Ciudades vettonas

Vettonian cities

Jesús ÁLVAREZ-SANCHÍS

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!"#$$$ Aceptado: 18-02-2011

RESUMEN oppida la Iberia Céltica, es un fenómeno que empieza a ser mejor conocido. Como en otras regiones de la Europa !"- ción, pero la evolución de estas comunidades en otras más grandes y complejas no está clara. Una cuestión básica es la de si la ciudad responde a un proceso de evolución interna o a un cambio en el modelo de sociedad impuesto por Roma. En este trabajo se abordan las relaciones entre oppida, cultura material y etnicidad en el ámbito de los , una de las poblaciones prerromanas del oeste peninsular. La inter- pretación sociológica de los cementerios y los patrones de asentamiento regional ofrecen una visión intere- sante sobre el modelo de organización social de estas comunidades entre los siglos IV y I a.C.

PALABRAS CLAVE: Vettones. Identidad. Meseta. Edad del Hierro. %. Conquista Romana.

ABSTRACT #$%oppida, in “Celtic” Iberia during the Late Iron Age, is a process which begins to be known with more accuracy. As in other areas of temperate Europe, there were probably substantial differences between them, in terms of geographical setting, size, form, function and chronology. We know when some small settlements were founded, but the evolution of these communi- ties into other ones that were somewhat larger and more complex is not clear. A basic question is whether the city grew in response to an internal process of evolution or to a changed model of society imposed by Rome. The exploration of the relationships between oppida, material culture and ethnicity is considered in ##&#'()*+## interpretation of the cemeteries and the regional patterns of settlement offer interesting insights into the /#%##01

KEY WORDS: Vettones. Identity. Meseta. Iron Age. %. Roman Conquest.

SUMARIO: 1. La ocupación del territorio en la Edad del Hierro y la información disponible. 2. Hacia la for- mación de los oppida (c. 400-200 a.C.): los estímulos internos. 3. Hacia la formación de los oppida (c. 200-50 a.C.): los estímulos externos.

Complutum, 2011, Vol. 22 (2): 147-183 147 ISSN: 1131-6993 "&&'*&$+/&;<$$=>>= Jesús Álvarez-Sanchís Ciudades vettonas

Hace 2500 años la Meseta española era un 1. La ocupación del territorio en la Edad del mosaico de pequeños pueblos, granjas y al- Hierro y la información disponible deas. La vida cotidiana de la inmensa mayo- ría de sus gentes giraba en torno a las tareas Los siglos inmediatos al año 1000 a.C. fueron del campo y del hogar. Apenas conocemos tiempos de profundos cambios en las regiones con exactitud el alcance de los contactos `! T' mantenidos entre ellas, pero lo cierto es que más y mayores asentamientos en este período las comunidades asentadas en las sierras y pe- que en cualquiera de los precedentes, y por nillanuras occidentales, es decir, en el terri- primera vez muchos fueron ocupados durante torio que actualmente abarcan las provincias varios cientos de años en lugar de sólo por un de Ávila y , así como una parte de par de generaciones. La emergencia de aldeas ?BD w[Dww- ese momento una serie de rasgos culturales sa, controlando el territorio circundante y al- -organización social y económica, elementos bergando en su interior a pequeños grupos de materiales, lengua, y probablemente también familias, fue un episodio extraordinariamente ideas y creencias religiosas- hasta el punto importante. Este proceso resulta comparable de que esa identidad fue posteriormente re- con el fenómeno, más o menos coetáneo en conocida por los escritores romanos con el Europa, de los hillforts ` O- nombre de Vettonia (Fig. 1). Ese mundo de la cas (Cunliffe 1990 y 1994) y las ciudadelas Edad del Hierro constituye la base demográ- principescas al norte del arco alpino, esto es, [*oppida, las prime- las famosas 2/ de Alemania, Suiza, ras ciudades de tipo urbano con poblaciones QD{|O$/>R}- de varios cientos o miles de personas (Collis sonas pudieran sobrevivir más tiempo en un $/KOP$/KQ+RT mismo sitio implica el conocimiento que éstas tema tiene un gran interés, entre otras causas tenían de las técnicas que mejoran y preservan porque con estos centros se produce la pri- la fertilidad de los suelos, como puede ser el mera organización compleja del territorio, la policultivo, la rotación de cereales y legumi- primera ordenación socio-política del paisaje nosas, el uso del arado ligero o la utilización que va más allá de los poblados autárquicos de abonos (Ruiz-Gálvez 1992; Sherrat 1993). conocidos siglos atrás (Collis 2000; Hasel- B ! \ * - *#R tabilidad de las poblaciones sobre la tierra y >X*[Y- |ODD>K nas no existieron antes? De algunos peque- O$D$$R ños asentamientos se conocen los primeros La información que tenemos en este mo- momentos de instalación, pero la evolución mento para el oeste de la Meseta y el valle de estas comunidades hacia otras más gran- del Duero es bastante desigual. Las excava- D\ ciones en extensión en el interior de los asen- básica, porque es previa al planteamiento de tamientos son escasas y por lo tanto conoce- todo este esquema, es la de si la ciudad res- mos bastante mal la anatomía interna de estos ponde a un proceso de evolución interna o hábitats, tanto de los que son simples pobla- a un cambio en el modelo de sociedad im- dos como de aquellos que pudieron tener una puesto por Roma. Dicho de otro modo: ¿Las w [ { ciudades vettonas se fundaron en los dos si- y todo, los sitios que fueron habitados en la glos previos al cambio de Era, por tanto en época ofrecían en líneas generales las siguien- tiempos de la conquista romana, o son el tes características: resultado del desarrollo en el tiempo de pe- queñas granjas y aldeas, y de la capacidad |$R X[ Y D + de alguna de ellas de controlar un territorio hectáreas, siendo excepcionales áreas más mayor y más jerarquizado? Empezaremos *  !* ! Y por una valoración de la evidencia que se ha oscilaría entre varias decenas de habitantes y descubierto. excepcionalmente unos pocos centenares.

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|R*P- duda alguna el fenómeno más importante fue la viendas junto a la muralla, o bien grupos de ca- *w[M sas con paredes medianiles comunes formando grandes que las anteriores- que se extendieron pequeñas manzanas que delimitarían a su vez por buena parte de la geografía de la Meseta. pequeñas calles. En los casos más sencillos Sus gentes se enterraron en necrópolis de in- simples cabañas circulares de adobe o tapial, cineración y se acompañaron de ajuares que en ocasiones sobre cimentación de piedras de Y*[- granito, que se distribuirían sin ordenamiento taje de armas. Fueron los protagonistas prin- aparente. cipales de este período hasta la disolución de los sistemas de poblamiento tras la conquista (3) Algunos de estos sitios estaban defen- romana. didos con troncos y empalizadas de madera; En el centro de la provincia de Ávila hay que otros construyeron murallas de piedra, fosos y destacar una importante ocupación humana, con [ D*[ Y!- asentamiento (Álvarez-Sanchís 1999: 104). En sa mayoría, no lo olvidemos, vivía básicamen- concreto en el valle Amblés puede hablarse de te en pequeñas granjas y alquerías sin ninguna dos zonas de distribución de yacimientos, por un intención defensiva. lado los rebordes montañosos que circundan el valle, erizados de rocas graníticas, con buenos T [ * ` D * recursos ganaderos y que agrupan a la mayor `DY- w[" < * za más importantes fueron abandonados en su (Cardeñosa), La Mesa de Miranda (Chamartín), mayoría y el sistema de poblamiento evolucio- |XRDX\ nó hacia formas de mayor complejidad (Álva- zonas llanas próximas a la vega del río Adaja, PX+KTPDORX ocupadas por yacimientos no amurallados y de

Figura 1.-<**[*wDPD- tos citados en el texto (Álvarez-Sanchís 2003).

149 Complutum, 2011, Vol. 22 (2): 147-183 Jesús Álvarez-Sanchís Ciudades vettonas escasa entidad. Hacia este mismo momento di- (Medinilla) ....- no albergan ninguna duda sobre versas ocupaciones se distribuyen al sur de Gre- la continuidad del poblamiento, al menos desde DB "T!\ *``|et al. |XB RO|{X $//$KOet al. 1991; Fabián 2005a). En las RD\|R XT- T cón de la Mora, Las Merchanas, Yecla- las evi- del Hierro fueron abandonados en el transcurso dencias son todavía demasiado tenues para esa *`|Q!$///R{* época. Hay que reconocer que faltan excava- cerámicas y objetos de bronce dan pie a sospe- D*w|OD<P P char de la existencia de una ocupación humana 2008), y seguramente el desarrollo “urbano” de de esa época en Las Cogotas (Álvarez-Sanchís !\- $///">KO$!RD- to de estructuras más endebles características del res de El Raso (Candeleda) (Fernández Gómez período anterior. En cualquier caso, el apogeo 1995 y 1997), pero los poblados que paulatina- del mundo castreño en esta parte de la provin- **`- cia ha de llevarse a la Segunda Edad del Hie- te son, en su inmensa mayoría, hábitats de nueva rro (Martín Valls 1999; Martín Valls y Romero planta. 2008). Ahora es cuando, junto a los castros cita- <YB\ `<P‰* también nos depara importantes novedades. de Argañán, Saldeana, Los Castillos de Gema... Sólo unos pocos emplazamientos, casi siempre Hasta qué punto la emergencia y el desarrollo de junto a los vados del río -Arroyo Manzanas (Las estos sitios se relaciona con la riqueza minera de „RT|O R- la comarca es algo que queda aún por dilucidar, ra de Fuentidueña (Azután), Cerro de La Mesa pero lo cierto es que los asentamientos ofrecen |{B\RB\w un patrón muy singular, con núcleos poderosa- O w[ D *[ Q&T„Y concentración que desentona del resto. |D#K†PX Como puede verse, la evidencia arqueoló- 2007a; Charro y Cabrera 2011). Los sitios loca- gica en la Meseta occidental ofrece situaciones lizados se ubican en alto y en llano, en cerros bastante desiguales entre unas comarcas y otras, *DY[- pero desde el punto de vista de los patrones de mar rotundamente, una gran parte pudo haber asentamiento hay una coincidencia muy sustan- contado con murallas en un momento determi- cial: el número de poblados conocido denota nado de su existencia. La abundancia de tierras Y *[ de cultivo debió ser uno de los factores más po- y las continuidades respecto a la fase anterior sitivos en la localización de estos asentamien- *[ tos (Carrobles 2009). Si ampliamos la lectura al las gentes y el territorio (Fig. 2). No estamos en oeste de la provincia de Cáceres, vemos de nue- condiciones de discriminar cuantitativamente vo una ocupación en torno a los ríos: Castillejo todo este proceso, pero lo cierto es que entre el %|{R<|{- #+ŠD>+ŠD RX|RT?|\R de nueva planta (Álvarez-Sanchís 1999: 104- Aquí, por el contrario, las estimaciones que se $>RwDY han realizado sobre los recursos potenciales estable es necesario invertir un tiempo mínimo nos hablan de un entorno muy favorable para el M * ! *|O$///" el control del territorio está todavía por conso- 201 ss. y 2009). Hay que reconocer que los mo- lidar (Jimeno 2000: 243). Este desarrollo debió delos de asentamiento en esta época eran todavía ser gradual, seguramente más importante en las relativamente modestos en cuanto a envergadura \- y escala. tos celtibéricos que se conocen en el Alto Due- Los asentamientos inmediatos al valle del ro ofrecen valores aproximados de 2 a 1 y de 3 BX|XR a 1 para núcleos de nueva planta en los siglos < < \ O ````D```|

