Corpus Archivos virtuales de la alteridad americana

Vol 5, No 1 | 2015 Enero / Junio 2015

Édition électronique URL : http://journals.openedition.org/corpusarchivos/1343 DOI : 10.4000/corpusarchivos.1343 ISSN : 1853-8037

Éditeur Diego Escolar

Référence électronique Corpus, Vol 5, No 1 | 2015, « Enero / Junio 2015 » [En línea], Publicado el 30 junio 2015, consultado el 07 mayo 2020. URL : http://journals.openedition.org/corpusarchivos/1343 ; DOI : https://doi.org/ 10.4000/corpusarchivos.1343

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SOMMAIRE

Registros

Las tentativas coloniales francesas en en el siglo XVI a través de la Narrativa de de Morgues Malena López Palmero

Reglamento para el regimiento, servicio y gobierno del cuerpo de pardos de San Juan Bautista de Mazatlán, 1792 Wilfrido Llanes Espinoza

La “cédula real de los Amaycha”. Contextualización, análisis y transcripción de un documento controversial Jorge Sosa

Un diario de viaje inédito de Basilio Villarino y el mapa de la travesía: más de un siglo de periplo por los archivos Laura Aylén Enrique

Crítica

Indígenas, Borbones y enclaves coloniales. Las relaciones interétnicas en el fuerte San José durante su primera década de funcionamiento (Chubut, 1779-1789) Silvana Buscaglia

Debates La guerra en los márgenes del estado: aproximaciones desde la arqueología, la historia y la antropología

Presentación: La guerra en los márgenes del Estado, simetría, asimetría y enunciación histórica Nicolas Richard

El estudio de la guerra en la arqueología sur-andina Axel E. Nielsen

Cuatro destinos del guerrero: teorías de la guerra indígena en las tierras bajas sudamericanas Diego Villar

De la historia militar a la historia de la guerra. Aportes y propuestas para el estudio de la guerra en los márgenes Alejandro Rabinovich

La Guerra de la Triple Alianza (1865-1870) y la Guerra del Chaco (1932-1935). Dos guerras internacionales en un marco colonial Luc Capdevila

Discusión Alejandro M. Rabinovich, Nicolas Richard, Diego Villar, Axel Nielsen et Luc Capdevila

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Conclusiones Alejandro M. Rabinovich

Tesis

Deslizándose en las fisuras de la utopía: los Toba en las fronteras del Estado Nación argentino Carlos Salamanca

Reseñas

Reseña de Tratados de paz en las pampas: los ranqueles y su devenir político, 1850-1880, de Graciana Pérez Zavala. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Aspha, 2014. 218 p. ISBN 978-987-45321-6-9 Aldana Calderón Archina

Reseña de Los militares y el desarrollo social: frontera sur de Córdoba: 1869-1885, de Ernesto Olmedo. Buenos Aires: Aspha, 2014. 236 páginas, ISBN 978-987-45321-2-1 Margarita Gascón

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Registros

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Las tentativas coloniales francesas en Florida en el siglo XVI a través de la Narrativa de Jacques Le Moyne de Morgues

Malena López Palmero

EDITOR'S NOTE

Fecha de recepción del original: 15/09/2014 Fecha de aceptación para publicación: 27/04/2015

Introducción

1 Los frustrados intentos de colonización de los hugonotes franceses orquestados por Gaspard de Coligny en Florida (entre 1562 y 1565) condensan una serie de importantes fenómenos culturales, políticos y religiosos de la temprana modernidad europea, que este trabajo pretende ilustrar a partir de la referencia directa a la Narrativa de Jacques Le Moyne de Morgues, de 1591. Considerado desde la perspectiva analítica de las representaciones, este texto, junto con los relatos de viajeros protestantes al Nuevo Mundo en el siglo XVI, aunque no exclusivamente, forma parte del corpus de la Leyenda Negra1. Precisamente es este plano de las representaciones el preferido por la historiografía y los estudios culturales en general. Sin embargo, los relatos de viajes agrupados en torno a la Leyenda Negra no se agotan en sus expresiones antiespañolas y reformadas, sino que también contienen información valiosa sobre el tipo de contacto interétnico, la construcción de la otredad americana y los condicionamientos materiales que contribuyeron decisivamente a los amargos desenlaces de estas experiencias entre las cuales se destacan, además del caso que aquí se presenta, la empresa de colonización francesa en Bahía de Guanabara entre 1555-1560 y la

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abandonada colonia inglesa de Roanoke, en la actual costa del estado de Carolina del Norte, entre 1585-1586.

