Julio Cueva.Pmd
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Prólogo Dulcila Cañizares es el hada madrina de los olvidados. Si hubiera —y debiera haberlo— un Premio Nacional al Rescate de la Me- moria, ella estaría de seguro entre los primeros candidatos. Conocerla y conversar con ella siempre es una fiesta. Guajira natural, ocurrente, sensible y culta, Dulcila despliega la misma y simpática energía tanto para brindar un café —«te salvaste, tengo Pilón, que el de la libreta no hay quien se lo tome»— que para buscar una foto que tiene 100 años y que conserva como un tesoro incomparable —«si me la pierdes, te mato». Con su hermosa voz lee sus poemas —esos que tantos premios han alcanzado—, impregnados de cundiamor, rocío y brisas, en los que le canta a su «joven patria de helechos y palmeras», o a ese amor «que nos deslumbra de pronto o aparece en puntillas callada, humildemente, y nos pone temblores en las manos y una luz traicionera en las pupilas». Cuando de amigos se trata, Dulcila no tiene fronteras. Se echa al hombro cualquier empresa, apadrina el proyecto más audaz, y se da toda a reivindicar un nombre, a salvar de la desidia una obra, o/y dejar para el futuro un legado. A ese oficio no emplantillado de hacer justicia, dedica jornada completa. Cada mes, en el boletín electrónico Memoria del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, aparece un artículo suyo sobre la vida y obra de un viejo trovador, de esos que no se mencionan aunque muchos tarareen sus canciones. Y no importa que los huesos duelan ni que duela más el re- medio; no importa que las carencias se agolpen unas a otras y parezca que nos matan. Así, constante y silenciosamente, tra- baja por la cultura cubana, por TODA la cultura, desde la hu- mildad y la entrega. De esas premisas nació este libro. Y cuando se lea, se verá cuánto hay que agradecerle. Pues, ¿sabía usted que un cubano, 7 trompeta en mano, anduvo por las filas republicanas durante la Guerra Civil Española repartiendo confianza y música? ¿Que ese mismo compositor e intérprete había deslumbrado antes en los escenarios de Europa y Estados Unidos? ¿Que regresó a Cuba, donde fundó un Comité de Defensa de la Revolución con el nombre de su compañero querido, Pablo de la Torriente Brau? ¿Que a pesar de su talento enorme y de sus composiciones legen- darias es hoy casi un desconocido? No hay una escuela de música con el nombre de Julio Bar- tolomé Cueva Díaz, ni un festival, ni un concurso. De 1959 a 1975, año de su fallecimiento, «sin el incentivo de que algunas de sus obras fueran grabadas, y sin que lo hubieran invitado jamás para tocar su trompeta, el modesto músico trinitario creó vein- tiséis piezas«. Este «hijo de mestizos, con pelo negro y ojos castaños, una es- tatura de ciento sesenta y un centímetros y más o menos ciento ochenta libras de peso, recio, de atractivo rostro, fue un hombre campechano, jaranero, alegre, bailador excelente, cordial, emprendedor, tenaz, de fuerte temperamento y un apetecible oído musical». Tan jaranero y emprendedor era, que tuvo como mascota una cotorra que chiflaba a dúo con él mientras sonaba su corneta. Solo de un carácter cubanísimo podrían salir piezas como «Tingo talango» y «El golpe bibijagua», las dos composiciones que más le gustaban. Julio Cueva quiso ser pianista pero el dinero de la familia no alcanzaba para un instrumento tan grande; solo dio para un cornetín. Tiempo después llegaría la trompeta, y con ella conquistó el mundo. Pero en Cuba, una calle con su nombre en su Trinidad natal, una tarja y algún que otro homenaje aislado, no son suficientes. Como no eran suficientes los 50 pesos que comenzó cobrando de jubilación porque algún burócrata se equi- vocó y le pagó no como músico, sino como billetero. De su amistad con Pablo de la Torriente Brau, en los días lu- minosos y terribles de la Guerra Civil Española, se habla en este libro. No lo adelantaremos; solo señalar que dirigió la ban- da que acompañó al cadáver de Pablo al cementerio, un doloroso recuerdo que llevó por siempre. 8 El título de este volumen es otra curiosidad que no revela- remos. Nada más una pista: repita en voz alta varias veces Alé alé reculé, así, cubanizado, y dígame si no tiene una musicalidad especial, guarachera, asimilada por Cueva, gracias a su capaci- dad de convertir en música los hechos de la vida cotidiana, sin importar que, en su origen, hayan sido trágicos. El maestro Julio Cueva —como, con total justicia, le gusta nombrarlo a la autora— fue un comunista consecuente. Su mi- litancia, sin fanfarrias, lo acompañó como un principio invio- lable en su vida, tardíamente reconocido: «Años después de su desaparición física, sus restos fueron trasladados por la Asocia- ción de Combatientes desde el antiguo cementerio de la calle Amargura, donde se encontraban desde el 25 de diciembre de 1985, para el