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Valle Amblés

Figura 2.-*!\ „`D„``D!X*T„|†PX$///R y Arlegui 1995: 108-109). La datación concre- de los modelos de asentamiento. La fabricación ta de una parte de los asentamientos vettones de aperos e instrumentos de hierro y la explo- puede resultar todavía prematura dada la falta tación de nuevas zonas para producir alimen- de excavaciones para referenciar los materiales tos facilitaron la ampliación del terrazgo. Estas hallados en prospección, pero simultaneando lo evidencias no deben ser vistas desde una pers- conocido en el valle medio del Duero (San Mi- pectiva exclusivamente tecnológica. Hay que guel 1993: 31 ss.; Sacristán et al. 1995) y en la suponer que estamos asistiendo a una profunda *'|%PD*PP$//" reorientación del uso de la tierra y de sus exce- +R*! w!B dentes, lo que habría exigido un considerable ello implica un crecimiento, no sólo en cuanto esfuerzo comunitario, seguramente organizado al número de habitantes, sino también en lo que bajo las directrices de alguna forma de autoridad [ |†PX="=#=#+R< [[ Y*`*[

151 Complutum, 2011, Vol. 22 (2): 147-183 Jesús Álvarez-Sanchís Ciudades vettonas estos sitios en el paisaje fue referenciada vi- sualmente con límites, parcelas, murallas, fo- sos, necrópolis...., y eso contribuyó a reforzar las distinciones entre las gentes que habitaban el territorio. Algunos poblados se abandona- ron, pero otros fueron intensamente ocupados, conocieron distintas fases de amurallamiento y *[T Hierro en importantes centros de distribución regional.

2. Hacia la formación de los oppida (c. 400-200 a.C.): los estímulos internos

El proceso de transformación de estas comu- nidades en otras más complejas plantea varias *|ww$//K#RŒ Figura 4.- Foso, muralla y ante muralla sur del pri- todos los oppida fueron fundaciones contem- mer recinto de La Mesa de Miranda. poráneas de la conquista romana. Las fuentes clásicas mencionan con frecuencia la existen- cia de grandes centros indígenas en el siglo Lorrio 1991), por lo que es posible rastrear sus ``DDdata ante antecedentes desde algo antes. La documenta- quem para su construcción (Almagro-Gorbea y ción arqueológica demuestra la existencia de asentamientos que ya eran centros importantes * ` D ``` Y comercio inter-regional ya era un factor básico en la época. Es muy probable que por estas fechas algu- nos asentamientos de la provincia de Ávila su- frieran una remodelación importante. La Mesa de Miranda (Chamartín) es un oppidum formado Y!*[ casi 30 ha (Cabré et al. 1950: 15-17). Los dos primeros (19 ha), con foso y piedras hincadas \YP bastiones, fueron interpretados en su día como zonas residenciales, pero hay que reconocer que la mayor parte de los vestigios se circunscriben sólo al primero (Fabián 2005b; Álvarez-Sanchís >!K‰PPB!/">$RT- ro estaba reforzado con torres de planta cuadran- gular y aparejo ciclópeo, bien dispuestas para la defensa de la entrada principal. Sin embargo, [ inexistentes lo que, hasta cierto punto, implica- ría que el asentamiento no sólo era una aglo- meración de casas y establos (Figs. 3 y 4). En correspondencia con la cronología aportada por los ajuares de la necrópolis, los dos primeros re- Figura 3.- Fases de ocupación del castro de La Mesa de cintos se levantaron en el transcurso de los siglos Miranda (Chamartín, Ávila) (Álvarez-Sanchís 1999). `D```T !

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D! *``|X- <$/#KXR<- grafía obtenida es importante porque aunque el nivel de fundación de la muralla del segundo recinto se corresponde con el nivel construc- tivo del alfar, la existencia de un cenizal que se encuentra debajo de la primera demuestra que con anterioridad al emplazamiento del ta- ller cerámico y de las defensas ya se estaban desarrollando actividades colectivas en esa P|Q*+D#R de ocupación del oppidum pudo haber un primer |````R- perior amurallado y actividades secundarias en la explanada o arrabal situada al suroeste, y un *|``RY <[- tiva, es comprobar la toma de decisión para es- tablecer una serie de actividades especializadas e incluirlas dentro del recinto de la ciudad. El oppidum|XR- cido desde antiguo por la monumentalidad de al- Figura 5.- Fases de ocupación del castro de Las Co- * gotas (Cardeñosa, Ávila) (Álvarez-Sanchís 1999). O{X[P- *|$#'R distinta a la empleada en los otros dos, invadía a una gran peña, en la que una doble escalera B- conduce a una plataforma con dos concavidades de probablemente a un momento de inseguridad  |$/#>"$KQ!+!" tercera, la cual comunica a su vez con la parte ss.), habiendo sido relacionado con las guerras inferior de la peña a través de un canal (Fig. 7). que ocasiona la conquista romana en el transcur- La sacralidad del monumento es posible esta- *`` Cuanto antecede también es válido para Las Cogotas (Cardeñosa), sitio de casi 15 ha formado por dos grandes recintos amurallados con tres entradas cada uno, más compleja y ela- borada la principal del recinto superior (Cabré $/=K P T +K ‰PPB- !/"#R<' a cabo en la zona suroccidental del segundo re- cinto (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 1995; Álvarez-Sanchís et al. 1998) pusieron al des- ![! arqueológico y varias áreas especializadas: un gran basurero colectivo, un pavimento de piedra de compleja interpretación en conexión con la muralla y un alfar o taller destinado a la elaboración de productos cerámicos. Los recipientes hallados en este último -cerámicas a torno de pastas anaranjadas con decoración Figura 6.-OwD pintada- se relacionan bien con las produccio- lienzo amurallado principal de Las Cogotas.

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industrial que demuestran que las manufactu- ras y la producción de alimentos se harían a una escala nunca alcanzada con anterioridad. D [- cación sería la existencia de un comercio inter- regional que explicaría el desplazamiento de productos a grandes distancias y la evidencia de especialistas itinerantes. Los ajuares recu- perados en las necrópolis de Las Cogotas, El <%- mente al cementerio de La Mesa de Miranda- y \%|{R- cionado distintos tipos de espadas, lanzas y pu- ñales de hierro, además de escudos con umbos Figura 7.-{|X†R metálicos, fíbulas, broches de cinturón, calde- ros de bronce, cerámicas griegas, cerámicas blecerla a partir de una serie de paralelos (Mar- campanienses y otros recipientes, que demues- $/+"$$#$$>R tran la existencia de contactos intensos en los * - *`D``` ciado a inscripciones latinas que nos informan {D<|OY [P|{wD$//+K- $//#RT! w- dríguez Colmenero 1999). En las inmediaciones bricación de urnas, platos y vasos de ofrendas, del altar se halla otra construcción rupestre de con un incremento paulatino de la industria a *|#R!- torno. La producción y el intercambio de pro- taciones a modo de antecámara, cámara y hor- ductos manufacturados llegó a alcanzar bastan- no, para la que se ha propuesto una función ter- te complejidad entre las comunidades vettonas, mal (Almagro-Gorbea y Álvarez-Sanchís 1993) y, aunque la evidencia disponible no permite a partir de los paralelos documentados en las asegurarlo, existen indicios que hacen pensar saunas o “pedras formosas” del mundo galaico que las bases de subsistencia experimentaron y lusitano (Ríos González 2000). Su asociación aquellos años un importante crecimiento (Es- al agua, al vapor y al fuego en lugares hipogeos, parza 1999). La obtención de excedentes ali- así como un conocido texto de Estrabón alusivo menticios para acceder con facilidad a las redes al desarrollo de estas actividades entre las po- de intercambio habría conducido a una expan- blaciones del Duero, podrían relacionarlo con sión del sector agropecuario. Estos excedentes ritos y baños de carácter iniciático: De algunos favorecerían también el trabajo en los talleres de los pueblos que viven en las inmediaciones de los oppida y una cierta especialización. del Duero se dice que viven a la manera espar- T!w[ 5- parecen ocupar la cumbre de un patrón de po- dose de sudor obtenido con piedras candentes, blamiento jerarquizado que tenía por debajo 5/ pequeñas aldeas y granjas aisladas. General- |T!==#R mente estas últimas se asentaban cerca de los w! w    w[ D !- en el territorio, teniendo en cuenta el santuario tantes debían pasar la mayor parte del tiempo rupestre, cuya función religiosa debió ser exclu- produciendo comida. Desconocemos muchas D[Y cosas de estos pequeños sitios. Se trataría del w[>- tipo de asentamiento más numeroso y cons- táreas, lo que convierte al oppidum en el centro tituiría buena parte del tejido de la población vettón más importante de la región y en uno de rural (Álvarez-Sanchís y Ruiz Zapatero 2001), los mayores conocidos (Ruiz Zapatero 2005). pero, como en muchos otros ámbitos, asenta- Estos y otros asentamientos vienen propor- mientos de esta categoría apenas se han exca- cionando evidencias de producción agrícola e vado y el esfuerzo e interés de los arqueólogos