2 Ahora bien, ¿cuáles han sido las principales líneas de interpretación de la historiografía sobre la colonización francesa de Florida del siglo XVI? El antecedente historiográfico más temprano corresponde a uno de los fundadores de la Real Academia Española, Gabriel Cárdenas y Cano, quien publicó en 1723 su Ensayo cronológico para la historia general de La Florida desde el año 1512 hasta el de 1722. Esta ambiciosa obra, que concentró temas tan diversos como las exploraciones, las costumbres de los indígenas, y los diversos frentes de conflicto, ha conservado su autoridad hasta nuestros días.

3 Fue precisamente durante la denominada “Era del Imperio” (1875-1914) cuando la producción académica se concentró en la historia de la expansión colonial europea, en un clima intelectual dominado por la competencia imperialista y la construcción de las identidades nacionales. En lo que concierne a la colonización de Florida, se constata una notable actividad académica durante esos años, tanto en la edición de documentos como en la elaboración historiográfica. Los aportes más significativos son originarios de Estados Unidos y Francia y, en menor medida, de España. Si bien se destacan los imperativos nacionalistas de estas producciones, existen interesantes matices. La historiografía estadounidense se caracteriza por la apropiación de ciertos elementos de la ocupación francesa de Florida del siglo XVI que abonarían a la identidad nacional, tales como el énfasis en el proyecto religioso hugonote (Baird 1885), o la exaltación de la determinación con la que los franceses enfrentaron las adversidades, una cualidad que habrían de heredar los estadounidenses (Parkman 1865). Los planteos de franceses y españoles, por su parte, expresan en general argumentaciones justificatorias o apologéticas de su propio pasado imperial, en una evidente confrontación discursiva con sus contrapartes europeas. El trabajo de Paul Gaffarel (1875) es representativo del esfuerzo francés por reconocer los errores y debilidades de la colonización de Florida del siglo XVI con vistas a constituir un dominio colonial de bases sólidas.

4 La renovación historiográfica que tuvo lugar desde mediados del siglo XX y que acompañó el proceso de descolonización, proporcionó un notable impulso a los estudios sobre colonización, que con un enfoque crítico respecto de sus fundamentos eurocéntricos y contando con propuestas provenientes de diversas disciplinas como la antropología y la crítica literaria, avanzaron en aspectos relacionados con la representación, y en particular sobre el análisis del discurso colonial. En esta línea se inscriben, en lo concerniente a la experiencia francesa en Florida, el completo análisis iconográfico del inglés Paul Hulton (1977) sobre las acuarelas elaboradas por Jacques Le Moyne de Morgues en Florida, entre 1564 y 1565, así como los aportes de los franceses Michèle Duchet (1987) y Jean-Paul Duviols (1985) sobre la recreación y difusión de estas imágenes a instancias de Theodoro de Bry.

5 El quinto centenario de la colonización de América concitó un nuevo interés historiográfico por la expansión ultramarina. A principios de la década de 1990 aparecen reediciones de fuentes canónicas sobre la Florida francesa, muchas de ellas traducidas al español por primera vez, como la selección de América de Theodoro de Bry, realizada en Madrid en 1994, o valiosos testimonios de los aventureros franceses (Gómez Tabanera 1991). Respecto de las producciones historiográficas propiamente dichas, se destaca el aporte de Frank Lestringant sobre las expediciones hugonotas del siglo XVI (Lestringant 1990, 1993), con una fuerte valoración de los contextos políticos y religiosos en los que se desenvolvieron. Las contribuciones españolas, tales como el

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trabajo monográfico de María Antonieta Sainz Sastre (1992) o la introducción de José Manuel Gómez-Tabanera, se destacan no tanto por su rigor histórico sino más bien por su preocupación por atenuar o justificar las masacres cometidas por los españoles en 1565.

