INDICE

Prólogo 3

I. VISIÓN HISTORICA 4

1. VISION SOCIOLOGICA DE . 1957 4 2. EN BUSCA DE CHILE. 1958 12 3. SOBRE LA REALIDAD CHILENA. 1964. 16 4. DIRECTIVAS PRINCIPISTAS DEL PROGRAMA SOCIALISTA DE 1947. 24

II. AMERICA LATINA 28

5. DESDE MEXICO AL POLO. 1958. 28 6. LA POLITICA EXTERIOR DEL GOBIERNO DE LA UNIDAD POPULAR. 1977 . 34 7. HOMENAJE A LA REVOLUCION CUBANA. 1979 51

III. CLAVES DE LA POLITICA CHILENA 55

8. En torno a las Fuerzas Armadas en el sistema político chileno.1975 55 9. Análisis de la experiencia de la Unidad Popular. 1978 59 10. Los legados de . 1983 66 11. El marxismo en Chile. 1981 72 12 Diálogo entre socialistas y cristianos. 1978 77 13. Los cristianos chilenos en la lucha por la democracia. 1983 80

IV. PERSPECTIVA ACTUAL 83

14. Convocatoria al XXIV Congreso del Partido Socialista de Chile. 1983 83 15. Bases de la reunificación socialista. 1987 96 16. Lo absoluto y lo relativo en el concepto de democracia. 1989 99 17. El alegato ante el Tribunal Constitucional. 1987 102 18. Por una izquierda que sea fiel intérprete del mundo popular. 1988 115 11 El socialismo: opción por la razón y la justicia. 1989 117 20. La nueva sociedad. Una visión de futuro. 1990. 120 21. La crisis de las izquierdas y América Latina. 1991. 123 22. En el debate de los socialistas chilenos. 1992. 128 23. El Partido Socialista como yo lo quiero. 1992. 141 24. Escritos de Clodomiro Almeyda, 143 25. Cronología de Clodomiro Almeyda 147

Archivos Internet Salvador Allende 2 http://www.salvador-allende.cl PRESENTACION

Al cumplirse el segundo aniversario del fallecimiento de don Clodomiro Almeyda Medina, la Fundación que lleva su nombre ha querido honrar su memoria mediante la publicación de una nueva edición de su libro «Obras Escogidas».

Este contiene escritos sobra temas importantes de la política nacional o atingentes a ella, de casi medio siglo, principalmente de situaciones coyunturales. No por eso, éstos dejan de calar profundo en sus significados y proyecciones, desde una perspectiva doctrinaria socialista, que asume enriquecedoramente las experiencias y conquistas del acontecer histórico.

Es precisamente por este carácter, que el libro mantiene su vigencia orientadora para enfrentar las interrogantes que, tanto al pensamiento como a la praxis socialista, plantean los cambios relevantes, económico sociales y cientifico técnicos que nos están deparando las últimas décadas del siglo.

Nada puede constituir un homenaje más acertado a su memoria que lo que hagamos para esclarecer el pensamiento socialista y orientar la acción política revolucionaria, preocupaciones que siempre estuvieron presentes en su fructífera actividad académica, docente, cívica y militante.

La nueva edición de su libro apunta cabalmente a este propósito.

Agradecemos a los editores la pulcritud de su tarea.

FUNDACION CLODOMIRO ALMEYDA MEDINA

Archivos Internet Salvador Allende 3 http://www.salvador-allende.cl PROLOGO

Los escritos que se reúnen en este volumen constituyen una parte representativa de los documentos salidos de mi pluma durante cuarenta y cinco años, referidos a la vida política chilena o a cuestiones directamente atingentes a ella. Varios de ellos han sido producidos en el exilio, en la cárcel o como relegado en algún rincón de mi propia patria.

No se incluyen aquellos artículos o ensayos de carácter más bien teórico en el ámbito de la filosofía o de las ciencias sociales y políticas , los que han sido el objeto central de mis preocupaciones intelectuales y que, como tales, han sido también motivación determinante de mis incursiones en el campo de la política contingente. La sucesión de estos escritos sigue de cerca el acontecer político nacional, mirado desde el punto de vista de alguien que, ya en su adolescencia, eligió al socialismo chileno como su hogar político y escenario donde volcar sus inquietudes cívicas y sus esperanzas e ideales. Pero no siempre el contenido de los documentos que aquí se reproducen refleja la opinión oficial o mayoritaria del Partido Socialista. A menudo en ellos se manifiesta la particular manera de ver las cosas de quien esto escribe, que se ha caracterizado por la independencia de criterio y hasta por sustentar posturas heterodoxas, tanto desde el ángulo teórico como de la práctica política, sin que ello, por lo demás, supusiera transgredir las disciplinas imprescindibles al compromiso militante, tanto por el carácter pluralista, en los hechos, de la praxis partidaria, como por la responsabilidad con que asumí mis obligaciones orgánicas.

La exposición del material se inaugura con un ensayo titulado “Visión Sociológica de Chile”, que es una buena síntesis del enfoque con que, en ese tiempo, visualizaba la realidad nacional y cuyos rasgos esenciales creo que han acompañado insistentemente mi pensamiento político. Luego, agrego un texto redactado por mí en 1947, a petición del entonces miembro del Comité Central del Partido y encargado de la preparación de su programa, el Profesor Eugenio González Rojas, quien me encomendó que hiciera una síntesis que sirviera de puente entre los fundamentos teóricos de dicho documento que él redactó brillantemente y hasta hoy constituye una de las fuentes matrices del socialismo chileno, y las propuestas especificas relativas a las distintas áreas del quehacer nacional. Como es natural, ese documento expresa el pensamiento dominante en el Partido en aquella época, sobre cómo debía concebirse una realización socialista en nuestra patria, siendo así un pertinente testimonio de los planteamientos de esta corriente política hace más de cuatro décadas.

Después se acumulan toda suerte de escritos, surgidos al calor de la brega política cotidiana, como quien dice, salidos desde la línea de fuego, ya sea como artículos periodísticos, ensayos, manifiestos, discursos, informes partidarios u otros libelos semejantes, testimonios, a su vez, de las contingencias que motivaron su aparición y que registran tanto los cambios en la situación nacional e internacional como la evolución del pensamiento socialista, y, en especial, el propio desarrollo de mi conciencia política, que no ha cesado de renovarse en el buen sentido de la palabra , en la medida que mi espíritu ha estado siempre abierto para responder a los incesantes nuevos desafíos de la mutante realidad del siglo que termina.

Como escritos finales se insertan tres ensayos que registran mis reflexiones con respecto a los sorprendentes acontecimientos que en los últimos años han conmovido la conciencia de los socialistas a escala universal y que han coincidido con el momento en que Chile se ha reencontrado con sí mismo, poniendo término a la desgraciada interrupción de nuestro historial republicano e iniciando el tránsito hacia la democracia, que la queremos ahora más consecuente, más justa y mejor que la de antes.

Debo finalmente consignar la cuidadosa labor realizada por mi amigo Guaraní Pereda, quien reunió el numeroso y disperso material que sirvió de base a la selección de textos solicitada por los editores, redactó las notas que presentan cada uno de los artículos y ensayos aquí incluidos y preparó la bibliografía y la cronología del autor incorporadas al final del volumen.

Espero que esta muestra permita comprender al lector el trayecto político intelectual de alguien que, estimulado desde su juventud por un ideario socialista en permanente desarrollo y renovación, invirtió sus mejores afanes en la promoción de causa tan noble y dignificante del ser humano.

Clodomiro Almeyda Medina

Santiago, junio de 1992.

Archivos Internet Salvador Allende 4 http://www.salvador-allende.cl I. VISION HISTORICA

Visión sociológica de Chile. 1957*

Hay un viejo y fundamental principio sociológico denominado «de la correlación de las formas sociales» que expresa la coordinación que existe entre los diversos elementos de una sociedad. Así como en la naturaleza hay cierto orden o legalidad, cierto concierto y armonía entre sus partes, así también en la sociedad, cada uno de los elementos que la componen guarda con los otros una natural y adecuada relación complementaria.

Entre el arte de un pueblo y su experiencia religiosa, entre la manera de producir y de intercambiar sus bienes y sus instituciones políticas, entre la forma como interpreta el mundo y como resuelve sus problemas técnicos, entre todo ello, hay una orgánica y manifiesta convergencia que proporciona unidad, sentido y estilo a las diferentes estructuras sociales. El arte medieval, para citar un ejemplo, es congruente con la religiosidad de la época. La economía capitalista europea del siglo pasado se complementa y afirma en las instituciones de la democracia liberal, se alimenta del progreso técnico y supone un pensamiento individualista en lo ético y lo social.

Y este principio, tan esencial y obvio, encuentra sus raíces en el mundo mismo de la vida, donde la armonía maravillosa de las diferentes partes de un organismo traduce en el plano biológico esta ley fundamental.

Pensando en base a esta categoría sociológica de la coordinación de las formas e instituciones sociales, han desarrollado los sociólogos europeos y americanos sus estudios e indagaciones. Han descubierto desde la trabazón existente entre el protestantismo y la emergencia del mundo burgués, hasta el vínculo sutil que une el primitivismo técnico de los pueblos enanos con sus torpes manifestaciones estéticas.

Pero no obstante la verdad irrebatible que parece encarnar este supuesto sociológico, he aquí que su vigencia es muy limitada en el mundo contemporáneo. Los pueblos nuevos, aquellos que los economistas llaman subdesarrollados y que constituyen mucho más de la mitad de la población del planeta, aquellos que en alguna oportunidad fueron arrastrados fuera de su propio ciclo evolutivo al experimentar el impacto absorbente de la civilización occidental, esos pueblos y esas sociedades perdieron, como resultado de la influencia avasalladora de formas de vida ajenas a ellos, perdieron, repetimos, su armonía, su autenticidad y su coordinación interiores. Esos pueblos y esas sociedades pasaron a ser un eterno compromiso entre lo que eran, de conformidad con su historia y su realidad, y lo que de afuera se les ha impuesto como superior, más perfecto y progresivo. Estos pueblos pasaron a vivir en una permanente crisis interna motivada por el desajuste y la incongruencia entre su propia línea anterior de desarrollo y las tendencias y formas sociales de que se han impregnado por contacto exterior. En ellos no hay correspondencia y armonía entre sus diversos elementos.

Un personaje como el recientemente fallecido Agha Khan o como el actual Rey de Arabia Saudita, que alternan el cuidado de sus harenes con el manejo de modernísimos automóviles y atómicos aeroplanos; que tanto reciben tributos en piedras preciosas que las ofrecen sus súbditos, como asisten a conferencias internacionales sobre las finanzas de¡ mundo; que usan turbante y túnicas orientales a determinadas horas y emplean el smoking y casaca europea a otras,’ esos personajes son, de por sí, una adecuada caricatura de los desajustes y contradicciones que ha creado en el mundo contemporáneo el expresivo contacto entre las viejas culturas periféricas y la moderna civilización supercapitalista de occidente.

Ahora bien, esta tremenda falta de unidad y de armonía interiores en el seno de las sociedades subdesarrolladas, que sociológicamente debieran denominarse «sociedades desajustadas”, es la clave para interpretar adecuadamente el panorama sociológico de América Latina y muy especialmente el de nuestro Chile.

No alcanzará en Chile el desajuste interno entre los diversos elementos de la sociedad, el nivel caricaturesco que hemos señalado a manera de ejemplo, en la personalidad y la vida de los aludidos magnates orientales insertos en el mundo moderno, pero en sustancia, nuestra existencia social es también, como aquellos personajes, informe y distorsionada. Y de esa mala conformación y distorsión nacen nuestros problemas, tan profundos como originales, tan agudos como complejos. El llamado Nuevo Mundo que así bautizaron a América los europeos cuando la descubrieron no era nuevo. Sus pueblos civilizados, como los que habitaban las altiplanicies de mesoamérica y de los perú bolivianos, tenían tras sí un pasado tan antiguo y tan rico, por lo menos, como el de los pueblos occidentales que les conquistaron. Todos sabemos el resultado de¡ contacto brutal entre españoles e indios. Toda una vieja tradición histórica y cultura¡, todo un futuro virtual de los pueblos americanos se tronchó definitivamente. Y no se sabe todavía a ciencia cierta qué violento trauma espiritual produjo detrás de los inexpresivos rostros indígenas, el trasplante de lo ibérico a sus tierras, a sus vidas y a sus mentes.

He ahí el primer desajuste de la historia americana. Parece como si posteriormente, en México y el Perú, se hubiera logrado durante los tres siglos de la larga y lenta colonia, insinuar un esbozo de síntesis indiana entre lo español y lo autóctono, que quizás se refleja con cierta relevancia en el dominio artístico y en el religioso, Pero es evidente que si algo orgánico comenzaba a conformarse sociológicamente en aquellos países, esa línea histórica abortó como resultado de la emancipación americana, dejando estancada también a la naciente cultura indiana, como detenidas quedaron antes las culturas aborígenes de México y del altiplano perú boliviano.

En Chile, el terremoto sociológico y espiritual producido por la conquista y la colonia fue mucho menor que en las cunas de las civilizaciones de las altas mesetas americanas. No había aquí viejas culturas aborígenes. El campo estaba más propicio para un transplante menos doloroso de las formas de vida españolas. La población india era también menor, todo lo cual favoreció la gestación homogénea de la sociedad chilena, mediante el mestizaje general y el

Archivos Internet Salvador Allende 5 http://www.salvador-allende.cl dominio indisputado de los patrones de vida y el pensamiento imperantes a la sazón en la Madre Patria. La guerra de Arauco sirvió para alimentar abundantemente al país durante tres siglos de siempre nueva sangre española. El clima templado y benigno para la vida normal de¡ europeo, y apto para una agricultura semejante a la de España, contribuyó a la adaptación y al incremento de la sangre peninsular en nuestro suelo. La unidad geográfica del Chile de entonces, que sólo alcanzaba a Copiapó por el norte y a la frontera araucana por el sur, dejando aislados a Valdivia y Chiloé, fue otro factor que facilitó la homogenización racial y cultural del país e hizo posible la rápida irradiación por todo el territorio de las ondas civilizadoras que partían de las provincias centrales y de la capital.

La España que así se transplantó a Chile estaba todavía en su etapa feudal y preburguesa, de la que tanto le ha costado salir. La España que llegó hasta aquí no estaba representada, como la inmigración británica a la América del Norte, por individuos autónomos y liberados, materia prima para los futuros pioneros y hombres de empresa, sino por personas insertas en el monolítico orden medieval español, cristiano, feudal, tradicionalista y jerárquico. El español que llegó hasta aquí no presentía el valor y la significación del trabajo. Por el contrario, lo desdeñaba. Sólo la milicia el sacerdocio, el servicio público y el tranquilo y vegetativo disfrute de las posesiones de tierras y de indios, le parecían ocupaciones dignas de su condición.

Tan menguada disposición económica de los dominadores, no fue óbice, sin embargo, para que el ecúmene agrícola de Chile central y el trabajo de los indios permitieran el desenvolvimiento de una estable economía de subsistencia, como denominan los economistas a las estructuras productivas de bajo nivel, que satisfacen los consumos esenciales y mínimos de los habitantes. Las exportaciones de oro y de algunos productos agrícolas al Perú, no alcanzaron a generar excedentes económicos de magnitud y sólo sirvieron para hacer posible una vida un poco más llevadera para las clases altas y para ayudar a financiar la guerra de Arauco, verdadero «tonel de las Donaides» para el tesoro español.

Los repartimientos de tierras y las encomiendas de indios, junto a la institución de los mayorazgos, sirvieron de base para la constitución de un régimen de tierra y de trabajo en el campo, de carácter semifeudal, en que la prestación mutua de servicios entre señor y siervo era el vínculo esencial, según el modelo medieval europeo. Los mejores suelos fueron quedando poco a poco en manos de las grandes familias coloniales criollas, originándose así una poderosa oligarquía terrateniente tradicionalista, pacata y tranquila, que sirvió, de sostén al orden social y político del país.

Durante la larga siesta colonia¡, se fue conformando bajo la vigencia de los patrones de vida de la oligarquía de la tierra sobre una estable economía agrícola de subsistencia, toda una manera de vivir, plácida y monótona, sólo interrumpida por las periódicas inquietudes que seguían a las revueltas araucanas, en el valle central verdadero hogar de Chile , se gestaba al calor del mestizaje, la mentalidad huasa, que añadía, a la sicología del hidalgo español, un ingrediente de pasividad y resignación indígenas, complejo anímico que siendo todavía el sustrato de fondo, del espíritu chileno. Sólo la inmigración vasca del siglo XVIII, provista de un claro sentido económico, vino a modificar un tanto el cuadro de la vida colonial. Sin embargo, una vez lograda, por los recién llegados, su preeminencia social, se asimilaron al viejo ritmo y al viejo orden. Quizás sólo sus hábitos previsores lograron comunicarse por su intermedio a la clase dirigente, compensando en algo su natural propensión al derroche. Su sentido de la realidad hizo más impermeable a Chile que a otros países, a la influencia disociadora de los ideólogos trasnochados. Pero, por lo mismo, su falta de imaginación habría de dificultar después, la elaboración de soluciones originales y nuevas para resolver nuestros problemas.

Todavía se discute sobre las causas de la emancipación americana y chilena. Lo que sí no merece discusión, es que nuestra independencia no fue una revolución social. Fue un mero cambio promovido por la clase criolla detentadora de la riqueza en provecho suyo, al conjuro de diversos factores que la hicieron revelarse contra la administración española. La verdadera trascendencia de la emancipación americana radica en que ella abrió un período en que cortado el cordón umbilical de la dependencia hispana, nuestro destino quedó determinado y entregado a las disputas y querel- las de nosotros mismos.

Felizmente para Chile, esas querellas y disputas no fueron muchas ni muy intensas. Desarticulada la administración española con la independencia, transcurrido muy poco tiempo, se vio claro que sólo una fuerza social podía imponerse y gobernar al país. Y, precisamente, esa fuerza social era la heredera de la tradición colonia¡ española: la oligarquía de la tierra y de la sangre. No hubo lugar en Chile para el caudillismo militar ni regional. Los ideólogos europeizantes tampoco tuvieron cancha libre para sembrar el desconcierto y la confusión en los espíritus. La clase gobernante encontró su hombre en Portales, hombre de negocios, civil y sensato, enérgico y austero, quien, con puño de hierro y con la mira de un gobierno autoritario e impersonal, arrinconó a los caudillos, colocó a los militares en los cuarteles, ridiculizó y aniquiló a los adalides del libertinaje, y sentó las bases de la organización política, administrativa y financiera del país.

Bajo el imperio de estas favorables condiciones políticas y sociales, y roto el monopolio comercial español, durante más de treinta años, desde 1830 hasta pasado 1860, Chile experimentó una intensa expansión económica y un significativo desarrollo Cultura¡ e institucional. Su agricultura encontró los mercados que necesitaba para desenvolverse y los excedentes que sobraban M exiguo consumo de su escasa población, se volcaron al mercado peruano y llegaron hasta California, Australia y, ¡oh ironías del destino!, incluso hasta la propia Argentina, entonces anarquizada por cruentas luchas civiles. La minería de la plata y del cobre alcanzó especial desarrollo y la marina mercante llevó la bandera de la estrella solitaria por las más remotas naciones del globo. Era la época que describe Pérez Rosales en su inmortal «Recuerdos del Pasado” y en que brazos y capitales chilenos iniciaban la explotación de las guaneras y salitreras en territorio peruano, y en que sangre de aventureros chilenos tenía la tierra californiana como adelantados impetuosos en la conquista del Lejano Oeste norteamericano. Las mejores tierras de Chile, de las más fértiles del mundo, comenzaban a entrar en producción. Las mejores y más fáciles vetas minerales estaban a disposición de quien tuviera iniciativa para explotarlas. Las apetencias del mercado mundial estimulaban entonces el desarrollo de nuestras riquezas y exportaciones.

El chileno de entonces era austero y no había sentido todavía el contacto enervante de la civilización europea. La conjugación de la gran productividad de las nuevas tierras y minas que se ponían en trabajo para satisfacer ansiosos

Archivos Internet Salvador Allende 6 http://www.salvador-allende.cl mercados, del orden y de la tranquilidad social y del espíritu de empresa de un puñado de chilenos excepcionales, indemnes todavía al contagio espiritual foráneo, todo esto, hizo posible que Chile ofreciera hasta la Guerra del Pacífico la imagen de una nación en forma, con un gobierno honesto y eficiente y una economía en expansión, impulsada desde afuera por el estímulo de ansiosos mercados y, desde adentro, por el esfuerzo nacional de un pueblo que recogía los frutos de su trabajo a través de paz política, de obras públicas, como ferrocarriles, regadío y caminos y de un florecimiento educacional de intensidad desconocida en el resto del continente.

El proceso de ascenso alcanzó su culminación en los años sesenta, para luego iniciar una curva descendente, que no pudo elevarse después, ni siquiera como resultado de la victoria chilena en la Guerra del Pacifico, que nos colocó en la privilegiada situación de tener el monopolio mundial de la producción de fertilizantes nitratados, con la consiguiente facilidad para incrementar las importaciones y para financiar el presupuesto fiscal.

¿Cuál fue la razón de este cambio de signo en nuestra evolución social? ¿Por qué duró sólo cuarenta años ese crecimiento imponente de nuestro país que nos colocó a la vanguardia de toda la América Latina, hizo posible los magníficos triunfos militares de la Guerra del Pacífico y nos dio fisonomía y estructura nacional y cívica hasta el presente?

Varias y concurrentes causas condujeron a ese resultado. En primer lugar, la agricultura chilena, entonces fundamentalmente exportadora de cereales, debió sufrir la competencia del trigo que el desarrollo ferroviario había posibilitado cultivar en las inmensas planicies de América del Norte, en las pampas argentinas y en otras regiones similares del globo. Los precios bajaron y nuestra producción quedó fuera de mercado. Las ingentes inversiones en el campo, llevadas a cabo por nuestros agricultores, quedaron en descubierto. Sólo una nueva orientación de la agricultura chilena dirigida hacia el cultivo intensivo de productos calificados, chacras, frutas, lechería, hortalizas, etc., y la consiguiente reforma del régimen de la tierra para formar granjas medianas y pequeñas, aptas para este nuevo tipo de producción, pudo haberla salvado de la ruina. Pero así no se hizo ni nadie pensó hacerlo. No había intereses concretos en Chile que se propusieran esa reforma. Los campesinos vegetaban ignorantes y marginados de la vida civilizada como en plena colonia. No había una burguesía industrial que impulsara desde afuera y en su propio beneficio la reforma agraria, como ocurría a la sazón en Europa. El gobierno era dominado sin contrapeso por la oligarquía terrateniente y he ahí la razón porque se resolvió la crisis en la forma más favorable a sus intereses: se desvalorizó el peso para facilitarle el servicio de sus deudas y mantener la ilusión de su capacidad exportadora. La inveterada inflación chilena recibió un impulso violento que nadie detendría hasta el presente.

Las vetas minerales más fáciles se bracearon, por su parte. El momentáneo provecho de la enajenación de las minas al extranjero pareció a los chilenos de entonces el recurso más expedito para obtener ganancias fáciles y esa tendencia entreguista no encontró resistencias mayores en el seno del país.

Pero la causa principal de nuestra declinación histórica que se manifiesta a fines de siglo, es otra. Y debemos ahora recordar las reflexiones preliminares que hicimos al iniciar esta exposición. El contacto producido entre nuestro Chile, apenas salido de la crisálida colonia¡, con la expansiva Europa capitalista y burguesa, librecambista y opulenta, inficionó al país de patrones de vida y de conducta, de una mentalidad y de una ideología importadas desde afuera, que si bien en su país de origen eran natural expresión de un proceso social y como tales jugaron un rol positivo en su desenvolvimiento, aquí, en Chile, eran productos exóticos que nada tenían que ver con nuestro propio ritmo evolutivo y que, al incorporarse a nuestros hábitos de vida individual y social, produjeron gravisimos desajustes internos y contradicciones difíciles de resolver. El país se indigestó, por decirlo así, con tales alimentos extraños y al no poder asimilarlos, se desorganizó su funcionamiento y se distorsionó su desarrollo. Circunscribimos nuestro examen a algunos aspectos relevantes de esta intoxicación general que experimentó Chile en la época que analizamos.

Desde el punto de vista socio económico estaba en boga en aquella época, en los medios europeos de avanzado capitalismo, la teoría económica clásica librecambista, que favorecía el interés de su industria en ascenso. Se sostenía entonces que el comercio libre de productos entre todos los países y el libre movimiento de capitales, conduciría, automáticamente, a la prosperidad general. La receta era buena y convenía claramente a los países ricos, como la Gran Bretaña de esa época. Pero aplicada así no más a Chile, le significó a nuestro país la imposibilidad de montar una industria propia, ya que la libre internación de mercadería extrajera dejaba naturalmente fuera de competencia a todo quien intentara producir manufactura nacional. Y que no se diga que entonces no había capitales para montar una modesta industria. La prosperidad agrícola y minera de mediados de siglo y la salitrera de las postrimerías del mismo, generaron ingentes excedentes económicos que hubieran muy bien podido servir para instalar un adecuado aparato industrial. Pero nada se hizo al respecto y el país despilfarró abundantes recursos, relativamente muy superiores a los que hoy dispone, sin darles pertinente destinación. Todo en aras de una ideología oficial librecambista enseñada en las Universidades, compartida por todos los grupos políticos y que era verdad indiscutida en todos los ámbitos de Chile. Nuestro flamante país se dio el lujo de seguir, por imitacionismo, la misma política económica que la próspera Inglaterra, sin que ninguna de las razones que movían a ésta para adoptarla, se hiciera presente en nuestro país. No fuimos capaces así de crear una burguesía industrial y continuamos a merced de los intereses de los agricultores y de los grupos mercantiles que lucraban con nuestro comercio internacional.

Para qué decir que también este liberalismo económico abominaba de toda ingerencia del Estado en la promoción de las actividades productivas. Todo debía quedar entregado a la iniciativa privada chilena o extranjera. Y como consecuencia de esta postiza teoría, el salitre de¡ norte, que primero conquistaron los chilenos y cuyo dominio consolidaron después las armas nacionales, se entregó, ¡oh sarcasmo de la historia!, a los capitalistas extranjeros sin que el país reaccionara, enajenándose de esta manera, sin pena ni gloria, lo que el sudor, los recursos y la sangre chilena habían ganado para el país.

Sólo una voz se enfrentó en aquella época a la ideología ambiente y fue, desde luego, derrotada por los intereses ligados a ella. Balmaceda, el Presidente mártir, se percató de la necesidad de desarrollarnos hacia adentro, estimulando la industria nacional, defendiéndola de la competencia extranjera y asignándole al Estado el papel de promotor y orientador del desenvolvimiento económico. He aquí sus palabras, que envuelven toda una acusación histórica contra

Archivos Internet Salvador Allende 7 http://www.salvador-allende.cl una sociedad que se mostró incapaz de pensar por su propia cuenta y se dejó imbuir por ideas ajenas a su propio destino: «Si a ejemplo de Washington y de la gran república de¡ norte, preferimos consumir la producción nacional aunque no sea tan perfecta ni acabada como la extranjera; si el agricultor, el minero y el fabricante construyen útiles o sus máquinas de posible fabricación chilena en las maestranzas del país; si ensanchamos y hacemos más variada la producción de la materia prima, la elaboramos y transformamos en sustancias u objetos útiles para la vida y la comodidad personal; si ennoblecemos el trabajo industrial aumentando los salarios en proporción a la mayor inteligencia de aplicación por la clase obrera; si el Estado, conservando el nivel de sus rentas y de sus gastos, dedica una porción de su riqueza a la protección de la industria nacional, sosteniéndola y alimentándola en sus primeras pruebas; si hacemos concurrir al Estado con su capital y sus leyes económicas y concurrimos todos, individual o colectivamente a producir más y mejor y a consumir lo que producimos, una savia más fecunda circulará por el organismo industrial de la República y un mayor grado de riqueza y bienestar nos dará la posesión de este bien supremo de pueblo trabajador y honrado: vivir y vestirnos por nosotros mismos».

Pero Chile no sólo comenzó a pensara la europea. También quiso vivir y gastar a la europea. Y al decir Chile, decimos la minoría rica del país que poseía la tierra y las fuentes de riqueza. Esta clase pretendió imitar el nivel de vida de los pueblos avanzados de Europa. Como había libertad para importar y el país producía abundantes medios de pago provenientes de sus exportaciones salitreras, no era difícil traer del exterior lo que se quisiese. y las princi- pales ciudades del país se llenaron de palacetes y los palacetes de muebles, tapices, cuadros y menaje importado. Los viajes a Europa se hicieron de estilo en las clases altas y en nuestra sociedad chilena desapareció del todo lo poco que quedaba de austeridad colonial, a lo que sucedió el refinamiento en los hábitos de vida que, con prontitud, asimilamos del exterior.

Hubo más. El propio Estado chileno se dejó llevar por este delirio de grandeza y se empeñó con los países vecinos en una carrera armamentista tan desproporcionada, que a principios del actual siglo la Marina de Guerra chilena se enorgullecía de poseer navíos último modelo que nada tenían que envidiar a los mejores de las grandes potencias marítimas. Se despilfarró de esta manera en mantener costosos ejércitos y gigantescas marinas, buena parte del erario nacional.

La prosperidad del salitre se fue, así, en vano. Sólo sus remanentes y subproductos lograron ser invertidos en obras públicas y en la instrucción pública, aunque en proporción muy inferior a la que hacía posible la riqueza que manaba del norte chileno.

La permanente y tradicional prioridad que los gobiernos chilenos le daban a la educación se orientó también en sentido equivocado. En esta materia nos dimos en imitar a los franceses, primero, y luego a los alemanes. Pero nos olvidamos, cuando hicimos lo uno y lo otro, que el país necesitaba formar una clase media volcada hacia la producción, que pudiera haber servido de agente al desenvolvimiento económico. En parte, por inercia mental y en parte porque la rígida estructura social, del país no daba oportunidades a este tipo de hombres, el liceo chileno fue entregando año a año cantidades crecientes de bachilleres y semi bachilleres, totalmente inadaptados para la vida económica, que poco a poco fueron constituyendo una poderosa clase media con gran influencia en la burocracia, en la educación y en la formación de la opinión pública, clase media que sería después principal iniciadora y promotora de los movimientos sociales de los decenios siguientes.

La clase alta chilena se acostumbró a vivir a la europea. La clase media ilustrada se nutrió espiritual y políticamente del más avanzado democratismo francés. El Estado se habituó a gastar como si fuera una potencia mundial. Mientras tanto, nuestra estructura económica permanecía intocada. El feudalismo imperaba en el campo como en plena colonia y los recursos minerales caían uno a uno en manos de empresas extranjeras, preocupadas de abastecer de materias primas a los países ricos, al margen de toda consideración para la economía nacional, dejando en el país sólo míseros derechos de exportación.

Nuestra industria no podía prosperar, sujeta como estaba a la competencia foránea. Más de la mitad de la población nacional de entonces, los campesinos, continuaban viviendo al margen de la vida civilizada, trabajando en una agricultura de bajo nivel productivo y de una contextura sociológica semifeudal.

Tal era la imagen de Chile el año del centenario de la Independencia. Ya nuestra estructura social estaba malformada. Habíamos aprovechado la influencia extranjera para modernizar nuestras costumbres, nuestros hábitos y nuestras ideas, pero habíamos permanecido detenidos y primitivos en nuestra manera de producir. El alto nivel de consumo de la clase superior y el elevado nivel intelectual de la clase medía no se complementaban con una superación de la agricultura y de la industria. Sólo la minería extranjera producía a la moderna. Pero no para Chile, sino para sus dueños extraños. «Somos un país civilizado para consumir y primitivo para producir» dijo años después, en significativa síntesis, don Enrique Molina, Rector de la Universidad de Concepción.

He ahí nuestro problema básico: la paralela subsistencia en Chile de dos mundos distintos que no armonizan y que, sin embargo, son ambos elementos de una misma totalidad social.

Ocurrió y ocurre en Chile lo contrario de lo acontecido en el Japón. Cuando este país abrió sus puertas al extranjero a mediados del siglo pasado, importó técnicas, capitales, máquinas y hombres de ciencia, pero no importó de Occidente sus formas de vida ni sus hábitos de consumo. Resultó ser así el Japón, en pocos años, un país civilizado para producir y primitivo para consumir. Es decir, lo contrario de Chile. El hecho es que, por ese camino, el Japón ha sido el único país del mundo que dentro de los moldes capitalistas ha logrado ascender desde un notorio retraso económico hasta los más altos niveles del desenvolvimiento productivo. No recomendamos para esta hora el procedimiento japonés del siglo pasado, pero constatamos el hecho para hacer más sensible el rasgo que comentamos de nuestra estructura sociológica.

Sin embargo y no obstante la contradicción básica que se albergaba en el seno de la sociedad chilena por la coexistencia

Archivos Internet Salvador Allende 8 http://www.salvador-allende.cl simultánea de tan disímiles formas de producción y de vida, el país pudo desenvolverse sin sobresaltos ni inquietudes hasta la época de la primera guerra mundial. Los recursos convenientes de las exportaciones salitreras bastaban para satisfacer las apetencias de las minorías ricas y civilizadas. El resto del país dormía: todavía no despertaba de la larga siesta colonial.

El panorama cambió rápidamente en los años siguientes a la guerra mundial. La brusca interrupción de las exportaciones nacionales creó imperatívamente las condiciones para que algunas industrias criollas sustituyeran, con manufactura chilena, lo que entonces era imposible adquirir en el extranjero, debido a la paralización del comercio internacional. Con ello se incrementó cuantitativamente la clase obrera, que ya se agitaba en la pampa salitrera al calor de la prédica revolucionaria de Luis Emilio Recabarren. La clase media urbana, cada vez más numerosa y cultivada, adquiría conciencia, a su vez, de su influencia social y aspiraba a desplazar del poder político a la vieja oligarquía. Las ideas revoltosas y maximalistas, como se las llamaba entonces, que advenían al país como producto de las conmociones europeas y especialmente de la Revolución Rusa, contribuían a acentuar el ambiente de inquietud política y social. Y llega el año veinte. Alrededor de la magnética personalidad de Alessandri, se aglutina el balbuciente y desorientado movimiento obrero junto a la clase media ilustrada laica, racionalista y libertaria, y a ciertos grupos avanzados de la naciente burguesía industrial y hasta de la propia aristocracia criolla. Alessandri llega al poder y con ello se produce una renovación en los cuadros dirigentes del país. Nuevos hombres y oscuros apellidos se mezclan a los de la oligarquía terrateniente en las nóminas de los ministerios y de la alta burocracia. La clase media entra a coparticipar del gobierno del país.

Los anhelos de reformas sociales patrocinadas por el nuevo Presidente encuentran obstáculos en su realización y son los militares, durante el tumultuoso período del año veinticuatro, quienes promulgan un abultado conjunto de leyes sociales y provisionales que de improviso nos coloca a la vanguardia de toda América Latina en materia de legislación del trabajo. Los años que siguen son de insospechada prosperidad económica. El régimen capitalista parece funcionar a las mil maravillas en términos mundiales y Chile se beneficia de la bonanza con el auge de sus exportaciones, la llegada al país de voluminosos aportes de capitales y la concesión de cuantiosos empréstitos.

Luego llega el año 1929 y con él la gran crisis. Todo el edificio mundial de la economía capitalista se bambolea y amenaza derrumbarse. Hasta Chile llega también la depresión económica y la inestabilidad política. El Fisco cae en bancarrota, las exportaciones descienden hasta cero y el país no puede importar lo más indispensable ni servir sus compromisos en moneda extranjera. La cesantía muestra su feo rostro en las calles de Santiago.

De nuevo otra conmoción social y política; la llamada segunda anarquía política de Chile, Se suceden gobiernos tras gobiernos, pero por debajo de estos epifenómenos madura y se fortalece un sólido movimiento obrero, ya con ideología socialista definida, y se organizan sus partidos de clase. En el año 1932 un nuevo protagonista entra a jugar su papel en el ya abigarrado panorama social del país: la clase obrera constituida sindical y políticamente.

Por otra parte, la gran crisis mostró lo feble de nuestra estructura económica, lo débil de nuestro aparato industrial y la exagerada dependencia del país de sus exportaciones mineras. Surge la necesidad de corregir esas deficiencias y ya no cabe lugar a dudas que es el Estado quien debe promover el robustecimiento de la economía chilena merced al crédito, el fomento y su intervención en el comercio internacional. El Estado, que ya estaba actuando en la política social a través de la legislación del trabajo, protectora de obreros y empleados, entra ahora a desarrollar también una política de fomento productivo que trae consigo una gran expansión de sus actividades y una consecuente proliferación de organismos públicos y semipúblicos destinados a llevar a cabo sus nuevas funciones.

La actuación social y de fomento económico del Estado recibe fuerte impulso con la victoria del Frente Popular en 1938, con lo que políticamente culmina el proceso de ascensión de la clase media al poder, iniciado en 1920. Ahora logra esta clase su misión merced al concurso que le prestan los nuevos y pujantes partidos obreros de filiación marxista. Repárese en que la clase media a la que nos referimos no es una clase media productiva, una burguesía campesina o industrial a la manera europea, sino una clase media urbana y desvinculada del proceso económico, profesional y burocrática, producto típico de la deformada orientación de la educación secundaria chilena y de la rígida estructura económica del país, que no abre oportunidades para el acceso de la juventud al mundo de la producción. La política social de los gobiernos desde el año veinte hasta el presente tiende a redistribuir con mayor equidad la renta nacional a través de una inorgánica red de leyes sociales y previsionales, controles de precio, etc., de la que aprovechan, en especial, los núcleos obreros organizados en sindicatos y la siempre creciente clase media productora de servicios, con fuerte influencia política. La masa campesina y los obreros débilmente organizados, que forman la gran mayoría de la población trabajadora, apenas aprovechan de los frutos de la orientación popular de los gobiernos del país.

La política de fomento de la producción favorece y estimula el crecimiento de la industria nacional. Se logra, por medio de la interesante creación que es la Corporación de Fomento de la Producción, sentar las bases de un posterior desenvolvimiento orgánico de la economía nacional a través de la industria siderúrgica, del aprovechamiento del potencial hidroeléctrico y de otras iniciativas semejantes. Sin embargo, el grueso del aparato industrial se orienta a satisfacer el consumo de las clases de altas rentas, las que ahora no sólo están constituidas por la oligarquía terrateniente, sino también por la naciente burguesía productiva y por la clase media que se ha fortalecido a la sombra y al amparo de la creciente intervención del Estado en la economía. Esta industria, desvinculada en su orientación de las reales necesidades populares, cae fácilmente en el monopolio por lo reducido del mercado consumidor interno; sus costos son altos por la exigua productividad de su capital fijo, generalmente anticuado, como también porque tiene que soportar el pesado fardo de las leyes sociales y previsionales y de los tributos en ascenso, todo lo cual, trasladado con libertad a los precios de venta, afecta severamente a la población consumidora.

Ahora bien, decíamos antes, que nuestra débil economía cuasi colonial y exportadora de salitre y minerales pudo muy bien soportar el alto nivel de vida de la minoritaria oligarquía de la tierra a comienzos del siglo y financiar los ingentes gastos fiscales, sin otra nube amenazante que la paulatina desvalorización del peso, estimulada por los intereses agrícolas.

Archivos Internet Salvador Allende 9 http://www.salvador-allende.cl Pero he aquí que desde el año veinte para adelante, y cada vez con mayor intensidad, presionan sobre nuestra atrasada estructura productiva para aprovecharse de sus excedentes, tanto las nuevas y pujantes clases media y obrera en permanente ascenso y con renovadas, ambiciones de un mejor nivel de vida, como el Estado mismo, cada vez más lleno de compromisos derivados de las nuevas tareas que ha propuesto realizar.

El incremento de la productividad y de la renta nacional que trajo consigo la incipiente industrialización no basta para colmar, por una parte, las siempre mayores demandas de un mejor nivel de vida de las masas, respaldadas por un fuerte poder político y sindical y, por la otra, la paralela exigencia del Estado de siempre mayores recursos para realizar sus ambiciosos planes de desenvolvimiento económico y de progreso social.

Las clases altas, que a través del Parlamento, de la prensa y de las organizaciones de productores mantienen una fuerte influencia política, se niegan por su parte a hacer mayores sacrificios, argumentando, y no sin razón, que si a la iniciativa privada le está encomendada en virtud del sistema capitalista vigente en Chile, la responsabilidad de sustentar el aparato productivo, no es lícito entonces descapitalizarla con tributos y cargas sociales que comprometen la acumulación privada de riquezas.

Como la democracia chilena permite el libre juego de partidos y opiniones y cada fuerza social puede expresarse en la política nacional con relativa libertad, ocurre que en definitiva las aspiraciones contradictorias de los diferentes grupos se neutralizan, no pudiendo ninguno de ellos torcer definitivamente la mano al adversario. Nuestra evolución social se ha desenvuelto por la vía pacífica, sin revoluciones que alcancen a afectar el sustrato social básico del país. De ahí que todos los grupos y clases mantienen su fuerza y su influencia política y logran presionar efectivamente a los poderes públicos. Y si algún sector experimenta momentáneamente un retroceso, no pasa mucho tiempo antes que logre resarcirse de su derrota aprovechando las múltiples oportunidades que franquea una democracia como la chilena para mover a los poderes y a la opinión pública.

Este equilibrio político en que vive el país durante los últimos años halla su traducción económica en la pavorosa inflación monetaria que ha terminado por hacer estériles los esfuerzos del pueblo por mejorar sus condiciones de vida, y por tornar infecundos los propósitos del Estado por desarrollar nuestra economía. Ha dicho un economista brasileño, resumiendo una opinión ahora generalizada, que la inflación es, en esencia, una lucha entre grupos sociales por redistribuirse la renta nacional de un país. En Chile nuestra inflación resulta así de la guerra declarada que mantienen, sin definición ni tregua durante treinta años, los exportadores contra los importadores, los productores contra los consumidores, el Estado contra los contribuyentes, los trabajadores contra los empresarios. En esta lucha nadie vence y luego de lograda una victoria parcial por un sector, no se hace esperar la inevitable revancha del vencido que pasa ahora a ser el triunfador. Y así indefinidamente.

Nuestra democracia política y el alto nivel cívico del país ha permitido que se desaten todas las ambiciones y que todas alcancen el suficiente respaldo para que se les tenga en cuenta. Pero al mismo tiempo nuestra democracia política ha hecho imposible que alguna de estas fuerzas pueda imponerse definitivamente a las otras. Y como la estructura económica permanece débil y retrasada y no es capaz de satisfacer con su menguada productividad tan fuertes demandas, ha sido la inflación, la desvalorización de la moneda, la pobre respuesta que el país ha logrado oponer al difícil reto a, que lo ha sometido nuestra singular evolución social.

Si a los ojos del economista las causas directas de la inflación derivan del desequilibrio del presupuesto, de las demasías del crédito, de los aumentos de remuneraciones, etc., a los del sociólogo, todas ellas manifiestan tendencias y fuerzas sociales que a él le corresponde precisar.

Y no le será difícil hacerlo. Constatará que es el afán de las clases ricas por vivir suntuosamente según el modelo de los países adelantados, el de las clases medias por imitar a las anteriores en su género de vida y el de las clases populares por mejorar su mísero nivel de existencia, todas con organización y respaldo político, el factor social que predispone al país a experimentar fenómenos inflacionarios.

Comprobará que los aumentos de remuneraciones obtenidos por los que trabajan en los sectores económicos que han incrementando su productividad, les han sido arrebatados en el hecho por el aumento de los precios de los productos agrícolas, confesión a su vez de la incapacidad de nuestra retrasada agricultura para hacer frente a la creciente demanda de sus productos.

Se percatará que esta presión creciente del sector avanzado de nuestra economía sobre el sector retrasado, unida a la fluctuación del ingreso nacional provocada por los azares de nuestro comercio exterior y la estructura monopólica de la industria, motiva desajustes en el sistema de precios, que originan luego la reacción en cadena de los diversos sectores sociales dirigida a traspasarse unos a otros los deterioros en sus ingresos.

Reparará que en la carrera por sacar la mejor tajada de la renta nacional, son los recursos potencialmente destinables a la capitalización los que primero se esfuman y desaparecen. Se explicará así el porqué nuestro aparato productivo no puede modernizarse y somos incapaces de colocar a nuestra economía en un nivel general de productividad necesario para responder a las exigencias de que es objeto. Apreciará cómo el régimen de libertad para consumir y de libertad para invertir que garantiza nuestro sistema social, se traduce en el derroche y la mala orientación de los escasos recursos disponibles.

Observará que mientras esta violenta pugna se desarrolla, el país continúa impertérrito exportando capitales cuantiosos en forma de utilidades y de divisas no retornadas por la gran minería extranjera; se mantiene impasible un régimen agrario que subutiliza nuestro ecúmene agrícola y lo subaprovecha con medios técnicos insuficientes y anticuados y se abandona todo propósito de organizar planificadamente los recursos del país para obtener de ellos el máximo provecho colectivo.

Archivos Internet Salvador Allende 10 http://www.salvador-allende.cl El Estado chileno se presenta así, al final de este examen, como un simple juguete de todas estas fuerzas y tendencias encontradas sin dirección política, incapaz de mover al país hacia grandes metas y de imprimirle un sentido unitario a la existencia nacional. En el trasfondo de este equilibrio o empate político en que se mantiene el país y que es la más evidente manifestación de su crisis social, se halla presente la coexistencia en Chile de las más diversas y contradictorias formaciones sociales, estructurales e ideológicas.

Subsiste en Chile, todavía, el latifundio improductivo y antieconómico. Pero incluso, dentro de este mismo latifundio, el desarrollo social del país ha injertado en su seno, sin modificarlo en su esencia, sistemas previsionales y hasta algunas formas de remuneración, como la asignación familiar campesina, calculada sobre la base de la productividad general del país, que es, en realidad, una forma de remuneración de tan avanzada naturaleza que ni siquiera es propia del mismo capitalismo o de la sociedad socialista, sino que tiene los rasgos típicos de la forma de retribución del trabajo que los marxistas prevén para aquellas sociedades lejanas del futuro que denominan sociedad comunista, sin clases y sin Estado. La subsistencia paralela en el campo chileno de formas de producción semifeudales y de sistemas de retribución comunitarias, como la mencionada asignación familiar, señalan claramente el desajuste sociológico de nuestro cuerpo social y hacen explicable por qué la economía chilena no puede funcionar con expedición y por qué presenta rasgos y síntomas tan singulares que confunden y desorientan a los más reputados economistas.

Coexisten, junto al latifundio, manteniéndose intocada en lo esencial, la gran empresa extractiva y extranjera de gran productividad que produce para la metrópoli y que es ajena al cuerpo económico nacional y la inestable industria criolla asfixiada por la estrechez del mercado y dotada en términos generales de maquinaria antigua con fuerte tendencia hacia el monopolio. Una clase media productora de servicios en permanente expansión y una clase obrera organizada política y sindicalmente con relativa madurez y sensible influencia social, completan el cuadro de este polifacético panorama sociológico chileno, en el cual todas estas formas de existencia social aspiran a convivir sin destruirse las unas a las otras, lubricadas en la cotidiana experiencia de una vida democrática tan formal como infecunda, que disimula el hecho básico de la inexistencia en Chile de una verdadera autoridad política encargada de resolver, en un sentido u otro, las contradicciones y conflictos sociales.

Nos hemos acostumbrado mal. Hemos querido lograr ambiciosos objetivos de progreso social sin quebrar o adaptar la atrasada estructura económica del país para que se ponga en trance de satisfacer las presiones que se acumulan sobre ella. Lo hemos querido todo y “al tiro” como decíamos los chilenos, sin sacrificios para nadie, sin lesionar intereses, sin postergar ambiciones que están más allá de nuestras posibilidades. Y el precio por esta insensata conducta lo estamos pagando. La inflación chilena y el estagnamiento de nuestro desarrollo económico, que nos ha convertido en uno de los países de América Latina que crece con mayor lentitud, es la contrapartida dolorosa de esta incapacidad del país para trazarse racionalmente un itinerario, una ruta y una meta bajo la dirección de una autoridad política, fuerte por la envergadura de su sustentación social, y genuinamente democrática por la orientación progresista de su conducta. Tenemos organizada nuestra vida económica, en lo que a la producción se refiere, de acuerdo con el modelo liberal que hizo la prosperidad de Inglaterra y los Estados Unidos en el siglo pasado. Tenemos organizadas nuestras vidas y nuestros propósitos de existencia de acuerdo con el modelo individualista que fue también instrumento de progreso en aquellos países en épocas pretéritas y en otras circunstancias. Queremos vivir ahora, siendo pobres, como viven los pueblos ricos que ya recorrieron previamente un camino para serio, de acuerdo con el sino de su propia evolución. Insistimos en aplicar recetas que sirvieron para el progreso cuando el capitalismo estaba en sus albores y que hoy no valen ni rigen para los pueblos jóvenes que en otras condiciones quieren cumplir semejante etapa social.

Al iniciar esta charla, señalaba que en los países subdesarrollados de nuestra época se vive en permanente desajuste sociológico. Vivimos en el pasado en determinados estratos del tejido social y vivimos en el presente y hasta en el futuro en otros reductos de la sociedad. Persistir en ese desajuste, sin buscar una integración orgánica entre lo que somos y lo que queremos ser, sin adecuar los medios a los fines y sin organizar la sociedad con un sentido unitario y con un estilo propio, es permanecer en la estagnación y en la pobreza, en actitud mendicante frente a los poderosos y en permanente insatisfacción frente a nosotros mismos.

Los diferentes tipos y formas sociales de Chile, su economía, su ideología, su sistema de valores y su organización política, deben reajustarse conforme un patrón único que haga converger al país entero hacia el propósito de desarrollar nuestra economía para crear un mejor y más rico modo de vivir de los chilenos.

Y este patrón convergente y unificador debe buscarse conforme nuestra singular circunstancia. Para imponerlo es menester que una fuerza social organizada políticamente y con conciencia de sus objetivos imponga su dominio sobre el aparato del Estado y sujete luego a toda la actividad social a su dirección y a su hegemonía. Chile debe encontrar una fuerza rectora que coordine y aglutine en función del futuro, lo que hoy se pierde y se gasta en un presente sin sentido ni valor.

Y en este siglo, no serán las fuerzas mágicas de los individuos, actuando separadamente, ansiosos de poder y de riqueza, quienes conseguirán organizar eficientemente nuestra sociedad y empujarla vigorosamente hacia adelante. Ese papel lo cumplió la burguesía en Europa y en el siglo XIX.

En el mundo subdesarrollado, los móviles de conducta y los valores individualistas que hicieron la prosperidad de los países hoy adelantados, en vez de hacernos avanzar, nos amarran a un presente menguado; en vez de integramos, nos anarquizan; en vez de fecundamos, nos esterilizan.

La tarea que aquí se insinúa es difícil. No se trata sólo, en el terreno económico, de planificar con criterio social a todas las actividades productoras del país, incluso las privadas. No se trata sólo de integrar la gran minería extranjera al cuerpo económico nacional ni de cambiar la faz del campo chileno imprimiéndole a nuestra agricultura un ritmo de producción y eficiencia que las formas de propiedad y de trabajo hoy prevalecientes no permiten. No se trata sólo de extraer de los sectores ricos del país los excedentes económicos que hoy se malgastan y dilapidan para volcarlos al proceso productivo incrementando nuestra débil capitalización.

Archivos Internet Salvador Allende 11 http://www.salvador-allende.cl No se trata sólo de eso. Es menester, incluso, que pensemos y vivamos en forma distinta de como lo hacemos hoy. Es menester que tengamos por valioso y deseable para nosotros y nuestros hijos otro tipo de conducta y otro orden de motivos que los que hoy rigen el comportamiento de los chilenos. Es menester que encontremos motivaciones colectivas e individuales capaces de movilizar las voluntades hacía el logro de los grandes objetivos nacionales, acordes con nuestra propia realidad.

Junto a la ofensiva para rehacer nuestra economía y como medio para conseguirlo, hay que entablar también una ofensiva ideológica y social para destruir los modernos ídolos que rigen la conducta colectiva, que provienen de otras fuentes muy ajenas y distintas a nosotros, y sustituirlos por un orden de motivaciones y por valores colectivos hábiles para comprometer a todos los chilenos en una gran empresa de trascendencia y significación. Y estos cambios deben alcanzar también a las estructuras políticas. Nuestra democracia, tan alabada por algunos, es hija legitima de¡ pensamiento dieciochesco el que ya no nos sirve como instrumento de progreso. No son el Estado democrático Iiberal ni el parlamentarismo, ni el formalismo legalista las herramientas requeridas para poner en tensión al país y organizar nuestra economía, disciplinar nuestras fuerzas sociales y hacer posible, para nuestros hijos, superiores formas de convivencia colectiva.

Nosotros, los chilenos de hoy, tenemos que encontrar, pues, nuestra propia solución que no está dada en ninguna parte, que no se puede importar desde afuera ni enseñar por maestros foráneos, por más doctos que sean en sus patrias de origen. Debemos buscar en nuestra propia realidad los ingredientes para construir el futuro, tomando en, cuenta la interdependencia mundial hoy prevaleciente y nuestro destino solidario con América Latina.

Tenemos que responder, como diría Toynbee, a un reto de la historia en forma auténtica y audaz. Sí no podemos crear una respuesta propia a ese reto, la historia pasará por encima de nosotros. Seremos, para el futuro, como esos pueblos antiguos y olvidados que sucumbieron frente a superiores formas de vida, sin dejar tras sí rastros valiosos que acusen su presencia permanente. En el espíritu y en los brazos de las jóvenes generaciones descansa la responsabilidad de dar respuesta a ese reto. De ellas depende que tengamos algún lugar en la historia.

* (Conferencia dictada el 25 de septiembre de 1957, en el ciclo organizado por la Academia de la Escuela de Ciencias Políticas y Administrativas bajo el título «Visión Panorámica de Chile»)

Archivos Internet Salvador Allende 12 http://www.salvador-allende.cl En busca de Chile. 1958*

Es paradojal la coexistencia, en el ánimo de los chilenos, de dos sentimientos aparentemente contradictorios. Por una parte, la conciencia de que valemos como nación, de tener vastas posibilidades a nuestro alcance, de ser un país del futuro y, por otra, la no menos intensa convicción de que nos encontramos detenidos, de que no progresamos, de que no tenemos destino. La paradoja puede, sin embargo, explicarse, recurriendo a viejos conceptos.

Pensaban los filósofos estoicos que la sustancia inerte de que se componía el universo, el material de que estaba construido el mundo, se encontraba animado e insuflado por un soplo vital, una fuerza orientadora que organizaba los elementos dispersos; que colocaba a cada cosa en su lugar e imprimía, así, sentido y forma al conjunto resultante. No obstante el pesimismo de algunos, en Chile se dan hoy día los materiales necesarios los ladrillos y el cemento, los obreros y los arquitectos, los planos y las bases para construir un país moderno con una economía sana y en expansión, dirigido por una democracia ágil, despierta y audaz. Sin embargo, nada tan lejos de esta visión optimista como lo que hoy nos ofrece la realidad. Nuestra economía, corroída por el cáncer inflacionista; nuestra política impregnada de hábitos corruptos, disocia y desorganiza a las fuerzas sociales; nuestro pueblo sé halla más preocupado de autointoxicarse con soluciones fáciles, engañosas y falaces que de laborar con austeridad por un destino más venturoso y feliz.

Ello no obstante, insistimos, existen en Chile los elementos básicos para edificar una sociedad progresista, trabajadora, justa y democrática. Está a nuestra disposición la riqueza natural chilena, todavía, en gran medida, virgen e inexplotada; existen los brazos y las mentes fuertes y hábiles para fecundarla; hay ideas y planes, metas realistas y programas concretos que señalan perspectivas para resolver las dolencias fundamentales que nos aquejan. Por otra parte, hemos sufrido, durante los últimos años, una dolorosa, pero no menos interesante experiencia que nos indica lo que debe corregirse y nos sugiere las vías para enmendar errores. Impera en Chile un clima espiritual que permite movilizar conscientemente al pueblo en pos de algún objetivo, a la vez que del seno mismo de las gastadas organizaciones sindicales y políticas emergen destellos de una significativa madurez cívica, y todavía más, tenemos perfecta conciencia de todo esto, sabemos que estamos mal, que hay que rectificar rumbos y que es necesario sacrificar los menguados intereses privados o de grupo en pro de algunas grandes y macizas aspiraciones colectivas que el chileno conoce y siente con intensidad.

Pero a pesar de ello, estamos parados en un punto muerto. Falta en Chile ese soplo vital, ese espíritu ordenador de que hablaban los estoicos, que ponga en movimiento los factores positivos, que disponga las piezas de manera constructiva y ordene la puesta en marcha de la edificación. En otras palabras, le falta a Chile dirección política, en el más profundo sentido del término. Dirección política que aproveche las fuerzas sociales positivas organizaciones sindicales y soluciones técnicas; mentes capaces y recursos inexplotados, programas de desarrollo y conciencia democrática , para con ellos romper este punto muerto;, y enrumbar al país en la tarea de su propia recreación. En el siglo pasado Chile supo encontrar esa dirección política. Demostró que tenía genio para ello. En el presente, la está esperando. Y sabemos que vendrá, porque la busca, aunque no se dé cuenta de ello, anhelosamente, con ansias.

¿Puerto Rico es el modelo?

Un distinguido integrante de los equipos técnicos que acompañan al senador Frei en su postulación presidencial ha manifestado hace poco que el tipo de asociación logrado entre Puerto Rico y los Estados Unidos nos puede servir de enseñanza y modelo acerca de cómo podemos, los latinoamericanos, obtener del país del Norte el máximo provecho para nuestro desarrollo.

La afirmación no es tan sorprendente, como pudiera parecerlo a primera vista, si se piensa que el mismo candidato sefior Frei, en reciente foro público, dejó perfectamente sentada su opinión en dos puntos claves para interpretar su política. Primero, que estimaba que en el plano internacional la conducta de Chile debiera reposar en nuestra clara e inequívoca solidaridad con el llamado del mundo libren y en el no menos definido reconocimiento de que formamos parte de la comunidad política y jurídica del sistema panamericano. Segundo, que estimaba del todo insuficiente el volumen de recursos que podrían obtenerse dentro del país para promover su desarrollo económico, y que era indispensable obtener sustanciales aportes de capitales o empréstitos extranjeros para superar el estagnamiento productivo en que nos debatimos.

Sobre la base de estas dos premisas, si se es consecuente, es lógico que se termine por considerar a Puerto Rico como el modelo que debiéramos seguir los países latinoamericanos. En efecto, el Estado Libre Asociado de Puerto Rico es solidario como el que más con la causa de Occidente en contra del comunismo, se siente también íntimamente ligado en eso que llaman los del norte, «las Américas». Su porvenir y su futuro dependen del porvenir y del futuro de los Estados Unidos, sus habitantes aspiran a vivir como los americanos, su escala de valores está determinada por la primacía del «american way of life». Su economía se ha desarrollado a la sombra de la economía norteamericana, ha habido cuantiosas inversiones privadas yanquis y no han escaseado los empréstitos. Con ello su nivel de vida ha subido, su standard sanitario es envidiable y hasta sus universidades se permiten el lujo de invitar a las autoridades científicas mundiales a enseñar en sus aulas y de deslumbrar a los yanaconas del Sur.

Sin embargo, y a pesar de esa reluciente prosperidad portorriqueña que se mide en dólares, curvas estadísticas y guarismos numéricos , los chilenos no envidiamos a la isla del Caribe ni queremos llegar a ser de su triste condición.

Porque no hay que confundir a una empresa comercial cuyo valor descansa en la magnitud de los dividendos con un país, una nación y un pueblo, como es Chile, que tiene una historia, un destino y un sentido. Nosotros no queremos que la prosperidad de Chile se note mañana en las frías cifras de un balance comercial, sino que se aprecie en la alegría de los rostros, en la confianza de la dignidad y altivez de sus gestos.

Archivos Internet Salvador Allende 13 http://www.salvador-allende.cl Y por eso, porque Puerto Rico no es una nación, sino una factoría, un pretexto geográfico para las inversiones de los monopolios destinadas a producir ganancias, cuyos mendrugos recogen los infelices isleños; porque su líder nacionalista está en la cárcel y sus partidos independentistas están proscritos., porque su pueblo es vejado y despreciado en los Estados Unidos; porque Puerto Rico no tiene hoy día temas ni metas propios sino los de su avaro y acaudalado amo; porque Puerto Rico ya no está hablando castellano, sino pensando y entendiéndose en inglés, por eso nosotros, los chilenos, no envidiamos a Puerto Rico, por eso, no necesitamos de un Muñoz Marín.

La desintegración del país

Chile está enfermo de un mal grave. Más grave de lo que muchos piensan. Lo que está ocurriendo ante nuestros ojos estos últimos días, la desarticulación general del cuerpo social, la agitación y el desconcierto, así lo están demostrando.

Ya no sólo proliferan las huelgas que podríamos llamar clásicas, de obreros en contra de sus patrones. Se han inventado en Chile por la presión del descontento, del desgobierno y de la falta de confianza, de la insatisfacción general, nuevos tipos de huelgas absolutamente desconocidos en el resto del planeta, inéditas, únicas, singulares, chilenísimas.

Tenemos la huelga de renuncias acordadas por el cuerpo médico. Ponderados profesionales de cuello y corbata, de elevado nivel universitario, resuelven para obtener el triunfo de sus aspiraciones, renunciar a sus cargos y dejar a la población desprovista de servicios asistenciales. Tenemos la huelga de pagos sostenida por los empleados fiscales. Los funcionarios públicos han resuelto no cancelar sus cuentas al comercio porque no se les concede la bonificación solicitada. Tenemos la huelga general nortina declarada por las provincias de Tarapacá y Antofagasta, que han paralizado totalmente sus actividades, de capitán a paje, porque no se les accede a su petición de que entren libremente del norte argentino, sin derechos aduaneros, cuotas ni trabas burocráticas, los productos alimenticios que necesitan para subsistir. Y, como si fuera poco, la respetable Sociedad Nacional de Minería ha empujado a la huelga a los empresarios y capitalistas de la mediana y pequeña minería. Los mineros han resuelto cesar de trabajar y proceder al cierre de sus establecimientos, aumentando la creciente cesantía, hasta que no se resuelva favorablemente su petición de aumento del valor del dólar que reciben por sus exportaciones.

La Misión Klein Saks, con un criterio digno de «don 0tto» está feliz con todos estos acontecimientos. Ello sería, a su juicio, demostración de que su política está sacrificando por igual a todos los sectores del país.

Pero lo que no está demostrado, ni mucho menos, es que todo este alto precio que estamos pagando beneficie a alguien. Desde luego no beneficia al país en su conjunto, al futuro, a nuestros hijos. Por el contrario, es precisamente el porvenir el que parece sacrificado conjuntamente con el presente. Disminuye la producción, paralizan las faenas, se retraen las inversiones, hay cesantía en la minería, la construcción y la industria fabril. La agricultura no abandona su paso de tortuga. Los aportes de capitales extranjeros no se divisan por ninguna parte. Y los intentos de «ayudarnos» de algunos consorcios imperialistas, mejor no «meneallo» ... Recuérdese el nuevo trato del cobre, el referéndum salitrero y los propósitos de desnacionalízar el petróleo y de reformar el contrato eléctrico, todo lo cual tiende a hipotecar aún más nuestro futuro al capitalismo yanqui. Total, no se advierte en qué sentido los sufrimientos de hoy aligeran y preparan un mañana mejor.

En síntesis, en Chile nadie está contento con el presente y todos desconfían del porvenir. El Gobierno presencia impertérrito la desintegración del país originada por sus errores, traiciones y desaciertos. El cuerpo social de Chile se desmorona a pedazos, cada uno parte por su cuenta y nadie tiene una visión de conjunto que pueda presentar una salida progresiva, nacional y popular, que señale tareas y objetivos y que invite al trabajo y a la acción. Por eso, ahora más que nunca, Chile necesita de un Gobierno con mayúscula, de una autoridad de veras, de una voluntad fuerte que dirija a las fuerzas sociales y las encamine hacia grandes y revolucionarias metas. Y esa autoridad sólo puede surgir del mismo pueblo, como producto de su experiencia y de sus luchas, de su conciencia y de su madurez.

La antipatria en acción

La violenta e irreconciliable pugna de intereses en el mundo de hoy, entre los que defienden las formas de vida predominantes en occidente y las fuerzas que luchan por crear nuevos tipos de convivencia humana, se proyecta también en el plano ideológico. La sociedad capitalista pretende apuntalarse a través de la justificación teórica de sus supuestos básicos, usando para ello de todos los medios que le permitan adormecer, engatusar y desorientar a las fuerzas que potencialmente pudieran ser enemigas.

En este frente de guerra ideológica, tiene singular significación la tarea de desviar la atención de los pueblos dependientes de sus problemas sustantivos hacia cuestiones formales y secundarias, elevadas, por obra y arte de la propaganda, a la categoría de temas fundamentales.

Nuestro país experimenta como todos los de nuestra América en estos días , una intensa ofensiva de esta especie, destinada a hacernos olvidar lo que somos, el sentido de nuestra historia y el carácter de nuestras reivindicaciones nacionales. Todo esto encubierto en una fraseología pedante y seudocientifica, que recibe especial acogida en los ignarios medios de la clase dirigente, sus voceros y sus periódicos.

Se destaca, en esta ofensiva, la acción de los promotores de la llamada «Defensa jurídica de la democracia occiden- tal». Utilizando un gastado arsenal conceptual que bien puede sonar en boca de uno de esos senadores casi analfabetos de los Estados Unidos, pero que haría enrojecer de vergüenza a cualquier aprendiz de ciencia política , probos y doctos trabajadores de la ley escrita se aventuran con desenfado en el campo de la sociología, con el fin de justificar un régimen y un orden social a través del manejo abusivo de ideas cuyo sentido histórico son incapaces de comprender.

La democracia occidental, acicate del progreso en los países del Oeste de Europa y en Norteamérica, es transplantada mecánicamente por estos entusiastas defensores suyos, a un medio social como el nuestro, cuya naturaleza y

Archivos Internet Salvador Allende 14 http://www.salvador-allende.cl necesidades, intereses y aspiraciones, nada o muy poco tienen que ver con la circunstancia histórica que hizo germinar la semilla del pensamiento liberal racionalista en aquellas regiones, y hacer posible la revolución industrial y la civilización contemporánea.

Pero no sólo se aprovechan, las fuerzas e intereses de la antipatria, de la incultura política de nuestros pretendidos medios ilustrados, para hacer circular y extender su contrabando ideológico. Nuestro país, que ha soportado sin may repugnancia que su política económica le sea impuesta por una comisión extranjera que trabaja por paga, va a presenciar, en los días que siguen, espectáculo grotesco de una «exposición del Capitalismo Popular», auspicia directamente y sin escrúpulos por la embajada del país que ha tomado a cargo el patrocinio y la defensa de los intereses reaccionarios de todo el mundo.

Toda suerte de lugares comunes y de afirmaciones colecticias, forman la trama, de la bullada exposición. Quizás la propaganda de la prensa que sirve los intereses de sus empresarios, logre despertar algún interés por ella. Pero su resultado último será acumular otra gota más de resentimiento y de asco hacia el intento masivo de embaucarnos con argumentos infantiles para alejarnos de nuestro destino auténtico, que nada tiene que ver ni con «la democracia occidental» ni con «el capitalismo popular» verdaderas trampas ideológicas al, servicio de los enemigos de Chile.

Chile no es Suiza

La democracia oficial chilena y el normal desenvolvimiento de sus instituciones, crea, en algunas gentes, la ilusión de que nuestro país puede desarrollarse y progresar pacíficamente, como lo hacen los suizos o las naciones escandinavas, donde nunca se producen alternativas políticas de importancia, y todo se resuelve mejorando el nivel técnico y la eficiencia del mecanismo social y gubernativo. Chile debería aspirar, según estos soñadores, a ser una especie de oasis europeo en esta turbulenta América Latina; debería tender a ser gobernado por una sensata mesocracia pequeño burguesa, capaz de realizar el milagro de conducirnos por vías tranquilas hacia un socialismo ecuánime y moderado, manteniendo intacto el patrimonio espiritual de Occidente, sus caras libertades, sus inalienables derechos y la celosa autonomía de la persona humana.

No es un artículo periodístico el mejor lugar para rebatir, tan peregrina como idealista teoría. No lo haremos en consecuencia. Pero sí queremos hacer presente que los hechos de la semana pasada, como otros menos recientes, están indicando que Chile no es Suiza, y que nos estamos engañando si queremos imitar estilos de vida y procederes políticos emergidos en remotas tierras.

Los incidentes de la semana pasada sangre, tumultos, saqueos, muertos, estado de sitio, relegaciones, empastelamientos y facultades extraordinarias , están demostrando que estamos lejos de ser como los pacíficos suizos, los tozudos noruegos y los fríos daneses. Si una protesta colectiva contra el alza de tarifas de la locomoción puede llegar hasta producir, por último resultado, el naufragio de nuestra democracia y la imposición de una verdadera dictadura semilegal, es porque algo hay en el sustrato social chileno que no se compadece con el idilico transcurrir democrático que tan bien funciona en aquellas nebulosas regiones europeas.

Por eso es que grupos políticos como la Falange Nacional tan orgullosos de los progresos cívicos de Chile, tan deseosos de obtener para el pueblo más justicia, sin ocasionar perjuicios ni menoscabar los derechos de nadie-, se desazonan, se perturban, y se paralogizan cuando la realidad los despierta de su quimérico sueño, y las balas, las deportaciones y las facultades extraordinarias entran a jugar el papel que ellos tienen reservado a los argumentos, las doctas razones y la buena voluntad.

También el resultado de la elección presidencial de 1952, dejó fuera de foco a los que creen en la racionalidad de nuestro acontecer político. Para explicar el fenómeno se inventó la teoría de la «borrachera del 4 de Septiembre» que pareció haberse ya desvanecido con la vuelta del país al buen criterio en las recientes elecciones parlamentarias, donde el centrismo triunfó a través de radicales y falangistas. Pero poco duró la euforia de los triunfadores. A un mes de la elección, de nuevo el pueblo se «sale de madre», olvida los partidos, las buenas maneras, y llega hasta apedrear nada menos que al Congreso Nacional, los Tribunales; de Justicia y esa institución nacional que es «El Mercurio». Como resultado postrero de¡ incidente, nuestra institucionalidad democrática desaparece, ahogada por los estados de sitio, las leyes de excepción y las Facultades Extraordinarias.

¿No está indicando todo esto que es una ilusión el querer para Chile camino tan incruento y racional como el que imaginamos, y que nos estamos autoengañando cuando soñamos, para nuestra patria, un destino semejante al de las ejemplares democracias europeas?

Lastarria y lo autóctono

Un grupo esclarecido de intelectuales chilenos entre los cuales anotamos a prestigiosos cultores de las letras, el ensayo y la historia , han dado expresión a su pensamiento editando una interesante revista, que aparece bajo el sugestivo nombre de «Mapu».

Tanto la denominación, como el contenido y la declaración de propósitos de la nueva publicación, coinciden en expresar que el sentido de la revista es traducir y dar forma a creaciones inspiradas en lo más hondo de nuestra realidad Chilena y latinoamericana, verter las inquietudes autóctonas de nuestra tierra, dejando de lado lo postizo y extranjerizante en cuanto implica adaptación artificial de lo ajeno y desnaturaliza nuestra propia existencia alejándola de propio y auténtico ser.

Semejante propósito que va unido a una actitud abierta y progresiva en plano social , aparece sin embargo bajo la evocación de la figura de José Victorino Lastarria, cuyo rostro llena la portada del primer número y cuya personalidad y obras merecen una especial advertencia inicial.

Archivos Internet Salvador Allende 15 http://www.salvador-allende.cl Nada tendría de raro que una iniciativa como la de los sostenedores de «Mapu» buscara el patrocinio de una figura patria que simbolizara lo autóctono cualquiera de las manifestaciones de la actividad social; pero mucho tiene extraño, y hasta de contradictorio, que en el presente caso se haya elegido c señero nombre del célebre político y publicista liberal del pasado siglo.

En efecto, si hay un político chileno de fuste, decisivamente desarraigado de la tierra y vuelto con su mirada hacia Europa y hacia los Estados Unidos, ése es, precisamente, Lastarria. El autor de «La América» odia y anatematiza lo español, desconoce e ignora lo indio, admira y reconoce como ejemplo a imitar, en todos sus aspectos, a los Estados Unidos y busca en las ideas del enciclopedismo francés del Siglo de las Luces, el norte que debe guiar y modelar la vida social, cultural y política de las repúblicas indiberas. Poco le falta para, desear, como Sarmiento en la otra banda, que se reemplace el español poro inglés como idioma nacional en su patria.

Nadie puede negar las excepcionales condiciones de que, desde cierto punto de vista, estaba dotado Lastarria; pero de lo que también podemos estar seguros es de que su visión de Chile y América no estaba inspirada ni arraigada en los elementos reales que configuraban nuestra sociedad, sino reconocía como fuente a categorías del pensamiento nacidas lejos de aquí, en un medio totalmente distinto y que no podían lisa y llanamente trasladarse a este continente sin provocar las más perniciosas consecuencias.

Y el caso merece comentarse. Todavía impera en buena parte de la «Inteligentzia» izquierdista chilena y latinoamericana una mentalidad exótica, en cuanto presta incondicional adhesión a los valores e ideales decimonónícos que aquí en América carecen de toda virtualidad histórica y proyección social. El parlamentarismo democrático, el sistema y la organización partidista, el culto a la libertad y a la democracia en abstracto, etc.; continúan siendo verdaderos idolos a los cuales no es lícito someter a critica o, por lo menos, adaptar a las condiciones de vida nuestras. Piénsese en el medio social, la correlación de clases y su misión histórica en la Europa de los siglos XVIII y XlX y compáreseles con la situación nuestra de países semicoloniales, que, nos estamos desarrollando económicamente en la égida del Imperialismo y las guerras mundiales, para advertir lo absurdo que implica querer hacer valor en Chile lo que tuvo o tiene sentido en la Inglaterra víctoriana o en la Francia jacobina. La Razón eterna e infalible, a la que rendía culto Lastarria y de la que desprendía principios universalmente válidos, no fue sino el instrumento histórico de la burguesía europea para realizar su revolución en las condiciones que allí imperaban.

Nuestro camino hacia la liberación económica, el desarrollo político y el florecimiento cultural tiene otro sentido y necesita de otros valores. El cosmopolitismo del siglo XIX, cuya máxima expresión en Chile fue Lastarria, nada puede significar para la expansión de los pueblos de la América Morena que viven ahora. bajo el signo y en la época de las revoluciones nacionales antiimperialistas, las que no sólo en el terreno económico, sino que también en el Político y cultural, luchan por desenvolver la plenitud de los recursos económicos, humanos y espirituales de este continente de acuerdo con su propia vocación histórica.

* Serie de articulos aparecidos en la prensa santiaguina entre 1955 y 1958, recogidos en el libro del autor «Reflexiones Políticas», editado por Prensa latinoamericana, en 1958.

Archivos Internet Salvador Allende 16 http://www.salvador-allende.cl Sobre la realidad chilena. 1964*

El ibañismo y la crisis de autoridad

Transcurrido ya un suficiente lapso desde la pasada elección presidencial provistos de la experiencia decantada durante tres años de gobierno «septembrista», estamos ya en condiciones de intentar un enjuiciamiento serio alcance y proyecciones del fenómeno Ibañista y de las causas de su frustración.

El fracaso inapelable de la actual gestión gubernativa, sobre todo si se le juzga en función de las esperanzas colectivas surgidas con ocasión de la última Justa presidencial, parece confirmar el punto de vista y las predicciones que ya antes del 4 de septiembre sostenían los adversarios del candidato triunfante.

Se decía y se repite ahora con la seguridad que parece derivar de la amar experiencia cívica de los últimos tiempos que el denominado septembrismo, movimiento ibañista, fue una verdadera «borrachera» política del pueblo chíleno una «salida de madre» de las fuerzas sociales en un momento de ofuscación colectiva, que no pudieron controlar ni las organizaciones políticas tradicional ni los dictados de la razón y del sentido común.

Los que así razonan, se explican esta anómala victoria del ciego instinto sobre la luminosa razón por la concurrencia accidental de una serie de factores circunstanciales que pueden explicar el fenómeno, pero, de manera alguna, justificarlo. La exasperación producida por el alza del costo de la vida, de desprestigio de algunos hombres y partidos del régimen anterior, etc. , etc; serían elementos que abonaron el terreno para la emergencia de un mito político negativísta y destructivo, de repudio al Gobierno saliente, huérfano de toda, orientación sustantivo que no fuera la demagogia antipartidista, populachera y hasta nacionalista que se esgrimió como arma de captación electoral. No es difícil, pues continúa la tesis que comentamos , haber predicho d fracaso estrepitoso de un régimen construido sobre tan febles bases. Pasado el efecto de la «borrachera» y vueltas las cosas y los ánimos a la normalidad, lo regular y lógico es esperar ahora que el sensato buen sentido nacional se imponga y vuelvan entonces a jugar los partidos, de Derecha e Izquierda, su papel esencial de cauce orgánico destinado a encaminar las aspiraciones colectivas. Acabará así, sin pena ni gloria y sin provecho alguno para Chile, esta dolorosa experiencia política del ibañismo.

Tal es, en líneas generales, el modo de pensar de vastos sectores, de lo que podríamos llamar «opinión políticamente ilustrada» del país: dirigentes políticos y sindicales, periodistas, profesionales, estudiantes, etc. El esquema presentado claro está , se adecua y adquiere especial tonalidad según sea el color político de¡ que lo sustenta, pero en su más amplia versión es susceptible de servir de molde a las opiniones predominantes desde conservadores hasta simpatizantes de la extrema Izquierda política. Manifestación concreta de este común criterio para apreciar la experiencia ibañista lo proporciona el curioso entendimiento y modus vivendi que se ha producido entre todos los grupos opositores al Gobierno durante los últimos meses y que, no por limitado en sus alcances, deja de ser menos extraño en un país tan politizado como Chile.

Frente a esta interpretación del fenómeno septembrista, que en sustancia lo estima como una manifestación patológica de la vida política chilena, nosotros oponemos otro criterio para valorarlo, que se ajusta más a una reflexiva consideración de la realidad actual de Chile.

Admitiendo, desde luego, la primacía que en el movimiento ibañista tuvo el factor irracional y emotivo y reconociendo, por lo mismo, su carácter primitivo y poco evolucionado, pensamos, a diferencia de la opinión generalizada, que dicho movimiento tiene, o más bien, tuvo un sentido y una dirección y que este sentido y esa dirección apuntan y tienden precisamente a resolver la contradicción fundamental de la sociedad chilena, contradicción que la entendemos como el equilibrio o empate político a que han llegado en el país las fuerzas sociales opuestas generadas por el desarrollo económico.

Pensamos que este equilibrio o empate, al permanecer latente y sin solución largo tiempo, ha determinado la estagnación relativa que se observa en el país en todos sus aspectos, la frustración de valiosos esfuerzos e iniciativas y el embotamiento de las energías nacionales que terminan todas desgastándose nueva versión del «peso de la noche” de que hablaba Portales. ésta que, a diferencia de la del siglo XIX, no representa el interés de a social dominante, sino que envuelve el compromiso tácito de opuestos, de similar poder, de respetarse sus situaciones, conquistas en detrimento del interés colectivo nacional. Y pensamos que el irracional y emotivo del ibañismo, lejos de ser causa de error y lomo, fue el instrumento casi animal que permitió al pueblo de Chile su mal orgánico, ya que las postulaciones ideológicas por trasplantar artificialmente a Chile pensamientos emergidos en otras tierras de muy distinta condición, se mostraron incapaces de interpretar la realidad nacional.

Nos explicamos. Lo que se llama en Chile estructura democrática, Orden social, respeto a todos los derechos e intereses, normalidad institucional, no es en sustancia, sino la forma que envuelve este arreglo o modus vivendi que han llegado poco a poco a establecer las fuerzas e intereses social contrapuestos, a condición de que todas ellas se respeten recíprocamente aquellas que más profundamente las afecta.

Ya desde la época de la Revolución del 91, y quizás un poco antes, se advierte claramente que en Chile la antigua oligarquía tradicional empieza a ce posiciones económicas, política e ideológicamente ante la emergencia de u nueva burguesía, la irrupción del imperialismo, la difusión de las ideas libertarias y laicizantes del joven Partido Radical y el impacto que en su propia existencia le produjo el modo de vivir y de pensar a la europea, producto de la intensa influencia extranjerizante de variada índole que experimentó el país y que acentuó a consecuencia del auge salitrero. En 1900, la vieja aristocracia colonial, alrededor de la cual Portales fundó la República y creó un país, ya no era la de antes, y profundas grietas en su fachada denuncian el ocaso de su poder político.

Pero a esa clase, no la sucedió nadie en el pleno dominio político del país. Desde principios del presente siglo se inicia

Archivos Internet Salvador Allende 17 http://www.salvador-allende.cl y acelera el crecimiento paralelo de nuevas fuerzas sociales. La educación laica y el Liceo incrementan poderosamente a una clase media desvinculada de las faenas productivas y orientada hacia el profesionalismo y la burocracia, pero muy influyente en el terreno político e intelectual a través del radicalismo jacobino y afrancesado. El desarrollo de la minería y de la incipiente industria fabril genera también un proletariado industrial cada vez más fuerte y combativo. El imperialismo extranjero se apodera de, vitales fuentes de materias primas y crea su propio aparato de influencias al mismo tiempo que se alía con importantes sectores de las clases altas. Y la vieja oligarquía, con su especial sentido de adaptación, retrocede en lo accesorio pero conserva una posición dominante que comparte ahora con nuevos aliados, con los que se entiende a las mil maravillas dentro del juego institucional parlamentario que dejó como herencia el pasado siglo. La democracia chilena, que antes de 1891 era sólo una portada constitucional para legalizar la autocracia, comienza después a funcionar, en el hecho, para permitir la convivencia pacíficamente de intereses y mentalidades diferentes.

El proceso llega a su cima en 1938. Entonces la clase media logra su más espectacular victoria gracias al apoyo del pueblo y las masas obreras, carentes todavía, pese a las apariencias, de una dirección y pensamientos propios o autónomos. Más ágil y sensible a estímulos nuevos que la Derecha tradicional, los gobiernos radicales que se sucedieron después de 1938 intensificaron el desenvolvimiento de las fuerzas productivas merced a una política de fomento económico e intervención estatal que desarrolló considerablemente, más en extensión que en profundidad, la acción del Estado y de las entidades públicas. Con ello se consolida y afirma el sector burocrático de la clase media y se hizo posible la emergencia de una burguesía sui géneris, que alcanza gran poderío económico aprovechando los mecanismos interventores en su provecho particular.

Estamos ya en pleno dominio de la clase media. Ella, su ideología y su escala de valores dominan sin contrapeso en la Universidad y en la “inteligentzia», penetran hasta el Ejército; su mentalidad es la que inspira a la mayor parte de la prensa, y sus hábitos y maneras políticas invaden hasta las propias organizaciones políticas y sindicales de la clase obrera. Como un reflejo de todo este proceso, la propia clase media burocratizada se organiza sindicalmente, y son ahora los gremios de empleados los que constituyen el más fuerte de los núcleos sindicales, los que obtienen mayores ventajas en la lucha económica y los que más interesa captar a los partidos políticos para los efectos electorales. La influencia y poderío de la clase media alcanza tales proporciones que sectores de Derecha se ven arrastrados hacia ella. La Administración Ríos presenció ya el entendimiento de una fuerte rama liberal con los radicales, con la tolerancia conservadora. Y durante la Administración González Videla, el llamado gobierno de Concentración Nacional significó el reconocimiento tácito, de la Derecha al Partido Radical, de su mejor titulo para regir los destinos del país. Y no se crea que sólo hacia la Derecha se extiende el campo de acción de las capas medias dominantes. La izquierda no es menos sensible a su atracción. El cebo que significa la posibilidad de coparticipar en el usufructo de las granjerías burocráticas mantiene a importantes sectores pequeño burgueses de Izquierda en permanente expectativa de volver a reeditar la jornada del 38. Desde el punto de vista ideológico, la magnitud de la penetración que ha alcanzado la mentalidad jacobina y libertaria, democrática y sensiblera, en la extrema Izquierda, explica en gran medida la actitud de estos sectores en pro de la defensa del orden establecido.

Ahora bien, ¿qué significa socialmente el predominio de las capas medias?.Si éstas, en Chile, representaran a una burguesía productora, como es el caso de Mexico, por ejemplo, ello querría decir que estaríamos experimentando un fuerte desarrollo económico de tipo burgués capitalista dentro de los marcos de la libre empresa. Pero no es así. Nuestra clase media gobernante está generalmente desvinculada de las faenas productivas y, a menudo, no tiene otro acceso a ellas que el que puede advenirles providencialmente cuando, por motivos políticos, pasan sus voceros a regir, desde arriba, a una sociedad anónima en la que tiene participación alguna entidad estatal.

Si el predominio de las capas medias no ha traducido el interés de la burguesia industrial nativa, ¿qué interés decisivo es el que representa? Ninguno. Y por representar ninguno de modo concluyente, es que en Chile se puede decir con justeza que no manda nadie. O también, lo que es lo mismo, que mandan todos.

Desde este punto de vista, del dominio del aparato del Estado, es falso decir que en Chile manda la oligarquía terrateniente, porque si bien ella mantienerelativamente intacta su influencia en el centro del país, en las zonas campesinas no es menos cierto que la orientación general de la acción pública ha escapado a su control. Esta clase no gobierna, pues, con exclusividad, sino que cogobierna, coparticipa en la gestión de la cosa pública, debiendo renuncia a algo para mantener intocada la estructura de la propiedad agraria y permitir así que otrasfuerzas rijan otros aspectos de la actividad social.

Es falso decir que en Chile gobierna el imperialismo. En pocos, países como el nuestro ha logrado el Estado obtener para sí una participación tan grande el valor de las riquezas extractivas de propiedad extranjera. Pero de esto no puede concluir que en Chile no tenga fuerza e influencia del imperialismo. La tiene y mucha, a como lo ha demostrado la reciente ley del nuevo trato para cobre, que significa retroceder en el camino de los avances conseguidos. En Chile lo que ocurre es que también manda el imperialismo, el que, para mantener su poder, debe, como las otras fuerzas, renunciar a algunas de sus pretenciones.

Para comprender mejor estos asertos, compárese a este respecto situación con la de otros países hermanos, como el Perú, donde la coalición oligárquico imperialista es dueña y señora de la nación entera.

Es falso, y ya lo advertimos, que en Chile mande la burguesía criolla. Su incipiente desarrollo, su dependencia del Estado y sus vinculaciones con la oligarquía y el imperialismo le restan autonomía de acción. Es falso, por último, que en Chile manden los gremios. Ello, no obstante éstos han alcanzado inusitado poder social, capaz, como lo han demostrado, de derribar gobiernos y de poner en jaque al país entero cuando se pretende lesionar algunas de sus conquistas sociales. No gobiernan, pero también coparticipan de la gestión social, ya que, a menudo, el Ejecutivo debe ceder a sus presiones. A su acción se debe en buena parte el sentido que ha tomado la evolución económica del país los últimos años. Y al decir los gremios, nos estamos refiriendo fundamentalmente a las organizaciones de empleados y a los sindicatos obreros más poderosos.

Archivos Internet Salvador Allende 18 http://www.salvador-allende.cl Queda al margen del condominio del Estado la gran masa, preterida e ignorada, de los obreros no sindicalizados, campesinos, mujeres y jóvenes que no alcanzaron a politizarse en los años de euforia izquierdista. Son estos sectores, que forman el grueso del cuerpo electoral, que no se sienten interpretados por los partidos políticos y que no han podido negociar su participación en la repartija de la renta nacional, los que no tienen interés alguno comprometido en el orden existente y los que manifestaron su repulsa a un sistema que les es ajeno, votando por Ibáñez en 1952.

Las otras fuerzas sociales y económicas las que están comprometidas en el sistema , cogobiernan el país entregando su administración a las capas medias, que no son un peligro para nadie, que comprenden las expectativas de cada una y las saben armonizar política y económicamente.

Pero esta solución, aparentemente perfecta, de las tensiones sociales, es en el fondo inestable y precaria. El precio que ha pagado el país por haber conseguido tan pacífica convivencia entre intereses opuestos es la permanente y cada vez más acelerada desvalorización monetaria, es decir, la inflación, la que alcanza en Chile tan singular velocidad y magnitud, como singular es también el tipo de convivencia social que con esa inflación se paga.

No es propósito nuestro el hacer un análisis de las causas inmediatas de nuestra inflación. Los técnicos ya la han examinado hasta la saciedad y recetas para combatirla sobran, buenas, malas y regulares. Pero sí queremos insistir en el sustrato político social que ha condicionado nuestro proceso inflacionista y que ha estimulado la presión para acudir a este expediente para resolver las contradicciones sociales. La expansión del crédito, el desequilibrio presupuestado, los reajustes automáticos, el incremento nominal de las remuneraciones y hasta el déficit de divisas, en parte, son causas inmediatas de un proceso que, en el fondo, reconoce su origen en las exigencias contradictorias de los diferentes grupos sociales que, al no resolverse en un sentido definido en favor de algunos de ellos, se neutralizan y devienen en desvalorización monetaria.

Todo el proceso tiende fatalmente a paralizar la actividad creadora del país, a descapitalizarlo y a conducirlo, a la postre, al estagnamiento económico y a la crisis moral, fenómenos que desde hace unos años ya se vienen insinuando creciente nitidez.

La inflación es el lado económico de la medalla. La falta de autoridad que a las contradicciones sociales, el reverso político. Ambos aspectos se condicionan y estimulan recíprocamente.

El pueblo de Chile presintió, en 1952, más allá de la verborrea partidista, esa realidad social. Comprendió que, para terminar con el caos económico anarquía social, era preciso que una autoridad fuerte y rectora mandara y fuera obedecida. Y quiso que la misión de esa autoridad fuera inclinar la balanza, definitivamente, en un sentido popular, resolviendo así las pugnas sociales en beneficio del trabajo, de las masas y de las mayorías nacional De ahí el esencial carácter de la candidatura lbáñez que, siendo esencialmente popular, no usó del tradicional lenguaje libertario y democratista de los políticos pequeño burgueses, sino que giró alrededor de la necesidad de dar a Chile, por fin, un gobierno fuerte que expresara y organizara a las dispersas fuerzas sociales progresivas.

Sobre nuestra clase media

En reciente foro realizado en la Escuela de Ciencias Políticas, el ex senador don Raúl Rettig se refirió con el brillo que acostumbra, a los postulad doctrinarios del radicalismo. Hizo una sincera semblanza del histórico partido insistiendo en el concepto básico de que el radicalismo es la expresión política de la clase media chilena. Ponderó las virtudes cívicas y morales de este sector social, las contrastó con las cualidades de la clase trabajadora y reconoció, en la oligarquía chilena, condiciones positivas de que carecen los estratos sociales dominantes de otros países hermanos.

El enfoque sociológico que estas apreciaciones implican, adolece de un vacio fundamental que le resta objetividad y valor. En efecto, a las clases y a sus posiciones políticas hay que juzgarlas en función de la dinámica social. Y desde este ángulo no creemos que pueda valorarse a la clase media chilena con el entusiasmo y el optimismo que lo hace el señor Rettig.

¿Quién va a negar que nuestra clase medía, producto típico del Liceo chileno, de formación laica y racionalista, ha contribuido decisivamente a elevar el nivel intelectual medio del país, ha hecho posible la democratización de nuestras instituciones y ha logrado abatir al clericalismo, creando en el país una atmósfera de tolerancia propicia para el progresivo desarrollo social? Eso es en cuanto al pasado.

Pero lo que interesa hoy es otra cosa. Es determinar el papel que en esta hora cumplen las clases medias en nuestra evolución social. Desde luego, esa clase media chilena a que se refirió el señor Rettig, no es una clase medía productiva, no es una burguesía ligada a la vida económica, como lo fueron las clases medías que promovieron el desarrollo de la riqueza en Europa y los EE.UU. en el siglo pasado. La nuestra es una clase media desvinculada de la producción de bienes, productora de servicios y carente de espíritu de empresa. Por eso es una clase media que poco tiene que hacer con el desenvolvimiento del capitalismo en Chile.

En este sentido, es una clase sin destino, sin porvenir. Por el contrario, su alto nivel intelectual mal conformado, unido a su ineptitud económica, la han convertido en un factor decisivo en la deformación del sistema de consumos en Chile, factor que se acentúa si reparamos en su natural arribismo que la estimula a imitar el género de vida de las clases ricas, al amparo del absoluto libertinaje económico que caracteriza nuestra organización social.

Socialmente, ese arribismo mueve a las capas medias más acomodadas a integrarse en el orden actual y a neutralizarse políticamente, en la medida que el intervencionalismo estatal y sus influencias le han permitido ligarse en sus intereses a las clases oligárquicas, al capitalismo extranjero y al gran mundo social. De ahí por qué se observa ahora una tendencia, en esta clase, a virar hacia la derecha, a desconfiar del pueblo organizado y a solidarizar con el «mundo libre» y con los Estados Unidos. Este conformismo social la hace defender a ojos cerrados nuestra actual e imperfecta democracia con todos sus defectos, ya que ésta le ha permitido lograr la relativa preeminencia social de que gozan sus

Archivos Internet Salvador Allende 19 http://www.salvador-allende.cl sectores más acomodados e influyentes.

Desde el punto de vista ideológico, el elenco de valores y conceptos que determinan su estilo de vida y su conducta política, son del más puro corte individualista. De ahí que resulte grotesco que se insista por el radicalismo en su adhesión a los principios socialistas, que suponen, precisamente, la negación y superación del individualismo burgués. Y ese sistema ideológico liberal individualista, tan caro a la clase media, es incapaz de servir de herramienta teórica a la revolución que Chile necesita. No aporta nada nuevo; no sirve para destruir el presente ni para construir el futuro. Sólo sirve para justificar lo actual.

De ahí que la clase media sólo pueda jugar un papel progresivo y renovador, en la medida que abandone su conformismo social y su ideología individualista y pase a engrosar el ejército de los descontentos con el orden existente, bajo la Orientación ideológica del socialismo revolucionario.

Sobre el Informe Galleguillos

La conformidad borreguil con que algunos sectores del público chileno comulgan con ruedas de carreta, sobre todo cuando el aparato de la política oficial prensa, partidos y parlamento se propone embaucarlos, es desalentadoramente impresionante.

Si se interroga a un ciudadano, de esos que circulan entre Amunátegui y Miraflores, por su opinión sobre la penetración peronista en Chile a través de la agencia Latina, más de alguno, de buena fe, no vacilará en hacer suyo los denuestos, vituperios y condenaciones con que la gran prensa y los partidos tradicionales se han referido a esta «tenebrosa» tentativa de organizar en Chile y con personal chileno, una sucursal de dicha agencia periodística peronizante. Pero dejemos de lado, por ahora, los adjetivos. Vamos a los hechos y después... pensemos. ¿Qué era la Agencia Latina? Una oficina internacional, informaciones financiada por capitalistas brasileños amigos del ex dictador argentino y subvencionada con largueza por este último. Su finalidad transmitir noticias latinoamericanas rompiendo el cerco y bloque de noticias que tienen sometido a nuestros países las grandes agencias yanquis e inglesas De paso, la mencionada agencia debía destacar las informaciones argentinas y hacer ambiente a su gobierno. Una manera inteligente de hacer propaga subrepticia al régimen argentino a través del cumplimiento de una función Útil y simpática a los ojos de los latinoamericanos.

Esta agencia, como toda otra, ocupaba personal de carne y hueso, y personal, también, como todos, recibía sueldos por su trabajo. En todo esto diviso el gravísimo delito en contra de Chile, ni logro explicarme por qué, a ojos de gente que supongo cuerda, el trabajar en una agencia noticiosa brasileña - argentina subleve la conciencia republicana de las «vacas sagradas» de democracia chilena y no provoque semejante reacción el que algunos connacionales, con perfecto derecho y honestidad, presten sus servicios en la United Press, en Reuter, o en la A.P. Quizás la razón esté en que los primeros recibian nacionales, y los últimos, dólares o libras. Quizás para los celosos cauteladores de nuestras formas democráticas de vida lo intrínsecamente malo radique que, bien o mal, con la Agencia Latina se reparaba en parte el interesado olvido y aislamiento en que nos mantienen a los diversos países, al sur del Río Grande, las agencias norteamericanas.

Pero esto no es todo. A juicio de nuestros «repúblicos» el crimen de estos supuestos vendepatrias sería aún mayor. La agencia en que trabajaban e generosamente subvencionada por el Gobierno argentino. Como si las oficinas noticiosas yanquis no tuvieran compromisos económicos con su Gobierno, y no se dieran maña para informar tendenciosamente a nuestro público sobre lo que ocurre en el mundo en conformidad con sus intereses, los que no siempre coinciden con los del pueblo chileno. Estos son los hechos.

