Las cartas de José Gil Fortoul a Lisandro Alvarado:

testimonios de ciencia y amistad 1

Francisco (Larry) Camacho

Son tres textos en uno. El trío de libros lo inicia el escritor e historiador Santiago Key Ayala, a la sazón filósofo, ingeniero civil y graduado en Ciencia Política. Es un compendio de artículos de este intelectual caraqueño que la Asociación de Escritores Venezolanos publicó por vez primera en 1945, pero que había sido divulgado de manera desglosada en la prensa en años anteriores. Key Ayala fue el primero en estudiar el archivo epistolar de Lisandro Alvarado, una de las grandes figuras del positivismo en durante las primeras décadas del siglo XX. En esta colección, que obtuvo a través del hijo del epónimo de una de las primeras universidades de , Aníbal Lisandro Alvarado, el investigador clasifica en dos grupos lo que llegó a sus manos.

El primero de ellos, el medular de su trabajo, es el de las cartas que José Gil Fortoul envió desde diversas partes del mundo a don Lisandro Alvarado. El segundo grupo está conformado por misivas que Pedro Manuel Arcaya, Tavera Acosta, Alfredo Jahn, Tulio Febres Cordero, y otros hombres de la ciencia y las letras mandaron a Alvarado. En las primeras páginas, Key Ayala describe la personalidad del sabio Alvarado, al que asemeja con don Simón Rodríguez, en el sentido de que ambos fueron hombres de academia y de sociedad que se permearon de ideas universales y que en su momento, se dedicaron a recorrer rincones en busca del conocimiento con rigor metódico y mucha disciplina. Ese andar por el llano venezolano conllevó el registro permanente de lo cultural en su país, es por ello que a Alvarado se le considera el pionero de la etnografía en Venezuela.

Key Ayala muestra regocijo con el tesoro encontrado. Y, como es de esperarse, no deja por fuera la impronta del positivismo en la forma de pensar y abordar la ciencia que tuvo Lisandro Alvarado. El autor se admira de la larga duración que tuvo la relación epistolar entre Gil Fortoul y su querido y admirado paisano Lisandro Alvarado, señal de una verdadera amistad que se mezclaba con las letras y el pensamiento científico. Hay en

1 Estudio introductorio del libro Epistolario de José Gil Fortoul a Lisandro Alvarado. Ediciones del Rectorado de la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado. 2008 estas cartas una verdadera muestra de cariño del autor de la Historia Constitucional de Venezuela a su compañero, “…poco frecuente en nuestros medios políticos e intelectuales, de una noble amistad, mantenida a su alto nivel por espacio de años, desde la primavera hasta el invierno, desde la juventud ilusionada hasta la madurez en fruto y la ancianidad vigorosa…”.

Key Ayala descubre en las cartas la inquietud de Gil Fortoul por el “atraso intelectual” de los venezolanos, inquietud que, y así lo deja ver Gil en una de las misivas de 1898, lo llevó a la idea de escribir, “quizás”, una Historia Constitucional de Venezuela, clásico de la historiografía venezolana cuyo primer tomo culminó en 1906. Aún en sus últimos días de vida, en 1943, trabajó Gil para incluir nuevos aportes a esta producción. Esa carta es la génesis de este extenso trabajo, consulta obligatoria para entender la visión de nuestros primeros historiadores científicos.

Las mismas cartas que publica Key aparecen en la tercera parte del libro, una secuencia de esquelas mandadas por Gil a Alvarado. Key Ayala distingue a Lisandro Alvarado de la concepción apriorística de los hombres del saber. Nota la relatividad que aún en algunos de los seguidores del paradigma positivo, como don Lisandro, pueden tener los que estudian las realidades y dinámicas sociales desde esta perspectiva. Se trata de un humanismo ratificado por varios de sus biógrafos que echa por tierra la visión del hombre de la ciencia distante y calculador. Positivista sí, pero con interés en las formas de pensar del venezolano. Así, en su escrito se lee: “¿Positivismo como ciencia fría, concepción mecánica de la vida, indiferencia, ausencia de simpatía por los movimientos humanos? En él no. Nos interesamos de nuevo con la interesante dualidad psicológica de Alvarado”.