Complutum, 2011, Vol. 22 (2): 147-183 154 Ciudades vettonas Jesús Álvarez-Sanchís se ha dirigido a los sitios mayores al resultar O *P O * `!P más rentables en términos de investigación. En | >K mul. uirt.); de otro, algunos casos, como en el valle Amblés, una los sucesos que se narran durante su conquista, aproximación a su diferencia con los oppida se  ha tenido en cuenta a partir de dos referentes de una zona extramuros o barrio apartado del (Álvarez-Sanchís 1999: 115 ss.). De una parte, centro principal, con lo que hay que suponer el análisis de los territorios de explotación, que un emplazamiento relativamente extenso y en los sitios pequeños revela una fuerte orien- wKB< *#Š (21,5), cuando señala que la ciudad fue toma- 2 Km, pues se emplazan en el fondo del valle da por asalto, de donde se deduce la presencia con ricos suelos aluviales. Los territorios de \w[ explotación de los oppida revelan por el con- constatado si tenemos en cuenta que en el teso trario una orientación básicamente ganadera, de las Catedrales se halló la cimentación de si se atiende además a la calidad de sus sue- una muralla construida con grandes bloques de los y a los aún densos mantos de encinas. En granito en seco, de unos cuatro metros y medio Las Cogotas el suelo cultivable en el anillo de de anchura, sobre el que apoyaba un nivel ar- $*[ queológico con materiales bien fechados en la es de apenas algo más de un 15%. En La Mesa Segunda Edad del Hierro (Martín Valls 1999: de Miranda los valores son del 20% mientras $+RB!\ !!=Š restos de un cubo defensivo de planta circular, De otra parte, las funciones de los oppida y los *[Y- pequeños asentamientos. Los primeros se indi- nado con una de las puertas monumentales del vidualizan, entre otras cosas, porque desarro- antiguo castro (Gómez 2010). La extensión del llaron una variedad de actividades industriales hábitat que se documenta en este sitio se produ- -bien documentado en el alfar de Las Cogotas-, \! <TT estuvieron implicados en redes de intercambio Hierro existía una pequeña aldea en la parte sep- -como evidencian las armas de las necrópolis |O et al. 1991; Martín y algunas importaciones-, estuvieron fuerte- $///"$$$$#RX!**- w[DD nos vestigios cerámicos, el trazado de la muralla medieval, que probablemente sigue el desarrollo función cultual. Estos rasgos contrastan con las *w[D- deducciones que permiten los pequeños asenta- quema en embudo que conservan algunas de sus mientos del llano, con una producción limitada, puertas, dan pie a sospechar que es ahora cuando sin evidencias de contactos a larga distancia y la ciudad ocupa su auténtico solar histórico, con sin estructuras defensivas y religiosas. [$$ El registro arqueológico demuestra que el DwY- solar originario de Salamanca fue el cerro de porcionan las comunidades asentadas al oeste San Vicente (Macarro 1999). Su tamaño ape- de Salamanca, en el espacio comprendido en- nas rondaba la hectárea y media a comienzos BD†*|Q* T„*` y 9). Los conjuntos materiales de estos asenta- se extiende hasta la colina inmediata (Las Cate- mientos eran similares a los de los oppida abu- R[P* *[ de cerámica a peine y acanalada en las excava- más pequeños, por debajo de las 10 hectáreas. ciones realizadas en este último sitio, alcanzan- `/< [ \+D hectáreas (Martín Valls et al. 1991; Alario y Ma- abarca algo más de una. Las murallas y otras carro 2007). De la toma de Helmantiké por el defensas (fosos, torres, campos de piedras hin- cartaginés Aníbal en la primavera del año 220 cadas) son el elemento más llamativo y eso |O\$/++R- les ha otorgado una entidad propia, faltando [Y de manera general asentamientos de inferior de este núcleo en las fuentes clásicas como categoría, como granjas y pequeñas aldeas. El

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Figura 8.- Vista aérea del castro de Saldeana (Salamanca). Al fondo, el valle del río Huebra (Foto de Jesús Gascón). grupo más espectacular se localiza junto a los  [ ' ríos Yeltes y Huebra: en un radio inferior a los T' \ 10 Km se cuentan hasta seis poblados de este OT- tipo -Saldeana, El Castillo de Saldañuela, El dadores, Villares de Yeltes y otros focos más al <‰- sur. No hay evidencias arqueológicas seguras cla la Vieja, Las Merchanas- (Álvarez-Sanchís de su explotación en época prerromana (López $///"$$#K$///KOD<- Jiménez 2005; Hernández Sánchez 2011: 144- pez Jiménez 2008). Algunas excavaciones han 145), pero la hipótesis de vincular el desarrollo demostrado la existencia de viviendas extra- muros, aunque no se ha podido establecer con claridad su sistema organizativo. Hasta hace no demasiado tiempo, las insculturas graníti- cas cercanas a la muralla del castro de Yecla constituían un caso excepcional (Fig. 10), pero investigaciones recientes han proporcionado nuevos hallazgos en otros poblados del valle del Huebra (Las Merchanas, Saldeana, Mon- talvo) que vienen a resaltar la singularidad del grupo yeclense (Martín Valls y Romero 2008). Los territorios de explotación ponen inmedia- tamente de relieve cómo los poblados están orientados hacia el aprovechamiento de recur- sos ganaderos. Sin embargo estas aglomeracio- nes urbanas, sin centros menores suministrado- Figura 9.- Campo de piedras hincadas del castro de Sal- res, deben llevar aparejado un modelo mucho deana, desde la muralla.

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Figura 10.- Grabados de caballos en los sillares de la muralla del castro de Yecla la Vieja (Yecla de Yeltes, Salamanca). de estos núcleos a dicha actividad nos parece arqueológico se han empleado diversos méto- sugestiva (Salinas 1992-93: 179-180; Martín dos, ampliamente presentados y discutidos en $///"$##RX! la disciplina (Hassan 1981; Neustupny 1983; entre el Duero y el viejo camino tartésico de la ! #K OY{ R < |‰DX\>R- demografía de las sociedades prehistóricas es tribuiría a explicar la pujanza de estos núcleos también un aspecto clave para entender la emer- en las redes de intercambio. gencia de identidades étnicas, cómo y por qué Esta diversidad de formas de poblamiento en aparecen grupos que se autorreconocen y se la Meseta occidental parece expresar, sin duda, diferencian de otros (Ruiz Zapatero 2009: 23 y diversidad de organizaciones sociales y econó- $"+R!Y- micas. La consideración de los territorios de mos contar con escasos datos, además de parcia- explotación de los oppida, las pequeñas explo- les y sesgados. taciones rurales, los sitios especializados y sus La demografía de los cementerios vettones y presuntas actividades y funciones indican clara- su relación con los asentamientos ha sido abor- mente que las diferencias entre las poblaciones dada en varios trabajos (Ruiz Zapatero y Álva- de unos y otros debieron existir sin duda alguna. PX $//+K †PX $///" =# 308; Álvarez-Sanchís y Ruiz Zapatero 2001), asumiendo que las excavaciones de algunos ce- 2.1. Cementerios y asentamientos: menterios fueron bastante exhaustivas y que, ra- ¿cuántos vettones? zonablemente por tanto, contamos con una cifra de tumbas muy aproximada a los enterramientos *P reales de la época. El punto de partida viene de estos centros es el de la estimación de los [*'- ![* vadas en la provincia de Ávila en los años 30 poblaciones prehistóricas a partir del registro *••Dw