6 La línea de investigación que aquí se sigue recoge parcialmente las contribuciones de Hulton, Duchet y Duviols, las cuales ofrecen elementos interpretativos importantes para la comprensión de la representación europea del mundo americano durante la Edad Moderna y sus proyecciones de dominio colonial. Lestringant, por su parte, analiza la colonización de La Florida en línea de continuidad con el frustrado intento de colonización francés en Bahía de Guanabara, actual Río de Janeiro, entre 1555 y 1560, continuidad signada por las tentativas de instalar un refugio para los hugonotes en América. Ello resulta objetado por el estadounidense John McGrath, quien sostiene que el principal interés por la “Francia Antártica”, como llamaban al asentamiento en Brasil, fue la construcción de un fuerte para impulsar los intereses comerciales y estratégicos franceses (McGrath 1996, p. 391). Respecto del proyecto de Coligny de 1562, McGrath alega que este buscaba más bien instalar una avanzada colonial en nombre de la Corona francesa (McGrath 2000, p. 18).

7 La colonización de Florida resulta de especial interés por tratarse de un caso particularmente complejo, en la medida en que concitó la intervención de miembros prominentes de la corte de Inglaterra, que veían al emprendimiento colonial de los calvinistas franceses como una avanzada de la fe reformada en detrimento del católico imperio español. La actuación de los ingleses fue decisiva para la ejecución del proyecto ultramarino de los hugonotes, sus “correligionarios” continentales, y a pesar del rotundo fracaso de esa experiencia, cobró una importancia sustantiva en la proliferación de los discursos que pocos años más tarde constituyeron la llamada Leyenda Negra. Entre las principales colaboraciones de los ingleses se cuentan el rescate naval de 1563, el posterior apoyo financiero de la propia reina Isabel al capitán , el auxilio que el pirata John Hawkins brindó a los desesperados hombres de René Laudonnière en Florida en 1565, y las publicaciones londinenses del testimonio de Ribault, en 1563, y del relato de Laudonnière, en 1586, este último a instancias del gran geógrafo y editor de relatos de viajes de la Inglaterra isabelina, Richard Hakluyt.

Las tentativas coloniales francesas en Florida (1562-1565)

8 Los dos intentos de colonización de Florida llevados a cabo por los hugonotes franceses entre 1562 y 1565 han permanecido por siglos en las sombras de la historiografía a causa de su resonante fracaso en términos concretos. Una compañía de hugonotes franceses, patrocinados por Gaspard de Coligny y autorizados por el joven rey Carlos IX, se lanzó a la aventura colonial de Florida en un contexto de fuertes cimbronazos políticos y religiosos en Francia. La compañía colonizadora, compuesta principalmente por soldados y gentilhombres, estaba comandada por el capitán Jean Ribault. El 18 de febrero de 1562 la compañía partió desde el puerto de Le Havre en dos grandes navíos con ciento cincuenta personas a bordo, y tras dos meses de navegación dieron con la costa de la Florida, a la cual exploraron, en amistosa relación con los indígenas, hasta que hallaron un puerto propicio para fundar el asentamiento al cual denominaron Charlesfort (actualmente Parris Island, Carolina del Sur), en honor al joven rey Carlos.

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Ribault ordenó construir un fuerte y dejó a un grupo de 28 hombres a cargo del capitán Albert de la Pierría, mientras él y el resto de la expedición retornaban a Francia en busca de hombres y provisiones para reforzar la flamante colonia.

9 Pero las guerras de religión desatadas en Francia en marzo de 1562, a partir de la masacre de casi un centenar de hugonotes en Vassy, obstaculizaron las tentativas colonizadoras. Algunos meses después, Ribault debió refugiarse en Inglaterra, donde fue recibido por la propia reina Isabel, quien se interesó en el proyecto colonial de los protestantes del otro lado del Canal de la Mancha y ofreció ayuda financiera para reforzar el asentamiento. De esa manera, los españoles encontrarían una primera limitación a sus ambiciones coloniales en el Caribe. Florida, que desde su descubrimiento en 1513 se había vuelto un desafío imposible para los conquistadores españoles, se mostraba ahora como una base estratégica para los enemigos de España. Pronto Ribault fue apresado en la Torre de Londres acusado de conspiración, aunque ello no impidió que en mayo de 1563 se publicara en Londres y en inglés su reporte sobre el descubrimiento de Florida, titulado The Whole and true Discovery of Terra Florida2.

10 La Paz de Amboise de marzo de 1563, que permitía la celebración del culto hugonote fuera de las ciudades, dio un nuevo impulso a la empresa colonizadora de Coligny. Entretanto, el experimento de Charlesfort había fracasado por completo debido al hambre y la lucha de facciones, que provocó el asesinato de De la Pierría y el posterior abandono del asentamiento. Los colonos se hicieron al mar en una precaria pinaza, cuyas velas fueron confeccionadas con tela de camisa y cuerdas vegetales, y regresaron a Francia después de una travesía de épicas proporciones.

