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CRITICÓN, 91, 2004, pp. 41-65.

Amadís y don Quijote

Bienvenido Morros Universidad Autónoma de Barcelona

Nadie puede dudar de que Cervantes, al pensar en un modelo para parodia de su personaje, lo hizo en el . Y si pensó en él fue por dos motivos muy importantes: por ser un caballero muy fiel a su amada y por ser bastante casto. Esas dos características las destacó Cervantes hasta la saciedad en don Quijote, desde el prólogo hasta el lecho de muerte de su protagonista. Don Quijote está a punto de cumplir los cincuenta años cuando decide salir a los caminos para resucitar la caballería andante, mientras que Amadís vive su período de máximo esplendor, muy poco antes de su exilio en Peña Pobre, a los veinte, cuando ya ha tenido la primera relación sexual con Oriana. Don Quijote, por el contrario, ni se ha casado ni ha conocido mujer, y, de su vida amorosa, sólo menciona el episodio con Aldonza Lorenzo, a quien convierte en la princesa Dulcinea, pero con quien ni tan siquiera ha hablado, y a quien no queda claro si ha visto. Por edad, Amadís ha de tener un temperamento sanguíneo, como lo demuestra al pedir a su dama, pero sólo dos veces, el quinto grado del amor, aunque sabe dominarse cuando es asediado por otras mujeres; alterna ese temperamento con el melancólico, que pone de manifiesto continuamente, al llorar a la mínima ocasión, siempre relacionada con su dama. Don Quijote, en cambio, exhibe un temperamento entre melancólico y colérico, y por eso pasa, en su etapa como caballero andante, por momentos de deseo y otros de absoluta inapetencia, por unos de preocupante violencia y otros de una tranquilidad serena. Don Quijote, pues, tiene a Amadís como punto de referencia a lo largo de toda la novela, en la primera y segunda parte, aunque da la impresión de imitarlo no sistemáticamente sino cuando se tercia. Sin embargo, durante un buen trecho de la primera parte y al principio de la segunda, parece ceñirse estructuralmente a los episodios más importantes del libro II del Amadís de Gaula. Si bien improvisa la penitencia de amor, es evidente que a partir de ella sigue el mismo itinerario que 42 BIENVENIDO MORROS Criticón, 91,2004

Amadís hasta llegar al castillo de Miraflores para verse con Oriana: el Doncel del mar sale de Peña Pobre con esa perspectiva, pero antes acomete una serie de hazañas, consistente en el combate contra tres gigantes, a quienes unas veces se limita a vencer y otras a aniquilar. Don Quijote deja Sierra Morena, con la esperanza de dirigirse al Toboso para reunirse con Dulcinea, pero antes se compromete a luchar contra un gigante, a quien corta la cabeza en sueños, porque lo confunde con unos cueros de vino que están en la cabecera de su cama. Si no hubiera perdido el protagonismo en esa parte de la novela, para cederlo a otros personajes secundarios (Cardenio, Fernando, Luscinda, Dorotea, etc), habría quedado más clara la sujeción a las acciones de Amadís1. Algunas de esas acciones, que no todas, ya habían sido señaladas por los primeros editores del Quijote. En el presente trabajo, pretendo analizarlas, no sólo para ampliar las deudas de la genial novela de Cervantes para con la de Montalvo, sino para justificar la conducta del caballero manchego en toda la obra hasta su defunción, ocurrida en circunstancias bastante extrañas. La vida y la muerte de don Quijote se explican, pues, por esa imitación de Amadís, y ésa es, creo, mi mayor contribución a las aventuras del amante de Dulcinea.

CABALLERO BUSCA NOVIA A sus casi cincuenta años, , y también don Quijote, no parece muy por la labor de enamorarse ni de echarse novia. Su transformación en caballero andante le obliga a buscarse una, y para ello recurre a un amor del pasado, aunque no se especifica de qué pasado, del más inmediato o del más remoto: un amor que no superó, si es que llegó a ese grado, la contemplación o visum. En conversación con el eclesiástico con quien comparte mesa en casa de los duques, el caballero de la Mancha reconoce que es enamorado, «no más porque es forzoso que los caballeros andantes los sean»2 —pero quizá lo sea de verdad, de Dulcinea— por su actitud medrosa siempre con las mujeres. En ese punto, como en otros muchos, es posible que esté representando una farsa y que al final se la acabe creyendo3. En su primera salida, sin la compañía de Sancho, don Quijote invoca a su señora para imaginarse, con respecto a ella, en la misma situación que Amadís después de sufrir la ira de Oriana por culpa del falso testimonio del enano Ardián. El de Gaula había obtenido permiso de su amada para ayudar a la reina Briolanja, «la niña fermosa», a recuperar el trono de su padre, y la reina, en agradecimiento, le había regalado una espada, que Amadís había roto al combatir con otro caballero y que, partida en tres partes, mandó a su escudero Gandalín que se la guardara. Tras abandonar la corte del rey Lisuarte, preguntó a Gandalín si llevaba la espada rota, y, al contestarle que no, le hizo volver por ella; pero Ardián se brindó a ir, y, después de

1 En la extensa bibliografía cervantina, hay pocos trabajos dedicados a examinar la relación entre las dos obras (véase Place, 1966). A decir verdad, esa labor casi siempre se ha acometido por los diferentes editores en sus notas al pie de página de la novela, y en ese sentido merece especial atención la de Diego Clemencín. 2 Cervantes, Don Quijote de la Mancha, ed. 1998, vol. I, p. 890. A partir de aquí me limitaré a reproducir, después de cada cita y entre paréntesis, el número de las páginas de esa edición. ^ De melancolía artificial califica la melancolía de don Quijote Roger Bartra, 2001, pp. 168-170 y 175- 178. AMADÍS Y DON QUIJOTE 43 recogerla, al pasar junto a los palacios de Oriana, interrogado por la princesa, hubo de confesarle a qué había regresado, y en su confesión le reveló la sospecha que tenía que Briolanja amaba a su señor y que su señor la correspondía al ofrecerse como caballero suyo. Oriana no pudo reprimir los celos y, montada en cólera, escribió a Amadís una carta en la que le exigía que nunca más volviera a presentarse ante ella. Después de apelar a su amada en los términos que ya hemos visto, don Quijote sigue su camino y no siente necesidad de tomar una decisión drástica en ese sentido. Se cree exiliado por parte de Dulcinea, pero no manifiesta ninguna reacción especial. Sólo en la segunda salida, ya acompañado por Sancho, y huyendo de la justicia después de la liberación de los galeotes, piensa en acometer una penitencia de amor, al refugiarse en Sierra Morena. Es entonces cuando la figura de Amadís surge como el modelo por imitar, a pesar de sus vacilaciones entre seguirlo a él o seguir a Orlando. Si el de Gaula por el desdén repentino de Oriana se refugió en un islote, dentro del mar, llamado Peña Pobre, para dejarse morir, y el paladín francés enloqueció al leer primero en una fuente y después en un cabana las inscripciones, grabadas por el propio Medoro, sobre el amor consumado entre éste y Angélica, don Quijote está dispuesto o a permanecer sine die en Sierra Morena o a perder el juicio de manera definitiva si Dulcinea no pone algún remedio al mal de ausencia que padece. A pesar de ser vecina suya, en doce años que ha estado enamorado de ella no ha logrado verla en más de cuatro ocasiones, y por eso le escribe una carta, porque en función de la respuesta dará o no por terminada su penitencia. En ese planteamiento, pues, sin aún haberse decidido por ninguno de los dos, está más cerca del Amadís, quien abandona su confinamiento en Peña Pobre tras recibir una segunda carta de Oriana.

«EL ALEGRE RIBAZO DE LA PEÑA POBRE» Estando en ínsula Firme, Amadís recibe la durísima carta de Oriana, y, tras dar instrucciones a Isanjo para que, en el caso de que él muera, Gandalín herede la ínsula, se mete, olvidándose de sus armas, «muy presto por la espesa montaña»4 (p. 684), allí por donde le lleva su caballo. Es alcanzado por su escudero, y se enoja al verlo, pero sigue su consejo de combatir con Patín, porque éste pretende casarse con Oriana. Después de dejarlo malherido, continúa su periplo hacia no sabe muy bien dónde, pero siempre alejado de la civilización. Cabalga por una floresta, a cuya salida halla un campo en el que dan comienzo muchos caminos: no opta por ninguno y entra «por un valle y una montaña» (p. 701), desde donde llega a «una ribera de una agua que de la montaña descendía» (p. 702). Pasa allí la noche, y su escudero, para disuadirlo de su decisión de dejarse morir, considera a Oriana bajo sospecha, por adoptar ella una actitud tan drástica no teniendo ningún motivo que la justifique:

[...] y como la firmeza de muchas mugeres sea muy liviana, mudando su querer de unos en otros, puede ser que Oriana os tiene errado, y quiso, antes que lo vos supiéssedes, fingir enojo contra vos (p. 703).

4 Montalvo, Amadís de Gaula, vol. I, p. 684. Desde este momento reproduzco sólo las páginas después de cada cita. 44 BIENVENIDO MORROS Criticón, 91,2004

Amadís no puede menos que reaccionar con gran ira al oír esas acusaciones contra su amada, pero consigue dominarse, atribuyendo a su escudero una buena voluntad y zanjando la discusión con una amenaza verbal, formulada en condicional:

[...] y si yo no entendiesse que por me conortar me lo has dicho, yo te tajaría la cabeça; y sábete que me has fecho muy gran enojo, y de aquí adelante no seas osado de me dezir lo semejante (p. 704).

