Mujeres, Lugares, Fechas…
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Tomás Ramos Orea MUJERES, LUGARES, FECHAS… VI (América – Europa –Asia) Madrid, 2007 BRASIL YUGOESLAVIA ALBANIA REPÚBLICA DOMINICANA THAILANDIA FILIPINAS INDONESIA (BALI) SINGAPORE SUIZA COSTA RICA GUATEMALA HONDURAS HAITÍ ISRAEL Graciella, Nadia, Clelia: Río de Janeiro (Brasil): agosto-septiembre 1980 Estamos en el verano de 1980, y hoy, ahora, pasados veinte años justos en que me apresto a escribir esta viñeta, renuncio a convocar fehacientemente, siquiera en una mínima sección de su espectro, el frondoso haz de realizaciones que justificaban mi satisfacción de aquella época. A principios de febrero había leído en Granada mi tesis doctoral de Derecho, lo cual cerraba la grapa que comenzara a poner en 1953 en Madrid cuando, como tantos diecisieteañeros, junto con Filosofía y Letras también me había matriculado en Derecho, a instancias de mi padre, por entender él que lo de Filosofía y Letras no desplazaba suficiente entidad para que un chico – yo, sin ir más lejos – se titulase universitario y acarrease a la familia los gastos que llevaba consigo la dedicación al referido menester de la Filosofía y de las Letras. El caso es que me sentía satisfecho y con plenos resortes a mi favor para que cualquier complacencia que con toda liberalidad se me antojara otorgarme no despertara auto-inculpación alguna en mi conciencia. Me decido a pasar el verano en Alcalá de Henares y a dejar que la dinámica ingenua y espontánea de las cosas me fuese sorprendiendo, si tales eran sus designios. Puedo decir que nunca hasta entonces había compactado tantas realidades excepcionales dentro de un esquema de normalidad rigurosa y doméstica. Aquel verano desarrolló buena parte de su andadura bajo el signo de un ambiente – como he dicho – casero. Me frecuentaba la percepción de que en los últimos inmediatos casi seis años [tiempo que dediqué a la culminación de todo el resto de mi carrera de Derecho, partiendo de un curso y medio ya aprobados en la década de los cincuenta] mis constantes vitales, mis recursos cosmo-biológicos habían escorado peligrosamente del lado del intelecto [como sagazmente me lo hizo notar Nano Becerril en una cariñosísima carta que me envió como respuesta a mi comunicarle el haber dado cima a mi segundo doctorado] y me pareció de todo punto deseable dar su oportunidad a - 1 - las razones somáticas para que se explayasen. Por circunstancias que ahora escapan a mi escrutinio era el caso que nuestro gran mentor deportivo Luis Sánchez, "Ricardito", "Catetín", o "El Cabra", que por todos esos nombres y semi-apodos se le conoce, se hallaba entrenando más o menos oficialmente a un par de amiguetes para su ingreso en la escuela Nacional de Educación Física. Las sesiones incluían tanto tramos de carrera, como mostraciones y ejercicios de fuerza. Por las mañanas yo solía unirme a los tales menesteres gimnásticos, y lo que es más, muchas veces, por ausencia de los pupilos de Luis, hacía yo sus programas y recibía la carga entera de atención a ellos reservada, con la tanda de pruebas de rigor que comportara el esquema de entrenamiento propiamente dicho. Un día Luis me tuvo corriendo con él durante cuarenta y cinco minutos por tierra blanda, tipo campo arado, con el fin de calibrar mi resistencia. Luego hacíamos ejercicios de fuerza mediante el levantamiento y lanzamiento de piedras en moderada progresión de peso y distancia. Y cosas así que el lector puede imaginar y que se acoplaban plenamente al cultivo integral de la forma física, de la salud y de la euritmia. Con este panorama no es maravilla que en veinte o veinticinco sesiones que, durante lo que va de últimos de junio a últimos de agosto, acaso yo celebrara, conseguí un grado de puesta a punto como no recordaba desde mis tiempos de chaval. Aquel verano, asimismo, y aprovechando que mi sobrino Nené – como campeón de natación que era y que continuó siendo – participaba en la travesía de la Laguna de Peñalara, también me tiré yo con veteranos, llegando a la meta en segundo lugar. Con el agua yo no he tenido nunca una relación esmerada; quiero decir que a partir de los cinco o seis años he desarrollado en dicho elemento todas las imaginables evoluciones que un cuerpo humano puede desarrollar con solvencia, autonomía y seguridad; y así lo he seguido haciendo. Por vía de entretenimiento diletante he tomado parte en alguna prueba en piscina, y nunca sobre distancia de más de cien metros. Peñalara vendría a significar unos ochenta metros o así, y desde luego para todo aquel que no desconozca el asunto, es de sobra evidente que el agua te da una soberana paliza; - 2 - que hay que emplear toda la fuerza de tu cuerpo si se quiere avanzar, si quiere uno moverse, deslizarse, impulsarse hacia adelante. A mis casi 44 años chapotear y propinar "brazadas barrocas" (Vicente Alberto Serrano) tenía mucho de heroico. Las fotos que conservo