15 Montevideo MINISTERIO DE EDUCACIÓN Y CULTURA
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iblicтятя acional m 15 montevideo MINISTERIO DE EDUCACIÓN Y CULTURA SECRETARIO DE ESTADO Dr. DANIEL DARRACQ BIBLIOTECA NACIONAL DIRECTOR GENERAL Prof. ADOLFO SILVA DELGADO Carátula: Martha Restuccia Cuidado de la Edición: Alicia Casas de Barran REVISTA DE LA BIBLIOTECA NACIONAL REVISTA DE LA BIBLIOTECA NACIONAL REVISTA DE LA BIBLIOTECA NACIONAL № 15 ABRIL 1976 MONTEVIDEO QUIROGA Y LAS MISIONES Por SUSANA DE JAUREGUY "EL SUCESO DE AYER. LAMENTABLE DESGRACIA. MUERTE DE FEDERICO FERRANDO" El punto de partida. El 6 de marzo de 1902, el mañanero lector de La Tribuna Popular pudo encontrar la siguiente crónica: "Ayer a las 6 y 45 de la tarde, ocurrió un desgraciado suceso en la familia del señor Ferrando, situada en la calle Maldonado número 354, y de la que resultó víctima el joven Federico Ferrando. A esa hora se encontraba éste en su habitación en compañía de su hermano Héctor y de su amigo el joven Horacio Quiroga. Este se ocupaba de examinar una pistola Lafaucheux que momentos antes ha bía comprado el joven Héctor Ferrando, por indicación de su hermano Federico. Mientras Quiroga se ocupaba de inspeccionar el arma y car garla a la vez, los hermanos Ferrando se hallaban sentados en la cama, observaban la operación. Quiroga se hallaba frente a Ferrando y des pués de cargar el arma, al cerrar los dos caños para asegurarlo se le escapó un tiro, hiriendo de tanta gravedad al joven Federico Ferrando que dejó de existir casi instantáneamente." Se cerraba así un capítulo en la vida de Horacio Quiroga. La muerte de Ferrando fue también la muerte del Consistorio del Gay Saber, y la apertura a un destino que se cumplía ineludiblemente, por caminos tortuosos y laberínticos, y por desgracia al precio de una vida humana. En marzo de 1903, justo un año después del triste acontecimiento, Quiroga parte a Buenos Aires, donde residía su hermana María. Allí naturalmente frecuenta al escritor argentino Leopoldo Lugones, quien fuera su ídolo, en la época del Consistorio y al que ya conocía. El descubrimiento de las misiones. El gobierno argentino pide entonces a Lugones escribir un estudio sobre la actividad de los jesuítas en el siglo XVII y se resuelve un viaje a Misiones. En esa expedición, que parte el 25 de junio de 1903, Quiroga irá como fotógrafo: "fría, matemática e inexorablemente" el destino se cumplía. En su absurdo equipaje va el atuendo de un "dan- dy", y en su meta el entusiasmo de conocer nuevas tierras. Quiroga no sabe que en San Ignacio explorará un nuevo mundo, salvaje y agreste, recién nacido, el mundo de su propio ser, ese desconocido que le acompaña desde el 31 de diciembre de 1878, pero que aún no ha encontrado su cauce en la vida. 9 El impacto del mundo misionero hará de él otro hombre, el ver dadero, el que estaba oculto bajo sus extravagancias y búsquedas. El paisaje le vuelve un ser diferente: llegó allí un joven a la moda, con la barba recortada en triángulo, larguísimas botas de gamuza y camisas rosadas, volverá un hombre con la barba cuadrada, de botas recias y camisa oscura. El reflejo de oro del Paraná al crepúsculo ha entrado en sus ojos cautivándolos para siempre; es así que regresa a Salto para ob tener de su herencia paterna los recursos necesarios para comprar tierras. Por 6000 pesos obtiene en el Chaco unas cuantas hectáreas a pocos kilómetros de Resistencia, en las márgenes del río Saladito; cuando aparece el libro de Lugones "El Imperio Jesuíta", en 1904, con dos fotografías tomadas por Quiroga, Horacio se lo comunica a su amigo Brignole ya desde Saladito. Allí trabaja muy duro: planta siete hectáreas de algodón, vive en un galpón y aprende a vivir como hijo de la tierra, domina sus manos hasta el desengaño: "si vieras los tormentos que he tenido en estos seis meses, el desaliento diario. En los cinco meses atrás no pude escribir una sola línea", escribe a Brignole en octubre de 1906. Su mano se ha endurecido para la pluma, pero también se está endure ciendo su corazón; el proceso de evolución se cumple para dejarlo maduro ante la experiencia definitiva de San Ignacio, donde por fin se encontrará a sí mismo. La partida del Chaco se produce en octubre de 1905, y en sus dos años de duración ha alumbrado un nuevo libro: "El crimen del otro", que cierra definitivamente una etapa literaria, la del decaden tismo. San Ignacio. En setiembre de 1906 es nombrado profesor de castellano y lite ratura en la Escuela Normal № 8 de Buenos Aires. Pero dos meses después escribe a Brignole: "El 15 concluí mis clases y estoy dis puesto definitivamente para ir a Misiones. Compraremos una chacra que