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SAN LORENZO DE MASOA: ¿UNA DECANÍA DEL SEÑORÍO MONÁSTICO DE SAN MILLÁN DE LA COGOLLA O UN COMUNERO DEL NUEVO PODER MUNICIPAL?*

RUFINO GÓMEZ VILLAR**

RESUMEN San Miguel de Pedroso () fue una de las más importantes de- pendencias monásticas de San Millán de La Cogolla. En varias actas nota- riales del Becerro Galicano ha quedado registrado el tráfico patrimonial re- lacionado con el centro religioso del Tirón. Entre sus posesiones figura un casi anónimo monasterio: San Lorenzo de Masoa. El acta de donación de este pequeño cenobio forma parte de un bloque documental cuya elabo- ración formal ha sido calificada de espuria por varios historiadores. La con- textualización de este conjunto de textos en el horizonte comarcal del siglo XII pone de manifiesto un conflicto de intereses entre las nuevas villas y el viejo poder señorial representado por la abadía, al tiempo que revela las razones próximas de una falsificación que afecta también a los contenidos intrínsecos de los diplomas aludidos. Palabras clave: San Millán, San Miguel de Pedroso, Belorado, Valle de San Vicente, falsificación, Galicano, siglos XI-XII.

San Miguel de Pedroso (Belorado) was one of de most important mo- nastic plost dependent on San Millán de La Cogolla. Patrimonial traffic re- lated to the religiosus centre in Tirón has been registered in several notorial acts of the Becerro Galicano. Amony its possessions you can find an almost anonymous monastery: San Lorenzo de Masoa. The donation act of this small monastery is part of a documentary block whose formal preparation has been described as spurious by some historians. Reading these texts tak- ing into account the historical features of de region in the XII century reveals a conflict of interests between the new towns and de old power rep- resented by the abbey, and highlights the reasons why the documents were forged, which also affects the intrinsic content of de acts mentioned. Key words: San Millán de la Cogolla, San Miguel de Pedroso, Belorado, forgery, Becerro Galicano.

* Registrado el 20 de junio de 2008. Aprobado el 3 de febrero de 2009. ** Catedrático del IES “La Laboral”, Logroño-Lardero.

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LAS FUENTES DOCUMENTALES: EL BECERRO GALICANO

Para reconstruir la trayectoria histórica de una institución cualquiera, o tan solo de alguno de sus muchos aspectos, debemos considerar y some- ter a análisis crítico la información documental que ha quedado registrada sobre ella. Los registros literarios, por supuesto, pero también los arqueo- lógicos y los toponímicos. Y los testimonios indirectos provocados por su existencia en las sociedades humanas que la han rodeado. A esta reflexión inexorable están sometidas por igual las figuras jurídicas con relevancia his- tórica y aquellas que por su poca entidad apenas han dejado una leve hue- lla de su vida. Una de estas instituciones modestas va a ser objeto de este trabajo: el monasterio medieval de San Lorenzo en el monte Masoa, ubica- do en las tierras montañosas del Alto Tirón [Ver mapa I].

Mapa I. Ubicación de San Lorenzo de Masoa.

Para abordar el estudio es preciso recurrir básicamente a un puñado de documentos de la Colección Diplomática del monasterio de San Millán de La Cogolla. En concreto a los contenidos en el llamado Becerro Galicano, un tomo conservado en el monasterio riojano donde se copiaron, algunos de ellos retocados, en las últimas décadas del XII otros diplomas antiguos, fundamentalmente los contenidos en el Becerro Gótico, un volumen hoy

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desaparecido1. Tres son los diplomas de esta colección que recogen algu- na mención directa a San Lorenzo. Dos de ellos, la carta de donación del conventuelo al monasterio de San Miguel de Pedroso, protagonizada por el conde Fernán González, titulada De Santo Laurentio, y uno de los diplo- mas agrupados bajo el epígrafe De monasterii, están datados en el año 9452. El primero de ellos trae un texto extenso en el que, entre otros datos significativos, se recogen de forma minuciosa las mojoneras del pequeño cenobio; por el contrario el citado texto contenido en De monasterii no pa- rece otra cosa que una compilación, antedatada al referido año de 945, de los supuestos establecimientos monásticos filiales de San Miguel, un catá- logo elaborado, acaso, en un momento inmediatamente posterior al de la agregación del priorato del Tirón a San Millán, acaecida en el año 1049. A esta conclusión nos empuja el hecho de que todavía en ese mismo año se procedía al apeo y deslinde con el de San Miguel de los términos de los colindantes monasterios de San Salvador de Vallejovit y de San Mamés, incluidos en el inventario3. El evidente anacronismo dejaba asimismo liber- tad para que, en una nueva copia, se incluyera en la nómina el de San Lorenzo. Esa puede ser también la razón cronológica de que la lista no con- tenga las dependencias monásticas de Santa Pía de Belorado, San Martín de Ezquerra, San Miguel de Villagalijo o la de la “casa” de Loranco, anexiona- das posteriormente, en fechas distintas de la segunda mitad del siglo XI4. Ambos diplomas contienen además lo que parecen tardíos anexos, en los que se especifican cañadas ganaderas y derechos de pasturaje para los rebaños monasteriales. Más tarde, en 1.081, a una distancia de 136 años, el Becerro Galicano vuelve a ofrecernos noticias de San Lorenzo, esta vez a través de un texto donde se registra un otorgamiento de fincas al convento, realizado por una

1. Ver M. Zabalza Duque, Colección Diplomática de los Condes de Castilla. Edición y comentarios de los documentos de los condes Fernán González, García Fernández, Sancho García y García Sánchez. Ed. Junta de Castilla y León. Valladolid, 1998. p. 68. 2. Ubieto Arteta, Antonio. Cartulario de San Millán de La Cogolla (759-1076). Ed. Anubar Ediciones, S.A.; col,: TEXTOS MEDIEVALES, 48. Valencia, 1976 : (945) núm. 37, 40. 3. Ubieto Arteta, San Millán (1049) núm. 259. Los monasterios de San Salvador de Valjubí y de San Mamés de Balza, los mortuorios y algunos restos constructivos, han sido individualizados por el autor de este artículo en dos valles colindantes con la casa mo- nasterial de San Miguel. Sus términos permanecieron incluidos en el coto monástico de San Miguel hasta la Desamortización del último tercio del siglo XIX. 4. El Catastro del Marqués de La Ensenada testimonia elocuentemente que la propiedad de las heredades originales de estos pequeños centros religiosos perteneció efectivamente a San Millán de La Cogolla. La absorción de los bienes pertenecientes a San Miguel de Villa- galijo se produjo por donaciones sucesivas de sus propietarios en los años 1085 (Ubieto Ar- teta, San Millán, núm. 100) y 1107 (Ubieto Arteta, San Millán, núm. 318); la de la casa de San Millán de Loranco en 1058 (Ubieto Arteta, San Millán, núm. 299). Probablemente San Martín de Ezquerra fue anexado en el año 1062(Ubieto Arteta, San Millán, núm. 314).

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familia de propietarios de la aldea de Espinosa del Monte5. El acta de dona- ción reviste especial importancia para lo que aquí se trata ya que la dádi- va no recoge la habitual mención al abad de San Millán como beneficiario de la entrega, probablemente porque la vida autónoma de San Lorenzo continuaba en esa fecha. Con este desalentador bagaje es obligado además analizar con suma atención los diplomas del Becerro relativos al conjunto del dominio terri- torial de San Miguel de Pedroso. La reunión de las actas referidas a San Miguel de Pedroso arroja un con- junto de cuarenta diplomas fechados entre el lejano año de 759, fecha que aparece como data de su discutido diploma fundacional6, y el de 1200. Apro- ximadamente la mitad, 21, pertenecen al periodo de su funcionamiento independiente como cenobio femenino. Hay que hacer notar de forma destacada que buena parte de los docu- mentos de la primera época están duplicados o, más exactamente, que de las transacciones, donaciones o confirmaciones reflejadas en ellos se con- servan dos versiones. Uno de los dos tipos de interpretaciones contiene generalmente una poco detallada relación de las propiedades, y de sus lin- des, entregadas al cenobio y, a menudo, en lo que parecen tardías inter- polaciones, las descripciones de cañadas, pastizales y bosques donde desde la etapa femenina el cenobio tenía, o anhelaba tener, derechos de aprove- chamientos ganaderos y forestales. En esta modalidad de las adaptaciones documentales vemos claramente un eco de la preocupación que en un momento concreto embargó al monasterio por afianzar estos usos de natu- raleza ganadera, siempre tan movedizos y de difícil definición, en, no lo olvidemos, los términos jurisdiccionales de las comunidades aldeanas cir- cundantes. De aquí una primera sospecha de que la intención que movió al monasterio en estos casos fue la de dotar de naturaleza jurídica a estas costumbres inmemoriales o, simplemente, la de apropiarse fraudulenta- mente de atractivos derechos para sus rebaños y leñadores. Una vez más en la segunda mitad del siglo XII se inició en el escritorio de La Cogolla la labor de copia de los manuscritos que recogen el trasiego patrimonial que afectaba a todo el extenso dominio monástico. Natural- mente los que se redactaron inicialmente en el convento del Tirón habían sido enviados a la abadía tras la agregación. En ese momento el escriba co- pió las versiones antiguas, con añadidos y nuevas fórmulas protocolarias, y reelaboró otras, en general más simplificadas, para que sirvieran a una vi- sión distante y generalizadora desde la casa matriz. En perfecta correspondencia con lo expresado da la impresión, por el modo de redacción, que en las interpretaciones antiguas el escriba se sitúa

5. M.L. Ledesma Rubio, Cartulario de San Millán de La Cogolla (1076-1200); Ed. I.E.R. y Anubar; Colección TEXTOS MEDIEVALES, 80. Zaragoza, 1989: (1081), núm. 44. 6. Ubieto Arteta, San Millán (759), núm. 1.

