REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA Año XLI, No 82. Lima-Boston, 2do semestre de 2015, pp. 37-52

SARMIENTO FRENTE A ESPAÑA. VISIONES DE UNA ROMÁNTICA EN EL MUNDO

Alejandra Laera Universidad de / CONICET

Resumen El artículo aborda un aspecto central de la relación entre Europa e Hispanoa- mérica que despliega Domingo F. Sarmiento en sus Viajes (1845-1847). Para ello, trabaja con el relato del viaje a Francia y a España, y el modo en que se distancia de las “impresiones de viaje”. El planteo principal es que la idea de orientalismo, de corte romántico, le permite a Sarmiento procesar la situación de minoridad lingüística y cultural del Río de Plata y reposicionarse respecto de la cultura europea. En ese sentido, su relato de viajes retoma y reconfigura las nociones de color local, exotismo y orientalismo que había planteado Facundo (1845). Palabras clave: Domingo F. Sarmiento, relato de viajes, antihispanismo, orienta- lismo, romanticismo, color local.

Abstract This paper examines the complex relationship between mid-19th century His- panic American culture and Europe by looking at one of the salient sentiments in Domingo F. Sarmiento’s Viajes (1845-1847): his antihispanism. Specifically, it focuses on the sections on France and Spain, where Sarmiento’s work signifi- cantly eschews the style of “travel impressions”. In those sections, Romantic orientalism allows Sarmiento to both inscribe the minority status of Río de la Plata’s culture and language politically, and to position himself in the larger context of European culture. This rhetorical maneuver enables Sarmiento to revisit and reconfigure notions of local color, exotism and orientalism he had explored in Facundo (1845). Keywords: Domingo F. Sarmiento, travel narrative, antihispanism, orientalism, romanticism, local color.

La anécdota que me interesa compartir en esta oportunidad está narrada en una carta que Domingo Faustino Sarmiento escribe des- de París, en 1846, durante su viaje a Europa. A fines del año ante- 38 ALEJANDRA LAERA rior, Sarmiento ha salido de Santiago de Chile, donde está exiliado, enviado por el gobierno en misión oficial para estudiar los sistemas europeo y norteamericano de educación pública, y mientras viaja escribe sus impresiones en forma de cartas dedicadas a sus amigos o colegas de Hispanoamérica, que reunirá en el volumen publicado en 1849. Entre esas cartas, una de las más conocidas es la que le envía desde París a su amigo Antonino Aberastain, también exilado en Chile por oposición al gobierno sanjuanino. París era el destino so- ñado por Sarmiento, el espacio donde, según pensaba, encontraría la gran consagración en la República mundial de las letras, una suerte de consagración à la Pascale Casanova, según la cual, por lo menos desde el siglo XVIII y hasta promediado el XX, el paso por París otorgaba visibilidad y legitimidad a los escritores, en particular a aquellos provenientes de las periferias, con sus anacronismos litera- rios y su distribución desigual de recursos literarios (Casanova 115- 142)1. Para lograrlo, decía Sarmiento, tenía dos llaves: una carta de recomendación del gobierno chileno, y su libro Facundo, publicado en 1845 a modo de propaganda antirrosista: “La llave de dos puer- tas llevo para penetrar en París, la recomendación oficial del go- bierno de Chile y el Facundo; tengo fe en este libro” (Viajes 135)2.

1 En cuanto a la consagración, afirma Casanova que “en forma de recono- cimiento por parte de la crítica autónoma, es una especie de paso de la frontera literaria” y que “La transmutación mágica que operan los grandes consagrado- res es, para los textos procedentes de regiones desheredadas literariamente, un cambio de naturaleza: un tránsito de la inexistencia a la existencia literaria, de la invisibilidad al estado de literatura, transformación aquí llamada literarización” (172). Más allá de los matices que se podrían introducir a esta afirmación para el esquema centro-periferia que conlleva la propuesta de Casanova, lo que quiero enfatizar es que Sarmiento asume una posición en consonancia total con ese tipo de ideas (su ratificación de lo nacional y lo americano frente a lo español o frente a interpretaciones europeas de la realidad rioplatense no prescinde nun- ca, para su imposición, consagración y valoración, de la contracara, justamente, europea, universal o incluso extranjera; ver Facundo 9-10). 2 El entonces ministro de educación Manuel Montt, amigo personal de Sarmiento, envía una carta, a la que se refiere en su texto, a un importante di- plomático de la cancillería chilena en París, quien le consigue al viajero, de he- cho, una entrevista privada con el ministro Guizot (para un registro detallado de las actividades de Sarmiento en su estada en Francia, ver Verdevoye 639- 715). Todas las citas de Sarmiento en sus Viajes corresponden a la edición de 1981, que normaliza y actualiza la ortografía.