Deja a Gandalín durmiendo, y él solo se adentra «por lo más espesso de la montaña», hasta plantarse «en una gran vega que al pie de una montaña estaba, y en ella había dos árboles altos que estaban sobre una fuente». Allí se encuentra con el ermitaño Andalod, a quien pide que lo lleve con él «este poco de tiempo que durare», para hacer la penitencia que le mandare, porque, de lo contrario, seguiría «perdido» por esa montaña sin hallar ningún remedio. El ermitaño lo acepta en su compañía, y los dos se dirigen al mar para pasar a la isla de Peña Pobre: antes de embarcar, Amadís regala su caballo a los marineros para poder empezar una vida nueva. En Sierra Morena es Sancho quien planea el itinerario, pero a medida que se va adentrando en ella su señor parece sentirse cómodo, y acaba imaginando una aventura en la que no había reparado, sobre todo tras conocer a un personaje, Cardenio, que ha buscado refugio en esas asperezas por culpa de amor. Cuando ya ha tomado la iniciativa, don Quijote entra «en lo más áspero de la montaña» (p. 271), y enseguida anuncia a su escudero la realización de una hazaña con que piensa ganar fama en todo el mundo. En ese punto, introduce ya la referencia clara a Amadís, como ejemplo no sólo del perfecto caballero, sino de amante leal, y a ese propósito recuerda su penitencia en Peña Pobre. También menciona la locura de Orlando y sus efectos devastadores para la naturaleza y para los pastores que halló en su camino. Después de cabalgar por esa parte de la sierra, llega, siempre en compañía de Sancho, al pie de una montaña, y allí decide hacer su penitencia de amor. Veamos cuáles son las características del lugar elegido: Llegaron en esas pláticas al pie de una alta montaña, que casi como peñón tajado estaba sola entre otras muchas que la rodeaban. Corría por su falda un manso arroyuelo, y hacíase por toda su redondez un prado tan verde y vicioso, que daba contento a los ojos que le miraban. Había por allí muchos árboles silvestres y algunas plantas y flores, que hacían el lugar apacible (p. 278).

Casi de inmediato se apea de , al que deja en libertad, tras quitarle la silla y los arreos. Está pensando en deshacerse de su caballo como primer paso a un nuevo estilo de vida. No mucho después escribe la carta que Sancho debe hacer llegar a Dulcinea, y se la lee para que la memorice5. Al salir de Sierra Morena, don Quijote y Sancho protagonizan un pequeño incidente. Al oír a la princesa Micomicona proponer a su amo el matrimonio, Sancho no cabe de contento, porque, de esa manera, ve la forma de convertirse en gobernador de la tan

•5 Si se decide, improvisando como improvisa un rosario con un jirón de su camisa, por la imitación de Amadís, es porque ha debido reconocer en Cardenio un locura prácticamente idéntica a la de Orlando; véase en ese sentido Márquez Vülanueva, 1975, pp. 46-51. AMADÍS Y DON QUIJOTE 45 ansiada ínsula, la que su amo le ha prometido como recompensa a los servicios prestados. Sin embargo, don Quijote no contempla ni la más remota posibilidad de casarse con esa princesa, porque él se debe, en cuerpo y alma, al amor de su vida, a . Ante tal negativa, y sobre todo con la perspectiva de quedarse sin ínsula, Sancho no puede menos que reaccionar con estupefacción y cólera, y por eso es incapaz de reprimir una comparación entre ambas princesas, en la que la del Toboso no sale demasiado bien parada:

¿Es por dicha más hermosa mi señora Dulcinea? No, por cierto, ni aun con la mitad, y aun estoy por decir que no llega a su zapato de la que está delante (p. 352).

Tampoco don Quijote puede contenerse y, a traición, sin avisarle, la emprende a palos con su escudero, a quien habría matado, de no haber intervenido Dorotea, rogándole que dejara de apalearlo. El hidalgo manchego había perdido el oremus al oír lo que a él le parecía una blasfemia contra su señora. La crítica ha subrayado que el lugar en que don Quijote decide ejecutar su penitencia de amor tiene los ingredientes que los médicos recomendaban a los melancólicos o enamorados para vencer su enfermedad: el arroyo, con su prado; los árboles, las flores6. El caballero manchego pretende quejarse en un paisaje agradable para dar a entender que su sufrimiento no se puede paliar con nada; Amadís, tras dejar Peña Pobre, también llega a un lugar donde, a no ser por «la soledad que a su señora tenía tanto no le atormentase, tuviera la más gentil vida para su salud que en ninguna otra parte» (p. 746)7. En cualquier caso, don Quijote y el de Gaula siguen un itinerario muy similar rumbo a sus respectivas penitencias: si el hijo de Perión, después de abandonar a su escudero Gandalín, «se metió por lo más espeso de la montaña», el manchego y Sancho, tras dejar al cabrero, «íbanse poco a poco entrando en lo más áspero de la montaña» (pp. 270-271); y si el hijo de Perión «entró en una gran vega que al pie de una montaña estaba» (p. 704), y en la que «había dos árboles altos que estaban sobre una fuente», el manchego y su escudero «Llegaron [...] al pie de una montaña», por cuya falda «corría [...] un manso arroyuelo» (p. 278). Al reaccionar como reacciona, don Quijote también podría imitar a Amadís, quien no tolera a su escudero Gandalín que insinúe la mínima insidia en Oriana, y sólo le perdona la agresión física porque sabe que éste ha obrado para amortiguarle el dolor que en ese momento sentía por la carta que acababa de recibir de su señora. Si el de Gaula había controlado sus impulsos, el de la Mancha, en cambio, no había podido, y eso no tiene más explicación que la de su melancolía adusta.

«Véase Redondo, 1998, pp. 144-145. ^ Albanio, desdeñado por Camila, se halla en la misma situación de no poder sacar ningún beneficio de su entorno natural: «El dulce murmurar deste ruido, / el mover de los árboles al viento, / el suave olor del prado florecido / podrían tornar d'enfermo y descontento / cualquier pastor del mundo alegre y sano: / yo sólo en tanto bien morir me siento» (Garcilaso de la Vega, «Égloga II», vv. 13-18, p. 143). 4 6 BIENVENIDO MORROS Criticón, 91,2004

TOBOSO Y EL CASTILLO DE MIRAFLORES En la Peña Pobre, cuando está ya a punto de morir por inanición, Amadís recibe la visita de la doncella de Dinamarca, quien, después de reconocerlo gracias a una cicatriz, le entrega una segunda carta de Oriana, y le hace saber que ésta le espera en el castillo de Miraflores, donde pretende enmendar «los dolores y angustias que el sobrado amor» le había causado. Así, el de Gaula abandona su confinamiento en compañía de la doncella de Dinamarca, y, a instancias de ella, se detiene en un lugar ameno para recuperar las fuerzas que había perdido en el islote. Allí intercambia impresiones con la doncella de su señora y toma por escudero a Enil, a quien no da a conocer su verdadera identidad, porque aún se hace llamar Beltenebros:

[...] y fallando un lugar metido en una ribera de agua mucho sabrosa y fermosos árboles, porque la gran flaqueza de Beltenebros en alguna manera reparada fuesse, a su ruego della allí le fizo reposar. Donde, si la soledad que a su señora tenía tanto no le atormentase, tuviera la más gentil vida para su salud que en ninguna otra parte que en el mundo fuesse, porque debaxo de aquellos árboles, al pie de los cuales las fuentes nascían, les daban de comer y cenar, acogiéndose en las noches a su alvergue que en el lugar tenían (p. 746).

Tras estar durante diez días en esa ribera paradisíaca, los suficientes al menos como para desear tomar las armas, reemprende su camino y llega, después de cuatro, a un monasterio de monjas, en el que se separa de la doncella de Dinamarca y del hermano de ésta, Durín, en el que espera nuevas instrucciones de su amada y en el que se abastece de todo lo necesario para volver a ejercer la caballería. En el monasterio, recibe la confirmación del encuentro con Oriana en el castillo de Miraflores (adonde ha de entrar muy «encubierto») y se entera de que el gigante Famongomadán ha pedido al rey Lisuarte a ésta para esposa de su hijo Basagante, y por eso se propone, hasta llegado el momento de ver a su señora, «de no tomar en sí otra afruenta ni demanda hasta buscar a Famongomadán y se combatir con él» (p. 775). Al alba Amadís deja el monasterio, acompañado por su nuevo escudero, para dirigirse a Miraflores. Cabalga durante siete días sin hallar ningún contratiempo, pero al octavo se enfrenta al gigante Cuadragante, a quien derrota después de una cruenta batalla; acepta pasar tres días en el castillo de unas doncellas para recuperarse de sus heridas. Más adelante vence sucesivamente a ocho caballeros y al poco mata a Famongomadán y a su hijo, que llevaban presas en un carreta a muchas doncellas y niñas para sacrificarlas ante su dios. Se separa de su escudero, a quien manda a Londres y a quien convoca en la fuente de los Tres Caños para dentro de ocho días. Se adentra en una floresta y llega a una ribera, donde espera que se haga de noche para entrar en el castillo de Miraflores. Con la ayuda de los escuderos, desde abajo, y de las doncellas, desde arriba, escala un muro que le da acceso al patio en que aguarda una ansiosa Oriana. En su habitación pasa ocho días seguidos practicando la terapia más eficaz para un enfermo de amor como él. En el castillo de Miraflores, antes de la llegada de Amadís, Oriana se está recuperando de la tensión en que ha vivido desde que por celos decidió desterrar a su caballero. Parece bastante desmejorada, y así se lo hace notar Gandalín, en un tono muy distendido: AMADÍS Y DON QUIJOTE 47

Y vos, señora, con sperança de las buenas nuevas que os traerá, no dexéis de tener mejor vida, porque él venido, no os vea tan alongada de vuestra fermosura; si no echara huir de vos. A Oriana le plugo mucho de aquello que Gandalín le dezía, y díxole riendo: —¡Cómo!, ¿tan fea te parezco? Y él dixo: —Cuanto si tan fea parescéis a vos, asconderos íades donde ninguno os viesse (p. 760).

