CABILDO DE Área de Educación y Cultura

Escuela Universitaria Adscrita de Turismo de Lanzarote

Raquel Álvarez Sánchez GRANDES VIAJEROS EN LANZAROTE

JULIO 2004

CABILDO DE LANZAROTE Área de Educación y Cultura

Escuela Universitaria Adscrita de Turismo de Lanzarote

GRANDES VIAJEROS EN LANZAROTE

AUTORA: TUTOR: RAQUEL ÁLVAREZ SÁNCHEZ MIGUEL ÁNGEL MARTÍN ROSA

Raquel Álvarez Sánchez Grandes viajeros en Lanzarote

Índice

Abstract….………………………………………….....……………….... 2 Fundamentación teórica…………………………...…………………… 3 Metodología de elaboración……..………………...…………………… 4

Antes de comenzar el viaje………………………….………………….. 5 1.- Lo literario y el turismo….……..……………………………… 5 2.- La naturaleza del viaje…………………..……………………... 6 2.1.- El viajero versus el turista………….….……………… 6 2.2.- La curiosidad…………………..……….……..………. 8 2.3.- Lo exótico….………….…………….……...…………. 10 3.- Un poco de historia…….…………….……………………...…. 12 3.1.- El turismo a nivel mundial….….……………………... 12 3.2.- El caso de España………….………………………….. 18 3.3.- El caso de Canarias…….…………………………...… 22 3.4.- El caso de Lanzarote……….………………………..... 25 4.- Y las mujeres también viajaban….……………..……………… 27

La visión de Lanzarote en los textos de los viajeros………….…….… 30 1.- La mirada del viajero………………...………………………… 30 2.- Lo que dijeron…………………………………………………. 33 2.1.- Acerca del clima y de los productos de la isla….…….. 33 2.2.- Acerca de los antiguos habitantes………………..…… 38 2.3.- Acerca de los lanzaroteños y sus costumbres….…..….. 40 2.4.- Acerca del paisaje………………….………….………. 45 2.5.- Acerca del viaje……………….………………………. 47

Y así nació la imagen de Lanzarote……….…………………………… 51 1.- La invención de Lanzarote por la literatura de viajes…………. 51 2.- Lancelot, 28º-7º y la visión de César Manrique……….……… 53 3.- Cultura e imagen……………….……………………………… 55

Bibliografía…...………………………………………………………… 57 Anexos….…………….….……………………………………………… 60 Anexo 1: Leonardo Torriani….…………………………………… 60 Anexo 2: George Glas………………..…………………………… 61 Anexo 3: René Verneau……...... …………………………………. 62 Anexo 4: El matrimonio Stone…………………………………… 63

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Abstract Con el presente trabajo de fin de carrera se pretende analizar una muestra de la literatura de viajes que se produjo sobre Lanzarote a finales del siglo XVIII y durante el XIX, fundamentalmente a manos de ingleses. De este modo pretendemos comprobar cómo los escritos de estos viajeros contribuyeron en gran medida a la implantación del fenómeno turístico en la isla, de vital importancia en la actualidad. Asimismo, veremos en qué medida la imagen de Lanzarote debe su nacimiento a las obras de estos autores, una imagen que se ha mantenido hasta hoy en día, en muchos aspectos interiorizada y asumida por sus habitantes.

The following final year project analyses a selection of mainly english journals which describe Lanzarote during the XVIII and XIX century. In this way we try to validate the texts of this travellers, which contributed to evolve tourism in the island. Furthermore we will see how the image of Lanzarote has its origin in the texts of this authors. This created image is still present and in many aspects has been adopted by the habitants of Lanzarote.

In der vorliegenden Diplomarbeit wird eine Auswahl an sich mit Lanzarote befassender, vorwiegend englischer Reiseliteratur, die Ende XVIII Anfang XIX Jahrhundert geschrieben wurde analysiert. Auf diese Weise wird versucht, den grossen Einfluss den diese Schriftstücke auf die Entwicklung des Tourismus in Lanzarote hatten, zu überprüfen. Darüberhinaus wird besprochen in welchem Ausmass das Bild Lanzarotes seinen Ursprung diesen Schriftstellern verdankt. Dieses Bild hat sich bis heute erhalten und wurde in vielen Aspekten von den Bewohnern der Insel angenommen.

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Fundamentación teórica La literatura de viajes maneja una gran cantidad de imágenes que inducen al lector a viajar, a experimentar lo que las palabras escritas le sugieren. En los años del inicio del turismo en Canarias (1886-1914) proliferaron una gran variedad de libros, fundamentalmente a manos de ingleses, que en general podríamos enmarcar dentro del campo de la literatura de viajes y que creemos propició la promoción de las islas que tuvo lugar en el Imperio británico, dando así comienzo al proceso que daría paso al incipiente desarrollo del fenómeno turístico en Canarias.

Asimismo, es curioso comprobar cómo muchos de los adjetivos y fórmulas que los autores ingleses emplearon para describir y promocionar las islas entre sus compatriotas -“un clima de invierno en verano”, “jardín de las hespérides”, “islas afortunadas”-, serán posteriormente adoptados para la promoción turística de Canarias. De hecho, muchas de estas fórmulas son empleadas aún en la actualidad. De este modo puede decirse que asistimos en estas obras al nacimiento de la imagen sobre la cual será asentada posteriormente la campaña de promoción de las islas. Por otro lado, veremos cómo los locales han interiorizado en muchos aspectos esta imagen generada por la actividad turística, llegando a asumirla como identitaria.

Los estudios realizados hasta el momento con respecto a este tema son escasos y no han sido llevados a cabo de forma homogénea para todas las islas. En este sentido, tenemos más datos acerca de las islas centrales que de las periféricas, hecho que se va subsanando poco a poco. Es por ello que en este trabajo nos hemos centrado en el caso de Lanzarote. Con ello hemos querido contribuir a paliar, aunque sea de una forma modesta, la laguna que existe al respecto.

Asimismo, querríamos apuntar que la producción investigadora dedicada al conocimiento de la actividad turística en Canarias, continúa siendo escasa. Creemos que la perspectiva histórica no ha sido aún suficientemente tratada, a pesar de la importancia que ésta tiene en el estudio del turismo. Éste es un hecho que debería ser tomado en cuenta, dada la importancia económica y social que el turismo tiene en las islas.

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Metodología de elaboración Para la realización del presente trabajo nos hemos basado en una labor de investigación, recopilación y selección de fuentes bibliográficas referidas al tema objeto de estudio. Tras lo cual, hemos llevado a cabo un análisis crítico de las obras seleccionadas con el propósito de poder deducir una serie de conclusiones finales al respecto.

Las obras escogidas han sido: Descripción de las Islas Canarias, de Leonardo Torriani (1592), Descripción de las islas Canarias, de George Glas (1764), Cinco años de estancia en las Islas Canarias, de René Verneau (1891), y y sus seis satélites, de Olivia M. Stone (1889).

El análisis de contenido se ha centrado en cinco campos de referencia de las obras escogidas: 1.- El clima y los productos de la isla, 2.- Los antiguos habitantes, 3.- Los lanzaroteños y sus costumbres, 4.- El paisaje y 5.- El viaje.

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Antes de comenzar el viaje

1.- Lo literario y el turismo Son muchos los estudios, encuestas, artículos y ensayos dedicados a las motivaciones del turismo o a la rentabilidad económica de determinados servicios turísticos. Abundan menos los que se preocupan de indagar en profundidad los mecanismos psicológicos por los que el deseo de viajar es inducido por la lectura de relatos más o menos literarios capaces de transformar al lector, turista potencial, en viajero efectivo; de suscitar, por la fuerza persuasiva del que describe, deseos viajeros que andando el tiempo, quedan consagrados en destinos turísticos nuevos o difunden otros más clásicos.1

Decía el primer ministro victoriano Benjamín Disraeli: “como todo gran viajero, yo he visto más de lo que recuerdo y recuerdo más de lo que he visto”. Sus palabras reflejan muy bien la calidad de testimonio del mundo que proporciona la evocación del viaje que, cuando se expresa con elocuencia literaria, puede ejercer una influencia muy directa suscitando vivencias y recuerdos. Si esa producción literaria resulta lo suficientemente abundante y socialmente implantada, sus efectos son multiplicadores y contribuyen a crear modas y modos de conducta colectiva.

Es por ello que la literatura turística maneja un caudal de ideas, imágenes y sugerencias que convierte a los lectores en consumidores de emociones. La obra literario-turística está presente desde el siglo XVIII hasta la actualidad y abarca una amplia gama que va desde la producción madura y consciente a la simple tarjeta postal, pasando por el libro de viajes propiamente dicho y, por supuesto, la “guía” de viajes.

1 José A. López de Letona, Lo literario y el turismo

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2- La naturaleza del viaje

2.1.- El viajero versus el turista Con demasiada frecuencia se comete el error de confundir al turista con el viajero. Sin embargo, son muchas las diferencias que existen entre ellos. Desde principios de los años sesenta del siglo XX ha habido múltiples intentos de definir al turista, abordándose dicha definición de muy diversas formas. Quizás, una de las definiciones más conocidas del turista es la que lo considera como:

“Un visitante temporal que permanece durante, al menos, veinticuatro horas en el país visitado y cuya estancia puede ser clasificada bajo una de las siguientes categorías: a) Ocio, recreo, fiesta, salud, estudio, religión, deporte; b) Negocios, familia, misión, reunión” (Unión Internacional de Organizaciones Oficiales de Viajes)

Otros autores incluyen al viajero dentro de alguno de los roles que diferencian en torno a la figura del turista. Éste es el caso de Pearce, que sitúa al viajero, junto con el estudiante en el extranjero y el periodista, dentro del “viaje de alto contacto”.2 Sin embargo, en nuestra opinión, el viajero no puede equipararse al turista, sino que son dos figuras diametralmente opuestas.

Esta diferencia está presente desde la concepción de ambos términos. Si echamos un vistazo a su etimología, veremos como “viajar” implica trasladarse de un lugar a otro, generalmente distante, por cualquier medio de locomoción, mientras que ”hacer turismo” conlleva viajar por placer. Existe por tanto una diferencia fundamental en cuanto a la motivación del viaje. Mientras que el viajero es simplemente alguien que viaja, el turista es aquel que lo hace por placer. Del viajero no sabemos las motivaciones que lo impulsan a viajar, los fines que éste persigue con el viaje pueden ser muy diversos, mientras que los del turista están asociados al ocio.

2 J.E. San Martín García: Psicosociología del ocio y el turismo (1997)

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Por otro lado, no hay que olvidar que el término “turismo” proviene de la palabra anglosajona tour: journey which goes round various places and returns to its starting point. Hacer turismo implica por tanto tener establecida de antemano la vuelta al lugar de origen. Esta limitación del tiempo es la que obliga al turista a elaborar un programa de viaje que le permita visitar la mayor cantidad de lugares de interés en el tiempo disponible. Por el contrario, el viajero, con una mayor disponibilidad de tiempo, no tiene la necesidad de planificar su ruta detalladamente, pudiendo abandonarse a los caprichos del azar.

Esta estructuración del tiempo es quizás la diferencia fundamental entre el turista y el viajero. Mientras que el turista viaja siguiendo al pie de la letra el guión planeado, el viajero, en cambio, es aquel que se mueve según la veleta de la curiosidad. El viajero goza de una mayor libertad para admirar un paisaje, un olor o para hablar con una persona sin prisas, sin reloj. En el detallado programa de viaje del turista no hay sitio para las sorpresas, no hay riesgos que correr, mientras que el viajero tiene siempre algo de aventurero. Asimismo, el turista sale de su ambiente cotidiano sólo por un tiempo determinado, hecho que le impide dejar su cultura a un lado; el viajero, en cambio, con una perspectiva diferente, está mucho más abierto al mundo que visita. En su obra Viaje a Portugal, José Saramago se refiere a esta diferencia entre el viajero y el turista:

Pero ahora nos acostumbramos a esta idea de que el viaje es sinónimo de turismo, y no hay nada peor que el turista, con todo el respeto del mundo. Se acabó el viajero, esa forma de estar, esa forma de moverse, esa forma de mirar del viajero, que lo hacía para conocer y para comprender. Al turista, con alguna excepción claro, no le interesa. Lo que le interesa es hacerlo muy rápidamente, ir al mayor número de restaurantes y museos, y de esto y de aquello y de lo otro; hacer una cantidad de fotos tremenda. Fotos que le van a servir para finalmente ver lo que no ha visto antes, porque entre el turista y lo que está retratando hay una cámara y él no mira lo que está viendo con la cámara, lo registra la cámara. Después en casa, con sus amigos y su familia, habla de su viaje y no tiene otra forma de hablar de su viaje sin el apoyo de la imagen, es incapaz de sentarse y decir: “yo he estado visitando el país y he visto esto y esto y esto”. Para decir que ha visto algo, enseña la foto. Esa es la diferencia entre el viajero y el turista.

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En el presente trabajo hemos querido referirnos a los viajeros que visitaron las Islas Canarias y, concretamente, Lanzarote, con anterioridad a la avalancha de turistas que llegaría en las últimas décadas del siglo XIX a Canarias y algo más tarde a Lanzarote, con el único propósito de disfrutar de un clima que gozaba de fama entre los enfermos pulmonares de algunos hospitales británicos.

Éstos no pueden ser entendidos como turistas al tener sus desplazamientos fines ajenos al ocio. Su estancia en las islas no pasaba de ser una simple escala que no rendía lo suficiente como para fomentar la creación de una infraestructura específica. Fueron éstos curiosos que se interesaron por nuestra cultura, que se molestaron en aprender nuestro idioma y nuestra historia y que quisieron recorrer de una forma activa nuestra geografía. Generalmente permanecían meses, e incluso años, en las islas, lo que les permitía llegar a ser partícipes de nuestro modo de vivir.

Aquellos viajeros dieron lugar a la que ha sido denominada como la Edad de Oro del Turismo en Canarias, época que no podemos rememorar sin cierta nostalgia. La misma nostalgia que nos embarga cuando contemplamos al turista actual, ese que ha suplantado al viajero de antaño. Por ello, hemos querido dejar constancia de la diferencia entre éstos. El turista no es igual al viajero, sino una perversión de éste.

2.2.- La curiosidad La peor enfermedad del hombre es la curiosidad inquieta de lo que no puede conocer. Blaise Pascal

La curiosidad no es más que el deseo de conocer lo que no se sabe. Y este ansia de saber impulsa al ser humano a la acción. El ser humano es curioso por naturaleza, lo es desde que nace. Y, en buena medida, es gracias a esta curiosidad que el hombre ha evolucionado a lo largo de los tiempos. Pero la curiosidad es un arma de doble filo, puesto que se trata de una necesidad insaciable. Una vez conquistado el objeto de nuestra curiosidad, este ansia de saber nos llevará a plantearnos nuevos interrogantes, nuevas inquietudes, que nos impulsarán a una nueva acción, y así una y otra vez.