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Sarmiento espera entregar su libro a diversas personalidades de la escena política y cultural francesa, hacer conocer a través de él la si- tuación en el Río de la Plata y explicarla por medio de su fórmula civilización/barbarie. Pero también espera que su libro sea comen- tado por los críticos en la prensa, en particular en la prestigiosa Re- vue des Deux Mondes. Sin embargo –y acá se inicia la anécdota–, cuando prueba la se- gunda llave, es decir el libro, esta no funciona. Lamentablemente, el envío de ejemplares hecho desde Valparaíso antes de su salida se había perdido y Sarmiento llevaba consigo un solo ejemplar, con lo cual se hacía imposible entregarlo a los diversos diarios y revistas, y por lo tanto, difundirlo como tenía previsto. Finalmente, ya unos dos meses después, consigue dejarlo en la Revue como él quería, pe- ro pasan varias semanas más sin noticias, hasta que un día lo reciben con efusividad, lo invitan a colaborar periódicamente y le prometen una próxima reseña del Facundo. Pese a la demora, Sarmiento acepta porque el artículo le hace falta para presentarse ante los escritores: “En París –afirma– no hay otro título para el mundo inteligente que ser autor o rey” (Viajes 137). Por eso mismo, de hecho, no había querido ser introducido todavía a Jules Michelet o a Alphonse de Lamartine: “no quiero verlos como se ven los pájaros raros –explica–; quiero tener títulos para presentarme a ellos, sin que cre- an que satisfago una curiosidad de viajero” (Viajes 137). La reseña saldrá finalmente en diciembre, cuando Sarmiento esté atravesando España para llegar a Barcelona: consta de una extensa glosa y co- mentario del Facundo con la firma del especialista en compte-rendues de libros hispanoamericanos Charles Mazade, que Sarmiento se ocupa de poner en circulación, pero, sobre todo, de aprovechar primero al volver a Chile y unos años después en su regreso al Río de la Plata. La anécdota, podríamos decir, tiene un final feliz: Sarmiento no se consagra en París tal como hubiera querido, pero el artículo le rinde muy bien en su consagración americana (una módica vuelta de tuer- ca a las teorizaciones de Pascale Casanova). De toda la anécdota, quiero detenerme en el momento en que Sarmiento, con su único ejemplar del Facundo, busca insistentemente que alguien lo recomiende a la prensa; es justo después de pregun- tarse cómo hacer para entregarlo a todos los diarios y revistas al mismo tiempo. Escribe entonces: “Yo quería decir a cada escritor

40 ALEJANDRA LAERA que encontraba, io anco!, pero mi libro estaba en mal español, y el español es una lengua desconocida en París, donde creen los sabios que sólo se habló en tiempo de Lope de Vega o Calderón y después ha degenerado en dialecto inmanejable para la expresión de las ideas” (Viajes 135). Y concluye anunciando la siguiente decisión: “Tengo, pues, que gastar cien francos para que algún orientalista me traduzca una parte” (Viajes 135). En su búsqueda de consagración parisina, Sarmiento pone las dificultades a las que se enfrenta por ser un visitante (un extranjero) en términos, ante todo, lingüísticos. Y lo hace doblemente. Primero, porque él usa lo que llama un “mal español”, esto es: el español del Río de la Plata, no del castellano que, en principio, se habla en España. Segundo, porque el español, por ser la lengua de España, estaría culturalmente devaluada entre las lenguas que se hablan en la Europa occidental. Así, en el razo- namiento expuesto por Sarmiento, es el español oficial, el caste- llano, el que se convierte en un dialecto. Pero, y ahí está el tour de force sarmientino, no lo es estrictamente en un sentido idiomático, como lo son otras lenguas que se hablan en España y como incluso podría llegar a decirse del “mal español” del Río de la Plata, sino que se trata de una suerte de dialecto cultural, ya que se considera “inmanejable para la expresión de las ideas” (Viajes 135). Claro que el castellano no sólo deja de ser interesante, y por lo tanto deja de ser comprendido y apreciado, sino que arrastra en su devaluación al español rioplatense. Desconocido en París, el castellano se convierte allí, cuando lo habla malamente un argentino, en una lengua menor. Porque, si aten- demos a los rasgos que dan Gilles Deleuze y Felix Guattari para de- finir a la literatura menor, se trata de una lengua desterritorializada que, en la coyuntura postcolonial, se articula, por el corrimiento respecto del castellano, políticamente, y cuya enunciación sólo pue- de ser un dispositivo colectivo (31). Es que, en París, el mismo Sar- miento está en situación de minoridad. En esas condiciones, Sar- miento se propone, antes que mostrar los problemas de lo español y cómo ello explica en gran medida los problemas del Río de la Plata, hacer, de la situación de minoridad lingüística, la fuerza de su litera- tura. En la operación sarmientina que va de la escritura del Facundo al relato de su reseña en la Revue des Deux Mondes, ese “mal español” deja de ser, por su propia condición menor (en Francia, pero tam-