Amadís parece ajeno a esas bromas entre su escudero y Oriana, y se entrega a ella con la misma intensidad de siempre: la estancia en la habitación de su señora se le antoja como una estancia en el Paraíso. Sancho abandona a su amo para cumplir con la embajada que le ha encomendado, pero, al aproximarse a la venta de Juan Palomeque, en la que no se decide a entrar, topa con el barbero y el cura de su pueblo, a quienes refiere dónde ha quedado su amo y hacia dónde él se encamina. Al pretender enseñarles la carta que debía de entregar a Dulcinea, se percata de que no la lleva consigo, y al tratar de dictarla, se da cuenta de que no se la sabe de memoria. El barbero y el cura tienen la intención de disfrazarse de doncella menesterosa y de escudero, para sacar a don Quijote de Sierra Morena y devolverlo a su casa, y le piden a Sancho que los guíe al lugar donde ha dejado a su amo, dándole instrucciones muy precisas sobre cómo había de contestar la pregunta de si había entregado o no la carta a Dulcinea:

dijese que sí, y que, por no saber leer, le había respondido de palabra, diciéndole que le mandaba, so pena de la su desgracia, que luego al momento se viniese a ver con ella, que era cosa que le importaba mucho (p. 301).

Sancho está de acuerdo en decir a su amo semejante mentira, pero se la quiere transmitir sin testigos, y por eso sugiere adelantarse a sus dos acompañantes. El narrador no parece interesado por el reencuentro entre el caballero y el escudero, y concentra su interés en los personajes secundarios que han ido apareciendo en Sierra Morena. Reproduce, eso sí, la vuelta de Sancho, solo, al sitio en que había dejado al cura y al barbero, a quienes cuenta el estado en que ha hallado a su amo y cómo éste ha reaccionado al oír las nuevas de su dama, diciendo que no piensa ir al Toboso hasta que no haya acometido hazañas que le hagan digno de ella. En esa situación, el cura pretende que Dorotea, a la que acaba de conocer, represente el papel de la princesa Micomicona, y que maese Nicolás, el de su escudero, y que los dos, conducidos por Sancho, vayan hasta donde está don Quijote para contratarlo como caballero andante. Don Quijote y su escudero, en la compañía del cura, el barbero, Dorotea y Cardenio, llegan a la venta de Juan Palomeque, y allí el hidalgo manchego ocupa el cuartucho que había ocupado la primera vez que estuvo en ella: se acuesta en seguida «porque venía muy quebrantado y falto de juicio» (p. 368). No vuelve a entrar en acción hasta unas horas después, cuando, sonámbulo, se levanta de la cama para arremeter a cuchilladas contra unos cueros de vino que están en su cabecera, creyendo que son el gigante enemigo de la princesa Micomicona: sólo se despierta al ser duchado con agua fría por el cura, ante quien se arrodilla, confundiéndolo con la princesa, para anunciarle que ya la ha liberado del usurpador de su reino. Con la ayuda del cura, el 4 8 BIENVENIDO MORROS Criticón, 91,2004 barbero y Cardenio, regresa, ya más tranquilo, a su cama, donde vuelve a quedar dormido. Antes de la noche, despierta por sí mismo para averiguar si las informaciones de Sancho sobre la identidad de la princesa son ciertas y para compartir mesa con todos los huéspedes de la venta, a quienes deja admirados con su discurso sobre las armas y las letras. Pasa la noche en vela, porque ha decidido garantizar la seguridad de las muchas doncellas que se hospedan en el que cree castillo. En esa nueva misión de centinela es objeto de una cruel burla por parte de Maritornes y la hija del ventero, y por culpa de ellas dos se está de pie sobre su caballo hasta la madrugada. La noche siguiente don Quijote seguramente la ha pasado durmiendo, aunque no se sabe en qué estancia de la venta (la suya la habían ocupado las doncellas que han ido llegando), pero la cuestión es que el cura decide sorprenderlo, con la ayuda de los camaradas de don Fernando y de los criados de don Luis, allí donde lo hayan alojado para atarlo y conducirlo a una carreta de bueyes, dentro de la cual lo devolverán a su aldea, haciéndole creer que ha sido encantado. En su casa, don Quijote permanece un mes, sometido a una dieta para corregir el exceso del humor responsable de la patología que sufre. Después de la tercera salida, don Quijote y su escudero se dirigen ya de noche hacia el Toboso para recibir la bendición de Dulcinea; el hidalgo manchego parece tener previsto llegar al pueblo de su señora de día:

Sancho amigo, la noche se nos va entrando a más andar, y con más escuridad de la que habíamos menester para alcanzar a ver con el día al Toboso, adonde tengo determinado de ir antes que en otra aventura me ponga, y allí tomaré la bendición y buena licencia de la sin par Dulcinea (p. 687).

Sin embargo, los dos empiezan a divisar la ciudad al anochecer del día siguiente, y don Quijote resuelve esperar aún hasta la medianoche para entrar en ella: elige para la espera un bosque de encinas situado en las afueras:

En estas y otras semejantes pláticas se les pasó aquella noche y el día siguiente, sin acontecerles cosa que de contar fuese, de que no poco le pesó a don Quijote. En fin, otro día al anochecer, descubrieron la gran ciudad del Toboso, con cuya vista se le alegraron los espíritus a don Quijote y se le entristecieron a Sancho, porque no sabía la casa de Dulcinea, ni en su vida la había visto, como no la había visto su señor; de modo que el uno por verla y el otro por no haberla visto estaban alborotados, y no imaginaba Sancho qué había de hacer cuando su dueño le enviase al Toboso. Finalmente, ordenó don Quijote entrar en la ciudad entrada la noche, y en tanto que la hora se llegaba se quedaron en unas encinas que cerca del Toboso estaban, y llegado el determinado punto, entraron en la ciudad, donde les sucedió cosas que a cosas llegan (p. 694).

Ya en las calles del pueblo, caballero y escudero no saben a dónde ir, porque, como ha dejado claro el narrador, ninguno de los dos antes había estado en casa de Dulcinea: uno se empeña en buscar el palacio de una gran princesa, y el otro la humilde vivienda de una labradora, porque sigue convencido, a pesar de su desorientación, de que la dama de su señor es Aldonza Lorenzo. Si el caballero tiene esperanzas de hallar aún despierta a Dulcinea (p. 695), el escudero piensa que no por ello va estar abierta la AMADÍS Y DON QUIJOTE 49 puerta de su alcázar, porque allá a donde van no es la casa de la mancebía, en la que se puede entrar «a cualquier hora, por tarde que sea» (p. 696). Perdidos en un pueblo de no más de novecientos habitantes, don Quijote y Sancho dudan qué hacer, hasta que el escudero, temeroso de que su amo no descubra que no había llevado la carta a Dulcinea, propone salir del Toboso para regresar él solo, cuando ya haya amanecido. El hidalgo manchego acepta encantado la sugerencia de su escudero, y accede a esperar en un bosque situado a dos millas del pueblo (no se especifica que sea el mismo en que había esperado antes). Sancho abandona a su amo, pero resuelve no volver a entrar en el Toboso, porque para llegar a casa de Dulcinea por fuerza habría de preguntarlo a algún vecino que se la indicase, e imagina que los manchegos, por su carácter de suyo colérico, habían de contestar con violencia. Por esa razón, tiene la feliz ocurrencia de intentar convencer a su amo de que la primera labradora que vea salir del pueblo es Dulcinea, y si él no se lo cree, insistirá hasta donde sea necesario. El caso es que la moza que pretende hacer pasar por la amada de don Quijote es bastante fea y no desprende olores demasiado aromáticos, y don Quijote, ya muy distinto al de la primera parte, la percibe tal como ella es, con todos esos defectos. El hidalgo manchego no puede más que suponer que Dulcinea está encantada y que sus enemigos la han degradado transformándola de bella princesa en tosca labradora. Al alejarse del Toboso, don Quijote está más triste que nunca, y eso que más adelante reconoce que él no está enamorado, y que sólo finge estarlo porque así conviene a su oficio. Sancho contempla a su amo con una preocupación que quizá no había tenido o sentido antes:

Señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres, pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias: vuestra merced se reporte, y vuelva en sí (p. 711).

Sobre el episodio del Toboso se nos ocurren una serie de preguntas. ¿Por qué, por ejemplo, don Quijote decide entrar en el pueblo por la noche, y no en pleno día, si sólo pretendía obtener de su señora la bendición y la licencia para echarse a los caminos? Podría pensarse que don Quijote actúa con la máxima discreción y no quiere ser visto por nadie cuando visita la casa de Dulcinea. Sin embargo, creo que el hidalgo manchego imita en ese punto a Amadís: si el de Gaula entra a medianoche en el castillo de Miraflores, don Quijote no puede ser menos; y los dos encuentros, el del Toboso y el de Miraflores, se planean o deciden a propósito de sus respectivas penitencias de amor, en Sierra Morena y en Peña Pobre. Entre los diversos sonetos burlescos que introduce en los preeliminares de su novela, Cervantes, en lugar de los elogios habituales, pone uno en boca de Oriana dirigido a Dulcinea en que sugiere esa relación directa de los topónimos: «¡Oh, quién tuviera, hermosa Dulcinea, / por más comodidad y más reposo, / a Miraflores puesto en el Toboso, / y trocara sus Londres con tu aldea» (p. 27). De hecho, Cervantes ha seguido el esquema del Amadís, especialmente a partir del episodio de Sierra Morena. De ahí saca a su personaje con la perspectiva de ver a Dulcinea, al igual que ocurre con la novela refundida por Montalvo. Sin embargo, antes de reproducir ese encuentro, que relega para el comienzo de la segunda parte, lo hace descansar, primero en la venta de Juan Palomeque y después en su casa, y lo convierte 50 BIENVENIDO MORROS Criticón, 91,2004 en el paladín de la princesa Micomicona frente al gigante Pandafilando de la Fosca Vista, a quien sólo llega a cortar la cabeza en sueños. Al abandonar Peña Pobre, Amadís había seguido un itinerario parecido: primero había descansado en una ribera, después en un monasterio de monjas y, por último, en un castillo, y en el intervalo se había enfrentado a varios gigantes, a quienes había vencido. En esas condiciones, se creía ya preparado para la entrada en el castillo de Miraflores, de manera similar a don Quijote cuando se ha recuperado de su penitencia y parece tener la sensación de haber liberado a la princesa Micomicona. Después de la reconciliación en el castillo de Miraflores, Amadís sin duda se siente correspondido por su señora, lo que ha podido comprobar gracias a la aventura del tocado de flores, que Oriana supera con absoluto éxito. Tras sufrir las bromas de una carreta de actores itinerantes, don Quijote y Sancho pasan la noche «debajo de unos altos y sombrosos árboles» (p. 718), en los que se encuentran con el caballero del Bosque, que no es otro que el bachiller Sansón Carrasco. En conversación con él, a propósito de sus respectivas amadas, el hidalgo manchego afirma que «Nunca fui desdeñado de mi señora» (p. 725), una afirmación que podría tener diversas interpretaciones. En sentido estricto, si la moza ignora que existe, el caballero no pude sentirse ni amado ni desdeñado. Sin embargo, don Quijote podría pensar en un cambio en sus relaciones con Dulcinea por efecto de su penitencia y de su visita al Toboso: con ambas acciones, se habría ganado el favor de su señora. Si su modelo es Amadís, como creo que lo es, por fuerza ha de estar convencido de que ha corrido su misma suerte.

