Laforja de un republicano: Diego Martínez Barrio (1883-1962)

Leandro Álvarez Rey Universidad de Sevilla

Entre la galería de personajes que adquirieron relieve y notoriedad en la política española de la Segunda República el nombre de Diego Martínez Barrio ocupa sin duda un lugar destacado. Calificado a veces de hábil e intuitivo, pero con notables deficiencias en su formación; hombre -se dice- que gustaba de actuar entre bastidores, en un discreto segundo plano, la personalidad y la trayectoria de don Diego aparece con frecuencia desdibujada y desvaída, a pesar del papel clave que llegó a desempeñar durante aquellos años y en la historia del exilio republicano. En cualquier caso, quizás uno de los rasgos que más llamen la atención es el buen concepto que, en general, a sus contrincantes llegó a merecer su figura, algo sorprendente si tenemos en cuenta el grado de apasionamiento y visceralidad con que llegó a vivirse la política en la España de los años treinta. Diego Martínez Barrio no era, evidentemente, un intelectual, aunque no por ello su palabra, como recordaría uno de sus adversarios políticos, el historiador Jesús Pabón, sin ser abundante y colorista fuera «clara, precisa, ajustada» l. José María Gil Robles, el carismático líder de la derecha católica, lo dibujó como un andaluz «abierto y simpático, hombre amable y conciliador», aunque más adelante apunte que «en ocasiones su frialdad se transformaba en untuosidad melosa... » 2. En

I PABON, j., Palabras en la oposición, Sevilla, 19:35, p. 251. PAB(l"< era por aquellas fechas director del diario católico El Correo de Andalucía, diputado a Cortes de la CEDA y, en realidad, el enfant terrible de la derecha sevillana. 1. GIl. HOBU:S, J. M., No fiJe posible la paz, , 1968, pp. 445 y ;')75 (cito por la 2." ed., Barcelona, 1998).

AYER 39*2000 182 Leandro Álvarez Rey las antípodas del jefe de la CEDA un por entonces joven redactor de El Socialista, Santiago Carrillo, ha recordado recientemente que la minoría radical en las Constituyentes tenía bastante mala fama, «con la excepción de don Diego Martínez Barrio» :~. Sabido es que José Anto­ nio, el fundador de la Falange, propuso en agosto de 1936 desde la prisión de Alicante la formación de un gobierno de conciliación, pre­ sidido por Martínez Barrio, como única forma de detener la guerra civil 4. El político sevillano mantuvo, durante muchos años, un trato cordial y amistoso con personas tan alejadas ideológicamente de él como Juan Ignacio Luca de Tena, el propietario de ABe, o Manuel Giménez Fernández, ministro de Agricultura de la CEDA. Incluso una de las últimas fotografías de Calvo Sotelo, antes de su asesinato en julio de 1936, es una instantánea en la que puede verse al jefe del Bloque Nacional estrechando la mano de don Diego, por entonces Pre­ sidente de las Cortes del Frente Popular; un Martínez Barrio de quien Unamuno llegaría a decir en cierta ocasión que era un político «au­ ténticamente sevillano. Es decir, fino y frío... » s. Ciertamente, no todos sus contemporáneos llegaron a enjuiciarlo del mismo modo: Alejandro Lerroux, su viejo ídolo y maestro, con quien rompió a partir de 1934, le consideró desde entonces como una especie de Judas particular, el hombre «desleal a su partido, a la República y desleal a la Patria» 6, distinguiéndole con un odio intenso y profundo. Por su parte Niceto Alcalá-Zamora, con quien Martínez Barrio vivió -en palabras de Azaña- una especie de idilio o de «luna de miel» hasta 1934, nunca le perdonó el papel supuestamente desempeñado por don Diego en su destitución de la presidencia de la República.

;¡ CAHIlILLO, S., La Segunda República. Recuerdos y reflexiones, Barcelona, 1999, p.31. 4 La propuesta del líder falangista ha sido narrada por GIBSO'<, l., En busca de José Antonio, Barcelona, 1980, pp. 250-253; más recientemente por GIL PI·:CHAHIWMAN, l, José Antonio Primo de Rivera. Retrato de un visionario, , 1996, pp. 502-505, Y en su momento por el propio MAHTíNEZ BAIlI{lo, D., «Episodio en Alicante sobre José Antonio Primo de Rivera», en Homenaje a Diego Martínez Barrio (recopilación y selección de textos a cargo de Antonio Alonso Baño), París, 1978, pp. 185-189. ;, Don Miguel pronunció dichas palabras en un acto celebrado en Salamanca a finales de noviembre de 1931. Citado por GIL ROBLES, l M., No fue posible..., p. 575. Los testimonios y opiniones sobre Martínez Barrio de personajes tan contrapuestos como Pasionaria, Pi i Sunyer o el conde de Vallellano pueden verse en Homenaje..., pp. 125-151. () LElowl!X, A., La pequeña historia de España, 1930-1936, Barcelona, Mitre, 1945, pp. 179-188. LEIlIWUX redactó este libro durante 19:37, tras expresar su apoyo a Franco en la gueITa civil. Laforja de un republicano: Diego Martínez Barrio (1883-1962) 183 y el propio Azaña, con quien Martínez Barrio llegó a colaborar de manera muy estrecha a partir del segundo bienio, tampoco le perdonó jamás que encabezase aquella obstrucción parlamentaria que dedararon los radicales en 1933, ni aquel durísimo discurso en el que, a raíz de Casas Viejas, don Diego calificó la gestión azañista con las palabras «sangre, fango, lágrimas». Sin embargo, Azaña, parco siempre en el elogio, nos ha dejado un curioso retrato en el que deja traslucir eierto respeto por el personaje. Tras una larga conversación con el «enigmático» don Diego, en la que intentó cogerle en un renuncio a propósito de lo que contaba Alcalá-Zamora en un pasaje de sus Memorias, Azaña anotó en sus Cuadernos las siguientes impresiones: «Martínez Barrio ha permanecido impasible durante este diálogo, corno suele. No ha dejado aparecer ni el menor movimiento de sorpresa, de enojo, de pro­ testa, al enterarse de cuanto don Niceto le atribuye. Es admirable el dominio que tiene de sÍ...» 7. En general, los historiadores que se han acercado con cierto detalle al personaje han manifestado una rara unanimidad al enjuiciarle. Un autor cuyas opiniones sobre lo que significó la Segunda República son sobradamente conocidas -Ricardo de la Cierva- ha llegado a escribir que don Diego, que había logrado ganarse el respeto de casi todos los bandos y facciones, fue uno de los españoles que en la primavera de 19:i6 más trabajó por evitar la quiebra de la convivencia, alabando «su notable sentido patriótico y sincero deseo de evitar la guerra civil» !:l. Gabriel Jackson y Octavio Ruiz Manjón han subrayado su moderantismo y su sentido ético. De todas formas, quizás sea Javier Tusell quien en pocas palabras mejor ha sintetizado su opinión sobre el personaje: «Martínez Barrio -dice este autor- tenía sin duda altura ética. Mode­ rado y ajeno a todo rencor, despecho o deseo de venganza, Martínez Barrio llegó a ser, durante la Segunda República, la expresión misma del centro político...» C).