de aquel día de natación me muestran provisto de una musculatura fibrosa nada desdeñable. Pues tal era el panorama deportivo y salutífero en que me encontraba en aquel verano de 1980, ya bien entrado el mes de agosto. Algunas tardes, para completar el cuadro de actividades naturistas y de culto al cuerpo, me acercaba a la finca de nuestro querido y llorado amigo Guanis. Allí chapoteaba en la piscinilla al efecto; o bien, cruzando la carretera general, correteaba por las trochas de los campos que hoy han pasado a convertirse en superficies comerciales; o simplemente me solazaba charlando con otros amigos quienes como yo disfrutaban con la inagotable liberalidad de nuestros anfitriones. Una de aquellas tardes aconteció que coincidí con Carlitos, sobrino de Guanis, y su mujer Margarita. Ambos trabajaban para las Líneas Iberia y precisamente acababan de regresar de Río de Janeiro. Entre broma y broma, y salvadas la cautela y sindéresis matrimoniales, Carlitos se permitió ensalzarme a su manera las perentorias, las invitantes mostraciones de las "garotas" cariocas, y cosas por el estilo. "A mi me lo vas a decir" – pensaba yo para mis regocijados adentros. Aquella conversación fue el detonante suficiente para que mi decisión se materializara. La propia Margarita se ofreció para ayudarme a gestionar el cambio de algunos cruceiros a través de los servicios del Aeropuerto de Barajas. Así lo hice. Probablemente se tratara de doscientos o trescientos dólares. Nada importante, si bien de todo punto operativo para los gastos de choque de los primeros días, sobre todo en razón de que había reservado vuelo para llegar el viernes 29, y quería estar despreocupado de los tejemanejes de cambio de dinero. No creo que se tratase más que de una pura coincidencia el hecho de que las Ferias de Alcalá de Henares terminaban ese mismo fin de semana, el domingo 31. No recuerdo si tomé parte en algún acto - 3 - corporativo que tuviera que ver, bien con el deporte, o con, siquiera de lejos, la cultura. Más bien quiero pensar que desde mi encuentro con Carlitos y Margarita las fechas no concedían más elasticidad, y que cada una de ellas consentía la gestión que fuere. Conservo el telegrama que al precio de 748 pesetas envié al Copacabana Palace Hotel (Apartamentos) el 25 de agosto: Please reserve Apt. 755 or similar Friday 29 regular client Prof. Ramos Orea. Así pues, yo disponía de cierto conocimiento, como para puntualizar mis preferencias y hacerles entender a los señores del Copacabana que se trataba de un cliente ya de dos veces anteriores. Toda una garantía. Hay un detalle sobre este viaje mío que no logro aprehender ahora en su justa valoración. Y es que, en mi conciencia, pensar entonces en Suramérica era, por el lado del divertimento sin frontera, pensar en Brasil; y por la vertiente de lo que, de forma más o menos remansada, pudiéramos entender como fijo en la institución..., estaba Chile, y concretamente Lucía. Aunque las cosas nunca podían ser como habían sido al principio, Lucia seguía estando allí, como referente inequívoco para mis incumbencias vivenciales en Suramérica... No, no recuerdo si mediante el oportuno telefonazo yo cometí la pueril demasía de participarle a Lucía que pensaba pasarme una vacación de ocho días en Río, y que... por qué no se unía a mí, haciendo de Río un punto de encuentro facilísimo de alcanzar para ella, etc., etc. Huelga decir que tal sugerencia mía iba invariablemente adobada en la garantía de que todos los gastos corrían de mi cuenta. ¿Era tan desmesurada mi invitación? ¿Eran tan desaforadas mis pretensiones? En definitiva se trataba de que Lucía tomase cualquiera de los vuelos, probablemente directos, de Santiago a Río, y se encontrase conmigo. Todo bajo mi advocación, a mis expensas, y ella sin salir de su... territorio, de su haza telúrica. Pero no, una vez más pequé de ingenuo. Por pequeño que fuera, no quise dejar un solo reducto de mi conciencia inexpurgado de... escrúpulos, de posibles recriminaciones. Y le hice saber a Lucía que viajaba a Río a divertirme, a explayarme, a solazarme sin más límites que los de mis propias posibilidades. Y que estaba invitada. Pero ella – como más - 4 - tarde me escribiría – había calculado muy... a lo mujer tradicional; con todas las bazas a su favor, no sé cómo decirlo, aunque creo que se me entiende igual. Lucía únicamente encontraba justificación para una iniciativa de tal calibre por su parte, en que yo planteara una teleología institucional, como si uno no tuviera bastante con todas las servidumbres que el vivir en sociedad comporta. Lucía calculó, igual que se calcula en un final de peones al ajedrez; igual que se calcula en el juego de las siete y media,... y calculó erradamente en el sentido de que el argumento único y principal radicaba en el hecho de que yo me encontraba con ganas de estar en Río, solo o con Lucía, pero en Río; y no en ningún otro lugar de Suramérica.