El Gobierno De Carlos Arana Osorio. (1970-1974), Merece Una Explicación Especial Para Que No Se Preste a Confusiones
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AUGUSTO CAZALI AVILA HISTORIA DE GUATEMALA: SIGLO XX LOS MILITARES EN EL PODER: EL GOBIERNO DE CARLOS ARANA OSORIO. (1970-1974) ANA PATRICIA BORRAYO MORALES AUXILIAR DE INVESTIGACION UNIVERSIDAD DE SAN CARLOS DE GUATEMALA. DIRECCION GENERAL DE INVESTIGACION (DIGI). GUATEMALA, ENERO-DICIEMBRE DEL 2002 1 PRESENTACION Y PREFACIO Esta investigación histórica constituye una continuación del Plan General de Historia de Guatemala: Siglo XX, que se ha venido realizando desde hace ya varios años en la Dirección General de Investigación de la Universidad de San Carlos de Guatemala, bajo la dirección de quien suscribe esta nota, autor a la vez del Plan y los Proyectos desarrollados, así como de las obras escritas sobre cada período y temas sujetos a investigación. En calidad de Auxiliar de Investigación se ha contado con la valiosa colaboración de Ana Patricia Borrayo Morales, cuyos créditos se reconocen en la forma usual. Resulta inevitable reiterar en esta presentación, algunas de las ideas y comentarios que se expusieron en el trabajo anterior relativo al gobierno de Julio César Méndez Montenegro (1966-1970), pues la naturaleza de los hechos históricos investigados, y las condiciones del trabajo desarrollado son muy semejantes. En efecto, como se expondrá con más detalle en la Introducción, al régimen militar que presidió Carlos Arana Osorio, con el grado de coronel en su etapa inicial, pero pronto ascendido al generalato, no difiere mucho en cuestiones de política interna, y en otras más, con el presidido por el civil Méndez Montenegro. En ambos, el ejército y los demás grupos de poder siguieron ejerciendo el mando gubernativo real, pero en cada caso se adoptaron modalidades especiales para adecuarse a las condiciones internas y a las exigencias de la potencia dominante en el continente americano. Los Estados Unidos en su afán de imponer las directrices de las luchas contra- insurgentes y las orientaciones políticas de los grupos y sectores que le eran afines, se dedicó en la década de los años setenta, a consolidar sus logros de control hegemónico en casi todos los países de la región, ya fuera por medio de intervenciones directas de sus fuerzas armadas, proporcionando asesoría y armamento a los ejércitos latinoamericanos, amenazando con el riesgo de la expansión "comunista”, o por otra diversidad de medios conocidos todos por los partícipes en el afán de lograr la independencia efectiva, el respeto a la soberanía nacional y la autodeterminación de la América Latina. Es sabido que estas políticas de los gobiernos norteamericanos se agudizaron a raíz del triunfo de la Revolución Cubana, y de haber asumido el mando ejecutivo del país el principal líder de dicho movimiento, el comandante Fidel Castro Ruz, en 1959. Se impulsó entonces con renovado vigor, y por nuevos medios el llamado “anticomunismo”, cuyos efectos ya conocían los guatemaltecos desde que el llamado “liberacionismo”, encabezado por Castillo Armas y con el pleno apoyo del gobierno de Eisenhower logró a través de una acción intervencionista, el derrocamiento del gobierno democrático de Jacobo Arbenz Guzmán, a fines de junio de 1954. Los gobiernos que siguieron a partir de entonces, casi en su totalidad presididos por militares, se ampararon en el “anticomunismo” para lograr el beneplácito de los Estados Unidos, y seguir ejecutando sus acciones represivas contra la población guatemalteca. En especial contra quienes no comulgaban con los postulados y objetivos de la doctrina llamada “de la seguridad nacional”, obra del Departamento de Estado y de los estrategas militares del gobierno estadounidense. Por tales razones, en Guatemala se siguió acentuando la división artificial de 2 sus ciudadanos en “comunistas” y “anticomunistas”. Para las entidades estatales represivas, en la primera denominación se incluía, no sólo a los militantes reales de un partido comunista, o bien, a quienes aceptaban esa doctrina, sino a todos aquéllos que tenían un pensamiento democrático y progresista, que defendían los recursos naturales de la Nación, que se oponían a la explotación que las empresas de capital extranjero hacían en forma desmedida e irregular de los mismos; que luchaban por la organización de los obreros, por una política exterior independiente, y por otros principios semejantes. En la categoría de “anticomunistas”, por el contrario, daba por sabido que se consideraba como tales a los afiliados y colaboradores de “gobiernos fuertes”, en especial a los dirigidos por militares; a los fanáticos religiosos de la Iglesia Católica, que se amparaban en ella para atacar al pensamiento libre y renovador; a los admiradores incondicionales del “modo de vida norteamericano”, y por supuesto del