Tiempo-Eje Original Español En El Nuevo Mundo Americano
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Título capítulo / Autor 33 «La Española»: tiempo-eje original español en el Nuevo Mundo americano Mario HERNÁNDEZ SÁNCHEZ-BARBA La isla La Española es un lugar geohistórico en el que se funden, a partir de 1493, dos singularidades humanas, formando un mundo histórico, es decir, un espacio-tiempo, donde adquiere la misma dimensión lo vertical y lo horizontal, lo alto y lo bajo. También un espacio intelectual y espiritual en el que se inter- polan lo racional y lo emocional; y un espacio político en el que se interrelacio- na libertad y poder. Se trata, pues, de un mundo trifásico, con miembros hete- rogéneos. Una realidad, de la cual se parte como asimilación antropológica, para tratar de conseguir una equivalencia o entidad, de difícil magnitud, porque es, en realidad, una sociedad mental, en la que lo importante es tanto la forma como la idea, pues a través de esta se alcanza la historicidad. El mundo histórico, una vez constituido, se encierra en el tiempo, que no es sólo dimensional sino, sobre todo, y por encima de todo, situacional; en defini- tiva, el modo como los hombres se instalan en el tiempo en relación con su ex- periencia. El tiempo que ahora y aquí importa es el que transcurre entre los años lími- te de 1493 y 1520. Prácticamente, en tono de tiempo medio, un tramo decisi- vo, pues en él radica la experiencia americana de la generación primiceria del siglo XVI (1505-1530), en la época fundacional del eje histórico de La Españo- la, en cuyo tiempo se gesta la idea de la América española. La espiritualidad y el humanismo han sido el fundamento ontológico del modo de ser hispánico, expresado en el pensamiento, los sentimientos y la singularidad, más bien radi- cal e individualista, de lo castellano. Ello ocurre mediante un proceso inicial de asimilación de grupos sanguíneos, pero también en función de una identidad de valores de convivencia, integración y espiritualidad, creadores de sólidas entida- des culturales. 34 Mar Oceana n.º 24 Conviene insistir sobre la historia-realidad, a la que se accede por el ca- mino de la investigación, el cual a su vez debe cumplir tres escalones im- prescindibles para estar en disposición de comprender el mundo real: el de conocimiento historiográfico, el categorial fenomenológico y, por últi- mo, el de comprensión metafísica de las realidades. La investigación his- tórica es, pues, aquella que aproxima el tiempo y que hace posible com- prender, sin anacronismos interpretativos, el mundo histórico constituido y estructurado por los hombres en el tiempo, dentro de los límites de sus posibilidades, en su propio y peculiar mundo histórico, en las condiciones creadas por ellos para construir su peculiar mundo histórico y expresar sus caracteres epocales. Atendiendo a razones formales de índoles geográficas y cronológicas que Herodoto consideraba «los ojos de la historia», la isla Española ha sido conside- rada la «primada de América». Parece más lógico designarla así, subrayando ra- zones experienciales que hicieron frente a planteamientos políticos, religiosos y económicos completamente nuevos, lo que implicaba algo de extrema originali- dad. Una auténtica praxis para crear un sistema de convivencia nuevo, distinto del peninsular. Ello exigía, dado el característico centralismo del Estado moderno, una liga- zón efectiva con la institucionalización que se iba construyendo a medida que se realizaba el conocimiento del territorio, su verdadera magnitud, su efectivo em- plazamiento. Todo ello en relación con lo que se ha denominado el espíritu de empresa, bajo el imperativo de la legitimidad de dominio. El dualismo antropológico explica la necesidad de orientación de quien ejerce el poder, sin que se produzcan necesariamente alteraciones inmediatas del proceso social. Esto ocurre en La Española en la sucesión de formas y personas de gobierno, aunque debe advertirse que los cambios de gobierno marcan conflictos sociales, protestas, levantamientos e, incluso, procesos y pleitos, sin que por ello se produzcan interrupciones en el proceso histórico, que mantuvo el ritmo de crecimiento de la experiencia comunitaria. En La Es- pañola se creó un precedente que, posteriormente, se extendió al continente americano: la prioridad del valor de la justicia, con la creación de La Audien- cia, jurisdicción en el continente que perdía a medida que se iban creando otras, como la de México, Panamá, Los Confines, Nueva Granada, Nueva Ga- licia. Además de la peculiar función judicial, podían asumir, por fallecimiento o ausencia, la de gobierno. «La Española»: tiempo-eje original español en el Nuevo Mundo americano / 35 Mario Hernández Sánchez-Barba LA DECISIÓN OCEÁNICA DE LA CORONA La Guerra de Granada supuso un elevado coste económico, un enorme es- fuerzo