Lamentablemente, no hay en los tres textos las respuestas de don Lisandro a su amigo Gil Fortoul. De manera que estamos en una obra unidireccional en el sentido de que están plasmadas las esquelas de Gil a Alvarado y algunas pistas de lo que escribió Alvarado a su compañero.

El segundo libro es autoría de Aníbal Lisandro Alvarado y es un preámbulo de las 119 cartas de Gil Fortoul para su amigo. Aníbal Lisandro Alvarado titula su trabajo, que hace la vez de segundo texto, “Gil Fortoul periodista”. En esta parte, el hijo del ilustre tocuyano describe la amistad y el cariño que le profesa a Gil Fortoul y sus experiencias como subalterno del autor de Filosofía penal y El humo de mi pipa en El Nuevo Diario, publicación al servicio del gobierno de Juan Vicente Gómez, quien, de acuerdo con la visión de los positivistas venezolanos, garantizaban el orden que antecede a una mejor sociedad.

La amistad se pone a prueba en las situaciones difíciles. En muchas de las cartas que envió Gil a Alvarado, tanto en los tiempos en que ambos fueron diplomáticos en Europa como en los que Alvarado recorría Ospino, Guanare o El Tinaco, consta la preocupación del primero por la suerte económica del segundo. Gil rogaba a su paisano que se fuera a , “comprendo que usted se está asfixiando en ese rincón”, le dijo en una de ellas. Hubo un tiempo de silencio, sin esquelas por parte de Gil, debido a la pena que sentía por la situación personal de Alvarado, así se lo hizo ver en la última de ellas que se publicó en la edición original. En el texto de Key Ayala, éste hace mención de una conmovedora carta de Alvarado en la que, ante lo que creía era la muerte inminente, pide a su amigo Gil Fortoul que se convierta en el albacea de sus obras inéditas. No llegó el final en ese momento, pero esas líneas, que no están en el texto, son testimonio de la profunda relación de ambos corresponsales. No sólo era científico el nexo entre ambos.

El hijo de Alvarado era para la época de la primera edición del epistolario (1956), secretario general de Gobierno del ejecutivo regional. Este primer libro se produjo en la Imprenta del Estado durante la gestión del teniente coronel Carlos Morales. Aníbal Lisandro Alvarado cuenta varias anécdotas que vivió con el Gil Fortoul periodista que dirigió El Nuevo Diario. Escribe también sobre los tiempos en los que el intelectual era colaborador de importantes medios impresos de Venezuela como El Cojo Ilustrado, La opinión Nacional y El Pregonero.

En esta sección cita al doctor Juan Penzini Hernández, biógrafo de Gil Fortoul y quien presenta cartas con algunos detalles relacionados con el poema de Tito Lucrecia Caro, “De rerum natura”, que Alvarado tradujo del latín. En las comunicaciones de los corresponsales se evidencian las diligencias que hizo Gil en Europa en busca de un editor. Debió ser frustrante para ambos amigos que no se concretara la empresa. Gil debió sentirse apenado por la imposibilidad de cumplir con su compañero, a pesar de ser un hombre de relaciones con los círculos de intelectuales europeos y Alvarado, quien se encontraba recorriendo lugares remotos de Venezuela, debió sentir pena con su amigo por el compromiso adquirido, el cual, se sustentaba en un hermosa relación afectiva y no en mero formalismo. Penzini escribe del agradecimiento de Gil por la dedicatoria de la traducción y de los encuentros de los paisanos en los tiempos en que ambos coincidían en funciones diplomáticas en el Viejo Continente. Explica el interés que en varios tiempos tuvieron escritores venezolanos en el trabajo del poeta Lucrecio: Lisandro Alvarado, José Gil Fortoul, Luis López Méndez y José Antonio Pérez Bonalde, este último también hizo la traducción del poema.

Según Penzini, estos sabios reivindicaron la lengua latina, condenada al olvido por su vinculación con la religión. Las descripciones e interés por lo espiritual, son aspectos que relativizan el pensamiento de los científicos positivistas Alvarado, Gil y López, en el sentido de que al abordar temas como la psiquis del hombre o sus temores a la mortalidad del alma, entran en el terreno de lo desconocido, una licencia que no es común entre los seguidores de esta corriente de pensamiento. Tenemos entonces pistas para un estudio de la obra de nuestros positivistas con un sentido más amplio, sin el rigor de la etiqueta clasificatoria.

