. –Doctor, tiene razón, me confundí, disculpe –se excuso Götz sin convicción. –No es nada, está disculpado –Landmann, crispado, sonrió ligeramente ocultando su contrariedad –Suele suceder. Pidamos el menú. Durante la cena Landmann se interesó por la marcha del negocio de los Götz en La Angostura, intercambiaron anécdotas de los primeros días de la Argentina mientras bebían comían salchichas con chucrut y bebían cerveza. Cuando se despidieron, aparentemente, ninguno de ellos recordaba el incidente inicial. A la mañana siguiente, caminando hacia la Plaza del Congreso, Berta y Marcos Götz fueron atropellados por una camioneta de fletes en la esquina de Avenida de Mayo y San José, a apenas cien metros del hotel en el que se alojaban. El conductor huyó. Marcos Götz murió a las pocas horas en el hospital de Clínicas, su mujer estuvo internada varias semanas. Cuando le dieron el alta, volvió a Villa la Angostura, vendió la hostería y después se trasladó a vivir a Buenos Aires. Berta von Wasser nunca le volvería a dirigir la palabra al Dr. Eduardo Landmann, a quien, sin motivo aparente, responsabilizaba de la muerte de su marido. Esto a pesar de la relación profesional y personal que la hermana mayor de ella mantenía con él. El 18 de mayo de 1964, un año después de instalarse en Buenos Aires, se volvió a casar. Su nuevo marido se llamaba Norberto Braun y era hijo de padre alemán y madre argentina. En aquel momento su hermana Elsa ya no vivía con Eduardo Landmann. La relación entre ellos había comenzado a deteriorarse tras la muerte de Marcos Götz. En los días que siguieron al accidente, Elsa von Wasser, posiblemente influenciada por el ánimo de su hermana menor, comenzó a sentir un creciente resquemor hacia Landmann del cual nunca se pudo librar. Si bien ella no tenía nada que recriminarle a él, la convivencia entre ellos se hizo cada vez más difícil. Así, hacia finales de octubre de 1963, Elsa von Wasser le anunció a su anfitrión y socio, su decisión de dejar de vivir en la casa de él. –Eduardo he abusado de la hospitalidad de usted durante mucho tiempo, no sé lo que hubiera sido de mí sin su apoyo y confianza. Le estaré eternamente agradecida, pero ha llegado la hora de tener mi propio hogar. La primera semana de diciembre, después de la finalización de las

142 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 clases, me mudo. Alquilé un departamento en Martínez, sobre la avenida Santa Fe. El lugar es pequeño, pero tiene una magnífica vista del río. Ya me visitará. No ponga esa cara... no tendrá tiempo de extrañarme, nos seguiremos viendo todos los días en el colegio. Quizás durante las primeras semanas le cueste adaptarse a mi ausencia, a mí también me costará, lo sé, son muchos años de convivencia pero pienso que tener mi propio espacio es lo mejor para los dos. Pero no se inquiete, siempre estaré cerca suyo, puede contar con ello. Landmann la escuchó callado.

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22 Después de la ejecución de Eichmann

Adolf Eichmann fue juzgado y condenado a morir en la horca por un tribunal israelí. Fue ejecutado en la medianoche del 31 de mayo de 1962 en una prisión de Jerusalem. La noticia conmocionó a Abraham Czernik. Él deseaba, esperaba que el gobierno israelí diera una respuesta favorable al pedido de clemencia presentado por Eichmanm. Al leer la noticia de la muerte del responsable de la deportación de tantos millones de judíos sintió una desconocida sensación en la que se entremezclaban alegría, alivio y desazón. Recordó a su madre y a su padre, a sus hermanas y a su hermanos sentados alrededor de la mesa de shabat en su casa natal y lloró silenciosamente. Por un momento, se vio en Horodek jugueteando en la nieve con sus amigos de infancia durante los festejos de Januca, mucho antes de todo y sintió una gran serenidad. Después se durmió. Junto a él, Esther, su mujer, miraba la televisión. –Finalmente ejecutaron a Eichmann –comentó Ofelia, la hija menor de Abraham Czernik y Esther Sapire, durante la cena que reunía a toda la familia el primer viernes de cada mes. –¡¡Una barbaridad!! Todos esperábamos que iban a conmutarle la pena –exclamó consternada Bety, la mayor de las tres hermanas.

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–A mí no me incluyas, hablá por vos. A mí no me parece ninguna barbaridad, al contrario, creo que es justo. Eichmann fue responsable de la muerte de millones de judíos. La muerte es un castigo mínimo para los crímenes nazis. Es hora de que los judíos nos hagamos respetar –opinó Pepe Langler, el marido de Ofelia. –¿Ese es el modo de hacernos respetar? No me parece – lo contradijo Yuyi –Yo estaba convencido de que le perdonarían la vida, pero no ha sido así, lo ahorcaron. En contra de todos nuestros principios, un estado judío ha matado a un ser humano en nombre de la ley –Abraham Czernik aún estaba abatido por la noticia –Me es difícil de comprender los verdaderos motivos para haber quebrantado nuestra fe en el ser humano. La vida es el valor supremo. Nada puede justificar matar a un semejante, nada. Eso es lo que pienso. –Quizás tenga razón Abraham, pero yo no puedo lamentar la muerte de ningún asesino nazi – insistió Langler. –No sólo no lo lamento, lo festejo –aclaró Ofelia. –¿Qué se gana con matarlos? Eso no va a resucitar a ninguna de las víctimas. –Yuyi tiene razón, es verdad que no van a resucitar –coincidió Esther Sapire –. ¿Pero porqué deberíamos dejar que los asesinos sigan con su vida como si fueran inocentes? –Mamá no se trata de eso. Nadie dice que tengan que estar libres –terció Betty –Hay que dejarlos en la cárcel hasta que se pudran, pero no hay que matarlos. La pena de muerte es contraria a la razón y a toda moral. –Según contó un testigo de la ejecución, Eichmann en sus últimas palabras dio vivas a Alemania, a Austria, y ¡a la Argentina!. Se dan cuenta, puso a la Argentina en el mismo lugar que a Alemania y Austria. Lo leí en “La Nación”. Alguno de ustedes lo entiende, yo no puedo, sobretodo porque las cosas acá, por lo que dicen, no le fueron demasiado bien – comentó Risio Levis, el marido de Yuyi –Hasta sus propios camaradas lo abandonaron a su suerte. –¿Qué significa ese ¡Viva la Argentina! en boca de un criminal como Eichmann?¿Cómo era realmente la vida de Eichmann en Buenos Aires? ¿Cómo es posible que quién había tenido en sus manos el destino de millones de personas evocara en el último instante de su vida el devenir gris en el que transcurrían sus días en los suburbios pobres de Buenos Aires? ¿Qué opinas papá? –preguntó Yuyi. –Por lo visto, a nadie se le ocurrió que Eichmann quizás haya estado simulando durante años que era pobre para pasar desapercibido. Lo cierto es que apenas lo atraparon su mujer y sus

145 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com hijos se esfumaron. Nadie sabe adonde fueron, al menos eso es lo que leí en la revista “Time”. “Clarín” también publicó algo al respecto. Si eran tan pobres ¿Cómo hicieron para irse? Viajar no es barato, se necesita plata, mucha plata. Raro ¿No? –añadió Levis, quien era un fervoroso lector de diarios y revistas. Roberto Yankillevich, el marido de Bety asintió. –La verdad es que yo no creo nada de lo que nos contaron. Adolf Eichmann viviendo junto a a su mujer e hijos en la miserable casucha a medio hacer, casi de villa miseria, en la que dicen que lo encontraron, es de risa. ¡¡Obrero en una fábrica de coches!! ¡¡Tomando varios colectivos por día para llegar al laburo!!! ¡¡Por favor, es una cachada!! Piensan que nos chupamos el dedo. ¡Con los apoyos que reciben los nazis!. A este a último momento le soltaron la mano, váyase a saber porqué, pero entretanto seguro que vivía como príncipe. Lo malo de todo esto es la que nos espera a los judíos argentinos. Para los antisemitas sobran las excusas para jodernos. Al día siguiente de la ejecución ya hubo ataques a sinagogas y colegios de la colectividad. ¿Supongo que están al tanto? No sabemos hasta adonde pueden llegar. ¿Recuerdan lo que pasó durante los meses que siguieron a la captura de Eichmann? Un obispo argentino hasta se animó a defender públicamente a los criminales nazis que se esconden acá. ¿Cómo se llamaba esa porquería? - preguntó Yankillevich. –Debes referirte a Monseñor Caggiano, nada menos que el cardenal primado de la Argentina. Me acuerdo. Declaró, sin abochornarse, que Eichmann llegó a la Argentina en busca de olvido y perdón y que la obligación de los cristianos es perdonar lo que haya hecho antes. Lo leí en el diario16 –recordó Risio Levis–. Abraham, Yuyi me contó que su hermano de Israel llega a Buenos Aires la semana que viene. Así es, esta vez viene con Iritz, su hija mayor. Ella tiene pensado quedarse una temporada larga en Buenos Aires. Llegan el próximo jueves. –¡¡Viene a buscar novio!! – se rió Esther– Espera que yo le haga de casementera. Así que ya saben, si conocen algún buen partido, me avisan y se lo presentamos. –Si les parece podemos hacer un asado de bienvenida en casa –propuso Levis, siempre solicito a la hora de complacer a sus suegros. Nadie se mostró entusiasmado con la idea. La llegada de Pinhas e Iritz Czerniak convulsionó la rutina de los Czernik. Pinhas se alojó en casa de Abraham e Iritz en lo de su tío Jeremías. Abraham, contrariado por el ahorcamiento de Eichmann, evitaba hablar con su hermano del tema. Pinhas tampoco parecía muy interesado en tocar el asunto.

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El lunes 9 de julio Yuyi Czernik, festejó su cumpleaños con un asado al que, por iniciativa de su marido, invitó a toda la familia. Pinhas volvía a Israel el día siguiente. Era una buena forma de quedar bien con el papá de su mujer, pensó Risio. Estuvieron la mamá y el papá de Yuyi, las dos hermanas de ella con sus maridos e hijos, su mamá y su papá, Pinhas e Iritz, cuya estancia en Buenos Aires, ninguno de la familia terminaba de entender. Jeremías Czerniuk y su mujer, a pesar de estar invitados, se excusaron. Unos días antes, Tacuara, un grupo extremista ultranacionalista con contactos en la policía y vínculos estrechos con algunos refugiados nazis , había secuestrado a una joven estudiante universitaria judía a quien, después de golpearla y torturarla, le grabaron con una navaja una esvástica en el pecho. El hecho conmocionó a todo el país y en especial a la colectividad judía, que vivía con temor el aumento constante de acciones antisemitas. El 28 de junio, una semana después del ataque, todos los comercios de propietarios judíos del país cerraron sus puertas, con la adhesión de amplios sectores políticos, gremiales y culturales. La familia de Abraham Czernik no era ajena a la pesadumbre e inquietud de los judíos argentinos. La situación no contribuía a generar un clima festivo. Por otro lado, la ausencia de Jeremías en el encuentro familiar, generó un visible malestar en Pinhas y su hija que terminó incidiendo en el ánimo de todos. Mientras Risio iba y venía con las achuras y el asado, la conversación, tras el habitual ritual de elogios al asador, fue derivando hacia la condena y ejecución de Eichmann. Las reticencias iniciales de Pinhas a hablar del tema desconcertaron a las hijas y yernos de Czernik. En lo poco que dijo, dejó entrever que condenaba lo sucedido. Abraham Czernik sabía que mentía. Iritz se limitó a decir que la ejecución del jerarca nazi mostraba al mundo la determinación de Israel de perseguir a los criminales de guerra allí en donde se encuentren. –En la Argentina se refugiaron muchos nazis, todos ustedes lo saben. Detrás de lo que sucedió el otro día aquí, es muy posible que haya algún nazi europeo - puntualizó Pinhas en inglés – Los encontraremos, encontraremos a todos, no tengan dudas. Es nuestro deber como sobrevivientes.

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La charla se animó. Una tras otro fueron apareciendo nombres reales e imaginarios de nazis que se creía que se escondían en el país. Todos parecían tener una historia que contar. –Basta de todo esto – pidió Risio - pasaron casi veinte años desde que terminó la guerra. Lo de Eichmann debe ser un punto final. Tenemos que olvidarnos de los nazis. –Querido, no entendés nada de nada - comentó despectivamente Yuyi – sos un mutilado emocional. Él la miró con bronca pero no dijo nada. Ella encendió un cigarrillo y con la cabeza ladeada, mirando a su marido, sonrió con desprecio. Él se mordió el labio inferior de la boca y no le contestó. Bety y Ofelia controlaban la risa, Pinhas e Iritz se sintieron incómodos por la situación que se había creado, mientras que Abraham Czernik estaba consternado por las palabras de su yerno preferido. –Risio tiene razón, tenemos que dar vuelta esta página de la historia. Bastante tenemos con los antisemitas de acá –dijo Esther Sapire, en castellano y en idish, contrariando a su marido y a sus hijas que la miraron con reproche. –¡¡De ningún modo!! –exclamó Pinhas Czerniak indignado –Esther te equivocas, los responsables del holocausto deben ser castigados por lo que hicieron. Sus crímenes son crímenes contra la humanidad, la humanidad entera, no sólo contra los judíos. Sólo así evitaremos que se vuelvan a repetir atrocidades como las sucedidas. Lo que está en juego es la dignidad del ser humano –apoyó la mano sobre el hombro de su hermano quien sintió que debía hablar. –Coincido con Pinhas. La memoria es nuestra obligación como pueblo, el resguardo de nuestra memoria es lo que nos permite mantener nuestra identidad, ser quienes somos. Recordar es sobrevivir. Más allá de mis recelos, el caso Eichmann muestra al mundo que existen crímenes que no deben ser olvidados, que no pueden ser perdonados porque atentan contra nuestra condición humana –tras decir esto, Abraham Czernik hizo una pausa –castigarlos sí, pero no matarlos. Matarlos nos iguala a ellos, no me cansaré de repetirlo.

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23 Un strudel de manzana

A los pocos días de su regreso de Bariloche, Jaime Bilo telefoneó a José Moscowitz, el abogado para quien había trabajado Nurit Eldodt, para preguntarle si podía averiguar a quien pertenecía la misteriosa finca de Inalco, sin comentarle nada acerca de sus sospechas de que Hitler hubiera vivido allí al final de la guerra. Moscowitz bromeó; –Jaime, veo que sigue en su loco empeño de localizar nazis –se rió –No me diga que me equivoco, si no fuera así ¿Para que querría usted hacer averiguaciones sobre una casa en un lugar tan lejano como esa villa que nombró? Eso está cerquita de Bariloche ¿No? Pobre Nurit.... Bueno, en fin, vayamos a lo nuestro. La verdad es que sería mejor que consultara con un escribano. Si quiere le puedo recomendar a uno de mi confianza. –Digame. –Se llama Elías Berenstein, vaya a verlo de mi parte. Es un buen hombre, comprometido con el judaísmo. Le paso el número de teléfono de la oficina. El primer encuentro de Bilo con el escribano fue el 29 de diciembre de 1960. Berenstein era un hombre alto y delgado, y de porte elegante. Tenía los ojos celestes, pequeños y hundidos y la mirada inexpresiva. A pesar del calor iba vestido con un impecable traje de casimir inglés.

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–Conseguir lo que usted me pide llevará algo de tiempo, y no será nada barato. Entienda que desde acá no podemos hacer nada, las gestiones las tenemos que hacer directamente en Neuquén, además la semana que viene comienza la feria judicial. Durante enero acá en la oficina no queda nadie. Pero si le parece, nos podemos volver a ver después de las vacaciones. Llámeme en febrero y arreglamos. –De acuerdo, entonces quedamos así, lo llamo más adelante. –Antes de irse le abriremos una ficha de cliente, de este modo ya tendremos agendados sus datos. –¿Es imprescindible? Yo preferiría absoluta reserva. –Es lo usual. No se preocupe, en la ficha sólo anotamos el nombre y el teléfono de los clientes. Nada más –lo tranquilizó –. La señorita Sofía le tomará los datos. Así fue como Jaime Bilo conoció a Sofía Kletz, la mujer con la que se casaría en abril de 1962. El interés de Bilo por todo lo relacionado con la búsqueda de nazis decayó a partir del inicio de su noviazgo con Sofía Kletz con quien se encontraría casualmente en Miramar menos de un mes después de su visita al escribano. “El destino nos reúne” le dijo él cuando se cruzaron en el paseo costanero una tarde de enero. Desde entonces no volverían a separarse. En esa misma época, comenzó a jugar de forma habitual en el casino. Le gustaba jugar a la ruleta y salir de noche a cenar y a bailar con ella. Ese y los siguientes seis o siete años fueron buenos años en la vida de Jaime Bilo. Se sentía feliz, quizás por primera vez en su vida. Entrado el otoño, Sofía Kletz lo llamó una mañana al negocio para decirle que Berenstein deseaba encontrarse con él. A Bilo le extrañó el llamado, ya que no había vuelto a hablar con el escribano desde aquella primera y única reunión que habían tenido a fin de año. Supuso que sería por Inalco, asunto por el cual había perdido todo interés. Acudió a la cita sólo por no contrariar a Sofía. Berenstein lo recibió con una amplia sonrisa. –Tengo lo que me pidió. Lo que hallamos es muy sugerente –¡Ah sí! ¡Qué bien! –exclamó simulando entusiasmo –Pensé que lo dejaría pasar, como no lo volví a llamar. –La verdad es que en su momento me sorprendió que no llamara. Ahora ya no tiene importancia. Su historia sobre la casa de Inalco me despertó curiosidad, así que empecé a hacer averiguaciones por mi cuenta. Colegas de Neuquén me contaron que en la zona existe la

150 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 leyenda de que Hitler se refugió en esa finca después de la guerra. Usted, sin duda, ya lo sabía. Lo malo es que no hay modo de demostrar que lo que se dice es cierto. Sólo hay rumores, leyendas, cuentos de personas que remiten a otras personas, pero nunca un testimonio directo que pueda tener un mínimo valor probatorio. Ni siquiera una misera foto. Nada, sólo dichos, fabulaciones. Lo único significativo es la propia casa. Esa casa, no sé si lo sabe, es casi una réplica a escala de la residencia alpina de Hitler en Bavaria. Resulta extraño además que la edificación principal esté orientada hacia el sur cuando en la Patagonia, esto me lo ha dicho un arquitecto que conoce bien la región, todas las casas procuran mirar hacia el norte para recibir la luz y el calor de sol. Es más, en Inalco la casa está construida bajo la sombra del bosque. Esta rareza resulta verdaderamente inquietante si tenemos en cuenta la conocida preferencia de Hitler por los ambientes frescos por no decir fríos. El propietario era un abogado de Buenos Aires conectado a la alta sociedad y vinculado a empresas de capitales alemanes. Su nombre era Enrique García Merou y durante la presidencia de Perón fue abogado del gobierno. El costo estimado del conjunto de edificaciones de la finca no pudo haber sido menor a diez millones de dólares de la época. Mucho plata para una casa de vacaciones situada en un lugar de difícil acceso a 2.000 km del lugar de residencia de su propietario, por más que este haya sido un abogado adinerado. A comienzos de la década de 1950 la finca pasó a manos de una empresa controlada por Jorge Antonio, aquel personaje siniestro que fue, o es, testaferro de Perón. Después del derrocamiento de Perón, Inalco quedó abandonado. Por lo que me dijeron, es prácticamente imposible averiguar quien es el actual propietario. Sean quienes sean los que algún día la habitaron, la casa hoy está vacía. –Digame Berenstein ¿Usted cree que perder el tiempo especulando acerca del lugar en que se escondió Hitler, si es que no murió al final de la guerra, sirve de algo? La casa de Inalco pudo o no haber sido utilizada como refugio por Hitler o de otros críminales de guerra, pero lo cierto es que ahí ya no están. También cabe la posibilidad que Inalco como otras historias similares que recorren el país sean leyendas alimentadas maquiávelicamente por los propios nazis y sus secuaces. Sería una forma perversa pero efectiva de alimentar la perpetuación del interés por el nazismo, ¿no cree? Si encontráramos a alguno de ellos ¿Cambiaría algo? ¿Cuántos criminales de guerra siguen prófugos, cuántos nunca fueron perseguidos, cuántos de esos seres bestiales de guerra han seguido normalmente con sus vidas en Alemania, en Austria, en otros países del antiguo tercer reich? ¿Cuántos científicos, cuántos militares que colaboraron abiertamente con