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sobre la base de los enterramientos tengamos los tamaños de población de cada comunidad y que resulten comparables los valores de densidad de población por hectárea ocupada, sugiere la exis- tencia de una posible relación constante entre el espacio intramuros y el censo total de población. T [|ca. 70 ha) y una aproximación sobre las estructuras de habitación. Aplicando los valores de densidad de habitantes por hec- [* 1.050 y 1.400 habitantes. Estas cifras se ajustan bastante bien a las 250 estructuras documenta- [!- sa prospección (Álvarez-Sanchís 1999: 139 ss., nota 110). Sabemos además que el hábitat se ex- ww[ BD volumen de población eventual por razones de- fensivas en un momento de inestabilidad social Figura 11.- Densidad de habitantes/ha en los oppida \! !! vetttones de Las Cogotas y La Mesa de Miranda (Álva- residente (2.000-2.500 hab.), especialmente si rez-Sanchís y Ruiz Zapatero 2001). tenemos en cuenta los amplios espacios inte- riores del poblado sin evidencias de ocupación. ' * ` El castro de El Raso, al otro lado del Sistema ``"<*$#$=!- '![ partidas en cuatro zonas, siendo hasta ahora la 20 ha y podría interpretarse de manera análoga única publicada prácticamente en su integridad que su población estuviera entre los 400 y 500 |! $/=RD<%=- habitantes. Aunque también hay que reconocer pulturas distribuidas en seis zonas (Cabré et al. que al tratarse de un poblado ocupado en las 1950). Los cálculos estimativos de ambas po- postrimerías de la conquista romana podría en- blaciones se obtuvieron aplicando la fórmula de cubrir una población mayor. En cualquier caso {DŒ –|$/>K! — la estimación de su excavador, Fernández Gó- 1984), considerando el total de tumbas exca- P|$/#"//+D"$/+$/#R vadas, asumiendo un valor de 30 años como a unos tres millares de personas, teniendo en esperanza de vida media de la época, distintos cuenta las viviendas excavadas y considerando valores a los años de duración de ambos ce- que la mitad del poblado estuviese dedicado a menterios y estimando un factor de corrección construcciones privadas, resulta excesiva en mi del 10-20% para compensar los enterramientos opinión. destruidos. Con estos datos, es razonable pensar Conocemos muy mal la trama de poblamien- que en Las Cogotas habitó una comunidad que to comarcal, con núcleos menores. Y, desde lue- debió oscilar entre los 200 y 300 habitantes, al go, desconocemos si pequeñas granjas y explo- tiempo que en La Mesa de Miranda la necrópo- taciones rurales próximas a los oppida enterra- \\!= ron a sus difuntos en los cementerios de aquéllos 400 habitantes. o bien formaron pequeños panteones familiares La densidad de población por unidad de su- que resultarían, por lo reducido del número de [- tumbas, bastante difíciles de descubrir (Fig. 12). *[<*D< En algunos casos tenemos indicios de estas al- de Miranda, estaríamos hablando de alrededor querías y pequeños establecimientos pero no de de 15 hab/ha en el primer caso, y cerca de 20 sus tumbas, y en muchos casos tal vez haya que hab/ha en el segundo (Fig. 11). El hecho de que pensar que unas y otras, granjas y explotaciones

Complutum, 2011, Vol. 22 (2): 147-183 158 Ciudades vettonas Jesús Álvarez-Sanchís rurales y agrupaciones de tumbas familiares, son grafía existen otros aspectos importantes impli- invisibles por la falta de prospecciones intensi- cados, como la organización social, la economía `!Y- básica de subsistencia o las tradiciones cultura- +#DY les de sus gentes. máximo de 10-15 hogares. A tenor de los cas- tros conocidos y su tamaño, comarcas como el valle Amblés estarían densamente ocupadas, lo 2.2. Espacios sociales y espacios simbólicos Y!\\!- miento de la época a escala suprarregional. Al El armamento conservado en las necrópolis lado existirían áreas muy débilmente pobladas w!Y\\- cuando no prácticamente deshabitadas. Se ha es- tidades sociales entre los grupos guerreros, timado que los castros salmantinos concentrados desde sepulturas muy ricas pero minoritarias en torno a los ríos Yeltes-Huebra y su territorio con panoplias completas que incluyen espada, inmediato, arrojaran una población absoluta en escudo, una pareja de lanzas y arreos de caba- torno a los 2.000-4.000 habitantes. Apoyarían llo, hasta otras que sólo llevan armas de asta, esta suposición las dimensiones más pequeñas por tanto el equipo básico del infante ligero !D[ |Q*$=D$RB! D de estos equites y las tumbas con armas sin ele- residencial de los asentamientos no es posible mentos de atalaje, la proporción teórica jinete/ adjudicar valores uniformes de población por infante sería aproximadamente de 1/4 en Las [<- *D$&#<%- dades de población en la Edad del Hierro deberá ción que se daba en otras poblaciones célticas y ser muy tenida en cuenta en futuros estudios de- entre los propios celtíberos. Las comunidades *[T- vettonas eran comunidades desiguales, lidera- munidades vettonas a partir de los cementerios das por una aristocracia poseedora de caballos D[ y armas suntuarias que marcaba su posición wY*[ frente a grupos de guerreros con panoplias más nos están indicando que por detrás de la demo- |$/#>">K†P Sanchís 1999: 295 ss.). Cierta gradación tam- bién parece factible en las tumbas que podría- mos considerar teóricamente femeninas, unas pocas con ricos elementos de adorno (brazale- tes, collares, fíbulas, broches) y otras con ajua- res bastante más pobres. Estudios recientes han reforzado la idea de un sacerdocio instituciona- POYDTP (1998 y 2009) han analizado en el cementerio < % ! piedra que señalan los distintos grupos ente- rrados y todo apunta a que pudieron funcionar como marcadores de los días más importantes |D[- R!\\ % - D  | P ‰ P $" $ ss.). Cuando el sol se sitúa sobre la cumbre de Figura 12.-!Dw- XO- nerarias en el territorio controlado por un oppidum, co del Sol”, la pendiente de las dos escaleras y diferentes visibilidades en el registro arqueológi- del altar apunta a la posición que tiene el astro co (Álvarez-Sanchís y Ruiz Zapatero 2001). en las fechas del solsticio de invierno.

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92); éstas corresponderían a los individuos más humildes y tal vez a siervos o esclavos, aun- que su detección resulta muy difícil de probar |O$//+R< iría enfocada a las labores básicas del proceso productivo: el trabajo agrícola, el cuidado de los ganados y la construcción y reparación de las defensas del poblado. Sin embargo, todavía carecemos de buenos datos para representar con precisión las comunidades vettonas. Los cementerios dejan entrever una fuerte jerarqui- zación a partir de las disimetrías de los ajuares Figura 13.-{\*:> funerarios (Fig. 15), pero nuestra información P`<%|w queda reducida a lo que sabemos de sus éli- BY{Y**R tes (Ruiz Zapatero 2007); el resto de la pobla- ción es prácticamente invisible en el registro Son muy pocos los enterramientos que se arqueológico y en las fuentes grecorromanas puedan relacionar con hombres y mujeres de- |Q*$#R{D dicados al trabajo industrial (metalurgia, alfa- documentación sobre los contextos domésti- rería, curtido de pieles, trabajo de la piedra y cos en los poblados y las formas de producir y la madera...), pero sin duda existieron especia- acumular riqueza a nivel familiar. Cuestiones listas como evidencian las herramientas halla- relevantes como el estudio de las identidades das en los contextos domésticos de los oppida. |„#R* |{D– Muchos agricultores pueden haber sido arte- 2001) y edad (Díaz Andreu et al. 2005), a pe- sanos a tiempo parcial, e incluso unos pocos sar de los muchos problemas que presentan, en los meses de invierno podían embarcarse pueden proporcionar nuevas dimensiones para en pequeñas aventuras comerciales. A pesar de saber cómo funcionaron las sociedades de la todo, una estimación razonable es que cuatro Edad del Hierro, entre ellas las vettonas. de cada cinco tumbas sólo contenían cenizas o *P- |†PX=!"# cial de estos cementerios es la posibilidad de re-

Figura 14.- Equipos militares de las necrópolis vettonas a partir de los datos de El Raso, Las Cogotas y La %|P`R<*!w\! (Álvarez-Sanchís 1999).

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Figura 15.- Áreas funcionales de Las Cogotas, estructura piramidal de la comunidad a partir de los enterra- D!\w**"{*KOK \KDT!\|P?D†PX$//+[R conocer grupos familiares diferenciados (Castro descendencia lineal en los grupos familiares, $/#"$/KšP$/>"+>K cuya economía se basaba en el control de los $/#>">+>R<<- medios de producción, que no podemos pre- *<%DT!DP- cisar, y que se enterraban separadamente para nas claramente separadas entre sí por espacios reforzar simbólicamente sus derechos y obli- estériles. La evidencia de tumbas socialmente gaciones. Este nuevo paisaje funerario hay que D*[- vincularlo a los cambios que se están sucedien- ción de ajuares permiten inferir contradiccio- do en las prácticas agropecuarias y en la trans- nes internas en la estructura social y familiar misión de la herencia. Dicho de otro modo, nos |Q*$>RX!*[- informan sobre la estructura social del grupo, do. La contemporaneidad de las diferentes zo- del asentamiento y del territorio. nas está fuera de toda duda (Álvarez-Sanchís D- 2003b: 81 ss.) y es razonable suponer que las llo de los oppida con parcelaciones importan- w\\ tes en el paisaje que incluyen esas relaciones

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D**B decir, coinciden en una gran parte con el terri- torio que las fuentes antiguas adjudican a los vettones históricos (Fig. 18). El estado de la documentación arqueológica relativa a estas esculturas no ha variado mucho en las décadas transcurridas desde los trabajos de Cabré (Ál- varez-Sanchís 2008). El inventario de piezas ha crecido de forma muy considerable y hoy se conocen más de 400 piezas, pero la informa- [' sido mucho más modesta. Desde hace tiempo, vengo reconsiderando Figura 16.-{\w:>/- M crópolis de El Raso, sector Las Guijas (foto de Mario BY{Y**R los ganados, monumentos funerarios de época romana- asignado a estas esculturas (Álvarez- de poder. Los y las cerámicas a peine X$///"#RX!Y son, en este sentido, indicadores simbólicos muy muy importante de los verracos -muchos de útiles para explorar su utilización en la Edad del dimensiones superiores a los 2 m de longitud Hierro (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 2002). y entre 3 y 8 toneladas de peso -fueron escul- Me referiré en primer lugar a la ubicación de *`D- w*[**- *`<P[* nito que representan toros y cerdos. El área de el paisaje es un factor importante a la hora de dispersión de estas esculturas abarca las tie- ! *[ D  rras occidentales de la Meseta, Extremadura y de visibilidad en algunas comarcas como el