7 La cita concreta de Azaña en sus Cuadernos de La Pobleta, anotaciones del 7 de agosto de 1937, en el que df~talla una larga entrevista con Martínez Barrio a propósito de la publicación en un periódico valenciano de algunos pasajes de las primeras Memorias dté Alcalá-Zamora. Incluido en AZAÑA, M., Obras Completas, vol. IV, México, 1968, pp. 7B-732, en especial p. nI. H Así lo describía este autor al menos en 1976. Vid. DE LA ÜEHVA, R., La historia se cor~/iesa, vol. ll, Barcelona, 1976, p. ] 9]. () TusELL, J., Manual de Historia de Esparia. Siglo xx, vol. VI, Madrid, 1990, pp. 325-:326. Precisamente fueron las gestiones de Javier TusELL las que hicieron posible la edición de las 171-1ernorias de Martínez Barrio. Su valoración al respecto la avanzó 184 Leandro Álvarez Rey

Un moderantismo y un centro político al que don Diego, dados sus orígenes familiares y sus primeros pasos en la vida pública, no parecía ciertamente predestinado.

l. Un joven «sin oficio ni profesión» 10

En sus Memorias, redactadas a mediados de los años cuarenta y publicadas en 1983, Martínez Barrio se mostró muy parco o pudoroso a la hora de hablarnos de sus circunstancias y orígenes familiares, e incluso de sus primeros pasos en la vida pública. Sin embargo, cuando en 1931 su nombre saltó al primer plano de la política española, don Diego era un hombre de 48 años que tenía a sus espaldas un cuarto de siglo de militancia en los ideales republicanos. A esa larga trayectoria tan sólo dedicó las ocho primeras páginas de sus Memorias. Del mismo modo, sobre una organización en la que lo fue todo -la masonería• apenas consideró necesario referirse un par de veces, en un texto en el que pretendidamente nos ofrecía su testimonio sobre lo que había sido la historia de la Segunda República española. Los interrogantes sobre Martínez Barrio arrancan de las mismas circunstancias de su nacimiento. ¿.Procedía de un origen tan modesto como del que tantas veces afirmó sentirse orgulloso?; ¿,nació realmente en Sevilla? Lerroux, su jefe político durante tantos años, no parecía tener ningún género de dudas: Martínez Barrio no era sevillano, sino que había nacido en un pueblo de la provincia de Cádiz, completando su retrato con unas crueles, hirientes y meditadas frases: «debe haber en su infancia uno de esos dramas domésticos que imprimen huella indeleble, a veces deformadora, en el carácter y en la naturaleza moral de las criaturas. Sospéchase que tuvo padrastro. Por lo menos, fue conocido en Sevilla un sujeto que se llamaba hermano suyo y no llevaba sus mismos apellidos... » 11. La supuesta incógnita sobre los orígenes de Martínez Barrio puede darse por definitivamente zanjada. Don Diego nació efectivamente en en «Diego Martínez Barrio: Memorias inéditas. Por qué fracasó la República», llistoria-16, núm. 9:3, año IX, Madrid, enero 1984, pp. 21-:34. lO «Yo soy hijo de un alhañil y de una vendedora dd mercado. Quiere dIo decir que mi infancia no conoció otras alegrías que las inevitables de la edad, entreveradas con escaseces que, después de la muerte de mi madre, se convirtieron en miserias... », MAHTíN¡':Z BAHIlIO, D.• /I;/PlTwrias. Barcelona, ] 983, p. 1]. 1I LI':I{I{OllX, A.• La pequeña historia, p. 180. Laforja de un republicano: Diego Martínez Barrio (1883-1962) 185

Sevilla el 25 de noviembre de 1883, a las dos y media de la madrugada, en una casa situada en el número 4 de la Plaza de la Encarnación. Era hijo legítimo del matrimonio formado por Juan Manuel Martínez Gallardo, natural del pueblo sevillano de Utrera, de profesión jornalero, y de Ana Barrios Gutiérrez, nacida en la localidad gaditana de Bornos. Su abuelo paterno, ya difunto y por el que se le puso el nombre de Diego, era natural de Sorbas, en la provincia de Almería. Su abuela paterna, Manuela, casada en segundas nupcias y vecina de Sevilla, procedía de Las Cabezas de San Juan. Sus abuelos maternos, José y Josefa, naturales de Bornos, habían fallecido ya en la fecha de su nacimiento. Es decir, Diego Martínez Barrio -o Barrios- no sólo nació en Sevilla, sino que era sevillano y andaluz por sus cuatro costados. Lerroux, en todo caso, no se equivocaba cuando afirmó que Diego tenía un hermanastro, algunos años mayor que él y con quien debió mantener muy buenas relaciones. Se llamaba Modesto Pineda Barrios y era hermano por parte de madre, fruto -al parecer- de un matrimonio anterior, del que enviudó. Trabajó de escribiente en la Audiencia y como periodista y también perteneció al Partido Radical y a la masonería, aunque nunca desempeñó ningún cargo de relevancia. Durante la guerra Modesto fue represaliado, encarcelado en Burgos y desterrado, falle­ ciendo años después casi en la indigencia. Martínez Barrio mantuvo también afectuosas relaciones con sus primos hermanos, Abelardo, José, Miguel y Pepa; con su cuñado Ángel Basset -a quien logró salvar la vida gracias a un canje, durante la guerra, tras haber pasado quince meses en las cárceles de Queipo-, y con sus sobrinos segundos. Las profesiones de sus familiares son también un buen indicador de los orígenes de Martínez Barrio: gente humilde, que ejercía oficios como los de conserje, carnicero, carpintero o barbero. Siendo un niño, con once años, Martínez Barrio quedó huérfano de madre. Según su testimonio «antes de cumplir los doce regentaba el hogar una mujer procelosa, que nos trajo desgracia...». Como siempre que aludía a su vida privada don Diego escogió muy cuidadosamente las palabras para apuntar esa breve nota biográfica: «procelosa» es un adjetivo poético que significa borrascosa o tempestuosa. En cualquier caso, es por esos años cuando, al igual que en casi todas las familias obreras de la época, comenzó a trabajar como aprendiz, en una panadería, al tiempo que iniciaba «la obra de mi autoeducación... ». Durante catorce años, entre los once y los veinticinco, los que median entre la infancia y la primera juventud, Martínez Barrio aprendió a 186 Leandro Álvarez Rey ganarse la vida tanto con el sudor de su frente como de sus manos. Lerroux fue especialmente injusto cuando se refirió a él como un hombre «sin oficio ni profesión», que había ejercido «algunos de esos diversos modos de vivir que no dan para vivir... ». Injusto porque no todos tuvieron al nacer las mismas oportunidades que Lerroux, hijo de un veterinario militar y que consideraba un indicador del origen modesto o popular de su familia el que no pudieran permitirse pagar a institutrices ni sirvientes 12. Martínez Barrio de aprendiz de panadero pasó posterior­ mente por los oficios de impresor, tipógrafo y, gracias a los contactos de su hermano, entró como auxiliar en la Procaduría de don Rodrigo Rus y Rus. Ya en 1906, recién cumplidos los veintidós años, pudo colocarse de empleado de Manuel Jacinto Martínez, comisionado en el Matadero Municipal de Sevilla. Poco después sería elegido por primera vez concejal del Ayuntamiento de su ciudad. Al filo de los treinta años, hacia 1911 ó 1912, Martínez Barrio conoció a quien posiblemente fue su primer y gran amor. El rechazo de aquella persona amada debió sumirle en una profunda tristeza, según se desprende del contenido de algunas viejas cartas que siempre conservó entre sus papeles más íntimos 1:~. Desde entonces se volcó aún más en su papel de líder de los jóvenes republicanos de Sevilla y en su cada vez más estrecha relación con la masonería. Años después, no obstante, en una representación de la compañía de teatro de aficionados de la que formaba parte conoció a su novia Carmen Basset Florindo, con quien contrajo matrimonio a los treinta y cuatro años, en 1917. Fue, según escribió, «el mejor regalo que me trajo la afición a las comedias...». Gracias a Lerroux, según parece, Carmen pudo entrar a trabajar en la Pirotecnia, mientras que Martínez Barrio continuó como empleado en el Matadero. Ya a comienzos de los años veinte, al tiempo que era reelegido concejal del Ayuntamiento y con el apoyo económico de un buen número de amigos y masones sevillanos, Martínez Barrio logró montar un pequeño negocio, la imprenta Tipografía Minerva, de cuyos ingresos pudo vivir modestamente a partir de entonces. Dicha imprenta tuvo sus oficinas en una casa situada al inicio de la calle

12 Vid. ÁLVAHEZ JUNCO, J., El Emperador del Paralelo. Lerroux y la demagogia populista, Madrid, 1990, p. 30.

Ll Dichas cartas, junto a numerosos papeles de todas clases, le fueron incautados en 1936 tras el asalto a su domicilio sevillano. Hoy día se conservan en el Archivo Histórico Nacional, Sección «Guerra Civil», de Salamanca len adelantes AHNS], serie Masonería, Leg. 66/l-A. Lajorja de un republicano: Diego Martínez Barrio (1883-1962) 187

Roque Barcia, en el número 5. En el piso superior tenía Martínez Barrio, jefe del Partido Radical, su domicilio particular; también durante los años veinte y tras algunas reformas se habilitó una espaciosa sala situada en la planta baja, junto a la imprenta, como Templo masónico que compartirían a partir de entonces casi todas las Logias establecidas en la ciudad de Sevilla. No erraba Lerroux cuando decía que antes del advenimiento de la República, Diego «no había visto el mundo más que por un agujero...» 14. Ciertamente, hasta el 14 de abril de 1931 todo el mundo de Martínez Barrio se encerraba en aquellas cuatro paredes de la calle Roque Barcia, desde donde dirigía su modesta imprenta, su partido, su Logia y su pulcro y sencillo hogar.