151 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com los nazis han sido recibidos con los brazos abiertos en Estados Unidos, en Rusia y en otros países del mundo? Muchos de ellos fueron bienvenidos en la Argentina, mientras que los sobrevivientes de los campos teníamos que entrar en este país a hurtadillas Acaso usted cree que los únicos asesinos fueron los jerarcas. Nadie parece recordar a quienes humillaban y golpeaban a los judíos sólo por diversión, ni a quienes mataban sólo por matar en las aldeas y en las ciudades ocupadas. Los que torturaban, los que fusilaban, los que robaban... Nadie condena a los empresarios alemanes que se enriquecieron con el trabajo esclavo de los judíos de los campos ni a los filósofos, a los científicos y a los artistas que justificaban y legitimaban los crímenes con sus obras y sus palabras. ¿De qué serviría encontrar a uno, a dos, a tres, a todos los criminales de guerra que se refugian en la Argentina? No me malinterprete, no digo que no haya que hacerlo, sencillamente remarco que el resto, todos aquellos nazis anónimos y otros no tan anónimos que después del conflicto se lavaron las manos seguirán impunes... y lo saben. Yo ya he tenido suficiente, se lo aseguro, por eso no lo volví a llamar en el verano. Ahora deseo vivir y ser feliz. De cualquier modo, más allá de mi perdida de interés, le agradezco que haya compartido conmigo lo que pudo averiguar acerca de esa casa. Al salir de la oficina del escribano, Jaime Bilo deambuló durante unas horas por la ciudad, caminó por Lavalle hasta la 9 de Julio y caminando por Carlos Pellegrini llegó hasta Avenida de Mayo, tomó rumbó hacia Plaza de Mayo y en la calle Bolívar giró en dirección a San Telmo. Se sentía ligero, liberado definitivamente de la responsabilidad casi redentora con la que había cargado desde aquella mañana de mayo en la que conoció a Abraham Czernik. La vida empezaba a sonreirle, pensó. A la altura del mercado, poco antes de llegar a Carlos Calvo entró en un bar y pidió un whisky. Deseaba festejar su bonanza. “Me voy a casar con Sofía, está decidido” se dijo. Pocas semanas después le propuso matrimonio, ella aceptó. Jaime Bilo y Sofía Kletz se casaron el 28 de abril de 1962 en el templo de la calle Paso, el mismo en el que años antes se habían casado Risio Levis y Judith Czernik, la hija de Abraham. Fueron a vivir a una pequeña casa con jardín en el barrio de La Paternal. Allí, años después, nacerían sus dos hijas, Rosana y Miriam. Jaime Bilo nunca le mencionaría a su mujer su relación con Abraham Czernik, ni tampoco le hablaría de su compromiso activo en la búsqueda de criminales nazis. El sábado 20 de noviembre de 1965, Jaime y Sofía Bilo fueron a cenar a casa de unos amigos. Llevaron a su hija que por entonces tenía apenas 8 meses. No recordaríamos dicha velada si no fuera por el strudel de manzana que se sirvió de postre.

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–Delicioso – comentó Jaime Bilo –casi imposible mejorarlo, me recuerda a uno que comí en la Patagonia hace años. ¿Marta, lo hiciste vos? Te felicito. –¿¿Yooo?? Nooo, yo soy incapaz de hacer un simple bizcochuelo, lo compré. –¿En donde? –En una pastelería de Martínez, la dueña es alemana. Es un lugar chiquito, no tiene nada de pinta. Está lejos, pero vale la pena, tienen el mejor strudel de Buenos Aires. Si quieren, después les anoto la dirección. Yendo por el alto, es muy fácil llegar. Incluso se puede ir en tren, queda a pocas cuadras de la estación. El sábado siguiente Jaime Bilo salió temprano de su casa y en el lugar de dirigirse al templo como acostumbraba se dirigió hacia Martínez llevado por una intuición. El strudel de manzana, con canela y limón, casi idéntico al que había comido cinco años atrás en la hostería de los Götz en Villa la Angostura, había reavivado en parte su antiguo interés por desenmascarar nazis. El matrimonio Götz, estaba persuadido desde que los conoció, podía ser clave para desentramar las redes nazis en el país y era posible que fueran los dueños del lugar en donde su amiga Marta había comprado el strudel que había servido en la cena del fin de semana anterior. Una hora y media más tarde Bilo bajó del colectivo en la esquina de Santa Fe y Alvear en Martínez y caminó algo más de dos cuadras por la calle Hipólito Yrigoyen. Pocos metros después de cruzar la calle Italia, sobre la mano derecha de Yrigoyen, estaba la pastelería alemana “Mozart”. Era un pequeño local de barrio en los bajos de una casa modesta de dos plantas. El único detalle de estilo germano en el local era el rótulo con el nombre de la pastelería, pintado en letras góticas doradas sobre fondo negro. Nada evocaba el primoroso cuidado que mostraba la hostería de los Götz en Villa La Angostura. Jaime Bilo se sintió decepcionado. Miró a través de la vidriera y alcanzó a distinguir unas pastas secas para el té, un par de milhojas de dulce de leche, un vulgar pastel de chocolate y una rutinaria y poco tentadora tarta de manzana. Pensó que se había equivocado de lugar. Revisó el papel en donde había anotado la dirección. No había duda, la calle, el número y el nombre del negocio coincidían. Entró. Lo recibió una mujer joven, de pelo y ojos oscuros, delgada y muy pálida. Ensayó una sonrisa que pareció sincera y muy amablemente le preguntó que le podía ofrecer. Bilo le pidió un strudel de manzana.

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–Lamentablemente se nos acabó. No sé que pasó hoy, es como si todo el mundo se hubiese puso de acuerdo en llevarse strudel . Esta tarde, si viene, seguro que tenemos. –¡¡Qué lástima!! ¿No podría ser antes del mediodía? Vine especialmente desde capital. –Mucha gente viene desde lejos por nuestro strudel, no se vaya a creer que es el primero. Nadie en todo Buenos Aires hace el strudel como doña Berta –Al oír el nombre de la propietaria del lugar, Bilo respiró satisfecho, aún cuando nada permitía asegurar que se trataba de la persona que él buscaba. –Es por la canela y el limón que queda tan rico. Me lo dijo la señora Berta hace unos años en la hostería que tenían con el marido en la Patagonia. –¿En la Patagonia? No sabía que la señora había vivido en el sur. A la patrona no le gusta hablar del pasado. La hermana me contó que antes de estar casada con el señor Braun tuvo otro marido que murió hace bastantes años. ¿Usted la conoce a la hermana? Le pregunto de metida nomás, trabaja en una academia de idiomas, me parece, o en un colegio enseñando alemán. Ya que se vino hasta acá, podría llevarse una tarta de manzana, no es lo mismo que el strudel pero está muy rica. Así aprovecha el viaje, digo. –No gracias, otro día vuelvo por el strudel. Una preguntita ¿Cuándo puedo encontrar a su patrona? –¡Ah! Me hubiera dicho antes que la quería ver. Está arriba en la casa, aprovecha que a esta hora afloja el trabajo para estar un rato con el marido, después más cerca del mediodía baja a ayudarme. Le aviso que la andan buscando. De parte de quien le digo. –No se va a acordar de mí por el nombre. Digale que nos conocimos en Villa La Angostura, fui huésped de la hostería, con eso, pienso, será suficiente. –Espero un cachito, subo y le digo –Al cabo de un instante la empleada estaba de vuelta –Me dijo que la aguarde, baja enseguida.

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24 ¿Heinrich Müller en la Argentina?

Antes de regresar a Israel, Pinhas Czerniuk le contó a su hermano Abraham que durante los interrogatorios en Jerusalem, Adolf Eichmann reveló que Heinrich “Gestapo” Müller residía en la Argentina. Según Pinhas, Eichmann dijo que cuando vivía en La Lucila se cruzaba seguido con Müller en la calle. –Aparentemente nunca se hablaron y ni siquiera se saludaron aunque no tenemos porque creerle – añadió Pinhas – En el barrio, por lo que contó Eichmann, a Müller lo conocían como el “Suizo”. Nunca supo el nombre y el apellido que utilizaba ni a que se dedicaba. Convivía, según parece, con una mujer alemana más joven que él y una adolescente, quizás la hija de la mujer. Descartamos que la mujer sea su esposa o la amante que tenía en Berlín durante la guerra – Abraham Czernik miró a su hermano consternado. –Lo sé, lo sé, estás pensando la razón por la cual todo esto no se da a conocer públicamente. Es sencillo, hemos preferido mantener esta información en secreto para evitar que Müller se sienta amenazado y escape. Es más, hemos filtrado información falsa dejando entrever que al final de la guerra Gestapo Müller se pasó al bando soviético. Deseamos que considere que en la Argentina está a salvo –Pinhas esbozó una sonrisa al decir esto–.Lo capturaremos, no te quepa duda. Czernik sintió que su hermano lo estaba desafiando. –Müller no le interesa a nadie –observó Czernik con cierta desazón – a nadie – repitió. –A ti y a mí sí nos interesa. Es suficiente –replicó con firmeza su hermano. Abraham Czernik no respondió. La confirmación de la presencia de Müller en la Argentina no cambiaba nada, el tiempo de perseguir nazis ya había pasado para él, eso pensaba. Días después de la partida de Pinhas, Czernik almorzó con Jeremías, el menor de los tres hermanos. Los dos, aquel día, estaban más apesadumbrados de lo habitual. –La guerra ha terminado hace casi veinte años, mucho tiempo. Los sobrevivientes de los campos de tortura y de los guetos conviven con los espectros de todos aquellos a quienes vieron morir, tienen marcadas en el alma las humillaciones, el maltrato, el hambre que sufrieron durante

155 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com años, los golpes, las perdidas, las últimas miradas de sus seres queridos, la culpa que sintieron por el mendrugo de pan que alguna vez arrancaron de la mano de un anciano, de un niño, de cualquier otra persona que como ellos se aferraba a la vida y que poco después moriría. Nada les dará sosiego a sus vidas, sentirán siempre un fuego helado que los consume por dentro. Muchos sufren en silencio, otros, unos pocos, que tienen el don de la palabra, se imponen la obligación de dejar testimonio del horror, desde adentro mismo del horror, para que el mundo conozca lo que sucedió, creyendo ilusoriamente que conservando viva la memoria de la barbarie es posible evitar otras barbaries, o quizás lo hacen, sencillamente, como un modo de sanación personal. Por último están los sobrevivientes que consideran que la guerra sólo culminará el día en que muera el último nazi. En este grupo, están los perseguidores de nazis, dispuestos a dejar su vida en esa tarea, que consideran de orden superior. De cierto modo, pienso, siguen siendo cautivos del nazismo. Ojalá encuentren a los criminales prófugos y consigan que los condenen a todos, quizás eso sea valioso... Nunca seré juez, no es una tarea para la que me sienta capacitado. No sé si existe algún hombre que lo esté. Durante siglos, los judíos hemos sido perseguidos, mal vistos, despreciados, discriminados y también torturados y asesinados. Gran parte de nuestro pueblo es europeo pero Europa no nos quiere, nunca nos quiso. La inquisición, los pogroms, el nazismo son apenas la muestra más visible del terror en el que nos han condenado a vivir. Nosotros, sin embargo, seguimos de pie, vivos, sabiéndonos judíos, sea lo que fuere ser judío. Ese es el homenaje que todos los días cada uno de nosotros hacemos a todos los hombres y mujeres que fueron perseguidos, torturados, asesinados por el sólo hecho de nacer judíos. Vivir, festejar la vida.... no es tan sencillo como parece. A mí también me cuesta. Lo sabés –le dijo Jeremías, contándole lo que sentía desde unos días antes, después de haber charlado sobre el tema con un cliente suyo que era sobreviviente de Dachau. Abraham Czernik sonrió ligeramente antes de beber un sorbo de agua. Se sentía mejor con su decisión. Sofía Kletz de Bilo nunca había visto a su marido tan nervioso como aquel sábado de finales noviembre de 1965 en que volvió a casa con un strudel de manzana, comprado en una pastelería de Martínez. Encendía un cigarrillo tras otro mientras caminaba alrededor de la mesa del pequeño comedor de la casa en la que vivían, la misma en la que ella continúa viviendo más de 45 años después. Sofía Kletz hizo como si no sucediera nada y le ofreció un café que él rechazó. Después fue a atender a la hija de ambos y, a pesar de la inquietud que le generaba

156 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 verlo tan inquieto, lo dejó solo. Prefería esperar que él, si sentía la necesidad, le contara porque estaba así. A Jaime Bilo no le gustaba que le hicieran preguntas y su mujer lo sabía. Minutos después al volver ella al salón, lo encontró sentado en el sofá tomando un whisky. –Sofi, venísentate al lado mío –le pidió en un tono apagado y monocorde que mantendría durante los minutos siguientes–. Nunca hasta hoy me sentí capaz de contarte nada acerca de lo que viví durante la guerra. Te agradezco que desde la primera vez que viste el número tatuado en mi brazo hayas respetado mi silencio. El daño que me causó Auschwitz es permanente, lo sé. Fue muy doloroso, todavía duele. Era un pibe, un pibe, tenía poco más de quince años ¿Te das cuenta? y tuve que crecer ahí, rodeado por la muerte sabiendo que nadie respondería a mi pedido de socorro. Primero fue el gueto y poco después esa fábrica de la muerte. Nadie, nadie es capaz de relatar aquello, no hay imágenes que puedan representarlo, es imposible de concebir, casi imposible de imaginar, pero está acá, adentro de mi pecho, en mi cabeza, en mis ojos, en mi piel, en el recuerdo de mi hermano Sami y de cada uno de los pobladores del gueto y los prisioneros del campo que vi morir sin poder hacer nada por ellos, absolutamente nada, ni siquiera llorar. A la mañana, cuando despierto, sobre todo en los días lluviosos, antes de abrir los ojos, reaparecen los golpes, el miedo, el hambre, la muerte. Y después cuando te siento acostada junto a mí y reconozco el respirar de nuestra hija en la habitación de al lado, me tranquilizo y al mismo tiempo me siento avergonzado por estar vivo. Sí, avergonzado ante Sami mi hermano que murió en mis brazos y ante todos los que murieron ante mis ojos ciegos, sin reaccionar, indiferente al dolor ajeno. Muertos de hambre, de cansancio, enfermos, golpeados, rendidos, resignados. Sé que es absurdo, ridículo, pero siento remordimiento por no haberme entregado a la muerte, por haber seguido peleando por sobrevivir, por no haberme dejado morir. Me pregunto qué nos hace vivir. He visto a hombres jóvenes dejarse fenecer, derrumbados, quebrados, vencidos, sin fuerza interior para seguir. Yo no, yo no me resigné, luché. Mi único objetivo cada día al despertarme, era llegar vivo a la noche, por eso estoy acá. Quería vivir y lo conseguí. Si alguna vez tuve algún sentimiento religioso, ahí lo perdí definitivamente. En Auschwitz todo era humano, impíamente humano. Todo ese horror fue concebido por seres humanos, todo, las deportaciones, los barracones, el maltrato, las humillaciones, la tortura, los fusilamientos, las cámaras de gas, todo sucedía tal como fue previsto, tal como fue ordenado. Humano, absolutamente humano, eso es lo más terrible. No se trata de discutir el sentido de lo sucedido ni de intentar comprenderlo. No hay nada que

157 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com comprender. Querían destruirnos, envilecernos, y lo consiguieron. No se puede, no se debe comprender. Hicieron de nosotros animales hambrientos y brutales...brutales –repitió tras una breve pausa –Hice cosas monstruosas de las que nunca conseguiré reponerme, pero gracias a ellas puedo estar con vos acá. Allá dentro sólo había lugar para lo peor de cada uno. Ni siquiera había espacio para las lágrimas. Te lo aseguro, después de Auschwitz es imposible creer en el ser humano, al menos eso pensaba hasta que te conocí. Pero más allá de la alegría que siento estando con vos, nunca podré librarme de la necesidad que siento de hacer algo para reparar no haber hecho nada para evitar la muerte de al menos una persona. Una sola, pienso, hubiera bastado. Es una carga enorme, enorme que algunos días, como hoy, pesa mucho más. Es terrible saber que muchos de los verdugos han seguido sus vidas como si nada hubiera sucedido, como si los muertos y el horror fueran algo ajeno a ellos, una suerte de obra de teatro de la cual eran meros figurantes. Pero lo cierto es que cada uno de ellos, cada uno, entendés, vestido con su uniforme nazi y con un arma en la mano fue responsable directo de abusos, torturas y muertes. No son inocentes, los verdugos nunca son inocentes. Como te decía, la paradoja es que ellos siguieron con sus vidas, y nosotros, las víctimas, soportamos la vergüenza, incluso la culpa por haber sobrevivido. ¡¡¡Culpa por estar vivos!!! ¿No es absurdo? Recuerdo el desconcierto y el terror que sentimos todos cuando los nazis, ante el avance de los rusos, dieron la orden de evacuar el campo. ¡¡Caminando!! ¡¡ Y en pleno invierno!!! No sabes lo que es el invierno en Polonia. El frío que hace. A los que tenían dificultades para caminar o estaban enfermos directamente los fusilaban. Yo me escondí en un barracón. Otros hicieron lo mismo. Después de que los nazis abandonaran el campo, empezamos a salir de nuestros refugios. Eramos espectros. Nevaba. El silencio era absoluto. El alivio también. Nos sentíamos a salvo, libres. Comenzamos a deambular por el campo, a la deriva. Así fue como me reencontré con Sami. Nos miramos, al principio no nos reconocimos, después nos dimos un abrazo emocionado. Él lloró, yo no. En esos años no lloré nunca... nunca, no podía –recordó sollozando Jaime Bilo– A los pocos días llegaron los rusos y liberaron el campo. La guerra no había terminado. Los soldados nos dijeron que la línea de combate estaba cerca de allí y que era mejor que nos alejáramos. Juntamos provisiones y algo de ropa y junto a Sami y otros cinco prisioneros comenzamos a caminar rumbo al este sin destino. Al vernos los campesinos se apartaban de nosotros como si fuéramos apestados. Al atardecer del segundo día de caminata llegamos agotados a un pueblo. Los pobladores nos recibieron con insultos, incluso hubo quienes nos

158 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 arrojaban piedras. Nadie extendió una mano para ayudarnos. Nadie. Nos refugiamos en el granero de una granja cercana en donde pasamos la noche. Estábamos exhaustos. Sami tenía mucha fiebre. Transpiraba y tiritaba. Estaba empapado por el sudor. Le puse una compresa fría en la frente y le prometí que a la mañana siguiente buscaría un médico para que lo curara. Murió esa misma noche, pero yo no me di cuenta hasta que amaneció. Él tenía 15 años, yo 17.