11 El segundo intento colonizador de Coligny fue encomendado a René Goulaine de Laudonnière, quien había acompañado a Ribault en el viaje de 1562. Al mando de 300 hombres en tres barcos, Laudonnière partió desde Le Havre el 22 de abril de 1564. En mayo y junio de ese año, mientras la expedición francesa cruzaba el Atlántico, una escuadra española enviada desde Cuba destruyó el abandonado Charlesfort3. Esto llevó a Laudonnière a fundar un nuevo asentamiento, el Fuerte Carolina, cerca de la desembocadura del río Mayo (como llamó Ribault al actual río Saint John, a razón de su descubrimiento el 1° de mayo de 1562). Laudonnière pronto trabó una alianza con la tribu liderada por Saturiba, quien a cambio de provisiones solicitó a los franceses ayuda militar contra sus enemigos locales del margen occidental del río Mayo, encabezados por Utina.

12 La relación con los nativos se tensó rápidamente, debido a que Laudonnière cambió alianzas en apoyo de Utina, con la expectativa de que este le facilitara el acceso a unas presuntas minas de oro y plata. Esto provocó un duro golpe para el asentamiento a causa del cese de la entrega de alimentos de los indígenas vecinos al fuerte liderados por Saturiba. Sin embargo, el mayor problema que debió enfrentar Laudonnière fue la crisis de autoridad entre sus propios hombres, lo cual produjo una notable inestabilidad de la colonia. Aunque Laudonnière envió de regreso a Francia a un grupo de colonos desafectos, esa iniciativa no llevó la paz interna que requería el proyecto colonial para su desarrollo. Muy pronto otra facción abandonó el Fuerte Carolina para cometer actos de piratería en el Caribe, lo cual fue advertido por los españoles apostados en Cuba, a partir de lo cual comenzaron a preparar su ofensiva para recuperar Florida, considerada un legítimo dominio español.

13 La carestía agravó aún más la situación. Los colonos, no habiendo recibido los refuerzos prometidos ni disponiendo de producción propia, optaron por obtener los alimentos

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por la fuerza a costa de las comunidades indígenas. En el invierno de 1565 tomaron como rehén a Utina, su antiguo aliado, para lograr una recompensa en alimentos, desatando así una guerra que coronó el fracaso del proyecto colonial. A fines de julio de 1565 el corsario inglés John Hawkins hizo una aguada en el río de Mayo, guiado por un marinero francés, Martin Atinas, que había participado del viaje de 1562 con Ribault. Hawkins auxilió con provisiones a los desesperados franceses y pactó venderle a cuenta uno de sus barcos para que pudieran regresar a Francia4. Pero a fines de agosto, cuando estaban listos para partir rumbo a la metrópoli, arribó la tan esperada flota enviada por Coligny con el propósito de reforzar la colonia hugonota. La flota, bajo las órdenes de Jean Ribault, consistía en siete barcos y transportaba, además de un buen número de soldados, unos seiscientos nuevos colonos, mayormente protestantes. Tales refuerzos resultaron insuficientes a la hora de enfrentar a la escuadra española.

14 El golpe decisivo al asentamiento francés estuvo a cargo del adelantado Pedro Menéndez de Avilés, quien detentaba una patente de colonización de Florida y además fue encomendado por Felipe II para destruir la colonia francesa, a sabiendas de los refuerzos que Coligny había despachado. A finales de agosto Menéndez de Avilés, al mando de una flota de ochocientos soldados, recorrió la costa de Florida y el 8 de septiembre fundó San Agustín, sobre el litoral atlántico, al sur de la desembocadura del río Mayo. La armada de Ribault no logró enfrentar al ejército de Menéndez de Avilés, ya que el 11 de septiembre un huracán desvió y destruyó sus barcos, dejando a cientos de náufragos en la costa, unas leguas más al sur de San Agustín. Menéndez de Avilés tomó ventaja de la desgracia de Ribault y el 20 de septiembre cometió un atroz ataque al Fuerte Carolina, del que resultaron unos pocos sobrevivientes que lograron huir, entre ellos Laudonnière y Jacques Le Moyne de Morgues, mientras un número incierto de mujeres y niños fue trasladado a Cuba. El 12 de octubre los náufragos también fueron alcanzados por el ejército de Menéndez de Avilés y, aunque ofrecieron su rendición, más de un centenar de hugonotes fueron asesinados, incluido Ribault. El lugar de la masacre pasó a ser conocido como Matanzas.