SARMIENTO FRENTE A ESPAÑA 41 bién en España), “inmanejable para la expresión de las ideas”. Una vez más, aunque con un sentido inverso al que le había dado hasta entonces, la solución más apropiada resulta la traducción. No es sino por medio de la traducción que Sarmiento dirime su posición en París. Ya no es él quien traduce para conjurar la distan- cia con Europa –como lo había hecho en su primera juventud, para aprender la gramática inglesa, con las novelas de Walter Scott, ni al- go después, para difundirlos en la prensa, con libros en inglés o francés (Recuerdos de provincia)–, sino que ahora se hace traducir. Y hacerlo implica la necesidad de enfatizar la posición de minoridad respecto de lo español, y por lo tanto su gesto político cultural, en el mismo movimiento con el que el texto es sacado de ese “dialecto inmanejable para la expresión de las ideas” que resulta insuficiente en París. Como si dijéramos: cuando las ideas están en francés, se expresan mejor3. Ahora bien: ¿quién es capaz de traducir esa lengua menor en París, donde, como descubre Sarmiento, se la desconoce? Acá quiero mencionar un hecho que me parece fundamental y que –hasta donde sé– no ha sido destacado: si Sarmiento se pone a buscar un traductor para su libro en París, él, que ha venido tan preparado y con tan claras expectativas, es porque si algo lo sor- prende al llegar a Europa es el desconocimiento de la lengua espa- ñola en Francia. Sólo eso explica que no haya previsto hacer una traducción del Facundo en Chile, donde tenía más recursos, algo más de tiempo, menos urgencia (aun cuando el viaje haya sido decidido bastante repentinamente). Sólo eso explica que haya quedado libra- do a la improvisación un hecho sin el cual gran parte de sus expec- tativas se verían frustradas. No puedo sino leer desconcierto en la imposibilidad de hacer conocer el libro, en la frustración de sentirse reconocido como un par, como escritor (y decir: “io anco!”). Re- cordemos que Sarmiento acaba de llegar a París y aún no ha visitado España, pero también que, además de haber escrito el Facundo y

3 La escena no puede sino recordarnos la operación realizada con el “On ne tue point les idées!” que Sarmiento usa como epígrafe de Facundo, que cita en el original y en traducción acriollada (“A los hombres se degüella, a las ideas no”) varias veces a lo largo de su obra y que siempre le sirve para zanjar las diferen- cias culturales en el terreno del don de lenguas; Sarmiento recurre al francés, al cruzar la frontera en su exilio a Chile, y sabe que sus perseguidores políticos no pueden entenderlo (Facundo 4-5).

42 ALEJANDRA LAERA numerosos artículos periodísticos, ha entablado una polémica con Andrés Bello acerca del español, en la cual, frente al academicismo gramatical de Bello, él propone una reforma ortográfica guiada por la prosodia4. A todo esto, hay que sumarle algo más importante to- davía: la idea de mundo (civilizado) que tenía Sarmiento, un mundo al que el Río de la Plata pertenecía por derecho y al que él sólo tenía que ir a ocupar su lugar. Que Sarmiento haya acometido descripcio- nes por lo que sabía a través de los libros, que haya estudiado len- guas por su cuenta (entre ellas el francés), animándose a traducir y suponiendo que podía entenderlas y hablarlas, forma parte de una idea de mundo según la cual la pertenencia es un derecho y el acce- so a la cultura universal una cuestión de voluntad. Una idea de mundo que, paradójicamente, revela su desconocimiento. Justamen- te Sarmiento, que para garantizarse ese derecho y acortar distancias se dedicó a la traducción (traducción cultural que implicaba traduc- ción de lenguas), se encuentra –de pronto– en la necesidad de ser traducido para sus pares5. Entonces, volviendo: ¿quién puede traducir esa lengua menor en París? Para referirse al traductor del español, Sarmiento usa la pala- bra “orientalista”: “Tengo, pues, que gastar cien francos para que algún orientalista me traduzca una parte” (Viajes 135). No busca Sarmiento apenas un traductor ni alguien que simplemente sepa cas- tellano, no busca Sarmiento un letrado que domine la lengua espa- ñola como bien podría dominar el inglés ni tampoco un viajero en condiciones de pasar su texto al francés. Busca, en cambio, un orientalista, una suerte de especialista –podría decirse a esa altura del siglo XIX, que ya había conocido a Silvestre de Sacy– en aquello más previsiblemente vinculado con el lejano y el cercano Oriente, con Asia, con el mundo árabe, con Egipto...6. Por supuesto, Sar-