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25 Sospechas, intuiciones e indicios

El martes 30 de noviembre de 1965, Abraham Czernik recibió en el hospital una llamada de Jaime Bilo. Hacía más de cuatro años que no hablaban. –¿Se acuerda de mí? –¿Cómo me voy a olvidar de usted? ¿Cómo está? ¿A qué se ha dedicado durante estos años? ¿Sigue con la peletería? –Sigo, sigo. ¿Y usted como está? –Y... sacando los dolores de cabeza que me da mi mujer, la malasangre que me hago en el trabajo y los problemas del hospital, se puede decir que estoy bien. Pero supongo que después de tantos años, no me llamó para hablar de nuestras vidas. Digame Jaim ¿Qué puedo hacer por usted? –Me gustaría que nos encontremos, necesito hablar con usted ¿Cuándo nos podemos ver? –Me puede adelantar algo. –Se trata de un asunto delicado. Me parece mejor hablarlo personalmente. ¿Le viene bien que nos encontremos mañana? –¿Tan urgente es? Digame al menos de que se trata –Le daré un nombre, con eso bastará: Müller –Czernik sintió un sacudón. Dudó. Decidió no precipitarse. –Mañana me es imposible. –Entonces, quedemos para el lunes. Si le viene bien, pasese por mi negocio a primera hora de la mañana. Ese lunes, poco después de las 9 de la mañana Abraham Czernik entraba en la peletería de Jaime Bilo. Las mejoras del local en relación a su primera visita muchos años antes eran notables La empleada, una mujer elegante de poco más de 30 años, lo saludó con amabilidad y, avisada previamente de su visita, lo guió hasta la oficina de la trastienda en la que ambos hombres se habían conocido casi diez años antes. Allí todo aparentaba estar igual. La misma mesa, las mismas sillas, los mismos mapas colgados sobre las paredes pintadas de blanco ya no

160 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 impecable, el escritorio, el block de hojas de papel junto a la máquina de escribir, hasta el calendario parecía el mismo. Bilo lo recibió con una sonrisa. Se abrazaron. Los dos estaban sinceramente contentos. –¿Le hago preparar un té con leche? –a Czernik no se le pasó por alto que su anfitrión recordara su preferencia por el té. Estuvieron reunidos casi dos horas. Bilo comenzó explicándole como había conocido a Marcos y Bertha Götz y la casualidad que le había permitido encontrar a la mujer pocos días antes. –Recuerdo que volviendo de Bariloche remarqué en mi cuaderno de viaje el apellido de ellos. A mí desde el primer día me llamaron la atención. No respondían al perfil de nazi que yo conocía.

Eso al principio me confundió. Incluso, por algunas de sus opiniones podían pasar por opositores al régimen de Hitler. Algo difícil de imaginar. porque el tipo decía haber sido chófer de un jerarca de la Gestapo. Empecé a sospechar que ocultaban algo importante, cuando él se negó a darme el nombre de su superior –Czernik quien escuchaba con poco interés el relato de Bilo, se reacomodó en la silla echando su cuerpo ligeramente hacia adelante.

–Durante todos estos años me quedó esa espina clavada. Al fin me la saqué. Por lo que me contó hace unos días la mujer, más lo que conseguí sonsacarle, pienso que es más que posible que el jefe de Götz durante la guerra fuera el mísmisimo Gestapo Müller.

–¿Está seguro o es sólo otra suposición o, si prefiere, intuición suya? ¿Se acuerda cuándo pensaba que encontraría a Hitler en la Patagonia? Por lo que yo sé, lo único que encontró es una casona habitada por fantasmas –dijo Czernik en un tono aparentemente neutro, cuidándose de no zaherir a Bilo, quién sonrió sin convicción. –Seguro, seguro, no estoy. Tengo que confesarle que hay mucho de intuición. Abraham, no ponga esa cara, que no haya comprobado la presencia de Hitler en el sur no significa que la bestia nunca haya estado por esos pagos. Indicios existen. Y con Eichman no me equivoqué, usted lo sabe bien. Algo de crédito merezco ¿No le parece?. Vayamos al grano. Marcos Götz murió hace unos años atropellado por una camioneta en pleno centro de Buenos Aires. La mujer, por lo que dice, se salvó por los pelos. Estuvo internada muchas semanas. Según ella,

161 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com siempre pensó que lo sucedido no había sido un accidente. Cuenta que el conductor de la camioneta, al verlos, en lugar de intentar frenar, aceleró con la intención de atropellarlos. Me explicó que habían venido a Buenos Aires a visitar a Elsa, la hermana mayor de ella. La noche anterior a la muerte de su marido habían cenado en un restaurant alemán del centro con la hermana y el hombre con el que ella vivía, a quien no conocían. Un detalle sin importancia, pensé, como con seguridad estará pensando usted. Se lo dije. Berta Götz me miró, sonrió amargamente y me contestó : “Podría ser, si no fuera que Marcos, al ver al hombre que acompañaba a mi hermana lo saludó con un efusivo ¡Mein Komandant! Este sujeto, muy molesto, no sólo negó conocer a mi marido sino que afirmó que él era suizo y que nunca había estado en Berlín” –Czernik entendió la importancia que podía tener el testimonio de aquella mujer pero no interrumpió a Bilo –Ella continuó contándome lo que había sucedido esa noche: ”Cuando volvimos al hotel Markus no quiso hablar de lo ocurrido durante la cena. Le puedo repetir textualmente lo único que dijo al respecto: 'Pude equivocarme, hace mucho tiempo que finalizó la guerra. Mi comandante murió en Berlín, así me contaron'. Markus pasó esa noche en vela. A la mañana siguiente, durante el desayuno me dijo que le gustaría regresar a La Angostura lo antes posible. No me explicó el motivo. Pocas horas después, él estaba muerto y yo en un hospital. Yo siempre establecí una relación directa entre el incidente en el restaurante y la muerte de mi marido”. Como imaginara, al escuchar esto le pregunté inmediatamente si sabía quien era el superior de Götz en la Gestapo. En un primer momento se negó a contestarme. Le insistí. Me contó que ella conoció a Marcos Götz en las semanas siguientes a la caída de Berlín y que lo único que él le contó es que durante la guerra había sido chófer de un alto jerarca del régimen que había muerto durante el sitio soviético a la ciudad. Según la mujer, Götz se sentía avergonzado por no haber estado nunca en el frente. Ella, por curiosidad, alguna vez le preguntó el nombre del comandante a cuyo mando había servido, pero él nunca le contestó, eso al menos dice ella. Quizás sea verdad, quizás no. De cualquier modo, terminó dándome un nombre, un nombre cualquiera. Dice que se lo oyó mencionar a su marido durante una reunión con otros alemanes al poco tiempo de llegar a La Angostura, antes de abrir la hostería. Investigué y no hubo ningún comandante de las SS con el apellido que ella me dijo

162 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 destinado en Berlín durante la guerra. Es posible que la mujer haya inventado un nombre para sacarme de encima o que haya oído mal o sencillamente que le falle la memoria. –O que mienta, la mujer sencillamente puede haberle mentido ¿No lo contempló? ¿Quién le puede asegurar que no le ha mentido desde el primer día? Ella y su marido. Usted pareciera dar por sentado que todo lo que le contaron cuando usted estuvo en la Patagonia es verdad. ¿Y si el tal Marcos Götz nunca fue chófer de un oficial destinado a Berlín? ¿Y si en realidad integró un grupo de tareas responsable de asesinatos masivos en Lituania, en Ucrania, en Polonia? Pudo también haber sido guardia en un campo de concentración, o formar parte de la tropas alemanas que aplastaron el levantamiento del gueto de Varsovia, entre tantas otras posibilidades poco tranquilizadoras. No lo sabe, no lo puede saber. Esto es lo terrible de buscar a los criminales nazis que siguen libres. Alemanes, húngaros, austríacos, croatas, todos son sospechosos de ser culpables de algún crimen, no importa lo que nos cuenten, no tenemos modo de saber si mienten o no y ante la duda estamos obligados a desconfiar. Lo paradójico es que la desconfianza generalizada que provocan es el mejor refugio que tienen para esconderse los culpables. Me dejo de disquisiciones. Volvamos a su historia, suponiendo que esta mujer dice la verdad no termino de entender porque deduce usted que el superior de Götz y Gestapo Müller son la misma persona. –Se lo dije antes, intuición, o si lo prefiere, olfato. Tengo la convicción que en líneas generales que lo que me contó la mujer es verdad, de ahí parto. Si hubiera querido mentir, bastaba que me diera un nombre de algún jerarca nazi cuya muerte esté correctamente documentada, son muchos. ¿Qué sentido tiene que me haya dado un nombre cualquiera? Esto sólo no alcanza para inferir que Müller era el superior de Gotz en Berlín, entiendo perfectamente sus dudas. Sin embargo, si prestamos atención al relato de la mujer las cosas cambian. Götz, la noche anterior al accidente que le costó la vida, volvió alterado al hotel, tanto que no pudo dormir. A la mañana siguiente, sin motivo aparente, decidió adelantar su regreso a La Angostura cuando hacía menos de dos días que estaba en Buenos Aires. ¿Porqué? ¿ Qué es lo que le inquietaba tanto? Su mujer no lo puede, o no lo quiere explicar. Lo único que sabe es que pocas horas después él estaba muerto. Yo tengo una posible respuesta. Tenía miedo. Recuerde que Müller era experto en asesinatos discretos. –¿Asesinatos discretos? ¿De qué está hablando Jaim?

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–De suicidios inducidos, de falsos accidentes, de envenenamientos. Cosas así, muertes en circunstancias dudosas que rara vez se consiguen esclarecer. A eso llamo asesinatos discretos. La viuda de Götz está segura de que a su marido lo mandaron matar. –¿Quién ? ¿El hombre que estaba con la hermana de ella en el restaurante? ¿No entiendo porque habría de querer matarlo? –La razón es clara. Sea quien sea, el tipo debe ser un criminal de guerra prófugo, Götz lo reconoció y temió que lo denunciara. –Jaim, me parece que se está apresurando. Aún cuando Götz haya sido asesinado y que efectivamente el responsable de esa muerte sea el hombre en quien el muerto creyó reconocer a su superior durante la guerra, eso no significa que se trate de Müller, ni siquiera de un criminal de guerra. Entiende que no podemos basarnos en indicios vagos y en su intuición. Necesitamos algo más sólido... ¿Está de acuerdo conmigo? Czernik no quería transmitirle a Bilo la ansiedad que sentía en ese momento. Su hermano Pinhas le había dicho que Müller, según había contado Eichmann, se hacía pasar por suizo y que vivía con una mujer alemana de edad media y una jovencita. ¿Sólo coincidencias? ¿Y si efectivamente el hombre del que hablaba Bilo fuera Heinrich Müller? ¿Qué tendría que hacer? –Hay algo que todavía no lo conté. Hace unos años, la empleada doméstica de este señor murió repentinamente. Se dijo que fue del corazón, pero era una chica muy joven, sin enfermedades conocidas. La señora Berta piensa que cabe la posibilidad de que haya sido un asesinato. Si fuera así confirmaría mi hipótesis. Tenga en cuenta que esto sucedió a mediados de 1962, es decir poco después de la ejecución de Eichmann. Me resulta difícil no asociar ambos hechos. –Jaim, pienso que exagera. A todo esto ¿La mujer en algún momento le mencionó el nombre que utiliza el supuesto Müller? ¿Le contó a qué se dedica? ¿Una dirección? ¿Algo que nos permita avanzar? Disculpe que le diga pero contar historias es fácil, cualquiera lo puede hacer con un mínimo de imaginación. –Tiene razón, me siento un estúpido. Me dejé llevar por la conversación, es cierto, y ahora que usted dice me doy cuenta que la mujer no me dio ninguna información concreta. De todos modos si lo que me contó es cierto, será fácil averiguar los datos que necesitamos. La empleada de la pastelería me contó que la hermana de la viuda trabaja en una academia de idiomas, es una buena pista para empezar a buscar.

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26 Acercándose

Esther Sapire y Abraham Czernik pasaron fin de año en Mar del Plata, en donde tenían un pequeño departamento en pleno centro de la ciudad. Esther, como todos los veranos, estuvo en Mar del Plata hasta la primera semana de marzo. Su marido, en cambio, regresó a Buenos Aires pocos días después de Reyes. La playa, pasada la primera semana, le aburría. Durante el resto de verano, Czernik volvió a la costa un par de fines de semana, el viaje en tren le resultaba cansador y viajar en avión le daba miedo. Durante las semanas en que estuvo solo en Buenos Aires, Abraham Czernik habló varias veces por teléfono con sus hijas, aunque a la única que veía seguido es a Bety quien lo visitaba casi todos los días, aprovechando que en aquel entonces vivía en la calle Rodríguez Peña, justo a la vuelta del departamento de sus padres. El jueves anterior al regreso de Esther lo llamó su hija Yuyi para proponerle que cenaran juntos. –Invito yo – propuso ella. –Sabés que me gusta poco salir de noche –le contestó él –Mejor vení a casa, vamos a estar más tranquilos. Le digo a la chica que prepare de comer para los dos. ¿Te gustaría algo en especial? Esa noche, Yuyi Czernik sorprendió a su padre con un strudel de manzana de la pastelería Mozart de Martínez, la misma de la que le había hablado Bilo. Abraham Czernik tardó unos minutos en advertir la casualidad. –Espero que te guste. Me recomendaron el lugar, en especial el apfelstrudel –explicó Yuyi mientras llevaba el paquete de la pastelería a la cocina –lo increíble es que la dueña resultó ser hermana de la directora del colegio al que van los chicos ¿Te das cuenta lo chico que es el mundo? –¿Hermana de la directora del colegio suizo al que van Diego y Javier? ¿Es suiza? –preguntó sorprendido Czernik mientras se sentaba en la poltrona de terciopelo bordó de su escritorio. –¿Suiza? Para nada, es alemana –contestó Yuyi. Abraham Czernik empalideció. –Según me dijiste es un colegio suizo no alemán. ¿No te resulta raro que la directora de un colegio suizo sea alemana? –observó intentando disimular su malestar. Hasta entonces no había

166 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 pensado en la posibilidad de que hubiera alguna vinculación entre el vecino “suizo” de Eichmann que vivía en La Lucila con una mujer alemana, el “suizo” de la historia que le había contado Bilo sobre el marido muerto de la dueña de la pastelería “Mozart” y el colegio suizo al que iban sus nietos. Si Eichmann en Jerusalem había dicho la verdad, pensó Czernik, el “suizo” podía llegar a ser Heinrich Müller. Los indicios eran muchos, resultaba difícil aceptar que se trataban sólo de casualidades. Se sintió algo estúpido por no haber reparado antes en todas estas circunstancias. –¿Qué tiene de raro? Al fin y al cabo es una empleada. El dueño se llama Landmann, con doble ene. Tiene más o menos tu edad y fuma en pipa como vos. Por el apellido, al principio, pensé que podía ser de la cole, pero no lo es. Un día se lo pregunté, él se río. Me dijo que es de un pueblo de montaña, cerca de Zurich- Czernik hizo una mueca siniestra, que pretendió ser una sonrisa. Ella siguió hablando de otras cosas. No volvieron a mencionar el tema del colegio durante el resto de la noche. A la mañana siguiente, poco antes de salir de su casa, Czernik sintió un fuerte dolor en el pecho. Alarmado, le pidió a la empleada de servicio que bajara al segundo piso a pedirle ayuda a su vecino y amigo Rabinovich, quien inmediatamente llamó a un médico y a una ambulancia que lo trasladó de urgencia al Hospital Israelita. Esther Sapire volvió de urgencia a Buenos Aires. Por la gravedad de la lesión en el corazón, Czernik pudo haber muerto antes de llegar al hospital. La premura de Rabinovich y lo acertado del primer auxilio médico que recibió evitaron ese final. Tras unos pocos días internado en la unidad de terapia intensiva del hospital Israelita, por insistencia de su mujer Esther, el tratamiento continuó en su domicilio, en donde se instalaron los aparatos y el personal de enfermería necesarios para asegurar el control de la evolución de su enfermedad. Después de tres semanas de cama absoluta comenzó a levantarse. Al principio apenas lo hacía para ir al baño, pero a los pocos días empezó a pasar algunas horas sentado en su escritorio hablando con las visitas o teniendo algunas reuniones de trabajo, contrariando las recomendaciones de los médicos. En esas semanas de convalecencia de su hermano Abraham, Pinhas Czerniak, en la época director del Centro de Medicina Nuclear del Hospital de Tel Hashoner de Israel, aceptó una invitación de las autoridades del Hospital Israelita de Buenos Aires para visitar la recién inaugurada unidad de radioterapia del nosocomio comunitario.

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La visita se concretó el 16 agosto de 1966, según consta en el libro de registro que aún se conserva en las oficinas del viejo hospital17. Por entonces Abraham Czernik, respuesto de su afección cardíaca, se había reintegrado a todas sus actividades. El 9 de agosto, pocos días antes de la llegada de su hermano Pinhas, se reunió con Jaime Bilo. Los sospechas del peletero acerca del “suizo” parecían tener asidero, pensaba. –Por esos azares de la vida, me enteré por mi hija que la dueña de la pastelería “Mozart” de la que usted me habló hace tiempo, es hermana de la directora del colegio suizo al que van mis nietos. El propietario del colegio dice ser suizo. Posiblemente sea la misma persona a la que creyó reconocer el marido de la pastelera la noche anterior al accidente en el que murió. Si es así, cabe la posibilidad que usted esté en lo cierto y que ese hombre sea efectivamente el ex superior de Goetz en la Gestapo, lo cual no nos asegura que esa persona sea Müller pero nada nos impide pensar que lo sea –Bilo no le corrigió el error al pronunciar el apellido del marido muerto de la pastelera. –El tipo dice llamarse Eduardo Landmann pero sin conocerlo estoy persuadido de que miente, es más pienso que es más que probable que sea, efectivamente, Müller. No me mire así, sé que usted me lo dijo hace muchos meses. Pero lo mío no es una intuición. Hay algo que usted no sabe. Müller fue vecino de Eichmann en La Lucila. ¿Usted sabe en donde está el colegio suizo? – hizo una pausa–. No diga nada, adivinó, en La Lucila. ¿Casualidad? No creo en las casualidades. –¿Abi, de donde sacó toda esa información? –preguntó Bilo entusiasmado. –Lo del colegio me lo dijo mi hija, ya se lo dije. –Hablo en serio Abraham... Según tengo entendido Eichmann durante el juicio no aportó ningún dato acerca del paradero de ninguno de sus antiguos camaradas prófugos. –No fue así, eso es lo que se dijo públicamente. Lo que le conté viene de muy buena fuente, se lo aseguró. Ahora, lo primero que tenemos que hacer, pienso, es comprobar si Landmann a durante los 50' residía en la misma zona que Eichmann. No parece difícil. Jaime Bilo se comprometió en rastrear al “profesor”, apodo que empezaron a utilizar para referirse al Dr. Landmann. Eran conscientes que debían moverse con extrema cautela y discreción. Nadie en el entorno de Landmann debía sospechar que estaban interesados en él. Se tratara o no de Müller, tenían motivos para pensar que era un individuo peligroso. Por otro la lado la situación política en el país tras el golpe de estado militar que había depuesto al presidente radical Arturo Illia les generaba recelos, en particular a Czernik, quien tenía siempre

168 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 presente las simpatías filonazis mayoritarias en el ejército argentino durante la guerra. Al día siguiente de este encuentro, Jaime Bilo se acercó a la zona de La Lucila en la que había residido Adolf Eichmann hasta finales de la década anterior. El objetivo era averiguar si en el barrio había algún vecino conocido como el “suizo”. Durante toda la tarde estuvo recorriendo negocios y bares de la calle Paraná y de la avenida Maipú hablando con distintas personas. Se las ingenió para conducir las conversaciones hacia su área de interés sin plantear ninguna pregunta directa de la que pudiera inferirse lo que realmente deseaba averiguar. Si alguna vez, el “profesor” había vivido en ese barrio nadie parecía haber reparado en él. En una carnicería de la calle Paraná el dueño le habló de una chica de Misiones que era de origen suizo. –La pobre piba murió hace unos años, trabajaba en casa de un viejo extranjero que vivía acá cerca. No sé de que nacionalidad era el tipo, pero bien turro que era. A mí no me consta, pero en el barrio se corría la bola que a la chica la tenía para todo servicio..., usted me entiende, un hombre grande y una nena, cuando vino de Misiones ni trece años tendría. En fin, cosas que pasan ¿Cuántos churrascos le corto maestro?. La visita había válido la pena, pensó, tenía una huella a seguir. El viernes 12 de agosto a primera hora de la mañana llegó a Buenos Aires Pinhas Czerniak. Estuvo en la Argentina apenas 10 días. A diferencia de viajes anteriores, en esta ocasión se alojó en un hotel céntrico y no en casa de uno de sus hermanos. Ese mismo viernes a la noche, los tres hermanos asistieron a la ceremonia de shabat en el templo de la calle Paso. Era la primera vez en más de 40 años que compartían el inicio del shabat en el templo. Recitaron juntos el kadish de duelo por la madre y las hermanas asesinadas por los nazis el 14 de octubre de 1942. Lloraron. Nunca antes Abraham Czernik había podido llorar por su mamá y por sus hermanas. Pensó que quizás se debiera a la proximidad de su propia muerte. Cerró los ojos y sintió que el presente lo llevaba al pasado. Los muertos y los vivos compartían la felicidad que sentía él por estar vivo. El domingo a la tarde, después de almorzar en casa de Jeremías, Pinhas fue a lo de Abraham. Esther estaba en casa de su hija Bety Los dos hermanos pasaron la tarde charlando y jugando al rumi. Abraham aprovechó que estaban a solas para contarle que, pensaba, que finalmente había encontrado una pista firme que en poco tiempo le permitiría desenmascarar a Müller. –Olvidate de Müller –le respondió Pinhas, mientras levantaba una carta del mazo. Czernik, desconcertado, fulminó a su hermano con la mirada arrojando sus naipes sobre la mesa.