15 Tomando en cuenta las desgraciadas circunstancias que contribuyeron al fracaso de la colonia hugonota en América, se tornan especialmente llamativas las representaciones de los colonos franceses sobre esta experiencia. Como se analizará en el apartado siguiente, los textos y las imágenes que se publicaron en el siglo XVI mostraron con sobresaliente optimismo las bondades de esa tierra exuberante y poblada por indígenas que, además de su belleza física y sus peculiares costumbres, consentían la colonización pacífica de los franceses. Esta imagen idílica, tantas veces evocada en los testimonios de los viajeros franceses, contrastaba fuertemente con la dinámica de contacto violento que prevaleció durante la corta vida del asentamiento galo en Florida.

Textos e imágenes de la colonización francesa de Florida

16 Las representaciones francesas del proyecto colonial hugonote en Florida se inscriben en unos pocos testimonios escritos de viajeros y las acuarelas elaboradas por Jacques Le Moyne de Morgues durante la segunda expedición de 1564-15655. Entre los testimonios escritos se encuentran la carta de Jean Ribault dirigida a Coligny sobre el viaje de 1562, publicada en Londres en 1563 bajo el título The Whole and True Discouerye of Terra Florida. Allí Ribault informó sobre las “ventajas y comodidades” de esa “incomparable región” y

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exaltó las virtudes de sus habitantes nativos y el trato amistoso recibido en cada tribu que recorrían. Según Ribault, las condiciones geográficas y naturales se presentaban óptimas para establecer una colonia permanente, para lo cual insistió en la necesidad de ejercer un dominio pacífico sobre los indígenas. De esa manera, pensaba el capitán francés, se lograría un mejor aprovechamiento de las riquezas naturales: …el clima es bueno, saludable, templado y placentero; los nativos, agradables de un natural pacífico y amable [sic], y asimismo obedientes y aun se sentirían dichosos de servir a aquellos que vinieran a ellos con dulzura y humanidad, para civilizarlos; aquellos que desde ahora vengan a ultramar deberán, realmente, tratarlos así, y yo he aconsejado a los hombres que dejé allí que se comporten así, con objeto de que puedan informarse por este medio y de los mismos indios de los lugares donde se procuran su oro, su cobre, sus turquesas y otras cosas aún desconocidas por nosotros (Ribault 1991, p. 51)..

17 Estas informaciones resultaron especialmente atractivas a la reina Isabel y a los cortesanos precisamente interesados en la expansión ultramarina, aunque no prosperaron las tentativas de colaboración al proyecto hugonote en vistas a ejercer una primera influencia colonial inglesa en América. Las sucesivas publicaciones de relatos sobre la experiencia francesa en Florida impactarían decisivamente en la formulación de un programa colonial genuinamente inglés, en las más seguras costas del norte, en un sitio estratégico donde no llegara la influencia militar de los españoles apostados en San Agustín, pero lo suficientemente cerca como para atacar sus barcos. De este modo se concibió inicialmente el programa de colonización de Virginia.

18 Otro importante testimonio, relativo a la segunda expedición de 1564, es el de su comandante René Laudonnière, que fue publicado recién en 1586 con el título La Histoire notable de la Floride. Al año siguiente, el clérigo y geógrafo inglés Richard Hakluyt el Joven, publicó su propia traducción de este testimonio. Hakluyt fue, en rigor, quien reveló el manuscrito de Laudonnière, a partir de que el reconocido cosmógrafo real francés André Thevet, que lo había conservado, se lo facilitara en uno de los encuentros que mantuvieron en París mientras Hakluyt cumplía servicios diplomáticos. De ese modo, le encomendó a un editor parisino, Martin Basanier, que lo publicara en su idioma original, mientras se afanaba en la traducción para una pronta publicación en Londres. Hakluyt incluyó el reporte de Laudonnière también en la primera edición de Principall Navigations, en 1589, que incluía su dedicatoria dirigida a Walter Ralegh, el promotor de la colonización de Virginia. Allí Hakluyt resaltaba las cualidades instructivas del material de Laudonnière: … a partir de la lectura de mi traducción tu podrías advertir como así también tener cuidado de la negligencia en el aprovisionamiento de vituallas, la seguridad, los desórdenes y motines que surgieron entre los franceses, junto con los grandes inconvenientes que sobrevinieron, para que ellos puedan conocer otros percances, para prevenir y evitar otros semejantes y para que también sea tenido en cuenta, a partir de la lectura de las diversas mercancías y la gran fertilidad de los lugares aquí descriptos en toda su extensión, y que son tan vecinos de nuestras colonias que deben ser tenidos en cuenta y suscitar la observación diligente de cada cosa que pueda volverse a favor de la acción en la que están tan entusiastamente involucrados (Hakluyt 1904, p. 440)6.