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La curiosidad es también el motor que nos impulsa a viajar, es el deseo de conocer otras gentes, otros paisajes, otras formas de vida. Siempre habrá un nuevo horizonte por descubrir. Ya lo decía Séneca: los hombres viajaban lejos, a toda clase de lugares, en busca de toda suerte de distracciones, sobre todo porque son volubles, porque están cansados de vivir en la molicie, y porque siempre buscarán algo que siempre habrá de escapárseles.

Swift refleja en su genial obra Los viajes de Gulliver este dilema: no pasé sino dos meses con mi mujer y mi familia, el deseo insaciable de ver países extranjeros no me permitió seguir allí más tiempo. 3 Esto es lo que experimenta Gulliver tras el final de su visita a Lilliput. Y Gulliver deja a la familia, deja su casa y sale en busca de aventuras, prendido en el deseo insaciable de conocer nuevos lugares, lugares diferentes.

Todos recuerdan la aventura de Ulises y del cíclope Polifemo. Ulises, al encontrar en la cueva del gigante numerosos cabritos y corderos, y abundancia de quesos y leche, podía sin dificultad llevarse de todo aquello lo que quisiera antes de que volviera el gigante, aprovisionar de nuevo sus naves y acto seguido desplegar velas y huir de aquella tierra peligrosa. Esto es lo que aconsejan sus compañeros. Pero Ulises quiere saber y quiere ver, y se queda. Del mismo modo, cuando

Ulises y las sirenas cruza el golfo de las Sirenas, tapa con cera los oídos de sus compañeros encorvados sobre los remos, pero no sus propios oídos y manda que lo aten al palo mayor de la nave, con orden de no desatarlo, a pesar de las señales que él les dirija en contra, porque quiere oír y conocer aquel mortal canto de las sirenas inmortales. Y después, en aquella isla, entre aquella espesa floresta, las mágicas hierbas, los animales salvajes aprisionados y mansos; ¿quién canta dentro de la casa aquel canto suave?, ¿una mujer o una diosa?, ¿qué se esconde en el palacio misterioso? Euríloco advierte a Ulises que

3 Los viajes de Gulliver. Publicada como anónimo en 1726, y posteriormente atribuida a Jonathan Swift, fue llamada también Viajes a varios lugares remotos del planeta

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muchos de sus compañeros desaparecieron allí; sin duda los mataron; y le propone huir. Pero Ulises se ciñe la espada y va; otra vez quiere ver y saber.

La curiosidad es poderosa, nos mueve a realizar acciones que implican en muchas ocasiones importantes riesgos, porque la curiosidad se asienta sobre la inestable base de la incertidumbre. Asimismo, la curiosidad, el ansia de saber, nace de la ignorancia, de la oscuridad. Es el viaje en busca del conocimiento, de la luz que ilumine nuestras sombras. Ulises, cuando vuelve a Ítaca, es un hombre totalmente diferente del que había partido de su hogar a luchar en la guerra hacía muchos años. A su regreso, relata a su familia y a los habitantes de su isla todo lo que en sus viajes vio y aprendió y lo hace desde un prisma diferente.

2.3.- Lo exótico Dos son las acepciones del término “exotismo”: -procedencia de un país lejano y -rareza, extravagancia. Lo exótico es por tanto lo diferente, siendo imprescindible el viaje para ir en su busca. Lo exótico tiene pues una enorme importancia en el mundo de los viajes, máxime si pensamos en las connotaciones que el exotismo tuvo para la Inglaterra del siglo XVIII, es decir, para los grandes viajeros a los que aludimos en este trabajo.

En el siglo XVIII los cambios históricos y socioculturales que tuvieron lugar principalmente en Inglaterra a partir de su política colonial, propiciaron transformaciones básicas en la significación de lo coleccionable. Se sustituye la clásica idea de la “pátina” –valor enraizado en el paso del tiempo que refuerza los objetos- por la de “exótico” –valor enraizado en la procedencia geográfica. Un cambio, en suma, que prioriza espacio frente a tiempo y desvela, claramente, una mayor movilidad social, típica en la estructura de la Inglaterra de esos años. Ya no es preciso poseer un probado linaje para ser dueño de una colección valiosa –la que pasa de padres a hijos-, sólo es necesario el dinero para adquirir los objetos curiosos. Sólo es preciso viajar.

A partir de entonces, la sociedad inglesa se obsesionó por el ansia de adquirir los productos de tierras lejanas, que inundaban las casas de los aristócratas, profesionales y

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comerciantes. Lo esencial no era desplazarse hasta allí, sino traer lo de allí a casa, de la forma que fuera. El viaje, la visita a las tierras de la curiosidad, era un simple medio para el fin, un accidente, un trámite inevitable. Esta obsesión por lo exótico también se vio reflejada en las Exposiciones Universales celebradas en las principales ciudades europeas o en el mundo del arte, sirva como ejemplo Gauguin y su particular Tahití.

Pero, ¿qué es realmente lo exótico? Lo que para unos puede resultar una rareza, puede ser para otros de lo más natural. Lo exótico es sólo cuestión de matices, ya que no depende del qué se muestra sino dónde, por quién y para quién se muestra. Cualquier objeto, cualquier persona, puede llegar a convertirse en exótica ya que, en el fondo, para el otro, para el diferente, todos somos exóticos. Lo exótico acaba por convertirse, así, en lugar privilegiado del malentendido, porque nada es lo que parece sino aquello que el espacio, la distancia, las costumbres, la descontextualización en suma, resignifica.

Asimismo, el concepto de lo exótico vendrá siempre marcado por la cultura dominante. Así lo exótico será todo aquello que se salga de la norma, la norma que la cultura dominante del momento marque. Gulliver, pese a su excepcional tamaño en la tierra de los gigantes y la de los enanos, él, en tanto colonizador, es, por definición, el “normal”.

Por otro lado, en la actualidad, la globalización parece haber dado lugar a la pérdida de lo exótico. Las distancias se acortan, las culturas se homogeneizan y cada vez resulta más difícil encontrar rarezas auténticas. No obstante las sociedades occidentales siguen soñando, ahora a través de la multiculturalidad, con un mundo distinto en el que haya algún lugar donde huir; en el cual lo exótico no esté milagrosamente cerca, desconcertadamente próximo, construido, en primer lugar, como sueño occidental. En el que no sea necesario pasar por el dolor de quedarse sin lo exótico.4

3.- Un poco de historia

4 Estrella de Diego, Quedarse sin lo exótico (1999)

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3.1.- El turismo a nivel mundial La búsqueda de otros lugares ha sido siempre origen de inquietudes y esperanza para hombres y mujeres. Los pueblos antiguos, como los sumerios, egipcios, fenicios, griegos y romanos fueron ya grandes viajeros. Las actividades comerciales que realizaban en todo el Mediterráneo los convirtieron en destacados mercaderes y navegantes, lo cual permitió un mayor conocimiento del medio geográfico.

No cabe duda de que los griegos fueron grandes viajeros. Esta fascinación por el viaje y el anhelo por las tierras lejanas y desconocidas quedan plasmados en una de las mayores joyas de la literatura griega, La Odisea, a través de las aventuras de su protagonista: Ulises. No obstante, viajar en aquel entonces no dejaba de ser un asunto sumamente arriesgado, dado que la probabilidad de caer víctima de un naufragio, de la piratería o de un atraco era muy alta. De este modo, viajar puramente por placer era muy poco común, algo para lo cual era necesario un animado espíritu aventurero. Los griegos viajaban normalmente para tomar parte en los juegos y las competiciones que se celebraban en otras ciudades, o bien para consultar los oráculos.

La asistencia a los balnearios fue otra razón por la que griegos practicaron el viaje. El turismo de salud tiene una deuda insalvable con Hipócrates (460-377 a.C.), ya que fue este célebre médico griego el que indicó por vez primera los beneficios que proporcionan los ambientes soleados y la vida al aire libre para la mejoría de los enfermos del pulmón. Así, hace su aparición el viaje en busca de lugares con unas mejores condiciones físicas, y empieza a creerse que la mejor manera de curar ciertas enfermedades era una larga estancia en los lugares con climas cálidos y el uso de las aguas termales. Asistimos por tanto al nacimiento del termalismo y la talasoterapia.

Los romanos apreciaron aún con más intensidad que los griegos las virtudes de los baños con fines terapéuticos, potenciando los balnearios e inventando las famosas termas. Los grandes avances en la infraestructura del transporte les permitieron trasladarse con mayor facilidad a lugares alejados de la ciudad. Además, a los motivos de salud, se sumó el deseo de huir de la cosmopolita Roma, ésta, con una población que rondaba el millón y medio de habitantes, contaba ya con los problemas de

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contaminación, tráfico, y estrés propios de toda gran urbe. Bajo el gobierno de Roma y, sobre todo, en la época imperial, las rivieras experimentaron un excepcional desarrollo, convirtiéndose en los centros de veraneo preferidos por los ricos patricios, que se lanzaron a la construcción de numerosas villas. Cabe destacar al respecto el desarrollo acaecido en el litoral de Campania, el cual llegó a convertirse en un enorme complejo vacacional, y que guarda una asombrosa semejanza con el desarrollo de la Riviera francesa en el siglo XX.

Asimismo, Roma también tenía algo que nos hace recordar el Grand Tour europeo, típico de los siglos XVI al XVIII, es decir, un recorrido de turismo cultural dedicado principalmente a visitar lugares de interés histórico y literario. El viaje se consideraba parte esencial de la educación de todo joven que pudiera permitirse tal lujo. Quienes pudieran hacerlo enviaban a sus hijos a Atenas o a Rodas, los principales centros académicos, lo cual ofrecía además la posibilidad de visitar toda Grecia y Asia Menor. Sin embargo, eran poco comunes los hombres que realizaban largos viajes, sobre todo por ver mundo y por aprender, aun cuando en efecto existiesen.

La crisis de Roma a partir del siglo III y las sucesivas invasiones germanas y bárbaras durante los siglos IV y V provocan la desintegración de la sociedad romana y, con ello, el olvido de la práctica del viaje. No es hasta la Baja Edad Media que el hombre europeo comienza a retomar la perdida tradición del viaje. El peregrinaje a lugares denominados santos fue la forma más frecuente de practicarlo. También, las relaciones con Oriente, el desarrollo del comercio marítimo, y la expansión de la filosofía árabe y el islamismo propician la formación de ciudades y un espíritu de libertad comienza a surgir.

Se hace inevitable citar, dentro de este periplo, a Marco Polo (1254-1324), uno de los grandes viajeros de la historia por antonomasia. Marco polo fue uno de los que se aventuraron a recorrer la célebre Ruta de la seda, pero él sobresalió entre el resto de este grupo de viajeros por su determinación, sus escritos y su influencia. Su viaje a través de Asia duró 24 años, llegó más lejos que cualquiera de sus precursores, cruzó el continente asiático y volvió para contar el cuento. Su libro Los viajes de Marco Polo,

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primeramente publicado en francés, es probablemente el libro de viajes más famoso de la historia. Sus relatos, cargados de exotismo para el lector europeo, impregnaron las mentes de sus lectores de sueños y fantasías acerca de lugares remotos. En su lecho de muerte, a la edad de 70 años, afirmó: “no dije ni la mitad de lo que vi, porque nadie me habría creído”

Los ideales impulsados por el Renacimiento y la Reforma a partir de mediados del XVI serán el momento del renacer de la práctica turística, de los balnearios. Se desarrollaron estaciones balnearias en Flandes (Spa), Suiza, el Imperio Germánico (Baden-Baden), Península Italiana (Región volcánica de Pazzuoli), Francia (Vichy), e Inglaterra (Bath), fundamentalmente. A ellos solían acudir las élites nacionales durante los meses de primavera y verano.

Una de las causas que originó el desarrollo del turismo en la época moderna fue el crecimiento desmesurado de algunos centros urbanos y la consecuente falta de higiene en ellos. En efecto, el desarrollo urbano produce nuevas patologías, como la tuberculosis, que invitan al viaje como forma de combatirlas, a los balnearios, al retiro a la naturaleza, retomando así la antigua tradición romana. De esa manera, se refuerza el gusto de la aristocracia europea, sobre todo inglesa, por las construcciones de las casas de campo con fines terapéuticos: las modernas villas romanas, la historia se repite.

La atmósfera intelectual reinante en la época de la Restauración y las estables condiciones políticas que siguieron a la Paz de Utrecht en 1713 favorecieron el viaje por el continente y el Grand Tour, practicado con anterioridad, va gradualmente ganando terreno. Desde la época de los romanos, no se producía el fenómeno del viaje a gran escala como a partir del Grand Tour.

El Grand Tour

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Según Turner y Ash 5, “El Grand Tour tiene sus orígenes en la relación existente entre el nuevo rico y el aristócrata. Su desarrollo se produce tras un cambio acaecido en el seno de la cultura y del poder político y económico. Los ciudadanos más ricos y más cultos, en ciertos estados cuya posición de dominio en el mundo es relativamente reciente, tienden a visitar aquellos países que ya han dejado atrás el período culminante de su prestigio y su creatividad, pero que siguen venerándose por razones históricas y culturales. Así, los romanos visitaban Grecia y el Mediterráneo oriental, mientras que los ingleses, desde el siglo XVIII y en lo sucesivo, han visitado Roma; en el siglo XX, los norteamericanos recorren Europa entera. El nuevo mundo rinde homenaje al viejo”.

