CENTÓN EPISTOLARIO (Volumen I) CASA DE ALTOS ESTUDIOS DON FERNANDO ORTIZ UNIVERSIDAD DE LA HABANA
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BIBLIOTECA DE CLASICOS CUBANOS DO DELMINGO MONTE CENTÓN EPISTOLARIO (Volumen I) CASA DE ALTOS ESTUDIOS DON FERNANDO ORTIZ UNIVERSIDAD DE LA HABANA BIBLIOTECA DE CLÁSICOS CUBANOS RECTOR DE LA UNIVERSIDAD DE LA HABANA Juan Vela Valdés DIRECTOR Eduardo Torres-Cuevas SUBDIRECTOR Luis M. de las Traviesas Moreno EDITORA PRINCIPAL Gladys Alonso González DIRECTORA ARTÍSTICA Deguis Fernández Tejeda ADMINISTRADORA EDITORIAL Esther Lobaina Oliva Cet ouvrage, publié dans le cadre du Salon du Livre de La Havane de l´année 2002, Année de la France, bénéficie du soutien du Ministère des Affaires Etrangères et du Service de Coopération et d´Action Culturelle de l´Ambassade de France à Cuba. Este libro, publicado en el marco de la Feria del Libro de La Habana del 2002, Año de Francia, cuenta con el apoyo del Ministerio francés de Asuntos Exteriores y del servicio de Cooperación y Acción Cultural de la Embajada de Francia en Cuba. BIBLIOTECA DE CLASICOS CUBANOS DO DELMINGO MONTE CENTÓN EPISTOLARIO (Volumen I) Ensayo introductorio compilación y notas Sophie Andioc LA HABANA, 2002 Responsable de la edición: Diseño gráfico: Zaida González Amador Deguis Fernández Tejeda Realización y emplane: Composición de textos: Pilar Sa Leal Equipo de Ediciones IC Todos los derechos reservados. © Sobre la presente edición: Ediciones IMAGEN CONTEMPORÁNEA, 2002; Colección Biblioteca de Clásicos Cubanos, No. 24 ISBN 959-7078- 46-5 obra completa ISBN 959-7078-47-3 volumen I Ediciones IMAGEN CONTEMPORÁNEA Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz, L y 27, CP 10400, Vedado, Ciudad de La Habana, Cuba Ensayo introductorio CARTAS PARA LA HISTORIA DE CUBA SOPHIE ANDIOC TORRES I EL CENTÓN EPISTOLARIO El Centón epistolario de Domingo del Monte constituye una de las obras más originales de la historia intelectual cubana. Su autor, ac- tuando como un cuidadoso coleccionista, se dedicó, desde sus más tempranos años, a reunir todas las cartas —o por lo menos las someti- das a una selección personal— que le enviaron amigos y conocidos. Las primeras datan de 1822, cuando su original coleccionista apenas contaba con veintidós años. Las últimas pertenecen al año 1845. Una agrupación de cartas que cubre tan amplio período ya de por sí sería valiosísima para estudiar esa etapa de la historia cubana y extraer de ellas hábitos, costumbres, gustos, inquietudes e ideas. Este ha sido uno de los valores de las epístolas que en todas partes del mundo son atesoradas y cuidadosamente guardadas. Si este sólo fuera el valor del Centón epistolario ya los estudiosos tendrían un material inagota- ble. Pero no es el único. 2 \ CENTÓN EPISTOLARIO Del Monte no sólo guardó estas cartas. Las clasificó, las ordenó, les dio una estructura, las encuadernó y las preservó. En ese sentido, el Centón se diferencia de otras colecciones de cartas por la intención cul- ta de su compilador de reunir los profundos debates y las amplias expo- siciones de ideas de los firmantes porque aquellos manuscritos contenían parte de la historia intelectual cubana, precisamente la de sus orígenes. Son cartas del cotidiano vivir pero más allá, y en su esencia contienen la historia de las alegrías, contradicciones, frustraciones, logros y espe- ranzas del mundo cultural cubano de esos años liminares. Pensar la es- clavitud, desde los más diversos prismas, las opciones de la economía cubana, todos los amplios espacios inconexos de la sociedad de su tiem- po, el intento de enrumbar una literatura cubana son el contenido mani- fiesto de un fondo común de intenciones, estas no son otras que crear a Cuba. ¿Cuál Cuba? He ahí la esencia, la obsesión, la discrepancia, el desencuentro pero, también, el nexo que une. Un mérito adicional tiene el Centón. No crea el lector que encontrará textos de compleja exposición de ideas. Son cartas escritas con desenfado, con las sutilezas agradables que motivan más de una sonrisa, con el leguaje típico de los cubanos, lleno de “terminitos”, algunos indescifrables porque pertenecen a una especie de acuerdo “secreto” entre un sector intelectual que había encontrado su original forma de expresión. Las cartas permiten, más allá de las ideas expuestas, sumergirse en las profundidades de las mentalidades de una época que condiciona a sus propios actores. Más que por sus obras escritas, Domingo del Monte ha pasado a la historia cubana por sus actividades como mecenas, crítico, impulsor y orientador del movimiento intelectual cubano de la primera mitad del siglo XIX. Su consejo o su criterio era solicitado por todos. Sus opiniones tenían un peso como el de pocos cubanos. El historiador Pedro José Guiteras, resume la idea que sobre del Monte tenían sus contemporá- neos: “... entre los amantes del progreso fue mirado desde entonces como el jefe y mecenas de la civilización cubana”.1 Esto no se puede reducir a la literatura de ficción de la cual fue uno de sus estudiosos y culto teóri- co; cubre