4 Para la posición de Sarmiento en la polémica que sostuvo con Andrés Be- llo en 1842, ver particularmente, entre otros, “Ejercicios populares de la lengua castellana” y “Se contesta a un comunicado” (Mercurio, 17/4 y 7/5) (Polémicas de Santiago de Chile 1842). 5 En un movimiento muy diferente al previsible dentro del mundo cultural: que los pares y/o la crítica lean un libro en el original y decidan traducirlo para ampliar su difusión. 6 Dice Edward Said con respecto al proceso de especialización del orienta- lismo que, en líneas generales y a lo largo del siglo XIX, va de los escritos de los

SARMIENTO FRENTE A ESPAÑA 43 miento se refiere a un orientalista en términos lingüísticos, filológi- cos; sin embargo, a la luz de los capítulos elegidos para su traduc- ción –correspondientes a la primera parte, sobre el territorio y sus habitantes–, los mismos que glosaría Charles de Mazade en su comp- te-rendu para la Revue des Deux Mondes, podemos inferir que el orienta- lismo filológico nunca se restringe a la lengua, sino que supone e implica una visión del mundo. Lo español, así, no sólo arrastra a lo hispanoamericano fuera de la idea de mundo occidental, impulsado por la idea de progreso, sino que lo lleva al terreno del orientalismo y lo exotiza; lo español se convierte en lo otro, pero ya no por sus antiguos vínculos con el mundo árabe (un tipo de orientalismo que el mismo Sarmiento había aprovechado en el Facundo al proponer la analogía entre las estepas y la llanura, entre el tipo árabe y el gaucho mestizo, entre el despotismo oriental y el caudillismo rioplatense), sino en la propia lengua7. El color local, parece decir el texto de un Sarmiento al que puede imaginárselo más y más desconcertado, ra- dica en la lengua; esto es: en lo que lo español tiene de más caste- llano (¡y no de más oriental!). Sarmiento se encuentra entonces con una España exotizada y totalmente romántica, en París, justo antes de conocerla: una España que es y no es como se la había imagina- do. Una España que, orientalizada también en la lengua, pone al propio Sarmiento, en tanto hispanoamericano, en el lugar de lo exó- tico. Sarmiento, que va a mirar y a conocer, pero también a dar a conocer y explicar, se encuentra en París con una imagen de su país, y por extensión, de sí mismo, que no es la que espera, pero ya no sólo por un error de interpretación sobre la realidad rioplatense,

viajeros a la academización: “El orientalismo, como saber especializado, se or- ganiza sistemáticamente adquiriendo material oriental y difundiéndolo de forma regulada. Por un lado están las obras de gramática copiadas e impresas y los textos originales adquiridos, y por otro, la extensa difusión y el incremento nu- mérico de todas estas obras o incluso el hecho de dar una forma periódica a este conocimiento” (205). 7 Sobre las analogías orientalistas y su conexión con el despotismo como forma de gobierno, ver Altamirano, “El orientalismo y la idea del despotismo en Facundo” 178-191; sobre el recurso general a la analogía en Sarmiento, ver Ricardo Piglia, “Notas sobre Facundo” 7.

44 ALEJANDRA LAERA sino por su exotización (que literaliza lo que en Facundo había sido un recurso comparativo que le servía explicativamente)8. Antes de terminar la lectura de esta anécdota para entrar a la car- ta que escribe desde España, querría señalar un último detalle. Me refiero a los cien francos que Sarmiento debe destinar inesperada- mente para pagarle la traducción al orientalista. En efecto, en la en- trada de agosto de 1846 del Diario de gastos que acompaña su viaje, consigna 102 francos y aclara: “Pagado a Mr. Bournon por la tra- ducción de la primera parte del Facundo” (Viajes 169). Casi nada más caro ha pagado en París Sarmiento que la traducción del español al francés de unos capítulos de su libro. Hagamos la comparación: lo mismo le ha salido un mes de alquiler, lo mismo le ha prestado a un amigo, un poco más es lo que pagó por dos trajes de pantalón y chaleco (Viajes 167-168 y 172-176). En definitiva: hacerse traducir por un orientalista, en la París de mediados del siglo XIX, es suma- mente caro. Lo que paradójicamente hace del español, en su condi- ción de objeto exótico, un objeto de valor. Por esa vía, entonces, del color local, del romanticismo, de lo premoderno, de lo orientalista, es que lo español, tan devaluado culturalmente para Sarmiento, se revaloriza en tanto objeto cultural infrecuente, rara avis. Después de esa experiencia en París, Sarmiento llega a España, cuyo relato de viaje dedica al escritor y político chileno Victorino Lastarria, “el escritor rayano en cuanto a las ideas entre español y francés” (Viajes 184). Lastarria, con quien, según dice para justificar el tratamiento empleado en la carta –y aunque el extenso epistolario entre ambos no lo demuestre tan claramente–, se tratan en la se- gunda persona del plural: “os escribo”. También esta vez, para ha- blar de España, Sarmiento habla primero de la lengua. Lo hace, para empezar, y ya por total elección y no incitado por las circunstancias, sobre la ortografía, la pronunciación y la traducción. Como si hubie- ra aprendido de las circunstancias al tener que jerarquizar su “mal español” haciéndolo traducir al francés, Sarmiento pone en escena