CORISANDA Y CARDENIO Durante su estancia en Peña Pobre, Amadís conoce a Corisanda, quien pasa en el islote cuatro días para descansar de,su viaje a la corte del rey Lisuarte. La dama está enferma de amor, porque nada sabe de su caballero Florestán, también hijo del rey Perión. Para aliviar su dolor, las dueñas que la acompañan la entretienen con música, y Amadís, al oírla por primera vez, se olvida de rezar los maitines. Él se interesa, quizá pecando de demasiado curioso, por la identidad del caballero del que Corisanda está enamorada, y, en cambio, poco dice de sí mismo: sólo que se llama Beltenebros y que está allí para hacer penitencia por sus muchos pecados. En Sierra Morena, don Quijote vive una situación estructuralmente parecida. Entre sus montañas conoce a un muchacho con un aspecto muy desmejorado: medio desnudo, con barba y moreno a causa de su continua exposición al sol. Recibe una primera información de un cabrero que lo ha visto por la zona en los últimos seis meses exhibiendo un comportamiento unas veces lúcido y otras loco, unas pausado y otras violento. Después el hidalgo manchego llega a coincidir con él y le ruega que le cuente las vicisitudes personales que lo han llevado a refugiarse en la soledad de las montañas. Sin embargo, al interrumpirlo en la parte más interesante de la historia, se queda sin saber el final, y desde ese momento ya no parece interesarse más por el que va a ser, aunque por poco tiempo, compañero de locuras. AMADÍS Y DON QUIJOTE 51

BRIOLANJA Y LA PRINCESA MICOMICONA Briolanja es hija de Tagadán, rey de Sobradisa, a quien su hermano Abiseos había asesinado durante una fiesta para arrebatarle el trono a él y a su heredera. Ésta fue salvada por un caballero anciano de su padre, que la llevó al castillo de su tía Grovenesa. Allí llega Amadís y se compromete a vengar el regicidio dentro de un año. Al cumplirse el plazo, en compañía de su primo Agrajes, regresa al castillo de la tía de la desheredada para combatir contra Abiseos y sus dos hijos, Darasión y Dramis. Al poco de salir del castillo, Briolanja le pide un don al de Gaula, y Grovenesa, otro, que es el mismo, a Agrajes:

Pues habiendo ya andado cuanto una legua, Briolanja demandó un don a Amadís, y Grovenesa otro a Agrajes, y por ellos otorgados, no se catando ni pensando lo que fue, demandáronles que por ninguna cosa que viessen saliessen del camino sin su licencia délias, porque se no ocupassen en otra afrenta sino en la que presente tenían (p. 630).

Los dos caballeros lo conceden sin ningún problema y, ya en Sobradisa, obtenida cierta inmunidad, luchan contra los tres traidores, a quienes acaban matando. Antes del combate, Briolanja, enamorada de Amadís, está a punto de rogarle que se case con ella, pero logra contenerse (p. 635). El de Gaula y Agrajes se recuperan de sus heridas en el castillo real, del que la legítima heredera ha tomado posesión. Una vez sanos los dos, a quienes se han unido Galaor y Florestán, que han llegado después de la justa, se dirigen a la corte del rey Lisuarte, pero en el camino hallan en una ermita a la hija del gobernador de ínsula Firme, quien los invita a visitarla. El narrador baraja diversas hipótesis sobre los amores entre Amadís y Briolanja, aunque otorga mayor crédito a la menos comprometida para su héroe. En una de las versiones, la reina de Sobradisa exige a su caballero que se encierre en una torre y que no salga de ahí hasta no tener un hijo o hija con ella: Amadís se encierra en la torre, pero se niega a «haber juntamiento con Briolanja», y, al perder el apetito y el sueño, pone en peligro su vida. Para evitar su muerte, Oriana le hace saber que no se abstenga de cumplir lo que la reina le pide, y Amadís, entonces, tiene relaciones sexuales con su anfitriona y la deja embarazada de gemelos. En otra de las versiones, Briolanja, al ver a su salvador a punto de morir por culpa suya, le exonera de semejante obligación, aunque no lo deja marchar en tanto no llegue Galaor. Fuere cual fuere la verdad, lo cierto es que esa relación entre Amadís y la «niña fermosa» acaba desencadenando el episodio de Peña Pobre. Cervantes demuestra conocer muy bien toda esa historia y de alguna manera la tiene en cuenta en su gran novela para parodiarla. En la actitud de don Quijote, sea o no sincera, hay una clara imitación de Amadís: al igual que el de Gaula, parece temer la reacción de su señora cada vez que siente comprometida su honestidad, y eso que ni tan siquiera sabe si es o no correspondido por ella. Reintegrado el hidalgo manchego a la vida caballeresca, tras dejar las asperezas de Sierra Morena, Dorotea, en el papel de princesa Micomicona, se presenta corno hija del rey Tinacrio el Sabidor y de la reina Jaramilla, y explica que primero murió su madre y después su padre, pero que éste, antes de morir, la previno de la invasión y destrucción que iba a sufrir el reino por parte del gobernador de una ínsula colindante, el 52 BIENVENIDO MORROS Criticón, 91,2004 descomunal gigante Pandafilando de la Fosca Vista, y que sólo la podría evitar casándose con él8. También la falsa princesa recuerda que su padre le aconsejó que, en el caso de que no quisiera contraer matrimonio con el gigante, no le opusiera resistencia y que, una vez viese que él comenzaba la invasión, se marchara a España en busca del caballero que le podría derrotar, y que ese caballero no era otro que don Quijote de la Mancha, a quien debía de premiar ofreciéndose como esposa suya. A raíz de semejante premio, el hidalgo manchego, como hemos visto, arremete contra su escudero, pero los dos acaban firmando las paces, y, a la primera ocasión que pueden, se apartan un poco de sus acompañantes para hablar de Dulcinea. Sancho miente lo mejor que sabe, pero siempre partiendo de la idea de que ésta es la labradora Aldonza Lorenzo. Siguiendo la sugerencia del cura, convence a su amo de que Dulcinea le ha rogado de que vaya al Toboso para verla en persona:

Y, finalmente, me dijo que dijese a vuestra merced que le besaba las manos y que allí quedaba con más deseo de verle que de escribirle, y que, así, le suplicaba y mandaba que, vista la presente, saliese de aquellos matorrales y se dejase de hacer disparates y se pusiese luego luego en camino del Toboso, si otra cosa de mayor importancia no le sucediese, porque tenía gran deseo de ver a vuestra merced (p. 360).

Don Quijote explica a Sancho que no sabe muy bien qué hacer, aunque le parece más lógico socorrer primero a la princesa Micomicona, matando al gigante que le ha usurpado el trono, y después dirigirse al Toboso para visitar a su señora. Le pide a su escudero absoluta discreción, «pues Dulcinea es tan recatada, que no quiere que se sepan sus pensamientos» (p. 363), y le aclara que sólo pretende servirla sin esperar nada a cambio:

Porque has de saber que en este nuestro estilo de caballería es gran honra tener una dama muchos caballeros andantes que la sirvan, sin que se estiendan más sus pensamientos que a servilla por solo ser ella quien es, sin esperar otro premio de sus muchos y buenos deseos sino que ella se contente de acetarlos por sus caballeros (pp. 363-364).

Sancho identifica ese tipo de amor con el que ha oído en la iglesia que debe tenerse a Jesucristo, y al poco, al ser llamado él y su amo por maese Nicolás, se alegra de la interrupción, porque está cansado de tanto mentir y teme incurrir en alguna contradicción, porque, aunque sabe quién es Dulcinea, ahora confiesa para sí no haberla visto jamás: «puesto que él sabía que Dulcinea era una labradora del Toboso, no la había visto en toda su vida» (p. 364). En esas reflexiones, Sancho desmiente lo que ha dicho a su amo en Sierra Morena: que había visto a Dulcinea, esto es, a Aldonza, y había apoyado su afirmación con una descripción tan real y viva de la moza, que nadie diría que se limitaba a reproducir los rumores que sobre ella podían circular en la provincia. Y, además, lo normal es que dos labradores que vivían en pueblos cercanos (a un día yendo a caballo) se conocieran y se hubieran visto muchas veces; lo raro parece lo contrario: que no se hayan visto nunca. Quizá estamos ante otro de los numerosos despistes de Cervantes.

8 Para el personaje de Dorotea, véase Márquez Villanueva, 1975, pp. 15-35. AMADÍS Y DON QUIJOTE 53

Para empezar, Dorotea improvisa una historia en más de un punto coincidente con la de Briolanja. Se presenta como única heredera del territorio en que reina su padre, y, tras la muerte de éste, como desposeída del trono por la invasión de un antiguo enemigo. Para recuperar lo que es suyo decide contratar los servicios del mejor caballero del mundo. Al margen de los nombres, ése es también el currículo de Briolanja: varía el tipo de muerte del padre y poco más. Las dos princesas obtienen de sus respectivos caballeros el compromiso de dedicarse en exclusiva a la empresa por la que han sido llamados. Desde el punto de vista estructural, las dos historias guardan relación con las penitencias de amor de los protagonistas: en un caso la provoca, mientras que en el otro la clausura. Dentro del mundo de ficción que inventa, Dorotea sugiere al caballero de la Mancha la boda con ella si él logra devolverle el trono que le ha sido arrebatado, y la sugerencia la introduce antes del comienzo del combate. Briolanja, por su parte, también se siente tentada de ofrecerse a Amadís como esposa poco antes del inicio del duelo: después de la victoria del de Gaula lo tiene en su castillo donde no se sabe realmente qué ocurre. En cualquiera de los supuestos, Amadís siempre la rechaza como esposa y si la complace es con el consentimiento de Oriana; don Quijote, como hemos visto, se niega rotundamente a contraer matrimonio con la princesa Micomicona, y, en su negativa, alega amor y absoluta lealtad a Dulcinea: en ese punto, llega a mostrarse muy violento con su escudero, a quien no tolera que hable mal de su señora.