Todo el mundo sabía y todo el mundo sabe en Chile cómo trabajan, cómo se financian y qué intereses defienden las agencias periodísticas y extranjeras, Nadie de la política oficial, ningún partido de honda raigambre democrática, ningún periodista enamorado de la «majestad de nuestras instituciones civiles», nadie había rasgado hasta ahora sus vestiduras por estos hechos. Ahora, farisaicamente, todos se indignan, tocan a rebato y se mesan los cabellos con hipócrita e interesada indignación.

No es difícil descubrir, en el fondo de este sainete, el inconfesado móvil de cazar incautos y, sobre todo, de tender una cortina de humo sobre la labor de zapa de los verdaderos enemigos de la nacionalidad que, incansablemente y ocultos tras la fraseología democratista engañan, deforman y corrompen con dañados y aviesos propósitos, en medio del sugestivo silencio de sus cómplices criollos. Todos sabemos quiénes son. Sólo falta saber si nuestros «repúblicos» se atreverán a investigarlos y denunciarlos.

Explotados y privilegiados

En los programas impresos de nuestros partidos de avanzada y de las grandes centrales de trabajadores se señala que su objetivo esencial es la defensa de los explotados por el sistema capitalista.

A ello se debe seguramente que una por una, con matemática periodicidad, las organizaciones populares se hayan venido pronunciando por la más ardiente y combativa defensa de determinadas «conquistas sociales» que permiten, a ciertos privilegiados personajes, percibir pensiones de cientos de miles de pesos mensuales, junto a apetecibles jubilaciones que superan a menudo varios millones de pesos. La generalidad de las veces, estas singulares «conquistas» vienen a favorecer, no a un empleado que haya trabajado efectiva y eficazmente durante largos decenios, sino a individuos que se han visto de improviso elevados por algún cambio de régimen a desempeñar altos cargos en entidades fiscaleses o semifiscales, en virtud de subalternos empeños políticos. La monstruosa ley de la continuidad de la previsión les permite ir añadiendo, para los efectos legales, de manera por demás artificiosa, año por año, hasta permitirles completar no digamos en plena madurez, sino a veces en envidiable juventud - el tiempo requerido para usufructuar epicúreamente de aquellos píngües beneficios.

Archivos Internet Salvador Allende 20 http://www.salvador-allende.cl Se trata, como se ve, de conquistas sociales que interesan y afectan especialmente a nuestra clase obrera. Por lo menos, así es de pensar, dada la intransigente oposición que sus organismos representativos han manifestado a todo intento de modificar tan aberrante régimen.

Por otro lado, algunos sedicentes izquierdistas, que patrocinan teóricamente un régimen de previsión socializado, parecen haberse contagiado con el «individualismo burgués», porque en sus declaraciones manifiestan que harán uso hasta de la muy proletaria arma de la huelga para impedir que grupos minoritarios empleados privilegiados, puedan verse despojados de excepcionales beneficios que, por su magnitud, son precisamente la condición y causa de que la inmensa mayoría no obtenga ninguno y vegete en el más pleno desamparo.

Como se ve, pese a las declaraciones de principios y a los discursos standarizados nuestras organizaciones populares no parecen acordarse de los explotados de verdad, sino de manera especial y obsecuente, de esta categoría sui generis de «explotados privilegiados», privilegiados no sólo por la situación especial de que disfrutan, sino principalmente, porque son seguramente únicos en el mundo que tienen solícitos a su lado para defenderlos, verdaderos explotados, prestos a los mayores sacrificios en pro de curiosos «hermanos de clase» a quienes se les pretende arrebatar tan preciadas como justas conquistas.

El hecho es en sí extraordinario. Observar el paupérrimo obrero chileno dispuesto a todo, no para luchar por sus propias reivindicaciones, sino proteger la de estos singulares compañeros suyos, panzones y barrigudos dueños de rentas mensuales que ya se las quisieran muchos empresarios pero que tienen, como el obrero, la común categoría de «explotados».

Podrían, los celosos guardianes de la ortodoxia izquierdista, alejar un poco sus preocupaciones de los tipos tradicionales de desviación política que se dan o se dieron en Europa y que tantos desvelos les causan, para abrir bien los ojos hacia este interesante fenómeno chileno en cuya virtud aparece, el movimiento obrero, convertido en agente e instrumento de capas sociales que, en substancia, son beneficiarias de situaciones que importan, como contrapartida, privaciones y miseria para las masas olvidadas.

Superar la democracia

Apenas ha comenzado a regir la nueva ley tributaria y ya, en cada hogar santiaguino, se es testigo de los procedimientos que en pecaminosa emulación ponen en práctica comerciantes y dueñas de casa, los primeros, para aprovechar en beneficio suyo algún precepto oscuro, y las últimas, para eludir en colusión con aquellos, el pago de lo que les corresponde. No son tampoco los únicos. Cual más, cual menos, todo chileno pretende torcerle la nariz a las disposiciones que lo afectan o eludir su cumplimiento, sin reparar que su cooperación es necesaria para que el Estado pueda tener éxito en los propósitos de bien público en que se empeña.

No hay actualmente en Chile verdadera conciencia nacional, en cuanto ésta significa responsabilidad y participación en alguna tarea de proyecciones comunes para la sociedad. Durante el siglo pasado, las guerras de la Independencia primero, y las de la Confederación Perú Boliviana y la del Pacifico, después, sin olvidar nuestros entredichos con Argentina, sirvieron para que esa conciencia nacional se manifestara y endureciera, con evidente beneficio para la nación.

En este siglo no se han dado contingencias externas de ese tipo y, no digamos el país, los elementos populares, no han alcanzado todavía conciencia clara su papel en la convivencia social. Sin embargo, la lucha por superar nuestro atraso y nuestra dependencia económica está exigiendo, sobre todo de los sectores sociales progresistas, que se logre un alto nivel de responsabilidad y de conciencia sociales. Es menester, para afrontar con éxito esa tarea, que el pueblo se sienta partícipe en una guerra difícil y sin tregua, en la que cada chileno tenga un deber que cumplir y un sacrificio que ofrendar.

Ningún país moderno ha podido abordar positivamente empresas de magnitud, como las que ahora es preciso acometer en Chile para levantarlo de su temporal abatimiento, sin antes reajustar su frente interno y organizar a los ciudadanos en una acción común, orientada y convergente. Es imposible que una sociedad que tolera pasivamente que cada ciudadano quiera vivir a su manera, sintiendo su propia libertad y destino como independiente, ajeno e incluso opuesto al de los demás, pueda ser capaz de resolver sus problemas crónicos ni sus males estructurales.

Esta conducta y ese criterio colectivos no pueden corregirse por simples llamados al patriotismo ni mediante abstractas consideraciones acerca de la convivencia general de tal o cual medida. Para despertar una verdadera conciencia nacional se precisa crear y organizar políticamente al país a través de fuerzas y formas de tal contenido emotivo y capacidad compulsiva como para vencer íntimamente en cada chileno a las tendencias desintegradoras originadas por el individualismo y el interés particular o de grupo.

Y a su vez, para crear tal estado anímico y sus correspondientes condiciones sociales, es necesaria abandonar, en lo substancial, los moldes formales de tipo liberal burgués individualista que inspiran nuestra constitución política y que hacen posible la desarticulación del cuerpo social, destrozado por las tendencias divergentes de múltiples grupos y entidades y de sus correspondientes ideologías.

Hoy por hoy no se es demócrata al sentirse cada cual dueño y señor de sí mismo, lanzado a una feroz lucha por la existencia en competencia con los demás. Hoy la democracia exige, si quiere subsistir, nuevas formas jurídico politicas que incorporen a todas las fuerzas vivas de la sociedad a las tareas que realiza el Poder Público y que doten a éste de herramientas de toda índole, capaces de arrastrar tras sí a las masas populares, convirtiéndolas en concientes soportes y efectivos agentes de la política de Estado.

La penetración justicialista y la otra

Archivos Internet Salvador Allende 21 http://www.salvador-allende.cl Desde hace largos meses, quizás años, diarios y revistas, escritores y políticos han destinado sus mejores esfuerzos en analizar, denunciar y condenar la influencia justicialista en nuestro país. Yo debo ser habitante de otro mundo. Aparte de la natural curiosidad por constatar que chilenos, «vivos» o ilusos, han aprovechado de la largueza de los ex gobernantes argentinos para financiar la propaganda exterior de su régimen, el asunto no ha logrado conmoverme, ni menos aún, indignarme a la manera de muchos respetables conciudadanos.

En materia de relaciones chíleno argentinas, me ha parecido siempre que lo más importante para Chile es lograr un amplio, total y definitivo entendimiento de índole económica que integre y complemente ambas estructuras productivas en un solo y gran mercado que estimule el desarrollo de los dos países sin aduanas ni limitaciones de ninguna especie. A esta unidad económica -que por lo demás debiera extenderse a otros países vecinos , creo que debiera seguir un positivo acuerdo político que hiciera posible, desde luego, la reducción sustancial de las fuerzas armadas de ambas naciones, como etapa hacia más ambiciosas metas unitarias. Me parece que el mayor obstáculo para tal proceso han sido y son el militarismo y el chauvinismo argentinos, estén con, sin o contra el justicialismo. En este sentido fue alarmante la influencia que los cuerpos armados argentinos tenían durante el régimen peronísta, como lo es también su preponderancia actual en el gobierno transandino.

En cuanto al «justicialismo» propiamente dicho, o sea, en cuanto a ese cuerpo informe de lugares comunes, simplificaciones groseras y superficiales –conceptos politicos, que la megalomanía de los gobernantes argentinos pretendio difundir por el continente, no le puedo atribuir seriedad, consistencia, ni menos peligrosidad para Chile. A lo más, he pensado que tal ensalada ideológica ha servido para poner en ridículo a nuestros vecinos. Toda la alharaca antijusticialista de los últimos meses me ha parecido artificiosa y la he estimado como un bajo y pedestre recurso de política interna, carente, por lo menos, de la trascendencia que oradores baratos y politiqueros profesionales han querído darle, a falta de preocupaciones más importantes que escapan a su menguada perspectiva ideológica y social.

Y ya que de influencias foráneas se trata, mucho, muchísimo más grave considero que es para Chile, su pueblo y su destino, la penetración política, económica e ideológica que están llevando a cabo los Estados Unidos en nuestro país, como en toda la América Latina. Allí veo yo un real peligro; allí veo yo comprometerse nuestra soberanía, nuestra cultura, nuestro modo de ser, nuestro futuro y nuestras posibilidades de construir, con sujeción a nuestras auténticas necesidades, una sociedad más rica y más justa.

Son, pues, los agoreros de la libre empresa que están desarmando productivamente al país y empobreciendo a sus habitantes; son los apologistas del «american way of life» y deformadores de la conciencia nacional en el cine, la prensa y la educación; son los que envenenan la mentalidad chilena con un anticomunísmo hipócrita e interesado; son los agentes que preparan, con falacias económicas, la entrega incondicional de nuestros recursos naturales al primer ocupante; son los que quieren que nuestro pueblo sea arrastrado como carne de cañón a una futura guerra que enfermizamente desean para defender el capitalismo; sin ellos, los Klein Saks de las finanzas y los de la política, los Klein Saks de la prensa y los de los sindicatos que también los hay , son ellos nuestros verdaderos enemigos, los encargados de promover nuestra transformación en una provincia más, como Puerto Rico, de un mundo que no es el nuestro y hacia el cual se nos encamina a través de una seductora y gran oferta de compra nacional, mil veces más insidiosa, sibilina y artera que los cuantos pesos argentinos con que un dictador circunstancial, grotesco y envanecido, intentó hacerse autopropaganda, aprovechándose de la flaqueza e indignidad de unos pocos e insignificantes chilenos.

No al parlamentarismo

Se ha abierto paso, cada vez más en los medíos de la auténtica izquierda, la convicción de que la tarea número uno que corresponde impulsar a las fuerzas populares, es la ampliación y profundización de nuestra democracia. Hay que ampliar la base del electorado, extendiendo el derecho a sufragio, hay que hacer expedito el mecanismo de las inscripciones, hay que modificar el sistema electoral con el fin de que traduzca fielmente la voluntad popular, hay que derogar las leyes de excepción, etc.

Sin embargo, no hay que confundirla lucha por la democratización de nuestras instituciones políticas, y por convertirlas en eficaces instrumentos de expresión de las fuerzas sociales mayoritarias que es un objetivo progresista y popular - con intentos de las fuerzas reaccionarias por debilitar la autoridad del Estado, «federalizar» al país, por «parlamentarizar» su gobierno, todo lo cual persigue el objetivo de clase de facilitar la acción de los intereses de los grandes grupos económicos y sus apéndices políticos a través de su influencia decisiva en el aparato estatal. No es una casualidad que los voceros más regresivos de la derecha patrocinen reformas políticas tendientes a debilitar al Estado, convirtiendo al Ejecutivo en simple muñeco de sus intereses y partidos. Eso conviene a sus propósitos permanentes de impedir que el Poder público se convierta en agente de los intereses nacionales y populares ligados al desenvolvimiento progresivo del país.

Esta muy lejos de nuestro ánimo defender el actual tipo de Estado y de régimen gubernativo chileno. Por el contrario, urge modificarlo, comenzando por la democratización de su generación y continuando por el reajuste de sus instituciones para hacerlas aptas para ejercer el Poder en beneficio de clases trabajadoras. Pero esta lucha por el remozamiento del Estado chileno, por que se convierta en un adecuado instrumento de la voluntad nacional, es un subproducto del desarrollo y la maduración del movimiento popular, que debe expresarse a través del Estado. El independizar ambos aspectos y plantear en abstracto o separadamente y desde luego una reforma política que entregue el gobierno a los partidos, sería un gravísimo error que consumaria y consagraria «de jure» la influencia que los grupos de presión antinacionales y antipopulares ejercen hoy en día en la marcha del país.

Queremos democratizar nuestro gobierno, queremos abrir paso al acceso de los trabajadores organizados y sus partidos al Poder, queremos reemplazar el actual aparato del Estado liberal por un Estado de nuevo tipo, nacional y revolucionario, capaz de promover el desenvolvimiento progresivo de Chile. Pero no podemos ni debemos querer que, en sustitución del Estado actual y en su lugar, se enseñoreen como amos absolutos del país los intereses regresivos del feudalismo, del imperialismo, de la clase media parasitaria, del clericalismo y de la politiquería a través de una explotación conjunta del trabajo creador chileno bajo la máscara de un gobierno parlamentario y partidista es lo que

Archivos Internet Salvador Allende 22 http://www.salvador-allende.cl tradicionalmente ha tratado de implantar nuestra fronda oligárquíca aristocrática.

Un alcance a Eduardo Frei

En una audición radial de la candidatura de Eduardo Frei, se reproducen algunas palabras del político falangista, que no podemos dejar pasar sin comentario.

Frei comienza por reconocerse partícipe de la tendencia mundial demócrata cristiana, y luego, para valorar su posición, expresa que han sido los líderes la democracia cristiana europea los que han reconstruido a Francia, Italia Alemania, utilizando como principal instrumento la libertad, con una amplitud y una consecuencia que no encuentra paralelo en la historia de sus países. La moraleja es que para Chile, sólo una receta inspirada en esa concepción libertaria de la vida social puede a nosotros sacarnos de la difícil posición que nos encontramos.

A nuestro juicio, el pensamiento del líder social cristiano constituye una aberración sociológica. La libertad económica predominante en esos país europeos, contrapuesta al «dirigismo» y una planificación socialista de la economía, ha producido resultados (prescindiendo del decisivo factor de la ayuda yanqui), porque esos pueblos tienen una conciencia individualista burguesa formada durante siglos, que pesa secularmente en sus vidas. El campesino francés, el buen burgués alemán, el honrado e industrioso empresario italiano saben hacer uso de la libertad, porque una tradición histórica de siglos ha conformado una mentalidad laboriosa, ahorrativa y previsora. Es la historia de Europa la que ha reconstruido sus desmanteladas economías. Y es por esa historia que la libertad burguesa en ellos todavía ofrece virtualidades.

Pero no es ése el caso de los pueblos jóvenes, no formados, sin escuela de trabajo, y en donde hasta ahora la vida ha sido fácil, y los sacrificios, pocos. No es ése el caso de los pueblos de América Latina. Aquí, esa misma libertad, que en Europa hizo posible la Revolución Industrial del siglo pasado y que, aún hoy día, con el estímulo y la inyección financiera, ha sido capaz de levantar de nuevo su capacidad productiva, aquí, esa misma libertad para trabajar, invertir, consumir y vivir, produce efectos totalmente contradictorios a los que se esperan de ella. Allá, en Europa, surge el ahorro; aquí, el despilfarro. Allá, en Europa, la eficiencia, aquí, el desorden; allá, en Europa, la estabilidad económica, aquí, la inflación; allá en Europa el progreso, y aquí el estagnamiento.

El intento de introducir artificialmente modos de vida, de pensar y de organizar las sociedades en América Latina, ajeno a nuestro tiempo histórico, ha sido causa común fundamental del punto muerto por que atraviesan nuestros paises en el desarrollo social. Por eso resulta particularmente curioso que un político como Eduardo Frei pretenda resolver precisamente ese problema, que es el problema de Chile, mediante la aplicación insistente en nuestro país de un criterio, que si ha tenido relativo éxito en Europa, aquí es señaladamente contraindicado. La libertad, como toda, no es una categoría metafísica, válida y útil intemporalmente en todos los ámbitos de la tierra. La libertad a que se refiere el senador Frei, es la libertad burguesa europea, que es un producto de la historia social de esos pueblos, que fue un instrumento de su desarrollo económico peculiar y que no puede, así como así, trasladarse a regiones cuyo ritmo de desenvolvimiento es diferente, y cuya historia tiene otro sentido.

El pleno desenvolvimiento de las posibilidades humanas, o sea, la libertad con mayúscula, se conquista en nuestras tierras por otras vías y por otros medios. La receta europea no nos sirve, ya que, en el hecho, sólo sirve para mantener nuestra debilidad y hacer posible nuestra sujeción.

Los créditos políticos

Bajo las apariencias de una robusta y generosa democracia, el sistema de convivencia política de los chilenos esconde su verdadera naturaleza de clase, engañando e ilusionando a muchos ingenuos que, de buena fe, creen en las delicias y excelencias de nuestro régimen político.

La verdad desnuda es muy otra. Cualquiera que sea el aspecto de la democracia chilena que se analice con objetividad, el resultado será siempre el mismo: nuestro sistema político está construido y funciona de manera de sostener, afianzar y defender el actual orden social.

Ahora, que se acerca un período electoral, se pone de manifiesto claramente la desigualdad en que se encuentran, en el terreno de los hechos, quienes usufructuan del actual estado de cosas, y quienes quieren destruirlo.

Basta con un ejemplo: el de los créditos políticos. Sabido y obvio es el desnivel existente entre los cuantiosos recursos económicos de que disponen las fuerzas de Derecha con fines electorales, y los escuálidos fondos que penosamente logran reunir los partidos populares. Esta circunstancia, de por sí, envuelve una injustificada ventaja en materia de elecciones, en favor de los detentores de la riqueza. Pero hay algo más. Los partidos tradicionales y de orden, no se dan por satisfechos con esta ventaja. Quieren más. Quieren agregar a sus propios fondos los recursos fiscales, y hasta los del simple público, para que también contribuyan a la formación de su caja electoral. Y con ese fin, y desde hace mucho tiempo, vienen utilizando su influencia, preponderante en las instituciones fiscales de créditos, con fines electorales y polítiqueros.

Así lo hicieron y lo hacen los radicales. Así lo hacen también los agriolaboristas, los liberales y conservadores. La reunión, en el Banco del Estado,del grueso de la actividad crediticia del sector público, convierte a cada director o persona influyente en la institución, en un activo agente electoral de correligionarios que, con los dineros del fisco y de todos los chilenos, favorecen financian e impulsan costosas campañas electorales. Con este objeto, es habitual, incluso, que entre los dispensadores de tan contundentes argumentos cívicos, se fijen cuotas y esferas de influencia, para no molestarse unos a otros y poder así, liberales, conservadores, radícales, etc. ayudar sin molestias, peligros ni interferencias, a sus respectivas capillas políticas. ¿Cuántos fueron los recursos que, en esta forma, se dilapidaron en las elecciones de 1949, cuántos en la de 1953, cuántos los que se distribuirán para la próxima de 1957? Pueden ser cien, quinientos mil o dos míl millones de pesos, o más aún. Pero cualquiera que sea su monto exacto, es irritante

Archivos Internet Salvador Allende 23 http://www.salvador-allende.cl el comparar la facilidad con que los que usufructuan del orden establecido, vuelcan el todopoderoso aparato del Estado a su favor, para proporcionarse recursos para sus candidatos y la enorme dificultad que encuentran los candidatos populares para conseguir del sufrido pueblo chileno, ahora más empobrecido que nunca, los pocos pesos necesarios para que sus hombres lleguen siquiera a ser conocidos por el electorado.

La vieja política en liquidación

Cuando se sostiene que en Chile nuestro régimen democrático necesita de profundas transformaciones para convertirse legítimamente en un sistema de acceso y participación orgánica del pueblo en el Estado, se olvida fácilmente que este remozamiento político del país envuelve también un proceso de reajusté de las viejas estructuras partidistas, que no se acomodan a lo que el país necesita para darle unidad y pujanza al movimiento popular.

Las estructuras político partidístas vigentes, forman parte del actual sistema político social que el pueblo repudia y que urge reemplazar. El 4 de septiembre, mal que les pese a los que no quisieron ver, fue una rotunda expresión de ese repudio. El imponente comicio del jueves pasado, con su nota suprapartidista y su auténtica presencia popular, reafirmó el mismo sentimiento y la misma actitud.

Todo esto induce a repensar, con seriedad y audacia, el problema del partidismo, tal como se da en Chile, con su intrascendencia, su mezquindad y su pequeñez. Los partidos deben estar construidos para contribuir a la educación del movimiento popular, para organizarlo e impulsarlo hacia adelante. En la medida que las actuales estructuras político partidistas lo anarquizan, lo desorientan, esterilizan esfuerzos y dilapidan energías; en la medida en que se convierten de medios que son, en fines de la acción política, en esa misma medida, deben ser reemplazadas por otras formas más flexibles, amplias y adecuadas a las nuevas condiciones creadas por el incesante proceso social. Como todo lo que existe, las estructuras partidistas actuales están sometidas a la ley de la inercia. Tienden a mantenerse tal como están. Se resisten a modificarse y pasan a ser, entonces, otros tantos obstáculos que entorpecen el ascenso de las masas y la realización de sus aspiraciones históricas.

En el seno de las estructuras partidistas germinan y crecen intereses que las aprobechan y que, por su intermedio, usufructuan de las oportunidades que otorga a sus copartícipes nuestro doméstico sistema de convivencia política. Como es lógico, esos intereses se empeñan en mantener el actual modo de «hacer política». Por otra parte, estos intereses gestados alrededor de las anacronicas estructuras partidistas, se ven reforzados por la mentalidad individualista prevaleciente en los medios políticos chilenos, mentalidad que favorece y estimula la anarquía de las fuerzas sociales, justifica la dispersión ideológica y termina por confundir a la democracia con el bizantinismo, el desorden y la desorientación.

La acción común en que ahora se encuentran empeñados los socialistas y comunistas en el Frente de Acción Popular, exige y necesita de nuevas formas orgánicas que permitan aprovechar con sentido constructivo las energías humanas, las capacidades personales y las esperanzas nuevamente desatadas de las multitudes, dejando de lado añejeces y prejuicios que frenan y constriñen y alcances de las luchas populares.

Los que no piensan así y apegados a las viejas fórmulas y estilos, se resisten a buscar inéditos caminos, novedosos moldes, corren el riesgo grave y previsible de que la vida los deje atrás, sobre todo en momentos como éste, en que la experiencia mundial indica que el torrente de los acontecimientos no necesita para avanzar, del «pase» de las directivas políticas ni del respeto a las estructuras establecidas.

* Este texto recoge varios artículos incluidos en el libro «Reflexiones Políticas», editado en 1958 por Prensa Latinoamericana, en el que el autor reúne un conjunto de escritos que publicara en la prensa de Santiago, a partir de 1955.

Archivos Internet Salvador Allende 24 http://www.salvador-allende.cl Directivas principistas del programa socialista de 1947*

I

El Partido Socialista, sobre la base de una interpretación marxista de la realidad, lucha porque se establezcan condiciones de vida económicas, sociales y políticas, que permitan al hombre el pleno desarrollo de su personalidad por el trabajo dentro de una estructura social renovada en función de los más altos valores éticos de la conciencia humana. Para ello, el Partido Socialista considera de imperativa necesidad la transformación integral del régimen existente, hecha sobre la base de las conquistas sociales alcanzadas hasta ahora por la actividad de los hombres en el proceso orgánico de la cultura.

II

Como medio para llegar a una transformación completa del régimen capitalista, el Partido Socialista propicia la socialización del poder económico, es decir, la abolición de la propiedad privada de los instrumentos de producción que tienen un empleo de alcance social.

El Partido Socialista considera que la socialización de la producción y el intercambio de la riqueza sólo podrán alcanzarse, sin menoscabo de los fines libertarios y humanos del socialismo, sobre la base de las organizaciones sindicales, y técnicas de la clase trabajadora.

III

El Partido Socialista sostiene que sólo la planificación técnica de la producción, la circulación y la distribución de la riqueza, pueden liberar al hombre de la servidumbre económica, asegurándole su derecho a la vida por medio del trabajo, el acceso a todos los bienes de la cultura y el goce efectivo de las libertades humanas.

Desaparecidas las clases, mediante la socialización del poder económico, se hará posible una convivencia democrática real y no meramente formal, como la que existe en la sociedad burguesa. El Estado perderá sus atributos de poder sobre las personas para convertirse en el supremo coordinador de los procesos económico sociales.

IV

El Partido Socialista rechaza, por lo tanto, como esencialmente contraria al socialismo, la concepción totalitaria del Estado que implica una regimentación coercitiva de las conciencias individuales. El régimen por cuya implantación lucha ha de fundamentar la democracia en la seguridad económica.

Junto con socializarse los medios de producción, será reemplazada la pseudodemocracia actual, que se basa en un concepto individualista y abstracto de la soberanía popular, por una democracia orgánica que responda a la división real del trabajo colectivo.

V

El Partido Socialista sustenta, en lo internacional, la política revolucionaria y democrática de la clase trabajadora, opuesta a toda forma de imperialismo y propicia todo lo que facilite la cooperación pacífica de los pueblos. Esta última sólo será realmente estable cuando la clase trabajadora haya alcanzado, en los distintos países, sus objetivos históricos.

En las condiciones actuales y en el plano continental, el Partido Socialista lucha por una pacífica y democrática convivencia internacional ajena a toda forma de presión imperialista y opuesta a la existencia de regímenes dictato- riales y totalitarios.

Para hacer posible este sistema de convivencia continental, se hace necesario que los países latinoamericanos traten con los Estados Unidos en un plano de igualdad y dignidad, para lo cual el Partido Socialista propugna la progresiva unificación latinoamericana sobre las bases progresistas y democráticas.

El proceso de unificación latinoamericana, mirado con perspectiva socialista, implica el desarrollo concertado de nuestros recursos económicos con miras a nuestra liberación del imperialismo. Los pueblos de América Latina, integrados en una comunidad de naciones socialistas, constituirán un factor decisivo para el porvenir del mundo.

VI

Para superar la crisis por que atraviesa Chile y dar a la reconstrucción orgánica de la vida nacional, con miras a establecer las condiciones que requiere la realización del socialismo, el Partido Socialista propicia una planificación económica que promueva el aprovechamiento intensivo de nuestros recursos naturales y asegure el alza del nivel de vida de las masas.

La planificación económica propugnada por el Partido Socialista debe tener un carácter integral y revolucionario. Debe ser integral en cuanto debe afectar al total de nuestra vida económica, en todas las fases del proceso y en todas sus modalidades. Debe ser revolucionaria en cuanto no ha de limitarse sólo al control y dirección de las actividades económicas privadas, sino que ha de promover la transformación de las bases estructurales de nuestra economía.

VII

Una planificación integral de nuestra economía con la perspectiva revolucionaria de transformar nuestra estructura

Archivos Internet Salvador Allende 25 http://www.salvador-allende.cl económica, exige una modificación básica de la organización política y administrativa del Estado que permita a éste llegar a ser el instrumento de la acción política de los trabajadores en pos de sus objetivos históricos y el instrumento eficaz para realizarlos.

Desde éste punto de vista y sobre la base de las condiciones reales existentes en Chile, el Partido Socialista lucha por la consecución de los siguientes objetivos inmediatos, objetivos que no limitan su tarea última y final, la instauración de la sociedad socialista, sino que son, precisamente, las condiciones que la hacen posible.

A. Desarrollo de las Fuerzas Productivas

1.-Creación y fomento de las industrias: siderúrgica, química y manufacturera de cobre, en orden a abastecer el mercado interno y convertir a Chile en emporio industrial latinoamericano.

2.-Aprovechamiento integral e industrialización del potencial maderero nacional, transformando la industria forestal y maderera en una de las bases de nuestra organización económica.

3.-Aprovechamiento de nuestras condiciones naturales de nación marítima, con vistas a convertir las industrias naviera y pesquera en ejes de la economía chilena.

4.- Aprovechamiento de nuestras fuentes de energía hidroeléctrica y combustibles (carbón y petróleo). Creación de la industria petrolera nacional.

5.-Mejoramiento y desarrollo armónico y coordinado de nuestros medios de transportes marítimos, terrestres y aéreos con vista a la fácil y económica distribución de la riqueza en todo el territorio nacional. Desarrollo de las vías de comunicación con los países vecinos.

El desarrollo de las fuerzas productivas debe hacerse a base del control y planificación total de la economía por el Estado y con vistas a la nacionalización de las industrias básicas.

El aporte del capital y de las iniciativas privadas en este período de transición, sólo debe ser considerado y estimulado en cuanto se sujete a las grandes líneas de la planificación económica, sea un factor real en el aumento de la productividad y se organice en forma cooperativa.

El desarrollo de las fuerzas productivas requiere de una política, de capitalización que la haga posible, orientada hacia: a. El incremento del ritmo de capitalización de la renta nacional, por medio de un sistema de ahorro forzoso de las utilidades de los sectores capitalistas y su inversión dirigida en entidades de fomento y producción, estatales y semiestatales. b. La realización de una política inversionista convergente de los recursos de las instituciones de previsión y seguro. c. La imposición, a las empresas imperialistas extranjeras, de la obligación de retornar integralmente el valor de su producción en forma de préstamo a entidades estatales o semiestatales de producción y fomento. d. La incorporación de las Fuerzas Armadas a la producción para utilizar su organización y recursos en el desenvolvimiento económico del país.

B. Nacionalización de las Industrias Básicas

1. Nacionalización progresiva de las grandes empresas imperialistas del salitre, cobre y hierro.

2. Conservación del régimen de propiedad estatal sobre la riqueza petrolera nacional y la nacionalización del carbón y de las fuerzas de energía hidroeléctrica.

3. Nacionalización de todas las empresas industriales y comerciales que hayan llegado a la etapa monopolista.

4. Nacionalización de los servicios de utilidad pública, transportes, distribución de energía eléctrica, gas, teléfonos, etcétera.

5. La realización de una política interamericana de cooperación económica en orden a favorecer el desarrollo de las economías débiles del continente.

Se entiende por nacionalización en el régimen de las empresas, su transformación en el sentido de hacer pasar su propiedad, de manos de particulares, a las de la sociedad y de reemplazar su dirección y gestión privada por la de los intereses colectivos.

La empresa nacionalizada debe ser una persona jurídica autónoma del Estado. Para evitar la estatificación burocrática de la economía, debe integrarse orgánicamente la dirección de las empresas nacionalizadas por los técnicos representantes del Estado, los delegados de los correspondientes organismos sindicales de los trabajadores y los representantes de los intereses de los consumidores todos.

En líneas generales y teniendo presente las condiciones sociales de esta etapa de transición, el régimen de expropiación de las empresas debe hacerse a base del reemplazo del capital de los accionistas y propietarios por bonos del Estado, que reditúen un interés y una amortización determinados. El servicio de esta deuda deberá hacerse con cargo a las

Archivos Internet Salvador Allende 26 http://www.salvador-allende.cl propias utilidades de las empresas.

El Estado debe propender a la transformación de las empresas que no se nacionalicen en cooperativas de producción que den acceso a los trabajadores a su propiedad y dirección. Las empresas que se creen adoptarán la modalidad de empresas nacionalizadas o cooperadas, según sea su naturaleza específica.

C. Reforma Agraria y Racionalización de la Agricultura

1. Orientación racional de los cultivos del país y en cada una de sus zonas, de acuerdo con nuestras condiciones naturales. La agricultura chilena, en consecuencia, debe orientarse fundamentalmente hacia el cultivo intensivo de productos calificados, como frutas, vinos, chacras, hortalizas, plantas industriales, etc.

2. Reforma del régimen legal de propiedad de la tierra, suprimiendo las formas feudales de producción, como el latifundio, y liquidando el minifundio, con vista a la eliminación de la renta de la tierra como fuente de ingresos privados.

La reforma del régimen de propiedad agraria debe hacerse sobre la base de: a. La fijación de una cabida máxima permitida, según las zonas; b. El amparo por el trabajo de la propiedad de la tierra dentro de los límites de la cabida permitida; c. La expropiación de las tierras que excedan a la cabida permitida y de las tierras no amparadas por el trabajo, y d. La explotación cooperada o en unidades territoriales estatales de las tierras expropiadas, según sea su naturaleza.

3. Mejoramiento tecnológico de la explotación agropecuaria: mecanización de la agricultura, fomento a la producción y uso de fertilizantes e industrialización de los productos agrícolas.

4. Defensa, recuperación y ampliación de agro chileno; lucha contra la erosión, fomento a la forestación y aumento de la superficie regada.

5. Política de colonización e inmigración, población y colonización de las tierras abandonadas e incultas con colonos nacionales y extranjeros seleccionados.

6. Mejoramiento de las condiciones de vida del campesinado con vistas a su incorporación a la vida económica moderna, mediante una adecuada legislación social en materia de salarios, habitación y previsión social. Sindicalización campesina sin restricciones.

D. Nacionalización y Racionalización del Comercio, Seguros y Banca

1. Monopolio del comercio exterior por el Estado, haciendo de su ejercicio una palanca para la valorización internacional de nuestros productos y para nuestra participación en los mercados internacionales.

2. Nacionalización progresiva del crédito mediante: a) La dirección y control total del crédito bancario a través del Banco Central b) La creación del Banco del Estado como único dispensador del crédito a largo y mediano plazo, sobre la base de las actuales instituciones semifiscales de crédito.

3. Nacionalización de los seguros.

4. Racionalización del comercio interior, suprimiendo el exceso de intermediarios, organizando cooperativamente a los pequeños comerciantes, reprimiendo la especulación mediante un adecuado sistema de control de precios y sancionando el delito económico.

E. Reajuste de nuestra Organización Tributaria y Administrativo

1. Reorientación de nuestra política tributaria en orden a financiar adecuadamente el Presupuesto, contribuir a una eficaz distribución de la riqueza e incrementar el ritmo de capitalización colectiva.

2. Reorganización de la administración pública, para unificar su acción, eliminar la burocracia inútil y evitar la dispersión de sus actividades. Se propenderá a integrar los organismos administrativos con representantes de los sindicatos y agrupaciones funcionales.

3. Descentralización administrativa tendiente a asegurar una efectiva participación de las diversas regiones de] país, de acuerdo con sus posibilidades, en los beneficios de la política económica del Estado. Autonomía administrativa para las diferentes regiones del país. F. Política de mejoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores

1. Escala móvil de sueldos y salarios en armonía con las variaciones del costo de la vida.

2. Participación obrera en la dirección y utilidades de las empresas, como medio de ir al establecimiento de un sistema de remuneración del trabajo por piezas, que asegure que la mayor producción se traduzca en un mejoramiento de las

Archivos Internet Salvador Allende 27 http://www.salvador-allende.cl condiciones de vida de los trabajadores.

3. Establecimiento del salario vital y de un adecuado sistema de asignaciones familiares para los obreros.

4. Política de habitación popular, canalizando todas las actividades de la construcción con este objetivo, prohibiendo las edificaciones de lujo, orientando los recursos del país en forma fundamental hacia este propósito, racionalizando y estandarizando la producción de materiales de construcción.

5. Establecimiento del seguro social en todos sus aspectos, administrado exclusivamente por el Estado. Unificación de los regímenes de previsión de los obreros y de las diferentes categorías de empleados. Ampliación de los beneficios de la previsión a la familia del asegurado.

6. Mejoramiento de las condiciones sanitarias de la población. Lucha contra el alcoholismo y las enfermedades socia- les.

G. Reforma Integral de la Educación Pública

1. Reconstrucción orgánica de la educación nacional, desde la escuela parvularia hasta la Universidad, en función del Estado.

2. Descentralización de los servicios educacionales por zonas geográfico económicas.

3. Organización y dirección técnicas de la educación nacional.

4. Reeducación obligatoria de los adultos y extensión sistemática de la cultura en las masas con el concurso de las organizaciones sindicales.

(*) En 1947, el Partido Socialista de Chile realizó una Conferencia de Programa en la que aprobó la Fundamentación Teórica de sus postulados, redactado por Eugenio González Rojas, fundador y uno de los más eminentes dirigentes del socialismo chileno. El último capítulo de aquel documento, que bajo el título «Directivas Principistas» condensaba, en tesis, el escrito de González y especificaba los Objetivos Inmediatos del PS, fue escrito por Clodomiro Almeyda. En él se reflejan las ideas fuerza predominantes en el pensamiento de los socialistas chilenos en la inmediata post guerra, y en el contexto de la reflexión que cristalizó, primero, en la teoría del desarrollo elaborada por la CEPAL, bajo el liderazgo intelectual de Raúl Probisch y, después, en la llamada «teoría de la dependencia» desarrollada en los años sesenta. El presente texto es, más que nada, un testimonio de una fase de la trayectoria ideológica del socialismo chileno.

Archivos Internet Salvador Allende 28 http://www.salvador-allende.cl II. AMERICA LATINA

Desde México al Polo. 1958*

Nosotros y la Argentina

A Chile, nada de lo argentino debe serie extraño. No se alimenta la interdependencia de los dos países sólo de formales y declamatorios recuerdos a la común gesta emancipadora. Son el presente y, sobre todo, el futuro, los que objetivamente van estrechando cada vez más a nuestras dos naciones a través de procesos sociales, económicos y políticos que sólo pueden alcanzar su máxima expresión en un ámbito más amplio que el de los rígidos marcos fronterizos.

Desgraciadamente, contingencias de la vida política chilena y accidentes del acontecer argentino, explotados por quienes viven sólo del día inmediato, han dificultado una exacta comprensión y valoración de las perspectivas que para Chile y Argentina ofrece su complementación económica, con sus necesarias Implicancias positivas en los otros órdenes de la vida social. El modesto, pero promisorio resultado de un año de funcionamiento del Tratado de Unión Económica Chileno Argentino está señalando la ruta e insinuando los contornos de un vasto y halagüeño panorama, que sólo espera una conducta, a la par reflexiva y audaz de ambos gobiernos, para irse transformando en realidad.

Pero no sólo es el aspecto económico de las relaciones entre los dos países lo que nos atañe. Los fenómenos políticos y culturales de ambas naciones, indisolublemente vinculados a su expansión productiva, sólo pueden ahora valorarse en función de sus influencias mutuas.

Las energías y fuerzas sociales inéditas que ha desatado todo el proceso revolucionario argentino, iniciado en 1943 consecuencia indiscutida del peronismo , se encuentran todavía en plena ebullición. La emergencia activa de las masas y del trabajo argentino como primera fuerza política de su país, el más avanzado económicamente de toda América Latina, ha abierto insospechadas posibilidades a su evolución social. Que el servilismo de los sindicatos al oficialismo paternalista le reste dignidad e independencia al movimiento obrero, que el nivel de educación política de sus dirigentes nos aparezca a los chilenos de una monstruosa mediocridad, etc., es cierto, pero la importancia de estas facetas negativas y limitantes, palidece frente a la significación del hecho macizo de que el pueblo argentino está hoy presente y vivo en la historia de su patria.

La lección que parece desprenderse de esta experiencia es que, si quienes pretenden la dirección de los movimientos sociales no son capaces de interpretar realmente y con un estilo propio las necesidades de los pueblos y de romper, para ello, los asfixiantes moldes de una pseudo ortodoxia tan estéril como vacía, si no son capaces de eso, serán fatalmente arrasados por los acontecimientos. La vida los dejará atrás. Y serán otros, los menos autorizados, los que ignoran totalmente el sentido del movimiento que desencadenan, quienes, por sinuosas rutas, no exentas de tragedia e injusticia, como en el caso argentino, les abrirán a las masas el acceso a la escena política y al mundo del poder.

Pocos meses ha, cuando parecía que el proceso argentino, declinaba y se opacaban sus aristas, buenas y malas, irrumpe de repente, en forma tan inusitada como violenta, la querella entre el Gobierno y la Iglesia Católica, acaparando la atención de los latinoamericanos y suscitando las más variadas y discrepantes opiniones.

Se han levantado así las cortinas de un nuevo acto del drama argentino. La intensidad y la violencia de la lucha planteada autoriza a pensar que, cualquiera que sea su desenlace definitivo, sus consecuencias no serán indiferentes al desarrollo social y político del país. Sea que se la interprete como un nuevo golpe a las fuerzas reaccionarias, que libera a las masas de la negativa influencia clerical, sea que se piense que con esta pugna culmina el proceso de tiranización del pensamiento y las conciencias por un totalitarismo regresivo, sea que se la estime como una cortina de humo para ocultar la entrega de riquezas esenciales al capitalismo extranjero, sean éstas u otras las apreciaciones ajustadas, lo cierto es que estamos en presencia de un hecho de tal magnitud y trascendencia que su destino último ha de producir un profundo impacto en el desenvolvimiento político y social del continente.

Bolivia y Chile

El reciente viaje del Presidente de Chile a Bolivia, como retribución al que, a principios de año, hiciera el Mandatario boliviano a Arica, cierra todo un periodo de nuestras relaciones internacionales.

Seguramente los hombres que se califican a sí mismos como «experimentados» y «realistas» juzgarán la entrevista de La Paz según los cánones tradicionales de la diplomacia; no le asignarán mayor importancia que la que se merece un estado de cortesía y se lamentarán por la circunstancia de que nuevamente se haya tratado sobre el problema portuario boliviano por las autoridades chilenas. Este último tema, afirma nuestra prensa seria, no debe haber salido su trámite en las cancillerías, el único conducto, a su juicio, para resolver cuestiones internacionales. Pero mal que les pese a quienes tienen los pies hundidos en el lodo como se refiriera a este tipo de hombres un pensador mexicano , para Chile y Bolivia, como pueblos y como naciones, el significado del abrazo entre lbáñez y Paz Estensoro tiene un alcance mucho mayor.

Queda atrás, sepultada en polvorientos anaqueles, toda una literatura formalista acerca de nuestras relaciones con Bolivia, expresiva de una mentalidad en el mundo de hoy no tiene ya sentido ni destino. Es toda una escuela diplomática la que está en trance de morir, es todo un pasado oscuro de recelos, equilibrios y conjeturas, el que se está derrumbando al empuje de las nuevas corrientes sociales y del pensamiento, que traducen la necesidad de los pueblos latinoamericanos de encontrar en su unidad y en su complementación económica la solución de sus problemas. Y es todo un futuro abierto y promisorio el que se va dibujando en las retinas esperanzadas de las multitudes, que en Santiago repletan los teatros para rendir homenaje a la Revolución Boliviana y a sus hombres y que, en La Paz, desfilan con un fusil en una mano y una bandera en la otra para recibir al personero del país de la Estrella Solitaria.

Archivos Internet Salvador Allende 29 http://www.salvador-allende.cl Bolivia ya no está aislada. La heroica gesta de su pueblo, el calor de sus muchedumbres henchidas de entusiasmo creador y fraterno, pudo más en beneficio de la postura y prestancia internacional del Altiplano, que las maniobras mañosas de antaño y los resentimientos pequeños de una diplomacia miope y majadera. Los muros que las separaban del océano y del mundo, se han ido así abriendo espiritualmente para ceder su lugar a una íntima mancomunidad entre dos naciones y dos pueblos, que como sus hermanos, sólo tienen un sitio en la historia en la medida que se confunden entre sí en una sola entidad supranacional.

Las cuestiones chileno bolivianas de toda índole sólo hallarán su solución orgánica en la medida que sojuzguen y resuelvan sobre el telón de fondo de la progresiva complementación y entendimiento entre ambos países.

El nuevo aniversario del Altiplano lo sorprendió forjando con sacrificio y dolor una nueva patria, construida ahora con ingredientes auténticos y material preparado en el mismo ambiente boliviano. Como todas las grandes empresas revolucionarias, el proceso boliviano avanza y retrocede, tropieza con obstáculos y luego se repliega para superarlos. En este difícil trance, Bolivia ya no está sola. Toda la América Morena está pendiente del desenlace de su trascendental experiencia. La reivindicación de las riquezas del subsuelo de manos extrañas, el intento de transformar la atrasada estructura agrícola, su esfuerzo por incorporar al indio a la vida moderna, su propósito de centrar la vida nacional en los valores de su rica tradición incásica, etc., son aspectos que configuran, en su conjunto, una empresa de significación continental que a todos los latinoamericanos en mayor o menor medida, nos afecta y nos compromete.

Por eso América espera de Bolivia. Espera que el sordo rumor que se advierte en medio del collar de volcanes del Altiplano madure y dé sus frutos, encontrando su verdadera y auténtica réplica en todos los demás escenarios latinoamericanos, cada uno de los cuales tiene su palabra que decir y su tono que imprimir a la verdadera historia nuestra, que recién ahora está comenzando.

La democracia y Colombia

Una democracia es verdaderamente tal cuando relaciona, vincula y acerca a los pueblos con sus gobiernos, cuando permite el acceso de nuevos hombres y nuevas ideas al poder; cuando, en suma, vitaliza al Estado con el impulso creador de las fuerzas. Cuando en una democracia sus instituciones, sus partidos y sus ideas se apartan de la vida real, se fosilizan y estratifican, entonces, queda roto el nexo entre Estado y pueblo y éste busca improvisadamente caminos a veces tortuosos, el contacto vivo con el poder, aunque sea mediante mitos e ilusiones.

Eso es lo que ha ocurrido en Colombia. Conservadores y liberales vivían del pasado. No permitían, a través de su violenta e insustancial querella, la emergencia de terceras posiciones que pusieran término a la virtual guerra civil en que se debatía la república. Por eso fue posible Rojas Pinilla. El pueblo, cuando depuso a Gómez lo aclamó como salvador de la democracia. Fue un gesto simple, sincero y promisorio que el nuevo Presidente no supo interpretar. Pese al esfuerzo que sectores renovadores de Colombia como el Partido Popular Socialista, hicieron por darle un contenido revolucionario y constructivo al Gobierno, el fácil camino de la inconsecuencia, del peculado y la arbitrariedad, terminó por imponerse y Rojas Pinilla, envanecido con las alturas del poder, pasó a ser una nueva versión del dictador de opereta latinoamericano. Por eso perdió fuerza, apoyo y simpatía, por eso sus adversarios, los viejos partidos tradicionales y sus aliados, la Iglesia y el imperialismo, pudieron embaucar a las masas y voltearlo, como lo hicieron en condiciones no muy distintas con Perón en Argentina.

Ahora Colombia está a punto de caer de nuevo en manos de los viejos partidos. Viejos partidos que, pese a su antagonismo, han llegado a la conclusión de que es mejor para ambos repartirse el Gobierno, la influencia y las prebendas, ya que nada sustantivo los divide, y los une, en cambio, el interés en mantener el orden de cosas actual.

En esta forma, una democracia termina por negar su razón de ser. Sus formas se estratifican, sus partidos se institucionalizan, y el camino se cierra para las nuevas fuerzas sociales e ideológicas. Bajo las apariencias de una estructura democrática se esconde un hábil sistema de defender el status vigente, con mayor eficacia que una dictadura confesa y declarada, y con una sutil hipocresía y cierta elegancia que engaña y seduce a los que se dejan arrastrar por las formas externas, pero que no puede equivocar al pueblo mismo, que siempre termina por descubrir dónde están sus enemigos.

Brasil entra en escena

A primera vista se presenta oscuro e incierto el inmediato destino del movimiento popular en América Latina. Las dictaduras reaccionarias se afirman y consolidan bajo el amparo norteamericano detrás de las cómodas y equívocas banderas del anticomunismo «made in USA».

Las fuerzas que inicialmente envolvían un impulso progresivo, como las del peronismo argentino, han ido limando sus aristas y embotando su ímpetu inicial hasta terminar por encallar en las arenas opacas del compromiso y la conciliación con el poderoso vecino del Norte. Empresas de orientación más definida y certera, como la boliviana, corren el riesgo de desangrarse como resultas del aislamiento y de la debilidad económica que conspiran contra su éxito y condicionan su neutralización política en medio de la indiferencia e inoperancia de sus vecinos, llamados a auxiliarla y a darle el estímulo necesario para subsistir y vencer. La tragedia guatemalteca y la frustración inicial del ibañismo en Chile completan el negro cuadro que se ofrece a nuestros ojos.

Sin embargo, hay un fenómeno político que se está desarrollando ante nosotros. y que ofrece insospechadas perspectivas no sólo para el país en que se desenvuelve, sino para toda la América Morena.

Se trata de lo que ocurre en el Brasil. Independientemente del desenlace superficial que pueda tener la actual crisis política brasileña que desembocará, seguramente, en el predominio en el gobierno de los elementos reaccionarios de la Unión Democrática Nacional y del Partido Social Democrático , independientemente de ese epifenómeno, se ha producido y se está produciendo en lo más hondo de la estructura social del país del Atlántico, una interesantísima y

Archivos Internet Salvador Allende 30 http://www.salvador-allende.cl promisoria transformación.

El Brasil avanzó sus primeros pasos en la ruta de la industrialización ya en los albores del presente siglo, y en las últimas décadas, ese proceso ha alcanzado una aceleración extraordinaria sólo comparable al crecimiento de los Estados Unidos a finos de la pasada centuria, y cuya manifestación visible más notoria es el desarrollo urbano y fabril de Sao Paulo, el núcleo industrial más importante de América Latina.

Como era natural, semejante progreso industrial tenía que generar sus consecuencias en el plano social y político a la corta o a la larga.

El «varguismo» de la década del treinta, e incluso su proyección en 1950, fue una manifestación primaria del fermento social en gestación, todavía sin una definida conciencia política, pero expresivo, de todos modos, de la irrupción de las masas por vez primera en el campo de las luchas cívicas.

Desde entonces hasta ahora, las cosas han cambiado. Esas masas inorgánicas han pasado por la insustituible escuela de la organización sindical; en ellas han hecho sus primeras armas y conseguido así la conciencia de su potencia y de su destino propio dentro de¡ conglomerado nacional. El movimiento sindical brasileño ha experimentado, últimamente, un auge extraordinario. Las recientes y grandes huelgas en Sao Paulo, la radicalización de fuertes sectores del Travalhismo, la agitación social en el Nordeste y la influencia alcanzada por el comunismo, son hechos que están configurando una nueva situación en el Brasil. Y, lo que es más importante, el proceso no ha afectado sólo a los obreros, sino que ha prendido también en vastas capas campesinas. El año pasado se constituyó la Confederación Nacional Campesina, bajo cuyo estímulo y dirección se han operado importantes movimientos reivindicativos.

Claro está que todo este amplio proceso no ha alcanzado todavía una consecuente y orgánica, traducción política. Las últimas elecciones lo demuestran. Pero las nuevas condiciones la están haciendo posible. La extensión y profundidad del sentimiento antiimperialista en el Brasil considerado hasta ayer como el más obsecuente aliado de los EE.UU. en América Latina , se ha evidenciado nítidamente en las espontáneas manifestaciones producidas como consecuencia del suicidio de Vargas.

La emergencia de¡ pueblo brasileño al primer plano de las luchas políticas puede, con el tiempo, romper el actual equilibrio inestable de la política latinoamericana. Su acción se vendrá a sumar a la de otros pueblos y su estímulo y apoyo ha de ser decisivo en la relación de fuerzas continentales. Sólo la progresiva unificación latinoamericana, a través de la común tarea de liberarnos y desarrollarnos económica, política y culturalmente, puede garantizar el triunfo, triunfo que no advendrá en forma aislada en país alguno, sino que será el fruto del esfuerzo común. Y el inapreciable concurso del Brasil ya se dibuja en el futuro.

Conversaciones en Buenos Aires

Se reúne, en estos días en Buenos Aires, el Consejo de Unión Económica Chilena Argentino con el objeto de ajustar y corregir el convenio vigente, celebrado meses antes en Santiago, y cuya aplicación ha dado margen a que sudan deficiencias y equívocos que es preciso subsanar lo antes posible. En el ambiente santiaguino, e incluso, en las informaciones de prensa, las mencionadas conversaciones ocupan un lugar secundario, no mereciendo llamar la atención de nuestros círculos políticos. ¡Qué distinta acogida a la que reciben las anécdotas e incidencias alrededor de la venta de acero a IMPEX y a la suerte de la famosa carta de Jorge Antonio, milagrosamente sustraída del despacho presidencial! Estas últimas han acaparado la atención de la prensa capitalina, han dado origen a debates e interpelaciones parlamentarios y son el tema obligado de los corrillos de café, de las audiciones radiales y de las intrigas politiqueras.

Para el país, sin embargo, el verdadero país que trabaja, sufre y espera, para ese Chile, mucho más le afecta el desenlace de las conversaciones de Buenos Aires que el esclarecimiento detectivesco de los «affairs» IMPEX y Jorge Antonio. De su éxito depende que nuestra siderurgia y nuestra industria metalúrgica encuentren mercado allende los Andes y reciban el notorio estímulo que ello significa depende que nuestra población nortina pueda usufructuar del Ferrocarril a Salta para su abastecimiento, depende la llegada de artículos manufacturados argentinos de su industria liviana que mucho necesitan nuestros consumidores. Mas, todo esto no interesa a nuestros sagaces políticos, más inquietos por buscar material inflamable para sus estériles querellas, que de ahondar en el estudio y solución de los problemas nacionales.

La complementación Chileno Argentina es una de las piezas claves de nuestro desarrollo económico y de nuestra evolución político social. El futuro de nuestra industria pesada, de la pesca y de la explotación forestal chilenas, la orientación racional de nuestra producción agrícola, etc., son posibilidades que serán o no realidad en la medida en que se logre o no, un acuerdo equitativo con nuestros vecinos trasandinos. E incluso, más allá del campo estrictamente económico, las perspectivas de la evolución política de Chile, de su actitud internacional, de su posición real frente al juego de potencias en los planos americano y mundial, dependen, con mucho, de la forma como se ajusten las economías de ambos países y de que se creen las condiciones para desvanecer los pequeños equívocos todavía existentes en nuestras relaciones políticas. No nos corresponde juzgar la manera cómo los argentinos abordan estos problemas, pero sí tenemos, en cuanto chilenos, el deber de hacer ver la trascendencia del camino iniciado, las perspectivas que ofrece, y los caminos que nos abre.

Nos estamos intoxicando de cosas, anécdotas y preocupaciones pequeñas; nos olvidamos de que somos poco o nada en el mundo, y, a pesar de eso, opinamos y juzgamos la conducta de las grandes potencias con una suficiencia cuyo carácter grotesco no alcanzamos a percibir, pese a nuestro hipertrofiado sentido del ridículo. El camino hacia la complementación económica y el acuerdo político latinoamericano es, por decirlo así, el cordón umbilical que nos une al mundo del futuro y que nos permitirá mañana no sólo opinar, sino también, actuar, pesar, influir.

Miremos, pues, hacia las posibilidades que se nos insinúan por esa ruta, por más lejanas que nos parezcan hoy; que avanzando por ella haremos mucho más por nuestra independencia económica, por la liberación del imperialismo, por

Archivos Internet Salvador Allende 31 http://www.salvador-allende.cl la paz mundial y americana y por nuestra propia existencia nacional, que agotando nuestro ingenio en idear maniobras para derribar ministerios o cansando nuestras gargantas con grandilocuentes gritos y consignas, carentes de todo valor, si no son la expresión natural de una fuerza consciente en pos de objetivos concretos y posibles.

Suspenso en Bolivia

La historia del Altiplano vuelve a tomar su intenso tono dramático, que momentáneamente había perdido, después que la ascensión al poder del Presidente Siles atemperó los ímpetus revolucionarios y entró a un período de consolidación de las conquistas obtenidas, amenazadas de muerte por una febril y galopante inflación. Por las rendijas de la política estabilizadora, aprovechándose de la debilidad económica del país y de sus urgencias alimenticias y de capitales, se fue colando poco a poco, en forma insidiosa, como de costumbre, la serpiente imperialista. Bajo la simpática careta de la «ayuda económica», primero, de la «asistencia técnica», después, fue tomando formas poco a poco un gobierno en la sombra, compuesto por yanquis, que actuaba de acuerdo con la mentalidad yanqui y en pro de los fines yanquis.

Los líderes de la Revolución previeron a tiempo el peligro, pero cedieron ante la necesidad de la ayuda yanqui; creyeron que la fuerza del movimiento revolucionario sería capaz oportunamente de poner a raya las pretensiones crecientes de los americanos de controlar el país y de instaurar en Bolivia un Estado «made in USA» inspirado en la libre empresa, con sus riquezas movilizadas por el capital extranjero y con una estructura política liberal democrática al gusto de los amos del Norte. Pero, como era natural, no fue fácil detener el impulso arrollador de la influencia americana. De pronto, el país se percató de que la política económica interna no era regida por bolivianos sino por el asesor Mr. Elder. De pronto, el país se percató de que bajo las inocentes recomendaciones de una política antiinflacionista se escondía todo un plan para construir una Bolivia burguesa, lo que, de llevarse a la práctica, habría significado la desnaturalización total de los objetivos revolucionarios. Y vino la reacción. El movimiento obrero y Lechín, el ala izquierda del MNR y Chávez, expresaron su disconformidad con lo que se estaba haciendo y pidieron rectificaciones. Amenazaron incluso con la huelga general.

Sin embargo, no obstante lo justo de su resistencia a continuar por la pendiente recomendada por Mr. Elder, no han sido capaces, Lechín ni Chávez, de proponer con claridad una alternativa a la vez viable y progresista. El contraproyecto de la Confederación Obrera Boliviana, que ha dado a conocer la prensa, es superficial, infantil y, a todas luces, incapaz de construir una salida justa a la crisis boliviana.

Entretanto, Nuflo Chávez renuncia a la Vicepresidencia en sensacional carta en que revela los manejos yanquis para sabotear la revolución. El Presidente Siles sale a la calle y a las provincias para defender su política y frustrar la huelga general. Y parece que ha tenido algún éxito. El pueblo siente cierto horror al vacío que se perfila con la derrota de Siles y prefiere esperar hasta que no vea más clara la alternativa que se le ofrece por el lado de la izquierda.

Bolivia está en suspenso. Su revolución, en el filo de la navaja. Si se inclina demasiado hacia la contemporización y el orden, cae en los brazos de los yanquis y todo lo alcanzado está perdido. Si quiere seguir hacia adelante, careciendo de los recursos económicos y técnicos para sostener con éxito, sobrevendrá el caos... y luego también la feroz contraofensiva reaccionaria. Quiera Dios que el buen sentido ilumine a sus dirigentes y les permita encontrar la difícil ecuación para salvar lo permanente de la revolución, y evitar que la anarquía vuelva a enseñorearse del país.

La singular democracia uruguaya

El Uruguay se precia y es considerado en el continente como uno de los pocos oasis firmemente democráticos en nuestra América. Así lo parecen confirmar su estabilidad política e instituciones y el permanente respeto a las libertades públicas fundamentales que conforman su convivencia cívica.

Sin embargo, estos aspectos son sólo una cara de la medalla. Desde otro ángulo, la estructura política uruguaya es, como ellos mismos lo reconocen, la más «estratificada» del continente: es decir, la menos fluida, la más rígida, la menos permeable a cambios substanciales y la menos apta para recoger constructivamente las nuevas aspiraciones y exigencias del devenir social.

Desde hace casi cien años, gobierna el país el llamado Partido Colorado, que representó, cuando nació el comercio montevideano y que asimiló después a los inmigrantes europeos de formación liberaloide y progresista, constituyendo hoy, en lo esencial, la expresión de la burguesía, la burocracia y la intelectualidad uruguayas. A través de su larga permanencia en el poder, los colorados se las arreglaron para idear un sistema político y electoral que les permite mantenerse en el manejo de¡ aparato del Estado, administrar con liberalidad el grueso presupuesto nacional y contar con un fuerte instrumento de intervención electoral, que los hace imbatibles en las contiendas cívicas. Pero no contentos con estas ventajas de hecho, los colorados han estatuido un mecanismo electoral, el famoso sistema de los «Lemas», que les permite dividirse y oponerse entre sí, pero conservando para los efectos electorales su lema colorado, con lo cual, los más disímiles grupos políticos nacidos del tronco matriz aprovechan siempre al histórico lema, impidiendo a toda otra fuerza política tener en peligro su dominio nacional.

Sus tradicionales adversarios, los blancos, de origen campesino y extracción social e ideología feudal, hispana y tradicionalista terminaron por último en entenderse y confundirse con el partido mayoritario en la administración del aparato del Estado, a través del sistema de la colegiación, que hace del Ejecutivo un poder en que intervienen ambos partidos y que coloca al frente de la administración regional y local y de los entes autónomos, a consejos o juntas en que, legalmente, colorados y blancos se reparten gustosos, poderes, influencias y votos. Como este proceso ha coincidido con la fusión de la burguesía uruguaya con los restos del feudalismo en el plano sociológico, resulta así que ambos partidos coadministran al país, reuniendo alrededor de sus respectivos lemas y en beneficio suyo, a casi todo el electorado uruguayo, impidiendo la formación, desarrollo y progreso de otras agrupaciones cívicas que, al no poder competir con los grandes lemas históricos, quedan reducidas al papel de insignificantes minorías. Y, como es natural, ni blancos ni colorados quieren cambiar el régimen de elecciones que les favorece, con lo cual no hay posibilidades reales de que las nuevas fuerzas sociales logren, dentro de ese «zapato chino», romper el status social vigente, en el

Archivos Internet Salvador Allende 32 http://www.salvador-allende.cl que la burguesía capitalina y el feudalismo agrario, en íntima coyunda, hacen y deshacen de la República Oriental.

La desviación del socialismo argentino

A primera vista parece inexplicable que el más antiguo, organizado y tradicional de los partidos socialistas de América Latina, el Partido Socialista Argentino, haya jugado un opaco y hasta, a veces, triste papel en los acontecimientos políticos de su patria, en los últimos diez años.

Recordemos que Justo, Palacios, Repetto y otros, fueron los primeros que ya antes del año veinte difundieron las ideas socialistas en el continente y conformaron también las primeras organizaciones socialistas. Su autoridad moral es indiscutible y el esfuerzo gastado por elevar el nivel cultural y político de su militancia no ofrece parangón en ningún partido hermano del continente. Estas circunstancias llegaron hasta hacer del socialismo argentino la primera fuerza electoral en la capital federal, cuya significación humana, económica y política en Argentina está de más destacar. Agréguese a esto que el notorio retraso político y social que hasta hace poco imperaba en el vecino país constituía un favorable caldo de cultivo y un campo de acción inmejorable para el fortalecimiento de las organizaciones socialistas.

Sin embargo, llegó el año 1944 y Perón, y con ello el socialismo argentino dejó de significar algo vital, combativo y actuante en la Argentina. Desplazada su influencia de las masas, que siguieron al nuevo caudillo, y orientada toda su política hacia una oposición cerrada, intransigente y hasta ciega al nuevo régimen, se le vio en momentos estelares de la vida política argentina, reunido en singular contubernio con la oligarquía y el imperialismo, representando a veces hasta una verdadera fuerza de choque de estos sectores reaccionarios.

Ahora Perón ha caído. Pero no ha sido su derrumbe producto de una insurgencia popular que hubiera capitalizado sus errores para conformar una política más audaz y revolucionaria, en la que pudiera haber jugado un papel el socialismo argentino tradicional. No. Perón ha caído derrotado por la derecha y el radicalismo argentino, por el Ejército y el Clero. A su lado, el P. Socialista no es otra cosa que una vulgar comparsa. No será de ningún modo él, quien sacará partido de los últimos acontecimientos. Y sin presumir de agoreros, podemos asegurar, incluso más: el pueblo argentino acentuará su desconfianza hacia un partido que coadyuvó obsecuente a una empresa a todas luces antipopular y reaccionaria.

¿A qué se debe este fenómeno? ¿Cuál es la causa de este divorcio tan notorio del partido y las masas? ¿Por qué hablan un lenguaje tan diferente?

Sin pretender agotar el tema, me parece importante destacar por lo menos uno de los factores que han contribuido a hacer del P. Socialista de allende los Andes un verdadero cuerpo extraño para su propio pueblo, que más parece una planta de invernadero, cuidadosamente alejada del medio en que debe operar; una singular reliquia histórica, digna de la preocupación de los investigadores del pasado, pero ajena del todo a las inquietudes que mueven y apasionan a las multitudes obreras argentinas.

El socialismo argentino no fue un producto de la evolución social Argentina. Fue un producto trasplantado de Europa a Buenos Aires que llegó junto con los inmigrantes europeos y que quiso prolongar, en suelo americano, las modalidades de pensamiento y acción de la socialdemocracia europea de principios de siglo. Por eso, el socialismo argentino no logró pasar más allá de Buenos Aires. Se quedó allí. Sólo influyó fuera de la capital en reducidos círculos universitarios e intelectuales. Pero al pueblo mismo, al campo; a la pampa, no llegó nunca.

Ni siquiera vio la pampa. Siguió viviendo como si Argentina fuera prolongación y parte de la vieja Europa. Sus ideas y conceptos que lo animaban eran aquellos que movían a los socialistas europeos, de raigambre jacobina y pequeño burguesa, para quienes la Revolución Francesa sigue siendo el momento cumbre de la Historia en que la igualdad, la libertad y la fraternidad destruyen para siempre a la tiranía, la ignorancia y la opresión.

Nuestro pueblo de América, el auténtico, no el que se forma en las universidades, ni milita en las logias, ni lee el francés, no ha comprendido nunca ese lenguaje. Necesita otros móviles, otros motivos, otro estilo; nacidos y construidos con el material propio, de su vida real en países semicoloniales, oprimidos por el imperialismo y el feudalismo agrario que buscan por nuevos moldes su desarrollo económico y que ansían trastrocar un orden existente que para ellos no es democrático, por más que lo afirmen las Constituciones, para adquirir así la jerarquía social que como trabajadores les corresponde y que no es reconocida en una sociedad en que los resabios feudales y el poder del dinero y la influencia del Poder lo pueden todo. En la Argentina preperonista, por ejemplo, el dominio social que ejercía la oligarquía vacuna y el poder de sus cuantiosas riquezas era de tal naturaleza absoluto, prepotente y agobiante para el pueblo, que el sacarla de ese pedestal prepotente desde el que mandaba y dirigía a la nación era la necesidad política más urgente y previa que sentían las masas argentinas. Eso no lo comprendía el socialismo intelectualizado de Buenos Aires. Sus militantes, cultos, universitarios, obreros de formación humanista, hijos de inmigrantes que se sabían superiores a los nativos y que se movían entre los cafés, ateneos y centros de cultura, ignoraban y desconocían el látigo que en el rostro del pueblo azotaba diariamente la oligarquía argentina, orgullosa y ensoberbecida como pocas en América.

A este hombre común, no se dirigió nunca el socialismo argentino. No comprendió jamás sus sentimientos ni sus reales necesidades. Y cuando el movimiento peronista, por diversas, arrojó a la oligarquía del Poder, dio jerarquía social al trabajador, y le permitió adueñarse de la calle, hablar alto y fuerte, entonces, sintió por primera vez que ahora sí que había democracia e igualdad. Él era tan argentino como el señorito.

Los socialistas argentinos no comprendieron esto jamás. Creyeron, por el contrario, que la limitación de las libertades públicas y que la dictadura, que significaba, en el fondo, quitar a la oligarquía sus medios de orientar y gobernar a la opinión pública en su provecho, envolvían para el pueblo quitarle una libertad de la que nunca gozó, y que precisamente, gracias al aplastamiento de la reacción, comenzó a vislumbrar.

Archivos Internet Salvador Allende 33 http://www.salvador-allende.cl He ahí una de las causas del fracaso socialista argentino: su incapacidad para mirar a la realidad y al pueblo tal cual es y tal cual vive, sin anteojeras y sin deformantes prismas. Su raigambre europea, su extracción social pequeñoburguesa y su ideología libertaria y jacobina, explican en el fondo esa incapacidad.

Nosotros, socialistas chilenos, aprovechemos esa experiencia y aprendamos a encontrar en los duros y porfiados hechos que hacen a nuestra Patria, a nuestro pueblo y que condicionan nuestro futuro, la fuente auténtica y real de nuestra actuación y de nuestro pensamiento político.

Los radicales y Bolivia

Hace algunos días, en estas páginas, expresábamos que la brecha que se ha ido abriendo entre el radicalismo y la izquierda nacional revolucionaria de Chile, no se podía cerrar fácilmente por una aparente inclinación de los radicales hacia el jacobinismo extremista, porque en el fondo, lo que separa a ambas fuerzas es una distinta apreciación de la realidad social chilena, nacida de causas muy profundas y serias.

Tal posición extraña, y con razón, a los radicales que sinceramente se creen y consideran de Izquierda. No descubren por qué que no sea por el sectarismo infantilista el socialismo popular insiste en sostener que ambos partidos piensan distinto y son distintos. Muchas veces la explicación de este fenómeno resulta difícil, porque el arsenal conceptual que utiliza tradicionalmente la Izquierda conduce a disimular esas divergencias y a sugerir una superficial analogía de posiciones, en base a lugares comunes, como la libertad, la democracia, el progreso social, la reacción oligárquica, el intervencionismo estatal, las reivindicaciones de las masas, las conquistas sociales, etc.

Pero por debajo y detrás de esta fraseología de uso común, se esconden, en sustancia, dos mentalidades opuestas, trasunto a su vez de antagónicas direcciones políticas y distintas motivaciones sociales. Un ejemplo claro de lo que estamos aseverando lo proporciona la reacción tan divergente que radicales y socialistas populares han experimentado frente al hecho macizo de la Revolución Boliviana. No se trata aquí de algo baladí. Se trata de enfocar y tomar actitudes ante un acontecimiento social, que cualesquiera que sean sus limitaciones y frustraciones, envuelve todo un sentido de acción política, todo un estilo de lucha social.

El proceso de unificación latinoamericana, la necesidad de superar la democracia formal, para darle carácter substantivo, la nacionalización de los recursos naturales, la transformación del agro, la adopción de una política solidaria con los pueblos dependientes en lucha en contra del imperialismo, no son reales motivaciones ni ideas fuerzas que impulsen al radicalismo a la acción política. Ellos se mueven todavía dentro del esquema dieciochesco de enciciopedistas, jacobinos y liberales. Su espíritu no se ha forjado al calor de las reales necesidades e intereses de las masas indoamericanas, sino que proviene de fuentes extrañas y pretéritas, que no porque hayan logrado embaucar esterilizándolas durante un siglo , a las mentes de gruesas capas de la clase media, dejan de ser en nuestra América, producto exótico y confusionista. Se explica así por qué frente a los hechos concretos, un radical, librepensador, individualista, libertario y extranjerizante, por muy izquierdista que se sienta, reaccione en forma diferente a un socialista popular, marxista, nacional revolucionario y latinoamericanista, para quien los bellos ideales humanitarios y democratistas de su amigo radical no pasan de ser tan falsos, abstractos y retrógrados como para ambos lo son el clericalismo, el dogmatismo y la intolerancia religiosa.

(*) Artículos recogidos en «Reflexiones Políticas», libro editado en 1958 por Prensa Latinoameriana, en el cual el autor recopiló artículos que publicara en medios de prensa santiaguinos entre 1955 y 1958.

Archivos Internet Salvador Allende 34 http://www.salvador-allende.cl La política exterior del Gobierno de la Unidad Popular. 1977*

1. El proyecto político de la Unidad Popular tenía una clara dimensión internacional, que recogía precisamente su Programa, en sus formulaciones de política exterior.

Tenía esa dimensión internacional, obligadamente, porque las implicaciones de la realización, en Chile, de una transformación socialista de su sociedad, afectaban intereses extranjeros de significativa entidad, alteraban también, en algún modo, el statu quo político latinoamericano, introducían un elemento conflictivo y perturbador en el sistema interamericano (fundamentalmente la OEA y el TIAR) e influían por tanto, también, en alguna medida, en el panorama político mundial, determinado esencialmente por la pugna entre el mundo capitalista. liderizado por los Estados Unidos y el sistema de estados socialistas, encabezado por la Unión Soviética.(2)

La experiencia política chilena se realizaba en un momento determinado del acontecer mundial. Aunque esencialmente fuese nuestra época la de la transición del capitalismo al socialismo y así lo entendían los núcleos determinantes en el seno de la Unidad Popular , esa transición adopta en las distintas circunstancias, modalidades diferentes. Esas modalidades del proceso de transición están condicionadas por el conjunto de circunstancias concretas que lo rodean y que le imprimen un carácter especifico. En otras palabras, la forma en que se realiza el proceso de transición depende de la coyuntura en que se inscribe.

Un complejo de circunstancias lo constituyó la llamada «guerra fría»; otra coyuntura diferente es la de la «distensión». En el ámbito hemisférico, el antes y después de la Revolución Cubana tiene una relevancia fundamental. como también la tiene el antes y después de la «crisis de octubre», luego de la cual los Estados Unidos se resignaron a aceptar su coexistencia con un estado socialista en el hemisferio, pero, al mismo tiempo, definen su propósito de impedir por cualquier medio la extensión del comunismo o sistemas afines en el continente, propósito que cristalizó en la llamada Doctrina Johnson, formulada después de la intervención armada norteamericana en Santo Domingo. Y en el contexto político norteamericano y quizás más propiamente sudamericano una situación se configura cuando predominan en el área fuerzas y regímenes abiertamente pronorteamericanos que implementan y realizan los objetivos políticos de la potencia hegemónica de la región. Y una cosa es, para Chile, tener en el gobierno de los países limítrofes o para limítrofes a gobiernos amigos y comprensivos, y otra muy distinta es estar encerrado por gobiernos hostiles o desconfiados.

La interrelación de todas estas circunstancias en los distintos ámbitos geopolíticos desde el amplísimo pero determinante ámbito mundial, hasta el muy doméstico del Cono Sur sudamericano , conforman la coyuntura integral en la que se dió la experiencia de la Unidad Popular y constituyen su contexto externo.

Dada la naturaleza de este contexto externo y de la coyuntura internacional global del momento, en 1970 el proyecto político de la Unidad Popular era, desde el punto de vista de ese contexto externo, viable, aunque de difícil realización. Era susceptible de llevarse a la práctica, pero también estaba sujeto a múltiples eventualidades peligrosas que en cualquier momento podían frustrarlo, detenerlo, deformarlo o simplemente destruirlo.

Al afirmar que el proyecto de la Unidad Popular, desde el punto de vista de su contexto externo, era viable, pero difícilmente, hay que tener presente la interrelación existente entre ese contexto externo y los factores internos chilenos, que impulsaban o frenaban el proceso de cambios que se quería promover.

Vale la pena detenerse un poco en la precisión de la naturaleza de las relaciones entre el contexto externo de un sistema político en transformación y los factores internos que empujan u obstruyen esa transformación.

Para estudiar este problema hay que distinguir dos situaciones diferentes: una situación que convencionalmente pudiéramos llamar situación de paz, y otra que podemos llamar situación de guerra. El rasgo diferencial entre estas dos situaciones es el siguiente: en la situación que llamamos de paz, la interrelación entre dos estados se produce a través de todas las vías, canales o formas que no sean el confrontamiento armado abierto y total. En la situación que llamamos de guerra, el destino final del conflicto entre dos estados o sistemas políticos queda entregado a la suerte de las armas, al resultado militar del enfrentamiento.

El papel que juegan, en ambos casos, los factores internos de cada uno de los sistemas políticos en interrelación más o menos conflictiva, es diferente. En la situación de paz, la influencia de los factores externos sobre el proceso interno de un sistema sólo puede ejercerse a través de los factores internos preexistentes o que aparecen durante ese proceso, ya sea estimulando o desalentando su desarrollo y su fuerza en la pugna interna del sistema. En otras palabras, lo externo opera a través de lo interno y su influencia puede traducirse y expresarse en términos de su impacto en los factores internos que afecta, o que hace nacer o también desaparecer.

En la situación de guerra, los factores externos operan directamente sobre el sistema al que se quiere afectar, a través de la fuerza armada, de la violencia que se usa para ello. En este caso, las correlaciones de fuerzas externas e internas en pugna se traducen todas al plano militar y es el resultado que se produce en ese nivel, el que va a determinar la solución del conflicto.

Cuando afirmamos que el proyecto político de la Unidad Popular era viable y difícil, estarnos suponiendo dos cosas: primero, que esta viabilidad se manifestaba en una situación de paz y, segundo, que el riesgo de la intervención armada era una de las eventualidades posibles o indeseables.

Examinaremos a continuación, con más detalle, la viabilidad externa del proyecto político de la Unidad Popular en la coyuntura dada, en condiciones de paz, y luego los riesgos de origen externo que dificultaban el desenlace exitoso del proceso. Para ello, comenzaremos por considerar la naturaleza de la coyuntura global en 1970, en relación con la

Archivos Internet Salvador Allende 35 http://www.salvador-allende.cl experiencia chilena, para luego referirnos específicamente a la eventual incidencia de los objetivos que se proponía conseguir la Unidad Popular en el comportamiento de¡ contexto externo, tal como se visualizaba por los núcleos dirigentes que diseñaron y ejecutaron la política exterior chilena.

2. El examen de la coyuntura global en 1970 conducía a creer que la experiencia chilena de la Unidad Popular era viable. En efecto, la intervención armada norteamericana para ponerle término era muy poco probable, suponiendo una conducta racional del gobierno chileno. La invasión de Santo Domingo no se podía repetir en Chile. Las previsibles resistencias internas, dentro de los propios Estados Unidos, a tal aventura, como asimismo su repercusión negativa en el resto de la comunidad internacional habida consideración sobre todo del origen limpiamente democrático, constitucional y electoral del gobierno chileno , hacían prácticamente imposible una intervención armada abierta. Por otra parte, Estados Unidos no necesitaba, en último término, recurrir con un tan gran costo político a esa medida externa. Tenía a su disposición otros medios para intentar llegar a los mismos fines, de menor costo político y tan eficaces como una invasión en grande de los «marines».

La simpatía que despertaba el ensayo chileno en Europa Occidental, por la naturaleza democrática y electoral del proceso de transformación socialista que se anunciaba, era un fuerte dique para los eventuales agresores norteamericanos. La amistad declarada del mundo socialista con el régimen chileno, agravaba aún más los riesgos de una política belicista con relación a Chile. Por otra parte, hay que recordar que en esa época los Estados Unidos estaban envueltos profundamente en el conflicto del sudeste asiático y comenzaban a recoger una amarga cosecha de impopularidad en el mundo por esta causa. No parecía sensato, en esas condiciones, embarcarse en otra aventura bélica, mucho más difícil de justificar incluso.

En general no obstante los conflictos de Vietnam y del Cercano Oriente , la prevalencia de un clima de distensión entre Occidente y Oriente favorecía el desarrollo y consumación del experimento chileno y creaba enormes dificultades a los «halcones» norteamericanos que pudieran haber abrigado propósitos abiertamente agresivos.

Parecía mucho más probable que, si alguna contingencia de orden militar pudiera interferir la experiencia chilena, ella pudiera tener origen en actitudes de los países vecinos, con cuestiones pendientes con Chile, susceptibles de agravarse. Estados Unidos podía estimular a estos potenciales adversarios de Chile para que provocaran problemas al país, susceptibles de evolucionar hasta el plano militar y generar agudas y hasta insolubles dificultades al gobierno de la Unidad Popular.

En efecto, los gobiernos de los países vecinos eran, en mayor o menor medida, potencialmente, adversos a Chile. El gobierno militar argentino tenía una definición política abiertamente conservadora y no podía mirar sino con muy malos ojos que se instalara, al otro lado de la cordillera, un régimen de izquierda con una fuerte influencia marxista y comunista. Entre ambos países continuaba pendiente el viejo y enojoso asunto de las islas situadas al sur del Canal de Beagle, en su extremo oriental, cuya soberanía estaba en disputa. Ya en otras oportunidades incidentes de hecho, habidos con este motivo, habían deteriorado sensiblemente las relaciones entre Chile y la Argentina. En general, en la zona austral y aún cuando no se tratara de problemas limítrofes, no era difícil que pudieran repetirse ingratos episodios como el de la «Laguna del Desierto” que en los años sesenta estuvo a punto de degenerar en un enfrentamiento armado de patrullas fronterizas de graves proyecciones. Era pues posible y previsible que, en la zona austral, pudieran provocarse situaciones conflictivas destinadas a perturbar el normal proceso político interno de Chile y hasta dar pretexto a una intervención de las Fuerzas Armadas chilenas contra el Gobierno Popular a pretexto de razones de seguridad nacional.

Las relaciones chileno bolivianas, desde la Guerra del Pacífico (1879 1884) nunca fueron buenas. El enclaustramiento marítimo de Bolivia, de resultas de su derrota en esa guerra, y la consiguiente reivindicación portuaria boliviana, han envenenado desde entonces las relaciones entre los dos países. Al acceder, la Unidad Popular, al poder en Chile, las relaciones diplomáticas entre ambos países estaban rotas por la cuestión del aprovechamiento de las aguas del río Lauca, diferendo suscitado durante la Administración Alessandri. En el gobierno del Altiplano primaban, en 1970, las tendencias de izquierda. Ello podía aminorar la posibilidad de un conflicto, pero en manera alguna lo descartaban. Por otra parte, la tradicional inestabilidad política de Bolivia hacía previsible, en cualquier momento, la subida al poder en La Paz de un régimen reaccionario y chauvinista, en esas circunstancias, doblemente antichileno. Como efectivamente ocurrió después, cuando el gobierno izquierdista del General Torres fue depuesto y sustituido por el ultra reaccionario régimen del General Bánzer. Si bien Bolivia por sí solo era incapaz de crear una real y seria amenaza militar para Chile, la eventualidad de una articulación de sus disputas con nuestro país con las que podían surgir entre Argentina y Chile, agravaban los riesgos internacionales que tenía que enfrentar el gobierno del Presidente Allende.

A esto debemos añadir la circunstancia de que el gobierno militar brasileño era indisimuladamente adverso a lo que estaba ocurriendo en Chile, y dada su influencia en el Altiplano, podía estimular actitudes bolivianas conflictivas con nuestro país.

La afinidad política que pudiera tener el gobierno militar progresista del Perú con la Unidad Popular resultaba neutralizada, tanto por el rol que podía jugar el anticomunismo de algunos círculos militares peruanos, como por la actitud recelosa y hasta hostil contra Chile, como nación, que guardaban sectores castrenses y políticos del Perú, originada también en las heridas no totalmente cicatrizadas que dejó la Guerra del Pacífico.

Ni Ecuador, ni Colombia, ni Venezuela y para qué decir, Paraguay estaban regidos por administraciones potencialmente amigas sinceras del nuevo gobierno chileno. Estaban dadas, pues, las condiciones para que pudiera implementarse una política de aislamiento político y económico del gobierno de la Unidad Popular en Sudamérica con proyecciones en el plano militar, eventualidad que se presentaba como uno de los más peligrosos riesgos que debía enfrentar la nueva administración. La posibilidad de que los Estados Unidos estuvieran interesados en promover ese aislamiento de Chile, por los países sudamericanos, y hasta desencadenar un conflicto bélico, no debía conducir al colapso por la fuerza del proyecto político chileno, sin que la nación del norte apareciera directamente comprometida.

Archivos Internet Salvador Allende 36 http://www.salvador-allende.cl 3. Si bien la posibilidad de una agresión armada de los Estados Unidos para liquidar la empresa política chilena se presentaba como altamente improbable por la naturaleza de la coyuntura que atravesaba a la sazón el mundo , ello no implicaba descartar que los Estados Unidos pudieran intentar destruirla por otros medios a su alcance. Ya nos hemos referido a la posibilidad de que utilizaran los problemas que Chile tenía con sus vecinos para encender allí un conflicto de proporciones.

Para analizar más profundamente este aspecto de la situación, procede previamente esclarecer la naturaleza del peligro que el gobierno de la Unidad Popular entrañaba para los Estados Unidos.

Se piensa a menudo que la principal razón por la cual los Estados Unidos manifestaron, desde el comienzo, su oposición cerrada a la experiencia chilena, (que llevó incluso al Presidente Nixon a ordenar, a la Agencia Central de Inteligencia que maniobrara para impedir por cualquier medio el acceso de Salvador Allende al poder, una vez producido el veredicto del 4 de septiembre de 1970)(2) era el eventual riesgo que corrían los intereses económicos de los inversionistas norteamericanos en Chile. Dada la magnitud de los intereses cupríferos de ese país en Chile, la anunciada nacionalización de la gran minería del cobre aparecía gravemente lesiva para las empresas propietarias máxime cuando era previsible un procedimiento de indemnización bastante estricto. Además, se preveía la nacionalización de otras inversiones mineras, como las del hierro y las comprometidas en empresas de servicio público, como teléfonos, o en las muchas actividades industriales en que todo o parte del capital era norteamericano.

Aún siendo efectivo el riesgo que corrían esas inversiones y siendo cierto también que ello afectaba los intereses de Estados Unidos, pensamos que no eran, sin embargo, este tipo de consideraciones las determinantes de la abierta hostilidad, incluso inicial, del gobierno de los Estados Unidos frente al gobierno de la Unidad Popular.

A nuestro juicio, las razones determinantes de la hostilidad del gobierno norteamericano hacia la nueva administración chilena y su proyecto gubernativo, eran de naturaleza esencialmente política, de política general, y trascendían con mucho a las lesiones al interés económico de las empresas norteamericanas en Chile, eventualmente nacionalizables.

Nos explicamos. El gobierno norteamericano no era ni es sólo el representante del conjunto de los intereses generales de la economía privada norteamericana sobre la que está construida la estructura política e ideológica de aquel país. No era y ni es sólo la entidad que regula, defiende y ampara las reglas del juego que permiten la reproducción y el desarrollo de la economía privada norteamericana, ya sea operando a través de capitales invertidos en los Estados Unidos o en el extranjero.

El gobierno norteamericano, además, más propiamente el Estado norteamericano, ha ido adquiriendo otro rol adicional en el contexto de la sociedad mundial contemporánea. Ha ido deviniendo, especialmente desde el llamado período de la guerra fría, en el puntal y garante de toda una estructura de poderes contrarrevolucionarios en el mundo, rol que determina una conducta suya inspirada en una racionalidad política superior, racionalidad específicamente política y geopolítica, que subsume, integra y eleva, a un nivel cualitativamente distinto, al conjunto de los intereses privados de los Estados Unidos con los del resto del mundo capitalista. En otras palabras, alrededor de los Estados Unidos, en su carácter de potencia hegemónica de Occidente, se ha ido configurando, después de la Segunda Guerra Mundial, una estructura «parapolítica» destinada a defender los intereses generales y comunes de todo el mundo capitalista, amenazados no sólo por la revolución social y el socialismo, sino también por los pujantes movimientos de liberación nacional de orientación revolucionaria en las áreas dependientes y subdesarrolladas.

La comprensión plena de este concepto exige algunas precisiones. La Revolución de Octubre y la consiguiente ruptura del sistema capitalista mundial con la emergencia de un importante Estado socialista que tomó el comando o la dirección de parte decisiva de todas las fuerzas revolucionarias en el mundo, determina el comienzo de toda una nueva etapa en el desarrollo y la historia del imperialismo. En su etapa clásica, tan bien definida por Lenin, una de sus características era la existencia y relevancia de las rivalidades intercapitalistas, surgidas de una agudización de la competencia a nivel internacional de los intereses monopólicos, por la posesión y dominio de los mercados mundiales que los abastecían de materia prima y energía, les proporcionaban mano de obra barata, les aseguraban compradores para su producción manufacturada y les ofrecían campo propicio para invertir sus excedentes económicos en condiciones ventajosas.

Después de la revolución de Octubre y, sobre todo, después de la Segunda Guerra Mundial, particularmente desde la llamada «guerra fría», frente a esas rivalidades interimperialistas que oponían y antagonizaban a las distintas naciones capitalistas desarrolladas, surgió una tendencia en dirección contraria: la tendencia a unir y vincular los intereses de los países imperialistas en función de su común interés, no ya cualitativamente económico, sino político, en la defensa del orden capitalista mundial amenazado por el peligro de la Revolución. Este peligro apunta no ya sólo a monopolios determinados o a estados capitalistas determinados, sino al sistema capitalista en su conjunto. Por tanto, surge la necesidad objetiva de que se realice una política también conjunta del sistema como un todo, que se preocupe de su defensa global contra la Revolución. O sea, surge la necesidad de una política global contrarrevolucionaria.

Esta necesidad de una política contrarrevolucionaria como respuesta del sistema imperialista al peligro revolucionario, no significa que las rivalidades interimperialistas desaparezcan, sino sólo que esas diferencias y oposiciones, dentro del sistema imperialista pasan a tener menos importancia frente a los intereses comunes amenazados. Está en la esencia del capitalismo que los intereses privados compitan entre sí, ya sea en una libre competencia más o menos perfecta, como en sus primeros tiempos, ya sea a través de monopolios u oligopolios estrechamente asociados con los Estados. Ello no obstante, en la etapa de la prevalencia de la pugna mundial entre la revolución y la contrarrevolución sobre cualquiera otra, esta pugna determina el surgimiento de una política contrarrevolucionarla común, que toma en cuenta el interés del capitalismo imperialista como sistema, y no ya como una mera suma de intereses diferentes.

Esta emergencia de la política contrarrevolucionaria global halló su primera y elocuente manifestación en la guerra no declarada que las potencias imperialistas, vencedoras en la Primera Guerra Mundial, impusieron a la joven Revolución Rusa, con el fin de destruirla y de restaurar el dominio capitalista en aquel país.

Archivos Internet Salvador Allende 37 http://www.salvador-allende.cl Norteamericanos, ingleses, franceses, japoneses y checoslovacos, unidos a los ejércitos rusos blancos, intentaron derrotar a la Revolución por la fuerza. No pudieron hacerlo, pero ya en ese frustrado intento se expresó de manera tangible la unidad de intereses y de políticas del mundo capitalista frente a lo que por ellos se estimaba como una amenaza global.

En el período de la guerra fría se vuelve por el mismo camino, pero ahora en otras condiciones. Se intenta detener la tendencia a la expansión del sistema de estados socialistas, surgido como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, mediante toda una suerte de políticas que culminan en el nivel militar. Si bien, como lo demuestra la experiencia de las elecciones italianas de la época, el imperialismo norteamericano puso todo lo que estaba en sus manos para influir en las decisiones internas de los distintos países que pudieran pronunciarse por el socialismo, su esfuerzo fundamental estuvo dirigido a formar una red de pactos militares con los países limítrofes o paralimítrofes de la Unión Soviética, destinada a cercarla política y militarmente y colocarla, desde un punto de vista bélico, a la defensiva y en situación desmedrada. Nacen así la Organización del Tratado del Atlántico Norte, la Organización del Tratado del Sudeste Asiático, se reorganiza en esa misma dirección el sistema Interamericano naciendo la Organización de Estados Americanos y el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, junto a la red de pactos militares interamericanos que los complementan. Luego, Gran Bretaña y los países pro occidentales del Medio Oriente se articulan también en un Tratado semejante, inserto en el mismo sistema de cerco a la Unión Soviética. Igualmente debe considerarse formando parte del mismo proyecto antisoviético al llamado “Plan Marshall” que, al colocar al servicio de la reconstrucción y restauración económica de Europa, Occidental al capital norteamericano, apuntaba a dificultar la extensión del socialismo en la región.

Ahora bien, en toda esa red de compromisos políticos y militares, el eje y sostén alrededor del cual se articulan esas alianzas es Estados Unidos, tanto en razón de su poderío económico, tecnológico y militar, como también por la relativamente sólida posición política contrarrevolucionaria y anticomunista del país como totalidad, circunstancias que no estaban presentes en los otros socios de esa red de pactos. Era natural, pues que, de acuerdo con el juego mecánico de las leyes del poder, asumieran los Estados Unidos, en esa articulación de fuerzas, el carácter de poder hegemónico. Se conformó, así, toda una estructura política contrarrevolucionaria a nivel mundial, cuyo centro hegemónico lo fueron y lo son los Estados Unidos todavía.

Calificamos a ese sistema supranacional contrarrevolucionario como un sistema «parapolítico», o «paraestatal” si se quiere, por cuanto, teniendo ese sistema el rol de sostener una determinada estructura de las relaciones internacionales y la prevalencia del modo de producción capitalista en el área que cubre el sistema, no alcanza, sin embargo, ese sistema, a generar un poder político distinto del de los estados que lo integran, a la manera que lo constituye el Estado nacional, en relación a los diversos intereses capitalistas en el seno de ese Estado. Los Estados Unidos, a falta de ese poder contrarrevolucionario independiente supranacional, cumple tal rol. Por eso calificamos el sistema de defensa del capitalismo a nivel mundial, construido alrededor de la fuerza de los Estados Unidos, como un sistema «parapolitico».

Mirado el establecimiento del gobierno de la Unidad Popular, desde el punto de vista de la estructura paraestatal contrarrevolucionaria mundial y hemisférica, que liderizan los Estados Unidos, su peligrosidad era suma y la amenaza que implicaba para esa estructura excedía con mucho el perjuicio netamente económico que las nacionalizaciones anunciadas por Chile podían inferirle a los monopolios transnacionales afectados. De allí que la razón fundamental de la hostilidad norteamericana hacia el gobierno del Presidente Allende hay que buscarla en el contexto de la racionalidad de la estructura mundial y hemisférica contrarrevolucionaria construida alrededor de¡ poder norteamericano, potencia hegemónica en esa coalición de fuerzas. Detengámonos un poco a profundizar los motivos de esa peligrosidad.

En primer lugar, hay que tener presente que el ejemplo chileno, y sobre todo, el éxito en su empresa de edificar el socialismo en libertad, se presentaban como altamente atractivo y contagioso para varios países del área sur del continente. En esos años ya podía considerarse fracasada, al otro lado de los Andes, la experiencia castrense de la llamada «Revolución Argentina» y se preveía que, más tarde o más temprano, las urnas decidirían el destino político del país. Y en ese evento, el ejemplo de un Chile democrático, encaminado hacia el socialismo, venciendo las dificultades políticas y económicas que siempre acompañan a empresas semejantes , podía tener claras implicancias en Argentina, donde naturalmente se tendería a seguir el camino chileno. Otro tanto podía pensarse del Uruguay, donde estaba por constituirse el llamado Frente Amplio que, mutatis mutandi, seguía los mismos lineamientos de la Unidad Popular chilena. El gobierno populista de izquierda de Bolivia, podría verse también fortalecido y consolidado con los éxitos del proceso revolucionario chileno, configurándose así, en el Cono Sur, toda una situación que escapaba al control político de los Estados Unidos y podía significar, desde su punto de vista, una virtual «cabeza de puente» del mundo socialista en el extremo austral del continente. Si a eso se agrega la posición independiente y nacionalista del gobierno de la Fuerza Armada del Perú y sus estrechas relaciones con Cuba socialista, es comprensible que, para los intereses de la contrarrevolución en América Latina, tutelados por los Estados Unidos, un desarrollo exitoso de la Revolución Chilena produciría consecuencias negativas de grandes proporciones y con proyecciones en toda la política mundial.

Para los Estados Unidos se agravaba la peligrosidad del triunfo y la consolidación del gobierno de la Unidad Popular por el origen democrático y electoral de éste. Junto con no atraerle muchas simpatías, esta circunstancia hacía, a la vez, bastante difícil combatirlo utilizando los argumentos que se esgrimieron contra Cuba y otros ensayos socialistas, cuyo origen y funcionamiento no se acomodaba a la ortodoxia democrático liberal dominante y vigente en Occidente. Por otra parte, ello dificultaba y hasta tornaba políticamente imposible una intervención armada contrarrevolucionaria, como lo anotábamos anteriormente.

Demás está decir que la influencia del Partido Comunista en el gobierno y en el pueblo chileno, así como la unidad socialista comunista, en el seno de la Unidad Popular, y las buenas relaciones de los comunistas con el resto de los partidos de la combinación del gobierno, eran razones determinantes para revelar la peligrosidad de la experiencia chilena ante los ojos de los administradores del sistema contrarrevolucionario mundial. No parecía fácil dividir a la izquierda chilena y separar a los comunistas de sus aliados como tampoco producir una escisión entre los partidos marxistas y el resto de los partidos de la Unidad Popular. Sólo el desarrollo del «ultraizquierdismo» se presentaba

Archivos Internet Salvador Allende 38 http://www.salvador-allende.cl como factor favorable a los intereses de la contrarrevolución, en la medida que, por una parte, corroía la unidad de la izquierda y, por la otra, fortalecía a la contrarrevolución interna, como reacción a sus excesos y provocaciones. Desgraciadamente, después, estos efectos del «ultraizquierdismo» desempeñaron un importante papel negativo en la configuración de la correlación de fuerzas internas que condujo a la instauración del fascismo en Chile.