Figura 17.-B<%

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Figura 18.-!**[Pw|DR*\- plares (Álvarez-Sanchís 2003). valle Amblés, el oeste de Salamanca y el valle a cabo en los castros de Ávila revelan en su B\|†P conjunto un proceso de explotación del paisaje X=!"++#=D>K<! extremadamente extenso, y por tanto la trans- 2009). La creación de monumentos como los formación de los antiguos bosques en amplios B‰|TB!RO territorios de pastos y tierras de cultivo (Ló- |B! {!\R - pez Sáez et al.D/R* llanueva del Campillo (Fig. 19) debió ser un sin conocer en extensión cómo eran los paisajes episodio importante en la organización del T„|ODQ!+K paisaje durante la Segunda Edad del Hierro, ORY* y esto podría explicar el desarrollo de nuevos a escala micro la ubicación de los verracos (Ruiz límites en los campos prehistóricos, resultado Zapatero y Álvarez-Sanchís 2008). [P Esta lectura no ha dejado de suscitar polé- la posesión de cabezas de ganado, pastos y tie- D *  | D P rras de cultivo (Álvarez-Sanchís y Ruiz Zapa- Gómez 2004). Con todo, dicha hipótesis no tero 1999). Sabemos que los mejores pastos de invalida que en otros casos los verracos fue- los valles y las fuentes de agua más próximas ran elementos protectores de la comunidad, fueron referenciados en el paisaje de la épo- pues sabemos que algunos fueron erigidos en ca mediante la erección de estas esculturas y el interior de los castros (La Mesa de Miran- que los vettones erigieron estos monumentos `R\D para legitimar sus derechos sobre los pastos y acceso (Las Cogotas, Las Merchanas, Yecla). el ganado, en comarcas que pudieron alcanzar Este dato permite plantear una función apotro- una relativa alta densidad de poblamiento (Fig. paica, como defensoras del poblado y el ga- 20). Análisis palinológicos recientes llevados nado, lo que no desentona en absoluto con la

$#= Complutum, 2011, Vol. 22 (2): 147-183 Jesús Álvarez-Sanchís Ciudades vettonas

w descubrimiento en la base de la torre norte de la puerta de San Vicente, en las murallas de Ávi- la, de un de 1,70 m de longitud tallado in situ en la misma piedra, sobre el substrato geológico de la ciudad, constituye uno de los hallazgos más espectaculares y recientes (Gu- tiérrez Robledo 1999; Martínez Lillo y Murillo 2003). La escultura servía de cimiento de una primitiva torre romana que tenía su entrada por el mismo lugar que ahora tiene la puer- ta medieval. Es casi seguro que estuviese a la vista en época romana, pero tampoco hay que Y \Y Y Figura 19.- Escultura de toro de Villanueva del debió ser el primitivo castro prerromano, tal Campillo (Ávila). Se conserva en la plaza del pue- vez con la simbología característica del guar- blo de la citada localidad. dián protector de la ciudad (Álvarez-Sanchís 2003b: 58). Excavaciones recientes en el mis- vieja idea de Cabré (1930: 39-40). Es más, su mo sitio han deparado el hallazgo de un se- \' P gundo verraco (Cantalapiedra 2007), que no del jabalí y los dos toros de Las Cogotas, se ha [ visto corroborada con el hallazgo de otros dos Algunos verracos se han interpretado ejemplares junto a la zona de piedras hincadas. como sencillos monumentos funerarios entre Este mismo aspecto ha sido valorado y enri- los vettones romanizados. Así se constata en quecido por Esparza (2003: 173-174), al dotar las esculturas halladas en la localidad abulen- a las piedras hincadas de un contenido simbó- |D P„- lico de protección y prestigio, basado precisa- $/>#R *Y- mente en la idea de que estas esculturas tuvie- Y

Figura 20.- Mapa de los oppida del valle Amblés y distribución de los verracos y áreas limítrofes (Álvarez-Sanchís 1999).

Complutum, 2011, Vol. 22 (2): 147-183 $# Ciudades vettonas Jesús Álvarez-Sanchís consideración de estas esculturas como tum- bas sólo afecta a una parte minoritaria de los verracos conocidos y no se puede descartar que fueran realizados en época prerromana. por tanto, gozar de cierto protagonismo en el imaginario colectivo de los vettones romani- P T *[ papel que las estatuas desempeñaron en la or- ganización del territorio durante la Segunda Edad del Hierro, pero no alterarían lo esencial de su función, a saber, la transmisión de la Otros ideología de un grupo de poder. % ! pretérita de los pueblos prerromanos es el es- Figura 21.- Motivos de las cerámicas con deco- tudio de sus cerámicas. La decoración de los ración a peine y diferencias estilísticas a nivel de |†PX$///[R recipientes transmiten información de los hombres y mujeres que los usan, de la misma manera que los trajes populares en las comuni- */>\P`< dades campesinas nos informan sobre la edad, %+>Y! el estado civil y el territorio de origen de sus !- portadores, algo evidente en Europa por lo me- mera Edad del Hierro, los alfareros vacceos y TO|——D vettones desarrollaron talleres muy personales. 1994; Fernández Götz 2008: 129). La dimen- La coincidencia entre las producciones incisas [ del ámbito vettón (Las Cogotas, La Mesa, El se ha discutido desde estudios etnoarqueológi- Raso, Salamanca, Villanueva de la Vera) y un D*|O›K‰PP gusto mucho más acusado por las cerámicas Ruibal 2003: 117-123). Se han desarrollado impresas o inciso-impresas en las comunida- métodos para estudiar la variabilidad estilística | < de las decoraciones (Hole 1984; Härdth 1985- %RD |B #RDP! <P*R[ a contextos de la Edad del Hierro europea % |›$//K—$//R sería la predilección por los temas en espiguilla \  w y líneas de puntillado en las necrópolis del Alto nuestro ensayo sobre la etnicidad vettona y el y Medio Duero, frente a las barrocas cesterías recurso de las cerámicas a peine para rastrear de la Meseta occidental. Y* [* De igual manera, un análisis de las decora- pueblo prerromano (Ruiz Zapatero y Álvarez- ciones permite descender no sólo a la atribución Sanchís 2002). En esta tarea partimos de dos étnica de la alfarería, sino incluso al carácter premisas: un grupo étnico conocido en las microlocacional de la misma (Álvarez-Sanchís fuentes y un territorio históricamente docu- 1999: 304). Sólo en las necrópolis vettonas mentado, cuestiones ambas cruciales para ha- (Fig. 21), los cuatro motivos más abundantes cer viable una arqueología de la etnicidad (Ruiz proporcionaron distintas frecuencias: temas de Zapatero 2009: 18-19; Álvarez-Sanchís 2010). cestería (38%), bandas en zigzag (23%), soles/ El análisis detallado de las cerámicas nos llevó estrellas (15%) y sogueados (12%) en el caso a plantear la existencia de tres tipos de catego- < *K * |#ŠR ! rías: motivos comunes de la tradición cerámica, zigzag (10%), sogueado/zigzag (7%) y ceste- motivos predominantes en comarcas o regiones,  |=ŠR < %K D y motivos exclusivos de algunos asentamientos. (50%), bandas en zigzag (18%), sogueados (9%) *[ y bandas horizontales o verticales (9%) en El Duero, con más de 200 vasos recuperados, Las T \'! ! -

$#+ Complutum, 2011, Vol. 22 (2): 147-183 Jesús Álvarez-Sanchís Ciudades vettonas se considerando el número de púas usado en los \ peines, aunque plantea problemas insolubles si próximas. Existe, como hemos visto, una am- se tiene en cuenta el grado de conservación de plia evidencia que testimonia en este momento las piezas. De todas maneras, en una primera la importancia del armamento, del guerrero in- apreciación, los peines de 2 y 3 púas acaparan dividual y de su estatus en la sociedad (Cunli- más de la mitad de la muestra en Las Cogotas. ww =" //#R < Y En el Raso se podrían situar entre 3 y 4, mien- cementerios vettones coinciden en lo básico < % ! con el registro conocido en los cementerios vac- 4 y 5 púas. La impresión que se obtiene es que ceos, celtibéricos y de otros pueblos del interior. existen marcadas diferencias a nivel de asenta- Hasta cierto punto esto sugiere que las distintas miento. En otras palabras, las identidades es- elites de la Meseta estaban en contacto y su- tilísticas cerámicas deben ser la expresión de pone la existencia de una “ideología guerrera” identidades sociales, de comunidades que se compartida (Lorrio y Ruiz Zapatero 2005; Al- diferencian y reconocen como distintas, pero magro-Gorbea 2008 y 2009). La proliferación compartiendo la misma tradición cerámica y w[ w decorativa. Si los verracos materializan la et- que exigió la inversión de importantes recur- nicidad en el territorio, las cerámicas a peine la sos naturales y humanos, encaja bastante bien construyen en las relaciones sociales cotidianas con el panorama descrito. Las reconstrucciones de los oppida a través de la visualización de las y reelaboraciones de las defensas fueron usua- composiciones decorativas y los mensajes icóni- les en la época, evolucionaron hacia formas de cos que éstas encierran. mayor complejidad y alcanzaron su máxima En resumen, de la lectura de estos últimos expresión en las últimas dos centurias antes del datos pueden extraerse algunas consideracio- cambio de era (Ruiz Zapatero 2003). Descono- nes relativas al problema que plantea la rela- cemos qué criterios han llevado a escoger una ción etnia-ciudad, y que debemos situar desde u otra fórmula defensiva, pero el hecho más un punto de vista arqueológico con anteriori- sobresaliente es que algunos poblados vettones dad a la llegada de Roma: están empezando a comportarse como impor- tantes centros urbanos, y eso, de algún modo, (1) la existencia de una población de la implica un riesgo en la estructura tribal del te- Edad del Hierro en el oeste de la Meseta, que {P*``- se corresponde con el territorio histórico de los ma socio-económico había alcanzado tal grado vettones que testimonian las fuentes romanas, de complejidad, que la transformación parecía !T\\*- (2) un segundo rango vertebrado en agru- pel fundamental en su desarrollo. ! Y \D D [  de ocupación social y económico también es- 3. Hacia la formación de los oppida [ (c. 200-50 a.C.): los estímulos externos