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en un punto de observación muy próximo a la geografía y los hechos que transcribe. Por el contrario, en las compuestas en el escritorio de la abadía la búsqueda de concreción obliga al redactor a resumir las circunstancias topográficas de las posesiones territoriales, con lo que esto supone de pér- dida de detalle, mientras, en una aparente paradoja, anexa derechos de pasturaje y forestales con la prolijidad exigida por los intereses ganaderos. Esta dualidad se refleja asimismo en la diferente ubicación que en el Bece- rro Galicano se adjudicó a los dos grupos documentales7. Una buena muestra de esta actitud la encontramos, por ejemplo, en los epígrafes respectivos de las dos transcripciones que contiene el Galicano del, cuanto menos, retocado documento fundacional del monasterio dúplice de Santa Cristina, “vel Sancta Pía” 8: en la supuestamente confeccionada en San Miguel el escriba no ubica el centro, dando por hecho que los presuntos inte- resados en su lectura conocen perfectamente su situación, mientras que en la traslación emilianense el copista pone oportunamente: “De Sancta Pía sub villa Forato”. Y es que en el momento de la redacción de la segunda versión, la oficina de la abadía no desconocía que Belorado, población en cuyo tér- mino se sitúan efectivamente las ruinas y el mortuorio conventual, es una referencia espacial valida para toda la región de influencia del monasterio. Tal vez ningún otro ejemplo sirva para iluminar el proceso de legaliza- ción por parte de San Millán de los bienes patrimoniales de estos peque- ños y antiguos monasterios como este de Santa Pía. Y también la torpeza y las dudas con las que la oficina notarial de la abadía resolvió en esta oca- sión el expediente. La heredad de Santa Pía —la casa, la iglesia y algunas viñas, herranes y tierras de pan—9 debió de pasar a formar parte del prio- rato de San Miguel con posterioridad a 1049, y muy probablemente en ese mismo año. En un acta datada en esa fecha10 el rey García de Nájera seña- la las fronteras de San Miguel con los términos de dos monasterios aleda- ños y, en lo que parece un ulterior añadido, se agregan al otorgamiento algunas fincas en los actuales territorios de Belorado y de Treviana, y la decanía de Santa Cristina. Tras desechar otras ubicaciones documentales es la fórmula definitiva que escogió el monje copista para formalizar en el Be- cerro Galicano la absorción del antiguo monasterio dúplice de Santa Pía. Lo vemos con una pizca de divertimento en el epígrafe que sirve de tí- tulo al único texto del Becerro protagonizado por el conde castellano García

7. Ver David Peterson, La Sierra de La Demanda en la Edad Media. El Valle de San Vicente (ss.VIII-XII). Ed I.E.R., col, Ciencias Históricas, 10. Logroño, 2005, pp. 54-56. 8. Ubieto Arteta, San Millán (967), núm. 86. 9. La necrópolis del cenobio muestra sus tumbas en cista un par de kilómetros al norte de Belorado, junto al río Tirón, en un paraje conocido como Cuesta de Santa Pía. En este punto se veía hasta principios del siglo XX una cueva excavada en la pendien- te que limita la ribera del río. También Madoz se hace eco de la existencia de esta oque- dad, asociada sin duda con el convento. 10. Ubieto Arteta, San Millán, núm. 259.

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Fernández. Datado en 97911, en el se recoge la donación a San Miguel de Pedroso de la aldea de Ezquerra y de su monasterio de San Martín, además de unos sospechosos aprovechamientos ganaderos y forestales en Pedroso, nada menos que en la dehesa comunal, un área que las comunidades rura- les reservaban en exclusiva para el alimento y descanso del ganado de yugo de los vecinos. Pues bien, ni en la carta de 979 ni en ningún otro de los tex- tos agrupados bajo el encabezamiento citado: “De villula nomine Ezquerram et monasterio Sancti Martin et de terras et vineas de Sancta Cristina” se ve alusión alguna, ni directa ni indirectamente, al dominio o los intereses de Santa Pía, revelando así la intención frustrada o diferida del escriba. Curiosamente podemos entrever una huella más de otra incompleta tentativa para justificar la posesión de la heredad de Santa Pía en el título de una de las versiones comentadas del documento fundacional. Fechada en 967, la carta está encabezada por el expresivo epígrafe: “De Sancta Christina monasterio, cum hereditate sancti Michaelis et alias hereditates”, en el que se presupone que en fecha tan remota, y en el mismo año de su instauración, el centro religioso había pasado ya a convertirse en una filial más de la comunidad de monjas de Pedroso. Pero volvamos de nuevo al estudio de los dos primeros diplomas en los que se testimonia la existencia de San Lorenzo de Masoa. Hay que decir que es obligado incluirlos en un bloque que contenga el texto de la con- cesión condal a San Miguel, fechada en el mismo año 945, de un incógni- to monasterio de San Pablo12, bien individualizado por el diploma junto al caserío de Espinosa del Monte, y la ya citada carta adulterada del conde García Fernández, datada en 979. Pensamos que, por sus acusados parale- lismos formales y los intereses comunes que defienden, los cuatro diplo- mas fueron elaborados en el mismo tiempo y por el mismo monje. Sobre la adulteración de este conjunto documental de época condal se han pronunciado distintos historiadores, que señalan una serie de tachas de carácter extrínseco comunes a todos ellos. Gonzalo Martínez Díaz13, por ejemplo, apunta entre otros aspectos sospechosos la reiteración de anacro- nismos o la falta de historicidad de los notables confirmantes. En el mismo sentido Zabalza Duque14, al analizar el estilo y estructura de esta serie de cuatro documentos, expresa dudas sobre su autenticidad. Nuestra opinión es tributaria de la de estos profesores, al considerar como una torpe impostura la elaboración formal de este bloque de diplomas. Una consideración que se extiende, como queremos demostrar, a alguna par-

11. Ubieto Arteta, San Millán (979), núm. 95. 12. Ubieto Arteta, San Millán (945), núm. 39. 13. Martínez Díez, Gonzalo, El Monasterio de San Millán y sus monasterios filiales. Documentación emilianense y diplomas apócrifos. En Revista Brocar, 21, año 1998. pp. 30-33. 14. Zabalza Duque, Colección Diplomática de los Condes de Castilla, pp. 211-214.

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te de los contenidos documentales. Para alcanzar esta propuesta voy a pro- poner un análisis microscópico, una orientación que puede o no ser exitosa, aunque nos conformamos con que genere alguna atención en los curiosos de la historia. Antes, sin embargo, es preciso dirigir nuestra atención hacia el monasterio de San Miguel de Pedroso.

EL MONASTERIO DE SAN MIGUEL DE PEDROSO

El análisis del conjunto de actas referidas a San Miguel proporciona una visión general del desarrollo del cenobio del Tirón enmarcada en la eco- nomía, la historia y las instituciones de la comarca. Resumir en unas pocas páginas la secuencia histórica de este centro religioso hasta finales del siglo XII es la difícil y obligada tarea que ahora nos proponemos. El año 1049, García Sánchez III, rey de Pamplona, anexionó a San Mi- llán de la Cogolla el monasterio de San Miguel de Pedroso, con todas sus pertenencias, derechos y bienes territoriales. El acto se inscribió en un pro- ceso general de concentración de monasterios, respaldado por la realeza navarra, en torno a cenobios del reino destacados por su solera y reputa- ción espiritual e intelectual. El plan fue iniciado por su padre, el rey Sancho el Mayor, como consecuencia de la política de vinculación de las sedes episcopales a la de los grandes monasterios, a través de la figura de los obispos-abades. Con ello se pretendía el reforzamiento de la autoridad eclesiástica y la implantación de la reforma benedictina en toda la comuni- dad monástica15. Por eso el monasterio del Tirón se otorgó nominalmente al obispo García de Álava y al de Nájera, Don Gómez, que sumaba en su persona la función episcopal y la de abad de los monasterios de San Martín de Albelda y San Millán de la Cogolla16. Probablemente la reunión de cargos en la persona del obispo najeren- se explique la perturbadora aparición de San Miguel de Pedroso entre los bienes donados a la iglesia de Santa María La Real de Nájera en el momen- to de su fundación (1052), la nueva y efímera sede episcopal, aunque a la postre no quede ninguna duda sobre su definitiva incorporación al centro de La Cogolla. En la comarcas altas del Tirón, del Oca y del Arlanzón, un espacio geo- gráfico que llenaba a mediados del siglo XI la zona más occidental del terri- torio najerense, el rey García incorporó a la abadía de San Millán los cen- tros monásticos de San Cebrián de Castrillo (1045)17, en la parte de los montes

15. Fortún Pérez de Ciriza, L. J., Monjes y Obispos: La Iglesia en el reinado de García Sánchez III el de Nájera. En XV Semana de Estudios Medievales. Nájera, Tricio y San Millán de La Cogolla, 2004, pp. 191-252. 16. L.J. Fortún Pérez de Ciriza, Monjes y Obispos: La Iglesia en el reinado de García Sánchez III El de Nájera. En XV Semana de Estudios Medievales. Nájera, Tricio y San Mi- llán de La Cogolla, año 2004. pp. 220-229. 17. Ubieto Arteta, San Millán, núm. 234.

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de Oca que mira ya al río Arlanzón, el de Santa María del valle de San Vicente (1046)18, los de San Felices de Oca y San Miguel de Pedroso (1049)19 y el de San Millán de Hiniestra (1052)20, ubicado en los montes que repar- ten las aguas entre el río Vena y el río Oca. En este último año tuvo lugar también el inicio de la construcción y la consagración de la iglesia de Santa María de Nájera. La intención de García al edificar este templo fue la creación de una sede episcopal digna de la segunda capital de su reino, una jurisdicción eclesiástica que se extendería no solo por La Rioja sino por La Bureba, Oca y las tierras de Castilla la Vie- ja. De ahí que en la magnífica dote fundacional, hasta 33 iglesias y monas- terios, se incluyeran las comunidades monásticas comarcanas de San Pela- yo de Cerezo, Santa María de Fresno, San Pelayo de Belorado, San Andrés de , San Esteban en el río Pecesorios, y otra más dedicada a San Pelayo en Cueva-Cardiel, además de algunas pequeñas iglesias21. Tras la constitución de este distrito episcopal se ve claramente el inten- to de anexión de facto de la parte del condado de Castilla asignado por el rey Sancho a su hijo García. Con ello la comarca del Tirón perdía centrali- dad política: al mismo tiempo que los monasterios de San Félix y San Mi- guel se convertían en anexos de San Millán la cercana sede episcopal de Oca quedaba depuesta en favor de la de Nájera-Calahorra. San Miguel, profundamente enraizado en la sociedad comarcal, tan an- tiguo y rico como la abadía riojana de La Cogolla, representaba un obstácu- lo para la implantación universal de la regla de San Benito. Desde la tem- prana oscuridad del siglo VIII la comunidad monástica femenina del Alto Tirón se había organizado de acuerdo con la tradición religiosa y cultural his- pana. El establecimiento religioso no formaba parte de ninguna orden mo- nástica, sino que la superiora escogida entre las monjas, la abadesa, ordenaba la vida comunitaria de acuerdo con una regla propia y pactada —pactum fecit22— elaborada a partir del libro recopilatorio de todas las reglas cono- cidas, el Codex Regulorum. Aunque carecemos de documentación precisa, todo parece apuntar ha- cia que San Miguel no fue en la comarca de Belorado un caso excepcional del monacato prebenedictino protagonizado por mujeres. Las referencias toponímicas, algunos datos textuales y la constancia arqueológica nos per- miten más bien suponer la existencia de estas ancestrales comunidades feme- ninas al menos en el monasterio de San Quirce de Pradilla (Fresneda de La

18. Ubieto Arteta, San Millán, núm. 241. 19. Ubieto Arteta, San Millán, núm. 255 y 256. 20. Ubieto Arteta, San Millán, núm. 285. 21. Rodríguez de Lama, Ildefonso. Colección Diplomática Medieval de La Rioja. Vol. II. Documentos (923-1168).Ed. IER. Logroño,1979. 22. Ubieto Arteta, San Millán, núm. 1 (759).