De este examen fluye claramente que fue el desafío a la estructura de la contrarrevolución, el motivo determinante de la hostilidad norteamericana al gobierno de la Unidad Popular, la que se tradujo en variadas formas de intervención en su contra.

Esto no quiere decir, en manera alguna, que la actividad de los intereses económicos norteamericanos directamente afectados por la política nacionalista del gobierno chileno no hayan jugado un importante papel en acelerar, intensificar y agudizar esta política contrarrevolucionaria, pero, a nuestro juicio, su acción no fue la determinante en la conducta hostil de los EE.UU. hacia el Gobierno de la Unidad Popular.

Interesa también enfatizar que, para los Estados Unidos, el hecho de que Chile hubiera soberamente resuelto seguir el camino que siguió, no era razón para que ese país renunciara a su papel de «gendarme internacional» en relación a Chile. Las ya conocidas expresiones del Presidente Ford para explicar el porqué de su intervención en Chile, a través de la Agencia Central de Inteligencia, demuestran, hasta la saciedad, que los Estados Unidos se asignan a sí mismos un rol tutelar en Occidente, que los habilita para violar la soberanía de los países cuando ellos estiman, de acuerdo con su criterio, que la «seguridad mundial» está amenazada en alguna parte del mundo por fuerzas contrarias a sus intereses políticos. Y si esto es válido en general, mucho más lo es en el hemisferio americano, donde tradicionalmente los Estados Unidos han ejercido hasta hace poco una indisputada hegemonía. En otras palabras, la tristemente famosa «Doctrina Johnson», formulada con ocasión de la invasión armada de la República Dominicana, en cuya virtud los Estados Unidos se arrogan el derecho a intervenir por la fuerza en cualquier ámbito del continente americano, para evitar el dominio, en algún país del hemisferio, del comunismo o de fuerzas que ellos consideran acercarse a aquel, se encontraba y se encuentra en plena vigencia. Así lo demuestran claramente los actos de Nixon y de Kissinger este último en su carácter de Presidente del Comité Nacional de Seguridad , que autorizó la inversión de millones de dólares para «desestabilizar» el gobierno de la Unidad Popular, y las palabras de Ford para justificar dichas acciones.

4. Oficialmente nunca los Estados Unidos, durante el gobierno de la Unidad Popular, ni a través de su representación diplomática en Santiago, ni por medio de los voceros autorizados de su gobierno, confesaron públicamente cuál era su real política frente al Chile de la Unidad Popular, ni tampoco cuáles los reales motivos en que la fundamentaban.

En las comunicaciones oficiales entre ambos gobiernos, a través de sus Embajadas, lo que Estados Unidos objetó persistentemente fue el procedimiento empleado para indemnizar a las empresas propietarias de las minas de cobre nacionalizadas y, sobre todo, el resultado a que ese procedimiento condujo y que significó que, en la liquidación de los créditos y débitos recíprocos entre el Estado de Chile y las empresas cupreras, el saldo final implicó, en el hecho, que las empresas no recibieran compensación monetaria alguna. Se fundamentaban esas objeciones en una supuesta violación, por parte de Chile, de unos presuntos principios de Derecho Internacional, en orden a que la indemnización, en estos casos, debiera ser «justa, pronta y efectiva» criterio y doctrina que el gobierno de Chile rechazó de plano. A juicio de nuestro gobierno, la verdadera doctrina en Derecho Internacional, que debiera aplicarse en estos casos, era la proveniente de la resolución 1803 de la Asamblea de Naciones Unidas.

Para resolver la diferencia de criterios sobre esta importante materia el gobierno de Chile recurrió al único instrumento jurídico existente vigente entre las partes, para resolver diferendos de esa naturaleza: el Tratado Chileno Norteamericano de 1916. Ese Tratado entregaba al conocimiento de los asuntos conflictivos entre las partes a un organismo de conciliación, integrado por personeros designados por los afectados, que en el caso de no lograr un acuerdo entre las partes sólo podían emitir una opinión en derecho sobre la cuestión controvertida, susceptible de entenderse como proposición de arreglo, que las partes podían o no aceptar, conforme soberanamente lo determinaran.

La administración norteamericana, en las cuatro oportunidades en que se discutió este asunto, entre personemos autorizados de ambos gobiernos, no se allanó nunca a aceptar la mencionada solución jurídica propuesta por Chile, argumentando que ello no daba seguridad alguna de una solución pronta y eficaz al problema de las indemnizaciones. E insistía en la necesidad de conversaciones directas sobre el fondo del problema procedencia y magnitud de las compensaciones , pasando por alto que cualquiera nueva decisión en esa materia, en las circunstancias de entonces, exigiría en Chile una Reforma Constitucional, que no era viable suponer que fuera patrocinada por el gobierno y que tampoco era razonable suponer que fuera aprobada por el Congreso, habida consideración al contexto político prevaleciente en esos momentos. El impasse en la materia duró hasta que se produjo la asonada militar.

Vale la pena señalar que era propósito del gobierno de Chile, entregar a la consideración del organismo de conciliación previsto en dicho Tratado no sólo la disputa sobre las compensaciones a las empresas cupríferas, sino también otras cuestiones conflictivas entre ambos países, como la ilicitud de la conducta norteamericana en los organismos internacionales de crédito, adoptada en base a la llamada «enmienda González», para impedir financiamiento a países que expropiaban bienes americanos en las condiciones en que lo había hecho Chile. Se incluirían igualmente otros comportamientos norteamericanos destinados a bloquear financieramente a Chile y que, a juicio del gobierno de la Unidad Popular, envolvían un desconocimiento de la soberanía nacional y constituían presiones indebidas para torcer su voluntad y hasta una verdadera agresión económica, situaciones todas sancionadas tanto por la Carta de Naciones Unidas como, especialmente, por el propio pacto orgánico de la Organización de Estados Americanos. E incluso se dio a entender a los representantes norteamericanos, en una de esas conversaciones directas, la posibilidad que fueran planteadas al organismo previsto en el tratado hasta las violaciones al principio de No Intervención que involucraban las actividades de la CIA, algunas de las cuales ya se habían hecho públicas al darse a la publicidad los documentos de la ITT que son de conocimiento general.

5. Ha quedado en evidencia, después de las investigaciones hechas públicas por el Senado norteamericano y por propias declaraciones de los funcionarios comprometidos, que era propósito del gobierno de ese país el promover la

Archivos Internet Salvador Allende 39 http://www.salvador-allende.cl «desestabilización política» del gobierno de Chile. Por las razones expuestas anteriormente, se ha visto que ello no era posible lograr a través de una intervención militar directa, como lo hicieron en la República Dominicana. Pero sí era posible entorpecer y obstruir la política del gobierno chileno hasta provocar su caída, mediante acciones que afectaran negativamente a la economía chilena y que, junto con crearle problemas al gobierno de la Unidad Popular, favorecieran el descontento popular ante esas dificultades económicas. Y este fomento del descontento, a su vez, influiría en la población, ya sea para determinar su comportamiento electoral adverso ala Unidad Popular y favorable a la oposición, ya sea creando condiciones que ayudaran y estimularan una intervención de las Fuerzas Armadas para derribar al gobierno.

De la evidencia surgida de las investigaciones señaladas, se desprende que ya antes de la asunción al poder del Presidente Allende, luego de la elección del 4 de septiembre, la CIA no sólo intervino para intentar obstruir en el Congreso la ratificación de su triunfo y para promover una acción militar destinada a arrebatarle la victoria maniobra que condujo al asesinato del General René Schneider, Comandante en Jefe del Ejército , sino que también estimuló el pánico financiero en el mundo de los negocios con el fin de crear un clima propicio para cualquier operación destinada a impedir el acceso de Allende a la Presidencia(5). En esa misma dirección se orientaban los planes que fraguó la ITT con la complicidad de la CIA, y que son de conocimiento público.

Todas estas maniobras fracasaron, si bien debe imputarse a la acción de la CIA y de las empresas transnacionales la intensidad y publicidad que alcanzó la campaña dirigida a producir el ya referido pánico en el mundo de los negocios, pánico que creó, de hecho, notorias dificultades para el Gobierno de la Unidad Popular, el que asumió el poder en un clima de desconfianza artificialmente aumentado por esas ingerencias foráneas.

Instalado ya el gobierno de la Unidad Popular y ante el fracaso de los intentos de impedir su acceso al poder, intentos que cubrieron toda la gama de acciones posibles, excluida la intervención militar directa, y que incluían desde el intento de soborno a parlamentarios hasta la inducción a una sublevación militar , se puso en marcha toda una política destinada a desestabilizar políticamente al gobierno chileno. Esta política general obedecía a una evaluación estratégicopolítica de la peligrosidad del gobierno chileno y a la consiguiente necesidad de que se lo presionara a abandonar su programa y/o alterar la base política de su sustentación (incluyendo en ello la posibilidad de que esa alteración resultara de un evento electoral) o, en subsidio, a favorecer su derrumbe por la acción combinada de la oposición civil subversiva y de las Fuerzas Armadas. Esta orientación era compartida, en su concepción básica, por el Departamento de Estado, por las empresas directamente afectadas por la política chilena y por el Pentágono. Aunque pudiera haber habido entre estos factores de poder diferencias tácticas en cuanto a la implementación de esta línea de acción, nada parece autorizar a que se piense que hubo, en este asunto, diferencias profundas entre sus apreciaciones. Si eventualmente, en el seno del Departamento de Estado, hubiera habido alguna oposición a esta política, la actitud personal del Presidente Nixon, reflejada en las instrucciones que dio para evitar por cualquier medio el ascenso de Allende al poder y, sobre todo, la del asesor Kissinger, avalada por su directa responsabilidad como Presidente del Comité de los Cuarenta que ordenó la materialización de diferentes operaciones desestabilizadoras, demuestran que esa oposición, si existió, fue muy débil, y no pudo evitar que los designios de los directamente responsables de la política exterior se llevaran a la práctica. La articulación de los puntos de vista del Ejecutivo, de las Fuerzas Armadas y de los organismos de seguridad de los Estados Unidos en el seno del «Comité de los 40» confirma esta opinión.

Ahora, la relación entre la política diseñada por las autoridades norteamericanas y los intereses privados afectados, aparece también de manifiesto, específicamente, en las reuniones conjuntas habidas entre personeros gubernativos y representantes de las empresas con capitales en Chile, destinadas a discutir y coordinar su acción antichilena.(6)

Por lo demás, está en la esencia del sistema político norteamericano el que haya una estrecha interrelación entre las políticas del Estado y la de las empresas monopólicas y transnacionales, aunque ello no necesariamente suponga que siempre deba existir acuerdo absoluto entre ambas fuerzas. Esto último se debe a que la superior y global responsabilidad que compete al Estado norteamericano en la estructura «parapolítica» de la contrarrevolución, lo hace trascender la perspectiva más limitada de los intereses privados específicos. Aunque en el Caso de Chile no parece, repetimos, que hubieran aflorado diferencias apreciables entre las políticas del Estado y la del mundo de los negocios.

Resumiendo ahora las distintas líneas de acción en el orden económico que se planearon y llevaron a cabo para desestabilizar al gobierno chileno, podemos distinguir las siguientes: a) Acción de Gobierno, a través de agencias públicas de crédito.

El Eximbank suspende, desde junio de 1971, las operaciones de crédito y de garantía a Chile debido, según se lo informó oficialmente, al diferendo sobre las compensaciones a las empresas cupríferas nacionalizadas.

La Agencia para el Desarrollo Internacional suspende, desde 1970, el otorgamiento de préstamos, limitándose a prestar «asistencia técnica» a «chilenos seleccionados». b) Acción de Gobierno a través de las agencias internacionales de crédito.

Suspensión del otorgamiento de créditos por el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, en circunstancias de que antes concedía anualmente préstamos por un monto cercano a los ochenta millones de dólares.

Restricción de las operaciones crediticias con el Banco Interamericano de Desarrollo. Durante todo el Gobierno de la Unidad Popular sólo se concedieron dos créditos, a las Universidades Católica y Austral, por once millones seiscientos mil dólares en total.

En virtud de la «enmienda González», el Presidente de los Estados Unidos requirió a sus representantes en esas agencias a votar en contra de préstamos a países que nacionalicen o expropien propiedades americanas.

Archivos Internet Salvador Allende 40 http://www.salvador-allende.cl c) Acción de Gobierno para entorpecer la renegociación de la deuda externa chilena.

Los representantes norteamericanos en las sesiones del club de Paris, a comienzos de 1972, intentan ligar, sin éxito la renegociación a una solución favorable a sus puntos de vista en el diferendo sobre las compensaciones cupríferas. d) Acción de la banca privada norteamericana.

Restricciones al crédito a corto plazo en términos que las líneas de crédito vigentes descienden desde doscientos veinte millones de dólares, en noviembre de 1970, sin que se reconstituyan más adelante. Antes de la iniciación del gobierno de Allende, más del 78% de los créditos recibidos por Chile eran de origen norteamericano. En 1972, esa proporción bajó al 6%. En 1972 sólo el 20% de las importaciones chilenas provenían de los Estados Unidos; antes de la Unidad Popular esa proporción era el 40%. e) Acción de las empresas cupríferas nacionalizadas.

Requerimientos judiciales en los Estados Unidos y en el extranjero, que traen consigo la paralización de operaciones de crédito a corto plazo con Bancos Europeos que prestaban con la garantía de las cobranzas de las ventas de cobre.

La ofensiva desestabilizadora no sólo se implementó en el plano de la economía. En los aspectos propiamente políticos, la Agencia Central de Inteligencia desempeñó una persistente y efectiva labor. Luego que no pudo evitar el ascenso del Presidente Allende al poder, en el período entre las elecciones y el día de la transmisión del mando, comenzó a trabajar con objetivos a mediano plazo, teniendo la correspondiente autorización del “comité de los 40" y de su Presidente, Henry Kissinger. No es del caso reproducir aquí los resultados de la investigación realizada por el Comité del Senado norteamericano que presidió el senador Church y que constan en su informe. En resumen, la actividad de la CIA se dirigió a los siguientes objetivos: a) Ayudar a las fuerzas políticas de oposición, a través de subvenciones a sus partidos para efectos electorales, en la adquisición de radioemisoras y en el financiamiento de órganos de prensa, particularmente a El Mercurio, diario de enorme influencia en la opinión pública chilena. b) Ayudar económicamente a entidades gremiales a fin de que promovieran paros y huelgas con un evidente contenido desestabilizador, especialmente en las últimas etapas del gobierno de la Unidad Popular (el caso de los camioneros, entre otros). Atesorar, desde el punto de vista propagandístico a las fuerzas opositoras. Tal actividad se realizó incluso después del golpe de Estado, al servicio de la Junta, como la demuestra la participación de elementos de la CIA en la confección del llamado «Libro Blanco» publicado por la Junta para desacreditar al gobierno de la Unidad Popular. Esta asesoría trascendió al nivel propiamente político, como lo demuestra la invención del llamado «Plan Z» operación que buscaba legitimar el golpe militar ante la opinión pública y acerca de lo cual hay suficiente evidencia como para estimarlo producto de la asesoría de la CIA.(7)

Más importantes, incluso, que la acción política clandestina de la CIA lo fue sin duda la actividad de penetración en las Fuerzas Armadas, que estuvo a cargo de los servicios de inteligencia de las tres ramas de las Fuerzas Armadas norteamericanas, teniendo, al respecto, una especial responsabilidad la Oficina de Inteligencia Naval(8). La intervención de estas agencia militares llegó hasta su participación en la preparación técnica del golpe. La presencia de barcos de guerra norteamericanos en las costas chilenas en los días del golpe, amparadas por la Operación Unitas IV, y de aviones de guerra en el Paraguay, esos mismos días y sin explicación legítima plausible, inducen a creer razonablemente que las propias Fuerzas Armadas norteamericanas estaban implicadas en la rebelión. La visita a Chile, en esos días, de 150 especialistas norteamericanos en acrobacias aéreas, también conduce a la conclusión de que alguna participación directa armada norteamericana fue contemplada y hasta realizada en la materialización misma del golpe militar. Hay, por lo demás, muchos otros indicios que llevan a los mismos resultados, pero que, dada la índole de este trabajo, no es propio mencionar aquí. Demás está recordar que el trabajo de infiltración en las Fuerzas Armadas latinoamericanas constituye objetivo cardinal en la política norteamericana y que se ejerce de forma sistemática a través de diversas modalidades que son de conocimiento público.

Vale la pena mencionar que, durante el bloqueo financiero a Chile por los Estados Unidos, a mediados del año 1973, justificado con el pretexto de la no solución del diferendo sobre las compensaciones cupríferas, las operaciones de crédito a las Fuerzas Armadas chilenas no se suspendieron en ningún momento. Esta sugerente circunstancia fue hecha presente a los representantes norteamericanos por su contraparte chilena en una de las conversaciones, que se llevaron a cabo en la época para buscar un arreglo al mencionado entredicho sobre las compensaciones, sin que, desde luego, hubiera habido una explicación plausible al respecto.

No creemos conducente a la finalidad de este trabajo el examinar las otras vías a través de las cuales se quiso implementar el no despreciable papel que jugaron, al respecto, entidades norteamericanas, o controladas por ellos, que actuaban en el plano sindical, singularmente el American Institute for Free Labour Development (AIFLD).

Esta recapitulación somera de las formas de intervención norteamericana en la implementación del plan desestabilizador del Gobierno Popular chileno, elaboradas por organismos cimeros de la estructura político militar de los Estados Unidos, sólo tienden a dibujar un cuadro que permita comprender la conducta del gobierno chileno frente a los Estados Unidos, que es lo que examinaremos a continuación.

6. Existió claridad en los círculos que diseñaron y llevaron a cabo la política internacional chilena durante el gobierno de la Unidad Popular, acerca de que la hostilidad de los Estados Unidos hacia Chile estaba determinada fundamentalmente por razones políticas profundas, que se enraizaban en su doble rol de soporte de toda la estructura contrarrevolucionaria mundial y de potencia hegemónica en el continente. Pero también existía claridad en cuanto a que una política razonable de nuestro país, exenta de todo tipo de provocaciones, haría inviable no sólo la intervención armada norteamericana en contra nuestra, sino también la promoción exitosa de un bloqueo formal y declarado tanto financiero

Archivos Internet Salvador Allende 41 http://www.salvador-allende.cl como comercial a Chile, semejante al que se impuso a Cuba. La coyuntura internacional no lo permitía. Igualmente, existía claridad de que, a través de la CIA y de los servicios de inteligencia militares, se desarrollaba una acción clandestina de zapa en contra del gobierno, destinada a favorecer a la oposición y a influir en las Fuerzas Armadas chilenas. Existía claridad en cuanto a que las empresas afectadas por las nacionalizaciones empujaban y presionaban para una política lo más dura posible frente a Chile. Pero existía también claridad de que, por muy importante que fuera el problema de las compensaciones, una solución favorable a los Estados Unidos en este asunto no eliminaba en modo alguno la hostilidad norteamericana hacia nuestro país y ella no tardaría en manifestarse luego por algún otro motivo. Y eso, pese a que oficialmente, como se ha dicho, sólo el asunto de las compensaciones era planteado por los norteamericanos como obstáculo clave al mejoramiento de las relaciones entre los dos países.

Dentro de este cuadro general, el objetivo que persiguió el gobierno chileno en sus relaciones con los Estados Unidos, fue el de eliminar todo pretexto que pudiera facilitar o legitimar un bloqueo económico muy estricto de Chile y acciones de otra índole que pudieran adoptar para perjudicar al Gobierno Popular. Con el mismo espíritu se propuso reducir al mínimo la entidad de las cuestiones objetivamente conflictivas, evitando que éstas se agravaran artificialmente, pero sin contemplar, en momento alguno, el renuncio a las metas programáticas de la Unidad Popular.

Se estimó que para el logro de estos objetivos, la afirmación y la práctica estricta del principio de la no intervención, por parte del gobierno chileno, cumplía un papel fundamental. Ello dificultaba, dentro de los Estados Unidos, la adopción de una política dura y abiertamente intervencionista, y sobre todo nos permitía operar en Europa Occidental y el resto del mundo capitalista, como también en América Latina, de modo de evitar que los países de estas áreas se sumaran a los propósitos norteamericanos de colapsar la economía chilena. El enfatizar en las palabras y en los hechos la fidelidad al principio de la no intervención tenía especial relevancia en América Latina, por cuanto la asimilación que se quería hacer de la experiencia chilena a la de la Revolución Cubana que se vio obligada a responder a la agresión norteamericana en el mismo terreno en que se la combatía , imponía, al gobierno chileno, la necesidad de desvirtuar aquella equivocada imagen que se quería difundir para legitimar el aislamiento hemisférico de Chile.

Si bien el respeto irrestricto al principio de la no intervención y de su correlato, al principio de la autodeterminación de los pueblos, quitaba pretextos para hostilizar y aislar a Chile, era también evidente que, por ese camino, no se lograría tampoco eliminar la presión, e incluso, la intervención hipócrita, indirecta o clandestina contra nuestro país, pronóstico que fue después ampliamente corroborado por los hechos.

En relación con los Estados Unidos, se quiso, pues, reducir el área conflictiva a sus reales dimensiones, evitando todo aquello que pudiera exagerar la entidad de las disputas. De ahí que no se hizo escándalo ni se aprovechó publicitariamente el retiro unilateral, desconociendo la soberanía de Chile , de las instalaciones paramilitares norteamericanas en la Isla de Pascua, en los primeros días del nuevo gobierno. Tanto las declaraciones oficiales del gobierno, como la prensa que le era adicta, fueron siempre muy cuidadosos en no provocar, con intemperancias en el lenguaje, problemas artificiales. Sólo en el discurso del Presidente Allende ante la Asamblea de las Naciones Unidas, en diciembre de 1972, se planteó por vez primera, oficialmente, una denuncia formal del bloqueo financiero de que se hacía objeto a Chile. Tampoco hubo en esa intervención ninguna imputación, ni menos un ataque al gobierno norteamericano, pese a la convicción que existía ya en nuestro gobierno de la directa participación de las autoridades norteamericanas en la presión que se ejercía por aquella vía contra nuestro país.

Esta política prudente y no provocativa, aunque digna y de fidelidad al contenido antimperialista del Programa de Gobierno, se mantuvo hasta el final y estamos ciertos que ella contribuyó a dificultar la política de “desestabilización», haciendo políticamente no viable el uso de muchos recursos de poder que los Estados Unidos, en otras condiciones, pudieron haber utilizado en contra nuestra, con grave perjuicio para la situación del país. No hay que olvidar que el grado de dependencia de Chile respecto a los Estados Unidos en el plano económico le daba a aquel país un amplio margen de acción para perjudicar al Gobierno chileno, margen que se quiso limitar mediante un manejo cauteloso de las relaciones de Chile con aquel país.

7.Ya se ha dicho que las posibilidades de que se provocara el aislamiento político y económico de Chile en América Latina, con mayor o menor estímulo norteamericano, aparecía como un riesgo que debía evitarse a toda costa, con el sólo límite del respeto al Programa de Gobierno. A conseguir este objetivo se dirigió fundamentalmente la política chilena en el hemisferio.

Para evitar que se hiciera realidad el propósito de aislar a Chile en la región, el gobierno chileno se preocupó, desde el comienzo, por levantar la doctrina del “pluralismo ideológico», como supuesto básico para regular una constructiva y pacifica convivencia en América Latina. La doctrina del «pluralismo ideológico», fundada en el principio de la autodeterminación, era también pragmáticamente eficaz para evitar la «ideologización» de los conflictos en el conti- nente, lo que conllevaba muy probable agudización.

La alusión a la doctrina del «pluralismo ideológico» estuvo contenida en todas las declaraciones conjuntas suscritas por los personemos chilenos con sus contrapartes latinoamericanos. De ello dan fe los documentos conjuntos suscritos por Chile con Colombia, Argentina, Ecuador, México, Cuba y Venezuela. La circunstancia de que muchos de esos Estados estuvieran gobernados por Administraciones de orientación conservadora, le dieron especial relevancia a estos acuerdos, que no constituyen, por otra parte, sino otra versión del principio de la no intervención, que, como se deja dicho, fue norma invariable que Chile observó escrupulosamente en sus relaciones con las naciones hermanas del continente. En esta forma el gobierno de la Unidad Popular bloqueó oportuna y eficazmente los intentos por aislar a Chile en América Latina, a pretexto de su orientación política.

Especial atención se prestó a las relaciones con Argentina. Se puso especial empeño por arribar pronto, con aquel país, a un acuerdo que resolviera el explosivo pleito sobre las islas del Canal Beagle y se llegó a este respecto a una solución ampliamente satisfactoria para los intereses nacionales, sometiendo el diferendo al arbitraje previsto en los Tratados con Argentina, lo que eliminaba, así, el riesgo de que interesadamente se explotara el impasse existente durante cincuenta años en la materia, para avivar, intencionadamente contra Chile, el chauvinismo transandino.

Archivos Internet Salvador Allende 42 http://www.salvador-allende.cl La visita del Presidente Allende a Salta y del Presidente Lanusse a Antofagasta, consagraron la amistad entre ambos gobiernos, pese a sus tan disímiles orientaciones políticas e ideológicas. Que esta amistad no quedó en palabras lo demuestra no sólo el extraordinario incremento del comercio chileno argentino durante el trienio 1970 1973, sino también el considerable volumen de créditos, ya sea para adquisición de equipos o para financiar operaciones a corto plazo, que ascendieron a un total de más o menos trescientos cincuenta millones de dólares. Ese guarismo habla por sí solo de la extraordinaria importancia que tuvo para la economía chilena la buena voluntad argentina, de resultas de la franca, respetuosa y amistosa convivencia que la Cancillería chilena logró imponer en las relaciones entre los dos países. Se puede afirmar así que en uno de los frentes externos más vulnerables para Chile, nuestro gobierno logró eliminar el peligro del aislamiento político y económico del país.

El Gobierno Popular no fue remiso en la responsable consideración del problema tradicionalmente planteado por Bolivia, exigiendo su salida al mar. Durante la Administración del General Torres se realizaron constructivas aproximaciones hacia una solución de este enojoso problema, dentro del espíritu latinoamericanista que inspiraba el Programa de la Unidad Popular. La caída del Presidente Torres y la instauración, en Bolivia, de un régimen militar reaccionario y antichileno, paralizó estas gestiones, al desaparecer la confianza mutua entre las partes, condición insoslayable para llevar a buen término una negociación tan delicada.

Decisiva importancia le asignó el gobierno de la Unidad Popular al proceso de integración económica andina, programado en el Acuerdo de Cartagena. Durante cierto tiempo esta iniciativa fue mirada con desconfianza y recelo por los partidos de izquierda chilenos, pues se pensaba que, en sus primitivas bases, no quedaba asegurado que las ventajas de la ampliación del mercado prevista en el Acuerdo, no fueran a ser aprovechadas principalmente por los monopolios norteamericanos. Al aprobarse, durante los primeros meses del gobierno de la Unidad Popular y con el decidido apoyo de Chile, la llamada Decisión 24, relativa al régimen Común Andino de Tratamiento a los Capitales Extranjeros lo fundamental en esas reservas desapareció. En efecto, dicha decisión aseguraba no sólo que las ventajas de la ampliación del mercado favorecieran principalmente a las economías signatarias, sino que también consultaba un proceso de progresiva recuperación nacional de las más importantes actividades económicas que se encontraban bajo propiedad foránea.

Tan o más importantes que su contenido económico, para el gobierno de la Unidad Popular, lo eran las implicancias políticas que tenía su pleno respaldo al proyecto de integración andina, en la riesgosa coyuntura por la que atravesaba. Al multiplicar los lazos recíprocos entre los países comprometidos en el Acuerdo de Cartagena y hacerlo más interdependientes entre sí, se entorpecía correlativamente cualquier intento de separar a Chile del resto de esos países y se los inducía a tener que aceptar el principio del «pluralismo ideológico», como supuesto político de¡ funcionamiento del Pacto Andino. Sin embargo, surgieron en algunos importantes círculos empresariales de algunos países signatarios planteamientos que ponían en duda la posibilidad de un adecuado funcionamiento de los mecanismos integrativos consultados en el Acuerdo de Cartagena, si uno de sus miembros adoptaba una política económica socializante, planteamientos éstos que felizmente no prosperaron. En realidad, no sólo en Chile, sino todos los países miembros, en alguna medida, practicaban políticas estatistas, particularmente el Perú. Resultaba, así, difícil que razonablemente se pudiera sostener que era sólo la política económica chilena la que resultaba incompatible con los acuerdos andinos.

El gobierno chileno puso toda su voluntad política al servicio del proyecto de integración andina. Esa voluntad fue decisiva en la aprobación del primer acuerdo de programación económica sectorial, en la rama industrial metalmecánica. En algunas ocasiones hubo también que vencer fuertes resistencias internas del sector económico del gobierno, para cumplir con disposiciones andinas que implicaban gastos de divisas en importaciones de la subregión, lo que se estimaba inconveniente dada la difícil situación por que atravesaba la balanza de pagos del país. Pero el criterio de la Cancillería se impuso finalmente, estimándose que el sacrificio económico que implicaba para el país la observancia de los compromisos andinos en ese momento, era de sobra compensado por el significado político de la lealtad chilena al proceso de integración. Ello no obstante, en los últimos meses del gobierno de la Unidad Popular, Chile hubo de recurrir a las cláusulas excepcionales de salvaguardia contemplados en el Acuerdo, para sustraerse temporalmente del régimen común en materia de comercio interregional, dada la emergencia económica porque atravesaba el país.

La gira del Presidente Allende por los países andinos, a excepción de Bolivia a la sazón en plena conmoción política , fue oportunidad excelente para reafirmar ante Colombia, Ecuador y Perú la orientación latinoamericanista del gobierno chileno, su adhesión al principio de la no intervención y a la doctrina del «pluralismo ideológico», su firme defensa del derecho soberano de nuestros países a disponer de sus recursos naturales. y su condena a los intentos foráneos de presionarlos indebidamente para impedir el pleno ejercicio de su soberanía sobre esos recursos.

La apertura de la política exterior mexicana hacia América Latina y el Tercer Mundo, que se manifestó ya en el segundo año de la Administración del Presidente Echeverría, dio ocasión para fortalecer los lazos tanto políticos, como económicos y culturales, entre Chile y México, lo que halló elocuente expresión en los exitosos resultados de la visita del Presidente Allende a la capital azteca a fines de 1972.

A los pocos días de instaurado el gobierno de la Unidad Popular, Chile restableció sus plenas relaciones diplomáticas, económicas y culturales con Cuba. Ello importó desde luego, por parte de Chile, el desconocimiento de la legitimidad de los acuerdos de la OEA que obligaban a sus miembros a romper relaciones con ese país y afirmar su voluntad de estrechar sus vínculos con Cuba, lo que se puso de manifiesto en los múltiples acuerdos de diferente índole que se suscribieron entre ambos países y en las recíprocas visitas intercambiadas por el Presidente Allende y el Primer Ministro Fidel Castro.

El triunfo de la Unidad Popular fue recibido negativamente, como era de esperarse, por parte de Brasil. En un comienzo, fue notoria la desfavorable disposición brasileña hacia el nuevo régimen chileno y es presumible que, en esa época, Brasil estuvo dispuesto a apoyar cualquier intento para aislar a Chile en el hemisferio. Sin embargo, el cuidado puesto por el Gobierno Popular en el manejo de sus relaciones con el Brasil y el éxito de su Cancillería en neutralizar las posibles actitudes en su contra de parte de los otros Estados latinoamericanos, hicieron desistirse, al

Archivos Internet Salvador Allende 43 http://www.salvador-allende.cl gobierno brasileño, de tales propósitos. La doctrina del «pluralismo ideológico» derrotó así, en el ámbito latinoamericano, a la doctrina de Ias fronteras ideológicas» que anteriormente sostuvo el propio Brasil.

Fue así como, no obstante que se mantuvo una notoria frialdad en las relaciones entre los dos países en el nivel político, en el terreno económico, en cambio, los vínculos chileno brasileños no se deterioraron. Aún más, en los momentos de más angustia del país en sus disponibilidades de dólares y de créditos a corto plazo para operaciones corrientes, Brasil concedió a Chile líneas de crédito para este efecto por unos treinta millones de dólares y facilidades de pago por la mima cuantía para la adquisición de equipos que el país necesitaba con urgencia.

En resumen, la agresiva política de Chile para sostener y mejorar sus relaciones con las naciones hermanas de América Latina, frustraron los intentos de aislarlo políticamente y le permitieron, al país a través de facilidades crediticias a corto plazo y el incremento de comercio con los países latinoamericanos , atenuar considerablemente las penurias de la balanza de pagos y los efectos de¡ bloqueo financiero estadounidense.

8.La previsible mala disposición de los Estados Unidos frente al nuevo gobierno chileno, movió a éste, desde sus inicios, a conferirle a la mantención de los vínculos con los países occidentales la relevancia que merecía. Ello, tanto por la significación que podrían alcanzar las relaciones económicas con esos países, en el caso de un eventual bloqueo promovido por los Estados Unidos, como por la influencia política general que esos estados tienen en la comunidad internacional, influencia que podría ser decisiva para neutralizar cualquier intento de aislar internacionalmente al país.

Estos propósitos amistosos hacia Europa Occidental parecían viables, ya que los lazos tradicionales de Chile con dichos países y la circunstancia de que muchos de ellos estuvieran regidos por gobiernos de orientación izquierdista o socialdemócrata, los predisponía a tener una actitud favorable al nuevo régimen chileno. El inobjetable acceso democrático y electoral del Presidente Allende al poder y los propósitos de la Unidad Popular de construir en Chile una sociedad socialista en términos de “democracia, pluralismo y libertad”, tornaba particularmente atractivo, para la opinión pública europea, el experimento político chileno.

La realidad no desmintió estas previsiones y pese a las presiones de los círculos financieros norteamericanos y de¡ propio gobierno de los Estados Unidos, esos países mantuvieron, frente al régimen de la Unidad Popular, una actitud favorable, cooperativa y amistosa. Las relaciones económicas, tanto comerciales como financieras con ellos, continuaron desenvolviéndose normalmente.

Los comunicados conjuntos y los convenios de cooperación económica, tecnológica y cultural que resultaron de la visita del Ministro de Relaciones Exteriores de Chile a Europa, en 1972, dan testimonio del nivel alcanzado por las relaciones de Chile con las naciones occidentales europeas.

La conducta francamente adversa observada con posterioridad al golpe de Estado militar por la mayoría de los países de Europa Occidental frente a la Junta castrense, ha sido, en buena parte, determinada por los esfuerzos realizados por el gobierno de la Unidad Popular para acentuar los vínculos con este importante grupo de naciones.

Aunque no se trate de países europeos occidentales, procede aludir en este lugar al curso que en ese período siguieron las relaciones chilenas con Japón, Canadá y Australia, que se desenvolvían en un contexto semejante al de aquellos.

Al respecto procede destacar que esos vínculos no experimentaron deterioro significativo durante el trienio del Gobierno Popular. Es remarcable, en el caso del Japón, que los círculos económicos probados nipones mantuvieron su interés por implementar sus planes de inversiones en Chile, y si a la postre algunos de esos proyectos no se materializaron y tampoco se pudo llevar a cabo un ambicioso plan de incremento del comercio y de cooperación industrial con ese país, ello se debió más a la presión norteamericana sobre el gobierno japonés que a la conducta del mundo de los negocios de ese país.

Es también interesante relevar la muy favorable disposición del gobierno español, a cooperar económicamente con Chile durante ese período. Los créditos concedidos por España, para incrementar las adquisiciones chilenas en ese país, se incrementaron considerablemente y en materia de cooperación industrial se arribó a acuerdos de una entidad nunca alcanzada en la rama automotriz.

Es importante destacar estos hechos porque revelan que la política exterior chilena logró minimizar incluso en relación a países como España. regida entonces por un gobierno tan antitético ideológicamente al de Chile , los roces doctrinarios, atenuando también con ello los efectos de las políticas de quienes promovían el aislamiento económico de Chile.

Un claro ejemplo de lo que estamos aseverando lo constituye el fracaso de las gestiones norteamericanas para paralizar la renegociación de la deuda externa chilena en el Club de París, a comienzos de 1972, la que alcanzó notable éxito para Chile, no obstante el empeño puesto por los Estados Unidos en condicionar el acuerdo a seguridades de que, en materia de compensaciones a los capitales foráneos expropiados, nuestro país se atendría a la interpretación del Derecho Internacional sostenida por el gobierno norteamericano, pese a que el interés de los otros países acreedores de Chile coincidía con el de los Estados Unidos, habida razón de sus inversiones en Chile, aquellos estados no se colocaron en la posición norteamericana y le permitieron a Chile obtener razonables condiciones de pago que facilitaron notablemente su difícil gestión económica.

Igualmente cabe mencionar que, pese a las reclamaciones de muchos de los países europeo occidentales por la situación de empresas de sus connacionales nacionalizadas o simplemente ocupadas de hecho por sus obreros reclamaciones que sólo en parte recibieron respuestas satisfactorias de Chile, no obstante el empeño puesto por el gobierno por resolver las en interés de ambas partes , esos gobiernos no procedieron como el de Estados Unidos, a base de represalias, sino que buscaron de buena fe soluciones que no llevaran a la ruptura de relaciones económicas. Fue así como, a pesar del grave perjuicio inferido a Chile, de resultas de las medidas precautorias sobre el cobre chileno vendido a Europa impetradas por empresas norteamericanas, nuestro país había logrado, a mediados de

Archivos Internet Salvador Allende 44 http://www.salvador-allende.cl 1973, disponer en ese continente de líneas de crédito bancarias normales, que le permitían adquirir allí muchas de las mercaderías que ya no podía comprar en los Estados Unidos.

9. Demás está señalar el amplio y profundo consenso político que servía de telón de fondo para definir las relaciones entre Chile y los países socialistas en las condiciones del gobierno de la Unidad Popular. De ello dan fe no sólo las declaraciones y discursos de los voceros autorizados del gobierno chileno a su más alto nivel, sino también los comunicados conjuntos que, con la mayoría de los países socialistas, se suscribieron para precisar el marco político iba a servir de base firme para desenvolver sus relaciones en los dominios comercial, de cooperación industrial, asistencia técnica, financiera y cultural.

La visita del Canciller chileno, a mediados de 1971, a Europa oriental, inauguró una serie de importantes compromisos destinados a realizar un conjunto de proyectos industriales, mineros, agroindustriales y de transportes con financiamiento y asistencia técnica de los países socialistas. Se trataba de proyectos que estaban contemplados en los planes económicos chilenos, debiendo dejarse constancia de que muchos de esos proyectos encontraron, por otra parte, apoyo financiero y tecnológico en los países occidentales y en el Japón. La circunstancia de que, entonces, se entrara a negociar parte de estos proyectos con los países socialistas, no implicó en modo alguno desestimar las propuestas occidentales al respecto, sino que sólo significó la ampliación del abanico de ofertas, entre los cuales se escogió las que aparecían más favorables a Chile. Vale la pena consignar que, particularmente en el caso de proyectos que se comenzaron a ejecutar con la Unión Soviética, algunos de tales proyectos ya estaban siendo considerados para ser realizados con la cooperación de los países socialistas desde el gobierno del Presidente Frei, de resultas de los acuerdos suscritos durante esa administración chilena con Europa Oriental.

El volumen de los créditos para proyectos a largo plazo suscritos con los países socialistas y que estaban ya en condiciones de materializarse, ascendía más o menos a unos quinientos millones de dólares, de los cuales alcanzaron a ser utilizados unos setenta millones hasta el momento del golpe militar. En estas cifras no se incluyen, desde luego, los montos de los proyectos acerca de los cuales había sólo acuerdos en principio, y que como en el caso del plan para renovación de los transportes y equipamiento energético que se estaba tratando con la Unión Soviética, iban seguramente a aumentar en proporción considerable los guarismos anteriores. Al hablar de países socialistas, incluimos en ellos a la República Popular China, nación con la que se suscribieron también importantes acuerdos de cooperación industrial y de incremento comercial, principalmente con motivo de la visita efectuada a ese país por el Canciller chileno, a principios de 1973.

En lo relativo al aspecto comercial de las relaciones económicas, si bien se constató en el período un considerable aumento en el volumen del intercambio entre Chile y los países socialistas, su significación, en el conjunto del comercio chileno, continuó siendo baja, elevándose en el período del 2 al 12%.

Mucho más importante, tomando en cuenta las necesidades coyunturales de divisas duras que experimentaba la economía chilena a fines de 1972 y principios de 1973, fue la significación que para resolver esa apremiante exigencia tuvo la ayuda financiera de la Unión Soviética y de los otros países socialistas. El primero de estos países facilitó, en dos oportunidades, recursos de esa índole de libre disponibilidad por un total de ciento seis millones de dólares; la República Popular China, a través de anticipos en libras a cuenta de futuras ventas de cobre y de créditos para adquisiciones de productos chinos que implicaban ahorro de divisas duras, un total de sesenta y cinco millones de dólares; y el resto de los países socialistas, también en créditos para adquisiciones, algo más de diez millones de dólares. Dada la apremiante necesidad de divisas duras disponibles en la oportunidad señalada, esta contribución financiera de los países socialistas en esa coyuntura evitó que el país cayera en cesación de pagos, con las graves implicancias a que ello habría conducido. No tanto por su magnitud, sino por su oportunidad, la ayuda financiera de los países socialistas fue, entonces, decisiva. Más adelante, en el transcurso de 1973, la mejoría relativa de la situación de la balanza de pagos lograda entre otras razones por el alza del precio del cobre, la reconstrucción de líneas de crédito en Europa Occidental y la importante apertura crediticia argentina, sin disminuir la entidad de los créditos brasileños , evitó al país el continuar solicitando ayuda financiera de emergencia como la que se vio obligado a pedir a los países socialistas, a fines de 1972.

10. Una de las características esenciales de nuestra época es el desarrollo imperativo de los movimientos de liberación nacional en las áreas del planeta que, hasta hace poco, eran dominios coloniales de las potencias capitalistas y en aquellos que, ya independientes políticamente, experimentan la acción deformadora del imperialismo y del necolonialismo.

De acuerdo con su definición programática, el Gobierno de la Unidad Popular solidarizó activamente con esta poderosa corriente del mundo contemporáneo, apoyando ya bilateralmente, ya multilateralmente, en los organismos y foros internacionales, los esfuerzos de los pueblos del llamado Tercer Mundo, por conquistar y reafirmar su independencia política, desarrollar autónomamente sus economías y promover transformaciones sociales progresistas.

En esta dirección política se inscribe, en primer lugar, la denuncia que los representantes del Gobierno chileno hicieron en el seno de la Organización de Estados Americanos del real carácter de este organismo, como dispositivo de dominación de los Estados Unidos sobre América Latina y las proposiciones que allí formularon para replantear, desde sus fundamentos, la naturaleza del sistema Interamericano. Tal propósito debía partir por eliminar el supuesto básico en que este sistema descansa, a saber, la supuesta identidad de intereses y objetivos entre el Norte y el Sur del continente. Este supuesto, además de ser falso, era y es un resabio anacrónico de la época de la «guerra fría». La realidad es que es más lo que separa y opone al Norte del Sur, que lo que les une, y el único sentido que puede tener un sistema institucional americano es el de formalizar el diálogo entre los Estados Unidos y América Latina para contribuir a resolver esa problemática conflictiva por la vía de la negociación. Así lo hizo presente el Gobierno Popular en el seno de la OEA.

En segundo lugar, el gobierno de la Unidad Popular, siguiendo esa línea solidaria en y con el mundo en desarrollo, se incorporó formalmente al Movimiento de Países No Alineados y colaboró activamente en todas sus iniciativas para

Archivos Internet Salvador Allende 45 http://www.salvador-allende.cl afirmar la independencia del Tercer Mundo, romper sus lazos de dependencia del imperialismo y articularlo con las otras fuerzas progresistas, de la humanidad que persiguen idénticos objetivos, principalmente los países socialistas. Consecuentemente con esta orientación, el Gobierno Popular apoyó la lucha del pueblo vietnamita por su independencia, entabló relaciones diplomáticas con la República Democrática de Vietnam, con el Gobierno Revolucionario de Vietnam del Sur, con el Gobierno Real de Cambodia y con la República Popular y Democrática de Corea; rompió relaciones con el gobierno títere de Taiwan y reconoció a la República Popular China como el legítimo gobierno de esa nación, apoyando su ingreso a Naciones Unidas. En la cuestión del Medio Oriente apoyó la justa reivindicación de los pueblos árabes por recuperar las tierras ocupadas por Israel desde la guerra de 1967, y los legítimos derechos del pueblo palestino a lograr expresión nacional. Apoyó a los movimientos liberadores de las colonias portuguesas, condenó el «apartheid» y todas las formas de racismo y segregación y se identificó, en general, con las luchas liberadoras de los pueblos oprimidos.

En tal dirección, Chile apoyó decididamente los esfuerzos de los países en desarrollo por reafirmar su soberanía plena sobre sus recursos naturales, incluyendo la zona marítima de las 200 millas, condenó las maniobras intervencionistas y neocolonialistas destinadas a mantener bajo otras formas los lazos de dependencia, y procuró un reajuste de la actual estructura de las relaciones económicas internacionales, en orden a fundamentarlas en principios de justicia y equidad que corrijan los graves desequilibrios hoy existentes en perjuicio de los países del Tercer Mundo. Tanto en el llamado «grupo de los 77», como en las diversas agencias especializadas de Naciones Unidas especialmente en la UNCTAD, cuyo tercer período de sesiones se efectuó en Santiago en 1972 , y en el seno del Movimiento de los No Alineados, la voz de Chile se hizo presente para sostener, perfeccionar y apoyar los planteamientos de los países en desarrollo en sus aspiraciones de rectificación de las estructuras comerciales, financieras, monetarias y reguladores de la transferencia de tecnología, que hoy afirman la preeminencia del capitalismo occidental en el sistema económico mundial.

Finalmente, Chile no fue remiso en otorgar su pleno respaldo al sistema mundial de Naciones Unidas, como el mejor instrumento a nivel de gobiernos, susceptible de ser utilizado para trabajar en favor de la paz, la distensión, el desarme y la seguridad mundial y para promover la cooperación internacional con fines de interés humano y universal.

11. El objetivo de la política internacional del gobierno de la Unidad Popular era asegurar un contexto externo que viabilizara y favoreciera la implementación del proyecto revolucionario de transformaciones sociales internas contenidas en su Programa.

A la luz de las consideraciones precedentes se puede afirmar que estas metas fueron integralmente alcanzadas. Haremos, a continuación, un balance general de esa política y nos formularemos por último algunas interrogantes acerca de la posibilidad de que una política internacional distinta pudiera haber producido otros y mejores resultados.

La política exterior seguida por el Gobierno, cuyos rasgos principales hemos resumido, logró evitar el aislamiento chileno en América Latina y se pudo así mantener y desarrollarlos vínculos amistosos y de cooperación con las naciones hermanas, particularmente con sus vecinos más inmediatos. Se impulsó exitosamente una política integracionista andina, latinoamericanista y crítica frente al sistema Interamericano, conforme lo establecido en el Programa de la Unidad Popular. Se minimizaron las consecuencias de las dificultades previsibles surgidas con los Estados Unidos, quitándole pretextos para obstruir más abiertamente a la política revolucionaria del gobierno chileno. Se logró separar, a los Estados Unidos, de sus aliados occidentales y el Japón en lo referente a su conducta frente a Chile, lográndose mantener con estos últimos relaciones políticas y económicas satisfactorias. Se ampliaron y profundizaron las relaciones de toda índole con los países socialistas y se logró ligar estrechamente a Chile con el Tercer Mundo, particularmente con los Países No Alineados, dándole a nuestro país una audiencia en la comunidad internacional que jamás había logrado en momento alguno de su historia.

Tales resultados no son sino la consecuencia de la estrategia general adoptada por la Cancillería chilena para enfrentar el difícil panorama internacional con que se encontraba el nuevo gobierno al asumir sus funciones.

En efecto, el enfatizar y practicar el principio de No Intervención, el eludir un enfrentamiento directo con el imperialismo norteamericano y sus aliados restándole motivos y respaldo para intervenir más abiertamente en nuestros asuntos , el tratar de separar a nuestros eventuales antagonistas y neutralizarlos con oportunas y razonables concesiones, logró impedir que los factores externos causaran insuperables dificultades al gobierno y se logró maximizar el apoyo que desde afuera pudo otorgarse, tanto política como económicamente, a la experiencia revolucionaria chilena, dadas las difíciles condiciones en que ésta se desarrollaba.

Las conclusiones anteriores dan lugar a varias reflexiones. En primer lugar, salta la vista la diferencia entre la estrategia seguida por el Gobierno Popular en política exterior y la que parece haber sido dominante para enfocar los problemas de política interna. En efecto, en los asuntos internos hubo, a nuestro juicio, una marcada tendencia a sobrevalorar las fuerzas propias y a subestimar las del adversario, óptica que condujo a elaborar una estrategia equivocada que alentó a los antagonistas, lo que progresivamente le restó apoyo al gobierno. La resistencia a admitir acuerdos y transacciones tácticas con los segmentos más susceptibles de ser neutralizados dentro del conjunto de fuerzas adversarias y la nunca superada tendencia a creer que un enfrentamiento final de carácter social o hasta militar podía decidir la pugna interna a favor de la izquierda, fueron factores que impidieron trazar en la política exterior, una estrategia única, razonable y consecuente que, sobre la base de las condiciones objetivas existentes y no de simples deseos subjetivos, artificiosamente percibidos como reales , pudo haber ido progresivamente desbrozando el camino para un avance ininterrumpido del proyecto revolucionario.

Mientras en la concepción e implementación de la política interna influyó negativamente esa percepción inexacta de la realidad y de la correlación de fuerzas en pugna, en el terreno internacional se pudo, desde el comienzo, imponer una apreciación objetiva de las condiciones externas imperantes, lo que hizo posible el diseño y la aplicación de una estrategia y de técnicas adecuadas, consistentes y eficaces.

Archivos Internet Salvador Allende 46 http://www.salvador-allende.cl Esta orientación política contó con un apoyo ampliamente mayoritario en la Unidad Popular. Quienes no la compartían, no la cuestionaron públicamente, por diversas razones. Por otra parte, el pleno y constante respaldo que el Presidente de la República prestó a la cancillería en su gestión, como asimismo el método de dirección única y centralizada en la realización de esa política, libre de interferencias partidistas y presiones perturbadoras, permitió darle unidad, consistencia y resolución a la gestión política externa del gobierno.

Cuestión importante que cabe plantearse, a la luz de estas conclusiones, es la relativa a la incidencia que los factores externos tuvieron en el desenlace de la crisis política que culminó con el golpe militar fascista del 11 de septiembre de 1973.

Hay quienes opinan que fueron factores externos los que, en definitiva, determinaron la frustración de la experiencia revolucionaria chilena. Especialmente se insiste en la importancia que tuvieron el bloqueo financiero estadounidense, la ayuda económica y técnica prestada por la CIA a los adversarios de la Unidad Popular y la influencia y penetración norteamericana en las Fuerzas Armadas chilenas, en inclinar la balanza de fuerzas en favor del golpe contrarrevolucionario.

Para saber si tal opinión se ajusta a la verdad, es menester, primero, definir un correcto criterio analítico para juzgar la situación y precisar la influencia recíproca entre los factores endógenos y exógenos que condicionaron el éxito del golpe de Estado.

Como se expresó al comienzo de este trabajo, hay dos maneras posibles en que los agentes externos pueden interferir negativamente y hasta destruir un proyecto revolucionario en un país dado.

Una primera forma consiste en atacar económica, política y/o militarmente a un país, de manera de hacer imposible un proyecto revolucionario, provocando directamente y desde afuera una situación interna de “desestabilización», con tal intensidad que produzca el fracaso de la experiencia y su derrumbe político.

Una segunda forma consiste en actuar desde el exterior sobre factores internos debilitantes del gobierno, que se han desarrollado ya, previa e independientemente de los factores externos, de manera de intensificar y ampliar sus efectos desestabilizadores, hasta producir una crisis política irreversible y la caída del gobierno.

En el caso chileno, como en la mayoría de los casos, la acción externa destinada a favorecer la subversión operó sobre factores desestabilizadores internos preexistentes, profundizando y extendiendo sus efectos negativos, favoreciendo, en esa forma, el éxito del golpe de Estado.

Así, el bloqueo financiero norteamericano y los obstáculos al comercio chileno estadounidense, agravaron la crisis de la balanza de pagos y acentuaron ciertos problemas de abastecimiento, pero no puede decirse que los haya provocado y originado. El origen de la crisis en la balanza de pagos y de los problemas de abastecimiento hay que buscarlos en la dialéctica interna del proceso chileno, en la que jugaron un papel determinante la política económica seguida por el Gobierno Popular y la reacción de las clases dominantes frente a ella. Ahora, es evidente que el agravamiento en la situación de la balanza de pagos y del abastecimiento de determinados artículos, desempeñó un papel importante en la conformación del clima de escasez y en la agudización de la inflación. A su vez, estos hechos fueron determinantes en la generación y extensión del descontento en significativos sectores sociales, especialmente en la clase media, lo que favoreció la viabilidad y el éxito de la rebelión militar.

Pero esto no significa tampoco que las clases medias hubieran adoptado una conducta política radicalmente opuesta, a no mediar el deterioro de la situación económica en el grado que alcanzó. La hostilidad hacia el Gobierno de la Unidad Popular, de los sectores de las clases medias que jugaron un papel promotor en el golpe de Estado, no estaba determinada por el agravamiento de la situación económica imputable a la incidencia de factores externos, sino fue más bien y esencialmente, el resultado de una postura contrarrevolucionaria que se fue generando como respuesta a la progresiva realización del proyecto revolucionario del Gobierno y a la sensación de la irreversibilidad que paulatinamente fueron advirtiendo en el desarrollo del proceso. Lo que sí fue consecuencia directa de la crisis económica y de su agravamiento por la incidencia de factores externos, fue la ampliación de esa hostilidad contra el Gobierno hacia otros sectores sociales que fueron, por esas razones, más proclives a ser instrumentos y manipulados por los agentes promotores del golpe.

Lo mismo puede decirse de la influencia que tuvo el aporte financiero de la CIA y los partidos políticos de oposición, a la prensa de derecha y a las actividades subversivas de los dirigentes de los gremios que provocaron las huelgas patronales de octubre de 1972 y de agosto de 1973. Igualmente, la ayuda externa ya referida aumentó la eficacia de la acción política de los partidos y de la prensa opositores y la capacidad subversiva de los agentes de esas huelgas, pero tampoco puede decirse que las hayan originado. Debido a esa ayuda, la derecha sacó más votos, sus medios de comunicación de masas alcanzaron mayor influencia en la opinión pública y las huelgas patronales fueron dirigidas con mayor confianza y holgura por sus cabecillas.

Mayor relevancia que los rubros anteriores de intervención foránea tuvo sin duda la ingerencia norteamericana en el seno de las Fuerzas Armadas, sobre todo a través de sus propios servicios de inteligencia militar. Allí, la influencia norteamericana hubo de jugar un rol importante para inducirlas a dar el golpe de Estado dándoles apoyo técnico y profesional y contribuyendo a mantenerlas unidas en sus propósitos subversivos. Pero también en este caso la acción foránea se ejercitó y dio frutos porque se desenvolvió en un medio y en una situación interna de las Fuerzas Armadas que las hacía proclives a ceder ante las incitaciones a la subversión. En efecto, la enorme mayoría de los oficiales de las Fuerzas Armadas chilenas, por la naturaleza radicalmente reaccionaria de la subcultura política en que estaban inmersos, era impermeable e inasimilable a la política revolucionaria del Gobierno y tendía, naturalmente, a resistirla y cuestionarla. Sólo la tradición profesional de esas Fuerzas Armadas tradición formada, por lo demás, en períodos históricos en que el orden social nunca estuvo amenazado de raíz , y su correspondiente hábito de obediencia a los Poderes del Estado legalmente constituidos, neutralizó temporalmente su natural tendencia a oponerse a un Gobierno

Archivos Internet Salvador Allende 47 http://www.salvador-allende.cl que, a su juicio, atentaba contra las bases mismas del orden social y de la nacionalidad. Sin esa actitud política preexistente y predispuesta en contra del Gobierno no habría fructificado el estímulo del Pentágono a la sublevación.

El calificar a esa actitud política de las Fuerzas Armadas chilenas como preexistente a la época en que fueron directamente estimulados por la contrainsurgencia norteamericana, no implica desconocer la significación que seguramente tuvo el adoctrinamiento sistemático en el anticomunismo de centenares de oficiales durante varios lustros en Panamá y en la metrópoli, adoctrinamiento que reforzó y modernizó la subcultura política reaccionaria de los militares chilenos.

Por otra parte, los promotores norteamericanos de la insurrección militar actuaron sobre una composición de los mandos castrenses que no había sido alterada fundamentalmente por la Unidad Popular. Esta política del Gobierno, que unánimemente ha sido juzgada a posteriori como suicida, fue sin duda razón determinante de la facilidad con que esos mandos intocados se pronunciaron en favor de la sedición.

En otras palabras, la intervención norteamericana en los asuntos militares chilenos, cuya significación es absurdo negar, operó también sobre una situación interna de las Fuerzas Armadas cuyas variables más importantes actitud política de la oficialidad y composición de los mandos , eran de origen endógeno, y sobre las cuales, desgraciadamente, el Gobierno no actuó para modificarlas, en lo que estaba en sus manos hacer, que no era poco.

Aparece clara la gravedad de la ausencia en la política del Gobierno de la Unidad Popular, de todo un gran «proyecto militar», de mayor importancia incluso que los planes económicos o de política externa, y que debía haber estado destinado a abordar toda la vasta problemática de la violencia en el proceso revolucionario, con especial énfasis en la necesidad de dotar al Gobierno de algún respaldo militar seguro y en la necesidad de neutralizar y combatir la influencia contrarrevolucionaria de la contrainsurgencia norteamericana en el seno de las instituciones armadas.

En resumen, podemos afirmar que la acción norteamericana destinada a «desestabilizar» al Gobierno de la Unidad Popular acción que cínicamente han reconocido autoridades responsables de los Estados Unidos , no creó los factores que produjeron la caída del Gobierno sino que amplificó e intensificó su eficacia.

Ahora, si el margen en que esa intervención foránea aumentó la eficacia del proyecto subversivo, fue determinante o no en la conformación de la correlación de fuerzas que determinó el éxito de la insurrección, ello envuelve una pregunta a la que no es posible contestar.

Lo que está claro es que fue importante el impacto producido por esa intervención en la situación política, económica y militar del país en vísperas de la sedición. Y que esa importancia aparece más evidente aún en lo relativo a la determinación de la conducta de las Fuerzas Armadas.

Si la magnitud del aumento de la fuerza de la contrarrevolución, imputable a la acción foránea, fue lo decisivo en inclinar la balanza del lado de la sedición, es algo, repetimos, que no se está objetivamente en condiciones de afirmar o de negar.

Personalmente, pensamos que aún sin el impacto de los factores externos, el intento subversivo siempre se habría producido. Pero no estamos seguros de que sin ese apoyo externo ese intento subversivo hubiera podido tener el mismo resultado exitoso.

La cuestión siguiente que se plantea es si la política externa chilena pudo haber impedido o disminuido significativamente la intervención norteamericana, encaminada a «desestabilizar» al gobierno de la Unidad Popular.

Frente a esta interrogante, contestamos con seguridad en sentido negativo. Para justificar este aserto coloquémonos ante dos posibilidades.

La primera posibilidad es la de si la política externa del Gobierno pudo haber eliminado o disminuido la entidad de las causas y pretextos de la interacción norteamericana.

Si partimos del supuesto de que el Programa de la Unidad Popular era irrenunciable y de que el Gobierno no estaba dispuesto a abdicar de su soberanía, podemos afirmar que dentro de esos parámetros la Cancillería chilena hizo todo lo que estaba a su alcance para eliminar o atenuar los motivos que pudieran provocar la acción norteamericana.

Ir más allá de donde se fue en el, problema de las indemnizaciones a las empresas cupríferas, habría significado renunciar a la soberanía chilena, que constitucionalmente se expresó a través de un pronunciamiento unánime del Congreso en favor de un determinado procedimiento para regular esas indemnizaciones, procedimiento que fue el que, finalmente, se llevó a la práctica.

Y aún hay más. Es altamente probable yo me atrevería a decir que es seguro que aunque el Gobierno chileno hubiera llegado a un acuerdo con las compañías cupríferas en materia de indemnizaciones lo que le habría significado un gran costo político y lesionado injustificablemente la soberanía nacional , de todas maneras, el Gobierno norteamericano habría continuado impulsando su acción «desestabilizadora» clandestina a través de la CIA y de los servicios de inteligencia de sus Fuerzas Armadas. Y fueron los efectos de esa intervención dirigida a promover desórdenes en el país, a fortalecer a la oposición y a invitar a las Fuerzas Armadas chilenas a la rebelión , los que más influyeron en la correlación de fuerzas que determinó el desenlace final. Las consecuencias que en esa correlación de fuerzas pudo producir un eventual aflojamiento del bloqueo financiero, como resultantes de un acuerdo indigno sobre el asunto de las indemnizaciones, no habría, de manera alguna, alterado la capacidad de resistencia del Gobierno de la Unidad Popular frente al golpe militar.

Pensamos así porque eran los peligros políticos para los Estados Unidos, implicados en un eventual éxito del proyecto revolucionario chileno, los que determinaron su acción intervencionista. El problema de las indemnizaciones a las

Archivos Internet Salvador Allende 48 http://www.salvador-allende.cl compañías cupríferas era, para los Estados Unidos, secundario en el fondo, aunque de palabra y públicamente, sus máximos voceros manifestaban que era la cuestión más importante que dificultaba las relaciones entre ambos países. Con esta postura la diplomacia norteamericana sólo buscaba un pretexto para legitimar una política general antichilena, política que se traducía en una acción clandestina que no era razonable esperar que hubiera cesado ya que su origen último se encontraba en la perspectiva y estrategia contrarrevolucionaria que inspiraba la política exterior norteamericana, frente a las cuales el diferendo sobre las compensaciones era algo secundario.

En síntesis, estamos ciertos que mayor prudencia, si cabe, en el manejo de nuestras relaciones con los Estados Unidos, no habría alterado de manera sensible la incidencia que su intervención tuvo en condicionar el éxito de la sedición militar.

La segunda posibilidad que cabe examinar es si una política más «dura” frente a los Estados Unidos pudo haber eliminado o disminuido su intervención en los asuntos chilenos, o si pudo facilitar una correlación de fuerzas internas más favorable para el Gobierno Popular.

Una mayor dureza en la política externa chilena frente a los Estados Unidos sólo pudo haberse traducido en: a) una denuncia de las maniobras antichilenas de ese país anterior y/o más violenta, ante la comunidad internacional y ante la opinión pública chilena; b) una negativa a conversar con los Estados Unidos para buscar una solución jurídica al diferendo sobre las indemnizaciones a las compañías cupríferas; e) una ruptura de relaciones diplomáticas, resultante de denuncias chilenas sobre la intervención norteamericana en nuestro país.

Pensamos que estas tres conductas alternativas o diferentes a las que siguió el Gobierno, adoptadas separada o conjuntamente, en manera alguna podrían haber eliminado o disminuido la peligrosidad e intensidad de la intervención.

Ni una denuncia internacional en fecha anterior a la del discurso del Presidente Allende en la Asamblea de las Naciones Unidas, ni mayor dureza o violencia en sus términos, pudo razonablemente haber alterado en un sentido positivo para Chile el curso que siguieron los acontecimientos.

El no haber promovido las conversaciones para resolver jurídicamente el problema de las compensaciones, dentro del marco constitucional en que necesariamente debía moverse el Gobierno, en nada pudo haber tampoco modificado favorablemente lo que estaba ocurriendo. Al contrario, el efecto previsible de tal conducta sólo pudo haber sido negativo, ya que no habríamos podido esgrimir, como lo hicimos, ante la comunidad internacional y hemisférica, y sobre todo ante las naciones occidentales europeas que observaban con preocupación el diferendo chileno norteamericano , el poderoso argumento en nuestro favor de que Chile quería y estaba tratando de buscar una regulación jurídica al problema, recurriendo al único instrumento adecuado al efecto, cual era el Tratado vigente entre ambas partes para resolver las cuestiones que se suscitaran entre ellas.

La posibilidad de que el Gobierno chileno hubiera conducido el manejo de nuestras diferencias con Estados Unidos a un punto que hubiera justificado la ruptura de relaciones diplomáticas, por cualquiera de las partes, tampoco podría haber alterado favorablemente la situación para el Gobierno chileno.

Al contrario, dado el clima político prevaleciente en el país durante 1973, una ruptura de relaciones con Estados Unidos hubiera producido una reducción del apoyo de la opinión pública al gobierno tomando en consideración la actitud que, en esa época tenían las clases medias. Colocándose en una perspectiva muy optimista, esa reducción de apoyo apenas podía haberse compensado con una mayor intensidad del respaldo que el Gobierno ya estaba recibiendo de los propios sectores de la Unidad Popular, los únicos susceptibles de ser motivados por una medida de ese tipo en la coyuntura de entonces, habida consideración a su mayor conciencia antiimperialista.

Por otra parte, una política más dura de esta especie no habría encontrado comprensión ni apoyo en la gran mayoría de los gobiernos latinoamericanos y, por tanto, habría creado las condiciones para viabilizar los intentos de aislar a Chile en el continente, que era lo que precisamente nuestra Cancillería se propuso, a toda costa, evitar.

Y, mucho más grave aún, una ruptura de relaciones con los Estados Unidos habría sido, con toda seguridad, factor precipitante y vigorizante de la insurrección militar. No cabe duda que la eventualidad que imaginamos habría facilitado internamente, en las instituciones armadas, el procesamiento del proyecto contrarrevolucionario y apresurado su materialización. Entre otras razones, por la dependencia de Chile en materia de suministro de implementos bélicos, con respecto a los Estados Unidos. Ello habría servido de excelente pretexto para legitimar aún más ante los oficiales, el intento sedicioso, con el argumento de que la ruptura de relaciones con Estados Unidos debilitaría seriamente el poderío de las Fuerzas Armadas, y con ello también la Seguridad Nacional, de la cual se sentían ellas las máximas responsables. Las vacilaciones y conflictos de lealtades que se produjeron durante el desarrollo interno del intento sedicioso en el seno de las instituciones armadas, habrían desaparecido fácilmente en el momento en que Chile hubiera roto sus relaciones con el país del Norte.

Queda así, a nuestro juicio, de manifiesto que ni una política de mayor prudencia ni otra de mayor dureza frente a los Estados Unidos pudo haber modificado sensiblemente la naturaleza y la intensidad de la política norteamericana de «desestabilización» del Gobierno de la Unidad Popular.

Cabe igualmente preguntarse si una mayor ayuda de los países socialistas pudo haber alterado la correlación de fuerzas internas que condujo al éxito del asalto militar al poder.

Archivos Internet Salvador Allende 49 http://www.salvador-allende.cl A esta pregunta también respondemos negativamente. Una mayor ayuda de los países socialistas para financiar y abastecer los proyectos de desarrollo económico no habrían producido mayor efecto en la cuestión que nos interesa. Los efectos económicos favorables al gobierno de ese tipo de cooperación, se habrían producido muy a largo plazo y obviamente no habrían incidido en alterar el cuadro político que condicionó el éxito de la subversión militar. Tampoco el incremento posible del intercambio comercial pudo haber producido efectos relevantes en la situación social y política del momento.

En cuanto a la ayuda financiera, que decía relación con el agudo problema de la escasez de divisas, a fines de 1972 y comienzos de 1973, está claro que los países socialistas contribuyeron de manera decisiva a evitar que en esa época Chile hubiera incurrido en cesación de pagos. Y como se deja dicho antes, la mejoría relativa que, a mediados de 1973, se produjo en la balanza de pagos no hizo necesario acudir, para evitar la cesación de pagos, a la ayuda financiera en divisas duras de los países socialistas. Es concebible que, durante la crisis política que se insinuó ya en el segundo trimestre de ese año, se hubieran podido conseguir facilidades para importaciones masivas de alimentos y de otros bienes que escaseaban en la época. Pero está claro también que ya entonces el grueso de las fuerzas sociales y políticas que se habían colocado en una cerrada oposición al gobierno abrigando propósitos subversivos, no hubieran alterado su comportamiento político por un alivio en la escasez de abastecimientos. Se puede pensar que habría sido un tanto menor la audiencia de los grupos contrarrevolucionarios en estas mejores circunstancias, pero ello no habría cambiado el cuadro general de la situación política interna, la que estaba esencialmente determinada por el desarrollo progresivo de la conciencia y voluntad contrarrevolucionaria, sobre la base de experiencias y anticipaciones que trascendían con mucho a los efectos que, en la conciencia pública, pudo haber producido una mejoría en la crisis de los abastecimientos. Esta crisis, originada fundamentalmente por razones que tenían que ver con la política económica interna del Gobierno, se vio naturalmente agravada por la incidencia del bloqueo financiero norteamericano a nuestro país.

12. A manera de conclusión final, podemos afirmar que dentro de los parámetros en que necesariamente debió desenvolverse , la política internacional del Gobierno de la Unidad Popular cumplió con su tarea principal de viabilizar el proyecto revolucionario chileno en lo que dependía de su contexto externo. Y que cumplió también, si se tiene en cuenta la primacía estratégica concedida a la tarea de viabilizar el proyecto revolucionario interno, con su objetivo de respaldar a las fuerzas progresistas del mundo que luchan en favor de la paz, de la democracia y del socialismo y por la emancipación política y económica de los pueblos dependientes.

(*) Análisis global del contexto, los objetivos y la gestión realizada desde la cancillería chilena durante el Gobierno del Presidente Salvador Allende. El presente texto fue publicado en el libro «La Política Exterior chilena durante el Gobierno del Presidente Salvador Allende 1970 – 1973», editado por el Instituto de Relaciones Internacionales Contemporáneas ( IERIC), en 1987, que reproduce, con pequeñas correcciones, el elaborado en 1977 para el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

(1) En el informe dado a conocer por el Comité del Senado norteamericano presidido por el Senador Church se expresa que el 16 de septiembre de 1970, algunos días después de las elecciones chilenas, Henry Kissinger, en una conversación reservada con periodistas, advirtió «que la elección de Allende sería irreversible, afectaría a los países vecinos y plantearía problemas masivos para Estados Unidos y América Latina».

(2) Según el informe del Comité Church, el 15 de septiembre de 1970 «el Presidente Nixon le da instrucciones a Richard Helms, director de la CIA, para impedir el acceso de Allende al poder». La CIA jugará un papel directo en la organización de un golpe militar. Este papel se conocerá más tarde como «Pista Dos».

(3) Según informe del Comité Church, el 8 de septiembre y el 14 de¡ mismo mes, «El Comité de los Cuarenta discute la situación de Chile. El Comité aprueba 250.000 dólares para uso del Embajador Korry, destinados a influir en la decisión del Congreso Chileno, el 24 de octubre».

(4) En octubre de 1971, se reunió el Secretario de Estado Rogers con representantes de Anaconda, Ford Motor Company, First National City Bank, Bank of America, Raiston Purina e ITT, donde se planteó un embargo de repuestos y materiales a Chile, el propósito del gobierno norteamericano de invocar la Enmienda Hickenlooper y de eliminar toda forma de ayuda a Chile. La ITT presentó un memorándum detallado con proposiciones de acciones de presión, sugiriendo la formación de un grupo especial en el Consejo Nacional de Seguridad que se responsabilizara de su aplicación.

(5) En el Informe de] Comité Church hay constancia de las siguientes acciones promovidas para influir en la política chilena y «desestabilizar» al gobierno de la Unidad Popular:

1970

4 de octubre: «El Comité de los 40 aprueba 60.000 dólares para financiar una petición del Embajador Korry y comprar una estación de radio».

13 de noviembre: «El Comité de los 40 aprueba 25.000 dólares para el apoyo de candidatos democristianos».

19 de noviembre: «El Comité de los 40 aprueba 750.000 dólares para un programa de acción clandestina en Chile».

1971

28 de enero: «El Comité de los Cuarenta aprueba 1.240.000 dólares para la compra de estaciones de radio y periódicos, así como para apoyar candidatos municipales y para otras actividades políticas de los partidos antiallendistas».

22 de marzo: «El Comité de los Cuarenta aprueba 185.000 dólares de apoyo adicionales para el Partido Demócrata

Archivos Internet Salvador Allende 50 http://www.salvador-allende.cl Cristiano».

10 de mayo: «El Comité de los Cuarenta aprueba 77.000 dólares para la compra de un periódico del Partido Demócrata Cristiano. La imprenta no se compra y los fondos son utilizados para subvencionar un periódico».

20 de mayo: «El Comité de los Cuarenta aprueba 100.000 dólares de ayuda de emergencia para que el Partido Demócrata Cristiano pueda cubrir deudas de corto plazo».

20 de mayo: «El Comité de los Cuarenta aprueba 150.000 dólares de ayuda adicional para el Partido Demócrata Cristiano».

6 de julio: «El Comité de los Cuarenta aprueba 150,000 dólares para el apoyo de candidatos de oposición en una elección complementaria».

9 de septiembre: «El Comité de ¡os Cuarenta aprueba 800.000 dólares de apoyo para el periódico más importante de Santiago, El Mercurio».

5 de noviembre: «El Comité de los Cuarenta aprueba 815.000 dólares de apoyo a los partidos de oposición y para inducir una división en la Unidad Popular».

15 de diciembre: «El Comité de los Cuarenta aprueba 160.000dólares para apoyar dos candidatos de oposición en unas elecciones suplementarias, en enero de 1972».

1972

11 de abril: «El Comité de los Cuarenta aprueba 965.000 dólares de apoyo adicional para El Mercurio».

24 de abril: «El Comité de los Cuarenta aprueba 50.000 dólares en un esfuerzo por dividir la Unidad Popular».

16 de junio: «El Comité de lo Cuarenta aprueba 46.500 dólares para apoyar a un candidato en una elección suplementaria en Coquimbo».

21 de septiembre: «El Comité de los Cuarenta aprueba 24.000 dólares para apoyar a la Sociedad de Fomento Fabril».

26 de octubre: «El Comité de los Cuarenta aprueba 427.666 dólares para apoyar partidos políticos de oposición y organizaciones del sector privado en anticipación de las elecciones parlamentarias de marzo de 1973».

1973

12 de febrero: «El Comité de los Cuarenta aprueba 200.000 dólares para apoyar partidos de oposición en las elecciones parlamentarias».

20 de agosto: «El Comité de los Cuarenta aprueba un millón de dólares para apoyar partidos políticos de oposición y organizaciones del sector privado». Este dinero no se gasta.

15 de octubre: (Después del golpe militar) «El Comité de los Cuarenta aprueba 34.000 dólares para una estación de radio antiallendista y para gastos de viaje de personemos pro Junta».

(8) «En el caso de la agresión a Chile, se designó a la CIA como coordinadora y responsable de las operaciones clandestinas y a la Oficina de Inteligencia Naval como responsable y coordinadora en materias militares». , acusación al Imperialismo, Fondo de Cultura Económica, México, 1975, pág. 24.

Archivos Internet Salvador Allende 51 http://www.salvador-allende.cl Homenaje a la Revolución Cubana. 1979*

Al iniciarse la sesión de la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba, convocada con la oportunidad de la solemne celebración del vigésimo aniversario de la victoria M Ejército Rebelde sobre la tiranía batistiana, expresó el Comandante Fidel Castro en sus primeras palabras, que ese primero de enero de 1959 no significó para Cuba sólo el inicio de un nuevo año, sino también y principalmente, el comienzo de¡ hundimiento de todo un mundo y el preanuncio del nacimiento de otro. E insistió luego Fidel Castro, en que este cambio, que empezó a producirse ese primero de enero, estaba inserto en el viraje más importante de la historia de la humanidad, en la medida que la desaparición de las sociedades de clases y el advenimiento del socialismo, marcan el fin de la explotación del hombre por el hombre, y crean las condiciones para la emergencia de una convivencia digna, fraternal, solidaria y creadora entre los hombres, poniendo término, como dijeron los clásicos, a la prehistoria del hombre y señalando el comienzo de la historia propiamente humana.

He querido abrir mi intervención en este acto con que la Unidad Popular, en esta hospitalaria tierra de la RDA, conmemora los veinte afíos de la Revolución Cubana, recordando estos conceptos de Fidel Castro, porque ellos proporcionan el adecuado marco de referencia, para enjuiciar el significado de ese extraordinario acontecimiento, a través del cual prende y germina la planta fecunda de¡ socialismo por primera vez en suelo americano.

La tarea de querer torcer el rumbo y la dirección del acontecimiento humano, de un rumbo y de una dirección que se enraizan en un pasado de milenios por más que existan condiciones para ello , es empresa difícil, ardua y prolongada. No es tarea de hombres, sino de pueblos. No es tarea de años, sino de épocas.

Y es empresa difícil, ardua y prolongada, porque no se trata sólo de modificar o alterar una estructura económica, que quizás sea lo menos trabajoso, sino, lo que es mucho más complejo, se trata de dejar de lado hábitos, prejuicios, creencias y valores, y de las instituciones cimentadas en ellos, que han acompañado, penetrado e influido en la conciencia humana durante un milenario período, cuyos orígenes se pierden en las sombras del pasado.

Y como lo afirmó el Comandante Fídel Castro en el discurso que recordamos, para enfrentar semejante empresa hay un solo camino: luchar, luchar y luchar. Y al decirlo, lo hace con la autoridad de un pueblo y de una conducción revolucionaria que en condiciones particularmente difíciles, a pocos kilómetros de la más poderosa ciudadela conservadora del mundo , han logrado, en sólo veinte años, construir sobre sólidas bases los cimientos de una nueva sociedad a costa de una incesante y porfiada lucha, amasada con heroísmos y sacrificios.

Pero no se trataba sólo de vencer y sepultar un pasado, firmemente arraigado en la conciencia de los hombres. Se trata, en el caso de la Revolución Cubana, de hacer frente y triunfar sobre el propósito manifiesto del más potente bastión de la reacción mundial, el imperialismo norteamericano, de impedir por cualquier medio que la simiente socialista germinara en estas tierras de América, que tradicionalmente consideraba como de su propio y exclusivo dominio, de su natural y privativa influencia.

La Revolución Cubana respondió a la agresión, desafió al gigante y lo venció. Y la semilla del socialismo fructificó en nuestra América Latina y se encendió el foco luminoso de la Cuba Socialista, como estímulo para nuestros pueblos, y sobre todo, como señal y muestra, para que todos lo oigan y lo vean, de que es posible en esta América nuestra, al lado de la fortaleza del imperialismo, contrariar su voluntad de dominio y de expoliación y hacer triunfar las ideas de imponer los designios soberanos de sus pueblos.

Cayó así hecha trizas, la famosa doctrina del «fatalismo geográfico» que, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, pasó a ser dogma de fe para los políticos convencionales latinoamericanos, doctrina según la cual sería imposible, irreal y utópico, intentar oponerse en América Latina a la voluntad del Imperio, y por lo tanto, sólo con su visto bueno, con su autorización, podría emprenderse cualquier cambio en las obsoletas estructuras que sostienen y apuntalan el atraso y al subdesarrollo de nuestro continente.

La doctrina del fatalismo geográfico» sirvió de excelente pretexto para que líderes y movimientos, que nacieron a la vida política enarbolando las banderas del antiimperialismo, abandonaran sus propósitos iniciales y se acomodaran luego a las exigencias y condiciones que el imperialismo impuso para congraciarse con él y ganar su buena voluntad y su aquiescencia.

Después de la revolución cubana ya ese pretexto desapareció. No es, pues, el mandato de la proximidad geográfica ni la influencia que irradia del poderío económico y político del Norte imperial, razón suficiente para legitimar la claudicación y la entrega, bajo la apariencia de un simulado y sospechoso realismo. Después de la Revolución Cubana, no han desaparecido, desde fuego, las dificultades para avanzar en América Latina a través de la democracia hacia el socialismo, pero sí ha quedado en descubierto la falacia y la mentira, que se escondía tras el falso dogma del supuesto destino fatal de nuestros pueblos, en razón de la naturaleza de las cosas, a seguir siendo indefinidamente satélites que giran alrededor de los intereses y designios de los Estados Unidos.

Compañeras y compañeros:

¿Qué factores posibilitaron que en Cuba, un país atrasado, deformado por el imperialismo, aislado en su condición insular y vecino inmediato del coloso del Norte, pudiera producirse la ruptura del orden capitalista y la primera cristalización de una experiencia revolucionaria socialista en América?

Sin pretender, de manera exhaustiva, contestar a tan ambiciosa interrogante, quiero ahora, al menos, señalar algunas de las características claves que singularizan a la Revolución Cubana y que contribuyen a explicar el por qué de sus espectaculares avances.

Archivos Internet Salvador Allende 52 http://www.salvador-allende.cl Hubo muchos intentos en América Latina y los hay todavía, de partidos y movimientos populares de orientación democrática, nacional y antiimperialista que apuntaban y apuntan a remover Íos obstáculos estructurales que dificultan el desarrollo económico independiente de nuestros países, la profundización de la democracia y la emancipación social de las grandes mayorías nacionales.

La Revolución Mexicana, que ya conmovió al continente a principios de siglo, fue el primero y quizás el más importante de esos proyectos de liberación social y nacional. Luego en el Río de la Plata, el radicalismo irigoyenista argentino y el batlismo uruguayo, encarnaron también, aunque con menor impulso revolucionarío, las ansias líberadoras de sus pueblos. Durante los años veinte, el impacto de la Revolución Rusa y el propio ejemplo mexicano, entre otras causas, estimula un auge de los movimientos populares en Chile, en el Brasil, a través del llamado «tenentismo» y en el Perú, con la emergencia del APRA, movimientos todos que asumieron rasgos democráticos avanzados y antiimperialistas. Los efectos sociales y políticos de la crisis capitalista de los años 29 y 30 estimularon, en el cuarto decenio del siglo, el surgimiento y el triunfo del Frente Popular en Chile, la radicalización del proceso revolucionario mexicano con Lázaro Cárdenas y en la propia Cuba, la caída del dictador Machado abre un auspicioso espacio para el desarrollo democrático del país.

Después de la Segunda Guerra Mundial una nueva ola ascendente del movimiento popular se hace presente en el escenario político latinoamericano. Es la hora de los movimientos populistas, que en su mayoría, al margen de los partidos de izquierda tradicionales, interpretan a las recientes promociones obreras, todavía semiruralizadas, que va generando el incipiente proceso de industrialización. Y surge así el impetuoso movimiento peronista en Argentina, el varguismo y el «trabalhismo» brasileño y triunfa, en 1952, el Movimiento Nacionalista Revolucionario en Bolivia que, más que cualquiera otro de sus congéneres, profundiza en la realización de sus objetivos democráticos, populares y nacionales. Luego viene, en los años 60, el intento en Venezuela de restablecer la del nacionalismo populista en Panamá y la interesante experiencia peruana, en la que, por vez primera en América Latina, asumen las Fuerzas Armadas, como institución, el rol de promotores de un proceso de avanzadas transformaciones sociales y económicas. Pero, compañeras y compañeros, todos esos ensayos y los movimientos populares y democráticos que los impulsaron, antes o después, habiendo avanzado más los unos, menos los otros, terminaron finalmente en la frustración o en el compromiso esterilizante, cuando no lisa y llanamente en la capitulación ante los intereses del capitalismo monopolista doméstico y el imperialismo.

No se trata de desconocer, o negar el importante aporte que muchos de esos ensayos y movimientos han prestado al desarrollo democrático y progresista de nuestros países. Pero de lo que sí se trata, es de poner de manifiesto que su tendencia hacia el compromiso y la claudicación les ha impedido consumar la realización de sus objetivos liberadores, dejando a medio camino e inconclusa la tarea histórica que se habían asignado, facilitándose así el posterior retorno, en una u otra forma, en viejos o nuevos ropajes, de las fuerzas sociales conservadoras al poder.

Sólo la Revolución cubana siguió un rumbo distinto. Lejos de contemporizar y transar con la gran burguesía comprometida con el imperialismo, y con éste mismo, la Revolución Cubana avanzó sin vacilaciones hacia el cumplimiento integral del Programa Democrático de Liberación Nacional y Social que Fidel Castro diseñara varios años antes, en 1953, en su magistral defensa ante los tribunales, después del 26 de julio, que el mundo denomina con las palabras con que finaliza: «La Historia me Absolverá».

Sólo la Revolución Cubana llevó hasta sus últimas consecuencias el proceso de democratización, de reafirmación de la soberanía y de la independencia del país, de reforma agraria y de superación social y cultural, que se inició el 12 de enero de 1959.

Y lo que es importante y decisivo, no se desperdició, entonces, la oportunidad de aprovechar la derrota del Ejército batistiano, para suprimir y aventar a las Fuerzas Armadas tradicionales y sustituirlas lisa y llanamente por el triunfador Ejército Rebelde, en el carácter, no sólo ya de garante de la soberanía y de la integridad del país, sino también y principalmente, de sostén armado del nuevo régimen revolucionario, democrático y antiimperialista, que se acababa de instaurar. Paso decisivo, insistimos, el que se dió con la disolución del ejército batistiano y su reemplazo por el Ejército Rebelde, porque, al disponer la Revolución de su propio brazo armado, fue posible defender lo conquistado y continuar avanzando, sin el riesgo de que las viejas y corruptas camarillas militares, utilizaran al Ejército tradicional, como es costumbre en América Latina, como instrumento de los intereses reaccionarios, para sublevarse y derribar al Gobierno Revolucionario.

Es cierto que dada la vía armada que se utilizó en Cuba para acceder al poder, allí fue posible hacer desaparecer al Ejército convencional, cosa que no era viable hacer, o por lo menos, hacerlo en forma tan sencilla, en otras experiencias en las cuales no fue la derrota militar del enemigo el supuesto de la victoria. Pero también es cierto que hubo, igualmente en Cuba, la posibilidad de transar y recomponer al Ejército batistiano, conservando un irreductible núcleo reaccionario en su interior. No se lo hizo así, sin embargo. Se supo ser audaz y radical, allí donde fue posible proceder así y de este modo, no sólo se puso una valla insalvable a la contrarrevolución, sino que se construyó, de ese modo, lo que desde entonces hasta ahora ha sido y sigue siendo el baluarte inconmovible de la revolución: las Fuerzas Armadas Revolucionarias.

Ahora bien, compañeras y compañeros, cuando la realización consecuente del programa revolucionario afectó e hirió los intereses imperialistas y estos intereses, coludidos con los de la gran burguesía que le estaba subordinada, promovieron la agresión económica a Cuba mediante el bloqueo de la isla para doblegarla, la Revolución Cubana, en vez de atemorizarse y retroceder, también de manera audaz y radical, acudió y obtuvo de la Unión Soviética y del mundo socialista, la ayuda necesaria para resistir esa agresión y defenderse del bloqueo, haciéndose posible merced y gracias a esa ayuda, la supervivencia del régimen revolucionario, la defensa de lo alcanzado y el progresivo desarrollo de su programa. Paso éste, compañeras y compañeros, el de anudarse con el mundo socialista para defender la Revolución, de extraordinaria trascendencia para su futuro y que, junto a la ya aludida disolución del Ejército tradicional y su sustitución por una Fuerza Armada propia, constituyen ciertamente, los dos rasgos más característicos de la experiencia revolucionaria cubana, que permiten explicar en una primera instancia, por qué en Cuba, no sólo se

Archivos Internet Salvador Allende 53 http://www.salvador-allende.cl realizó consecuentemente la Revolución democrática, sino también cómo fue posible articular a ésta con las tareas socialistas, orientándose, definitivamente, el proceso en la dirección del socialismo.

Un análisis más profundo del proceso cubano, no obstante, nos lleva a preguntamos en seguida, acerca de las razones que explican el que la Revolución haya sido capaz de dar esos pasos decisivos para su futuro, que le permitieron disponer de su propio y legítimo brazo armado, disolviendo al Ejército tradicional y recibir el apoyo incondicional del campo socialista, con todas las consecuencias que ello implica, y sin las cuales la Revolución no pudo proponerse marchar y avanzar hacia el Socialismo.

Esos pasos decisivos, a nuestro juicio, no habría sido posible darlos, sin dos supuestos previos, que conformaron las condiciones subjetivas del éxito de la Revolución y sin cuya presencia habría sido imposible llevar a la práctica los ambiciosos objetivos perseguidos. Porque no basta con querer llegar a una meta, en este caso, no basta el haberse propuesto disolver el Ejército batistiano y el haber querido apoyarse en la Unión Soviética para defender la Revolución; es menester haber tenido la capacidad política para realizar, en los hechos, esas decisiones, empresa nada fácil, dada la magnitud de los intereses y fuerzas que se oponían a aquellas políticas.

Estos dos elementos subjetivos, presentes en el movimiento popular cubano de entonces, y que le proporcionaron la capacidad y la fuerza necesarias para avanzar en la forma radical que lo hizo, exitosamente, lo son la Verdad de sus ideas y planteamientos revolucionarios y el apoyo fervoroso y unitario de las masas revolucionarias.

Sí, compañeros, la verdad de las ideas revolucionarias, unida a su aplicación creadora a la realidad cubana, porque sin la lucidez que proporciona el dominio y la utilización eficaz de la teoría marxista leninista, no hubiera sido posible orientarse en la compleja situación producida por el derrumbe del batistato y fácilmente se habría caído, ya en la perspectiva cortoplacista, sacrificando el futuro en provecho de soluciones fáciles y demagógicas a los problemas inmediatos, ya en el utopismo voluntarista, que sacrifica el presente en aras de un porvenir todavía lejano, planteándose tareas imposibles o desproporcionadas a las fuerzas reales de que se dispone y al estado de conciencia de las masas. Sí, compañeros, el apoyo unitario y fervoroso de las masas revolucionarias, porque sin la confianza ¡limitada que esas masas tenían hacia su conducción, hacia sus líderes y en especial hacia Fidel Castro, y sin la unidad profunda con que se manifestaba esa confianza, multiplicando varias veces su eficiencia política, hubiera sido también imposible ser firme en los principios, audaz en las decisiones y eficaz en sus resultados.

Ello, porque sólo la fuerza que da la unidad de todas las clases y de todas las gentes que coinciden en la lucha por la democracia, por la soberanía y por la justicia, permitió que la firmeza en los principios se trocara en consecuencia revolucionaria en la práctica, y que la audacia en las decisiones no degenerara en políticas aventureras e irresponsa- bles.

Recurso eficacísimo para poder realizar esa política de unidad y de fuerza, lo constituyó la permanente lucha ideológica en favor sus ideas y propósitos, de las posiciones revolucionarias, llevada a cabo fundamentalmente por el propio Fidel Castro, quien logró, como educador político de masas, como pedagogo de la teoría revolucionaria, hacer hegemónica en el pueblo y hacer primar en su conciencia, la verdad de la Revolución.

En otras palabras y en síntesis, la Revolución Cubana pudo triunfar y consolidarse, pudo ser consecuente y audaz, porque había unidad, conciencia y confianza de las masas en torno a la dirección revolucionaria.

La Revolución Cubana venció, pues, porque supo crear su propia fuerza dirigente, sin la cual, como señalaba Lenin, la Revolución es imposible. Y esta fuerza dirigente se constituyó como tal, incluso mucho antes de que pudiera cristalizar institucionalmente en un Partido, en una organización.

En efecto, la Revolución cubana tuvo dirección y fuerza suficientes para atravesar exitosamente las etapas más duras y difíciles del proceso revolucionario, cuando todavía esa dirección y esa fuerza no se expresaban en forma de Partido. Y sólo en la medida que la Revolución avanzaba, iba conformándose progresivamente la organización política en que habría de cristalizar la responsabilidad dirigente de la Revolución.

Jalón decisivo en el proceso de formación de¡ Partido lo constituyó la audaz y novedosa decisión de la conducción revolucionaria de integrar progresivamente, en una sola organización, al Movimiento 26 de Julio, al Partido Socialista Popular el partido de los comunistas cubanos , y al Directorio Revolucionario. Por este camino se logró paulatinamente ir fundiendo en una sola estructura orgánica a todos los revolucionarios, cualesquiera que fuese su procedencia ideológica inicial y su originaria pertenencia partidaria. Nace así, enriquecida, la nueva organización, el nuevo partido, con los aportes provenientes de las más distintas vertientes revolucionarias, sin exclusivismos ni prejuicios, sacrificándose los chovinismos partidistas y parroquiales, al gran objetivo de unir, organizar y elevar el nivel ideológico de todos los revolucionarios. Superando así toda estrechez sectaria y con una gran perspectiva de futuro, pudo, de esta manera la conducción revolucionaria, dar el gran salto unitario hacia adelante, que le permite ahora a Cuba disponer de un solo y gran partido dirigente de la Revolución, el Partido Comunista de Cuba.

Compañeras y compañeros: De adrede, hasta el momento, no he aludido a nuestra experiencia chilena, al hacer el análisis de los aspectos más relevantes de la Revolución Cubana. Pero, a la luz de las consideraciones precedentes resulta útil sacar algunas consecuencias de estas reflexiones en relación a Chile.

Decíamos, en la primera parte de esta exposición, que los movimientos populares, democráticos y antiimperialistas latinoamericanos, cuando sobre todo asumían responsabilidades gubernativas, tendían, pasado un período de avan- ces iniciales, a la frustración, a la división, al estancamiento y al compromiso, cuando no a la claudicación.

No fue tampoco ese el caso de Chile, durante el Gobierno de la Unidad Popular. La muerte en combate de¡ Presidente Allende en el Palacio de La Moneda, es la más clara muestra de la indoblegable voluntad de los demócratas y revolucionarios, vale decir de la Unidad Popular, de ser fieles al programa prometido, de ser consecuentes con sus

Archivos Internet Salvador Allende 54 http://www.salvador-allende.cl propósitos de transformación de la sociedad chilena. Fue precisamente la lealtad al Programa de la Unidad Popular, traducida en las grandes realizaciones del Gobierno del Presidente Allende, que golpearon en lo más sensible a la reacción y al imperialismo, lo que explica el levantamiento contrarrevolucionario de las Fuerzas Armadas.

En Chile no hubo, pues, ni compromisos claudicantes ni transacciones indecorosas con el enemigo. Hubo voluntad y decisión de avanzar, y si no fue posible hacerlo más, e incluso fuimos, a la postre, temporalmente derrotados, fue porque no logramos concitar o retener alrededor nuestro, el amplio consenso popular y nacional que necesitábamos para consolidar lo alcanzado y continuar avanzando; fue porque no logramos tampoco construir sobre nuestra base de apoyo, una dirección política lo suficientemente unida y centralizada, que conforme a la teoría revolucionaria, hubiese sido capaz de elaborar una estrategia de poder y una política de defensa de la Revolución, que pudo habernos permitido enfrentar en mejores condiciones a la contrarrevolución, y vencerla en definitiva. La confrontación de nuestra experiencia con la de Cuba, nos ha servido para confirmar la importancia que tiene, en el éxito de los procesos de transformación social, la unidad de todos los revolucionarios, configurándose con ellos una real fuerza dirigente del proceso y una conducción centralizada de sus luchas y realizaciones. Nos confirma también lo esencial que resulta para enfrentar la contrarrevolución y para defender la Revolución, la transformación del aparato del Estado, y en especial de las Fuerzas Amadas, junto a la movilización y participación popular en las tareas de defensa del proceso. Nos confirma también en nuestra conclusión de que el arrebatar la hegemonía ideológica a la reacción en la sociedad, sobre la base de una masiva ofensiva en tomo a las ideas de la Revolución, es, también, condición esencial para poder unir tras ella a las más grandes mayorías nacionales, ampliando asía¡ máximo su base de sustentación.

Queridos amigos: No podría como chileno, dejar de destacar, ahora, un rasgo fundamental de la Revolución Cubana, que la caracteriza significativamente. Me refiero a su resuelta e incondicional inspiración y conducta internacionalista. No ha habido lugar ni oportunidad en el mundo, durante estos últimos veinte años, en que, habiendo podido hacerlo, no se haya hecho presente la Revolución Cubana, poniendo a disposición de los pueblos todo lo que ella ha podido aportar para estimularlos, apoyarlos y sostenerlos en sus luchas. Su ejemplar comportamiento en este sentido le han valido a Cuba ubicarse en un plano destacado en la comunidad internacional y ocupar también un lugar de preferencia en los afectos de los pueblos oprimidos del mundo.

Nosotros, los antifascistas chilenos hemos recibido de ella su incondicional y concreta solidaridad, como manifestación de su vocación internacionalista y latinoamericana. Vaya, compañero Embajador, a través suyo, una vez más nuestra expresión de gratitud y reconocimiento.

Compañeras y compañeros:

He, seguramente, abusado de vuestra confianza esta tarde con ustedes con esta más que larga alocución. Pero pienso que para todos los revolucionarios latinoamericanos, y para los chilenos en particular, la celebración del XX Aniversario de la Revolución Cubana no se merece un acto meramente recordatorio y convencional. La trascendencia de lo que ha pasado en Cuba, durante estos veinte años, amerita el que quienes nos sentimos identificados con ella, y recibimos de ella, como los chilenos antifascistas hoy día, su generosa y total solidaridad, nos hayamos reunido esta tarde para reflexionar en voz alta sobre ese maravilloso proceso social que, en el escenario de la isla caribeña, ha clavado, por primera vez, la bandera del socialismo en el continente latinoamericano.