8 ¿Descompensación de sus impresiones o compensación discursiva? En cualquier caso, la imagen de Sarmiento evitando presentarse sin su libro ante las figuras de la escena política y cultural francesa para que no crean que él las mira como mira el viajero “los pájaros raros” es la contracara de la rareza del propio Sarmiento que se infiere de todo el episodio “orientalista” sobre el libro en cas- tellano y su necesidad de traducción.

SARMIENTO FRENTE A ESPAÑA 45 la potencia de la lengua menor y dirime una gran diferencia cultural en la pequeña diferencia lingüística. En una tertulia alguien observa que la desviación de la ortografía usual establecía una separación to- tal entre España y las colonias. Sarmiento, entonces, declara que eso no importa, que allá no leen libros españoles, que los españoles no tienen autores, ni escritores ni nada. Y redobla la apuesta: “como ustedes aquí y nosotros allá traducimos, nos es absolutamente indi- ferente que ustedes escriban de un modo lo traducido y nosotros de otro” (Viajes 184). En este ingreso a la sociabilidad cultural madrile- ña, y frente a la noción de colonia, Sarmiento responde, enfático, sosteniendo la lengua menor (y de paso, justificando otra vez su propia reforma ortográfica frente al academicismo)9. A diferencia de lo ocurrido en otras regiones tras el proceso emanicipatorio de la América hispana, en el Río de la Plata el anti- hispanismo fue prácticamente unánime y su teorización más acaba- da la llevó adelante la autoproclamada Generación del 37 a la que pertenecía Sarmiento10. En las lecturas del Salón literario realizado en la librería de Marcos Sastre, que protagonizaron Esteban Eche- verría, y Juan María Gutiérrez, el rasgo común

9 En la polémica contra el academicismo, señalaba Sarmiento unos años an- tes, en artículo del Mercurio del 17/4/1842: “Convendría, por ejemplo, saber si hemos de repudiar en nuestro lenguaje, hablado o escrito, aquellos giros o mo- dismos que nos ha entregado formados el pueblo de que somos parte, y que tan expresivos son, al mismo tiempo que recibimos como buena moneda los que usan los escritores españoles y que han recibido también del pueblo en medio del cual viven. La soberanía del pueblo tiene todo su valor y su predominio en el idioma; los gramáticos son como el senado conservador, creado para resistir a los embates populares, para conservar la rutina y las tradiciones. Son a nues- tro juicio, si nos perdonan la mala palabra, el partido retrógrado, estacionario, de la sociedad habladora; pero, como los de su clase en política, su derecho está reducido a gritar y desternillarse contra la corrupción, contra los abusos, contra las innovaciones” (“Ejercicios populares de la lengua castellana”). 10 Los jóvenes de la Generación del 37 se reunían en el Salón literario orga- nizado en la librería de Marcos Sastre, donde tuvo lugar una serie de lecturas hasta que debió suspenderse por conflictos con el gobernador de Buenos Aires, ; el Salón tuvo eco en encuentros similares en algunas otras provincias del Río de la Plata, como San Juan, desde la cual participó Sarmiento. Una vez que los conflictos con Rosas y con los gobernadores adep- tos provocaron el exilio de sus integrantes, el intercambio generacional se con- tinuó, sobre todo, epistolarmente.

46 ALEJANDRA LAERA fue, de hecho, el antihispanismo, uno que, como puede comprobar- se al revisar la exposición de Gutiérrez, pasa entre otras cosas por la lengua. Gutiérrez será claro y contundente acerca de la necesidad no sólo de distinguirse, sino de separarse por completo de España: Nula, pues, la ciencia y la literatura española, debemos nosotros divorciar- nos completamente con ellas, emanciparnos a este respecto de las tradi- ciones peninsulares, como supimos hacerlo en política, cuando nos procla- mamos libres. Quedamos aún ligados por el vínculo fuerte y estrecho del idioma; pero este debe aflojarse de día en día, a medida que vayamos en- trando en el movimiento intelectual de los pueblos adelantados de la Euro- pa. Para esto es necesario que nos familiaricemos con los idiomas extran- jeros, y hagamos constante estudio de aclimatar al nuestro cuanto en aquellos se produzca de bueno, interesante y bello (153-154). Sarmiento sigue, en cuanto al antihispanismo, las ideas de su ge- neración, sólo que les da, poniendo en práctica en solitario su pro- puesta de reforma ortográfica, una inflexión individual. No sólo se separa del academicismo español, sino también de la postura de un personaje de la importancia de Andrés Bello, con quien en principio coincide en lo político. Pero, sobre todo, se distingue de sus congé- neres, porque convierte su reforma ortográfica en un rasgo personal de originalidad al ponerla en práctica en su propia escritura; y en esa especie de escritura privada –ya que ninguno de sus compañeros llegó a adoptarla–, Sarmiento redobla la carga política de la lengua menor. Por caminos diferentes, Sarmiento y Gutiérrez fueron los más antihispanistas de todos los románticos del 37, como lo de- muestra este episodio tardío: todavía en 1876, Gutiérrez rechaza el ingreso a la Real Academia Española, por considerar, como lo ex- plica en su respuesta pública y a lo largo de las Cartas de un porteño, que debe rechazar una implícita colonización del lenguaje y sus con- secuencias en otras zonas del pensamiento11.

