Asesinatos Discretos
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Diego Levis Czernik Asesinatos discretos Persiguiendo nazis en la Argentina Una novela sobre la acción de la memoria y de la culpa http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com Para mi zeide y para mi mamá, en mi memoria 2 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 “Seis millones no es para nosotros más que un simple número, mientras que la evocación del asesinato de diez personas quizá cause todavía alguna resonancia en nosotros, y el asesinato de un solo ser humano nos llene de horror.” Gunther Anders, Nosotros, los hijos de Eichmann: Carta abierta a Klaus Eichmann, 2001 “El que es verdugo de un solo ser humano sigue siéndolo por toda la vida. Puede elegir otro oficio, ocultarse bajo otra identidad, pero el verdugo – o al menos la máscara del verdugo – le quedará adherida en la piel para siempre” Elie Wiesel, El alba, 1960 3 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com 1 Abraham Czernik Me observan miles, millones de muertos. Víctimas de la arrogancia y del desprecio, y también del desencanto. Son ellos, quienes me precedieron, con sus alegrías, sus ilusiones, sus ideas, sus temores, sus amores, sus enojos, sus decepciones, sus canciones, sus palabras, sus labores los que me dan fuerza para continuar. Desde sus miradas esperanzadas de rencores olvidados y ternuras anheladas, se revelan las razones que me empujan a vivir. Abraham Czernik presumiblemente nació el 12 de octubre de 1899 en Horodetz, una pequeña aldea de Bielorrusia cercana a Brest que en 1898 tenía 1.761 habitantes, 648 de ellos de ascendencia judía. Parte de su adolescencia la pasó en el vecino Antopol, un pueblo de mayor tamaño en donde en 1897 había censados 3.147 judíos sobre una población total de 3.870 habitantes. Era el mayor de cinco hermanos, tres varones y dos mujeres, hijos de Arie Czerniuk y Shifra Jarmut. Aunque parece improbable, también es posible que haya nacido en 1895 en Kiev, actual capital de Ucrania, tal como indica su documento de identidad argentino1. El listado de pasajeros de un libro de desembarcos que se conserva en la Dirección General de Migraciones registra su entrada a la Argentina el 20 de noviembre de 1922. Llevaba pasaporte ruso. Las hijas descreyeron siempre de la veracidad de este documento. Preferían pensar que su padre salió de Rusia después de la muerte de Lenin, escapando de las persecuciones contra los judíos iniciadas por Stalin. En 1930 llegó al país, Jeremías, uno de los dos hermanos de Abraham, seis años menor que él, junto a su mujer Bloomah Grinberg, nacida en Antopol. El resto de su familia permaneció en Bielorrusia que en aquella época formaba parte de la efímera república de Polonia de entreguerras. En mayo de 1946 Abraham Czernik vivía en Buenos Aires en una casona construida a principios de siglo en el número 221 de la calle Riobamba, entre Sarmiento y Cangallo. Estaba casado con Esther Sapire con quien tuvo tres hijas. Bety, la mayor nació el 20 de marzo de 1930, exactamente nueve meses después del casamiento de sus padres, el mismo día en que la esposa de Czernik cumplía 23 años. Yuyi, la hija del medio, nació un 9 de julio, el día de la Declaración de la Independencia de la Argentina, 4 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 y estaba por cumplir trece años. Ofelia, la menor de las tres, había nacido el 23 de octubre de 1935 y tenía 10 años. Czernik se dedicaba a la comercialización de maderas finas provenientes del noreste de la Argentina y del Paraguay y tenía una mueblería en la calle Sarmiento n° 1164, entre Libertad y Cerrito, a menos de diez cuadras de su casa. Además era miembro de la comisión directiva del Hospital Israelita. Ese lunes, como todos los mediodías, volvió a su casa a almorzar. Al oírle entrar su mujer salió a recibirlo. Se la veía más contenta que de costumbre. Abraham recibiste carta de Europa, me parece que es de tu hermano, te la dejé encima del escritorio ̶ le dijo entusiasmada en idish. Él sonrió ligeramente. Entró en su despacho, se sacó el sombrero de fieltro gris oscuro y tomó la carta. Estaba fechada en Breslau, ciudad de Alta Silesia por entonces ya parte de Polonia. Le pareció reconocer la letra de Pinhas, el menor de sus hermanos. Sintió alegría y también temor. Desde finales de 1939 no tenía contacto postal con nadie de su familia. Se sentó, cerró los ojos durante un instante. “La guerra al fin terminó” se dijo mientras abría el sobre con un abrecartas de alpaca labrada que le habían regalado sus hijas para su cumpleaños. La carta, escrita en idish, era de apenas una hoja. La letra, aunque pequeña, era clara y de trazo firme. “Breslau, Silesia 