(*) Discurso pronunciado en Berlín, en el acto organizado por los socialistas chilenos exiliados en la RDA, el 10 de enero de 1979.

Archivos Internet Salvador Allende 55 http://www.salvador-allende.cl III. CLAVES DE LA POLITICA CHILENA

En torno a las Fuerzas Armadas en el sistema político chileno.1975*

En Chile, a diferencia de los demás países latinoamericanos, las Fuerzas Armadas no jugaron, una vez lograda la independencia, un papel determinante y esencial en la constitución del Estado nacional. El establecimiento del régimen conservador y autoritario, después de la derrota militar, en 1830, del liberalismo anarquizante y caudillista, tuvo como una de sus características principales la consolidación del predominio civil en el Estado y el sometimiento del Ejército a la legalidad republicana y constitucional. Tal fue el aporte más significativo de la concepción y de la realización portaliana del Estado autoritario. Naturalmente ello fue posible sólo por la singular naturaleza del país chileno, en el que una fuerte y homogénea clase terrateniente y oligárquica pudo imponer su dominación sin dificultades mayores en un espacio geográfico entonces muy reducido y accesible, sobre una población campesina ya fuertemente hispanizada y, por lo tanto, susceptible de asimilar los valores sociales y políticos de índole tradicional que les impuso la clase dominante. Los escasos intentos subversivos de liberalismo opositor, sin un respaldo social consistente, fueron sistemáticamente reprimidos por una legalidad autoritaria o simplemente por la fuerza de las armas, cuando fue necesario. Por otra parte, la permanente y paulatina apertura del sistema político para permitir el acceso a sus determinaciones, de las fuerzas políticas que se incorporaban a él, sin alterar en lo fundamental la correlación de poderes internos, favoreció el juego de los partidos políticos liberales opositores dentro del esquema institucional imperante.

En estas condiciones, el Ejército no cumplió la función de reclutamiento de liderazgos políticos, ni tampoco la de mecanismo de ascenso social y económico, como ocurrió en la generalidad de los nuevos Estados latinoamericanos. Las guerras victoriosas perfeccionaron al Ejército profesionalmente, le abrieron un amplio crédito de afecto popular y lo integraron profundamente al sistema político en proceso de modernización. La bonanza económica de fin de siglo, unida a la necesidad de mantener la eficiencia militar ante la posibilidad de un conflicto con la Argentina, y la reorganización del Ejército bajo las directivas de militares prusianos, volcaron de lleno a las Fuerzas Armadas hacia su desarrollo y superación institucionales. La estabilidad esencial del sistema político oligárquico, cada vez más abierto a la inclusión de las clases medias en su seno, no requería de la intervención activa y cotidiana del Ejército en la vida política. Las Fuerzas Armadas sólo fueron usadas para la represión masiva de carácter policial de los movimientos obreros cuándo y dónde se estimaba necesario desatar la violencia para ello.

El año 1924, la ya tradicional prescindencia política de las Fuerzas Armadas chilenas se interrumpe excepcional y abruptamente. A principios de septiembre de ese año, mientras se discutía en la Cámara de Diputados una impopular iniciativa para asignar una remuneración a las funciones parlamentarias, se escuchó sorpresivamente «ruido de sables» en tribunas y galerías. Ello acusaba la presencia de oficiales jóvenes en el hemiciclo que llegaban hasta allí en señal de protesta, no sólo frente a la eventual aprobación del proyecto mencionado, sino también por la postergación sistemática en el despacho de una serie de iniciativas de beneficio popular.

La esterilidad política del régimen parlamentario, instaurado después del contragolpe oligárquico de 1891, lo había hecho caer en el más profundo descrédito. La oposición conservadora en el Senado impedía la aprobación de los proyectos de reforma social que habían sido la bandera de lucha del entonces Presidente Alessandri en su campaña liberal y populista, en 1920. Por su parte, los partidos progresistas de Gobierno daban muestra de ineficacia y cayeron en los vicios de la politiquería y el electoralismo. Los oficiales jóvenes se hicieron eco del cansancio público por la estéril lucha partidista y presionaron para que las “ leyes sociales» fueran aprobadas por el Parlamento, interpretando una sentida aspiración popular. Los hechos políticos se sucedieron a continuación precipitadamente y culminaron con la elección del líder militar Carlos Ibáñez del Campo como Presidente de la República, en 1927, prácticamente sin opositores. El régimen autoritario y populista que se impuso, permitió no sólo la aprobación e implementación de la legislación social, pendiente durante años, sino que también promocionó una eficiente modernización del aparato del Estado, requerida por los cambios de toda índole acumulados con el tiempo y que no habían sido asimilados por el ya añejo aparato estatal oligárquico parlamentario. La irrupción de las Fuerzas Armadas en la política en esa coyuntura tuvo, pues, un carácter autoritario y antipartidista, modernizante y populista, que ayudó considerablemente a poner al día al aparato administrativo del Estado, con las exigencias del momento político y social. Pero la orientación ideológica conservadora del núcleo esencial de las Fuerzas Armadas, su anticomunismo y su incapacidad orgánica y de clase para descubrir el sentido de los movimientos populares en desarrollo, terminaron por volcar la conducta de Ibáñez y los militares en contra del pueblo, desencadenándose una ola política represiva sin que ello les atrajese, por otra parte, la simpatía de los círculos y partidos oligárquicos y liberales, a los que había desplazado del poder inmediato. La crisis de los años 29 y 30 hizo el resto, e Ibáñez fue depuesto en 1931 dando origen a un breve período que se ha llamado «la segunda anarquía política de Chile» durante el cual se registraron hechos tan significativos como el establecimiento de la efímera República Socialista, el 4 de junio de 1932, en los que tuvieron activa y determinante participación destacados cuadros de las Fuerzas Armadas.

A fines de 1932, las propias Fuerzas Armadas, interpretando el temor y el cansancio de las clases conservadoras y de sus propios cuadros mayoritarios, frente a la inestabilidad política y la inquietud social, condujeron, al país al restablecimiento de la normalidad constitucional interrumpida y retornaron a sus cuarteles.

Chile vivió así, anticipadamente a otros países latinoamericanos, la experiencia de la irrupción de las Fuerzas Armadas en la vida política, como agentes modernizadores, con una inspiración nacionalista y populista. Como en otras partes, esta intervención militar tuvo una connotación política ambivalente, prevaleciendo en su primera etapa los rasgos progresistas y en la última, la orientación conservadora. Cuando en la Argentina, Brasil, Bolivia, etc. se presentó, dos decenios más tarde, un fenómeno parecido, ya en Chile las Fuerzas Armadas habían vuelto a sus cuarteles y sus posibilidades de acción como agentes modernizadores estaban políticamente agotadas y otros agentes políticos partidos populares y el movimiento sindical , habían asumido esa función.

Archivos Internet Salvador Allende 56 http://www.salvador-allende.cl Elegido en 1932 Arturo Alessandri como Presidente de Chile, por una abrumadora mayoría representativa de una coalición civilista de centro izquierda y de derecha liberal, con la tácita complacencia conservadora, la reacción antimilitarista no se hizo esperar. En esta reacción se confundían fuerzas provenientes de dos vertientes. Por una parte, la que reconocía su origen en la ideología liberal y civilista, con especial arraigo en las clases pequeño burguesas, antimilitaristas por definición, y por la otra, la que interpretaba a los conservadores y sectores liberales de la oligarquía terrateniente y alta burguesía, que culpaban al Ejército por haber permitido, mediante su intervención en la política, el deterioro de la estabilidad institucional, que había puesto por primera vez en peligro su dominación de clase. Se inició así, un período de aguda «capitis diminutio» de las Fuerzas Armadas. Su presupuesto fue sacrificado, su contingente fue reducido al máximo, cientos de oficiales de ideas progresistas o afectos al ex Presidente Ibáñez fueron alejados de sus filas. Y lo que fue más grave y decidor, las clases conservadoras, con la autorización e incluso con el estímulo del Gobierno, formaron públicamente su propia organización armada y uniformada las llamadas Milicias Republicanas a las que se dotó de armamentos y recursos en mayor cantidad que al Ejército regular. En esta forma, las clases conservadoras crearon su propia fuerza armada para garantizar el orden social, ya que el Ejército regular no les parecía confiable para asegurar su predominio social y político en una coyuntura económica difícil, en la que los efectos de la crisis mundial generalizaban el descontento y la protesta social en todo el país.

Tal situación duró hasta que, tres años más tarde, recuperada ya parcialmente la economía del país de las heridas causadas por la gran depresión, y domesticado el Ejército al servicio del «establishment» tradicional, se pudo, de nuevo, entregarle la tarea de asegurar la reproducción y continuidad del orden social vigente.

Pero las Fuerzas Armadas que se rehicieron en esta coyuntura, lo fueron en condiciones especiales. Su prestigio institucional estaba muy lesionado, sus oficiales atemorizados y su consideración social muy disminuida, sobre todo ante los ojos de la oligarquía. Su status económico estaba también muy rebajado. Por eso, el año 1938, cuando triunfó el Frente Popular, no obstante la ideología conservadora y anticomunista predominante en los cuadros castrenses, el Ejército no tuvo fuerza para vetar ni oponerse al cambio de Gobierno. Pese a los intentos de algunos sectores políticos reaccionarios para inducir a las Fuerzas Armadas a la subversión, éstas permanecieron en sus cuarteles. Por otra parte, la moderación de la política del Frente Popular no llegó a generar en ellas la idea de que el orden social estaba en peligro. Una cuidadosa política militar del Gobierno Frentista, mediatizada a través de los cuadros masónicos de las Fuerzas Armadas, afines a los del radicalismo, la principal fuerza gobernante, le permitió al Poder Ejecutivo centroizquierdista de la época sortear con éxito los problemas derivados del eventual antagonismo entre su orientación política progresista y el trasfondo reaccionario subyacente en los institutos militares.

Después, los gobiernos que se sucedieron se alejaron unos más otros menos, de la izquierda y del movimiento obrero organizado política y sindicalmente. No se produjo, durante los decenios cuarenta al sesenta, ninguna coyuntura en que efectivamente estuviera cuestionado el orden social. La propia mecánica del sistema político chileno le proporcionaba al país adecuados correctivos que alejaban el peligro de trastornos revolucionarios.

Las Fuerzas Armadas permanecieron durante esos treinta años en sus cuarteles, alejadas de las preocupaciones y de las contingencias políticas. Su bajo status económico y la escasa influencia social y política que tenía la profesión militar, condujo a la generalidad de los mejores oficiales a abandonar pronto las filas de los institutos armados en busca de mejores oportunidades en la vida civil. Quedaban en el servicio activo los oficiales menos destacados y aquellos en los cuales su acendrada vocación castrense hacía despreciar las mejores posibilidades que les ofrecía la vida civil.

Esa marginación de la actividad cívica, constituyó a las Fuerzas Armadas, a lo largo de todo el período, en un relativo «compartimento estanco» dentro de la sociedad chilena. Fue ese el duro castigo que, fundamentalmente el «establis- hment» oligárquico, reinstaurado en los años treinta, les infligió, por el delito de haber emergido en el escenario político poniendo en peligro las reglas de juego institucional que garantizaban razonablemente la permanencia y reproducción del orden social.

Como se deja dicho, la estabilidad política del país no apareció comprometida durante esos tres decenios. Sólo esporádicamente se usó el Ejército, Armada y Aviación para desempeñar algún acto represivo o para que personeros suyos integraran los gabinetes ministeriales para reforzar la imagen de los gobiernos. Y esas intervenciones políticas, todas de signo reaccionario, se presentaban en la época legitimadas por la necesidad de combatir al comunismo y al marxismo, definidos durante la «guerra fría” como los principales enemigos de la «civilización cristiana occidental». Durante todo ese período se fueron anudando paulatinamente los contactos de todo orden con las Fuerzas Armadas norteamericanas. La educación política que los uniformados chilenos no recibían en su propio país, la adquirían en las escuelas y academias del país del Norte, sobre la base de un anticomunismo ciego, que reforzaba el autoritarismo reaccionario adquirido de su formación profesional a la prusiana. Poco a poco fueron imbuyéndose, los oficiales chilenos, de la idea de que su rol profesional contemporáneo era el de actuar como fuerza represiva contrarrevolucionaria, cuando el orden interno o la «seguridad continental» estuvieran en peligro.

Así, mientras en esos años las Fuerzas Armadas de la Argentina, del Brasil, de Bolivia y del Perú se convertían en los factores decisivos de poder en sus respectivos países y se adentraban, por tanto, por la fuerza de las cosas, en la problemática real de sus naciones, los uniformados chilenos permanecían segregados de la cosa pública contingente, dedicados a su perfeccionamiento profesional y técnico, sin otro alimento teórico para comprender a su patria y al mundo, que el que les proporcionaban sus adoctrinadores norteamericanos y el que percibían a través del autoritarismo formal y cuartelero de su educación estrictamente militar. No es de extrañar así, el carácter profundamente reaccionario del elenco de valores con que llegaron a juzgar el extraño y desconcertante mundo que se envolvía a su alrededor.

De extracción abrumadoramente de clase media, postergados económica y socialmente, colocados al margen por el «establishment” político de toda injerencia en la cosa pública, las Fuerzas Armadas rumiaban en silencio un profundo resentimiento, contra el contorno social y político que las rodeaba y que no les reconocía papel alguno trascendente en el quehacer nacional. Todo conducía a que se tornaran cada vez más incapaces de comprender el sentimiento y dirección de los acontecimientos mundiales y el rumbo que adquiría el proceso político chileno. Todo conducía también

Archivos Internet Salvador Allende 57 http://www.salvador-allende.cl a condicionar en ellas la emergencia de personalidades caracterológicamente fascistas, al decir de los psicólogos políticos.

Esta cara de las Fuerzas Armadas chilenas la de su reaccionarismo radical, de su resentimiento social y de su impermeabilidad para percibir y valorar el cambio social, permanecía oculta y solapada. A los ojos de los «políticos» de derecha, centro e izquierda, sólo valía la otra cara, aparente y manifiesta; la de su prescindencia política de su apego a la institucionalidad constitucional y democrática. Nadie advertía que su silencio político se correspondía con la ausencia de coyunturas realmente revolucionarias que colocaran en peligro los valores conservadores del orden y la seguridad, cuyos enemigos natos eran el comunismo y el marxismo, ateos, anarquizantes y antipatriotas.

Para la ideología de las Fuerzas Armadas chilenas, valores como el «desarrollo económico» o el «antiimperialismo» o la «justicia social», que tanta importancia tuvieron y tienen aún en la conformación de las alas progresistas de otros países latinoamericanos y que neutralizaban, a veces, su natural orientación autoritaria y conservadora, jugaban un papel absolutamente secundario. Para ellas, su tarea esencial era y es la de cautelar el orden, entendido a la manera reaccionaria y defender “la patria», comprendida, también formalmente, como la encarnación de ese «orden” en el cuerpo social, que es a su vez requisito indispensable para que el país pueda trabajar, producir y desarrollarse.

Esta situación es comprensible. En Chile, la tarea de promover el desarrollo económico con una orientación moderna y reformista, la estaban realizando desde la época del Frente Popular, los civiles impulsados por las fuerzas sociales y las ideas de izquierda. Esos mismos agentes políticos pugnaban por independizar económicamente al país, por redistribuir democráticamente el ingreso nacional, por realizar reformas agrarias. No tenía sentido para las Fuerzas Armadas querer arrebatar a la izquierda esas banderas. Pero lo que sí las impresionaba y conmovía, eran los efectos secundarios, no queridos, los subproductos de esa política desarrollista y reformista. Preocupaba y afectaba directamente a los uniformados la aceleración del proceso inflacionista, la movilización social que iba aparejada con el intenso juego político, la inquietud en los campos que siempre acompaña a las reformas agrarias, por moderadas que sean. Y sobre todo los inquietaba el crecimiento del Partido Comunista y de los partidos marxistas en general, la difusión de las teorías revolucionarias en la juventud y en la Universidad, el desarrollo y fortalecimiento del movimiento sindical.

En las postrimerías de la Administración Frei, un insólito planteamiento militar promovido por el General Viaux y fundamentado en exigencias de mejoramiento económico, denunciaba la inquietud existencia¡ que latía en el seno de los institutos armados. Entonces no se aspiraba sólo a mayores remuneraciones, también había, detrás de esas exigencias, una profunda desazón por la «blandura” del gobierno demócrata cristiano para reprimir al movimiento popular en ascenso y mucha preocupación por el rol dirigente que los comunistas chilenos estaban asumiendo dentro de la izquierda. Las tímidas manifestaciones de simpatía que expresaron algunos cuadros vinculados con ese movimiento hacia algunas tendencias de izquierda no comunistas,, significaban más un intento y un propósito de dividir a la izquierda y de encontrar una base populista para sus planes, que una comprensión aunque fuera superficial, de la verdadera naturaleza del proyecto político que impulsaba el movimiento popular.

El apoliticismo de las Fuerzas Armadas era pues, sólo aparente. Ellas carecían de un proyecto político propio. No comprendían tampoco los proyectos políticos de los demás. Y ese vacío ideológico se iba llenando con las simples y burdas ideas que genera la estulticia de la vida militar tradicional: la primacía absoluta de los valores del «orden” la «disciplina” y el “patriotismo”, entendidos todos de una manera unilateral, superficial, formal y reaccionaria. Estos valores eran conservadores y tenían, en la coyuntura política chilena de un lustro atrás, un contenido manifiestamente contrarrevolucionario. A través de la comunión en esos valores, las Fuerzas Armadas chilenas se ligaban de hecho a la contrarrevolución mundial, que se expresó orgánicamente en esa internacional de las espadas que el Pentágono se empeñaba y se empeña por estructurar formal e informalmente entre los ejércitos continentales.

El legalismo y el sometimiento a la legalidad constitucional tenía, pues, para las Fuerzas Armadas chilenas, un límite. Ellas eran y se sentían obedientes al poder civil en tanto éste fuera capaz de mantener el orden interno y la seguridad externa, entendidos a su manera. Desde el momento en que fuere percibido por ellas un clima de desorden interno o de compromiso externo con el comunismo, era previsible que la legitimidad de tal gobierno iba a ser cuestionada. En general, una situación de esta naturaleza, que legitimaba una eventual desobediencia, no se había producido en el entender de las Fuerzas Armadas, hasta 1970. Hasta esa fecha, su legalismo las había mantenido en los cuarteles.

El triunfo electoral, de la Unidad Popular en 1970, provocó un primer conflicto serio en el interior de los institutos armados. El resultado electoral demostraba para ellos que la democracia no había sido capaz de defenderse y de salvarse a si misma. De allí que significativos grupos de oficiales comenzaron de inmediato a abrigar propósitos subversivos. La actitud del general Schneider, Comandante en Jefe del Ejército, de negar a comprometerse en esos dañados propósitos, le costó la muerte. Fracasados esos primeros intentos subversivos, destinados a impedir la asunción al mando del Presidente electo y precipitadamente organizadas por la CIA, las Fuerzas Armadas acataron la nueva autoridad en la esperanza de que el Gobierno de la Unidad Popular, en su criterio, hiciera innecesaria la intervención militar.

Pero el Gobierno de la Unidad Popular fue consecuente con su programa y avanzó profundamente en una dirección inequívocamente encaminada hacia el socialismo. En ese momento las Fuerzas Armadas, ciegas para captar el sentido de las transformaciones estructurales internas que se desarrollaban en el país, sólo percibieron en la realidad lo que para su ideología era relevante: el desorden, la inseguridad, las dificultades económicas. Lo demás, lo principal, el contenido esencial del proceso, se les escapaba. No disponían del aparato conceptual ni del elenco valórico para aprehenderlo. Su cultura política una subcultura diferente y extraña a la del resto del país , era impotente para captar la realidad. Sólo eran capaces de apreciar las perturbaciones ocasionadas en el sistema de reproducción del orden vigente, que al comprometer los valores conservadores de los que se sentían superiores custodios, les abrieron las compuertas para ejercer legítimamente, en su criterio, su rol contrarrevolucionario, al servicio del orden establecido. Y es obvio que para la reproducción del orden vigente, la experiencia de la Unidad Popular representaba precisamente el desquiciamiento de la sociedad, el barrenamiento de las instituciones fundamentales la propiedad, la seguridad y la libertad, entendidas a la manera burguesa , y es obvio también que eso era, para ellas, el anuncio del próximo caos

Archivos Internet Salvador Allende 58 http://www.salvador-allende.cl y la disolución de la sociedad.

En este contexto social, la legitimidad del Gobierno Popular se esfumó para las Fuerzas Armadas; el deber de obediencia desapareció y sólo quedó incólume su obligación de cautelar el orden y defender «la patria» amenazada, obligación que, en última instancia, era y es la razón de ser de las instituciones armadas, en su carácter objetivo de fuerza represiva, al servicio de la mantención de la estructura clasista de la sociedad. La verdad de la esencia del Estado salió a luz. Se desvanecieron las apariencias accidentales y engañosas y sólo quedó firme la pura realidad desnuda.

En momentos de crisis aguda, cuando los pilares en que se sostiene una sociedad amenazan derrumbarse, las diferentes clases asumen de hecho su pleno carácter de antagonistas irreconciliables. La subcultura reaccionaria de las Fuerzas Armadas chilenas, les permitió con facilidad, en esa dramática coyuntura de enfrentamiento de clases, cumplir el papel objetivo que ellas están llamadas a desempeñar dentro de la estructura del aparato del Estado en las sociedades clasistas, en la misma medida que esa subcultura les vedaba e impedía acceder a la real naturaleza del papel que asumían.

La insurrección total, homogénea y simultánea de las Fuerzas Armadas chilenas, el 11 de septiembre de 1973, implicó pues, no sólo la ruptura de la legalidad democrático burguesa todavía imperante, sino aún más, la desarticulación total de la estructura del aparato del Estado burgués en proceso de transformación. Las Fuerzas Armadas, al sublevarse en la forma que lo hicieron, destruyeron ese Estado transicional y al asumir ellas mismas la totalidad del poder, sin otro límite que su propia voluntad, pusieron en marcha y configuraron otro Estado, diferente en su legitimidad y en su estructura institucional al Estado anterior, que se desintegró. Construyeron, en su reemplazo, un nuevo y auténtico Estado contrarrevolucionario, consciente de su rol político, en el que todas y cada una de sus piezas jurídicas e instrumentales se articulan en un todo, destinado directa y abiertamente a sostener, por la represión violenta, una estructura socioeconómica que se derrumbaba. En ese nuevo Estado, las Fuerzas Armadas pasaron a ser su núcleo esencial, no en el sentido de constituir su brazo armado, sino en el sentido que su propia estructura institucional devino en la viga maestra de toda la actividad estatal, en el eje fundamental alrededor del cual se articularon todas las fuerzas sociales que encabezaron y acompañaron a la contrarrevolución.

Ha quedado ya en claro, después de más de un lustro de dictadura militar, que la contrarrevolución emprendida trascendió su mero carácter represivo, destinado a despejar la amenaza y el peligro de una Revolución Social.

La contrarrevolución chilena ha asumido, cada vez más, un carácter transformador de la sociedad, en un sentido reaccionario. El fracaso de las experiencias reformistas para darle un ritmo persistente y sostenido al desarrollo económico del país, los límites objetivos que se pusieron de manifiesto en la implementación del llamado modelo de «desarrollo hacia adentro» o de «sustitución de importaciones» y la ausencia, en los institutos armados, de una ideología desarrollista consistente, produjo, cuando éstos accedieron al poder en 1973, un vacío ideológico y político en cuanto al contenido de¡ proyecto económico social que debía promover la dictadura militar.

Este vacío fue pronto llenado por toda una promoción de jóvenes ideólogos, socialmente emergidos de las clases conservadoras, educados en los Estados Unidos, o en el mismo Chile, bajo la inspiración del neoliberalismo de la Escuela de Chicago y ligados también, por su extracción social, al mundo de los negocios. La ideología económica de esta promoción llamada los «Chicago boys» es directamente funcional a las exigencias del nuevo modelo de acumulación en los países dependientes consistente con la nueva división internacional del trabajo en la era de la transnacionalización de la economía mundial capitalista contemporánea. Es más, esa ideología y el modelo económico neoliberal en que cristaliza, se presenta como la única respuesta alternativa al cuestionado desarrollismo, dentro de los marcos del capitalismo.

A través de los ideólogos y economistas de la Escuela de Chicago, se ofreció, pues, a los militares chilenos, todo un proyecto de reestructuración de la sociedad, que al presentárseles como la única forma viable de desarrollo económico, se hacía compatible con los requerimientos de la doctrina de la Seguridad Nacional, que exige como supuesto para su materialización, un determinado desenvolvimiento de la economía nacional.

Los militares aceptaron progresivamente esta teoría económica neoliberal, la compatibilizaron y ensamblaron con la doctrina de la Seguridad Nacional y, en esta forma, racionalizaron la instrumentación de la función política y represiva de las Fuerzas Armadas al servicio del interés de clase de la alta burguesía chilena, que lideraliza la implementación del modelo neoliberal en el ámbito de la economía y de la ideología.

En la medida que la progresiva implementación de los objetivos contrarrevolucionarios de transformación reaccionaria de la sociedad chilena ha ido tomando cuerpo, mayor ha sido la identificación y la homogenización de las Fuerzas Armadas con dicha política y más evidente resulta el depreciado rol que, en definitiva, han asumido en esta negra etapa de la historia de Chile: servir de instrumento político y represivo para hacer posible la realización de un proyecto regresivo de sociedad, antipopular y antinacional, construido sobre la base de la represión institucionalizada del pueblo y la subordinación del interés de Chile al de la estructura. asociada de los monopolios chilenos y del capitalismo transnacional.

(*) Artículo publicado en 1975 en la Revista de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional Autónoma de Mexico.

Archivos Internet Salvador Allende 59 http://www.salvador-allende.cl Análisis de la experiencia de la Unidad Popular. 1978*

Es para mí muy honroso ser recibido, esta noche, en la ilustre Universidad de Guadalajara, uno de los más firmes puntales del pensamiento libre de México, y uno de sus más connotados centros de actividad académica y de creación espiritual. Agradezco, pues, la inmerecida distinción que se me hace al conferirme el titulo de «Doctor Honoris Causa» de esta Casa de Estudios, distinción que entiendo dirigida, más que a relevar mi modesta significación universitaria, a expresar la solidaridad y el apoyo de esta Universidad a la causa de la democracia chilena.

No podría iniciar estas palabras sin evocar, señoras y señores, aquella inolvidable jornada, en que, acompañando al Presidente de Chile, Dr. Salvador Allende, durante su visita oficial a México, a fines de 1972, fuéramos acogidos en estas mismas aulas, desde las cuales el Presidente Allende se dirigió, a través de los estudiantes tapatíos, a toda la juventud mexicana, entregándoles su mensaje de saludo y vertiendo sus experiencias, inquietudes y esperanzas acerca del proceso social transformador que él encabezaba entonces en nuestro Chile, ante la expectante atención de la opinión pública latinoamericana y mundial.

Han transcurrido ya casi seis años desde esa, para mí, imborrable mañana en Guadalajara. Llegaba nuestro Presidente hacia vosotros, a volcar y a comunicar, de manera espontánea y auténtica y a la vez serena y fogosa, todo el caudal de ideas, intuiciones y presentimientos que lo embargaban en esos momentos, y que reflejaban fielmente el nudo de lo que, en esa hora, ocurría en Chile, donde ya las fuerzas de la reacción interna y externa habían comenzado su implacable labor destructiva, traidora y contrarrevolucionaria, que culminara el 11 de Septiembre de 1973, con el levantamiento militar y el asalto y bombardeo del Palacio de La Moneda. Ocasión aquella en que el Presidente Allende entregó heroicamente su vida como testimonio de lealtad a sus ideales, a su patria y a su pueblo.

Estos años han sido duros, pero nos han enseñado mucho.

Decenas de miles de chilenos han sido asesinados o han desaparecido. Otros tantos han pasado por prisiones, cárceles y campos de concentración. Millares de chilenos han sabido de la miseria más extrema, del drama de la cesantía, de la tragedia de no poder, educar a sus hijos, de no poder defender su salud.

Todo ha sido sacrificado en aras de un fracasado intento de construir un modelo económico que sobre la base de la superexplotación del trabajo y de la acentuación de la dependencia , estaría llamado a promover el desarrollo económico del país. Ya todos los chilenos saben de lo que se trataba. De enriquecer a los menos, a costa de los más, con la ingenua esperanza que esos menos habrían de ser capaces de sacar al país de la pobreza. Pero las privaciones y sacrificios han sido en vano, el impetuoso despegue económico que se prometiera no se ha producido, y en su lugar va emergiendo un raquítico crecimiento productivo sectorial destinado a satisfacer, dentro de un retraso general, las necesidades de las minorías y las apetencias del mercado internacional, al precio de destruir el esfuerzo de muchas generaciones de chilenos en favor de la independencia económica del país y de la satisfacción de las necesidades populares.

Tal modelo económico no se puede sostener ni perdurar, sino merced a la violencia. Violencia para impedir la expresión de las aspiraciones populares, violencia para impedir reunirse, organizarse, peticionar, discutir, criticar, pensar y crear.

En otras palabras, fascismo. A través de la vivencia del fascismo hemos aprendido a valorar la libertad perdida, a amar y anhelar más que antes la democracia, que con todas sus limitaciones y deformaciones era y es la condición insustituible del progreso humano, sin la cual es imposible hacer conciencia y construir las herramientas destinadas a transformar la sociedad, para hacerla más justa, más libre, más humana.

Durante estos ya largos años, desde el golpe fascista, los demócratas chilenos, dentro y fuera de¡ país, hemos luchado incansablemente por recuperar la libertad perdida. Y lo hemos hecho con éxito, ya que la dictadura militar cada día está más aislada internacional e internamente, cada día está más débil y su precaria base de sustentación militar se encuentra cada más resquebrajada, desorientada y dividida.

Pero a la par que hemos luchado, también hemos reflexionado. Hemos pensado sobra lo vivido e intentado desentrañar las causas profundas que, más allá de las apariencias, explican la interrupción violenta de nuestro desarrollo democrático, la frustración de la empresa revolucionaria acometida por el Gobierno de la Unidad Popular y la instauración, en la más libérrima y políticamente evolucionada de las tierras de América, de una dictadura militar con rasgos predominantemente fascistas, sin parangón en el continente y absolutamente imprevista e insospechada, incluso para los propios chilenos.

No nos hemos dividido ni enconado como resultado de estas reflexiones. No todos pensamos lo mismo, pero poco a poco han ido decantándose algunas ideas básicas, alrededor de las cuales se va produciendo un creciente consenso.

Yo quisiera, en esta oportunidad, pensar en voz alta con ustedes, transmitiéndoles, sin mayores pretensiones, algunas de las conclusiones que, a mi juicio, ha ido arrojando el proceso reflexivo sobre la experiencia chilena, y que aunque no han sido elaboradas sistemáticamente proporcionan, al menos en mi parecer, un marco de referencias fecundo para estudiarla y poder extraer de ellas aleccionadoras enseñanzas.

Los factores internos y externos del pronunciamiento militar

En primer lugar, cabe hacer una consideración metodológica: Superficialmente se ha atribuido la razón última y determinante del derrocamiento del Gobierno de la Unidad Popular a la acción de un factor externo: el imperialismo norteamericano, expresado en el bloqueo financiero a Chile de la banca y de los organismos públicos de crédito de los Estados Unidos, en la acción desestabilizadora de la CIA de la que da testimonio la propia confesión de los dirigentes americanos ante una Comisión Senatorial de su país, en la influencia decisiva del Pentágono en las Fuerzas Armadas chilenas, etc.

Archivos Internet Salvador Allende 60 http://www.salvador-allende.cl Metodológicamente es, sin embargo, erróneo plantear las cosas de esa manera. No porque no haya sido importante, y hasta decisivo, el rol que jugó el imperialismo en el derrumbe de la democracia chilena, sino porque salvo el caso de agresión militar directa de un Estado a otro , siempre los factores externos inciden en la estabilidad de un sistema político distinto, a través de su influencia en y sobre los factores que internamente debilitan a ese sistema, aumentando su eficacia desestabilizadora, haciendo posible así, que las fuerzas subversivas internas, que por sí solas no podían derribar a un régimen o a un gobierno, lo puedan hacer en definitiva, merced al apoyo que reciben de afuera en una u otra forma, apoyo que incrementa su poder y las convierte en efectivamente capaces de volcar el conflicto político en favor suyo.

Como lo expresa lúcidamente Nikos Poulantzas, en un conocido ensayo, refiriéndose expresamente al caso chileno: «...la concepción mecánica y tipológica de los «factores externos» ha sido a menudo utilizada en la tesis del complot, que fija el problema especialmente alrededor del papel supuestamente directo, inmediato y exhaustivo de Estados Unidos y la famosa CIA. Esta tesis presenta, por otro lado, la apreciable ventaja de desviar el examen de los propios errores, y sobre todo, de cerrar los ojos a las coyunturas internas que, precisamente, han permitido a las ‘intervenciones exteriores’ y al ‘dedo del extranjero’ ser eficaces. Ciertamente, nadie duda que esas intervenciones existieron y existen, pero salvo en el caso extremo de las intervenciones abiertas, directas y masivas, como en Santo Domingo o en Viet Nam , no pueden, en general, desempeñar un papel decisivo... si no se articulan con las relaciones de fuerzas internas».

En otras palabras, los factores desestabilizadores externos operan y se hacen eficaces a través de la forma como influyen, acrecientan y robustecen a los factores desestabilizadores internos. En el caso chileno, el bloqueo económico norteamericano pudo se eficaz en la medida que amplificó y fortaleció tendencias negativas para la estabilidad política del Gobierno, producidas por la propia política económica de la Unidad Popular; la influencia de los militares americanos pudo ser efectiva porque encontró en las Fuerzas Armadas chilenas interlocutores aptos para ser influenciados, como consecuencia de carencias propias de la política militar que se implementó; y los dineros de la ClA sirvieron realmente a la causa contrarrevolucionaria porque había en Chile receptores adecuados para utilizarlos subversivamente en la prensa, en los partidos políticos y en las organizaciones empresariales, que fueron los destinatarios de dichos fondos.

Lo que quiere decir que, para un análisis científico de la contrarrevolución chilena, hay que partir del examen de los agentes endógenos, de los factores internos que desarrollaron y precipitaron la crisis, para luego determinar la medida en que esos agentes y factores se robustecieron y vieron allanado su camino, merced a la actividad conver- gente y complementaria que realizaron en su favor las fuerzas contrarrevolucionarias externas, en nuestro caso, el imperialismo norteamericano.

La segunda consideración metodológica tiene que ver con la distinción que hay que plantear previamente entre las razones que explican el levantamiento militar contrarrevolucionario, y, cosa diferente, las razones que explican la incapacidad del Gobierno de la UP para enfrentarlo, y en consecuencia el porqué de su derrota.

A este respecto, está claro que el levantamiento militar es una respuesta reaccionaria a la política revolucionaria del Gobierno de la UP de parte de los intereses afectados y heridos por las transformaciones sociales que aquel impulsaba. Las Fuerzas Armadas, instrumentadas por esos intereses, se sublevaron, por tanto, no en razón de las debilidades o errores de la UP, sino al contrario, en razón de la justeza de su política revolucionaria y de la consecuencia y de la fuerza con que golpeó a los enemigos del avance social en Chile: el imperialismo, la gran burguesía monopolista y la oligarquía latifundista.

Otra cosa es que la debilidad de la UP y del Gobierno y sus errores facilitaron el éxito de la asonada golpista.

Si esto es así, el propósito autocrítico debe dirigirse a identificar esas debilidades y errores, no en cuanto causa esencial del golpe, que no se debe a esas debilidades o errores, por más que alguna propaganda fascista quiera hacerlo creer así , sino en cuanto a factores condicionantes del desenlace exitoso del levantamiento militar.

La subvaloración del adversario y la sobreestimación de la fuerza propia

Como se comprende, hay muchas maneras de abordar el tema, aun dentro de un mismo enfoque teórico. He preferido iniciar el examen de nuestro asunto desde el ángulo de un análisis crítico de la percepción de la realidad chilena por parte del movimiento, popular, punto de vista éste que no ha sido el que en la generalidad de los casos se ha elegido para estudiar nuestra experiencia.

Punto de vista también, que tiene sus limitaciones, pero que por incidir en una dimensión del problema que ha sido poco relevada, me parece interesante destacar en esta oportunidad.

En efecto, la conducta y eficacia de un factor social está condicionada por la forma cómo éste percibe la realidad sobre lo que va a actuar. El actor revolucionario, en consecuencia, actuará en una u otra forma, enfatizará tal o cual rasgo de su quehacer transformador, según sea la imagen que se forje de la fortaleza del orden social que se quiere cambiar, y de la de los factores de poder que lo sostienen.

Si hay una apreciación total equivocada de la correlación de fuerzas existentes que compiten en la pugna social, la estrategia general del proceso revolucionario adolecerá de graves carencias, no habrá una adecuada política de acumulación y despliegue de fuerzas y habrá, por consiguiente, un ineficiente aprovechamiento de los recursos políticos disponibles para hacer avanzar y triunfar la empresa revolucionaria.

En esta perspectiva, pienso, señoras y señores, que como telón de fondo para entender la situación chilena de entonces, hay que admitir que tanto la estrategia como las tácticas de las fuerzas promotoras de la transformación, estaban fundadas en una apreciación equivocada, infundadamente optimista, y hasta triunfalista de la correlación de fuerzas en el país, correlación que se estimaba ampliamente favorable y suficiente para producir en Chile cambios

Archivos Internet Salvador Allende 61 http://www.salvador-allende.cl revolucionarios, capaces de arrebatar definitivamente todo el poder a las clases propietarias y permitir así el inicio de la construcción del socialismo.

Es interesante destacar que tal apreciación equivocada no radicaba tanto en el Programa de Gobierno de la Unidad Popular, ni inspiraba las ideas oficialmente expresadas por el Presidente Allende y los voceros oficiales de sus princi- pales partidos, sino se infieren más bien de la práctica concreta de las agencias de gobierno, del comportamiento en los hechos de los reales actores políticos de la izquierda y de las ideas e intuiciones que inspiraban esas prácticas y comportamientos. Tales ideas e intuiciones resultaron a la postre erróneas, porque no tomaban en cuenta la objetiva situación del país, sino que se fundaban en una captación subjetivista e irreal del poderío relativo de las fuerzas sociales contendientes.

Esto lo vimos particularmente claro en el momento mismo e inmediatamente después del golpe militar. Pudimos percatamos, entonces, de la real fuerza de nuestros enemigos, del extraordinario poderío de las fuerzas de conservación social, a las que muchos creían debilitadas irreversiblemente, en plena decadencia y sólo capaces de obstruir temporalmente o de retrasar el proceso revolucionario, al que se lo visualizaba impulsado por fuerzas que se presumía habían alcanzado ya a ser las más poderosas y hegemónicas en el país.

Pensábamos entonces todos cual más, cual menos , dentro del campo popular, que la antigua oligarquía tradicional chilena, sobre cuya fuerza se había construido la República en el pasado siglo, se encontraba en plena retirada y en aguda descomposición. Se la suponía tocada de muerte por la Reforma Agraria iniciada durante la administración demócrata cristiana y continuada y profundizada durante el Gobierno Popular. Se creía que, por el hecho de haber sido desposeída de parte considerable de sus tierras ya era una clase moribunda.

Por otra parte, se acostumbraba en las tesis políticas, a insistir en la debilidad congénita de la burguesía industrial chilena, mucho menos desarrollada, menos rica y menos poderosa que sus congéneres de Argentina o Brasil, donde daba muestras de una energía y de una iniciativa que no se advertía en los empresarios chilenos.

Se creía que las clases medias la productiva y la improductiva los medianos y pequeños empresarios y agricultores, así como los profesionales, técnicos y empleados, estaban predestinados a acompañar a la Unidad Popular en su proyecto revolucionario, y que su antagonismo con la oligarquía y la burguesía monopólica los iba a empujar inexorablemente al lado del pueblo y de la clase obrera, de su Gobierno y de sus partidos.

Se suponía que los ideales democráticos estaban tan profundamente enraizados en la historia y en la conciencia nacionales, que no era concebible que las clases, partidos y personas permeados por esas ideas democráticas y progresistas , fueran proclives al fascismo. Se estimaba, por tanto, que al menos una parte de las mismas se unirían de inmediato en un pacto sagrado con el pueblo y la clase obrera, ante cualquier intento fascista de destruir a la democracia chilena.

Y lo que era más grave, se suponía que las Fuerzas Armadas, tradicionalmente ajenas en Chile al quehacer político y dedicadas a sus labores profesionales, iban a mantener a toda prueba su lealtad al régimen político, siempre que se respetara su integridad institucional y no se intentara formar otra fuerza armada alternativa de carácter popular.

En el plano económico, se pensaba que el solo hecho de hacer pasara manos del Estado a las principales empresas a los bancos, a las minas, y a las industrias monopólicas , iba a hacer de esta área de propiedad social, el factor determinante de la economía. Se pensaba también que esta presunta primacía del sector público en la economía, eficientemente administrado y utilizado, bastaría para enfrentar, por inéditas vías. las tendencias inflacionarias que necesariamente engendraría el proceso de redistribución del ingreso y el aumento del gasto público, consustanciales con la naturaleza de la empresa política que se acometía.

La realidad demostró, sin embargo, ser muy otra. El poder de las clases conservadoras era mucho mayor del supuesto. No se supo sacar las necesarias lecciones del hecho macizo de que el Presidente Allende hubiera ascendido al poder con sólo el apoyo de un tercio del electorado, y de que los votos con que, en el Parlamento, la Democracia Cristiana lo ayudara a ser designado Primer Mandatario, representaban a un sector ciudadano que estaba lejos de inclinarse en su mayor parte en favor del proyecto revolucionario de la Unidad Popular, y que sólo una política consciente y perseverante por atraerse al componente popular del electorado democristiano, podía darle, al nuevo gobierno, una mayoría efectiva, capaz de enfrentar con éxito la resistencia y el contraataque de las fuerzas conservadoras.

Lejos de proceder en esa forma y pese a los propósitos del Presidente Allende, un optimismo triunfalista llevó a la Unidad Popular a desperdiciar, en los comienzos de su gobierno, la posibilidad que existió de allegar a su lado al sector avanzado de la democracia cristiana, a través de una política audaz y a la ofensiva frente a ese partido que, aunque en una primera instancia hubiera significado concesiones, a la larga, habría permitido una mayor estabilidad política al gobierno y un incremento de su base social, que pudo haber sido decisivo en el momento del desenlace de la pugna social. Cuando esa operación unitaria con la D.C. se intentó en los últimos meses del Gobierno Popular, ya era tarde y las bases democristianas, influidas por los sectores reaccionarios del Partido, ya se habían definido en favor del bando contrarrevolucionario.

Por su parte, la vieja oligarquía tradicional, aunque afectada por la Reforma Agraria, estaba lejos de haber sido puesta fuera de combate. Su influencia social y su prestigio como clase en el país, y su propio poderío económico, estaban apenas rasguñados. Sus valores y su ideología, que habían sido elemento sustancial en nuestra historia republicana, continuaban orientando los comportamientos y los pensamientos de vastas capas ciudadanas que, aunque a veces abandonaban circunstancialmente a sus liderazgos políticos tradicionales, seguían estando, en lo esencial, influidas por ellos.

La gran burguesía chilena, por su parte, entremezclada y aliada con la oligarquía, controlaba el mundo de las finanzas, influía determinantemente en el mercado, penetraba profundamente la tecnocracia gubernamental, supo allegar tras

Archivos Internet Salvador Allende 62 http://www.salvador-allende.cl ella a los sectores de medianos y pequeños productores, dominaba en los ámbitos de la prensa y de los otros medios de comunicación de masas, en las, universidades, en las logias masónicas, en ciertos sectores de la Iglesia y singularmente en el Poder Judicial. Por otra parte, esa gran burguesía se empeñaba exitosamente en adquirir poder e influencia en el seno de las Fuerzas Armadas a través de sus contactos con algunos de sus hombre clave. No estaban, pues, vencidas las clases sociales adversarias del Presidente Allende. Su poderío no se. medía por el número de sus componentes una notoria minoría sino por su peso político, su fuerza social y su poder ideológico, sin contar, además, el apoyo y los estímulos de todo orden que recibían desde afuera.

Toda esa poderosa gama de recursos políticos, en condiciones normales, cuando el real problema del Poder en la sociedad no está en juego, y sólo se trata de escoger entre diversas variantes en la administración de un Estado burgués, normalmente, en esas circunstancias, repetimos, estos recursos de poder, potencialmente a disposición de las fuerzas conservadoras, no se utilizan totalmente y se da, con ello, la falsa impresión de debilidad política. Pero cuando el destino de una forma de sociedad está en discusión, cuando una clase social disputa en verdad a otra el dominio del aparato del Estado, cuando se trata de elegir en última instancia aún cuando aparentemente las cosas no se presentan así , entre capitalismo y socialismo, y cuando las clases conservadoras se hacen conscientes de esta peligrosa situación, entonces, ellas ponen al servicio de sus intereses todos esos recursos de poder que antes no se utilizaban, al menos plenamente, colocan en la balanza de la contienda política, todo el peso de su poderío, que no se mide sólo en dimensiones económicas, sino que también en fuerza ideológica y, sobre todo, en la violencia física que está a su disposición.

Nosotros habíamos leído en los libros eso del antagonismo irreconciliable de clases, eso de que las clases dominantes nunca abandonaban el poder pacíficamente; eso de que siempre echan por la borda los ideales democráticos que dicen sustentar, cuando «su» orden social está amenazado, que no vacilan en quemar lo que han adorado y en adorar lo que han quemado, cuando está de por medio su posición de dominio en la sociedad. Habíamos leído sobre el fascismo. Sabíamos que con la victoria de Allende se había conquistado sólo el gobierno, pero no el Poder. Lo decíamos y lo proclamábamos.

Pero esas verdades no habían sido internalizadas plenamente en nuestras conciencias hasta el momento mismo del golpe. Allí nos dimos cuenta cuán profundas, macizas e imponentes eran todas esas verdades, cuán real resulta ese análisis de la realidad social, cuán radical es la lucha de clases, qué capacidad de lucha, de odio y de violencia es capaz de engendrar en las clases dominante, la amenaza real a su hegemonía en la sociedad.

Nos dimos cuenta que en esos momentos de crisis existencial para las clases, cada uno toma partido por un bando y que es inútil y ridículo apelar entonces al respeto a la ley o a la Constitución, o a la democracia o a las libertades, para poner freno a la violencia desatada por quienes, en esos instantes, son capaces de todo por defender un orden social que constituye, para ellos, el único posible y el único legitimo al que cabe respetar y obedecer.

Las fuerzas conservadoras realizan, en ese momento, un esfuerzo máximo para defenderse, contraatacando. Colocando a su servicio el poder ideológico que mantienen en la sociedad y, aprovechándose del control que continúan ejerciendo sobre los medios de comunicación de masas, muestran ante el pueblo como amenazados de muerte a esos grandes valores permanentes de «la patria», «la libertad», «la democracia» y «la seguridad». Movilizan a quienes controlan la defensa de esos valores supuestamente cuestionados, imputando a sus adversarios ser la encarnación de la «antipatria» presentándolos como violentistas contumaces y como enemigos declarados de la democracia y la libertad. Todo eso se hizo en Chile y se logró crear, en determinados ambientes de clase media, e incluso en algunos sectores populares, la sensación de que la democracia estaba en peligro, en circunstancias de que nunca en Chile se había vivido como en los tiempos de la Unidad Popular, en un mayor clima de libertad y de respeto a los derechos humanos.

Las clases medias, que ya habían conquistado algún espacio político y posición económica en la sociedad o que esperan lograrlo, son especialmente sensibles a las amenazas al valor «seguridad». El temor al futuro, la incertidumbre en cuanto al porvenir, el vacío político que advertían por delante, las hizo especialmente proclives, en esos momentos, a escuchar los cantos de sirena de la reacción, que manipulan hábilmente estas circunstancias en su beneficio. Igualmente el valor del «orden» demostró ser singularmente fuerte para las clases medias frente a la amenazante anarquía, y al temible desborde de las masas. En otras palabras, esas clases medias se colocaron mayoritariamente del lado de la contrarrevolución, en el momento en que debieron elegir entre ésta y la Unidad Popular.

De ahí por qué la contrarrevolución se empeñó, desde un comienzo, en crear la imagen de inseguridad y de desorden ante la opinión pública, apelando a la faceta conservadora de la ideología de las clases medias, con el fin de alinearlas a su lado. Y de ahí por qué, también, resultaron a la postre contraproducentes y favorables para los propósitos reaccionarios, las actitudes vanguardistas de algunos grupos de extrema izquierda, que de buena fe intentaban llegar más allá de lo que permitían las condiciones objetivas. Con ello facilitaron objetivamente el trabajo de la contrarrevolución tendiente a pintar ante el hombre común una imagen del país, confusa y anárquica, que estaba, sin embargo, lejos de la realidad. No había en el país, es claro, una paz idílica. Nos encontrábamos en medio de una intensa lucha social, lo que necesariamente genera intranquilidad y desorden. Pero en ningún momento las cosas llegaron al estado de caos como lo pretendía hacer creer la derecha, y como efectivamente quiso producirlo a través de sabotajes, atentados y desmanes provocados por los grupos conspiradores fascistas.

Pero para llevar a cabo la contrarrevolución, no bastaba maximizar el uso de su control ideológico sobre la sociedad. Era necesario tener a su disposición la violencia física que se encontraba, prácticamente, monopolizada por las Fuerzas Armadas. Tarea que no era difícil, dado que los valores consustanciales con esas instituciones, como los de orden y disciplina, jerarquía y obediencia, tiene un explicable e indudable sesgo conservador. Si a ello se agrega que, en el caso chileno, la subcultura político militar no les permitía ver en el conflicto social otra dimensión que aquella que a sus ojos enfrentaba al orden contra la anarquía, y a la patria contra el comunismo, se explica el por qué esa Fuerzas Armadas pasaron por sobra su obediencia profesional y su juramento de lealtad al régimen constitucional, cuando vieron o fueron inducidos a ver que lo que estaba en juego en la pugna política era Chile mismo y el orden social, que ellos juzgaban como condición necesaria para la subsistencia de la patria y su progreso.

Archivos Internet Salvador Allende 63 http://www.salvador-allende.cl Decíamos, al iniciar estas reflexiones, que la raíz fundamental de los errores estratégicos y tácticos del Gobierno de la Unidad Popular provenían de una apreciación equivocada del verdadero balance de la conelación de fuerzas que estaba detrás de la pugna política cotidiana.

Hemos pasado rápida revista al enorme caudal de recursos que tenía el adversario, que puso en acción para obstruir primero, destruir después, el proyecto político de la Unidad Popular. La contrarrevolución llegó a ser tal, o en otras palabras, la resistencia al régimen asumió formas contrarrevolucionarias porque las realizaciones del Gobierno del Presidente Allende, a diferencia de otros ensayos populistas, amenazaban comprometer las bases mismas del edificio de la sociedad. En efecto, la nacionalización de los recursos naturales del país, en especial de las minas de cobre, la nacionalización de la banca y de los grandes monopolios industriales y comerciales, la extensión y profundización de la Reforma Agraria, la redistribución del ingreso y la adopción de una política internacional independiente y soberana respecto, sobre todo, a los Estados Unidos, demostraba a los ojos de las clases conservadoras que en aquella oportunidad el proyecto de transformación de la sociedad chilena iba en serio y que, a la larga, la institución misma de la propiedad, entendida a la manera burguesa, se encontraba en real peligro.

Se aproximaba así un enfrentamiento decisivo, para cuyo efecto las fuerzas conservadoras debían jugarse el todo por el todo. Fue así como las clases propietarias chilenas heridas en sus intereses, junto a sus aliados en el extranjero, también afectados por la política popular y progresista del Presidente Allende, no vacilaron en declarar la guerra total al Gobierno de la Unidad Popular, sin parar mientes en sus consecuencias. La suma de recursos con que contaban y que pusieron en juego, expresaba el peso inmenso de la inercia social, que coloca, al servicio de la conservación del pasado, hábitos engendrados en las sociedades de clases a través de miles de años. No es, pues, empresa fácil abrir un boquete en la cerrada estructura de la sociedad capitalista para emprender el camino del socialismo. El tránsito del capitalismo al socialismo representa el enfrentamiento político y social más trascendente, agudo y difícil de toda la historia. Es todo un pasado milenario el que se defiende rabiosamente sin trepidar en los medios. Y es toda la estructura mundial del capitalismo la que se moviliza y acude en ayuda del sistema, cuando ésta peligra en algún lugar del globo. Como ocurrió en el caso de Chile, con el agravante de que no era precisamente el último rincón de América el mejor escenario para poder enfrentar victoriosamente a tal complejo de enemigos internos y externos.

Las enseñanzas que arroja la experiencia del Gobierno Popular

Alguien podría sacar de todo lo dicho la improvisada conclusión de que el proyecto revolucionario de la Unidad Popular era inviable, que estaba destinado de antemano al fracaso y que no cabe pretender avanzar por la democracia hacia el socialismo en un contexto social como el chileno de entonces.

De ninguna manera. Lo que dejamos dicho es que la subestimación de la fuerza del adversario y la sobreestimación correlativa de la propia, nos condujo a errores estratégicos y tácticos que pudieron haberse evitado si hubiera habido una mayor conciencia de la real situación del país, lo que habría determinado la adopción de otras políticas que las que se siguieron en los planos ideológico, político y militar.

En efecto, una más objetiva apreciación de la realidad, debiera habernos llevado a esforzarnos en ampliar políticamente la base de sustentación del gobierno atrayendo hacia nosotros a los sectores demócrata cristianos de real vocación progresista. Ello, también, debiera habernos inducido a concebir toda una política destinada a neutralizar a las capas medias, que les hubiera sobre todo, proporcionado la relativa seguridad que buscaban, garantizando la protección de los valores que esas capas compartían y cuya persistencia, era compatible con nuestro proyecto político.

Una más objetiva y más profunda percepción de la realidad nacional, debiera habernos llevado a la conclusión de que la legitimidad formal del nuevo gobierno, entroncado a su origen constitucional y electoral, no bastaba para asegurar su estabilidad, y que era, en consecuencia, necesario relegitimarlo, o sobrelegitimarlo ante el país, en razón de los objetivos y metas democráticos y progresistas que perseguía y que interpretaban los intereses populares y nacionales.

La creación de una nueva legitimidad democrática ante la opinión pública, debiera haberse correspondido con un consecuente propósito de arrebatar a las clases dominantes su hegemonía ideológica en la sociedad, traducida en una política cultural, educacional, de propaganda y de utilización y control de los medios de comunicación de masas, que hubiese permitido evitar, o al menos dificultar, la manipulación de la opinión pública por la contrarrevolución.

Una justa apreciación en ese mismo sentido, debiera habemos hecho plantear con fuerza una reforma constitucional, en que cristalizara esta nueva y más profunda concepción de la democracia, no limitada al reconocimiento formal de los derechos humanos, sino dirigida a organizar a la sociedad de manera de hacerlos efectivos y operantes. Ello debiera habernos llevado también a transformar la naturaleza y la función de los poderes del Estado, que como el Judicial, constituían un cerrado coto de caza al servicio de los más reaccionarios intereses de la sociedad. Y sobre todo y principalmente debiera haber movido a concebir y realizar todo un gran proyecto militar, destinado a transformar progresivamente la naturaleza de las instituciones armadas, comenzando por la inmediata y posible remoción de los altos mandos de lealtad dudosa, hasta culminar en una profunda democratización de las formas de reclutamiento de sus componentes y de su estructura, pasando por un nuevo tipo de formación ideológica de sus oficiales y la formulación de una nueva y progresista doctrina de defensa nacional. La lucha contra el sistema de mantener a las instituciones armadas como un compartimiento estanco dentro de la comunidad nacional, debió haberse convertido en un gran tema nacional, de manera de ir favoreciendo la unidad del Ejército y del pueblo en forma de haber hecho imposible que las FF.AA. se convirtieran en los enemigos mortales de los trabajadores chilenos.

En el plano económico, una más adecuada apreciación de la realidad objetiva, debió haber llevado a concluir, en primer lugar, que no bastaba simplemente con traspasar formalmente la propiedad de las empresas privadas al Estado, por importantes que ellas fueran, para convertir el área de propiedad pública en sector dominante de la economía. Ni bastaba tampoco la mera redistribución del ingreso, dentro de una economía de mercado, para reorientarlas inversiones en función de la satisfacción de las más premiosas necesidades populares. Si no se introducen progresivamente en el funcionamiento de la economía de mercado, elementos de una economía socialista, como la

Archivos Internet Salvador Allende 64 http://www.salvador-allende.cl planificación económica en función de la satisfacción de las necesidades básicas de la población en el ámbito de la producción y del consumo y en función del desarrollo auto sostenido de la economía , el mero traspaso de la propiedad y la mera redistribución del ingreso, no logran alterar el mecanismo de reproducción espontáneo del sistema, el que termina por absorber y dominar a los islotes aislados del socialismo. Estos reductos, lejos de ir deviniendo en puntos de apoyo para la construcción de la nueva economía, se convierten sólo en factores de desorganización del funcionamiento de la economía capitalista, afectando gravemente su eficacia.

Una política económica orientada a transformar la estructura de la sociedad en la dirección del socialismo, supone ir creando y desarrollando en el seno de la economía de mercado, todo un ámbito gobernado por la legalidad económica socialista, planificada con la mira de constituirse, progresivamente, en el área dominante de la economía, capaz de controlar y contrarrestar eficazmente los desequilibrios y desajustes que produce en una economía socialista, planificada con la mira de constituirse progresivamente en el área dominante de la economía de mercado, la necesaria y previsible expansión de la oferta, so pena de desencadenar o agravar el proceso inflacionista, con toda la secuela de desorganización social y económica que produce, del que tanto provecho sacan los enemigos para atraer hacia sí a las vastas capas sociales perjudicadas por el alza del costo de la vida.

Podría, señoras y señores, encontrarse una inconsecuencia en sostener por una parte, como lo hemos hecho, de que el error fundamental de nuestra empresa política fue el haber subestimado la fuerza del adversario y en afirmar, como también lo dejamos dicho, de que fue necesario acometer todavía otras difíciles tareas, como la transformación institucional y la de las Fuerzas Armadas y el desarrollo de toda una política ideológica destinada a arrebatar a la derecha el control de las conciencias de vastas capas ciudadanas. Parecería que si no se logró triunfaron -omitiendo incluso arduas empresas como las indicadas , más lejos habríamos estado de la victoria si hubiéramos acometido todavía nuevas y difíciles tareas.

Sin embargo, no es así. Precisamente, el no haber intentado transformar la institucionalidad y las Fuerzas Armadas y el no haberle disputado a la reacción la hegemonía ideológica en la sociedad, fue la razón de que ambas instancias de la estructura social, marcadas con un signo evidente de clase, se volcaran enteras en contra nuestra, en la medida que se agudizaba el conflicto. Sólo si las fuerzas populares hubieran promovido consciente y prioritariamente tanto una faena como la otra, pudo haberse neutralizado al menos el peso decisivo que en el desenlace del conflicto tuvo la utilización de la institucionalidad y sobre todo de las Fuerzas Armadas tradicionales, por parte de la contrarrevolución, así como la manipulación de los valores fundamentales en que esa institucionalidad se cimentaba.

El no haber abordado esos objetivos con la fuerza y la prioridad necesarias, implicaba, de nuestra parte, la incomprensión de la verdad fundamental de que tanto el aparato del Estado como las ideologías, no son neutras y forman parte esencial e indisoluble de las estructuras de poder que sostienen y afirman un determinado modo de producción. Y esto nos llevó, pues, a la consecuencia tantas veces señalada de subestimar al adversario, por no percatarnos suficientemente de que la institucionalidad y la ideología vigentes, no eran imparciales, sino formaban parte del arsenal de recursos políticos que el adversario podía usar y efectivamente usó en contra nuestra.

Mirado este problema desde otro ángulo, puede afirmarse de que siendo suficientemente prevista la insurgencia de las clases propietarias o sea lo que se llamaba el enfrentamiento , no se advirtió la fuerza real que tenía potencialmente la contrarrevolución y, en consecuencia, no se elaboró y aplicó toda una política de defensa del proceso, que le hubiese dado a la política institucional, militar, ideológica y económica del Gobierno, una dimensión nueva, destinada a articular todas esas políticas en función de una eventual sublevación, de la necesidad de preveraa y debilitarla y, llegado el momento, de responder a ella eficazmente.

Pensamos, por otra parte, que era imposible evitar los intentos subversivos. Ellos eran previsibles. Eran un dato de la situación. Pero lo que sí era posible, era haber logrado una tal correlación de fuerzas y una tal capacidad defensiva del proceso, que si bien no podían impedir el enfrentamiento, pudieron, al menos, haberle dado un desenlace favorable al Gobierno y al pueblo. Eso sí que estuvo en nuestras manos hacer.

No sólo se trataba, pues, de transformar la economía y la sociedad, sino de, paralelamente, efectuar esa transformación de manera de ir haciendo posible la defensa del proceso y de las conquistas que éste iba logrando.

Naturalmente, esto no se podía hacer sin una previa preparación ideológica del pueblo al respecto, sin armarlo ideológicamente para poder enfrentar esas tareas. Y en eso, nuestro injustificable optimismo nos hizo subestimar este trabajo. Como se dejó dicho más arriba, no destacamos una ofensiva ideológica para denunciar el carácter de clase de la institucionalidad burguesa y de las Fuerzas Armadas, no las cuestionamos ante la opinión pública, y ello naturalmente hizo difícil, por no decir imposible, el crear en el momento oportuno, los instrumentos de defensa de la Revolución, más allá de la estructura legal del Estado, cuya dimensión clasista no supimos previamente denunciar de modo adecuado ante las masas.

El juicio equivocado sobre la real correlación de fuerzas en el país, también emerge de una sobrevaloración del propio poderío del movimiento popular.

Su permanente y progresivo desarrollo, su influencia creciente en el país, el auge del movimiento sindical y el ascenso indudable de las luchas de masas producto, todo, de un prolongado esfuerzo de decenios , permite explicar el porqué de ese triunfalismo que fue invadiendo las conciencias de dirigentes y dirigidos de la Unidad Popular.

Especialmente se tendió a confundir y a identificar el indudable e impresionante desarrollo de los partidos obreros, con el proceso ascendente de la misma clase en su totalidad, la que, obviamente, seguía sólo de atrás el desenvolvimiento de sus vanguardias. Por otra parte, se calificó también equivocadamente la vigorosa y espontánea movilización de masas que se desencadenó durante el Gobierno de la Unidad Popular, la que. lejos de significar, como se pensaba, la culminación de un proceso que elevaba al plano político la conciencia obrera, representaba, más bien, el estado inicial de ese proceso para muchos sectores populares, que recién entonces se movilizaron políticamente. por lo que su

Archivos Internet Salvador Allende 65 http://www.salvador-allende.cl madurez y consistencia estaban lejos de llegar al nivel que optimistamente se les atribuía.

La importancia de la unidad

Señoras y señores, compañeras y compañeros:

Las políticas alternativas a las efectivamente seguidas durante el Gobierno de la Unidad Popular y que, a la distancia, nos parece que habrían sido las más correctas, emergen ahora sobre la toma de conciencia de los vacíos y carencias de nuestra política de entonces. Aunque esas políticas fuesen difíciles de implementar, habría sido posible llevarlas adelante si el factor subjetivo del proceso revolucionario la conciencia, la organización y la dirección del movimiento popular hubiera sido capaz de cristalizar en una real fuerza dirigente del proceso.

Una real fuerza dirigente que sobre la base de una dirección única del movimiento popular y de una convergencia en la acción de las fuerzas sociales y políticas que lo apoyaban , se hubiera propuesto acumular las fuerzas necesarias para derrotar al adversario, dándole debida prioridad a las tareas de defensa del régimen, habría sido, a nuestro juicio, capaz de sacar la empresa revolucionaria hacia adelante, sobre la base de haber puesto en juego con la máxima eficacia, todos los recursos de poder potencialmente disponibles.

Obviamente no se logró constituir esa fuerza dirigente, única y eficaz; no se alcanzó la necesaria acumulación de fuerzas a su alrededor, ni la requerida convergencia en la acción de todas las corrientes sociales y políticas que apoyaban el proceso.

Por el contrario, la existencia y desarrollo de dos tendencias fundamentales opuestas dentro de la Unidad Popular la una, que acentuaba la viabilidad del proceso y que objetivamente minimizaba sus dificultades, y la otra, que enfatizaba la eventualidad del enfrentamiento, en un plano abstracto, pero sin plantear la forma concreta y realista para poder prevenirlo, controlarlo y vencerlo , contribuyó bastante para neutralizar la acción del Gobierno, favoreciendo el inmovilismo en los momentos decisivos e impidió la formulación de una gran estrategia defensiva de la Revolución, concebida e implementada sobre bases objetivas y reales.

No bastó, pues, el nivel de unidad que se alcanzó durante el Gobierno de la Unidad Popular. Se necesitaba mucho más unidad. Se necesitaba una dirección única, que hubiese permitido, en función de una estrategia única y de la defensa del proceso, hacer mejor uso de los recursos de poder que estaban a disposición del Gobierno y del pueblo, pero que la ausencia de esa conducción unitaria y de una evaluación adecuada de la realidad, impidió utilizar con el mayor rendimiento posible.

Creo que, en lo fundamental, después de estos análisis autocríticos, hemos asumido estas lecciones. La tendencia unitaria de las fuerzas populares que aglutina la Unidad Popular, se ha fortalecido durante la dictadura, tanto en el interior como en el exilio.

La tarea, pues, de construir la fuerza dirigente y la conducción única, sigue estando a la orden del día y debe constituir, por lo tanto, la mayor preocupación de los demócratas avanzados chilenos, ligada estrechamente a la lucha contra el fascismo, y al esfuerzo por aunar, junto a esa fuerza dirigente, a todos los chilenos que resisten y se oponen a la dictadura. Claro está que el carácter de dirigentes de una fuerza no lo da el simple deseo de hacerlo, sino que se conquista duramente en los combates de la lucha social. Y a ese desafío deben responder con audacia, realismo e imaginación, las fuerzas que aspiran a vanguardizar el movimiento popular chileno.

Señoras y señores, he pretendido en esta ocasión responder a algunas de las interrogantes que a los propios chilenos y a nuestros amigos extranjeros, plantea el análisis de la experiencia chilena de la Unidad Popular, según mi personal punto de vista.

Lo he hecho corriendo el riesgo de aburrirlos, pero he creído que los demócratas chilenos estarnos en deuda con quienes en forma tan decidida y combativa están solidarizando con nosotros y estamos, por tanto, obligados a entregarles elementos de juicio para ayudar a comprender nuestra experiencia política que, por sus alcances y proyecciones, interesa vitalmente a todos los pueblos de nuestra América.

Reitero, señoras y señores, mis agradecimientos a la Universidad de Guadalajara, por esta inestimable invitación a visitarlos y a recibir tan honorífica distinción como la de Doctor Honoris Causa de vuestra Casa de Estudios, en la certeza que este significativo acto estrechará aún más los lazos que anudan a Chile y México, lazos fecundados y robustecidos por la savia de vuestra hospitalaria y generosa solidaridad. Gracias.

(*) Disertación en la Universidad de Guadalajara, en octubre de 1978, en el acto en que fuera distinguido con el titulo de Doctor Honoris Causa de la mencionada institución mexicana.

Archivos Internet Salvador Allende 66 http://www.salvador-allende.cl Los legados de Salvador Allende. 1983*

Resulta imposible intentar identificar y valorar el aporte de un hombre a la historia, de un actor político a la sociedad en que vivió, sin referirse, al menos sumariamente, a la vida del personaje de que trata, a su entronque con el tejido social y al ambiente político y cultural de los cuales se nutrió, nexo que en último término explica el porqué de su permanencia, más allá de su muerte, a través del mensaje que entrega a su posteridad y de la vigencia de los valores que contribuyó con su obra y su vida a crear o enfatizar.

Salvador Allende constituye un ejemplo típico del hombre de la clase media intelectual chilena, forjada en la escuela democráfica del Liceo y de la Universidad liberal y progresista, producto de las luchas sociales y políticas del siglo XIX y que tanta influencia ha ejercido en la conformación ideológica de las clases políticas de Chile en la presente centuria.

Los valores decimonónicos que diseminó por el mundo la Revolución Francesa, permearon hegemónicamente el ambiente cultural de la mesocracia chilena y alimentaron ideológicamente a los partidos liberales y al radicalismo chileno. En ese clima espiritual se formó Salvador Allende. En su adolescencia, y luego en la Universidad, experimentó el impacto ideológico del socialismo y de la Revolución de Octubre, vivió intensamente los efectos sociales aleccionadores de la gran crisis de 1929 en nuestra patria, y se insertó, ya en esa época, como estudiante, en el agitado y convulso quehacer político de su tiempo, que vio emerger a la efímera, pero penetrante República Socialista de Chile del 4 de junio de 1932 y cuya estela cristalizó, el año siguiente, en la creación del Partido Socialista, del cual fue uno de sus fundadores.

En íntimo contacto, desde entonces, con el movimiento obrero, Allende ayudó desde su Partido a la conformación, en 1936, del Frente Popular y, muy joven, luego de una primera experiencia parlamentaria, fue requerido por el Presidente radical Pedro Aguirre Cerda quien triunfa al frente de aquella alianza política , para integrar, en su calidad de médico y militante, uno de sus gabinetes como Ministro de Salubridad. Ello le permitió adentrarse profundamente en la problemática social del pueblo chileno y ser observador participante en los esfuerzos del Gobierno por desarrollar hacia adentro la economía del país, promover su industrialización bajo la inspiración y estímulo del Estado, ampliar y profundizar la participación democrática del pueblo en los asuntos públicos y mejorar sus condiciones de vida, redistribuyendo en su favor el ingreso nacional.

Desde esa época pudo Salvador Allende constatar, a través de su práctica, cómo el pueblo organizado podía influir desde el poder para avanzar hacia superiores y más justas formas de convivencia colectiva, como asimismo comprobar las limitaciones que esos avances tienen dentro del modo de producción capitalista y del Estado burgués, y de la necesidad de transformarlos en la dirección del socialismo, si no sé quiere que los procesos reformistas se desvíen y se deformen integrándose sus logros en la estructura de poder de las clases dominantes.

Se confundieron pues, muy pronto, en la vida de Allende, los roles de luchador social, de hombre de Estado y de combatiente por el socialismo. Su perspectiva para juzgar la realidad se enriqueció notablemente, también, en la medida que como dirigente del Partido Socialista, del cual llegó a ser Secretario General en 1943, y como parlamentario durante treinta años, estuvo presente como actor permanente en todos los episodios políticos chilenos de la época, sin abandonar nunca la militancia partidista y sin dejar tampoco nunca de mantener relaciones directas y personales con lo más representativo de las organizaciones populares chilenas, ya sea en el plano sindical, cultural, profesional o de las relaciones internacionales.

No fue casualidad que Allende fuera elegido Presidente del Colegio Médico de Chile, varias veces candidato presidencial de la Izquierda, ascendiera a la Presidencia del Senado de la República y representara en esos largos cincuenta años de su vida política, a la Izquierda, a su Partido, al Gobierno y al Parlamento chilenos, en la más variada gama de torneos y organismos internacionales gubernativos o no gubernamentales, culminando su vida política como Presidente de Chile, tras su elección en 1970 como representante de las fuerzas democráticas avanzadas, aglutinadas en la Unidad Popular.

Allende no fue un ideólogo. Y si bien su acceso a la política y los parámetros fundamentales. que definieron su trayectoria pública estuvieron determinados siempre por su opción consciente y cada vez más profunda por el Socialismo, entendido en los términos del pensamiento marxista, su quehacer político estuvo siempre motivado en la coyuntura por las exigencias concretas de la lucha, por las demandas reales y objetivas de los trabajadores y de la sociedad chilenas y por la aspiración a ganar siempre más influencia y poder para el pueblo organizado.

Tampoco fue un político puramente pragmático, y aunque siempre quiso y logró intervenir en la coyuntura, nunca lo hizo perdiendo de vista el objetivo final, sino adecuando su propuesta política a la realidad concreta, pensando siempre intuitivamente y con razón , que el proceso político se da en el terreno de las fuerzas y no en el de las ideas, lo que no significa menospreciar a estas últimas, sino valorarlas en cuanto esclarecen y no en cuanto confunden, en cuanto movilizan y no en cuanto sumen en la perplejidad, en el desconcierto y en el inmovilismo. Siempre tuvo claro que la política era una cuestión de poder y no de tener la razón. De ahí que muchas veces su aproximación a las cuestiones políticas divergiera y se distanciara de las políticas ideologizantes, cuya relación con lo concreto se empobrece y distorsiona, porque no son capaces de captar lo particular, de descubrir, en la apariencia, la manifestación de lo esencial, y no pueden así, encontrar en la vida y por los caminos de la, vida, la vía posible para transformarla y convertir, en los hechos, la idea en realidad.

Confieso que en más de una ocasión pensé que el innegable sentido de la realidad que percibía en Allende, por la vía del pragmatismo, podía conducirlo a posturas oportunistas; pero cuando junto a él y como su inmediato colaborador en el Gobierno de la Unidad Popular, desde el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores, estuve en condiciones de vivir y ya no sólo suponer su conducta política, pude también constatar y dar fe que Allende en todo momento actuó en función de su compromiso con el pueblo y el Socialismo, rasgo esencial de su personalidad moral y política, que

Archivos Internet Salvador Allende 67 http://www.salvador-allende.cl rubricó con su muerte en combate, dando con ello una muestra elocuente e indesmentible de su lealtad a la causa democrática y socialista que abrazó desde su juventud y por la que entregó su vida peleando, ese día siniestro del 11 de septiembre de 1973, día que ingresará a nuestra historia más por la luz con que el sacrificio de Allende ha contribuido a iluminarla, que por la oscuridad y el oprobio con que quisieron empañarla la traición y la cobardía de un puñado de repugnantes generales vendepatrias.

Diseñada así, en breves palabras, la vida, la experiencia y la personalidad política de Allende, intentaremos recoger de ellas lo esencial, lo vigente, lo que constituye su legado al pueblo de Chile y a la historia, su mensaje a quienes tienen la tarea de reemprender el camino interrumpido por su muerte, luchando por reencontrar a Chile con sí mismo, para hacer retomar creativamente a su pueblo la faena de ir reconstruyéndolo en la dirección del Socialismo, en términos como acostumbraba decirlo Salvador Allende de democracia, pluralismo y libertad.

El legado democrático

En primer lugar, quiero destacar la significación de esta trilogía democracia, pluralismo y libertad que también, no por casualidad, estaba siempre presente en el discurso político de Salvador Allende. A través de esta trilogía se refleja la forma en que se vierte en su pensamiento y en su obra política, el ingrediente democrático y libertario de la tradición política republicana de Chile.

Se acostumbra decir, por nuestros adversarios, que la adhesión de la Izquierda chilena a los principios democráticos es sólo instrumental, mediatizada y oportunista. Nada más lejos del pensamiento de Allende. Su formación ideológica, su vida y lo que hizo desde la oposición o desde el Gobierno, acreditan precisamente lo contrario. La internalización, en su espíritu, del contenido permanente del humanismo democrático y libertario, inspiró toda su conducta política. Y lo prueban no sólo su palabra reiterada, sino que la gestión misma de su gobierno donde imperó siempre la más absoluta libertad, se respetaron los derechos humanos y donde fueron la Constitución y la ley los parámetros fundamentales en los que se enmarcó su conducta, hechos todos que adquieren hoy en día especial relevancia cuando es la expropiación de la soberanía del pueblo, el atropello a las libertades y derechos del hombre, y la arbitrariedad más acusada, el rasgo principal que define a la dictadura represiva militar.

El mensaje democrático y libertario de Allende cristaliza valores nacionales, producto de nuestra propia historia, expresa una característica señalada del ser nacional, de la manera de ser de los chilenos, en que el respeto a la opinión ajena y la tolerancia con los que disienten, le dan sentido pleno al levantamiento del pluralismo, como senda y camino para la búsqueda de la solución a los problemas sociales y nacionales.

Por eso no es extraño que, acorde con esta orientación de su mensaje, todas las fuerzas democráticas que se oponen y resisten a la dictadura coincidan en que el retorno a la democracia, la vivencia de los derechos humanos tal como se expresan en la Carta de Naciones Unidas , y el reconocimiento al pluripartidismo, son supuestos básicos para la reconstrucción de Chile, de manera que en un clima de libertad pueda escoger después, el pueblo una vez derrocada la dictadura , libre y soberanamente, la mejor opción, a su juicio, de las que le ofrezcan las diferentes fuerzas políticas del país.

En este orden de cosas, el legado de Allende tiene también una complementaria e indirecta significación. El hecho de que la contrarrevolución haya logrado derribar a su Gobierno y él muriera combatiendo contra ella, nos enseña también que el proceso de transformación revolucionaria de una sociedad debe ser capaz de defenderse, tener la fortaleza necesaria, emergida del hegemónico apoyo popular y del respaldo de fuerzas armadas comprometidas con él, como para enfrentar y vencer a los enemigos, que necesariamente han intentado e intentarán usar la violencia y sembrar el caos y la anarquía para desestabilizar y derrocar a los gobiernos populares y revolucionarios.

El respeto a los derechos humanos y a la ley, el reconocimiento del pluralismo ideológico y político en la sociedad, no es incompatible, sino complementario con la existencia de un Estado fuerte, sustentado en la adhesión consciente del pueblo organizado y dotado de las armas necesarias para defender ideológica, política y materialmente el proceso revolucionario y para orientar y dirigir a las masas hacia el logro de sus ambiciosos y difíciles objetivos.

El imperio de la libertad sin el fortalecimiento del Poder Revolucionado, crea las condiciones no sólo para el éxito de la contrarrevolución, sino también para que ésta suprima esa liberad, expropie la soberanía al pueblo y lo someta a la más abyecta de las opresiones, como lo demuestra elocuentemente la experiencia chilena y el trágico fin de Salvador Allende, su principal protagonista.

Su legado unitario

Una de las características que singularizan a la Izquierda chilena, dentro de sus congéneres latinoamericanas, es que desde la gran depresión de los años 30 en adelante cuando se inicia la época del desarrollo económico hacia adentro , hasta el presente, ha sido la de haber predominado siempre en su seno salvo períodos excepcionales , las tendencia unitarias, dando origen a distintas formas de alianzas políticas entre las clases medias y el movimiento obrero, a través de sus partidos más representativos.

Tanto en los planos social como político e ideológico, las izquierdas chilenas se han comportado en general, durante los últimos cincuenta años, reconociendo siempre en las fuerzas conservadoras a su enemigo principal, y entendiendo las pugnas entre los partidos populares como antagonismos secundarios.

La primera cristalización de esta tendencia unitaria progresivamente prevaleciente la constituyó el Frente Popular, desde 1936 hasta los primeros años cuarenta, que reunió, en una sola coalición política, a radicales, democráticos, socialistas y comunistas, fenómeno inusitado en América Latina y coetáneo al surgimiento y desarrollo de semejantes Frentes Populares en Francia y España. A esa combinación política sucede, siempre en los años cuarenta, la llamada Alianza Democrática, con una semejante estructura partidista. En los años cincuenta, se constituye el Frente del

Archivos Internet Salvador Allende 68 http://www.salvador-allende.cl Pueblo en el que ya los partidos ligados al movimiento obrero son hegemónicos y no los representativos de las capas medias, como en las alianzas anteriores , el que se va progresivamente ampliando y fortaleciendo, se proyecta en el Frente de Acción Popular, hasta constituirse, a fines de los años 60, la Unidad Popular, como frente que comprende ahora a socialistas, comunistas, radicales, sectores de izquierda segregados de la Democracia Cristiana y los residuos también de izquierda del populismo ibañista, que tuvo efímero florecimiento a principios de los cincuenta.

Esta tendencia unitaria predominante y que se ha mantenido, en lo esencial, hasta ahora, atravesando la difícil coyuntura de la caída del Gobierno de la Unidad Popular sin fracturas importantes, constituye una valiosa conquista del pueblo chileno, un logro de relevante significación en nuestra historia política, y que permite, si se sostiene y profundiza, abrigar un responsable optimismo estratégico en relación al futuro político de nuestro país.

Como todas las grandes conquistas populares, la unidad de la izquierda chilena no ha sido fácil alcanzarla. Las pugnas entre socialistas y comunistas, primero, entre radicales y socialistas y entre radicales y comunistas, en ciertos tiempos, y del populismo ibañista contra los partidos populares tradicionales, pusieron en peligro, en más de una ocasión, la unidad de las fuerzas populares. Pero siempre, estas contradicciones tendieron a resolverse, en último término, con salidas políticas favorables a la unidad. Sin este fenómeno, no podría comprenderse la performance electoral de la izquierda en las contiendas presidenciales de 1958 y 1964 y luego, la victoria de Salvador Allende en 1970.

Durante el medio siglo en que se desarrolló este proceso político en la izquierda, en el que siempre la unidad salió triunfante, el esfuerzo y la presión unitaria de Salvador Allende jugó un papel decisivo. Se puede decir que el mayor aporte de Allende a la historia de su país y de su pueblo ha sido su determinante contribución a forjar la unidad esencial de las fuerzas populares chilenas, unidad cuya defensa, consolidación y superación constituyen tarea prioritaria para los demócratas y revolucionarios chilenos de hoy y del mañana, como prolongación del quehacer unitario de Allende y como cumplimiento de su principal legado a la historia de Chile. Empresa ésta que no fue fácil, pues el Partido Socialista nació con una fuerte vocación hegemónica, que lo hacía proclive al aislacionismo y era fuente de un notorio chauvinismo partidario que dificultaba su inserción unitaria en el seno de la izquierda.

Durante los años cincuenta, Salvador Allende fue el arquitecto fundamental en establecer los cimientos del entendimiento y la unidad socialista comunista, firme pilar que otorga una sólida base de sustentación hasta el presente a la unidad de las fuerzas populares chilenas. Esta empresa estaba erizada de dificultades. Las querellas ideológicas con los comunistas todavía influidos por las prácticas intolerantes del período stalinista y agravadas por su parte por las fuertes reminiscencias anarquizantes y trotskistizantes en el Partido Socialista , y por otro lado, la virulenta rivalidad entre ambos partidos por el predominio sindical y su lucha competitiva por hegemonizar al movimiento obrero, hacían de este intento por favorecer el entendimiento socialista comunista, una tarea ardua y compleja.

Allende trabajó persistentemente en esta tarea y es obra en gran parte suya el que en Chile a diferencia de lo que ocurre en la mayoría de los países del mundo, con gran daño para las fuerzas progresistas de la humanidad , socialistas y comunistas se hayan ido acostumbrando a entenderse, conocerse recíprocamente e influenciarse entre sí, hechos todos que, principalmente con vistas al futuro de Chile, tienen una importancia extraordinaria.

Durante los años sesenta, el empeño de Allende en su política perseverante por construir la unidad política del pueblo chileno, estuvo marcada en primer lugar por su esfuerzo por vencer la resistencia sectaria del Partido Socialista para coligarse junto con los comunistas y otras fuerzas de Izquierda con el Partido Radical, al que se lo identificaba, a mi juicio erróneamente, como expresión transparente de la burguesía productiva nacional, clase social a la cual los socialistas le negaban, con razón, la condición de componente idóneo de una coalición de fuerzas democrático revolucionarias. También Allende pudo triunfar en estos empeños y el radicalismo, purgado de sus ingredientes más conservadores, pasó a ser parte integrante de la Unidad Popular.

En segundo lugar, durante este decenio, Allende fue activo promotor y el más entusiasta partidario, de que la Izquierda se abriera para recibir en su seno a los sectores avanzados de la Democracia Cristiana que habían abandonado ese Partido, por discrepancias con la orientación de derecha que había asumido durante la segunda parte de la Administración del Presidente Frei. Igualmente se esforzó Allende por ligar a los partidos tradicionales de Izquierda en ese período, con los remanentes más progresistas de lo que fue el populismo ibañista de los años cincuenta y que todavía tenían alguna significación política.

De este modo puede afirmarse que Salvador Allende fue el constructor fundamental de la unidad de la Izquierda chilena, que cristalizó, a fines de los sesenta, en la Unidad Popular y que lo llevó a la victoria en la campaña presidencial de 1970.

Pese a los cambios fundamentales ocurridos en Chile desde el golpe fascista hasta el presente, y a las tendencias disgregadoras que siempre acompañan a los reflujos políticos, los parámetros esenciales para mantener y desarrollar en el futuro la unidad social y política del movimiento popular chileno, siguen siempre vigentes y cada vez más necesarios.

Durante su Gobierno, Allende comprendió a través de la práctica ,que el grado de homogeneidad y de concierto de la alianza política que constituía la Unidad Popular, era insuficiente. Vislumbró entonces la posibilidad de convertir a esa alianza en un bloque político con una conducción única, en el que los diferentes partidos que lo integraban pasaran a constituir segmentos de este bloque, a los que propuso llamar «destacamentos” distinguidos por el nombre de la más relevante personalidad histórica de cada uno de ellos. Los socialistas habrían de denominarse Destacamento Eugenio Matte; los comunistas, Destacamento Luis Emilio Recabarren; los radicales, Destacamento Pedro Aguirre Cerda; los partidos de origen cristiano, Destacamento Rafael Luis Gumucio, y así, los demás partidos de la Unidad Popular. Intentó dar forma a esta iniciativa a propósito de las elecciones parlamentarias de marzo de 1973, logrando que los partidos de Izquierda inscribieran sus candidaturas como partido unido de la Unidad Popular. Pero, desgraciadamente, en aquella ocasión no estaban creadas las condiciones para dar ese gran salto adelante en el proceso de profundización de la unidad política de las fuerzas populares chilenas. La Unidad Popular no logró forjar una conducción única durante

Archivos Internet Salvador Allende 69 http://www.salvador-allende.cl el gobierno de Atiende, ni homogeneizar su estrategia y táctica políticas. Ni siquiera fue ello posible en el propio Partido Socialista, en cuyo seno surgieron orientaciones políticas contradictorias que se neutralizaron recíprocamente entre sí debilitaron su influencia política.

No pudo, nuestra alianza política, entregarle al Presidente Allende que la reclamaba una orientación única, coherente y compartida que hubiera significado darle mayor eficacia y fuerza a su gestión política, la que, de haberse logrado, habría hecho difícil o imposible el éxito de la contrarrevolución.

Pero lo que Allende no logró entonces, profundizar, renovar y superar a la Unidad Popular, con la mira de constituir un compacto bloque democrático hacia el socialismo, sigue siendo la más importante tarea actual del movimiento popular chileno. Sin ese bloque, conformado sobre todo a través de la acción común y en el seno del pueblo, descontento y sediento de conducción unitaria y renovada, será difícil derrotar a la dictadura militar, poniendo término a esta fase contrarrevolucionaria de nuestra historia. Lo más que se podrá lograr, sin esa superior unidad, será un retomo a la democracia tradicional, formalista y parlamentaria, lo que está muy lejos de satisfacer la demanda popular de participación activa y permanente en la cosa política y conducción unitaria en la acción práctica. Esta última es, a su vez, condición necesaria para conquistar la hegemonía ideológica en el seno del pueblo por esa Izquierda renovada, disputándole a las fuerzas conservadoras el control de las conciencias y conductas políticas, sin lo cual no es viable pensar en retomar el camino de las transformaciones sociales democrático revolucionarias que puedan superar el punto muerto y el empate social que subyace como telón de fondo de la situación política chilena, tras la frustración de la etapa democrático formal en lo político y desarrollista en lo económico, sobredeterminadas por la estructura capitalista, hegemónica en la sociedad.

De ahí por qué recobre relevante actualidad la trayectoria y el legado unitario de Salvador Allende, en un momento en que bajo una u otra forma, han ido emergiendo en el campo popular y progresista chileno, al calor de la cultura política del reflujo que siguió a la derrota, tendencias que, so pretexto de renovarlo todo y de cuestionarlo todo, con un marcado tinte de diversionismo ideologizante, conducen en la práctica a introducir y magnificar, en el seno de la Izquierda, antagonismos secundarios, en torno a diferentes utopías que inspiran a las diversas fuerzas políticas. O en torno a problemas que todavía no ha resuelto nadie en el mundo y a los que sólo la historia, la lucha y la vida darán respuesta definitiva.

Es en el decurso de esa lucha del pueblo chileno, interrelacionada con la de los demás pueblos, donde éstas interrogantes encontrarán respuesta, y no en cenáculos académicos alejados de las concretas cuestiones que inquietan a las masas, y en relación a las cuales el papel de la instancia y el pensamiento político es convertir su descontento en lucha y su rebeldía difusa en combate organizado. Esa es la tarea del día, y no otra. Con lo que ya se ha logrado como consenso entre todas las fuerzas democráticas para combatir la dictadura y concebir la transición a la democracia plena, hay más que suficiente como para justificar un quehacer unitario y avanzar hacia la conformación de un pensamiento y una conducción unificada de las luchas populares.

No se comprendería el alcance y la actualidad del mensaje unitario de Allende si no aludiera a lo que es su necesario complemento: el espíritu abierto, amplio, antisectario y antidogmático de Salvador Allende.

Nunca creyó tener “la verdad en el bolsillo” y siempre escuchaba las opiniones que le parecían autorizadas y respon- sables. Nunca anatemizó ni descalificó a los que, en el seno del pueblo, pensaban diferente de él y siempre quiso encontrar en ellos la parte de verdad que contenían sus opiniones.

En la hora actual, la lucha contra el sectarismo y el dogmatismo, a los que en sus palabras y en sus actos siempre Allende combatió, es elemento decisivo para que podamos enriquecer, unir y renovar a la Izquierda chilena, pensando siempre que, en el seno del pueblo, las diferencias no son antagónicas ni justifican enconadas querellas, sino por el contrario, cada una de ellas refleja valorizaciones complementarias de la realidad, la cual no se puede ni comprender ni transformar si no se la capta en su totalidad y en sus matices, para lo cual la erradicación del espíritu sectario y la estrechez dogmática es condición indispensable.

Su legado nacional

Cuando, de modo folklórico, Allende afirmaba que la revolución chilena debía tener “sabor a empanada y vino tinto», estaba apuntando a la necesidad de enraizar al movimiento popular a nuestra historia y sus tradiciones, y poder así proyectarlo hacia el futuro. La vía chilena al socialismo, de la cual hablaba Allende, no debe entenderse como si hubiera creído que nuestra sociedad escapaba a las leyes generales que rigen los procesos sociales sino al hecho de que esas leyes se manifiestan en nuestra historia a la manera chilena, de acuerdo con la forma que en nuestro país se han ido dando las constantes de la historia universal y que, como en todas partes, resultan inéditas y expresivas de lo particular de las situaciones específicas.

Su valorización del ingrediente democrático en la búsqueda concreta de la revolución chilena, como un elemento siempre presente en la forma como el pueblo chileno se ha ido abriendo camino en la sociedad global y en la historia, resulta ser, así, un componente que no se puede negar o desconocer si se quiere que el movimiento popular se sustente en las luchas del pasado y del presente y no aparezca como una irrupción inusitada, sin relaciones de continuidad con las conquistas democráticas con que ese movimiento fue permeando la vida nacional a lo largo de su historia.

No se trata, pues, de que nuestra democracia, supuestamente a diferencia de otras, está por encima de las clases, y de que la pugna entre ellas no sea en nuestro país irreconciliable como lo demuestra la contrarrevolución contra el Gobierno de la Unidad Popular , sino que en Chile el apoyo y el sustento democrático de las mayorías nacionales es condición para el avance victorioso del proceso de cambio, el que no puede ser impuesto artificialmente desde arriba, sino que debe edificarse sobre el consenso de las masas populares, su organización y sus iniciativas.

Archivos Internet Salvador Allende 70 http://www.salvador-allende.cl Este carácter nacional del legado de Allende se manifiesta claramente, si recordamos que su apasionada solidaridad y apoyo a las experiencias de otros pueblos, entre ellos los de América Latina, no implicaban para él, que nosotros tuviéramos que imitar esas experiencias y diluir nuestra particularidad nacional en lo general o en lo específico de otras situaciones, sino sólo vertebrar nuestra lucha con la de los otros pueblos del mundo.

Su legado antiimperialista y agrarista

Allende tenía conciencia de que la brega contra el imperialismo constituía un rasgo esencial e insoslayable de nuestro proceso de liberación nacional.

Su nombre estará siempre presente en nuestra historia como el del mandatario bajo cuyo gobierno se nacionalizaron las empresas de la gran minería del cobre, la llamada «viga maestra» de la economía chilena y nuestro principal recurso natural en la época.

No es por casualidad tampoco que se haya denominado “Doctrina Allende” a la doctrina expropiatoria de las riquezas que, en los países dependientes, están bajo propiedad foránea, tomando en cuenta para los efectos de la indemnización, el hecho de que las empresas imperialistas han obtenido, en el pasado, abultadas y exorbitantes utilidades, cuya magnitud hace legítimo el descontar lo que de ellas exceda a las utilidades normales, cuando se quiere determinar el precio de la expropiación.

También Allende comprendía que la emancipación social de los chilenos, no podía consumarse sin la incorporación activa y participante del campesinado a la vida nacional. De allí su decisión de profundizar el proceso de Reforma Agraria, entregándole a los campesinos, la tierra para ser trabajada particular o cooperativamente, estimulando al mismo tiempo, la organización y la concientización del campesinado, proceso que alcanzó especial relevancia durante su Gobierno.

De esta forma, la dimensión antiimperialista y antilatifundista, como contenidos sustantivos del programa de la revolución chilena consigna que amplios sectores del pueblo, a veces, no sienten o no valoran en su urgencia , se vieron materializadas e impulsaron nuevos esfuerzos y movilizaciones que multiplicaron el compromiso de las masas trabajadoras con el que fue, efectivamente, su gobierno, el más justiciero y patriótico de la historia de Chile.

Su legado latinoamericano e internacionalista

Allende comprendía que la lucha contra el imperialismo no era sólo una lucha del pueblo de Chile, sabía que también lo era de los otros pueblos latinoamericanos y que era menester plantearse unitariamente, a escala continental, la realización de la gran tarea reivindicadora de nuestra soberanía y nuestras riquezas.

De allí su decidido y resuelto apoyo, desde el comienzo, a la Revolución Cubana, su estímulo a las iniciativas que, en los años sesenta, propiciara el ex Presidente Cárdenas para organizar un gran movimiento social y nacional y de la emancipación social de nuestros pueblos. De allí su presencia entusiasta en todas las iniciativas que, desde su fundación, propugnara el Partido Socialista chileno para coordinar las luchas de los partidos afines del continente.

Durante su Gobierno, Allende llevó a la práctica esa dimensión bolivariana de su pensamiento. Por eso se empeñó en la realización del proyecto integrativo sub regional del Pacto Andino; de allí también sus esfuerzos por mejorar nuestras relaciones con los países vecinos, las que alcanzaron señalado éxito, e igualmente su empeño por anudar, por vez primera, relaciones fraternas y solidarias con México.

Proyectándose más allá de América Latina, Allende comprendió la necesidad de ligar a Chile al Movimiento de los No Alineados, y de vincularlo a los esfuerzos de ligar a Chile al Movimiento de los No Alineados, y de vincularlo a los esfuerzos que los pueblos del Tercer Mundo realizaban por construir un más justo y nuevo orden económico internacional, inspiración que logró cristalizar con la celebración, en Chile, de la Tercera Conferencia Internacional para el Comercio y el Desarrollo, en la cual su participación como Presidente de Chile fue descollante y decisiva.

Allende comprendió a través de la experiencia y de !a correcta lectura de la realidad de nuestro tiempo, la verdad y la profundidad del contenido internacionalista del socialismo. Supo valorar, en consecuencia, la significación del respaldo que la comunidad de Estados Socialistas entregaban a las luchas liberadoras de los pueblos y la importancia de las transformaciones sociales que se llevaban a cabo en su seno, sin adoptar tampoco, frente a ellos, una actitud acritica y obsecuente, que no se avenía ni se aviene con el carácter autónomo del socialismo chileno ni con su acendrada convicción de la necesidad que Chile construyera su propia inserción en el movimiento revolucionario mundial.

En este contexto Allende fue un activo luchador por la causa de la Paz y no escatimó energías en respaldar con su actividad y su presencia todas las iniciativas destinadas a favorecer la distensión y promover el desarme, convencido como estaba que el conjurar el peligro de una guerra nuclear a lo que conducía la agresiva conducta imperialista , era y es uno de los principales objetivos de las fuerzas avanzadas y progresivas de la humanidad.

Su llegado partidario y socialista

Salvador Allende expresó en un torneo partidario, próximo a su asunción a la Presidencia de la República, después de la victoria electoral del 4 de septiembre de 1970: «Todo lo que soy se lo debo a mi Partido». Hablaba entonces, el Presidente electo de Chile, por la voluntad popular.

