EELL DDUULLCCEE PPOORRVVEENNIIRR Un retrato sobre la vida y los sentimientos más básicos del ser humano

FICHA TÉCNICA:

Título original: The Sweet Hereafter Nacionalidad: Canadá Año: 1997 Dirección: Guión: Atom Egoyan (basado en la novela Como en otro mundo de Russell Banks) Producción: Atom Egoyan, Camelia Frieberg Dirección de Fotografía: Paul Sarossy Montaje: Susan Shipton Dirección Artística: Phillip Barker Música: Mychael Danna Reparto: ( Mitchell Stephens ), Sarah Polley ( Nicole Burnell ), Bruce Greenwood ( Billy Ansell ), Tom McCamus ( Sam Burnell ), Arsinée Khanjian ( Wanda Otto ), Gabrielle Rose ( Dolores Driscoll ), ( Wendell Walker ), Al- berta Watson ( Risa Walker ), Stephanie Morgen- stern ( Allison ), Earl Pastko ( Hartley Otto ), David Hemblen ( Abbott Driscoll ) Duración: 112 min. (Color)

SINOPSIS:

La gente de un pequeño pueblo de Canadá queda destrozada al conocer una dramática noti- cia. El autobús escolar se ha hundido en un la go al derrapar por culpa de la nieve. Durante el incidente muere la práctica totalidad de los niños del pueblo. Unos días después de este trági- co acontecimiento, un abogado, Mitchell Stevens aparece en el pueblo para representar a toda la comunidad afectad a en el juicio que se va a realizar contra la empresa de transportes. La decisión de Stevens de ayudar a la ciudad, tiene un cierto paralelismo con su propia vida.

HOJA INFORMAT IVA

Nº 10 6

Dic iembre 2005

COMENTARIOS:

Nacido en El Cairo de p adres armenios y educado en Canadá, este “ciudadano del mundo” llamado Atom Egoyan se ha gana- do por méritos propios el reconocimiento unánime de la crítica internacional gracias a una corta pero intensa filmografía. Des- pués de diversos trabajos en televisión, media docena de cor- tometrajes y varias películas de bajo presupuesto, Egoyan tras- pasaría las fronteras de su país de acogida con El Liquidador (1991) y Exótica (1994), confirmándose como uno de los auto- res más personales y sorprendentes del panorama cinematográ- fico actual. El Dulce Porvenir rodada en 1997, es el séptimo largometraje de su carrera y su obra más conocida por el gran públicoTexto… hasta la fecha. Seleccionada en el Festival de Cannes de ese año en la sección oficial a concurso consiguió el premi o FIPRESCI de la crítica internacional, el Premio del Jurado Ecu- ménico y el Gran Premio del Jurado. Poco después se alzaría con la Espiga de Oro en Valladolid y meses más tarde era “premiada” en plena fiebre de Titanic por la Academia de Hollywood, con dos nominaciones al Oscar a Mejor Director y Mejor Guión Adaptado . Por primera vez en su carrera Egoyan , también guionista de todas sus películas, se enfrentó a una historia no original adaptando la novela Como en otro mundo ( The sweet hereafter ) del estadounidense Russell Banks. Sin embargo el resultado no carece en ningún momento de su particular lenguaje visual y narrativo, hasta el punto de que el propio Banks llegó a reconocer tras ver l a película que la adaptación mejoraba su libro, ya de por sí una impactante y descarnada reflexión sobre la condición humana. Egoyan recurre una vez más a personajes cotidianos que podríamos señalar casi como arquetipos, pero cuyo enfrentamiento ante la de sesperanza los hace a la vez profundamente creíbles y cercanos. Seres marcados por experiencias o verdades traumáticas cuyas vidas, como ocurre en la propia realidad, se entretejen dando lugar a historias cruzadas con un mismo punto en común: la voluntad para sobreponerse al dolor. La discontinuidad temporal propia de la narrativa moderna que Egoyan aporta al relato, nos hace conscientes de la primacía de los sentimientos y las relaciones que se establecen entre sus protagonistas por encima de la correlació n cronológica de los hechos. En realidad es indiferente si lo que vemos ocurrió antes, durante o después del accidente porque lo verdaderamente importante no es cuándo sino qué ocurrió, la respuesta que se genera ante la tragedia. Esa lucha contra el destino que Fritz Lang definía como el eje estructural de todas sus obras ( Furia por citar sólo un ejemplo), pero que en el cine de Egoyan adquiere un sentido sutilmente distinto. El Dulce Porvenir es ante todo un retrato sobre la vida y los sentimientos más bá sicos del ser humano. Una obra que elude el sentimentalismo convencional para tratar de mostrarnos a través de una mirada distante, aquello que hace del hombre un ser profundamente terrenal capaz de sentir odio, ira, amor y ternura con la misma intensidad extrema. Por eso lo que realmente define sus films no es la contemplación de la lucha en sí misma, sino más bien la actitud reflexiva que plantea sobre las emociones y sentimientos que experimentamos ante la adversidad. La tragedia de una pequeña población perdida entre las montañas de Canadá, cuya historia se enlaza con la leyenda del flautista de Hamelin, es el punto de partida para un análisis mucho más amplio y complejo que podríamos trasladar a toda la sociedad o incluso a la Humanidad misma. Como ocur riera a los habitantes de la fábula, la comunidad se señala así misma como máxima responsable en la muerte de unos niños que han acabado pagando los graves pecados de sus padres. Todos los personajes de la película viven así unidos por este sentimiento com ún de pérdida y culpabilidad, pero la diferencia radica en la manera en que cada uno se enfrenta a ese sentimiento. La repentina aparición de Mitchell Stephens (espléndido Ian Holm en uno de sus escasos papeles protagonistas), un abogado que promete a las familias una cuantiosa indemnización por el accidente, es interpretada como la llegada de un ángel salvador que les liberará de sus remordimientos. Sin embargo para él se trata simplemente de una cruzada más, en la cual descargar la rabia contenida en la que se ha convertido el amor por su hija drogadicta. Stephens es por tanto incapaz de curar sus propias heridas y menos aún las de la comunidad. No puede ofrecer una salida al dolor sólo señalar un camino para “encauzar la ira”, la suya y la de todos aquellos que quieran seguirle. Nicole , la “tullida” que no pudo acompañar al flautista hacia la muerte, es la única capaz de comprender la inutilidad de culpar a los demás por sus heridas, ese falso consuelo prometido por Stephens que no hará sino hundirles a to dos aún más en la desesperación. La verdadera redención supone pues aceptar sus fantasmas y aprender a convivir con ellos. Éste es el único medio para sobreponerse a la devastación de sus vidas y seguir hacia delante en la dirección que les ha sido impuest a por el destino, o lo que es lo mismo, aprender a convivir en el dulce porvenir que el flautista les prometió.