19 El reporte de Laudonnière incluía sus propias descripciones sobre el primer y segundo viaje a Florida, como así también las informaciones provistas por terceros testigos, como el relato del penoso viaje de retorno de los franceses que abandonaron Charlesfort a fines de 1562, o el relato del viaje a Florida al mando del capitán Dominique De Gourges en el año 1568, cuyo objetivo fue atacar a los españoles en San

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Agustín7. Además de exaltar las cualidades naturales de la región de Florida, Laudonnière prestó especial atención a los nativos: sus alianzas y rivalidades, sus jerarquías tribales, sus costumbres y creencias, y también dio cuenta de la toma de posición de los franceses a favor de los grupos encabezados por el “paracusi” Utina. Esto se dio a pesar de que primeramente Laudonnière se había comprometido con Saturiba en combatir a su enemigo, precisamente Utina. Sin embargo, la expectativa de que este último lo condujera hasta las fuentes de oro y plata derivó en esa nueva alianza que terminó por erosionar el vínculo con los habitantes nativos de la región del fuerte Carolina y, en consecuencia, debilitar al asentamiento colonial. Otro tópico importante de la narrativa de Laudonnière concierne a la crisis de autoridad que afectó seriamente al fuerte. Para defender su posición como líder colonial, el capitán cargó las tintas sobre las conspiraciones y sediciones que debió soportar y eventualmente castigar, como lo fue la ejecución de cuatro cabecillas que retornaron al fuerte después de fracasar en un intento de asalto a un barco en Cuba.

20 La desventurada experiencia colonial de Laudonnière también fue recogida por uno de los sobrevivientes del fuerte de Carolina, Jacques Le Moyne de Morgues. Su contribución es especial porque además de exponer por escrito sus memorias, describió visualmente a la naturaleza y a los hombres de Florida en cuarenta y dos acuarelas. Estos testimonios fueron elaborados muchos años después, mientras Le Moyne vivía en Londres al amparo de Walter Ralegh8. La distancia temporal entre la experiencia colonial y la elaboración de sus testimonios, dos décadas después, tiene marcas concretas. Por un lado, se constata la copia de ciertos pasajes de textos publicados, como el reporte de Laudonnière y el de un carpintero llamado Nicolas Le Challeux centrado en las masacres de Menéndez de Avilés (Le Chaulleux 1991). Por otro lado, la distancia temporal —que implica en este caso nuevas preocupaciones ligadas al escenario bélico europeo— influyó sensiblemente en la recreación artística de los sucesos coloniales. Tomando como premisa que toda representación es una construcción y responde, según el criterio analítico adoptado por Marta Penhos (2005), a un “tipo de visualidad” sujeto a condicionamientos históricos de diverso tipo (políticos, éticos, estéticos, religiosos, técnicos, etc.), se destaca, a priori, la predilección de Le Moyne por los motivos celebratorios de la empresa colonial francesa.

21 El texto y los dibujos de Le Moyne fueron impresos en 1591 a instancias del célebre grabador flamenco, Theodoro de Bry, como material para el segundo tomo de Grandes Viajes (o Americae, por su título en latín), publicado en el prestigioso formato folio, en latín y seguidamente en alemán (De Bry 1977. Facsimilar). De Bry había comprado las pinturas a la viuda de Le Moyne en Londres, en 1588, y las tomó como modelo para la elaboración de sus grabados. La única acuarela que se conserva actualmente de Le Moyne9 muestra una notable semejanza con el grabado, el cual respeta con fidelidad los motivos y su disposición sobre el plano. No obstante, se destaca en de Bry un deliberado esfuerzo por embellecer los cuerpos de los nativos, siguiendo los patrones estéticos del Renacimiento. Esto se traduce en cuerpos más estilizados y robustos, con musculaturas bien marcadas, y en las poses y actitudes altivas de los nativos, especialmente cuando se trata de una autoridad como Utina.