En esas breves, pero significativas palabras se encierra toda un definición de su postura política. Allende no era un caudillo. No era un líder populista. No era un personaje mesiánico que se encumbraba al calor de los sentimientos y en la fragilidad de las coyunturas. Allende era un militante del Partido Socialista, un hombre cuya personalidad política se forjó en el seno de¡ pueblo organizado, consciente y en ascenso.

Archivos Internet Salvador Allende 71 http://www.salvador-allende.cl Allende era un hombre de partido. No en el sentido menguado de la asistencia escrupulosa a las reuniones, por las reuniones; ni en el sentido de la introvertida conducta del hombre de aparato, para quien el Partido es un fin en sí mismo y su orgánica un sustituto caricaturesco de las masas. Muy por el contrario, Allende era un socialista presente donde había que pelear, fuera ante una multitud enfervorizada de huelguistas, fuera en el Congreso Nacional para disputarle la hegemonía en el debate Parlamentario al adversario de clase. Fuera en un torneo internacional donde debía escucharse la palabra chilena y socialista, fuera en el gabinete de un Ministro para exigir con firmeza el respeto por los derechos del pueblo. Fuera estimulando con su conducta a los pobladores que se «tomaban» un terreno para construir allí sus viviendas, fuera ante la Asamblea de las Naciones Unidas, para plantear como Presidente de Chile las grandes reivindicaciones nacionales.

Así entendía Allende ser hombre de partido. No encapsulándose en el seno de los comités ni en conciliábulos más o menos estériles para discutir sobre cuestiones accesorias, sino abriéndose al pueblo y yendo hacia él, para hacer conciencia, movilizarlo y organizarlo. Y en esa apertura hacia los trabajadores chilenos él veía la acción de una idea cristalizada en una organización: el Partido Socialista.

Por eso expresó, dirigiéndose a sus camaradas: “Como militante socialista y compañero Presidente de Chile, no puedo pedirles otra cosa a ustedes, mis hermanos en la idea y en la acción, que hagan del Partido un instrumento duro, firme y acerado, flexible, combatiente, con centralismo democrático y auténtica conciencia revolucionaria”.

Lejos, pues del pensamiento de Allende, el menosprecio de la instancia partidaria y el personalismo descontrolado. Desde el Gobierno de la Unidad Popular, lo que él exigía y reclamaba era orientación y línea, elaborada por la instancia política unitaria para hacerla realidad desde el poder. Y su principal descontento provenía de las insuficiencias de la alianza política que lo llevó al poder, para inspirar y proyectar la acción gubernativa, pues nunca se sintió por encima de los partidos, sino que quiso siempre y aspiró serio, un legítimo y consecuente intérprete de las aspiraciones populares, procesadas por los partidos que esa es su misión , y traducida, luego, en una línea política, la que debía servirle de faro orientador.

Importante y actual resulta en esta hora remarcar el rol que Allende le asignaba a los partidos políticos populares, en un momento como el actual en que ingenuos espontaneismos y liquidacionismos desmovilizantes, pretenden cuestionar el papel imprescindible, necesario y esencial que la instancia política cumple en el proceso social transformador, como el verdadero sujeto real consciente y eficaz de los cambios que se quiere producir en la realidad social.

El legado moral de Allende

No podía culminar esta evocación al Mensaje que Allende entregó a la posteridad, a las generaciones actuales y venideras, sin reparar en la lección moral que deja su compromiso político, sellado por la entrega de su sangre en aras de sus ideales, que eran los de su pueblo y de su patria.

¡Cuán gigantesca y distinta aparece su imagen ante la historia, si se la compara con la de tantos caudillos y caudillitos, políticos y politiqueros, que han hecho del quehacer público sólo un trampolín para satisfacer ambiciones personales o de grupo!

Los chilenos, y en especial los socialistas, nos inclinamos ante su figura histórica, cuyo legado ético, cuya estela moral es y será motivo de orgullo para quienes fuimos sus camaradas y somos ahora responsables de restaurar y renovar la democracia chilena enrumbándola en la dirección del socialismo.

(*) Artículo publicado en la revista Cuadernos de Orientación Socialista N° 16, de octubre de 1983, editado en Berlín.

Archivos Internet Salvador Allende 72 http://www.salvador-allende.cl El Marxismo en Chile. 1981 (Entrevista)*

¿Cuándo y cómo se produjo su encuentro con el marxismo? ¿Cuáles fueron sus primeras lecturas?

Mi encuentro con el marxismo fue, desde luego, posterior a mi opción por el socialismo, hacia el cual me inclinaba ya en los albores de mi adolescencia, mientras estudiaba en el Liceo, con una inspiración básicamente cristiana. Pero ya en los últimos años de mi educación secundaria se me fue abriendo un nuevo horizonte al conectarme con ideas marxistas. Recuerdo mi lectura de la Historia General del Socialismo y de las Luchas Sociales, de Max Beer, en lo histórico sociológico; de El antiimperialismo y el APRA, de Haya de la Torre, y Dialéctica y Determinismo, de L.A. Sánchez, en lo político, de la Introducción al Materialismo Dialéctico, de A. Thalheimer y El Materialismo Dialéctico, de Moisés Libedinsky, en lo filosófico. Estos y otros libros de semejante índole circulaban en Chile a mediados de los años 30, especialmente editados y distribuidos por la Editorial Ercilla.

Un poco después, al final de los años 30 y coincidiendo con la formación del Frente Popular, comenzaron a llegar libros mexicanos sobre marxismo, los unos de la Editorial Frente Cultural, entre los cuales leí el Anti Dühring; el primer libro de los clásicos que llegó a antología denominada Marxismo y Ciencias Humanas, con trabajos de Rend Maublanc, Paul Laberenne, Georges Friedmann, Marcel Prenant, y otro, de H. Lefebvre y N. Guterman titulado ¿Qué es la dialéctica?; todos ellos, especialmente ese último, me causaron profunda impresión. El libro de Friedmann De la Santa Rusia a la URSS, fue la primera obra que me dio una versión, desde el punto de vista marxista, de la Unión Soviética, ya que antes había leído Rusia al Desnudo, de Panait Istrati; Kaput, de C. Wells y otros, profundamente anticomunistas.

Pero, indudablemente, fue el contexto general de la época el Frente Popular, el desarrollo acelerado de los partidos obreros en Chile, la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial , el elemento decisivo para hacer vitales, concretas y estimulantes las opciones teóricas que buscaba y recibía de la literatura revolucionaria, lo que coincidió, además, con mi ingreso en la Universidad, donde toda esa materia prima práctica y teórica, se procesaba, se discutía y se analizaba.

¿Cuál cree usted que es la contribución de Recabarren en el desarrollo del marxismo en Chile?

Dicen los clásicos que el socialismo como fuerza política surge del entronque entre el movimiento obrero y la teoría revolucionaria. En ese proceso en nuestra patria, jugó un papel decisivo Luis Emilio Recabarren. Él se insumió y se entregó sin reservas a la agitación y movilización liberadora de la mayor concentración obrera en el Chile de entonces, el Norte salitrero, y llevó hacia los trabajadores pampinos las ideas socialistas revolucionarias. Insertó en sus luchas la utopía socialista, el compromiso internacionalista, el componente revolucionario. Todavía, quizá en forma inmadura y primitiva, pero el hecho es que hizo ese contacto entre la realidad de la lucha de clases y el ideal del socialismo que resultó a la postre, fecundo y promisor: de ahí nació, en 1912, el Partido Obrero Socialista, antecedente próximo de los actuales partidos marxistas chilenos.

¿Piensa usted que se puede hablar de una evolución de las ideas marxistas en Chile? Sí así fuera, ¿cuáles serían sus rasgos principales y cuáles los criterios posibles para intentar una periodización?

Creo que más que de una evolución de las ideas marxistas en Chile, debería hablarse de una evolución o historia del pensamiento socialista en Chile, tomando como eje la progresiva permeación de ese pensamiento por las categorías marxistas.

Así planteadas las cosas, yo hablaría primero de un período premarxista, anterior a Recabarren y a la fundación del POS, en el que la ideas jacobinas, socialistas utópicas y anarquistas, fueron los componentes principales del ideario socialista.

Luego de Recabarren y como resultado de su acción y del impacto de la Revolución Rusa, se perfila una segunda etapa en la que la versión leninista del marxismo, digerida a medias y refractada a través de cristales sectarios y dogmatizantes, se diferencia de otra vertiente que, rescatando también la visión utópica y final de socialismo, de las mismas fuentes marxistas, prolonga los aspectos anarquistas, ideologizantes y espontaneístas de la primera etapa, recibiendo, en el decurso de los años 20, la influencia de las disidencias producidas en el seno de la III Internacional, señaladamente del trotskismo, el que, a su vez, arrastra un fuerte componente sectario y dogmatizante.

Como se ve, no percibo al pensamiento marxista chileno de la época con una identidad y desarrollo propios, sino, más bien, como un elemento que juega en el proceso político de los partidos obreros y corrientes políticas avanzadas, con distintos signos y caracteres. Es característico del marxismo chileno, en todas sus vertientes, hasta muy entrados los años 30, su no asimilación de lo específicamente nacional y concreto de nuestra situación, Yo diría que hasta entonces, sólo en forma muy elemental y rudimentaria, podría decirse que la “verdad universal» del marxismo leninismo contribuía a esclarecer la problemática real de nuestra sociedad, tal como surge de nuestro pasado, y de nuestra historia.

La experiencia del Frente Popular y de su gobierno, a la vez que las nuevas características que asume la línea política del movimiento comunista internacional, para enfrentar al fascismo con todas sus distorsiones al aplicarla a América Latina, cuya situación no es la de la Europa de la época , contribuye a facilitar el «aterrizaje» del marxismo en nuestra realidad. La problemática de la industrialización del país, de la ruptura de las relaciones de dependencia, el rescate de nuestras riquezas enajenadas, y todo lo que tiene que ver con el antiimperialismo, la reforma agraria, el entronque de las luchas reivindicativas populares con los objetivos democráticos y socialistas, la política sindical frente al Estado democrático burgués, para arrancarle concesiones favorables al movimiento popular, etc., pasan a constituirse en elementos para configurar un programa o proyecto democrático y socialista para Chile, acorde en sus parámetros

Archivos Internet Salvador Allende 73 http://www.salvador-allende.cl fundamentales con un análisis marxista de nuestra realidad.

Sin embargo, tampoco en este tercer período, que yo denominaría de recepción del marxismo ya no como utopía, sino como guía para la acción , la reflexión marxista se levanta muy por encima del análisis situacional, ni alcanza a cristalizar en una corriente ideológica con presencia propia e identificable con nitidez en el panorama cultural del país.

Yo diría que, en los años sesenta vigente ya el deshielo producido por el proceso de «desestalinización» dentro del movimiento comunista internacional, redescubriendo el valor de Gramsci por el marxismo italiano y presente, de nuevo, el pensamiento del Lukács en el escenario de la filosofía marxista, así como la aparición de nuevas corrientes marxistas en Francia y otros países, la difusión de las ideas de Mao, el impacto de la Revolución Cubana en América Latina , es en los años sesenta, repito, cuando el diálogo teórico alrededor de las bases filosóficas del marxismo penetra en las aulas universitarias, contagia a nuevas promociones de la juventud comprometida y estudiosa y se proyecta más allá del ámbito de influencia de los partidos obreros, influyendo en los medios cristianos y racionalistas, alcanzando con ello personaría nacional.

Como es explicable, en este cuarto período, la discusión y el diálogo entre marxistas y la polémica con otras corrientes de pensamiento favorece tanto los avances en la teoría y su comprensión, como da oportunidad al surgimiento de heterodoxias y revisiones, algunas de discutible orientación y negativas consecuencias. Pero de todas maneras, en esta etapa el marxismo se instala en el escenario ideológico cultural del país, en un momento de intensa lucha social, política e ideológica. Ya más alejados de los problemas coyunturales, asuntos como la relación entre democracia y socialismo, función y rol del partido, espontaneísmo y poder popular, evaluación del socialismo real, el problema de las vanguardias en América Latina etc., comienzan a ser objeto de la reflexión teórica marxista.

El debate, al calor de las agudas luchas populares, fue bruscamente interrumpido por el golpe militar. Ha proseguido, sin embargo, tanto en el exilio como en el interior, aunque en un tono menor, porque, hasta ahora y puede ser que continúe siendo así , la discusión abstracta sobre los grandes problemas del socialismo contemporáneo no se ha colocado por sobre las exigencias de unidad en la lucha contra la dictadura, que debe ser la gran tarea que una a todos los antifascistas chilenos, no sólo de las diversas vertientes marxistas, sino a todos los demócratas de nuestra patria.

Dentro de esa evaluación o desarrollo, ¿cómo inscribiría usted el papel y la significación del Partido Socialista chileno?

El Partido Socialista reúne, al nacer, a elementos provenientes de diversas vertientes de marxismo, disidentes, entonces, con la ortodoxia dogmatizante, que prevalecía entre los comunistas, pero bastante heterogéneas y hasta contradictorias entre sí. Un rasgo común de todas ellas era el propósito de buscar un mayor enraizamiento del pensamiento marxista en la realidad nacional y latinoamericana y una interpretación dinámica del marxismo, reflejada en su Declaración de Principios, cuando se expresa que el Partido hace suyo como método de interpretación de la realidad, al marxismo «enriquecido por los aportes del devenir científico y social».

La historia del socialismo chileno, desde entonces hasta ahora, ha sido desde el punto de vista teórico un permanente esfuerzo por desarrollar su pensamiento dentro de los parámetros indicados, enfatizándose en un primer período de lucha contra las influencias anarquistas y socialdemócratas y, más recientemente, el combate contra los resabios del trotskismo y otras tendencias ultraizquierdistas, así como contra nuevas formas de expresión de ideas revisionistas que cuestionan aspectos fundamentales del marxismo leninismo y que son susceptibles de ser instrumentadas desde fuera del movimiento popular.

¿Cree usted que el surgimiento, en los años sesenta, de un marxismo proveniente de los sectores cristianos puede considerarse corno hito importante en la historia del marxismo en Chile?

Considero que el surgimiento, en los últimos años, de un marxismo proveniente de los sectores cristianos, es un hito importante en la historia del marxismo en Chile. Refleja, por lo demás, un fenómeno universal y particularmente latinoamericano que se relaciona con el creciente compromiso de un ala popular de¡ cristianismo con las luchas democráticas y revolucionarias de nuestros pueblos y con la evolución ideológica de esos sectores, que han emprendido la tarea de una lectura cristiana del marxismo, paralelo al intento de hacer una lectura marxista del cristianismo, en tanto mensaje de liberación, de rebeldía y de solidaridad humana.

Esta tendencia marxista emergida desde el cristianismo ayuda a comprender la verdad que encierra la idea del origen pluralista de las vanguardias revolucionarias en América Latina, que se ve ahora avalada por los hechos a través de las recientes experiencias del Frente Sandinista de Liberación en Nicaragua, y del Frente Democrático Revolucionario de El Salvador. Incluso más, pienso que la vertiente marxista proveniente del cristianismo, al igual que socialistas, comunistas y la corriente del racionalismo que ha avanzado hacia el socialismo, constituye un componente orgánico del conjunto de fuerzas destinadas a constituirse a través de un proceso, en la vanguardia y fuerza dirigente de la Revolución Chilena.

¿A su juicio, la Universidad chilena ha jugado algún papel en la difusión del marxismo?

Yo creo que sí, durante el decenio de los años 60 hasta el golpe militar de 1973. Pero reiterando lo expuesto al contestar una pregunta anterior, me parece que en nuestra Universidad, en aquel tiempo. no alcanzó a cristalizar el marxismo en algo ya maduro y funcional a las exigencias del desarrollo político y social.

Ello, no obstante, el pensamiento marxista permeó a buena parte de la intelectualidad de izquierda y llegó hasta influir en el seno de las Universidades confesionales, no a través de intromisiones burocráticas y partidistas, sino mediante un natural proceso de difusión de categorías científicas que la propia práctica social iba revelando como capaces de dar cuenta y de interpretar la realidad social y el proceso de su transformación.

El tema del desarrollo del pensamiento marxista en la “inteligentzia» chilena exige mayores precisiones. Siempre me

Archivos Internet Salvador Allende 74 http://www.salvador-allende.cl ha parecido que los chilenos al menos en este siglo , no han descollado precisamente en el terreno de la filosofía y del pensamiento abstracto. Nosotros no tuvimos aquí ni un Antonio Caso ni un José Vasconcelos, como en México; ni un Rodó, un José ingenieros o un Aníbal Ponce, como en el Río de la Plata. Ni los tenemos todavía.

En el campo de las ciencias humanas nos proyectamos más hacia la historia y especialmente la economía, que hacia las disciplinas filosóficas. En estos otros campos el desarrollo del marxismo supuso una aguda lucha frente a las corrientes predominantes en esas áreas. En el campo histórico, contra las tendencias nacionalistas, influidas por el idealismo irracionalista alemán y sus seguidores españoles Ortega y Gasset entre otros . Igualmente hubo que luchar contra las corrientes inspiradas por el tradicionalismo católico español Vásquez de Mella, por ejemplo, que hicieron escuela no sólo en la Universidad Católica , sino también en las Universidades laicas.

En la economía, las Primeras generaciones de economistas chilenos progresistas reconocían en Keynes y luego en la llamada escuela «cepaliana», con Raúl Prebisch a la cabeza, a sus mentores ideológicos, más que al marxismo. incluso gentes que política y hasta filosóficamente se definían como marxistas, en su especialidad como economistas pensaban de acuerdo a esos esquemas .. «cepalianos» que, recogiendo algunas categorías marxistas, en su esencia no superaban los supuestos básicos de la ideología burguesa.

En el área sociológica, desarrollada con posterioridad a la económica, por los años 50, el adversario ideológico princi- pal lo constituía la escuela empirista norteamericana, en su versión estructural funcionalista que, en los Estados Unidos, donde se formaron nuestros primeros sociólogos y era natural entonces que fuese la sociología imperante en ese país la que luego orientara los primeros pasos de la sociología universitaria chilena.

Con las consideraciones anteriores queremos significar que la llegada y el desarrollo del marxismo en la Universidad no fue fácil, porque el campo ideológico estaba ya ocupado, y no por ideologías anticuadas, sino por las corrientes más novedosas del pensamiento burgués como el desarrollismo “cepaliano» en economía y el estructural-funcionalismo en sociología. Incluso muchos de los profesores que finalmente internalizaron el pensamiento marxista, se formaron académicamente, en sus años mozos, como tributarios de esas corrientes de moda del pensamiento burgués.

En síntesis, creo, como ya lo expresé más adelante, que no obstante que el marxismo fue recibido en la Universidad en los años sesenta y se instaló en sus aulas, no alcanzó allí a madurar como para hacer significativamente abundante y creadora su producción intelectual, ni menos aún como para hacer escuela y convertirse en ideología hegemónica en la Universidad. Yo diría que en el campo de las ciencias sociales se avanzó más, así y todo, que en el estrictamente filosófico, o en el de la filosofía de las ciencias matemáticas y naturales.

Hubo en ese ámbito, pues, un déficit en el desarrollo del pensamiento de la izquierda, que alguna relación guarda con las insuficiencias generales que en el terreno ideológico podemos constatar durante el Gobierno de la Unidad Popular y que nos impidieron pasar a la ofensiva en este campo y arrebatar a la reacción y a la burguesía la hegemonía ideológica de la sociedad. Todo lo cual, es claro, favoreció el desarrollo de la contrarrevolución.

La publicación, en edición chilena, del libro de Mariátegui, Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana (Santiago, 1955, Colección «América Nuestra» dirigida por Clodomiro Almeyda), ¿puede interpretarse como un signo precursor de la preocupación por el problema latinoamericano, en un país que, en general, pareciera haberse mostrado durante mucho tiempo más bien indiferente a esa realidad?

Los «Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana» constituyen, sin duda, una obra clásica para lo que pudiéramos llamar la sociología marxista latinoamericana. Así como en el ámbito filosófico lo son las obras, desgraciadamente poco difundidas , de Aníbal Ponce, en especial Educación y Lucha de Clases y Humanismo burgués y humanismo proletario.

Pero yo no veo una relación directa entre la publicación en Chile, en la colección «América Nuestra» de ese libro de Mariátegui, en los años cincuenta, y la preocupación por la teoría de la revolución en América Latina que se manifestó en los años setenta. Este último fenómeno se produjo creo yo , como un efecto de la Revolución Cubana, y de las polémicas que surgieron al respecto, y que parcialmente cristalizaron en la llamada sociología de la dependencia, que era el gran tema teórico de los años sesenta y alrededor del cual escribían y disputaban Ruy Mauro Marini, André Gunther Frank, Teotonio dos Santos, Femando Enrique Cardoso, Helio Jaguaribe, Enzo Faletto, Eduardo Ruiz y tantos otros.

No me parece que en esta preocupación por los problemas latinoamericanos, desde el ángulo de la dependencia haya jugado un papel importante la obra de Mariátegui. La dimensión histórica y cultural de la realidad americana, que está presente de manera principal en Mariátegui, no parece relevada en las discusiones de los marxistas latinoamericanos de ese decenio sobre el tema de la dependencia, las que, a mi juicio, desprecian u omiten el rol de los ingredientes supraestructurales en el análisis del proceso social, concentrando exclusivamente su atención en las variables económicas y propiamente sociológicas, pero interpretando, a estas últimas, como mera proyección de lo económico en la estructura y la lucha de clases, sin reparar en el rol que juegan los elementos propiamente históricos, políticos y culturales, en cuanto instancias especificas de la sociedad, aunque dependientes, en último término, de los límites y perspectivas con que las enmarca la estructura económica. Desde este punto de vista, veo yo una analogía entre Mariátegui y Gramsci, en su común interés por destacar la influencia de la dimensión histórico cultural de la sociedad en la forma y modalidades con que se desarrolla la lucha de clases en los diferentes contextos sociales y nacionales. Y la forma, para los marxistas, no es un epifenómeno del contenido, sino que lo integra como elemento suyo.

Hay quienes prefieren no hablar de «el marxismo» sino de «los marxismos» ¿Qué opina sobre el particular? ¿Cree que hay alguna relación entre este problema y la existencia, en Chile, de varios partidos que se declaran no sólo marxistas, sino aún marxista leninistas?

Esta pregunta va, como se dice vulgarmente, «al hueso» de lo que se discute hoy en el ámbito teórico entre los

Archivos Internet Salvador Allende 75 http://www.salvador-allende.cl marxistas. Y al decir ámbito teórico, no quiero en manera alguna divorciar esas discusiones de la práctica, porque precisamente para los marxistas, resulta que lo más teórico es, a su vez, lo más práctico, en la medida que lo primero intenta captar de manera conceptual la realidad para, precisamente, influir sobre ella. Y «sin teoría revolucionaria no hay acción revolucionaria» (Lenin).

Yo diría en una primera y esencial aproximación a la respuesta, que sólo hay “un marxismo» y no varios o muchos marxismos Y esto por una razón de fondo, y radical: hay una sola realidad y, en consecuencia, la teoría sobre esa realidad debe ser también una. Pero en una segunda aproximación a la respuesta, debemos precisar que esa teoría sobre la realidad, esa verdad sobre la realidad, no adviene de golpe, sino que es un proceso infinito, como que infinita es la realidad. Y en cuanto proceso, cada fase de su decurso, cada etapa del conocimiento, da cuenta parcial de esa realidad, y supone la existencia de otras fases y etapas que dan cuenta de otros aspectos de la realidad. En otras palabras, sobre la misma realidad pueden haber teorías parcialmente verdaderas en el tiempo, pero sólo una teoría verdadera entendido el conocimiento como proceso inclusivo e infinito.

Y esto es válido para la teoría en general y para la teoría de la Revolución proletaria el marxismo en particular.

Hay una sola teoría de la revolución, hay una sola respuesta óptima a la situación revolucionaria; pero esa teoría se construye, no está dada de una vez para siempre. Se renueva a sí misma, sin dejar de ser lo que es, en cuanto a unidad en desarrollo. Es, cada vez más verdadera, sin que esto quiera decir que todo lo anterior sea falso. Porque como decía Lenin, la diferencia entre lo relativo y lo absoluto, no es más que relativa, porque siempre hay algo de absoluto en lo relativo.

El marxismo, entonces, como toda teoría, es relativo, en la medida que puede llegar a ser más verdadero que lo que es en una determinada etapa de su desarrollo, en cuanto puede ir profundizando cada vez más el conocimiento de la realidad y descubriendo siempre más y más aspectos y regularidades en la misma. Pero como siempre hay algo de absoluto en lo relativo, también en el marxismo, no obstante su capacidad o aptitud para renovarse, hay algo de absoluto en su contenido que no queda afectado por los desarrollos que puede tener, y que dice relación con los aspectos esenciales y permanentes de la situación social de la que da cuenta. Sin hacer esta precisión, resultaría que el marxismo sería sólo una imagen subjetiva de la realidad y no tendría objetividad. No sería entonces el marxismo una teoría materialista y objetiva de la sociedad, sino sólo una ideología válida para un determinado sujeto cognoscente en una situación dada, con lo que caeríamos en el pragmatismo y el relativismo más absoluto.

Es claro que el marxismo no es sólo una teoría objetiva, es también una teoría subjetiva de la clase obrera, ya que sólo desde la perspectiva de la posición de esa clase y de sus luchas se puede alcanzar el real conocimiento de la verdad de la sociedad capitalista y de la sociedad en general que desemboca en aquella. Me explico. Precisamente, por ser el alcance objetivo porque sólo desde la perspectiva de la lucha de esa clase se, puede lograr captar la esencia de la existencia social. Como que la liberación de la clase obrera, no la libera sólo a ella, sino a la humanidad en general.

Volviendo un poco atrás, entonces, hay en la teoría marxista verdades absolutas, que no hay un marxismo, sino varios o muchos marxismos, lo que generalmente se quiere decir es que en el marxismo no hay verdades de contenido absoluto, y que el marxismo es sólo una metodología, una forma de conocimiento, susceptible de llenarse con diversos contenidos. Y esto se sostiene porque, particularmente en el terreno filosófico, se tiende a vaciarlo de su contenido materialista, y en el terreno político, porque se cuestionan los aspectos cardinales de la teoría de la Revolución, desarrollados por Lenin, a los que se pretende relativizar o revisar. Así concebido, el marxismo leninismo, sería sólo una corriente marxista de validez relativa a una circunstancia o época, pero habría también otros marxismos no leninistas, válidos a su vez para otros entornos históricos. Concretamente se objetan dos elementos del marxismo clásico, que especialmente teorizó Lenin: primero, el principio de la necesidad de la instancia partido revolucionario, como subsistema distinto de la clase, aunque ligado esencialmente a ella, y el de su rol imprescindible como fuerza dirigente de la Revolución, sin la cual no hay transformación revolucionaria posible; y segundo, el principio de la dictadura del proletariado, que establece la necesidad imprescindible de coerción institucionalizada, tanto para enfrentar a la contrarrevolución que necesariamente tiende a desarrollarse como repuesta natural de la vieja sociedad ante los intentos de transformarla, como para extirpar sus raíces económicas, políticas e ideológicas, entendida esta tarea como proceso complementario e inseparable de la construcción del socialismo y de la afirmación de su hegemonía ideológica en la sociedad.

No es del caso aquí profundizar en el análisis de estos conceptos. Lo que sí queremos dejar en claro es que, a nuestro juicio, la polémica sobre si existen un marxismo o varios marxismos, concretamente, apunta a la idea de algunos ideólogos que los dos elementos señalados del edificio conceptual del marxismo, no son consustanciales a él y quienes no los comparten, son tan marxistas como quienes los aceptan.

Yo no pienso así, creo que esos dos elementos, correctamente caracterizados como leninistas, por el desarrollo que Lenin hizo de ellos, forman parte de lo absoluto del pensamiento marxista y que si bien pueden asumir formas diferentes en la medida que se manifiesten en diversos contextos históricos, en su esencia, constituyen un pilar fundamental de la teoría en su conjunto.

Ahora y refiriéndome a la segunda parte de la pregunta, si bien yo creo que en esencia y en sentido explicado hay un sólo marxismo, a ese marxismo, o en otras palabras, a la conciencia de la Revolución se puede acceder por diferentes vías, a través de diferentes experiencias y en el seno de diversas culturas políticas.

Dicho en otra forma, hay diferentes caminos para llegar a una verdad, como diferentes son las experiencias que permiten alcanzar una verdad, y diferentes los subsistemas culturales en que esas experiencias se adquieren y en cuyo lenguaje propio se manifiestan.

De ahí por qué pienso que, exigiendo el concepto de vanguardia o fuerza dirigente de la Revolución, un pensamiento

Archivos Internet Salvador Allende 76 http://www.salvador-allende.cl esencial único y una conducción única, es posible que esa vanguardia se vaya configurando con el aporte de diversas vertientes políticas cada una de las cuales dé cuenta de una experiencia distinta y se exprese en el lenguaje de la correspondiente cultura política en cuyo contexto se da esa experiencia, pero convergentes, todas esas vertientes a un torrente común.

Es lo que los socialistas estamos llamando el origen pluralista de las vanguardias, concepto que, a nuestro juicio, permite rescatar la riqueza de las distintas experiencias chilenas que han permitido ir desarrollando al movimiento popular revolucionario y que, a su vez, hace compatible la unidad y la identidad de la Revolución, con la variedad de las formas en que la práctica se está aproximando y comprometiendo con ella a los diversos componentes sociales, políticos e ideológicos del movimiento popular que resultan de nuestra historia concreta.

Para ejemplificar, no es lo mismo acceder al movimiento revolucionario, y a la conciencia teórica de la revolución, desde la práctica social en el seno del aparato orgánico de un partido obrero, que desde la experiencia de una lucha sindical radicalizada, o desde la crítica a la sociedad burguesa llevada a cabo inicialmente mediante las categorías del pensamiento racionalista en proceso de superación, o desde el ámbito cultural de una Universidad Católica, en la que se da una radicalización del pensamiento cristiano y luego una lectura temporal del contenido rebelde del Mensaje Evangélico. Ni es lo mismo llegar a ser revolucionario para un militar a través de la crítica al rol represivo y antinacional que juega la institución castrense de que forma parte, que como lo llega a ser un dirigente campesino formado en la lucha reivindicativa de su clase.

En el decurso de la formación de la vanguardia deben fundirse todos esos ingredientes en un proceso único, pero no puede artificialmente privilegiarse ninguna de esas vías o caminos de acceso a la Revolución, sin olvidar que todos los que llegan a comprometerse con ella, terminan por confundirse en la condición común de revolucionarios. Ni puede tampoco desconocerse, durante el proceso de construcción de la vanguardia, el aporte y la significación que cada uno de sus componentes históricos entrega al patrimonio común de la Revolución, dando cuenta cada uno, de algo real y propio de esa realidad, que en nuestro caso se llama Chile, su historia y su pueblo.

(*) Entrevista publicada en el N° 16 de la Revista Araucaria, de febrero de 1981. editada en España por un colectivo de intelectuales chilenos bajo la dirección de Volodia Téltelboim.

Archivos Internet Salvador Allende 77 http://www.salvador-allende.cl Diálogo entre socialistas y cristianos. (Entrevista) 1978*

1. El Presidente Allende recalcaba en sus discursos y documentos que la UP y el movimiento social que apoyaba a su gobierno era pluralista, compuesto por organizaciones y corrientes ideológicas marxistas, racionalistas laicas y cristianas. ¿Cómo evalúa Ud. la participación de los cristianos en la experiencia de la Unidad Popular?

Efectivamente, tal como el Presidente Allende solía decir, la Unidad Popular era y es una alianza política pluralista, constituida alrededor de un criterio común para interpretar a Chile, y de un programa y objetivos políticos comunes, de la que formaban y forman parte componentes representativos de diversos sectores sociales y corrientes del pensamiento inspiradas en distintas raíces ideológicas.

En cuanto a este último aspecto, en la Unidad Popular confluyen tres grandes corrientes históricas en torno a un consenso esencial en que el desarrollo y la profundización de la democracia en la dirección del Socialismo es, a la vez, la solución radical, a escala mundial, a la crisis engendrada por el capitalismo.

Una de esas corrientes ideológicas se ha desarrollado a través de la lucha y radicalización del movimiento obrero, reflejando a su vez la influencia en la sociedad chilena del movimiento proletario internacional, inspirado en el pensamiento marxista. Este componente de la UP se encarna esencialmente en sus partidos que se reclaman de orientación marxista y que aspiran a interpretar los objetivos socialistas, tal como emergen y se desarrollan en la lucha de los trabajadores por su emancipación como clase. Otra de esas corrientes recoge la experiencia de la trayectoria de las clases medias radicalizadas, en Chile y en el mundo, que, inspiradas en los principios del laicismo, del racionalismo y del humanismo, cristalizados en los ideales libertarios de la Revolución Francesa, han llegado a la conclusión de que tales valores, son negados por la sociedad capitalista y sólo pueden encarnarse y hacerse realidad en una sociedad democrática y socialista.

La tercera de estas corrientes reconoce su origen en los principios humanistas del cristianismo, independizados de su mediatización, durante un largo período histórico, por las clases conservadoras, y busca su inspiración en el contenido liberador del Mensaje Evangélico. Esta corriente ha sido estimulada en su desarrollo por las tendencias renovadoras del cristianismo que afloran en torno al Concilio Vaticano II y en América Latina, en torno a la Segunda Asamblea Episcopal de Medellín.

Esta corriente renovadora del cristianismo, en su dimensión política, condena los supuestos esenciales de la sociedad capitalista, y entiende al Socialismo como la forma histórica, en el presente, más adecuada para servir de soporte social a la realización de los valores cristianos.

Miradas así la cosas, la participación de los cristianos en la Unidad Popular, aparece como un fenómeno natural, positivo y necesario, acorde con la dirección que toman los acontecimientos en el mundo. Y la presencia suya en la Unidad Popular se explica por tanto, en cuanto esa tendencia constituye en el mundo, pero esencialmente en Chile subrayo , un componente orgánico del conjunto de las fuerzas sociales que luchan en la práctica, por la democracia y el socialismo.

2. Algunos teóricos, remontándose a Marx, Engels y Lenin y siguiendo con el pensamiento marxista leninista contemporáneo, han estimado que no es posible compatibilizar la fe cristiana con la comprensión dialéctica de la vida, la naturaleza y la historia. Estiman, por tanto, que ser cristiano es sinónimo de «retrasado ideológicamente», lo que a su vez haría imposible una unidad estratégica de marxistas y cristianos. ¿Cuál es su opinión al respecto?

Pienso, fundamentalmente, que la convergencia política entre las fuerzas cristianas que se han liberado del tutelaje reaccionario, y que reflejan por tanto auténticamente el contenido emancipador del Evangelio, y las demás fuerzas sociales, políticas e ideológicas que trabajan por el socialismo, no debe ser entendida como una mera coincidencia táctica, sino como un consenso de proyección y alcance estratégicos. Así lo ha formulado también recientemente Fidel Castro, y creo que está en la razón.

Y ello porque la común participación de cristianos y no cristianos marxistas o laicos en la empresa de la construcción de una sociedad democrática y socialista, diluye y esfuma progresivamente las diferencias de sus respectivos enfoques ideológicos de la realidad humana. En efecto, al comprometerse vitalmente el cristiano en la lucha por la democracia y el socialismo, como forma de contribuir a la realización de los valores cristianos valores que son para ellos trascendentes, y van más allá de lo temporal , se acerca, disminuye la distancia y se aproxima lo temporal a lo sobrenatural, y en cierto modo se esboza síntesis entre la tierra y el «más allá», en la que el acento real, el énfasis concreto y operativo está puesto en la conducta en este mundo y no en la espera de un mañana lejano y separado y distante de la experiencia temporal.

La misma fe en el dogma significa, en sustancia, fe en los valores que ese dogma encarna y simboliza, valores que son a la vez trascendentes y temporales y que imprimen un sentido a la vida y a la existencia humana. De manera semejante a la forma como «el ideal» socialista de la sociedad sin clases, no siendo todavía realidad y permaneciendo como mero concepto en el mundo intemporal e inespacial de las ideas, orienta, estimula e imprime dirección a la lucha concreta por el socialismo.

Para los marxistas, al dividirse la sociedad en clases y separarse el trabajo físico del intelectual., aparece “el Ideal» social como ajeno a la realidad misma, proyectándose las carencias de éste en presencias en el «más allá» o en un futuro indeterminado. Y ya en la sociedad capitalista, donde se dan las condiciones objetivas para superar esa escisión entre lo real y lo utópico, el ideal baja a la tierra, se acerca a nosotros y se convierte en objetivo concreto a realizar a través del socialismo y el comunismo.

Archivos Internet Salvador Allende 78 http://www.salvador-allende.cl No otro es el sentido último del dogma del pecado original, en cuya virtud, aparece el «más allá” como consecuencia de ese pecado, que impide la vivencia inmediata por el hombre de la divinidad y la instala en “la otra vida”. El pecado, a su vez, condena al hombre a ganarse «el pan con el sudor de la frente” y genera las condiciones para que unos hombres se opongan a los otros como enemigos.

Como se ve, lo que hay en el fondo, son dos lenguajes culturales diferentes, pero homólogos para interpretar al hombre. El uno proveniente de la tradición bíblica, en que cristaliza la experiencia milenaria de los pueblos más avanzados de la antigüedad y el otro, conformado por la práctica y la teoría sociales engendrada por la lucha para superar las contradicciones del capitalismo, proceso que ha permitido llegar hasta las raíces mismas de la naturaleza de la sociedad, de un modo racional y científico. ¿Qué no otra cosa es el marxismo?.

Existe pues, una lectura marxista del cristianismo y una lectura cristiana renovada del marxismo. Ambas aproximan y no separan, y ayudan a explicar el porqué la coincidencia de ambos en la lucha social, no es accidental, ni meramente táctica y alcanza una proyección estratégica, en tanto ambas expresan, en lenguajes culturales distintos y en momentos históricos diferentes, la misma rebeldía en contra de la injusticia y la misma voluntad de combatirla en la práctica social.

La política de la «mano tendida», como concesión graciosa de los marxistas a los cristianos, para que participen juntos como «compañeros de ruta» en sólo determinadas etapas preliminares de la lucha social, con la conciencia de que sus limitaciones ideológicas les impedirían comprender el sentido del socialismo, es una forma primaria, y en esta hora post conciliar, inoperante e inadecuada, para servir de marco teórico a la aproximación entre cristianos y marxistas en la vida política.

Lo que ahora se necesita es caminar por la senda planteada por Fidel Castro: entender esa aproximación como coincidencia estratégica, profundizarla en la práctica común y esforzamos, los marxistas, por leer y encontrar en el cristianismo de raíz evangélica, un mensaje de rebeldía y una aspiración a la justicia que, expresado en un lenguaje cultural distinto al nuestro, es susceptible de traducirse y comprenderse en términos de nuestro propio elenco conceptual.

3. Es evidente que en Chile y en la mayor parte de América Latina existen masas cristianas que realizan cotidianamente una práctica solidaria, de defensa de los derechos humanos y, más allá de eso, un sector importante de ellas toman banderas anticapitalistas y antiimperialistas, optando, con mayor o menor decisión y con mayor o menor claridad, por el socialismo.

¿Qué explicación da Ud. para este fenómeno y qué importancia la atribuye para la lucha revolucionaria?

La explicación de este fenómeno me parece obvia. En la medida que en América Latina el pueblo cristiano es un fenómeno de masas, con hondas raíces históricas, y que el cristianismo es cada vez menos instrumentado como medio de sujeción al orden social vigente, las masas cristianas se ven movidas por el natural impulso a luchar por mejores condiciones de vida, en contra de su opresión política y económica y encuentran, en los valores cristianos, desconocidos por el injusto régimen prevaleciente, la inspiración y la legitimación de esa conducta política.

La importancia que reviste esta movilización de las masas cristianas en favor del socialismo, radica en la profunda raigambre histórica del cristianismo en el pueblo latinoamericano. En la hora actual, ese cristianismo deformado y mediatizado durante siglos por las clases dirigentes y la institucionalidad Cristiana puesta a su servicio , se redescubre a sí mismo, como fermento vivificante que se abre y tiende hacia la realización de la justicia y hacia la creación de condiciones que hagan posible una convivencia fraternal entre los hombres.

4. Complementando lo anterior: ¿cree Ud. que esas masas cristianas tendrán una expresión política de derecha o de izquierda? ¿Cómo imagina Ud. el frente político post dictatorial desde el punto de vista de la participación y representación orgánica de los cristianos?

El que las masas cristianas se orienten más adelante hacia la derecha o la izquierda, depende de su capacidad de liberarse de la influencia de las clases poseedoras y de quienes las expresan dentro de la Iglesia con finalidades políticas. Y en esa medida, repito, yo veo al pueblo cristiano emancipado como un componente orgánico fundamental del movimiento popular, tanto durante la lucha contra el fascismo, como en la posterior renovación y reconstrucción de la sociedad chilena.

5. Los observadores y estudiosos de la política chilena han llamado la atención sobre la preocupación del Partido Socialista de Chile por los cristianos y la religión, tanto desde un punto de vista teórico como práctico. ¿Podría Ud. explicar a nuestros lectores de qué se trata?

Esa preocupación del Partido Socialista de Chile por la inserción de los cristianos en el movimiento popular y por la dimensión revolucionaria de sus valores morales, ha sido actualizada y profundizada en razón de la significación objetiva que la Iglesia y los cristianos demócratas han asumido en la resistencia antifascista hoy en día. Esta circunstancia crea condiciones excepcionalmente favorables para la apertura y el desarrollo de las fuerzas políticas que trabajan por el socialismo, enraizándolas más en el pueblo, confundiéndolas más con Chile y su historia, y por tanto fortaleciéndolas, en consecuencia, mejor, para luchar contra el fascismo y contribuir a la renovación radical de la sociedad chilena.

6. Concretando lo anterior: ¿cree Ud. posible que, en un futuro próximo, el PS chileno acoja en sus filas a los hombres de fe adscritos al campo revolucionario y brinde una política que se haga cargo de interpretar las preocupaciones de las masas cristianas radicalizadas y socialistas de Chile?

Creo que los cristianos, a los que la práctica de la lucha social y su desarrollo ideológico ha llevado hacia el socialismo, en parte ocupan ya un lugar en el movimiento popular, a través de la militancia de muchos de ellos en sus diversos partidos. Creo también que el Socialismo Chileno, en tanto aspira a representar auténticamente al pueblo de Chile,

Archivos Internet Salvador Allende 79 http://www.salvador-allende.cl está dispuesto a acogerlos en sus filas, cierto de que con ello enriquecerá su contenido nacional y espiritual, a la vez que influirá positivamente en ellas, a través de. la valiosa experiencia teórica y práctica del Partido. En esa medida podrá, el socialismo chileno, acercarse aún más a su meta de convertirse, no en el único, pero sí en el mejor intérprete de los intereses y aspiraciones populares y nacionales.

(*) Revista “Izquierda Cristiana” órgano oficial de la Izquierda Cristiana de Chile en el exterior.

Archivos Internet Salvador Allende 80 http://www.salvador-allende.cl Los cristianos chilenos en la lucha por la democracia. 1983*

Van a ser diez años desde que un pronunciamiento militar con acusados rasgos fascistizantes puso término, por la violencia de las amas, al proyecto de transformación social de la sociedad chilena que en términos de democracia, pluralismo y libertad , encabezaba el Presidente Salvador Allende. Pero no sólo esa asonada castrense frustró aquella atractiva empresa, democrática y revolucionaria a la vez, sino que se propuso, también, destruir desde sus raíces a la propia democracia chilena, pacientemente construida y desarrollada por nuestro pueblo en más de ciento cincuenta años de vida republicana, haciéndola cada vez más amplia, participativa, justa e igualitaria.

Todo, en el marco de un proyecto contrarrevolucionario congruente con el proceso de transnacionalización monópolica del mundo capitalista y de la nueva ola neoliberal, en lo económico, y autoritaria, en lo político, que se iba extendiendo por el mundo a comienzos de los años setenta.

Mucho habría que decir sobre los padecimientos, miserias, represiones y desventuras del pueblo chileno en estos casi diez años. Mucho habría que decir sobre el estrepitoso fracaso del modelo económico liberal que se quiso imponer en Chile que se ha profundizado cada vez más, sumiendo al país en la más aguda crisis económica de su historia, medida en términos de desocupación, pobreza generalizada, destrucción de la industria nacional, disminución del producto bruto, endeudamiento externo, etc. Esta crisis económica se ha proyectado al terreno político, aislando cada vez más al régimen militar, generando cisuras y conflictos en su cada vez más debilitada base de apoyo y provocando, como respuesta popular, las grandes manifestaciones de protesta nacional del 24 de marzo, del 11 de mayo y del reciente 14 de junio, con las que el pueblo expresa, de manera combativa, su descontento y su rebeldía.

Pero no quiero que sea esta dimensión de la realidad chilena la que ahora ocupe estos minutos, en que yo me dirijo a esta magna asamblea que refleja toda la amplitud, profundidad y generosidad de la solidaridad alemana con el pueblo de Chile, promovida por las Iglesias Protestantes y por la Iglesia Católica de este país, como sus principales impulsores.

Quiero, precisamente ahora, hacer en voz alta, ante Uds., algunas reflexiones cuyo objeto se aviene al hecho de que sean las instituciones cristianas alemanas decisivos agentes en la preparación y organización de este evento.

Me referiré, pues, a uno de los más interesantes y promisores procesos que se ha ido desarrollando en Chile al calor de la resistencia a la dictadura: la incorporación masiva del pueblo cristiano en la lucha democrática como uno de sus protagonistas fundamentales y al nuevo y progresivo rol que la Iglesia Católica cuya religión es compartida por la mayoría de los chilenos , está desempeñando en el seno de la sociedad civil, inclinándose del lado de los oprimidos y los reprimidos, haciendo carne en su obra pastoral, aquella opción preferencial por los pobres, contenida en las orientaciones de la Conferencia Episcopal de Chile para el período 1982 1985, recogiendo inspiración de los encuentros católicos latinoamericanos de Pueblo y Medellín.

El que os habla contempla y actúa en el mundo desde otra perspectiva que la proveniente del universo conceptual cristiano. Se ubica tras una visión marxista de la realidad, consecuente con su postura socialista y su actual proyección democrático revolucionaria ante la problemática nacional chilena.

Pero ello no impide, no sólo que reconozca el aporte del pueblo cristiano a la lucha democrática de nuestro pueblo, ni que registre el rol importantísimo jugado por la Iglesia en la defensa de los derechos humanos y en la ayuda solidaria al pueblo desvalido. Al contrario, ello es razón fundamental además, para que evalúe esta reinserción renovada del cristianismo en la conflictiva sociedad chilena., como un aporte valiosísimo a las luchas del Pueblo, en procura de justicia y libertad y asentar las premisas para favorecer la unidad de los chilenos en el futuro.

Unidad no formal ni patriotera, sino formada en torno a valores que no sólo comparten los cristianos, sino que son también patrimonio de¡ laicismo racionalista inspirado en el humanismo democrático que cristaliza en la trilogía «Libertad, Igualdad, Fraternidad” y de los socialistas revolucionarios que recogen, en la herencia espiritual de Carlos Marx, las ideas y la voluntad para transformar este mundo de injusticias en otro en que el hombre no sea ya el enemigo del hombre, sino que todos ellos laboren comunitariamente sobre la base de la supresión de la explotación del trabajo en una sociedad sin clases, en la que el pueblo sea realmente soberano de sus propios destinos.

La forja de esta unidad espiritual de los demócratas chilenos provenientes de distintas fuentes ideológicas, por la parte cristiana, se vislumbró ya en los primeros meses de instaurada la dictadura. El Comité Pro Paz, organismo ecuménico de las Iglesias primero, y la Vicaría de la Solidaridad, de la Iglesia Católica, después, y su vasta labor en aquellos primeros tiempos tras el poder militar, en que imperaba en nuestro país la ley de la selva y en que la violencia desatada de los poderosos hacía víctima al pueblo indefenso de toda clase de tropelías, fue formidable y efectiva.

No puedo menos, al mentar esos trágicos tiempos, que recordar a un compatriota vuestro, al ciudadano de la República Federal Alemana, el obispo luterano Helmuth Frenz, quien se entregó por entero a la defensa de los derechos humanos, por lo que fue expulsado por la dictadura de Chile, a cuyo pueblo él había aprendido a querer como si fuera el suyo, y a cuyo país él consideraba como su segunda patria.

Le rindo, pues, emocionado homenaje, y a través de él a las Iglesias Evangélicas alemanas, que de tantas y variadas formas han traducido su solidaridad cristiana durante este decenio con el oprimido pueblo de Chile.

Sería largo e inútil recordar todo lo que la Iglesia Católica Chilena, en especial a través de la Vicaría de la Solidaridad y de la Pastoral Obrera, entre otras instituciones, han hecho en favor de nuestro pueblo. Baste con decir en síntesis, que ella se convirtió como dijo el Cardenal Silva Henríquez, en la «voz de los que no tienen voz», significando con ello que, a través de su obra pastoral, en los diferentes ámbitos de la vida civil desde la asistencia jurídica a los perseguidos

Archivos Internet Salvador Allende 81 http://www.salvador-allende.cl injustamente hasta la organización de los comedores populares, pasando por la promoción de las comunidades cristianas de base, a las serias y repetidas advertencias al Gobierno exigiendo el respeto a la dignidad del hombre , la Iglesia Católica y sus sacerdotes, chilenos y extranjeros, seculares y regulares, clérigos y monjas, pusieron en obra esa opción preferencial por los pobres. Recogió así, la Iglesia, lo medular del Mensaje Evangélico, se puso del lado de los humildes, los indefensos, los perseguidos, los calumniados, en fin, del lado de los millones de chilenos que ya no tuvieron voz y se expresaron a través de los seguidores de Cristo, signados por la vivencia de ese profundo y misterioso impulso que brota de la desgracia ajena, como fuente inagotable para consolar a sus víctimas y para luchar contra las instituciones opresoras y quienes las sirven. Impulso y sentimiento ese que no es otro que el Amor, núcleo esencial de lo cristiano y punto de encuentro para todos los que combaten contra la injusticia, la ignorancia y la opresión.

Pero yo quisiera detenerme en la consideración de dos aspectos claves en la valoración del aporte cristiano a esa unidad social y espiritual del pueblo, forjada al calor de la lucha por la libertad.

En primer lugar, quisiera reparar en la significación extraordinaria que reviste para el futuro de Chile, el reencuentro de la religiosidad popular producto y valor nacional de nuestra historia , con la lucha de la clase obrera y del pueblo y sus partidos. Hay allí un enriquecimiento mutuo que inserta lo tradicional del pueblo chileno, profundamente permeado por los valores y símbolos cristianos, con lo actual y contemporáneo de sus luchas sociales, influidas por nuevas corrientes del pensamiento, que necesitaban entroncarse con el pasado para poder fecundarlo así como aquél necesita renovarse para enfrentar los desafíos del presente.

En segundo lugar, quisiera destacar la importancia que reviste el cambio objetivo del rol social que la Iglesia Católica como institución terrenal , ha experimentado en Chile en los últimos decenios.

Por razones históricas que nos es del caso apuntar aquí, no sólo en Chile, sino en general en América Latina, como en España y otros países europeos la Iglesia Católica más en unas partes, menos en otras , tomó partido en el siglo XIX en la gran querella de aquella centuria entre liberales y conservadores, del lado de estos últimos.

Esta querella impregnó y sobre determinó en nuestra patria, como, en otras, todas las luchas políticas del siglo y dio origen a una estéril pugna llamada en Chile “doctrinaria» entre católicos y laicos, ateos y clericales, masones y confesionales, en la que lo accesorio pasó a ser lo principal y en la que la lucha por la libertad y la democracia, que subyacía en el fondo de la contienda, se vio oscurecida y distorsionada por estas aplicaciones en lo religioso, mediatizado en las luchas terrenales por el poder y la influencia.

Cuando ya avanzado el siglo XX, las luchas sociales del pueblo por sus derechos en contra de una oligarquía celosa de sus privilegios, pasaron a primer plano, la Iglesia como entidad secular se hallaba ya comprometida y coludida con las clases dominantes y era percibido por el pueblo movilizado tras sus intereses, como aliada principal de la oligarquía y del injusto orden social que ella defendía.

Iglesia y Pueblo pasaron a combatir en campos antagónicos, y salvo una lúcida y esclarecida minoría de católicos influidos por las encíclicas papales Rerum Novarum, primero, y Quadragesimo Anno, después, el grueso del mundo católico oficial se colocó del lado de los poderosos y los ayudó efectivamente a cautelar sus privilegios.

Todos sabemos la tragedia que para la Iglesia y el pueblo españoles, significó situación semejante durante la guerra civil que asoló a ese país durante los años treinta, guerra civil en que la Iglesia y el pueblo consciente y organizado, combatieron en trincheras distintas, y que un poeta chileno caracterizó como una contienda entre «frailes que llevan cruces a las batallas campales y mozos anarquistas que queman las catedrales».

Bien sabemos que en Chile las cosas se dieron de otra manera. Con gran sentido político e intuición de futuro, el Arzobispo Crescente Errázuriz logró, junto al Presidente Alessandri en los años 20, separar a la Iglesia del Estado, sin mayores problemas, culminando el proceso de secularización del Estado chileno. Durante el Gobierno del Frente Popular, en los años treinta, el bondadoso Cardenal José María Caro pese a su espíritu conservador , pudo establecer que contribuyó en Chile a acercar a los católicos con el movimiento obrero y popular y a disminuir la brecha que antes los separaba.

Durante los años sesenta, los aires renovadores del Concilio Vaticano II, se hicieron sentir con fuerza en nuestra patria. Surgieron y se desarrollaron corrientes avanzadas en el mundo católico que mucho tuvieron que ver en el ascendente proceso de movilización de masas en especial de las campesinas , en aquellos años tumultuosos y conflictivos.

Pero el cierre definitivo de la brecha entre la Iglesia y el movimiento obrero y popular, la superación del divorcio político entre católicos, laicos y marxistas, se está logrando al calor de su común y solidario esfuerzo en la Resistencia contra la dictadura, en demanda de justicia y libertad. Y en este proceso, ha sido determinante la conducta cristiana, democrática y chilena del Cardenal Raúl Silva Henríquez, símbolo vivo del reencuentro de los chilenos en la democracia, en nuestro pasado republicano y en nuestra común aspiración a una sociedad más justa, más equitativa y más humana.

Vaya hacia él, por mi intermedio, el más ferviente y sentido homenaje de reconocimiento y admiración de los demócratas y socialistas chilenos, por boca de uno de estos últimos, cuyo espíritu se forjó también, como el de él, en un hogar cristiano y estudió como él, en la misma escuela, el Liceo Alemán de Santiago, donde aprendió a valorar, como él, a esa imagen plena de sentido, del Cristo expulsando a los fariseos del Templo, denunciando la hipocresía que se esconde tras aquellos que adorando al oro y al dinero como bien supremo, encubren su miseria espiritual tras una fingida sumisión al Dios del Amor, que no es el dios de ellos, sino el de los bienaventurados del Sermón de la Montaña.

¡Quiera la lucidez del pueblo chileno que quede definitivamente enterrado en el pasado aquello del «comunismo intrínsecamente perverso», resabio de un compromiso terrenal de la Iglesia con los poderosos y de la inercia de la

Archivos Internet Salvador Allende 82 http://www.salvador-allende.cl historia ante una novedosa coyuntura!

¡Quiera esa conciencia creciente de nuestro pueblo cristiano, entender que aquello de la religión como «opio del pueblo» no es sino la develación del manipuleo por los poderosos, del ansia del hombre por lo infinito y lo absoluto, que quieren ellos convertir en resignación, obediencia y servilismo en la tierra!

Señoras y señores: este reencuentro, decisivo para el porvenir de la América Nuestra. Ya lo dijo el Che Guevara: «El día que los cristianos asuman la revolución en América Latina, la revolución será incontenible».

Y ahí estuvieron y están asumiéndola un Camilo Torres y un Oscar Arnulfo Romero, un Helder Camara y un Sergio Méndez Arceo, un Miguel D’Escotto y un Ernesto Cardenal.

Los que desde una diferente perspectiva de la vida, estarnos inmersos en el mismo compromiso de trabajar sin desmayo por una sociedad más justa y sin clases lo que en la lectura cristiana de la realidad quiere decir que el Reino de los Cielos debe comenzar a construirse en la tierra , saludamos a este Encuentro de demócratas chilenos y a nuestros solidarios compañeros que nos ayudan, en la República Federal de Alemania a sacar adelante nuestra empresa de recuperar para Chile la democracia y la libertad, como un anticipo de esa fraternidad entre los hombres, los del mismo suelo, y los de distintas patrias. Fraternidad que sólo podrá advenir mañana como resultado del común empeño por hacer imperar en el mundo el Reino de la Justicia, fuera del cual no puede florecer plenamente el Amor.

Por último, amigas y amigos, vaya desde aquí, al inaugurarse este Encuentro, un saludo al nuevo Arzobispo de Santiago, Monseñor Juan Francisco Fresno, al que tomando pie en sus palabras, haciendo suyas las del Papa Juan Pablo II, que equipara el exilio a la muerte civil, le pedimos que se esfuerce con tesón para hacer posible el retorno a la patria, inmediato e incondicional, de todos, los exiliados, haciendo así efectivo el más natural y consustancial de los derechos del hombre, el derecho a vivir, a trabajar y a luchar en la tierra que lo vio nacer.

¡Viva la solidaridad con el pueblo chileno! ¡Viva la Paz, la Justicia y la Libertad! i Venceremos!

(*) Discurso pronunciado en Münster, en junio de 1983, en la inauguración de las Jornadas de Solidaridad con Chile, organizadas por las comunidades cristianas de la mencionada ciudad de Alemania Federal.

Archivos Internet Salvador Allende 83 http://www.salvador-allende.cl IV. PERSPECTIVA ACTUAL

Convocatoria al XXIV Congreso del Partido Socialista de Chile, 1983*

Están próximos a cumplirse los cincuenta años desde que, el 19 de Abril de 1933, un conjunto de agrupaciones políticas populares y revolucionarias chilenas, al calor de la lucha por hacer frente a la más aguda crisis social vivida hasta entonces por nuestro país, resolvieron fusionarse y constituir el Partido Socialista de Chile.

Este histórico aniversario encuentra a nuestra patria todavía oprimida por la dictadura militar surgida de la contrarrevolución con que la reacción y el imperialismo pretendieron cancelar el trascendente proceso de transformaciones sociales que llevaba a cabo el Gobierno de la Unidad Popular, encabezado por nuestro compañero Salvador Allende. Sorprende esta fecha a nuestro pueblo en ascendente y sacrificada lucha contra sus opresores, desplegando su actividad resistente y opositora en los más diversos ámbitos de la sociedad chilena.

En esa brega, nuestro Partido, en Chile y en el exilio, contribuye a la causa común de los demócratas chilenos con el máximo de sus esfuerzos en el afán de acrecentar su aporte al combate contra la dictadura y proyectado, más allá de su inevitable derrumbe, en la reconstrucción de la democracia chilena y en su prolongación hacia el socialismo.

En estas difíciles circunstancias, y para materializar ese propósito en bien de Chile y de su pueblo, el Comité Central del Partido ha resuelto convocar al XXIV Congreso General Ordinario de nuestra organización.

1. Raices y trayectoria del Partido Socialista de Chile

Nació nuestro Partido, en 1933, para llenar un vacío político en nuestra sociedad. El pueblo chileno necesitaba entonces disponer de un instrumento de conducción y de lucha para romper los vínculos semicoloniales de la dependencia, cuyas desastrosas consecuencias para el país estaban poniendo de manifiesto las repercusiones, en Chile, de la gran crisis económica por la que atravesaba el sistema capitalista, a nivel mundial.

Nació, nuestro Partido, para organizar a la muchedumbre de desposeídos, que sufrían, como nunca antes, la miseria y la cesantía, en demanda de la justicia que le era negada por un régimen hegemonizado por la vieja oligarquía aliada al capitalismo criollo y al imperialismo extranjero. Nació para promover la industrialización del país, creando fuentes de trabajo y de riquezas; para realizar la Reforma Agraria, poniendo término a la secular servidumbre del campesinado; para elevar el nivel de vida de las masas haciendo converger hacia la satisfacción de sus más elementales necesidades de «Pan, Techo, Abrigo y Cultura» los recursos que dilapidaban, en su exclusivo beneficio, las minorías plutocráticas.

Nació nuestro Partido, para conquistar la independencia económica de Chile, en íntima vinculación con los otros pueblos de América Latina que se movilizaban persiguiendo los mismos objetivos, y para fundirse con ellos en una común faena antiimperialista, de proyección latinoamericanista y bolivariana.

Nació en fin, el Partido Socialista, para prolongar y articular la trayectoria de las luchas de la clase obrera de comienzos de siglo y de nuestro pueblo en general, con el impulso universal hacia el socialismo que había desatado, a la sazón en todo el orbe, la Revolución de Octubre. Y para que, por la vía de la democratización de la sociedad, con autonomía y sentido social, pudiéramos transitar con paso firme y resuelto hacia la edificación del socialismo en tierra chilena.

No quiere decir esto que, con la fundación de nuestro Partido se hubiesen iniciado en Chile las luchas obreras y populares orientadas hacia el socialismo. En especial, desde que Luis Emilio Recabarren, a comienzos del presente siglo le imprimiera un sentido clasista y revolucionario a las reivindaciones del naciente proletariado nacional, las banderas del movimiento obrero chileno se comenzaron ya a teñir con el rojo color del socialismo. Fruto del impacto que produjera la Revolución Rusa en el Partido Obrero Socialista fundado por Recabarren, surgió el Partido Comunista de Chile, en 1922. Ello no obstante, es un hecho que, en la coyuntura de comienzos de los años treinta, se había abierto un vasto espacio político una nueva fuerza obrera popular, de raigambre nacional y con ímpetu revolucionario que las otras formaciones políticas populares no cubrían a cabalidad , y que el Partido Socialista se propuso llenar con su aparición en el escenario político chileno.

Desde su nacimiento hasta hoy día, el Partido Socialista ha tenido viva presencia en la historia de Chile. Batallando, recién nacido, contra la derecha oligárquica y el nazismo criollo; luego combatiendo, anudado a las otras fuerzas de Izquierda, en el Frente Popular desde la oposición y desde el Gobierno , para democratizar en profundidad la vida nacional.

Después de un acelerado y aluvional período de crecimiento, comenzó a vivir nuestro Partido una dolorosa etapa de desgarros y escisiones, producto de su inmadurez y de su juventud.

Pero en la línea larga, por sobre retrocesos y superando desviaciones, se fue redefiniendo el Partido, cada vez más alrededor de las líneas centrales que lo singularizaron al nacer, enraizándose, cada vez más, en el pueblo y deviniendo en una fuerza social y política con rol y vigencia propias en el arco de formaciones políticas chilenas.

2. Salvador Allende y el gobierno popular

En el decurso de su historia, paso decisivo en el desarrollo del Partido y de la Izquierda lo constituyó la formación, junto con los otros partidos avanzados, de la Unidad Popular, que representa así la culminación de una etapa en la convergencia política de las fuerzas de Izquierda, que dejó definitivamente atrás la época de desinteligencias y de enojosas rencillas entre ellas que frenaban y retardaban el desarrollo del movimiento popular. No tardó en cristalizar este avance unitario, en la victoria electoral de Salvador Allende como abanderado presidencial de la Unidad Popular

Archivos Internet Salvador Allende 84 http://www.salvador-allende.cl en 1970, tras un programa democrático de transición al socialismo.

Desde el Gobierno, pero sin conquistar realmente el poder, Allende y la Unidad Popular se empeñaron en llevar a la práctica su proyecto de transformaciones sociales, atacando en profundidad los intereses antipopulares y antinacionales del imperialismo, el latifundio y la burguesía monopólica. La respuesta de la reacción no se hizo esperar, y gran parte de ella abandonó luego su formal y superficial adhesión a la democracia, en tanto ésta se había convertido en instrumento del pueblo y su desarrollo amenazaba las bases del injusto orden social existente. Recurrieron entonces, esos sectores reaccionarios, de adentro y de afuera del país, a las Fuerzas Armadas, para detener el proceso transformador, con la pretensión de alejar para siempre el peligro de la Revolución. Se instauró así, el 11 de Septiembre de 1973, mediante un golpe militar, un régimen represivo que se propuso destruir la democracia chilena, sus logros y realizaciones en todos los órdenes de la vida social, expropiándose al pueblo su soberanía y pretendiendo liquidar, para siempre, a los partidos y organizaciones populares, sin reparar en medios y atropellando desvergonzadamente los más elementales derechos humanos.

3. Lecciones fundamentales de la experiencia del gobierno de la Unidad Popular

En primer lugar, debemos afirmar que la causa última de que se haya producido en Chile una contrarrevolución, para derribar al Gobierno de la Unidad Popular, no reside en nuestros errores cometidos que reconocemos , sino en el hecho de que las profundas transformaciones socio económicas que ese Gobierno realizó y estaba realizando en Chile nacionalizaciones de recursos básicos extranjeros, de la banca y de los monopolios industriales, una profunda. re- forma agraria y un estímulo resuelto a la participación de las masas en la vida política, etc. , herían de tal manera los intereses políticos y económicos del imperialismo y de las clases propietarias en Chile, que éstas necesariamente, como lo demuestra la experiencia mundial y la teoría, tenían que levantarse en armas en contra del régimen, al margen y en contra de la institucionalidad democrática.

Pero, en segundo lugar, tenemos claro que el éxito de la contrarrevolución no el hecho de su existencia , fue favorecido por los errores y carencias del movimiento popular y de su Gobierno.

El primero de esos errores consistió en una valorización errónea, exageradamente optimista, de la real correlación de fuerzas sociales en Chile. La incomprensión del peso y de la importancia de las resistencias al cambio, de la influencia de la ideología conservadora en las capas medias y del carácter clasista de las instituciones fundamentales del Estado, como las Fuerzas Armadas y el Poder Judicial, nos llevó a sobrevalorar nuestras propias fuerzas, olvidando que Salvador Allende llegó al poder con sólo el apoyo de poco más de un tercio del electorado.

Esta apreciación equivocada y optimista de la correlación de fuerzas nos condujo a no preocuparnos de la necesidad de ampliar la base social y política del régimen, atrayendo a los sectores sociales medios y sus expresiones políticas hacia nosotros, evitando el aislamiento de la clase obrera y de los partidos revolucionarios.

En cortas palabras, y sin profundizar en los muchos errores estratégicos y tácticos que derivan de esta apreciación equivocada, en general, podemos decir que caímos en el error de creer que la revolución era más fácil de lo que en verdad es.

El segundo de nuestros errores fundamentales íntimamente articulado con el anterior , fue el haber creído que era posible utilizar el aparato del Estado burgués para llevar a cabo el Programa de la Unidad Popular, sin haber intentado transformar también las instituciones del Estado, entre ellas, las Fuerzas Armadas, paralelamente a los cambios que se impulsaban en el orden económico social. Este error hizo posible que el aparato estatal y las Fuerzas Armadas fueran utilizadas por los contrarrevolucionarios para obstaculizar, primero y para derribar, después, al Gobierno de la Unidad Popular. Por lo mismo, no nos empeñamos en deslegitimar el Estado burgués y por desarrollar una lucha ideológica en el seno de la sociedad para preparar el camino a las reformas institucionales necesarias para consolidar y defender al Gobierno Popular y las trasformaciones sociales alcanzadas.

En otras palabras, no nos dimos cabal cuenta que la flexibilidad de la democracia burguesa tiene un límite, más allá del cual se produce una crisis en el Estado y en el orden socio político, que había que prepararse ideológica, orgánica y militarmente para enfrentar.

En tercer lugar, la experiencia chilena demuestra que el grado de unidad y de concierto en el pensamiento y en la acción de las fuerzas políticas que sustentaban al Gobierno, era insuficiente para conducir de manera eficaz y coherente el proceso revolucionario. La inexistencia de una estrategia única para dirigir ese proceso y la ausencia de un mando único, trajo como consecuencia la paralización de muchas iniciativas, acerca de las cuales había opiniones encontradas. Esto debilitó nuestro frente, hizo ineficiente la acción del Gobierno, dificultó la tarea de ganar la hegemonía ideológica en la sociedad y, en definitiva, nos hizo muy vulnerables a los ataques de la contrarrevolución.

La afirmación leninista de que no puede triunfar una Revolución sin una vanguardia revolucionaria, sin una homogénea fuerza dirigente que la conduzca unitariamente y que aglutine a las fuerzas sociales que la apoyan, ha demostrado, una vez más a la luz de nuestra experiencia, su profunda e indesmentida verdad.

4. La contrarrevolución en el poder y el proyecto de la dictadura

El régimen represivo de la dictadura militar se articuló estrechamente a poco andar, con el proyecto de liberalización económica que, a escala mundial, promovían los intereses del capitalismo transnacional, los que, sobre la base de una nueva división internacional del trabajo, se empeñaban en reajustar los mecanismos de dominación social sobre supuestos antidemocráticos, en lo político y liberales, en lo económico.

La dictadura militar, entonces, orientada y estimulada por el capital financiero nacional y su nueva ideología neo conservadora y fascistizante, se propuso llevar a cabo en nuestro país, un proyecto contrarrevolucionario de involución

Archivos Internet Salvador Allende 85 http://www.salvador-allende.cl social, basado en la represión política por una parte, y la superexplotación del trabajo y la acentuación de la dependencia del capital transnacional, por la otra, como aspectos complementarios.

En 1980, se institucionalizó esta política globalmente reaccionaria, antipopular y antinacional, en una fraudulenta Constitución, mientras paralelamente, se intentaba promover, bajo el equívoco nombre de «modernizaciones», todo un desmantelamiento general de las instituciones democráticas, de la legislación social y de los dispositivos de intervención estatal en la economía y en la sociedad, con la mira de hacer imperar, como supremos patrones de la ordenación social, a las leyes del mercado, al individualismo más irrestricto y al consumismo más desatado.

Sobre la base de la represión y del terrorismo oficial, y aprovechando las condiciones creadas por el reflujo del movimiento popular a que dio lugar la derrota de 1973, la dictadura avanzó durante algún tiempo, implacablemente, en la implementación de su modelo contrarrevolucionario de sociedad, a un alto costo social, traducido especialmente en una regresiva distribución del ingreso en favor de un reducido grupo de monopolios y en la destrucción de buena parte de la industria nacional, impotente para resistir la competencia extranjera. En otras palabras, a costa de mayor pobreza y desempleo para el pueblo y mayor dependencia y deformación de la economía nacional, cada vez menos orientada a la satisfacción de las necesidades de los chilenos y más dirigida a responder a las demandas del mercado externo y de las minorías plutocráticas en el interior.

La derrota popular de 1973 ha tenido proyecciones y alcances que no hay que minimizar. La magnitud del revés experimentado por el pueblo se manifestó en el reflujo general en que cayó el movimiento popular y en la baja, incluso, del nivel de conciencia social y política de las masas.

A la izquierda y al Partido Socialista les ha correspondido pues la tarea, por una parte, de superar sus carencias e insuficiencias que facilitaron la derrota popular, y paralelamente, por la otra, de ir remontando el reflujo a través de un difícil y complejo proceso de movilización de masas, al calor de la resistencia a la dictadura. Para ello han debido ir asumiendo los errores del pasado e inyectando nuevamente la fe en el pueblo, en sus propias fuerzas y sus objetivos liberadores que, pese a todo, no han podido ser borrados de su conciencia, y que ahora procede renovar y traducir en un proyecto democrático revolucionario, popular y nacional.

6. La tarea actual: acumulación de fuerzas a través de una línea de masas rupturista con perspectiva insurreccional

Es en el contexto del desplome del que quiso ser «el milagro económico chileno», perdida la credibilidad del régimen y disipadas las ilusiones sobre la viabilidad del modelo económico liberal, donde se sitúa la tarea actual y urgente del movimiento popular y sus partidos, que pese a la represión, se han reconstituido y activado en la clandestinidad.

Se trata, ahora, de convertir el descontento popular frente a un Gobierno cada vez más desacreditado y aislado, en movilización de masas organizadas y combativas, en enfrentamiento y en victoria, a través de la desestabilización del régimen, antecedente de su derrumbe definitivo.

En esta empresa, hay que tener presente que no han desaparecido del todo los síntomas del reflujo social y político que ha caracterizado el escenario nacional estos últimos años. Pero las condiciones para superar esta situación son hoy mejores que nunca. El propio régimen comienza a experimentar, en la base política que le sirve de sustento, resquebrajaduras y antagonismos, que reflejar, su perplejidad e impotencia para hacer frente al fracaso de su política y que lo debilitan progresivamente.

Sin embargo, por profunda que sea la crisis que el régimen experimenta y por mucho que se debilite y fragmente su base de sustentación, la dictadura no caerá por si sola. Será menester combatirla, enfrentarla, derribarla. Y el agente fundamental en esa brega son las masas, el pueblo chileno movilizado.

Pese a los avances experimentados por la lucha de las masas, expresados en huelgas y protestas, manifestaciones y desafíos de toda índole, esta lucha no ha alcanzado todavía la magnitud necesaria para convertirla en protagonista decisivo y determinante de la situación política. La correlación de fuerzas le sigue siendo todavía desfavorable.

Pero los cambios en las condiciones objetivas que hemos señalado, determinan la posibilidad de un gran salto hacia adelante en las luchas populares. Hay ahora, la posibilidad de masificarlas, de profundizarlas, concertarlas y de radicalizarlas mucho más en sus métodos y formas.

La institucionalización de la dictadura represiva antipopular y antinacional, reafirma la legitimidad del derecho a la desobediencia, a la rebelión y a la insurgencia que los socialistas hemos proclamado desde el momento mismo del golpe militar , usando, de todos los medios idóneos para alcanzar su objetivo: la caída del régimen.

Nuestras patrias americanas nacieron a la vida rebelándose contra la opresión colonial y el pueblo se vio obligado al uso de la fuerza para conseguir su emancipación. El ejemplo de O’Higgins y los libertadores, que eligieron el camino de la rebelión para alcanzar la independencia y la libertad que se les negaba a sus patrias, recobra ahora especial vigencia, cuando dominaciones extrañas a nuestro ser y nuestra historia pretenden privarnos de lo que los pueblos han logrado avanzar durante cerca de dos siglos de permanente lucha en pos de la Justicia y la Libertad.

En Chile de hoy, dentro de los marcos de la ilegitima legalidad que se nos ha impuesto, es posible avanzar mucho más que hasta donde hemos ahora llegado. Hay que rebasar esos marcos legales opresivos, hay que impulsar la desobediencia civil, y con ello el enfrentamiento con el sistema, desatando una dinámica rupturista en el accionar de las masas destinada a provocar un levantamiento popular y nacional.

Nos encontrarnos, en resumen, en un período en que la acumulación de fuerzas sociales, políticas, ideológicas y militares ,es lo principal. Pero esa faena se dificulta si no hay agentes que la impulsen y señalen el camino, comuniquen la fe en el triunfo y estén animados de la voluntad de vencer.

Archivos Internet Salvador Allende 86 http://www.salvador-allende.cl De ahí por qué esta línea de masas, de contenido rupturista y perspectiva insurreccional, requiere de una vanguardia dirigente, que una y conduzca, que movilice y oriente.

7. Desde una cultura política del reflujo hacia una cultura política de la liberación

Contra la asunción por la Izquierda de ese rol de vanguardia, conspiran todavía las supervivencias de lo que pudiéramos llamar cultura política del reflujo, en la que las inercias, los temores, los escepticismos y las acomodaciones, paralizan y retraen a las masas de la lucha y el combate.

Esta cultura política del reflujo se manifiesta en una crisis de la fe y de confianza en la potencialidad creadora de la democracia en acción, y en el socialismo, como meta y justificación del quehacer político de la Izquierda. Se ha caído así, en determinados ámbitos, particularmente en ciertos sectores de la intelectualidad, en una alienación ideologizante, en que, a pretexto de cuestionarlo todo y de discutirlo todo, como cuestión previa a la profundización de la unidad y de la lucha, se subestiman o se dejan de lado las tareas del combate diario que, cada vez más, exigen la satisfacción de la demanda de unidad y de conducción, surgida de lo más hondo y auténtico del sentir popular.

No estamos en contra de la discusión y del diálogo critico en el seno del pueblo. Tenemos conciencia de las debilidades y déficits del movimiento popular y sus partidos y de la necesidad de superarlos. Pero no se puede construir la vanguardia requerida sobre la base del cuestionamiento radical de todo el pasado de la Izquierda, que es como dudar del pueblo mismo, del valor de sus luchas y conquistas, de sus logros y avances. Es como querer hacer a un lado la historia misma del pueblo de Chile.

A todo esto, que son manifestaciones de la cultura política del reflujo, que deviene en diversionismo ideológico y en la búsqueda de la novedad por la novedad sobre todo en los medios alejados del quehacer de la resistencia cotidiana , los socialistas oponemos la necesidad de ir elaborando y trabajando una cultura política de la liberación, en la que la crítica al pasado se inserte en la continuidad del proceso histórico del movimiento popular y en la que la ruptura con lo caduco y anacrónico ayude a renovar y no a destruir, contribuya a unir y no a dividir y en la que el acento se coloca no en la discusión y en la controversia, sino en la lucha del pueblo; no en la duda sino en la fe, no en la vacilación, sino en la decisión de marchar hacia adelante.

De ahí por qué miramos los socialistas, con desconfianza, los intentos de renovar la Izquierda, a través del proceso de la llamada “Convergencia Socialista», radicados y fuera de este contexto de continuidad y ruptura, fuera del escenario mismo del combate popular, fuera y al margen de los partidos y fuerzas democráticas y revolucionarias que representan la inmensa mayoría del pueblo chileno movilizado efectivamente contra la dictadura. Esos intentos más allá de la voluntad de sus promotores , en la práctica, están sirviendo más que a unir, a dividir, más que a conducir, a desorientar; más que a impulsar, a frenar; más que a reconstruir, a liquidar. Y esto, sin tomar en cuenta el interés de poderosas fuerzas nacionales en inmovilizar al movimiento popular chileno para facilitar la conciliación con el régimen.

8. La superación de la crisis de la izquierda mediante la articulación dialéctica de la continuidad y la ruptura dentro del movimiento popular.

En esta perspectiva de conexión entre los elementos de continuidad y ruptura en el seno del pueblo, reafirmamos que el encuadre fundamental en que se inscriben nuestras luchas y las de todos los pueblos del mundo, está determinado por el carácter de nuestra época: la época del tránsito del capitalismo al socialismo. Este juicio representa un elemento de continuidad entre el pasado y el futuro del movimiento popular y de la Izquierda chilena y no puede ser cuestionado, so pena de que la perplejidad y la vacilación nos conviertan en rebeldes sin causa, maderos a la deriva, en medio del mar agitado. El hombre decía Goethe , que en períodos convulsos como éste tiene el espíritu incierto, agrava los males y no contribuye a superarlos. No queremos que sea ese el rol que juegue la Izquierda. Su misión es aclarar y no confundir, conducir y no paralizar.

No puede cuestionarse tampoco, el papel que en ese proceso de tránsito del capitalismo al socialismo, desempeña la comunidad de estados socialistas, cualquiera que sean sus limitaciones y carencias que no negamos que existan , como fuerza de apoyo fundamental para los pueblos que, en cualquier lugar del orbe, luchan por su emancipación social y nacional.

No puede cuestionarse la interrelación complementaria entre democracia y socialismo, que concibe a la primera realizándose en plenitud en el socialismo, y a éste, descansando y desarrollándose a través de la democracia.

No puede cuestionarse tampoco el rol que la instancia política, los partidos de clase, juegan en el proceso de hacer conciencia, organizar y conducir unitariamente al movimiento popular de masas, en demanda de la democracia, aspirando al poder, o edificando el Socialismo.

No puede cuestionarse el derecho de la resistencia a la opresión y a la rebeldía, cuando los regímenes opresores desnudan su carácter de dictadura represiva de clase, ni el derecho al uso de todas las formas de lucha, incluso la violencia revolucionaria, cuando no hay otro camino para recuperar su soberanía y trabajar por el imperio de la justicia, y darle vigencia real a la libertad.

No puede cuestionarse, asimismo, el derecho y el deber de los pueblos de defender y desarrollar sus conquistas y la Revolución esforzándose por alcanzar su hegemonía ideológica en la sociedad y combatiendo resueltamente a !a contrarrevolución.

En todo esto, debe haber continuidad y no ruptura.

Pero por el contrario, sí deben cuestionarse las prácticas políticas tradicionales que, forjadas a lo largo de decenios de

Archivos Internet Salvador Allende 87 http://www.salvador-allende.cl un actuar político dentro de los marcos de una democracia parlamentaria y electoralista, hacían perder de vista el objetivo central de nuestra lucha, la conquista del poder, y comprometían a la Izquierda, en el hecho y más allá de su voluntad, con el rodaje del mecanismo de reproducción del orden existente.

Sí, debe cuestionarse y superarse el sectarismo partidista, que coloca el interés de las partes y de los aparatos de los partidos, por sobre el interés del conjunto y del pueblo real.

Sí, debe cuestionarse, la manipulación de las masas por las superestructuras partidarias.

Sí, debe cuestionarse y superarse el hábito de apropiarse sectariamente de la verdad, desconociendo su origen pluralista y su desarrollo multiforme, cerrándose el paso a la discusión, a la discrepancia, al diálogo y a la crítica constructiva.

Sí, debe cuestionarse y superarse la tendencia a sacralizar e inmovilizar los principios y a venerar las ortodoxias, que obstruyen y ahogan el hábito vivificante de las iniciativas creadoras y de los esfuerzos por asumir lo nuevo que incesantemente va generando la vida, la experiencia y la lucha.

Sí, debe cuestionarse la práctica perniciosa de colocar en el seno del pueblo, lo que divide por sobre lo que une, lo que nos hace discrepar, por sobre lo que nos hace coincidir, dificultándose con ello el proceso real de convergencia de todas las fuerzas democráticas y revolucionarias.

En todo este campo, no debe haber continuidad, sino ruptura; no debe imperar la inercia y el conservantismo, sino la auténtica y sincera voluntad de rectificación y renovación.

Así planteadas las cosas y en posesión de este elenco de ideas orientadoras, los socialistas pensamos que es posible ir resolviendo, en la práctica y al calor de las exigencias de la lucha, la llamada crisis de la Izquierda, que más que traducir su presunta obsolescencia, acusa el impacto en la conciencia, del reflujo general del movimiento popular, posterior al golpe militar.

El Encuentro de todas las fuerzas de Izquierda las que integraban la Unidad Popular y el MIR , realizado en México el año 1981, arribó a un consenso político en que se registran sus profundas y múltiples coincidencias. Creemos que es necesario desarrollar y traducir en la práctica ese consenso y, sobretodo, convertirlo en un quehacer unitario, de manera de ir conformando lo que los socialistas hemos denominado Bloque por el Socialismo, etapa avanzada en el proceso de construcción de la fuerza dirigente de la Revolución Chilena.

Todo lo que retrase, obstaculice e interfiera en ese proceso globalmente unitario de la Izquierda, en la acción o en el discurso, es. a nuestro juicio, un factor negativo en el desarrollo de la Resistencia, que objetivamente ayuda al enemigo y que, por lo mismo, debemos combatir con energía. Sólo así estaremos en condiciones de entregarle a nuestro pueblo la conducción unitaria que necesita y reclama y que es requisito indispensable para aprovechar el contexto objetivo favorable que se presenta en Chile y avanzar así por el camino de la desestabilización de la dictadura, hacia su colapso y caída.

Aspiramos a que en este esfuerzo colectivo por unir y renovar, juegue el Partido Socialista un rol principal. Su lugar geométrico en la política chilena, que lo convierte en núcleo articulador preferente de las fuerzas populares, su arraigo en la clase obrera y el pueblo y el espacio político que se le ofrece por llenar, lo habilitan para ello. Tenemos confianza en que, superando sectarismos, podremos responder a ese reto que nos impone la realidad política chilena y podremos convertimos en agentes privilegiados de esa empresa unitaria. Nuestro Congreso debe contribuir decisivamente en la materialización de estos propósitos.

9. Hacia una coalición democrática forjada en la lucha y por un gobierno democrático de coalición.

No se agota tampoco para nosotros esta empresa unitaria en los márgenes de la Izquierda. Sobre la base del desarrollo de la fuerza propia de la Izquierda unida, vemos esa unidad proyectada hacia todas las otras tendencias y partidos consecuentemente antidictatoriales en especial en el ámbito demócrata cristiano , todo con la mira de converger en la más amplia y robusta coalición democrática, capaz de interpretar pluralistamente a todo el pueblo de Chile, aislando cada vez más a la minoría plutocrático militar que lo sojuzga y oprime.

No concebimos, sin embargo esa amplia unidad democrática, como un entendimiento superestructural Creemos que debe basarse en la lucha común del pueblo, en los diferentes frentes, abarcando todo el arco de las tendencias democráticas, y articulando estrechamente a las organizaciones sociales de distinta índole que se han ido gestando en el desarrollo de la resistencia.

La Coordinadora Nacional Sindical, los sindicatos y federaciones las organizaciones campesinas (Nehuén, Surco, UOC) y de pobladores, la Comisión de Derechos de la Juventud (CODEJU), la Comisión Chilena de Derechos Humanos, el Comité de Defensa de los Derechos del Pueblo (CODEPU), las Agrupaciones de Familiares de Desaparecidos, de presos y ejecutados, las entidades culturales e institutos de investigación, expresiones de la activa vida de la resistencia en el campo del arte y del pensamiento, conforman una red de organizaciones enraizadas en la base social, cuya vinculación en el quehacer cotidiano antidictatorial, con la perspectiva de la configuración de una Coordinación de Organismos democráticos, señala el camino para ir produciendo, en la base y en la lucha, la unidad social del pueblo, como supuesto y proceso complementario a los acuerdos de los partidos y tendencias políticas.

Especial significación tiene en este sentido el avanzar hacia la unidad sindical, para lo cual las condiciones se tornan progresivamente más favorables, y en lo que las centrales en las que la Izquierda tiene influencia como la Coordinadora Nacional Sindical , deben desempeñar un papel promotor principal. Esto, unido a la decisión de democratizar el funcionamiento y la estructura de estas organizaciones, a fin de darles la mayor representatividad posible, les permitirá

Archivos Internet Salvador Allende 88 http://www.salvador-allende.cl impulsar la movilización social de masas en contra del régimen, hasta hacer del pueblo organizado y en la calle, un factor decisivo en la coyuntura política.

El pueblo movilizado quiere decir, en las actuales circunstancias chilenas, un pueblo resuelto a romper las barreras del espúreo legalismo en cuyos límites se pretende acorralarlo, y dispuesto a enfrentar al régimen en la medida que vaya adquiriendo fuerza y robusteciendo su voluntad de lucha. No se nos escapa que llegar a alcanzar ese nivel en las luchas populares no es fácil. Pero he ahí el rol de los partidos democráticos y revolucionarios; incentivar, estimular y marcar con el ejemplo el camino que debe ir siguiendo progresivamente el pueblo en su oposición al régimen, hasta llegar a convertirlo en protagonista principal de la pugna política.

Modificada así la correlación de fuerzas en favor del pueblo y creadas, a través de la lucha de masas, las condiciones para un levantamiento popular y nacional victorioso, pensamos que al derrumbe de la dictadura debe seguir la constitución de un Gobierno de coalición democrática que integre a todas las fuerzas que hayan contribuido a la caída del régimen.

La misión fundamental de este Gobierno de coalición y de transición ha de ser la de devolver al pueblo su soberanía, restablecer el pleno imperio de los derechos humanos, defenderse del peligro de la restauración contrarrevolucionaria transformando, para ello, de raíz a las Fuerzas Armadas y al Poder Judicial , y comenzar el proceso de reconversión de la economía del país en función de los intereses populares y de la nación, satisfaciendo las más inmediatas e imperiosas necesidades del pueblo.

Entre estas necesidades populares se destaca como la primordial, la de que la economía se coloque en condiciones de ofrecer a los chilenos la posibilidad de trabajar; objetivo social prioritario en este momento, y que se confunde con la necesidad de reactivar la economía del país, utilizando los recursos naturales, financieros y humanos ahora desocupados o mal empleados y que están disponibles para ello.

Igualmente debe ser objetivo señalado del Gobierno de coalición democrática, el crear las condiciones institucionales para que el propio pueblo de Chile vaya enseguida escogiendo soberanamente, entre los distintos proyectos de sociedad que le ofrezcan las fuerzas políticas, aquel que mejor interprete sus intereses y aspiraciones.

El Partido Socialista confía y está cierto que la opción política unitaria que las fuerzas de Izquierda presenten a la ciudadanía, sus ideas, valores y metas, sabrán ganar la conciencia del pueblo y permitir desarrollar la democracia revolucionaria, en el sentido del socialismo.

10.-En este contexto: el XXIV Congreso General Ordinario del Partido Socialista de Chile

Es en este marco de circunstancias y consideraciones, con este perfil político e ideológico, que estamos convocando al XXIV Congreso General Ordinario de nuestro Partido, en la coyuntura del cumplimiento de sus cincuenta años de existencia.

Lo hacemos para que nuestro Congreso ayude en el desenvolvimiento de la lucha contra la dictadura y por la recuperación y renovación de la democracia chilena.

Lo hacemos no para encapsulamos en nuestra problemática doméstica, sino para saludar y contribuir a su realización exitosa, en el fragor del combate popular contra la dictadura, como una manera de fortalecernos en la brega y de aportar al derrocamiento del régimen que nos subyuga.

Lo hacemos para que este Congreso sea una instancia constructiva en el proceso de reinserción de todos los socialistas en el tronco madre del Partido, el que representa nuestra continuidad histórica y está presente en todos los frentes de lucha.

Lo hacemos alrededor de sus planteamientos políticos esenciales, en los que ha ido cristalizando su experiencia y reflejan su desarrollo y maduración.

No nos mueve, al enfatizar este anhelo de unidad de los socialistas como uno de los objetivos matrices del torneo al que convocamos, ningún pequeño empeño de preeminencia o sectarismo. Muy por el contrario, nos hemos propuesto que, a través de su preparación, podamos vincular, en el diálogo fraterno, a todos los chilenos que se sientan socialistas, que comulguen con nuestras ideas fuerzas y que deseen, a través de este Partido, que es también el suyo, contribuir en la batalla contra la dictadura y trabajar en favor de la Democracia y el Socialismo.

Con esta perspectiva unitaria pretendemos que las instancias preparatorias de nuestro congreso están abiertas, más allá de los ámbitos del Partido, para que todo el pueblo chileno y aquellos que militan en otras filas que las nuestras, puedan participar en nuestros debates y enriquecer nuestras discusiones. No nos creemos monopolizadores de la verdad y no sólo queremos, sino que necesitamos, que el sentir auténtico del pueblo y las nuevas ideas que en su seno aparezcan, se viertan hacia nosotros y se confundan con las nuestras, a fin de acrecentar la representatividad partidaria y enriquecer su acervo ideológico.

Aspiramos a que, en esta forma, la línea política que emerja del Congreso y la dirección que allí se elija, estén dotadas de indiscutible legitimidad para representar al Socialismo chileno. Incluso a aquellos que hoy no militan en nuestra orgánica o que hasta ahora han pertenecido a otras tiendas, pero que en esta situación por la que atraviesa Chile, se sienten identificados con los valores y objetivos que se encarnan en este Partido Socialista, partido chileno, con vocación latinoamericana e inspiración internacionalista, autónomo, solidario, democrático y centralmente organizado, de raigambre obrera y popular, y que se define como un destacamento de avanzada que aspira a ser partícipe destacado en la construcción de la fuerza dirigente y unitaria de la revolución Chilena. Los socialistas no estamos sin embargo, satisfechos con lo que somos. Queremos ser más y mejores.

Archivos Internet Salvador Allende 89 http://www.salvador-allende.cl Para ello no debemos contentarnos con lo que hemos logrado. Nuestro Congreso debe colocar al día nuestro ideario y nuestro programa, confiriéndole mayor profundidad a nuestras concepciones políticas y asimilando en nosotros las nuevas exigencias que surgen en el pueblo y en Chile al compás de la acelerada dinámica del contradictorio mundo contemporáneo.

11. Los grandes temas del Congreso

11. 1 Debemos asumir plenamente, profundizar y actualizar nuestro contenido nacional.

En esta perspectiva de desarrollo de nuestras ideas centrales, el Congreso debe ocuparse de actualizar el contenido que está detrás del concepto de “lo nacional” que con tanto énfasis reiteramos los socialistas al caracterizarnos.

En las condiciones contemporáneas, el proceso de transnacionalización del poder y la riqueza en el mundo capitalista, amenaza diluir la sustancia nacional de los países del Tercer Mundo, en un único mercado planetario que los priva de autonomía decisoria tras la universalización de patrones de consumo, conducta y expectativas, funcionales al interés del capital monopolista y del orden social que lo sustenta. El Estado, en este esquema, va dejando de representar el interés de las naciones y de sus pueblos, para ir deviniendo, paulatinamente, en un simple gendarme armado que cautela un injusto orden social e internacional.

La afirmación de lo nacional en estas circunstancias, en los planos no sólo político y económico, sino que también cultural y espiritual, se presenta como un obvio y necesario ingrediente de la lucha antiimperialista. Y el papel del Estado en la defensa del patrimonio nacional, en su más amplio sentido y en el despliegue de todas las potencialidades de Chile en los diferentes ámbitos de la vida social, debe pasar a ser un rasgo esencial de su connotación política e ideológica.

Pensamos que esta defensa y afirmación del sentido nacional de nuestra sociedad, debe recoger su savia nutricia en un más profundo enraizamiento de la Izquierda y el Socialismo en nuestra propia historia, en el sentir popular y en lo que en él hay de más autóctono y valioso, asumiendo como nuestras, no sólo las reivindicaciones populares, sino la manera en que pueblo las entiende, expresa y simboliza, integrándolas en el proyecto político popular y nacional.

En este sentido, creemos que el entronque de la Izquierda y el socialismo con el contenido nacional que representa el cristianismo popular, en cuanto fermento que trabaja en la base social por encarnar en la tierra los valores de justicia y humanismo que encierra el mensaje evangélico, es una faena imprescindible, no sólo en Chile, sino en toda América Latina, para que el movimiento democrático revolucionario se funda con el sentir del pueblo cristiano y recoja su aporte, pensando, como el Ché Guevara, que «el día que los cristianos asuman la Revolución en América Latina, la Revolución será indetenible».

11.2. Debemos actualizar nuestra vocación latinoamericanista y bolivariana.

Creemos que en las circunstancias por que atraviesa el mundo y América Latina es necesario poner al día y hacer operante nuestra vocación latinoamericanista y bolivariana.

Más allá de la solidaridad activa con la triunfante Revolución nicaragüense, con la gesta liberadora de los pueblos de El Salvador y Guatemala, y con la heroica Revolución Cubana, lo que se requiere es que vivamos y valoremos esas empresas y experiencias como episodios de una sola gran batalla, la que libra nuestra América en contra del imperialismo y sus aliados, con la conciencia clara de que, en la medida que nos comprometamos en ella, más va a ir siendo la Patria Grande, el escenario de nuestras luchas, aquella que va desde México al Cabo de Hornos, y que es la gran patria común americana de un Bolívar y de un Juárez, de un Martí y de un Sandino, de un Andrés Bello y de un José Carlos Mariátegui.

En el caso de Chile, esa apertura latinoamericanista tiene una especial inflexión hacia los países andinos del Norte y, y particularmente hacia nuestros vecinos argentinos de allende los Andes, con quienes, como con nadie, estamos confundidos por la historia, la geografía y por un porvenir en lo político, económico y cultural, cada vez más interdependiente.

Por otra parte, en una situación como la presente, en que el llamado sistema interamericano aparece desacreditado e ilegitimado como nunca, y en que afloran por todas partes iniciativas aún informes para darle expresión común a América Latina en el plano internacional, en una hora en que el peso de los absurdos gastos en armamentos agobia las economías latinoamericanas y entran en crisis los regímenes militares, en un momento así, se pone en evidencia como nunca la irracionalidad de nuestro actual desmembramiento político heredado del siglo pasado, abriéndose todo un campo fecundo para que los socialistas podamos hacer cristalizar, en objetivos a la vez ambiciosos y realistas, nuestra vocación latinoamericana.

11.3.Debemos reivindicar el contenido internacionalista del socialismo.

Pero no basta con la necesaria reactualización de la dimensión nacional y latinoamericana del socialismo chileno. Debemos también hoy revitalizar el carácter internacionalista del Partido. Sobre todo en esta hora, en que al calor de nuestra brega, ampliamente respaldada por todas las fuerzas democráticas y progresistas del mundo, recobra una relevancia especial la verdad profunda que se esconde tras las inmortales palabras con que se cierra el histórico Manifiesto Comunista: «Proletarios de todos los países, uníos».

La lucha por el socialismo en el mundo es una sola y el porvenir socialista de la humanidad sólo puede pensarse a escala universal, única circunstancia que permite el pleno y cabal despliegue de sus potencialidades liberadoras y creadoras.