De igual manera, Aníbal Lisandro Alvarado da cuenta del duelo de esgrima que tuvo Gil Fortoul con el cronista guatemalteco Enrique Gómez Carrillo. El intelectual venezolano escribió un estudio sobre este arte, del cual era un experto, y ganó reconocimiento con la demostración de su destreza en distintos escenarios. Salió airoso en el encuentro con el escritor centroamericano. En otra oportunidad, hubo también un conato de duelo con un mariscal francés, cosa que no llegó a ocurrir, según explica el hijo de Alvarado, por la intersección de amigos y familiares de Gil.

Llama la atención lo que podría ser el inicio de la actividad intelectual de estos tocuyanos (Gil nació en Barquisimeto, pero fue llevado a El Tocuyo a temprana edad). En 1878, siendo muy jóvenes, se les dio la responsabilidad de un periódico llamado El Áurea Juvenil, del cual fueron redactores Alvarado y Gil Fortoul. Dice bastante que sea desde el Club de Amigos de El Tocuyo, fundado en ese año, que se haya tomado la iniciativa de editar este semanario. Las formas de sociabilidad y las redes sociales de la ciudad se encausaban hacia el orden social en un contexto en el que el país buscaba recuperarse de la Guerra Federal y seguía en ascuas por los alzamientos en todo el territorio. La prensa era un vehículo de importancia para la difusión de ideas y del modelo de modernidad que se debía seguir.

Simultáneamente, el bachiller Gil Fortoul publicó unas hojas sueltas sobre “asuntos generales” que tenían por nombre El Progreso, título vinculado al postulado positivista de orden y progreso. Quizás, el joven Gil aún no estaba al tanto de esta corriente que llegó a Venezuela de la mano del Adolfo Ernst, quien años después sería maestro de Gil cuando éste era estudiante de ciencias políticas en la UCV. Sin embargo, cabe la posibilidad de que el germen positivista ya se hacía evidente en las ideas del futuro historiador venezolano. Aquel era, precisamente, en palabras de Marc Bloch, el tiempo del inicio del positivismo, un tiempo histórico que hace del plasma en el que se bañan los hechos donde actúan los hombres.

La tercera parte es el tema central del libro: la serie de cartas, presentadas sin orden cronológico en el libro, y que desde distintas partes del mundo le envió Gil Fortoul a su amigo Lisandro Alvarado. Esta sección es precisamente la más rica en información acerca de la visión del mundo de estos dos hombres. La primera de ellas, fechada en 1891 y despachada en Burdeos, es un documento que nos da luces para captar rasgos de la ciencia positiva en cuanto a aspectos como el planteamiento evolucionista, la relación causa-efecto y el determinismo. “Desde el momento en que admitimos el origen animal del hombre no podemos ver en la legislación otra cosa que una doble resultante de las necesidades de la vida social”…dice el historiador a su camarada de ideas para explicar lo que denominaba la “filosofía constitucional”.

Más adelante, se lee en esta misma misiva otras líneas que evidencian el pensamiento positivista del autor de las Cartas a Pascual. “Si la sociedad es un hecho natural, que presenta distintos aspectos según la raza, el medio y el momento histórico, y si criminalidad es resultado de la morbosidad (perdóneme el término) de ciertos individuos, el fundamento de la pena que la reacción contra los agentes morbosos “. Este tema se repite en otras de las esquelas de los corresponsales, lo que indica la preocupación que ambos tenían por el asunto como un problema social al que se debía dar respuesta.

