La Batalla Inevitable EDICIÓN AMPLIADA LA MÁS COLOSAL OPERACIÓN DE LA CIA CONTRA FIDEL CASTRO
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Juan Carlos Rodríguez GIRÓN La batalla inevitable EDICIÓN AMPLIADA LA MÁS COLOSAL OPERACIÓN DE LA CIA CONTRA FIDEL CASTRO Edición: Iraida Aguirrechu Núñez Corrección: Martha Pon Rodríguez Diseño: Eugenio Sagués Díaz Realización computarizada: Beatriz Pérez Rodríguez © Juan Carlos Rodríguez, 2005 © Sobre la presente edición: Editorial Capitán San Luis, 2005 ISBN: 959-211-271-1 Editorial Capitán San Luis. Ave. 25 no. 3406 entre 34 y 36, Playa, Ciudad de La Habana, Cuba Reservados todos los derechos. Sin la autorización previa de esta Editorial queda terminantemente prohibida la reproducción parcial o total de esta obra, incluido el diseño de cubierta, o transmitirla de cualquier forma o por cualquier medio. A Fidel, artífice de la victoria de Playa Girón, que incrustó en la historia de América la Revolución Cubana, y quien 45 años después continúa siendo su principal salvaguarda. A José Ramón Fernández, Héroe de la República de Cuba, quien alentó esta obra, removió obstáculos y la sostuvo hasta el final. La capacidad para ser héroe se mide por el respeto que se tributa a los que lo han sido. JOSÉ MARTÍ 1959 es una oportunidad nueva que les ofrece la vida, es como si dejáramos una hoja en blanco sobre la cual ustedes escribirán, con su actuación, el curso de sus vidas.1 1 Horóscopo aparecido en la revista Bohemia, en diciembre de 1958, justo una semana antes del triunfo de la Revolución. Prólogo La batalla inevitable constituye un testimonio que se adentra en los orígenes, desarrollo y clímax de una etapa del proyecto nortea- mericano para liquidar la Revolución Cubana, cuyo desenlace fi- nal fue la derrota de la Brigada de Asalto 2506, en las arenas de Playa Girón. La obra se sustenta en una acuciosa investigación, donde resalta lo inédito o poco conocido. Pero quizás, lo que más llama la aten- ción y sorprende, es la magnitud del proyecto de la CIA, que no descuidó ningún detalle, tanto militar, económico como político; preparación y desencadenamiento de una guerra de insurgencia en zonas montañosas; verdadera desestabilización subversiva en el país y su forma más relevante, el terrorismo; el clima psicológico; los centros de reclutamiento y entrenamiento y la óptima preparación de estas fuerzas para un enfrentamiento convencional con alcance limitado y que incluyó en su aseguramiento detalles tan sofisticados como los sombreros-mosquiteros para protegerse el rostro de las molestas picadas de insectos; los medios técnicos de que dispusie- ron, la integración, estructura de las fuerzas y el trabajo ideológico con sus miembros; la función manipuladora y hegemónica de los jefes militares y políticos norteamericanos. El desastroso fracaso en Playa Girón ha sido uno de los acon- tecimientos que más análisis, informes, artículos y libros han pro- ducido en Estados Unidos. La profunda amargura que provocó en los círculos políticos y agencias de la administración, obligaba a efectuar el recuento de qué había fallado en la casi siempre perfecta maquinaria bélica norteamericana. Y es difícil, excepto en muy conta- IX das excepciones, encontrar hoy, en la literatura de ese país, una explicación a lo ocurrido en estas playas, que no esté lastrada por esquemas y presupuestos preconcebidos —ausencia de raids aé- reos, dificultades con los suministros, si la invasión debió haber sido por Trinidad, o por otro lado..., si esto o si lo otro. En la mayo- ría de los análisis norteamericanos no se menciona un factor tan evidente y que a la postre sería decisivo, con absoluta vigencia 45 años después, como es el hecho incuestionable de que la población cubana vivía en total clímax revolucionario, y mantenía una incues- tionable cohesión de ideas políticas con Fidel y, al mismo tiempo, esperaba una invasión, incluso directa. Para los cubanos se trataba de enfrentar; rechazar y derrotar una invasión extranjera. Y existe una fuerza más poderosa que el vapor; la electricidad y la energía atómica: la voluntad de los hombres. El autor trata con amplitud la labor de enfrentamiento que desplegó la Revolución con el objetivo de vencer los planes del ene- migo. Se destacan las acciones contra el bandidismo, la penetración del Centro CIA en La Habana y sus organizaciones contrarrevolu- cionarias en Cuba y Estados Unidos; la lucha contra el sabotaje, que redujo a cenizas algunos de los más importantes centros comer- ciales y diversas industrias del país; la liquidación de los planes de atentados contra la vida del Comandante en Jefe, los que constitu- yen un récord en el período previo a Girón; la labor esclarecedora de Fidel frente a los planes de intimidación al pueblo, a través de operaciones psicológicas, donde se evidenció todo el arsenal de me- dios, métodos y técnicas de la propaganda de guerra subversiva, con