Archivos Internet Salvador Allende 90 http://www.salvador-allende.cl Por eso los socialistas chilenos, empinándonos sobre nuestras fronteras, debemos adquirir plena conciencia de la naturaleza de la situación mundial que atravesamos, que es una nueva fase de la pugna irreconciliable entre las fuerzas que trabajan por el socialismo y aquellas que se obstinan en defender el irracional orden imperante, que es el orden del despilfarro y del consumismo, del armamentismo y de las guerras, de la explotación y de la miseria en el Tercer Mundo, y del desempleo y la desmoralización de las masas a escala universal.

En esta toma de partido no bastan las adhesiones principistas. Nuestro Partido, la Izquierda chilena, nuestro pueblo, debe sentirse hermano solidario y combatiente en una sola trinchera con los demócratas revolucionarios de Centroamérica, con el movimiento de liberación de los países árabes en especial con el pueblo palestino , con los que en el África negra se oponen al neocolonialismo y al racismo, con los pueblos asiáticos que se esfuerzan por consolidar su independencia nacional y su emancipación social, y con el imponente movimiento de masas que en Europa Occi- dental y los Estados Unidos se yergue en contra de la política belicista de la Administración Reagan.

Todos ellos son nuestros aliados en una gran contienda histórica, vasta en el espacio y prolongada en el tiempo, pero que, en esta hora, cristaliza principalmente en el esfuerzo por atar las manos al imperialismo yanqui, a fin de hacerle imposible su insensato propósito de retrotraer el curso de la historia, bloqueando los intentos de los pueblos por liberarse, y colocando a toda la humanidad al borde de la guerra, con el objetivo declarado de debilitar y destruir a los países que ya en cuatro continentes han comenzado a recorrer las sendas del Socialismo.

El reintegro de Chile al Movimiento de los No Alineados es una forma concreta de reencontrarnos con estos grandes lineamientos políticos internacionalistas, así como lo son también, el respaldo a las Naciones Unidas, y a los principios de la autodeterminación de los pueblos y a las normas de Derecho Internacional.

Para abrir paso en la conciencia popular y nacional al precedente enfoque internacionalista y comprometido, hay que trabajar incansablemente por él contrarrestar la ofensiva deformadora de la opinión pública con que la dictadura ha querido aislar a Chile del nuevo mundo que pugna por nacer y del cual nosotros los socialistas nos sentimos parte indisoluble, más allá del chauvinismo estéril, del prejuicio parroquial y de la ceguera histórica, con que se ha pretendido alejamos y oponernos a las corrientes renovadoras de la humanidad, portadoras y grávidas de un futuro socialista.

11.4. Debemos asumir las nuevas y grandes tareas que se plantea la humanidad contemporánea.

Durante los últimos decenios, el desenvolvimiento de la vida social ha ido relevando, en el mundo, ciertas áreas de problemas que durante largo tiempo estaban latentes en el seno de la sociedad, pero que ahora alcanzan especial significación, interesan y preocupan a inmensos conglomerados humanos, fenómenos a los cuales no es ajeno nuestro país y nuestra sociedad. Ellos deben por tanto, ser materia de reflexión en nuestro Congreso y los criterios con que los enfoquemos deben formar parte en adelante de nuestro discurso político, si queremos que éste refleje la problemática concreta del país real.

Entre estos temas, queremos destacar, en primer lugar, al proceso de emancipación de la mujer. La deformación del papel de la mujer en la sociedad de clases, y la forma como en la familia se reflejan las diferentes etapas, de la evolución social, colocan a la orden del día de los movimientos populares el insertar entre sus aspiraciones, la readecuación de la mujer y de la familia en el proyecto de nueva sociedad que debemos diseñar. No por postergada que haya sido esta cuestión en el desarrollo del pensamiento revolucionario, no por ello deja de ser éste uno de los grandes temas del mundo actual, y por ende, del futuro. En una u otra forma, el problema ya lo están planteando las propias mujeres, que en una u otra forma, a veces equivocada , discuten y se organizan para afirmar su presencia liberadora y auténticamente femenina en la nueva sociedad.

Otro tanto podría decirse de los asuntos relativos a la juventud. Las contradicciones que se registran en su inserción en la sociedad moderna y el impacto que está produciendo en la juventud la sociedad de consumo, nos exigen preocuparnos de este problema, con sus derivadas secuelas en la familia y en la educación.

También como consecuencia del desarrollo industrial en las condiciones del capitalismo y con las deformaciones propias de la sociedad de consumo, se ha abierto todo un vasto repertorio de cuestiones relativas a la relación de la sociedad y del hombre, con el entorno natural, con el medio ambiente, cada vez más deteriorado, favoreciendo un desequilibrio en la relación entre el hombre y la naturaleza, que es menester también se asuma y enfoque con criterio socialista, cuando se quiere bosquejar una sociedad realmente humana para el porvenir.

La vasta problemática ligada a la necesidad de contrarrestar la perversa tendencia al desarrollo macrocefálico de la capital y del área metropolitana en detrimento de las regiones y provincias, con vistas a un desenvolvimiento equilibrado del país como una totalidad, y la necesidad, por tanto, de planificar desde este ángulo el desarrollo integral de Chile, se convierte también hoy en un tema insoslayable en el diseño del futuro de nuestro país.

Muy ligado a este tópico, la necesidad de ir delineando una política de respeto y de estímulo al desenvolvimiento propio de las minorías étnicas en el país señaladamente de la comunidad mapuche , se presenta también como un ingrediente imprescindible de toda propuesta, destinado a promover un desarrollo armónico del pueblo chileno en su integridad.

La Revolución Científico Técnica que ha presenciado la humanidad en el último medio siglo ha revolucionado la economía y producido tremenda influencia en todas las áreas de la sociedad. La Ciencia ha devenido en factor relativamente autónomo del proceso educativo, y la forma como se crea el conocimiento científico, se distribuye en el mundo, se manipula y explota, ha pasado a ser también tópico cardinal de nuestro tiempo, sobre todo en los países en desarrollo, con relación a los cuales, su dependencia científica y tecnológica es hoy por hoy uno de los elementos decisivos de su atraso general.

El señalar los parámetros de una política que ligue coherentemente la necesidad de aprovechar los avances científico

Archivos Internet Salvador Allende 91 http://www.salvador-allende.cl técnicos en el extranjero que nosotros no podemos emular , con la exigencia de que en nuestra patria se desarrollen los niveles de excelencia en el trabajo científico técnico necesarios para que podamos ser capaces de crear o adaptar creativamente en este campo, es un objetivo imprescindible en todo proyecto de transformación social que cautele y desarrolle nuestras potencialidades nacionales.

11.5. Debemos esforzarnos por desarrollar, renovar, fortalecer y unir a las fuerzas de Izquierda.

Volviendo ahora a nuestro Chile, nos preocupa fundamentalmente y nuestro Congreso deberá profundizar preferentemente en ello , todo lo ligado al desarrollo, renovación, fortalecimiento y unidad de la Izquierda, y más allá de ella, de todas, las fuerzas democráticas que se oponen, resisten y se comprometen en el enfrentamiento a la dictadura.

La plena recuperación de la capacidad de convocatoria y de liderazgo de masas de la Izquierda, la vemos ligada estrechamente a la superación de sus principales carencias, que en esta coyuntura frenan su expansión y robustecimiento.

Como hilo conductor de su quehacer, hay que relevar el objetivo fundamental de sus esfuerzos: la conquista del poder; de un poder democrático primero, para ir luego, llenándolo de un contenido socialista en la medida que la fuerza de la Izquierda se desarrolle y se torne hegemónico en el seno del pueblo.

Este encuadre, obvio si se quiere, pero que a veces se diluye en la brega cotidiana, significa el plantearse, en primer lugar, una nueva forma de enfrentarse al régimen, que supone, como ya se deja dicho, reemplazar lo que hemos llamado cultura política del reflujo, por una cultura política de la liberación. Esto a la vez significa, que a la par que se masifica la lucha del pueblo, debe ir radicalizándose su comportamiento en ella, en un proceso en que, comenzando con el desafío de la legalidad imperante y la desobediencia civil, se llegue a dominar todas las formas de lucha necesarias para doblegar y vencer al sistema de dominación político militar. La concreción de esta línea general y consensual en la Izquierda, en una estrategia determinada, realista y flexible, a la vez que orientadora en el trabajo político a nivel de masas y de los partidos, debe ser uno de los grandes temas debatidos por el Congreso, al calor de los debates que ya se están dando en el seno de la Izquierda y que deben profundizarse cada vez más.

Dentro de este encuadre debe, en segundo lugar, plantearse también una nueva forma de ligar a los partidos con las masas, a los destacamentos políticos que aspiran a ser vanguardia, con el pueblo todo, que es no sólo la materia prima de que se nutre el combate, sino también la fuente de energías y de iniciativas y demandas, que las vanguardias deben recoger y procesar, hasta convertirlas en un programa de lucha y en último término en una propuesta democrático revolucionaria de transformación de la sociedad chilena. Se trata, en otras palabras, de romper con la práctica superestructuralista tan arraigada en el comportamiento de la Izquierda, de concebir al pueblo como simple objeto manipulable de su trabajo político, para ir convirtiéndolo en el real sujeto del proceso democrático revolucionario, en tanto las vanguardias van elevando su conciencia al interpretarlo, a la vez que lo orientan y conducen.

En tercer lugar el encuadre de la Izquierda en la perspectiva de la conquista del poder, y con la finalidad de hacer de ella, como se ha dejado dicho, la fuerza hegemónica en el pueblo, supone también el plantearse una política de unidad de las fuerzas democráticas de orientación socialista y de raigambre obrera y popular, que le permita a la Izquierda generar el poderío necesario para ganar y capturar el poder.

Estas distintas dimensiones de¡ proceso de renovación de la Izquierda son interdependientes entre sí y se realimentan recíprocamente. Ahora queremos referimos especialmente a la forma como concebimos la profundización y desarrollo de su unidad.

11.6. Debemos avanzar desde las alianzas pluripartidistas hacia un Bloque por el Socialismo.

Ya hemos señalado que la unidad la concebimos como un proceso que debe articular dialécticamente la continuidad y la ruptura. No la concebimos como un fin en sí mismo, sino como condición de la victoria y como cimiento de la construcción de una nueva sociedad. La pensamos por tanto, construida sobre lo común y lo consensual que ha logrado ir decantándose en la ya larga trayectoria de lucha de los trabajadores chilenos. Nuestra meta es la conformación, bajo una conducción única, de una sola vanguardia dirigente de la Revolución Chilena.

Sin embargo, no confundimos la unidad y la cohesión de esa vanguardia con el monolitismo. El renuncio y el desconocimiento de las diferencias en el seno del pueblo equivale a negar la realidad y a querer borrar, en forma superestructural y burocrática, las distintas culturas y espacios políticos que integran el amplio espectro de las fuerzas democráticas chilenas.

Cada una de esas culturas y espacios representa una época de la historia y de las luchas de nuestro pueblo. La que proviene de las batallas de las clases medias por la democratización y la laicización de la sociedad chilena, que se dieron desde mediados del pasado siglo, que tuvieron al radicalismo como principal protagonista y que se ha ido desarrollando y enriqueciendo con el tiempo y la experiencia hacia una convergencia con el movimiento obrero. Las que se entroncan con el despertar del proletariado, a comienzos de esta centuria y que luego se fecundan con el impacto de la Revolución de Octubre dando origen a un Partido Comunista de honda raigambre y audiencia en nuestro pueblo. Las que se ligan a la respuesta popular frente a la crisis de la dominación oligárquica en los años treinta y que encuentran en nuestro Partido Socialista su más consecuente expresión política. Las que, después, reflejan la gravitación de la Revolución Cubana en nuestra juventud y su decisión de emprender una lucha radical, sin compromisos, contra la reacción y el imperialismo y que cristalizan principalmente en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Y las que, por la misma época, traducen en el campo político chileno los profundos cambios experimentados en el seno del cristianismo, insertando, a su componente popular y a su intelectualidad esclarecida, en el movimiento democrático revolucionario.

Todas esas vertientes de nuestro espectro social y político, pasando por sobre la valiosa y aleccionadora experiencia de

Archivos Internet Salvador Allende 92 http://www.salvador-allende.cl la Unidad Popular, están ahora presentes en el movimiento popular chileno y son ingredientes orgánicos, complementarios e imprescindibles en la conformación de la fuerza política conductora a que aspiramos.

Lejos de abjurar de este origen pluralista de nuestra vanguardia, creemos que esta diversidad es fuente de autenticidad, vitalidad y riqueza. La diversidad no es la división. La unidad no es la uniformidad.

Nuestro Partido piensa que, en esta fase, la cristalización progresiva en un Bloque político de todas estas fuerzas sociales y políticas con una inspiración socialista, es la meta a que ahora debemos aspirar al calor de los diarios combates en los variados frentes de masas contra la dictadura.

Nada mejor traduce nuestro pensamiento que los conceptos de José Carlos Mariátegui, cuando expresaba, ya hace más de cincuenta años: «La variedad de tendencias y la diversidad de matices ideológicos es inevitable en esa inmensa legión humana que se llama el proletariado. La existencia de tendencias y grupos definidos y precisos no es un mal; es, por el contrario, la señal de un período avanzado en el proceso revolucionario. Lo que importa es que esos grupos y esas tendencias sepan entenderse ante la realidad concreta del día. Que no se esterilicen bizantinamente en excomuniones recíprocas. Que no empleen sus armas ni dilapiden su tiempo en herirse unos a otros, sino en combatir el orden social, sus instituciones, sus injusticias y sus crímenes».

Y ahora, pasado medio siglo desde que fueron vertidos estos conceptos, recogiéndolos y prolongándolos en la contemporaneidad latinoamericana, Fidel Castro, con la autoridad y legitimidad que emerge de su vida y de su obra, reitera estas ideas, que los socialistas chilenos hacemos también nuestras, cuando expresa recientemente: “Soy contrario a las capillitas y enemigo del sectarismo. Organizaciones las hay y siempre las habrá. Crecen como la hierba y sus apóstoles se reproducen como conejos. Sobran los iluminados que interpretan la verdad única».

«He visto grupos que han proclamado la verticalidad de sus principios y peleado a muerte, con cuadros que postulaban exactamente las mismas tesis. Por largo tiempo las fuerzas de Izquierda se han peleado como el perro y el gato. Esta neurosis desaparece poco a poco y el sentido común se abre paso. Urdida en un rincón, la lucha aislada envenena».

“Por todo esto me inclino a eliminar los detalles. No doy la vida por los matices y pienso que a nadie humilla hacer concesiones honradas y de buena fe. Quiero hablar específicamente de una regla que estimo tiene vigencia universal: de acuerdo con mi experiencia, toda unidad de la Izquierda es ejemplar».

11.7. No queremos volver al pasado: hay que renovar la democracia y superar el desarrollismo reformista.

Cuando los socialistas chilenos nos proponemos derrocar la dictadura para recuperar la Democracia, siempre añadimos que nuestra intención es también renovarla, que no queremos simplemente volver al pasado y reproducir las carencias de que ella adolecía y que facilitaron el éxito del golpe militar.

Tema crucial de nuestro Congreso debe ser pues, el diseño de esa democracia renovada en su perfil propiamente político y proyectarla también hacia el ámbito económico y social.

Algunas ideas matrices y fundamentales al respecto hemos ido desarrollando los socialistas en el decurso de los últimos años, que es menester considerar y analizar en nuestro próximo máximo torneo.

En primer lugar, tenemos claro que la democracia liberal y formal, de inspiración individualista, es el correlato político de una economía capitalista, ya sea en su versión pura y ortodoxa, ya sea en su versión reformada por la acción del Estado y de los trabajadores, persiguiendo objetivos de desarrollo económico y de progreso social.

La democracia liberal, ligada a esta versión reformada de la economía capitalista, demostró en nuestro país como en otros de la América Latina, su incapacidad para resolver el empate social en que desembocaron los conflictos por la distribución de la renta nacional, y su ineficiencia para implantar un marco político eficaz y funcional con un desarrollo sostenido, acelerado y autosuficiente de la economía, transcurrida la etapa del desenvolvimiento fácil, sustitutivo de importaciones.

El impasse a que condujo esa incapacidad y estas ineficiencia de la democracia tradicional creó, en lo político y en lo económico, las condiciones para la emergencia de la contrarrevolución, sobre todo cuando los avances del movimiento popular incluso con la captura de posiciones de Gobierno, como fue el caso de Chile , pusieron en peligro la subsistencia del orden social existente.

De lo que se trata ahora es de modelar un tipo de organización social democrática que supla esas insuficiencias de lo que podríamos llamar el democratismo formalista, si nos atenemos a su cara política, o el desarrollismo reformista o populista, si repararnos en su contenido económico social.

Está claro, sin embargo, para nosotros, que esa forma de democracia y el modelo económico desarrollista enmarcado en ella, pese a sus limitaciones, fueron capaces, en lo esencial, de garantir el respeto a los derechos humanos aún con las deformaciones que ellos revisten al refractarse en la economía capitalista, y de posibilitar una mejoría relativa de las condiciones de vida del pueblo y su creciente participación en a vida económica y social. Este juicio nos parece ahora tanto más correcto y evidente, cuanto que la dura experiencia del fascismo que estamos viviendo, nos permite valorar mejor la significación de la libertad que hemos perdido y de la justicia que nos está siendo negada. Pero también está igualmente claro, que dentro de los marcos de una economía capitalista, el desarrollo democrático tiene un límite, y que cuando se requiere ir más allá de las reformas de superficie, que el sistema puede absorber, para intentar darle a la democracia un contenido social y económico transformando la estructura social, entonces, la contrarrevolución emerge como respuesta al proyecto transformador. Y ese proceso hacia la ampliación y profundización de la democracia, es entonces abruptamente interrumpido por la violencia y el terror al servicio de los intereses amenazados por los cambios sociales, y en especial los de su bastión más firme, el capital monopolista. Y he ahí el

Archivos Internet Salvador Allende 93 http://www.salvador-allende.cl fascismo.

11.8. Hacia una democracia con contenido social, participativo y creador.

Para que el insuficiente desenvolvimiento de la democracia no engendre las condiciones para la emergencia del fascismo, es menester profundizarla y ampliarla progresivamente, lo que quiere decir acometer la empresa de transformar la economía capitalista en la dirección del socialismo, y permitirle así al pueblo, la posibilidad real de ejercer sus derechos y usar sus libertades, de elegir a sus gobernantes, de participar en la gestión de los asuntos públicos y de asumir sus responsabilidades en la realización de las tareas y el cumplimiento de las metas que soberanamente se fije.

La democracia en desarrollo así concebida, se confunde con el proceso de modelación de una nueva y más justa sociedad; no se limita sólo a la participación esporádica y ocasional en la designación de autoridades, en el acto formal del sufragio, sino pasa a ser, en verdad, la inserción del ciudadano de manera permanente en una sociedad en movimiento y transformación, a través de su participación en todas las fases del proceso político, el que, por otra parte, por intermedio del Estado, está conscientemente orientado a elevar el nivel de la existencia de todos y de cada uno de los integrantes de la comunidad nacional.

Ya a principios del siglo pasado, en plena gesta de nuestra independencia, el libertador José de San Martín vislumbró esta renovada y totalizante concepción de la democracia cuando percatándose de las limitaciones de su versión liberal y formalista, proclamaba que «el mejor de los gobiernos no es el más liberal en sus principios, sino el que hace la felicidad del pueblo».

De esta visión de la democracia arranca incluso otra fundamentación para la legitimidad de los regímenes sociales, que no incide sólo en su origen, sino que se integra y completa con su capacidad para hacer cada vez más digna, justa y rica la existencia del hombre.

¿Y no es hacia esta versión renovada de la democracia, hacia donde apunta el dirigente democratacristiano Radomiro Tomic, cuando se pregunta, después de registrar las limitaciones de la democracia durante el capitalismo, «por qué no partir, en cambio, en América Latina, de la exigencia perentoria ética, institucional y práctica , de que la legitimidad del régimen político social debe basarse primeramente en la satisfacción de las necesidades básicas de la población, en el respeto efectivo de los derechos esenciales del hombre».

Alrededor de estas ideas pensamos, los socialistas, que es posible bosquejar para Chile una democracia, construida sobre la base del respeto irrestricto a los derechos humanos y del reconocimiento del origen popular del poder, cuyo contenido sea la satisfacción de las necesidades del hombre y el enriquecimiento de su existencia, y cuya fuerza la reciba del respaldo consciente, participativo y organizado del pueblo en la toma de decisiones y en su realización.

11.9 Hacia una transformación democrático revolucionaria de la economía en la dirección del socialismo.

Las líneas centrales de esta orientación renovadora de nuestra democracia como se deja dicho, se vinculan a una paralela reconstrucción de la economía en el sentido del socialismo.

La experiencia chilena y muchas otras en las más variadas latitudes, demuestran que esa transformación de la sociedad no se alcanza, si el proyecto de cambio social degenera en lo que ya denominamos «un desarrollismo reformista o populista», en la que el Estado deviene, en último término, en un árbitro entre las distintas clases sociales y fracciones de clase, sin proponerse resolver los conflictos planteados en la dirección del socialismo, manteniéndose a la postre un inestable equilibrio político social con perniciosos efectos económicos.

En efecto, tal estado de «desarrollismo reformista o populista», de empate social y de indefinición, mantenido merced a concesiones recíprocas a los intereses sociales divergentes en el marco de una economía todavía capitalista, sólo puede subsistir a costa del desequilibrio del comercio exterior, del endeudamiento externo, del déficit fiscal y del sector público de la economía y de la distorsión del sistema de precios, haciendo con ello imposible que el mercado cumpla su función reguladora de la vida económica, antes de que el sistema planificador estatal haya logrado desarrollarse para sustituir a aquél, como patrón de funcionamiento de la economía.

La política reformista o populista termina por generar los mencionados desajustes desorganizadores de la vida económica, como consecuencia de querer contentar a todos, con lo que, en definitiva, no se logra satisfacer a nadie, creándose un clima social propicio a la contrarrevolución.

En el plano monetario, todos esos desequilibrios se traducen en una indetenible tendencia inflacionista, resolviéndose en definitiva, vía alza de los precios, el proyecto imposible de querer, simultáneamente, satisfacer las necesidades populares y promover el desarrollo manteniendo intocadas las bases estructurales de la economía y sus mecanismos de acumulación y de reproducción. O sea, sin sacrificar ningún interés de clase.

En último término, el desarrollismo populista conduce al estagnamiento económico y a la desorganización social, y si, en esas circunstancias no surge una fuerza revolucionaria reordenadora de la sociedad, a un nivel superior, o sea, socialista, se generan condiciones favorables para el retorno a las políticas económicas de derecha, con mayor o menor ingrediente de fascismo en lo político, según sea la gravedad con que se perciba la inminencia de trastornos sociales revolucionarios por las clases dominantes.

La salida democrático revolucionaria a la crisis a que conduce el desarrollismo populista, o la política destinada a hacer posible el desarrollo económico, paralelo a la satisfacción de las necesidades básicas de la población, sin caer en el populismo infecundo, sólo se pueden fundamentar en la transformación de la estructura capitalista de la sociedad, a través de un proceso en que el Estado vaya, conscientemente, asumiendo el rol de planificador de la economía en función del desarrollo y del mejoramiento posible de la condición de vida popular, vaya generando un área de propiedad

Archivos Internet Salvador Allende 94 http://www.salvador-allende.cl pública sobre los sectores claves de la economía y vaya tomando sobre sí la responsabilidad de acumular los excedentes económicos necesarios para promover el desenvolvimiento productivo.

Este proceso tiene un desarrollo más o menos largo, durante el cual subsiste un importante sector privado en la economía, en la cual deben desarrollarse formas cooperativas y autogestionarias de propiedad, paralelas al área estatal, con la mira de evitar el estatismo, el burocratismo y la ineficiencia y de darle al mercado una función complementaria al Estado en la asignación de recursos, dentro del plan general.

Preocupación fundamental, durante el proceso de transformación económica nacionalización de los monopolios y de los sectores estratégicos de la economía, recuperación de la propiedad nacional sobre los recursos naturales enajenados, prosecución de la Reforma Agraria , debe ser el evitar que en el intertanto se produzcan en la economía desequilibrios de tal naturaleza que desorganicen la estructura productiva y generen escasez y carestía o desempleo, imposibilitando la reproducción del sistema y generando un clima de inseguridad general, antes de que existan todavía las condiciones políticas para la consolidación del nuevo orden social que se va gestando en el seno del sistema económico anterior. En la consecución de este objetivo tiene importancia fundamental el dotar de garantías al sector privado subsistente, firmes y confiables. Asimismo, adquiere en estas circunstancias, gran relevancia, el frenar las tendencias inflacionistas que siempre se desarrollan en períodos como éste, no sólo velando por el equilibrio en el comercio exterior y en la economía fiscal y del área pública, sino también actuando directamente sobre la demanda, restringiendo el poder de compra de los sectores de altas rentas por vía impositiva o del ahorro forzoso, proceso complementario al de la supresión de la oferta de artículos suntuarios, superfluos o socialmente innecesarios.

Las líneas centrales de toda política económica, democrático revolucionaria para Chile, debe importar una respuesta popular y nacional a las tendencias a la transnacionalización de la economía y a la acentuación de una neo dependencia, que se hacen dominantes en la actual economía del mundo capitalista. No se trata de propugnar el aislamiento en un mundo cada vez más interdependiente, ni de crear economías autárquicas, anacrónicas e ineficientes en la época actual.

Pero sí se trata de generar en el país un núcleo económico endógeno que, dotado de capacidad decisoria y de una base material y productiva, permita, sin comprometer el desarrollo hacia adentro de la economía, su adecuada inserción en el mercado exterior, que priorice, las exportaciones para las que tenemos ventajas comparativas y evite la proliferación de actividades industriales antieconómicas y sobreprotegidas que nuestra propia experiencia ha, revelado, constituyen un pesado fardo, cuyo costo recae en la economía del país todo y en el nivel de vida popular.

12. A través de la forja de una vanguardia revolucionaria, hacia la conquista de la hegemonía del poder en la sociedad: por una república democrática de trabajadores.

Los perfiles expuestos de nuestra visión de la fase democrático revolucionaria que se abre con el derrumbe de la dictadura, y que deberá precisar y profundizar nuestro próximo Congreso, descansan en un supuesto político primor- dial: el desarrollo y la maduración de una fuerza política poderosa y homogénea, capaz de conquistar la hegemonía ideológica en el pueblo y disputarle, palmo a palmo, a la reacción, la dirección de las conciencias, volcando en su favor la correlación de fuerzas sociales y políticas. Se crean así las condiciones para implantar los cimientos de una sociedad colectivista, etapa que los socialistas chilenos llamamos una República Democrática de Trabajadores, antecedente y preludio de la sociedad socialista.

La constitución de esa vanguardia política unitaria y dirigente, en el período de transición el período de la democracia revolucionaria y antifascista , constituye el supuesto primordial para avanzar hacia el socialismo, porque sólo a través de esa vanguardia unida es posible acumular fuerzas políticas, sociales e ideológicas suficientes para elevar el nivel de conciencia de las masas, orientar y dirigir a las fuerzas sociales progresistas en especial la clase obrera , tras los objetivos revolucionarios, e inspirar y respaldar la acción transformadora de un Estado democrático, fuerte y robusto, capaz a la vez, también, de hacer frente a la contrarrevolución y a los gérmenes de anarquía, que siempre proliferan en el conflictivo decurso de los procesos revolucionarios.

La construcción de una democracia viva y vigorosa, a la par que la remodelación de la estructura económica, de la sociedad, suponen un alto nivel de conciencia política en el pueblo y en las masas, capaz de ir permitiendo el desplazamiento en el tiempo y reordenando en función de los valores socialistas, la satisfacción progresiva de las aspiraciones populares hacia un porvenir más justo, hacia una vida más rica y feliz.

Lo que en casi todas las experiencias revolucionarias ha sido una etapa difícil y dura, que el propio desarrollo del proceso va haciendo necesaria para hacer avanzar la Revolución, creemos nosotros que en Chile es posible preverla y dirigirla consciente y planificadamente, con el mínimo costo social posible, si es que logramos formar esa fuerza política conductora, homogénea y hegemónica, instrumento y viga maestra de la edificación revolucionaria.

13. El engrandecimiento del Partido Socialista, aporte decisivo a la revolución chilena.

En la forja de este ambicioso proyecto de construcción política queremos, los socialistas, jugar un rol principal, no por un afán voluntarista, sino teniendo en cuenta la potencialidad revolucionaria del espacio político socialista en Chile, que nuestro Partido debe ocupar y fecundar. Queremos colocar al servicio de esta empresa todo el acervo humano, orgánico, político e ideológico de un Partido Socialista engrandecido, con vocación de liderazgo, a la vez que respetuoso y consciente del apronte con que las otras fuerzas de la Izquierda deben concurrir para generar la vanguardia dirigente de la Revolución Chilena.

La significación y la entidad de la contribución del Partido a esta tarea depende, en gran medida, de que sepamos superar los resabios de sectarismo, de que seamos capaces de abrimos hacia el pueblo y hacia lo nuevo, generosa y creativamente.

Archivos Internet Salvador Allende 95 http://www.salvador-allende.cl Ello sólo es posible si reafirmamos nuestro carácter de partido inspirado en la teoría revolucionaria del proletariado y guiado por los principios de¡ centralismo democrático en su organización interna. No queremos ser un conjunto de elementos heterogéneos, accidentalmente unificados, sino un crisol para fundir en una sola voluntad y hacia una sola dirección, las energías que recibimos de las fuerzas sociales en que estamos enraizados y debemos interpretar y conducir. En esta empresa, tenemos presente lo que dijera Lenin al afirmar que la construcción de una nueva sociedad «no es posible realizarla mediante acciones aisladas de heroico entusiasmo; ella exige el más prolongado, el más persistente, y el más difícil heroísmo de masas en el trabajo de todos los días».

14. El XXIV Congreso General Ordinario del Partido Socialista

Momento decisivo en este esfuerzo de superación socialista, queremos que lo sea la realización del XXIV Congreso General Ordinario de nuestro Partido.

Lo concebimos como un Congreso de Unidad y de Lucha, como una respuestas creadora a los desafíos de la vida, como un jalón en el avance de la resistencia y de la lucha contra la dictadura, como una oportunidad histórica para engrandecer a nuestro Partido y como un saludo a la memoria de nuestros fundadores, héroes y mártires, en los que cristaliza nuestra voluntad de entrega al pueblo, a Chile y a la revolución. Un saludo a la memoria de Matte y de Grove, de Barreto, Llanos y Bastías, a la de Exequiel Ponce y José Tohá, a la de Carlos Lorca y , y sobre todo, a la de Salvador Allende, cuya vida socialista y militante, consagrada a la unidad del pueblo chileno y a la realización de los ideales socialistas y cuya muerte en combate, son y serán siempre, fuente inagotable de inspiración y de fe en el porvenir, en Chile y en el Socialismo.

Convocamos pues a todos los socialistas chilenos a redoblar su voluntad y su decisión de lucha contra la dictadura, a través de su participación en el Vigésimocuarto Congreso General Ordinario del Partido Socialista de Chile, que más allá de ser un evento socialista, queremos que sea un vibrante y apasionado llamado a todos los demócratas chilenos a unir y concentrar, a batallar y combatir.

Viva el XXIV Congreso del Partido Socialista de Chile!

¡Viva Chile!

¡Venceremos!

(*) Este documento fue escrito a principios de 1983, cuando estaba en su apogeo la crisis económica y social provocada por la aplicación del modelo económico liberal que Impuso el régimen militar chileno, situación que abrió curso al masivo movimiento de protestas que Inició el proceso político de reconquista de la democracia en Chile, cuyos hitos culminantes fueron el triunfo del NO en el plebiscito de 1989. y la victoria de la Concertación de Partidos por la Democracia, en diciembre de 1990.

Archivos Internet Salvador Allende 96 http://www.salvador-allende.cl Bases de la reunificación socialista. 1987*

Chile Chico, 20 de junio de 1987

Compañeras:

Moy de Tohá, María Inés Horwitz, Silvia Martínez, Pilar Soto, María Victoria Armanet, Silvia del Villar, Mafalda Foilles, Norma Henríquez, Sandra Palestro, María Eugenia Segovia, Irma Covarrubias, María Cristina Vásquez, Angela Bachelet, Laura Aránguiz.

Queridas compañeras y amigas:

A través de ustedes respondo a la generosa y solidaria carta en que más de doscientas mujeres socialistas, de distintas afiliaciones orgánicas y muchísimas que no reconocen militancia alguna, saludan mi ingreso a la patria, valoran su significación política y me instan a «que impulse y logre la unidad del socialismo».

No puedo menos que asociar ese anhelo a las palabras de la carta que me enviara nuestra querida Tencha, con posterioridad a mi retorno, en la que después de ciertas consideraciones me expresa que «esas condiciones lo habilitan, mejor que nadie hoy día, para luchar incluso desde su destierro, para lograr la unidad del socialismo y de la oposición chilena». Además no han sido pocas las solicitudes que, aquí en Chile Chico, he recibido desde el interior y desde el exilio, de viejos compañeros y amigos y de socialistas anónimos de diferentes partes del país, para estimularme a tomar alguna iniciativa que contribuya a la unidad socialista, entendida como aporte a la lucha contra el régimen militar y en favor de la reimplantación de la democracia en Chile.

No puedo pues, sustraerme a estas demandas, sin que mi conciencia me acuse de irresponsabilidad y hasta de cobardía por no atreverme a colaborar en una empresa, que no por difícil, deje de ser una sentida aspiración y una obvia necesidad para el pueblo socialista y para la consecución de nuestros objetivos democráticos y revolucionarios. Sé que al instarme a impulsar la unidad del socialismo, quienes lo han hecho, no ha sido tanto viendo en mí a un dirigente de una organización determinada, sino a un socialista que, por diversas razones, está en estos momentos en condiciones de que su llamado a la unidad tenga alguna resonancia y credibilidad en nuestro espacio político.

Por eso, al responder a este requerimiento lo hago a titulo personal, y lo que propongo debe ser considerado, tanto por la directiva de mi partido como por las de otras orgánicas socialistas. Pero al formular una propuesta al respecto, lo hago señaladamente para responder a una aspiración socialista generalizada, que trasciende las orgánicas y las lealtades partidistas.

Por otra parte, estoy ciero de que el espíritu que impregna la proposición adjunta es en todo congruente con la línea estratégica de mi partido en esta materia, a la que creo interpretar con fidelidad. Esto no deja de tener gran importancia, no sólo porque se trate de mi partido, sino porque, sobre todo, a partir de 1973, y más que nada desde la masiva caída en manos de la dictadura de buena parte de la Dirección, en 1975, quienes hoy la dirigen tuvieron un papel fundamental en mantener viva y actuante nuestra organización. Más aún, sin pecar de inmodestia, es debido a la lucha permanente y al sacrificio de muchos de esos compañeros, que hoy tenemos una presencia destacada en los más diversos frentes sociales y ocupamos un sitial importante en la política nacional. Por respeto y consideración a estos compañeros, no podría apartar mis propuestas personales, en lo que a unidad socialista se refiere, de que ha sido y es la línea partidaria.

A mi juicio, no comenzaría bien la empresa unitaria, si limitáramos su contenido a la mera satisfacción de un ferviente deseo de unidad, más emotivo que racional y político, por más que el sentimiento unitario sea motivación e ingrediente importante de aquella. Como también nos equivocaríamos si creyéramos que un mero acuerdo cupular, asociado al mecanismo «del cuoteo” es la mejor manera de formalizar los consensos alcanzados, sin la presencia activa y protagónica de las bases y del pueblo socialista.

De ahí que, para colocar sólidos cimientos a nuestra obra unitaria, debemos situarla, en lo fundamental, en el terreno de encontrarnos, los socialistas, en la lucha de cada día y cada minuto contra la dictadura, en cada frente de combate por la democracia, y nutriendo en la lucha nuestros consensos políticos, bases ambas, imprescindibles de cualquier construcción unitaria robusta. Además, se requiere que tal proceso cuente con la activa participación de las bases militantes y no sea producto de meras decisiones cupulares, las que, al sostenerse sólo en la voluntad que pueda tener un grupo de dirigentes, tiene también la fragilidad de verse, la unidad, interrumpida y quebrada cuando esas voluntades se debilitan o entran en conflicto.

Desde el punto de vista de fondo creo que la puesta en marcha de un proceso unitario serio y consistente, supone el consenso sobre los siguientes puntos:

Primero: La contradicción principal que afecta nuestra sociedad es actualmente la que opone la democracia a la dictadura, y es, a través de ella, que se manifiesta, aquí y ahora, la contradicción fundamental en nuestra época entre capitalismo y socialismo. De allí que la tarea esencial que corresponde asumir al Socialismo Chileno, hoy en día, es contribuir a la derrota política del régimen militar para alcanzar una auténtica democracia. De esto deriva la necesidad de los socialistas de empeñarse en conseguir la unidad de todas las fuerzas democráticas, a nivel social y político, hasta donde esto sea posible. Pero ello es necesario no sólo en función del objetivo de terminar con la dictadura, sino, también y fundamentalmente, porque los socialistas entendemos la democracia como un valor que apunta al respeto, ejercicio real y progresiva ampliación de los derechos humanos y a la creciente participación soberana del pueblo en las decisiones públicas en todo nivel, en el marco de un Estado de Derecho.

Archivos Internet Salvador Allende 97 http://www.salvador-allende.cl Segundo: Complementando la lucha por la unidad de los demócratas, el socialismo debe empeñarse por robustecer en su seno la gravitación y el concierto de las fuerzas democráticas más avanzadas que se orientan hacia el socialismo, vale decir, de las fuerzas de Izquierda.

En esta crítica coyuntura nacional, esto significa que el socialismo debe unirse en el contexto de reencuentro de la Izquierda, que ahora resurge como tal y busca afirmar su perfil y encontrar su expresión orgánica. El socialismo debe liderar la promoción de esta necesaria rearticulación de esta nueva Izquierda, recogiendo lo esencial del legado unitario de Salvador Allende.

Se trata de una Izquierda no repetitiva ni añorante, que logre dar cuenta efectivamente de los profundos cambios producidos en Chile, América Latina y el mundo en los últimos quince años. Una Izquierda que se renueva en la búsqueda de nuevas respuestas a viejos problemas que han adquirido manifestaciones diferentes, sacando las valiosas lecciones de su experiencia pasada, en un doble proceso de reafirmación y de autocrítica. Una Izquierda no encerrada en sí misma ni en la dogmatización de sus esencialidades, sino abierta a redefiniciones y a la búsqueda de entendimientos con todas las fuerzas democráticas que busquen asentar la futura democracia en cambios profundos.

Es decir, una Izquierda capaz de conformar una amplia mayoría social y política nacional capaz de llevar a cabo las transformaciones institucionales, en especial aquellas que democraticen las FF.AA. y el Poder Judicial, así como los cambios estructurales que entreguen al Estado la propiedad y el control sobre los medios de producción estratégicos, la planificación y orientación de la economía en función de satisfacer prioritariamente las más agudas necesidades populares, y la promoción del desarrollo económico, garantizando una vida digna a todos los chilenos; a ello se agrega la complementación de la gestión pública de un área estratégica de la economía con el adecuado aprovechamiento y estímulo a la iniciativa privada en la tarea de promover el bienestar colectivo.

Tercero: Los socialistas desconocen la legitimidad de la dictadura militar por su origen y gestión antidemocrática. Respaldan, en consecuencia, el derecho de¡ pueblo chileno a resistir a la opresión con aquellos medios idóneos para ponerle término y centrar su política en la lucha de masas y su autodefensa hasta elevarla a niveles necesarios para romper la ¡legítima institucionalidad vigente, volcando la correlación de fuerzas en favor del pueblo, lo cual, cree las condiciones para el desalojo de los militares del poder.

Cuarto: La democracia es condición necesaria pero no suficiente para alcanzar la justicia social y resolver las contradicciones de clase. Específicamente en Chile, recuperado con la democracia el derecho soberano del pueblo a determinar su propio destino, las fuerzas democráticas que optan por el socialismo deben aspirar a ir progresivamente conquistando la hegemonía en la sociedad chilena, de modo que, por la vía de una democracia profundizada, avanzada, y revolucionaria, puedan, en una República Democrática de Trabajadores, comenzar la tarea de construcción del socialismo.

Quinto: El socialismo chileno es una expresión política profundamente nacional, con una perspectiva latinoamericanista y bolivariana.

Es nacional, en cuanto aspira a representar al pueblo chileno como unidad nacional, afirmar su independencia y soberanía, defender su integridad territorial y su patrimonio económico y cultural, y sus tradiciones democráticas, proyectando a la nación internacional mente con una vocación de paz y una perspectiva latinoamericana.

Es latinoamericana, en cuanto asume la necesidad histórica de los pueblos latinoamericanos a unirse, a integrarse en una comunidad supranacional en el transcurso de su lucha contra el imperialismo, para afirmar su independencia, sobre la base de una historia y sus rasgos culturales comunes.

Sexto: El socialismo, al reagruparse, debe reafirmar su carácter internacionalista que presupone reconocer la conflictividad esencial subyacente en toda la sociedad de clase, la que sólo podrá resolverse, en último término, a escala universal en el decurso de la lucha de los pueblos por un mundo socialista, capaz de superar la irracionalidad y la injusticia inherente al capitalismo individualista. El socialismo chileno entiende que esta contradicción esencial se manifiesta principalmente ahora, en la oposición entre las fuerzas sociales que bregan por la distensión, el desarme y la paz y aquellas que promueven la guerra fría, el despilfarro armamentista y las intervenciones contrarrevolucionarias y en esta pugna, toma abiertamente partido por los primeros. Ello, sin perjuicio de mantener su histórica posición de plena independencia respecto a las organizaciones internacionales ideológicamente configuradas. El socialismo chileno toma partido en la certidumbre que sólo en un mundo de paz, puede lograrse vencer los resabios negativos del pasado, en especial el subdesarrollo del Tercer Mundo, haciendo posible que se coloquen, al servicio del hombre, las gigantescas conquistas de la ciencia y de las técnicas contemporáneos.

Séptimo: El socialismo chileno reafirma su autonomía para determinar su conducta en lo interno e internacional y su independencia para juzgar los acontecimientos mundiales. En este sentido, el socialismo chileno valora significativamente todas las multiformes expresiones del socialismo en la realidad contemporánea, procurando extraer de ellas sus enseñanzas positivas y aprender de sus errores evitando, así, incurrir en deformaciones e insuficiencias de diferente índole, con la mira de hacer plena realidad, en el mañana, la democracia en el socialismo y el socialismo en la democracia.

Octavo: El socialismo chileno, acorde con la declaración de Principios de 1933, se proclama inspirado en el marxismo como teoría revolucionaria, concebido no como un dogma sino como un guía para la acción, enriquecido por los aportes del devenir científico y social, así como por la propia práctica de lucha del partido, asumida teórica y políticamente en las resoluciones de sus Congresos ordinarios y extraordinarios.

Noveno: El socialismo chileno revela su carácter de instancia política orgánica, contribuyendo a la forja de la vanguardia de la Revolución Chilena , entendiendo que sólo la interacción entre el pueblo y su conducción política, puede hacer posible que las energías y potencialidades revolucionarias de las clases trabajadoras y sus aspiraciones e intereses,

Archivos Internet Salvador Allende 98 http://www.salvador-allende.cl sean recogidas, procesadas y convertidas por esa instancia política en conciencia, organización y movilización social, y habilitándola así para convertirse en agente transformador de la sociedad.

Décimo: El socialismo chileno valora al movimiento sindical y a las organizaciones de masas como el sustento de la movilización social y defiende su unidad en la diversidad, su carácter clasista y su independencia como supuesto necesario para construir la unidad y el concierto de las conducciones políticas de las clases trabajadoras.

Décimo primero: La organización partidaria socialista ha de regirse por los principios del centralismo democrático, compatibilizando el estímulo a la iniciativa y creatividad de las bases con el respeto a las autoridades libremente elegidas y con una conducta conscientemente disciplinada y responsable. El centralismo democrático se complementa, a su vez, con la práctica de la critica y autocrítica como instrumento de progresiva superación de la organización partidaria.

Desde el punto de vista de la forma para llevar a cabo el proceso unitario, éste debe visualizarse, no como un volcamiento del socialismo hacia su interior, sino como un estímulo para la creciente inserción de los socialistas en la lucha de masas y la movilización social.

En cuanto al mecanismo para poner en práctica el proceso unitario a nivel orgánico, creo que hay muchos perfectamente válidos y que el que finalmente se ponga en práctica surgirá del consenso que construyamos todos los interesados en hacer cristalizar tal proceso. No obstante, pienso que dicho mecanismo debe contemplar la injerencia principal de las direcciones de las orgánicas existentes, de la presencia socialista en los frentes de masa, de la opinión de las militancias, y de lo opinión de socialistas independientes que sean atraídos a tal proceso en el transcurso de esta iniciativa unitaria.

Teniendo en cuenta lo señalado, surge como primera tarea la necesidad de construir, desde ya, instancias unitarias de encuentro en la base socialista entre las militancias de las diversas orgánicas y de todos los socialistas independientes o «sueltos» que se sumen al proceso, para desarrollar planes comunes de lucha contra la dictadura, presencia concertada, socialista en los frentes, impulso a la presencia combativa de las fuerzas unidas de la Izquierda. Paralelamente, el proceso de unificación debe ir avanzando “por arriba”, en la gestación de un evento congresal de unidad y de los mecanismos que lo regirían.

El proceso de unificación, a mi juicio, debe desarrollarse y terminar en el transcurso del presente año, culminando con un congreso de Unidad Socialista Salvador Allende. En el mismo debiera considerarse la participación de tres tipos de delegados o representantes:

1. Una parte, designada por las Direcciones de las orgánicas concurrentes, de acuerdo con una proporción razonable que refleje adecuadamente las realidades de aquellas. Debe considerarse también un grupo representativo de los socialistas independientes.

2. Una parte constituida por aquellos socialistas que ostenten la calidad de dirigentes de sindicatos, federaciones y confederaciones sindicales, de organismos de pobladores y campesinos; de integrantes de las direcciones nacionales de Colegios Profesionales; de las federaciones y confederaciones de estudiantes, y de las organizaciones de defensa de los derechos humanos, todas de nivel nacional. Igualmente, los fundadores del partido y ex parlamentarios. Estos delegados lo serían por derecho propio.

3. Una parte elegida por los socialistas de cada región (o parte de ellas en el caso de la Región Metropolitana) en ampliados regionales integrados por representantes democráticamente designados por ampliados en cada comuna y por aquellos socialistas que ostenten en cada región las cualidades establecidas en el número anterior.

Cada una de estas categorías de delegados deberán constituir, aproximadamente, un tercio del total. Una vez aceptados estos criterios de fondo y procedimientos para las orgánicas a las que se entregue esta propuesta y por un número resentativo de socialistas independientes, una Comisión Organizadora, constituida por consenso, debiera hacerse cargo de reglamentar y de llevar a cabo el proceso de organización del evento, dando cabida en ella a socialistas independientes y a las mujeres socialistas que me instaron a promover esta iniciativa.

En la esperanza de que estas proposiciones sean constructivas y generosamente consideradas y puedan constituir un aporte a la empresa de unidad de los socialistas, les saluda y abraza fraternalmente a ustedes y a cada una de las compañeras que suscribieron la carta que contesto.

Clodomiro Almeyda Medina

(*) A mediados de 1987. estando relegado en Chile Chico, Clodomiro Almeyda recibió un mensaje de una veintena de mujeres, representativas del amplio espectro del socialismo chileno, en el que lo solicitaban que volcara todo su prestigio intelectual y político a la tarea de reunificar a las por entonces dispersas orgánicas en que se encontraba dividido el PS. En su respuesta, redactada en los últimos das de su destierro, el dirigente estableció los conceptos básicos que, a su juicio, deberían ordenar las concepciones de un PS reunificado. Publicado en Fortín Mapocho, Santiago, 18 de julio de 1987

Archivos Internet Salvador Allende 99 http://www.salvador-allende.cl Lo absoluto y lo relativo en el concepto de Democracia, 1989*

Las consideraciones que siguen han sido redactadas con el exclusivo y limitado propósito de servir de base de discusión para el tema que se abordará en la primera sesión del programado Diálogo Socialista.

Ellas han sido planteadas en un alto nivel de abstracción y con la intención de ser «apretadamente» sintéticas. Ello me ha parecido necesario para, primero, intentar desentrañar la esencia de lo que se entiende por democracia, y luego, la relatividad de sus manifestaciones históricas, y por último, lo rescatable como algo permanentemente válido de sus expresiones en una sociedad capitalista democrático liberal, como lo era la chilena antes del golpe militar. Además este esfuerzo contribuye a desmistificar la idea de democracia sin apellido, que suele concebírsela como panacea para resolver todos los problemas.

Se plantea después, siempre de manera “súper» sintética y también muy abstracta, las diversas dimensiones de un proyecto democratizador para sociedades como la chilena, que se quiere se prolongue en la construcción del socialismo. En estos enunciados se quiere relevar las dimensiones políticas y culturales complementarias con las democratizaciones institucionales y económicas, aspectos aquellos siempre subestimados, lo que, a mi juicio, constituye una carencia fundamental.

1. La clásica definición de Lincoln de la democracia, como el «gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo», incluye los tres elementos esenciales de lo que históricamente ha ido entendiéndose por democracia.

El «gobierno del Pueblo» alude a la legitimidad del poder basada en el apoyo, respaldo o consenso social en que aquel debe sustentarse para tener un origen democrático legítimo.

En términos contemporáneos, esto quiere decir que un gobierno democrático debe descansar en la hegemonía, sobre la sociedad, de los valores que encarna el poder. En la medida que el pueblo se sienta interpretado por esos valores, el poder que los encarne ejerce un liderazgo hegemónico en la sociedad que permite administrarla y/o conducirla y dirigirla.

El «gobierno por el pueblo» alude a la participación, ingerencia o involucración del pueblo entiéndase como conjunto de individuos o como pueblo organizado , en las decisiones que adopte el poder. Este aspecto le confiere un carácter democrático a la forma como se toman las decisiones, a la forma como se ejerce el poder. Es lo que ahora se llama participación.

El «gobierno para el pueblo» alude al contenido de la gestión del poder, que adquiere carácter democrático en la medida que se ejerce para satisfacerlas necesidades o aspiraciones de los componentes de la sociedad o de la sociedad como conjunto. Es lo que ahora podría denominarse buscar el «biencomún» ó el bienestar de la sociedad.

Esta intuición lincoIniana de la esencia de la democracia, considerada la definición como un todo, puede concebirse como el autogobiemo de la sociedad para satisfacerse a sí misma. Desde este punto de vista, ella constituye un ideal o, si se quiere, una utopía, que va atravesando e incorporándose en la historia. Este ideal en su realización más extrema y radical se confunde con el concepto marxista de la sociedad comunista sin clases y sin Estado, en que el autogobierno de la sociedad para satisfacerse a sí misma, conduce a la desaparición del Gobierno como tal, diluyéndose el poder en la totalidad social y desapareciendo, por ende, la distinción entre gobernantes y gobernados.

2. Este ideal utópico de la democracia, que ha acompañado en una u otra forma al hombre en el decurso de la historia, se va encarnando en diferentes formas en las distintas fases del desarrollo humano.

No existe, en consecuencia, una forma absoluta o definitiva de la democracia en el tiempo, que no sea el de ella como utopía, que es más un valor hacia el que tiende la historia, que una modalidad de organización política y social.

Por tanto, todas las sociedades tienen una dimensión democrática y una dimensión antidemocrática, más importante una u otra de esas dimensiones en las distintas formaciones socioeconómicas y en las diferentes etapas del desarrollo de esas formaciones.

3. En la sociedad burguesa, se produce una separación entre la sociedad política y la sociedad civil, que antes estaban confundidas, fenómeno complementario y condicionante para el fundamento y reproducción del modo capitalista de producción y la consiguiente diferenciación de clases en la sociedad civil.

La sociedad política está compuesta de «ciudadanos abstractos” depositarios de la soberanía e iguales entre sí, ficción necesaria para justificar el funcionamiento del capitalismo, pero que no se corresponde con la desigualdad real prevaleciente en la sociedad civil, la que se reproduce mediante la acumulación del capital en un marco jurídico y en un orden social destinado a garantizar la propiedad y la libertad de los propietarios como agentes del proceso acumulador. La libertad pasa a ser así, en el hecho, un atributo de la propiedad.

Pero el conocimiento de la igualdad formal ante la ley de los hombres, como ciudadanos, y de su libertad, como requisito necesario para proveer de trabajo al capital, proporciona un punto de apoyo, un punto de partida para que los trabajadores, perjudicados por la división de la sociedad en clases, comiencen a utilizar el marco jurídico de la sociedad burguesa para organizarse y presionar a las clases propietarias e ir progresivamente conquistando mejores condiciones de vida, gracias a las luchas sociales. Se va ampliando así, paulatinamente, el ámbito de los derechos humanos, que las clases dominantes se ven obligadas a reconocer formalmente .primero y con el contenido que logra alcanzar la fuerza social que se dispone para ello.

Archivos Internet Salvador Allende 100 http://www.salvador-allende.cl 4. En consecuencia, la democracia formal burguesa, que en su forma primigenia era sólo una democracia para los propietarios, va convirtiéndose, merced a la lucha democrática, en una democracia con un contenido también más o menos democrático.

Pero el desarrollo del contenido democrático en el seno de la democracia burguesa tiene un límite, señalado por el momento en que la fuerza del movimiento social que quiere profundizar la democracia, alterando el régimen de propiedad, es percibida por las clases dominantes como un peligro para la estabilidad del orden social. En ese momento, las clases dominantes echan por la borda la legalidad democrática y desnudan el carácter de clase que continúa, en su esencia, marcando el límite de la democracia burguesa.

5. Lo anterior quiere decir a su vez que, de la forma como se manifieste la democracia en una sociedad capitalista en cuyo seno se ha desarrollado y madurado un movimiento popular que apunta a profundizarla, es posible rescatar un contenido democrático permanente, o si se quiere, absoluto.

Porque no obstante el carácter relativo de todas las formas históricas de la democracia, va decantándose progresivamente un contenido absoluto de ella, cada vez mayor en cada una de las sucesivas fases del desarrollo social.

Es así como el reconocimiento de los derechos humanos incluyendo, desde luego, el pluralismo ideológico en la sociedad, el reconocimiento del principio de la legalidad y del Estado de Derecho, y el reconocimiento del derecho del pueblo a elegir sus autoridades, a determinar la naturaleza del orden social y a participar en las decisiones sobre asuntos de interés general, constituyen ya hoy un valor absoluto, sobre el cual debe descansar todo ordenamiento social y político democrático, sin prejuicio del perfeccionamiento de cada uno de estos ingredientes democráticos en las fases superiores de¡ desarrollo de la sociedad.

6. No obstante el valor permanente de los contenidos democráticos susceptibles de alcanzar en el seno de una sociedad capitalista,. esos contenidos son condición necesaria pero no suficiente para asegurar la profundización de la democracia a través de transformaciones socio económicas que permitan orientar y dirigir la actividad económica y la gestión de la propiedad en función de la satisfacción de las necesidades sociales.

En otras palabras, esos contenidos no garantizan la realización plena de la democracia social.

Este conjunto de objetivos reordenadores y democratizadores de la sociedad, constituyen, a su vez, los cimientos sobre los que puede y debe construirse una sociedad socialista en desarrollo único escenario en el que es posible llevar a cabo, plenamente, los contenidos esenciales de la democracia.

7. Para poder consolidar la democracia en desarrollo y evitar su destrucción por las fuerzas conservadoras en el momento en que la visualicen como un peligro para la propiedad y para su control del poder, y para poder profundizarla llenando plenamente su contenido de valores humanistas y solidarios, superando cualitativamente el carácter meramente formal, individualista y egoísta con que nació, como un simple atributo de la propiedad y una exigencia del modo de acumulación capitalista, en las condiciones chilenas actuales, se precisa:

Primero: Organizar el poder de manera que éste se genere y se gestione conforme a la voluntad popular, se promueva una creciente participación de la comunidad en la toma de decisiones y en su ejecución; se pueda controlar y fiscalizar eficazmente su funcionamiento y se elimine toda posibilidad de que la violencia institucionalizada en las entidades militares, pueda ser instrumentada para destruir la democracia y conservar por la fuerza la dominación de las clases propietarias.

Segundo: Organizar la economía con la doble finalidad de: a) asegurar a cada uno de los chilenos un nivel de vida digno y decoroso, acorde con el nivel del desarrollo económico de Chile, compatible con la condición humana y que posibilite realmente el respeto y el ejercicio de los derechos cívicos, económicos y sociales del hombre; y b) establecer un modo de acumulación que, junto con permitir el logro de la finalidad anterior, promueva, simultáneamente, el desarrollo de las fuerzas productivas, sobre la base del estímulo y la planificación general de la actividad económica, por un Estado fuerte y una administración eficiente, desburocratizada y descentralizada, que pueda utilizar los mecanismos del mercado como forma complementaria de la asignación de recursos y que contemple una pluralidad de formas públicas y privadas de propiedad procurando el óptimo aprovechamiento de los recursos naturales, humanos y financieros disponibles.

Tercero: Organizar al pueblo en entidades sociales multiformes y representativas de la pluralidad de intereses y vocaciones de los integrantes de la comunidad nacional.

Cuarto: Organizar al pueblo en instancias políticas, que merced al desarrollo de la conciencia social le permitan identificar y promover los intereses convergentes de las clases trabajadoras y de la intelectualidad, para poder así adquirir la fuerza necesaria capaz de hacer primar en la sociedad sus objetivos y valores y constituirse en fuerza rectora del pueblo y la sociedad e inspiradora de la acción del Estado y los organismos públicos en el proceso de democratización transformadora de la sociedad.

Quinto: Promover la generación y el desarrollo democráticos, humanistas y solidarios, que arrebaten el control de las conciencias a las ideologías y valores del individualismo egoísta y del consumismo deformante y despilfarrador de las energías y recursos nacionales.

8. El presente conjunto de metas estratégicas integrantes de un proyecto democratizador y reordenador de la sociedad, constituye, al mismo tiempo, el cimiento sobre el que debe construirse una sociedad socialista en permanente desarrollo,

Archivos Internet Salvador Allende 101 http://www.salvador-allende.cl única forma de convivencia social en la que pueden llevarse a cabo plenamente los contenidos esenciales de la democracia, traducidos en la realización de la Justicia Social.

9. Para llenar a la democracia de este contenido liberador y transformador es menester, en las condiciones chilenas, gestar una fuerza social, cultural y política que se impregne de estas definiciones democráticas y que una, tras ellas, a las fuerzas de izquierda con aquellas del centro político susceptibles de ser atraídas por un proyecto democrático emancipador, de manera de romper el funesto dispositivo que escinde, en tres tercios, el espectro político del país, haciendo imposible la hegemonía en la sociedad de las fuerzas sociales y políticas que representan e interpretan a las grandes mayorías nacionales.

(*) Ponencia enviada al ciclo sobre Diálogo Socialista, Patrocinado por el Comando Socialista por el NO, en 1989. Las presentes proposiciones han sido formuladas haciendo abstracción, por razones comprensibles, de las variables internacionales, de índole latinoamericana y mundial, que en las condiciones contemporáneas son decisivas para el diseño e implementación de un proyecto político nacional.

Archivos Internet Salvador Allende 102 http://www.salvador-allende.cl El alegato ante el Tribunal Constitucional. 1987*

1. Víctima de una implacable persecución

Quisiera comenzar este alegato expresando que no se me escapa la significación de mi comparecencia ante sus señorías, por tratarse, por primera vez, de intentar la aplicación del artículo 80 de la Constitución Política de 1980 a una persona, disposición que, como todo el sistema institucional en que se encuentra inserta conlleva, a mi juicio, una extrema limitación al libre ejercicio de los derechos humanos, cívicos y políticos, e institucionaliza la expropiación de la soberanía nacional y popular, que es la única fuente legítima del poder público capaz de generar el deber moral de la obediencia, que es el fundamento imprescindible de todo ordenamiento jurídico y político en un Estado de Derecho democrático y justiciero.

Es ésta la primera ocasión en que, en nuestra ya más que centenaria historia, se somete a juicio a un ciudadano chileno para privarlo de sus derechos políticos y cívicos, segregándolo como ente pensante e impidiéndole que exprese públicamente sus ideas, so pretexto de que esas ideas constituyen un ilícito y contravienene el ordenamiento jurídico y social del país.

Y más relevante resulta esta comparecencia, en un momento en que acaba de entrar a regir una ley reglamentaria del artículo 8° de la Constitución, que agrava aún más la penalidad establecida por esa disposición, introduciendo adicionalmente penas pecuniarias a los que cometen los presuntos ilícitos allí contemplados, y sanciona también gravemente a los medios de comunicación que, en una u otra forma, se hacen eco de las opiniones o puntos de vista de quienes se considere responsables de haber infringido la mencionada disposición constitucional.

Se trata, en consecuencia, realmente, de una verdadera muerte civil y política. Se trata de convertir a los infractores del artículo 8° en unos verdaderos «parias» en su propia patria, lo que también se encuentra en abierta contradicción con los principios y preceptos fundamentales que inspiran la convivencia humana en el mundo de hoy, reflejados en el Derecho Internacional, y con los valores superiores que impregnan la conciencia social del hombre contemporáneo.

Y ha sido, señores magistrados, mal elegida la primera víctima de esta legislación represiva. Soy un ciudadano chileno, una persona que ya frisa en la tercera edad y cuya vida privada y pública es transparente, vastamente conocida por miles de chilenos, latinoamericanos y extranjeros, en los diversos continentes, y ha sido signada por una invariable y pública adhesión y lealtad en tiempos de la República y después del llamado pronunciamiento militar de 1973 , hacia los valores de la democracia, de la libertad y de la justicia, cuya plena realización los ha visto siempre asociados indisolublemente con el socialismo, a la lucha del pueblo por conquistarlo, desarrollarlo y enriquecerlo, no sólo en nuestra patria, sino a escala universal.

Y de esos rasgos que definen mi existencia dan fe no sólo mucha gente que he conocido, con las que he tenido oportunidad de dialogar, sino también mis más de 30 años de magisterio universitario, mi pensamiento cristalizado en numerosos libros, artículos de revistas y discursos, y una modesta pero dilatada actuación pública que me llevó, en el Chile republicano, al Parlamento y a desempeñar también funciones ministeriales en cuatro ocasiones, durante los gobiernos de los Presidentes Carlos Ibáñez del Campo y Salvador Allende, llegando a ostentar, inmerecidamente, en determinada coyuntura, el honroso cargo de Vicepresidente de la República, distinción que implicó e implica para mí un compromiso inesquivable con los altos valores sobre los cuales se construyó la institucionalidad republicana y democrática del país y que constituyeron y constituyen los únicos cimientos de la democracia.

He sido, desde el día 11 de septiembre de 1973, implacablemente perseguido por razones políticas por el régimen surgido de aquella sedición militar, por la sola circunstancia de haber desempeñado el cargo de Ministro de Estado en la cartera de Relaciones Exteriores durante el Gobierno del Presidente Allende, y por haberme presumo también ajustado, como lo sabe hacer todo hombre de palabra y de honor, durante toda mi vida posterior a esa sedición, al juramento que hice al ingresar a ese Gobierno legítimo, de respetar y hacer respetar la Constitución y las leyes. La lealtad a ese compromiso de chileno y de demócrata a cabalidad no sólo de palabra, sino de hecho , me ha significado ser objeto de una despiadada persecución que dura ya 14 años y cuyos más recientes episodios son los cuatro juicios incoados en mi contra y que debo enfrentar en estos momentos. Este juicio llamémoslo político , ante el Tribunal Constitucional; una insólita e increíble acusación ante la justicia ordinaria por haberme, presuntamente, convertido en un apologista del terrorismo; un proceso, además, por haber ingresado ilegalmente al país como confieso que lo hice , para defender aquí en Chile mi derecho a vivir en mi patria y para presentarme ante los Tribunales de Justicia a responder por una perversa y malvada acusación en mi contra cuarto proceso por una presunta malversación de fondos públicos que no tuvo ni tiene otra explicación que el querer enlodar mi reputación y honorabilidad personal.

El 11 de septiembre de 1973 fui tomado preso por las autoridades militares, enviado luego a la Isla Dawson donde permanecí durante varios meses sometido a trabajos forzados y a innumerables vejaciones que no es el caso recordar aquí. De allí fui trasladado a otras prisiones. En el regimiento Tacna de Santiago, primero, donde permanecí durante varios meses en celda solitaria. Después, fui llevado a la Academia de Guerra Aérea, donde fui sometido a particulares tratos vejatorios, como el de permanecer durante cinco semanas con los ojos vendados, no pudiendo moverme sino alrededor de mi lecho, sin que hasta ese momento hubiera habido ninguna acusación en contra mía ante los Tribunales.

De allí fui enviado al campo de concentración de Ritoque, donde permanecí otros varios meses, para después ser expulsado administrativamente a Rumania, donde comenzó un exilio que duró 12 años, con todo lo dramático que ello significa no sólo para mi, sino para mi familia desintegrada, para mis hijos y para mis nietos. No pude ni siquiera obtener que se me concediera permiso para ingresar al país para asistir al sepelio de mi madre.

Y ahora, por haberme atrevido a querer ingresar a Chile a hacer uso de un derecho natural de todo ser humano, me encuentro ante ustedes y ante otros dos Tribunales, debiendo responder a acusaciones gratuitas, injustas y arbitrarias

Archivos Internet Salvador Allende 103 http://www.salvador-allende.cl que, con razón, han motivado no sólo una enorme solidaridad en Chile de vastos sectores ciudadanos, sino también en el extranjero, porque no puede comprenderse la razón de esta despiadada persecución política de parte de un gobierno que, de palabra, dice en estos momentos empeñarse en transitar hacia la democracia, mientras se ensaña contra quien lo único que puede imputársele es haber luchado incansablemente, a través de los medios que ha considerado moralmente lícitos, por el retomo de Chile, ahora, a la democracia y a la institucionalidad republicana. Y comparezco ante Uds. privado de libertad, señores magistrados, pues estoy encarcelado y después de este alegato la fuerza pública me conducirá de nuevo a la prisión.

Señores magistrados, no voy ante ustedes sólo a defenderme de las acusaciones contenidas en el requerimiento gubernativo, sino también a dar un testimonio ante la opinión pública chilena y extranjera de los extremos a que se está llegando en Chile, en el propósito de institucionalizar un régimen liberticida bajo apariencias democráticas, y un testimonio, además, de la forma cómo se persigue a los disidentes, a los que luchan y a los que se rebelan frente a un sistema constitucional ilegítimo, a mi juicio, en su origen y en su gestión, y que sólo se sustenta, fundamentalmente, en la violencia institucionalizada, monopolizada y cristalizada en las Fuerzas Armadas.

2.-El Art. 8º es ilegítimo porque viola los derechos humanos y debe ser declarado inválido.

No voy a reiterar ahora, sus señorías, los argumentos que esgrimí en mi respuesta al requerimiento sobre la ilegitimidad del régimen militar que me acusa. Sólo quisiera profundizar en esta ocasión algunos aspectos relativos a la ilegitimidad e invalidez del artículo 8° de la Constitución del 80, en el cual se basa el requerimiento de que soy objeto.

Este Tribunal Constitucional, en fallo recaído en el proyecto de Ley Orgánica Constitucional sobre Tribunal Calificador de Elecciones, en uno de sus considerandos, expresó textualmente que “la Constitución es un todo orgánico y el sentido de sus normas debe ser determinado de manera tal que exista entre ellas la debida correspondencia y armonía, excluyéndose cualquiera interpretación que conduzca a anular o privar de eficacia algún precepto de ella». En virtud de esta lógica interpretativa, este Tribunal Constitucional invalidó en esa sentencia el contenido expreso del artículo 21 transitorio de la Constitución, que dispone que el artículo 84 de la misma Ley Orgánica del Tribunal Calificador de Elecciones comenzará a regir sólo desde la primera elección de senadores y diputados contemplada en el texto constitucional, dado que, a juicio de esta instancia constitucional, esa disposición contraría el espíritu que, a su entender, inspira a esa Carta Política, en el sentido de garantizar mediante la intervención del Tribunal Calificador de Elecciones la pureza y la transparencia de todos los pronunciamientos cívicos. Incluido, por lo tanto, el plebiscito que se contempla en esa Carta Fundamental para designar Presidente de la República, una vez transcurrido el período a que se refiere el artículo 13 transitorio de dicho cuerpo legal, no obstante lo que prescribe al respecto, en sentido contrario, el citado artículo 21 transitorio.

Siguiendo esa misma lógica, habría que concluir que el artículo 8° de la Constitución es particularmente ilegítimo e inválido, porque su contenido atenta en contra de otra disposición constitucional de mayor rango normativo, el artículo 5° de la Constitución en su inciso 2º, porque, de acuerdo con esa disposición sustancial en la Carta Política, el poder del Estado se encuentra limitado por los «derechos esenciales que emanan de la naturaleza humana», cuyo alcance debe entenderse «derechos esenciales que emanan de la naturaleza humana» , conforme a lo establecido tanto en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre como en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, ambos suscritos y ratificados por Chile.

En este último convenio internacional, en su artículo 18 se establece que “toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia»; y el artículo 19 señala que «todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitaciones de fronteras, por cualquier medio de expresión». Y en seguida, la Declaración Universal de Derechos Humanos dispone también, en su artículo 18, que «toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de tener o de adoptar la religión o las creencias de su elección, así como la libertad de manifestar su religión o sus creencias, individual o colectivamente, tanto en público como en privado, mediante el culto, la celebración de los ritos, las prácticas y la enseñanza» y que «nadie será objeto de medidas coercitivas que puedan menoscabar su libertad de tener o de adoptar la religión o las creencias de su elección».

La circunstancia de que el Pacto relativo a los Derechos Civiles y Políticos no se haya publicado en el Diario Oficial, a mi juicio, no es obstáculo para que rija en Chile, porque parecería absurdo que este documento no pudiera ser válido en este país habiéndose promulgado él, por un hecho que depende sólo y exclusivamente de la voluntad del sujeto que libremente suscribió ese Pacto. De acuerdo con un principio fundamental en derecho, con relación al cumplimiento de las obligaciones, creo yo que no cabe sostener que este Pacto, por la circunstancia de no haberse publicado por una omisión del Ejecutivo, pierda su validez.

Por otra, me parece ocioso insistir en que el rango constitucional del artículo 8º no puede ser lógicamente superior al del artículo 5° inciso 2°, que persigue expresamente definir las bases de toda la institucionalidad. Estoy aludiendo a los conceptos básicos en que se cimenta cualquier orden constitucional, a los atributos del poder y a las garantías de la libertad, estableciendo precisamente, como límite del primero, el ejercicio de los derechos consustanciales con la naturaleza humana, los que incluso según la Declaración de Principios del gobierno militar, de marzo de 1974 , son anteriores y superiores, lógica y ontológicamente, a cualquier derecho u organización política.

A mayor abundamiento, cabe señalar que el propio Hans Kelsen, en su archíconocida «teoría pura del Derecho” emplea la expresión «validez» para aludir a la concordancia de la norma inferior a la de superior jerarquía.

Resulta evidente, pues, que el derecho a manifestar, expresar e incluso enseñar una creencia, pensamiento o ideología, aparece protegido constitucionalmente y reconocido por convenios internacionales válidos en Chile.

Archivos Internet Salvador Allende 104 http://www.salvador-allende.cl Se podría argumentar que esto tiene sus límites, y ello es efectivo. Ambos Pactos Internacionales establecen límites al ejercicio de esos derechos. ¿De qué naturaleza son estos límites? Fundamentalmente dos. El primero es «el respeto a los derechos o a la reputación de los demás»; y el segundo, que unas u otras garantías no pueden implicar emprender actividades «tendientes a la supresión de cualquiera de los derechos y libertades» reconocidos en esos Pactos.

El derecho para propugnar y propagar una doctrina que se estime verdadera, el ejercicio de ese derecho de opinión y de expresarse públicamente, es hacer suya esa verdad o idea y procurar extenderla a los demás. En sí, ello no puede significar una falta de respeto a los derechos de los demás» ni «el comienzo de una actividad destinada a suprimir esos derechos y libertades». Para ello habría que probar y acreditar una conducta destinada a producir esos efectos que lesione los derechos de los demás y las libertades de los demás. Pero el sólo hecho de sustentar, propugnar y propagar una idea, no constituye, a mi juicio, una falta de respeto al derecho de los demás, ni menos aún emprender una actividad tendiente a suprimirlos para el resto de los ciudadanos.

3. Todos los chilenos quedan involucrados.

Reduciendo al absurdo mi argumentación coloquémonos en el caso de la primera situación contemplada en el artículo 8°, en el que se declara ilícito el hecho de «propagar doctrinas» que «propugnan la violencia», que defienden la violencia así dice la Constitución, sin agregar ningún otro adjetivo: «que propugnan la violencia». ¿Qué interpretaciones puede tener esta disposición? Bueno, las más amplias e inclusivas. El islamismo, por ejemplo, el islamismo propugna y defiende la violencia en determinadas condiciones y circunstancias, a tal extremo de que en la religión musulmana se habla de la «Guerra Santa». ¿Qué otra manera de legitimar más claramente la violencia que calificar de «santa» a una guerra? En la propia ideología del pensamiento católico, también, en determinadas circunstancias, se justifica el derecho a la rebelión violenta, bien se sabe aquello. En especial la teoría tomista al respecto luego desarrollada por Vitora y Suárez, etc., legitima la violencia en determinadas circunstancias. Y cuando un país y los ciudadanos de un país estiman que la integridad territorial de su país, la integridad de la patria y su soberanía están en peligro, también justifican la violencia para defender esa integridad y esa soberanía amenazadas. Incluso el fundamentalismo protes- tante contemporáneo, que se ha desarrollado en los Estados Unidos, por ejemplo, el movimiento llamado «rearme moral», so pretexto de que existe en el mundo una especie de Satanás encarnado en el comunismo, justifica en condiciones muy amplias la violencia.

De manera que sustentar una teoría, un pensamiento, una ideología que en algunas circunstancias legitime o justifique la violencia, hacer del solo hecho de sustentar ese pensamiento un ilícito constitucional, eventualmente podría envolver a la totalidad de los chilenos. No hay nadie que no esté dispuesto a justificar la violencia en aras de defender un valor para él importante, como lo son, por ejemplo, la integridad y soberanía de la patria. Para otros pueden ser más importantes otros valores superiores. Yo creo que los son la justicia y la democracia; como lo sagrado y lo santo pueden serio para los creyentes.

De manera que el artículo 8°, en este aspecto, puede interpretarse de manera tan amplia y tan vasta que en verdad aquel derecho consagrado por el artículo 5° de la Constitución Política del Estado derecho esencial de la condición humana , y luego ratificado por los convenios internacionales suscritos por Chile, aparece claramente vulnerado por el artículo 8° de la Constitución.

La misma argumentación podría hacerse en relación al concepto «totalitario». Me voy a referir más adelante a ello. Para no ser redundante sólo diré ahora que ese concepto también da para todo.

Creo, en resumen, que el artículo 8° está en contradicción con el artículo 5° de la Constitución Política del Estado. Y siguiendo el mismo criterio que inspiró la sentencia de este Tribunal, para no reconocer validez a una disposición transitoria constitucional, aquella relativa a la época de vigencia de la Ley Orgánica del Tribunal Calificador de Elecciones, usando ese mismo criterio, esa misma lógica, debiera declarar que es inválido también ese artículo 8° de la Constitución Política del Estado.

Esto tiene relación, señores magistrados, con una observación que manifestara el día de ayer el Procurador General de la República, en orden a que sería objetable la petición que hice en mi escrito de contestación al requerimiento, de que se declare nulo el artículo 8°de la Constitución, en la medida en que lesiona de cualquier modo “los derechos esenciales que emanan de la naturaleza humana” protegidos en el artículo 5º.

La objeción deriva de su observación de que este Tribunal carecería de competencia para declarar la nulidad de una norma constitucional. Pero no se repara en los siguientes aspectos:

Primero, que esta petición que formulé en el sentido de que se considere nulo el artículo 8º de la Constitución , tiene que ver con la primera petición que yo planteé en ese escrito, en orden a que el inciso 2º del artículo 5º de la Constitución prevalece en su alcance y contenido por sobre el artículo 8º del mismo cuerpo legal.

La petición primera se funda en la supremacía absoluta de las normas constitucionales que consagran o se refieren a los derechos humanos, por sobre las normas que transgreden o limitan esos derechos esenciales, atendido a la índole de tales derechos, que son derechos que se han calificado de «supraindividuales” incluso de «supranacionales». De manera que si en un mismo texto constitucional coliden normas entre las cuales existen disposiciones relativas a los derechos humanos, las que los reconocen y protegen tienen y deben tener primacía sobre cualquier otra. De ahí que actualmente se habla en algunos países, en Alemania, por ejemplo, de normas constitucionales “Inconstitucionales” aunque aquello parezca contradictorio.

De manera, Excelentísimo Tribunal, que la petición de nulidad o de que se invalide, para los efectos de este requerimiento, el artículo 8° de la Constitución, dice relación estrictamente con esta inconstitucionalidad del artículo 8º en relación con el artículo 5º inciso 21 de la Constitución Política del Estado, que es un artículo fundacional y que dice relación con derechos, incluso como decía denante , que pueden considerarse como supraindividuales y hasta supranacionales.

Archivos Internet Salvador Allende 105 http://www.salvador-allende.cl No quisiera, como dije anteriormente, referirme más latamente, en obsequio a la brevedad, al problema general de la ilegitimidad de la Constitución, al cual aludió extensamente mi contradictor en la audiencia de ayer, porque lo fundamental al respecto está planteado ya en mi escrito de contestación al requerimiento.

Debo ahora centrar mi alegato en el núcleo básico de la argumentación del requirente.

4. En Alemania no está prohibido difundir la doctrina marxista.

Pero antes, perdónenme, querría hacerme cargo de una observación formulada por el Procurador General de la República y que tiene que ver con la alusión que hace, para intentar legitimar este artículo, a la Constitución de la República Federal Alemana. Yo creo que ello encierra un lamentable y profundo error. El artículo 18 de la Constitución de la República Federal Alemana, que regula la situación a que nos referimos, no prohíbe ni declara ilícita a ninguna doctrina ni a ningún cuerpo de ideas ni sanciona a quienes la propugnan o defienden, sino textualmente expresa que: « ... quien abuse de la libertad de opinión, en especial de la de prensa, de enseñanza, etc... para combatir el orden democrático fundamental, se hace indigno de estos derechos fundamentales y el Tribunal Constitucional decidirá sobre la privación de los mismos y su alcance». No hay, pues, en la Constitución de la República Federal Alemana, doctrina ilícita de ninguna especie. Y el hecho de defenderla o propugnarla no está por tanto sancionado ni es el ejercicio del derecho a pensar y a expresar un determinado cuerpo de ideas lo sancionable, de acuerdo con ese ordenamiento constitucional, sino su abuso, lo que importa sancionar conductas que combatan el orden democrático, lo que debe probarse obviamente ante el Tribunal Constitucional.

La situación constitucional en ambos ordenamientos es pues, diferente. Tan diferente lo es, que en un encuentro, en un foro que se realizó aquí en Santiago no hace mucho tiempo, en que participaron los constitucionalistas señores Jorge Ovalle y Fidel Reyes, este último decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Central y cuyas ideas políticas son de sobra conocidas , debió reconocer que había una diferencia importante entre la disposición alemana y la disposición chilena, y debió expresamente reconocer no sólo que eran diferentes, sino que, agregó textualmente, el artículo 8° estaba mal redactado, porque se prestaba para castigar el ejercicio de un derecho y no su abuso, como es el caso del requerimiento del Ministerio del Interior presentado en mi contra. De manera, pues, que no son idénticas las disposiciones vigentes al respecto en ambos países.

Pero se refirió el Procurador General de la República también a propósito de la legislación que defiende la democracia en la RFA , a un fallo de allá por el año 1957, que proscribió al Partido Comunista de Alemania del ordenamiento político, de la vida política en aquel país. Cierto, así fue. Y las razones en que se fundamentó esa decisión él las expuso sintéticamente en el día de ayer.

Pero para poder entender lo que hay detrás de todo eso, y para poder entender lo que ocurre ahora en la República Federal Alemana, hay que ubicarse en los respectivos contextos históricos. Ese fallo, esa proscripción del Partido Comunista de Alemania, se llevó a cabo en el período de la «guerra fría» en un período de gran tensión internacional, que sobre todo tenía gravísimas proyecciones en Alemania por las circunstancias bien conocidas que resultaron de la guerra: el país se dividió en dos, con todas las indeseables consecuencias que aquello produjo.

Bueno, han pasado los años, la «guerra fría» felizmente terminó, se impuso en la humanidad la distensión, la RFA reconoció los límites orientales del país renunciando definitivamente a los territorios que pasaron a formar parte en la actualidad de Polonia, dejó de objetar la existencia de la República Democrática Alemana y ha suscrito con ella numerosos convenios. Hace pocos meses atrás, fue recibido en Bonn el Presidente del Consejo de Estado de la República Democrática Alemana, con honores de Primer Ministro; al recibirlo flamearon las banderas de ambos países. La llamada Doctrina Hallstein que en su época significaba que la República Federal Alemana rompía relaciones con aquel país que las sostuviera con la República Democrática Alemana- pasó a la historia. Y todo esto significa que en el contexto de hoy día, existe, actúa públicamente en la República Federal Alemana el DKP Deutsche Komunistische Partei , el que edita sus publicaciones y su diario oficial diciéndose expresamente que es el órgano del Partido Comunista Alemán , además presenta candidatos otra cosa es que los elijan , y difunde públicamente su pensamiento como tal. Eso es lo que ocurre hoy día en la RFA.

En este nuevo contexto, naturalmente eso es así porque seguramente los tribunales alemanes están aplicando aquellas disposiciones de su Carta Fundamental que, como toda norma jurídica, debe interpretarse en relación al momento y a las circunstancias en que se aplica en un sentido amplio y liberal. Eso lo requiere un derecho que se quiere que sea vivo, que se interprete de acuerdo con la realidad del momento.

Lo anterior no quiere decir que en la RFA no se sancione duramente las conductas terroristas repárese, las conductas terroristas , no el comulgar con alguna ideología, defenderla y procurar que los demás adhieran a ella en razón de que se cree es verdadera. Ni tampoco lo dicho quiere excusar que algunos tribunales de la RFA, aplicando de manera estricta y rígida la mencionada ley, no hayan adoptado las, a mi juicio, lamentables resoluciones que impiden que los comunistas alemanes puedan optar a determinados cargos públicos, práctica liberticida que ha encontrado y encuentra vasta resistencia en las fuerzas progresistas de la RFA. Pero, entiéndase bien, no se trata de prohibir la existencia y actividades del Partido Comunista Alemán ni de prohibir la difusión y propaganda de sus ideas y objetivos.

Esto lo digo no de oídas, sino por mi propia experiencia. Yo viví siete años en Berlín y tuve oportunidad, obviamente, de conocer de manera directa cómo se desarrolla la política en la República Federal Alemana. El Partido Social Demócrata Alemán dejó de ser marxista en su Congreso de Bad Godesberg, pero es público que existe en su seno una tendencia confesadamente marxista. Y a nadie se le ha ocurrido, en la RFA, cuestionar la libertad que tienen los socialdemócratas alemanes para definirse como marxistas. Existen además numerosos grupos políticos pequeños que confiesan ser marxistas en la RFA, todos permitidos. Y todos desarrollan labor proselitista y todos editan libros y publican periódicos. Existe, dentro del Partido Verde, una corriente contestataria radical, extraordinariamente radical, que está inspirada en las ideas de Marcuse, uno de los grandes teóricos de aquel movimiento estudiantil de los años

Archivos Internet Salvador Allende 106 http://www.salvador-allende.cl 60, que provocó el «mayo parisino». A nadie se te ha ocurrido objetar o discutir la posibilidad de que Marcuse y sus seguidores, o esos líderes estudiantiles, puedan ser ciudadanos en la RFA, a nadie se le ha ocurrido eso. Representantes del Partido Verde han formado parte incluso del gobierno de Baja Sajonia, hasta no hace mucho tiempo.

De manera, Excelentísimo Tribunal, que no se puede comparar y pretender fundamentar esta disposición que aquí en Chile se me quiere aplicar, con las disposiciones vigentes tal como se aplican, en la RFA. Me parecía pertinente hacer esta disquisición, Excelentísimo Tribunal, para que no quedara flotando la idea de que en esa nación existe un ordenamiento jurídico institucional con los caracteres que tiene el que rige en nuestro país.

5. Citas aisladas, tergiversadas y malintencíonadamente interpretadas

Debo entrar ahora a cuestionar el núcleo central del requerimiento, que consiste en atribuirme la propagación de una doctrina que propugna la violencia o una concepción de la sociedad, del Estado y del ordenamiento jurídico, de carácter totalitario o fundada en la lucha de clases.

En primer lugar debo precisar que aquello cuya propugnación se hace ilícito en esta disposición, son doctrinas, entendiendo por «doctrina» un cuerpo coherente de ideas y no un conjunto de expresiones sueltas, aisladas y expresadas circunstancialmente. Es evidente que yo no sustento ninguna teoría que sea particularmente tributaría y adepta a la violencia, como recurso político fundamental. Yo no soy discípulo del anarco terrorismo de un Bakunin del siglo pasado, ni soy un admirador incondicional de Jorge Sorel, el autor de «Reflexiones sobre la violencia» y uno de sus más grandes teóricos precursor ideológico del fascismo, según se dice . Tampoco soy un discípulo de la escuela marcusiana, ni de Kadaffi, ni de Komeini, en lo que a ellos pudiera atribuírselas de ser sustentadores de una doctrina apologista de la violencia y del terrorismo.

Las presuntas pruebas en sentido contrario a lo que estoy sosteniendo, derivan de una sesgada por decir lo menos , interpretación de expresiones mías, vertidas fundamentalmente en mi exilio y, casi todas, anteriores a la vigencia de la “ley antiterrorista», incluso a la Constitución, tomadas fuera de contexto, arbitrariamente seleccionadas, transcritas de manera trunca, surgidas, la mayor parte de ellas, de improvisaciones frente a preguntas de los periodistas y no por propia iniciativa; la mayoría de ellas, si no su totalidad, constan en el documento de requerimiento constitucional y en los escritos de «Téngase Presente» posteriores. A pesar de esas citas, no se puede extraer del conjunto de ellas ninguna doctrina que propugne la violencia, el terrorismo o el totalitarismo.

Se pidió judicialmente, con oportunidad de alguno de estos procesos a que estoy sometido, la opinión de tres académicos de la lengua, para que, desde el punto de vista lógico gramatical, leyeran las entrevistas completas y no una u otra frase dispersa que se intercala en el escrito de requerimientos y emitieran su juicio sobre ellas. Entrevistas que, por lo demás, debo decir, no las corregí, ninguna de ellas, de manera que no me consta que, en todos los casos, los textos publicados se ajusten exactamente a lo que yo dije.

Bueno, pero dejemos eso. No obstante aquello, se les pidió a estos académicos de la lengua, señores Jorge Edwards, Miguel Arteche y Guillermo Blanco , ninguno de los cuales participa de mi ideología política y a dos de los cuales ni siquiera conozco , se les pidió su opinión, repito, sobre el contenido de las entrevistas en que particularmente se insistía en el escrito de requerimiento, acerca de si en ellas había envuelta una doctrina de la violencia, una propugnación de la violencia y del terrorismo. ¿Qué dice, por ejemplo, Jorge Edwards, refiriéndose a las dos entrevistas en que fundamentalmente se apoya el requerimiento? Dice: «Desde luego, las declaraciones de Clodomiro Almeyda no pueden ni remotamente interpretarse como constitutivas de apología del terrorismo, en la primera acepción de este término, esto es, de la dominación con el terror. Por el contrario, Almeyda afirma que el régimen militar chileno, por lo menos en alguna medida, ha dominado a la nación mediante el llamado terrorismo de Estado y llama a terminar para siempre en Chile, de acuerdo con nuestras tradiciones democráticas, con esta forma de ejercicio del poder. Es decir, sus palabras constituyen justamente un rechazo, una severa crítica política y ética de esta forma de terrorismo.

Y hace la siguiente consideración el académico de la lengua: que no se extraña de ese punto de vista mío ya que Federico Engels, en carta del 4 de septiembre de 1870 a Carlos Marx, afirmaba textualmente: «El terror consiste, sobre todo, en crueldades inútiles perpetradas por personas asustadas con el fin de darse tranquilidad a sí mismas».

Y luego cita a Engels criticando el terrorismo jacobino, incluso el de la época de la Revolución Francesa, con lo cual el informante quiere señalar que no hay ninguna contradicción entre lo que yo pienso sobre el terrorismo con lo que, sobre lo mismo, piensan los clásicos del marxismo. En seguida alude a otras diferentes expresiones antiterroristas provenientes de connotados marxistas, entre ellos Pablo Neruda. Bueno, para qué abuso de la paciencia del Tribunal.

Algo semejante dice el señor Arteche que analizó profundamente las entrevistas , en sus conclusiones:

«No se puede uno explicar cómo, después de haber declarado el señor Almeyda que no estamos haciendo uso de esa violencia y luego de agregar que no hacemos de ella nuestra arma fundamental ni creemos que ese sea el camino para solucionar los problemas, pueda ser o verse convertido en apologista del terrorismo. No se puede uno explicar cómo, después de haber afirmado «hemos repetido cien mil veces que estamos por una derrota política y no militar», y luego de declarar que «no es cierto que hayamos hecho una apología de la violencia» pueda, sin embargo, sostenerse que se ha convertido en un apologista del terrorismo».

Luego continúa el académico el mismo razonamiento, arribando a idéntica conclusión que Edwards sobre esas entrevistas, que por lo demás no son un dogma sagrado, y que como he dicho, no fueron producto de un intento de desarrollo coherente teórico de ninguna doctrina ni de mi pensamiento global, sino respuestas circunstanciales a preguntas de los periodistas.

Quiero referirme, para ejemplificar un poco, a dos o tres casos de estas famosas entrevistas en que pretende fundamentarse la acusación en mi contra. Uno fue el de las declaraciones que formulé bajando del avión en Lima,

Archivos Internet Salvador Allende 107 http://www.salvador-allende.cl cuando, en el mes de febrero de este año,, concurrí a una reunión de la Conferencia Permanente de Partidos Políticos de América Latina. Me pregunta el periodista: «¿Qué piensa usted que va a pasar en Chile?». Yo lo dije, como digo siempre en estos casos: «Yo no soy profeta». «¿Pero qué va a pasar en los próximos meses?”. «Yo creo que en los próximos meses va a haber un otoño caliente respondí , va a haber muchos combates sociales, estudiantiles, de profesionales». Se acababa de producir la huelga médica, había un conflicto estudiantil, se había constituido un comando de defensa de los organismos económicos del Estado que se querían privatizar. Y espero dije yo «que pueda ser que consigamos mediante esos combates que Chile pueda procurar alcanzar pronto la democracia y pueda recibir al Papa en libertad”.

Esto se fue transformando; la prensa lo fue transformando de tal manera que el obispo de Concepción, Vicepresidente de la Conferencia Episcopal creo, se sintió obligado a tener que declarar que lo que pensaba la Iglesia en cuanto a la violencia no se avenía a lo que, según la prensa yo habría declarado en el Perú. En una editorial de El Mercurio, a propósito de esa misma entrevista, se llegó al extremo de decir que desde Lima yo había llamado a la lucha armada». ¡Nada de eso! Sólo falseamiento de lo que dije efectivamente. ¡Este es el tipo de citas y de adulteraciones que sirven de fundamentos a esta acusación!

6. La violencia tiene causas que pueden ser explicadas.

Ahora, también se hace mucho hincapié en que, en algunas de esas declaraciones o conferencias que se citan e incluso en algunos documentos partidarios suscritos por mí, yo he afirmado la existencia de una dimensión militar en la politica, y la necesidad de que los partidos políticos tengan una posición frente a ella. Bueno, ¿es eso ser un propugnador de la violencia? ¿No es eso ser, no diría yo, un analista ni un científico político, sino alguien de sentido común? ¿Qué diría Raúl Alfonsín, qué diría José Samey, qué diría Julio María Sanguinetti si supieran que el ex Canciller de Chile, a quien ellos conocen, está siendo procesado con el objeto de privarlo de sus derechos políticos, entre otras razones porque sostiene que en la política hay siempre un elemento militar de carácter fundamental, que a ellos, desgraciadamente, les consta que existe? ¿Qué dirían los Presidentes de esas naciones hermanas si supieran que a su amigo, el ex Canciller de Chile, se le quiere privar de sus derechos políticos porque sostiene que frente a esta realidad hay que tener una posición sobre el rol que han de cumplir las Fuerzas Armadas en una democracia, sobre la forma cómo ésta debe insertarse en ella y sobre la doctrina que debe inspirarlas? ¿Eso es ser violentista?

Yo sostengo este aserto, ni siquiera como científico social sino, como lo digo en mi escrito de respuesta, porque no soy un demente. Por eso yo sostengo eso.

Ese es uno de los argumentos, señores, para sostener que yo soy un apologista del terrorismo y, en el caso de este juicio, para afirmar que soy un propagandista de la violencia.

Por otra parte, la inmensa mayoría de los sociólogos comparten la idea de que la violencia institucionalizada vale decir, la militar , es elemento de la esencia del fenómeno político. Pensemos en Karl Schmitt, para quien la oposición amigo enemigo es la categoría política fundamental, o en Max Weber, quien define al Estado como el monopolio legítimo de la violencia.

No quiero insistir más sobre esto de los fundamentos en que se apoya la acusación en base a citas aisladas y tergiversadas, o maliciosamente interpretadas, de los distintos documentos a que he hecho mención.

Creo, Excelentísimo Tribunal, que queda en claro que yo no sostengo, como persona, una doctrina que propugne la violencia. A lo más, intento o trato de explicarla en sus orígenes, porque existe y debe tener orígenes, y trato de precisar el rol que desempeña en la vida social y, además, eventualmente la justifico en determinadas circunstancias, como una legítima defensa del bien común y de los derechos humanos, cuando son amenazados o desconocidos por un régimen tiránico, liberticida y prolongado, que impide que por otro medio pueda ponérsele término y siempre que no ocasione mayores males que los que conlleva el régimen que se quiere deponer.

Lo que acabo de decir es una expresión de sentido común y que lo refleja la doctrina católica en su versión tomista. No soy católico, sin embargo, para mí, responden al sentido común las consideraciones con que los teóricos de orientación tomista tratan el problema del derecho a la resistencia, a la opresión y del uso de la violencia en determinadas y calificadas circunstancias. Comparto ese pensamiento.

7. «Soy yo el que sé lo que pienso.»

Pero, se podría argumentar: «Usted no ha desarrollado una doctrina personal sobre la violencia y usted no la ha practicado porque, desde luego, nunca se ha dicho que yo haya practicado la violencia o el terrorismo en la vida política , pero usted suscribe, usted adhiere a una teoría política que es propugnadora de la violencia, que es totalitaria y que está fundada en la lucha de clases. Usted dice ser marxista y ser marxista significa ser, por naturaleza de esa doctrina, que propugna la violencia, que es totalitaria y que está fundada en la lucha de clases, que usted indirectamente es, en consecuencia, en cuanto marxista, pasible de aquellos atributos que el artículo 8° constitucional considera ilícitos».

Me corresponde ahora sostener, como lo hice en el escrito de contestación, que el marxismo no es una doctrina que propugna la violencia ni una concepción totalitaria de la sociedad y del Estado y del orden jurídico ni está fundada en la lucha de clases.

Antes de probar circunstanciadamente estos asertos, que son esenciales para demostrar que mi condición de marxista no supone la ilicitud de la doctrina que profeso y que intenta describir el artículo 81 de la Constitución; antes de eso, repito, quiero hacer una consideración de orden metodológico que me parece importante.

En marzo de 1984, se realizó en Budapest una reunión en que participaron representantes del Secretariado Pontificio

Archivos Internet Salvador Allende 108 http://www.salvador-allende.cl para los no Creyentes, con un núcleo representativo de intelectuales marxistas, para fijar las reglas del juego de un futuro encuentro que debía celebrarse en octubre del año pasado y que se celebró efectivamente , entre marxistas y cristianos en Budapest, bajo el patrocinio de esa Secretaría Pontificia y de la Academia de Ciencias de Hungría. Allí se suscribió un documento para fijar, como digo, las reglas del juego en el diálogo que se proyectaba realizar después y se estableció como norma procesal la siguiente: «Corresponde a los participantes que adhieren a una concepción del mundo determinada, dar su definición. Por ejemplo continúa el texto del documento , corresponde a cristianos decir lo que es el cristianismo y a marxistas decir lo que es el marxismo. Los diversos participantes pueden, ciertamente, dar a conocer cómo les aparecen las posiciones de sus interlocutores, pero deben abstenerse de pronunciarse definitivamente sobre el contenido de una concepción del mundo a la cual ellos no adhieren».