dominio del gobierno de los Estados Unidos en la política interior y exterior del país; a los adversarios del sindicalismo, de la legislación laboral y del seguro social. En este sector quedaban incluídos antiguos servidores de la dictadura ubiquista, o sus descendientes y otros familiares, los simpatizantes del falangismo español y del nacifascismo. Sé autoproclamaban “patriotas” y “nacionalistas”, enemigos jurados de toda idea o acción socialista. Esa división artificial de la sociedad guatemalteca causó graves daños en el pensamiento y conducta de sus integrantes, y a casi cincuenta años de haberse impuesto, todavía sigue pesando en la política nacional, en el sistema educativo, en el sindicalismo y hasta en las letras nacionales. El gobierno que presidió Arana Osorio (1970-1974), y el de su antecesor Méndez Montenegro (1966-1970), estuvieron influídos por ese divisionismo, cada uno con características propias, y ésta es una de las razones de la afirmación anterior, que expresa la similitud que hubo entre ambos regímenes gubernativos. Para mayor claridad conviene precisar que esa semejanza se advierte más en el hecho de que, durante los dos períodos, el Ejército fue la institución que dominó la política interior. Más adelante se indica, que modalidad política-militar especial se inicia con el gobierno presidido por Arana Osorio, produciendo un corte en la sucesión de regímenes “anticomunistas”, que venían sucediéndose desde el movimiento intervencionista de 1954. Otro aspecto, ya tratado tambien en el trabajo histórico anterior que precede a éste, es el relativo a las fuentes bibliográficas y documentales en general, que resultan escasas, incompletas y muchas veces distorsionadas. Esto es especialmente importante de señalar en cuanto se refiere a publicaciones oficiales como Memorias, Mensajes, Informes y otros semejantes. La limitación principal se da acentuadamente en lo relativo al conflicto armado interno, o sea la lucha de los grupos guerrilleros contra el Ejército, la Policía y grupos paralelos a esas instituciones oficiales o públicas. La insurgencia no tuvo nunca un órgano informativo impreso, que registrara sus informaciones sobre actos armados contra las fuerzas gubernativas, u otros hechos semejantes que fueran parte del accionar guerrillero, no sólo en Guatemala sino en otros países más del continente americano, y en otras latitudes; tampoco se conoció todo el ideario de estos grupos guerrilleros, salvo por algunos manifiestos que lograron publicar en la prensa nacional, por presiones fundadas en el secuestro de algún personaje político de la derecha; o bien, en la prensa extranjera, ya se tratara de la obra de un corresponsal de los medios de difusión, o por otras vías y razones. En todo caso, las noticias de la guerrilla, como ocurre siempre en los conflictos bélicos, tenían parte de verdad y otra de propaganda. 3 Por su parte, el gobierno de Arana, conforme a un plan previamente diseñado, que formuló y ejecutó el Ejército, siempre trató de guardar el mayor silencio ante las acciones guerrilleras permanentes y sólo se informó sobre lo que era inocultable y que caía dentro del dominio público. Principalmente, el Ejército y la Policía se abstuvieron de dar noticias sobre guerrilleros capturados en combate o en acciones rutinarias de la vigilancia militar y policial; de sobra era sabido dentro de la ciudadanía, que aquéllos detenidos no eran consignados a los tribunales de justicia, pues por lo general se les torturaba hasta la muerte, o se les mataba en el mismo momento de la captura. Sobre las personalidades políticas de la izquierda, que fueron víctimas de la represión militar o policial el gobierno casi siempre negó toda responsabilidad, como más adelante se relata. Algunos órganos de prensa y de la radio nacional, se refirieron en alguna oportunidad a estos hechos, y cuando ese tipo de información o comentario traspasó ciertos límites, los periodistas responsables fueron también víctimas de la represión. En las partes relativas al ramo de Gobernación o del Ejército que figuran en memorias o informes del sector oficial, resulta sorprendente, pero a la vez explicable, que el investigador de nuestro pasado inmediato no encuentre datos precisos, ni explicaciones sobre el actuar de las fuerzas gubernativas en la lucha armada interna. Lo que sí se crearon fueron estereotipos, “clichés” y otras denominaciones para referirse a las fuerzas de la guerrilla, y a toda persona que, a juicio de las entidades represivas, eran enemigas del gobierno y del sistema. Así, se volvió usual que se les llamara “facciosos”, “delincuentes armados”, “castristas”, y especialmente “subversivos”. Tiempos más tarde de que ocurrieron los hechos que en este trabajo histórico se relacionan y comentan, el Ejército y la derecha política del país, se quejan de lo que llaman “parcialidad” de los organismos de Derechos