2. Del anarquismo allerrouxismo I s

Con una formación autodidacta, devorador incansable de novelas, lecturas históricas y periódicos, hombre tenaz y «soberbiamente humil­ de» --como en una ocasión llegaría a retratarse a sí mismo-, Martínez Barrio participó, siendo un adolescente, en mítines y reuniones de carác­ ter societario, desembocando en el anarquismo de comienzos de siglo. Su militancia en el ideario ácrata está hoy plenamente documentada y no fue en absoluto irrelevante 16. Miembro destacado del sector más revolucionario, lo más reseñable, sin embargo, no es sólo el acentuado radicalismo del que haría gala en aquellos años, sino la madurez a la hora de expresarse de un joven que supuestamente apenas si habría podido asistir a la escuela, aprendiendo allí poco más que las primeras letras. Desde los dieciocho años publicó varios artículos en los semanarios i]usticia!, El Noticiero Obrero y en Tierra y Libertad, colaborando habi­ tualmente en una publicación editada en Cádiz, titulada El Proletario, y corriendo a su cargo la sección de «Páginas Literarias». Por ella desfilaron sus héroes de entonces -Tolstoi, Kropotkin, Bakunin, Walter

14 LEHHOUX, A., La pequeña historia, p. 182. 15 «Yo creo haber profesado a LelToux mayor afecto que el que me tuvo él. Afecto y admiración. Profunda admiración mezclada, si se me permite decirlo, de piedad... », MAHTí'H:Z BAHKIO, D., Memorias, p. 17. ((, Agradezco a la profesora Ángeles Gonzá1ez su generosidad al facilitarme una rica y abundante información, por ella recopilada, sobre las relaciones entre Diego Martínez Barrio y los radicales sevillanos con las organizaciones obreristas en las dos primeras décadas del siglo xx. 188 Leandro Álvarez Rey

Scott, Goethe, Victor Hugo, Zola, Anatole France, Faure O Mirbeau-, y en ella tuvieron acogida desde invocaciones a la «revolución» a lla­ mamientos, deliciosamente ingenuos, a la «emancipación de la mujer» yal «amor libre». Sin embargo, desde 1903-1904 el anarquismo sevillano entró en una fase de profunda crisis, agravada por la dispersión de los militantes más destacados en los años anteriores. Fue entonces cuan­ do Martínez Barrio decidió poner fin a aquel «pecado de juventud», acercándose a los ideales de la democracia republicana. En dicha evolución y aparte de esa tendencia a la moderación y el equilibrio que, según él, siempre predominó en su carácter y con­ ducta, hoy sabemos que jugó un papel no desdeñable su relación con el teniente coronel al mando del Batallón de Cazadores de Chiclana, con guarnición en Ronda, donde en ] 904 Martínez Barrio cumplió su servicio militar. Aquel oficial, hermano de don Eugenio Garda Ruiz, uno de los líderes del republicanismo unitario durante los años del Sexenio, influyó en su formación política decidiéndole a abandonar las ideas anarquistas. Al poco Martínez Barrio ingresó en la Juventud Republicana de Sevilla donde, a partir de 1905, un impulso «sentimental y romántico» -según confesaría años después- acabaría llevándole tras los pasos de Lerroux, fascinado por la vibrante personalidad del «Emperador del Paralelo». Sus primeros años como neófito republicano tampoco debieron ser nada fáciles. Colaborador y fundador de varios modestísimos semanarios, titulados Trabajo y Humanidad, y orador en diversos actos organizados por las sociedades obreras, cuyos contactos nunca descuidó, Martínez Barrio fue procesado por realizar «propaganda subversiva» estando bajo disciplina militar, a pesar de haber pasado con licencia a la primera reserva. Dicha causa dio lugar a que en 1907 sufriera dos meses de calabozo en los acuartelamientos de los Regimientos de Granada y de SOfia, y a que se le abriera un voluminoso sumario, conservado en los archivos militares. Puesto en libertad sin cargos, en los años siguien­ tes y por sus opiniones contra el régimen monárquico, vertidas tanto en actos públicos como sobre todo en la prensa, Martínez Barrio volvería a ser procesado en unas treinta ocasiones durante la monarquía cons­ titucional de Alfonso XIII. Apenas resueltos sus problemas con la jurisdicción militar, a partir de 1908 formó un grupo denominado Fusión Federalista, opuesto a la orientación moderada de la Unión Republicana en Sevilla. La nueva entidad, que adoptó como cuerpo doctrinal el Manifiesto-Programa de Laforja de un republicano: Diego Martínez Barrio (1883-1962) 189

Pi i Margall de 1894, consiguió allegar recursos suficientes para publicar, desde enero de 1909, un semanario titulado La Lucha. Además, en las elecciones municipales celebradas en mayo de ese año, Martínez Barrio fue elegido por primera vez -a los veinticinco años- concejal del Ayuntamiento de Sevilla, permaneciendo en la corporación hasta finales de 1913. Sus constantes intervenciones en los plenos y su amistad con Lerroux acabaron por ratificarle como uno de los valores en alza del republicanismo en Sevilla, recibiendo ayuda económica de un ancia­ no correligionario para la edición de un nuevo periódico «radical­ autonomista», titulado El Pueblo y publicado entre 1910 y 1912. Pero las divisiones y los enconados enfrentamientos que por aquellos años afloraron en el seno del republicanismo local tuvieron consecuen­ cias muy negativas, hasta el punto que entre 1913 y 1920 éstos quedaron sin representación en las instituciones político-administrativas de la provincia. En esos años del republicanismo en Sevilla apenas si quedó otra cosa que la constancia y el tesón de Martínez Barrio, impenitente candidato en todas las elecciones de diputados a Cortes celebradas en los años previos al pronunciamiento de Primo de Rivera. Así pues, en vísperas de la llegada de la Dictadura, don Diego, a punto ya de cumplir los cuarenta años, no había podido materializar su sueño de representar en Cortes a la ciudad donde había nacido. En febrero de 1920, sin embargo, fue elegido de nuevo concejal, englobado en una candidatura consensuada por los partidos y fuerzas vivas. El pronun­ ciamiento de septiembre de 192:~ lo desposeyó de su cargo, al ordenarse el cese fulminante de los Ayuntamientos. Había llegado el «cirujano de hierro» y, con él, la primera Dictadura española del siglo xx.

3. La masonería, un instrumento activo y eficiente 17

Diego Martínez Barrio ingresó en la masonería el 1 de julio de 1908 -a la edad de veinticuatro años- en la L,ogia Fe de Sevilla, adscrita a la Obediencia del Grande Oriente Español. En el acto de