22 En cuanto a los motivos elegidos por Le Moyne, se dividen en dos grupos: los relativos a la exploración del territorio y construcción del fuerte, con diez composiciones, y los concernientes a los indígenas, con treinta y dos. Este segundo y más numeroso grupo incluye escenas de guerras tribales, ceremonias, fiestas y rituales, como así también

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actividades que demuestran un alto grado de organización comunal, ligadas a la agricultura, caza, conservación y almacenamiento de alimentos. También se cuentan la descripción de un poblado fortificado, una escena de “ejercicios físicos de la juventud” y otra concerniente a los “paseos recreativos del rey de la reina”10. Tal vez la más llamativa es la ilustración de los “hermafroditas”, que son representados ejerciendo sus tareas especiales, que son la de llevar carga, ya sea el aprovisionamiento para las guerras o los heridos en combate. Asimismo, Le Moyne incorpora la representación de una escena en que los indígenas se encuentran extrayendo oro de aluvión, algo que se comprueba —por la inexistencia de este preciado metal en la península de la Florida— fue producto de su imaginación o quizá la expresión de un arraigado deseo de la compañía francesa entera.

Un texto eclipsado por lo visual

23 Si bien Jacques Le Moyne de Morgues ha cobrado celebridad por ser el autor de los testimonios visuales que sirvieron de inspiración a Theodoro de Bry para la ilustración de la empresa colonial hugonota en Florida, ha sido también el autor de un testimonio menos conocido y trabajado por los historiadores, el cual recoge sus impresiones, algunas de las cuales fueron escritas algunos unos años después de esa experiencia, sobre las dificultades que afrontaron los pioneros franceses durante 1564 y 1565. La referencia directa más temprana sobre la obra de Le Moyne proviene de la citada carta de Hakluyt dirigida a su amigo Ralegh. Allí, Hakluyt reconoce cuestiones “de suma importancia”, sobre el viaje de Laudonnière a Florida, que “han sido dibujadas vívidamente en colores” por “el experimentado pintor James Morgues [sic], mientras residió algún tiempo en el Blackfriars de Londres”. Hakluyt también aludió a que estas acuarelas se hicieron bajo el patronazgo de Ralegh, ya que seguidamente le reconoce que estas fueron posibles a expensas de “tus no menores cargos”. Seguidamente, la carta expresa que Le Moyne “fue un testigo directo de las bondades y fertilidad de esas regiones, y ha puesto por escrito muchas singularidades que no han sido mencionadas en este tratado”, en referencia al de Laudonnière que él mismo publicó (Hakluyt 1904, p. 440).

24 Nacido en Dieppe, cerca de 1533, obtuvo probablemente su nombre Morgues de su lugar de origen y sus tres primeras décadas de vida son desconocidas. Su participación en la empresa colonial de Coligny, se debió, según sugiere Hulton, a sus servicios como pintor de la corte del rey Carlos IX (Hulton 1977, p. 4), aunque tampoco se descartan las relaciones personales con otros agentes coloniales oriundos, como él, de Dieppe. La información disponible acerca de los años posteriores al viaje de Florida permiten suponer que a mediados de 1580 se radicó en Inglaterra y que allí mantuvo una fluida relación con John White, artista y viajero como él, con quien intercambió ideas y dibujos, influenciando decisivamente a este último en la confección de algunas motivos, como el de un guerrero y una mujer timucuas11. El círculo de relaciones personales de Le Moyne en Inglaterra se extendió primero hasta Ralegh, como patrón, y por su intermedio a Hakluyt y a Theodoro de Bry, quien hizo su primera visita a Londres en 1587. La introducción que de Bry escribió —en tercera persona— prologando al texto de Le Moyne, permite reconstruir el derrotero de sus testimonios: Él fue conminado por el Rey, a quien le había relatado los sucesos completos una vez que retornó a Francia, para que lo pusiera por escrito en papel, y eso hizo fielmente en su propia lengua. Pero lo mantuvo en privado, para él y sus amigos, y

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no estaba dispuesto a publicarlo. Pero unos años atrás, cuando el buen de Lieja estaba visitando Londres en Inglaterra [sic], hizo una amistad firme con Morgues y recogió información sobre una gran cantidad de cuestiones para hacer con esa historia. Ellos también llegaron a un acuerdo sobre la publicación. Pero Morgues falleció y el dicho Theodor lo adquirió para sí en 1587, comprándoselo a la viuda (De Bry 1977, p. 118)12.