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Sierra)23 y en el de Sietefenestras de Quintanilla de las Dueñas (Cerezo)24. En el último ejemplo el cenobio puede identificarse con el poblado troglodítico ubicado frente a la rica vega del Tirón, a la altura de la actual divisoria entre las provincias de y de La Rioja; curiosamente sobre la misma fronte- ra entre ambas demarcaciones administrativas, pero ahora en las alturas de La Demanda, se puede individualizar el solar de San Quílez o San Quirce. Asimismo el monasterio de Santa Pía, “sub villa Forato”25, muestra la im- plicación de hombres y de mujeres, por separado, en este tipo de asocia- ciones económico-religiosas. La lectura del documento fundacional sirve de modelo para entender el verdadero carácter de los monasterios dúplices, regidos por una abadesa (Abodimia) y un abad (su hijo Meterus), y regu- lados por un reglamento pactado. La misma interpretación podría valer pa- ra las duplicadas colmenas rupestres de Tosantos y del mismo Belorado26. Todos estas variantes del monaquismo y algunas más —los monaste- rios de colonización de los bordes del bosque, los familiares— están repre- sentados en la zona pero el cenobio de San Miguel constituye una lumi- nosa singularidad. Y no solo por la colección de documentos referidos a la institución que han llegado hasta nosotros. Una serie de características ha- cen de él el mejor asidero para intentar desvelar alguna de las particulari- dades historiográficas de la comarca del Alto y Medio Tirón. En primer lugar parece aconsejable definir la naturaleza diferencial del monasterio observando su dominio nuclear: un manso extenso y rico, un coto redondo extraído del territorio de la población de Pedroso, abundan- te en sus límites montuosos en forestas y pastos, y generoso en aguas. Edificado un par de kilómetros aguas abajo del punto de unión del inter- fluvio Tirón-Urbión, protegido todavía por las montañas serranas pero muy cerca de los viejos caminos, algunos de época romana, que recorrían el país, San Miguel se nos presenta a principios del XI como una reminiscen- cia elitista del ya entonces obsoleto comunitarismo ancestral27. Su larga travesía de la época mozárabe (759-896) pudo haber tenido como precedente algún monasterio rupestre. Ya hemos dicho que el hábi-

23. Ubieto Arteta, San Millán, núm. 189(1028). En esta carta, Jimena de Soto, la do- nante afirma haber sido monja en San Quirce: “…, qui fuit soror in Sancti Quirici,…”. 24. Ubieto Arteta, San Millán, núm. 26 (938). Monreal Jimeno, L.A. Eremitorios ru- pestres altomedievales (El Alto Valle del Ebro). Universidad de Deusto. Bilbao. 1989, pp. 154-162. El monasterio de Septefiniestra tenía dos iglesias, dedicadas a Santa María y a San Juan. Tomando como referencia otros centros rupestres documentados en Álava el autor opina que ambas iglesias podrían haber servido para el culto religioso de un monasterio dúplice. 25. Ubieto Arteta, San Millán, núm. 86 (967). 26. Las agrupaciones de cuevas artificiales de Belorado se llaman “Cuevas de Santa María” y “Cuevas de San Cabrás”. 27. García González, Juan José. Cuadernos Burgaleses de Historia Medieval. 2. Ed J.M. Garrido Garrido. Burgos 1995. p. 152 y nota a pie de página núm. 115.

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tat monástico en cuevas estaba generalizado por toda la comarca. Situados siempre frente a las mejores tierras de cultivo, muy cerca de los solares de las antiguas villas y poblaciones romanas, rodeados por necrópolis y silos subterráneos, los monasterios visigóticos estuvieron, probablemente, supe- ditados a grupos de honorati, con uno de ellos ejerciendo como abad28. Es lícito suponer que con la llegada de los musulmanes no cambiaron mucho las cosas. Aunque, de hecho, no sabemos demasiado sobre las con- diciones en que se establecieron los conquistadores, ni sobre las relaciones que se organizaron entre ellos y los notables indígenas que permanecieron en la comarca. Sin duda las elites de la población cristiana siguieron res- ponsabilizándose de la organización social y de las estructuras jurídicas. Podemos presumir que la vida, también en los aspectos ligados a la reli- gión, continuó sin más alteración que la exigencia del cumplimiento de algunas prohibiciones rituales y el pago del tributo capital —“la jizya”— a las nuevas autoridades musulmanas. La pobreza de las fuentes disponibles impide hacernos una representación más concreta de los hombres que vivieron en el valle del Oja-Tirón en los tiempos de su integración en el mundo musulmán. Sobre el impacto cultural y lingüístico de la civilización árabe en la comarca, por ejemplo, prácticamente solo nos ha llegado el tes- timonio toponímico. A este respecto los registros de raíz árabe son prácti- camente inexistentes en la zona, una evidencia que nos permite suponer una ocupación musulmana limitada al control militar de las fortalezas de Alba, Cerezo, y Grañón29. Constituido en cenobio femenino, San Miguel era, al menos desde fina- les del siglo X, una institución estrechamente emparentada, en todos los sentidos, con el grupo de “domines y senniores” que poseían patrimonios territoriales y siervos; en el caso de los senniores además se pueden iden- tificar sus titulares con cargos públicos (merinos), y relacionarlos con las familias de los tenentes de las fortalezas. Si bien no podemos saber con seguridad si estos dueños eran los descendientes de los guerreros-coloni- zadores afincados aquí dos siglos antes, en el momento de la conquista, al menos la estructura espacial de sus propiedades así parece sugerirlo. En efecto, sus posesiones se ordenan en torno a un vector norte-sur, disemi- nadas a modo de islotes desde Valdegobía, por las tierras del sur de Álava y de Miranda, La Bureba, Las Lomas y los valles medio-altos del Tirón y del Oja, hasta tocar La Demanda y sus somontanos. Sin embargo algo parece claro, sus hijas, hermanas o viudas son las protagonistas de algunas de las más importantes cesiones, incluso son las monjas —“mulieribus ibi Deo servientibus”— que se entregan al monaste-

28. Urbano Espinosa, La Ciudad en el Valle del Ebro durante la Antigüedad Tardía. En VII Semana de Estudios Medievales. I.E.R., 1997, pp. 52-55. 29. Tan solo media docena de topónimos mayores entre una colección de siete mil entradas referidas a las comarcas altas del Tirón y del Oca. Ver Rufino Gómez Villar, To- ponimia y antropología en la comarca de Belorado, Pamiela, 2005.

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rio, y cuyos nombres conocemos por su condición de abadesas receptoras u otorgadoras de las donaciones o de simples monjas testigos de estas transacciones. Su condición aristocrática se ve expresamente en la utiliza- ción del título de donna, por ejemplo a la hora de donar el palacio y here- dades familiares en Leiva (971) de donna Mayor, hija del sennior Álvaro Garceiz30, o los bienes territoriales de donna Eximina de Soto (1028)31; en ambos ejemplos en el momento de sus respectivas entradas en la comuni- dad religiosa del Tirón. Incluso llegó a figurar como abadesa un miembro de la familia real navarra, la condesa de Ribagorza, Doña Mayor, tía de Munia, la esposa del rey Sancho el Mayor, que ingresó en el monasterio en 1025. Tan solo en dos ocasiones (972 y 1009) los donantes, campesinos libres, se identifican sin añadir los consabidos donna, domine o sennior 32. En este proceso de enajenación de los solares familiares llama la aten- ción la cronología, ya que se produce una concentración de las donacio- nes en el primer tercio del siglo XI, un periodo que coincide con el de una mayor frecuencia de entregas reales a la futura casa madre de San Millán. El afán por emular el comportamiento piadoso de la realeza hacia el monasterio riojano y el prestigio de la condesa abadesa doña Mayor pudie- ron servir como acicate para esta cadena de donaciones. El dato puede ser además un indicador pionero de la evolución del hábitat preferido por este grupo eminente, que abandonaba sus casas-torre aisladas en medio del pai- saje rural y se acercaba paulatinamente a las villas más pujantes. En el momento de su anexión a San Millán y como consecuencia de esta secuencia de donaciones, el dominio nuclear del monasterio se había amplia- do con algunas de las antiguas heredades y “palatia” del grupo de señores. En torno al monasterio, a una distancia de unos pocos kilómetros, se pueden identificar todavía los cimientos de las casas señoriales donadas en Redecilla de “Orsum” (Belorado)33, Santa Cruz de Viloria o Ventosa de Tosantos. Las dudas expuestas más arriba invitan a pensar, ya lo dijimos, que en 1049, fecha de la agregación, el monasterio tironense no había aumentado su patrimonio con la posesión de los centros colindantes de San Salvador de Valjubí, San Mamés de Balza, San Martín de Ezquerra o Santa Pía de Belorado. En la mayoría de estos ejemplos, y en el de las viñas y tierras de labor, un tanto excéntricas, de Treviana y Junquera, es el monarca García Sánchez el que figura como autor de los otorgamientos y confirmaciones, así como de la donación de un número considerable de fincas, probable-

30. Ubieto Arteta, San Millán, núm. 89. 31. Ubieto Arteta, San Millán, núm. 189. Soto es un despoblado ubicado en el entor- no administrativo de . 32. Ubieto Arteta, San Millán, núm. 90 y 138, 176. De la segunda donación se con- servan dos versiones en el Becerro; se sitúan en los folios 91 y 223, respectivamente. 33. Con este apelativo, “Orsum o Sursum” distingue un documento (M. L. Ledesma Rubio, San Millán, núm. 298) este poblado de los otros dos homónimos de la comarca.