nos ofrecen (se refiere a Vicente Gozalbo, otro salteño) con gran monte, vistas al Paraná, etc. Saldré a principios de enero..." Estos proyectos se cumplen, y allí Horacio encontrará por fin lo que hace tanto anda buscando. Se maravilla ante el monte, el río, los animales y las plantas; escribe el 29 de enero de ese año: "Este es un país endiabladamente montuoso. No hay nada más que monte, sin el más elemental claro, monte hasta el Amazonas al norte, idem hasta la cordillera al oeste, idem hasta Corrientes al sur, e idem hasta el Atlántico al este. Te ennumero tan prolijamente esto porque es sor prendente la necesidad que se siente aquí de un pedacito de tierra en que no haya árboles y enredaderas y bejucos y tacuaras, tacuapés, tacuarembós. El río, desde San Ignacio hasta aquí está encajonado en 10 barrancas de 100 a 150 metros en declive de 45? a 609, todas montea das. A no ser el desahogo de las picadas de obraje, algunas maravi llosas, no se podría materialmente vivir. Como calor, de 39° arriba. De noche refresca mucho, y no hay nada de mosquitos. De día, polvorines y barigüás, no abundantes. No hay víboras ni arañas ni escorpiones. Maravillosas mariposas y tucanes". Pero esta naturaleza está vista con ojos alucinados por el des lumbramiento de ese mundo; por supuesto que había víboras, y en tal cantidad que años después tendrá todos sus libros encuadernados con sus coloridas pieles, y sus victorias contra las boas adornarán las pa redes de su casa. El alma de Horacio Silvestre Quiroga, ahora más silvestre que nunca, está embriagada ante ese mundo en que ha anclado para siem pre. Dicen los indígenas que el nombre 'de un individuo lo determina en su destino, y en el caso de Horacio Silvestre Quiroga esa afirmación parece una verdad científica. Esa tierra tropical y húmeda, donde todo quiere nacer, guarda el germen más perdurable, el de los desterrados, los jangaderos, los mensús, los Paulinos y los Browns, los que esperan para nacer a ese su creador, que crecerán como las palmeras y los naranjos, condu cidos por la mano firme de un extranjero que ha elegido esa tierra amorosamente, y que la fecundará para dar a luz su propia imagen, sus reflejos en el río, su angustia y su plenitud. Los cachorros de ese acoplamiento serán "Cuentos de amor, de locura y de muerte", "Los desterrados", "El desierto", "El más allá". Compra 185 hectáreas, tala árboles, corta madera para el futuro hogar y comienza a rasar la meseta para cumplir lo que en la citada carta del 29 enero de 1907 ya estaba en su mente. Al año siguiente, apenas llegan las vacaciones de sus clases, re gresa a San Ignacio, y con la sola ayuda de un peón construye un galpón con las maderas cortadas el año anterior: una única habitación rústica que serviría de dormitorio, de taller y aún de laboratorio, y a la que llama enfáticamente: el bungalow. La zona en que está ubicada su propiedad es llamada por los naturales de la zona Teyú Cuaré, lo que significa en guaraní "cueva que fue del dragón"; la cueva ya estaba preparada y el dragón sólo esperaba encontrar compañera para ir a habitarla definitivamente. Teyú-cuaré. Cree haber hallado esa compañera en una hermosa pero delicada joven bonaerense, Ana María Cirés, con quién se casa el 30 de di ciembre de 1909, partiendo de inmediato a San Ignacio. Pero las ma deras con que construyó su casa habían estado poco tiempo estacio nadas y comienzan a arquearse, y la lluvia bautiza su naciente felicidad entrando por el techo con comodidad. Estas desventuras están conta- das casi con humorismo en su cuento "El techo de incienso". Planta banana, mandioca, bambú, naranjas, palmeras, mejora la casa cons tantemente, su pequeño paraíso privado comieza a tomar forma. Tala el monte hasta que el río se divisa desde cualquier parte de la meseta, se rodea de pájaros de todas las especies que lo siguen como a un nuevo San Francisco. Horacio trabaja recio, sabe que el terreno rasado significa segu ridad, ausencia de alimañas peligrosas, y él busca seguridad porque espera un cachorro. Su "coaticito", su "corderito sin mancha", llegará el 29 de enero de 1911, en un parto natural, padre y madre solos en su choza, ben decidos por la noche estrellada y por la tierra que les entrega el fruto de su amor. Se llama Fglé, y antes de que aprenda a llamar a su padre con el gorjeo misionero: "piapiá", llegará su compañero: Darío, que nace el 15 de enero de 1912: "Subercasaux, con dos chiquitos, hechura suya en sentimien tos y educación, se consideraba el padre más feliz de la tierra". Esa plenitud es tal, que escribe a Brignole en 1911: "Planto yer ba, tengo caballos, vaca, cabra, gato, tigre (sin hipérbole) que crío con mamadera..