ORIANA Y DULCINEA Amadís y Oriana son aún niños cuando se conocen y enamoran: él tiene doce años y ella ha cumplido los diez. El Doncel del mar está desde los siete en la corte del rey escocés Languines, a donde llega la princesa inglesa después de un largo viaje por mar acompañando a sus padres, el rey Lisuarte y Brisena: cansada del mar se queda allí un tiempo hasta que vuelve a Londres junto a Mabilia, la hija de Languines. Cuando Amadís ha llegado, o está a punto de hacerlo, a los veinte años, y Oriana por tanto a los dieciocho, consigue su primera relación sexual con ella, a quien acaba de liberar de las garras de Arcaláus. Don Quijote reconoce haberse enamorado de Dulcinea unos doce años antes de empezar su carrera caballeresca: aproximadamente, a los treinta y siete o treinta y ocho. Sin embargo, no ofrece ningún dato sobre la edad de su amada, aunque no pone ningún reparo cuando en los bosques de los duques oye decir a una moza, que en realidad es un paje que se hace pasar por ella, que tiene «diez y nueve» y no llega «a veinte» (p. 925). Según esa información, no sé hasta qué punto fiable, Aldonza Lorenzo, es decir, Dulcinea, habría encandilado a Alonso Quijano con sólo siete u ocho años9. Amadís parece temer, y mucho, las reacciones de Oriana, que lo domina en todo momento. Cuando el de Gaula oye mencionar a su hermano Galaor, no puede reprimir las lágrimas, y Oriana, que está viendo desde lejos la escena, pero que no puede saber el motivo por el que llora su amado, se enoja mucho con él y lo manda llamar para preguntarle «¿De quién os membraste con las nuevas de la doncella, que os hizo

9 Sobre el personaje de Dulcinea, véase Herrero, 1982; Redondo, 1998, pp. 231-249; y Riley, 2000, pp. 168-174. 54 BIENVENIDO MORROS Criticón, 91,2004 llorar?» (p. 413). Al conocer la tazón, muy distinta a la que había imaginado, le pide disculpas por haber sospechado «lo que no debía» (p. 414). Este ejemplo sirve para ilustrar el carácter celoso de Orianai°, y justifica ese temor por parte de Amadís, que su escudero Gandalín describe muy gráficamente:

¿cómo faltó el buen entendimiento de Oriana y vuestro y de la Doncella de Denamarcha en pensar que mi señor havía de fazer tal yerro contra aquella que por la menor palabra sañuda que en ella siente, según el gran temor que de la enojar tiene, se metería so la tierra bivo? (p. 755).

Oriana sabe dominar, casi siempre, la pasión que siente por Amadís, y por eso le pide, o se lo exige, que él también aprenda a controlar sus emociones, porque de lo contrario sus amores serán ya fábula del vulgo:

Y por eso os mando, por aquel señorío que sobre vos tengo, que poniendo templança en vuestra vida la pongáis en la mía, que nunca piensa sino en buscar manera cómo vuestros deseos hayan descanso (p. 385).

Don Quijote, por su parte, actúa como si Dulcinea tuviera el mismo carácter que Oriana. Cuando se halla en alguna situación comprometida para su honestidad, siempre invoca el nombre de su señora, como si temiese su reacción al pensar en lo que ocurriría de serle desleal y de saberlo ella. Si coge por el brazo a Maritornes para sentarla junto a sí en el lecho, y de paso palparle todo el cuerpo, no es para seducirla, sino para confesarle que no puede hacerlo, además de por su estado físico, muy debilitado a causa de la paliza de los arrieros, por no traicionar al amor de su vida. Repite ese mismo razonamiento una y otra vez cuando se imagina acosado por alguna moza a la que cree gran dama, o por alguna adolescente (Altisidora) o dueña madurita (Rodríguez) a quienes ya ve como son. Pocas cosas dice de Dulcinea, y las que dice son a veces bastante contradictorias. A Sancho, por ejemplo, durante la penitencia en Sierra Morena, confiesa que hace doce años que está enamorado de ella, y que en todo ese tiempo sólo la ha llegado a ver cuatro veces, porque sus padres la han criado con el máximo recato y encerramiento. Más adelante, cuando se dirige al Toboso, pregunta a su escudero hacia dónde han de ir, porque en ese momento afirma no haber visto nunca a su señora, y que por tanto sólo se ha enamorado «de oídas» (p. 697)n. Entre esas dos confesiones, don Quijote introduce una diferencia. En la primera, alude tanto a la persona real (Aldonza Lorenzo Corchuelo) como a la de ficción (Dulcinea del Toboso), y quizá por eso puede admitir que la conoce. En la segunda, en cambio, se refiere exclusivamente a la persona de ficción (Dulcinea), a quien imagina en unos palacios a los que, por inexistentes, no ha podido tener acceso: a esa amada sólo la ha visto con los ojos de la imaginación, y no con otros.

10 A conclusiones similares llega Avalle-Arce, 1990, p. 172. H En ese aspecto, don Quijote no está imitando a Amadís sino a su hijo Esplandián, que se enamora de la princesa Leonorina por lo que le oye contar al cirujano Elisabad (Montalvo, Sergas de Esplandián, p. 194). Véase Riley, 2000, p. 54. AMADÍS Y DON QUIJOTE 55

Sancho, por su parte, al oír a su amo decir que Dulcinea es hija de Lorenzo Corchuelo y Aldonza Lorenzo, da la impresión de que la conoce perfectamente y de que la ha visto. Prueba de ello es que la describe con unos rasgos demasiado realistas como para pensar que han sido inventados o improvisados. Así, por ejemplo, la presenta como varonil, casquivana y morena (por su continua exposición al sol)12. Además, se muestra ansioso por volverla a ver, acepta encantado la embajada que le ha encomendado don Quijote y parece tener claro en todo momento a dónde se ha de dirigir: al dejar a su amo en Sierra Morena y encaminarse hacia el Toboso, no manifiesta ninguna duda sobre la localización de la casa de Aldonza. Sin embargo, cuando ha de inventarse un encuentro que no se ha producido, admite para sí que no la ha visto nunca. No se entiende muy bien por qué ha mentido a su amo en un asunto en que no era necesario hacerlo: igual es que quería practicar con él la terapia más eficaz para desenamorarlo, consistente en la degradación del objeto amado. Quizá por eso la pinta con una serie de rasgos que son el reverso de los que ha ofrecido don Quijote. Sea como sea, el caso es que no sabemos cómo es Dulcinea: si rubia o morena, si alta o baja, si recatada o indecente, si femenina o varonil, etcétera. Cuando pensábamos que era como la describe Sancho, al poco nos asaltan muchas dudas al sospechar que el escudero miente y que muy posiblemente se ha inventado todo lo referente a Aldonza Lorenzo. En semejante situación, quizá resultado de los despistes de Cervantes, nos sentimos desorientados y tentados de llegar a la misma conclusión que la duquesa: que Dulcinea no existe y que es sólo una fantasía de don Quijote. El hidalgo manchego se ha representado a su señora a imagen y semejanza de Oriana: si una era princesa, por fuerza la otra también lo debía ser, y si una era «la más hermosa criatura que se nunca vio, tanto que [...] fue la que sin par se llamó» (p. 268), la otra había de ser la «doncella más hermosa» y «la sin par Dulcinea del Toboso» (p. 68). Si no se la imagina de una manera concreta, sino en abstracto, incluso cuando ofrece su presunto retrato al caballero Vivaldo, es porque Oriana tampoco es de una manera especial, porque nunca aparece descrita por nadie, y la suya es una belleza escurridiza. Quizá por ese motivo don Quijote, cuando piensa en Dulcinea, no puede pensar en una mujer en concreto, sino en una mujer impersonal y vaga: si, lector del Amadís, hubiera tenido más detalles físicos de Oriana, habría podido aplicarlos a Dulcinea, pero, al no tenerlos, se ve forzado a ser impreciso y ambiguo con su señora. También por ese motivo los protagonistas de la obran acaban por reconocer que nunca la han visto, y por consiguiente la hacen aún más incorpórea y más universal.

DON QUIJOTE Y MACANDÓN En su primera salida en solitario, don Quijote se siente asaltado por una duda importante: hasta que no sea armado caballero, y aún no lo está, no podrá combatir contra nadie que ya lo sea. Por eso, concibe la idea de hacerse armar por el primer caballero con quien se encuentre. Con esa idea, llega a una venta, que confunde con un castillo, y cree que dos prostitutas que halla en su puerta son «altas doncellas». Se dirige

12 Al retratarla como poco casta, Sancho tal vez sugiere que es la dama que le conviene a su señor (véase Redondo, 1998, p. 248). 5 6 BIENVENIDO MORROS Criticón, 91,2004 a ellas en esos términos, y las mozas, al no darse por aludidas y al ver su aspecto tan estrafalario, empiezan a reír, con lo que provocan el enojo del caballero manchego:

Bien parece la mesura en las fermosas, y es mucha sandez además la risa que de leve causa procede; pero non vos lo digo porque os acuitedes ni mostredes mal talante, que el mío non es de ál que de serviros (p. 50).