Europa, y fundamentalmente Francia e Italia, se llenaron de jóvenes nobles ingleses que eran enviados al extranjero con objeto de completar su educación. Para éstos, el Grand Tour no fue únicamente un viaje para contemplar bellos paisajes o célebres monumentos sino que, al igual que para los jóvenes romanos que viajaron a Grecia, era un medio a través del cual poder completar su educación. Asimismo, el hombre que emprendía el Grand Tour no estaba interesado en relacionarse con personas de una clase social inferior a la suya sino que, como noble, viajaba en calidad de “miembro de una élite internacional cuyo propósito era salvaguardar y perpetuar los intereses de la clase dirigente”.6

En su ensayo Sobre el viaje, Francis Bacon establece una serie de pautas acerca del mejor modo de llevar a cabo dicho viaje. En él nos habla de la importancia que entraña el “conocer personas eminentes, de cualquier especie”, de ahí que el viajero llevase las cartas de presentación necesarias a tal efecto. De este modo, el contacto con las clases medias o bajas era prácticamente inexistente. Por otro lado, se consideraba necesario aprender las lenguas de todos aquellos países que fueran a visitarse y, entre sus recomendaciones, también se encontraba la de viajar en compañía de un “tutor o criado de cierta edad”. Por si fuera poco, Bacon también proporciona una lista exhaustiva de

5 Turner y Ash, La horda dorada (1991)

6 Knebel, Soziologische Struckturwandlungen im modern Tourismus (1960)

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todas las “cosas que hay que ver”, entre las cuales se econtraban determinadas cortes de príncipes, tribunales, iglesias y monasterios, murallas y fortificaciones, puertos,…

El Grand Tour desempeñó un papel muy importante en la revolución del arte, el pensamiento y las costumbres que se produjo en Inglaterra a lo largo del siglo XVII. Personajes tan importantes como el filósofo Thomas Hobbes, el poeta John Milton o el arquitecto Inigo Jones realizaron el Grand Tour, quedando claramente marcados por la experiencia.

El siglo XVIII se considera convencionalmente la Edad de Oro del Grand Tour, y muy en concreto a la treintena de años que van de 1763 a 1793. Para entonces, el creciente poder de Inglaterra inclina a los ingleses de visita en el extranjero a mostrar una actitud más condescendiente. El inglés ya no se siente obligado a conocer la lengua del país que visita, ni su arte, sus costumbres sociales o sus leyes, haciéndose presente el desprecio por la realidad del país que se visita. Dupaty, un comentarista francés de la época hablaba así de los viajeros ingleses:

Tomad cien de estos turistas y no encontraréis siquiera dos deseosos de instruirse y aprender. Recorrer leguas y más leguas por tierra o por mar, tomar ponches y tés en las tabernas, hablar con auténtica perfidia de las demás naciones o jactarse sin cesar de la suya propia: a eso llama viajar el grueso de los turistas ingleses

Pero tampoco faltaron las críticas de los compatriotas, como las de Lady Wortley Montagu que calificaba a los jóvenes ingleses como “los peores tarugos del mundo”. Ya no era extraño encontrar turistas que pasaban a galope, en su coche de caballos, entre los numerosos monumentos y sitios de interés del lugar, al estilo de las actuales giras organizadas en autobús. El principio de la instantánea a modo de souvenir también quedó reflejado a través de los retratos, para lo cual los turistas llegaban a posar durante una sesión entera con tal de poder conservarlo a modo de recuerdo del viaje. Asimismo, existió una especie de precursor de la excursión en grupo. Se trataba del vetturino, una especie de guía que, a cambio de una cantidad pactada de antemano, se encargaba de facilitar el transporte del viajero y de su equipaje desde un punto hasta otro con una

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serie de paradas también acordadas de antemano, en las cuales estaban comprendidas las pensiones, las comidas y demás detalles.

Por otro lado, la nueva riqueza de que gozaba la burguesía en Inglaterra tuvo como consecuencia que el Grand Tour dejara de ser patrimonio exclusivo de los aristócratas, multiplicándose así el número de turistas. Y va a ser precisamente en la burguesía donde impactarán mayormente las nuevas ideas de Rousseau. Éste pone de manifiesto la influencia corruptora que se desprende de la sociedad: “Los hombres no están hechos para vivir apiñados en los hormigueros… Cuando más se congregan, más se corrompen los unos a los otros”. Así, una vez más, vemos cómo la creciente urbanización de la sociedad europea provoca un proceso que nos llevará, nuevamente, al culto a la naturaleza. Ahora, se busca “lo pintoresco” y se ponen de moda los escenarios de montaña o los glaciales. Así, en la década de 1820 aparecen en Suiza los primeros hoteles para turistas.

Poco a poco el viaje hacia el sur adopta el carácter de una fuga de las opresivas estructuras sociales en que el turista se ha visto aprisionado. A lo largo del siglo XIX, las colonias de europeos procedentes del norte fueron creciendo en Florencia, Siena, Roma, Nápoles y Capri. En ello influyó notablemente la obra de muchos autores en lengua inglesa, tanto del siglo XIX como del siglo XX, en la que Italia aparece a menudo como un país más emblemático que real, “un lugar en que el lenguaje, la luz, el paisaje y el pueblo mismo son únicos, encantadores, bellos”.

Thomas Cook A Thomas Cook le debemos el nacimiento del turismo de masas organizado. En 1841, se le ocurrió la idea de contratar un tren para transportar a un grupo de amigos desde Leicester a Loughborough, y también en el viaje de vuelta, con objeto de que asistieran a una reunión. Thomas Cook Este hecho supuso el comienzo de una serie de iniciativas que, gracias al incipiente desarrollo de los medios de transporte (ferrocarril por carretera y barcos de vapor por mar), pudieron lograr su objetivo: poner al alcance del mayor número de personas posible la posibilidad de viajar al precio más bajo que se pudiera obtener.

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En 1845, organizó el viaje Liverpool-Caernarvon. Desde 1848 hasta 1863, Cook organizó personalmente giras con guía por toda Escocia. La inventiva de este hombre no tenía límites, supo sacar partido a todos los recursos que se ponían a su alcance, tanto es así que, al año siguiente de la batalla de Waterloo, se realizó la primera travesía en vapor del Canal de la Mancha y el escenario de la batalla se convirtió en una de las principales atracciones turísticas.

Gracias a las innovaciones introducidas por Cook, las personas que tenían a su disposición medios, aún siendo modestos, contaban por vez primera con más oportunidades de viajar que nunca. La conquista de Europa por parte de Cook comenzó en serio en 1862. Sus excursiones parisinas son las primeras auténticas excursiones guiadas en grupo. Poco a poco iban ampliándose los horizontes de Cook.

En la década de 1860, se produjo asimismo la introducción, por parte de Cook, de los cupones de tren y hotel y, ya en la década de 1890, eran unos 1.200 los hoteles de todo el mundo que aceptaban en pago sus cupones. En la década de 1880, “Thomas Cook & Son” era ya toda una institución del Imperio Británico que, aprovechándose de la tecnología del transporte, llevó a cabo toda una revolución en el turismo a finales de siglo. “El turismo había dejado de ser coto vedado de los aristócratas y los excéntricos peripatéticos: se había convertido en una industria”.

3.2.- El caso de España Desde muy temprano, España venía teniendo un atractivo peculiar para los viajeros ingleses, pero por quedar muy a trasmano de los itinerarios habituales del Grand Tour, pocos la visitaban. “Ojalá hubiera usted permanecido más tiempo en España –escribía el doctor Johnson a Joseph Baretti en 1761-, pues no hay país menos conocido en el resto de Europa que ése”. Su carácter periférico le dio importancia sólo cuando el viaje por mar se hizo más seguro (guerras napoleónicas, guerra franco-prusiana, unidad italiana, etc.).

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El interior sólo fue descubierto por los viajeros románticos del siglo XIX, fundamentalmente ingleses, que escribieron sus impresiones sobre el país. Estos viajeros produjeron una abundante cosecha escrita que propagaría en Inglaterra el rasgo diferencial de España, propiciando así la llegada de viajeros ilustres atraídos por el exotismo de una tierra inédita. Todos ellos fueron descubridores aislados e intrépidos que con sus escritos alentaron el turismo posterior. Cabe destacar, entre otros, a Edward Clarke, Joseph Baretti, Samuel Jonson, William Dimpleby, Richard Twiss, Alexander Jardine, Robert Soothey, Joseph Townsend o Henry Swimburne.

Pero, entre todos los viajeros de la época, los más representativos fueron, sin duda, George Borrow, “Jorgito el inglés”, y Richard Ford. Al primero le debemos las obras The Zincali, or an account of the Gypsies in Spain y The Bible in Spain, y al segundo el Hand-book for travellers in Spain (1845), un clásico en el género. En este último se describían hasta ciento cuarenta itinerarios. Su precio, considerable para la época, era de treinta chelines. El libro causó sensación. El primer día se vendieron 600 ejemplares, y 1389 en los primeros tres meses. Éste “ofrecía un panorama descriptivo de España que ningún ser viviente, nacional o extranjero, había podido escribir. Los que conocían el país a fondo se mostraron tan entusiastas como unánimes en el elogio”7. Tal fue el éxito, que Ford se vio obligado a escribir dos nuevas ediciones (1847 y 1855).

En palabras de Ian Robertson: “el Hand-book for travellers in Spain no fue una simple guía, sino un compendio de todo el arte de viajar, escrito por un viajero ideal, con quien España y cuantos la tienen por “muy querida” estarán siempre en deuda […] El Hand-book vino a dar a España una nueva dimensión. Sus lectores se sintieron transportados a un mundo distinto, y en la mente de los compatriotas del autor quedó definida una imagen de España que ha persistido hasta el presente”.

Poco a poco los españoles comprenden la importancia del turismo en el plano económico. De este modo, se inicia la organización administrativa del turismo en España con la creación de una Comisión Nacional (1905-1911) “encargada de fomentar en España, por cuantos medios estuvieran a su alcance, las excursiones artísticas y de

7 Ian Robertson, Los curiosos impertinentes (1988)

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recreo del público extranjero”. Destaca la orientación exclusiva hacia un turismo de élite para la obtención de divisas extranjeras. El valor del turismo como factor de desarrollo fue fortaleciéndose en los cinco años de función de la Comisión Nacional. La abnegada labor de los sindicatos de iniciativa, la publicación de guías y folletos y las reuniones internacionales citadas cristalizó en el despertar de una conciencia turística. La creación de la Comisaría Regia del Turismo dará un nuevo impulso al turismo (1911-1928).

En 1928 la Comisaría Regia del Turismo fue sustituida por un nuevo organismo para la promoción del turismo en España: el Patronato Nacional del Turismo (1928- 1936). Éste estuvo sometido, como el país entero, a graves situaciones políticas (caída del general Primo de Rivera, advenimiento de la Segunda República Española); económicas (depresión del 29) y bélicas (guerra civil de 1936-1939) que se desencadenaron en España. No obstante, es al PNT al que debemos las bases sobre las que se asentó el desarrollo turístico de España.

La guerra civil española dividiría el país en dos zonas, no habiendo tiempo para turismo en ninguna de ambas. No obstante, con la organización del nuevo Estado, a través de la Ley de 30 de enero de 1938, aparecía el denominado Servicio Nacional de Turismo, más tarde Dirección General de Turismo, que permanecería hasta el año 1951.

El turismo de la segunda mitad de los años cincuenta facilitó la entrada de divisas que cambiarían el país. Se inicia el despertar de los años cincuenta y con ellos el boom de los sesenta, todo un cuarto de siglo de alegría empresarial que produce el denominado “milagro español”. Se rompe el cerco político al régimen franquista, se firman los Tratados de ayuda norteamericana y el Concordato con la iglesia de Roma. El régimen se sacude el temor a una intervención y suaviza los obstáculos administrativos para el cruce de fronteras. En 1952, Europa, que resurge de sus cenizas con una energía increíble, nos envía el primer millón de visitantes.

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A partir de los años sesenta, el modelo turístico ya no está protagonizado por un turismo de élite como el de décadas anteriores, sino por amplias capas de la clase trabajadora de la Europa Occidental, como consecuencia de la recuperación económica y la prosperidad de los años cincuenta y sesenta. En esos años, el incremento de las rentas y la consolidación de la burguesía posibilitaron el acceso a la cultura del ocio y el pasar unas vacaciones fuera del país de origen. Sus destinos turísticos fueron los lugares de sol y playa.

Favorecieron a su desarrollo la paz que siguió a la Segunda Guerra Mundial, la irrupción del consumismo -comienza a despuntar la sociedad del bienestar-, la revolución en las comunicaciones aéreas, la consolidación de una infraestructura del sector servicios basado fundamentalmente en la aparición de los tour-operadores y el desarrollo de las agencias de viajes, y el incremento de la oferta de alojamiento.

Es entonces cuando la burguesía española y un sector del régimen franquista llegaron al convencimiento de que el modelo de crecimiento económico que se había puesto en marcha en la década anterior estaba agotado: una balanza de pagos estancada, fuerte caída de las exportaciones, pérdida de competitividad, aislamiento internacional y una bajísima productividad. Ante esta situación se hace inevitable un ajuste del sistema económico y social español. Por ello se inicia la apertura económica al exterior, conocido como “el desarrollismo”, de manos de un grupo de tecnócratas de la derecha española: el Opus Dei.

Desde la perspectiva del turismo, esta apertura al exterior trajo consigo la simplificación de los trámites de visado y aduanas para atraer al turismo porque se necesitaban divisas. El gran protagonista de la economía en esta época es sin duda el turismo, entre otras razones por la enorme preocupación del Estado por su desarrollo.

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3.3.- El caso de Canarias Desde muy temprano, filósofos y médicos europeos, habían recomendado los baños de mar. No obstante, éstos fueron considerados como una distracción inmoral, propia del pueblo inculto, durante los siglos XVI, XVII y primeras décadas del XVIII. A partir del siglo XVIII, comienzan a aparecer con más insistencia opiniones médicas favorables hacia los baños de agua fría. Se creía que el agua de mar tenía efectos curativos sobre múltiples dolencias.

Pero la auténtica personalidad que destaca sobre la utilización de las aguas de mar es Richard Russell, gracias a éste y a otros médicos de la época, los baños de mar comienzan a ser considerados como la panacea desde mediados del siglo XVIII. A partir de este momento, los balnearios del interior, el termalismo y las aguas minerales comienzan a ser sustituidos por la hidroterapia marina. Es obvio que este cambio en la tendencia de los viajeros beneficiaría ampliamente a Canarias.

Por otro lado, la Revolución Industrial, iniciada a finales del siglo XVIII en Gran Bretaña, traerá consigo grandes avances en el terreno de los transportes: por tierra, el ferrocarril y, por mar, el barco movido a vapor. Este último dependía de la existencia de una amplia red de estaciones carboneras, una de las cuales se situará en Canarias.

A la par de estos sucesos, se produce una auténtica explosión demográfica en las principales urbes europeas, hecho que, unido a las condiciones de insalubridad existentes, da origen a gran cantidad de enfermedades, como la tuberculosis, que se convierte en una auténtica epidemia desde finales del siglo XVIII y todo el siglo XIX. Otra patología de la época, la Cachexia Londinensis, en palabras de James Clark: “enfermedad que padecían aquellos con inflamaciones del pecho, bronquitis, pleuresía, neumonía, dispepsia y todas las relacionadas con la tuberculosis o tisis” se había apoderado de casi todos los residentes de Londres. Eran los invalids.