2 de mayo de 1946. Querido hermano: Siempre me pregunto como estarán tú y Jeremías. Disculpa que no haya podido escribirte antes, han sido tiempos terribles los que hemos pasado. Me comprendes, no tengo dudas. La guerra ha arrasado nuestro mundo. Todo es desolación y muerte. Afortunadamente mi esposa Genia y mis hijas Iritz y Tzila están conmigo. Iritz tiene 4 años y Tzila aún no ha cumplido un año. Nació poco después de la rendición de los nazis. Llegamos hace pocos días a esta ciudad rumbo a Palestina, el soñado Eretz Israel, aunque por ahora debemos quedarnos aquí. Hemos vivido para ver el día en que la justicia triunfó. ¡Pero para ello pagamos un precio colosal! Horodetz fue arrasado. En Antopol no quedan rastros de vida judía. Los nazis, con la ayuda de los gentiles del pueblo, asesinaron a todos los habitantes de los guetos. Nuestra madre y nuestras hermanas Radia y Peshka con su marido y sus dos maravillosos pequeños hijos, Rochele y Yudele, Zivia la madre de mi esposa y su hermano Avromtze , todos ellos, al igual que otros de nuestros parientes y vecinos de todas las edades, fueron asesinados por los tenebrosos grupos de tarea de las SS y arrojados en grandes fosas comunes como si fuesen perros sarnosos....” 5 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com En este punto Abraham Czernik dejó de leer, volvió a poner la carta en el sobre y la guardó en un cajón de su escritorio. Encendió un cigarrillo y durante un instante infinito se quedó sentado, casi inmóvil, con la cabeza apoyada sobre la cabecera de su sillón tapizado de terciopelo bordó, la mirada fija sobre un calidoscopio de nostalgia, culpa, y mucha, profunda tristeza que ahondó el dolor añejo que sentía desde que abandonó a los suyos para emigrar a la Argentina. Después se levantó, apagó el cigarrillo a medio fumar y fue al baño a lavarse las manos para comer. 6 (c) Diego Levis Czernik, 2013-2018 2 Una comida en familia Durante la comida, Abraham Czernik eludió responder a la curiosidad y a la ansiedad de su mujer por conocer el contenido de la carta. --Pinhas y su familia están en Polonia de paso para Israel–. Fue lo único que le contó. Se lo dijo en voz baja y en yidish. Horodetz ya no existía, tampoco Antopol, no había ninguna razón para decir algo más como tampoco había razón para contarles nada a sus hijas. Ellas no pertenecían a aquel mundo asesinado, no debían ser castigadas con el dolor sufrido por otros aún cuando fueran de su familia pues ello, pensaba Abraham Czernik, implicaba alargar el alcance de la mano del criminal, prolongar en ellas la crueldad, la humillación, el miedo, la agonía, la muerte, el terror sufridos, era inscribir la marca de la bestia en las almas de sus hijas. Los asesinatos de la madre y las hermanas de él no debían perpetuarse en las miradas temblorosas de sus tres hijas buscando motivos que justifiquen tanto horror. “Quiero protegerlas de la sombra de este terror inconcebible para que no sientan el insoportable peso de sentirse sobrevivientes” se decía. “No son víctimas, no son culpables, nosotros los judíos no somos culpables. Nunca lo fuimos” Del almuerzo de aquel día sus hijas nunca tuvieron un recuerdo particular. Como todos los lunes, de entrada tomaron caldo de puchero con arroz y garbanzos y de plato principal las verduras, la gallina y la carne del puchero. Ofelia y Yuyi disputaron un hueso con caracú que como siempre terminó en el plato de Yuyi mientras su hermana menor se refugiaba en el regazo de su mamá quien era poco dada a ofrecer caricias y consuelos. Entretanto Bety, la mayor de las hermanas, comía un trozo de pechuga y garbanzos con zanahoria, Esher, la mujer de Abraham, después de conseguir que Ofelia volviera a su silla, comía con la mano una pata de gallina ante la mirada severa de su marido quien sólo comió un par de papas hervidas, una batata y un pedazo de pan de centeno. Abraham Czernik era de gustos frugales en las comidas y de costumbres austeras que su mujer e hijas siempre confundieron con tacañería. Un hombre serio y severo que no se permitía el disfrute. Para él todo gasto superfluo era derroche. Su mujer Esther, en cambio, disfrutaba de las buenas comidas, de la ropa cara, de joyas y pieles, de los objetos finos y de las fiestas. 7 http://asesinatosdiscretosnovela.wordpress.com La chica de servicio retiró los platos vacíos y la sopera de loza blanca con los pocos restos del puchero y sirvió una bandeja con frutas para el postre. Abraham Czernik tomó una manzana que peló con cuidado mientras su hija Bety contaba que el sábado siguiente Mabel, una amiga del colegio, festejaba su cumpleaños con una fiesta. ̶¿Puedo ir? –preguntó –Van todas las chicas de la clase, va a ser divertido.