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–¿Porqué? ¿Porqué me tengo que a olvidar de ese cerdo asesino? No sé vos, pero yo lo quiero ver preso –afirmó con vehemencia Abraham Czernik –y estoy cerca de descubrirlo. Esa es mi parte del acuerdo que hicimos en su momento, capturarlo es asunto tuyo. Llegado el momento espero que cumplas con lo convenido. –A mí también me gustaría, pero por ahora va a ser imposible. La CIA nos confirmó que Müller después de la guerra se refugió en la parte oriental de Alemania y que actualmente es alto funcionario de la Stasi, la policía secreta de los comunistas –Czernik se rió. – No hay de que reirse. Esto es muy serio –lo reprendió su hermano menor. –¿Y si no fuera cierto lo que dicen tus amigos norteamericanos? –No sé me ocurre ningún motivo para que nos mientan sobre una tema tan sensible para nosotros. Por ahora, Müller ha dejado de ser prioritario. Olvidate de él. Seguramente, nunca estuvo en Sudamérica. Esa misma noche, Abraham Czernik telefoneó a Jaime Bilo para contarle la novedad. -Un engaño más, los alemanes comunistas o no siguen siendo alemanes. Se protegen entre ellos –le respondió Bilo. –Jaim, no comprendo lo que quiere decir. Los estadounidenses son los que dicen que Müller se refugia en la Alemania comunista, no los alemanes –precisó Czernik. –Sí, sí, quizás sea como usted dice pero yo sigo pensando que el asesino ese anda por acá cerca. Si le parece, pásese por el negocio en la semana y charlamos –le propuso el peletero antes de despedirse. –Abraham, ¿Quién está en Alemania? ¿Alguien que yo conozca? –preguntó curiosa Esther Sapire que había entrado al escritorio segundos antes de que su marido colgara el teléfono. Este, incómodo, desvío la atención hacia otro tema. La mujer no insistió. Pasaron al menos dos semanas hasta que Abraham Czernik se acercó una tarde al negocio de Bilo. No lo encontró. El 7 de septiembre Bilo lo llamó, era miércoles. –Abraham, nos deberíamos reunir lo antes posible. Tengo buenas noticias sobre el “profesor”. El viernes siguiente a media mañana se encontraron en el bar “Los Galgos”, en la esquina de Lavalle y Callao. A Czernik le pareció que Bilo estaba más inquieto de lo habitual. Le preguntó si le sucedía algo. –No, no me pasa nada, no se preocupe –le contestó, mientras encendía un cigarrillo con la colilla del que estaba fumando –, quizás este un poco ansioso, nada más. Andamos muy bien

170 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 encaminados, se lo digo de verdad. Estas últimas semanas pude confirmar muchas de nuestras sospechas acerca del “profesor”. –Jaim, parece olvidar que nuestro “amigo” está en Europa – observó Czernik –Eso es mentira, se lo puedo asegurar. –¿Mentira? ¿Porqué nos van a mentir? No tiene sentido ¿Se da cuenta? –No sé porqué mienten, pero mienten, quizás deseen protegerlo ¿Quién sabe? Pero nosotros lo vamos a desenmascarar. Estoy seguro. En estas últimas semanas hemos avanzado mucho. Estamos cerca –Czernik, escéptico, encendió un cigarrillo y miró a Bilo sin decir nada. –Para empezar tenemos una serie de hechos comprobados. Sabemos que el “profesor” y el ex superior de Marcos Götz, el hombre que murió atropellado por una camioneta en el centro de Buenos Aires a comienzos de esta década, son la misma persona. El “profesor” es alemán y no suizo y es más que probable que a finales de la década de 1950 se haya cruzado varias veces en la calle con Clemente, usted sabe de quien hablo. Eran vecinos, lo pude verificar. El “profesor” vivía con una mujer alemana y una adolescente de origen suizo, tal como sugirió el mismo Clemente poco antes de morir, según usted me comentó. La primera era hermana de la viuda de Götz, la víctima del asesinato discreto que mencioné antes. La mujer más joven murió a comienzos de esta década de manera nunca del todo aclarada. Se dijo que fue del corazón, pero los vecinos sospechan que no fue de muerte natural. Posiblemente haya sido otro asesinato discreto. En el barrio se rumoreaba que el “profesor” abusaba sexualmente de ella. Pero ese, presumiblemente, no fue el motivo por el cual la mataron. Un ex empleado de la carnicería del barrio, a quien llamaremos, Cacho, quien por lo visto andaba con la piba, piensa que la asesinaron porque ella sabía cosas acerca de su patrón que no debía saber. Le pregunté a que se refería. No pudo precisar nada, todo lo que me contó fueron divagaciones sobre agentes secretos, espías, policías... nada consistente. Lo interesante es que el muchacho cuando se refería al patrón de su noviecita hablaba del “alemán”. Cuando le dije que yo pensaba que era suizo me contestó riendo que eso es lo que el “alemán” se empeñaba en hacer creer. La piba fue la que le contó que su patrón era alemán. Le hizo prometer que por nada del mundo se lo diría a nadie. Ahora que ella está muerta, me dijo, piensa que no importa que lo cuente. Le pedí a Cacho que intentara recordar si en los días previos a la muerte de ella, había sucedido algo inusual. Después de insistirle me dijo que pocas semanas antes de morir, Helga, llamemos así a la chica, le contó que el alemán tras oir una noticia en la radio, furioso, se puso a maldecir a los

171 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com moishes. A mí me gusta relacionar hechos, suele ser revelador. La piba murió el 6 de junio de 1962, menos de quince después de la muerte de Clemente. No es difícil imaginar cuál fue la noticia que molestó tanto al “profesor”–Czernik, se reincorporó, el relato de Bilo había empezado a interesarle, bebió un poco de agua y encendió un nuevo cigarrillo. –El muchacho se acuerda del hecho porque, por lo que le dijo la chica, a partir de ese día el carácter del alemán se agrió y empezó a insultarla por cualquier motivo. En los días previos a la muerte de la chica, las cosas, aparentemente, empeoraron. Aunque trataba de disimular, se la veía cada vez más angustiada. Él se culpa por no haberla ayudado. Le pregunté por el nombre del alemán, dijo no recordarlo. Cuando le mencioné el apellido del “profesor”, hizo una mueca de desagrado, pero repitió que no recordaba. Pienso que por algún motivo, prefirió ocultarme el nombre. De cualquier modo usted y yo sabemos de quien se trata.

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27 Cumpleaños

El cumpleaños de Abraham Czernik era el 12 de octubre. En 1966, excepcionalmente, Esther Sapire decidió ofrecerle una gran fiesta a la que asistieron más de cincuenta personas, además de la familia. El salón-comedor del departamento de los Czernik, habitualmente a oscuras, estaba ese día generosamente iluminado. Esther recibió a los invitados con muestras de simulada alegría. Lo primero que hacían los hombres al entrar, después de los saludos de rigor, era dirigirse directamente al comedor diario, en cuya mesa estaba servidas las bebidas. Mientras tanto las mujeres se iban acomodando en los distintos sillones y banquetas del salón. Las de mayor edad, engalanadas y peinadas de peluquería, cuchicheaban, entre escandalizadas y burlonas, acerca del generoso escote de la dueña de casa. Dos mujeres de servicio contratadas para la ocasión recorrían el salón con bandejas de canapés y otros bocaditos salados. Ofelia y Bety se ocupaban de controlar que todo saliera como estaba planeado. Yuyi hablaba con Roberto, el marido de Bety y con su primo hermano Emilio, el hijo de Jeremías Czerniuk, acerca de la situación del país tras el golpe de estado de pocos meses antes, en especial, de las consecuencias de la noche de los bastones largos para la cultura y el desarrollo científico18. Abraham Czernik, inusualmente contento, se detenía a charlar brevemente con todos los invitados, mientras sus nietos jugaban a las cartas en el escritorio o miraban televisión en la habitación matrimonial, tirados sobre la colcha de piel de guanaco que cubría la cama. Hacia las diez y media de la noche, Esther le pidió a los invitados que se acercaran a la mesa del comedor para cantar el feliz cumpleaños mientras Bety encendía la única velita que acompañaba el número 69 hecho de caramelo que coronaba un gran pastel de dos pisos con cobertura de merengue y chocolate comprado bajo pedido para la ocasión. Justo antes de que Ofelia apagara las luces, dos o tres de los nietos de Czernik exclamaron que su zeide cumplía 67 años y no 69 años. Czernik sonrió y dijo que lo importante era cumplir años, no la cantidad. Yuyi le recriminó el error a su mamá, quien no le hizo caso y comenzó a cantar la canción de cumpleaños junto al resto de los presentes. Czernik, con una gran sonrisa, apagó la vela y después agradeció a todos los invitados que estuvieran junto a él en ese día tan

173 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com especial. Los nueve nietos se abalanzaron sobre él y lo llenaron de besos. Después de que Esher y sus hijas lo felicitaran afectuosamente con un beso, una a una y uno a uno, protocolariamente, todos los presentes lo saludaron, ellas con un beso, ellos con un abrazo o con un fuerte apretón de mano, de acuerdo a la cercanía que tuvieran con él y la sinceridad de su afecto. Especialmente emocionado fue el abrazo con su hermano Jeremías, quien acariciándole con cariño el cuello, le susurró algo al oído. Tras el saludo, los invitados comenzaron a retirarse. Una hora después apenas quedaban en la fiesta unos doce rezagados. Esther estaba sentada en el sofá hablando animadamente dentro de un grupo del cual formaban parte su hermana Rosita, Rabinovich y su mujer y dos hombres y una mujer cuya identidad nadie recuerda. Czernik, por su lado, charlaba con el contador Samuel Burman en un rincón de la salita china, un pequeño espacio decorado con objetos orientales de valor artístico diverso que había a la derecha del comedor, separado del resto del ambiente por un biombo negro con incrustaciones de nácar. Acerca del contenido de esta conversación sabemos poco, aunque es muy probable que Burman le haya expresado su inquietud por la influencia en el gobierno golpista de sectores nacionalistas ultracatólicos y por las similitudes que encontraba entre los métodos represivos de Onganía y los impuestos por el nazismo durante sus primeros años de gobierno, en especial en lo que se refiere a la universidad y a la vida cultural, marcadas por la censura y el intervencionismo. Según el relato de su hija Marcela años después, Burman en aquel entonces estaba obsesionado por la posible presencia de antiguos oficiales nazis en los servicios de inteligencia de la Argentina y la liviandad con que la mayoría de los argentinos, entre ellos un alto número de judíos, se tomaban los comentarios y chistes antisemitas, habituales en amplios sectores de la sociedad. Burman advertía que, en tales circunstancias, era de esperar un recrudecimiento de acciones discriminatorias contra los judíos e incluso no descartaba la posibilidad de que se produjeran ataques violentos contra integrantes de la colectividad. Nadie en su familia lo tomaba en serio, sobre todo después de que el gobierno militar, en agosto de ese mismo año, hubiera accedido a conceder la extradición a Alemania de un criminal de guerra nazi refugiado en la Argentina desde final de la guerra19. Sin embargo, es probable que Czernik lo escuchara con atención y tomara en cuenta sus premoniciones. En los días que siguieron a la fiesta le escribió a su hermano Pinhas, reclamándole ayuda para reanudar la

174 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 búsqueda de nazis en la Argentina y cuestionando la veracidad del informe estadounidense acerca de Heinrich Müller. Esos últimos meses de 1966, Abraham Czernik los ocupó en idear con Bilo un plan para atrapar al propietario y rector del colegio al cual iban sus nietos, situación que lo contrariaba enormemente. Fuera o no fuera Gestapo Müller, Czernik consideraba que era más que probable que Landmann, durante la guerra, haya sido oficial nazi. Bilo, por su parte, estaba convencido de que era el mísmisimo Müller. Czernik era algo más cauteloso. Cabía la posibilidad de que Eichmann hubiese mentido, tal como sostenían los gobernantes de Israel y de Estados Unidos, y aunque hubiera dicho la verdad, la persona de la que había hablado podía ser cualquier otro y no Landmann. Era sabido que, en la década de 1950 la presencia de alemanes y austríacos era muy habitual en las localidades de Florida, Olivos y La Lucila del norte del Gran Buenos Aires. Entre noviembre y diciembre de aquel año, Czernik y Bilo se reunieron al menos cinco veces, siempre en lugares diferentes, al mediodía o la tardecita, procurando no llamar la atención. Czernik insistía en repetir que debían actuar con paciencia, sin precipitaciones. El lunes 5 de diciembre Czernik recibió la esperada respuesta de su hermano Pinhas. En una brevísima carta escrita a máquina y sin firmar le solicitaba prudencia. “ Entiendo tu pedido pero el momento no es adecuado. Por ahora, lo mejor es que seamos prudentes y esperemos a que cambie la situación. Nuestro amigo, tal como te dije hace tiempo, está en la Alemania comunista. Es improbable que lo volvamos a ver. Sé razonable. No te dejes engañar por las falsas esperanzas que genera el deseo. Un abrazo”. Al terminar de leer la nota de su hermano, Czernik dobló cuidadosamente la hoja de papel y la colocó adentro del sobre en la que había llegado. Apoyó el sobre encima de la mesa y bebió un sorbo del mate cocido con leche que minutos antes le había servido la empleada doméstica. Se sentía contrariado y al mismo tiempo, de algún modo, también aliviado. Abrió el último cajón de su escritorio y guardó la carta entre muchos otros papeles de mayor o menor relevancia. Se iniciaba una nueva etapa en su búsqueda, en la que ya no debía rendir cuenta a nadie acerca de sus decisiones. Al día siguiente, de acuerdo a lo planeado, Jaime Bilo debía visitar el colegio Suizo del Río de la Plata con la excusa de que estaba buscando un colegio para su hijo, supuestamente próximo a cumplir la edad para ingresar en la escuela primaria. El verdadero fin era conocer a Landmann personalmente. El plan era hacerse pasar por un emigrante centroeuropeo pangermanista.

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Llegó al colegio a la hora acordada previamente por teléfono. Lo recibió una empleada administrativa quien le pidió en castellano que esperara un momento. Él le contestó en alemán. Al cabo de pocos minutos, la misma empleada lo condujo a través de una escalera poco iluminada hacia el primer piso de la casona estilo inglés en la que estaba la oficina de Landmann. El 'profesor' lo recibió con una gran sonrisa indicándole que se sentara en una de las butacas tapizadas de terciopelo verde oscuro que había junto a una de las dos ventanas de la estancia, a la izquierda de la puerta y frente a una biblioteca de caoba que cubría toda la pared interior. Adelante de la ventana que daba a la calle había un gran escritorio a juego con la biblioteca y el resto de los muebles. Sobre el escritorio había una pequeña cantidad de papeles, la correspondencia del día, un abrecartas, un portapipas, una lata de tabaco inglés, un caja de cigarrillos de metal plateado, un encendedor de mesa y un par de lapiceras estilográficas de oro, todo ello ordenado meticulosamente. Antes de sentarse, Landmann le ofreció un cigarrillo que Bilo rechazó con un ligero gesto de la mano. –Gracias, no fumo –mintió sin motivo. –¿Le molesta que encienda la pipa? - preguntó amablemente Landmann mientras tomaba el encendedor. Bilo estaba concentrado en reconocer en el hombre que tenía frente a él al que aparecía en las pocas fotografías que había visto de Gestapo Müller. Los rasgos anodinos de uno y otro dificultaban el intento. Después de intercambiar consabidas frases de cortesía, el Dr. Landmann le preguntó por la edad de sus hijos. –Hijo, sólo tengo un hijo varón –aclaró Bilo en alemán –, cumple cinco años en marzo. Todavía falta más un año para que empiece la escuela primaria, pero a mí me gusta planificar todo con tiempo, sin apresuramientos de último momento. Por eso, es que con mi mujer pensamos que llegó el momento de decidir el colegio al que lo enviaremos. Para nosotros es muy importante que nuestro hijo aprenda a leer y a escribir en nuestra lengua. –¿Usted es alemán? Por su acento nadie lo diría. –De algún modo lo soy, nací en la región de los Sudetes, pero en realidad me crié en Praga. En casa hablábamos en alemán pero no en la calle y tampoco en la escuela. No quiero que a mi hijo le suceda como a mí que terminé siendo un extranjero de mi propia lengua. Por eso pensamos en este colegio, para nosotros que sea una institución suiza es una garantía.