(3) una última categoría vinculada a los op- Y*- pida como elementos jerarquizadores del terri- toriadores sigue considerando la conquista de torio, que empiezan a ofrecer rasgos de comu- TD`! nidades que se diferencian y reconocen como los romanos, como un factor aislado e indepen- distintas, pero compartiendo idéntica cultura diente del desarrollo de las sociedades prehis- material. tóricas. La tradición disciplinar ha tendido a estudiar de forma netamente diferenciada, por Las gentes vettonas que se articularon en un lado la Europa prehistórica y templada, y torno a los oppida reordenaron el paisaje y con- D |— trolaron los campos de cultivo y los pastos de 2002: 379). Sin embargo, el estudio de las gen- sus territorios circundantes. El nivel de desarro- tes de la Edad del Hierro debería pasar por el llo social y económico alcanzado favorecería desarrollo de una aproximación completamen-

Complutum, 2011, Vol. 22 (2): 147-183 $## Ciudades vettonas Jesús Álvarez-Sanchís te integrada, tanto a escala regional como de ción de las pautas comerciales tradicionales. asentamiento. La realidad concreta de los mecanismos de in- Mucho más importante para la economía au- tercambio empleados no se acaba de conocer tóctona fue el intercambio comercial con Roma. bien del todo, pero a juzgar por los datos que {P*``- nos han transmitido los escritores clásicos las !B\ mercancías se obtenían fundamentalmente a una región por la que Roma ya había empezado través del comercio organizado, del intercam- a mostrar un especial interés. Destaca una fecha bio diplomático de dones y del pillaje (Cunliffe importante, el 193 a.C., año de una expedición $//R!- militar al mando del pretor M. Fulvio contra el jo que el practicado hasta entonces implicó un oppidum carpetano de Toletum MBD aumento del nivel de producción que excedía alrededores, venciendo a una confederación de las necesidades inmediatas de las comunidades tribus vacceas, celtíberas y vettonas (Roldán locales. „$/##/"/=/R<! El registro arqueológico de los asentamien- en este momento un territorio amplio en torno al tos permite reconocer en esta época dos ten- B\' "  [ D el Duero, donde limitaban con los vacceos, e in- la jerarquización del territorio. Se constata el cluso con el propio río, que separaba a éstos de desarrollo de pequeñas granjas agrícolas en la |7' 4,112-113). Al sur, las parte más baja de los valles. Las manufacturas XPD‰ que se obtenían en los talleres de los oppida seguramente dividían a vettones de lusitanos y y la adquisición de importaciones estimuló a . La atribución étnica de Obila y *- los campesinos a producir excedentes alimen- tica|+>R ticios. Allí donde han sido posibles excavacio- los límites oriental y occidental, lindando de esta nes o prospecciones más o menos sistemáticas manera con carpetanos y lusitanos. se distingue una importante concentración de El centro político y económico de muchas la población y la evidencia de una artesanía es- tribus giraba en torno a los oppida, donde pecializada en la producción local de objetos: seguramente se realizaban las transacciones se generalizó el uso de la cerámica a torno y la comerciales más importantes, y como tales metalurgia de hierro, a través de nuevos útiles constituían una atracción para los mercaderes como las hoces o la reja de arado, transformó la '\- economía. Hay que reconocer que buena parte da de materias primas y de mano de obra por de la producción se movió dentro del ámbito parte del mundo romano tuvo que suponer un doméstico y con especialistas a tiempo parcial. enorme estímulo para la producción local y sus Sin embargo, la variabilidad y la gran cantidad dirigentes, lo que aceleró el desarrollo de estos centros. Hacia ellos arribaron no sólo monedas de plata y bronce a cambio de esclavos, metal, ganado y productos agrícolas como el trigo, sino también vino, aceite, perfumes, telas, ser- vicios de vajilla y otros objetos de lujo medi- terráneos, además de incontables chucherías y baratijas. En las relaciones comerciales inter- {[* ``` w D**``- cas campanienses, denarios y otros productos empiezan a proliferar en sitios como Salaman- B<*< el Raso (Martín Valls y Esparza 1992: 272; Figura 22.- O ! oppidum Álvarez-Sanchís 2003b: 129 ss.). La conquista T|†R|wB- de la Meseta supuso una completa reorganiza- quemada, Museo Arqueológico Regional, Madrid).

$#> Complutum, 2011, Vol. 22 (2): 147-183 Jesús Álvarez-Sanchís Ciudades vettonas de cerámica a torno presente en los yacimien- información relativa a las personas, a su estatus, tos en las dos centurias previas al cambio de género o grupo familiar al que pertenecían. Con era, revela que algunas comunidades estuvie- la fabricación industrial de la cerámica, la tipo- ron inmersas en redes de intercambio que exi- logía y la decoración de los vasos cambiaron gían una producción amplia y surtida (Fig. 22). radicalmente. Existió una producción estanda- No hay que perder de vista que en muchas oca- rizada y orientada a una distribución más am- siones más que los recipientes en sí mismos lo plia. No debería entonces resultar extraño que la que se está transportando es su contenido. La forma de expresar identidades entre los vettones proximidad del ejército romano tuvo que crear cambiara también de registro (Álvarez-Sanchís un mercado inmediato; eso seguramente aportó 2009: 150-154 y 2010). Nos faltan estudios en un valor añadido a determinados recursos lo- esa dirección. Lo mismo puede decirse respec- cales y requirió el empleo de talleres especia- to a la utilización de elementos de vestuario con P\!Yw arreglo a ciertos patrones estéticos. Como ha oppidum de Las Cogotas abarcaba en el siglo demostrado Gebhard (1991), la producción en `` ' \ D [ w! [- y hornos de cerámica que ocupaban algo más nales de la Edad del Hierro en yacimientos cen- de 300 m2 (Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís troeuropeos, frente a la acusada variabilidad y 1995). Los hornos eran de tipo sencillo de una personalidad de estas joyas en épocas anteriores, sola cámara y anexo al taller existía una gran sugiere que ahora jugaban un papel mucho me- dependencia que debió servir de almacén de nor a la hora de transmitir información sobre los productos acabados y como secadero de adobes individuos que las usaban y portaban. para la construcción de casas y otras estructuras. El tamaño de algunos asentamientos y la Lo que interesa resaltar es que el taller de alfare- envergadura de la producción hacen difícil ría rebasa el ámbito de la producción doméstica no considerar estos oppida como los prime- tradicional y por sus dimensiones y la compleji- !|DR dad que implica su mantenimiento y su funcio- evidencia muy interesante es el hallazgo, en namiento bien puede considerarse una actividad las proximidades de estos sitios o junto a las | $R murallas, de extensas áreas formadas por acu- Actividad que debió requerir especialistas, una mulaciones de tierra cenicienta que incluyen producción estandarizada y una distribución de fragmentos de huesos, escorias, adobes y ce- w!B rámicas. Estos inmensos vertederos se forma- la cerámica recuperada en el alfar fue realizada ron en el lapso de unas pocas generaciones y a torno y ofrece una variadísima colección de constituyen un rasgo singular de la cuenca del vasos, copas, cuencos, botellas, embudos (Sa- Duero (Sacristán et al. 1995: 349-350; Álva- las 2008).... muchos de los cuales emparentan rez-Sanchís 1999: 151-153; Sanz et al. 2003: con los fabricados por las comunidades vetto- 59). Que este fenómeno aparezca sobre todo en nas más occidentales (Las Merchanas, Yecla la asentamientos a partir de la primera mitad del \RY! * ``  fue haciendo cada vez más homogéneo en la re- desarrollo industrial alcanzado por estos centros *!!woppida P X [ como se distribuían las manufacturas a través de es difícil de determinar, puesto que en muchos redes de intercambio. casos la tierra ha sido arada y removida cientos Este fenómeno tuvo que tener también im- [ T „ portantes implicaciones respecto a la forma uti- Los vertederos de algunos oppida han propor- lizada por las comunidades indígenas para trans- cionado abundantes restos de adobe, cascotes y mitir información o expresar identidades. Con * anterioridad a la llegada de Roma, una parte muy posibilidad es que estos espacios fueran escom- importante de la cerámica se elaboraba a mano breras, es decir, sitios en los que se arrojaban y se decoraba individualmente. Es evidente que los escombros procedentes de las reparaciones distintos tipos de cerámicas y distintos tipos de de las viviendas y los talleres (Sacristán et al. M[! 1995: 349-350). Es posible incluso que estas