Hay un aspecto que llama la atención en la carta fechada el 26 de septiembre de 1890. Da cuenta de la tardía incursión de don Lisandro a la doctrina positivista, acción ocurrida, según lo que se lee, años después de su formación como médico en la Universidad Central de Venezuela (1878-1884). En esta casa de estudios tuvo como maestros a los pioneros del positivismo en Venezuela, Adolfo Ernst y Rafael Villavicencio, y aún así, no abrazó, o al menos así parece, este planteamiento científico sino tiempo después. “Me da usted una gran noticia; la de su conversión, o mejor de su llegada a la doctrina evolucionista, única que puede explicar satisfactoriamente lo mismo las transformaciones del mundo inorgánico, que las sucesiones biológicas y los fenómenos psicológicos, sociales e históricos. Usted es una inteligencia escogida y la patria se enorgullecerá de sus obras”, le escribió Gil, regocijado, a Alvarado. Entrar a la “doctrina evolucionista” después de años de trabajo científico-ya estaba dedicado al ejercicio de la medicina- indica el arraigo que en la mentalidad de los hombres tienen las creencias. Quizás, la palabra “conversión” de Gil tenga un significado más allá de un inocente error de apreciación. Alvarado fue formado en un hogar de profundas convicciones religiosas, muchos de sus escritos abordan lo metafísico. Además, fue masón y combinó la espiritualidad con la ciencia. Por eso, no se puede encasillar a este hombre en la parcela del positivismo puro, la de la observación aséptica. La relatividad se hace evidente en sus discursos y estudios registrados. Guillermo Morón asegura en obra publicada por la UCLA, que fue a partir de la traducción del poema “De la naturaleza de las cosas” de Lucrecio, que Alvarado cambió su concepción religiosa.

El historiador Reinaldo Rojas observó esta relatividad del positivismo de Alvarado, cuando asegura que el sabio larense, al abordar sus estudios históricos se distingue de los positivistas franceses que antecedieron a la escuela de Marc Bloch. Dice Rojas que el positivismo de Alvarado también se basa en “la verdad de los hechos, pero levantado sobre el hombre y su quehacer cotidiano y vital, adelantándose con ello a Marc Bloch y a Lucién Febvre, fundadores en 1929 de la llamada Ecole des Annales, también en Francia, para quienes el documento es todo lo que hace el hombre…”(Contemporaneidad de Lisandro Alvarado. 2005. págs 28 y 29). Pone como ejemplo Rojas la Historia de la Guerra Federal (1909) que don Lisandro reconstruyó con fuentes bibliográficas, hemerográficas, documentales y testimoniales de los sobrevivientes, recursos cuyo uso separa a Alvarado del común de los historiadores positivistas, que sólo se concentran en los hechos registrados en el documento.

El también historiador Carlos Giménez Lizarzado describe,- en un ensayo sobre el epónimo publicado por la UCLA-, a un Alvarado que no se cierra en el dogma científico. Dice al respecto Giménez : “Eso no significa negar la definición universal que se desprende de las fuentes primarias de la cosmovisión occidental, sino establecer la pluralidad de procesos y, con ello, la diversidad como condición del desarrollo histórico de las distintas culturas que tienen lugar en el mundo. Implica, además, alejarse de cualquier dogma que anule la creatividad y niegue la lógica de los cambios; es no atarse a sistemas teóricos o ideológicos que no permitan observar los cambios. Postula una ciencia no estática” (Contemporaneidad de Lisandro Alvarado 2005 p 59)

En la esquela del 30 de abril de 1891, Gil Fortoul aborda un tema que llamaba la atención de los amigos corresponsales, la criminalidad, aspecto que, decía, debe estudiarse desde la perspectiva científica en dos vertientes: la de la antropología y la de la sociología, preferida ésta última por los franceses. Para el positivista Gil, ambas tendencias son válidas porque en cada una encuentra una causa de la delincuencia, bien el medio social, bien porque el delincuente nació con el mal en sus genes. Este asunto fue motivo para que Gil enviara varias comunicaciones a Alvarado, quien también se planteó el tema con sus variantes como la reincidencia, las prisiones, y las neuropatías. A propósito de ello, Gil asegura a su amigo, confiado en confidencialidad de una carta, que el Libertador fue “el más grande de nuestros locos”.

Hay entre el conjunto de misivas un artículo publicado en 1891 por José Gil Fortoul en el periódico La Opinión acerca de la Historia de la Guerra Federal de Lisandro Alvarado. Dejando en claro la arraigada amistad que desde niños se mantiene entre ambos, Gil describe la forma de historiar de su compañero como “un análisis imparcial de los sucesos y los hombres, sin candideces de poetas ni apasionamientos de sectario”.