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Para combatir estas enfermedades se recomendaba la residencia durante una larga temporada en un lugar de aire seco, con un clima más templado y cerca del mar. Así pues, una huida hacia regiones de climas cálidos, aguas templadas, con naturaleza y aire puro, va ahora a codificar conductas que forman parte de la búsqueda del bienestar.8 Canarias, por su situación geográfica, ofrecía el clima, el mar y la naturaleza para reponer la salud del turista invalid. Los expedicionarios, viajeros y residentes extranjeros que frecuentaban las islas, fundamentalmente en los siglos XVIII y XIX, se Bañistas extranjeras en el litoral del Puerto de la Cruz convirtieron en los primeros propagandistas de las excelencias climáticas y naturales de Canarias.

Precisamente, el mencionado James Clark, junto con otros dos destacados médicos británicos de la primera mitad del siglo XIX, William Wilde y James Cooper, van a ser los descubridores de Canarias como lugar de interés médico-turístico para el traslado y tratamiento de todo tipo de enfermos. Éstos llevaron a cabo diversos escritos en los que realzaban las características del clima canario. A partir de aquí, son muchos los ensayos con el mismo fin dirigidos a los afectados por las nuevas enfermedades. Muchos de estos textos se situaban en la frontera entre la literatura médica y la propaganda turística.

No fue hasta los años ochenta del siglo XIX cuando una ola migratoria de británicos adinerados llega en la época de frío invernal para buscar refugio en Canarias. En 1890, el Diario de Tenerife se hace eco de un trabajo publicado en The British Medical Journal, a través del cual se daba categoría científica a las observaciones precedentes. El citado artículo tuvo una repercusión inimaginable, que quedó plasmada en el espectacular aumento en las reservas de plazas hoteleras. Y si decisivo fue el

8 Nicolás González Lemus y Pedro G. Miranda Bejarano, El turismo en la historia de Canarias. Viajeros y turistas desde la antigüedad hasta nuestros días (2002)

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apoyo de este tipo de trabajos, incalculable fue la difusión de dos guías, la de Stone9 y la de Brown.10

El turismo terapéutico continuó siendo el más importante hasta la Primera Guerra Mundial. El clima y la naturaleza de las islas fueron motivos esenciales de la visita en esta primera época. Pero, poco a poco, el turismo terapéutico fue perdiendo relevancia. Los adelantos de la medicina y el desarrollo de la farmacopea lo hirieron gravemente. A pesar de ello, el clima de Canarias seguirá siendo el mayor reclamo turístico en los países europeos emisores del norte. Una característica del nuevo turismo que comienza a desarrollarse a partir de los años veinte del siglo XX se caracteriza por la moda del bronceado.

En las primeras décadas del siglo XX comienza a hacer acto de presencia el turismo alemán, en contraposición al siglo XIX, que era casi exclusivamente británico. Por otro lado, los poderes locales de las islas comienzan a preocuparse por el fenómeno turístico. Fueron varias las instituciones que se formaron para promocionarlo y se hacen esfuerzos por difundir la imagen turística de las islas por Europa. En 1950, la prestigiosa Thomas Cook ofertaba por vez primera un paquete turístico de vacaciones a Tenerife y, en 1966, comenzó a realizar paquetes de vacaciones en avión. Pero todavía este turismo era de élite.

Sin embargo, a partir de los años sesenta del pasado siglo, el desarrollo del turismo posee unas características muy diferentes, se trata del turismo de masas. Sus destinos turísticos eran los de sol y playa. Comienza el proceso de desarrollo inmobiliario- turístico tal como lo conocemos hoy. Los primeros núcleos de las islas en donde se produjo fueron aquellos lugares que venían siendo centros turísticos desde finales del siglo XIX: Las Palmas de Gran Canaria y el Puerto de la Cruz.

9 Olivia Stone , Teneriffe and it´s Six Satellites (1889)

10 Alfred Samler Brown, Madeira and the (1922)

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Las islas asisten a un proceso de especulación inmobiliario-turístico cuyas consecuencias han sido un deterioro alarmante del medio, exceso desordenado de construcciones, escasa calidad alojativa y falta de espacios verdes. Asimismo, puede afirmarse que la economía canaria en la actualidad depende de la industria turística y las tendencias impuestas por los grandes tour-operadores. Ancladas en el segmento de sol y playa y un turismo de baja calidad, el futuro de las islas parece depender de una acertada diversificación de la oferta y es hacia este objetivo al que se han dirigido las últimas iniciativas llevadas a cabo por los poderes locales.

3.4.- El caso de Lanzarote Mientras en Gran Canaria y Tenerife el fenómeno turístico se arraigaba y propagaba, las otras islas permanecían prácticamente ajenas a todo ello. Lanzarote despertaba la curiosidad de científicos, volcanólogos, geólogos, naturalistas, y algún que otro viajero que se permitía una escapada desde las islas centrales en busca de reposo y tranquilidad.

En 1904, Ricardo Ruiz y Benítez de Lugo dice, en su Estudio sociológico y económico de las Islas Canarias, que “en el extranjero se conoce a Lanzarote por eminencias de Inglaterra, Alemania, Francia, Bélgica y otras naciones que van a hacer estudios; por reyes, como el belga, que visitan las islas; por escritores de muchos Estados que en conferencias, libros y periódicos las describen; por familias acomodadas que en gran número se trasladan desde el Reino Unido a pasar allí el invierno; por aristócratas enfermos o admiradas mujeres, cuya alegre vida requiere un descanso”.

Pero Lanzarote era entonces, catastrófico volcán, maqueta de infierno, escoria lávica, materia inhóspita y al mismo tiempo ruta lejana de los destinos comunes de los trasatlánticos. Una tierra para morir en ella o para huir de ella. Lentamente, sin embargo, algunos viajeros comenzaron a hablar de su plástica, su luz, su tranquilidad, sus espléndidas playas, su gente hospitalaria… y sus misterios: Montañas del Fuego, Jameos del Agua, Cueva de los Verdes, Charco de los Clicos… un mundo extraño que parece haber sido forjado por dioses caprichosos.11

11 Antonio Félix Martín Hormiga: Lanzarote, antes de César (1995)

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Efectivamente, poco a poco, un débil flujo de viajeros comenzó a visitar la isla, atraídos por su peculiar belleza y su calma. Se empezó a conocer el turismo en Lanzarote y, ya en 1936, encontramos a un auténtico precursor del turismo en la isla, don Casto Martínez González, el cual sacó a la luz una serie de cuadernillos que, bajo el título de Motivos turísticos de Lanzarote, instigaban a visitar la isla. Pero hablar de turismo en Lanzarote es hablar de César Manrique y de José Ramírez. Estos dos amigos compartieron una serie de ideas con respecto a la isla que los había visto nacer y, aunando el poder político de uno y el talento artístico y reconocimiento social del otro, se propusieron lograr su objetivo: la Lanzarote que ambos habían soñado.

Los habitantes de Lanzarote, gente del campo y gente del mar, habían ido dando forma, de manera inconsciente, a una isla de insólita belleza, cuyo paisaje admiraba a los viajeros que hasta ella se acercaban. Ello, unido a la acción de los volcanes, había conferido a la isla unos rasgos diferenciadores con respecto a las restantes islas Canarias, una identidad propia. Manrique supo apreciar esto y se propuso personalizar ambas fuerzas creadoras.

En la década de los sesenta comenzó la obra espacial de Manrique bajo el impulso del Cabildo de Lanzarote, siendo presidente José Ramírez. De esta unión nacen los Centros de Arte, Cultura y Turismo de la isla, el acuerdo popular de respetar una arquitectura uniforme, inspirada en la arquitectura tradicional lanzaroteña, el acondicionamiento de las carreteras y el aeropuerto de Guacimeta, la ampliación de la infraestructura alojativa, la edición de folletos turísticos… El resultado es por todos conocido, aquellos esfuerzos dieron su fruto y hoy Lanzarote es conocida en todo el mundo, recibiendo la visita casi dos millones de personas cada año.

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4.- Y las mujeres también viajaban

Las viajeras nos encontramos en serios aprietos. Si no decimos nada más de lo que se ha dicho ya, somos aburridas y no hemos observado nada. Si decimos cosas nuevas, se burlan de nosotras y nos acusan de fabulosas y románticas. Lady Mary Montagu, Constantinopla, 1718

La curiosidad o la aventura no han sido ni son patrimonio exclusivo de los hombres. Sin embargo, cuando se trata de ilustrar el espíritu viajero o aventurero, la historia retiene los nombres de Marco Polo, Colón, Magallanes, Elcano, Cook. Pero mujeres intrépidas y aventureras han existido desde los tiempos más remotos, aunque la inmensa mayoría hayan sido silenciadas y olvidadas por la historia, escrita por los hombres. En la sombra quedan “la monja Alférez”, May Sheldon, Mary Kingsley, Alexandra David-Néel, Gertrude Bell, Isabel Eberhardt, lady Mary Wortley Montagu, Lady Hester Stanhope, Freya Stark y otras muchas mujeres fuera de lo común.

Y eso que el primer libro de viajes español lo escribió una mujer, Egeria, adelantándose mil años a los relatos de Marco Polo. En el siglo IV, esta abadesa gallega viajó durante tres años por todos los parajes bíblicos, con la Biblia como guía, visitando todos los lugares santos de rigor. En las cartas que escribió a sus hermanas de España en un moderno latín y que forman su libro Itinerario, describe todas sus aventuras por aquellas tierras.

Viajar para una mujer entre los siglos IV y XIX, era una heroicidad, ya que ni siquiera las dejaban salir de casa. Hasta el siglo XVI, ser mujer, viajar a la vez y mantenerse respetable era un privilegio limitado a las reinas y las peregrinas. Dado que ser reina estaba sólo al alcance de unas pocas, la mayoría de las mujeres con inquietudes optaba por la vida religiosa. En el convento, podían estudiar, aprender y gozar de una libertad que era impensable fuera, en un mundo de hombres en el que las mujeres no tenían acceso a la educación y mucho menos a la libertad de movimiento.

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Las peregrinaciones suponían para ellas una suerte de liberación; con la excusa de visitar los Santos Lugares, venerar alguna reliquia o cumplir una promesa, podían recorrer mundo viviendo nuevas y enriquecedoras experiencias. Esto explica que las primeras hazañas de viajeras de las que tenemos noticia las hayan protagonizado religiosas cultas, curiosas y valientes.

En los siglos XVIII y XIX existieron algunas mujeres viajeras y exploradoras que, vestidas con largas faldas, pesadas enaguas y apretados corsés, no dudaron en aventurarse por selvas, pantanos, desiertos y regiones que estaban en blanco en los mapas. Decidieron romper moldes, y lo hicieron sin renunciar a ser unas elegantes damas del Imperio británico. Claro que su comportamiento resultó escandaloso en su época y propició todo tipo de burlas y críticas.

Las aventuras de las viajeras fueron el centro de las tertulias de los salones literarios, único espacio donde las mujeres con inquietudes podían opinar, hablar libremente de sexo, de política, de cultura y de viajes. Estas reuniones, donde sólo podían acudir unas privilegiadas, ya se celebraban en Francia hacia el siglo XVI y eran mal vistas por los hombres de la época y sobre todo por algunos intelectuales misóginos que maldecían la curiosidad femenina.

En el siglo XIX, cuando surgen las más singulares y atrevidas trotamundos, la mujer nacía para cuidar del hogar, educar a los hijos y atender al marido. Ese ambiente asfixiante de la época victoriana, que reprimía el talento de muchas mujeres y las enfermaba de por vida, propició el milagro. Los viajes eran una válvula de escape para aquellas mujeres cultas, inquietas y fuera de lo común. No obstante, algunas escritoras parecen haber viajado más allá de los límites del Imperio, con un único fin: demostrar que como en Inglaterra no se vivía en ningún sitio. Pasean sus prejuicios por los países que recorren y nunca se dejan doblegar ante las costumbres locales. Son un pequeño grupo de viajeras burguesas y sedentarias, en general amas de casa, que nada tienen que ver con las exploradoras aventureras que viajan por placer.

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En el siglo XIX un buen número de ladies y marquesas viaja por España, de paso o como destino final. Las viajeras que se lanzan a la aventura de explorar más allá de los límites del Imperio británico, lo hacen por varias razones. Eran mujeres curiosas e inquietas que se sentían muy limitadas y además se las consideraba intelectualmente inferiores. Sólo viajando podían demostrar su capacidad artística e incluso escribir un libro sobre sus aventuras. Las aristócratas tienen además la necesidad de hacer del ocio una virtud. Ya no tienen las obligaciones propias de su clase, como antaño, así que dedican su tiempo a viajar y formarse según Olivia Stone fue una de las grandes viajeras de su época el espíritu ilustrado de la época.12

Los libros de viajes estaban entonces de moda, pero las mujeres escritoras –y más si eran aristócratas- no se tomaban en serio. Era habitual que adoptaran un seudónimo masculino. La literatura de viajes se convirtió para aquellas mujeres en una válvula de escape a sus monótonas y aburridas vidas. Olivia Stone representa un claro ejemplo de la viajera del siglo XIX. Esta inglesa viajó a través de la geografía canaria dejándonos su obra Tenerife y sus seis satélites, de un valor incalculable.

Con este punto hemos querido rendir un discreto homenaje a todas estas mujeres, para que al menos esta vez no quedaran condenadas al olvido. Y aunque el presente trabajo hace referencia en su título a “los grandes viajeros”, dado el tema que nos ocupa, bien podríamos hablar también de grandes viajeras.

La visión de Lanzarote en los textos de los viajeros 12 Cristina Morató, Viajeras, intrépidas y aventureras (2003)

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1.- La mirada del viajero La mirada que el hombre ha tenido del resto del mundo no ha sido siempre la misma. De lo que se deriva que ésta varía a lo largo de la historia y está condicionada por diversos factores sociales, culturales, políticos, económicos y personales. Todo dependerá de la perspectiva que tenga el hombre en el momento que observa y cuenta lo que ve. Así nos encontramos con que, muchas veces, los textos que sobre Canarias llevaron a cabo los viajeros que nos visitaron, se ven salpicados de apreciaciones sociológicas herederas de su propia cultura de origen.