11 Tras una disquisición específica sobre la lengua que abre la polémica en- tablada en la prensa sobre el tema, concluye Gutiérrez: “Creo, señor, peligroso para un sudamericano la aceptación de un título dispensado por la Academia Española. Su aceptación liga y ata con el vínculo poderoso de la gratitud, e im- pone a la urbanidad, si no entero sometimiento a las opiniones reinantes en aquel cuerpo, que como compuesto de hombres profesa creencias religiosas y políticas que afectan a la comunidad, al menos un disimulo discreto y tolerante por esas opiniones; y yo no estoy seguro de poder amañar mis inclinaciones a las de la Academia [...]” (72-73). Habría que llegar a las primeras décadas del

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Ahora bien: ¿cómo logra resolver Sarmiento, en su viaje y en su relato del viaje, la relación entre la necesaria diferenciación/ deva- luación de lo español y el color local inherente al orientalismo que a todo romántico le resultaba imprescindible? ¿Busca acaso distribuir parejamente la crítica a lo español y el color local adjudicable a lo español? ¿O, para sostener la distancia crítica, resigna la atracción orientalista? Desde la escena inicial de corte lingüístico y cultural, Sarmiento presenta el color local (lo poético) de un modo en el que leo, ante todo, el planteo de un gran malentendido. El razonamiento puede reconstruirse más o menos así: si una ventaja tiene el argen- tino respecto de los europeos no españoles, como afirma de entra- da, es la posibilidad de reconocer la lengua y entender lo que oye y lo que ve; en cambio, “el extranjero que no entiende aquella grani- zada de palabras incoherentes, se cree en un país encantado” y “de- clara a España el país más romanesco, más sideral, más poético, más extra-mundanal que pudo soñarse jamás” (Viajes 186). En resumen: aquel que encuentra lo exótico en España es sólo aquel que no ha- bla castellano, mientras un argentino, al entender, no se deja enga- ñar. Por esa vía, el argentino resulta superior, como viajero, frente a, por ejemplo, un francés o un inglés. Y de ese modo, Sarmiento apa- rece, en España –ya que no lo fue en Francia–, como un viajero ex- cepcional. Un viajero, a la vez, de otros viajeros europeos. Así como en la introducción de los Viajes admitiría que después de Alexandre Dumas era difícil escribir un libro de viajes que intere- sara de verdad al lector, dado que en sus “impresiones” no se sabe “si lo que se lee es una novela caprichosa o un viaje real sobre un punto edénico de la tierra”, en esta carta desde Madrid no duda en incluir a Dumas entre quienes leen el color local sólo porque com- pensan la comprensión insuficiente con la analogía (Viajes XIII y 187). Y es en la analogía donde se gesta el orientalismo: en el brillo de la atmósfera, en los tintes del horizonte y en el suelo desnudo reconocía seguramente Dumas paisajes que había descrito “admira-

siglo XX para que tuviera lugar un giro hispanista (que estaría acompañado, en muchos casos, de una relectura acorde de la obra y la figura de Sarmiento, en particular en algunas de las biografías que de él se escribieron a propósito del Centenario de su nacimiento, como la Historia de Sarmiento de Leopoldo Lugo- nes (1911).