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–En Buenos Aires hay muchos buenos colegios alemanes –el acento de Bilo al hablar en alemán había provocado recelos en Landmann. –Hemos visitado algunos con mi mujer, pero por ahora no hemos decidido nada. –Imaginó que deseará recorrer las instalaciones del colegio. Llamaré a Frau von Wasser para pedirle que lo acompañe. Disculpe que no lo haga yo mismo, tengo otros padres esperándome. ¿De dónde me dijo que era? –De los Sudetes. –Sí, sí, eso entendí ¿Pero de qué pueblo? –insistió Landmann. En ese momento, golpearon la puerta e inmediatamente después entró una mujer alta y corpulenta, de peinado administrativo, gafas grandes de carey negro, falda amplia y camisa blanca de manga corta, gesto autoritario y movimientos bruscos, casi masculinos. La llegada de la mujer permitió a Bilo eludir la pregunta del rector del colegio. –Frau Else, acompañe a Herr Lange a conocer nuestras instalaciones. El año que viene su hijo debe comenzar el preescolar. Deberíamos comprobar si quedan plazas. Durante los primeros minutos del recorrido von Wasser no dejó de hablar acerca de las virtudes del colegio, centrándose en la calidad de la enseñanza, el origen plurinacional del alumnado y el respeto por la disciplina característica de las escuelas suizas. Bilo la escuchaba buscando un resquicio para hacerle alguna pregunta acerca de Landmann.–Disculpe Frau, yo hubiera dicho que usted es alemana no suiza –observó, aprovechando las alusiones de la mujer a la calidad proverbial de la educación helvética. –Efectivamente, soy alemana. ¿Cómo lo supo? –Intuición –le contestó con una sonrisa pícara y cierto tono seductor –¿De cualquier modo, qué importancia tiene? ¿Acaso se avergüenza de ser alemana? –preguntó sobreactuando la indignación. –¡Cómo se le ocurre! –replicó ella conteniendo la risa –. Sabe Sr. Lange, su cara me resulta conocida. ¿Nos conocemos de antes? –No que yo recuerde –contestó Bilo sin dudar –¿El Dr. Landmann también es alemán? – preguntó al pasar mientras se asomaban en el laboratorio de química en donde un grupo de adolescentes manipulaban unos precarios tubos de ensayo bajo la dirección de un profesor que por sus gestos al hablar, el corte de pelo a cepillo, los anteojos redondos de montura metálica, el saco de tweed a pesar del calor, la camisa blanca con cuello y puños desgastados y la pajarita

177 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com de satén verde con pequeños motivos blancos, parecía extraído de una academia de Berlín a principios de la década de 1930. –No, no. de ninguna manera, el Dr. Landmann es suizo – a Bilo le pareció que la mujer no mentía. No insistió. Al termino de la visita, Frau von Wasser lo despidió en la puerta invitándolo a volver con su hijo y su mujer. Él prometió hacerlo. Antes de salir del colegio se cruzó con un matrimonio. Se saludaron en alemán. Los rasgos de la cara del hombre le resultaron familiares, monstruosamente familiares. Sin embargo, hasta horas más tarde, no pudo recordar de quien se trataba. Era un rostro anguloso, como esculpido sobre madera, de extremada crueldad. Pequeños ojos de azul hielo, pómulos salientes, nariz filosa, labios finos, mentón anguloso y frente despejada. Esa noche, después de cenar, mientras escuchaba la radio con su mujer, Bilo lloró un rato largo, en silencio, sin aspavientos. El hombre con quien se había cruzado en la puerta del colegio Suizo del Río de la Plata era Otto Blaschke, el oficial de las SS a cargo de la barraca de Auschwitz a la que él había sido arrojado durante la guerra.

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28 Un accidente

El encuentro casual con su carcelero y torturador convulsionó a Jaime Bilo. Cuando se reunió con Czernik para hablar acerca de su visita al colegio suizo se refirió a él como un personaje de “presencia inquietantemente nazista”, sin dar mayores detalles. A Czernik el comentario de Bilo le pasó desapercibido al igual que los comentarios risueños acerca de la figura grotescamente prusiana del profesor de biología. Su atención estaba centrada en Landmann. Bilo, de algún modo, parecía haber perdido el convencimiento de que detrás de la respetable figura del rector del colegio se ocultaba Heinrich Müller. Czernik se lo remarcó. –Es difícil saberlo. Hablando con él cuesta imaginarlo enviando a asesinar a miles de personas, aunque esto, lo sabemos, no quiere decir demasiado. El colegio, eso sí, parece una colonia alemana. Todos esos niños y niñas rubitos, las maestras y empleadas como sacadas de un libro de ilustraciones de antes de la guerra, los pasillos oscuros.... No entiendo como su hija puede enviar a los hijos a un colegio como ese. Lo más significativo, más allá de mi opinión, es que el “profesor” no se parece al hombre que muestran las fotos que he visto de Müller.

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–Entonces usted piensa que nos equivocamos. –No sé, no sé. Tenemos que asegurarnos. Pasó mucho tiempo, un par de fotos de hace más de veinte años no significan demasiado. Todos cambiamos con el tiempo. Por otro lado, lo cierto es que no nos podemos olvidar de los asesinatos discretos de la chica misionera y del dueño de la hostería del sur –observó Bilo – Tenemos que seguir investigando. Sea quien sea, es más que probable que no sea quien dice ser. Ya idearemos un modo de desenmascararlo. Unos días después Jaime Bilo llamó por teléfono al colegio suizo con la excusa de la posible inscripción de su hija. Lo atendió frau von Wasser, hablaron durante unos minutos. Antes de colgar, él, como al pasar, le preguntó por la pareja de padres con la que se había cruzado durante su visita al colegio. Ella, espontáneamente, le dio el nombre, un apellido de reminiscencia francesa. Pasado año nuevo, Jaime Bilo salió de vacaciones rumbo a Punta del Este, junto a su mujer y a su hija. Había alquilado una casa a pocas cuadras de la playa Mansa, a la altura del parador I'marangatú, entre las paradas 7 y 8. El martes 10 de enero de 1967 hacia las once de la mañana, después de comprar como cada día el diario “La Nación” de Buenos Aires en “Dante”, una pequeña pero muy surtida y concurrida tienda de ramos generales de la calle Gorlero, la principal del balneario uruguayo, se vio a Jaime Bilo caminando junto a un hombre desgarbado de aspecto alemán que esa misma tarde moriría ahogado en una playa conocida como la Draga. De acuerdo a su documento, el fallecido se llamaba Alberto Maury y había nacido en una pequeña localidad alsaciana. Jaime Bilo no comentaría nunca con nadie, ni siquiera con su mujer, la satisfacción que sintió por la muerte de Otto Blaschke, su carcelero. A finales de febrero, de regreso en Buenos Aires, Bilo recibió en el negocio una extraña llamada de una mujer que dijo ser empleada del colegio suizo. Esta persona le dijo que el Dr. Landmann le había pedido que lo llamara para confirmarle el otorgamiento de una plaza escolar para su hija Rosana, invitándolo a pasar por el colegio para concretar la inscripción. Bilo se inquietó. No sólo no había confirmado la solicitud de la plaza sino que estaba seguro de no haber mencionado el nombre real de su hija en la visita al colegio ni en posteriores conversaciones telefónicas que había tenido con la directora. De hecho, en todo momento se había referido a un hijo, no a una hija. Para tranquilizarse pensó que se trataba de una confusión y que seguramente en algún momento había cometido el error de nombrar a su hija sin reparar en el

180 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 hecho de que él no había dejado en el colegio el número de teléfono del negocio ni el de su casa. Al día siguiente llamó al colegio para aclarar el error. La persona que atendió le dijo que no estaba al tanto del tema y le pidió que que aguardara un momento para consultar a la directora. Menos de un minuto después Elsa von Wasser le aseguraba que nadie del colegio lo había llamado, al menos que ella supiera. Después comenzó a contarle lo que que le había sucedido a Alberto Maury. –¿Maury? –preguntó Bilo simulando no recordar el nombre. –La última vez que hablamos, usted me preguntó por él. ¿Recuerda? El día que usted nos visitó se cruzó con él y su mujer en la entrada del colegio. –Ah, sí, claro, ahora me acuerdo –contestó con fingido interés. –Morir así... ¿Se da cuenta? Yo siempre digo que el mar es muy traicionero. Al colgar el teléfono Bilo sintió que las paredes del negocio se le caían encima. Decidió salir a caminar. Le dijo a la empleada que no volvería en el resto de la tarde. Hacía calor. Caminó durante un rato por la calle Florida y después se desvió hacia el Bajo. Pasadas las cinco y media se metió en un tugurio de la calle 25 de Mayo. Apenas entró lo rodearon tres mujeres de escotes y maquillajes generosos. Eligió a la más gorda y abrazado a ella en un rincón oscuro del local, estuvo las dos horas siguientes tomando ginebra y fumando cigarrillo tras cigarrillo mientras la mujer, acariciándolo mecánicamente, reía con alegría de pago las bromas amargas de él, a las que seguían minutos de silencio filoso con fondo de tango que, en aquel ambiente de pasión actuada, se antojaban eternos. En su cabeza se sucedían todo tipo de imágenes e ideas, cada una de ellas más angustiante que la anterior. Quería escapar, pero no sabía de qué, de quién. Las caricias de la mujer le hacían sentir bien. La mujer le gustaba pero no la deseaba. Nada de los sucedido parecía tener sentido. Eran casi las ocho cuando miró el reloj. Era hora de irse. Se acercó a la barra y pidió un café doble. Necesitaba despejarse. Desde el extremo de la barra más próximo a la salida lo saludó un hombre cuyos rasgos se desvanecían en la penumbra del lugar. Él, maquinalmente, le devolvió el saludo. El hombre se acercó y dándole una palmada amistosa en el hombro le preguntó como estaba como si se tratara de un viejo amigo. El tono de confianza lo desconcertó. Bilo lo miró con curiosidad, extrañado de encontrarse con alguien conocido en un antro como ese. La cara no le resultó familiar. –Noto que no me reconoce –dijo el hombre con una sonrisa socarrona.

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–¿Debería? –preguntó Bilo. –Quizás... –contestó enigmáticamente el desconocido mientras abrazaba a una de las mujeres del lugar, una jovencita muy maquillada y aspecto desvalido –usted sabrá. La última vez que nos vimos usted estaba comiendo una milanesa napolitana en un bolichón del centro de Bariloche – Bilo alzó la mirada y, espantado, lo miró a los ojos –Se acordó de mí, lo noto en sus ojos. Varela, me llamo Varela, recuerda. Si prefiere me puede llamar Varelita –dijo sonriente el hombre haciendo un gesto hacia la mujer del mostrador –Coqui linda, servinos unas ginebras –Jaime Bilo hizo un gesto de rechazo con la cabeza mientras la mujer servía la bebida a los dos hombres y a las mujeres que los acompañaban. –Para mí no, gracias, ya tomé mucho, dejemos la ginebra para otro día –se excusó. –Brindemos por los viejos tiempos, a un viejo amigo no se le niega una copa –Bilo bebió de mala gana y ciertamente inquieto por aquel maldeseado encuentro. –Fijese lo que es la vida, venirnos a encontrar después de tantos años en un boliche como este. Hizo muy bien en volverse para Buenos Aires aquella vez. ¿Qué podía hacer una persona sencilla como usted entre gente como esa? Todos ellos juegan fuerte, muy fuerte, y usted, usted quién es, una pulguita fácil, muy fácil de aplastar. Espero que haya dejado de jugar al Sherlock Holmes. Es peligroso. Mucho más a partir de cierta edad, cuando ya se tiene formada una familia. ¿No le parece? –Bilo, confundido por el exceso de alcohol, se alarmó. –Salvo al punto y banca y a la ruleta, yo no juego a nada –quiso aclarar –, nunca jugué a nada, ni de chico –dijo atolondrado. –Si querés yo te enseño... –le susurró al oído la mujer con la que había pasado la tarde bebiendo. Bilo la ignoró. Varela le hizo un gesto con la mano pidiéndole que se apartara. –No mienta amigo, no mienta. Puede que ahora no ande en nada raro, pero cuando nos conocimos no era así. ¿Acaso tengo cara de boludo? ¿Usted cree que en Bariloche yo me acerqué a usted por qué sí, de caprichoso nomás? No se me asuste, eso pasó hace muchos años, está olvidado. Ahora podemos ser buenos amigos, usted, para ser moishe, parece un hombre de bien. Si vuelve por acá nos volveremos a ver. Yo vengo varias veces por semana. El lugar no es una maravilla, es cierto, pero las chicas valen la pena. Se lo digo yo que de esto algo entiendo, se las recomiendo. Cuando salió de la whiskería pasaban las nueve de la noche. Buscó un teléfono público para avisarle a su mujer que iba para su casa. Ella, al oirlo, supo que había bebido en exceso, y sin

182 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 creer en la excusa que él puso para justificar la tardanza, comprendió que había tenido un mal día. A la mañana siguiente, ya despejado, atribuyó el encuentro con Varela a una funesta casualidad, más difícil le resultó explicarse quien pudo haberle llamado en nombre del colegio suizo. Decidió no hablar con nadie de estos hechos que no asoció entre sí. El 13 de marzo se tenía que reunir con Abraham Czernik. Habían quedado en almorzar en un pequeño bar de minutas que quedaba en la esquina de Dorrego y Freire, en el límite de los barrios de Palermo y Colegiales. Al salir de la peletería se encontró nuevamente con Varela, intuyó que no se trataba de una coincidencia. Era poco antes de mediodía. –¡El mundo es un pañuelo! ¿Se da cuenta? ¿Cómo siguen su mujer y su hija? –le preguntó el presunto policía –Si las quiere cuidar no haga más pavadas –le recomendó en un tono falsamente preocupado que a Bilo le sonó amenazante. –¡¡¡¿De qué me habla?!! –Usted sabe perfectamente de qué le estoy hablando. No se haga el piola conmigo. –No, no sé. ¿Me lo puede decir? –contestó Bilo, irreflexivamente desafiante. –Hagame el favor, no me compadree. Usted nos toma por boludos. Digame, ¿para qué anda buscando colegio para su hija? ¿No es un poco pronto? La nena todavía no cumplió ni dos años ¡Y tan lejos de su casa! Claro que quizás su señora y usted estén pensando en mudarse. La verdad, me alegra que el negocio le vaya tan bien como para poder irse a vivir para esos lados tan pitucos –observó Varela mientras lo tomaba con fuerza del brazo izquierdo mirándolo a los ojos con una media sonrisa amenazante. –Rusito, hagame caso, ¡¡Dejese de joder!! Como le dije el otro día, me gustaría que podamos ser amigos. –¿Qué tiene de llamativo que busque colegio para la nena? Es lo que corresponde que haga – sonrió incómodo Bilo. –¿Me está cachando? Por lo visto, insiste en tomarme por boludo. Le voy a dar otra oportunidad. Si quiere me puede aclarar lo del colegio mientras nos tomamos un cafecito – propuso Varela soltándolo. –Ahora no puedo, lo siento, tengo que hacer un recado importante. Si le parece, cualquier tarde de estas me doy una vuelta por el boliche del Bajo de la vez pasada y charlamos con tiempo. ¿Para qué lado va? –preguntó fingiendo tranquilidad.

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–Para la zona de Tribunales –contestó Varela –¿Y usted? –Lástima, yo voy para el lado de Plaza San Martín. Bueno, nos vemos cualquier día de estos. Hasta pronto. Cuando vio que Varela se alejaba por Esmeralda, Bilo respiró aliviado. Decidió no ir a comer con Czernik. Pensó que no valía la pena ponerlo en riesgo. Varela había mencionado aspectos privados de la vida suya que confirmaban que, tal como sospechaba, lo estaban vigilando. No sabía quienes, pero entendió que esta atención en él, indicaba que estaba cerca de descubrir algo importante. Al miedo que sentía se le sumaba la excitación. Caminó por Esmeralda hasta Plaza San Martín. En la plaza la ciudad adquiría formas más suaves y un ritmo más ligero y cansino, como si todo lo que allí sucedía fuera ajeno al tiempo y al espacio cotidiano. Se sentó debajo del gran ombú del centro de la plaza, miró a su alrededor para asegurarse que nadie lo había seguido y después encendió un cigarrillo que fumó con ansiedad. La sola posibilidad de que su mujer y su hija estuvieran en peligro lo aterrorizaba. Intentó serenarse. Poco a poco todo lo que lo rodeaba fue esfumándose. Primero fue la avenida Santa Fe y los edificios que la bordeaban, el monumento a San Martín se difuminó en un color uniforme e indefinido en el que se disolvía todo el paisaje, los transeúntes perdieron corporeidad y dejó de percibir el ruido del tránsito y a las parejas arrumacadas sobre el césped de la plaza, abstraído con la mirada fija sobre la línea del horizonte de un mar evocado, inmenso, sin límites, desafiante y esperanzador como aquel que miraba absorto desde la cubierta del barco que lo había traído a la Argentina después de la guerra. Apostar por la vida es desafiar el conformismo que nos imponen, pensó. No rendirse, rebelarse, buscar un camino propio sin traicionarse. Apostar por la vida es no olvidar, apostar por la vida es cuidar la vida, la propia y la de los seres queridos. Y entonces lloró recordando a su hermano muriendo en sus brazos y sintió, como tantas veces antes, que Auschwitz le había arrebatado para siempre la posibilidad de llegar a ser plenamente feliz. Nada de lo que hiciera, nada nunca le devolvería lo perdido, a él ni al resto de sobrevivientes del exterminio. Y sonrió al pensar en su hija Rosana, y en su ensoñación la besó y la abrazó y supo que su hija, como tantos otros niños y niñas, hijos de las víctimas de la barbarie simbolizaban el triunfo de la vida sobre la muerte. El golpe de la pelota de goma de unos niños que jugaban en la plaza lo retrajo a la realidad. Miró a su alrededor. A pocos metros de él dos agentes de policía hablaban despreocupadamente, un

184 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 niño en pantalón corto se disculpó a lo lejos por el pelotazo y continuó jugando con sus amigos, una pareja discutía acoloradamente, hombres trajeados atravesaban la plaza apurados y unos viejos jugaban a las bochas junto a los juegos infantiles. Jaime Bilo se puso de pie, se pasó la mano por la cabeza, como acomodando su pelo peinado con gomina y caminó a través de la plaza rumbo a la estación de subte. En un kiosco de la avenida Santa Fe compró el diario de la tarde. El titular de “La Razón” anunciaba, en grandes letras, que Krieger Vasena, ministro de economía de la dictadura militar, había dispuesto una fuerte devaluación del peso en el marco del lanzamiento de un nuevo plan económico.