La documentación escrita sobre Canarias abarca desde las referencias casi míticas que de ellas hicieron antiguos poetas e historiadores hasta los pormenorizados diarios de viaje de los viajeros del siglo XIX, pasando por las crónicas de la conquista y los informes científicos sobre la fauna, la flora o los accidentes geográficos que dan en el siglo XVIII los naturalistas de las expediciones científicas que visitan las islas. Todos ellos constituyen un valioso legado testimonial que no sólo nos sirve para reconstruir e investigar el pasado de Canarias, sino también para comprender mejor nuestra identidad. Para la realización del presente trabajo nos hemos centrado en el estudio de las siguientes obras:

- Descripción de las Islas Canarias, de Leonardo Torriani (1592) - Descripción de las islas Canarias, de George Glas (1764) - Cinco años de estancia en las Islas Canarias, de René Verneau (1891) - Tenerife y sus seis satélites, de Olivia M. Stone (1889)

La obra de Torriani forma parte del comienzo de la historiografía canaria como tal, ya que con anterioridad al siglo XVI sólo existían las crónicas de la conquista, las cuales nos presentan a las poblaciones aborígenes desde un punto de vista eurocéntrico y sus objetivos van desde informar a los monarcas, hasta la magnificación de las gestas de la conquista, es la visión del vencedor. Glas forma parte de una larga lista de viajeros que, a lo largo del siglo XVIII, recalaron en el Archipiélago y plasmaron sus impresiones, producto de sus estancias. Se

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trata de todos aquellos curiosos que se aproximan a la realidad canaria de su época y que siempre se guardan de hacer un recorrido histórico, deteniéndose preferentemente en los antiguos pobladores, los guanches, ya que fundamentalmente en esta segunda mitad del siglo XVIII, la mayor parte de ellos vienen buscando descubrir los restos de aquellos, casi siempre vistos como “buenos salvajes”, ya que se interesan por la no degradación de las razas, de las culturas, de la idiosincrasia espiritual, de los pueblos y del medio ambiente en general, todo ello dentro del programa de conservación de la naturaleza.

En general, detectamos una serie de características comunes que se inscriben en la literatura de viajes de la época, como las narraciones en primera persona, la descripción pormenorizada del ambiente, la presentación paralela de viajes en el interior de las islas, la presentación de la narración en forma de diario personal con un diseño y una exposición cronológica de sus aventuras y la aspiración a verificar lo que se cuenta. Literariamente, encontramos semejanzas con el romance, como la exposición de episodios que no se hallan estrechamente relacionados entre sí, un cierto interés por relatar unas aventuras heroicas y la introducción de la tensión y de conceptos personales excesivamente idealizados.

Desde el punto de vista historiográfico, es destacable la interpolación de material antropológico, histórico y cultural, donde exponen los contactos entre culturas diferentes en unas condiciones específicas, con una preocupación por el estudio de grupos y etnias, sus creencias, sus instituciones y el funcionamiento de sus sociedades. También percibimos un creciente interés por el mundo vegetal y animal. Por otro lado, aunque estos autores no tienen una intención deliberada de engañar distorsionando la realidad, presentan fragmentos como reales, pero que, en realidad, responden a hechos imaginarios que ellos mismos suelen creer ciertos y, de este modo, incluyen mitos y leyendas.13

13 Juan Manuel Santana Pérez, Historiografía canaria sobre el Antiguo Régimen (1999)

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En el siglo XIX aparecen en Europa las primeras guías turísticas sobre Canarias, las cuales constituyeron no sólo una fuente informativa sobre el Archipiélago, sino también todo un reclamo turístico para muchos europeos.

A grandes rasgos, este tipo de literatura ha sido clasificada en dos vertientes: por una parte estarían los libros de viajes sobre Canarias que se centran en la perspectiva científica-naturalista como, por ejemplo, la del francés René Verneau. Y, por otra parte, estarían los libros de viajes sobre las islas que se centran en una mirada más colorista, literaria o paisajística para retratar la realidad insular, ofreciéndonos un punto de vista de Canarias y su mejora desde la perspectiva europea, aunque no siempre sea del agrado insular. Es el caso de los viajeros ingleses como Olivia Stone.

Esta última línea de la literatura de viajes es muy abundante en Canarias a través de numerosos escritos que se publicaban en la prensa o como relatos en sus libros de viajes donde describen las islas por motivos literarios, artísticos, científicos, médicos o simplemente turísticos. Toda esta literatura coincidía con la pasión por viajar y el gusto por lo exótico, heredero de los nuevos valores románticos, y que provocó, en parte, una creciente corriente viajera, favorecida por la moderna y revolucionaria navegación a vapor en la que Canarias estaba embarcada como punto estratégico dentro de las rutas.14

Creemos que las obras escogidas como objeto de estudio para el presente trabajo representan una buena muestra de la literatura de viajes que sobre Lanzarote ha tenido lugar, ofreciéndonos diversas perspectivas de la realidad isleña en diferentes momentos históricos, que abarcan desde el siglo XVI al XIX. Para una mayor información acerca de los autores de dichas obras, recomendamos la lectura de los anexos.

14 Jose Ramón Betancort Mesa, Viajeros europeos en Lanzarote (2001)

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2.- Lo que dijeron

2.1.- Acerca del clima y de los productos de la isla Sin duda, el clima es un elemento fundamental a tener en cuenta en el caso de Canarias, dado que es uno de los aspectos que más ha sorprendido, y sorprende, positivamente al viajero que se acerca a nuestras islas, constituyendo uno de sus principales atractivos. No en vano, Torriani se refiere en su obra a todos aquellos antiguos poetas, historiadores y geógrafos que, inducidos por la benignidad del cielo, habían hecho ya mención del archipiélago.

Torriani no duda en identificar estas islas con las antiguamente denominadas Afortunadas por la grandísima feracidad y abundancia de frutos, por la constancia del clima, por los vientos suaves y húmedos, y por la fuerza y templanza del aire; aquellas en las que los antiguos bárbaros creían que se encontraban los verdaderos Campos Elíseos, y a las cuales se refiere Homero, en su genial obra La Odisea, cuando, en boca de Proteo, vaticina la muerte de Agamenón: Los inmortales te enviarán a los Campos Elíseos, al extremo de la tierra, donde se halla el rubio Radamente. Allí se vive dichosamente; allí jamás hay nieve ni invierno largo, ni lluvia, sino que el océano manda siempre las brisas del Céfiro, de sonoro soplo, para dar a los hombres más frescura.

Vemos como ya entonces existía la creencia de que el privilegiado clima canario permitía que los nativos de estas islas tuvieran una larga vida. Torriani ratifica esta opinión cuando afirma que en la isla de Lanzarote los hombres viven mucho tiempo, sin notar enfermedades de cuidado, ni tener necesidad de médico para curarse. Sorprende observar como, casi dos siglos después, Glas afirma lo mismo, atribuyendo a los vientos del norte, que continuamente soplan sobre las islas, el hecho de que los habitantes vivan hasta una edad avanzada.

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Por el contrario, Verneau no se siente tan cautivado por los beneficios de un clima que, si bien tiene la ventaja de no tener gastos de calefacción durante el invierno, se tiene, en cambio, el disgusto de no poder salir a la calle durante ciertos días de verano. De hecho, sus intentos de desafiar a los rayos del sol le valieron importantes insolaciones. No obstante, reconoce que, incluso en la época de los calores más fuertes, se puede encontrar una temperatura relativamente agradable en las zonas medias. Algo más “sofocada” se muestra la señora Stone cuando exclama: ¡Qué horno tan ardiente y asfixiante debe ser este lugar en verano, cuando incluso hoy el sol de invierno es tan caluroso!

Otro de los aspectos de la naturaleza de Lanzarote que sorprende al viajero es la escasez de agua. Ya Plinio, como bien señala Torriani, conocía que en Lanzarote no hay más agua que la que llueve, y que ésta es muy poca. Torriani nos habla de cómo los lanzaroteños suplían esta escasez de manantiales con el agua de lluvia que, recogida en las maretas, era de una calidad excelente. Además, se refiere a la existencia de pozos de agua salubre y de mal sabor en Famara, el Rubicón y en Haría, la cual, en tiempos de escasez, daban al ganado. Por el contrario, Glas afirma que el agua del pozo de Famara tenía propiedades medicinales, considerándose excelente contra el prurito, y que era, asimismo, buena para beber, tanto para los hombres como para su ganado.

Verneau no duda en afirmar que si lloviera lo suficiente, Canarias sería rica. Se refiere a Lanzarote y Fuerteventura como las islas más afectadas por esta situación, destacando el período comprendido entre los años 1871 y 1879, durante los cuales no cayó en ellas ningún chaparrón. Además, nos hace partícipes de una realidad social marcada por esta escasez de agua, cuando nos relata cómo los lanzaroteños, agotada la provisión del preciado líquido, se veían obligados a emigrar a las islas centrales o a América, llevándose los animales, que morían de sed: he visto llegar a Tenerife a esos desgraciados, muriendo casi de inanición, llevando consigo a los animales que habían sobrevivido. Fue un espectáculo que difícilmente olvidaré.

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Curioso, cuando menos, debió resultarle al francés el hecho de que, encontrándose de visita en una casa de gente acomodada en Yaiza, un grifo fuera abierto en su honor como si de una de las maravillas del mundo se tratase: a la orden de “abran”, vi brotar, a mi lado, un pequeño surtidor de agua. La dama estaba radiante y, sin duda, juzgando que bajo los efectos de la sorpresa que me había dado no podría rehusar testimoniarle mi reconocimiento, se apresuró a presentarme un bonito y pequeño álbum, rogándome que dejara un autógrafo en recuerdo de mi visita.

También se refiere Stone al problema del agua en Lanzarote, señalando el año 1877-8 como el más desastroso al respecto y concretando en 8.000 el número de personas que se vieron obligadas a emigrar por esta causa. Al igual que Verneau, estaba convencida de que los lanzaroteños podrían ser ricos sin demasiados problemas si tuvieran agua, señalando la escasez de ésta como el mayor inconveniente para el progreso de la isla. Asimismo, nos relata como en esos años se formó una compañía con el propósito de perforar pozos en la isla en busca de agua, y como ésta acabo arruinándose tras muchos intentos en vano. Para Stone, el único plan posible era la construcción de una enorme red de estanques, pero la pobreza y la escasez de habitantes impide que se progrese demasiado.

En cuanto a los productos propios de la isla, Torriani destaca la gran fertilidad de las cenizas volcánicas, excelentes para el cultivo de cereales, fundamentalmente trigo y cebada, que eran vendidos a las demás islas, la España peninsular y Madeira. Asimismo, Lanzarote poseía abundancia de cabras, ovejas, cerdos, bueyes y camellos, e infinitas gallinas, conejos y pardelas. Las cabras y las ovejas, en ocasiones, eran dejadas en La Graciosa durante un tiempo, con el objetivo de que se multiplicaran, tras lo cual eran recogidas y vendidas en Tenerife o en Gran Canaria. La pardela, además de servir de alimento, era fuente de una gran cantidad de grasa, que se empleaba para diversos trabajos. Los lanzaroteños eran todos unos expertos en la caza de este animal, con la que hacían muy buen negocio. Asimismo, destaca Torriani la existencia en la isla de buenas razas de caballos berberiscos, así como muchísimos asnos, a muy buen precio.

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También Glas se refiere al cultivo de cereales y a su exportación, afirmando que de ésta dependía el sustento de otras islas, como era el caso de Tenerife o La Palma. Asimismo, destaca la abundancia de la orchilla, ingrediente usado para teñir, bien conocido por nuestros tintoreros en Londres, así como, la entonces reciente, producción de vino, la cual se había visto beneficiada por la mejora del suelo al respecto, consecuencia de las erupciones de 1730-36.

Las mujeres se dedicaban al cultivo de cereales

No obstante, el vino lanzaroteño no era del gusto del escocés, que lo define como flojo, pobre y tan acre que un extranjero no puede, al paladar, distinguirlo del vinagre. A pesar de ello, le confiere el mérito de ser muy sano. Mejor opinión que el vino le merece la gran variedad de peces de las costas lanzaroteñas, entre los que destaca el cherne, de mejor gusto que el bacalao de Terranova o del Mar del Norte, y el mero, de un gusto aún mejor que el anterior. También destaca la abundancia de mariscos en las rocas costeras, en particular las lapas, que los nativos comen.

El francés, al contrario que Glas, sabe apreciar las virtudes del vino lanzaroteño, especialmente del blanco, el cual le resulta muy agradable al gusto y que tiene además la ventaja de venderse muy barato. Le llama la atención el cultivo de la vid en el

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interior de los cráteres del norte de la isla y el paisaje agrícola de La Geria. Asimismo, destaca la abundancia de peces en las costas isleñas. Se refiere también a las aulagas, planta utilizada como combustible y para calentar los hornos de cal, así como al cultivo de la cochinilla en Guatiza. Le sorprenden a Stone los campos cubiertos de arena negra, con el objeto de retener mejor así la humedad, y los cultivos en terraza. Vemos como ya entonces la acción modeladora del campesino lanzaroteño, consecuencia de una ardua lucha con una naturaleza árida, constituye un importante atractivo para el visitante. Se refiere también la inglesa a la abundancia de palmeras e higueras en el valle de Haría, y al cultivo de la orchilla, principal fuente de ingresos de muchos de los habitantes. La cochinilla es entonces el cultivo principal, a pesar de que se ha visto seriamente afectada por los sustitutos químicos Los cultivos de La Geria cautivaban en la década de los ochenta del XIX. El cultivo de la ya a los visitantes barrilla, fuente de carbonato sódico y un más que rentable negocio para los isleños, sufrió el mismo golpe. A través del relato de Stone, sabemos de los infructuosos intentos de cultivo de tabaco, como respuesta a esta crisis económica. Vemos también cómo en este tiempo ya hay quien se percata del prometedor negocio que representa la pesca en la isla. Un cierto señor B, de nacionalidad americana, pretende en estos años establecer una factoría de atún en la isla. Sin embargo, parece que las dificultades que se plantean a los extranjeros para lograr una concesión son inmensas.

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El mar siempre fue generoso con los lanzaroteños 2.2.- Acerca de los antiguos habitantes El interés por los antiguos habitantes de las islas es una constante en los textos de estos viajeros, especialmente en el siglo XIX, cuando los europeos, imbuidos en las ideas de Rousseau, se interesan por la no degradación de la naturaleza y de las razas. Tal afición va a impulsar a estos visitantes a la búsqueda de restos arqueológicos en nuestras islas.

Torriani dedica cuatro capítulos de su escrito a los aborígenes canarios y la conquista de las islas por parte de los españoles. En cuanto al origen de los antiguos habitantes de las islas, se refiere a las múltiples versiones existentes hasta entonces, las cuales incluyen a Gomero y sus descendientes, el rey Juba y los numidas, los africanos, los cartagineses o los árabes. Con respecto a la descripción de los usos y costumbres de los aborígenes, incurre el autor en numerosos errores, como es el hecho de que indique la existencia de dos reinos distintos en Lanzarote. No obstante, se muestra bien informado en cuanto a sus hábitos alimenticios, vestimenta, tipos de vivienda y prácticas religiosas.