Al no entender ninguna de esas palabras, las mozas ríen aún con más ganas, y don Quijote aún se enoja más, hasta el punto de que «pasara muy adelante» si no hubiese intervenido el ventero ofreciéndole alojamiento en su humilde venta. Por la noche, es armado caballero por el ventero y las dos prostitutas, quienes le ciñen la espada y le calzan las espuelas. En el Amadís, hay un episodio con ingredientes muy similares. Un escudero bastante anciano, llamado Macandón, se presenta en la corte del rey Lisuarte para ver si halla en ella a la doncella y al caballero que pasen la prueba de la espada y el tocado. Cuando, por fin, los encuentra en Amadís y Oriana, les pide que lo armen caballero, y si uno le calza las espuelas la otra le ciñe la espada. Para la ceremonia, Macandón se viste con «unos paños blancos» y «unas armas blancas» (es decir, lisas, sin ningún dibujo pintado), y con semejante aspecto, unido a su edad, muy provecta, superior a los sesenta años, provoca las risas y comentarios de las dueñas y doncellas de palacio, quienes cuestionan que, por sus años, el caballero sea capaz de emprender hazañas importantes como para dejar de serlo:

Como así le vieron, las dueñas y doncellas començaron a reír, y Aldeva dixo, que todos lo oyeron: —¡Ay Dios, qué estremado doncel y qué estremada apostura de todos los noveles!: mucho nos deve placer que será novel toda su vida (p. 809). Ante las risas y los comentarios del público femenino, el caballero griego no puede menos que censurar su conducta y echar en falta en todas ellas una serie de cualidades que deberían ser inherentes a su condición:

Buenas señoras —dixo él—, yo no daría mi plazer por la mesura de vosotras, que mejor esto yo de mesura y mancebía que vosotras de mesura y de vergüenca (p. 809).

Macandón y don Quijote llegan a la caballería en edades ya muy avanzadas y despiertan, especialmente por su aspecto, las risas de las mozas que los ven, y que de alguna manera asisten a su ceremonia de su investidura como caballero. Los dos recriminan por igual ese comportamiento y les acusan de falta de mesura. Si el hidalgo manchego no creyese tenérselas con «altas doncellas»,,no les habría censurado en los términos en que lo hace. A diferencia de Macandón, está a punto de perder la mesura que exigía a las que creía damas. AMADÍS Y DON QUIJOTE 57

ELISENA Y MARITORNES El padre de Amadís, el rey Perión de Gaula, protagoniza dos veces el mismo tipo de episodio amoroso para engendrar a dos de sus hijos13. En la primera llega a la Pequeña Bretaña para dar a su rey, Garínter, noticias «de un su gran amigo», y el rey lo hospeda en su palacio con los máximos honores. Durante su estancia, Perión enamora a las primeras de cambio a una de las infantas, Elisena, de quien a su vez se enamora: ninguno de los dos lo había estado antes de hombre o mujer. Elisena toma la iniciativa y confía en su criada Darioleta, quien lo prepara todo para el encuentro entre los amantes la misma noche del día en que se conocen. Llegada la hora, Darioleta saca a su señora de la cama y le pone un manto encima. Después de pasar por la huerta, la sirvienta y la infanta entran en la habitación del huésped, a quien sorprenden despertando de una pesadilla. Perión, que no ha podido identificarlas, a pesar de la luz de luna que se había colado por la puerta, las recibe con la espada y el escudo, que deja caer al suelo cuando se percata de la presencia de Elisena. La abraza y se la queda mirando, sin duda con ojos de lujuria, para admirar su belleza, que puede reconocer gracias a la lumbre de tres antorchas. Vale la pena reproducir el pasaje final de todo el episodio:

El rey quedó solo con su amiga, que a la lumbre de tres hachas que en la cámara seían la mirava pareciéndole que toda la fermosura del mundo en ella era junta, teniéndose por muy bien aventurado en que Dios a tal estado le traxera, y assí abracados se fueron a echar en el lecho (p. 239).

En la segunda ocasión, anterior cronológicamente a la primera, Perión, al regresar de Alemania, se hospeda en casa del conde de Selandia y, por la noche, mientras duerme, se despierta abrazado a una doncella, que además lo está besando. El rey la aparta y, a la luz que hay en el aposento, ve «que era la más hermosa mujer de cuantas viera» (p. 626). Tras identificar a la doncella (es la hija del conde), la rechaza, pensando sobre todo en la honra de quien lo ha acogido con tanta amabilidad. La doncella se levanta y toma la espada del rey para apuntarse el corazón y amenazarle de que se va a suicidar. Perión, entonces, accede a complacerla, y la deja embarazada de Florestán. Don Quijote y Sancho, por culpa de Rocinante, que pretende refocilarse con unas jacas gallegas que pacen en un prado cercano, reciben un duro apaleamiento por parte de los yangüeses, a quienes antes habían arremetido por maltratar al caballo del manchego; muy malheridos, llegan a la venta de Palomeque, donde los curan la mujer e hija del ventero, ayudadas por una moza asturiana, llamada Maritornes: las tres, además, improvisan para el caballero una cama en el antiguo pajar, a no mucha distancia de la de un arriero que había convocado en la suya, para esa noche, a Maritornes. Cuando todo el mundo está durmiendo, la moza se dirige al pajar, y, al entrar en el aposento en que duerme su cliente, ha de pasar por el lecho de don Quijote, a quien sus heridas y sus imaginaciones no dejan descansar:

13 Sobre el tema, sigue siendo básico el trabajo de Williams, 1909; añade otros antecedentes del episodio Cacho Blecua en su edición, vol. I, pp. 627-628, n. 8. 58 BIENVENIDO MORROS Criticón, 91,2004

Esta maravillosa quietud y los pensamientos que siempre nuestro caballero traía de los sucesos que a cada paso se cuentan en los libros autores de su desgracia, le trujo a la imaginación una de las estrañas locuras que buenamente imaginarse pueden; y fue que él se imaginó haber llegado a un famoso castillo (que, como se ha dicho, castillos eran a su parecer todas las ventas donde alojaba) y que la hija del ventero lo era del señor del castillo, la cual, vencida de su gentileza, se había enamorado del y prometido que aquella noche, a furto de sus padres, vendría yacer con él una buena pieza; y teniendo toda esta quimera que él se había fabricado por firme y valedera, se comenzó a acuitar y a pensar en el peligroso trance en que su honestidad se había de ver, y propuso en su corazón de no cometer alevosía a su señora Dulcinea del Toboso, aunque la mesma reina Ginebra con su dama Quintañona se le pusiesen delante (pp. 172-173).

Al oír a la asturiana cerca de su cama, el caballero andante piensa que es la hija del señor del castillo, y, para disuadirla de las intenciones que había imaginado, la coge por la muñeca y la obliga a sentarse a su lado; a pesar de la fealdad de la coima, y de sus malos olores, cree que se trata de un dechado de hermosura, y se la representa, no como es, sino como la imagina, al modo que los enfermos de amor se imaginan a su amada (de hecho, don Quijote está persuadido de que ha sido visitado por la hija de Juan Palomeque, a quien se ha presentado como «de muy buen parecer», p. 167):

Los cabellos, que en alguna manera tiraban a crines, él los marcó por hebras de lucidísimo oro de Arabia, cuyo resplandor al del mesmo sol escurecía; y el aliento, que sin duda alguna olía a ensalada fiambre y trasnochada, a él le pareció que arrojaba de su boca un olor suave y aromático; y, finalmente, él la pintó en su imaginación, de la misma traza y modo, lo que había leído en sus libros de la otra princesa que vino a ver el malferido caballero vencida de sus amores, con todos los adornos que aquí van puestos. Y era tanta la ceguedad del pobre hidalgo, que el tacto ni el aliento ni otras cosas que traía en sí la buena doncella no le desengañaban, las cuales pudieran hacer vomitar a otro que no fuera arriero; antes le parecía que tenía entre sus brazos a la diosa de la hermosura (pp. 173-174).

Si Cervantes se fija en ese episodio del Amadís^4, es porque egregios humanistas ya lo habían presentado como ejemplo de toda falta de verosimilitud. Así, Juan de Valdés, en su Diálogo de la lengua, a propósito del Amadís, atribuye a su autor «cosas tan a la clara mentirosas que de ninguna manera las podéis tener por verdaderas»15 (p. 251); cree que es un error importante la conducta que Elisena tiene para con el huésped de su padre: una infanta no iba a meterse en la cama, por más enamorada que estuviera, del primer caballero extranjero que se hospedara en su casa, y aún mucho menos la noche del día en que lo ha conocido. El decoro exigía otra actitud:

Descuido creo que sea el no guardar el decoro en los amores de Perión con Elisena, porque, no acordándose que a ella hace hija de rey, estando en casa de su padre, le da tanta libertad, y

14 Desde la edición de Schevill y Bonilla y San Martín, 1928-1941, se viene reconociendo que ése es el episodio que Cervantes tiene en cuenta para su parodia, si bien nuestro autor pudo basarse en otras muchas novelas de caballerías que suelen ofrecer uno muy similar. Para un análisis del episodio de Maritornes en relación al modelo caballeresco, véase Redondo, 1998, pp. 157-161, y también Riquer, 2003, pp. 148-149. 15 Valdés, Diálogo de la lengua, p. 251. AMAD IS Y DON QUIJOTE 59

la hace tan deshonesta, que con la primera plática la primera noche se la trae a la cama (p. 251)16.

Tampoco entiende demasiado que el rey Perión, al ser consciente de la importancia del sigilo en todos sus movimientos, por más impresionado que esté por la presencia de la infanta, deje caer al suelo la espada y el escudo, y, aún lo que es peor, que nadie de los que dormían en las habitaciones cercanas, a raíz del ruido que debió provocar el impacto con el suelo de armas tan pesadas, se despertara e intentara averiguar el origen de semejante estrépito. Valdés no da crédito a tal inverosimilitud:

Descuidóse también en que, no acordándose que aquella cosa que cuenta era muy secreta y pasaba en casa del padre de la dama, hace que el rey Perión arroje en tierra el espada y el escudo luego que conoce a su señora, no mirando que, al ruido que harían, de razón habían de despertar los que dormían cerca, y venir a ver qué cosa era (p. 251 )17.