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mente desgajadas del patrimonio real, repartidas por el actual territorio mu- nicipal de Belorado. Tras la incorporación a San Millán de la Cogolla, San Miguel se convir- tió en una decanía, un anexo, del monasterio riojano. Después de casi tres- cientos años de funcionamiento autónomo (759-1049) la casa religiosa del Tirón sufrió un cambio drástico. De alguna manera, y así lo entiende un documento fechado en el año 114434, el monasterio fue refundado por el rey García Sánchez III, “el de Nájera”. Desde ese momento la vida de la comunidad pasó a estar regida por un prior dependiente del abad de San Millán y a sujetarse, como en cualquier otro centro monástico benedictino, a la regla de la orden. Una vida de ora- ción, ordenada en torno a los interminables oficios litúrgicos, protegida físi- camente por los muros de la casa conventual y aislada de las viviendas modestas de los siervos encargados de las labores agrícolas en las huertas y secanos del manso conventual, del pastoreo del rebaño, del funcionamien- to del molino y del suministro de leña. A la vista del importante fondo documental originado en el monasterio tampoco sería de extrañar que, desde antiguo, haya existido un escritorio modesto, destinado a suministrar a la comunidad códices para el estudio y el cumplimiento de la vida religiosa, así como los documentos necesarios para el buen funcionamiento de su economía. Aunque carecemos de datos contundentes es verosímil pensar que bue- na parte del grupo de fratres reunidos en la casa religiosa del Tirón fueran anteriormente presbíteros comarcanos, tal vez los encargados de los oficios religiosos en algunas de las iglesias y monasterios propios o familiares repartidos por el valle35. Como ocurrió con las monjas de la etapa femeni- na también los diferentes priores estuvieron entroncados de alguna mane- ra con la parte eminente de la sociedad regional: los infanzones y nobles rurales. “Compatris nostris” llaman al prior y a su hermano los senniores protagonistas de una importante donación en 109036. Sin embargo San Miguel no fue una más entre las casas religiosas de- pendientes de la abadía de La Cogolla. Algunos datos apuntan hacia un fun- cionamiento autónomo del centro, al menos en el plano económico-admi- nistrativo. Tal vez su riqueza fundiaria y ganadera o, acaso, el prestigio concedido por la antigüedad otorgaron al monasterio un tratamiento, diga- mos, especial en su sujeción a la abadía riojana. Así lo muestra el hecho un

34. M.L. Ledesma Rubio. San Millán. núm. 382. Este documento no está incluido en el Becerro Galicano. La autora lo traslada desde la Colección Minguella, donde se regis- tra con el núm. 400. 35. Ubieto Arteta, San Millán, 1062, núm. 314. Se ve en esta carta que los presbíte- ros Blas y Muño pagan la dote para entrar en la obediencia de San Miguel. 36. M.L. Ledesma Rubio, San Millán, (1090), núm. 201. “Et placet nobis ut serviat in Sancto Mikele de Petroso in manibus dompni Gomessani compatris nostri et fratris eius dompni Munnionis quia ibi convenit”

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tanto desconcertante de que en 106237, trece años después de la refunda- ción, figurara al frente del cenobio un abad Sancho —“abbate regente ceno- bium”— distinto del que entonces presidía San Millán o que, todavía en 118438, fuese la única entre las casi ochenta casas filiales de la abadía que no estaba obligada a entregar determinados productos a su cocina —pan, vino, pescado, aguasal, algunas monedas— en días festivos señalados. Hasta finales del siglo XII en el dominio monástico privativo de San Mi- guel se constata una época de expansión. En diferentes ocasiones (vgr. 1062, 1085, 1106 o 1135)39 los fieles hacen notar expresamente que su dádi- va se hace para que sirva a los intereses del centro de Pedroso, aunque la donación vaya dirigida a la persona del abad. En la misma línea destinada a hacer notar la autonomía parcial del cen- tro debe resaltarse la adscripción a la institución del Tirón del señorío sobre las aldeas de Rehoyo, Sagredo, Terrazas y Redecilla, hasta entonces (circa 109940) subordinadas directamente a San Millán. Esta noticia reafirma como ninguna otra la autonomía económica del priorato beliforano, que aumentó así su jurisdicción al correr con los gastos de la multa impuesta al abad de San Millán por la muerte de un merino real en Sagredo. Por eso tampoco nos extraña vislumbrar lo que parece una disputa, mantenida entre la abadía y su dependencia del Tirón por la posesión directa de un pequeño monaste- rio familiar, San Miguel de Villagalijo, en los años finales del siglo XI41. El estudio del cuerpo documental referido a nuestro cenobio muestra las estrategias seguidas por el prior a la hora de estructurar los dominios del señorío y de defender sus intereses. En primer lugar se observa una po- lítica de concentración de propiedades que potenció la acumulación de bienes raíces en torno a cuatro puntos alineados a lo largo del eje fluvial del Tirón: el manso nuclear de Pedroso, la descollante villa de Belorado, el par Junquera-Treviana y el Valle de San Vicente [Ver mapa II]. Desde este punto de vista resulta interesante observar la consolidación que se hizo del manso primitivo con la anexión de los monasterios aledaños de San Salvador y San Mames, de la aldea de Magazos (1144)42, adquisición que se

37. Ubieto Arteta, San Millán, núm. 314 38. M.L. Ledesma Rubio, San Millán, núm. 443. No se encuentra en el Galicano. Lo trae de la Colección Minguella, núm. 459. 39. Ubieto Arteta, San Millán, núm. 314. M.L. Ledesma Rubio, San Millán, núm. 100 (1085); núm. 312-313 (1106); núm. 253 (1135). 40. M.L. Ledesma Rubio fecha la asignación de estas villas a San Miguel entre 1094 y 1099 (San Millán, núm. 281). 41. M.L. Ledesma Rubio, San Millán, núm. 100 (1085) y núm. 201 (1090). En la pri- mera de las cartas la donación se hace a San Millán. Cinco años más tarde se registra de nuevo la entrega, especificando que los bienes donados han de servir a los intereses de San Miguel. Ver también el documento núm. 313 (1106) del mismo trabajo referido a una entrega en Junquera (Treviana). 42. M.L.Ledesma Rubio, San Millán, núm. 381.

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Mapa II. El monte Masoa y las principales posesiones de San Lorenzo en el Alto Tirón.

hizo por cambio con una heredad adscrita al convento en los tiempos de su etapa femenina, o con la obtención, por donación, de una serna real incluida dentro del coto redondo (1134-1135)43. Por otra parte la preservación de los intereses ganaderos, la sujeción de los siervos y la evolución de sus condiciones laborales, el cobro de los diez- mos y otros derechos señoriales en sus aldeas de Ezquerra, Espinosa, Redecilla, Rehoyo, Sagredo y Terrazas nos permiten observar la no siempre cómoda relación entre el monasterio y la sociedad comarcal, en especial con la poderosa villa de Belorado. En otro orden de cosas resulta sugestivo advertir la serie de intentos de usurpación o intromisión en la heredad monástica protagonizados por el grupo de los notables. La hostilidad hacia los monjes empezó a manifestarse pronto mediante la incautación de bienes monásticos y la comisión de diver- sos abusos, tal vez porque su prestigio creciente entre los campesinos cues- tionaba la relación servil o, acaso, porque si debían seguir realizando dona- ciones piadosas podrían poner en peligro los patrimonios familiares. A modo

43. M.L. Ledesma Rubio, San Millán, núm. 365-367.

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de ejemplo queremos señalar el comportamiento paradójico de una de estas familias destacadas, “Los Ibáñez”, benefactores ocasionales del monasterio pero con quienes el prior se vio obligado a pleitear (1099) para defender las propiedades en Redecilla, junto al río Tirón44. Un caso no menos significati- vo de esta tensión se ve en la negativa real (sin fecha)45 a que el señor Ro- drigo Muñoz, hermano del conde Fernando Muñoz, pudiera construir su pa- lacio en Sagredo, entonces un lugar encuadrado en el abadengo emilianense. Incluso el poderoso milites Álvaro Díaz, tenente en Oca y en el propio Pe- droso, tomó al monasterio una casa y algunos otros bienes, que el rey Al- fonso VI devolvió (1108)46 a los fratres, eso sí tras la muerte del notable y después de recibir como regalo una yegua valorada en cien monedas de oro. En resumen, el Priorato de San Miguel se nos presenta hasta el último tercio del siglo XII como un ejemplo bien caracterizado de dominio seño- rial, en este caso un señorío eclesiástico vicario, probablemente el más rico entre los dependientes del poderoso monasterio de San Millán. En esas décadas culminaba su proceso expansivo en bienes territoriales, al mismo tiempo que su antigua autonomía quedaba subsumida definitivamente bajo la autoridad del abad.

EL MÉTODO Y LAS INTENCIONES: LA MICROHISTORIA

Desde que Antonio Ubieto Arteta analizara la documentación de San Millán y estableciera la falsificación formal, total o parcial, de las series docu- mentales de la época condal y de la correspondiente al rey navarro García Sánchez, otros historiadores han revalidado sus conclusiones. Entre ellos Gonzalo Martínez Díez, Luis Javier Fortún Pérez de Ciriza y últimamente, delimitando el campo de análisis a los textos condales castellanos, Manuel Zabalza Duque. En consecuencia cualquier intento de reconstrucción histó- rica basado, como en nuestro caso, en esas colecciones diplomáticas exige al investigador valorar detenidamente las dudas que sobre su autenticidad muestran en sus trabajos estos destacados profesores. Pero, ¿qué puede aportar un curioso, un aficionado, a esta labor crítica? El resultado probable de esta empresa lo señalaba el profesor Zabalza Duque hace algunos años al referirse a la pléyade de eruditos, cronistas y aficionados que llenaban las páginas de diarios y revistas locales con ediciones de documentos desconec- tados entre sí o seleccionados, las más de las veces, por el único criterio que prestaba la oportunidad de dar a conocer una nueva curiosidad local 47.

44. M.L. Ledesma Rubio, San Millán, núm. 278. Además de las actuales poblaciones de y , existió otra aldea con el mismo nom- bre. A esta última se refiere el documento. 45. M.L. Ledesma Rubio, San Millán, núm. 6. 46. M.L. Ledesma Rubio, San Millán, núm. 320. 47. M. Zabalza Duque, Colección Diplomática de los Condes de Castilla, pp. 55-56.

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En tal caso, ya que me encuentro entre los que tropiezan habitualmente con las normas comunes, los aspectos diplomáticos, la estructura docu- mental o los propios caracteres paleográficos, ¿a qué responde este artículo? ¿Además, qué importancia puede tener una reflexión encerrada en la vida oscura y aislada de un conventuelo? La empresa se justifica por dos razones sencillas. En primer lugar por- que los siglos X, XI y XII son los tiempos de gestación de la sociedad cas- tellana y riojalteña y comprender una sociedad exige, sobre todo, verla nacer. Por eso merece la pena que cualquier observador intente arrojar un poco más de luz sobre algún rincón oscuro de esos momentos tan deter- minantes. El segundo motivo tiene que ver con la feliz circunstancia de que sobre el entorno casi anónimo en el que está centrado este trabajo, el país del Alto Tirón, tenemos a nuestra disposición una interesante información, de naturaleza jurídica, lingüística, arqueológica y antropológica, que nos permite acercarnos a su intimidad, conocer a sus habitantes enmarcados en la geografía, sus peculiaridades jurídicas, sus principales actividades socio- económicas a lo largo del tiempo. Disipemos además una duda: este artículo tiene por meta una investi- gación de orden general. Su aparente carácter localista es un simple apoyo para reflexionar sobre la sociedad que presenció las mutaciones acaecidas en torno a un señorío excepcional, el abadengo del monasterio riojano de San Millán de La Cogolla. De alguna manera el historiador se enfrenta a las mismas exigencias que el físico o el químico: las entidades elementales —los átomos y las moléculas— son cada vez más inexcusables en un análisis histórico. Así, solo reduciendo el campo de observación podremos profundizar más en la investigación. A este respecto quiero proponer algunos ejemplos que justifiquen el esfuerzo de nuestro planteamiento microhistórico. Al repasar la documen- tación de San Millán se comprueba que en varias ocasiones el copista o el transcriptor moderno, por una mezcla de desatención y desconocimiento de la realidad geográfica que trasmiten las actas, comete pequeños errores. Veamos algunas muestras de interés de esta manipulación inconsciente, y el grado variable de modificación del contenido documental que implican: Ya hemos visto que el monasterio de San Miguel siguió recibiendo dona- ciones después de su integración en San Millán. Algo parecido ocurrió con otros centros convertidos en filiales de la abadía riojana. Así el cercano ceno- bio de San Félix de Oca vio aumentadas sus posesiones en 1084 con un terre- no situado en la colindante aldea de Espinosa del Camino48. Años más tarde, en 1095, parece que el centro religioso del Oca se beneficiaba de nuevo del otorgamiento de un solar y una tierra en el entonces pequeño lugar de Pa- terlongo (): “offero ad atrium sanctorum confessorum Dei Felices