En otra carta del 22 de septiembre de 1891, Gil Fortoul deja claro su posición filosófica ante la fe religiosa. Le cuenta a su amigo que los sacerdotes del periódico La Religión le han atacado por unos escritos suyos publicados en El Partido Democrático y amenaza con arrinconarlos con “la cuestión de la sugestión”, en alusión a lo que él, hombre de ciencia, entendía era el sustento de las creencias religiosas. Y en otra de las cartas, fechada en 1894, habla de animar la propaganda anticlerical. No podía ser otra la posición de Gil, seguidor de la teoría evolucionista que pone en tela de juicio al creacionismo divino. Paradójicamente, la posición conservadora de Gil se asoma en otros temas como el del anarquismo, al que considera una “enfermedad social, que se presenta como una epidemia”. En la comunicación escrita el 28 de abril de 1892 le dice a su amigo que destruir este mal es imposible y que es un producto de la civilización europea.

La carta más larga del epistolario es la del 29 de agosto de 1893. En ella sugiere a su amigo el estudio de los sucesos del 24 de enero de 1848, día en que, debido al enfrentamiento entre José Tadeo Monagas y el Congreso se generó un ataque de un grupo de hombres al parlamento de la época. Gil conmina a Alvarado a estudiar “imparcialmente” el acontecimiento, abordando la psicología de la “turba delincuente” que participó en los hechos, y que, según Gil, apoyó el presidente Monagas. En sus líneas exalta la capacidad de su amigo para historiar este suceso con una filosofía científica y prácticamente condiciona su trabajo al recordarle que “los sucesos humanos y, en particular los delitos colectivos (Monagas no fue el único culpable) son determinados por dos factores de influencia desigual casi siempre: la voluntad de hacer el mal y el medio que lo hace inevitable”.

El determinismo se hace evidente, una vez más, en la epístola del 26 de junio de 1876, al afirmar que : “De la mezcla de las tres razas, blanca india y negra, deduzco el carácter de la población actual, añadiendo, por supuesto la influencia científica, industrial, literaria, política, etc que hoy ejercen en la América intertropical los países más civilizados”. Esta visión de civilización y barbarie explica el apoyo que dio Gil Fortoul al gobierno de Juan Vicente Gómez, a quien otro de los grandes positivistas venezolanos, Laureano Vallenilla Lanz, concebía como el gendarme necesario para llevar a la sociedad venezolana por los senderos del orden como paso previo a la felicidad. Los positivistas entendían que las sociedades, al igual que la naturaleza, debían pasar por un proceso evolutivo de la barbarie y la anarquía, al orden, y de allí al progreso y bienestar, por eso, no se contradecían con sus principios las dictaduras como instrumentos de control social.

En la carta que escribe desde Berlín, el 14 de enero de 1907, Gil Fortoul explica a su corresponsal que el intelectual vasco Miguel de Unamuno ha dedicado dos artículos al primer tomo de su Historia Constitucional de Venezuela. Escribe Gil que el escritor y rector de la Universidad de Salamanca tiene la teoría de que la patria es la extensión de la ciudad madre y así lo expresa en sus escritos. Ese planteamiento del sabio catalán fue uno de los sustentos de los historiadores revisionistas que siguieron a los positivistas y a los que, al contrario de sus antecesores, les importaba el vínculo de la América con España. Esa teoría que llamó la atención de Gil a principios de siglo, sería la base de estudios de los revisionistas que marcaron distancia del positivismo, corriente que a partir de la Primera Guerra Mundial entra en decadencia al desmoronarse la ilusión de progreso. Entre otros, se ubican en esa nueva tendencia en la historiografía venezolana a Mario Briceño Iragorry y a Mariano Picón Salas, quienes reivindican la presencia hispana pese a la ruptura con la Corona. Para ellos, no hay hiato entre colonia y república y ni lo evolucionista ni lo determinista explican los hechos en su justa dimensión.

Queda entonces esta publicación como un aporte para entender más a nuestros positivistas venezolanos y saber más del epónimo de la UCLA, que, como señala Guillermo Morón, quedó marcado en su pensamiento a partir de la lectura y traducción del poema de Lucrecio. En este sentido, son dignas de estudio para la filología y la etimología de las palabras obras de Alvarado como el Glosario de voces indígenas (1921), sustentado sobre la base del planteamiento científico y con el mismo rigor en el análisis que tuvo don Lisandro para escribir las Alteraciones fonéticas del español en Venezuela (1922), o el Glosario del bajo español en Venezuela (1929). Igual tratamiento merece la Historia de la Guerra Federal (1909) que Alvarado reconstruyó en su trayecto de peregrino científico por el llano venezolano.