Por último, considera que es un desliz bastante grave decir primero que en el aposento no había más luz que la de la luna que entraba por la puerta, y después especificar que en él ardían tres antorchas que lo iluminaban de sobras; además, está seguro de que Elisena, de percatarse de que era mirada por el Rey Perión con unos ojos llenos de lujuria, no se lo habría permitido:

También es descuido decir que el rey miraba la hermosura del cuerpo de Elisena con la lumbre de tres antorchas que estaban ardiendo en la cámara, no acordándose que había dicho que no había otra claridad en la cámara sino la que de la luna entraba por entre la puerta, y no mirando que hay muger, por deshonesta que sea, que la primera vez que se ve con un hombre, por mucho que lo quiera, se dexe mirar de aquella manera (pp. 251-252)18.

Cervantes, pues, parece parodiar el episodio, fijándose especialmente en esos tres puntos en que se concentra la crítica de Juan de Valdés. Al igual que el conquense, debió pensar que la conducta de la infanta no era propia de su estado social, y por eso, para la parodia, buscó a una prostituta: creería que Elisena se había portado como tal, y de ahí que no se le ocurriera mejor referente que ése. Asimismo debió opinar que la caída de la espada y el escudo del Rey habría provocado un estruendo perfectamente audible en las habitaciones próximas, y precisamente pensando en que había pasado desapercibido en su modelo, quiso que no ocurriera lo mismo en la escena entre don Quijote y Maritornes: de hecho, las palabras del caballero a la prostituta llegan a oídos del arriero, y la pelea de éste con aquél, al ceder el lecho en que tiene lugar, por el peso de ambos, despierta al resto de la venta, desde su dueño, Juan Palomeque, el que para éste es el señor del castillo y el que hace de Rey Garínter, hasta un cuadrillero de la Santa Hermandad. Todos, sin excepción, acuden al aposento de don Quijote y el arriero, y en él se reparten porrazos a diestro y a siniestro: el tumulto se disuelve en el momento en que el cuadrillero ordena que se cierre la puerta de la venta porque está convencido de

16 El pasaje ha sido citado, entre otros, por Cacho Blecua en su edición, vol. I, p. 239, n. 15. 17Véase la ed. de Cacho Blecua, ibid., n. 11. 18 Véase la ed. de Cacho Blecua, ibid., n. 12. 60 BIENVENIDO MORROS Criticón, 91,2004 que ha habido un asesinato (al hallar al hidalgo manchego sin sentido y tumbado boca arriba, piensa que está muerto). Cervantes también debe de reparar en la información contradictoria que daba el narrador del Amadís sobre la iluminación del aposento en que se citan el Rey Perión y Elisena. Por ello para toda la venta en que sitúa su episodio no quiere «otra luz que la que daba una lámpara que colgada en medio del portal ardía» (172); y, en esas condiciones, hace que Maritornes se dirija al lugar en que la espera el arriero sin ningún tipo de iluminación: entra a oscuras, y por eso topa con don Quijote, a quien apenas puede ver y por quien tampoco puede ser vista. Sin embargo, el hidalgo manchego, cuando intenta describir a la doncella que lo ha visitado esa noche, decide callar las «otras cosas ocultas» que imagina haber visto, en clara referencia a la mirada que el Rey Perión dedica a una, más que probablemente, desnuda Elisena, la cual, para que pudiera alcanzar visualmente su objetivo, precisaba de la presencia inesperada de las tres antorchas en las que antes no había reparado el narrador. En imitaciones, en otras novelas anteriores, de ese episodio del Amadís, sus autores, no sé hasta qué punto al corriente de la censura de Valdés, subsanan el problema de la iluminación deficiente. Así, en El rey Tristán el joven, publicado en 1534, la criada que acompaña a la reina Trinea enamorada del hijo de Tristán toma la precaución de llevar una vela encendida oculta debajo de su manto, y, cuando ha conducido a la reina junto a la cama de Tristán, la saca para iluminar a los amantes: si en otras recreaciones del motivo, el caballero suele reconocer a la intrusa por la voz, en este caso la sirvienta pretende que tanto él como ella se vean para que no tengan dudas sobre la identidad de la persona con la que se acuestan19.

LA VIDA Y LA MUERTE Amadís ama a Oriana con unas ansias fuera de lo común, y eso porque es joven y porque, a diferencia de su hermano Galaor, no se desahoga con otras mujeres. No de otro modo se entiende sus sufrimientos, tanto antes como después de su primera relación sexual con Oriana. En una de las muchas ocasiones en que la evoca, queda tan aturdido, que pierde prácticamente el sentido, hasta el punto de no darse cuenta de lo que ocurre en su entorno más inmediato. Al volver en sí, se dirige a su escudero para que le desee la muerte, porque no puede seguir en esa situación, deseando como desea a su amada, pero estando lejos de ella:

Después que a su señora ovo loado, un tan gran cuidado le vino, que las lágrimas fueron a sus ojos venidas, y fallesciéndole el coracón, cayó en un gran pensamiento, que todo estaba estordeçido, de guisa que de sí ni de otro sabía parte. Gandalín vio venir por el gran camino una compaña de dueñas y caballeros, y que venían contra donde su señor estaba, y fue a él y díxole: —Señor, ¿no veis esta compaña que aquí viene? Mas él no respondió nada, y Gandalín le tomó por la mano y tiróle contra sí. Y él acordó sospirando muy fuertemente, y tenía la faz toda mojada de lágrimas, y díxole Gandalín:

19 Tristán de Leonís y el rey don Tristán el joven, su hijo, pp. 698-699. AMADÍS Y DON QUIJOTE 61

—Así me ayude Dios, señor, mucho me pesa de vuestro pensar que tomáis tal cuidado cual otro cavallero del mundo no tomaría, y devríades haver duelo de vos y tomar esfuerço como en las otras cosas tomáis. Amadís le dixo: —¡Ay, amigo Gandalín, qué sufre mi coracón!; si me tú amas, sé que antes me consejarías muerte que bivir en tan gran cuita desseando lo que no veo (pp. 366-367).

Gandalín, por su parte, se lamenta de que su amo ame tan profundamente, porque cree que no hay ninguna mujer que esté a su altura; Amadís, enojado, no parece dispuesto a permitir que nadie hable mal de su señora, a quien considera muy superior a él. Un poco después, Gandalín, en conversación con Oriana, le pondera el sufrimiento de su amo, a quien no le augura una larga vida si no lo amortigua de algún modo:

—Señora —dixo él—, es del lo que vos quisiéredes, como aquel que es todo vuestro y por vos muere, y su alma padece lo que nunca caballero. Y comencé de llorar, y dixo: —Señora, él no pasará vuestro mandado por mal ni por bien que le avenga, y por Dios, señora, aved del merced, que la cuita que hasta aquí sufrió en el mundo no hay otro que la sofrir podiese; tanto, que muchas vezes esperé caérseme delante muerto habiendo ya el coracón desfecho en lágrimas [...]; mas a él falleció ventura cuando vos conosció, que morirá antes de su tiempo. Y cierto más le valiera morir en el mar, donde fue lançado, sin que sus parientes lo conocieran, pues que le ven morir sin que socorrerle puedan (p. 379).

Oriana responde a Gandalín que ella no sobreviviría a la muerte de Amadís y que sufre tanto como puede hacerlo él; confirma semejante confesión el gesto con que la acompaña, el de las manos apretadas:

Oriana dixo llorando y apretando sus manos y sus dedos unos con otros: —Ay, amigo Gandalín, por Dios, cállate, no me digas ya más, que Dios sabe cómo me pesa si crees tú lo que dizes!; que antes mataría yo mi coracón y todo mi bien, y su muerte querría yo tan a duro como quien un día solo no biviría si él muriesse, y tú culpas a mí porque sabes la su cuita y no la mía, que si la supiesses más te dolerías de mí y no me culparías; pero no pueden las personas acorrer en lo que desean, antes aquello acaesce de ser más desviado, quedando en su lugar lo que les agravia y enoja, y assí viene a mí de tu señor, que sabe Dios, si yo pudiesse, con qué voluntad pornía remedio a sus grandes desseos y míos (p. 379).

La princesa de la Gran Bretaña reconoce padecer el mismo mal que su amante, y que por tanto requiere de igual solución, que no es otra que la satisfacción de sus deseos, por supuesto, aunque no se diga claramente, de naturaleza sexual. Por su gesto, y por sus repetidos desmayos, la princesa parece víctima de la histeria, como resulta normal en una doncella de su edad, que aún no se ha casado y que vive muy regaladamente. Ya en conversación con Amadís, en una huerta situada debajo de su habitación, le recrimina que no sepa dominarse, aunque le asegura que va a hacer lo posible por colmar los deseos de los dos. En un encuentro posterior, Amadís la insta a cumplir con su palabra, porque, de lo contrario, teme por su vida:

[...] y si no fuesse, señora, este mi triste coracón con aquel gran desseo que de serviros tiene sostenido, que contra las muchas y amargas lágrimas que del salen con gran fuerça, la su gran 6 2 BIENVENIDO MORROS Criticón, 91,2004

fuerça resiste, ya en ellas sería del todo deshecho y consumido, no porque dexe de conoscer ser los sus mortales desseos en mucho grado satisfechos en que solamente vuestra memoria dellos se acuerde, pero como a la grandeza de su necessidad se requiere mayor merced de la que él meresce para ser sostenido y reparado, si ésta presto no viniesse, muy presto será en la su cruel fin caído (p. 526).

Poco antes de conseguir la relación sexual con ella, vuelve a insistir en los mismos argumentos: «Muy más espantosa y cruel es aquella muerte que yo por vos padezco; y, señora, doledvos de mí y acordaos de lo que me tenéis prometido» (pp. 572-573). Tras conseguir lo que tanto ha ansiado, se da cuenta de que no ha extinguido, ni tan siquiera suavizado, su sufrimiento, sino que lo ha aumentado:

Y creyendo con ello las sus encendidas llamas resfriar, aumentándose en mucha mayor cuantidad, más ardientes y con más fuerça quedaron, así como en los sanos y verdaderos amores acaescer suele (p. 574).