Complutum, 2011, Vol. 22 (2): 147-183 $# Ciudades vettonas Jesús Álvarez-Sanchís reformas afectaran a manzanas o barrios com- B D  pletos de una ciudad. No hay que olvidar que importantes del oeste peninsular, de dirección muchos oppida crecieron de tamaño porque su norte-sur, la vieja ruta tartésica que andando el riqueza debida a las manufacturas y al comercio tiempo se convertiría en la calzada romana de atraía a gentes de las zonas de alrededor. Y, ló- |‰DX\>R<! gicamente, cuanta más gente se concentrara en tenían que cruzar forzosamente este territorio estos sitios, más industrias, más productores de para llegar al norte del país, lo que enriqueció alimentos y más viviendas se hacían necesarios a la aristocracia que controlaba ese tránsito. En D\|—" la ciudad salmantina vivía y trabajaba una im- =#+R„DwY- portante población que se sentía protegida. ner también en cuenta. La importancia que tuvo Gran parte de los oppida vettones estaban la ganadería no hace descabellada la posibili- rodeados de murallas hechas de piedra, tierra, dad de mercados de ganado o reuniones de la adobe y madera, y eran mucho mayores que los población en algunos oppida para transacciones asentamientos de las épocas anteriores. Aunque comerciales y esparcimiento (Álvarez-Sanchís sólo unos pocos han sido excavados, todo pare- 1999: 153). Estos contactos serían un acicate a ce indicar que durante la conquista romana se la hora de producir excedentes agrícolas y otros levantaron nuevas murallas, bastante distintas a productos con vistas al intercambio. Semejantes las tradicionales, empleando entre otras nove- reuniones contribuirían a esparcir restos de co- *[- mida y otros detritus, incluyendo cerámica rota das puertas de entrada con complejos sistemas y huesos de animales. La acumulación de huesos de acceso para su mejor protección y torres de en uno de los cenizales de Las Cogotas podría planta cuadrada o rectangular (Álvarez-Sanchís apuntar en este sentido, sobre todo si se tiene en >!K‰PPB!/R{*- cuenta su ubicación, en una de las zonas llanas tos rasgos pueden apreciarse todavía hoy en el y mejor protegidas del yacimiento (Ruiz Zapa-  M < tero y Álvarez-Sanchís 1995: 222). En algunos D! T'- de los sondeos anexos se encontraron hogares y cias de un rápido crecimiento en Las Cogotas y huellas de acuñamientos de postes. Estos restos XMD sugieren estructuras ligeras y no de larga y con- defendido- y buenos ejemplos de ciudades crea- tinuada ocupación que apoyarían la idea. das prácticamente ex novo. Como El Raso (Can- Salamanca fue otro oppidum importante deleda), al otro lado del Sistema Central, cuyas donde se compraban e intercambiaban produc- defensas parece que se erigieron a comienzos tos. Las excavaciones más recientes han saca- *``|Q*=RT do a la luz potentes cenizales con cerámicas, sitio conserva en la actualidad restos de una do- adobes, huesos y otros materiales, así como un D[' [!*w- unas 20 hectáreas. Sucede en el tiempo a otro *`w- yacimiento próximo conocido con el nombre de mas que han sido interpretadas por sus exca- T  Y w[ vadores como talleres destinados a la industria que se ha relacionado con el famoso cementerio textil, alfarera e incluso a la molienda de ce- de incineración de la Segunda Edad del Hierro reales y bellotas (Misiego et al. 1998; Martín (Fernández Gómez 1995: 154-155). Esta necró- $///"$+K{D>"$# polis demuestra que ya existía una comunidad ss.). Hay que ver como un hecho lógico la fun- en los alrededores antes del año 200 a.C., que ción comercial que debió desempeñar la ciu- experimentó un rápido crecimiento y no un de- D![w sarrollo paulatino. de dos paisajes completamente diferentes, la El oppidum\‰- cuenca miocénica de la Armuña, de vocación P\ agrícola, y la penillanura salmantina, típica- aproximadamente entre el 300 a.C. y el cambio mente ganadera. El sitio es también especial |Q*D+RO por su situación respecto a las rutas de comu- de las zonas amuralladas, en los restos de estruc- nicación. Se encuentra junto a un vado del río turas monumentales, en la planta de las vivien-

$#/ Complutum, 2011, Vol. 22 (2): 147-183 Jesús Álvarez-Sanchís Ciudades vettonas

Figura 23.- Muralla sur del oppidum de El Raso y sector de casas excavadas. das y en la densidad de los materiales hallados localizan en un área que anteriormente fue uti- [Y!!- lizada para albergar un interesante conjunto de vidido en sectores o barrios diferenciados (Ál- talleres artesanales, dato que revela una orga- varez-Sanchís 1999: 144; Ruiz Zapatero 2005). nización del oppidum bastante más compleja La prospección de este inmenso asentamiento de lo habitualmente pensado (Ruiz Zapatero reveló, entre otras muchas cosas, la existencia +"=#R de varias canteras para la extracción de bloques < !! [  de granito. El sistema tradicional consistía en de 70 hectáreas que no debía estar sólo relacio- seguir las vetas y fracturas naturales, rompien- nada con el tamaño de la comunidad residente, do con cuñas de hierro y madera bloques de P las canteras tuvo que destinarse a la obtención de material constructivo para las viviendas, y M' el lado sur- parece que estuvo relacionada con la obtención de grandes sillares para la cons- trucción de las defensas. El trabajo de la piedra debió ser muy intensivo (Rodríguez Hernández 2009). Sondeos llevados a cabo en la ladera baja del asentamiento permitieron localizar y excavar una tumba de empedrado tumular con un interesante ajuar metálico y cerámico da- [T„|†P Sanchís et al.RB!\ deparado el hallazgo de nuevas tumbas en la Figura 24.- Vista general del oppidum misma zona. Además, los enterramientos se desde el noreste (foto de M. Almagro-Gorbea).

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Figura 25.-*wD*P|†PX$///R aunque ésta rebasara en algún momento de su Dww[ existencia los dos millares de almas. Como en parte de las tribus indígenas (Esparza 2003; muchos otros oppida hispanos y de la Europa Ruiz Zapatero 2003: 14), entre otras razones bárbara en general, la adaptación a la topogra- porque las legiones manejaban máquinas de w  [ Y ! asalto -torres, arietes, piezas de artillería- has- |{P D OP ta entonces desconocidas en el interior de la 1989: 110), por lo que algunas zonas del asen- `! Y tamiendo parece que estuvieron prácticamen- asentamientos, o de las reformas llevadas a ! %  cabo, pudieron establecerse por razones de- pudo ser la de reservar extensas áreas para wT\- D*B blación de alrededor podría refugiarse dentro olvidar que la presencia romana creará nuevas de los oppida, ya que existiría espacio libre condiciones para la organización de las luchas [ {Y D *

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Figura 26.-'<*T\B\D<- |†PX$///QP‰P$/#„P$//D‰PPB!/R fueron dos factores importantes en el desarro- Las viviendas tienen planta cuadrada o [T *+D$+[ „|—"=#+R interna, divididas en tres o cuatro estancias de algunas defensas también pudo estar mo- |Q*#R< tivada, como ha señalado Collis (1984: 107), con el hogar y en ocasiones el banco adosado por razones internas, entre otras cosas para %' * [  Toppidum del espacio habitable y a ella se accede di- !*- rectamente desde la puerta exterior. Las otras [*\D- !  M forme (14 x 10 m), que podría haber servido depositaban los grandes recipientes de cerá- de atalaya, controlando de hecho una enorme mica o los aperos de labranza- y dormitorio; extensión del área habitada, y por tanto el tra- éstas pueden aparecer contiguas a la primera siego de carros, gentes y productos. o dispuestas ordenadamente en torno a un eje

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cidas con anterioridad, y eso responde segu- ramente a una organización doméstica más especializada.

3.1. Las ciudades romanas y los oppida

T*`- das romanas, el aumento de la producción y el desarrollo de los oppida era evidente. Las condiciones generales de vida empezaban a cambiar en muchos aspectos desde la Edad del Figura 27.- Viviendas excavadas del poblado de Hierro. La población era mayor que antes de |wQQ!R la conquista y las ciudades empezaban también a ser mayores y más complejas que los asen- longitudinal. Es común la utilización de mu- tamientos precedentes. La actividad de estos ros con zócalos de piedra que se recrecían con sitios sería un reclamo para las comarcas de ! ! % ! alrededor. La acumulación de riqueza atraería exclusivamente de piedra -pizarra o granito- a más y más personas y eso mismo tuvo que hasta conectar con la cubierta. El hallazgo de desestabilizar gravemente las relaciones fami- bloques de barro con improntas de maderos liares y las relaciones de propiedad. Las dife- cilíndricos sugiere que las cubiertas estarían rencias sociales dejaron de estar tan marcadas construidas con troncos de árbol, recubiertos en los cementerios y pasaron a ser mucho más de barro y paja. En época tardía se produje- !P ron algunos cambios en la arquitectura do- se enterraron numerosos depósitos de metales, méstica, seguramente como consecuencia de sobre todo en forma de vajillas, joyas y mo- \|DTP nedas (Delibes y Esparza 1989; Delibes et al. $//" >+K ‰PPB! D /" 1993; Cuesta et al.$RO 72 ss.; López García 2011) (Figs. 27 y 28). depósitos que conocemos aparecían guardados Los ejemplos más claros los encontramos en en recipientes en el interior de las casas o en < D T K  !\- se han detectado grupos de viviendas exten- plo, un importante depósito que contenía dena- sas (> 400 m2) adosadas unas a otras -sin que rios ibéricos se encontró en el centro histórico podamos establecer con claridad su sistema de Salamanca. Entre otras cosas, el hallazgo se organizativo- y el recurso a emplear grandes ha relacionado con la inseguridad reinante du- sillares en los zócalos. La organización del \\'- zación de diferencias sociales -como veíamos en los ajuares de las tumbas- pero también funcionalidades diferentes, no estrictamente de habitación. Hablar en los oppida vettones de urbanis- w- do abordamos su organización interna hay una lógica espacial: barrios residenciales con distintos niveles de riqueza, casas extramuros con equipos domésticos más pobres, áreas de encerramiento de ganado, áreas industriales (alfares, talleres metalúrgicos, canteras), ver- tederos, sitios para el intercambio y el espar- Figura 28.- Viviendas excavadas del poblado de El cimiento, áreas de culto, etc. Las viviendas Raso, con el hogar en el centro de la estancia princi- son más amplias y complejas que las cono- pal (foto de F. Fernández Gómez).