17 «La trayectoria de mi vida, en lo que tiene de elogiosa y recta, ha surgido de las enseñanzas masónicas, se ha nutrido de ellas, se ha consolidado en el conocimiento, en la absorción del espíritu de la Masonería», MAHTÍNEz BAHHIO, D., discurso pronunciado en la noche del 10 de noviembre de 1939, ante la Gran Logia Valle de México, reproducido en «La Masonería, fuente de libertad y democracia», Cuadernos de Cultura Masónica, núm. 1, La Habana (Cuba), 1940, pp. :3-12. La cita en p. 4. 190 Leandro Álvarez Rey su iniciación decidió adoptar el nombre simbólico de «Justicia», título de uno de aquellos semanarios ácratas donde publicaba sus colabo­ raciones siendo apenas un adolescente. Cuatro años después, el 30 de mayo de 1912, solicitó cambiar su simbólico, adoptando a partir de entonces el de «Pierre Vergniamh 18, es decir, el nombre de uno de los dirigentes de los republicanos moderados durante la Revolución Francesa. El ascenso de Martínez Barrio en la masonería no fue tan meteórico como algunas veces se ha insinuado. Aunque su ingreso precedió en pocos meses a su elección como concejal republicano, y aunque en 1909 estaba ya en posesión del grado 2.°, lo cierto es que en esos años poca masonería podía hacerse en Sevilla o en España, por la sencilla razón de que la convivencia en esos ámbitos de sociabilidad que eran las Logias aparecía enturbiada por enfrentamientos que no eran en realidad sino un trasunto de las divisiones existentes en el seno del republicanismo. El primer gran éxito como masón de Martínez Barrio tardó seis años en llegar, al lograr en 1915 el reagrupamiento en una única entidad de casi todos los Talleres sevillanos. Por las mismas fechas don Diego estaba a punto de convertirse en el jefe indis­ cutido de los republicanos de Sevilla, atrayendo a casi todos los grupos y grupúsculos al Partido Radical y sometiéndolos a su liderazgo. Fue entonces cuando nació la «Respetable, Poderosa, Augusta y Benemérita» Logia Isis y Osiris, adscrita a la Federación del Grande Oriente Español. Desde su fundación y hasta julio de 1936 Isis y Osiris desarrolló una pujante actividad convirtiéndose de Jacto en la impulsora del resur­ gimiento de la masonería en Andalucía. Durante sus veinte años de existencia pasaron por ella cerca de cuatrocientos individuos, muchos de los cuales fundaron a su vez Talleres masónicos en ciudades y pueblos de otras provincias. Isis y Osiris, siempre bajo la atenta dirección de Martínez Barrio, fue el Taller de donde surgieron los hombres que a partir de 1923 crearon y dirigieron la Gran Logia Simbólica Regional del Mediodía, órgano rector de la mayor parte de la masonería andaluza; y fueron también los masones formados en Isis y Osiris quienes, a partir de 1926, asumieron la dirección del Grande Oriente Español, una vez que la Obediencia -por las dificultades a su funcionamiento

IH CL Libro de Actas de tenidas de iniciación y exaltaciones de la Logia «Germinal», de Sevilla, AHNS, Masonería, Leg. 448-A. Sobre la trayectoria masónica de Martínez Barrio hemos adelantado algunos datos en ÁLVAHEZ REY, L., Aproximación a un mito: masonería y política en la Sevilla del siglo xx, Sevilla, 1996. La forja de un republicano: Diego Martínez Barrio (1883-1962) 191 impuestas por la Dictadura-, decidió trasladar su sede de Madrid a Sevilla. En realidad una de las principales acusaciones de Lerroux hacia su antiguo lugarteniente, la de que Martínez Barrio utilizó su partido -el Radical- para impulsar el desarrollo de la masonería, casi admite volver la oración por pasiva: esto es, que la labor de las Logias se convirtió de facto en uno de los principales canales difusores de las ideas y principios republicanos, sobre todo a partir de 1923. Esto fue así porque Martínez Barrio, y con él un amplio sector de la masonería española, concibió el desarrollo de la Orden y la pujanza de las acti­ vidades masónicas como algo indisolublemente unido al porvenir demo­ crático y liberal de España 19, algo que -por otra parte- entroncaba con el discurso tradicional de esta institución en nuestro país. De ahí la insistencia de Martínez Barrio, reiterada en multitud de ocasiones, de que era preciso convertir a la masonería en un ariete, un instrumento activo y eficiente en pos de ese objetivo. Esa misión era especialmente urgente ante una situación como la que estaba viviendo el país desde septiembre de 1923, en que «la tribuna está amordazada en la vida profana, las libertades mediatizadas y encarcelados o perseguidos los apóstoles y amantes del progreso y de la libertad» 20. Por ello, continuó, «se engañan quienes estiman que la masonería es un lugar especulativo, lo que no puede ser hoy. La masonería es escuela de sacrificio, y el que no tenga espíritu de sacrificio procede honradamente si se retira. Durante mucho tiempo la masonería ha sido una especie de tradición. Vamos a ser cuartel de refugio donde acudan todos los hombres libres. Hay que hacer un Templo grande, hermoso, donde quepan cuantos llaman a nuestras puertas, y hemos de tener junto a nosotros hombres de todas las filiaciones...» 21. Y, efectivamente, durante la Dictadura primorriverista las Logias masónicas se convirtieron, sobre todo en Andalucía, en el refugio de quienes unos años más tarde nutrirían los cuadros dirigentes de los partidos republicanos y de las principales organizaciones de izquierda.

JI) La afirmación no es nuestra, sino del propio Martínez BaITio. Véase Carta de Diego Martínez Barrio (Hendaya) a la Gran Logia Unida Regional del Nordeste de Esparia (Barcelona), 17 de marzo de 1931, AHNS, Legajo. 66/1-A. 20 CL Libro de Actas de la Cámara de Aprendiz de la Logia Trabajo, reunión del 24 de enero de 1924, folios 8-9, AHNS, Masonería, Legajo 545-A. 2J Loc. cit. Con palabras similares se expresó en el acto de apertura de la Asamblea Anual de la Gran Logia Simbólica Regional del Mediodía, celebrada en 1925. 192 Leandro Álvarez Rey

Baste decir que a mediados de 1930 el Gran Oriente Español contaba en Andalucía con casi mil masones en aetivo y :37 Logias y Triángulos; en otras palabras, la Regional del Mediodía, bajo la firme dirección del hermano «Vergniaud», sumaba ella sola en vísperas de la pro­ clamación de la Segunda República casi el 50 por 100 de todos los efectivos del GOE en España. Esos resultados habían sido posibles porque Martínez Barrio había asumido de manera muy firme cual era la misión que, según él, le correspondía a la masonería: convertirse en un lugar de encuentro donde confluyeran y, en la medida de lo posible, dirimieran y limasen sus diferencias lo que él llamaba los espíritus liberales, democráticos y progresivos. No se trataba exactamente, como quiso ver la mentalidad conservadora de la época y como aún hoy defiende con ardor un sector de la historiografía, de convertir a la masonería en una especie de oculto «poder secreto» que impusiera sus directrices a los partidos. Martínez Barrio era bastante más sutil que todo eso: su objetivo era intentar restaurar, a través de la masonería, la cordialidad perdida, la paz y el consenso en los principios y fines esenciales defendidos por esos hombres de espíritu avanzado, que para él era casi tanto como decir por la gran familia republicana. Esa misión histórica, sin embargo, tampoco debía traducirse en intentar convertir la institución en una especie de club político, o en una organización de fines partidistas. Ahora bien, con esta sutil distinción Martínez Barrio estaba resucitando un problema de difícil solución no ya en el ámbito puramente espe­ culativo, sino sobre todo en el terreno práetico, un debate que en realidad había acompañado siempre a la historia de la masonería en España. Esto es, ¿,dónde situar el límite entre el compromiso y la militancia política? O en otras palabras: ¿donde terminaba para un buen masón -y para la propia institución- la defensa de los ideales democráticos y progresistas y dónde comenzaban las actividades puramente políticas y partidistas?; úealmente era posible establecer una clara y diáfana línea divisoria? Laforja de un republicano: Diego Martínez Barrio (1883-1962)

4. Entre Lerroux~ Alcalá-Zamora y Azaña 22

En 1930 Martínez Barrio, miembro de la Alianza Republicana, fir­ mante del Manifiesto revolucionario y encargado de organizar en Anda­ lucía el levantamiento antimonárquico preparado por las fuerzas com­ prometidas en el Pacto de San Sebastián, tuvo que esconderse y exiliarse en Francia en un barco zarpado desde Gibraltar, una vez fracasada en diciembre de 1930 la sublevación de Jaca y ante el peligro de una nueva detención como la ya padecida durante la Dictadura :2:l. Desde Hendaya Martínez Barrio escribió a sus amigos asegurándoles que el rey estaba «herido de muerte» y que en el plazo de unos meses habría República en España, siempre y cuando sus partidarios se man­ tuvieran unidos y cohesionados. «Una tarea importante -decía a comienzos de marzo de 1931- cumple actualmente a todas las izquier­ das: la de triunfar ruidosa, ampliamente en la elecciones municipales que van a convocarse. No es el próximo un problema electoral, sino una manifestación plebiscitaria sobre la continuación o licenciamiento de la monarquía» 24. Apenas unas semanas después el hermano «Vergniamh era nom­ brado ministro de Comunicaciones del Gobierno Provisional de la Segun­ da República, Gran Maestre Nacional del Grande Oriente Español, Pre­ sidente de Honor de la Liga de los Derechos del Hombre y vicepresidente nacional del Partido Radical. No obstante, en su fuero interno quizás nada le satisfizo más en aquellos días que reencontrarse con Sevilla, con su ciudad amada. El recibimiento que le dispensaron sus paisanos fue apoteósico. Hasta los dirigentes de la patronal, y el mismísimo