En los períodos de larga ausencia, bastante frecuentes entre él y Oriana, seguirá padeciendo amagos de desmayos como los de antaño, y sólo los superará a través de diferentes reencuentros, que culminan con la boda ya al final del cuarto libro. En la versión original, él moría al combatir, sin saberlo, contra su hijo Esplandián, y ella se suicidaba arrojándose desde una ventana. Don Quijote, después de creer a Dulcinea convertida en una fea labradora, se queda pensando en el modo en que podrá «volverla a su ser primero», y llega a ir tan fuera de sí, que suelta las riendas a Rocinante; Sancho, preocupado por la actitud de su amo, lo saca de su embelesamiento para reprochárselo, imitando en ese sentido a Gandalín cuando sacude a Amadís para despertarlo de su estado de semiinconsciencia:

Señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres, pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias: vuestra merced se reporte y vuelva en sí, y coja las riendas a Rocinante, y avive y despierte, y muestre aquella gallardía que conviene que tengan los caballeros andantes. [...] Mas que se lleve Satanás a cuantas Dulcineas hay en el mundo, pues vale más la salud de un solo caballero andante que todos los encantos y transformaciones de la tierra (p. 711).

El hidalgo manchego, como el de Gaula, se enoja al oír a su escudero maldecir a Dulcinea, de cuyas desgracias se considera el máximo responsable. Pronto se olvida de sus tristezas para acometer la primera aventura después de la tercera salida. Al igual que su modelo, a pesar de la diferencia de edad, se siente a veces acometido por unos deseos desmesurados, que pone de manifiesto cuando retiene por la fuerza a Maritornes o cuando recibe la visita en su propia habitación de la dueña Rodríguez. En un caso, al menos en la versión que ofrece a Sancho, se lamenta de que un moro encantado (en realidad, el arriero con quien la mesonera había quedado) le haya negado la posibilidad de arrebatar la virginidad de la moza a la que cree doncella y de alta alcurnia. En el otro caso, por más que contempla a la dueña sin los ojos de aumento de antaño, teme que sus deseos, dormidos durante tantos años, se despierten y le hagan caer «donde nunca he tropezado» (p. 1016). AMAD Í S Y DON QUIJOTE 63

Amadís no representa a la figura del amante impulsivo que, en presencia de la amada, no puede tener las manos quietas. En ese sentido, es muy diferente a Tirant o Calisto, quienes dan la impresión de estar forzando a sus respectivas amadas, en un episodio que Rafael Beltrán ha llamado con acierto «bodas sordas»20. Amadís, en cambio, cuando se halla ante Oriana, se queda como estupefacto y sorprendentemente parado o paralizado: incluso la primera vez que tiene relaciones sexuales con ella, tras haber obtenido su permiso, es incapaz de tomar la iniciativa para seducirla, y si acaba perdiendo la virginidad es porque Oriana se muestra mucho más activa y participativa: [...] assí que se puede bien dezir que en aquelle verde yerva, encima de aquel manto, más por la gracia y comedimiento de Oriana, que por la desemboltura ni osadía de Amadís, fue hecha dueña la más hermosa donzella del mundo (p. 574).

Don Quijote, a punto de cumplir los cincuenta años, sigue virgen como el primer día, y esa condición es la gran diferencia que lo separa de Amadís. Don Quijote parece ajeno al amor, al menos cuando inicia su carrera como caballero andante, y si se busca uno es por exigencia del oficio que ha elegido: más cuestionable es si, a medida que representa el papel de caballero, se va enamorando, no de quien ya lo había estado, de Aldonza, sino de la criatura que ha ido forjando en su imaginación, de Dulcinea. Amadís había sido leal a una mujer de carne y hueso, con quien satisfacía sus deseos más bajos; don Quijote, en cambio, es fiel a una mujer que sólo existe en su mente y con la que no puede desfogarse desde el punto de vista sexual. El de Gaula no ha muerto, y lo reconoce en más de una ocasión, porque ha conseguido la relación sexual con Oriana; don Quijote padece una muerte repentina, porque no ha querido llegar a ese grado de intimidad con ninguna mujer, incluso cuando estaba enamorado de Aldonza: la suya es una muerte por castidad, y no era el único que la había padecido21. A lo largo de estas páginas, hemos comprobado cómo Cervantes se sirvió de la refundición de Montalvo para elaborar bastantes episodios de su novela: más de los que habían señalado los editores de las andanzas del hidalgo manchego. Es verdad que unas veces las deudas son muy evidentes (Elisena, Peña Pobre, Miraflores, Macadón) y otras muy poco (Corisanda), pero todas resultan perfectamente explicables dentro del modelo imitado. Si ha elegido a Amadís como el básico es porque Cervantes lo consideraba perfecto para la parodia que pretendía pergeñar: la de un caballero efusivo pero muy temeroso con las mujeres, necesitado de relaciones sexuales pero poco decidido a emprenderlas. Todos esos ingredientes los toma de Amadís, y los eleva a la máxima potencia para conseguir unos resultados óptimos. Si Amadís, a pesar de su timidez, no desdeña la terapia sexual con Oriana, don Quijote sí que la evita, y para ello, en el momento más decisivo de su vida, pretexta no conocer más que de oídas a la mujer de

^Beltrán, 1990. 21 Cervantes al menos conocía un caso de ese tipo de muerte, porque lo menciona en su obra: el de Michael Verino, a quien los médicos le pronostican la muerte de perseverar en su castidad y odio a las mujeres; al igual que el manchego, el italiano es ingenioso y de buenas costumbres, y esas dos características parecen condicionar su vida y su muerte. Para la relación de ese caso con el de don Quijote, véase Morros, en prensa. 6 4 BIENVENIDO MORROS Criticón, 91,2004 la que se había confesado profundamente enamorado. Parece como si tuviera pánico de vivir en el Toboso lo que Amadís había vivido en el castillo de Miraflores.

Referencias bibliográficas

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MORROS, Bienvenido. «Amadís y don Quijote». En Criticón (Toulouse), 91, 2004, pp. 41-65.

Resumen. Alonso Quijano decide ser don Quijote pensando en Amadís, porque éste es el caballero que mejor encaja dentro de su estilo de vida: el de Gaula no es nada, o muy poco, mujeriego, y el hidalgo manchego lo ha sido bastante menos en muchos más años. Ha otorgado a Dulcinea un carácter muy similar al de Oriana, igual de fuerte y dominante: siente por ella el mismo miedo que Amadís por la princesa de Bretaña, y como éste se muestra temeroso con todas las mujeres. Entre los dos caballeros, sin embargo, hay una gran diferencia: para el de Gaula, Oriana es el desahogo de su castidad; para el manchego, Dulcinea es el refugio de la suya. De ahí que don Quijote muera y Amadís no. AMADÍS Y DON QUIJOTE 6 5

Resume. Si c'est en pensant à Amadís qu'Alonso Quijano décide d'être , c'est parce qu'il est le chevalier qui correspond le mieux à son style de vie: Amadís n'est pas ou guère porté sur les femmes, et l'hidalgo de la Manche l'a été encore moins au cours de sa longue existence. Il attribue à Dulcinée un caractère de femme forte et dominante très semblable à celui d'Oriane: il ressent devant elle la même crainte qu' devant la princesse de Bretagne, une crainte qui s'étend, en réalité, à toutes les femmes. Une grande différence, pourtant, sépare les deux chevaliers: de sa chasteté, finalement, Amadís se libère avec Oriane, tandis que Dulcinée, pour don Quichotte, est prétexte à la préserver. Amadís ne meurt pas; mais Don Quichotte, oui.

Summary. Alonso Quijano decides to become don Quijote thinking about Amadís, because he is the knight who best suits his lifestyle. The latter is not very fond of women but the nobleman from La Mancha has been much less lustful for many more years. Dulcinea and Oriana hâve been given a similar character, both are strong and domineering: don Quijote feels towards Dulcinea the same fear as Amadís shows for the princess of Brittany, and, in the same way, the former shows himself frightened of ail women. Nevertheless, between thèse two knights there is an enormous différence: Oriana is a relief of De Gaula's chastity, but Dulcinea is the shelter of the hidalgo's purity. For this reason Don Quijote dies and Amadís does not.

Palabras clave. Amadís. Amor. Castidad. CERVANTES, Miguel de. Don Quijote. Dulcinea. MONTALVO, Garci Rodríguez de. Novelas de caballerías. Oriana. Sexualidad. CENTRO DE

ESTUDIOS CERVANTINOS AkaI¿ ¿t Henares, 23 de abril de 2004

Adjunto les envío un ejemplar de la última publicación del Centro de Estudios Cervantinos:

Giuseppe Grilli, Literatura caballeresca y re-escrituras cervantinas

La relación entre la literatura caballeresca y el Quijote viene considerándose con distinto énfasis según las épocas. Hubo un momento en que pareció esencial para entender la obra maestra de Cervantes y el mismo surgir de la novela moderna. Luego pasó a considerarse más bien un simple pretexto para que el genial escritor de Alcalá escribiera el monumento de la literatura española. Más recientemente un interés diferente del de la investigación erudita ahonda en las raíces del libro de entretenimiento, cuya excelencia asegura y consagra el Quijote en los lectores (y lectoras) aficionados al género. El propósito del presente libro es el de escudriñar desde un punto de vista distinto al de la búsqueda de fuentes la relación entre la literatura caballeresca y la escritura cervantina a partir de una confrontación directa porque una re-lectura, en nuestro caso la de los libros cervantinos, es una manera de subrayar la virtus de un clásico. Y los clásicos se escriben siempre como una rescritura, incluso cuando su autor elabora una obra genial. Por ello, las fórmulas que se han acuñado por parte de los críticos y estudiosos para explicar el texto cervantino (libro de entretenimiento, rara invención o comte prose), todas de gran interés porque aseguran la comprensión de facetas importantes de la obra, tal vez escapan al reto de la confrontación de Cervantes con su antedato literario.

Reciba un cordial saludo y esperamos que nuestras publicaciones puedan ser difundidas gracias a su prestigiosa publicación,

Fdo. José ManuelJLucía Megías jmluciar"_^ prra.es /