Creo que este criterio es absolutamente válido para que tengan algún sentido los alegatos de los requirentes y el mío, que estamos haciendo ante este Tribunal. Este debe entender el contenido del marxismo según lo entienden y lo explican los marxistas, y no lo que por marxismo quiere entender o imaginar que lo es alguien que no lo conoce suficientemente y que puede tener de él una imagen que no corresponde a la que los propios marxistas hacen de la concepción del mundo y de la sociedad a que adhieren, ya que es esto último lo que en definitiva vale. No tendría ningún sentido este alegato si no observamos esta regla, porque en ese caso, en verdad, esto se convertiría en un diálogo de sordos, una Torre de Babel, en que cada uno hablaría un lenguaje diferente y en el que sería imposible fijar lo que es la cuestión controvertida. En verdad soy yo el que sé lo que pienso, soy yo el que sé lo que pienso, repito, y no quienes no conocen directamente, o no pueden conocer, lo que en realidad constituye mi pensamiento y ocurre en mi conciencia. Elemental, señores magistrados.

8. El marxismo rechaza la violencia y la justifica como legítima defensa de los pueblos ante la agresión.

Hecha esta precisión metodológica, entramos a considerar los rasgos de la doctrina cuya propugnación se considera ilícita por el artículo 8° de la Constitución, y que, sin decirlo, apuntan o pretenden caracterizar al marxismo.

En primer lugar, proscribe ese artículo a las doctrinas que propugnan la violencia, y yo ya me referí a este aspecto en mi escrito de contestación y, además, en el Téngase Presente que rola en autos. Pero quiero ahora agregar algo más al respecto, para no dejar duda alguna en la materia, reproduciendo algunas citas, entre otras, de destacados personeros marxistas contemporáneos que aluden a este aspecto.

Me voy a referir, por ejemplo, a un reciente artículo que acabo de leer, no hace muchos días, en una revista soviética, de un profesor, el Rector de la Universidad de Rostov, el que en el decurso de su artículo expresa:

«Según el marxismo, la violencia no es un principio sempiterno de la existencia del hombre, sino un amargo hecho empírico de la historia. La explotación, los antagonismos entre las clases y la opresión de naciones originan, objetivamente, las condiciones para que se emplee la violencia». «Lenin agrega el autor- destacaba que el ideal comunista no iba a dar lugar a la violencia». Y recordaba luego estas palabras de Engels: «Cuando no hay violencia reaccionaria que combatir, ni siquiera puede hablarse de violencia revolucionaria alguna».(1)

Otro estudioso soviético, también en una revista reciente que acaba de llegar a mi poder de los más ortodoxos, los más «marxistas leninistas» de todos los marxistas , en un artículo que se titula «La ética del siglo nuclear», expresa: «... el marxismo nunca absolutizó el papel de la violencia física. El marxismo considera posible y preferible que las contradicciones sociales, hasta las más agudas, incluso en períodos de revoluciones sociales, se resuelvan por medios pacíficos». Y si así no ha ocurrido en la historia, es porque las clases derrocadas recurrían a las armas, comúnmente con apoyo exterior, para combatir a las fuerzas nuevas y detener el progreso social».(2)

Recuerdo las palabras del Presidente Allende en su última alocución: «No se detienen los movimientos sociales y a las fuerzas del progreso con la violencia». Recuerdo emocionado, en estos momentos, esas palabras pronunciadas por el Presidente Allende, poco antes de morir.

Bueno, en cuanto a la violencia como vía de acceso al poder, yo cité en mi contestación una frase, muy decidora, más que una frase, una oración bastante completa de Engels sobre la materia. Pero ahora también, recientemente, dentro de los muchos documentos que leo, acaba de llegar a mi conocimiento una interesante declaración conjunta suscrita por el Partido Social Demócrata de Alemania Federal con el Partido Socialista Unificado de la República Democrática Alemana vale decir con los comunistas de la RDA , una declaración conjunta muy interesante desde una serie de puntos de vista. Pero yo sólo quiero expresar ahora que, a propósito de esa entrevista, el representante de la Academia de Ciencias de la RDA (según cable que incluso se hizo público en el diario Fortín Mapocho), vocero de uno de los partidos más «ortodoxos» como lo serían los comunistas de la RDA, precisó (leo):

« ...que la concepción clásica de las revoluciones como un acto de toma del poder en forma violenta, se encuentra superada» y aclaró que la historia nos enseña que existen muchas formas de revoluciones, incluso aquellas que se realizan en forma paulatina».

Estas citas, y muchas otras yo he traído solamente a colación algunas que casualmente he leído en los últimos 15 días, bueno, podría citar centenas semejantes estas citas concuerdan con el pensamiento de los clásicos del marxismo. Allí están las palabras de Engels que he evocado, que no admiten otra lectura que aquella que ve en el marxismo una teoría social que, primero, rechaza la violencia como instrumento de solución de los conflictos internacionales y sociales por los dolores y daños que produce. Segundo, que el marxismo es una teoría social que intenta explicar la presencia de la violencia en las sociedades, por la persistencia de antagonismos sociales y nacionales que condicionan su emergencia, debiéndose, en consecuencia, luchar hasta que desaparezcan esas condiciones para erradicar, de esta manera, la violencia de la historia. Tercero, que considera lícito, sin embargo, el uso de la violencia revolucionaria como expresión del derecho de legitima defensa en el campo de los conflictos sociales interiores, así como ese mismo principio es válido para legitimar las guerras defensivas entre las naciones, según el derecho internacional. Es exactamente la misma situación.

Archivos Internet Salvador Allende 109 http://www.salvador-allende.cl Pero el rechazo del marxismo a la violencia va mucho más lejos, al proclamar no ahora, sino desde hace mucho tiempo, desde que emergió como teoría política , el desarme de los Estados para hacer imposible las guerras internacionales, que son las que originan mayores daños y víctimas.

El internacionalismo socialista, al propugnar el ideal del desarme universal y la renuncia incondicional por los Estados al uso de la guerra, como método para resolver las dificultades y conflictos entre ellos, no hace sino expresar el respeto y la valoración, por el marxismo, del derecho más elemental y fundamental de todos: el derecho a la vida, derecho amenazado ahora más que nunca con la eventualidad de una guerra atómica que desataría un verdadero infierno nuclear.

Y en lo que se refiere al terrorismo, ¿qué es lo que piensan los marxistas? Una forma, de las muchas que habría para poder explicitar el pensamiento marxista sobre el terrorismo, podría ser, por ejemplo, recurrir a un diccionario político de los que se publican y difunden en los países socialistas. Voy a hacer uso de uno, dirigido a los lectores de documentos políticos en la RDA, del año 83. «Terrorismo dice es el empleo de violencia brutal con el fin de causar miedo y horror. Expresión concreta de ello son los atentados e incendios provocados, persecuciones, torturas crueles, atentados con explosivos y otros actos de violencia».

Y luego hace una tipología del terrorismo y distingue primero al terrorismo de Estado, que es el utilizado por los detentadores del poder para reprimir a sus adversarios.

Luego, al terrorismo racista, religioso o nacionalista, como el terrorismo católico irlandés, el terrorismo musulmán fundamentalista, el terrorismo vasco, el terrorismo tamil, etc.

En tercer lugar distingue al terrorismo contrarrevolucionario, o sea el terrorismo fascista y neofascista y aquí alude a los movimientos de esa índole en Francia, Italia y Alemania Federal , a los «escuadrones de la muerte» de El Salvador, Brasil y la Argentina. Hace dos o tres días, el Presidente de la Comisión de Derechos Humanos de El Salvador fue asesinado por uno de estos grupos terroristas contrarrevolucionarios.

Y en seguida se refiere al terrorismo ultra izquierdista. Y ¿qué dice sobre el terrorismo ultra izquierdista? Expresa que es un terrorismo de origen anarcoide que generalmente influye en los movimientos contestatarios y de protesta de la pequeña burguesía; que el propósito con que intenta justificarse el ultraizquierdismo es porque contribuye «a despertar a las masas», o «para empujarlas a la revolución”. El uso de las comillas para encerrar esos términos refleja o significa una alusión a lo ilusorio de esos propósitos. Se sostiene luego que este terrorismo es una desviación ideológica que surge de una valoración idealista de la situación objetiva, de una percepción equivocada de la realidad. Y en seguida agrega, al final de la explicación sobre ese concepto, que este terrorismo ultraizquierdista es manipulado a veces por los organismos represivos del Estado, a través de la infiltración y la provocación de estos grupos ultraizquierdistas; que también es manipulado por los neofascistas, como es el caso de las llamadas “Brigadas Rojas» italianas; y que es manipulado también dice por el Estado reaccionario y sus medios de publicidad y de propaganda, imputando la calidad de terroristas a las tendencias revolucionarias y a los movimientos de liberación nacional para desacreditarlos y deslegitimizarlos.

Señores magistrados, éste es mi caso. Sí, ¡es mi caso! No creo que, haya que dar muchas explicaciones. ¡Es mi caso! Yo creo que queda más o menos claro, a través de todas estas disquisiciones, que no se le puede atribuir al marxismo el carácter de una doctrina violentista; y de serio, lo serían todas las otras teorías políticas existentes, que nunca, ninguna de ellas descarta la legitimidad del uso de la violencia en determinadas circunstancias.

9. Para los marxistas la persona humana es un bien supremo.

Ahora quiero referirme a la segunda de las características que, según el artículo 8° de la Constitución, hacen posibles de que se considere ilícita una doctrina. Examinemos ahora lo relativo a la presunta concepción totalitaria que tendría el marxismo.

Desde luego hay que expresar que no existe un concepto científicamente aceptado por todos los tratadistas acerca de lo que es totalitarismo. Bueno, creo que suscitaría un gran consenso el definir el totalitarismo como una situación en la que el poder estatal concentra en sí todos los poderes de la sociedad, deviene en un fin en sí mismo y es erigido ese Estado como portador de los valores supremos de la existencia social. Un Estado en el cual se desconoce la participación popular en él, y que se sustenta fundamentalmente en la coacción física. En consecuencia, el totalitarismo es estatista, burocrático y antidemocrático y en definitiva anti humanista o inhumano en su esencia.

¿Le convienen estos rasgos al marxismo como doctrina? Es lo que veremos ahora. Quizás sea preferible que para responder a esta pregunta lea una página de un connotado filósofo marxista español. Reconocido unánimemente como uno de los mayores especialistas en esta materia, Adolfo Sánchez Vásquez, el que, en un libro que reúne un conjunto de escritos suyos, se interroga acerca de cuál es la auténtica concepción marxista, de lo que es el Estado. Se pregunta Adolfo Sánchez Vásquez:

« ¿Qué papel desempeña el Estado en todo este proceso de transición del capitalismo al comunismo? Si Marx responde el autor ve en el Estado la propia fuerza de los miembros de la sociedad oponiéndose a ellos y organizándose contra ellos (Werke, 17,543), en modo alguno podría hacer de él como pretende Lassalle la palanca decisiva en la construcción de la sociedad. Por el contrario, piensa que sin la extinción del Estado como comunidad humana ilusoria no puede crearse una verdadera comunidad humana. Pero su desmantelamiento tiene que iniciarse desde el momento en que se conquista el poder. De ahí la importancia que Marx da (en «La guerra civil en Francia») a las medidas de la comuna encaminadas a que el Estado vaya entregando las funciones que, hasta entonces, ha usurpado a la sociedad civil y, consecuentemente, a suprimir el poder de la burocracia y fortalecer y extender la democracia, entendida sobre todo como democracia directa. En Marx, la democracia es consustancial a la tarea de trascender el Estado. Y puesto que esa tarea no admite aplazamiento, la democracia es consustancial también a la fase de transición. A su vez, puesto que

Archivos Internet Salvador Allende 110 http://www.salvador-allende.cl esa fase inferior que comúnmente se identifica con el socialismo no es una forma particular de sociedad con entidad propia, en ella ha de darse ya lo que Marx tanto aprecia en la Comuna de París, a saber una democracia real, aunque con las limitaciones, contradicciones y conflictos de una sociedad... en la que todavía subsisten las clases, el Estado y la producción mercantil».

«La visión marxiana de la sociedad futura hay que rastrearla a lo largo de su obra sigue la cita y, en particular, en su Crítica del Programa de Gotha... Una crítica continúa Sánchez Vásquez no tan filosófica pero tal vez más vigorosa se encuentra en Engels al enfrentarse a los partidarios de Lassalle en el problema del papel del Estado en la sociedad socialista. Es una nota al proyecto de Programa de Erfurt, del Partido Socialdemócrata Alemán (1891), escribe que lo que se llama “socialismo de Estado» es un sistema que sustituye al empresario particular por el Estado y que con ello reúne, en una sola manera, el poder de la explotación económica y de la opresión política. Y saliendo al paso de la identificación entre socialismo y estatización dice sin rodeos: Desde que Bismark se ha lanzado a estatizar se ha visto aparecer cierto falso socialismo... que proclama socialista, sin ninguna otra forma de proceso, toda estatización. Así, pues, si el Estado se convierte en propietario de los medios de producción lo que resulta es una doble servidumbre (económica y política) de los trabajadores».(3)

Ese es el pensamiento radical, sustancial de Marx sobre el Estado, que luego desarrolla Lenin en su obra El Estado y la Revolución. Eso es lo que intérpretes autorizados del marxismo describen como la concepción marxista del Estado, que obviamente no tiene nada de totalitario.

Bueno, después de la lectura de ese texto de Adolfo Sánchez Vásquez creo que es bastante arbitrario el asignarle así no más el carácter de totalitario en la acepción consensual que puede tener este término, a una doctrina que tiene los rasgos con que el autor citado, especialista en la materia, los define, y que yo acabo de leer.

Ahora, que no se me cambie en el campo del debate y las reglas del juego y a falta de argumentos para sostener que el marxismo es una doctrina terrorista o violentista o totalitaria, se quiera imputar al marxismo o a mí los rasgos totalitarios, antidemocráticos o violentistas de un Pol Pot o de Sendero Luminoso, o incluso los crímenes de Stalin, que, desde luego, han sido condenados por los marxistas y que yo expresa y rotundamente repudio. De manera que desde el punto de vista de la «doctrina», que es el término que usa el artículo 8° de la Constitución ella no se refiere al genocidio polpotiano en Cambodia o a lo que está pasando en la sierra peruana o a lo que ocurrió en la Unión Soviética en los años 30 ó 40, esa disposición habla de «doctrina» y a la doctrina me estoy refiriendo , nada hay más contrario al precario concepto de «totalitarismo» que la propuesta del socialismo marxista.

Totalitaria puede llegar a ser incluso una sociedad económicamente liberal, en la que la libre competencia concentra el poder económico y político y mediante ellos controle los medios de comunicación y, por tanto, moldee de acuerdo a sus intereses las ideas y valores que inspiren a la sociedad. Un papel como el que desempeña el complejo financiero, industrial militar en los Estados Unidos, que sin darse cuenta es uno de los países más totalitarios del globo.

Ahora, parece incluso más arbitrario aún el calificar en forma tan liviana como una doctrina totalitaria del Estado y de la sociedad y del orden jurídico, al marxismo, en un momento en que el desarrollo contradictorio del propio marxismo y los intentos de realizarlo han colocado a la orden del día de las preocupaciones de los marxistas, en Oriente y en Occidente, en la Unión Soviética y en China, precisamente a la crítica a las deformaciones autoritarias, autocráticas, estatistas y burocráticas de que han adolecido gran parte de las experiencias de realización del marxismo, acentuándose, precisamente en estos años, la valoración de la autogestión económica y la democratización de la vida social, del libre despliegue de los derechos humanos y del respeto a la legalidad socialista. En esta coyuntura histórica del desarrollo contradictorio del pensamiento marxista y de su intento de aplicarlo en la realidad nos encontramos ahora. Esta última circunstancia hace incluso más arbitrario el querer asignarle al cuerpo esencial de esta teoría los atributos que se señalan en el artículo 8°.

A la misma conclusión que estoy llegando aquí, llegó también la Iglesia Católica después de ese diálogo que se realizó en octubre del año pasado en Budapest, según las actas de ese Congreso o de ese evento publicadas por la Santa Sede. Dando testimonio de lo que allí ocurrió, expresan dichas actas: «Se vio aparecer en los marxistas, la noción de persona humana como bien supremo, con sus derechos a la vida, a la dignidad, a la libertad, a la paz, al trabajo». Este perfil del marxismo, emergido de ese evento a los ojos de la Iglesia, puede ser cualquier cosa, menos totalitarismo antidemocrático y aplastante de la persona humana, como se lo imaginan «los constituyentes» de 1980.

10.-La doctrina de Marx se empeña en suprimir las clases poniendo fin a la explotación del hombre por el hombre.

Ahora abordemos la tercera causal que el artículo 8° establece para proscribir a una doctrina política: la de estar fundada en la lucha de clases.

Pero también se equivocó el «constituyente». Yo expreso en mi escrito de contestación excúsenme sus señorías que me remita a ese texto :

«Pero resulta que la doctrina marxista no propugna ni se funda en la lucha de clases. Lo que propugna, es decir, su fin, es precisamente lo contrario: el establecimiento de una sociedad sin clases y en la que no exista por lo tanto una lucha entre ellas. Lejos de hacer una apología de la lucha de clases, el marxismo se empeña por contribuir a su erradicación de la sociedad, a fin de alcanzar, mediante la abolición de las clases, un nivel más alto de armonía social”.

Tampoco el marxismo «se funda» en la lucha de clases, como lo asevera el requerimiento. Los conceptos fundacionales del marxismo como teoría sociopolítica son otros: modo de producción, fuerzas productivas, relaciones de producción, infraestructura económica, superestructura ideológica y formación social, cada uno de los cuales guarda con los otros determinadas relaciones dialécticas de interdependencia.

Archivos Internet Salvador Allende 111 http://www.salvador-allende.cl «Los conceptos de clase social y de lucha de clases son conceptos de otro rango, y derivan de los primeros. Tal es así que el marxismo reconoce en el pasado la existencia de una sociedad sin clases, pre clasista el comunismo primitivo , y concibe, para el futuro, otra forma de sociedad sin clases, post clasista. Mal puede decirse, como lo sostiene el requerimiento, que el marxismo es una doctrina que «se funda» en la lucha de clases. Otra cosa es que reconozca la existencia de las clases y su conflictividad en determinadas fases del proceso evolutivo de las sociedades, y procure encauzar, organizar, hacer consciente y dirigir las luchas de clases con miras a la construcción de una sociedad sin clases, evitando así que esas luchas se desarrollen en un plano primario y destructivo que sólo produzcan efectos entrópicos en la sociedad y no apunten a la superación de la conflictividad social principal en su seno, que es la fuente de las injusticias. Porque son, estas injusticias, la razón última de las luchas de las clases víctimas de ella, para alcanzar superiores formas de convivencia colectiva, signadas por la equidad y el real respeto a la dignidad del hombre, es decir, una sociedad sin clases».

Este razonamiento podría apoyarlo con otras tantas citas pero creo que no es del caso formularlas ahora , en que se subraya que precisamente el marxismo, al aspirar a la supresión de las clases, es una doctrina que va más allá de ellas, como dice una de esas citas: «El socialismo científico es una doctrina sobre el destino de toda la humanidad y no sobre el destino de una sola clase».(4)

¡Para qué seguir! Es obvio que la teoría general de Marx sobre la sociedad humana, sus problemas y la manera de resolverlos, no se funda en la lucha de clases, sino que, reconociendo su existencia y relevancia a partir de determinado momento en el desarrollo histórico, se empeña por suprimirlas.

Incluso, antes de suprimirlas, incita, en aras del interés del hombre en su globalidad, a las fuerzas sociales en su conjunto a una acción común para enfrentar los grandes problemas de la humanidad, más allá de las clases: el problema de la paz y de la guerra, el problema de las relaciones de la naturaleza y el medio ambiente y el problema de la grieta existente entre el Tercer Mundo y los países avanzados. Tres grandes tareas que, de acuerdo con los marxistas contemporáneos, al comprometer al género humano en su conjunto, exigen un acuerdo, una coexistencia, un entendimiento entre las distintas clases y naciones para enfrentar problemas que comprometen al género humano.

De allí, porque si de encontrar un concepto fundacional en el marxismo se tratara, ese no es el concepto de clase, sino el concepto de hombre y el de cómo éste «se construye» a través de la trayectoria del trabajo y sus corolarios: el humanismo y la supresión de la explotación del trabajo.

Y no soy yo, sino el citado profesor soviético Zhdanov, quien sostiene:

«Sólo el hombre es capaz de gozar conscientemente del contacto con sus semejantes, de deleitarse con la belleza, de experimentar los sentimientos sagrados de amor y compasión. Sólo el libre desarrollo de cada cual garantiza el libre desarrollo de todos... Toda la experiencia histórica afirma el supremo valor de la vida humana, a la cual deben subordinarse todos los intereses privados, locales, regionales, nacionales y de grupos... La humanidad posee valor absoluto y universal. Cada pueblo posee valor absoluto e inigualable. Cada individuo posee valor absoluto».(5)

Sí, señores magistrados, de un análisis objetivo y científico de la concepción del mundo que comparto, el marxismo, no puede concluirse que por ser yo adepto a ella, sea un propugnador de la violencia ni de una concepción totalitaria de la sociedad y del Estado ni un sostenedor de una teoría sociológica, en que el concepto «fundacional» sea la lucha de clases.

11. «Soy una sola persona, un luchador social consecuente con lo que pienso.»

Alguien podría argumentar, sin embargo, que mi vida, que mis hechos, que la forma como he actuado en la vida pública, en las organizaciones políticas, en el Parlamento, en el gobierno, es una muestra de que soy un violentista, que esa vida, esa práctica mía, es una demostración de que sustento una teoría violentista, totalitaria y patrocinadora y apologista de la conflictividad social. No es así.

Desde que ingresé a la Universidad, hace ya casi 50 años, me interesé por la cosa pública y comencé a intervenir en política, siempre más desde una perspectiva ideológica pues soy un apasionado de la filosofía y las ciencias sociales y me interesé más en esa dimensión de la política que desde el ángulo meramente contingente de la actividad partidaria. Pero la concepción de la vida y la política que sustento liga indisolublemente la teoría con la práctica. El sustentar los ideales del socialismo marxista implica un compromiso práctico, lo implica necesariamente, está en la esencia del pensamiento marxista esta ligazón entre la teoría y la práctica, que queda muy bien ejemplificada en la conocida «Tesis sobre Feuerbach» de Marx, en la que señala: «Los filósofos, hasta ahora, se han dedicado a interpretar al mundo, ahora les corresponde transformarlo».

La filosofía, en consecuencia, la ciencia social marxista, tiene un lazo indisoluble con la práctica, de manera que desde el momento en que yo internalicé los valores humanistas del marxismo, naturalmente, necesariamente, como una indispensable e inesquivable obligación moral, me incorporé a la política activa, a la lucha social.

Nunca yo he pretendido ni creo que ninguno de mis abogados defensores lo haya sostenido, como lo asevera el Procurador General, que hay que hacer un distingo entre un Clodomiro Almeyda «hombre de estudio», que no tiene nada que ver con la política, y un Clodomiro Almeyda «apologista de la violencia y del terrorismo”. No, soy una sola persona. Lo que pasa es que pienso. Y segundo, soy consecuente con lo que pienso. ¡Eso es! Y eso me ha llevado a participar en la vida política y social activa e integralmente, y las palabras que citaba ayer el Procurador General y que figuran en algún escrito mío, en el que sostengo que quien no es consecuente con lo que piensa es una persona que está escindido espiritualmente, llegando hasta configurarse la figura inmoral de la traición, así lo es en realidad, así lo siento.

Si yo, compartiendo los ideales que comparto, la concepción del mundo y de la vida a que adhiero, me hubiera

Archivos Internet Salvador Allende 112 http://www.salvador-allende.cl refugiado durante mi vida en la cátedra universitaria para enseñar solamente, o para escribir, estaría asumiendo una conducta contraria a mi propio pensamiento. No ha sido así y por eso me he incorporado a la vida política. He accedido a la vida política por la vía ideológica, eso es cierto, no por la vía de la lucha social, no como un dirigente obrero. No, he accedido a la lucha social por otras vías, pero me he incorporado a esas luchas integralmente y no podía menos de hacerlo, salvo que me traicionara a mí mismo.

Mi vida, señores magistrados, es un libro abierto. Sin buscar protagonismos ni situaciones de poder, en un marco de una sobria conducta y de un amplio respeto por la condición humana, he trabado numerosas relaciones con personalidades chilenas y extranjeras, que han ocupado y ocupan destacadas y merecidas situaciones en la vida nacional e internacional. Yo me permití pedirle a algunas de estas personalidades, que me conocen de verdad, que depusieran ante este Tribunal para apoyar los razonamientos fundamentales de mi defensa, que ahora estoy reiterando. Fue así como llegaron hasta este Tribunal personalidades de las más variadas tendencias políticas y planos de la actividad social. Julio Subercaseaux y Armando Jaramillo, a quienes conocí, a uno, en el Liceo Alemán y al otro, en la Escuela de Derecho; llegó Radomiro Tomic, a quien conozco desde los años 30; llegó Carlos Martínez Sotomayor, ex Canciller de Chile y ahora creo que es Presidente de la Academia de Ciencias Sociales; llegó un ex Decano de la Universidad de Chile, Enrique D’Etigny, a quien conocí con motivo de mis vinculaciones académicas en esa casa de estudios; llegó el profesor Eugenio Velasco, a quien también conocí en la Facultad de Derecho; el diplomático Enrique Bernstein, a quien tuve oportunidad de tratar bastante durante los tres años que estuve en el Ministerio de Relaciones Exteriores, trabajando estrechamente con él; llegó Jaime Castillo, Presidente de la Comisión Chilena de Derechos Humanos, y Alejandro Hales, Presidente del Colegio de Abogados, a quien también conocí desde mi época de estudiante; Rafael Agustín Gumucio, Presidente del Consejo Nacional de la Izquierda Unida, organización política que me honro en presidir, Orlando Sáez, dirigente empresarial, a quien conocí un poco antes de 1973, pero después no lo traté más. Ahí llegó también Felipe Herrera, a quien conocí en la Escuela de Derecho y cuya trayectoria político, administrativa, como economista y como universitario, es de sobra conocida y valorada.

Todos ellos testimoniaron que, a través de sus experiencias y trato conmigo sólo vieron en mí a un hombre de estudio y a un luchador político por sus ideas, consecuente con ellas, que desde las distintas funciones, ya sea universitarias, gubernativas o parlamentarias, siempre dio muestras de una vocación democrática, de una tolerancia por las ideas ajenas y un respeto por la dignidad humana y por los derechos legítimos de los demás.

Estos testimonios son, a mi parecer, de naturaleza concluyente, de que quien os habla no ha sido ni es un violentista ni un terrorista ni un agente de la disolución social, sino un consecuente luchador social, un luchador social y político que ha bregado siempre en favor de la democracia y del socialismo en los marcos de la concepción humanista del marxismo. Yo acompañé también, Excelentísimo Tribunal, al proceso, un testimonio de mi vida que accidentalmente se me ocurrió escribir el año pasado, sin imaginar que podría tener alguna importancia en un juicio en que se me quisiera proscribir de la vida cívica chilena y acusar de apologista del terrorismo. No me imaginaba que pudiera ocurrir semejante despropósito. Ese libro está a disposición del Tribunal y ahí, en ese libro que se titula Reencuentro con mi vida, y que es un transparente espejo de lo que he sido, y que no fue redactado para ser presentado ante Tribunal alguno, sino para decir lisa y llanamente lo que yo he sido, se puede confirmar rotundamente lo que sostengo. Las condiciones del exilio hacen propicio, muchas veces, mirar hacia el pasado y hacerse un auto examen de lo que ha sido una vida y eso es lo que quise hacer al escribir ese libro. Y el perfil de la imagen que de allí surge no tiene nada que ver tampoco con la de alguien a quien pudiera reputarse ser portador de aquellos atributos que el artículo 8º de la Constitución considera ilícitos o delictivos.

Alguien podría decir, objetando creo que más de alguien lo ha hecho , que la mayor parte de esas declaraciones testimoniales en mi favor dicen relación con mi vida anterior al golpe militar y que no se refieren a los últimos años de mi vida. Bueno, de mi exilio yo doy cuenta también de esa autobiografía, y también entre esos testimonios hay algunos que se refieren a este período.

Pero, es lógico, natural y una obligación moral mía, el que expulsado arbitrariamente de mi patria, en la forma en que lo fui, me empeñara, en los diferentes rangos de la jerarquía partidaria que desempeñé en los distintos tiempos, a contribuir a la tarea de organizar a los socialistas chilenos dispersos por el mundo, para enfrentar las tareas de denuncia de los dramáticos acontecimientos que en Chile hicieron trizas nuestra institucionalidad democrática y republicana, y promover la solidaridad internacional para con nuestro pueblo y sus luchas por recuperar la democracia y hacer que Chile vuelva a ser Chile. Lo que en el exilio dije, hice o escribí, está inscrito totalmente en esta línea general de lograr la mayor unidad de las fuerzas democráticas para robustecer la lucha social y la movilización de masas y favorecer, con ello, una salida política para procurar el desalojo del poder de la autocracia militar dominante en nuestro país. A eso me apliqué en cuerpo y alma durante el exilio. Nada hay en ello que pueda reprochárseme.

Me hubiera debido reprochar si me hubiera asilado o refugiado en algún instituto universitario o en alguna organización internacional a estudiar cosas que me interesaran bastante, que tienen mucho más que ver con mi vocación espiritual íntima, que el estar dedicado a estas tareas políticas. Mas, no lo podía y no lo debía hacer, porque soy consecuente con lo que pienso, porque tengo un compromiso indestructible con mi pueblo, y a liso se debió que desde el exilio tratara de estimular el desarrollo de las actividades de solidaridad con el pueblo de Chile y de denuncia a los atropellos a la dignidad humana, a la democracia y a los derechos del hombre en nuestro país.

12.- Acusado por un régimen autocrático, totalitario y terrorista, surgido de un acto violentista contra el Estado de Derecho.

En resumen, señores magistrados, ni las ideas que comparto ni mi conducta en Chile o en el exilio justifican la atroz sanción de muerte civil y política que se me quiere imponer.

Pero donde las cosas llegan hasta los límites del absurdo y lo increíble, es cuando se repara que quien me acusa ante este Tribunal y ante las otras instancias judiciales que me procesan, por ser un peligro para lo que el régimen entiende por «democracia», sea precisamente una institucionalidad autocrática, con claros rasgos totalitarios, surgida de un

Archivos Internet Salvador Allende 113 http://www.salvador-allende.cl acto violentista de sedición contra un Estado de Derecho y que practica, desde el poder, el terrorismo de Estado. Esa institucionalidad quiere proscribirme a mí de la vida política chilena por no ser un demócrata.

¡Qué más absurdo, señores magistrados, que sea la misma autoridad el mismo régimen que no yo, sino que el Departamento de Estado del Gobierno norteamericano, en reciente declaración pública, ha dado a entender que es cómplice del atentado terrorista contra Orlando Letelier en Washington , que sea esa autoridad responsable de un acto de terrorismo de Estado la que intente condenarme por apologista del terrorismo! ¡A un ciudadano chileno que como queda demostrado en éste y los otros procesos, nada tiene de tal, y cuyo único delito es el de luchar por impedir, por una parte, que en Chile pueda impunemente ejercerse el terrorismo de Estado desde arriba, como en el Caso de Orlando Letelier, y también, por otra parte, el de bregar porque el natural y explicable descontento y repudio del pueblo hacia las prácticas represivas se canalice por vías políticas hasta hacer posible el retorno de la democracia en nuestra patria!

¡Cómo se va a tomar y perdónenme, no quiero incurrir en desacato, señores magistrados en serio ese juicio en que se quiere proscribir a un ciudadano por violentista y apologista del terrorismo, por quienes el poder que tienen es producto del ejercicio de la violencia ilegítima y que la han ejercido sin escrúpulos durante 14 años, ante un mundo estupefacto, que no puede entender que quienes bombardearon La Moneda para deponer a un Presidente constitucional dictan ahora cátedra sobre lo que es y debe ser una conducta pacífica, democrática y legalista!

¡Cómo no va a ser absurdo que el régimen que más poder ha concentrado jamás en la historia de Chile y se empeña por prolongarse o «proyectarse» a través de la puesta en práctica de una Constitución que institucionaliza esta concentración del poder, de una autocracia, quiera proscribir de la vida política a un hombre cuya vida ha estado y está consagrada a recuperar y desarrollar y profundizar la democracia en nuestra patria!

¡Cómo no va a ser un contrasentido que el régimen que más ha contribuido a escindir el cuerpo político y moral de Chile, en dos , el Chile de los pobres y el Chile de los ricos, llevando hasta el extremo la conflictividad en el seno de la sociedad, acuse a un ciudadano para proscribirlo de la vida política, a un chileno cuya actividad está asignada, sí señores, por buscar la paz a través de la realización de la justicia, sí, repito, la paz a través de la realización de la justicia!

13.- ¡Alerta!

Se comprende así, señores magistrados, que quienes, desde la distancia estudian en serio la realidad chilena, sin dejar que los árboles les impidan ver el bosque, no comprenden ni se expliquen la injusta y despiadada persecución política de que he sido objeto. Sólo inteligible, por supuesto, si se repara en el odio de clase cristalizado en un sector de los sustentadores del régimen, para quienes ni la razón ni la cordura son buenos consejeros, que han desestimado incluso el llamado papal a la paz y a la reconciliación, por la llamada «lógica de la guerra», que esa sí es una lógica que conduce a la violencia y al totalitarismo.

No es de extrañar así, por ejemplo, que el Ministro de Relaciones Exteriores de la RFA, Hans Dietrich Genscher, un liberal de derecha, haya llamado al embajador de Chile, no hace muchos días atrás, para manifestarle su preocupación por la forma como se me persigue política e ideológicamente, cuando a los ojos de ese gobierno, como a los de todas las personalidades y fuerzas políticas y sociales que me conocen , soy yo, precisamente, la antitesis del totalitarismo, en tanto soy un promotor de las luchas sociales por la democracia en nuestro país.

Ahora se añaden a las sanciones prescritas en el artículo 8°, otras nuevas, por medio de su ley complementaria promulgada recientemente. Interrogado, hace pocos días, el Secretario General de Gobierno, Orlando Poblete, por los periodistas, sobre la eventualidad de mi condena en este Tribunal y de los efectos de esa ley en relación a mí, expresó que las opiniones que yo vertiera sobre cualquier tema, incluso según la pregunta del periodista sobre el precio del pan o sobre las tarifas del metro, no serían ellas susceptibles de informarse, porque, textualmente agrego, yo «ya no existiría para los medios de comunicación». ¡A esos extremos se está llegando en la persecución de las ideas políticas en nuestra patria!

Quiero terminar, Excelentísimo Tribunal, evocando unos versos del poeta y dramaturgo alemán Bertold Brecht, para alertar al pueblo chileno sobre el futuro que lo espera si se prosigue por el camino que ahora se inicia con este juicio. Juicio que, en su esencia, guardando las debidas proporciones, no es muy diferente de aquel que entablaran las autoridades nazis contra el luchador comunista búlgaro Jorge Dimitrov, imputándole ser el responsable del incendio del Relchstag, siendo que fueron, como se ha establecido, los propios nazis los que produjeron aquel criminal siniestro.

Dicen los versos de Brecht:

Primero se llevaron a los comunistas, pero a mí no me importó porque yo no era comunista. En seguida se llevaron a los judíos, pero a mí no me importó porque tampoco era judío. Después se llevaron a los sindicalistas, pero a mí no me importó, porque yo no soy sindicalista. Luego apresaron a unos curas, pero como yo no soy creyente tampoco me importó. Ahora me llevan a mí, pero ya es tarde.

He terminado.

(*)Texto de la defensa ante el Tribunal Constitucional. 1987

Archivos Internet Salvador Allende 114 http://www.salvador-allende.cl (1) Yuri Zhdanov, «Los Intereses de clase y los Intereses universales de la humanidad en la era atómica», en: Socialismo, Teoría Práctica, septiembre 1987, Págs. 8 a 11.

(2) Anatoli Kutsenkov, «La ética del siglo nuclear», en Tiempos Nuevos N° 22, mayo de 1987. pp.4 a 6.

(3) Adolfo Sánchez Vásquez, Escritos de Política y Filosofía, Editorial Ayuso y Fundación de Investigaciones Marxistas, Madrid, 1987, pp. 167 a 169.

(4) Yuri Azhdanov, op. cit.

(5) Yuri Zhdanov., op. cit.

(6) Yuri zhdanov. op. cit.

Archivos Internet Salvador Allende 115 http://www.salvador-allende.cl Por una izquierda que sea fiel interprete del mundo popular. 1988

Sea mi primera palabra, al encontrarme por vez primera frente al pueblo de mi patria a las pocas horas de haber conquistado mi libertad, tras largos meses de injusta prisión , sea mi primera palabra, repito, ante el pueblo de Santiago, después de 15 años de autoritario exilio en extrañas tierras, sea esta palabra para darles la enhorabuena por la espléndida victoria popular lograda por la unidad y la lucha de los demócratas chilenos en el reciente plebiscito, el pasado cinco de Octubre.

Vayan también, hacia ustedes, mis palabras de gratitud por la combativa solidaridad manifestada hacia mi persona ante la despiadada persecución política de que he sido objeto por la dictadura, desde el momento mismo en que en el año pasado ingresé clandestinamente a Chile para defender aquí mi irrenunciable derecho a vivir en mi Patria en libertad.

Bien saben ustedes que como resultado de esa inflexible persecución he sido privado de mis derechos políticos, ciudadanos y civiles, quedando yo convertido en el único chileno proscrito por la ilegítima normativa imperante, situación ésta, tan insólita y absurda, que no me cabe dudas que la vida misma, la fuerza de las cosas, harán inoperante una resolución judicial tan contraria a la razón, tan lesiva a la justicia y tan ajena al sentido común.

«El 9 de Octubre se abrieron las ventana hacia un porvenir más venturoso»

Queridos amigos:

Aún no se apagan los ecos de la resonante derrota política que el pueblo chileno infligió a la dictadura en el pasado plebiscito, expresando su rotundo rechazo a Pinochet, su régimen y su institucionalidad.

Aún no se disipa de nuestro ambiente el clima de alegría, de esperanza y optimismo que impregnó al país, luego del triunfo popular. Era como si el pueblo se hubiese despertado de una larga pesadilla, como si se hubiera desprendido de un pesado fardo que cansaba sus espaldas, como si de nuevo se hubiesen abierto las ventanas hacia un porvenir más venturoso que antes se percibía negro, cerrado, sin destino ni salida.

Pero bien sabemos, compañeras y compañeros, que la lucha contra la dictadura no ha terminado, que sólo hemos pasado a otra fase más favorable para las fuerzas democráticas, que el régimen ha sido colocado a la defensiva, aunque intente desesperadamente aferrarse en el poder pretendiendo ignorar el significado político de su derrota en el plebiscito, so pretexto de su obligación de respetar la fraudulenta Constitución de 1980 que, por su origen espurio, por su contenido antidemocrático y totalitario y por su inspiración liberticida, no es nada más que un pedazo de papel, carente de toda legitimidad y de todo valor a la luz de la razón, de la justicia y el derecho y que no tiene, en consecuencia, sustento alguno.

Es insensato, pues, querer desconocer el contenido esencial del pronunciamiento ciudadano del 5 de Octubre, que es un reclamo para que se devuelva al pueblo su soberanía plena, sin restricciones ni tutelajes de ninguna especie, y una exigencia para que se remueva el principal obstáculo para que Chile recobre la libertad, obstáculo que no es otro que la permanencia del dictador en el mando supremo de la Nación.

«Todos golpeamos juntos y al mismo tiempo. Por eso vencimos.»

Compañeros y compañeras

La principal lección que arroja la victoria popular en el plebiscito es que ella fue posible por la unidad de todas las fuerzas democráticas alrededor del NO a Pinochet. Allí todos golpeamos, juntos y al mismo tiempo. Por eso vencimos.

El pueblo ha entendido esa lección. La unidad alcanzada con ocasión del plebiscito debe no sólo mantenerse, sino debe desarrollarse y profundizarse. Y así como unidos triunfamos el 5 de Octubre, unidos enfrentaremos, también, los eventuales procesos electorales que puedan presentarse.

Esa es la voluntad del pueblo. Nada conseguirán nuestros adversarios con introducir cuñas e intentar, artificialmente, ahondar las diferencias entre nosotros. No lograrán su propósito. No nos dividirán.

Pero compañeros, si bien esa unidad y coincidencia es lo fundamental, luchar por la reimplantación de la Democracia en Chile no excluye ni supone que todos los opositores pensemos todos y en todo igualmente.

El Acuerdo Nacional por la Democracia, que valoramos y sustentamos, se da en el pluralismo y la diversidad, como el arco iris multicolor que se utilizó como, símbolo del NO en la campaña plebiscitario.

Dentro del concierto político opositor está la Izquierda chilena, como heredera de las más ricas tradiciones de lucha del pueblo trabajador, como depositaria fiel del legado de Luis Emilio Recabarren, de Valentín Letelier, de Marmaduque Grove, de Eugenio Matte, de Pedro Aguirre Cerda y de Salvador Allende; la Izquierda chilena, como protagonista del más ambicioso proyecto de transformación progresiva de la sociedad chilena durante el gobierno del Presidente Allende, como víctima principal de la represión contrarrevolucionaria, como combativa fuerza de masas en la lucha contra Pinochet y su régimen.

«Una izquierda unida en su pluralidad, actualizada en su visión del mundo, combativa y responsable.»

La izquierda chilena, compañeras y compañeros, constituyó un factor imprescindible y representativo, un componente

Archivos Internet Salvador Allende 116 http://www.salvador-allende.cl decisivo de las grandes mayorías nacionales que pugnan por un Chile más justo y más libre y tiene la voluntad y la capacidad de hacer el máximo aporte que esté en condiciones dé presentar en la construcción del nuevo Chile, que queremos levantar en democracia, una vez desalojada del poderla dictadura militar.

A esa Izquierda que tanto puede contribuir al porvenir de Chile y puede que esté en las mejores condiciones para hacerlo, la queremos unida en su pluralidad, rica en su diversidad.

A esa Izquierda la queremos actualizada en su visión del mundo, de América Latina y de Chile, asumiendo los cambios trascendentales producidos en los últimos años en nuestro entorno, que se insinúan en el tiempo contemporáneo.

A esa Izquierda la queremos combativa, madura y responsable, la queremos no volcada ni encerrada en sí misma, sino abierta hacia el pueblo y hacia las masas, la queremos no sectarizada sino dispuesta a proyectarse, dialogar e influir en el resto de las fuerzas democráticas para que juntos, todos, podamos avanzar hacia la sociedad más libre y más justa que anhelamos.

Para construir esa nueva Izquierda nos esforzaremos, con la mira de que ella sea el más auténtico y fiel intérprete de las demandas del mundo popular, del mundo del trabajo, del mundo de la cultura.

«Hagamos avanzar la democracia en la sociedad y en cada frente.»

Compañeras y compañeros:

La jornada plebiscitaria del 5 de Octubre creó las condiciones para que el pueblo tomara la ofensiva. No nos la dejemos arrebatar. No permitamos que la dictadura, derrotada políticamente en el plebiscito, se reponga y tome la iniciativa.

Para ello impulsemos la lucha del pueblo por hacer avanzar la democracia en la sociedad como conjunto y en cada ámbito de la comunidad nacional. Que los obreros protesten y luchen contra los despidos, en venganza por el voto contra Pinochet, de la clase trabajadora. Que los pobladores se movilicen por la democratización de las juntas de vecinos, que los demócratas todos exijan y conquisten el acceso igualitario a todos los medios de comunicación de masas, que los universitarios se esfuercen por recuperar para sí la universidad y el control de sus canales de televisión y que luchen por exigir la salida de los rectores delegados, y que la Central Unitaria de Trabajadores insista en la libertad de sus dirigentes Manuel Bustos y Arturo Martínez, que los organismos de defensa de los Derechos Humanos se empeñen para que se haga justicia a Oscar Guillermo Garretón; en fin, que Chile todo demande la libertad de todos los presos políticos, que no han cometido otro delito que el de luchar con valentía y decisión por que el pueblo vuelva a ser el auténtico soberano de los destinos de Chile.

¡A continuar bregando incansablemente por la libertad de Chile, nos exhorta y llama, compañeros y amigos, la Izquierda chilena!

Unidad y Lucha

¡Venceremos!

(*) intervención en el acto convocado por la Izquierda Unida, en Santiago, el 23 de octubre de 1988.

Archivos Internet Salvador Allende 117 http://www.salvador-allende.cl El Socialismo: opción por la razón y la justicia. 1989*

Se inicia hoy día, un 29 de diciembre de 1989, poco después de la victoriosa jornada en la que el pueblo chileno derrotara nuevamente a la dictadura, eligiendo a Patricio Aylwin como Presidente de la República, una nueva, difícil, pero sustanciosa etapa de unidad, en la ya no tan corta historia del socialismo chileno, que lleva más de 56 años empeñándose, junto al pueblo, por impregnar a nuestra sociedad con los valores de la democracia y de la justicia, que se asocian indisolublemente en el núcleo de nuestro ideario socialista.

56 años llevamos los socialistas en una dura y accidentada brega por democratizar a nuestra sociedad en todas sus dimensiones, por crear conciencia, en el mundo del trabajo, de la necesidad de transformarla, para hacer de esta sociedad un hogar de la dignidad humana y por organizar al pueblo para impulsarlo a la lucha, por una sociedad mejor en Chile y por una humanidad fraterna en el ámbito universal, signada por la equidad entre los pueblos y la paz entre las naciones.

En este trajinar socialista, en procura de una sociedad mejor, no han escaseado los desencuentros y las querellas, a veces encumbrados en las nubes de las ideologías abstractas, a veces marcados por consideraciones más pedestres y subalternas.

Pero la vida nos ha ido enseñando mucho. La traumática experiencia del Gobierno de la Unidad Popular y su trágico colapso, así como la necesidad de coincidir para poder enfrentar victoriosamente el régimen militar, nos han demostrado con elocuencia indesmentible que sin la unidad en la lucha de las grandes mayorías nacionales, sin un acuerdo sincero y profundo de las fuerzas de izquierda, sin un concierto unitario del socialismo, es imposible acometer con éxito empresas políticas de envergadura, como aquella que encabezara el Presidente Allende, destinada a reorganizar a la sociedad chilena, como él solía decirlo, en términos de pluralismo, justicia y libertad.

Estas enseñanzas que arroja la experiencia no fueron, no pudieron ser aprovechadas de inmediato. Al contrario, el reflujo producido por la derrota política de 1973 y la represión consecuente, la clandestinidad y el exilio, favorecieron la incomunicación y una mayor dispersión y fragmentación de las estructuras partidarias, entre ellas la nuestra. Ello no obstante y hay que destacarlo , los demócratas chilenos hemos sabido unimos en las instancias decisivas de la lucha contra Pinochet y su régimen, ya sea en las protestas de 1983, ya sea con ocasión del gran paro nacional de 1986, ya fuere en el histórico plebiscito del año pasado, o ya sea para enfrentar mancomunadamente las elecciones presidenciales y parlamentarias, como acabamos de hacerlo en los recientes comicios.

Al comenzar a transitar en democracia, se ha puesto de manifiesto la necesidad de reajustar el cuadro de las fuerzas y orgánicas políticas que recibimos del pasado y que corresponde poner al día, a tono con las nuevas exigencias y señales que nos vienen de la realidad, cada vez más incesantemente renovada y en permanente transformación.

En el ámbito de la izquierda, la urgencia por responder al sentir unitario y renovador del pueblo se ha reflejado privilegiadamente en la demanda por la unidad del socialismo, la que ha ido cobrando creciente fuerza en los últimos tiempos, hasta convertirse en un verdadero mandato surgido desde las bases del pueblo socialista, al que las direcciones no hemos podido ni debido sustraemos ni desoír. Máxime cuando esa demanda unitaria se presenta avalada por la acción común en la base social, por nuestras coincidencias en la apreciación de la situación actual y de la transición, así como por el consenso en la necesidad de articular adecuadamente los elementos de continuidad y ruptura en la concepción de partido y de las tareas que les corresponde realizar en el Chile de hoy a las fuerzas democráticas y socialistas.

La unidad socialista aparece como requisito inesquívable para reordenar y reajustar el espectro político chileno al comenzar a vivir en democracia. Desde luego, para poder instalarla en plenitud, sin tutelas ni discriminaciones, después para consolidaría y por último para poder defenderla con fuerza, imaginación y eficacia.

La unidad del socialismo, firmemente anclada en la izquierda y ofreciendo su abierta disposición para trabajar en común con todas las fuerzas democráticas, es factor decisivo para que el futuro gobierno de transición pueda cumplir su tarea histórica y para que la presencia de la fuerza y del ideal socialista pueda gravitar en el proceso de reconstrucción de la democracia y en la gestación de los nuevos poderes populares emergentes, emanados del quehacer organizado de las masas en la base social.

Pero esa unidad del socialismo, que la queremos reafirmando su identidad, que surge de los documentos fundacionales de 1933 y 1947, no la visualizamos vuelta hacia adentro y enquistándose en sí misma. La pensamos abierta al entorno social y dispuesta a recoger y recibir, con generosidad y alegría, a las otras vertientes socialistas, que reconocen otros orígenes y han vivido otras historias que las del tronco histórico, nacido un 19 de abril de 1933, como lo demuestra en esta hora de reafirmación y renovación socialista, la incorporación, en este acto, en el socialismo unido, del Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU). Hecho auspicioso éste, no sólo por lo que significa en sí mismo y por lo que simboliza, sino también porque ello nos permite avanzar en la forja de una fuerza socialista homogénea en su diversidad y pluralista en su unidad, en la que cada una de las vertientes políticas que allí confluyen enriquece a las demás y fortalece al conjunto, respondiendo así a la necesidad del pueblo de irse educando, organizando y orientando merced a la experiencia acumulada en el pasado, cristalizada en el Partido y procesada luego hasta devenir en pensamiento lúcido, capaz de ir iluminando las desconocidas rutas por las que tenemos que ir penetrando en el futuro y construyendo la sociedad del porvenir.

Lejos, pues, de nosotros los sectarismos, las rigideces y las exclusiones. Todos los componentes del movimiento popular nos encontramos inmersos ahora en un proceso de reflexión crítica y autocrítica no sólo con relación a nuestro propio pasado, sino también alrededor de las experiencias vividas por otros pueblos, experiencias aleccionadoras unas veces, pero dolorosas otras, teñidas por las negras notas del dogmatismo, el autocratismo burocrático y las ineficiencias

Archivos Internet Salvador Allende 118 http://www.salvador-allende.cl que de ello derivan.

Nadie, en consecuencia, y menos nosotros, nos sentimos dueños de toda la verdad. Creemos en el diálogo y en la discusión creadora como herramientas para producir esa verdad, y pensamos que ella sólo se alcanza con el concurso de todos los que hemos apostado por la causa del pueblo, como también que tiene que ser con el esfuerzo de todos el que podamos construir, sobre las bases de esa verdad, los cimientos de la nueva sociedad.

Compañeras y Compañeros:

La circunstancia histórica en que ahora cristaliza en Chile la unidad de los socialistas se nos presenta difícil pero globalmente preñada de venturosos auspicios. En la atmósfera que respiramos, como que se van disipando los temores de las guerras mundiales y de las conflagraciones nucleares; como que trabajosamente comienza a primar el diálogo sobre la confrontación; como que se van creando las condiciones para un mejor aprovechamiento de los gigantescos recursos creados por el hombre y que un consumismo estéril y un armamentismo estúpido todavía malgastan y desperdician; como que se va progresivamente valorando universalmente el respeto por los derechos y por la dignidad del hombre, como el fundamento de la democracia y a esa democracia se la va concibiendo cada vez más como posible, a condición de que la injusticia y la solidaridad marquen con su impronta las relaciones entre los hombres y entre los pueblos.

Para que esos atisbos y anuncios auspiciosos se traduzcan en un mañana mejor, se precisa de la presencia combatiente del socialismo, en Chile, en nuestra América y en el mundo. La plena vigencia del socialismo se sustenta en que constituye la única gran respuesta global a los graves problemas de la sociedad contemporánea que ha concebido el espíritu humano y que se ha forjado con la lucha, la sangre, las derrotas y los éxitos de los pueblos.

Ese socialismo es una opción por la razón y por la justicia, frente a las sinrazones y las inequidades que arrastran las sociedades de clases y que pugnan por sobrevivir, castrando el progreso de los pueblos, recurriendo a la violencia para sostener su dominación, frenando el óptimo empleo de los recursos del hombre e impidiendo así el integral despliegue de las enormes potencialidades que encierran los acelerados avances de la revolución científico técnica.

La reafirmación de la vigencia del socialismo como opción por la razón y la justicia y como la integral y más plena expresión de la democracia, es la piedra angular de nuestra identidad en Chile y en el mundo, en un momento en que la deformación sistemática de la verdad y de los hechos, promovida por los defensores del pasado y del orden establecido, encubierta en engañosos ropajes de un falso modernismo, dificulta la plena toma de conciencia de sí mismos por el pueblo y la sociedad, favoreciendo así la perpetuación de un pasado plagado de injusticias e irracionalidades.

Tarea principal de los socialistas será, pues, la brega por la verdad. Verdad para que se haga justicia. Verdad para destruir los mitos, para develar las mentiras y las falacias en que se sustenta el neo liberalismo autoritario. Verdad para poder descubrir la salida original, audaz y creativa por la que el pueblo chileno avanzará por los senderos de la democracia, hacia superiores y equitativas formas de convivencia colectiva.

El socialismo, armado con la verdad, que es siempre revolucionaria, ha de convertirse en agente privilegiado del proyecto de una sociedad democrática avanzada que comienza a bosquejarse para los comienzos del siglo XXI, como el natural remate de los notorios cambios de signo positivo que están insinuándose al iniciarse el último decenio del siglo que se despide.

Para los chilenos y en especial para los socialistas, la democracia radical y enriquecida que avizoramos no la debemos imaginar sino en el nuevo sujeto político supranacional, que vaya poco a poco trascendiendo a la multiplicidad de los impotentes estados naciones latinoamericanos de hoy, que heredamos del siglo pasado, pero que ahora no pueden sustentar una real soberanía, que vaya más allá de las palabras. Ello va requiriendo de su progresiva integración para que seamos, en realidad, dueños de nuestros propios destinos y podamos influir en el mundo futuro.

Al reiterar, los socialistas chilenos, en esta hora de unidad, nuestra vocación bolivariana y latinoamericanista, reafirmamos uno de los más definitorios caracteres del socialismo chileno, que ahora estamos proyectando hacia el porvenir, en la convicción de que el mundo será cada vez más uno, más internacionalizado e interdependiente, y en el que sólo los pueblos continentales, como esa América que signa nuestro emblema, podrán optimizar su aporte al desarrollo progresivo de la humanidad.

Compañeras y Compañeros:

El partido que renace y el socialismo que se reafirma, se renueva y se actualiza, sólo podrá desplegar sus inmensas virtualidades, su insospechada capacidad de convocatoria, en la medida en que logre configurar, en su seno, un espacio para la convivencia de diversos puntos de vista, de visiones distintas que no contradictorias , en el que esa diversidad no esterilice ni inmovilice la vida y el quehacer partidario, sino los enriquezca, los fortalezca, demostrando con ello que podemos practicar la democracia en nuestro interior, respondiendo al desafío de hacer compatible el pluralismo en el discurso y la eficacia en la acción.

Una palabra también, amigas y amigos, para revelar un rasgo que creo debe distinguir a esta nueva fase de la trayectoria socialista que ahora comenzamos: el Partido no debe existir para sí mismo, sino se debe al pueblo, existe para Chile. No es un fin, sino un medio. No ha nacido para satisfacción de sus militantes ni como pretexto para testimoniar nuestras convicciones; el Partido nace, se desarrolla y se consume en el acto de entrega al pueblo de Chile de su verdad y de su mensaje, que es una incitación a la lucha por la justicia, una convocatoria a bregar por la democracia y el socialismo, dirigida a las grandes mayorías nacionales.

Compañeras y Compañeros:

Archivos Internet Salvador Allende 119 http://www.salvador-allende.cl No podría terminar estas palabras sin evocar en nuestro espíritu, en este solemne momento, el recuerdo y la figura de Salvador Allende, cuyo legado principal que nos ha dejado es el mandato a continuar empeñándose, como él lo hizo, por unir al pueblo, por unir a la izquierda, por unir a los socialistas.

El mejor homenaje a su memoria es precisamente hacer lo que estamos haciendo hoy día, en este acto, los socialistas chilenos, uniéndonos para ser mejores y más fuertes y poder así servir mejor a la Democracia y al Pueblo, al Socialismo y a Chile.

¡Viva Chile!

¡Viva el Partido Socialista!

¡Con unidad y lucha, venceremos!

(*) Intervención del autor en el acto de reunificación del Partido Socialista de Chile,el 29 de diciembre de 1989, en su condición de Presidente de dicha colectividad.

Archivos Internet Salvador Allende 120 http://www.salvador-allende.cl La nueva sociedad, una visión de futuro. 1990*

Voy a intentar en pocos minutos difícil tarea hacer un bosquejo de lo que los organizadores de este Seminario quieren que sea la etapa final del mismo: el diseño de una imagen de la nueva sociedad del futuro. Todo, como culminación de las anteriores sesiones en que se debatió una serie de temas que debieran considerarse como preámbulo para esta fase terminal.

Desde luego, queda un poco en oscuro acerca de qué es lo que puede entenderse por sociedad futura. Si se está refiriendo a la nueva sociedad en términos mundiales, o a lo que se apunta es a la futura sociedad chilena. Como no quedó dilucidada previamente esta cuestión, uno tiene que elegir. Y yo elegí decir algunas cosas acerca de la imagen del mundo del futuro, más que del Chile del mañana. Pero eso, no porque una de las características de la contemporaneidad es precisamente como tendremos oportunidad de insistir más adelante la internacionalización creciente de la vida del hombre en el planeta, de manera que lo total, en este caso lo universal, lo internacional, va sobredeterminando, influyendo crecientemente en lo que pasa y ocurre en cada una de las distintas partes del mundo. Esto no implica de manera alguna, necesariamente, la monotonía ni la uniformidad del mundo futuro, pero sí señala la creciente interdependencia entre los distintos elementos que lo constituyen. El conjunto, así, influye cada vez más sobre las partes, de modo que no se puede, a mi juicio, querer dar una imagen de lo que va ser el Chile a mediados del siglo XXI sin tener en cuenta hacia dónde marcha el mundo en su conjunto, como totalidad.

Hecha esta precisión, quiero comenzar recordando una conocida sentencia de Marx y de Engels, que ayer fue traída a colación al debate por Patricio Rivas cuyo tenor literal no recuerdo , en la que los fundadores del socialismo científico establecen que el comunismo no es ni un ideal ni un modelo que nosotros queramos seguir o hacer, sino que es un movimiento en la sociedad que va resolviendo las contradicciones y problemas que en ella se generan. Esto quiere decir, desde el punto de vista del tema que tenemos que abordar, que los que miramos las cosas desde la óptica marxista no debemos pensar en describir un modelo o un ideal de sociedad, cuando se nos pregunta sobre el futuro de la humanidad sino, a lo más, precisar las tendencias, las direcciones, los rumbos: el sentido que van tomando los acontecimientos, pero en manera alguna intentar dibujar una imagen acabada de ese mundo del porvenir. Porque ese mundo del futuro así cristalizado, como meta, como objetivo terminal, no existe y no va a existir jamás.

Vistas así las cosas ¿cuáles serían estas tendencias, estas direcciones, estos rumbos, estos sentidos que uno advierte que van emergiendo de la realidad presente y que van, a través de su progresivo desarrollo, prefigurando lo que va a ir siendo esa sociedad en el siglo próximo?

La primera y principal tendencia que quiero registrar a la que ya aludí es la tendencia hacia la internacionalización del mundo. Yo creo que no existe la suficiente conciencia todavía acerca de lo que está significando el pleno despliegue de esta tendencia, que ya se inició en los albores del capitalismo, a fines del siglo XVIII, pero que va progresivamente adquiriendo un ritmo cada vez más acentuado, de manera que el mundo se va achicando cada vez más rápido, cada vez va siendo más pequeño y más uno. Las implicancias de todo género que tiene esta característica del mundo contemporáneo es lo primero, creo yo, que debe ser asumido en plenitud, si queremos entender hacia dónde vamos marchando y hacia dónde se va dirigiendo la civilización contemporánea.

En este nuevo mundo cada vez más chico y cada vez más uno, su unidad y la interdependencia entre sus partes no tienen necesariamente un contenido univoco. Porque el mundo puede ser cada vez más uno y cada vez más chico en diferentes sentidos. Pudiera, por ejemplo, profundizarse la tendencia a diferenciarse el mundo desarrollado del mundo periférico y cristalizar, entonces, este mundo del futuro, en una verdadera sujeción o dependencia permanente y orgánica de los países pobres de los países ricos. Esa es una manera posible de internacionalizarse la vida del planeta en el futuro. O pudiera alternativamente, también, esta internacionalización concebirse como una especie de uniformidad del mundo del mañana, que llegaría a ser algo homogéneo o indiferenciado. Ambas opciones existen y son, a mi juicio, negativas. Si el mundo se unifica sobre la base de que se imbriquen y complementen los países pobres y los países ricos, sobre la base de la sujeción de los primeros a los segundos que parece que es hacia donde marchan los acontecimientos, si es que no se lucha porque así no ocurra , y si, al mismo tiempo, el cosmopolitismo generado por los patrones de consumo se universaliza, podríamos tener una imagen de un mundo futuro unificado a través de relaciones de dependencia y de unidad en el consumismo. Un mundo, a la vez uniforme y escindido, muy monótono y muy deformado, en la medida que implicaría, por una parte, la inequidad y la desigualdad de los pueblos y naciones, y por la otra, la negación de la variedad que existe en el género humano, la que se vería desconocida por esta tendencia hacia la uniformidad, a la que estaría ligado, en ese caso, el proceso de internacionalización. Yo creo que aquellos que se ubican en el punto de vista de los pueblos, de las naciones, de las clases y de los hombres postergados, deben esforzarse y luchar porque el proceso de internacionalización asuma un contenido distinto a aquel que reflejan las dos direcciones a las cuales me refería. Debe tenderse a respetar y a desarrollar, en el contexto de la internacionalización, la variedad de lo existente. A reconocer la naturaleza multiforme de la humanidad, en sus múltiples dimensiones culturales y espirituales. Debiera, esta internacionalización, suponer, al mismo tiempo, una equidad en la economía internacional que suprima esta separación creciente entre países pobres y países ricos, que está caracterizando al mundo contemporáneo.

Lo que va siendo cada vez más común para toda la humanidad es el patrimonio universal de la ciencia y de sus aplicaciones técnicas y la consiguiente internacionalización de esa dimensión de las fuerzas productivas.

Hay que constatar, también, la tendencia hacia la universalización política, hacia la desaparición de las actuales formas políticas expresadas en los Estados nacionales, tendencia que apunta hacia la generación de una expresión política que ya en algún sentido dejaría un tanto de ser política, por involucrar a toda la humanidad a un nivel supranacional. Ayer señalaba José Joaquín Brunner, que estamos atrasados, sin embargo, desde ese punto de vista, ya que se está produciendo un notorio desfase entre el desarrollo de la ciencia, de la técnica, de la economía, cada vez más

Archivos Internet Salvador Allende 121 http://www.salvador-allende.cl universalizados, con relación a lo político. Porque, no obstante la obsolescencia de las formas estatales que nos vienen del pasado, seguimos pensando en términos de Estados nacionales, con todo lo que aquello significa de retraso desde una serie de puntos de vista. A pesar de esto, creo que ya está comenzando, felizmente, a irse cuestionando, en una u otra manera, esas formas políticas tradicionales heredadas del siglo XIX, las que están ya colocándose en contradicción flagrante con el carácter crecientemente internacional que asume el desarrollo general de la ciencia, de la técnica, de la economía y del espíritu humano en la actualidad.

Otra característica de la contemporaneidad, que está muy ligada a la que mencionamos en primer lugar, es la incontenible aspiración hacia la paz. Ya ahora, en estos momentos, se puede prever que, en el siglo XXI, se va a ir avanzando de manera cada vez más acelerada a terminar con las guerras y a cancelar, en consecuencia, los armamentismos. Ya podemos vislumbrar un mundo de paz en que la amenaza de las guerras, los conflictos armados, las destrucciones bélicas y las violencias de los pueblos sean cosas del pasado.

La marcha en esa dirección será un proceso, será seguramente una ruta variada y multiforme, pero que ya se está dando y que está adquiriendo mucha fuerza, en la medida que en las relaciones internacionales como está claro ahora la negociación y la cooperación van siendo cada vez más predominantes y frecuentes, con relación a la confrontación, los enfrentamientos, los conflictos y las guerras.

Así como la internacionalización puede ser entendida desde distintos puntos de vista, según sea el sujeto que la construye o que la va orientando, ocurre también lo mismo con este problema de la paz, porque hay paces y paces. Desde luego, está la paz de los sepulcros y de los cementerios, que, obviamente no es la paz a la que aspiramos y hacia la que nos dirigimos. Es muy distinta una paz impuesta por la voluntad de una superpotencia o dos superpotencias, o de los poderosos sobre los débiles, a la paz que es percibida y deseada desde el ángulo de quienes no desean ser oprimidos ni subalternizados, sino, por el contrario, necesitan de la paz como condición para que puedan ellos realizarse en libertad e independencia.

La tercera corriente, que se advierte y se va insinuando a fines de este siglo, es la tendencia hacia la revalorización de la naturaleza, como una reacción del hombre contra el efecto deshumanizador de los aspectos negativos de la civilización capitalista industrial contemporánea; como un intento de reivindicar los valores vitales, de reivindicar lo particular y la variedad que emerge de la vida. Hay en esto una reacción frente a la uniformidad, a esa unid¡ mensionalidad de que hablaba Marcuse, hacia la cual se enrumba la sociedad industrial contemporánea, si se la deja desenvolverse de acuerdo con sus propias leyes. Esto implica también una valoración de lo rural en la relación a lo urbano. Ligada a esta revalorización de la naturaleza se halla su defensa y su protección como entorno del hombre y condicionante, en consecuencia, de su vida.

Pero también esta tendencia tiene una doble lectura, la de quienes se vuelven hacia la naturaleza como para retornar al pasado, desconociendo algo o mucho de los que ha significado de progresivo la sociedad industrial contemporánea. Como que aflora una nueva Edad Media, en la que los hombres vuelvan a los campos, vuelvan al pasado, a ese pasado natural y bucólico. He ahí la lectura conservadora de esta tendencia. Pero hay también otra lectura, la lectura de quienes la visualizan desde el punto de vista de que se trata de aprovechar lo que la civilización industrial y moderna ha creado, pero no en lo que ésta lesiona lo que hay de natural en el hombre, ni menos aún en aquello que destruye su entorno natural. Por el contrario, se la percibe como una rectificación de esa equivocada dirección, para empujar la trayectoria de la humanidad hacia la conservación del medio natural del hombre, y la búsqueda de la armonía entre éste y su entorno.

La cuarta tendencia que se registra en la contemporaneidad es la aceleración de¡ desarrollo científico técnico, el que está adquiriendo caracteres cada vez más exponenciales y acelerados en sus efectos. La sociedad de¡ futuro se percibe, así, corno una sociedad de la abundancia.

Mas, también esto tiene una doble lectura. La de quien ve o concibe esa abundancia y esa riqueza como tributaria del hombre, y aquella lectura o interpretación que visualiza esa abundancia de bienes de consumo como una satisfacción a las exigencias del mercado, en otras palabras, percibe la abundancia y la riqueza a la manera «consumista».

Por último, puede distinguirse otra dirección hacia la cual advierto qué marcha la humanidad, una dirección hacia una racionalidad que revaloriza la eficiencia y la productividad, en el sentido genérico.

También esto tiene una doble lectura, una doble interpretación. 0,esta racionalidad y esta eficiencia se dirigen en el fondo a acumular más riqueza, a crear más capital, o esa creciente racionalidad y eficiencia hay que usarla en beneficio del hombre. Esta antinomia tiene mucho que ver con la necesaria articulación entre el mercado y el plan.

Voy a decir algo muy corto sobre esto, que creo puede ser importante. En alguna medida, la tendencia a interferir en el mercado, a regularlo a través de¡ plan puede disminuir, puede atenuar o limitar la eficiencia ciertamente. Pero eso es un costo que hay que pagar, porque significa que lo que disminuye es lo que, pudiéramos llamar la riqueza concebida como valor de cambio, en beneficio de la riqueza concebida como valor de uso. En otras palabras, cierto es que la regulación, que la ordenación por la planificación inteligentemente concebida, puede implicar un cierto menor ritmo de acumulación de capital, pero de¡ capital concebido como valor de cambio, al margen de los requerimientos humanos. Por el contrario, el intento de guiar la economía, e incluso al propio mercado, en función de las necesidades humanas permite que se acreciente lo que es más importante, el valor de uso de la riqueza que el hombre genera, vale decir su capacidad para satisfacer lo que el hombre requiere para vivir en condiciones acordes con su dignidad de tal.

Para terminar y en resumen, creo que estos rasgos y otros en los cuales no me voy a extender, estas tendencias objetivas en la sociedad contemporánea, son susceptibles de tomar dos direcciones: una que está ligada a lo que pudiéramos llamar la continuación y la inercia de la sociedad contemporánea, y otra línea, encaminada hacia la libertad, hacia la igualdad y hacia la solidaridad. El triunfo de esta última dirección, hacia la cual pueden orientarse las

Archivos Internet Salvador Allende 122 http://www.salvador-allende.cl tendencias que surgen de la sociedad contemporánea no es algo que se va a lograr espontáneamente. Aquello sólo puede ser el producto de la lucha, de¡ esfuerzo, de la conciencia. Ahora, esa lucha, ese esfuerzo y esa conciencia, para que las tendencias que surgen de la realidad se enrumben en la dirección querida, y no en otra, empujada por la mera inercia de las cosas, eso es, en último término, lo que se llama socialismo: el movimiento y la brega del hombre y la sociedad hacia la realización de los ideales de libertad, igualdad y solidaridad y a la superación permanente de los obstáculos que surgen y que se oponen a su plena y cabal consecución.

(*) Ponencia del autor en el Seminario que, bajo el titulo «La Izquierda en Transición» organizaron el Centro de Estudios Sociales AVANCE y el Centro de Estudios Económicos y Sociales VECTOR. en mayo de 1990.

Archivos Internet Salvador Allende 123 http://www.salvador-allende.cl La crisis de las izquierdas y América Latina. 1991

1. Vivimos, en las postrimerías de este siglo, una época conservadora. Los grandes ensayos de construir sociedades nuevas transformando la sociedad capitalista, basados en la crítica a sus injusticias y sinrazones, aparecen fuertemente cuestionados. Se han derrumbado algunas de esas construcciones cual castillos de naipes, otras tambalean peligrosamente y, por último, las hay también que intentan sobrevivir y renovarse, buscando fórmulas para adecuarse a los nuevos tiempos conservando lo esencial de su arquitectura revolucionaria. Pero ello no sin zozobras y dificultades.

Paralelamente a esta puesta en cuestión de la viabilidad y virtualidad de los modelos socialistas, el capitalismo ha resultado ser mucho más fuerte que lo que se había previsto, con una gran capacidad de adaptación a las cambiantes circunstancias, una notable flexibilidad para asumir formas novedosas y una extraordinaria aptitud para aprovechar los adelantos de la revolución científicotécnica. Ha podido mantener así un sostenido incremento de la productividad de¡ trabajo, lo que le da un margen apreciable de libertad para enfrentar los problemas derivados de sus carencias, debilidades y limitaciones.

Sobre este panorama, signado por la puesta en evidencia de las flaquezas de¡ socialismo en sus diversas variantes y por la prueba de la capacidad del capitalismo para sobrevivir, superando sus momentos críticos, se ha ido configurando correlativamente, en el campo de las ideas y los valores, un reflujo del pensamiento avanzado y un auge de las ideas conservadoras en sus distintas versiones, en especial la neoliberal. La derecha ha tomado la ofensiva aspirando a conseguir la hegemonía ideológica en la sociedad contemporánea.

Pero no sólo la ideología revolucionaria ha sido puesta en cuestión, sino la procedencia misma de toda ideología. Estas han pasado a ser visualizadas como una de las expresiones de un pasado y presente que colapsan y que deben ceder el lugar a un pensamiento pragmático e inmediatista, sin un norte que lo oriente, sin utopías y hasta sin valores y significaciones.

Las metas lejanas, los grandes ideales, el buscarle un sentido a la vida, serían síntomas de retraso y subdesarrollo en lo espiritual.

Esta lógica post modernista llega a su extremo con la ya famosa teoría del filósofo nipo americano Fukuyama, para quien ya no sólo estarían desapareciendo las ideologías, sino también se estaría acabando la historia. Los tiempos habrían resuelto definitivamente en favor del capitalismo liberal y a la manera americana las grandes interrogantes que antes le daban sentido a las preocupaciones, desvelos y luchas de los hombres, que le otorgaban contenido y sustancia a la historia. Ésta estaría pues, de más y habría perdido su objeto.

Un universo conformista y tedioso, sin conflictos y saturado de bienes materiales, se presenta como estación terminal del acontecer humano, en el que ideales y filosofías, utopías y proyectos han de pasar a formar parte del museo de antigüedades.

2. En una atmósfera cultural como la descrita, el inconformismo de las izquierdas y sus propósitos transformadores lucen como fuera de época. En , el mundo oficial, imbuido en este clima espiritual, el ser de izquierda o proclamarse socialista suena a confesarse como tributario del «estúpido» siglo XIX, a reconocerse como arcaico anacrónico.

En nuestra América Latina este reflujo del pensamiento de izquierda se manifiesta de su propia manera.

Le sorprende, a América Latina, el advenimiento del neoliberalismo de los Reagan y de las Thatcher en una etapa histórica que está marcada por el colapso del modelo desarrollista populista que, en una u otra forma, caracterizó la vida político social del subcontinente, desde la post guerra en adelante. 0 incluso, si se quiere, desde más atrás, desde que la política de sustitución de importaciones y de desarrollo hacia adentro fue la respuesta a la gran crisis de comienzos de los treinta, que puso de manifiesto la insoportable vulnerabilidad de las economías latinoamericanas de corte neocolonial.

El colapso del modelo desarrollista populista durante el decenio de los sesenta, en el que se agotaron sus principales virtualidades, dejó a la izquierda tradicional sin programa. Las nuevas promociones izquierdistas se inclinaron, entonces, por buscar salidas más radicales, menos programáticas y más utópicas, atraídas por el ejemplo magnético de la revolución cubana.

Los ensayos por reeditar la gesta de Fidel Castro en otros países del continente fracasaron rotundamente. Pero los efectos desestabilizadores del radicalismo de izquierda en los sistemas políticos, unido a la incapacidad del sistema económico desarrollista populista para promover simultáneamente el crecimiento económico y la satisfacción de las siempre mayores exigencias populares, crearon las condiciones para la irrupción, en buena parte de los países del continente, de dictaduras militares represivas, dirigidas a enfrentar las amenazas de subversiones al orden establecido y a permitir así, al menos, la reproducción del sistema económico imperante.

El desgaste, por distintos motivos, de los regímenes militares, con el correspondiente ascenso de las fuerzas políticas y sociales adversas a las dictaduras, ha llevado estos últimos años a un excepcional predominio de gobiernos democráticamente elegidos, prácticamente en la casi totalidad de los países del subcontinente.

En casi todos ellos el cuadro que se ha presentado es más o menos semejante. Aflojada la represión a los partidos políticos y a las organizaciones sindicales, donde las dictaduras han cedido el paso a las democracias, se han desarrollado luego, con mayor o menor intensidad, tendencias redistributivas y expansivas de¡ gasto público con apoyo popular, que han favorecido a poco andar la aparición de desequilibrios macroeconómicos y generado incontrolables procesos inflacionistas y desorganizadores de la vida social. La transición. en Chile, aparece como la más significativa excepción

Archivos Internet Salvador Allende 124 http://www.salvador-allende.cl a ese peligroso cuadro de desorden económico e inestabilidad política y social.

Se trata de una nueva ola populista que, a diferencia de la de los decenios de mitad de siglo, no se ha correspondido ahora con un auge de la producción protegida hacia el mercado interno, el llamado período de sustitución fácil de importaciones , sino ha corrido paralela a una grave crisis de la balanza de pagos, originada por la carga de¡ servicio de la deuda externa, que ha hecho imposible generar el ahorro necesario para incrementar la actividad productiva.

La única respuesta coherente que ha surgido para enfrentar esta nueva fase de agotamiento de los modelos populistas ahora sin desarrollo , proviene del lado de¡ neo liberalismo. No necesitamos repetir aquí su consabido discurso crítico sobre las ineficiencias burocráticas, los centralismos estatistas, las expansiones desmedidas del gasto público y las políticas redistributivas del ingreso que no se apoyan en incrementos de la productividad. Discurso crítico de las experiencias estatistas que se complementa con la apología de la libre empresa y del rol del mercado y la libertad económica, como asignadores eficientes de recursos y como incentivadores de una mayor productividad, de más creatividad, más ganancias, más riquezas, más bienestar, el que advendría de resultas del «chorreo» proveniente del gasto y consumo conspicuos de las clases privilegiadas.

Le ha sido difícil, a las izquierdas, frente a este, discurso programa, oponerle un contraproyecto alternativo. El fracaso de las experiencias estatistas y autoritarias, centralistas y burocratizadas en Europa, las inhibe ahora para plantear, con fuerza y credibilidad, la utopía socialista como modelo digno de ser imitado.

La pérdida de progresividad, por otra parte, de las experiencias socialdemócratas en los países avanzados de Europa Occidental, reflejada en lo económico en una disminución del ritmo de crecimiento y en una tendencia al estagnamiento, y en lo político y cultural, en una incapacidad para generar ideas fuerza motivantes y organizadoras de la sociedad, tampoco le ha servido a las izquierdas de ejemplo cautivante y movilizador.

Las izquierdas han debido así reconocer que la empresa privada, el mercado y la libertad económica tienen un papel que jugar mucho mayor que el que se les reconocía en el pasado, habida consideración de las deformaciones e ineficiencias demostradas por las experiencias estatistas. Incluso el rol que la inversión extranjera cumple en la promoción de la explotación de nuestras riquezas naturales, ha dejado de ser satanizado, y se lo visualiza ahora como un significativo agente de¡ desarrollo económico. Por último, la apertura de nuestras economías al mercado exterior y la tendencia al libre comercio, ajeno a autarquías y proteccionismos, va poco a poco siendo asumida por las izquierdas, en la imposibilidad de seguir sosteniendo en el mundo de hoy la existencia de muros y barreras que dificultan o impiden el indetenible proceso hacia la internacionalización de la sociedad contemporánea, que resulta de los avances de las ciencias y de la técnica y de su proyección en el plano de la industria, los servicios, los transportes, la información y las comunicaciones.

Parece que recién ahora estarnos tomando en serio las lúcidas y proféticas palabras del Manifiesto Comunista de siglo y medio atrás, en el que Marx y Engels destacan los efectos modernizadores, progresistas e internacionalizadores del impetuoso desarrollo de las fuerzas productivas durante el capitalismo y la más próxima o más tardía, pero siempre inexorable obsolescencia de las autarquías; y de las barreras nacionales: «En lugar del antiguo aislamiento y la amargura de las regiones y naciones, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones. Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones, hasta las más bárbaras. Obliga a todas las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a introducir la llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas».(1)

3. Esta retirada de la izquierda en el campo ideológico programático, en favor de su oponente liberal, se corresponde con una tendencia a convertirse en intérprete y vocero de los intereses corporativos de aquellos sectores sociales que son más perjudicados por las experiencias neo liberales. Porque el libre imperio del mercado y la política antiestatista producen desempleo, deterioran los servicios públicos en los campos de la salud, la educación y la seguridad social, desprotegen los sueldos y salarios y generan, por tanto, descontentos e inconformidades que las izquierdas pueden capitalizar a su favor.

En suma, se trata de una táctica a la defensiva, porque esa respuesta a las injusticias e irracionalidades del modelo liberal no se traduce en la oferta, de un modelo alternativo, sino se sostiene sólo en la crítica negativista del presente y en el aprovechamiento político del descontento.

Pero este mero rechazo a las inequidades del presente no puede servir de base a un modelo alternativo al neo liberalismo. La simple aspiración a mitigar sus excesos, evitando que la redistribución del ingreso sea tan regresiva como para provocar explosiones sociales o tratando que la rebaja del gasto público no sea de tal magnitud que ponga en peligro la reproducción del sistema, no es una respuesta cualitativamente distinta a la que promueven las fuerzas sostenedoras del orden social existente.

La alternativa populista al neo liberalismo simplemente reivindicacionista no sólo no constituye una salida constructiva para corregir las carencias del modelo, sino que su implementación puede producir efectos contraproducentes a los objetivos que se busca y poner en peligro a las todavía frágiles democracias que no han logrado reinstalarse en plenitud.

En efecto , si el populismo reivindicacionista de carácter corporativo logra, en un contexto democrático, poner en jaque a los gobiernos neo liberales, sin ser capaz de proponer ni realizar un proyecto alternativo de desarrollo nacional, lo más probable es que sus logros redistributivos sean neutralizados por los efectos perversos de los desequilibrios macroeconómicos desde la inflación hasta el desabastecimiento, el mercado negro y la fiebre especulativa . Todos estos fenómenos son impopulares y generadores de un clima político favorable a la emergencia de gobiernos autoritarios y/o militares, proclives a cancelar las instituciones democráticas con el pretexto de cautelar la seguridad interna, poner atajo a la anarquía social e imponer orden en la economía. Todo lo cual revierte la situación al punto

Archivos Internet Salvador Allende 125 http://www.salvador-allende.cl inicial del ciclo, y de nuevo la democracia corro el riesgo de ser sacrificada para mantener un orden social presuntamente amenazado, haciéndose más fácil la implementación de la política neo liberal bajo las condiciones de represión del movimiento popular.

La izquierda no puede entonces, si quiere ser en realidad alternativa de poder, limitarse a ser un grupo de presión en favor de intereses sectoriales corporativos, ni puede perfilarse como tal simplemente limitándose a querer corregir las más evidentes inequidades sociales ocasionadas por el modelo neoliberal, introduciendo elementos de mayor justicia en la redistribución de los frutos del proceso económico, pero aceptando tácita o expresamente los supuestos esenciales de dicho modelo.

La llamada crisis de la izquierda contemporánea en nuestra América se expresa en lo que sintéticamente hemos expuesto: su incapacidad para oponer al neoliberalismo, en la práctica política y en el plano de las ideas, una alternativa viable, coherente y confiable que no sea simplemente la denuncia de sus carencias, la corrección de sus excesos o la explotación política inmediatista del descontento producido por el costo social de su implementación.

Articular mercado y plan

¿Es posible superar esta situación y que la izquierda levante una propuesta alternativa al neo liberalismo, construida sobre pautas valóricas e ideológicas diferentes?

Las fuerzas conservadoras responden negativamente. El socialismo ha muerto definitivamente, proclaman sus más representativos exponentes en el campo de¡ pensamiento y de la política. Mal podría, en América Latina, intentar levantarse una propuesta orientada hacia el socialismo, sostienen, después de su evidente fracaso donde intentó llevarse a la práctica.

Ante este tipo de argumentación, un sector de la izquierda retrocede y se resigna a plantearse objetivos más modestos y aparentemente más viables. Ahora, habría que limitarse a defender y profundizar la democracia y esforzarse por hacer más equitativas las relaciones sociales, sin cuestionar las bases del sistema capitalista. La brega pragmática por más libertad, participación y justicia, sería su razón de ser. Y la antinomia planteada en el pasado entre el capitalismo y democracia obedecería ya a una línea de pensamiento obsoleto. La antinomia ahora vigente se plantearía más bien entre estatismo y democracia, entre estatismo y libertad, y entre estatismo y eficiencia, etc. Así va surgiendo la imagen del llamado socialismo liberal o socialismo de mercado, que para algunos se identifica con el socialismo «renovado».

Para controvertir esta óptica derrotista, y en último término, liquidacionista, para el socialismo, hay que articular correctamente la antinomia entre mercado y plan, antinomia que luce paradigmática para definir y diferenciar al liberalismo del socialismo.

La izquierda puede y debe aceptar que el mercado es, en determinados contextos, un instrumento insustituible para servir de óptimo asignador de recursos y como mecanismo privilegiado para incentivar la competencia creativa y el incremento de la productividad del trabajo. Pero esto, como todas las cosas, no es un juicio absoluto.

Desde luego, el mercado no conduce necesariamente a la justicia, ni siquiera, en último término, a la estabilidad económica y social. Más bien conduce a la larga, si no se regula, a la injusticia y al desorden.

Por tanto, el mercado no es un fin sino un medio. Un medio para hacer posible mayor eficiencia y mayor justicia, medido no a nivel de empresa, sino al de la sociedad global y en determinadas condiciones sociales. Y en la medida que no conduzca espontáneamente a ello, debe ser complementado con un plan, con la planificación socialista, que no es, en esencia, sino el propósito de la conciencia social de subordinarla economía ala satisfacción de las necesidades del ser humano. Ello no es posible hacerlo ahora suprimiendo el mercado así lo ha demostrado la práctica , porque ello supone un desarrollo de la ciencia, de la técnica, de las fuerzas productivas y de la conciencia moral y social del hombre, que estamos muy lejos todavía de alcanzar.

Se impone, entonces, la coexistencia, dialécticamente articulada, de mercado y plan, plan y mercado, para ir avanzando correlativamente hacia las metas complementarias que se suponen y retroalimenten mutuamente en la perspectiva socialista: mayor riqueza y mayor justicia.

Y para marchar en esa doble dirección se necesita de la voluntad humana expresada en el poder social cristalizado en el Estado. Su misión no debe ser sólo imponer un orden para que permita el funcionamiento del mercado, sino regular a este último para que mejor contribuya al bien común, a la justicia social, valores que, para los marxistas, se realizan en plenitud en la sociedad que llamamos socialista.

De toda esta línea de pensamiento fluye que no es el Estado el enemigo principal al que debamos combatir, por más que sus excesos hayan producido efectos perversos, sino lo son los obstáculos que se interponen en el camino hacia ]ajusticia, a la que sólo podremos acércanos en la medida que alcancemos simultáneamente mayores niveles de productividad del trabajo y una más equitativa distribución de sus frutos.

El concebir y realizar un tipo de orden social que permita que esos dos objetivos, aparentemente contradictorios, se tornan en armónicos y complementarios, es el gran desafío, no sólo para nuestras izquierdas, sino para todas las fuerzas democráticas y progresistas del mundo en desarrollo.

La respuesta positiva a la interrogante sobre la posibilidad de una propuesta alternativa al neo liberalismo supone insistir en la asociación entre izquierda y socialismo.

Ello implica, en primer lugar, el tomar conciencia de que el capitalismo liberal, incluso en sus triunfalistas versiones

Archivos Internet Salvador Allende 126 http://www.salvador-allende.cl actuales, no sólo no ha logrado superar sus carencias, sino que ha creado contradicciones que, dentro de sus límites, son insuperables.

La brecha entre el capitalismo desarrollado y el llamado Tercer Mundo no cesa de agrandarse. La tendencia a acumularse la riqueza en un polo, que incluye a un cuarto de la población de¡ planeta, y la pobreza en el otro, que comprende los otros tres cuartos, parece indetenible y se cierne como la más peligrosa amenaza para una reordenación racional y equitativa de¡ mundo del futuro.

Y en el propio mundo desarrollado el bienestar tampoco es generalizado y la prosperidad de dos tercios de la población se sostiene sobre la base de la marginación y la miseria del tercio restante, que viven excluidos de los beneficios de la sociedad de consumo.

Paralelamente a estos procesos que consagran la injusticia en el orden económico internacional y en el seno mismo de las sociedades donde se acumula la riqueza , se constata también que el enorme potencial productivo alcanzado por la humanidad debido a los avances de la ciencia y la, técnica, lejos de aprovecharse para satisfacer las necesidades básicas de todos los hombres para lo que hay capacidad suficiente , se malgasta en consumos superfluos que mal utilizan los recursos y riquezas y se despilfarran en finalidades tan absurdas como saciar necesidades artificialmente creadas por la propaganda consumista o como fabricar armas e instrumentos mortiferos de destrucción y exterminio. Todo lo cual constituye la más elocuente expresión del elemento de irracionalidad que subyace en el trasfondo de la sociedad contemporánea.

Por otra parte, la economía en esta sociedad desde la producción hasta el consumo está funcionando sobre la base del deterioro del entorno natural del hombre y de la destrucción de los supuestos físicos y biológicos en los que se sustenta la civilización actual. El incentivo de la ganancia rápida es, en la lógica del capitalismo mercantilista, más importante que preservar el ambiente requerido para que perdure y florezca la existencia humana.

El gran objetivo humanista de la Paz, que parecía alcanzable a corto plazo, en este período de nueva distensión mundial incentivada por la proyección internacional de la «perestroika» soviética, no parece estar inscrito tampoco en la lógica de las transnacionales, como lo demuestra la forma en que el complejo militar industrial norteamericano reaccionó ante la invasión iraquí a Kuwait. A pesar de los avances en la marcha hacia la Paz, la distensión y el desarme, el peligro de la guerra, incluso la nuclear, estará siempre presente hasta que no sean erradicadas para siempre las fuentes de irracionalidad e injusticia que brotan de la naturaleza del orden internacional y socio económico imperantes todavía en el mundo.

Por último, el vacío espiritual, que es característico del ambiente prevaleciente en la sociedad de hoy en día y que se refleja en múltiples indicadores, entre los que no son los menores el auge de la drogadicción y el narcotráfico, el incremento de la delincuencia y la desorientación de las nuevas generaciones, testimonian también que la humanidad no ha resuelto todavía sus problemas, que el hombre necesita todavía trabajar, luchar y crear, y que ni la historia ni los tiempos han terminado.

En este cuadro, la afirmación de la vigencia del socialismo, como opción por la razón y la justicia, constituye la precondición para la construcción de un proyecto político susceptible de levantarse en oposición a la simple defensa y apología del orden establecido.

Pero también esta opción implica el sostener que el fracaso de los llamados socialismos reales no es el fracaso del socialismo en sí, sino de una especie de deformación y degeneración del mismo, llámesele socialismo burocrático, autoritario, stalinista o como se quiera.

La cuestión radica, en este caso, en identificar las razones del porqué la respuesta requerida para resolver los problemas de la sociedad contemporánea el socialismo , al intentar llevarla a la práctica, se deformó y degeneró en esos llamados socialismos reales, con ingredientes más o menos perversos. Por vía de hipótesis, parece plausible atribuir la causa esencial de la deformación de los socialismos reales , a la ausencia de las condiciones necesarias para que el socialismo desplegara todas sus potencialidades.

El socialismo, como respuesta a la problemática creada por las limitaciones del capitalismo, supondría un máximo desarrollo de las fuerzas productivas, una efectiva internacionalización del mundo originada precisamente por ese alto desarrollo tecnológico, un alto nivel educacional en la población en general y un elevado desenvolvimiento de la conciencia social, devenida en una cultura política hegemónica en la sociedad.

Ninguna de esas condiciones estuvo presente en los escenarios en que se intentó construir el socialismo. Se trataba, en esos casos, de sociedades atrasadas en lo económico tecnológico, de un limitado nivel cultural y con una insuficiente conciencia política. Y todo en el marco de un esfuerzo por edificar el socialismo aisladamente, en un sector del mundo retrasado en relación a la sociedad capitalista avanzada que lo rodeaba e influía sobre él.

La tentativa de suplir acelerada y voluntaristamente la ausencia de las condiciones internacionales y domésticas para hacer posible el socialismo pleno, a través de la hipertrofia y la demuestra del Estado y de la atribución al Partido de la virtud de la infalibilidad, demostró, en la práctica, ser un camino dolorosamente equivocado. Un camino que no conducía a suprimir la explotación ni la inhumanidad, sino originaba inéditas formas de opresión y favorecía la subsistencia y desarrollo de ineficiencias y retrasos que devinieron a la postre en obstáculos insalvables para avanzar exitosamente hacia el socialismo y posibilitar el despliegue de sus virtualidades.

Si fueran esas las condicionantes de las deformaciones de los llamados socialismos reales, hay que tomar debida nota que circunstancias de la misma índole están hoy presentes en América Latina, considerada globalmente.

La gran tarea de la izquierda latinoamericana, de aquella que persevera en mantener como válida la opción socialista,

Archivos Internet Salvador Allende 127 http://www.salvador-allende.cl sería, pues, en el caso de la hipótesis propuesta, la de adecuar el proyecto socialista a las condiciones de la realidad latinoamericana, inmaduras todavía para el socialismo pleno.

Se trataría, entonces, de concebir un proyecto de la misma índole del que levantó Lenin en la naciente Unión Soviética, cuando diseñó la llamada Nueva Política Económica, la famosa NEP, como estrategia general para la construcción del socialismo en una sociedad atrasada y aislada, en medio de un entorno capitalista desarrollado.

El «quid» de la cuestión consiste en esas situaciones en cómo articular adecuadamente, en un solo proyecto político, a aquellos ingredientes que responden a las exigencias de la reproducción del orden vigente, cuyas virtualidades no se han agotado todavía y conservan notable progresividad, con aquellos otros elementos que responden a requerimientos del orden social futuro, cuyos rasgos comienzan ya hoy a ser capaces de resolver agudos problemas planteados en la sociedad actual y que ésta no puede solucionar dentro de sus propios límites.

Esto quiere decir que hay que articular dialécticamente mercado y plan. Que hay que asignar determinados roles a las diferentes formas de propiedad, pública, colectiva y privada. Que hay que complementar el ahorro interno con la inversión foránea y el crédito externo. Que hay que armonizar la necesaria apertura económica al exterior con el desarrollo de un núcleo económico interno que sustente la soberanía nacional. Que hay que asignar razonablemente recursos tanto para el consumo corno para el ahorro e inversión. Todo en el marco de que la finalidad de la economía no es producir por producir, ni consumir por consumir, sino crear bienes y valores que permitan favorecer y enaltecer la dignidad de la condición humana.

Por otra parte, desde el ángulo político, hay que compatibilizar la autodeterminación nacional con los compromisos externos en los planos latinoamericano y mundial, que nos insertan en los procesos internacionalizadores. Hay que compatibilizar también el rol de las fuerzas sociales con el de las instancias políticas; conjugar los atributos del poder con las garantías de la libertad; y armonizar la participación con la autoridad y el centralismo con la regionalización.

Hay que postular un Estado fuerte y austero, que no pretenda abarcar ni cubrirlo todo, sino que sea capaz, al menor costo, de hacer eficientemente lo necesario para recoger, de la sociedad civil, las fuerzas motrices y los valores positivos, públicos y privados, con el fin de aplicarlos a la promoción y florecimiento del desarrollo económico, político y cultural en un marco de libertad y de justicia. Esto quiere decir avanzar progresivamente hacia una sociedad crecientemente consensual y solidaria, en la medida que se erradiquen las fuentes de la sinrazón y de la inequidad.

Todo esto, bajo el supuesto real de que ahora, en los umbrales de¡ siglo XXI y visualizando la problemática humana desde una perspectiva de conjunto mundial y globalista lejos de todo localismo , la humanidad dispone ya de los necesarios recursos de toda índole para que éstos, ordenados según una escala de valores racional y justiciera, garanticen hoy y no mañana, a todos los hombres, una vida digna de su condición de tales. Se puede, en este sentido y mal que les pese a los pretendidos agoreros del ocaso del socialismo, sostener que éste es cada vez más actual y necesario como única respuesta válida frente a la incapacidad del actual ordenamiento social, a escala mundial, de poner al servicio del hombre la riqueza y los valores que contradictoriamente él mismo ha creado.

¿Es posible diseñar un proyecto con semejantes caracteres, que concilie el utopismo con el pragmatismo, en una síntesis viable y constructiva que exprese a la izquierda perfilada frente al neoliberalismo y frente al simple negativismo contestatario?

La historia dirá al respecto la última palabra. Lo que sí está claro es que, si no se levanta ese proyecto y no se es capaz de concebirlo, la izquierda latinoamericana se diluirá en el centrismo, perdiendo toda identidad, o sólo subsistirá como una franja populista marginal, con un mero carácter testimonial y de protesta, carente de respaldo, de fuerza y de futuro.

(*) Ensayo publicado en Avances 14, de octubre de 1991, edición del Centro de Estudios Sociales Avance.

(1) En Marx y Engels, Obras Escogidas en dos tomos, Ed. Progreso, Moscú s/f. pp. 23 y 24.

Archivos Internet Salvador Allende 128 http://www.salvador-allende.cl En el debate de los socialistas chilenos. 1992

1. Metodología

En mi entender, las ideas matrices inspiradoras de una fuerza política chilena, que en la actual circunstancia puedan servir de fundamento para levantar un proyecto democrático alternativo al neo liberalismo, al populismo y al «Izquierdismo» testimonial, deben comenzar por caracterizar la situación actual del mundo en su conjunto y su problemática esencial, más allá de las apariencias.