22 «Nunca pensé en que, un día, habría de subir tan alto en la política, quiero decir, a posiciones tan destacadas, pero nunca pensé, tampoco, que nadie pudiera inju­ rianne tanto...», Martínez Barrio en conversación con Ramón Cm"ande, recogido en Home­ naje... , p. 145. 2;\ Esta decisión contó con e! beneplácito de! presidente del comité revolucionario, con quien Martínez Barrio pudo entrar en contacto a pesar de hallarse Alcalá-Zamora detenido en la Cárcel Modelo. Sobre sus relaciones con e! futuro presidente de la República puede verse ÁL\AHEZ REY, L., «Entre e! respeto y la discrepancia: Martínez Barrio y Alcalá-Zamora», Actas de las V Jornadas sobre N. Alcalá-Zamora y su época, Priego de Córcloha, 2000. 21 Correspondencia y documentación de estas fechas se conserva tanto en el Archivo de Salamanca como en e! Fondo Martínez Barrio [en adelante AMBI, depositado en el Archivo Histórico Nacional de Madrid. También en el Legado Martínez Barrio, donado recientemente por sus familiares al Ayuntamiento de Sevilla. 194 Leandro Álvarez Rey arzobispo Ilundain, revestido de su púrpura cardenalicia, acudieron res­ petuosos a su casa a saludar en él al nuevo poder constituido. El Ayun­ tamiento además decidió homenajearle, nombrándole -con el voto a favor de los concejales monárquicos- Hijo Ilustre y Predilecto de la r:iudad de Sevilla. A partir de 1931 Martínez Barrio fue adquiriendo un notable pro­ tagonismo en la política de la Segunda República, al tiempo que su talante moderado se ponía de manifiesto desde el mismo instante en que el nuevo régimen iniciaba su andadura. Ya en septiembre de 1931 el todavía ministro de Comunicaciones, espectador privilegiado de las deliberaciones del consejo de ministros, defendió el criterio de que la futura Constitución tenía que responder forzosamente a un espíritu transaccional, alejado tanto del sentimiento estático de las derechas tradicionales como de los programas extremistas de signo contrario. La separación entre Iglesia y Estado, decía don Diego, no debía tra­ ducirse en vejaciones innecesarias ni en torpe persecución religiosa, del mismo modo que la defensa de la familia debía conjugarse con la implantación del divorcio, «una conquista de la propia moral y de la misma civilización», para aquellos que lo necesitasen. Según Martínez Barrio, el derecho de propiedad debía subordinarse a su función social, y el reconocimiento de las personalidades regionales al mantenimiento de la unidad española. Preconizó, por tanto, un Estado fuerte, pero democrático y eficaz, un Estado que fuera capaz de «nacionalizar la República» y de hacerla amada y respetada por la inmensa mayoría de los ciudadanos 2". Apartado del gobierno desde la crisis de finales de 1931, que colocó a los lerrouxistas en la oposición, y a pesar de que su gestión ministerial había sido cualquier cosa menos afortunada, la actuación de Martínez Barrio al frente de la minoría radical reforzó su autoridad en el seno del partido, afianzándole como el lugarteniente y hombre de confianza del viejo Lerroux. En sintonía con la actitud de su jefe, don Diego hizo públicas sus discrepancias con el PSOE -y, especialmente, con los sectores liderados por Largo Caballero- en marzo de 1932, cuando en unas declaraciones a Blanco y Negro, ampliamente difundidas, mani­ festó que era preciso rectificar el rumbo y el perfil del régimen, afirmando que, a su modo de ver, el apartamiento de los socialistas del gobierno

2:> El Liberal de Sevilla, 8 de septiembre de 19:31. Sus principales declaraciones políticas durante el primer bienio fueron recogidas en Los Radicales en la República, discursos pronunciados por don Diego Martínez Barrio, Sevilla, 1933. Laforja de un republicano: Diego Martínez Barrio (1883-1962) 195 constituía una necesidad insoslayable si se quería consolidar la Repú­ blica y evitar su desbordamiento por la izquierda. En parecidos términos se pronunció en julio de 1932, oponiendo serios reparos a la aprobación de los proyectos de Reforma Agraria y al Estatuto de Cataluña, tal y como habían sido redactados por las comisiones respectivas 26. Pero en medio de aquellos apasionados debates y de aquella ver­ tiginosa sucesión de acontecimientos, su situación personal fue hacién­ dose cada vez más incómoda y delicada. Ciertamente, no se equivocaba Azaña cuando sospechaba que nadie mejor que don Diego sabía del grado de implicación de Lerroux en la militarada protagonizada por Sanjurjo en agosto de 1932. A Martínez Barrio le cupo, sin embargo, el poco grato papel de desmentir y rechazar en las Cortes los rumores sobre la participación de los radicales en la intentona; papel ingrato porque si alguien sabía que esos rumores no eran del todo infundados ese alguien era, precisamente, Diego Martínez Barrio. A partir de entonces y sobre todo desde febrero de 1933, su nombre se asoció con el de la obstrucción parlamentaria al Gobierno Azaña, un gobierno de quien injustamente afirmó -ya en noviembre de 1932­ que estaba ejerciendo «una verdadera dictadura que nada tiene que envidiar a la fascista... » 27. Años después, al redactar sus Memorias, don Diego no tuvo ningún reparo en reconocer que aquella política obstruccionista practicada por él mismo, por el Partido Radical y por otras organizaciones de centro-derecha fue, básica y esencialmente, un error. Al final del verano de 1933, tras la caída de Azaña y aceptada por el presidente de la República la propuesta de Lerroux de formar una mayoría exclusivamente republicana, Martínez Barrio añadió un nuevo peldaño a su carrera política al ser designado ministro de la Gobernación en un efímero gabinete que apenas duró 26 días. Sin embargo, inmediatamente después, el 9 de octubre, era nombrado por

21> Blanco y Negro, 6 de marzo de 1932; MAHTí'

Alcalá-Zamora nuevo presidente del Consejo de Ministros, pero con la finalidad expresa de disolver las Cortes y convocar elecciones gene­ rales 23. Consideradas como las elecciones más limpias disputadas durante la Segunda República -a pesar de que en algunas circunscripciones dicha limpieza dejara mucho que desear- el resultado de las urnas y los efectos del sistema electoral dieron paso a unas Cortes muy dife­ rentes en su composición a las del primer bienio republicano. Así pues, a partir de diciembre de 1933 se formó un gobierno sostenido bási­ camente por las dos minorías más nutridas: los radicales de Lerroux, que pondrían en marcha una política «revisionista» apoyada parlamen­ tariamente por los 115 diputados de la derecha católica liderada por Gil Robles. Diego Martínez Barrio, que aceptó formar parte de los pri­ meros gabinetes de Lerroux, al principio como ministro de la Guerra y después de Gobernación, comenzó a disentir de forma notoria de la hipoteca que representaba el apoyo de la CEDA, sintiéndose cada vez más incompatible para gobernar con quienes consideraba el gran enemigo de la República. La anunciada escisión se consumó en el mes de mayo, con un escrito de despedida enviado a Lerroux y que representaba de facto la ruptura del histórico Partido Republicano Radical 2<). Las interpretaciones que distintos autores han ofrecido sobre el porqué de esta escisión son contradictorias :~O. Por nuestra parte, las

2ll Antes de nombrar a Martínez Barrio, Alcalá-Zamora afirma haber barajado los nombres de Pedregal, Marañón, Sánchez Rornán y Posada. Sobre la tramitación de aquellas crisis y en general sobre el final del gobierno Azal1a merecen confrontarse especialmente los testimonios de AU:ALA-ZAMOHA, N., !~lemorias (Segundo texto de mis Memorias), Barcelona, ]977, pp. 241-246 Y S08-512; LEHIHlllX, A., La pequeiia historia, pp. 109-128; MAHTí'H:Z BAHHIO, D., Memorias, pp. 181-205.