48. M.L. Ledesma Rubio, San Millán, núm. 87.

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et tibi Garseam abatí…”, se lee en la carta. Está meridianamente claro, así me parece, que en la traslación documental debió recogerse: “…sanctorum con- fessorum Emiliani et Felicis”, denominación habitual de la abadía riojana en diplomas de esas décadas49. Por tanto, si bien el antiguo y carismático monas- terio del río Oca continúo aprovechándose de alguna dádiva de sus devotos en las proximidades de su jurisdicción, su influencia espiritual y económica no superaba al final del siglo XI la esfera de las aldeas inmediatas y mucho menos alcanzaba a las tierras del Alto Tirón. Otras veces es preciso enfocar nuestra atención a la microtoponimia del país. Este es el caso llamativo que encontramos en la labor apresurada de copia de un texto fechado en 1084; el escriba pone “Et in Cuvellas, iuxta mercato de Cereso50...” para ubicar una finca. Cubillas es un término bien identificado, una pendiente árida del terrazgo cerezano, absolutamente ina- decuada para la celebración de un mercado. El pago puede individualizar- se por su ubicación junto al camino llamado Carrimercado, una vía antigua, tal vez de época romana, que enlazaba los pueblos y las economías del Valle del Oca con Cerezo. Todo ello franquea la posibilidad de que en el texto primitivo estuviese escrita la fórmula “iuxta [vía] de mercato de Cereso”, ates- tiguada en otras noticias transmitidas por el Galicano, y anula la pintoresca opción de la celebración del mercado altomedieval en una ladera, alejada no solo de los muros de la fortaleza sino de cualquier aldea del alfoz. El filtrado documental no tiene porque circunscribirse a los posibles errores cometidos por los escribas de los siglos XI y XII. También los exce- lentes trabajos de traslado documental de los profesores A. Ubieto Arteta, Luciano Serrano o M.L. Ledesma Rubio, entre otros, soportan algunas con- fusiones. Además la autoridad de estos historiadores y la popularización en los ámbitos académicos de sus trabajos han podido suscitar la aceptación general de sus interpretaciones. Parece evidente en estos casos que las cau- sas de estos pequeños errores son tributarias de unos planteamientos metodológicos necesariamente globalizadores. Es lo que ocurre cuando se trata de ubicar con exactitud el contenido de un acta en el entorno de una población citada en el texto. Entonces, dada la profusión de lugares homónimos, surge la duda entre Fresneña y Fresneda o entre la población de Pedroso, en las orillas del Tirón, y la zona del río Pedroso, situada en un área “entre los ríos Arlanzón, Arlanza y Duero”51. O cuando se traslada el contenido documental desde el rivulo de Onia (Redoña, en Belorado) hasta el “río que pasa por Oña”, o sea el río

49. M.L. Ledesma Rubio, nº 384. (1145). 50. M.L. Ledesma Rubio, San Millán, núm. 76 (1084). 51. “Colección Diplomática de los Condes de Castilla”. Manuel Zabalza Duque, núm. nº 56, p. 414. También tropiezan en la trampa de los homónimos L.J. Fortún Pérez de Ciriza en “Monjes y Obispos: La Iglesia en el Reinado de García Sánchez III El de Nájera” al ubicar Leciñana del Camino (Viloria de Rioja) en Álava, o Gonzalo Martínez Díez al atribuir una existencia única a la aldea de Terrazas en su conocido artículo: “El monas- terio de San Millán y sus monasterios filiales”, entre otros numerosos ejemplos.

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Oca52. La gravedad de la deslocalización puede llegar incluso a despojar al diploma de todo su valor informativo. Se ve, por ejemplo, en la atribución a Álava, acuciada tal vez la autora por el conflicto suscitado por una topo- nimia de raíz vasca, de una carta de otorgamiento protagonizada geográfi- camente por las tierras del Valle de San Vicente (Burgos)53.

SAN LORENZO DE MASOA

El nombre Masoa es de raíz vasca. Su étimo “basoa”contiene el sentido de monte como espacio separado y diferenciado de los terrenos cultivados, civilizados por el hombre. El marco que designa forma una unidad de relie- ve ordenada en torno a dos arroyos, el río de Las Cárcavas y el río de San Clemente54, que fluyen encajonados hasta su encuentro en el punto cono- cido como Entrambasaguas, origen del riachuelo Verdeancho, salvando un desnivel de unos 300 metros. Al oeste se recortan de forma brusca las cres- tas que limitan el valle del río Tirón, desde el Valle de San Vicente hasta los espacios abiertos de Belorado. Hacia el este una serie de valles parale- los, los de los ríos Recuércedes, San Julián y Reláchigo, repiten el paisaje boscoso y la orografía difícil de Masoa hasta las aguas del río Oja; un espa- cio forestal sin apenas lugar para los cultivos agrícolas, que tan solo tolera un hábitat conformado por aldeas minúsculas, diseminadas por los puntos más adecuados del fondo de los valles. A decir verdad el cuadro boscoso de Masoa debe resultar absolutamen- te próximo al que se ofrecía a la contemplación del los habitantes de la comarca hace un milenio: un monte de grandes dimensiones que confor- maba una excelente despensa de pastos para el ganado, de maderas para la construcción de edificios y de leña para los hogares, para los hornos de yeso y, desde el final de la Edad Media, para los batanes; a la vez que servía de frontera amortiguadora entre los términos de las poblaciones circundantes. Un territorio comunal, incompatible con el impulso roturador pero muy ade- cuado como espacio fronterizo, cuyo origen hay que fijar en una época en la que no se habían fijado con precisión las mojoneras ni los derechos gana- deros de las comunidades campesinas. Los únicos cambios sensibles son muy recientes: son producto de la creación en los años sesenta del siglo XX de nuevos pastizales y de la destrucción de parte del robledal primitivo en favor de plantaciones de pinos. Todavía reconocen la arqueología y la topo- nimia ermitas situadas en los linderos del monte y caminos que le cruzan, atestiguados unas y otros al menos desde el siglo XII.

52. Luciano Serrano. Cartulario de San Millán. Madrid, 1930, núm. 37 (945). 53. M.L. Ledesma Rubio, San Millán, núm. 361 (1129). 54. En el área de Masoa se pueden catalogar numerosos vasquísmos. El valle excava- do por uno de los riachuelos citados, por ejemplo, se llama Regutiga, un símbolo lingüís- tico impenetrable para los habitantes actuales de la zona, a pesar de la precisión con que describe la realidad física a la que nombra: “paraje por donde discurre el río pequeño”.

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Otro tanto podría decirse de la invariable actitud provocada hasta hace unas décadas por el monte en la mentalidad de los hombres de las aldeas vecinas; para ellos Monte Valle, nombre con que se reconoce el área desde la Edad Moderna55, era el refugio de ladrones, guerrilleros y prófugos de la justicia, la habitación de Juan Cano, el “hombre del bosque”, y el solar donde manan varias fuentes “maravillosas”. Insertada en este marco, el área atribuida a San Lorenzo por el acta de la presunta donación a San Miguel es perfectamente reconocible, gracias a los topónimos localizadores en que abunda el documento56. Se trata de una ladera, surcada por varios vallejos paralelos cubiertos de robles, orientados al aire solano, cuya orografía empinada impide casi absolutamente los usos agrícolas. Llama la atención en la descripción del enclave de San Lorenzo la utilización como límites mojoneros de dos caminos —“viam que vadit”—, en realidad dos senderos apenas marcados entre la espesura del monte. A pesar de su extrema modestia, su vigencia hasta la actualidad trasmite una vez más la sensación de inmutabilidad del mundo rural. Su utilización por los últimos mercaderes ambulantes y sus cabalgaduras nos sugiere que su función principal en la época de redacción del documento era ya la de faci- litar los intercambios comerciales entre las economías familiares de los pue- blos serranos del Valle de San Vicente y los del entorno de Belorado y de Santo Domingo. En concreto la alusión a la “via que vadit de Bilforato ad Espinosa” hace sospechar que la época de confección del documento per- tenece a una perspectiva temporal en la que se había establecido ya una comunicación aldeana centrada en esta villa, potenciada tal vez por la cele- bración de su mercado semanal, un tiempo incompatible en todo caso con el que corresponde al horizonte histórico de los años centrales del siglo X. No parece haber ninguna duda sobre la ubicación de la casa conven- tual de San Lorenzo junto a la fuente donde nace el primero de los arro- yuelos citados: el río de Las Carcavas de San LLorente. Su existencia se con- firma además a través de varios topónimos, algunos muy elocuentes: La Cerrada de San Lorenzo, el Campo de San Lorenzo; y a través del testimo- nio recogido en los llamados Libros de Apeos municipales. En uno de ellos, fechado en 1803, el escribano recuerda que los muros derruidos del monas- terio de San Lorenzo sirven como mojón de una cañada de soles57.

55. La última mención documental del nombre primitivo la hemos encontrado en P. Madoz. Diccionario Geográfico-estadístico de España y sus posesiones de Ultramar. Madrid. 1845-1846. En la entrada referida a Villagalijo el informante del lugar alude al monte Basua. 56. En la carta se mencionan los topónimos de las siguientes poblaciones: Espinosa (Spinosa), Villagalijo (Villa Galisso), San Cristóbal (Sanctus Christoforum), Belorado (Bil- forato), San Vicente (Sancto Vincentio), Eterna (Heterrena) y Fresneña. Hemos podido individualizar también los siguientes topónimos menores: El Campo de San Juan (San- ctus Iohannem de Zavalla), Redoña (rivo de Onia), Cabeza Alta (Cerro Nidriales) y El Campo de Las Caballeras (Bacariza de Sancta Maria), términos incluidos actualmente en los territorios de Belorado y de los pueblos del Valle de San Vicente. 57. Entre los pueblos copropietarios del monte han estado vigentes hasta hace unas décadas múltiples concesiones recíprocas de usos ganaderos.

