Amadís Y Don Quijote
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CRITICÓN, 91, 2004, pp. 41-65. Amadís y don Quijote Bienvenido Morros Universidad Autónoma de Barcelona Nadie puede dudar de que Cervantes, al pensar en un modelo para parodia de su personaje, lo hizo en el Amadís de Gaula. Y si pensó en él fue por dos motivos muy importantes: por ser un caballero muy fiel a su amada y por ser bastante casto. Esas dos características las destacó Cervantes hasta la saciedad en don Quijote, desde el prólogo hasta el lecho de muerte de su protagonista. Don Quijote está a punto de cumplir los cincuenta años cuando decide salir a los caminos para resucitar la caballería andante, mientras que Amadís vive su período de máximo esplendor, muy poco antes de su exilio en Peña Pobre, a los veinte, cuando ya ha tenido la primera relación sexual con Oriana. Don Quijote, por el contrario, ni se ha casado ni ha conocido mujer, y, de su vida amorosa, sólo menciona el episodio con Aldonza Lorenzo, a quien convierte en la princesa Dulcinea, pero con quien ni tan siquiera ha hablado, y a quien no queda claro si ha visto. Por edad, Amadís ha de tener un temperamento sanguíneo, como lo demuestra al pedir a su dama, pero sólo dos veces, el quinto grado del amor, aunque sabe dominarse cuando es asediado por otras mujeres; alterna ese temperamento con el melancólico, que pone de manifiesto continuamente, al llorar a la mínima ocasión, siempre relacionada con su dama. Don Quijote, en cambio, exhibe un temperamento entre melancólico y colérico, y por eso pasa, en su etapa como caballero andante, por momentos de deseo y otros de absoluta inapetencia, por unos de preocupante violencia y otros de una tranquilidad serena. Don Quijote, pues, tiene a Amadís como punto de referencia a lo largo de toda la novela, en la primera y segunda parte, aunque da la impresión de imitarlo no sistemáticamente sino cuando se tercia. Sin embargo, durante un buen trecho de la primera parte y al principio de la segunda, parece ceñirse estructuralmente a los episodios más importantes del libro II del Amadís de Gaula. Si bien improvisa la penitencia de amor, es evidente que a partir de ella sigue el mismo itinerario que 42 BIENVENIDO MORROS Criticón, 91,2004 Amadís hasta llegar al castillo de Miraflores para verse con Oriana: el Doncel del mar sale de Peña Pobre con esa perspectiva, pero antes acomete una serie de hazañas, consistente en el combate contra tres gigantes, a quienes unas veces se limita a vencer y otras a aniquilar. Don Quijote deja Sierra Morena, con la esperanza de dirigirse al Toboso para reunirse con Dulcinea, pero antes se compromete a luchar contra un gigante, a quien corta la cabeza en sueños, porque lo confunde con unos cueros de vino que están en la cabecera de su cama. Si no hubiera perdido el protagonismo en esa parte de la novela, para cederlo a otros personajes secundarios (Cardenio, Fernando, Luscinda, Dorotea, etc), habría quedado más clara la sujeción a las acciones de Amadís1. Algunas de esas acciones, que no todas, ya habían sido señaladas por los primeros editores del Quijote. En el presente trabajo, pretendo analizarlas, no sólo para ampliar las deudas de la genial novela de Cervantes para con la de Montalvo, sino para justificar la conducta del caballero manchego en toda la obra hasta su defunción, ocurrida en circunstancias bastante extrañas. La vida y la muerte de don Quijote se explican, pues, por esa imitación de Amadís, y ésa es, creo, mi mayor contribución a las aventuras del amante de Dulcinea. CABALLERO BUSCA NOVIA A sus casi cincuenta años, Alonso Quijano, y también don Quijote, no parece muy por la labor de enamorarse ni de echarse novia. Su transformación en caballero andante le obliga a buscarse una, y para ello recurre a un amor del pasado, aunque no se especifica de qué pasado, del más inmediato o del más remoto: un amor que no superó, si es que llegó a ese grado, la contemplación o visum. En conversación con el eclesiástico con quien comparte mesa en casa de los duques, el caballero de la Mancha reconoce que es enamorado, «no más porque es forzoso que los caballeros andantes los sean»2 —pero quizá lo sea de verdad, de Dulcinea— por su actitud medrosa siempre con las mujeres. En ese punto, como en otros muchos, es posible que esté representando una farsa y que al final se la acabe creyendo3. En su primera salida, sin la compañía de Sancho, don Quijote invoca a su señora para imaginarse, con respecto a ella, en la misma situación que Amadís después de sufrir la ira de Oriana por culpa del falso testimonio del enano Ardián. El de Gaula había obtenido permiso de su amada para ayudar a la reina Briolanja, «la niña fermosa», a recuperar el trono de su padre, y la reina, en agradecimiento, le había regalado una espada, que Amadís había roto al combatir con otro caballero y que, partida en tres partes, mandó a su escudero Gandalín que se la guardara. Tras abandonar la corte del rey Lisuarte, preguntó a Gandalín si llevaba la espada rota, y, al contestarle que no, le hizo volver por ella; pero Ardián se brindó a ir, y, después de 1 En la extensa bibliografía cervantina, hay pocos trabajos dedicados a examinar la relación entre las dos obras (véase Place, 1966). A decir verdad, esa labor casi siempre se ha acometido por los diferentes editores en sus notas al pie de página de la novela, y en ese sentido merece especial atención la de Diego Clemencín. 