1 2 ¡ Dicho escrito puede verse reproducido en MAIIsA BHACAIlO, A., e I/.CAHAY CAL­ ZAIlA, B., Libro de Oro del Partido Repubücano Radical (/864-/934), Madrid, 19;~S, p.27S.

3(1 Véase especialmente RlIz MANJÚN, O., El Partido Repu!Jücano Radical, Z908-1936, Madrid, 1976, pp. 4]3 ss.; GÚMEZ i\1uLI.EIlA, M. D., La Masonería en la crisis espaiiola del siglo X.Y, Madrid, ]986, pp. 478 ss.; ALCAI.Á-ZAMOHA, N., /I/lemorias, pp. 268-269 Y SlS-S16. En cambio apenas aportan datos ni enfoques de interés HEHHEIHl FAIIHECAT, M., «La masonería y la escisión del Partido Radical en 1934», Actas del IV Symposium de Historia de la Masonería, Alicante, 1990, pp. ;~2;3-:n6; ni FEHNÁNIlEZ ALONSO, M. l., «Martínez Barrio: del radicalismo a la moderación. Análisis de su labor política en tres momentos impOltantes de la Segunda República», Historia y Comunicación Social, núm. 1, Madrid, ] 996, pp. 13-27. Lajórja de un republicano: Diego Martínez Barrio (1883-1962) 197 fuentes consultadas hasta ahora parecen indicarnos que fue la presión ejercida por la CEDA, proclive a orientar la acción de los gobiernos radicales en un sentido no ya revisionista, sino inequívocamente con­ trarreformista, lo que motivó la escisión del ala más avanzada del radi­ calismo. Este sector, con Martínez Barrio a la cabeza, interpretó tal giro como la puesta en práctica de una política opuesta a los más elementales principios defendidos hasta entonces por los republicanos; una política, en suma, a la que éstos en modo alguno debían cooperar. Otras causas señaladas a la hora de enjuiciar tal ruptura, como la supuesta influencia de la masonería, la actuación de Alcalá-Zamora o la inmoralidad de los radicales, no parecen haber jugado un papel decisivo ni trascendental en el planteamiento de la crisis, lo cual, obvia­ mente, no quiere decir que no influyesen para nada. Martínez Barrio se lo dijo años después a Azaña: no estaba conforme con «ciertas cosas» y tenía el convencimiento de que Lerroux quería deshonrarle: «Sí, sí: quería comprometerme en alguna operación política deshonrosa, como fue después la represión de Asturias, o cosa análoga. Por eso me fuí...» ;q. Ciertamente es necesario seguir analizando la abundante documentación conservada de Martínez Barrio para avalar cualquier hipótesis pero, en cualquier caso, sus decisiones de 1934 supusieron un giro en la trayectoria y en la política que había defendido hasta entonces que ni él mismo llegó a aclarar convincentemente en sus Memorias. Unos meses después de la escisión nada el partido de Unión Repu­ blicana, fruto de la fusión entre los radicales-demócratas y el grupo radical-socialista dirigido por Félix Cordón Ordax :l:~. Su presidente y líder indiscutible sería, a partir de entonces, un Diego Martínez Barrio cada vez más alineado con Azaña. Transcurrido 1935, tras la crisis desatada por los escándalos de corrupción que hundieron a los lerrou­ xi stas y la disolución de las Cortes decretada por el presidente de la República, Martínez Barrio volvió a ser elegido diputado en febrero de 1936 integrando la candidatura del Frente Popular por Madrid. Su partido obtuvo unos 35 escaños y don Diego fue nombrado presidente

;\1 E incluso le dijo más: "el día que salí del Gobiel11o, en mi casa, donde nunca bebemos, destapamos unas botellas de champán». el'. AZA'

5. De la guerra y el exilio :~4

Unas semanas después de enviar esta carta y ya con el ejército de Marruecos y otras guarniciones levantadas en armas contra las auto­ ridades republicanas, Martínez Barrio recibía el difícil encargo de inten­ tar formar un gobierno de conciliación nacional que evitase el horror de la guerra civil. En la misma noche del 18 de julio de 1936 telefoneó personalmente a los jefes que encabezaban la rebelión para intentar convencerles de que depusieran su actitud; jamás, contrariamente a lo que a veces se ha escrito, les ofreció formar parte del nuevo gobierno. En cualquier caso, hoy sabemos que aquél era un intento desesperado y condenado al fracaso, por más que Martínez Barrio insista en sus escritos que en aquella noche aún era posible detener lo que a todas luces parecía inevitable.

;1;1 Archivo Giménez F'ernández, Carta de Diego Martínez Barrio, 9 de junio de 19:36. ;14 «Mientras yo esté en pie, la causa republicana lo estará, y nada ni nadie llegará a conseguir que se pierda en el olvido o en la resignación cobarde la tarea histórica que me encomendaron las Cortes el año 1945... », discurso pronunciado por Diego Martínez Ban'io en enero de 1950, citado por CABEZA SANCHEZ-ALBOI{NOZ, S., Historia política de la Segunda República en el exilio, Madrid, 1997, p. 17. Laforja de un republicano: Diego Martínez Barrio (1883-1962) 199

Tras el fracaso de su iniciativa, Martínez Barrio se trasladó a para hacerse cargo de la dirección de la Junta Delegada del Gobierno para la región del Levante, asegurando la lealtad de esta zona para la República. En agosto fue nombrado presidente del Comité de Reclu­ tamiento del Ejército Voluntario de la República, con base en Albacete, ya partir de 1937 presidió la Junta Central de Ayuda a las Poblaciones, al tiempo que realizó varios viajes al extranjero encabezando las Dele­ gaciones españolas a la Liga Mundial contra la guerra y el fascismo (1937), la Conferencia Internacional de la Paz celebrada en París (1938), etc. Profundamente triste y descorazonado, bien informado de cómo en Sevilla muchos de sus más viejos e íntimos amigos habían sido asesinados, Martínez Barrio pudo lograr al menos que en octubre de 1937 su cuñado Ángel pudiera trasladarse a Valencia, por canje, tras pasar qUll1ce meses preso. Martínez Barrio presidió también las escasas reuniones que durante la guerra civil celebraron las Cortes Españolas, trasladadas desde fines de 1936 a la ciudad de Valencia. Tras la última, la que tuvo lugar en Figueras el 1 de febrero de 1939, con Barcelona ya tomada por las tropas de Franco, cruzó la frontera francesa no sin antes arrancar del coche oficial el banderín con los colores de la bandera republicana. Como otros miles de republicanos inició su exilio, un exilio -o un destierro, como él prefería denominarlo- que consumiría aún los últimos veintitrés años de su vida. Trasladado a París, el 27 de febrero de 19:39 y en su calidad de presidente de las Cortes, Manuel Azaña le presentó su dimisión como presidente de la Repúhlica. En Madrid, mientras tanto, estallaba la suhlevación del coronel Casado contra el gobierno de Negrín, sumiendo en el caos más absoluto a las instituciones representativas de la legalidad republicana. Unos meses después, a finales del verano de 1939, y con la Segunda Guerra Mundial ya iniciada en Europa, Martínez Barrio abandonaba Francia para afincarse en Cuba y, posteriormente, en México, donde residiría durante los años siguientes. Su actividad desde entonces, narra­ da en un libro manuscrito y aún inédito -Acción en el destierro­ se centró en el traslado a América de los republicanos españoles, mien­ tras su vida diaria transcurría entre estrecheces rayanas en la miseria :~:l. En esos años y acompañado del general Miaja realizó una gira por