nacional y un derroche de energía de los españoles. A mediados de ene- ro de 1490, tras la caída de Baza y las Villas y ciudades que las siguieron, los Re- yes Católicos, en carta a las autoridades de Sevilla, expresaban su satisfacción porque la toma de esa plaza auguraba el final de la guerra: «Después de muchas fatigas y trabajos y gastos ha placido a la misericordia de Nuestro Señor dar fin a la guerra del Reino de Granada». Quedaba por vencer la resistencia del último emir, Boabdil, que, aunque vasallo de los Reyes Católicos, quiso apurar cuanto pudo su honor al ser Granada la joya más preciada del mundo musulmán, lo cual dejaba al nazarí sin voluntad ante el integrismo radical del islam. La firme volun- tad de conquista de Granada se puso de manifiesto en la tala de la Vega (abril de 1490), el emplazamiento del ejército cristiano llegado de todas las regiones y co- marcas del Reino de Castilla y León y del de Aragón, el levantamiento de una ciudad a cal y canto —Santa Fe— que no se pensaba levantar hasta la rendición de Granada y el mismo palacio de la Alhambra, mientras se pactaban las condi- ciones de rendición y la entrega de las llaves. El 23 de enero de 1492 se pactó esto último, aunque Boabdil, por vía confidencial, comunicó a Fernando el Cató- lico que se encontraba resistencia en la misma Alhambra. De manera que se hizo preciso que un contingente cristiano, bajo el mando de Gutierre de Cárdenas, al amanecer del 2 de enero de 1492 controlase los puntos estratégicos de la ciuda- dela. Asistido por un fuerte contingente del ejército, entraba en Granada, lo cual permitió establecer todos los acuerdos para la entrega del último reducto musul- mán que existía en la Península Ibérica. Los términos de la capitulación fueron muy generosos con el vencido en el aspecto militar. En el político, el conde de Tendilla, Íñigo López de Mendoza, fue nombrado capitán general de la Alhambra; el secretario más apreciado por el Rey, Fernando de Zafra, recibió el encargo de reconstruir la economía y la sociedad del Reino de Granada; el confesor de la Reina, fray Hernando de Ta- lavera, nombrado arzobispo de Granada, con la misión de conseguir la conver- sión de la población musulmana que así lo desease libremente. Cuando los pen- dones reales de Castilla y Aragón se izaban en las torres de la Alhambra, entre las personas que presenciaban la ceremonia se encontraba Cristóbal Colón1, 1 Juan MANZANO Y MANZANO: Cristóbal Colón. Siete años decisivos de su vida (H1485-1492), 2ª edición, Madrid, Cultura Hispánica, 1989. Se trata de un aspecto fundamental que poco se tiene en cuenta. Los 36 Mar Oceana n.º 24 que pronto habría de adquirir protagonismo importante en la gran empresa oceánica que, bajo patrocinio de los Reyes Católicos, conduciría al Descubri- miento del Nuevo Mundo. El significado del hecho de la conquista de Granada lo expresan las crónicas de la época: «... después de setecientos e ochenta años, oy, dos días de enero deste año de noventa e dos, es venida a nuestro señorío». España se situaba, sin saberlo, ante la realidad incógnita de la Quarta Orbis Pars. En el preámbulo del Diario de a bordo de Colón, el momento queda reflejado nítidamente: «aver acabado la guerra en la muy grande ciudad de Granada a donde este presente año, a dos días del mes de enero, por fuerza de armas, vide poner las vanderas reales de Vuestras Alteças, en las torres de la Alfambra, que es la fortaleza de dicha ciudad, y vide salir al rey moro a las puertas de la ciudad y “besar las reales manos de Vuestras Altezas y del Principe, mi Señor...”2». Es inmediato, en efecto, el acuerdo definitivo del navegante genovés3 con la Monarquía española de los Reyes Católicos en los términos en que la investiga- ción americanista ha situado exactamente el acuerdo entre la Corona y el soli- citante de las mercedes, con las condiciones que por ambas partes se ponían para la realización del proyecto4. Son dos los textos en los cuales se insertaron los términos en torno a los cuales había de llevarse a efecto el viaje de 1492 y los que habrían de seguirles5, una vez que se cumpliese en el primero lo que años que Colón, llegado de Portugal, portador de un proyecto de viaje oceánico, toma contacto con la genera- ción española del Descubrimiento (1480-1505) revelan cómo, mientras se asiste al final de la Guerra de Grana- da, Colón enriqueció de modo considerable su proyecto en contacto con los españoles hasta alcanzar el acuerdo con los Reyes Católicos. El gran historiador don Antonio Ballesteros-Beretta ya advirtió en 19¿!-í?» cíe la necesi- dad de conocer con detalle los siete años de Colón en España, antes de la preferente atención que los biógrafos extranjeros comenzaron a prestar a los viajes del genovés. Apud. Antonio BALLESTEROS-BERETTA: Cristóbal Colón y el Descubrimiento de América, Barcelona, Salvat Editores, dos volúmenes, 1495.