todas las inquietudes sobre las teorías en el campo de las cien- cias humanas y económicas. Traspasó la frontera del mal llamado positivismo en tanto su buen gusto requería de esa verdadera naturale- za humana que no puede prescindir del corazón pero sometido por la razón de un espíritu elevado que le de a esta última lastre y aire para el vuelo estético. Conocimiento con buen gusto, nada de simples “renglo- nes rimados”. Cultura universal en la cultura cubana. Una amplia 1. Guiteras, Pedro J.: “Don Domingo del Monte”, El Mundo Nuevo, New York, 1873, vol. III, p. 299. DOMINGO DEL MONTE / 3 revisión de los criterios emitidos por sus contemporáneos, cubanos y extranjeros, ofrece una interesante convergencia. Coinciden que es uno de los más cultos e informados de los cubanos. Esta talla sólo la alcan- zan cuatro hombres de su época: Félix Varela, José Antonio Saco, José de la Luz y Caballero y Felipe Poey. Esa labor de orientador discreto, en que otros nombres recibirían las glorias, la llevó a cabo del Monte a través de dos actividades centrales, sus famosas tertulias y el desarro- llo del género epistolar. En La Habana, Matanzas, París y Madrid del Monte gustó de reunir a sus amigos e incorporar a estas reuniones a los nuevos creadores o expositores de ideas, para discutir colectivamente la naciente produc- ción intelectual cubana, las últimas novedades del pensamiento y la lite- ratura universales, las modas y cuanto ingenio podía generar una conversación animadora del espíritu culto, inquieto, crítico y creador. El género epistolar era entonces, como las tertulias, una de las ma- nifestaciones más cultivadas. El tiempo tenía un ritmo más lento y su distribución permitía hacer de las cartas algo más que una simple co- municación de situación; escribirlas se convertía, ante todo, en un ver- dadero placer de recreación ingeniosa de frases e ideas. Eran verdaderas confesiones ampliadas con meditaciones y explicaciones; permitían es- tablecer, a través de la distancia, un diálogo de conocimientos y expe- riencias. También eran un resumen de noticias. Es en este terreno en el que un lector avisado descubre que el Centón epistolario es obra de del Monte, no sólo porque a él pertenecen las cartas sino porque muchas son respuestas a las incitaciones que, sobre determinados temas, ha creado, o porque otras le expresan a él, y sólo a él, las inquietudes de sus remitentes en busca del consejo adecuado, ya sea literario, político, económico o de otros géneros. Es del Monte quien ha tejido la madeja del rompecabezas; quien le ha dado su punto de coherencia, su colora- ción. Quizás este es el sentido oculto del nombre con que designó esta, su colección. No usó el común de Epistolario de Domingo del Monte porque no es una recopilación de cartas casuísticamente reunidas; es su Centón. Es su obra, su “ tejido conformado de muchas piecesillas (car- tas) de diversos colores (sentidos)”; es su obra literaria compuesta como antología de los pensamientos expuestos por otros pero incitados, com- partidos o criticados por él. El modo en que del Monte cultiva el género epistolar es todo un arte. Eusebio Guiteras escribe que era: “...un corres- ponsal infatigable, y sus cartas eran siempre largas”.2 En consecuen- cia, incitados al diálogo, las respuestas eran también reflexivas y, no 2. Guiteras, Eusebio: “Milanés y su época”, Cuba y América, Habana, 1909, vol. XXIX, p. 22. 4 \ CENTÓN EPISTOLARIO pocas veces, extensas por la índole de las materias que trataban. Otra de las grandes figuras de la cultura de la época, Antonio Bachiller y Morales, escribe: “Su extensa correspondencia, que cuida con esmero, acreditará siempre su erudición, su entusiasmo y la influencia que ejer- ció en cuantos se dedicaron a la bella literatura de la Isla de Cuba”.3 La historia del Centón epistolario de Domingo del Monte es la his- toria de la lucha por no perder, como pasó con otras conocidas coleccio- nes y bibliotecas cubanas del siglo XIX, una parte viva del pasado intelectual del país. El esfuerzo cubre ya siglo y medio. Quizás las dos más importantes, amplias y valiosas, por lo que ateso- raban —colecciones de manuscritos y libros en la primera mitad del siglo XIX en Cuba fueron las de Antonio Bachiller y Morales y Domingo del Monte. Al estallar la Guerra de los Diez Años fueron saqueadas y lo que quedó, embargado. Lo que ha podido recuperarse de ellas es sólo un tris- te y lamentable muestrario mínimo. De la de del Monte se sabe, por ami- gos y contertulios, que una de sus partes más valiosas eran los libros, incluso del siglo XVI, que se referían a América y Cuba. En 1853, en un periódico de Nueva York apareció esta nota que confirma lo expresado: “Muchas de sus vijilias las dedicó á recoger datos y materiales para su obra histórica sobre América, que algun día servirá para colocar su nom- bre entre los más distinguidos de la república de las letras; y su biblioteca americana, formada en más de veinte años de asidua dilijencia, vendrá á ser con el tiempo uno de los tesoros de nuestra patria”(sic)4.