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Glas describe a los mahos como seres con un carácter muy humanitario, amistoso y alegre, y que les gustaba mucho cantar y bailar. Eran muy ágiles y se deleitaban enormemente dando brincos y saltos, lo que constituía una de sus diversiones principales. A Verneau el interés por los aborígenes le lleva a recorrer la geografía lanzaroteña en busca de restos de su cultura, así visita el antiguo poblado situado a medio camino entre Guatiza y Tahiche, las casas hondas, hornos de cerámica y aljibes en La Jenia o los restos sepulcrales de Femés. Asimismo, el francés no tiene ningún reparo en llevarse algún que otro interesante “souvenir”, como es el caso de fragmentos de vasijas o algún que otro cráneo. Tal era su afán por el hallazgo de estos restos arqueológicos que no faltaron los avistados lanzaroteños que trataron de engañarle al respecto, intentando “venderle gato por liebre”.

Y si interesados se encontraban estos autores por el pasado aborigen de las islas, aún más apasionada con el tema se muestra la señora Stone, la cual incluye en su libro una amplia, y muy precisa, descripción de la conquista de Lanzarote a manos de Jean de El trabajo de Verneau contribuyó enormemente a la Bethencourt y Gadifer de la clasificación de los restos óseos del Museo Canario de Las Palmas Salle, así como de la naturaleza de los mahos, a los cuales describe como una magnífica raza. Como muchos de sus contemporáneos, la señora Stone incurre en el mito del “buen salvaje” y, desde esta perspectiva, hará hincapié en las traiciones de los españoles, hecho que, al referirse a las invasiones por parte de los moros, la lleva a afirmar: de la misma manera que los españoles no cumplieron las promesas que les hicieron a los guanches una y otra vez, tampoco lo

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hicieron los moros con los descendientes de aquellos primeros invasores. ¿Quién podría afirmar que no se lo merecían?

Tanta es la preocupación por parte del matrimonio Stone con respecto a la conservación de los restos aborígenes, que el señor Stone dirigirá una carta al editor del diario The Times, con el propósito de dar la voz de alarma al respecto. Dicha carta se publicaría en el mencionado diario el 4 de enero de 1884 y en ella se llamaría la atención sobre la expoliación y el abandono que muchos de estos restos arqueológicos estaban sufriendo, en particular los cementerios de Agaete y La Isleta, en la isla de Gran Canaria: sólo harán falta unos pocos años más para que resulten destruidos los restantes montículos, diseminados los huesos, y para que desaparezca de la faz de la tierra este vestigio de la existencia de una antigua raza. […] ¿Por qué no puede el Gobierno Español prohibir terminantemente esta malintencionada destrucción de unos monumentos que no pertenecen realmente a ninguna raza o nación exclusivamente? Asimismo, y aunque no fuera el motivo de la carta, las palabras de Harris Stone son un auténtico reclamo para el turismo en las islas cuando afirma: durante estos últimos meses he estado viajando a través de estas islas y me he maravillado ante su magnífico paisaje, que ha hecho que casi todos los días fuesen una sorpresa y una satisfacción. Disfrutan de un clima más saludable, más seco y más tonificante que Madeira, y sólo necesitan ser más conocidas para que los ingleses las frecuenten asiduamente. Y vaticinaba el señor Stone: en un futuro cercano es muy probable, por varias razones, que este encantador archipiélago sea tan frecuentado como ahora está increíblemente olvidado. No se equivocaba.

2.3.- Acerca de los lanzaroteños y sus costumbres Afirma Torriani que en toda esta isla no hay más de mil almas, de las cuales 250 hombres de armas, con unos 40 de a caballo. La causa de que haya tan poca gente es que gran parte de ella se la llevaron cautiva los turcos y los moros, por tres veces en espacio de 16 años. Asegura que al menos las tres cuartas partes de la población son de ascendencia moruna, producto del gran número de esclavos moros que había traído a la isla el marqués Diego de Herrera.

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Describe a los lanzaroteños como gente muy delgada, de barba larga y cabeza afeitada, la tez aceitunada y muy buena y limpia dentición. Su alimentación parece basarse en carnes asadas y el consabido gofio. No obstante, son personas capaces de soportar grandísimos trabajos y cansancio. En cuanto al carácter de los isleños, Torriani dice de ellos que son muy afectuosos y cuidan muy bien a los que alojan.

No tan halagador se muestra Glas con los nativos de Lanzarote a los que describe de la siguiente forma: son, en general, de gran estatura, robustos, fuertes y muy morenos. Por los habitantes del resto de las Islas Canarias son considerados rudos y toscos en sus maneras: creo que esto es cierto; pues por lo que he tenido oportunidad de observar en ellos, parecen avaros, rústicos e ignorantes, especialmente los de Lanzarote. Nunca hablan, ni entienden otro idioma que el castellano, el cual lo pronuncian de manera bárbara. Se visten de mala forma, y según la moda moderna española. Con respecto a su dieta, nos habla del gofio, que se come en forma de masa, y añade: esta sencilla dieta no exige ni cucharas, ni cuchillos, ni tenedores.

Como puede verse los argumentos de Glas no tienen desperdicio, es éste un buen ejemplo de crítica subjetiva y totalmente fuera de contexto, cuando se olvida el autor de comentar cuál era la situación real de la sociedad canaria de la época, atribuyendo la ignorancia y desconfianza de los lanzaroteños, su desconocimiento de otros idiomas e inapropiado atuendo, y su falta de cubiertos en la mesa, a una cuestión casi genética y no de carácter institucional, donde el caciquismo, en su más desgarradora versión, estaba presente.

Verneau aprecia en la población canaria un gran nivel de mestizaje, aunque a pesar de todo, los habitantes actuales se consideran hidalgos puros. ¿No son católicos fervientes? ¿No hablan todos español? Sin embargo, usted dejaría completamente incrédulos a toda esta gente de talla alta, cráneo largo, semblante ancho y bajo, con los ojos azules, completamente rasgados de través pero poco abiertos, con los pómulos apartados, una nariz y una boca mal diseñadas, si les dijera que tiene sangre guanche en sus venas.

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Describe la vestimenta como muy somera, lo cual no deja de resultar lógico si pensamos en el clima característico de la isla, basándose, en el caso de los hombres, en una camisa, unos calzones, la faja, un chaleco sin mangas, zapatos de piel de cabra, denominados mahos, y un sombrero de fieltro. El vestido antiguo de las mujeres se diferenciaba poco del de la época. Las mangas de la camisa sólo llegaban hasta el codo y, en lugar de la blusa que llevaban ahora, usaban un corsé muy abierto por delante. Parece apenar al francés el que se estuviera perdiendo la vestimenta antigua, haciendo alusión a que la gente joven quiere vestir a la europea, como los habitantes de Arrecife. Además, ahora los vestidos se hacen con telas importadas de Europa, a excepción de los sombreros y el calzado que continúan fabricándose en las islas. Y es que parece ser que los botines europeos constituían para los nativos un verdadero instrumento de suplicio.

Stone también observa que los nativos prefieren calzar sandalias de cuero, con sencillas tiras cruzadas sobre el pie, pero su ojo femenino detecta una mayor variedad de vestidos. Así, los hay que visten camisola corta de hilo blanco y polainas, otros lucen abrigo negro y camisa blanca y otros telas escocesas de color rojo intenso. Le llaman la atención los enormes sombreros de paja de ala ancha con los que la gente se protege del sol. Con respecto a su físico, para ella todos tienen el mismo tipo de rostro redondo y con pelo corto y, en general, bastante corriente, con esas narices de las que suele decirse que no tienen forma definida, ni siquiera respingonas, y cejas pobladas. Sus cuerpos son más bien pequeños, pero robustos y macizos. Asimismo, las mujeres no son bonitas y los hombres tienen el cuello demasiado corto para su gusto.

Con respecto a los hábitos sociales de los lanzaroteños, Glas diferencia dos clases sociales: la gente rica y los campesinos, cuya diferencia le parece consistir exclusivamente en no trabajar o en cabalgar una corta distancia montado en burro, atendido por un sirviente harapiento, en vez de ir a pie. Y tan en serio lo llevan a cabo que relata el autor cómo en una ocasión un caballero isleño, al llegar a un lugar de difícil acceso de no ser a pie, no quiso desmontar de su burro aún a riesgo de que peligrara su integridad física: tan temerosas son aquellas gentes de rebajarse al usar sus piernas.

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Además, le llama la atención que esta gente rica no tenga, en su opinión, la menor curiosidad por viajar y ver mundo, siendo muy contraria a dejar su país. Asimismo, le sorprende el desconocimiento de muchos aspectos del exterior, como constata el hecho de que le pregunten si Inglaterra y Francia están en la misma isla, o si están en islas diferentes; me hicieron un montón de curiosas preguntas sobre Inglaterra y España, estando tan poco enterados acerca de la última como de la primera.

Una vez más, Glas parece obviar la situación de aislamiento que sufría la isla por parte del Gobierno español a la hora de regalarnos una de sus mordaces críticas. Aislamiento que, por otra parte, sufría también por parte de las islas centrales, hecho que se trasluce del comentario de la señora Stone, refiriéndose a los nativos de Gran Canaria: desprecian todo lo relacionado con estas islas orientales, considerándolas pobres y sin esperanza y casi excluidas del alcance de la civilización. ¿Puede surgir algo bueno de Lanzarote? No piensa así ella cuando afirma: y, sin embargo, me atrevería a decir que las Purpurias (Lanzarote y Fuerteventura) son una parte muy integral de la provincia.

Y es que Glas no parece haber sido de los viajeros que mejor se adaptaron a las costumbres isleñas, hecho que le valió los reproches de su guía cuando se negó a contestar a las personas que le saludaban con un “Ave María” con el acostumbrado: “Sin pecado concebida”. En su intento de evitar una discusión por tal motivo argumentó que sería ridículo seguir una costumbre española solamente, al no poder seguirlas todas. Seguramente, esta costumbre le parecería al escocés una prueba más del fanatismo religioso que imperaba entonces en Canarias, hecho que se refleja en el episodio que tiene lugar en la residencia del Gobernador en La Oliva, Fuerteventura, cuando, al averiguar que no era católico, le espetaron: ¿es posible, Señor, que una persona de su discreción y buen entendimiento pueda tener alguna justa razón para no pertenecer a nuestra muy santa religión?

Y, como estas, muchas más historias que el autor justifica advirtiendo: estas historias pueden parecer muy fútiles y que no vienen al caso para el lector; pero las refiero para dar alguna idea de la manera de ser de estas gentes. Cuando preguntamos

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el precio de cualquier cosa, por ejemplo, ovejas, aves, o cerdos, su respuesta más corriente suele ser la que sigue: “Para la gente del país, las vendemos a tal precio; pero para los extranjeros no podemos venderlas por debajo de tal otro.” Esto basta para mostrar su poco hospitalaria y brutal disposición.

Tal es el juicio que le merecen a Glas los lanzaroteños. Parece como si de otras personas se trataran aquellas que inspiran a Stone las palabras aunque la naturaleza tiene un aspecto poco hospitalario, sus hijos compensan su falta de generosidad. Las gentes de Lanzarote son muy atentas y corteses y, tanto los ricos como los pobres, sólo tienen pensamientos hospitalarios, o aquellas otras: ¡qué desgraciada, despoblada e indigente es Lanzarote pero, también, qué amable! No existe ninguna entre todas las siete islas por la que sienta más cariño. Algo similar le ocurre a Verneau, a quien la cortesía lanzaroteña parece incluso sobrepasar cuando afirma: en todo momento fui recibido con esa amabilidad que caracteriza a los insulares. “Mi casa está a su disposicón”, dice uno; “Todo lo que está aquí le pertenece”, dice otro; “Sólo tiene que decírmelo”, dice un tercero, etc. Por todas partes la cortesía española llevada al máximo. Una señora entra; usted preguntará si es la dueña de la casa y recibirá respuestas que le dejarán estupefacto: “Sí, señor, está a sus órdenes”, o “Está a su servicio”, y otras por el estilo. Ante tal abismo de diferencia entre las palabras de Glas y las de los otros autores, dejamos que el lector haga su propio juicio de valor.

El mismo fervor religioso que observara Glas lo constata Verneau en las mujeres y niños que se acercan al cura en la calle para pedirle su bendición, y es que el prestigio de la sotana es muy grande en estas islas. También están presentes las supersticiones, puesto que los canarios creían en los brujos, en las apariciones y en las hadas, todas ellas encarnaciones del diablo que muchos afirmaban haber visto. Para ahuyentarlas bastaba con trazar en el aire una cruz con un cuchillo que se clavaba después en tierra.

Pero ni religión ni superstición vencen el ánimo parrandero del lanzaroteño, como bien pudo comprobar el francés. Y es que era costumbre de los canarios que la noche de los sábados, armados con guitarras, recorrieran las calles, parando delante de la casa de

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la chica que cortejaran y dándole una serenata. Verneau tuvo la “suerte” de contemplar una muy de cerca y, aunque en un principio disfrutó mucho del espectáculo, reconociendo el virtuosismo de los lanzaroteños frente a los de otras islas, pasadas las horas, de muy buena gana hubiera ahuyentado al enamorado, que no lo dejó dormir en toda la noche, de no ser porque fue incapaz de abrir su ventana.

Y qué decir del carnaval, la gran fiesta de Lanzarote, durante los tres días que duraba la celebración resultaba imposible encontrar un hombre disponible para el trabajo. Verneau lo describe con todo lujo de detalles: durante el carnaval, las calles de Arrecife presentan una animación que no hubiese sospechado viendo el silencio de muerte que allí reinaba unas semanas antes. Durante todo el día circulan grupos de mujeres y hombres disfrazados. El vestuario que se usa en estas mascaradas es el de los campesinos, que ya solamente llevan unos pocos viejos. Una careta de cartón completa el atavío. Los que no pueden permitirse el lujo de este disfraz se limitan, como lo hizo mi criado, a ponerse un pañuelo sobre el hombro o a llevar el cinturón al pecho. A la cabeza de cada grupo va gente de ambos sexos tocando la guitarra y cantando. El resto lo acompaña también cantando y provistos de unas vejigas de pescado enormes con las que golpean a todos aquellos que encuentran. A cada momento entran en las casas y se ponen a bailar hasta que se les haya servido un vaso de vino o de aguardiente. Desgraciado de aquel que rehúse aceptar esta costumbre. Enseguida asaltarían su casa. […] No es solamente el pueblo quien se divierte así. La gente de más alta situación no se avergüenza de entregarse a verdaderas orgías.