:l,> En la conespondencia con sus amigos más íntimos eran frecuentes las referencias a sus apuros económicos. A Blasco Garzón, por ejemplo, exiliado en Buenos Aires, 200 Leandro Álvarez Rey varios países americanos, visitando Venezuela, Colombia, Bolivia, Chile y recabando el apoyo de sus gobiernos para la República Española en el exilio. Al mismo tiempo y desde su llegada al Nuevo Continente, Martínez Barrio mantuvo contactos muy estrechos con la masonería americana, pronunciando ellOde noviembre de 1939 su primer discurso ante la Gran Logia del Valle de México :16. Dos años después, en España, el Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo le condenaría en rebeldía a treinta años de reclusión mayor e inha­ bilitación absoluta y perpetua. Desde 194.3 y con la colaboración del socialista Indalecio Prieto, Martínez Barrio organizó la Junta Española de Liberación con el fin de agrupar a las organizaciones políticas del exilio. Dos años después, el 17 de agosto de 1945, y tras conseguir reunir a un centenar de diputados en México, fue designado oficialmente presidente de la Repú­ blica Española, fecha a partir de la cual comenzó a redactar un Diario que se conserva también inédito. Dicho Diario, formado en realidad por 44 cuadernos que abarcan el período comprendido entre noviembre de 1945 a julio de 1955, apenas ha sido utilizado hasta la fecha en la reconstrucción de la historia del exilio republicano, como tampoco la abultada correspondencia conservada entre sus papeles :\7. le pidió en 194:3 que hiciera de intermediario para lograr un préstamo de 200 pesos argentinos mensuales, pues sus pocos bienes en España habían sido incautados y no estaba dispuesto a «vivir de las limosnas». Aquejado desde su juventud de una enfermedad cardio-respiratoria, dicha dolencia se le agravó además durante sus años de estancia en México. :,(, Puede verse la infOImación que ofrece al respecto Cinz OIHlZCO, J. l., «Solidaridad y exilio. La masonería española en América (19:39-1977)>>, Actas del V Symposium de Historia de la Masonería, Zaragoza, 1992, en especial pp. 545-546. Martínez Barrio integró en México el reconstituido Supremo Consejo del Grado :33; varios de sus discursos, fundamentales para comprender la importancia de la masonería en su formación y en su talante personal y político, fueron editados en diversos folletos publicados en América. :\7 La actividad de Martínez Barrio a partir de 1939 puede seguirse a través de la documentación conservada en el Archivo Histórico Nacional de Madrid, en la Fundación Universitaria Española (Archivo de la República en el exilio), en Salamanca (Archivo Oral del Exilio Español en México), en Sevilla (Legado Martínez Barrio) o la que puede extraerse de sus discursos y escritos o de la prensa y publicaciones editadas por las propias organizaciones republicanas. Se trata de una investigación por hacer pero que cuenta ya con varios interesantes trabajos. Véase al respecto NÜÑEZ P~:IlEZ, M. e., «La instrumentalización de la memoria en Diego Martínez Barrio durante el exilio», Cuadernos Republicanos, núm. 36, Madrid, octubre 1998, pp. 15-44; de la misma autora, «Diego Martínez Barrio: una vida en defensa de los ideales e instituciones republicanas», Cua­ dernos Republicanos, núm. 19, Madrid, julio 1994, en especial pp. 103-118, Y ALTEIl La/orja de un republicano: Diego Marlínez Barrio (1883-1962) 201

Finalizada la guerra en Europa, en marzo de 1946 Martínez Barrio regresó a París, siendo alojado por el gobierno francés en una residencia de la Avenida Poincaré, al tiempo que cedía a los ministros republicanos españoles el uso de otros edificios. Pero desde finales de 1946 y sobre todo a lo largo de 1947 fue quedando en evidencia que las potencias aliadas, vencedoras del fascismo en la Segunda Guerra Mundial, no iban a propiciar la caída del régimen de Franco ni a hacer nada por la restauraeión de la República en España. El desánimo y la desilusión cundió entre los republieanos exiliados, al tiempo que se agotaban rápi­ damente sus cada vez más escasos recursos. Diego Martínez Barrio, pobremente, como había vivido siempre, con sus manos limpias, sin quejas ni lamentaciones, asumió entonces su papel de depositario de los derechos de la República Española, reco­ nocida ya tan sólo por los gobiernos de México y Yugoslavia. Un Martínez Barrio forzado por las estrecheces económicas a trasladarse a una modes­ ta casa a las afueras de París, que nunca dejó de denunciar la ilegitimidad del régimen de Franco y que fue convirtiéndose, año tras año, en el presidente cada vez más solitario de un exilio sin fin :~8. Un ya anciano Martínez Barrio visitado a veces por viejos eonocidos, como Ramón Carande, o por antiguos adversarios, como Gil Robles, quienes no tuvie­ ron por menos que reconocer la gran dignidad que emanaba de aquella figura, el enorme respeto que les inspiraba aquel viejo republicano y masón sevillano. Tan sólo el falleeimiento de su mujer, en 1960, eon la que había compartido casi medio siglo de eonvivencia, logró afectar su ánimo hasta el punto de sumirle en una profunda depresión. A su viejo amigo, Giménez Fernández, católico y demócrata y exiliado interiormente en aquella España de Franco, le envió unas líneas en respuesta al pésame que le había heeho llegar. Decían así:

VILIL, A., «l.a oposición republicana (l9;~9-1977)>>, en TowNsoN, N. (ed.), El repu­ hlicanismo en España (/830-1977), Madrid, 1994, pp. 223-262.

:¡g La resignación con que Martínez Barrio afrontó su papel histórico raya en el puro estoicismo. En una carta de 195;~ decía: «Yo procuro sostener el espíritu sin vacilaciones ni desmayos y aunque externamente doy la sensación de firmeza de ulla roca, íntimamente tengo, a veces, mi huerto de los Olivos. Todavía a pesar del aislamiento, hay sayones tras las esquinas y motivos sobrados dp amarguras. Cada quipn tipne una carga a cuestas, y como ella forma parte de la propia personalidad, quiérase o no habn'mos (k porteada hasta morir... », AMB, Carla de Diego Martinez Rarrio (París) a !l'lanlU'l RlasCIJ Garzón (Ruenos Aire.~), I de febrero de 1953, Legajo 2, carrlPla S. 202 Leandro Álvarez Rey

«La carta de usted que recibí hace varios días me produjo gran consuelo. En el desorden de mi pensamiento sólo las voces de la amistad tienen eficacia, porque, desgraciadamente, no encuentro en mí mismo conformidad y resignación [...]. Cuando vuelvo la vista atrás se me alTasan los ojos. ¡Cuántos duelos en estos 25 años! iCuánto esfuerzo desparramado por el mundo sin beneficio inmediato para España! Quienes vimos acercarse la catástrofe no tenemos otra responsabilidad que la de nuestra impotencia. Unos y otros hemos pagado, y pagamos aún, las culpas del fratricidio. Le reitero, querido amigo, el testimonio de mi mayor consideración. En usted, como en mí, el afecto está decantado por la contemplación resignada y estoica de nuestro día actual, sin mañana ya en el curso de la vida. Un abrazo de Diego Martínez Barrio» :N.

Aun así, poco antes de su muerte contrajo matrimonio con su cuñada Blanca, pues su moral de viejo republicano no le permitía compartir el mismo techo con una mujer sin estar casados; «boda melancólica -según escribió-, impuesta por la necesidad y la más elemental pre­ visión... ». Las últimas cartas de Martínez Barrio reflejan un dolor y una tristeza realmente sobrecogedoras. En ellas, tras referirse «al obli­ gado cortejo de preocupaciones y achaques», don Diego evocaba una y otra vez «los días felices de nuestra Sevilla, perdida y amada... ». En una de esas cartas, escrita tan sólo unos días antes de su muerte, aquel anciano de setenta y ocho años todavía se preguntaba si alguna vez volvería a su ciudad: «Viejos y solos -decía- nuestro presente no es presente, sino pasado, y en el recuerdo de otras horas vivimos como supervivientes milagrosos de un tiempo consumido... La única débil esperanza que acariciamos es la de ver nuevamente a España y, sobre la tierra amada, pasar los últimos días de la vida. ¿,Pero esa esperanza, se convertirá en realidad...?» 4U. Doce días después, elIde enero de 1962, en la Taberne Alsacienne de me Vaugirard 235, fallecía de un repentino ataque al corazón el que fuera presidente de la Segunda República Española en el exilio y Gran Maestre del Grande Oriente Español. Sus restos mortales, cubier­ tos con la bandera republicana, fueron enterrados en un pequeño cemen-