2 Cervantes, Don Quijote de la Mancha, ed. 1998, vol. I, p. 890. A partir de aquí me limitaré a reproducir, después de cada cita y entre paréntesis, el número de las páginas de esa edición. ^ De melancolía artificial califica la melancolía de don Quijote Roger Bartra, 2001, pp. 168-170 y 175- 178. AMADÍS Y DON QUIJOTE 43 recogerla, al pasar junto a los palacios de Oriana, interrogado por la princesa, hubo de confesarle a qué había regresado, y en su confesión le reveló la sospecha que tenía que Briolanja amaba a su señor y que su señor la correspondía al ofrecerse como caballero suyo. Oriana no pudo reprimir los celos y, montada en cólera, escribió a Amadís una carta en la que le exigía que nunca más volviera a presentarse ante ella. Después de apelar a su amada en los términos que ya hemos visto, don Quijote sigue su camino y no siente necesidad de tomar una decisión drástica en ese sentido. Se cree exiliado por parte de Dulcinea, pero no manifiesta ninguna reacción especial. Sólo en la segunda salida, ya acompañado por Sancho, y huyendo de la justicia después de la liberación de los galeotes, piensa en acometer una penitencia de amor, al refugiarse en Sierra Morena. Es entonces cuando la figura de Amadís surge como el modelo por imitar, a pesar de sus vacilaciones entre seguirlo a él o seguir a Orlando. Si el de Gaula por el desdén repentino de Oriana se refugió en un islote, dentro del mar, llamado Peña Pobre, para dejarse morir, y el paladín francés enloqueció al leer primero en una fuente y después en un cabana las inscripciones, grabadas por el propio Medoro, sobre el amor consumado entre éste y Angélica, don Quijote está dispuesto o a permanecer sine die en Sierra Morena o a perder el juicio de manera definitiva si Dulcinea no pone algún remedio al mal de ausencia que padece. A pesar de ser vecina suya, en doce años que ha estado enamorado de ella no ha logrado verla en más de cuatro ocasiones, y por eso le escribe una carta, porque en función de la respuesta dará o no por terminada su penitencia. En ese planteamiento, pues, sin aún haberse decidido por ninguno de los dos, está más cerca del Amadís, quien abandona su confinamiento en Peña Pobre tras recibir una segunda carta de Oriana. «EL ALEGRE RIBAZO DE LA PEÑA POBRE» Estando en ínsula Firme, Amadís recibe la durísima carta de Oriana, y, tras dar instrucciones a Isanjo para que, en el caso de que él muera, Gandalín herede la ínsula, se mete, olvidándose de sus armas, «muy presto por la espesa montaña»4 (p. 684), allí por donde le lleva su caballo. Es alcanzado por su escudero, y se enoja al verlo, pero sigue su consejo de combatir con Patín, porque éste pretende casarse con Oriana. Después de dejarlo malherido, continúa su periplo hacia no sabe muy bien dónde, pero siempre alejado de la civilización. Cabalga por una floresta, a cuya salida halla un campo en el que dan comienzo muchos caminos: no opta por ninguno y entra «por un valle y una montaña» (p. 701), desde donde llega a «una ribera de una agua que de la montaña descendía» (p. 702). Pasa allí la noche, y su escudero, para disuadirlo de su decisión de dejarse morir, considera a Oriana bajo sospecha, por adoptar ella una actitud tan drástica no teniendo ningún motivo que la justifique: [...] y como la firmeza de muchas mugeres sea muy liviana, mudando su querer de unos en otros, puede ser que Oriana os tiene errado, y quiso, antes que lo vos supiéssedes, fingir enojo contra vos (p. 703). 4 Montalvo, Amadís de Gaula, vol. I, p. 684. Desde este momento reproduzco sólo las páginas después de cada cita. 44 BIENVENIDO MORROS Criticón, 91,2004 Amadís no puede menos que reaccionar con gran ira al oír esas acusaciones contra su amada, pero consigue dominarse, atribuyendo a su escudero una buena voluntad y zanjando la discusión con una amenaza verbal, formulada en condicional: [...] y si yo no entendiesse que por me conortar me lo has dicho, yo te tajaría la cabeça; y sábete que me has fecho muy gran enojo, y de aquí adelante no seas osado de me dezir lo semejante (p.