2.4.- Acerca del paisaje El paisaje es quizás el elemento más significativo del atractivo lanzaroteño, el que le confiere una identidad propia. Desde los primeros relatos de estos intrépidos viajeros que se acercaron a “la isla olvidada”, las descripciones de su particular paisaje han estado presentes siendo, en muchas ocasiones, realmente sugerentes y atractivas por sí mismas.

Ya lo dice la señora Stone, el paisaje de Lanzarote es novedoso y totalmente diferente al de cualquiera de las otras islas. Un paisaje que le lleva a reconocer en estas

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islas a aquellas las afortunadas cuando contempla la costa sur de Lanzarote: el paisaje posee una belleza exquisita. Hay acantilados basálticos a ambos lados, y una playa plateada, frente a un risco de arena, que forma el tercero. El mar es de un azul intenso y sobre sus aguas rizadas, dentro de la bahía, flotan aves marinas de blanco plumaje y un bote. El cielo sobre nuestras cabezas es azul; el sol brilla. En verdad hemos llegado a las Islas Afortunadas. Sin duda, descripciones como éstas constituirían un auténtico reclamo turístico para los lectores de la época.

Tan cautivada se muestra la inglesa por la belleza del paisaje lanzaroteño que, al contemplar el acantilado desde el risco de Famara, da rienda suelta a la poesía.

Contemplando el atardecer desde una gran altura, que domina unas olas tan azules, un cielo tan sereno, que el que allí ha estado en dicha hora se demorará pensativo en aquel lugar sagrado, para después arrancarse lentamente de la encantadora escena, deseando con un suspiro que aquel hubiera sido su destino, para luego volverse y odiar un mundo que casi había olvidado.

Olivia Stone En esta imagen del siglo XIX se ve la isla de La Graciosa desde el mirador de El Risco

Verneau coincide con Stone en sus impresiones sobre este aspecto. A ambos les llama poderosamente la atención el árido paisaje lanzaroteño, sus inmensas llanuras salpicadas de volcanes y molinos de viento, sus campos despoblados de árboles, su mutismo. Y es que en Lanzarote reina entonces la soledad, el silencio: todo se esconde en Lanzarote. Los habitantes en sus casas, los coches en sus cocheras y los árboles en grandes agujeros. Los viajeros se mueven silenciosamente a través de este majestuoso paisaje, el camello es siempre silencioso y los hombres, que calzan su característico calzado de cuero, también caminan silenciosamente. Nada osa romper el encantamiento.

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Por otro lado, el paisaje de Lanzarote no está exento de exotismo para los foráneos. Como bien pudo comprobar Stone, Lanzarote era una isla llena de curiosidades donde de un momento a otro iban a encontrarse con algún elemento peculiar. Yaiza y su paisaje volcánico –tremendo, infernal y sugerente- provocan en la señora Stone dramáticos pensamientos: el silencio es agobiante y terrible. Nada se mueve; no hay ni siquiera una ramita que nos indique de dónde sopla el viento; sólo aridez y desolación. Dos cuervos negros aparecen repentinamente y, cuando nos sobrevuelan, puedo oír el suave roce de sus alas por encima de nuestras cabezas. Parecen aves de rapiña aguardando a que la muerte les llegue a estos intrusos imprudentes que han penetrado en estos terribles páramos. Todo parece estar impregnado de este exotismo, incluso la ciudad de Arrecife con su aire oriental, las casas bajas, con azoteas, las calles desiguales y estrechas, los dromedarios, el silencio que reina, todo recuerda a las ciudades del litoral de Marruecos. Una ciudad en la que, en opinión de la señora Stone, uno puede pasar toda la vida, dejando que el tiempo corra y que los años se sucedan uno al otro, hasta que uno se levante para darse cuenta que la juventud ya se ha ido, que el cabello se ha vuelto cano y que, sin embargo, nada ha sucedido en el tiempo.

2.5.- Acerca del viaje

No puede negársele a estos intrépidos aventureros el mérito de haber viajado por Lanzarote cuando apenas existía en la isla lo que hoy conocemos como infraestructura turística. En tiempos de Glas, el único medio de transporte disponible era el burro, y el alojamiento debía ser en las casas de los nativos, aconsejando el autor alojarse en casa de un cura, porque el clero allí está en mejores condiciones para proporcionar alojamiento, provisiones y conversación que los campesinos o la gente acomodada.

El trato casi exclusivo con las clases sociales privilegiadas era muy común en la época, y estos viajeros no emprendían viaje alguno sin haberse provisto con anterioridad de las oportunas cartas de recomendación. Así pues, Glas, nada más pisar Lanzarote, se dirige al Gobernador para comunicarle su llegada a la isla. Para Verneau, el cura y el

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alcalde eran los dos personajes de todos los pueblos canarios, de modo que siempre se cuidaba de proveerse de cartas de recomendación para cada uno, esperando ser recibido bien en una casa o en otra. El matrimonio Stone tuvo el privilegio de ser atendido por el entonces vicecónsul inglés: el Sr. Topham.

Lejos de las rutas tradicionales, Lanzarote no se presentaba como un destino de fácil acceso. Verneau se quejaba de que hasta 1888, para ir de una isla a otra, había que embarcarse en unas malas goletas, que hacían de estos viajes penosas y largas travesías en tiempos de calma. No obstante, en estos años existía ya un servicio de correos interinsulares bien organizado que utilizaba buques a vapor. Era posible viajar desde Las Palmas a Arrecife en el vapor Verité por un precio de 60 pesetas. Poner el pie en el puerto de Arrecife implicaba el pago de una peseta en concepto de tasa. Entonces, la ciudad más importante de Lanzarote tenía cerca de 3.000 habitantes, algunas calles estrechas, otra larga, mal pavimentada,

El viaje a la isla se realizaba a bordo de los barcos de la época en la que se encuentran los principales comercios, una iglesia y dos casinos, de los que uno es demasiado bueno para esta isla, y esto es todo.

Una fila de camellos, tumbados a lo largo del camino que discurre a través del Puente de las Bolas, esperan pacientes al viajero con ganas de hacer una excursión por los alrededores. Aunque, a juzgar por los comentarios de Verneau, los obligatorios senderos, denominados caminos reales, dejaban bastante que desear: yendo por ellos se corre el riesgo de romperse el cuello, y cualquiera se puede sentir contento cuando no se rompe sino una pierna, tal y como le sucedió a la señora Verneau.

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A lo largo de los 36 kilómetros de carreteras que existían entonces en Lanzarote sólo se veía circular un coche, perteneciente a varios propietarios, aunque se afirmaba que existían otros dos en la isla. De este modo, a los viajeros que se aventuraban en el interior no les quedaba más remedio que alquilar un camello. En el tiempo en que Olivia Stone se encontraba en la isla, el alquiler de uno de estos animales, por espacio de tres días, suponía un coste de 15 pesetas. Por otro lado, esta experiencia podía resultar emocionante para muchos, este fue el caso de la señora Stone, que afirmó que nunca olvidaría la primera vez que montó sobre un camello. Tanto llegó a aficionarse a este medio de transporte, que no se bajaría de él ni para comer.

Generalmente, junto con el camello, se “contrataban” los servicios de un nativo que hacía las veces de guía, además de ocuparse del cuidado del animal. Esto podía suponer otra aventura, pues no faltaban los pícaros. No mucha suerte al respecto tuvo Verneau, quien tuvo que cambiar de guía en varias ocasiones. En su primer intento, tras quedar con el hombre para el día siguiente, tuvo que esperarle en vano durante horas porque éste se había embriagado la noche anterior. En la siguiente ocasión no le fue Los viajes en el interior se mucho mejor, el nuevo guía le había sido recomendado realizaban a lomos de un camello de una manera muy especial: es un perdido, un bandido capaz de dar una cuchillada al primero que llegue, pero no tiene miedo a nada y conoce todas las sepulturas de los antiguos habitantes. Y el hombre hizo honor a su fama, aprovechando la primera oportunidad para apropiarse de todas las provisiones de Verneau y hacerse el generoso con los habitantes del pueblo a costa del francés.

A pesar de estos inconvenientes, muchos fueron los lugares a los que llegaron estos viajeros. Entre los más visitados se encontraba la antigua capital de San Miguel de Teguise, en cuya iglesia se conservaba una imagen de la muy venerada Virgen de los Dolores. Más adelante, siguiendo hacia el norte, podía accederse a la ermita de Nuestra

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Señora de las Nieves, de la que se decía que una noche dejó su emplazamiento para salvar a la tripulación de un barco que había naufragado.

A unos 25 kilómetros de este lugar se encuentra Haría, un verdadero oasis en el paisaje lanzaroteño, con su Cueva de los Verdes. En ella se refugiaban los primeros habitantes de Lanzarote en caso de invasión. A una media hora de Haría está El Risco, desde donde podía contemplarse La Graciosa. Otra de las visitas obligadas eran las Montañas del Fuego, donde la demostración consistente en endurecer un huevo colocándolo unos minutos a 20 centímetros bajo tierra ya hacía las delicias de los visitantes.

Los animales de carga transportaban a los viajeros por las difíciles rutas

Si, por el contrario, el viajero prefería permanecer en Arrecife, podía alojarse en la única fonda de la ciudad, propiedad de Félix Fumagallo. Disponía ésta de ocho camas y su dueño cobraba la cantidad de tres chelines por día en régimen de pensión completa,

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con vino incluido. Una auténtica ganga. A Stone le resultó pequeña, aunque limpia y bastante cómoda. Además la comida era buena. También le llamó la atención a Verneau la limpieza, sorprendiéndose de no encontrar en ella chinches ni mosquitos, al parecer clientes obligados en casi todas las fondas canarias. No obstante, en opinión del francés, la fonda de Fumagallo dejaba mucho que desear, aunque hace constar que lo que le faltaba no era voluntad, eran los medios.

A pesar de todo, en estos años, a tenor de las palabras de la señora Stone, muy pocos visitantes vienen a Lanzarote, en su opinión, porque se le considera lejos del alcance de toda civilización. Además, algunas personas han visto Arrecife y, creyendo que con esto han visto toda la isla, la han incluido en algunas descripciones muy pobres e incorrectas. Afortunadamente, existían viajeros que, como ella, no quisieron abandonar el archipiélago sin juzgar por sí mismos si valía la pena visitar un lugar tan repleto de interés histórico.

Y así nació la imagen de Lanzarote

1.- La invención de Lanzarote por la literatura de viajes A causa de su visión sesgada o deformada, los viajeros del siglo XIX contribuyeron ampliamente con la difusión de sus obras, a “inventar” la imagen de Lanzarote. Estos viajeros introdujeron a Lanzarote en el mercado literario y más tarde en el turístico.

El desinterés de estos autores por las realidades presentes es evidente en sus obras. Sus escritos se centran en la descripción de un paisaje idealizado y cuando se trata de describir las costumbres de la sociedad lanzaroteña prefieren dedicarse a los mitos más o menos legendarios del pasado más que a tratar de comprender la realidad social del momento. En la imagen que transmiten los textos de estos viajeros destaca el carácter mítico y legendario del origen y del pasado de las islas, lo llamativo de su flora, la bondad y la salubridad de su clima y aguas, el carácter rural, atrasado y hospitalario de su población, el pasado legendario de su cultura aborigen y el aire oriental de su paisaje.

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Asimismo, el paisaje que estos viajeros describen en sus obras no es más que un paradigma de paisaje, el del Edén-Paraíso, así como el del Jardín de las Hespérides. El brillo de la luz, la suavidad del clima, el frescor del mar, etc. van a despertar en la mente de estos viajeros imágenes asociadas a ese Edén-Paraíso, quedando a partir de ese momento establecida la ambigüedad del paisaje lanzaroteño: éste tiene que sugerir más cosas de las que dice, tiene que esforzarse en evocar un tiempo que a menudo es el del mito, y un espacio que ha de ser ante todo centro de manifestaciones afortunadas de la naturaleza.

Para entender este fenómeno hay que tener en cuenta que el viajero del siglo XIX, el de la época romántica, parte en pos de nuevos horizontes, o sea de nuevos paisajes. Pero la visión de la isla que capta este viajero viene condicionada ya no sólo por su universo de referencias culturales y personales, sino por el objeto de la visita en sí. El viajero romántico da forma en parte a los paisajes que ha visto o ha creído ver. En efecto, los paisajes vistos por los románticos son con frecuencia una falsa transparencia, basta con comprobar las múltiples contradicciones que se dan en los escritos de los autores coetáneos. Y es que la emoción individual, la búsqueda ansiosa de un “yo” se disemina sutilmente en los componentes del paisaje y lo anima con una vida, fiel reflejo de las preocupaciones del autor.15 La literatura difunde eficazmente un modelo de paisaje en cuanto consigue vincular las descripciones de éste a una situación clave. Se trata de un sutil juego de connotaciones, no siempre controlables, que consiguen despertar en el lector una serie de potentes imágenes. Algunas líneas sobre el paisaje lanzaroteño, y el lector se encuentra frente a frente con los majestuosos volcanes, el silencio que todo lo invade, los campos desiertos, el sol implacable, el cielo azul y las olas plateadas.

Se dice que el paisaje español fue “inventado” por los hombres de la “generación del 98” que aprendieron a “ver” Castilla como el paisaje de la identidad del alma española. Del mismo modo creemos que fueron los viajeros del siglo XIX a través de

15 Marie-Rose Corredor-Guinard, Literatura y difusión de los modelos de paisaje mediterráneo (1992)

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sus escritos los que “inventaron” una nueva Lanzarote, los que aprendieron a “ver” lo que antes sólo era naturaleza informe, abandonada libremente a lo imaginario. De este modo, divulgaron una imagen de una Lanzarote muy idealizada, lejana y orientalizante. Se trata de una imagen profundamente literaria: una imagen romántica, portadora de mitos. Y es esta Lanzarote simbólica y turística, parcialmente recuperada por los lanzaroteños mismos, la que ha perdurado hasta nuestros días.

Está demostrado que antes de existir realmente como paisaje turístico, un espacio debe ser primero reconocido, representado e imaginado como tal y después difundido entre un público cada vez más amplio que va a consagrarlo, incluso a sacralizarlo y a hacer de él un arquetipo.16 Los viajeros en la Lanzarote del siglo XIX desempeñaron a la perfección este papel primordial en la invención de un paisaje idealizado y estereotipado que se ha impuesto hasta nuestros días. Un paisaje que se escenifica y se representa, contribuyendo así al cambio que atrae al turista. 2.- Lancelot, 28º-7º y la visión de César Manrique La música que salve a un pueblo, a un astro o a una isla, no será nunca música de esta clase. Sino música integral. Sino la creación de una mitología. De un clima poético donde cada pedazo de pueblo, astro o isla, pueda sentarse a repasar heroicidades. Sino aquella literatura que imponga su módulo vivo sobre la tierra inédita. No ha sido de otro modo cómo el mundo ha visto, durante siglos, la India que creó Camoens; o la Grecia que fabricó Homero; o la Roma que hizo Virgilio; o la América que edificó Ercilla; o la España que inventaron nuestros romances viejos.