48 ALEJANDRA LAERA blemente, sin haberlos visto” en sus Quince días en el monte Sinaí12. Al describir la operación de Dumas, Sarmiento parece –¡y lo hace co- mo si no se diera cuenta!– describir su propia operación en el Facun- do: su propia analogía entre las pampas y Oriente; entre un territorio que desconocía y sobre el que había muy poco escrito y un espacio que conocía por los innumerables relatos de viaje. “El aspecto físico de la España –dice en la carta de Madrid– trae en efecto a la fantasía la idea de África o de las planicies asiáticas” (Via- jes 187). En todos los casos, una vez más, Sarmiento apela al color local, lo busca y lo encuentra, analogía mediante, en el orientalismo, pero a la vez lo critica, lo expulsa de su idea de civilización. En efec- to: para Sarmiento, el orientalismo es la estetización de la barbarie. Y así como en Facundo era la barbarie americana la que podía enten- derse, inédita y renovadoramente, a partir del imaginario orientalista, en el viaje por Europa el orientalismo sirve, replicando la mirada de tantos viajeros europeos, para describir e interpretar España; la he- rencia que Sarmiento, como sus congéneres y como todo romántico rioplatense, quiere desterrar13. Este gesto resulta complementario de otro, que parece contra- puesto, pero apunta al mismo fin: reposicionar al Río de la Plata en el mundo occidental y, por lo tanto, reposicionarse en su cultura. Se trata de vaciar a España de originalidad y pintoresquismo, de sacarle el color local, de desestetizar una zona de lo oriental que hay en ella. En ese sentido es que España “por desgracia cada día va perdiendo

12 Quinze jours au Sinaï corresponde a la serie de Impressions de voyage de Ale- xandre Dumas y fue publicada en 1839, pero tiene como rasgo distintivo que su autor no realizó el viaje a Egipto, sino que escribió a partir de las notas tomadas in situ por su gran amigo Adrien Dauzats. 13 Otro paso da Sarmiento, inmediatamente después, cuando escriba la carta sobre su viaje a África (Viajes 235-274). Allí, y a medida que atraviesa el territo- rio, el exotismo despierta sus “instintos”, que le permiten conocer, de otro mo- do, lo diferente, y revisar la analogía entre el “desierto” argentino y el desierto africano, entre sus habitantes y sus costumbres. Como si se alejara del orienta- lismo que se infería del Facundo y que terminó de conocer en Francia, pero también del que se intentaba encontrar y descubrir en España, y se acercara al sentido segaleniano del exotismo, a la “sensación” de exotismo: “qui n’est autre que la notion du différent; la perception du Divers; la connaissance que quelque chose n’est pas soi-même; et le pouvoir d’exotisme, qui n’est que le pouvoir de concevoir autre” (Segalen 23).

SARMIENTO FRENTE A ESPAÑA 49 algo de su originalidad primitiva” (Sarmiento, Viajes 187): la diligen- cia ya no es más detenida por bandidos, los bandidos ya no se es- conden con sus carabinas para asaltar al viajero, los pueblos de Cas- tilla son ruinas porque han sido quemados en las guerras carlistas, tampoco están más los grupos de monjes recorriendo los caminos, etcétera. “El viajero que busca el color local –dice Sarmiento– no reconoce la España, sino cuando apercibe los mendigos” (Viajes 192), sólo que esos mendigos también han cambiado sus costum- bres. Esos cambios, esa pérdida de originalidad, es lo que Sarmiento llama “decadencia de la época”. Y es el mismo proceso que otros viajeros –que también fueron hasta Madrid para asistir, igual que Sarmiento, a las bodas reales de Isabel II– insistieron en describir pintorescamente, como es el caso del propio Dumas en su De Paris à Cadix, que surge como encargo periodístico y se publica en volu- men en 1847. En todas las menciones que de los relatos de viajes de Dumas hace Sarmiento, en su gesto a la vez de admiración y de re- paro, hay que considerar no sólo la búsqueda constante de diferen- ciación del “escritor americano” respecto de los europeos, sino también una competencia puntual por la apropiación discursiva del espacio discursivo y por su difusión escrita14. Los escasos estudios sobre el viaje a España tienden a buscar marcas que caractericen el viaje y su relato como pintoresco o de estudios (por ejemplo, ver Benítez 717-757). En cambio, lo que me interesa, más allá de una cierta contradictoria búsqueda de color lo- cal por parte de Sarmiento o de su necesidad de explicar en España aquello que ha afectado la propia naturaleza y situación del Río de la Plata, es focalizar la figura del viajero: un viajero que es el mismo, del cual sabemos, tras haber leído el Facundo, ha creído aprenderlo casi todo en los libros. Y que ha viajado con ese bagaje previo que había configurado en Sarmiento una idea de mundo que proyectaba la imaginación a la experiencia (y no al revés). Lector de muchos re- latos de viaje, entre ellos las Impresiones de viaje de Alexandre Dumas, había aprendido allí, como dije antes, el modelo analógico que usó

14 Según Rubén Benítez, quien da los pormenores del recorrido español, si bien Sarmiento y Dumas coincidieron en varios tramos, sólo se cruzaron una vez, cuando dos artistas franceses que fueron compañeros de viaje del primero le presentaron al escritor (748).