Panteón de los Caídos por la Defensa de la Patria y desde 1999 descansan en uno de los nichos». Este es el primer libro —solo lo antecedió un folleto diminuto de la propia autora— sobre Julio Bartolomé Cueva Díaz: trom- petista, compositor, director de orquestas y de bandas, comu- nista, combatiente en la Guerra Civil Española, cubano. Había aparecido antes en la letra impresa gracias al genio de Alejo Carpentier, quien lo convirtió en uno de sus personajes en La consagración de la primavera. Ahora, en otra primavera, escri- bo estas líneas y reconozco, no sin vergüenza, que yo también acabo de descubrirlo. Si ya tenía que agradecerle a Dulcila su amistad y mi encuen- tro cada mes con trovadores de los que poco sabía, ahora mi deuda es inmensa: me ha presentado en cuerpo y alma a Julio Cueva y me lo ha traído a esta cotidianidad difícil y muchas veces engorrosa, para demostrarme —si hiciera falta— que las in- comprensiones y los olvidos no serán eternos siempre que exis- tan personas como ella. ¡Vamos, vamos, sin recular!: los invito a disfrutar este libro y es muy probable que, cuando terminen, salgan tarareando un danzón o una guaracha, que ya, por suerte, identificarán con su autor. Si es así, Dulcila Cañizares se sentirá plena y agradecida. VIVIAN NÚÑEZ MENÉNDEZ Abril, 2011 9 Reconocimientos Cada libro tiene su historia. Su simple o compleja biografía. La de esta obra comenzó en 1979, cuando la Dirección Pro- vincial de Cultura de Sancti Spíritus me invitó para que par- ticipara en la Semana de la Cultura de Trinidad, que tendría como figura central a Julio Cueva. Tuve entonces la oportu- nidad de realizar las entrevistas necesarias y una selección de documentos en el archivo privado del maestro Cueva. Decidí escribir la biografía del trinitario para su publicación en una colección de gran formato, con profusión de documentos, par- tituras y fotografías. En 1990, la Dirección Municipal de Cul- tura de Trinidad y otros organismos locales le solicitaron a la Editorial Letras Cubanas la publicación de una biografía de Julio Cueva, escrita por mí, para una importante actividad centrada en el músico, que tendría lugar en 1991. Era la época de las plaquettes, debido a las limitaciones económicas de la época, y la vasta investigación se adaptó a las exigencias del momento: un texto de cincuenta y cinco páginas y un formato pequeño, impreso en papel gaceta y sin grabados, con el cual los trinitarios quedaron conformes, pues se hizo el lanzamiento en la fecha acordada. Este es el inicio de la historia… Agradez- co a los directores provinciales y municipales de Cultura de entonces, al igual que al fallecido René Hernández Esquerra —que me llevó de la mano a conocer a los amigos de Julio Cue- va, quienes me ofrecieron la oportunidad de hacerles las en- trevistas necesarias para la Semana de la Cultura de 1979—, la plaquette y el presente libro. También mi agradecimiento es para aquellos hombres, músicos en su gran mayoría, ya de- saparecidos físicamente. Guardo una eterna gratitud hacia Rafaela (Fela) Pérez, viuda de Cueva; a Josefina Cueva, la hija adoptiva del trinitario; a Bienvenido Núñez, Manuel Licea 11 (Puntillita) —fallecidos— y Caridad Hurtado Cueva, sobrina de Julio, entonces todos residentes en La Habana. En las actividades trinitarias que se le dedicaron a Julio Cueva desde 1979 ofrecí conferencias y conversatorios, pero mi frustración por no haber podido escribir un libro con la información que guardaba en mi archivo no me dejaba en paz. En abril de 2008 me entrevisté con Víctor Casaus, Presidente del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, y de aquella conversación surgió la idea de hacer una nueva biografía de Julio Cueva, en la que otra figura central fuera la de Pablo y que también se rememorara la Guerra Civil Española, en la cual se conocieron el trinitario y Pablo de la Torriente. De di- cho Centro y de su colectivo he recibido apoyo, cooperación, gentilezas y cuidados, en especial de Víctor Casaus, María Santucho, Jesús García y Vivian Núñez: para ellos mi lealtad, mi reconocimiento y un buen cariño, pues lograron mi rea- lización laboral. De manera muy particular ofrezco una recompensa de apre- cio y distinción a mi Nonatía, al ingeniero Manuel Mansilla y Carmen Pérez Sarría, quienes me auxiliaron en la recopi- lación, a través de Internet, de datos y fotografías de la Guerra Civil Española; al diseñador gráfico y periodista villaclareño Jorge García Sosa, que dedicó tiempo, ignoro cuántos días, en la búsqueda también por Internet de fotografías de persona- lidades cubanas y extranjeras; al ingeniero Iroel Ruiz, que tuvo la amabilidad de regalarme horas de su vida para encon- trar imágenes antiguas de la villa del Táyaba por la misma vía mencionada, aparte de molestarse en solicitar en Trinidad, y hacerme llegar, diversos documentos necesarios.