Una tierra sin tradición fuerte, sin atmósfera poética, sufre la amenaza de un difumino fatal. Es como esas palabras de significación anémica, insustanciales, que llevan en su equipaje pobre –e inexpresivo- las raíces de su desaparición.

Lo que yo he buscado realizar, sobre todo, ha sido esto: un mundo poético; una mitología conductora. Mi intento es el de crear un Lanzarote nuevo. Un Lanzarote inventado por mí. Siguiendo la tradición más ancha de la literatura universal Agustín Espinosa: Lancelot, 28º-7º

16 Francis Fourneau, Viajeros en Andalucía y representaciones turísticas de un cierto paisaje mediterráneo (1992)

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Una tierra sin tradición fuerte, sin atmósfera poética, sufre la amenaza de un difuminio fatal. Conocía bien Agustín Espinosa el poder de las letras. Por este motivo creó su genial obra Lancelot, 28º-7º. Pretendía con ello salvar a Lanzarote, librarla del acecho de la muerte. Se proponía inmortalizar a la isla a través de la literatura. Y para llevar a cabo esta titánica empresa se valió de la ayuda de dioses y de héroes míticos como Lancelot. El poeta fue sin duda uno de los primeros “inventores” de Lanzarote y su obra tendría una fuerte influencia en César Manrique.

Manrique se apoyó en la obra de Espinosa para plasmar la Lanzarote de sus sueños. En este sentido, se hermanó con el poeta y siguió su doctrina. Por el contrario Manrique no inventó un héroe mítico, sino que se basó en lo que la isla poseía: su paisaje. El paisaje de Lanzarote fue el héroe de Manrique. El artista lanzaroteño se mostró especialmente interesado en la preservación de la arquitectura popular y la creación de una conciencia de cuidado del entorno. Para ello, pidió la colaboración de sus paisanos, haciendo que éstos tomaran conciencia de su memoria, de su tradición. Los consejos de Manrique fueron escuchados y puestos en práctica: había nacido Lanzarote…o, mejor dicho, la marca Lanzarote. Desde entonces la obra espacial integrada en la naturaleza y los valores de la misma han sido las imágenes que se han proyectado desde la isla para acceder a una posición de privilegio en los esquemas de gustos y preferencias de quienes hacen turismo […] La marca Lanzarote es, en realidad, la simbiosis entre la acción de los volcanes, la naturaleza, la intervención histórica de los seres humanos sobre el medio físico y El artista César Manrique natural y la labor sintetizadora y creadora de Manrique, que proyectan, como si de una sola se tratase, tanto la identidad del territorio como la de la propia comunidad lanzaroteña.17

17 Antonio Félix Martín Hormiga y Mario Alberto Perdomo, José Ramírez y César Manrique: El Cabildo y Lanzarote Una isla como tema (1995)

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Pero cabe plantearse, ¿es la Lanzarote de Manrique una Lanzarote “auténtica”? Creemos que no. La mirada de Manrique, al igual que la de los viajeros ingleses del siglo XIX, está contagiada de sus propias imágenes idealizadas. “Fueron los recuerdos edénicos de su niñez los que forjaron en él el sueño de la isla futura. Las playas dejaron de ser las playas en sí para convertirse en la de los recuerdos de la Caleta de Famara, imágenes de una infancia divertida donde la observación del entorno era una asignatura obligatoria: marineros, embarcaciones, peces, útiles de pesca… quedaron para siempre grabados en su mente y en sus cuadernos de dibujos”.18

Manrique soñó con una Lanzarote y se propuso darle vida. El artista supo sacar partido a cada rincón de la isla, imaginó el mejor lugar para cada cosa, pasó su mano sobre cada pedazo de tierra que, tras su contacto, se transformaba en recurso. Creó una nueva y poderosa imagen de la isla y consiguió que sus habitantes se identificaran con ella, que la hicieran suya, ayudando a Manrique a alcanzar su sueño, ahora de todos. El resultado es ese gran “parque temático” que Lanzarote representa: su mayor obra de arte. 3.- Cultura e imagen

Como hemos visto, los destinos turísticos se identifican con una determinada imagen que los representa. Esta imagen generada por la actividad turística -literatura de viajes, interacción turista-nativo- no sólo se proyecta hacia el exterior, sino que también lo hace hacia el interior, pudiendo llegar a ser asumida por la población local como identitaria.

La interiorización de la nueva imagen por parte de los locales causa, cuando menos, modificaciones culturales a corto plazo. Cuando los anfitriones han de asumir en la vida diaria los patrones de imagen creados por otros y apoyados por aparentes resultados positivos, al menos en lo económico, éstos son legitimados y tomados por válidos, socializando a las nuevas generaciones con esos nuevos valores. En el peor de los casos

18 Antonio Félix Martín Hormiga, Lanzarote antes de César (1995)

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los actores-anfitriones comienzan a tomar su pasado e incluso su cotidianidad como parte del espectáculo, pudiendo convertirse en caricaturas de sí mismos.19

Con la irrupción del turismo se dan valores nuevos a objetos y rituales, y renacen historias, cuentos y leyendas. Así pasó también con Lanzarote. El lanzaroteño comenzó a “ver” a través de los ojos del turista y aprendió a mirar para ver belleza donde antes sólo veía desolación. La población comenzó a valorar su espacio vital, la forma cómo había encarado históricamente la vida en un territorio adverso y hostil, los restos de una cultura aborigen antes despreciada en pos de un fanatismo religioso. Su cultura era ahora reconocida y ensalzada, y ellos aprendían a valorar aspectos hasta entonces despreciados o ignorados.

Sin embargo, a la par que los lanzaroteños se acercaban a la mirada de “los otros” comenzaban a caer en su trampa. Comenzaron a creer como ciertos los elementos imaginarios o fantásticos, y las fórmulas ideadas y ensalzadas por “los otros”. Las creyeron propias, señas de su identidad. Hasta entonces no habían sido conscientes de una identidad cultural propia, así que asumieron la impuesta desde fuera. ¿Cuántos de los elementos que consideramos parte de nuestro patrimonio cultural lo son realmente? Es difícil saberlo.

Sin duda, son muchos los elementos de “nuestro patrimonio” que han podido ser conservados gracias al fenómeno turístico. Éstos han sido conservados, mantenidos o reinventados fundamentalmente por y para el turista. No obstante, el turismo ha actuado como una fuerza externa, que “fosilizara” las prácticas de los locales, transformando la realidad isleña en una “cosa”, en una imagen fija de sí misma; en un objeto de museo, en suma.

Los lanzaroteños se encuentran presos de una dominación simbólica bajo la cual sólo son “auténticos” cuando son como los turistas los imaginan. Sin embargo, los isleños han continuado avanzando y han llegado a un punto en el que se aproximan a

19 Agustín Santana, Antropología y turismo: nuevas hordas, viejas culturas (1997)

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“su patrimonio” desde fuera, desde la perspectiva del turista. La imagen arcaica, anclada en el pasado, que de sí mismos venden a los turistas es también extraña para ellos. Pero están condenados a representar eternamente el mismo papel de sí mismos, pues hay que continuar siendo exóticos para “los otros”.

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Anexos

Anexo 1: Leonardo Torriani Leonardo Torriani nació en Cremona (Milán) alrededor del año 1560. Felipe II lo hizo venir a España en 1583 debido a sus habilidades como ingeniero militar. Al año siguiente, Torriani fue enviado a la isla de La Palma para estudiar, planear y construir las fortificaciones necesarias. Allí dirigió la construcción del muelle de la capital isleña. Tras regresar a la Corte, en 1586, vuelve a ser enviado a Canarias con el encargo de informar sobre las fortificaciones del Archipiélago.

En 1588 llega a la isla de Lanzarote. Torriani planea las reformas para aumentar la defensa en Arrecife. A él se debe la finalización de las obras acometidas en el Castillo de San Gabriel El proyecto consistía en construir un camino empedrado, amurallado a ambos lados, con tres cañoneras y sus portalones de fuga, a fin de enlazar la fortaleza con el islote del Muelle de Herrera, y desde éste, mediante un puente levadizo, con la inmediata orilla del Arrecife. El proyecto original de Torriani consistía en algunas otras obras que finalmente no se llevaron a cabo. Asimismo, reforzó la estructura de la fortaleza del Castillo de Guanapay, dándole un carácter marcadamente defensivo a la construcción, dotándola de aspilleras, escarpes y taludes

Torriani permaneció en Canarias hasta 1593, dejando escrita su Descripción e Historia del reino de las Islas Canarias, obra donde recoge las impresiones de su estancia insular de casi seis años

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Anexo 2: George Glas

Marinero escocés, hijo de John Glas “el divino”, nacido en Dundee, en 1725. Fue puesto al mando de un barco que recorría las rutas comerciales entre Brasil, el noroeste de África y las Islas Canarias. Los regidores y autoridades insulares y, en especial el gobierno de España, no veían con buenos ojos la intromisión de extranjeros en los negocios comerciales y pesqueros en los territorios de la costa africana próxima a Canarias, sobre los que se creían con derechos. La presencia del aventurero escocés, en la segunda mitad del siglo XVIII, en Puerto Cansado, suponía para España una amenaza para sus pretensiones territoriales en aquella zona.

Glas, que conocía muy bien toda la costa atlántica desde el sur de Marruecos hasta el Senegal, decidió que la amplia bahía de Puerto Cansado era el punto ideal, por su cercanía a las islas Canarias orientales, para establecer allí una factoría pesquera comercial, a la que bautizó como Port Hillsborough. Al igual que hizo en El Río, el brazo de mar que separa La Graciosa de Lanzarote, Glas realizó un minucioso sondeo batimétrico de la bahía de Puerto Cansado, plasmándolo en un detallado plano de toda la zona, en el que figura la situación de la torre de Santa Cruz de la Mar Pequeña. Tras vencer no pocas dificultades, pues prácticamente era visto por las autoridades españolas como un espía, consiguió construir, con mano de obra canaria, su Port Hillsborough.

Entre tanto, enterados en Madrid de las intenciones de Glas, y creyendo que perjudicarían los intereses de la corona, el gobierno dispuso que se observasen todos los planes del escocés, el cual finalmente fue arrestado en Gran Canaria acusado de defraudar a la real Hacienda, y trasladado al castillo de S. Juan de Santa Cruz de Tenerife, donde permaneció prisionero cerca de un año. Mientras, en Puerto Cansado, los maures se amotinaron, mataron a varios ingleses y quemaron el bergantín que los había llevado desde Lanzarote y que les servía de enlace con las islas. La señora Glas, su hija y algunos más, pudieron escaparse del desastre, a bordo de dos lanchas con las que pasaron a Gran Canaria y luego a Tenerife. Para su desgracia, Glas, poco después de ser liberado, murió asesinado junto a su familia a bordo del barco en el que regresaba a su país, en 1765.

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Anexo 3: René Verneau René Verneau encabeza la segunda generación de la escuela francesa de Antropología Física. Estudió Medicina en la Universidad de La Sorbona y, al mismo tiempo, siguió cursos de Antropología Prehistórica. Siente verdadera pasión hacia esta nueva disciplina científica a la que va a dedicar toda su vida, dedicado al estudio del pasado y presente de la humanidad. Al finalizar sus estudios universitarios, comienza a trabajar en el laboratorio del Museo de Historia Natural de París. A continuación, se le encarga una misión científica en las Islas Canarias: constatar la hipótesis concerniente a la relación étnica existente entre los antiguos habitantes de las islas y el hombre de Cro-Magnon. Así pues, René Verneau llega a las Islas Canarias en el año 1877 y, a partir de ese momento, estará ligado a este archipiélago que visitará sucesivamente durante toda su vida.

En este primer viaje, permanece un año en el archipiélago y realiza un estudio de los restos óseos de la población aborigen que constituye el punto de partida de la antropología física canaria. A su regreso a París, presenta su “Informe sobre una Misión Científica en las Islas Canarias”. Posteriormente, prolonga sus estudios con una estancia más larga, entre 1884 y 1887. En estas dos primeras visitas Verneau, estudia las crónicas e historias antiguas de Canarias, recorre todas las ciudades y los pueblos, visita yacimientos arqueológicos, cuevas de habitación y lugares de enterramiento y se familiariza con los usos y costumbres de la población canaria del momento. De este trabajo deja constancia en un libro encantador donde nos presenta una visión general de la población guanche y de la vida de los canarios de finales del siglo XIX: “Cinco Años de Estancia en las Islas Canarias”, publicado en París en 1891.

A principios del siglo XX, volvemos a encontrarlo en París como conservador y luego como director del Museo de Etnografía. Simultáneamente, da clases de Antropología Prehistórica en el Instituto de Paleontología Humana. Aborda también otros trabajos antropológicos en diferentes lugares del mundo: Argelia, Marruecos, Etiopía, Chad, Birmania, Indochina,... Entre 1932 y 1935, visita otra vez las Islas Canarias. En esta ocasión, trabaja minuciosamente en la clasificación de los restos óseos del Museo Canario de Las Palmas. Finalmente regresa a París donde muere en 1938.

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Anexo 4: El matrimonio Stone El matrimonio formado por la irlandesa Olivia y el inglés John Harris Stone, salió de la estación de Waterloo el 27 de agosto de 1883 con destino a Canarias a través de Francia para tomar el barco Panamá en Le Havre. Desembarcaron en el puerto de Santa Cruz el 5 de septiembre y pernoctaron en el Hotel Camacho en la calle de La Marina.

Tenerife fue el primer punto de destino. Vivieron en la isla, concretamente en el Hotel Turnbull del Puerto de la Cruz (desde donde se desplazaron a La Palma, La Gomera y ), hasta los primeros días de noviembre, y desde Tenerife se dirigieron a Gran Canaria para seguir su periplo a Fuerteventura y Lanzarote.

El viaje de los Stone es el recorrido más completo llevado a término de cuantos viajeros visitaron las islas en el siglo XIX. No solamente se limitarían a visitar los pueblos más importantes de Canarias, sino que se adentraron hacia su interior. Conscientes de los obstáculos con los que se iban a encontrar a la hora de marchar hacia ese interior de la geografía insular, se dotaron de una caseta de campaña para poder pernoctar. Abandonaron Santa Cruz de nuevo el domingo 17 de febrero de 1884, esta vez para regresar a su tierra natal.

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