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Figura 29.-<*|*PR

*` múltiples funciones para las gentes de la Edad en el oppidum de El Raso, las excavaciones han „|—"=>>RYY proporcionado denarios y ases republicanos así D[ como un singular tesorillo que estaba oculto en lo cierto es que estos atesoramientos consti- una de las viviendas, cuyas fechas de acuñación tuían excedentes de riqueza disponibles, es de- permitirían situar el abandono del poblado en cir, un capital importante reunido por una o va- *` rias personas y puesto a buen recaudo. Desde |QP‰P$/#"R el siglo V a.C. los hispanos que habían servido \ - como mercenarios en los ejércitos mediterrá- DD<w!- neos se familiarizaron con la moneda como sis- gena encontrada en algunos castros zamoranos tema de pago. Es verdad que no llegó a existir M{!XB una auténtica economía monetaria, es más, ni seguramente otra forma de exhibir el lujo que siquiera conocemos acuñaciones de moneda en proporcionaba la riqueza (Delibes et al.$//#R las ciudades de la Meseta occidental durante Se enterró coincidiendo con la instalación en la Edad del Hierro, pero es indudable que en Rosinos de Vidriales de una legión romana, la X los dos últimos siglos antes del cambio de era Gemina, que hay que vincular con el desarrollo las monedas se convirtieron en un medio im- de las operaciones contra cántabros y en portante para almacenar y atesorar riqueza. De los años 29-19 a.C. esta forma, las relaciones entre los individuos Es inevitable relacionar estas ocultaciones pudieron cambiar. Era el mercado el que deter- con tiempos de guerra, pero no hay que descar- minaba el valor de los productos y no las re- tar otras posibilidades. Los arqueólogos tende- laciones sociales o familiares. Este sistema de [*[D acaparación y disfrute de la riqueza sustituyó función de los contextos arqueológicos -ya se al característico armamento de las necrópolis trate de un poblado, una vivienda, un cemente- como símbolo social. rio o un santuario- sin tener en cuenta que mu- T*[D- chos sitios y lugares de hábitat pudieron tener lar desarrollo experimentado por algunos asen-

Complutum, 2011, Vol. 22 (2): 147-183 174 Ciudades vettonas Jesús Álvarez-Sanchís tamientos en esta época se ha relacionado tam- obstante, la ubicación actual de la pieza es des- bién con fenómenos de “sinecismo” (Almagro- conocida y su estudio requiere de nuevas valo- Gorbea 1994), es decir, ciudades que aglutinan B! en muy pocos años importantes contingentes X% *  de población llegada de fuera. Estas migracio- |O*$//K{*‰!DB- nes exigirían importantes recursos para movi- $///"$/$$#RPwY- P D * [ - ños grupos (Lorrio y Ruiz Zapatero 2005). Es- merosos. En el valle Amblés, el proceso de la tos procesos pudieron desarrollarse con mati- despoblación de algunos castros se observa con ces diferenciados según las comarcas. Quedan, relativa claridad. Apenas existen testimonios de sin embargo, muchos detalles por entender. Del época tardía en Las Cogotas y algo análogo ocu- castro extremeño de Alcántara procede un inte- rre en La Mesa de Miranda. El tercer recinto del !Y[ oppidum se levantó en un momento impreciso el 104 a.C. entre los romanos y el pueblo de los *``Y * 89: (López Melero et al. 1984). Se muralla, que invadía una parte del cementerio, [populus y no * B  con un oppidum, indicio de que el poblamien- pudo deberse a un momento de inseguridad. to en algunas zonas aún no había alcanzado el BwP grado de desarrollo propio de una organización las guerras que ocasiona la conquista romana urbana, allí donde la ciudad adquiere entidad y |  $/#>" $K Q! +"  [ 20 ss.), pero lo cierto es que apenas hay datos |O$///"#=#RT- sobre las rutas seguidas por las legiones. La dios como éste resultan fundamentales porque población pudo trasladarse al vecino oppidum revelan el enfrentamiento de Roma a comuni- |‰PPB! /" >R dades dispersas en granjas y aldeas. Los oppida algunos vestigios de época tardía, como cerá- seguían siendo excepcionales, y la inmensa ma- micas pintadas y varios denarios de la ceca de yoría de la gente seguía viviendo en pequeños arekorata y sekobirices (Álvarez-Sanchís et al. asentamientos. 2008: 347), podrían llevarse a comienzos del El sistema que acabamos de bosquejar em- * ` * Y \ D ! pezó a desintegrarse en la segunda mitad del w[ *`<Y[ En el extremo suroccidental, en tierras ca- indígena y a su organización política, y la susti- cereñas, tenemos un ejemplo excepcional. La tuyó por el centralismo romano (Salinas 2001). presencia de una ceca celtibérica, Tamusia, Se crearon ciudades y campamentos, se traza- \B\|O- *P[ ja, Cáceres), con emisiones de moneda que se comercial y militar y se construyeron puentes *`|OP- para cruzar ríos (Gillani y Santonja 2007). La quez 1995), demuestra inequívocamente un red de comunicaciones obligó a las comunida- desplazamiento de gentes a través de la Me- des indígenas a moverse por el territorio de una MPB\ manera diferente a como lo habían hecho hasta de los cementerios del castro se fecha en los entonces. Las tropas estacionadas requerían in- *```D[- gentes cantidades de comida y recursos. Esta ñales biglobulares y otras armas de hierro que demanda no sólo estimuló altos niveles de pro- seguramente procedan de la Meseta oriental ducción por parte de la población campesina. (Hernández et al. 2008). La publicación de ! una supuesta tésera de bronce con la leyen- punto de vista de los patrones de asentamien- da hispanocelta escrita en caracteres latinos to, es la creciente importancia de las ciudades AVILACA, hallada cerca del castro citado pero emplazadas en tierras aptas para el cultivo del que procedería de la Ávila prerromana identi- cereal, o bien en zonas de extracción de hie- [D|*P rro, estaño y cobre. Si bien la ecuación entre Morales 2009), aporta un nuevo e interesante demanda romana de productos alimenticios w [ oppida. No DŸ[-

175 Complutum, 2011, Vol. 22 (2): 147-183 Jesús Álvarez-Sanchís Ciudades vettonas ducción agrícola y minera, es una explicación Valuta, Polibeda), que hacen pensar en su tem- demasiado sencilla, al menos tiene la virtud de prana conversión en municipios romanos. Las \w- excavaciones efectuadas para restaurar la puer- portante en la organización del territorio obser- ta occidental de Yecla la Vieja y la meridional vable en este sector de la Meseta. de Las Merchanas han ofrecido datos muy elo- Algunos oppida sobrevivieron como ciuda- cuentes sobre la vitalidad y evolución de algu- des romanas. Los modelos de cambio se docu- X|O- mentan bastante bien: ciudades como *- net y López Jiménez 2008: 174-175), un terri- tica (Salamanca), Obila (Ávila), Augustobriga torio que atrajo a gentes de distinta procedencia |B \R Lacimurgi (Navalvillar de M[*w R Bletisama (Ledesma), Mirobriga (Ciu- |$/RMDYDY dad Rodrigo), Turgalium |B\R Caesaro- '% briga|BRUrunia|` oppida no sobrevivieron como asentamientos en Fuenteguinaldo) -citando sólo algunos casos romanos, su población declinó, así como sus cuyos nombres antiguos nos son conocidos por actividades económicas. Lugares emblemáticos w D ! [ como Las Cogotas, La Mesa de Miranda, El continuidad entre los tiempos prehistóricos y el w ! período romano. La clave estaba en buscar em- En el valle Amblés, sabemos que Ávila des- plazamientos acordes con los intereses roma- empeñará un papel clave en la vertebración del nos, valorando los recursos agrícolas y mineros territorio en época altoimperial (Mariné 1995). del territorio y el acceso de la población a las Los materiales recuperados atestiguan que des- redes de intercambio controladas por el ejérci- [ * ` ' * <wY|``+>R dominando el paso del río Adaja, un centro de de éstas y otras ciudades es importante para va- considerable importancia nutrido a partir de los lorar la amplitud del territorio vettón en época viejos núcleos indígenas (Quintana et al. 2003- altoimperial (Fig. 29) y el nuevo modelo urba- 2004; Fabián 2007: 88 ss.). no propiciado por Roma (Domínguez Monede- El problema de los orígenes de los oppida "=>#R'! que Roma llegó a conocer en la Meseta comien- **[ za a situarse hoy en un punto álgido, y desde provincia se divide en dos circuns- * [ Y ' cripciones -Lusitania y Vettonia- a cuyo frente unanimidad de criterios por parte de los espe- había un procurator (Salinas 2001: 84-87). La cialistas a la hora de ofrecer una visión de con- elite autóctona pronto sacó partido de la ocupa- \Y- ción y el oeste de la región conoce en está épo- tiva arqueológica de “tiempos largos” -como ca un relativo proceso de urbanización (Martín atinadamente señalaba el profesor Martín Valls Valls et al. 1991: 159). La potenciación de algu- hace ya cinco lustros- interesa mucho más es- nos asentamientos en esta época se plasma, por tudiar el proceso a través del cual pequeños ejemplo, en los términos augustales erigidos en poblados se convirtieron en grandes ciudades #[\ en vísperas de la conquista romana, que el que entre varias ciudades de la actual provincia de éstos correspondan a los vacceos, arévacos, lu- Salamanca (*, Bletisama, Mirobriga, sitanos o los propios vettones.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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