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En el siglo XI era habitual en la comarca del Alto Tirón la creación de monasterios en lugares apartados, en las lindes del bosque primitivo que de forma continua alcanzaba y, en ocasiones, desbordaba entonces el na- ciente camino de los peregrinos. En el último tercio de ese siglo, aquí y en la cabecera del Oja, se observa un avance de la deforestación, centrada en ocasiones en torno a pequeños conventos que eran, a su vez, nuevas uni- dades de producción agrícola y ganadera. A veces era un sennior quien corría con los gastos de desbroce del bosque y de la edificación de la casa conventual y de la capilla anexa58. En otras da la impresión de que eran grupos de campesinos libres quienes construían a su costa un pequeño ere- mitorio, siempre en los confines administrativos de las poblaciones, con fre- cuencia en puntos colindantes con bosques comunales59. En aquella época fundacional los pequeños monasterios del Tirón sir- vieron, además de para cubrir las necesidades vitales de los fratres, como referente espacial para los colonizadores del bosque, de los pastores y, en general, de una población todavía diseminada, simultáneamente testigo y protagonista de la formación de los núcleos aldeanos montañeses. Al frente de la comunidad religiosa, formada por un puñado de hombres, se colocaba un presbítero-abad nombrado por el donante o, sencillamente, un vecino formado en la regla de algún monasterio más antiguo y podero- so. No debe sorprendernos que San Lorenzo de Masoa haya nacido en este siglo, caracterizado en la comarca por un gran vigor demográfico y coloni- zador. Ni que dada la extrema fragilidad de estos cenobios desapareciera en unas pocas décadas, convirtiendo sus bienes en objeto de deseo para las vecinas colectividades aldeanas y para los monasterios más poderosos, sobre toda a partir de la implantación uniformizadora de la reforma benedictina. Hasta los años sesenta del siglo XX, cuando se produjo la segregación y distribución de la mancomunidad, el territorio de Masoa se repartía admi- nistrativamente en varios cuarteles de desigual superficie. La jurisdicción territorial del monte pertenecía de forma colectiva a los pueblos del valle de San Vicente (San Vicente, Santa Olalla, Espinosa, Villagalijo y San Cle- mente), a Belorado, a Eterna y, una pequeña porción, a Fresneña. No obs- tante eran distintos los pueblos propietarios y desigual su porcentaje de participación patrimonial en cada una de las áreas. A las dificultades de tipo jurídico que potencialmente se podían derivar de esta división irregular se sumaban las concesiones reciprocas de derechos de pastos, de corte de leñas y de aguadas para los ganados entre los concejos titulares del monte. Pues bien, sin que haya forma de saber con exactitud el criterio que se siguió a la hora de proceder al troceado medieval de la heredad de San Lorenzo, todo parece indicar que, tras el abandono del convento, el terri-

58. M.L. Ledesma Rubio, San Millán, núm. 12 (1078). 59. Es lo que se ve en los ejemplos de San Juan de Fresneda (M.L. Ledesma Rubio, San Millán, núm. 19 (1079)) y de San Sebastián de Ojacastro (M.L. Ledesma Rubio, San Millán, núm. 153 (1087)).

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torio se repartió entre los concejos limítrofes. La mayor parte de la exten- sión monástica se constituyó en un comunero de los pueblos del valle de San Vicente (conocida hasta hoy con el muy expresivo nombre de Lo de los Cinco). La porción norte, colindante con Belorado, pasó a formar parte del término de esta población tras un proceso que intuimos conflictivo. Es lo que sugiere la celebración hasta hace unas décadas de la llamada fiesta de El Somo, una ceremonia con tintes medievales que, en esencia, tenía como obje- tivo el cumplimiento de un voto inmemorial en la iglesita de Espinosa; sin duda para agradecer la supuesta contribución de la divinidad al crecimiento de la jurisdicción y derechos ganaderos de la villa en el bosque de Masoa. Un hecho particularmente revelador del aire de falsificación que rodea al contenido intrínseco del diploma de donación a San Miguel es la ausencia de menciones a los derechos patrimoniales del abad en las concordias que, al menos desde 1304, pactaron Belorado y las comunidades aldeanas de El Valle. Ni en estos acuerdos, ni en la prolija documentación judicial originada en los conflictos seculares inherentes a este tipo de acuerdos se ven otras razones de pertenencia y de aprovechamientos en Masoa que los de los concejos cir- cundantes. Tampoco se recogen en los textos emilianenses noticias referentes a litigios del centro religioso de Pedroso con las poblaciones vecinas, a pesar de que el extremo entrecruzamiento de propiedades y servidumbres en Masoa hacían del monte un fértil campo para los enfrentamientos legales. Otra reflexión en el mismo sentido viene soportada por un hecho tes- timoniado en el Catastro del Marqués de La Ensenada. En este detalladísi- mo censo patrimonial, realizado, como es bien sabido, a mediados del XVIII con vistas a fijar el valor contributivo de todos los habitantes del reino de Castilla, hemos comprobado que la abadía de San Millán conserva en el Valle de San Vicente y las tierras de Belorado todo el patrimonio territorial adquirido por donaciones y permutas en los siglos XI y XII. También los derechos señoriales en el Priorato de San Miguel y en las aldeas de Ezque- rra y Espinosa del Monte60. Sin embargo, no hemos encontrado entre las po- sesiones del monasterio referencia alguna al coto redondo de San Lorenzo, que tan bien delimita el documento de donación, ni a las fincas anexadas en 1081, alguna de ellas de muy fácil identificación61.

60. Las querellas por la defensa de los derechos señoriales del monasterio de San Millán se alargan hasta el siglo XVIII. En 1752 se requirió al prior de San Miguel para que en un plazo de ocho días presentara los títulos de pertenencia de los bienes inmue- bles en la aldea de Ezquerra. La documentación no pudo ser presentada y la abadía remi- tió a los peritos del Catastro del Marqués de La Ensenada al libro que se “encuentra en la biblioteca de san Millán”. En concreto al documento de 979 (Ubieto Arteta, núm. 95) en que “Sor Don García, por la gracia de Dios Conde, de su voluntad y propio afecto da la villa con el nombre de Ezquerra…”. En 1545 el Papa Pablo III concedió mediante una bula la iglesia parroquial de Ezquerra con “sus diezmos y otras pertenencias”. Ver Catastro de La Ensenada, Libro de Respuestas Generales, Ezquerra (Burgos). 61. Por el contrario, en el área dedicada a cultivos en la aldea de Espinosa hemos recogido algunas referencias toponímicas al “abad”, del tipo La Pasada del Abad.

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Un rasgo más del carácter de los contenidos del texto “De Sancto Lau- rentio” se puede deducir del examen atento del diploma de donación del monasterio de San Pablo, al que hemos hecho referencia anteriormente. Ambos documentos, ya lo dijimos, forman un paquete unitario en su con- cepción, estructura documental y datación. En esta carta, señalada con el epígrafe “De monasterio Sancti Pauli”62, el escriba delimita con extrema precisión el territorio del convento y pone como mojón una fuente, “qui vocatur Lamiturri”. En estos mismos pagos del Valle de San Vicente reci- bió San Millán una sabrosa dádiva en 114563, justo entre la fuente citada, a la que se llama en ese momento Anderiturri64, y el río Tirón. Lo más lógi- co, pensamos, es que, de haber pertenecido entonces San Pablo a la hacienda monástica, el monje que registró la donación del siglo XII hubie- ra utilizado como indicación de la nueva propiedad las lindes de ese ceno- bio. Sin embargo ignora su existencia, como nosotros y los habitantes de El Valle, y localiza la heredad donada sub Spinosiella, un barrio desapare- cido de Espinosa que, sorpresivamente, levantaba sus edificios en el coto atribuido a San Pablo. La elipsis del escriba podría carecer de significado y ser puramente fortuita pero resulta menos inquietante creer que fue inten- cionada. Después de todo, la búsqueda del conocimiento se basa en la suposición de que el mundo es racional. Para nosotros una manipulación de este tipo muestra las intenciones del monje falsario de usurpar el término de Espinosilla para sumarlo a la novedosa donación. A nadie debe sorprender por tanto que en el docu- mento-catálogo titulado De monasteríis —datado, no lo olvidemos, en 945, el mismo año de la imaginaria absorción por San Miguel de Pedroso de los conventuelos de San Pablo y de San Lorenzo— el copista olvide incluir en el Becerro, solo siete folios más adelante del diploma de la supuesta agre- gación65, este fantasmal cenobio de San Pablo. Y es que debía resultarle di- fícil resumir aquella complicada querella. Más patente si cabe se muestra en el conjunto diplomático referido a San Miguel la preocupación del abad por la preservación —y, de ser posi- ble, por la ampliación— de los derechos ganaderos del monasterio del Ti- rón. Un interés que cobraba mayor importancia en una época, desde co- mienzos del siglo XII, en la que las villas de Belorado y Villafranca, y la comunidad de aldeas del Valle de San Vicente, reclamaban con fuerza sus derechos jurisdiccionales frente al poder señorial del abad. A este respecto las actas que nos ocupan constituyen una importante fuente de información, referida tanto a la economía ganadera como a la topo-

62. Ubieto Arteta, San Millán, núm. 39. 63. M.L. Ledesma Rubio, San Millán, núm. 384. 64. Hoy se conoce la fuente con el nombre de Lainturria. Anderiturri podría ser un híbrido vasco-castellano con el sentido de “Donde la fuente”. 65. Ubieto Arteta, San Millán, núm. 37-39-40.

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nimia de los paisajes rurales en la cabecera del río Tirón y de sus pequeños afluentes. En este orden de cosas la alusión en los textos a varios términos topográficos de origen vasco —Masoa, Zaballa, Gomenzulla, Larraederra— certifica la importancia de los contingentes humanos portadores de esa len- gua en la adquisición, colonización y reordenación política de la comarca, acaecida como sabemos en torno al final de la décima centuria. En el acta de Sancto Laurentio —después de declarar la prohibición de entrada en el término del convento a leñadores y pastores de las aldeas colindantes, y una comunidad de hierbas con Eterna, Espinosa, San Vicente y Fresneda66— el texto muestra una relación de topónimos que nombran lugares próximos donde puede pastar la cabaña del centro religioso. La supervivencia de las denominaciones geográficas nos permite indi- vidualizar dos zonas bien diferenciadas, que responden —a pesar de ser el objetivo en ambos casos la búsqueda de la esencial movilidad del gana- do— a distintos criterios de explotación. Una de ellas queda concretada así: “et in rivo de Onia, in cerro de Ni- driales, cum toto valle de Faia…”67. Se define de esta manera un territorio del actual Monte Mayor, privativo de Belorado desde 1116, año de la con- cesión de su fuero; un espacio que parcialmente pudo haber pertenecido a la demarcación de Pedroso con anterioridad a la inclusión de esta pobla- ción en la jurisdicción de la nueva villa68. El análisis y la disposición narra- tiva del documento consienten como hipótesis explicativa más verosímil la siguiente: en la segunda mitad del siglo XII, época en la que se copió el Becerro Galicano, el monasterio de San Millán intentó alegar lejanos dere- chos de pastos para su vacada en unos términos exceptuados ya del seño- río monástico, donde curiosamente y hasta el día de hoy han aprovechado las hierbas los ganados del barrio beliforano de Pedroso. La misma inten- ción subyace en la pretendida facultad de pasturaje de los ganados de la aldea abacial de Ezquerra en este espacio, recogida como concesión del conde García Fernández en 979. Unos propósitos que, en buena lógica, debieron cuestionar los regidores municipales de Belorado. La definición de otro sector para el alimento de los rebaños del con- ventuelo es meridiana al situar dos pastizales (Lalhehederra et Gumenzula) “in serra”, y en “monte de Auca” el de Berrozzal. La individualización del prado de Gumenzula en la sierra de La Demanda (en una cota cercana a

66. Entendemos esta “comunidad de pastos” como un alcance o sol, es decir como la concesión estacional y mutua de cañadas y descansaderos en los términos jurisdic- cionales de esos núcleos rurales y del monasterio. Ha de señalarse que Ubieto olvida incluir Espinosa en la mancomunidad, topónimo que trae el texto del Becerro. 67. En estos términos y en el pastizal de Santa María (hoy llamado Campo de Las Caballeras), citado asimismo en el acta, han podido pastar las vacadas de los barrios beliforanos de Tosantos y Pedroso hasta los años sesenta del siglo XX. 68. Ver Ubieto Arteta, San Millán, núm. 95 (979). En este texto se apea perfecta- mente el límite sur del primitivo monte de Pedroso.