50 ALEJANDRA LAERA para escribir su libro. ¿Qué trae de diferente, en este caso, focalizar en el tipo de viajero antes que en los objetivos del viaje y/o de su relato en y por España? Reconocer que algo del orden del viaje y de su preparación excede los modelos del relato, se impone sobre ellos (ese algo, en buena medida, que, por exceso, siempre viene a carac- terizar la escritura de Sarmiento). Porque esto que le ocurre en Es- paña, esta decepción convertida en crítica, este malentendido con- vertido en ventaja del argentino que está en condiciones de distin- guir, también le ha ocurrido en París. Allí Sarmiento fue a buscar la ciudad de Eugène Sue, el Sue de Les mystères de Paris, cuya traducción él mismo había publicado en la prensa chilena y a quien sus lectoras y amigas le habían recomendado conocer (Viajes 110), y no la en- cuentra: No hay ya ni aquellas pocilgas y vericuetos donde los Misterios comienzan. Se ha abierto por medio de la cité, una magnífica calle que atraviesa desde el Palacio de Justicia hasta la plaza de Nuestra Señora, iluminada a gas, y bor- dada de estas tiendas de París, envueltas en cristales como gases transpar- entes, graciosas y coquetas como una novia. En vano preguntará usted dónde fueron los primeros puñetazos del Churriador con Rodolfo, dónde vendía sus fritangas la Pegriote; estas pobres gentes, ¡oh dolor!, no saben nada (Viajes 111). Esa ciudad de la literatura no existe más, dice Sarmiento. La ciu- dad de los libros, podríamos decir poniéndolo en otros términos, es una ciudad del pasado. Es precisamente en esa ciudad del presente que es París, en la que justo cuando acorta la distancia espacial experimenta la mayor distancia cultural, donde Sarmiento encuentra la clave del orienta- lismo. Porque si Francia no precisa de color local, si se puede re- convertir aquello que se ha leído sobre ella, que se sabe sobre ella, en el signo de las transformaciones culturales modernas, en España el color local, aquello que distancia pero a la vez atrae, tiene necesa- riamente que estar en algún lado. Está en la escena de la corrida de toros organizada a raíz de las bodas reales a las que asiste Sarmiento, podría argumentarse. Y es cierto. Pero no hay allí un color local orientalista, sino ese color local vinculado con la relación entre na- ción, pueblo, paisaje y costumbres; el color local entendido como rasgo original, como peculiaridad, y que si roza el exotismo, no ne-

SARMIENTO FRENTE A ESPAÑA 51 cesariamente lo orientaliza15. En cambio, el color local orientalista, que se ha descubierto con sorpresa en París, está en la lengua. Está, o Sarmiento lo pone, en lo único que él conocía previamente, por su origen y por su experiencia como hablante; en el lugar donde el via- jero hispanoamericano puede superar el malentendido que tienen, justamente, los franceses. Esto es: en la lengua que conoce, que en- tiende y a la que, incluso, modifica. Una lengua que se describe pin- torescamente sólo porque se la conoce. Con la sagacidad de un contemporáneo –y así me gusta pensar a Sarmiento: como aquel que no se adecua del todo al tiempo que le tocó vivir y por eso mismo puede percibirlo mejor (Agamben 18)–16, Sarmiento afirma en su carta desde Madrid que España no anda “a remolque” sino a destiempo. La expresión –que enfatiza la temporali- dad por sobre la espacialidad– no puede ser más ajustada para grafi- car la situación española y darles sentido a muchos de sus rasgos. Pero también sirve para pensar al viajero: ese viajero –y de allí lo contemporáneo– que en la brecha entre saber y conocer, entre el libro y la experiencia se descubre, repentinamente, allí donde cree pertenecer por derecho propio, a destiempo. El destiempo del pasado, el destiempo de lo lejano, el destiempo de la literatura. La lengua española, en su forma castellana, con sus variaciones y por su re- creación individual, propongo, ofrece para Sarmiento la posibilidad de alojar el color local orientalista que le permite, aunque sea imagi- nariamente, acercarse al mundo occidental, sobre todo francés, y conjurar ese destiempo que el viaje, en vez de borrar, le ha revelado.

15 Esta es sólo una de las tantas referencias a las corridas de toros que hace Sarmiento en su relato: “He visto los toros y sentido todo su sublime atractivo. Espectáculo bárbaro, terrible, sanguinario, y sin embargo lleno de seducción y estímulo. ¡Imposible apartar por un momento los ojos de aquella fiera que, con movimientos peristálticos de la cabeza, está estudiando el medio de alzar en sus cuernos afilados al elegante toreador que tiene por delante! [...] ¡Oh, las emo- ciones del corazón, la necesidad de emociones que el hombre siente, y que sa- tisfacen los toros como no satisface el teatro ni espectáculo alguno civilizado! La exasperación de las batallas para los veteranos solo puede comparárseles [...]” (Viajes 207). 16 Retomo la idea de Sarmiento como contemporáneo en la introducción de Sarmiento en intersección. Literatura, cultura y política (23).

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