sus principales armas: Radio Swan, las bolas y los rumores, carentes de ética y de un cinismo inaudito, como aquellas que im- pulsaron la operación de la “patria potestad”, encaminada a violen- tar los más puros valores de la familia cubana. Debemos decir que la concepción de la operación, desde el punto de vista estratégico y táctico, no fue un error; escogieron una por- ción de tierra donde podían desembarcar, donde había una pista de aviación, construcciones, y que estaba separada de la tierra firme por un pantano, a través del cual solo había tres accesos por carre- tera y sobre estos lanzaron a los paracaidistas; venían bien organiza- dos, bien armados, con un buen apoyo, pero les faltó la razón, la X justeza de la causa que defendían. Por ello no combatieron con el ardor, el valor, la firmeza, el denuedo y el espíritu de victoria con que lo hicieron las fuerzas revolucionarias. De aquí lo extraordinario del alcance de la victoria del pueblo cubano, como seguramente sorprendió al gobierno de Estados Uni- dos, que esperaba otros resultados. Y eso solo se explica por el coraje de un pueblo que vio en el triunfo del 1ro de enero la posibi- lidad real de dirigir sus propios destinos, razón por la cual vistió con orgullo la camisa azul de mezclilla, la boina verde olivo y se dispuso a combatir con la certeza de que no pasarán. El hombre que aclamó a Fidel Castro en su recorrido triunfal por casi toda la isla, durante los primeros días de enero de 1959, es el que ya convencido de la causa, fusil en mano, el 17 de abril de 1961, está decidido a resistir y vencer la agresión norteamericana. En ese corto período de tiempo, la obra revolucionaria y, en es- pecial la prédica de Fidel, calaron hondo en los sentimientos del cubano. La gente se identificó con los conceptos de soberanía nacional, justicia social, igualdad, dignidad. La Revolución había resuelto el problema de la tierra, daba pasos seguros y tangibles para liquidar la discriminación racial y de la mujer, aseguraba el acceso de las grandes masas al trabajo, a la educación, a la salud pública, al deporte, a la cultura; en la conciencia popular se enraizaba la erradicación de todo tipo de corrupción. La narración que hace el autor alrededor de los cambios a partir de 1959 en la Ciénaga de Zapata, futuro teatro de operaciones —además de su valor estético-político—, constituye una demostra- ción concreta de las realizaciones económicas y sociales alcanza- das en tan corto tiempo. “El pueblo cubano vivía momentos cumbres de patriotismo y fervor revolucionario y el apoyo a la Revolución y a su líder Fidel Castro mostraba una espiga como nunca antes la había logrado nin- gún gobernante en el hemisferio” —señalaba el autor y ello será la causa fundamental de la derrota mercenaria. “¡Levántate, que llegó la invasión y los americanos están atacando! ¡En la Ciénaga están los americanos!” Eran las voces que corrían de casa en casa en el pueblo de Jagüey Grande, el más próximo al escenario del desem- barco. Creían que se trataba de marines yanquis y se iban concen- XI trando en el local de la milicia, el gobierno municipal y el cuartel del Ejército Rebelde, reclamando armas e instrucciones. Los millones de cubanos que, como los pobladores de Jagüey, se dispusieron a resistir, o aquellos que enfrentaron la invasión direc- tamente y dieron sus vidas o vencieron, o los que neutralizaron la contrarrevolución interna auténticamente anexionista, sabían por qué lo hacían. Pero, contrario a lo acontecido a otros pueblos, el nuestro no estaba desarmado ni desorganizado al producirse la agresión. Mas, ni siquiera la necesidad de defender la Revolución ante tan descomunal peligro, llevó a Fidel a hacer concesiones. Ser milicia- no no era fácil. Había que ganarse ese derecho. Me encontraba en el campamento de la Escuela de Cadetes de Managua, ubicado en la desembocadura del río La Magdalena, en la vertiente sur de la Sierra Maestra. Desde allí subíamos al Pico Turquino. La orden era ascender veinte veces y cuando llevábamos cumplida la mitad de la misión, recibí la orden de presentarme ante el Comandante en Jefe, aquí en La Habana. Él me indicó buscar un lugar para instalar una escuela en la que daríamos cursos a un nu- meroso grupo de trabajadores, dirigentes sindicales y estudiantes seleccionados quienes después dirigirían, a su vez, los batallones de milicias. Debo decir que cuando tuve contacto con ese primer curso, ya, por indicación de Fidel, sus integrantes habían escalado cinco veces el Turquino. Pocas semanas después de organizado este curso en la Escuela de Responsables de Milicias en Matanzas se comienzan a organizar los batallones de milicias. Fidel me manda a buscar para que me hiciera cargo de dirigir el entrenamiento de los batallones de la ca- pital. Es cuando nos pregunta a qué prueba los vamos a someter para medir su voluntad, firmeza, y decisión de ser milicianos.