Andres Eloy Blanco
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Varios Autores Publicaciones Embajada de Venezuela en Chile N<? 6 Varios Autores Homenaje al Poeta ANDRES ELOY BLANCO Publicaciones Embajada de Venezuela en Chile NO 6 PERSONAL DE LA EMBAJADA DE VENEZUELA A LA FECHA DE ESTA PUBLICACION VICEALMIRANTE WOLFGANG LARRAZABAL UGUETO EMBAJADOR SEÑOR GILBERTO ANTONIO GOMEZ CONSEJERO SEÑOR CORONEL JOSE ANTONIO BUENAÑO AGREGADO MILITAR SEÑOR LUIS RODRIGUEZ MALASPINA PRIMER SECRETARIO ti Santiago de Chile, 1<? de agosto de 1962. Por el extraordinario mérito que tienen para definir la personalidad y la obra de An- drés Eloy Blanco, la Embajada de Venezuela en Chile ha estimado conveniente reproducir los trabajos que figuran a continuación, se- leccionados de "Humanismo", Revista Men- sual de Cultura, N"s 31-32, correspondientes a julio-agosto de 1955; México, D. F. 7 CARTA A ANDRES ELOY BLANCO RÓMULO GALLEGOS Norman, 24 de noviembre de 1953. Querido Andrés: BAJO la ingrata fecha vaya la cariñosa carta, primera que te escribo, por cierto, y por lo pequeño del papel, de Five & Ten, supla lo grande y muy cordial de la sinceridad con que quiero aprovechar esta ocasión, para dejar en tus manos constancia escrita de algo que muchas veces he dicho al hablar de ti. La aventura política a que me llevaron mis letras —como a ti también las hermosas tuyas— me han producido sinsabores entre gran- des satisfacciones que constituyen la mejor experiencia de mí mismo, pero la mayor de ellas ha sido la de encontrarme y sentirme acompa- ñado por ti. Yo realmente no hice ningún sacrificio al lanzarme a ella, pero tú sí, uno, grande, que sólo podemos apreciar quienes conocemos tu intimidad, la extraordinaria calidad de tus sentimientos familiares. Tú renunciaste al agradable éxito, fácil para tu hermoso talento y ya tuyo, además, y luego te tocó tener dentro de tu casa, al lado de tus queridas y excelentes hermanas, la contradicción política y la amar- gura consiguiente a la recia lucha de los tuyos, en el partido contra los tuyos en tu casa. Ninguno de nosotros ha sacrificado tanto de lo hu- mano común y corriente, de lo humano consustancial como tú al en- tregarle tu nombre, tu talento, tu corazón y tu vida a una empresa ardua y a la que no te llevaban impulsos de vocación y cada vez que entre nosotros y fuera de nosotros se ha hablado en mi presencia de calidades humanas, más o menos admirables, yo siempre he dicho: —Admirable, realmente, sólo Andrés Eloy Blanco. Perdóneme tu consentido corazón el inmoderado vuelco que con estas palabras yo le haya causado, pero yo tenía que desahogar el mío de la afectuosa apretura en que me lo mantenía la necesidad de rendirle tributo a lo que significa tu presencia en la lucha partidista venezolana. Tú y yo acaso hayamos cumplido ya nuestros compromisos en ese campo y otros sean quienes hayan de llevar a buen término la 8 empresa acometida, pero quienes mañana, entre íos cultivadores de las letras, miren hacia ayer y hoy buscando ejemplos orientadores, en tu nombre, en la integridad de tu persona —talento y corazón— encon- trarán la cifra exacta y cabal de la dignidad venezolana. Deseo que la permanencia en Cuernavaca te sea provechosa y que puedas realizar, junto conmigo en marzo, el hasta ahora vagamente proyectado viaje a Europa. Saludos muy afectuosos para Lilina, ca- riños para tus queridos hijitos, de Sonia y míos y junto con el que ella también te envía recibe un abrazo de tu hermano espiritual. 9 PALABRAS QUE NO PUDE PRONUNCIAR <*> JESÚS SILVA HERZOG HONRAR a Andrés Eloy Blanco es honor de quien le honra; es, al mis- mo tiempo, rendir homenaje a su patria venezolana, la tierra de pe- queños tiranos y la patria de Bolívar, el grande entre los grandes de América. Andrés Eloy Blanco fue un ciudadano ejemplar, un ejemplo de lo mejor que puede dar la especie humana. Desde su primera juven- tud se le clavó en el pecho el amor a la libertad; un amor encendido y perenne que le invadió el corazón, la sangre, la carne y los huesos. Por eso, por su amor a la libertad sufrió prisiones y destierros; por eso su pulso no dej-ó de latir en el solar de sus mayores sino aquí, en Mé- xico, en mi México, asilo de perseguidos que aman la libertad. Aquí cerró los ojos para siempre y se apagó la luz del poeta; del poeta grande y bondadoso que en medio de la noche iluminara el dolor de su pueblo con la luz de su poesía. El pueblo de Venezuela lo amará siempre