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los 1.600 m) y del agostadero de El Berrozal en la jurisdicción de la ane- gada aldea de Uzquiza (en las cercanías de las fuentes del Arlanzón), testi- monia suficientemente el uso de la trasterminancia entre los pastizales del valle y de la sierra, al menos desde este siglo XII69. El acelerado pobla- miento que se observa desde comienzos del siglo XI en las zonas bajas y medias de los valles de la comarca, y la consecuente roturación de espa- cios llanos y húmedos reservados hasta entonces como agostaderos, exigió quizás la transformación en herbazales de alta montaña de algunos espa- cios próximos a la línea supraforestal. Así se daba continuidad a la perma- nente necesidad de pastos veraniegos y se prolongaba en el tiempo el uso trashumante, una costumbre que creemos ver reflejada en la diplomática comarcal del siglo XI a través de la estructura discontinua de los patrimo- nios señoriales, constituidos por posesiones agrícolas aisladas70. A los agostaderos de la Sierra de La Demanda, entre y Valmala, el punto más occidental y húmedo de este tramo del Sistema Ibérico, acudían en los veranos de la Alta Edad Media los rebaños de la se- de episcopal de Oca y los de las abadías con mejores recursos. Al pastizal de Gumenzula (Valmala, Burgos), por ejemplo, eran conducidos los car- neros y las vacadas del poderoso cenobio de San Pedro de Cardeña, y los de San Félix de Oca y San Miguel de Pedroso, los anexos comarcales de San Millán71. Esta es la razón que explica la adición en el citado documen- to de 945, agrupado bajo el epígrafe “De monasteriis”, de un párrafo en el que se nombran los puntos mojoneros de la cañada seguida por la cabaña de San Miguel. El texto interpolado muestra la ruta que, desde la casa monasterial, llevaba a los ganados por los montes de la jurisdicción admi- nistrativa de Oca hasta el pie de La Sierra y los descansaderos de El Be- rrozal y la Paul de Herramel. [Ver mapa III].

69. En el citado diploma De monasteriis (Ubieto Arteta, núm. 37) se incluye un anexo en el que se especifica la cañada usada por el rebaño de San Miguel para trasla- darse a los agostaderos de La Demanda. Hemos podido individualizar los hitos citados en el texto a través del reconocimiento toponímico: Ocharanna (Ocarana); Garuissaro (Barbijaro); Sanctus Pelagium (San Pelayo); Torchus (Torcas); Lumbo de Sarrincho (Sa- rrico); Rencones (Rincones); Berrozal (Berrozal); Vallem de Avolo (Valdeabuelo); padu- lem de Herramel (paul de Herramel); todos ellos puntos de las aldeas de Villafranca . La sierra de La Demanda y los pastizales de estos lugares siguieron cum- pliendo la función de agostaderos hasta el siglo XIX , aunque a partir de la Baja Edad Media se alquilaban a los rebaños de merinas de Los Cameros. 70. Pensamos que la configuración de los patrimonios señoriales, constituidos por heredades aisladas y separadas unas de otras por varios kilómetros, era una invitación para los usos trasterminantes. Podemos tomar como ejemplo el patrimonio de “Los Oriolez”, una familia de senniores con posesiones en Bujedo, Cerezo, Junquera (Treviana), Villagalijo, Baños, Bañares y Castañares. Ver M.L. Ledesma Rubio, San Millán, núms. 95-100-108-167. Los Oriolez tenían su palatium en Bañares y un monasterio familiar en Villagalijo. 71. Otras instituciones similares, como la sede episcopal de Oca, gozaban por con- cesión real (Sancho II, 1068) de los pastos de La Demanda. Teófilo López Mata. El terri- torio de Auca y su demarcación geográfica a finales del siglo XI. Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos de Burgos, XXIII (1944).

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Mapa III. Cañada trastermitante usada por los ganados de San Miguel entre el mo- nasterio y el agostadero de Gumenzula, en la Sierra de La Demanda.

No se puede cerrar el apartado referido a la ganadería sin hacer una consideración sobre su importancia relativa en la economía del cenobio de Pedroso. Desde la publicación del trabajo de José Ángel García de Cortazar: “El dominio del monasterio de San Millán de La Cogolla (siglos X a XIII)”72 se ha convertido en un tópico historiográfico la afirmación de que el mo- nasterio del Tirón tenía la ganadería como el pilar más importante de su economía. La proposición está basada sin duda en los anexos a los diplo- mas comentados, en los que con extrema minuciosidad se especifican cañadas y pastizales para el alimento del ganado. Y en el errático y repeti- do planteamiento que tiende a suponer una mayor potencialidad ganadera para los territorios de montaña. No es esta nuestra oferta explicativa. San Miguel es para nosotros una ins- titución cuya base económica ha sido siempre de naturaleza fundamental- mente agrícola. El manso nuclear del convento es un área amplia y fértil, en la que los cultivos de regadío debieron de estar presentes desde el momen- to de la fundación. A la misma categoría de tierras de primera calidad perte- necen también los bienes del entorno de Belorado que desde comienzos del XI fueron donados a la institución por las familias aristocráticas del país.

72. J.A. García de Cortazar. “El Dominio del Monasterio de San Millán de La Cogolla (Siglos X a XIII): Introducción a la Historia de Castilla Altomedieval” Salamanca, 1969. Ver pp. 206-211; 144 y 186 de este trabajo.

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El desmedido, aparentemente, interés documental por los derechos ganaderos se explica más bien en función de la geografía comarcal, un territorio boscoso y montañoso donde la abundancia de espacios comuni- tarios en jurisdicción y disfrutes ganaderos y forestales exigía, y exige, la continuada revisión y certificación de los mojones de soles y otros acuerdos de naturaleza semejante. A este respecto los detallados protocolos judicia- les de las épocas bajomedievales y modernas siguen mostrando un enfren- tamiento entre los centros monásticos, y otras entidades de naturaleza semejante, y las comunidades campesinas por el disfrute desigual —obvia- mente los vecinos más poderosos, entre ellos el monasterio, obtenían mayores beneficios— de los comunales73. Nada en la documentación invita a pensar en San Miguel como una potencia ganadera. Sencillamente las cartas alusivas al monasterio muestran el empeño por asegurar los pastos “ad gubernationem armentorum o pas- cendi pécora”74, es decir para la vacada y el rebaño de ovejas y carneros, según los casos. Una cabaña que puede cifrarse como mucho en dos o tres centenares de cabezas de lanío y un centenar de vacas.

CONCLUSIONES

En definitiva, el juicio crítico que se desprende de este trabajo confir- ma, desde la perspectiva puntual del pequeño monasterio de San Lorenzo de Masoa, los argumentos presentados por los investigadores sobre las sos- pechas de autenticidad que envuelven a toda la serie diplomática emilia- nense protagonizada por los condes castellanos Fernán González y García Fernández. Un recelo que aquí afecta, y esto es lo que nos parece más inte- resante, al contenido mismo de las pretendidas donaciones. También parecen encajar las razones próximas de la manipulación con las fechas apuntadas, entre otros, por Antonio Ubieto Arteta, José Ángel García de Cortazar o Gonzalo Martínez Díez. Así, según el último de los autores citados, desde la fecha de confección del Becerro Gótico, a finales del siglo XI, hasta la del Becerro Galicano, un siglo más tarde, los monjes del escritorio de la abadía de San Millán rehacían “…antiguos diplomas o inventaban sobre ellos otros nuevos que venían a fortalecer derechos o juris- dicciones del monasterio puestas en tela de juicio en algún momento”75. Hay que decir aquí que a la hora de intentar fijar los aspectos cronoló- gicos hemos concedido importancia al valor como referente temporal de algunos topónimos recogidos en los textos. Tenemos, en efecto, el caso del

73. Ver Rufino Gómez Villar, Belorado y su Comarca: “Economía, sociedad y vida cotidiana. 1700-1813”, Ed Ayuntamiento de Belorado y Pamiela. Pamplona. 2000. p 160, nota núm. 45. 74. Ubieto Arteta, San Millán, núm. 37. 75. Gonzalo Martínez Díez, El monasterio de San Millán y sus monasterios filiales. Documentación emilianense y diplomas apócrifos, pp. 20-26. En Rev Brocar, 21 (1998).

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topónimo de Belorado, reflejado como Villa Foratu o Villa Forado mediado el siglo XI y con la solución, más evolucionada, de Belforado o Bilforado en la mayoría de los textos que nos han llegado de finales del XII; o la pre- sencia más que probable de extranjerismos en contextos documentales del último tercio de este siglo, en concreto de occitanismos, manifestada, por ejemplo, en la transcripción mediante la grafía lh de topónimos que contie- nen la l palatalizada76. Sirva como ejemplo un Viña Lhosa, cuya presencia en un texto fechado en 1025 muestra obviamente una reelaboración posterior77. Para nosotros, las dudas surgidas sobre la veracidad de las cartas estu- diadas ponen de manifiesto un pleito continuado entre los monjes y las comunidades rurales del Alto Tirón. Un litigio secular78 en el que se dirimió la importante participación del priorato de San Miguel de Pedroso en la explotación ganadera y forestal de las áreas incultas y de las extensas man- comunidades de las aldeas circundantes. A eso se suma la presumible dis- puta con los aldeanos por la oportunidad de absorber los patrimonios terri- toriales de los antiguos y numerosos monasterios de la zona, algunos de ellos desiertos ya o en trance de abandonarse tras la implantación general de la regla benedictina79. Y, como veremos, la búsqueda de exenciones tri- butarias y de la recaudación de los diezmos consecuente a la ampliación del poder dominical a las aldeas de Ezquerra y Espinosa del Monte. La tentativa de anexión de San Lorenzo se vio condicionada además por algunas circunstancias históricas, que afectaron estrechamente a las re- laciones de la abadía con los principales copropietarios de la mancomuni- dad de Masoa: Al norte del territorio asignado al pequeño monasterio de San Lorenzo, la antigua aldea de Belorado, como muy tarde en las primeras décadas del XII, comenzó a hacer valer su poder municipal y su recién estrenada auto- nomía. La abadía de San Millán, siempre a través de la decanía de San Mi- guel, se vio obligada a proteger sus intereses, cuya validez era en ocasio-

76. Ver C. García Turza en el prólogo, p 12, del trabajo de Fabián González Bachi- ller: “El léxico romance de las colecciones diplomáticas calceatenses en los siglos XII y XIII”, Universidad de La Rioja, 2002. 77. Ubieto Arteta, San Millán, núm. 179. En doc. de 1126 el nombre del pago se transcribe como Viña Flossa (Ubieto Arteta, San Millán, núm. 351). 78. Hasta el final del Antiguo Régimen la orientación de la política económica de los monasterios, y otras instituciones afines, hacia la defensa de su riqueza ganadera fue motivo constante de enfrentamientos con los concejos vecinos. Los litigios tenían como piedra angular el equívoco concepto de “vecindad”. La resolución del litigio equivalía a dar respuesta a esta pregunta: ¿Podía contar un monasterio o un hospital como un veci- no más a la hora de aprovechar los bienes comunales? 79. El procedimiento utilizado por los benedictinos para justificar legalmente estas anexiones exigía antedatar el otorgamiento, respaldado por una concesión condal o real, a unos tiempos suficientemente alejados del de la elaboración documental. El caso de San Lorenzo es un buen ejemplo de este procedimiento. Ver Gonzalo Martínez Díez, El monasterio de San Millán y sus monasterios filiales. Documentación emilianense y diplo- mas apócrifos, pp. 20-26.