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29 Nueva carta a Pinhas

20 de junio de 1967 “Querido P.: Espero que te encuentres muy bien, así como tu mujer e hijos. Afortunadamente la guerra contra Egipto terminó con una victoria que nos enorgullece a todos los judíos. Desde aquí nos resulta difícil comprender los verdaderos motivos que impiden la convivencia de nuestro pueblo con sus vecinos, pero ante todo, lo fundamental para nosotros es asegurar la existencia de Israel. La colectividad acá está movilizada, son muchos los que han donado cantidades importantes de dinero. Pero no te escribo para hablarte de esto. Hace unos meses recibí una carta cuyo contenido, después de mucho reflexionar, deseo transmitirte con la intención de que reveas tu decisión de abandonar la búsqueda de nuestro amigo. Quizás al leer el contenido de la carta que a continuación te transcribo comprendas los motivos de mi insistencia. 'Estimado amigo, quisiera disculparme por el plantón del otro día. Entenderá al leer estas líneas los motivos que hicieron que, sin aviso previo, no acudiera a nuestra cita y que tampoco lo haya llamado después para darle una explicación. He perdido la cuenta de los años que han transcurrido desde el día en que nos conocimos. Juntos, hemos conseguido logros relevantes, así lo considero yo. La falta de reconocimiento no nos hizo claudicar como tampoco la repetida sensación de frustación ante los sucesivos fracasos o la muerte horrible de nuestra querida amiga N. A pesar de algunos desencuentros hemos proseguido en nuestro recorrido hasta estar tan cerca de nuestro destino que podemos avistarlo e incluso percibir el aliento infame que expele él. Siendo así, habrá de llamarle la atención que haya decidido dejar de acompañarlo en esta etapa decisiva, pues por mi silencio habrá usted llegado acertadamente a dicha conclusión. Lo aprecio demasiado para poner en riesgo a usted y a su familia. Lo hago por prudencia, pues más vale la tranquilidad y la vida de mis seres queridos que la persecusión de quimeras, incluso cuando esta está tan próxima a alcanzarse como la que nosotros perseguimos. He comprendido que el monstruo que habita entre nosotros no será vencido por más que consigamos arrancarle una o incluso varias de sus cabezas. Le contaré un breve relato que le permitirá, seguramente,

186 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 comprender mejor que es lo que me ha llevado a tomar esta decisión, que puedo asegurarle no es producto de una larga reflexión mas si profunda e intensa. Quizás usted recuerde el viaje que mi amigo Klaus B. hizo a la Patagonia hace unos años buscando descendientes de los primeros colonos europeos en dicha región. Una noche, mientras Klaus cenaba en un restaurante en el centro de Bariloche, un hombre vestido de traje cruzado y corbata – vestimenta totalmente inusual en la zona - bigotito fino y el caminar cancherito de los compadritos que aún pululan en algunos barrios porteños se acercó a su mesa y tras pedirle un cigarrillo se sentó a su lado sin que él lo invitara a hacerlo. Por sus dichos, Klaus entendió rápido que el tipo lo había estado vigilando y que le molestaba su presencia en la zona. Para amedrentarlo, esta persona que se identificó como policía, le mencionó el accidente que, tiempo antes, le había costado la vida a nuestra entrañable amiga N. Klaus, atemorizado, volvió a Buenos Aires a la mañana siguiente. Usted se preguntara porque motivo le cuento ahora esta vieja historia. Le aseguro que es necesario para que valore en su justa dimensión el resto de lo que tengo para contarle. Este verano, en una playa de la costa murió ahogado un viejo conocido de juventud de Klaus Bauer. Esa misma mañana habían estado juntos durante un instante. Hablaron de aquellas tonterías de cortesía que se dicen entre desconocidos pues el muerto no reconoció a Klaus y Klaus no se indentificó. No se veían desde la guerra. Klaus en ese tiempo era casi un niño, uno más entre muchos otros niños desdichados. El otro, en cambio, por entonces vestía uniforme militar. A Klaus ese uniforme le inspiraba temor, un temor mayor que el de todos los demás uniformes, porque, desde su sentir de niño, el soldado que lo portaba simbolizaba la muerte. Nunca había olvidado la mirada impiadosa, inflexible y mucho menos la voz enérgica de aquel hombre de uniforme, el mismo que moriría ahogado esa misma tarde en una playa de la costa atlántica de la Argentina, muy lejos de la Europa natal de los dos.. Antes de ese último y fugaz encuentro, Klaus había visto a ese hombre a fines del año pasado en el vestíbulo de un colegio de Buenos Aires al que había ido por una entrevista con el dueño de la institución, el mismo al que nosotros llamamos “profesor”, usted sabrá a quien me refiero. Todo esto sería anecdótico si no fuera que a las pocas semanas del accidente en el mar que le mencioné antes, Klaus recibió una llamada telefónica de una mujer que decía hablar de parte del “profesor” para confirmarle una plaza para su hijo en el colegio que él nunca había solicitado. Lo más inquietante de aquel llamado, aunque no lo único, fue que la mujer mencionó

187 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com datos de la vida privada de Klaus y de su familia. Él, como usted podrá entender, se angustió. Esa misma tarde, en un bar del centro se le apareció como de la nada el compadrito de caricatura que lo había amenazado años atrás en el Sur. Al principio, Klaus no lo reconoció, posiblemente porque llevaba varias copas de ginebra encima. El tipo se identificó y después lo obligó a brindar con él por los “viejos tiempos” dijo. Klaus no sabía que pensar, era posible que se tratara sólo de una coincidencia, así quiso verlo al principio, pero muy pronto no pudo dejar de asociar ambos hechos, la llamada y la aparición del matón (así pienso que es correcto denominarlo). Al día siguiente Klaus se tenía que encontrar conmigo a almorzar, pero nunca se presentó. Tampoco me llamó para avisar que no podía venir. Durante esa semana intenté contactar con él varias veces, pero no lo conseguí hasta que finalmente recibí por correo una carta anónima excusándose de lo sucedido. El día de nuestro encuentro frustrado, salió con tiempo de su trabajo, apenas había salido a la calle cuando se tropezó, no casualmente, con el matón a sueldo, llámemosle Acosta, quien, como años atrás, volvió a intimidarlo, esta vez con amenazas a la integridad de su mujer y de su hijo. A mi entender, fue un paso en falso pues todo conduce a pensar que lo que ha intranquilizado tanto a Acosta y a quienes lo envían es lo cerca que está Klaus de descubrir la verdadera identidad del “profesor”, lo que hasta no hace mucho considerábamos una quimera. Lo más importante ya está hecho. Todo lo sucedido a Klaus deja en evidencia que nuestras sospechas estaban más que bien encaminadas. Sólo nos falta desnudarlo ante la sociedad, dejarlo sin su disfraz de ciudadano respetable. Será usted quien dé los próximos pasos, los pasos definitivos, pero confíe que en el momento decisivo contará, como siempre, conmigo. Mi presencia junto a usted en esta instancia es demasiado riesgosa para todos. Acosta lleva años vigilando a Klaus y por extensión a mí. Intentaré mantenerlo, como hasta ahora, alejado de usted. Sé que el monstruo seguirá viviendo aún cuando le arranquemos la cabeza, pero aún así me presto gustoso a hacerlo. No lo olvide, no me olvide. Firmado: RBK ”

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El autor de esta carta estuvo prisionero en Auschwitz (en otras ocasiones te hablé de él). Posiblemente una primera lectura de las líneas precedentes te desconcierten. Sin embargo, si lees entrelíneas comprenderás todo, tal como lo he hecho yo. En cartas anteriores encontrarás los antecedentes necesarios para completar la información faltante. Lo cierto es que lo relatado en estas líneas revela que estamos cerca de llegar a nuestro objetivo, el nuestro y también el tuyo. Te han mentido, nos mienten. Nuestro amigo, el “profesor”, no está en Alemania. Está aquí, en Buenos Aires. Conocemos todo de él, en donde vive, en donde trabaja, el nombre que utiliza. Sabemos también que está protegido por sectores cercanos al poder. Es por esto que tu apoyo es imprescindible. Solos difícilmente podremos hacer algo en contra de él. No somos ni deseamos ser héroes. Espero que tomes una decisión correcta. Lo dejo a tu consideración”.

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30 22 de julio de 1967

Ese sábado, a la salida del templo, Abraham Czernik se cruzó con Jaime Bilo en la esquina de Paso y Corrientes quien parecía volver del servicio de shabat. A Czernik le desconcertó verlo con un talit sobre los hombros, la cabeza cubierta con una kipa y un libro de rezos en la mano pues siempre había pensado que Bilo descreía de las ceremonias religiosas. Desde el encuentro fallido de marzo, el único contacto que habían tenido los dos hombres era la carta anónima de Bilo cuyo contenido Czernik había reenviado a su hermano Pinhas pocas semanas antes. –Shabat shalom –lo saludó Bilo acompañando sus palabras con un leve movimiento de la cabeza y una sonrisa cordial pero distante. –Shalom –respondió Czernik inexpresivamente, consciente de la necesidad de ocultar en público la relación próxima que existía entre ambos. Bilo le hizo un leve gesto con la cabeza indicándole que lo siguiera. Czernik comprendió que el encuentro no había sido casual. Bilo caminó por Paso hacia la calle Sarmiento. Czernik lo seguía a unos metros de distancia. Llegando a Cangallo (actual J.D.Perón) Bilo entró, sin previo aviso, en un edificio de construcción antigua. Cuando Czernik alcanzó la altura del edificio se detuvo esperando encontrar a Bilo aguardándolo junto a la puerta. Sin embargo, no estaba. Decidió asomarse al zaguán. El lugar estaba vacío. Oyó un chistido. El corazón le palpitaba con fuerza. Sintió miedo. –¿Está ahí? –preguntó con cautela. –Acerquese acá –reconoció la voz de Bilo antes de ver una mano que desde detrás del hueco de la escalera lo invitaba a acercarse. –No tema, este es un buen lugar para charlar. Nadie nos puede ver ni oir. El primer piso está deshabitado y en el segundo vive un comerciante del barrio que pasa shabat en casa de los padres. –¿Usted cree que estoy para estos jueguitos? –le preguntó Czernik molesto. –Lo tenemos, sé que lo tenemos y también sé quiénes lo protegen. ¿Porqué hace ese gesto? Hablo de Müller, de quién podría estar hablando sino. Estuve haciendo averiguaciones acerca de la ocupación del “profesor” en sus primeros años en la Argentina y descubrí que durante la presidencia de Perón tenía un trabajo en el centro, en una oficina relacionada con un organismo

190 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 de seguridad estatal en la que, por lo que supe, también trabajaba en la época Ante Pavelic, el asesino nazi que gobernó Croacia durante la guerra. No me mire de ese modo. Todo encaja. Müller era ante todo un policía discreto y eficiente, experto en la persecución de comunistas y de otros opositores políticos. Por eso lo contrató el gobierno, no les importaba quien era ni lo que había hecho, lo importante era lo que sabía hacer y sobre todo, lo que podía enseñar. “Gato negro, gato blanco, lo importante es que cace ratones”, eso es lo que deben haber pensado los funcionarios para los que trabajaba. No ponga esa cara, es un dicho chino ¿No lo conocía? Explica muchas cosas que pasan en el mundo, no sólo acá. Es más que probable que, de un modo u otro, Müller siga colaborando con los servicios de inteligencia y que el colegio sea una pantalla. Eso explicaría por que lo siguen protegiendo. –Si fuera como usted dice ¿Qué podemos hacer? ¿Se le ocurre algo? –Pidale ayuda a su hermano Pinhas, si yo pudiera lo haría. –No serviría de nada, Pinhas está convencido que Müller se esconde en Alemania comunista como dicen los estadounidenses, ya lo hablamos. –Entonces tendremos que actuar solos, como hasta ahora –dijo Bilo ¿Y si los que estamos confundidos somos nosotros? Antes de hacer nada tendríamos que asegurarnos que el “profesor” sea realmente Müller. Imagine si nos equivocamos. A Bilo le molestó el escepticismo de Czernik pero prefirió callarse. Czernik, por su lado consideraba que nada de lo que le había contado Bilo modificaba la situación, se lo dijo. Bilo, furioso, no insistió. Se despidieron sin acordar nada. Czernik volvió a su casa caminando por Bartolomé Mitre. Había poca gente en la calle y hasta la altura de Junín todos los negocios estaban cerrados. Era shabat. Lo primero que hizo al entrar en su casa fue colgar el abrigo y guardar el talit y el sombrero en la repisa superior del armario del recibidor. Como cada sábado, la mesa del comedor diario estaba servida. Lo esperaba un plato de borsch con crema, queso García, dos rodajas de pan de centeno y una manzana. Esther lo recibió con una sonrisa. A él el aspecto de su mujer le resultaba grotesco. Vestía un añoso deshabillé de franela estampada sobre un camisón de seda natural, chancletas de taco alto, peinado de peluquería y largas y peremnes pestañas postizas pintadas con rimmel negro que le daban el aspecto de una vieja vedete de teatro de revista venida a menos o de una madama de prostíbulo de barrio.

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–Llamó Yuyi, a eso de las cuatro viene a dejar a los chicos –anunció ella. La noticia lo alegró. – ¿Querés que le diga a la chica que te sirva un plato de puchero? –¿Vos no comés? –le preguntó a su mujer en idish. –Tenía hambre y, como tardaste mucho, comí sola. –contestó ella en castellano. Czernik levantó los hombros y, sin decir nada, se sentó a comer. Su mujer lo miró con severidad. –Al final ¿querés o no querés puchero? Quedó rico y con el frío que hace, te va a caer bien un poco de caldo caliente –le recomendó ella en castellano, intentando una cordialidad ajena a su modo de ser. –No, no, gracias –Así está bien contestó él entremezclando los dos idiomas. Al terminar de comer se puso el pijama, tomó un té con leche y después se acostó a dormir la siesta. Era poco más de las dos de la tarde. Se despertó con las voces de sus dos nietos y de su hija Yuyi. –¿Papá, cómo estás? –preguntó Yuyi mientras se inclinaba para darle un beso en la mejilla. –Hola zeide –lo saludaron sonrientes sus dos nietos al entrar en el dormitorio. Estaban contentos. Les gustaba mucho ir a casa de sus abuelos. Javier tenía 11 años recién cumplidos y Diego 12. Javier se tiró encima de la cama para abrazarlo. –¡Javiercito, tené cuidado! –exclamó Esther, quizás por celos. –¡ Qué alegría verlos! ¿De adode vienen? –preguntó Czernik mientras Javier lo abrazaba sin hacer caso a la advertencia de su abuela. –Del teatro, mami nos llevó a ver a unos músicos que tocaban música clásica con serruchos, botellas y otras cosas así –contestó láconicamente Diego –muy, muy aburrido.... Se hacían los graciosos, pero la verdad es que a mí me parecieron un bodriazo. –¿Qué decís? –intervinó Yuyi –Te das cuenta papá, habla así de I Musicisti. ¡Llevan llenando el di Tella desde hace meses!20. A vos te encantarían, son geniales. – A mí me gustaron un poco –aclaró Javier –pero también me aburrí. –Estos chicos no entienden nada de nada, no tienen ninguna sensibilidad. Son como el padre, sólo les gusta el fútbol y las películas de vaqueros. –Es normal, son chicos Yuyi, te tenés que dar cuenta. –observó Abraham Czernik justificando a sus nietos, mientras se levantaba y se ponía su bata de seda natural de color bordeau con vivos dorados.

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–A mí, además del fútbol, también me gusta la pintura ¿Acaso no lo sabés? –reaccionó Diego a la defensiva –La exposición de Macció que vimos hoy antes del teatro me gustó mucho, te lo había dicho. No entiendo porque siempre nos estás atacando.... –dijo mirando a su abuelo. –Pobrecito, siempre victimizándose –murmuró despectivamente Yuyi –,papá te traje una caja de trufas de chocolate de Corso. La dejé encima del escritorio –a Czernik se le iluminó la cara, el chocolate era uno de los pocos placeres que se permitía. –Me tengo que ir. Risio va a pasar a buscar a los chicos a eso de las 8 y media –anunció Yuyi. –Quedate un rato más, tomemos un té y probamos los bombones que trajiste –le pidió su papá –.Hace mucho que no venías. Me gustaría charlar con vos, tengo que pedirte un favor –Yuyi lo miró con curiosidad. –Contame. –Vení, sentémonos en el living –le dijo Czernik levántandose de la cama –¿Esther, me harías un té con leche? ¿Vos Yuyi qué querés? –Zeide, juguemos al rummy –propuso Diego mientras Javier miraba la televisión acostado sobre la colcha de piel de guanaco de la cama de sus abuelos. –Después. Primero voy a tomar un té con tu mamá. –¡Ufa! –rezongó Diego mientras se tiraba a ver televisión junto a su hermano. Czernik y su hija se acomodaron en el sofá. Yuyi encendió un cigarrillo. Él se puso la pipa apagada en la boca. –Me gusta sentir el gusto a tabaco de la boquilla... ya sabés el médico me prohibió fumar. Tengo una curiosidad ¿Risio y vos están al tanto de qué el rector del colegio de los chicos es alemán? A mí lo que más me llama la atención es que se haga pasar por suizo –Yuyi lo miró desconcertada y después le hizo un gesto de pregunta con la mano. –¡¡Alemán!! ¿Quién te dijo? Es un disparate, Landmann es suizo, seguro que es suizo, lo sabe todo el mundo –afirmó Yuyi convencida. –¿Te acordás de la pastelería alemana que queda cerca de la casa de Acassuso? Una vez trajiste un strudel de ahí –Yuyi lo miró sorprendida. –Sí, sí, claro que me acuerdo, la dueña es hermana de la directora del colegio de los chicos. ¿Pero que tiene que ver con lo que decís? Ellas son alemanas pero el Dr.Landmann no. Eso te lo conté yo.

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–¡Ojalá esté equivocado! No sé si sabías que durante la guerra el primer marido de la pastelera fue chófer de un alto jerarca de la gestapo –Yuyi hizo un gesto de incredulidad –Existen varias razones para pensar que Landmann era ese jerarca. –¿¡Papá qué estás diciendo!? Si lo conocieras, Landmann te gustaría, tiene un humor sutil, parecido al tuyo. Alguna vez te lo dije –Czernik, molesto, miró a su hija con severidad. –A mí me tranquilizaría mucho que sacaran a los chicos de ese colegio. Hacelo por mí. El humor sutil del propietario no compensa las ideas nazistas que difunde ¿No crees? –Es absurdo lo que decís, no es un colegio nazi. Los chicos en el colegio nunca tuvieron problemas por ser judíos. ¡Estás paranoico! –¡Dale zeide, vení a jugar! –gritaron a coro Diego y Javier desde el escritorio mientras el mayor de los hermanos, acomodado en la poltrona de terciopelo bordó de su abuelo empezaba a repartir las cartas. –Son dos irrespetuosos, no sé como ponerles límites –farfulló Yuyi antes de despedirse. –En un minuto voy –respondió Czernik mientras se despedía de su hija –Exageras Yuyi, exageras. Están aburridos, quieren jugar, es natural, son chicos, te lo dije antes. Cerca de una hora después, Esther los interrumpió con una bandeja de sandwiches de miga, alfajorcitos de maizena y cocacola. –Después pueden seguir, ahora coman, está todo muy rico ¿Abraham querés que te prepare un té con leche o preferís mate cocido? Mientras merendaban, Javier y Diego empezaron a hablar de asuntos del colegio. Czernik les preguntó si tenían muchos compañeros alemanes. –En mi división a lo sumo hay uno o dos, nada más, pero los de “A” son todos hijos de alemanes –contestó Diego. –La que es alemana es la directora. Es horrible, grita por nada –agregó Javier –El rector es diferente, casi nunca lo vi enojado. –Eso será con vos. A mí me debe tener bronca, siempre me está retando. De todos modos, el Dr.Landman me cae mejor que la asquerosa nazi de la directora aunque a veces pienso que él también es medio nazi. Antes de las vacaciones de invierno, vino a nuestra clase a explicarnos la guerra de los seis días. Al final terminó hablando sobre todo de la Segunda Guerrra Mundial. Explicó que el ataque de Israel a Egipto estaba justificado, lo comparó con el ataque de Alemania a Rusia durante la guerra mundial. Dijo que Egipto era una amenaza para el espacio

194 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 vital de Israel, como los comunistas representaban una amenaza para el mantenimiento del espacio vital del reich. A mí me sorprendió la comparación. Un amigo mío que también es judío le pidió que explicara mejor lo que quería decir. Landmann contestó que el gran error del reich había sido perseguir y después encerrar a los judíos, que hubiera sido más inteligente promover el apoyo internacional a la pretensión de los sionistas de crear un estado hebreo en Palestina, tal como proponían algunos integrantes del gobierno alemán antes del inicio de la guerra. Esa son más o menos las palabras que usó. Mi amigo Dani, el único chico de mi clase que es judío, me tuvo que explicar que son los sionistas, yo no lo sabía –aclaró Diego –El Dr. Landman dice que el traslado masivo de los judíos de Europa a Palestina hubiera solucionado el problema judío y así, el reich hubiera podido concentrar más esfuerzos en la guerra contra el comunismo. “La solución era política”, afirmó con algo de solemnidad, sin que ninguno de la clase lograra entender que quería decir. Después dijo que, para él, los culpables de lo que terminó pasando fueron de los propios judíos que no entendieron que debían abandonar Alemania. Según dijo los judíos fueron unos cabezaduras que no comprendieron lo que les sucedería si no se iban, a pesar de las leyes y normas discriminatorias que se dictaron en contra de ellos durante los años anteriores a la guerra. Después ya no era posible una vuelta atrás, aseguró –Czernik escuchaba estupefacto mientras tomaba su matecocido a sorbitos, intentando ocultar el malestar que le producía el relato de su nieto –Me molestó mucho que dijera eso y también el tono con que lo dijo –continuó contando Diego–, fue horrible. Dani le va a pedir sus padres que lo cambien de colegio. Landmann terminó diciéndonos que, en su opinión, si no fuera por los judíos, Churchill se habría aliado con Hitler en la lucha contra el comunismo, según él, el mayor y verdadero enemigo de la humanidad –en ese mismo instante Czernik, tuvo la certeza que el Landmann era efectivamente Müller, tal como le había advertido Bilo mucho tiempo antes. –¿No te parecen horribles las cosas que dijo? –preguntó Diego.