Y ello por una razón de fondo. El proceso de internacionalización de la sociedad humana, que ha corrido a parejas con el desarrollo del capitalismo y del industrialismo, ha experimentado una acelerada intensificación en los últimos decenios, originada por la llamada tercera revolución científico técnica, de manera que la unidad e interdependencia de todas y cada una de las partes del mundo han alcanzado un nivel tal que los hechos singulares que ocurren en cualquier parte del orbe están sobre terminados por lo que acontece en el mundo como totalidad. En otras palabras, el sujeto de la historia es ahora la humanidad como conjunto, y la unidad de análisis básica para estudiar la sociedad contemporánea es esa misma sociedad, entendida como unidad global. Todo, sin desmedro de la articulación dialéctica entre los escenarios particulares ya sean locales, regionales, nacionales o continentales y la sociedad global como conjunto o sistema. No desaparecen, sin embargo, las identidades particulares, sino sólo ellas se ligan de una nueva manera a la totalidad, a la que, en las actuales condiciones históricas, le está concedida la primacía, sobre lo particular.

Desde el momento en que la sociedad humana llega a constituir una sola unidad sistémica para los efectos metodológicos , el conocimiento de la misma y la consiguiente toma de posición frente a ella no puede comenzar ya con lo particular, que ha devenido en lo concreto. Y ello, porque en la concepción dialéctica del conocimiento con la que comulgo , éste no avanza de lo particular concreto a lo universal abstracto, como lo visualizan el positivismo y el ideologismo, sino es un proceso que se inicia desde lo particular considerado como algo abstracto y apunta hacia lo universal, que es concebido como lo concreto. La totalidad es más real que sus componentes.

Es curioso observar que aun cuando parece ser un lugar común el constatar hoy día la unidad del mundo y la cada vez más intensa interdependencia de sus diferentes elementos, no se corresponde esta constatación con la naturaleza de la generalidad de los proyectos políticos en boga, que salvo contadas y laudables excepciones siempre se conciben partiendo de una consideración de lo particular, sin parar mientes en las características del conjunto. Ahora que el mundo es una totalidad sistémica, debería procederse precisamente a la inversa, definiendo, primero, el contexto del universo total, que es la realidad en su máxima expresión, para ir acercándose desde allí a lo particular, que está cada vez más sobre determinado por el conjunto del que forma parte.

2. Los problemas globales de la Humanidad

La creciente internacionalización de la vida social en el planeta está implicando cada vez una mayor incidencia de los llamados problemas globales de la humanidad en todas y cada una de las regiones y países considerados separadamente.

Una sumaria mirada al conjunto de la sociedad contemporánea nos permite identificar, al menos, las siguientes cuestiones, cuyo desenlace en uno u otro sentido la comprometen globalmente.

2.1.El militarismo y el armamentismo, con sus perversas consecuencias, en cuanto comprometen el afianzamiento de la paz mundial, en cuanto despilfarran irracionalmente gigantescos recursos y en cuanto amenazan la estabilidad de los procesos políticos democráticos, constituyen un problema global de la humanidad, que corresponde por tanto abordar a nivel mundial, con un enfoque de conjunto y una acción concertada de las fuerzas interesadas en el avance y el progreso social.

2.2. El derroche incalculable de recursos que derivan del consumismo incontrolado y su supuesto la artificial creación de necesidades superfluas por la propaganda del modo de vida ínsito a la sociedad capitalista , constituye también una de las expresiones globales más elocuentes de la irracionalidad de ese tipo de sociedad y conspira decisivamente en contra de una aplicación razonable de los recursos disponibles en el mundo, para la satisfacción de las necesidades fundamentales del hombre.

2.3. El libre juego de las leyes del mercado conduce a un funcionamiento de la economía que no toma en cuenta la necesidad de proteger el entorno natural de la sociedad, de manera que la actividad económica, en sus múltiples manifestaciones, va deteriorando progresivamente el medio ambiente, llegando a cuestionar seriamente, para el futuro, la subsistencia de la especie humana, si no se cautela la conservación de los recursos naturales que la hacen posible.

2.4. La tendencia hacia la acumulación de la riqueza en los países capitalistas desarrollados y la radicación, en las masas populares, del llamado Tercer Mundo de las mayores carencias que afectan a la humanidad el hambre, la ignorancia, la enfermedad, la desocupación , sobre un telón de fondo de extrema pobreza, se presenta como otro de los problemas globales del mundo, que tiende a agravarse, sobre todo por la explosión demográfica en los países subdesarrollados. Esto no obstante el reciente repunte de la economía en algunos países del Sudeste asiático y América Latina, pero del que aprovechan principalmente sólo las minorías dominantes y no está asentado sobre bases sólidas que lo protejan de los caprichos y vaivenes del mercado.

2.5. Una importante característica que acompaña al capitalismo desarrollado es la tendencia a la marginación de la sociedad y a la exclusión del disfrute de sus beneficios, de aproximadamente un tercio de la población de los países donde prevalece ese capitalismo avanzado. La marginalización y la exclusión de la vida social de ese considerable segmento de la población ha pasado a ser condición para que los dos tercios restantes incluyendo trabajadores y

Archivos Internet Salvador Allende 129 http://www.salvador-allende.cl empresarios puedan acceder a las gratificaciones que proporciona la avanzada civilización contemporánea. Todo ello constituye un problema que no sólo debilita y compromete los cimientos de la parte más desarrollada del planeta, sino que, por eso mismo, proyecta sus perversas consecuencias al resto de la humanidad. Es el caso del aumento de la delincuencia, la drogadicción y ciertas especies de terrorismo, que se propagan desde los países centrales hacia la periferia.

2.6 El desarrollo material de la sociedad capitalista sobre la base de la tercera revolución científico técnica ha ido generando, por razones que no es del caso analizar aquí, un paralelo vacío espiritual en la sociedad, particularmente notorio en la juventud, que se refleja, sobre todo, en la pérdida de vigencia de los valores en que se sustentaban las comunidades humanas, sin que éstos hayan sido sustituidos por otros. Se ha creado así un ambiente moral degradado que condiciona la aparición de toda suerte de patologías sociales, señales indicativas de un malestar general de la sociedad, privada de certezas y valores orientadores.

Frente a la sensación de pérdida de sentido de la existencia humana y en la coyuntura que a eso apunta el llamado postmodernismo , se constata una peligrosa resurrección de fundamentalismos y sectarismos religiosos o de otra índole, todos tributarios de un primitivismo y de una potencial agresividad que se creían superados.

Las grandes cuestiones que afectan a la humanidad, que se han mencionado demuestran que la actual sociedad, presuntamente satisfecha y vencedora, sin conflictos y sin historia, es sólo un mito y una gran mentira. El hombre, para subsistir en la tierra y vivir con dignidad, tiene todavía que resolver los problemas planteados por el desarrollo contradictorio de¡ capitalismo, problemas que, en su esencia, derivan de los límites que impone la forma de vida condicionada por aquel al pleno despliegue de las virtualidades humanas.

Las contradicciones del mundo actual están estrechamente vinculadas entre sí y esta interdependencia plantea a la humanidad una tarea común, que si bien atañe principalmente a los conglomerados humanos que más directamente sufren sus consecuencias, compromete, sin embargo en su realización, a todo el género humano, por cuanto es toda la sociedad la que se ve amenazada en su subsistencia y porvenir, por las carencias que hoy la afectan y que tienden a profundizarse.

Las reflexiones anteriores apuntan a que, en el mundo de hoy, más importante para la solución de cualquier problema puntual, es la respuesta que se dé a los problemas globales de la humanidad que el esfuerzo que se haga a nivel local por encontrar una salida al problema planteado.

Todo esto debiera conducir naturalmente a priorizar en cada país la búsqueda de soluciones a esos problemas globa- les, pues de que aquéllas se encuentren depende, en forma determinante, que cada pueblo en particular alcance a realizar sus aspiraciones.

La característica más notable que ha asumido la evolución de las tendencias globales mencionadas este último tiempo es que el elemento confrontacional, que se hacía presente como forma dominante de superación de las contradicciones, ha ido cediendo el paso a variadas formas de cooperación social como instrumento privilegiado para ir solucionando la problemática de la humanidad contemporánea.

Esto no quiere decir que hayan desaparecido los conflictos ni que éstos han de resolverse todos consensual y armónicamente, sino sólo que los agudos y graves antagonismos, que siguen caracterizando la existencia humana, tienden ahora a irse solucionando cada vez más por la vía de la negociación y de la búsqueda de acuerdos, sin que ello implique que hayan desaparecido focos conflictivos en los que todavía priman las formas primitivas para resolverlos.

Estos rasgos definitorios de los tiempos que vivimos han sido, principalmente, efecto de los adelantos científico técnicos, que han acrecentado considerablemente la capacidad potencial del hombre para dignificar universalmente su existencia y de la creciente conciencia social de que, principalmente mediante el diálogo, la discusión y la cooperación sociales, es posible superar las cuestiones fundamentales que afectan a la humanidad, sin pagar elevados costos en vidas humanas, sufrimientos y daños materiales, que a estas alturas del desarrollo humano sólo se explican como resabios de las irracionalidades del pasado.

El carácter determinante que adquiere la solución de los problemas globales, sobre aquellos que se suscitan en escenarios nacionales y regionales, se demuestra, por ejemplo, en los efectos de la irrupción en la arena internacional de la llamada «nueva mentalidad”, promovida por la dirigencia soviética gorbachoviana en el pasado decenio. En efecto, ese nuevo enfoque de la realidad internacional ha producido una serie, hasta ahora ininterrumpida, de reacciones en cadena que han determinado el cese de la «guerra fría», una tendencia cada vez más acelerada al desarme mundial y una consideración cada vez más inclusiva de los problemas humanos. Este nuevo clima distensivo ha sido decisivo para la solución de varios conflictos o avances para resolverlos, tanto en América Latina, como en África y en Asia. Es previsible que todo esto redunde, a mediano plazo, en un replanteo en las relaciones Norte Sur, poniéndose el acento en la lucha común contra el subdesarrollo, con una nueva manera, más globalizante, de enfocar el esfuerzo por defender el entorno natural de¡ hombre, etc. Todo este proceso de configuración de un nuevo marco objetivo para la existencia humana ha de producir cambios en la conciencia social, que se reflejarán luego en transformaciones en las estructuras de la convivencia humana, acordes con el alto nivel de las potencialidades materiales del hombre y con esas nuevas y superiores formas de conciencia.

Esta visión, si se quiere optimista del porvenir, no supone que los avances logrados y los que se alcancen mañana, en esta marcha hacia un mundo de paz y no confrontacional, han sido y serán producidos sin el concurso de la voluntad humana. Por el contrario, ellos han sido y serán el fruto del perseverante trabajo concertado de las fuerzas más conscientes y lúcidas de la humanidad para vencer a las inercias del pasado y a los intereses vinculados a ese pasado, que continuarán, por mucho tiempo, gravitando en la sociedad. Esa resistencia conservadora hará más lento el avance hacia más elevadas formas de convivencia colectiva e intentará, incluso, hacer retrotraer la historia, promoviendo variados tipos de tentativas contrarrevolucionarias.

Archivos Internet Salvador Allende 130 http://www.salvador-allende.cl Pero lo que debe quedarnos claro es que, pese a esas dificultades, han emergido en el mundo condiciones más favorables para la paz y la cooperación internacionales.

El que esas posibilidades se aprovechen depende, de manera decisiva, del papel que sean capaces de jugar las fuerzas democráticas y progresistas del planeta, evitando, desde luego, las inevitables tendencias a reproducir en otro nivel las condiciones de explotación y dependencia del pasado, ahora asumiendo nuevas modalidades, derivadas de la concentración de poder sin contrapeso en los Estados Unidos.

Esta concentración del poder alrededor de los Estados Unidos una vez desintegrada la Unión Soviética ha configurado un mundo unipolar, en el que el contrapeso que pueden ejercer Europa Occidental, Japón, o China, o el llamado Tercer Mundo, a la hegemonía norteamericana, es de alcance muy limitado. La gravitación de la potencia del Norte se cierne así peligrosamente hacia sus más cercanos vecinos, los latinoamericanos. Basta sólo recordar los acontecimientos en Panamá, en 1990, para percatarse de la peligrosidad de esta forma de neo imperialismo que se insinúa en este mundo unipolar. Y también del riesgo que esa unipolaridad pueda desnaturalizar el rol privilegiado de las Naciones Unidas como expresión autónoma de la comunidad internacional. Su conducta, en los casos de la Guerra del Golfo, del reciente intento de doblegar la voluntad de Libia y la intervención para someter a Serbia a sus propósitos todo en el marco del flamante ahora llamado «derecho a la ingerencia» muestra la cara riesgosa de este «nuevo orden mundial» que se preanuncia con tan equívocas señales. Sólo la adecuada resistencia activa de las fuerzas democráticas y antiimperialistas puede evitar que se desvanezcan las grandes posibilidades que se han abierto para el inicio de una nueva etapa en la cooperación internacional con el término de la guerra fría, el comienzo de una nueva era de distensión y los avances en el proceso del desarme en sus múltiples aspectos.

La reciente sentencia de la Corte Suprema de Estados Unidos legitimando el secuestro en el extranjero, de personas que ese país reclame, atropellando la soberanía de terceros Estados, habla por sí sola de la peligrosidad del renacimiento neo imperialista de los Estados Unidos.

3. Nuestro Chile y América Latina en el mundo de hoy

En el caso de Chile, en su dimensión latinoamericana, la creciente globalización e interdependencia de las sociedades contemporáneas se traduce, en el plano económico, en la caducidad del llamado modelo de desarrollo económico «hacia adentro», el que mostró su fecundidad cuando fue utilizado para enfrentar la gran crisis de los años,30, y luego, para sentar las bases de la industrialización y del progreso social en la mayor parte de América Latina. Pero este modelo no se aviene ya con la actual realidad económica mundial, en la que el desarrollo ha de dirigirse hacia una inserción selectiva y profunda en la nueva división del trabajo internacional, a través de la expansión de las exportaciones, la protección discriminada del mercado interno y un programa selectivo de sustitución de importaciones.

A la caducidad del modelo de desarrollo «hacia adentro» se corresponde la obsolescencia de la división de nuestro continente en Estados nacionales de tipo decimonónico, que, al absolutizar el principio de la soberanía nacional, dificultan los procesos integracionistas, legitiman la mantención de costosos establecimientos militares y disminuyen la gravitación de todos y cada uno de nuestros países latinoamericanos en la comunidad internacional.

Paralelamente a las manifestaciones de obsolescencia de¡ modelo de Estado nacional decimonónico en nuestro subcontinente, se van configurando nuevas realidades económicas, políticas y culturales de carácter integracionista, que en los últimos años parecen felizmente trascender el mero verbalismo bolivariano para aterrizar en proyectos e iniciativas concretas. Estas abarcan, desde los acuerdos integrativos regionales o bilaterales en lo económico, hasta la constitución germinal de una expresión política latinoamericana en la comunidad internacional, como lo es el llamado Grupo de Río, o lo que puede llegar a ser el Parlamento Latinoamericano u otras instituciones de alcance subcontinental.

Las iniciativas mencionadas se corresponden con los esfuerzos por alcanzar consensos entre las fuerzas políticas afines, destinados a conformar un nuevo e integrado actor subcontinental latinoamericano para los primeros años de la próxima centuria.

La nueva inserción de las economías latinoamericanas en la comunidad internacional que ya nuestro país ha emprendido con éxito, pero que es necesario afinar y compatibilizar con las exigencias de¡ proceso integracionista latinoamericano y con las perspectivas futuras , y el replanteo de la todavía prevaleciente concepción teórica de la soberanía nacional absoluta en el ámbito latinoamericano, son dos complementarios desafíos que Chile y América Latina deben enfrentar lúcidamente para entrar, con paso firme, en el siglo XXI.

Un aspecto particularmente importante de una aproximación latinoamericanista hacia nuestra política exterior es su incidencia en el necesario desmontaje de los costosos, abultados e inútiles establecimientos militares en nuestros países.

En América del Sur, tanto Brasil como el Perú y la Argentina han tomado la delantera en el proceso de redefinición del rol y naturaleza de las Fuerzas Armadas en las nuevas condiciones históricas que comienzan a prevalecer en el subcontinente. Desgraciadamente, aquí en Chile, seguimos sosteniendo unas Fuerzas Armadas desproporcionadas para el país a inmunes a toda renovación de fondo de su cultura política militar, la que continúa estando inspirada por valores e ideas no sólo obsoletas, sino que, a veces, lindan en lo ridículo y lo grotesco, verdaderos resabios de un mundo que ya definitivamente se fue.

Los países de nuestra América, cada uno a su manera, experimentan la gravitación de los nuevos rasgos que van caracterizando la realidad contemporánea. Incluso, por cierto, aquel que apunta a procurar, por la vía democrática y por la búsqueda de acuerdos, la solución a las más apremiantes dolencias que afligen a nuestros países, descartando el desate de la violencia ruda como medio idóneo del quehacer político. Salvo los casos en que el derecho a la resistencia a la opresión y a la legítima defensa la hagan justificable.

Archivos Internet Salvador Allende 131 http://www.salvador-allende.cl Pero esta constatación no puede llegar hasta hacer ocultar la realidad conflictiva que subyace en el trasfondo de las sociedades latinoamericanas y, en consecuencia, los antagonismos sociales existentes en ellas, los que no pueden disimularse con el uso y abuso de términos como «reconciliación social», «solidaridad nacional», «pragmatismo desideologizado», u otras semejantes que amenazan convertirse en recursos ideológicos para defender el statu quo social y sus irracionalidades e injusticias, si no van unidos a la denuncia de la real situación de nuestros pueblos por ejemplo, en Chile, la existencia de cinco millones de compatriotas que viven en extrema miseria y a la lucha social para transformar de raíz esa inhumana realidad. Y para que esa lucha sea exitosa, debe enfatizarse ahora la viabilidad y la eficacia de las propuestas transformadoras, para no caer en el verbalismo demagógico y el ilusionismo ideologizante, que si bien se explican como rasgos naturales en pasadas etapas de la historia de los movimientos sociales, no es justificable que ahora persistan, ocasionando con ello, por su inefectividad, un daño difícil de superar en la trayectoria de las luchas populares, del que aprovechan inteligentemente nuestros adversarios.

4. Vigencia y actualidad del socialismo

Del análisis d e la realidad contemporánea se puede desprender que en el mundo actual como totalidad , se dan dos conjuntos de tendencias complementarias y contradictorias:

1) Tendencias que emergen de la esencia de la sociedad capitalista y que hacen avanzar a la sociedad desde el punto de vista técnico y productivo.

2) Tendencias que encuentren su raíz también en esa esencia y que conducen, por una parte, a despilfarrar y mal utilizar el fruto de esos avances y, por otra, a empobrecer, deformar y alienar la existencia y la conciencia humana. El desarrollo de las virtualidades creativas de la sociedad capitalista no ha logrado, pues, espontáneamente, superar sus limitaciones y carencias. Se genera, entonces, en quienes experimentan y viven esas limitaciones y carencias, la necesidad objetiva de luchar por resolver esos problemas que hoy alcanzan dimensiones universales y comprometen el destino de la humanidad.

El socialismo es el esfuerzo, la tarea y el objetivo del movimiento social, que se ha venido desarrollando desde mediados del siglo pasado hasta el presente, por superar las contradicciones de la sociedad capitalista, eliminando sus irracionalidades y sus injusticias.

Su vigencia está determinada por la subsistencia y desenvolvimiento, dentro de la sociedad capitalista, de las ya mencionadas tendencias, que empobrecen, deforman y limitan la existencia humana y por la incapacidad del sistema de autoenmendarse dentro de sus propios parámetros.

Esto último significa que sólo la acción consciente del hombre, cristalizada en conductas, instituciones e idearios, puede generar mayor racionalidad y justicia en la sociedad. Y esa acción consciente, cristalizada en conductas, instituciones e idearios, es, en último término, el socialismo.

La lucha por el socialismo se realiza mediante un progresivo y permanente esfuerzo por dignificar al hombre, mejorando sus condiciones de vida, protegiendo, sustentando y profundizando sus derechos y libertades.

Este contenido humanista y libertario de la lucha por el socialismo le confiere a ésta su carácter esencialmente democrático en un triple sentido: por su finalidad centrada en el despliegue de las potencialidades de la existencia humana; por su empeño en lograr, cada vez mayor participación de los hombres ciudadanos en la determinación de su propio destino y el de la sociedad de la que forman parte; y por su esfuerzo por crear condiciones que garanticen a todo hombre el respeto a la dignidad, la igualdad de oportunidades y el ejercicio de sus libertades fundamentales, incluidos sus derechos políticos, mediante el establecimiento de un Estado de Derecho.

Esta interrelación entre socialismo y democracia se refleja en que el socialismo sólo puede realizarse a cabalidad cuando los derechos y libertades humanas están plenamente garantizados. Y se traduce también en el gobierno «del pueblo, por el pueblo y para el pueblo», que define a la democracia, sólo puede llevarse a cabo cuando la distribución de la riqueza y del poder estén equitativa y racionalmente repartidos. Ello, sin perjuicio de sus requisitos de orden cultura¡, porque como ha expresado no hace mucho Francois Mitterrand, «para tener éxito la democracia, se deben reunir muchas condiciones en los dominios de la educación, del saber, de las instituciones. Deben también existir tradiciones y hábitos pertinentes. Y todo ello es muy difícil hallar en países que han vivido historias muy distintas a aquellas donde ha florecido la democracia occidental.

5. Los grandes valores del Humanismo socialista

En el desarrollo de este cuerpo de ideas se han usado reiteradamente los conceptos de Justicia y Libertad, como valores humanos fundamentales inspiradores del accionar socialista.

Algunas palabras sobre ellos. Ya los romanos definieron la Justicia como la virtud que consiste en dar a cada uno lo que es suyo. La cuestión radica en determinar qué quiere decir «lo que es suyo» lo que pertenece al hombre o a la condición humana. Y eso se entiende de manera distinta en los diversos tipos de sociedades. En las sociedades de castas o de clases, lo que corresponde a cada hombre depende, no de lo que él quiera, merezca o necesite, sino de su ubicación en el sistema de estratificación social. En consecuencia, en ese tipo de sociedades, justo es lo que corres- ponde a cada hombre según el puesto que ocupa en la estructura socioeconómica, independientemente de sus aspiraciones y necesidades.

Para los que se colocan en la perspectiva de quienes se encuentran mal ubicados en la estructura social y cuyas necesidades y aspiraciones se desconocen, ese tipo de sociedades de castas o clasistas es profundamente injusto. Es así como la esclavitud, la herencia, la discriminación racial, la propiedad, el asalariado, son todas instituciones que encierran mayores o menores elementos de injusticia.

Archivos Internet Salvador Allende 132 http://www.salvador-allende.cl Para la tradición clásica del socialismo, el lograr que en la sociedad todo hombre sobre la base de un mínimo asegurado de dignidad pueda recibir de la sociedad lo que equivalga a su aporte en cantidad y calidad de su trabajo, es la máxima justicia a la que ahora podemos aspirar.

Pero esa pauta distributiva contiene todavía, para los clásicos, un elemento de injusticia, porque según ella , la sociedad no devuelve al hombre por su trabajo lo que este hombre necesita, sino lo que le corresponde según la evaluación social de la cantidad y calidad de su trabajo.

De ahí por qué los clásicos del socialismo concibieron como suprema y última aspiración humana realización plena del ideal de la Justicia el que cada hombre pueda recibir de la sociedad lo suficiente para satisfacer sus necesidades. Ideal ése al que denominaron comunismo y que aspira a entregar a cada hombre sin mediaciones de ninguna especie lo que es auténticamente suyo, vale decir, lo que necesita, según su naturaleza individual y que expresa, por tanto, lo que ese hombre es. Hacia ese ideal nos dirigimos, sin que en el lenguaje del tiempo podamos llegar nunca a alcanzar integralmente esa meta.

Esta disquisición sobre la justicia nos lleva necesariamente a tener que referirnos, aunque sea sumariamente, a la idea de igualdad. Generalmente se cree que el socialismo es sinónimo de igualitarismo. Lo es sólo en la medida en que, en la sociedad contemporánea el socialismo brega porque, a todo hombre, se le retribuya según el trabajo que realice y se le garantice un mínimo e igual nivel de vida, compatible con su condición humana, a la vez que se le ofrezcan iguales oportunidades para poder educarse y poder enfrentar, con un mínimo de seguridad, las contingencias de la vida.

Pero no lo es, en la medida que el socialismo reconoce la variedad y, en consecuencia, la desigualdad natural entre los hombres. Por lo tanto, la pauta distributiva a la que, en definitiva, aspira el socialismo, es aquella en la que se va tomando cada vez más en cuenta esa variedad de la condición humana, de sus necesidades y aspiraciones, para adecuar a esas diferencias individuales la naturaleza y formas con que la sociedad ha de ir devolviendo el aporte también individual y especifico que cada hombre le ha prestado.

La libertad, como justicia y la igualdad, no es un don de la naturaleza, ni por tanto un atributo de la condición humana. Es un producto histórico resultante de¡ paulatino conocimiento y dominio por el hombre de las leyes que rigen al mundo y a la sociedad en que vive. Dominio del hombre sobre si mismo que supone su capacidad para dominar su entorno y abrir en consecuencia, posibilidades para actuar según lo quiera. De ahí que la libertad, para quien nada sabe y nada tiene, es sólo una palabra. Y su reconocimiento formal, una mera aspiración. Sólo se es libre cuando uno conoce la necesidad que lo limita, y sobre la base de ese conocimiento, aprovechar las posibilidades que ella le abre para que se pueda colocar al servicio del hombre la legalidad objetiva de la naturaleza y de la sociedad.

Francois Mitterrand, al intervenir en un reciente foro internacional, y en relación a las actuales experiencias que está viviendo el mundo, sintetizó en pocas palabras lo que se ha querido decir en las disquisiciones precedentes: «La libertad no es natural, es una construcción del ser humano. Si se deja actuar a la naturaleza, la libertad desaparece en beneficio de la ley del más fuerte».

¡Qué profunda verdad que habría que repetir y reiterar para develar la gran impostura que se esconde detrás del mito de la libertad como valor absoluto e incondicionado, ya que si ella no reposa en la soberanía sobre la naturaleza y la sociedad y no se sujeta al supremo valor de la dignidad humana, sólo va a servir de pantalla para encubrir la explotación, la irracionalidad y la injusticia!

6. Los prerrequisitos del socialismo y el colapso de los «socialismos reales»

Las experiencias de más de siglo y medio de lucha por el socialismo en sus más variadas formas y, sobre todo, las que derivan del fracaso del colosal ensayo iniciado en octubre de 1917 en Rusia, de edificar en una sexta parte del mundo, voluntaristamente, una sociedad socialista, exigen de los socialistas, en todas partes, un serio esfuerzo por extraer de esas experiencias las valiosísimas lecciones que ellas arrojan. Lecciones que son válidas en una buena medida para todo el movimiento socialista a escala internacional y, por tanto, también para los socialistas chilenos.

Desde luego, y como telón de fondo para analizar esas experiencias, hay que tener presente que para que el socialismo pueda superar las contradicciones de la sociedad capitalista es menester que, en el seno de ésta, hayan madurado las condiciones para ello.

La principal y esencial de esas condiciones es el alto nivel de desarrollo de la economía a escala mundial, traducido en un grado avanzado de desenvolvimiento de las fuerzas productivas y, por ende, de la productividad del trabajo.

Paralelamente, se requiere de un mínimo de desarrollo cultura¡ generalizado en la población, que permita la germinación de los ingredientes ideológico políticos y éticos constituyentes de un superior estadio de conciencia social.

En tercer lugar, el socialismo supone, para que puedan manifestarse a cabalidad sus virtualidades, el que éstas se desplieguen internacionalmente hasta abarcar, progresivamente, a todo el planeta, a tono con el proceso de desarrollo transnacional de las fuerzas productivas, que es su precondición fundamental.

En cuarto lugar, aún supuesta la existencia de las condiciones precedentes, la inercia de las entidades representativas de las condiciones sociales prevalecientes antes y de las formas de conciencia social que se le corresponden, supone una larga y dilatada lucha por sustituir los valores imperantes en la conciencia de las gentes y transformar las instituciones sociales en que aquellos cristalizan. Las transformaciones en la estructura económico social no pueden adelantarse nunca a los avances logrados en los ámbitos cultura¡, ideológico e institucional. Si no se respeta esa secuencia, las nuevas formas de convivencia social no podrán contar con el respaldo de las grandes mayorías y necesitarán de la coacción represiva para imponerse y subsistir, con todas las perversas consecuencias que ello

Archivos Internet Salvador Allende 133 http://www.salvador-allende.cl conlleva.

El proceso de transformación social que supone la reconstrucción de la sociedad con las características señaladas, no es tarea, por tanto, de una, sino de varias generaciones y, en el caso del socialismo, debe visualizarse como una empresa secular, que abarca todo un periodo histórico hasta alcanzar su culminación.

El intento de construir una sociedad socialista a marchas forzadas, en una parte del mundo, con un insuficiente desarrollo económico y cultural, aisladamente, y en condiciones de un abierto antagonismo con los Estados más avanzados del planeta, y sin que tampoco los valores socialistas hayan impregnado mayoritariamente a la conciencia social, todo este complejo de circunstancias que tenía que conducir necesariamente a esas experiencias socialistas a su deformación primero y a su colapso después, a través de un proceso difícilmente reversible.

Ante la magnitud de las dificultades que se interponían en la faena política emprendida y que brotaban de la insuficiencia de las condiciones para la emergencia y viabilidad de un socialismo maduro, se intentó suplir esas carencias a través de una hipertrofia del aparato del Estado, al que se le asignó la misión imposible de llevar a cabo, simultáneamente, las tareas incumplidas por el capitalismo y, al mismo tiempo, la implantación de relaciones socialistas de producción y de propiedad. Para lograr tan ambiciosos objetivos, junto con generarse un Estado absorbente, centralizado y monopólico, hubo primero de limitarse y, luego después, suprimirse, los rasgos democráticos en el movimiento social y en el campo político, terminando, finalmente, por instalarse y consolidarse un cerrado e impermeable autoritarismo represivo, vuelto de espaldas al resto del mundo y encerrado sobre sí mismo.

A la luz de las enseñanzas que entrega la reflexión sobre las experiencias frustradas de los «socialismos reales» se puede aseverar que una empresa como la que acometieron los revolucionarios rusos, en Octubre de 1917, sólo pudo desarrollarse exitosamente en la dirección de la democracia y el socialismo si, desde el punto de vista político, hubiera sido posible conquistar la hegemonía ideológica en las conciencias y, por tanto, un amplio apoyo y respaldo popular para el nuevo régimen, a la vez que se hubiera permitido el libre juego de las fuerzas democráticas en la sociedad.

Igualmente, desde el punto de vista internacional, ese desarrollo exitoso de la experiencia bolchevique dependía del triunfo de las fuerzas democráticas y socialistas en los países capitalistas avanzados, especialmente en Europa, y/o de la disposición de éstos para cooperar con la Revolución Rusa en el campo del comercio, del crédito y de las inversiones, cosa que, desde luego, era imposible que ocurriera.

Y desde el punto de vista económico, el éxito de la tarea acometida por los revolucionarios rusos, en las condiciones desmedradas en que se encontraba su economía, sólo podía alcanzarse si se hubiera atribuido a la propiedad y a la empresa privadas un rol mucho más significativo en el desarrollo de la producción. Como se lo hizo, en parte, por corto tiempo y muy exitosamente, en el período de la Nueva Política Económica (1921 1924) en la Unión Soviética, en el marco de una planificación macroeconómica flexible de la economía del país.

En resumen, las dificultades e imposibilidades objetivas y los errores subjetivos de conducción derivados de un inmaduro voluntarismo , desviaron al proceso revolucionario de su curso democrático hacia el socialismo y lo precipitaron por el camino de su deformación autoritaria y represiva, en lo político, y de un ineficiente estatismo burocrático, en lo económico.

No es de extrañar, entonces, que este modelo de socialismo deformado y autoritario, se demostrara incapaz de competir con el capitalismo occidental en términos de eficiencia técnico económica y de productividad del trabajo y se mostrara inhábil, a la vez, para permitir, en su seno, un progresivo despliegue de las libertades, de la creatividad y de la apertura hacia lo nuevo, haciendo compatible el juego democrático con la estabilidad y consolidación en lo político y económico de la nueva sociedad que se edificaba.

Pero en la vida las cosas no se dan sólo en blanco y negro. No obstante las consideraciones anteriores, el fracaso del referido modelo de socialismo autoritario no invalida el reconocimiento que corresponde hacer de que, en significativas áreas de la vida social se hayan alcanzado, en las sociedades en que se implementó ese modelo, notables logros que avalan la viabilidad y progresividad del socialismo. Basta mencionar los impresionantes éxitos conseguidos en la lucha por eliminar la extrema pobreza, democratizar la convivencia social y elevar significativamente el nivel cultural de la inmensa mayoría de la gente. Esto, junto a los avances en determinadas áreas de la ciencia y de la técnica y en algunas ramas de la economía. La progresiva estagnación del proceso de desarrollo económico y del progreso social y su costo político, que fue dejando cada vez más atrás a los países del socialismo «real” en comparación con el capitalista occidental, no deben impedir reconocer los aspectos positivos que se pueden desprender de ciertas etapas y modalidades de dichas experiencias socialistas.

Como tampoco ello debe impedir valorar en toda su importancia la forma como el socialismo chino está logrando, mediante su política de «reforma y apertura», evitar que se repitan, en su economía, los fenómenos negativos que condujeron al colapso de otros ensayos socialistas.

Las consideraciones precedentes acerca de lo variopinto de los ensayos socialistas son especialmente oportunas, en una coyuntura en la que en los países donde prevaleció el llamado socialismo real, como reacción a sus deformaciones y carencias, tienden a imponerse las fuerzas conservadoras. Estas fuerzas, sin parar mientes en los aspectos positivos de las experiencias socialistas vividas allí e influidas por una indiscriminada idealización de las virtudes de la economía de mercado y sus supuestos ideológicos e institucionales, se han aventurado en riesgosos ensayos neoliberales de discutibles resultados.

Lejos de seguir la línea con que fue planteada inicialmente la llamada «perestroika» como esfuerzo por rectificar y reestructurar el socialismo, pretendiendo llenar sus déficits y corregir sus desviaciones, se aspira en dichos países ahora a reproducir, sin más, el modelo occidental de sociedad, particularmente el norteamericano. Si se persiste en marchar en esa dirección, siguiendo sin reservas las recetas del ultraliberalismo, lo más probable es que ello no

Archivos Internet Salvador Allende 134 http://www.salvador-allende.cl conduzca a la finalidad querida una floreciente economía capitalista desarrollada , sino a generar una economía dependiente y deformada, en la que la inequidad y el consumismo van a ser sus rasgos más notorios. Semejante estación terminal resultará mucho más parecida a ciertas sociedades latinoamericanas o del Tercer Mundo, que a las del capitalismo avanzado.

El que hayan terminado por predominar en el postcomunismo, en Europa Oriental, los proyectos neoliberales, al menos temporalmente, por sobre las alternativas rectificadoras de orientación socialista, se explica en buena parte por la falta de experiencia democrática en aquellas sociedades y en los partidos dirigentes, que hizo prevalecer respuestas reactivas y simplistas, en las que el revanchismo y el espejismo de las bonanzas de un Occidente idealizado pesaron más que las razones en favor de salidas más equilibradas y ponderadas, pero que suponían un clima político maduro, producto de una práctica política que allí nunca existió.

Procede mencionar, en relación al tema que estamos abordando como colofón final, los conceptos recientemente vertidos por el principal artífice del proyecto de renovación socialista en la que fue la URSS, Michael Gorbachov.

Dice Gorbachov, frente a la pregunta que se formula insistentemente sobre si el comunismo ha muerto, o aún sobrevive o puede aún renacer: « Lo que ha muerto para siempre es el modelo creado por Stalin, que desde el primer momento fue un régimen que ignoraba por completo la democracia, las exigencias de la gente, un sistema que violentaba la sociedad y traicionaba los ideales socialistas. Pero con la misma convicción tengo que subrayar que dicha muerte no atañe al socialismo. El ideal del socialismo sigue vivo y noto un esfuerzo de búsqueda, un ansia de experimentar, de encontrar una fórmula de vida nueva para el ideal socialista. Y, en este nuevo ámbito, los principios de la democracia deberán ocupar el primer puesto, junto con los principios humanistas. Lo que hoy me impresiona más es que esta tentativa de búsqueda no atañe solamente a nuestro país, sino al mundo entero. Y, aún más, afirmaría que atañe a partidos y movimientos muy diferentes entre sí, en ocasiones distantes en sus planteamientos de origen. Es como si, arrancando de puntos lejanos, fuerzas distantes intentasen realizar algo que no solamente no está en contradicción con las ideas del socialismo, sino que, en esos ideales, hallan más fielmente su punto de encuentro».

7. Libertad y Justicia: mercado y plan

Las sociedades pueden calificarse como democráticas cuando se organizan en Estados de Derecho que respetan los derechos humanos, permiten a los ciudadanos participar en la generación de los poderes públicos e influir en sus decisiones y les ofrecen igualdad de oportunidades para desenvolverse en la vida social.

La mera garantía jurídica del libre juego de los intereses privados, el reconocimiento formal de derechos y libertades y la posibilidad de determinar quiénes deben ser los gobernantes, no aseguran, ni que ese libre juego de intereses en lo económico vaya a contribuir a la satisfacción de las necesidades humanas, ni que ese reconocimiento formal de derechos y libertades se corresponda con la posibilidad de ejercitarlos y con la igualdad de oportunidades en realidad, ni que esa facultad para designar autoridades vaya a obligar a éstas a respetar la voluntad, los derechos o los intereses de sus mandantes.

En otras palabras, la resultante del espontáneo juego de intereses económicos, posibilidades jurídicas y opciones políticas tiende a producir desequilibrios y desigualdades que no conducen a conformar un orden social equitativo y racional.

De ahí la necesidad de legitimar la existencia de una instancia política el Estado , que no sólo garantice la observancia del orden jurídico, sino que igualmente ejerza un poder social para orientar a la sociedad hacia el logro de los valores humanos superiores que, como la justicia, la libertad, la solidaridad, la defensa de la naturaleza y la posibilidad de actualizar todas las potencialidades humanas, han ido históricamente constituyéndose como ideas fuerza y como referentes éticos movilizadores de la conducta humana.

Esta orientación finalista de la actividad del Estado, en función de la satisfacción de las auténticas necesidades humanas es absolutamente consistente con la naturaleza racional del hombre, que lo lleva a perseguir determinados objetivos, mediante la creación de instrumentos materiales y conceptuales que se aplican para lograrlos.

Uno de los instrumentos destinados a favorecer el desarrollo de las fuerzas productivas y la eficacia en la actividad económica, es el mercado. Este no existe para procurar directamente la satisfacción de las necesidades humanas, sino para hacerlo indirectamente, creando las condiciones que la hagan posible.

El hecho de que, en determinadas fases del desarrollo social, cuando aparece la mercancía, sea el mercado un eficiente medio para asignar recursos en provecho de un aumento de la productividad del trabajo, no significa que, necesariamente y en todo tiempo y lugar, tenga que ser así. La valoración de las potencialidades creativas que alberga el mercado no significa negar su carácter instrumental y, en consecuencia, la necesidad racional de subordinarlo a las finalidades conscientes queridas por el hombre, necesidades que la «mano invisible» del mercado, por su misma naturaleza, no está en condiciones de percibir.

Por eso, desde un punto de vista humanista y socialista es un grave error en el que se incurre cuando se considera, a la economía de mercado, como consustancial con la naturaleza humana y como portadora de un valoren sí, de la misma naturaleza que lo puede ser la justicia, o la libertad.

En esta equivocada y, en el fondo, antihumanista evaluación de¡ mercado, incurre hasta la última encíclica pontificia, «Centesimus Annus», y múltiples declaraciones de principios, resoluciones y tratados internacionales recientes, en los que la economía de mercado se presenta como una directa exigencia de la naturaleza humana, y, por tanto, todo lo que la limite o niegue resulta atentatorio a los derechos naturales del hombre. Lamentable y profundo error.

Archivos Internet Salvador Allende 135 http://www.salvador-allende.cl La economía de mercado supone el reconocimiento del ejercicio de la libertad en el plano económico, de la producción y del consumo. Ahora bien, el pleno ejercicio de esa libertad conduce, por una parte, a una desigual distribución de la riqueza, por el simple y espontáneo juego de la tendencia acumulativa del poder. Por otra parte, para que esa libertad pueda producir, a través del mercado, los deseables efectos que se esperan de ella, es menester que haya desigualdad en la repartición de la riqueza y del poder. Una desigualdad no derivada directamente de la diferencia natural entre los hombres, sino una desigualdad que ha ido paulatinamente institucionalizándose y cristalizando en un orden social clasista impuesto y legitimado por el Estado.

Que esa desigualdad sea condición para la acumulación primitiva del capital y para su ulterior reproducción, y que ésta, sea a su vez, supuesto para el desenvolvimiento de las fuerzas productivas, es otra cosa. Quiere decir sólo eso, pero en manera alguna que esa desigualdad adquirida y que la economía de mercado sean consustanciales con la naturaleza humana.

El mercado es ciego. Para las leyes que lo regulan a la manera de las leyes naturales , no existe la justicia. Esta no adviene, pues, espontáneamente a la sociedad, y si se quiere que aquella impere en esa, se necesita de la consciente e intencionada actividad humana, concentrada en organismos e instituciones que devienen en actores políticos. Entre ellos, preferentemente, el Estado, como la más inclusiva, pero no exclusiva de las instituciones que reflejan las aspiraciones e intereses que gravitan en la sociedad civil. Y decimos «no exclusiva» porque los poderes locales, las entidades representativas de los intereses sociales, los partidos políticos, las asociaciones culturales, los medios de comunicación, la literatura, etc., que forman la trama de la sociedad civil, constituyen el sustrato sobre el que debe apoyarse el Estado para poder ejercer su función rectora en la sociedad.

Toda acción humana, ya se deja dicho, en cuanto tal, persigue un fin y crea y utiliza instrumentos para conseguirlo. Y esto, no otra cosa, es proyectar o planificar. Por tanto, si el mercado es útil para conseguir un fin, como es promover el auge de las fuerzas productivas, es por lo mismo un instrumento o medio que se inscribe en un contexto distinto y más trascendente, un dominio metaeconómico en relación al cual el desarrollo de las fuerzas productivas es sólo un medio. Un medio que es condición necesaria pero no suficiente para alcanzar una finalidad superior, como es la de colmar las necesidades fundamentales del hombre para que pueda vivir una vida digna. Es, pues, la dignidad del hombre la finalidad última a la que apunta el plan o proyecto, humanista y socialista, que define su carácter como opción por la justicia y la razón.

A este respecto, del fracaso del experimento socialista en los países del llamado «socialismo real” no se puede inferir nada en contra de la procedencia o inconveniencia de la planificación en sí, ni ello autoriza cuestionar la naturaleza esencialmente planificable de la actividad humana. Lo único que cabe inferir de ese fracaso es que, requiriéndose para el éxito de un plan determinadas condiciones, ésas no se dieron en el caso de dichas experiencias, lo que explica las imperfecciones de los planes y, por tanto, las insuficiencias que resultaron de su aplicación.

La relación entre plan y mercado se establece así, desde un punto de vista socialista, definiendo al mercado como un medio para optimizar la asignación de recursos en una economía en determinadas condiciones, lo que no excluye el uso de otros expedientes que apunten eficazmente al mismo fin, estando, desde fuego esas finalidades económicas, sobredeterminadas por la necesidad superior de que todo ello contribuya, en último término, a dignificar la vida humana.

Semejante criterio permite también conjugar las diferentes formas posibles de propiedad, sobre la base de que esta institución, además de proporcionar un sustento material a la existencia humana, propiedad privada sobre los objetos de consumo y uso doméstico y familiar , es y puede ser un medio para incentivar la actividad económica de los individuos en pos del lucro en una economía de mercado. Papel que, desde luego, cumple la propiedad privada de los medios de producción sociales en una sociedad capitalista. El aporte esencial de esta forma de propiedad al eficaz funcionamiento de la economía de mercado no excluye que la propiedad individual como medio de producción o la propiedad cooperativa como forma de propiedad colectiva , o la propiedad pública, en sus diversas variedades estatal, regional o municipal puedan, también, jugar su papel en una economía de mercado.

En las prácticas socialistas, esta conjugación del plan y del mercado, y de diferentes formas de propiedad, ha tenido antes y tiene ahora aleccionadores precedentes.

En la historia de la Unión Soviética, el período llamado de la NEP (Nueva Política Económica), consecutivo a la etapa del comunismo de guerra en que se reacciona sobre los excesos voluntaristas, colectivistas y estatistas que se produjeron como consecuencia de la guerra civil y de la lucha contra la intervención extranjera y que se extendió entre los años 1922 y 1925 , es una muestra de cómo la coexistencia del mercado y la planificación y de diversas formas de propiedad privada y pública, puede estimular el desarrollo de las fuerzas productivas, aprovechar la iniciativa individual en el terreno económico e incrementar significativamente la riqueza colectiva. Hay quienes sostienen que si se hubiera perseverado en esta línea de política económica cristalizada en la NEP, otro habría sido el destino de la experiencia soviética y se hubieran ahorrado los enormes sacrificios y penurias de¡ período stalinista de industrialización forzada.

Igualmente, la experiencia china posterior al Pleno del Comité Central del Partido Comunista de China de 1978, en el que se eliminan múltiples restricciones a la iniciativa y a la empresa privada y se promueve la apertura económica hacia el exterior, constituye también otro ejemplo de cohabitación entre plan y, mercado, y de diferentes formas de propiedad, todo lo cual produjo innegables efectos positivos en el desarrollo económico de la agricultura, de la industria y de los servicios en China. Célebre es la respuesta que dio Deng tsiao Ping, cuando se le interrogó sobre sus preferencias en materia de formas de propiedad y entre la empresa privada y la pública: “No me interesa, respondió, si los gatos son negros, pardos o blancos; lo que me importa es que cacen ratones», queriendo significar con ello que, cuando se trata de producir ciertos efectos económicos, lo importante es lograr los resultados queridos y no engolfarse en discusiones bizantinas e ideologizantes, que olvidan a qué es lo que se está aspirando.

En reciente documento político, los comunistas chinos, sobre la base de los éxitos ya conseguidos en su política de

Archivos Internet Salvador Allende 136 http://www.salvador-allende.cl articulación dialéctica entre plan y mercado entre formas y relaciones sociales socialistas y capitalistas , llaman al país a proseguir «su apertura hacia el mundo exterior, haciendo uso del capitalismo». Remarcan que el capitalismo representa una «etapa extraordinariamente importante en la historia del desarrollo social de la humanidad”, con lo que, de paso, no hacen sino reafirmar uno de los conceptos fundamentales del «Manifiesto Comunista». Sostienen que China debe «desarrollar de una manera adecuada, una economía capitalista destinada a completar su economía socialista». Y en su sentido más amplio afirman «que hay que absorber de manera crítica los elementos de la cultura occidental» que les sean útiles, en vez de rechazarlos indiscriminadamente.

Mas, tanto en el caso de la NEP, en la Unión Soviética, como en la política de “reforma y apertura» de los comunistas chinos, las relaciones de mercado y la propiedad privada de los medios de producción son considerados como ingredientes promotores del desarrollo de las fuerzas productivas y, por tanto, están enmarcados dentro de un plan general cuya finalidad última no es producir por producir, sino cumplir con los objetivos metaeconómicos de la política general, que apuntan a la satisfacción de las necesidades de¡ hombre como sustento de su dignidad.

La conveniencia de asociar plan y mercado y de combinar distintas formas de propiedad no responde sólo a que, por largo tiempo, mientras la sociedad no alcance superiores niveles en su desarrollo científico tecnológico y en su conciencia política y ética, será imposible reemplazar el papel que el mercado y la propiedad privada del capital cumplen como asignadores de recursos y promotores del progreso económico.

También la exigencia de esa asociación entre lo público y lo privado responde a la necesidad de evitar que la excesiva centralización en el Estado de tareas que pueden cumplir mejor otras instancias sociales, genere pesadas y costosas burocracias y limite el espacio para que se aprovechen las potencialidades creativas del hombre, perjudicando la eficiencia en la ejecución de planes y proyectos.

Miradas así las cosas, la economía de mercado es susceptible, desde un punto de vista socialista, de integrarse en un contexto más omnicomprensivo, como un recurso destinado a desempeñar un rol en el logro de metas que trascienden la lógica del mercado y que se inscriben en otro universo más inclusivo, que gira alrededor del valor de la dignidad humana. Dicho en otras palabras, el mercado se involucró en el plan de dignificar al hombre y se legitima en tanto contribuye a promoverlo.

8. El Partido como fuerza social orientadora y movílizadora

El proyecto o plan de significación de la vida humana no sólo tiene una dimensión económica. Los aspectos sociales y culturales de la vida, en su más amplia acepción, también necesitan estar referidos a valores que no emergen espontáneamente en la sociedad, sino que necesitan ser estimulados y fomentados conscientemente, a fin de que puedan ser internalizados por las conciencias e influyan positivamente en los comportamientos humanos.

Ligados, pues, a los planes y proyectos de los Estados están los valores y concepciones generales acerca de la sociedad que, explícita o implícitamente, inspiran la acción de los poderes públicos.

Para los demócratas, un proyecto de gobierno o de transformación social requiere del apoyo de las grandes mayorías nacionales. Entendido este último término no sólo en su dimensión cuantitativa, sino también cualitativamente, en el sentido que ese apoyo masivo debe reflejar el respaldo a un conjunto de ideas y valores que impliquen una opción frente a diferentes alternativas políticas.

Las sociedades, como los seres biológicos y las cosas físicas, son en mayor o menor medida inertes. Todo cambia, pero as, y todo, el cambio es muchas veces la excepción, y no la regla.

Un plan o proyecto de acción social y pública supone alterar el libre decurso de los acontecimientos, movidos por esa «infalible mano invisible» de que hablaban los clásicos del liberalismo.

Por lo tanto, la promoción del cambio y de la transformación requiere de alguien, de alguna fuerza, de algún sujeto que se interese y esfuerce por producirlo. El Estado, y los otros poderes, sólo podrán devenir en agentes de la transformación social en la medida que están influidos por las fuerzas sociales que pugnan por cambiar la sociedad globalmente en determinado sentido.

Esto significa ser capaz de enfrentar y sobreponerse a las fuerzas de conservación social en las que se manifiesta la inercia del sistema. Y, además, significa ser capaz de visualizar el cambio como totalidad, en un sentido que trasciende la coyuntura, yendo más allá, por tanto, de los puntos de vista e intereses parciales y corporativos que, en último término, también están insertos en la trama constitutiva del orden social imperante.

La instancia social que cumple ese rol de influir a la sociedad y al Estado es la instancia política que se conoce con el nombre de Partido.

La existencia del Partido en ese sentido lato que acabamos de precisar, como fuerza promotora del cambio es, por tanto, supuesto de cualquier proyecto de transformación social.

La función esencial del Partido es gravitar en la sociedad y, a través de esa gravitación en la sociedad, influir en el Estado y demás poderes públicos, para que éstos devengan en agentes del cambio social que se trata de producir.

El dar forma orgánica y operante a la fuerza social que aspira a gravitar en la sociedad e influir y, en lo posible, controlar el accionar de los poderes públicos, supone, desde luego, una determinada articulación estructurada de conductas humanas coincidentes en las mismas finalidades.

El que esa estructura sea eficaz no es empresa fácil. Ello supone la utilización de los medios técnicos actuales en

Archivos Internet Salvador Allende 137 http://www.salvador-allende.cl materia de comunicaciones, de administración y de asesoría científica. Eso, a su vez, requiere de una adecuada política de finanzas partidarias, que pueda proporcionar el requerido sustento material a un partido moderno y eficiente.

Un proyecto de construcción de Partido, en las nuevas condiciones del mundo y de nuestro país, exige el abandono de muchos conceptos y prácticas organizativas ligadas a contextos sociales muy diferentes al de las sociedades evolucionadas, abiertas y más o menos democratizadas que prevalecen en la actualidad, y que nada tienen que ver con las circunstancias que caracterizaban la realidad político social de comienzos de siglo, de la que derivan muchas de las ideas que todavía inspiran a estatutos y reglamentos obsoletos, pero todavía vigentes en el papel.

Sobre esta materia, en mi contribución al debate previo a la Conferencia de Organización del año pasado, yo expresaba:

«La experiencia de más de medio siglo de nuestro Partido y las lecciones que arroja la experiencia ajena, dentro y fuera del país, nos entregan un rico material para intentar un replanteamiento integral de la problemática de la organización partidaria, acorde con dichas experiencias y con los requerimientos que hoy se exige de la actividad política, muy diferentes de aquellos que prevalecían cuando se elaboró la matriz teórico política, que ha servido de base a estatutos y reglamentos, desde 1933 hasta la fecha”.

“No hay que olvidar que el principal modelo en la especie lo fue el llamado en su tiempo ‘partido de nuevo tipo’, que fue concebido por Lenin para enfrentar, a comienzos de siglo, a la política represiva del zarismo ruso mediante una organización clandestina, en el contexto de una sociedad patriarcal y autoritaria, que no había vivido en profundidad la revolución burguesa, en la que el racionalismo y el liberalismo sólo habían permeado a franjas limitadas de las clases medias citadinas y que carecía, por tanto, de instituciones democrático representativas y de experiencia en las contiendas cívicas y democráticas. Cuadro absolutamente distinto al del Chile de hoy, lo que amerita una profunda reflexión crítica colectiva para encontrar la mejor forma de orgánica partidaria, que responda a las exigencias del tiempo presente y al logro de nuestros objetivos programáticos inscritos en una perspectiva socialista.

«La disfuncionalidad entre la estructura formal del Partido y la realidad de la vida partidaria, es un fenómeno que se advierte ya desde hace tiempo y que, incluso, es una carencia que se puede detectar en los albores de la historia del Partido. Los canales y las vías por las que ha transcurrido el quehacer socialista, las más de las veces poco han tenido que ver con las formalidades reglamentarias y las apariencias estatutarias.

«No obstante que, a mi juicio, la profunda reflexión requerida para dar un salto cualitativo hacia adelante en la próxima Conferencia Nacional de Organización no se ha llevado a cabo, me atrevo a sugerir un conjunto de criterios para renovar la estructura orgánica partidaria, en el que es posible reconocer cuatro ideas-fuerza esenciales:

1) Una apertura del Partido hacia la sociedad, ligándolo estrechamente a ella, superando las tendencias internistas, que llevan a volcarse al Partido hacia sí mismo, en desmedro de su inserción y de su capacidad de influir en el entorno social;

2) Una mucho mayor flexibilidad en las formas orgánicas partidarias, de modo de hacerlas funcionales a la base social en que se instalan;

3) Una profundización del proceso de democratización de la vida partidaria, que responda a las ansias de participación de los socialistas y a la necesidad de luchar contra el exceso de centralismo; y

4) Una modernización y tecnificación de¡ funcionamiento de la estructura y del aparato partidario, con miras a elevar cualitativamente su eficiencia».

Y me refería, luego, a la forma como una reflexión creativa al respecto debe llevar a otra concepción de lo que debe ser la organización de base del Partido, a nuevas modalidades de relación entre el Partido y la masa y entre el Partido y el entorno social y también, a renovadas prácticas democráticas en la vida interna partidaria.

9. Pluralismo, hegemonía y responsabilidad

Rasgo esencial de una fuerza socialista contemporánea que se pretenda renovada es su carácter pluralista. Pluralismo que hace posible el aporte de distintas vertientes ideológicas a la construcción de un acervo común y más rico que cualquiera de sus componentes. Pluralismo que recoge las diferentes y variadas experiencias históricas y prácticas de las tendencias que confluyen hacia un mismo cauce. Pluralismo que permite el disenso y, luego, el debate y la discusión, para que de ello surja una visión superior y más lúcida de la realidad y de la forma de ir actuando sobre ella. Pluralismo que no es un valor en sí en cuanto se solaza en la diferencia , sino en cuanto es una vía para que la variedad no degenere en contradicción destructiva, sino contribuya a forjar una unidad más compleja y enriquecida.

En el socialismo chileno la confluencia en su seno de diversas corrientes de pensamiento marxistas, cristianas o simplemente humanistas , dejando atrás estrechos sectarismos, refleja la profundidad del proceso de renovación que se está viviendo en el espacio socialista del espectro político chileno.

Pero este proceso, marcado por la reciente unidad de los socialistas y la concurrencia al seno del Partido de gentes provenientes de las diversas vertientes de izquierda proceso en el que personalmente el que esto escribe se involucró con fuerza y convicción no está exento de riesgos. La forja de un nuevo y gran Partido Socialista, pluralista pero institucional izado alrededor de un consenso valórico e ideológico básico, no ha culminado todavía. Y han emergido fuerzas centrifugas que promueven en los hechos una «archipielaguización” del Partido, en cuyo marco esas fuerzas centrífugas tienden a negociar entre sí para llegar a acuerdos cupulares sobre la base de la mayor o menor gravitación interna que ganen en agrias y estériles pugnas que sólo sirven para estimular el internismo, el sectarismo y el fraccionalismo.

Archivos Internet Salvador Allende 138 http://www.salvador-allende.cl El predominio de esas fuerzas entrópicas conduciría a que sea, en definitiva, la *Lógica del poder» la que termine por regir la vida interna del Partido, en detrimento de una armónica y constructiva coexistencia de corrientes en la que cada una aspira a dar lo mejor de sí, para que sea el conjunto, y no las facciones, las que se aprovechen de ello.

Sólo en la medida que esa «Lógica de poder» sea desplazada en la práctica de la vida partidaria por una racionalidad inspirada en los valores socialistas y patrióticos, que haga primar el interés del conjunto socialista por sobre los de los nucleamientos grupales, y el interés del pueblo y del país por sobre las ventajas partidistas, sólo en esa medida un Partido puede aspirar a conducir a ese pueblo y a contribuir positivamente al destino de la Patria.

La faena de conseguir el favor de las conciencias para la causa que se estima representativa de los intereses de las grandes mayorías nacionales, es lo que en el lenguaje de Gramsci podríamos definir como construir «la hegemonía» ideológica en el ámbito popular, en el sentido de alcanzar un consenso mayoritario alrededor de metas, ideas y valores que interpreten el auténtico sentir popular y nacional.

En las condiciones chilenas y en esto no hay grandes diferencias con el cuadro político que se presenta en todo nuestro subcontinente latinoamericano , el esfuerzo por crear conciencia acerca de los grandes objetivos populares y nacionales por los que hay que bregar para profundizar la democracia, llenándola de un contenido socialista, se confunde, en primer lugar, con la lucha ideológica contra el pensamiento neoliberal.

Conquistar la hegemonía en la sociedad equivale, pues, en primer lugar, a combatir y derrotar el pensamiento neoliberal, que es la forma principal en la que se ha manifestado en Chile la contraofensiva ideológica reaccionaria que legitimó y acompañó a la dictadura militar. No obstante que también estaba a disposición en la década de los setenta para cumplir ese rol legitimante de la contrarrevolución, la ideología nacionalista con rasgos fascistízantes siempre tan atractiva para los militares , el contexto económico, político e ideológico dominante en el mundo en esos años, determinó que fuera el elenco conceptual neoliberal el que, en definitiva, inspirara la acción del régimen militar, con el resuelto apoyo de las clases propietarias dominantes.

Como bien se sabe, el neoliberalismo, sobre todo en el llamado Tercer Mundo, apareció ligado estrechamente a la represión política, ya que era supuesto para que dicho modelo pudiera funcionar el que se crearan condiciones para una acumulación capitalista sólo viable sobre la base de obligar a pagar su costo, compulsivamente, a las clases trabajadoras.

El repliegue ideológico de las fuerzas de izquierda, frente a la contraofensiva neoliberal, ha adquirido dimensiones alarmantes. No sólo por la insuficiencia de la crítica a la concepción de la sociedad y del mundo implícita en el neoliberalismo, sino también por la penetración que esas ideas han logrado efectuar en el campo ideológico de la izquierda y, en general, en las corrientes de pensamiento avanzado.

Hay una retirada vergonzante de la izquierda y del socialismo en especial, en este campo, favorecida por el desplome de los llamados “Socialismos reales» y por el verdadero monopolio que detentan las fuerzas conservadoras de los medios decisivos de comunicación social. Es menester superar esta critica situación, colocando como tarea privilegiada, para las fuerzas y partidos populares, el empeño en criticar radicalmente a la ideología neoliberal en sus múltiples versiones y por diseñar y levantar, como alternativa a ésta, un proyecto a la vez consecuente y renovado.

El neoliberalismo conservador ha demostrado ser incapaz de resolver las grandes contradicciones globales de la humanidad a las que ya hemos hecho mención, y más aún, ha promovido su agudización, lo que no es de extrañar, ya que han sido las formas de producir, de pensar y de valorar insitas en el capitalismo cuya apología hacen los neoliberales la fuente principal y originaria de dichas contradicciones.

No es posible, por lo mismo, que se oculte y disimule la responsabilidad de las estructuras y valores sociales constituyentes de la sociedad capitalista en la existencia y la profundización de los grandes problemas de la sociedad contemporánea, y que se pretenda, incluso, propiciar el retorno al liberalismo manchesteliano del siglo XIX, como panacea para resolver cuestiones que una sociedad inspirada por esa doctrina ha contribuido precisamente a generar en forma determinante.

Por lo demás, las insuficiencias y limitaciones del neoliberalismo de los años ochenta se han ya puesto en evidencia. El triunfalismo de los años dorados para las Thatcher y los Reagan ha pasado de moda. Es por otras vías por donde el hombre busca ahora la respuesta para satisfacer las carencias, desesperanzas y dolencias que agobian a la gran mayoría del género humano, y que contaminan también a las minorías favorecidas por el orden existente, en la medida que éstas han abandonado los valores que antes las orientaban y se encuentran ahora vacías de cualquier otro sentido que no sea el de disolverse en el pragmatismo desvalorizado de la cotidianeidad sin significación y el de acumular una riqueza que se despilfarra en el consumo de bienes superfluos que no se necesitan. No pueden así, esas minorías, legitimar su predominio en la sociedad ni menos justificar las penurias que experimentan quienes están excluidos de una prosperidad que ellos han contribuido a crear.

Las otras vías, las alternativas al neoliberalismo, no consisten en la mera morigeración de sus excesos para aliviar los gravámenes que hacen recaer en las masas populares, sino deben descansar en otra matriz valórica e ideológica. Una matriz para la cual no puede ser el economicismo de la ganancia y de¡ lucro la motivación esencial de la existencia humana, sino el dignificar a ésta, haciendo posible que sea la armónica y fecunda relación del hombre con la naturaleza y con sus semejantes, a través de múltiples formas de convivencia fraternal, solidaria y afectiva, la fuente de la dicha y la razón de la vida.

El segundo adversario que hay que enfrentar para alcanzar la hegemonía ideológica en la sociedad es el populismo. Se trata de combatir a la fácil inclinación de la izquierda política, a convertirse simplemente en vocero o agente de los diversos intereses o aspiraciones segmentarias de carácter corporativo de los diversos sectores de la población. La tentación de optar por el fácil camino populista es grande. Proporciona, o se cree que puede proporcionar, grandes

Archivos Internet Salvador Allende 139 http://www.salvador-allende.cl dividendos electorales. Y es, además, un camino particularmente proclive para la demagogia y atrayente para los caudillos ambiciosos, que nunca faltan en los partidos de izquierda.

Pero precisamente, como ya se ha dejado dicho, la tarea política de la izquierda es trascender los intereses y aspiraciones sectoriales y localistas, levantando una propuesta que los tome en cuanta, pero transformando estas reivindicaciones parciales en una demanda global, producto del procesamiento, mediante categorías conceptuales adecuadas, del sentir y de las aspiraciones espontáneas de las gentes.

En esta manera de entender las cosas, la llamada sabiduría innata popular y todas las variantes del espontaneismo deben ser evaluadas discriminadamente. Hay en ellas ingredientes simplemente populistas, que son agitados con finalidades políticas coyunturales y que, en el fondo, tienden a reproducir el orden social existente. Pero, por otra parte, hay reivindicaciones que se afincan en una escala de valores distinta a la prevaleciente en la sociedad y de las que pueden derivar nuevas pautas distributivas que apunten a un nuevo tipo de organización social. Estas últimas deben ser consideradas como elementos constituyentes de la demanda global de transformación social.

El partido político no tendría razón de ser si sólo se limitara a trasladar las demandas sectoriales al sistema político. Para eso existen los grupos de presión más o menos organizados, que cumplen esa específica misión. Llámese sindicatos o agrupaciones poblacionales, locales, regionales, profesionales, culturales, generacionales,. etc. Pero la función política, como tarea especifica, es de otro orden. Debe construir un proyecto de transformación social, lo que envuelve superar las tendencias populistas, develando sus limitaciones y poniendo de manifiesto las deformaciones que conduce.

Ingrediente habitual del populismo, tan importante como el «reivindicacionismo» corporativista, es el supuesto, implícito en sus posturas, de que una entidad abstracta, con el nombre de «el pueblo», está detrás y legitima las demandas populistas. La creencia simplista de que el querer inmediato de las gentes se identifica con su interés objetivo en el actual estado de desarrollo cultural y de conciencia política sólo puede conducir a un seguidismo suicida de las direcciones políticas a las aspiraciones primarias y no procesadas de distintos y contradictorios intereses sectoriales, que no interpretan el interés del conjunto de lo que se quiere mentar cuando se habla de «el pueblo». Esta categoría, “metafisica» en el sentido de Comte, sólo adquiere sentido cuando se refiere a un pueblo que ha tomado conciencia de su real situación y ha logrado hacer suyas las ideas que le permiten descubrir cuál es su interés objetivo esencial, más allá de sus apetencias coyunturales y superficiales.

Los partidos populares, que normalmente se ubican en la oposición a los gobiernos conservadores, se habitúan tanto a este rol en el proceso político, que llegan a generar lo que podría llamarse, una cultura política «contestataria» u «opositora», con todo lo que ello conlleva en materia de aditamentos demagógicos, coyunturalistas y electoreros. Difícil resulta, a esos partidos, sustraerse a esa lucha intrascendente por sacar ventajas inmediatistas. Y en la medida en que no se logra resistir a esa tentación, los partidos populares se deforman, degeneran y se convierten, en último término, en agentes electorales o trampolines para catapultar a los aspirantes al poder. Difícil resulta, por tanto, reemplazar esa lógica «opositora» por una lógica de la responsabilidad, que apunte a bregar porque se logren determinados objetivos de bien público, sitúese uno en la oposición o en el gobierno, en las condiciones de la democracia.

A lo que se debe aspirar es a enmarcar a los partidos populares en su papel de instrumentos al servicio del pueblo, y no considerarlos como fines en sí mismos, con lo que se desnaturaliza y se deslegitima su razón de ser.

La «Lógica de la responsabilidad», que es lo mismo que decir lógica de la madurez, conduce a asumir a la política como «arte de lo posible” según la sabia definición aristotélica, y no como el ámbito en que compiten entre sí ideales y utopías, ajenos a la realidad, ni como el campo en el que simplemente se disputa por alcanzar situaciones de poder, a menudo disfrazadas tras aparentes motivaciones ideológicas.

El tercer obstáculo con el que hay que lidiar en este esfuerzo por alcanzar la hegemonía ideológica de la sociedad, lo son las diversas expresiones de la inmadurez política de las fuerzas políticas populares y de izquierda. Inmadurez que refleja un estadio primario en el desarrollo de la conciencia política, en el que prima, por una parte, el elemento de rechazo y de negación a lo existente, sin que se logre plantear una propuesta alternativa y, por la otra, prevalece la mera afirmación de lo propio, como cristalización de ese cuestionamiento de la realidad, todavía en una fase germinal. Es lo que se ha llamado, en términos de Lenin, el «izquierdismo», o «extremismo», como expresiones infantiles del desarrollo político del movimiento revolucionario.

En esta inmadurez halla su origen el sectarismo y el dogmatismo, el voluntarismo y el ideologismo, tendencias todas que representan o tras tantas vallas que superar para poder levantar una alternativa democrática de izquierda, que aspire a ser hegemónica en la sociedad, ampliamente respaldada por ella.

La rebeldía, la denuncia y el testimonio son elementos necesarios de una postura revolucionaria transformadora de la sociedad. Pero los movimientos populares no pueden agotarse en esa etapa primitiva, y en la medida que maduran y se desarrollan, deben asumir una dimensión constructiva, que junto con retener lo valioso y permanente del pasado, niegue sus limitaciones e injusticias y se proyecte en la creación de nuevas situaciones, que superen las insuficiencias de las anteriores.

10. Palabras finales

Para acometer cualquier empresa en la vida, es menester acumular energía y luego aplicarla a la finalidad querida.

En la economía, para crear riqueza es necesario primero acumular capital, para después invertirlo en el rubro productivo que se ha elegido.

Así también en política, para modificar la realidad social ya que ésta de por sí no genera espontáneamente ni justicia

Archivos Internet Salvador Allende 140 http://www.salvador-allende.cl ni libertad, que son los objetivos socialistas es necesario crear conciencia, hacerla carne en los hombres y luego desplegar esa fuerza para ir avanzando hacia una sociedad mejor. Es la tarea que en Chile le corresponde realizar al Partido Socialista.

La fuerza socialista que se ha reunido junto al Partido Socialista, es y debe ser cada vez más una combinación de conciencia, organización y programa, que se propone ir rehaciendo progresivamente nuestra sociedad, en democracia, y en la dirección al socialismo.

Que lo intente hacer en democracia significa que apelará al respaldo de las mayorías nacionales para conseguir sus fines, que lo hará dentro de los marcos de un Estado de Derecho y que su objetivo esencial será el respeto, el desarrollo y la profundización de los derechos y libertades para permitir la actualización de las enormes potencialidades que encierra la condición humana.

El afán por ganarse el favor de esas grandes mayorías para consolidar y profundizar la democracia, no se contradice sino que se complementa y se afirma con el empeño por ir paulatinamente dibujando el perfil social, a través de los avances democráticos, en cuanto la plena realización de la justicia y de la libertad hacia la que tiende el socialismo, es, a su vez, la forma de consumar la democratización de la sociedad.

Esta tarea de los socialistas chilenos se articula con las que, en semejante dirección, llevan a cabo las otras fuerzas democráticas de avanzada en los diversos países de la tierra. En definitiva, se trata de una brega común para toda la humanidad, y que en ninguna parte del mundo podrá consumarse plenamente si no se alcanza una victoria a escala planetaria.

Nuestro trabajo, como socialistas chilenos, lo habremos de realizar impregnados con esa visión internacionalista de nuestras responsabilidades, teniendo siempre presente que nuestra patria está engarzada en el entorno histórico, geográfico y cultura¡ de América Latina, entorno que cada vez gravitará más en nuestro quehacer nacional, y nos permitirá involucrarnos de manera efectiva en el acontecer político mundial.

(*)Aporte del autor a la discusión y elaboración, en el curso de 1992, del nuevo Programa a levantar por los socialistas de Chile.

Archivos Internet Salvador Allende 141 http://www.salvador-allende.cl El Partido Socialista, como yo lo quiero. 1992*

Un partido que exista y actúe movido por la firme convicción de la vigencia del socialismo, como la única salida viable a los problemas globales que afligen a la humanidad contemporánea, generados esencialmente por el capitalismo y que, en la actual versión neoliberal, ha sido incapaz de resolver.

La creciente brecha entre un Norte que concentra las riquezas y un mundo en desarrollo cada vez más empobrecido, los enormes bolsones de miseria en el seno de los países ricos, el deterioro del medio ambiente, el consumismo irrefrenable y el consiguiente despilfarro de recursos que originan el armamentismo y el militarismo y el vacío espiritual en que se encuentra sumido occidente, son problemas, todos, que pueden encontrar solución en el marco de una opción política por la razón, la justicia y la libertad que define al socialismo , y que se enfrenta a las irracionalidades, opresiones e iniquidades de toda índole que caracterizan al capitalismo contemporáneo.

El fracaso de los llamados socialismos reales no compromete los valores socialistas, ya que son consecuencia de una deformación autocrática y burocratizada, de un intento por alcanzar el socialismo a marchas forzadas, aisladamente y en sociedades económicamente atrasadas. Sólo en un marco de exagerado centralismo y de ineficiencia operativa, todo lo cual lo colocó, cada vez más, en crecientes condiciones de inferioridad para competir con el capitalismo, más flexible y reductivo a los desafíos de la modernidad.

Un partido que represente una acción por la justicia y la razón y capaz de levantar una alternativa democrática avanzada frente al neoliberalismo, al populismo demagógico y al testimonialismo contestatario, para que sea apoyada por las grandes mayorías nacionales y encamine a Chile en la dirección del socialismo.

Un partido que se empeñe por terminar exitosamente la tares del gobierno de transición, de democratizar profundamente al país, sacando adelante las reformas propuestas de orden constitucional y modificatorias del actual antidemocrático régimen electoral. Un partido que promueva, además, un debate nacional destinado a redefinir el rol de las Fuerzas Armadas en la comunidad chilena, concibiéndolas como una fuerza obediente, de una razonable magnitud acorde con las nuevas condiciones mundiales y latinoamericanas y compatible con una racional destinación de los recursos fiscales. Todo, en el contexto de la construcción de una nueva cultura política militar de raigambre democrática, moderna y progresista, adecuada a los tiempos que vivimos.

Un partido que promueva una política económica para la actual situación nacional que, manteniendo el control sobre los factores macroeconómicos y combatiendo sin reservas los brotes inflacionistas, oriente a la economía nacional en función de las necesidades populares, otorgando la adecuada primacía al gasto social en salud, educación y vivienda y procurando una más justa distribución de los frutos de¡ crecimiento económico en provecho de los sectores populares.

Un partido cuyo programa económico compatibilice la necesaria inserción de Chile en la economía internacional vía desarrollo de las exportaciones con el mayor valor agregado posible , con la sustitución de importaciones que sea factible producir en el país sin artificiales proteccionismos y le otorgue debida prioridad al proceso de integración económica latinoamericana, profundizando los vínculos de toda índole con los países de¡ Cono Sur, especialmente con Argentina.

Un partido cuyos planteamientos económicos sepan conjugar adecuadamente los roles de¡ plan y del mercado y de las distintas formas de propiedad, en el marco de una economía mixta que procure optimizar el aprovechamiento de los mecanismos o instituciones capitalistas, en función del desarrollo económico y de las necesidades básicas de la población, con la mira estratégica de ir creando las condiciones para la emergencia del socialismo.

Un partido cuya política externa refleje la raigambre internacionalista, solidaria y pacifista de los ideales socialistas, que enfatice la histórica dimensión latinoamericanista y bolivariana de la política internacional del partido y, en ese marco, procure aprovechar las amplias posibilidades que se ofrecen para la cooperación internacional con el término de la guerra fría.

Un partido que denuncie y resista con fuerza los intentos norteamericanos de constituirse en tutor de los pueblos a través de un abierto intervencionismo; que apoye los esfuerzos por coordinar las políticas de los países latinoamericanos, para enfrentar problemas comunes; que establezca sin reservas relaciones diplomáticas con Cuba y que reafirme la tradicional política chilena de solidaridad con los pueblos oprimidos y las víctimas de las represiones, concediendo, desde luego, el asilo diplomático a los perseguidos políticos.

Un partido que reconozca en un Estado democrático de derecho, fuerte y descentralizado, el principal intérprete de los intereses populares y nacionales, y, en consecuencia, el sujeto político que con perspectivas estratégicas oriente e incentive el quehacer nacional en los diversos ámbitos de la sociedad, en favor de una sociedad siempre más justa, más humana y solidaria.

Un partido integrado y pluralista, con una autoridad institucional legitimada y fuerte, sin tendencias cerradas que compitan por ganar mayor poder interno, pero sí con fluidas corrientes de opinión que busquen, merced a la discusión, la práctica y el diálogo, consensos que permitan un accionar coherente y eficaz. En síntesis, un partido enriquecido por el diálogo democrático interno y no debilitado por las luchas fraccionalistas.

Un partido que se esfuerce por actualizar sus posiciones a la luz de los cambios producidos en el mundo y el país en los últimos tiempos, sin que esa necesaria readecuación, que todavía está en desarrollo, signifique el abandono de sus principios funcionales y el renuncio a su historia y a los símbolos que definen su identidad y personalidad política.

Un partido moderno y eficaz, conducido por un elenco de cuadros comprometidos y capaces y dotado de una

Archivos Internet Salvador Allende 142 http://www.salvador-allende.cl infraestructura material, comunicacional y financiera moderna, eficiente y tecnificada.

Un partido abierto a la comunidad y puesto a su servicio, que promueva el desarrollo de las organizaciones sociales en el seno del pueblo y no intente aprovecharse de ellas para fines estrechamente partidistas.

Un partido que continúe esforzándose por hacer converger, en un seno, a las distintas vertientes de izquierda de signo socialista, con miras a robustecer la tendencia a hacer del socialismo chileno el principal actor político del campo popular. Y, en ese contexto, un partido que mantenga un entendimiento estratégico con el PPD, poniendo término a la doble militancia y creando las condiciones para una creciente convergencia entre ambos partidos.

Un partido que centre su política de alianzas en el fortalecimiento de la unidad de todas las fuerzas democráticas, que se expresan hoy en la Concertación de Partidos por la Democracia y que sirven de sustento al gobierno de transición que encabeza el Presidente Aylwin.

Un partido, que se proponga prolongar y desarrollar la Concertación en el futuro, para continuar dándole al país un gobierno realizador y justiciero que priorice, ahora, el pago de la deuda social contraída con el pueblo, de resultas de la política antipopular de la dictadura militar.

Un partido que aspire a que, en las próximas elecciones presidenciales, el candidato de la Concertación provenga de las filas socialistas, reflejando la decisiva gravitación de las fuerzas de izquierda y de avanzada democrática en la política chilena.

Un partido, en fin, que recoja el legado de Salvador Allende, en cuanto compromiso entre la democracia y el socialismo, lealtad al pueblo y a los principios, y ejemplar y permanente llamado a la unidad de las fuerzas democráticas, de izquierda y socialistas, como la más preciada herramienta para dar satisfacción a las legitimas aspiraciones populares y nacionales.

(*) Artículo publicado en el diario La Nación, el 9 de julio de 1992.

Archivos Internet Salvador Allende 143 http://www.salvador-allende.cl Escritos de Clodomiro Almeyda*

Libros

• Hacia una teoría marxista del Estado (Memoria de titulo, con Prólogo de Raúl Ampuero). 1948.

• Reflexiones políticas (recopilación de artículos periodísticos) publicados de 1955 a 1958) Prensa Latinoamericana, 1958.

• Sociologismo e ideologismo en la teoría revolucionaria; Universitaria, 1972.

• Liberación y fascismo; (recopilación de artículos y discursos de 1970 a 1976); Casa de Chile en México, 1977; Nuestro Tiempo (edición ampliada a 1978), México, 1979.

• Pensando a Chile (recopilación de ensayos); Terranova, 1986.

• Reencuentro con mi vida (obra autobiográfica); Ornitorrinco, 1987.

Artículos

• Visión sociológica de Chile; La Academia, 1957.

• Nuestro propósito; Editorial del primer número de la revista Arauco, Tribuna del Pensamiento Socialista; Prensa Latinoamericana, octubre de 1959.

• Esquema de la situación Argentina; ARAUCO N° 1, octubre de 1959.

• El XVIII Congreso del Partido Socialista de Chile; Arauco Nº 2, noviembre de 1959.

• La Conferencia de La Habana; Arauco N° 4, enero febrero de 1960. La hora de América Latina; Arauco N° 5, marzo de 1960.

• Yugoslavia en la ruta del socialismo; Arauco N° 10, agosto de 1960. El socialismo y la reforma agraria; Arauco N2 30, julio de 1962.

• La concepción marxista del hombre; Arauco N° 37 y 39, febrero y abril de 1963.

• La «Ley Mordaza»; Arauco N° 41, junio de 1963.

• En torno a la coexistencia pacífica; Arauco N° 42, julio de 1963.

• El Estado en Chile; Revista de Derecho Económico N° 6 /7, enero-marzo/ abril -junio, 1964.

• El Centro de Documentación e Información Socialista CENDIS, Boletín N° 2, junio de 1967.

• Dejar a un lado el ilusionismo electoral, Punto Final NI’ 42, noviembre de 1967.

• Lenin, arquetipo del político revolucionario; Revista de la Universidad Técnica del Estado N° 3, mayo de 1970.

• El nacionalismo latinoamericano y el régimen militar chileno; Nueva Sociedad Ng 34, enero febrero de 1978.

• El Gobierno Popular y la televisión; Intervención ante el Primer Seminario Latinoamericano de Televisión, Universidad Católica de Chile, noviembre de 1970.

• El proyecto de la Unidad Popular ante los pueblos americanos; Intervención en la Asamblea de la OEA, Costa Rica, abril de 1971.

• El Gobierno Popular y el Pacto Andino. Intervención en la reunión sobre el Estatuto Común del Tratamiento al Capital Extranjero, Santiago, julio de 1971.

• El Gobierno de Salvador Allende y las relaciones interamericanas. Intervención en la Asamblea de la OEA, Washing- ton, abril de 1973.

• Chile y el Movimiento de los No Alineados. Intervención en la Conferencia de Países No Alineados, Argel, septiembre de 1973.

• Acusación a la junta fascista; Intervención ante la Comisión Investigadora de los Crímenes de la Junta Militar en Chile, México, febrero de 1975.

• La resistencia chilena y la solidaridad internacional. Intervención en la Conferencia Internacional de Solidaridad con Chile, Atenas, noviembre de 1975.

• El fascismo, amenaza para América. Conferencia en la Universidad de Guadalajara, febrero de 1975.

Archivos Internet Salvador Allende 144 http://www.salvador-allende.cl • Acerca de las Fuerzas Armadas en el sistema político chileno. Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM, México, 1976.

• Evocación de José Tohá; en Alejandro Witker, El Compañero Tohá, Casa de Chile en México, 1977.

• El Día Internacional de los Trabajadores; Conferencia en la Universidad Obrera Vicente Lombardo Toledano, México, abril de 1976.

• Democracia y contrarrevolución en América Latina; México, 1976.

• La democracia en el período de transición de¡ capitalismo al socialismo; Ponencia en la Mesa Redonda 76, El Socialismo en el Mundo Contemporáneo, Cavtat, Yugoslavia, septiembre octubre de 1976.

• La política internacional del Gobierno de la Unidad Popular; Centro de Estudios Latinoamericanos, UNAM, 1977.

• Unidad: condición necesaria para la derrota de la Junta; Nueva Sociedad N° 33, noviembre diciembre de 1977.

• Nuestra lucha por la democracia y el socialismo, Intervención en la Conferencia Perspectivas Futuras de Chile, Rotterdam, agosto de 1977.

• Superar el pasado para construir el porvenir; Cuadernos del Tercer Mundo N° 19, marzo de 1978.

• Diálogo con la Izquierda Cristiana; Revista de la Izquierda Cristiana, 1978.

• La dimensión militar en la experiencia de la Unidad Popular; Ponencia en el Seminario sobre Seguridad Nacional, México, enero de 1978.

• Análisis de la experiencia de la Unidad Popular en Chile; Conferencia en la Universidad de Guadalajara, octubre de 1978.

• Homenaje al XX Aniversario de la Revolución Cubana; Intervención en el acto realizado en Berlín, el 29 de enero de 1979.

• La reunión de Ariccia; Cuadernos de Orientación Socialista (COS) Nº 1, Berlín, abril de 1980.

• De la Unidad Popular hacia un Bloque por el Socialismo COS Nº 2, junio de 1980.

• En torno al nuevo Estado democrático en América Latina; Nueva Sociedad N° 46, Caracas, enero febrero de 1980.

• En torno a una escisión, COS N° 3, septiembre de 1980.

• Construcción de la vanguardia en América Latina; COS, N° 4, noviembre de 1980.

• Mi deuda con Eugenio González; en Alejandro Witker, Eugenio González Rojas, maestro del socialismo chileno, Centro de Estudios del Movimiento Obrero Salvador Allende, México, 1981.

• Vigencia y carácter del Partido Socialista de Chile; COS N° 6, abril de 1981.

• Algunas reflexiones sobre la política del movimiento democrático chileno frente a las Fuerzas Armadas; en Tres Ensayos sobre las Fuerzas Armadas chilenas, Ediciones Arauco, julio de 1981.

• El Marxismo en Chile; Araucaria N2°16, Madrid, febrero de 1981.

• La izquierda francesa y la experiencia de la Unidad Popular; COS, N° 8, septiembre de 1981.

• La crisis polaca, COS, N° 10, febrero de 1982.

• Almeyda: Partido Socialista ha sido el mayor agente de movilización obrera y popular; COS Nº 14-15, abril de 1983.

• Perfil y vigencia del socialismo chileno; Conferencia con motivo del 50 Aniversario del PS de Chile, Leipzig, abril de 1983.

• Convocatoria al XXIV Congreso del Partido Socialista de Chile; COS N° 14 15, abril de 1983.

• En tomo a una entrevista en El Mercurio»; Análisis, julio de 1984.

• Los cristianos chilenos en la lucha por la democracia; Intervención en las Jornadas de Solidaridad con Chile, Münster (RFA), junio de 1983. Análisis, agosto de 1983.

• Bolívar, los ejércitos libertadores y las actuales dictaduras militares latinoamericanas, Intervención en la Conferencia sobre el Pensamiento Politico Latinoamericano, Caracas, junio de 1983, COS N° 16, octubre de 1983.

• Marx: el más eminente pensador de nuestro tiempo; COS Nº 14 15, abril de 1983.

Archivos Internet Salvador Allende 145 http://www.salvador-allende.cl • Los legados del Salvador Allende, COS, N°16, octubre de 1983.

• Mirando a la Argentina; COS N° 17, abril de 1984; Análisis, agosto de 1984.

• Reflexiones en torno al proceso de recuperación democrática en Chile; Ponencia en el seminario sobre la Democracia en América Latina, organizado por la Asociación Latinoamericana de Sociología, México, julio de 1984. COS N°20, abril de 1985.

• ¿Contribuye la política actual de los Estados Unidos en América Latina a la paz mundial? Conferencia en RDA, abril de 1985.

• La deuda externa latinoamericana; Entrevista de Prensa Latina; COS Nº 21, septiembre de 1985.

• Lecciones del triunfo de Salvador Allende en 1970; Intervención en el seminario Proyecciones del triunfo popular en Chile (1970), UNAM, México, septiembre de 1985.

• Hacia la unidad latinoamericana; Intervención en el encuentro sobre la Deuda Extema de AméricaLatina y El Caribe, La Habana, julio agosto de 1985. COS Nº 22, diciembre de 1985.

• La salida democrático revolucionaria a la crisis chilena, Ediciones U y L, 1985; COS Nº 22, diciembre de 1985.

• El problema de la democracia; Análisis, julio de 1985; COS Nº23, marzo de 1986.

• La Democracia Cristiana en América Latina; Nueva Sociedad N° 82, Caracas, enero febrero de 1986; COS N° 24, octubre de 1986.

• La dimensión bolivariana en la democracia latinoamericana; El País, Madrid, agosto de 1986.

• Lukács y el marxismo contemporáneo; Araucaria N° 35, Madrid, 1986; COS Nº 26, 1987. • Gramsci y la actualidad chilena; Presentación ante la jornada conmemorativa del cincuentenario de la muerte de Antonio Gramsci, mayo de 1987.

• Bases para la reunificación socialista. Análisis, 19 de julio de 1987; Fortin Mapocho, 13 de julio de 1987; Unidad y Lucha N° 105, agosto de 1987.

• Mi respuesta a la acusación del régimen ante el Tribunal Constitucional; Centro de Estudios Sociales AVANCE, octubre de 1987.

• Lo absoluto y lo relativo en el concepto de democracia; Ponencia ante la jornada de Diálogo Socialista, agosto de 1988.

• Interacción de lo politico y sindical en Chile; Centro de Estudios Sociales, marzo de 1989.

• Hay que romper con los tres tercios; Excelsior, México, julio de 1988.

• Por una izquierda que sea fiel intérprete de¡ mundo popular, del mundo del trabajo, del mundo de la cultura; Intervención en el acto de la Izquierda Unida, el 23 de octubre de 1988.

• El pueblo derrotará nuevamente a los que representen la continuidad del régimen; Intervención en el acto de conmemoración del 53 Aniversario de la Juventud Socialista de Chile, el 20 de noviembre de 1988.

• La verdad y la fuerza del socialismo; Intervención en el encuentro de profesionales socialistas, diciembre de 1989.

• Presentación al libro autobiográfico de Tito Palestro Rojas; Jornada de Lucha y vida. América Latina Libros, 1989.

• El socialismo: opción por la razón y la justicia; Intervención en el acto de unificación del PS de Chile, 29 de diciembre de 1989.

• El mundo actual potencia el reencuentro de todas las fuerzas de signo socialista; Revista Internacional, Praga, enero de 1990.

• Prólogo al libro de Carlos Sandoval sobre la historia del MIR chileno; 1990.

• Los desafíos del socialismo chileno; Entrevista en conjunto con Jorge Arrate. U y L, abril mayo 1990.

• Se nos va la República Democrática Alemana; El Día Latinoamericano, julio de 1990.

• La contraofensiva norteamericana; El Día Latino americano, agosto de 1990.

• El Congreso Socialista; La Epoca, 19 de agosto de 1990.

• Lección moral de lealtad; Discurso en el funeral oficial del Presidente Salvador Allende, el 4 de septiembre de 1990. U y L, septiembre de 1990.

Archivos Internet Salvador Allende 146 http://www.salvador-allende.cl • Cambiar también la organización partidaria; Convergencia N° 19 20, febrero marzo de 1991.

• La nueva sociedad, Una visión de futuro; Ponencia en el Seminario La Izquierda en Transición, mayo de 1990. AVANCES 13, octubre de 1991.

• La crisis de las izquierdas y América Latina; AVANCES 13, octubre de 1991.

• Contribución a la Conferencia Nacional de Organización del PS; Octubre de 1991.

• En el debate de los socialistas chilenos; (Aportes a la elaboración del Programa) Abril de 1992.

• El Partido Socialista, como yo lo quiero; La Nación, 9 de julio de 1992.

(*) Ha publicado varios libros, elaborados como unidades completas o recopilaciones de artículos y ensayos aparecidos en diarios, revistas y folletos chilenos y extranjeros.

Entre las publicaciones periódicos que han editado sus trabajos ensayísticos destacan las revistas Arauco (Santi- ago), Nueva Sociedad (Caracas) y Cuadernos de Orientación Socialista (Berlín). La mayoría de sus comentarios periodísticos los realizó en el diario Las Noticias de Ultima Hora, de Santiago, durante toda la década de los 60.

Debe señalarse, igualmente, su importante labor publicística a través de la dirección de las colecciones «América Nuestra» y «Saber» de la Editorial Universitaria (Chile). a partir de 1950; su actividad como miembro y Presidente del Consejo de la empresa periodística «Los Noticias de Ultima Hora», de 1959 a 1973; y como primer director de la revista socialista Arauco, en 1959 60.

Los Libros indicados son de la exclusiva autoría de Clodomiro Almeyda no se incluyen obras colectivas , y están ordenados en forma cronológica según el año de la primera edición.

Bajo el rubro Artículos también dispuestos cronológicamente se Incluye un amplio aunque incompleto listado de los textos de tipo ensayístico salidos de la pluma del autor muchos de ellos expuestos en forma de conferencias o ponencias para el debate . además de algunos discursos y entrevistas de¡ mismo carácter analítico y no estrictamente coyunturales. No figuran los artículos aparecidos entra 1955 y 1958 y luego reunidos en el libro Reflexiones Políticas, varios de ellos incorporados en este volumen. Se han descartado, finalmente, salvo pocas excepciones, sus alocuciones políticas ad como innumerables comentarios periodísticos que publicó durante cerca de medio siglo en la prensa chilena y extranjera

Archivos Internet Salvador Allende 147 http://www.salvador-allende.cl Cronología de Clodomiro Almeyda Medina

Personal y política

1923 Nace en Santiago, el 11 de febrero. 1929 1939 Enseñanza primaria y media en el Colegio Alemán. 1940 Ingresa a la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile. Ingresa a la Brigada Universitaria Socialista (BUS). 1947 Colabora con Eugenio González Rojas en la redacción de¡ Programa del Partido Socialista de Chile. 1948 Miembro del Comité Central del PS, condición que mantiene hasta el fin de sus días. 1949 Obtiene el titulo de Abogado. 1952 Como Subsecretario General del PS, preside las negociaciones que culminaron con el apoyo de dicho partido a la postulación del General Carlos lbáñez del Campo a la Presidencia de la República. 1952 1953 Ministro del Trabajo y de Minería del Gobierno del Gral. Carlos Ibáñez del Campo. 1960 Primer Director de la revista Arauco, Tribuna del Pensamiento Socialista. 1961 1965 Diputado del PS por Santiago. 1966 Integra la delegación del PS a la Conferencia Tricontinental de La Habana, de la cual surgió la Organización de Solidaridad de los Pueblos de Asia, Africa y América Latina (OSPAAL). 1967 Integra la delegación del PS a la fundación de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), en La Habana. 1970 1973 Ministro de Relaciones Exteriores del gobierno del Presidente Salvador Allende. 1973 Ministro del interior, Vicepresidente de la República (mayo); Ministro de Defensa (julio). El 11 de septiembre es detenido en el Palacio de La Moneda, conducido prisionero al Ministerio de Defensa y a la Escuela Militar, y posteriormente, a la Isla Dawson. 1974 Trasladado a Santiago, al Regimiento Tacna y a la Academia de Guerra Aérea y, finalmente, al Campo de Prisioneros de Ritoque. 1975 En enero, es expulsado de¡ país con destino a Rumania, desde donde se traslada a México. 1976 1979 Miembro del Secretariado Exterior del PS de Chile y Secretario Ejecutivo de la Unidad Popular, con sede en Berlín (RDA). 1979 En abril, participa en la constitución de la Coordinación Socialista Latinoamericana, en Montevideo. 1987 El 24 de abril, se presenta ante un Tribunal de Justicia de Santiago, tras haber ingresado clandestinamente al país. El juez lo deja en libertad, pero el Gobierno militar lo relega por 90 días a Chile Chico, XI Región. El 21 de junio es trasladado a la cárcel de Santiago y acusado por el Ministerio del Interior, ante los Tribunales de Justicia, de ser “apologista del terrorismo» y ante el Tribunal Constitucional de “promover la lucha de clases». El 26 de junio, estando en prisión, es elegido Presidente de la Izquierda Unida, coalición integrada por el PS, PC, MIR, MAPU, PRSD, e IC. El 30 de septiembre es condenado a 541 días de cárcel “por realizar apología del terrorismo». El 21 de diciembre, el Tribunal Constitucional lo condena a diez años de pérdida de todos sus derechos ciudadanos prohibiéndosele además, el ejercicio de la docencia y el periodismo, según lo estipulado en el Art. 8º de la Constitución. 1988 El 18 de octubre sale en libertad por resolución de la Corte Suprema, días después de ser derrotada, en un plebiscito, la postulación del general Pinochet a continuar como Presidente de la República hasta 1997. 1989 En enero es elegido co Presidente, junto a Ricardo Núñez, de la Coordinación Socialista Latinoamericana. El 29 de diciembre asume la Presidencia del PS al momento de la reunificación de dicho partido, escindido desde 1979. 1990 El 26 de abril, el Presidente peruano Alan García le confiere la Orden al Mérito por servicios distinguidos en el grado de la Gran Cruz. El 17 de agosto, el Tribunal Constitucional le restituye sus derechos civiles y políticos, tras la anulación del Art. 8º de la Constitución en el plebiscito del 30 de julio de 1979. El Congreso del PS realizado en noviembre lo elige miembro de su Comité Central y Presidente del Consejo Superior. 1991 En enero el Presidente Aylwin lo designa embajador de Chile en la URSS y posteriormente ante la Federación Rusa, función que

Archivos Internet Salvador Allende 148 http://www.salvador-allende.cl cumple hasta julio de 1992. 1992 Se reintegra en Chile a las actividades del PS.

Actividades académicas

1948-1952 Profesor de Filosofía de los Liceos Integrales de la Universidad Popular Valentín Letelier 1949-1973 Sucesiva o simultáneamente, profesor universitario de: Economía Rural en la Facultad de Medicina Veterinaria de la Universidad de Chile. Ciencia Política en la Escuela de Derecho, Escuela de Ciencias Políticas y Administrativas y Escuela de Economía de la Universidad de Chile. Introducción a las Ciencias Sociales en la Escuela de Ciencias Políticas y Administrativas de la Universidad de Chile. Sociología Política y Sociología del Subdesarrollo en la Escuela de Sociología de la Universidad de Chile. Actualidad Internacional en la Escuela de Periodismo de la Universidad Católica. Sociología Política en Escolatina (postgrado). 1967-1970 Director de la Escuela de Sociología de la Universidad de Chile. 1975-1976 Profesor de Ciencia Política en el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). 1978-1987 Profesor de Ciencias Sociales en la Humboldt Universitát de Berlín. Fue distinguido con el título de Dr. Honoris Causa por las Universidades de La Habana (Cuba), de Guadalajara (México), Humboldt (Berlín, RDA), y Wilhem Pieck (Rostock, RDA).

Archivos Internet Salvador Allende 149 http://www.salvador-allende.cl