Asturias Siglo Xxi
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ASTURIAS SIGLO XXI ALLER De Valdefarrucos al Estorbín de Valverde Fermín RODRÍGUEZ Rafael MENÉNDEZ Minería y ganadería han marcado su trayectoria hasta un presente que ve la necesidad de encontrar otras vías de desarrollo, con el apoyo de un impresionante paisaje de alta montaña Aller es concejo de paisaje grandioso de montaña. Los numerosos amantes de la montaña saben que Aller guarda, aunque no cuente con marcas ni figuras de protección al uso, algunos de los más bellos parajes de la montaña Cantábrica. Para conocer este mundo altivo hay que seguir las huellas, todavía calientes, que ha dejado el pasado minero. La minería ha sido la vida, durante más de siglo y medio La actividad agroganadera caracterizó al concejo hasta bien entrado el XIX, con la elaboración de productos alimentarios y el comercio trasmontano, hasta la llegada de la minería, que marcó a fuego la historia del concejo desde mediados del siglo XIX. Carbón para los vapores de la Hullera Española, para la siderurgia y la industria y después para las centrales térmicas, en una extracción continua de recursos que al fin no se ha traducido en un retorno de bienestar local, a pesar de la puesta en juego del paisaje, del poblamiento y de la vida. De aquello queda un rico patrimonio minero e histórico y un poblamiento característico de fondo de valle que continúa y enlaza con el de Mieres a través de Santa Cruz. Caborana y Moreda, más Oyanco y otros núcleos menores (Villanueva, Casanueva) conforman el principal núcleo urbano del concejo, de traza lineal, siguiendo el valle del río Aller y las vías de comunicación: carretera y ferrocarril. Menos de 7.000 habitantes de los más de 10.000 de los años sesenta, en la época de apogeo de la industria carbonera. El poblamiento lineal pierde intensidad en Piñeres (a pesar de la barriada de Corigos) y Soto hasta dar con la capital, el pequeño núcleo urbano de Cabañaquinta (1.500 habitantes) que continuó su crecimiento, incluso en los duros años de la crisis, siendo el único que mantiene su vitalidad demográfica, junto al vecino Serrapio, en un marco concejil de escasa actividad, especialización minera, envejecimiento, presencia mayoritaria de jubilados y búsqueda de nuevas alternativas, mirando a la montaña y al área metropolitana. En las laderas y en los valles contiguos el declive ha sido continuo, en Bóo y en el valle del río Negro: Nembra y Murias, bastiones de la minería de montaña y fieles representantes de sus duras condiciones de trabajo y vida. De la minería quedan hoy varios centenares de empleos en el Grupo Aller. Los históricos pozos de Santiago y S. Antonio son hitos que marcaron el desarrollo del poblamiento urbano del siglo XX (Caborana y Moreda). Muchos núcleos deshabitados en las laderas, una treintena, crecidos en la fuerte entrada de inmigrantes de los años 50 y 60, y después abandonados por las urbanizaciones de fondo de valle. Después de Cabañaquinta el paisaje de los valles del Aller y del Braña se abre a la alta montaña. Bosques que cubren las pendientes, pastizales en los puertos y en la altas vegas, fauna salvaje, paisaje mágico y núcleos bien definidos, con su caserío agrupado y aún bien poblados: Levinco, Bello, Collanzo, Llamas, Casomera, Llanos, El Pino, Pola del Pino. Junto a ellos otros ya cuentan con menos de un centenar de habitantes: Vega, La Fuente, Cuérigo, Conforcos. El puerto de San Isidro, custodiado por los colosos Torres y Toneo, continúa su vocación de décadas en los deportes de invierno, a partir de su cercanía a la ciudad y su abundancia relativa de nieve respecto a otras estaciones cantábricas. Es la principal. Se abre ahora, en Aller, la de Fuentes de Invierno, una de las iniciativas que puede impulsar nuevas actividades, con el pequeño núcleo de Felechosa (650 habitantes) como referencia urbana y de servicios. Las comunicaciones aún no facilitan la accesibilidad, el efecto frontera se nota en Aller, asomado por el sur a una tierra de nadie. La carretera del valle está sin concluir entre Moreda y Cabañaquinta. El ferrocarril sigue pendiente de las conexiones metropolitanas que permitan un uso intensivo, dando el paso desde el concepto de cercanías al metropolitano. También está pendiente la continuación de la vía a Felechosa, como base de la nueva estación de deportes de invierno. Las parroquias pierden población, todas. Los núcleos urbanos no han sabido o podido dar el paso a lo nuevo. Necesitan mejorar su integración en el paisaje, hacerse atractivos para las nuevas actividades y la vida tranquila, apoyándose en las ventajas de los pueblos pequeños, bien comunicados y con buenos servicios. Y en la integración metropolitana, aún deficiente. El concejo ha pasado de 16.400 habitantes en 1996 a 13.700 en 2006. La ganadería de carne aguanta, incluso con menos explotaciones, pero más vacas. Menos de 400 empleos y explotaciones en activo, pero más de 10.000 cabezas, sobre la base del aprovechamiento de los pastizales de montaña. La minería aguanta, mal que bien, y reduce su impacto negativo sobre el paisaje urbano y rural. Y que dure. El empleo más numeroso se cobija ya en un sector terciario en lento crecimiento. Poca actividad y mucho paro joven y femenino. El turismo crece despacio, de la mano de la caza, la pesca y la nieve. Existen otras posibilidades evidentes, en las actividades ambientales, la observación de la fauna salvaje y la estancia en un medio y paisaje de montaña único. No estaría de más la integración en el espacio protegido de las comarcas mineras y desarrollar las áreas de protección específica: monumentos naturales y otras. La atracción de nuevas corrientes turísticas cuenta con el problema del aeropuerto lejano, pero puede apoyarse en la terminación de la carretera y en el ferrocarril metropolitano. Y en la cooperación interregional para constituir la estación de referencia de la cordillera Cantábrica en deportes de invierno. También hay posibilidades en el turismo relacionado con los eventos de atracción, y en los circuitos de turismo ambiental de la montaña Cantábrica La cooperación en el ámbito de la Montaña Central ha permitido la puesta en marcha de programas de desarrollo rural y otras iniciativas de interés, a las que es necesario añadir más iniciativa y liderazgo. La industria alimentaria debe aprovechar el núcleo existente para su potenciación. La conexión metropolitana debe ser un aliciente para la oferta residencial de calidad. Las barriadas mineras no aguantan, no están adaptadas a las demandas actuales, hay que cambiar paulatinamente el modelo, adaptarse, sin dejar paso libre a procesos de deterioro y marginalidad. Darle la vuelta a la natalidad, en mínimos, y al negativo saldo migratorio son otros campos en que trabajar. Aprovechar la fuerte querencia de los originarios, que no pierden su vinculación. Rehabilitar, remozar, cuidar el entorno urbano, rural y de alta montaña; integrar en el paisaje. El patrimonio minero guarda la historia de la industrialización, del ser de la región, de su historia; hay que contar al exterior lo que fue y lo que es Aller y hacer de ello un recurso para la dinamización local y la creación de empleo. .