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–Además de horribles son mentiras –contestó Czernik consternado –¿Quieren seguir jugando a las cartas o prefieren ver un poco de televisión? En un rato los pasa a buscar el papá de ustedes. Por lo que me contó la baba, van a ir al Luna Park a ver una pelea de boxeo –dijo cambiando totalmente de tema. –Sí, esta noche pelea Bonavena –contestó Javier. –No entiendo porque el papá de ustedes los lleva a ver como dos personas se pegan porque sí. A mí me parece una salvajada. –¿Qué tiene de malo? A nosotros nos divierte –contestó Diego.

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31 Matar, morir

Abraham Czernik quedó consternado por el relato de su nieto Diego. Sentía que urgía desenmascarar a Landman. Decidió visitar a Bilo. Cuando entró en la peletería Bilo lo atendió como si fuera un cliente. Cuando Czernik mencionó al “profesor”, Bilo, acercándose, le susurró al oído: –Sólo se puede hacer una cosa, matarlo –Czernik se sobresaltó al oirlo –Usted sabe el país en el que vivimos. ¿De verdad piensa que serviría para algo atraparlo? No me haga reír –afirmó Bilo en un tono desencantado –Recuerde, la única posibilidad es matarlo. Cuando se decida, me llama. Ahora vayase y no vuelva por acá, salvo si es para comprarle a su señora el visón que le pide hace años. Es lo mejor para todos. Esa tarde, cuando Czernik llegó a su casa, se encontró con Rabinovich en el hall de entrada del edificio esperando al ascensor y aprovechó para invitarle a jugar al rummy antes de la hora de la cena. Necesitaba hablar con alguien. –En diez minutos estoy ahí. Dejo el sombrero en casa, le aviso a Sara y subo. Czernik no encontró el modo de compartir sus dudas con Rabinovich quien lo escuchaba sin demasiada atención mientras se concentraba en las cartas que le habían tocado y mordía su cigarro. –Abraham, se hace demasiada mala sangre, no es bueno para su corazón. Hagame caso, cuidese. Czernik comprendió que su vecino no podía ayudarlo. Al sábado siguiente, después del kidush, abordó en el templo al contador Samuel Burman, a quien consideraba un hombre de bien y le dijo que necesitaba hablar con él de un asunto importante. –Abraham, si tan importante es, no es bueno que lo tratemos en shabat. El lunes, si puede, pase por mi oficina a la tarde después de las cinco. Hasta las siete me encuentra. Lo espero. Samuel Burman lo escuchó con atención y, ciertamente, con descreimiento. Le costaba aceptar que Heinrich Müller, a quien se daba por muerto desde hacía muchos años, pudiera vivir tranquilamente en la Argentina .

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–¿Está seguro que esa persona es quien usted dice? ¿Se da cuenta que habla de uno de los mayores asesinos de la historia? –Seguro, son demasiadas coincidencias. –A veces el azar es así. Que las posibilidades de ganar la lotería sean ínfimas no impide que muchas personas la hayan ganado. –No comprendo la relación –contestó Czernik desconcertado. –Digo que usted se basa en hechos casuales y no causales. ¿Y si se estuviera equivocado? –En cualquier caso se trata de un asesino. Y también de un nazi. Pretende que los judíos somos culpables de haber sido exterminados por no haber salido a tiempo de Europa – sintentizó sin dar mayores detalles que permitieran que su interlocutor pudiese inferir la identidad bajo la cual se ocultaba Müller. El contador, por discreción, no pidió mayores detalles. –Quizás su nazi tenga parte de razón –comentó caústicamente Samuel Burman, con una sonrisa amarga en el rostro –Abraham, yo en esto no lo puedo ayudar, lo mejor sería notificar de sus sospechas a la embajada israelí, ellos sabrán lo mejor que se puede hacer en casos como este. –No vale la pena, no me escucharán, se lo aseguro, al menos no antes de que consiga alguna prueba concluyente. Un conocido mío dice que lo único que cabe hacer con estos monstruos, es matarlos. A mí la sola idea me produce escalofríos. Al fin y al cabo, son hombres. Matarlo, matar a cualquier ser humano, de algún modo me igualaría a él y a todas las demás bestias como él... pero permitir que siga viviendo sabiendo que se trata del responsable de miles, millones de asesinatos es dejar impune la muerte de mi madre, de mis hermanas y de los hijos de mis hermanas, de cada uno de los habitantes del pueblo en donde nací y en donde crecí, todos ellos asesinados por orden de ese hombre, de algún modo implica dejar impune la muerte y la tortura de cada una de las víctimas de la bestialidad nazi –dijo Czernik en tono casi monocorde, con aparente calma –Quizás recuerde una conversación que tuvimos hace muchos años. Yo le pregunté si usted, en el hipotético caso de encontrarse cara a cara con un criminal de guerra, lo mataría. –Abraham, no recuerdo la conversación a la que alude, pero tengo la seguridad de que le respondí que nadie tiene derecho a matar a nadie, es lo que pienso y lo que siempre pensé. Nada justifica que un ser humano mate a otro ser humano, pues, como dice Buber, en cada uno de nosotros se condensa el universo. –Así es, me contestó eso mismo, casi con las mismas palabras. Ante su respuesta, le pregunté

198 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 que haría en caso de que la persona que tuviera enfrente fuera el mismísimo Hitler. –Seguramente dije lo mismo aunque entiendo que usted se refiere al caso concreto de ese hombre en quien cree haber reconocido a un asesino desalmado. No sé que responderle. Pero matar, nunca. –¿Y si estuviera en juego la vida de sus seres queridos? –Burman se angustió al pensar en la situación hipotética que planteaba Czernik –¿Y si la alternativa fuera matar o morir? –Por qué me pregunta esto –contestó nerviosamente el contador –¿Su vida y la de su familia están en riesgo? En lo que a mi respecta son situaciones disimiles. Una cosa es defender a los míos y otra muy diferente es si se tratara de mi vida. –¿Porqué? ¿Acaso dejarse matar no implica también ofender a la vida? –Su dilema es de imposible resolución para mí. Entienda Abraham, soy un hombre sencillo. Quizás deba consultar con el rabino, él es un hombre sabio. Y rezar, rezar mucho - añadió el contador casi para sí. La conversación con Burman aumentó la incertidumbre de Abraham Czernik. Después del infarto que había sufrido el año anterior, la actividad diaria de Czernik había quedado reducida a unas pocas horas de trabajo por la mañana en su oficina y a visitar miembros de la colectividad para solicitar fondos de ayuda para el hospital y para Israel, sobretodo en los meses que siguieron a la Guerra de los Seis Días. El 16 de agosto de 1967, como todos los días antes de dormir la siesta, Abraham Czernik, recostado en la cama, comenzó a leer “Die Presse”. En la página cinco, un artículo relataba la supuesta presencia de antiguos oficiales del ejército alemán (en algunos casos posibles criminales de guerra, según afirmaba el autor del texto) en los servicios de inteligencia de Brasil y de otros países latinoamericanos, incluida la Argentina. Czernik, alarmado, asoció esto a lo que le había contado Bilo acerca de las primeras actividades de Landmann en la Argentina. Cada día que pasara a los ya más de veinte años de impunidad implicaba una nueva perdida irrecuperable para la justicia. Se levantó inmediatamente de la cama y salió del dormitorio. Esther, que dormitaba a su lado, se sobresaltó. Él, desde el pasillo, la tranquilizó. Sacó del cajón del escritorio su lapicera y una libreta pequeña, de tapas duras en donde anotó separadas por comas las palabras “pastelería”, “empleada”, “vecinos”, “negocios”, “La Lucila”, “directora”, arrancó la hoja de la libreta, la dobló cuidadosamente en cuatro partes y la guardó en la billetera. Eran las dos y cuarto de la tarde. Poco después de las cuatro descendía del tren

199 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com en la estación de Martínez. Preguntó en el kiosco de diarios como llegar hasta la calle Yrigoyen. Siguiendo las indicaciones del kioskero caminó por Alvear hasta la avenida Santa Fe. Cinco minutos después estaba en la puerta de la pastelería “Mozart”. Era un lugar modesto que no invitaba a entrar. Lo atendió una mujer de aproximadamente 50 años, de ojos color miel y cara redonda de mejillas sonrosadas. –¿La señora de Götz? –la mujer lo miró con curiosidad –¿Usted es la señora Götz? –insistió Czernik. Ella se preguntó quién sería ese hombre de traje oscuro con sombrero, anteojos de miope y extraño acento extranjero. Desde la muerte de su amado Markus nadie la llamaba así. –No –respondió ella irritada. –¿Cuándo puedo encontrar a la señora de Götz? –¿Quién la desea ver? –preguntó ella con cierta brusquedad. –Mi nombre es Alberto Krieger, yo era amigo del padre de su marido en Danzig. –Mi marido, que en paz descanse, no conoció al padre, difícilmente lo haya conocido usted. Señor Krieger no sé ni me importa para qué me está buscando, ni como me encontró. Usted no es alemán, ni tampoco polaco, es judío –afirmó ella controlando el desprecio –Los judíos son mentirosos, lo llevan en la sangre, por eso sé que usted es uno de ellos –la mujer apoyó las manos en el mostrador y lo miró con frialdad –Ahora, hágame un favor. ¡Mándese a mudar! –le exigió sin elevar el tono de voz.

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32 Daniel Saubel

El 7 de septiembre antes de salir de su casa, Abraham Czernik recibió la llamada de un hombre que en perfecto castellano decía hablar de parte de su hermano Pinhas. Desconfió. –¿De donde lo conoce a mi hermano? ¿Cómo me dijo qué es su nombre? –¿Porqué no nos reunimos y le explico? –¿Para qué? Yo, que sepa, no tengo asuntos pendientes con usted. ¿Digame qué quiere? Me está atrasando. –Me gustaría que charlemos acerca del “profesor” –Czernik se alarmó. –¿Qué profesor? ¿A quién se refiere? –preguntó simulando tranquilidad. El corazón le latía con fuerza. –Usted sabe perfectamente de quién hablo. –No, no lo sé, estoy algo mayor para tener profesores. Ahora voy a colgar, por favor no me vuelva a llamar. Esa misma mañana, en la puerta de la oficina lo esperaba un hombre joven, de ojos celestes, casi transparentes y pelo cortado casi al rape, vestido con un traje gris oscuro, camisa blanca y corbata azul con pequeños vivos blancos. En ese entonces Czernik trabajaba en un pequeño despacho de dos ambientes en el segundo piso del local de la calle Sarmiento en el que durante muchos años había tenido la mueblería. Salvo el contador, que iba todos los jueves un par de horas a la tarde, no tenía ningún empleado.

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–Buen día, ¿Usted es Abraham Czernik, no es cierto? Mi nombre es Daniel Saubel –a Czernik la voz le resultó conocida. –Si no me equivoco, usted me llamó a casa esta mañana temprano. ¿Qué está haciendo acá? ¿No le dije que no quería hablar con usted? –Entremos y le explico. –De ningún modo. Salvo que me obligue, usted no va a entrar en mi oficina. –Entiendo. Le propongo entonces que vayamos a un bar. –¿Porqué insiste ? Usted y yo no tenemos ningún negocio por tratar. –Heinrich Müller ¿Le dice algo? Nosotros nos ocuparemos de atraparlo. –¿Müller? Es un apellido muy común en Alemania, es lo único que sé. –Abraham, usted sabe perfectamente de quien hablo, no me engaña, sepalo –Czernik no pudo evitar sonreír. Empezaba a sentir curiosidad por ese joven. Después de todo, pensó, era posible que lo hubiera enviado Pinhas en respuesta a su última carta pidiéndole ayuda. –De acuerdo, pasemos a la oficina y me cuenta. De acuerdo al relato que le hizo a Czernik, Daniel Saubel tenía 24 años y aunque había nacido en Buenos Aires, vivía en Tel Aviv. Su padre era propietario de una zapatería en la avenida Rivadavia en el barrio de Flores. Hasta los 15 años la familia vivió en Boedo, no lejos de la cancha de San Lorenzo, equipo del cual seguía siendo hincha. Después se mudaron a French y Larrea en pleno barrio norte, cerca de la Recoleta. Aunque eran judíos, nadie en la familia era creyente y menos aún practicante. En Pesaj se reunían a comer en la casa de los padres de la mamá de él. Era la única fiesta judía que festejaban. Daniel Saubel, en aquel tiempo, se sabía judío pero se consideraba sobre todo argentino. Así fue hasta el inicio de la campaña antijudía que siguió a la captura de Eichmann. –Ahí empecé a comprender, que sea lo que sea lo que pensemos y los que sintamos para muchos argentinos los judíos somos ante todo judíos y no argentinos –explicó Saubel. Czernik pensó que ideas como esa sólo servían para alimentar el antisemitismo, pero no se lo dijo. Saubel siguió hablando. –La agresión a Edgardo Trilnik en el colegio nacional Sarmiento me afectó mucho, no puede imaginar cuanto. ¿Se acuerda? El chico de 15 años al que balearon compañeros de colegio simpatizantes de Tacuara. Yo estaba haciendo 5º año y estaba acostumbrado a que los chistes judíos y a que algunos chicos me llamaran despectivamente “moishe” o “ruso” pero nunca había

202 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 imaginado que podían llegar a agredirme físicamente. Ahí fue cuando comencé a pensar en irme de acá. El desencadenante final fue el secuestro de Graciela Sirota en 1962. Éramos amigos. Usted no puede imaginar las humillaciones y vejaciones a la que la sometieron sólo por ser judía. Y ese tatuaje de la cruz gamada como firma de la barbarie. Comprendí el mensaje. A los pocos meses estaba en Israel, mi casa, nuestra casa. Ahí nacerán y crecerán mis hijos sin que nadie los señale, sin sentir que tienen que ocultar su origen por miedo a ser despreciados, recriminados, insultados por el solo hecho de ser judíos. Crecerán sin oír chistes ofensivos ni comentarios denigratorios. Crecerán verdaderamente libres. –Comprendo –se limitó a comentar Czernik a quien los dichos de Saubel le habían parecido impostados, como si alguien le hubiera escrito el guión –¿Porqué debo creer que me está diciendo la verdad? –preguntó tras una pausa. –¿Porqué le mentiría? Los dos deseamos que los crímenes de los nazistas no queden impunes – Czernik encendió un cigarrillo mientras lo miraba intentando descubrir si el joven decía la verdad –Según me dijeron, usted cree que estamos cerca de Gestapo Müller. Para poder seguir avanzando necesitamos que nos confirme algunos de los datos que tenemos acerca del “profesor” –explicó Saubel. –¿Porqué debería confiar en usted?¿Quiénes son el nosotros al que alude? –Duda de mi identidad, lo entiendo. Es bueno ser precavido. ¿Le muestro mis documentos? –le preguntó, alcanzándole una cédula de identidad de la policía federal argentina y un pasaporte israelí –¿Qué más necesita? ¿Qué tengo que hacer para convencerlo? –No tiene nada de qué convencerme. Se equivoca de persona, no sé quién es ese profesor al que se refiere. Lamento no poder ayudarlo. Ha sido un placer conocerlo. Ahora, le agradecería que se vaya, tengo varios asuntos que atender –dijo Czernik mientras se acercaba a la puerta de la pequeña oficina en la que trabajaba. –Lo llamo mañana y seguimos nuestra charla. No es bueno que sus nietos vayan al colegio de un nazi. Piénselo –Czernik lo miró estupefacto. “¿Y si este joven estuviera diciendo la verdad?” dudó. –¡Ah, me olvidaba! Una última cosita Abraham, por favor no hable con nadie acerca de mí. Esa mañana volvió temprano a su casa. Necesitaba confirmar el relato de Daniel Saubel. Llamó a varios conocidos para pedir referencias de algún Saubel, propietario de una zapatería. Su hermano Jeremías le contó que años atrás, en su tiempos de cuentenik había tenido de cliente a

203 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com un tal Jacobo Saubel que tenía una zapatería sobre la avenida Rivadavia a un par de cuadras de la plaza de Flores. Por lo que le habían contado, en la época de los ataques antisemitas de Tacuara, toda la familia se había ido a vivir a Israel, aunque no le constaba que fuera así. No recordaba el nombre ni la edad de los chicos. –¿Para qué querés saber? Me parece que eran dos mujeres y un varón. La mayor ahora debe rondar los 20 años, calculo, quizás un poco más- intentó recordar Jeremías - Aunque quizás sea más grande, el tiempo pasa demasiado rápido. Si es importante, lo puedo averiguar. A Czernik esa información le pareció suficiente y al día siguiente aguardó desde temprano la llamada de Saubel. Quedaron en encontrarse ese mismo mediodía para ir a almorzar juntos. Saubel insistió en invitarlo a La Cabaña, una famosa y tradicional parrilla del Buenos Aires de entonces, que quedaba en la avenida Entre Ríos esquina Belgrano, a pocas cuadras del Congreso. –El bife de chorizo de acá es una de las mayores maravillas del mundo. Mi papá nos traía un par de veces al año. Es una de las cosas que más extraño de Buenos Aires, se lo recomiendo –contó Saubel. –Prefiero una pechuga de pollo deshuesada a la parrilla –precisó Czernik. –Una lástima, no sabe lo que se pierde. Durante unos minutos intercambiaron comentarios intrascendentes acerca de la importancia de la comida para cada uno de ellos. Czernik, poco a poco, terminó de distenderse. –Como le dije antes me alegra que haya cambiado de idea respecto a mí. Entiendo sus precauciones... es raro que todavía no haya recibido la carta de su hermano, la envió hace bastante más de dos semanas. Seguramente la abrieron en el correo central. Sabemos que el gobierno argentino revisa toda la correspondencia que llega de Israel. No quisimos enviarle un telegrama para evitar posibles sospechas. Con la carta no habrá problemas, está redactada con sumo cuidado. A primera vista, trata de asuntos familiares, pero usted sabrá leer entrelíneas. En estos días, con seguridad, la recibirá. Quiero que sepa que agradecemos enormemente lo que usted ha hecho. La memoria de nuestro pueblo lo recordará a usted como justo entre los justos. –Daniel, estoy decidido a ayudarlo, no hace falta que exagere, yo no busco ningún honor, sólo busco aliviar el dolor que me carcome. Es posible que desconozca a que me refiero, usted es muy joven –Czernik buscó la mirada de Saubel, quien, distraído, leía el menú – Además, aún no

204 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 conocemos la verdadera identidad del “profesor”, puedo estar equivocado. Quizás no se trate de quien pensamos que es. –Creemos que está bien encaminado, sino yo no estaría acá –le dijo mientras apoyaba el menú en un costado de la mesa –Como le dije ayer necesitamos que nos confirme algunos datos. Lo cierto es que estamos persuadidos que, tal como usted piensa, la persona que buscamos está acá y no en Alemania. –¿Le parece que este es un buen lugar para hablar de esto? – preguntó Czernik. Saubel alzó los hombros –¿Porqué no? ¿El colegio es el Suizo del Río de la Plata? –Czernik no contestó. La falta de cautela de Saubel le generaba malestar –Hemos podido averiguar que el profesor cuenta con protección policial. Detrás de él hay personas muy poderosas. Afortunadamente usted se movió con discreción. Diferente es el caso de su socio, hace varios años que lo vigilan, pienso que cometió un error importante cuando viajó al sur. Se expuso demasiado. Por lo pronto, es extraño, casi milagroso, que en todo este tiempo no hayan reparado en usted –Czernik encendió un cigarrillo. –¿Le molesta? –preguntó formalmente sin importarle realmente la respuesta del otro. –Fume tranquilo, no se preocupe por mí. Volviendo a su socio lo mejor sería que nunca vuelva a hablar con él, nunca ¿Entiende? –Dejeme adivinar, a usted de chico le encantaban las películas de espías, estoy seguro. A mí siempre me resultaron algo aburridas pero a mi mujer le gustan mucho –afirmó Czernik con una sonrisa distendida, buscando desviar la conversación. La falta de prudencia del joven lo perturbaba. “La Cabaña” estaba a pocas manzanas del edificio central de la Policía Federal. –Siguen siendo mis preferidas. ¿Cómo lo supo? De chico también me gustaban las de vaqueros – contestó risueño Saubel –Ahí viene la comida. Voy a necesitar que después me pase la dirección de la pastelería en la que compra el Apfelstrudel. El sábado festejamos el cumpleaños de mi abuela y a ella no hay nada que le guste más –le dijo guiñándole el ojo mientras el mozo le servía un enorme bife de chorizo –¡Qué buena pinta que tiene esto! –exclamó Saubel. El 14 de septiembre de 1967, Czernik recibió la anunciada carta de su hermano Pinhas. Tras unos primeros párrafos anodinos acerca de la situación en Israel y de su vida familiar y profesional, y sin modificar el tono irrelevante del conjunto, la carta continuaba diciendo:

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“ En los próximos días te llamará una persona de mi parte que se ocupará de todos los detalles del evento en honor de nuestro amigo. Despreocúpate. Nosotros nos encargaremos de todo. Será una alegría grande poder ofrecerle el homenaje que, sin duda, merece por todo lo que ha hecho en el pasado por nosotros.” Líneas más adelante, Pinhas se despedía con estas palabras: “Querido hermano, es difícil imaginarnos sin memoria, la memoria guía nuestros deseos y nuestras acciones y también nuestros olvidos. Nos gustaría ser justos, pero no siempre eso es posible. Las raíces del mal son fuertes y variadas. Arrancar uno de sus retoños no es suficiente, nunca, pero pienso que es necesario, siempre. Nadie hará que todo vuelva a ser como alguna vez fue. Que los muertos vuelvan a la vida, que allí donde hubo dolor reine la alegría. Sólo podemos evitar que el mal se extienda. Sólo eso, sólo eso... es lo único que nos queda. Confía, esta breve porción de la historia llega a su fin. Nosotros, debemos seguiremos viviendo. Saludos a tu mujer e hijas, un fuerte abrazo para ti. Siempre tuyo, tu hermano” . A principios de noviembre, Abraham Czernik se cruzó en la calle, cerca de su casa, con Daniel Saubel. No se veían ni hablaban desde el almuerzo en “La Cabaña”. La arrogancia y prepotencia del joven le desagradaban. –¡Qué alegría me da verlo! Entremos en el bar de la esquina a tomar un cafecito. –lo saludó en un tono falsamente cordial Saubel. –Otro día... me están esperando –mintió Czernik receloso. –No se abatate, amigazo, tengo cosas importantes que contarle –le dijo riendo mientras apoyaba su mano izquierda sobre el hombro derecho de Czernik –Hace rato que lo estoy esperando, no me falle, es cortito –A Czernik le molestó el tono confianzudo del joven. Se lo dijo. –No estamos para susceptibilidades, vamos, acompáñeme Abraham –Czernik se apartó del joven y continuó caminando hacia su casa por la calle Montevideo sin atender al pedido de Saubel. –Si usted prefiere, podemos charlar mientras caminamos. Tengo buenos noticias. Hemos podido confirmar todas las sospechas suyas y de su socio. En pocos días, estaremos en condiciones de actuar. Sólo faltan unos pocos detalles y colorín colorado este cuento habrá terminado. –Ajá...Conmigo no tiene que rendir cuentas, yo ya cumplí con mi parte. Usted sabrá lo que tiene que hacer. Eso sí, le voy a pedir un favor, no me vuelva a abordar de la calle como lo hizo hoy.

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Tampoco quiero que me llame por teléfono. Cuando necesite algo de mí, me deja una nota en la oficina. Si prefiere no tener que desplazarse hasta ahí, me puede enviar un telegrama a poste restante a la oficina de correos del barrio. Queda aquí cerca, no le costará encontrar la dirección.

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33 El final

El sábado 16 de diciembre de 1967 Abraham Czernik y Esther Sapire fueron a almorzar a a la casa de su hija Betty. Regresaron poco antes de las seis de la tarde. Hacía calor. Al llegar, Abraham se recostó un rato a descansar. Su mujer, mientras encendía el televisor, le sugirió que se pusiera el pijama para estar más cómodo. –No te preocupes, estoy bien así –contestó él en idish. A eso de las ocho, sonó el teléfono. –Es para vos –le dijo ella en castellano –no dijo quién es. Me habló en idish, pero se nota que no lo habla hace mucho. ¿Atendés acá? –Dejá, mejor atiendo en el escritorio, así hablo más tranquilo –respondió mientras se ponía las pantuflas. –¿Abrahammm? –preguntó estirando exageradamente la m una voz titubeante que él inicialmente no reconoció. – Sí. ¿Quién es? –Abi, no me diga que no me reconoce ¡Con todo lo que pasamos juntos! –respondíó la voz en castellano. Czernik supo inmediatamente quien era, salvo Jaime Bilo y Nurit Eldodt nunca nadie lo había llamado Abi y Nurit estaba muerta.. –¿Porqué me telefonea a casa? –preguntó incómodo. Recordó con cierta inquietud la recomendación de Saubel. –Para saludarlo nomás ¿Para qué si no, lo voy a llamar? Hace mucho que no hablamos. Hoy es shabat, estamos cerca de fin de año y bueno, se me ocurrió llamarlo. ¿Tiene algo de malo? – Czernik, por un momento, se tranquilizó –Es época de balances y quería compartir con usted mi alegría por haber podido terminar una etapa oscura de mi vida. Ahora, al fin, podremos vivir tranquilos. –¿De qué me habla? ¿Porqué me incluye? Sea más claro. –Ya entenderá. Le envío un abrazo. Shabat shalom –le deseó Jaime Bilo antes de colgar. Czernik, desconcertado, no comprendió el motivo de la llamada del peletero.

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El martes de esa semana, Jaime Bilo había almorzado en La Emiliana con una mujer de sugestiva belleza a quien no conocía previamente. La cita la había acordado Daniel Saubel a pedido del propio Bilo con el fin de despistar a Varela o a cualquier otro policía filonazi que pudiera estar siguiéndolo. Esa misma noche, Bilo invitó a cenar a la mujer a un lujoso restaurante francés del cual salieron riendo tomados de la mano. Se los volvió a ver juntos al día siguiente caminando abrazados por la avenida Santa Fe. El jueves fueron a bailar a Mau Mau, el salón nocturno más exclusivo de la época, y el viernes se mostraron en un restaurante de moda de la zona norte del Gran Buenos Aires. Antes de cenar, pasearon por las calles arboladas de La Lucila. Esa tardecita, unos jóvenes vieron a una pareja besarse frente a la casa en donde vivía el Dr. Eduard Landman. Varela, para entonces, ya se había desentendido de ellos, las infidelidades amorosas no eran de su incumbencia. Después de cenar, Jaime Bilo acompañó a la mujer a la casa, estuvieron juntos hasta alrededor de las dos de la madrugada. Fue la última vez que se vieron. El sábado a la mañana, Eduard Landman fue hallado muerto junto a su cama, descalzo y en ropa interior. Las luces del dormitorio estaban encendidas. Sobre la mesita de luz se encontró un vaso vacío, una caja de fósforos, un cenicero con dos fósforos usados y la pipa a medio encender. Un médico del Hospital Alemán certificó que había sufrido un paro cardíaco. El domingo 16 de diciembre al mediodía, Jaime Bilo, su mujer y su hija partieron hacia Uruguay de vacaciones. Esa misma noche, Daniel Saubel viajó rumbo a París en un vuelo de Air France. Había acordado con Pinhas Czerniak encontrarse a almorzar el 20 de diciembre en un pequeño bistrot de la rue de Mouffetard para informarle el resultado de su misión en Buenos Aires. Czerniak no acudió a la cita. El 21 de diciembre, Diego, hijo mayor de Risio Levis y Yuyi Czernik, cumplía 13 años. Sus abuelos maternos le habían prometido una bicicleta como regalo de cumpleaños. Su abuela le había dicho que irían a comprarla el lunes 18 a la tarde después de almorzar. Ese día, Diego y Javier, su hermano menor, llegaron a casa de sus abuelos poco antes del mediodía. Durante la comida Abraham Czernik parecía cansado. Su mujer le pidió que no saliera esa tarde. –Hace días que no te sentís bien, mejor quedate en casa, te va a hacer mal salir, hace demasiado calor. –Tengo que ir a buscar un telegrama al correo y vuelvo enseguida – le prometió él.

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–Zeide, quedate conmigo, podemos jugar al rummy y ver la tele. Dale, sé bueno. ¡Quedate! Por favor –intentó convencerlo Javier que tenía muy pocas ganas de acompañar a su hermano a comprar la bicicleta. –Me gustaría, pero no puedo –se disculpó Czernik con ternura. Javier se puso a llorar. –No llorés, otro día me quedo con vos –le prometió a su nieto mientras le acariciaba la cabeza intentando consolarlo. Esher estaba lista para salir. Su marido estaba recostado en la cama. Los chicos se despidieron de su abuelo con un beso. –Abraham prometeme que vas a tomar un taxi. No se te ocurra viajar en colectivo con este calor –le advirtió Ester antes de salir. –No te preocupes, voy hasta acá nomás –tranquilizó a su mujer. Abraham Czernik falleció de un ataque cardíaco a las cuatro menos cuarto de la tarde de ese 18 de diciembre de 1967 en una oficina de correos no lejos de su casa. Tenía 69 años. En la lengua tenía una píldora para el corazón que, en un último esfuerzo por vivir, había intentado tomar. En ese momento su nieto Diego terminaba de elegir la bicicleta que él y Esther Sapire le habían regalado para el cumpleaños. Esther nunca pudo perdonarse haber dejado solo a su marido esa tarde. En el bolsillo izquierdo del saco del traje que llevaba puesto Abraham Czernik en el momento de su muerte, su hija Ofelia encontró un solitario boleto rosa de la línea "64" de colectivos. El número era 4.657.311 de la serie 7N. En el bolsillo derecho, hecho un bollo, estaba el telegrama que él había ido a buscar esa tarde al correo. Decía: “El perro tenía rabia. Lo sacrificamos el viernes a la noche. No volverá a hacer daño a nadie. DS”.

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Epílogo

Abraham Czernik, mi zeide, está enterrado en el viejo cementerio de la Tablada entre los notables de la colectividad judía. Jamás podré olvidar la rabia y el dolor que sentí cuando los sepulteros comenzaron a tirar tierra sobre su ataúd. Fue entonces cuando realmente comprendí, supe, entendí que había muerto, y que su muerte significaba no volver a verle nunca más, su sonrisa severa y juguetona, la ternura de su mirada, su figura sólida aunque frágil, su sabiduría. No es necesario mostrar el dolor para que duela. El dolor desgarra por dentro, quema, destruye, el dolor es de cada uno, es íntimo, no se dice, se siente, sencillamente permanece y duele. El domingo 22 de marzo de 2009 asistí al estreno en la Biblioteca Nacional de “Kaddish” un documental realizado por el cineasta y psicoanalista argentino Bernardo Kononovich. Esa misma mañana había leído en el diario una entrevista en al director de la película en la que planteaba puntos en común entre el modo de proceder de los militares argentinos durante la última dictadura y el de los nazis durante la segunda guerra mundial. Unos y otros hicieron desaparecer los cadáveres de sus víctimas y no dejaron registros de ningún tipo de sus acciones. En el hall de entrada a la sala me encontré con una prima segunda mía, nieta de Jeremías Czerniuk, el hermano de mi zeide Abraham. A pocos segundos de comenzada la proyección, en la pantalla aparece una foto de mi prima hermana Andrea, nieta de Abraham Czernik. Exclamé su nombre conmocionado, hacía muchos años que no veía una imagen de ella. Andrea Yankillevich tenía 19 años cuando fue secuestrada por un grupo de tareas, presumiblemente de la policía federal, la noche del 27 de julio de 1976, en casa de su hermano Gustavo, en el piso 11 de la calle Boedo nº 364 de la ciudad de Buenos Aires. Dos testigos afirman haberla visto con vida algunas semanas después en Coordinación Federal, la dependencia policial en cuya sección de información y seguridad interior había trabajado dos décadas antes Eduardo Landmann . Después, nadie volvió a saber nada de mi prima. Andrea fue torturada, asesinada y desaparecida por la dictadura argentina, como muchos otros miles de personas, de las cuales cerca de dos mil eran de ascendencia judía.

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El 18 de diciembre de 2010 algunos miembros de la familia y amigos de Andrea nos reunimos frente a la puerta del edificio en el fue secuestrada para inaugurar una baldosa en su memoria. Durante el acto de homenaje, recordé a los asistentes que durante la dictadura cualquiera podía terminar siendo capturado, torturado y asesinado por las bestias y sus cómplices. Evoqué que un 18 de diciembre, 43 años antes, murió nuestro zeide Abraham Czernik, hijo, hermano, tío y con Andrea también abuelo de víctimas de la barbarie nazi-fascista. Es necesario, remarqué, tener presente que es muy probable que muchos de los miles de nazis y fascistas europeos que se refugiaron en la Argentina después de la segunda guerra mundial hayan colaborado de un modo u otro con las fuerzas de seguridad del estado durante las décadas de 1970 y anteriores, posibilidad en la que pocos parecen haber reparado.

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214 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018

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215 1 La diferencia en el apellido de Abraham Czernik con el de su padre y hermanos tiene su origen en los errores frecuentes en la transcripción de los nombres y de otros datos cometidos por agentes consulares y/o de inmigración. Según pude averiguar a través de distintas fuentes documentales el apellido original de la familia era “Czerniuk” 2 Cuentenik : Vendedor ambulante que vendía casa por casa artículos de ramos generales. Los cuentenik vendían en cuotas sin pedir más garantía que la palabra del comprador. 3 Una circular secreta firmada por el canciller José María Cantilo el 12 de julio de 1938, instruía que: "sin perjuicio de las demás disposiciones establecidas para la selección de los viajeros", y "salvo orden especial" de la Cancillería, los cónsules debían "negar la visa aún a título de turista o pasajero de tránsito a toda persona que fundadamente se considere que abandona o ha abandonado su país de origen como indeseable o expulsado, cualquiera sea el motivo de su expulsión", disposición que en la práctica significó el rechazo tácito de la entrada de judíos a la Argentina. Aunque no se aplicaba desde hacía décadas esta disposición no se derogó hasta el 8 de junio de 2005, durante la presidencia de Néstor Kirchner. 4 Sassen es el padre de Saskia Sassen, prestigiosa profesora de sociología de la Universidad de Chicago, especializada en los procesos urbanos y en la decadencia de los estados nación en el marco de la globalización, quien pasó parte de la infancia y de la adolescencia en Buenos Aires. Wilhen Sassen siguió residiendo en la Argentina hasta su muerte. Durante décadas se dedicó al tráfico de armas, actividad que continuó su hijo Roberto quien estuvo implicado en el contrabando de armas argentinas a Ecuador y Croacia durante el gobierno de Carlos Menem. 5 En 1949, el decreto Nº 15.972 del Poder Ejecutivo de la Nación otorgó una amnistía a quienes habían ingresado ilegalmente al país. A este indulto general le siguieron diversas resoluciones que beneficiaban a quienes debían ocultar su verdadera identidad. El 22 de agosto del mismo año, el decreto Nº 19.935 otorgó a todos los refugiados el estatus de "asilados residentes", lo cual los autorizaba a obtener una tarjeta de libre circulación. Por otro lado, el artículo 35 de la Constitución de 1949 permitía obtener la nacionalización a todos los residentes extranjeros que tuvieran regularizada su situación. 6 El contenido de este capítulo está basado en el testimonio de Pinhas Czerniak, publicado en ANT0P0L, YIZKOR BOOK Benzion H. Ayalon (editor), Antopol Committee in Israel, Actively Assisted by The Antepoller Yizkor Book Committee in the U.S.A. Tel-Aviv, Israel, 1972. 7 Kulaks: Campesinos y pequeños propietarios agrícolas ucranianos que a partir de 1929 fueron deportados masivamente por el gobierno de Stalin al oponerse a la política de colectivización total de las tierras. 8 Judenrat: Nombre en alemán de los consejos judíos de gobierno de los guetos, constituidos por orden los nazis en los territorios del este europeo ocupado por los alemanes durante la segunda guerra mundial 9 Khmelnytskyi: Localidad de Ucrania en la que el 15 de febrero de 1919 se produjo un pogrom antijudío que ocasionó más de 700 muertos y 500 heridos. Durante el s.XIX y principios del sXX los pogroms eran habituales en la región en la que se encuentra esta ciudad. 10 Zhidovka Forma despectiva con que los polacos denominaban a los judíos 11 En la tradición judía, Amalek personifica la maldad absoluta que se opone a la existencia del judaísmo 12 La república de los Consejos de Baviera (Bayerische Räterepublik) o de Munich (Münchner Räterepublik) fue un intento de transformar la República de Baviera proclamada en noviembre de 1918 en un estado socialista bajo la forma de una democracia de consejos, inspirada en los soviets. Dura del 7 de abril al 2 de mayo de 1919. 13 Mercedes Benz Argentina comenzó a operar en el país en septiembre de 1951. Entre los fundadores de la empresa se encontraba Jorge Antonio, hombre de confianza de Juan Domingo Perón.. 14 Bris: Ceremonia de circuncisión que se practica a los varones judíos al octavo día de haber nacido, como símbolo del pacto entre Yaveh y el pueblo de Israel. 15 El 10 de julio y el 17 de agosto de 1945 fondearon en el puerto de Mar del Plata dos submarinos alemanes con 54 y 32 tripulantes a bordo respectivamente. Los tripulantes quedaron detenidos por las autoridades argentinas. Durante los interrogatorios a los capitanes de ambas embarcaciones se les preguntó acerca del posible traslado y desembarco en la Argentina de Hitler y de otros jerarcas nazis. Ambas naves, las tripulaciones y las conclusiones de la la comisión investigadora de la Marina Argentina fueron entregadas a los gobiernos EE.UU y el Reino Unido de Gran Bretaña. A este incidente hay que añadir el relato de varios supuestos testigos que dicen haber visto submarinos alemanes hundidos cerca de la costa de San Clemente del Tuyú (Prov.Bs.As) y de la costa patagónica (Prov. Sta.Cruz). Ninguna de los intentos de localización de los restos de estas naves ha tenido éxito. Tampoco existen fotografías que confirmen su existencia. Por último, hay que mencionar especulaciones, supuestamente basadas en testimonios y documentos oficiales, acerca del desembarco en la Argentina de numerosos submarinos alemanes en el mismo período de postguerra. 16 “La Razón” Bs.As., 23 de diciembre de 1960 17 El 2 de septiembre 2004 la justicia argentina declaró la quiebra de la Asociación Israelita de Beneficencia y socorros mutuos “Ezrah”, propietaria del Hospital Israelita. Desde entonces la institución sanitaria está a cargo de una cooperativa formada por los trabajadores, ajena a la colectividad judía argentina, 18 Se conoce como la Noche de los Bastones Largos el desalojo violento, el 29 de julio de 1966, por parte de la Policía de cinco facultades de la Universidad de Buenos Aires (UBA) ocupadas por estudiantes, profesores y graduados, en oposición a la decisión del gobierno militar presidido por el Gral. Onganía de intervenir las universidades. En los meses siguientes cientos de profesores e investigadores fueron despedidos y muchos otros renunciaron a sus cátedras. Más de trescientos abandonaron el país. 19 Gerhard Bohne, médico alemán acusado de haber colaborado en el proyecto de eutanasia del gobierno nazi, fue el primer criminal de guerra extraditado por la Argentina. Llegó al país a bordo del “Ana C”, el 29 de enero de 1949 y fue extraditado en 1966 por solicitud del gobierno alemán . 20 I Musicisti fue un grupo de humor-musical del cual surgiría a finales de 1967 Les Luthiers (grupo cuya vigencia aún perdura)