con honda gratitud y repetirá sus versos en las llanuras y en las montañas, en la selva y frente al mar, en los días lluviosos cuando la tarde agoniza o en las noches diáfanas bajo la luz de las estrellas. Ya lo dije antes y ahora quiero repetirlo: Andrés Eloy Blanco fue ciudadano ejemplar y gran poeta. Pero no sólo eso; fue un amigo gene- roso y cordial. Muchas veces me visitó acompañado de compatriotas suyos para que resolviéramos algún problema grande o pequeño, de los recién llegados. Muchas veces sus manos arrojaron en abundancia sobre el surco semillas de aliento y de bondad, sin preocuparle ni sa- ber si la simiente caía en tierra fértil o estéril. Yo, desde muy poco después de que llegara a la ciudad de México disfruté de la alegría de su amistad. Su conversación, siempre inteligente y en ocasiones car- gada de fecundas enseñanzas, solía estar salpicada de anécdotas diver- tidas y giros ingeniosos cuajados de gracia. Siempre corría de prisa el tiempo en su compañía aun cuando transcurrieran cuatro o cinco ho- ras. Lo estoy sintiendo en estos momentos cerca de mí. No sé si di- bujando una leve sonrisa o dejando rodar una lágrima. (1) El Ateneo Español de México organizó un homenaje en honor de Andrés Eloy Blanco. Yo estaba en el programa; mas por alguna circunstancia imprevista no pude concurrir al acto y decir lo que aquí escribo. 10 Pasé una semana con él en un hotel de mi ciudad natal: San Luis Potosí. El, para participar en un recital con los poetas León Felipe y Carlos Pellicer; yo, para decir unas conferencias. Andrés Eloy Blanco estaba en la compañía de su mujer y de sus pequeños hijos. Entonces me di cabal cuenta de que aquel ciudadano ejemplar, que aquel gran poeta, que aquel amigo generoso y cordial también sabía ser buen esposo y buen padre; me di cuenta que le nacían del alma hermosas virtudes hogareñas. Cuando hablaba de los dos pequeñuelos se le desbordaba la ternura. Jamás a nadie oí decir versos mejor que a Andrés Eloy Blanco. Recuerdo que cuando buen número de amigos le oímos el poema a los hijos, en la casa del diligente y noble Ricardo Montilla, no pocos de los asistentes a la reunión sacaron el pañuelo y se lo llevaron a los ojos: Cuando se tiene un hijo, se tiene al hijo de la casa y de la calle entera, se tiene al que cabalga en el cuadril de la mendiga y al del coche que empuja la institutriz inglesa y al niño gringo que carga la criolla y al niño blanco que carga la negra y al niño indio que carga la india y al niño negro que carga la tierra. Cuando se tiene un hijo, se tiene tantos niños que la calle se llena y la plaza y el puente y el mercado y la iglesia y es nuestro cualquier niño cuando cruza la calle y el coche lo atropella y cuando se asoma al balcón y cuando se arrima a la alberca: y cuando un niño grita, no sabemos si lo nuestro es el grito o es el niño, y si le sangran y se queja, por el momento no sabríamos si el ay es suyo o si la sangre es nuestra. Y cuando se tienen dos hijos se tienen todos los hijos de la tierra, los millones de hijos con que las tierras lloran, 11 los que escaparon de Herodes para caer en Hiroshima entreabiertos los ojos, como los niños de la guerra, porque basta para que salga toda la luz de un niño una rendija china o una mirada japonesa. Cuando se tienen dos hijos se tiene todo el miedo del planeta, todo el miedo a los hombres luminosos que quieren asesinar la luz y arriar las velas y ensangrentar las pelotas de goma y zambullir en llanto los ferrocarriles de cuerda. Cuando se tienen dos hijos se tiene la alegría y el ay del mundo en dos cabezas, toda la angustia y toda la esperanza, la luz y el llanto, a ver cuál es el que nos llega, si el modo de llorar del universo o el modo de alumbrar de las estrellas. Yo soy un hombre con algo más de 60 años y puedo agregar que mi vida ha sido una lucha sin tregua. La vida me aceró el corazón. Pues bien, debo confesar que cuando leí "A un año de tu luz", se me mojaron los ojos. Otra vez se me mojaron cuando una mañana un amigo común me dio la noticia de la muerte de Andrés, de la pérdida irreparable, do- lorosa y maserante; pérdida para Venezuela, para México, para Espa- ña, para todos los hombres de nuestra estirpe idiomática. Andrés Eloy Blanco ya está en la patria que a menudo añorara con honda nostalgia. Reposa ya en el amor eterno de la tierra que él amó con entrañable amor. Su vida y su obra señalarán a su pueblo las metas a conquistar y el rumbo de la aurora.