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nes difícil de probar y de aceptar, especialmente los que se relacionaban con la propiedad y disfrute de bienes comunales (montes, pastos, derechos de aguada y de riego, cañadas y pasos para el ganado, etc.). El surgimiento urbano de Belorado se vio favorecido por su ubicación estratégica en el camino de Santiago, por su situación en el punto medio del tramo que separaba las capitales de dos reinos, Burgos y Nájera, y por el desarrollo de las actividades comerciales de corto alcance —propiciadas por su mercado semanal y sus ferias otoñales— y de largo alcance, pues en la villa se estableció durante el reinado de Alfonso VII una aduana co- mercial para el control de los productos procedentes del reino de Navarra y del Mediterráneo. Pronto apareció el hábitat urbano de la población estructurado en barrios diferenciados: el Barrio Castellanos, el de Villafranca, el del Mercado, la Ju- dería, y el llamado Barrio de Los Moros, y con ellos el nuevo poder ecle- siástico representado por las parroquias, que agrupaban a los fieles por su origen geográfico. Al tiempo que los primitivos pobladores —los “castella- nos”— seguían concentrados en torno a la iglesia de San Nicolás, entregados como siempre a las labores agrícolas, en el Barrio Villafranca y en el Barrio Nuevo se estableció un activo grupo social, muy pagado de su condición de hombres libres, caracterizado por el ejercicio de magistraturas y oficios muni- cipales y por la dedicación de sus vecinos a las actividades artesanales y comerciales. De esta manera, a lo largo de dos o tres generaciones, la pobla- ción semejaba más una confederación de barrios-parroquias —castellanos, vasco-franceses, bretones, occitanos, judíos— que una población unitaria. El nacimiento mismo de la villa80 supuso para la abadía la pérdida de una parte considerable de su señorío en las tierras del Tirón. Las aldeas aba- dengas de Terrazas, Sagredo, Rehoyo y Redecilla, incluidas en el alfoz de la nueva villa, pasaron desde el momento de la concesión del fuero (agosto, 1116) a formar parte de su término municipal y de su jurisdicción civil y criminal. Un oportuno testimonio de 1139 nos permite saber que en ese momento buena parte de los antiguos colonos monásticos habían abando- nado ya estas aldeas y se habían trasladado a Belorado, acogiéndose a la nueva categoría de francos que el fuero propiciaba. En el documento el rey Alfonso VII ordena a estos estrenados villanos que sigan pagando las ren- tas de la tierra al abad, pero no limita su movilidad ni les obliga a satisfa- cer los tributos señoriales ni la diezmación: “…, pro quibus habebatis altercationem cum hominibus illarum villarum qui morantur in Belforato et nolentes dare illos redditus quos semper fuerunt soliti parentes illorum dare atempore proavi mei regis Sancii Maioris, qui misit supradictas villas et alias multo in Sancto Emiliano”81.

80. Julio Ortega Galindo, Belorado: Estudio de una villa en la Edad Media, pp. 7-8. Estudios de Deusto, Vol. II, nº 3. Bilbao. 1954. 81. M.L. Ledesma Rubio, San Millán, núm. 374.

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Asimismo quedó dentro de la jurisdicción de Belorado el término conce- jil de Pedroso, población antigua en cuyo territorio se encontraba incrustado el coto redondo monástico de San Miguel. Debido a esta novedosa situación jurídica los viejos acuerdos sobre aprovechamientos comunales establecidos entre El Priorato y el concejo de Pedroso quedaron desactivados. Es lo que trasluce la lectura de la carta por la cual el conde García Fernández concede a los monjes y colonos de San Miguel, y a los vecinos de su aldea de Ezquerra, la facultad de llevar a pastar sus ganados a la dehesa de Pedroso. El acta, ante- datada en 979, refleja perfectamente el afán por conservar ahora, en pleno siglo XII, el aprovechamiento de las hierbas en un área exclusiva de la villa82. La crisis abierta por los enfrentamientos entre las autoridades de las poblaciones vecinas y el centro religioso de San Miguel se ve confirmada en otro par de textos. En uno de ellos83, de 1144, el rey Alfonso VII, única autoridad a la que en teoría se subordinaban en el alfoz los poderes muni- cipales de los alcaldes y oficiales municipales de Belorado, reafirmaba el pretendido derecho monástico de tomar toda el agua del río Tirón en la presa del puente de Magazos, frente al deseo de los ciudadanos de que el caudal sustraído al río estuviera limitado por una longitud de tres varas: “Consuetudo illius prese fuit talis quos semper monachi sancti Mikaelis usque dum cadere subtus molendinus Sancto Mikaelis interum in Tirone. Et nescio quod temerario susu voluit contradijere nobis Garcie Núñez, qui erat de Vilforato, sub comité Roderico Gomez, et pretor erat Munio Tellionis, cum qui- bus ego habui supradictam altercationem. Illi dicebant quod non debebamus accipere totam aquam usque ad ripam fluminis, si dimitiere ibi ad ripam spatio trium peduum, quod nos totos abne- gantes inquisivimus iudicium imperatoris et ostendimus ei sicut constitutum fuit a dompno Garseam rege, supradicte ecclesie Sancti Mikaelis fundatore…” El fallo judicial favorable al monasterio fue, no obstante, contestado por los hombres de la villa quienes, años más tarde, destruyeron la presa y tala- ron todos los sauces del priorato84. En este ambiente de enfrentamiento entre el poder señorial monástico y los concejos de las villas, tres años antes, en 1142, el monasterio había con- seguido del rey la ratificación del derecho consuetudinario que asistía a sus siervos para cortar leña en los Montes de Oca, en especial en la aldea de Pu- ras. La expresividad del documento85 destaca especialmente las dificultades que encontraban los leñadores del convento para ejercer estas competencias: “…illi homines populatores Sancti Mikaelis venerunt ad nos cum magna roncura quod illi homines de Puras facebant ei magnam iniuriam, non enim permittebant eos ire per villam suma ad cedenda ligna neque permittebant eos cedere ligna in montibus suis…”

82. Ubieto Arteta, San Millán, núm. 95. 83. M.L. Ledesma Rubio, San Millán, núm. 382. 84. Julio Ortega Galindo, Belorado: Estudio de una villa en la Edad Media. En “Es- tudios de Deusto”. Vol. II. Bilbao. 1954. 85. M.L. Ledesma Rubio, San Millán, núm. 378.

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En cualquier caso los reconocimientos reales de los derechos reclama- dos por el monasterio, por su misma reiteración, no pueden ocultar una suerte de debilitamiento del poder de la institución religiosa. A pesar de todos los problemas, en esos años centrales del siglo XII San Millán incrementó notablemente la influencia social y el poder económico en las cercanías del dominio nuclear de su decanía de San Miguel de Pedroso. En el Valle de San Vicente, entre 1129 y 1145, el monasterio recibió iglesias, fincas y el señorío de Espinosa del Monte86. Y, tal vez, de manos de sus nue- vos vasallos, alguna de las cartas notariales que daban fe de la actividad pia- dosa de los habitantes de El Valle en favor del cenobio local de San Lorenzo. Presumiblemente las disputas constantes con Belorado y el acrecimiento de la participación monacal en la vida socio-económica de El Valle fueron el pretexto concreto que llevó al escritorio de San Millán a elaborar en esos años las apócrifas cartas de donación de San Pablo y de San Lorenzo. Ade- más de las exenciones tributarias anexas al ejercicio del señorío en Espinosa, el abad afianzaba así la posesión de los bienes territoriales ubicados en torno al pretendido solar de San Pablo. Asimismo en adelante podría disfrutar de las hierbas y maderas incluidas en el territorio del monasterio del monte Masoa. Un dominio colectivo en el que, desde la inclusión de Pedroso en el alfoz beliforano, la cabaña ganadera de San Miguel había perdido, si los tuvo alguna vez, los derechos de pasos, aguadas y pastos. Así pues, cronológicamente, nuestro estudio se enmarca en el centro de una serie de fuerzas socio-económicas y culturales que reflejan el momen- to justo de la transición entre la preponderancia monástica y señorial y la que representa la nueva sociedad, modestamente urbana. Tras lo dicho y a modo de recapitulación parece lícito suponer que el intento de agregación de San Lorenzo no se vio coronado por el éxito. Más bien encontramos numerosas razones para pensar que, en un momento indeterminado, en todo caso anterior al último tercio del siglo XII, sus bien- es raíces pasaron a engrosar la mancomunidad aldeana de Masoa. De he- cho y como ya hemos apuntado los documentos del archivo municipal de Belorado confirman esta hipótesis desde principios del siglo XIV. A pesar de todo, la prudencia nos invita a conceder un lugar para el escepticismo. Porque a fin de cuentas el hiato testimonial que abarca desde el año 1081, fecha en la que San Lorenzo tenía todavía una vida indepen- diente, hasta el año 1304, en que la documentación atestigua fehaciente- mente la propiedad aldeana del término del pequeño monasterio, es dema- siado alargado. Una limitación importante, lo sabemos, que sin embargo no debe conducirnos a seguir afirmando con impunidad la propiedad monás- tica de San Lorenzo de Masoa en algún momento de la historia. A la espera, por tanto, de que aparezcan nuevos datos en los archivos locales o de que surjan otras propuestas generalistas más esclarecedoras, nos conformamos aquí con haber sembrado la duda prometida.

86. M.L. Ledesma Rubio, San Millán, núm. 361 y 384.

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