;¡C) Archivo Giménez Fernández, Carta de Diego 111artínez Barrio, 2:3 de agosto de 1960. lO AMB, Cartas de Diego Martínez Barrio (Saint-Gt~rrnain-en-Layej a Francisco Ruiz Cobo (Sevillaj y Luis Rius (México DFj, 29 de agosto y 19 de diciembre de ]961, Legajo 9, carpeta 38. LaJorja de un republicano: Diego Martínez Barrio (1883-1962) 203 terio situado a las afueras de París, en Saint-Germain-en-Laye, en una ceremonia a la que sólo asistieron un grupo de viejos amigos, de viejos republicanos como él. Allí se depositaron sus restos mortales, bajo una modesta lápida en la que sólo podía leerse esta inscripción: Diego Martínez Barrio. Sevilla, 1883-París, 1962. *** Don Diego, que al final de su vida decía verse a sí mismo como aquel Gabriel Araceli, el hombre de pueblo protagonista de las novelas de Galdós que tropieza en su camino con la vieja España oscurantista, redactó su testamento el 5 de agosto de 1960, pocos días después del fallecimiento de su esposa Carmen. En este documento, en su nombre y en el de sus más directos familiares, incluyó la siguiente declaración: «Creo en Dios [...]. Pido que cuando muera se trasladen nuestros restos al cementerio de San Fernando de Sevilla y en él procedan a la definitiva inhumación. Creo tener derecho a sepultura perpetua como concejal que he sido de la Ciudad [...]. Deseo que al morir se envuelva mi cuerpo en la bandera española de la República. Durante mi larga vida he sido leal a la patria, a la libertad y a la República. Los servicios prestados pertenecen al juicio de la Historia. Los propósitos fueron rectos y desprovistos de odio hacia el adversario. Esa ha sido y es mi tranquilidad... ». Conforme a sus deseos y gracias a la sensibilidad de diversas aso­ ciaciones e instituciones democráticas andaluzas, los restos mortales de don Diego Martínez Barrio regresaron a Sevilla treinta y ocho años después de su fallecimiento. El 15 de enero de 2000 y a pesar de la negativa del Gobierno a concederle honores de Jefe de Estado, miles de sevillanos acudieron respetuosos a los actos institucionales y a la inhumación de su féretro, realizado a los sones del Himno de Riego y acompañado de banderas republicanas, desplegadas sobre un cielo encapotado. Aquel día, posiblemente, muchos se reencontraron con un trozo de su historia; con la historia de un viejo republicano de cuya memoria, en otro país y en otro tiempo, algunos pretendieron que tan sólo habitase el olvido.

6. Principales obras y discursos~ publicados e inéditos~ de Diego MartÍnez Barrio

Los Radicales en la República, discursos pronunciados por don Diego Martínez Barrio, Sevilla, Tipografía Minerva, 1933. 204 Leandro Álvarez Rey

Discurso pronunciado por don Diego Martínez Barrio en La Coruña, 1934, Madrid, s.i., 1934. Prólogo al libro de VALERA APARICIO, F., Tópicos conservadores, Madrid, 1934. Los Republicanos y la República, discursos pronunciados por el Presidente del Comité Ejecutivo Nacional de Unión Republicana, don Diego Martínez Barrio, Sevilla, Tipografía Minerva, 1935. Prólogo al libro de VALER A APARICIO, F., Alma republicana, Madrid, 1936. Un informe, una opinión .Y una orientación, discurso pronunciado por don Diego Martínez Barrio en Valencia en 1937, Valencia, s.i., 1937. Páginas para la historia del Frente Popular (artículos publicados por el Presidente de las Cortes Españolas en el diario «Crítica» de Buenos Aires), Madrid, Ediciones Españolas y Talleres Tipográficos de la Editorial Ramón Sopena, 1937. La razón y el sentido de nuestra lucha, discurso pronunciado por don Diego Martínez Barrio en la Conferencia Internacional de París, julio 1938, París, s.i., julio de 1938. Acción en el destierro, manuscrito inédito redactado entre 1939-1943. «La Masonería, fuente de libertad y democracia (en dos discursos por don Diego Martínez Barrio)>>, Cuadernos de Cultura Masónica, núm. 1, La Haba­ na (Cuba), 1940. «Orla de luto y tristeza. La Masonería ha muerto en España... ¡Viva la Masonería! (discurso de don Diego Martínez Barrio)>>, Cuadernos de Cultura Masónica, núm. 2, La Habana (Cuba), 1940. Masones y pacifistas: comentarios al libro del padre Tusquets, discurso pro­ nunciado por don Diego Martínez Barrio en la Logia «Chilam Balam» de la Obediencia de la Gran Logia Valles de México la noche del 18 de abril de 1940, México, s.i., 1940. Discurso pronunciado por don Diego Martínez Barrio en el Centro Español de México el día 30 de mayo de 1942, México, Centro Español, 1942. «Orígenes del Frente Popular Español», Cuadernos de Cultura Española, Buenos Aires (Argentina), Publicaciones del Patronato Hispano-Argentino de Cul­ tura, 1943. Episodio en Alicante sobre José Antonio Primo de Rivera, conferencia pronunciada por don Diego Martínez Barrio en el Casino Español de México el 23 de abril de 1941, reproducida en Homenaje a Diego Martínez Barrio (re­ copilación y selección de textos a cargo de Antonio Alonso Baño), París, Imprimerie «La Ruche Ouvriere», 1978, pp. 185-189. Discurso e informe político presentado por don Diego Martínez Barrio en la Asamblea celebrada por Unión Republicana en el exilio el día 12 de noviembre de 1944, México, España con Honra, 1944. Diario inédito, incluido en 44 cuadernos, manuscrito y mecanografiado, que abarca el período comprendido entre noviembre de 1945 a julio de 1955. Prólogo al libro de CABALLERO, J., Cierzo. El.fin de la monarquía española, México, 1944. Laforja de un republicano: Diego Martínez Barrio (1883-1962) 205

La RepúbLica EspaiioLa a La opinión internacionaL, París, 1950. AL puebLo españoL, alocución pronunciada por don Diego Martínez Barrio con motivo del XX aniversario de la proclamación de la Segunda República Española, París, 1951. Alocución pronum:iada por don Diego Martínez Barrio con motivo del XXI aniversario del 14 de abril de 19;-H, París, 1952. Alocución pronunciada por don Diego Martínez Barrio con motivo del XXII ani­ versario del 14 de abril de 19::H, París, 1953. Las instituciones de La RepúbLica se dirigen a Los ministros de negocios extranjeros de IngLaterra, Francia y Estados Unidos, París, 1953. Alocución pronunciada por don Diego Martínez Barrio con motivo del 12 de octubre, Fiesta de la Raza, París, 1953. Alocución pronunciada por don Diego Martínez Barrio con motivo del XXIII ani­ versario del 14 de abril de 1931, París, 1954. Alocución pronunciada por don Diego Martínez Barrio con motivo del XXIV ani­ versario del 14 de abril de 1931, París, 1955. Alocución pronunciada por don Diego Martínez Barrio con motivo del XXV aniversario del 14 de abril de 1931, París, 1956. RepúbLica EspañoLa: EspañoLes, París, 1957. Allocution de don Diego Martínez Barrio el l'occasion du XXVIl"rnc anniversaire du 14 avril 19:.:n, París, 1958. Alocución pronunciada por don Diego Martínez Barrio con motivo del XXVIII aniversario del 14 de abril de 19:31, París, 1959. Discurso pronunciado por don Diego Martínez Barrio con motivo del XXIX ani­ versario del 14 de abril de 1931, París, 1960. Alocución pronunciada por don Diego Martínez Barrio con motivo del XXX ani­ versario del 14 de abril de 1931, RepúbLica, París, 5 de abril de 1961. Textos políticos de Martinez Barrio, incluidos en Homenaje a Diego Martínez Barrio (recopilación y selección de textos a cargo de Antonio Alonso Baño), París, Imprimerie «La Ruche Ouvriere», 1978, pp. 155-245. Memorias, Barcelona, Planeta, 1983.