25 Los últimos años de vida de Le Moyne estuvieron dedicados a la pintura naturalista bajo el patronazgo de Lady Mary Sidney, a la sazón madre de Sir Philip Sidney, del círculo social de Ralegh y otros personajes emblemáticos de la colonización inglesa de Virginia. Así fue que Le Moyne se dedicó, como dice Hulton, “a cultivar, hacia el fin de su vida, lo que estaba más cerca de su corazón, la descripción de plantas” (Hulton 1977, p. 11)13. En 1586 apareció la primera publicación en vida de Le Moyne, La Clef des champs, que contenía sus dibujos sobre plantas y pájaros, junto con un soneto dedicado a Lady Mary Sidney, quien había fallecido ese año.

26 La mayor repercusión de la obra de Le Moyne fue, sin dudas, para sus pinturas. Le Moyne no solo trazó los motivos que de Bry puso a disposición de los lectores ávidos de noticias sobre el Nuevo Mundo, en el siglo XVI, sino que también inspiró a otros agentes coloniales, como John White o su compatriota y cosmógrafo real André Thevet. Los vínculos que Thevet tenía con la corte le permitieron acceder a los dibujos de Le Moyne ni bien este retornó a Francia en 1565, y se inspiró en ellos para hacer grabar los retratos de dos jefes indígenas para su publicación en Pourtraits et vies, de 1584 (Hulton 1977, p. 15).

27 Tan deslumbrante fue la obra plástica de Le Moyne que su testimonio escrito permanece eclipsado. Al haber sido publicado por primera vez en latín y en alemán, la versión original en francés se perdió para siempre. La primera edición de la Narrativa de Le Moyne en inglés se hizo en 1875 para la edición de Fred Perkins (Bennett 2001, p. viii). Entre las notables ediciones posteriores se encuentran las de Stefan Lorant, The New World, de 1946, y la que aquí se toma para la traducción al español, preparada por Paul Hulton en 1977 y cuya traducción del latín estuvo a cargo de Neill M. Cheshire. La razón por la cual se ha elegido esta traducción inglesa y no la de Lorant reside en que esta última presenta el texto de una manera muy coloquial y concisa. La traducción de Cheshire, en cambio, mantiene el registro y el vocabulario típico de la época, con la ventaja adicional de que contiene más información en las descripciones y por lo tanto resulta más rica para el análisis.

28 Resta incluir algunas apostillas sobre la presente traducción que es, hasta donde llega el conocimiento de la autora y traductora, la primera disponible en español. Si bien Jean Paul Duviols (2012) ha publicado una edición crítica en español, con inclusión de los cuarenta y dos grabados en una delicada impresión a color, el texto que presenta no corresponde precisamente a la Narrativa de Le Moyne sino a los epígrafes que acompañaban a cada una de las imágenes y cuya autoría es dudosa, ya que muy probablemente, como era frecuente en la colección de los Grandes Viajes, esos epígrafes podrían haber sido escritos por el propio de Bry.

29 Se ha procedido a traducir la Narrativa de Le Moyne completa, exceptuando un extracto que el autor incluye promediando el relato, cuya autoría corresponde a Laudonnière y concierne a las complejas y cambiantes alianzas y confrontaciones entre los franceses y los nativos (Laudonnière 1991). Se ha cotejado la fidelidad de la transcripción de Le Moyne, que por un lado delata cierta despreocupación en lo referido a los indígenas, que ya no representaban una amenaza cuando completó su narrativa, y por otro lado,

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su interés por denunciar las atrocidades de los españoles, que provocaron el fracaso del proyecto colonial hugonote, y que para finales del siglo XVI eran efectivamente interlocutores válidos en tanto enemigos.

30 La traducción que se despliega abajo procura mantener con fidelidad las construcciones gramaticales, la estructura de los párrafos, la puntuación y ciertas palabras que han sido intencionalmente resaltadas en la versión inglesa mediante el uso de cursivas, como por ejemplo algunos nombres propios de barcos o términos timucua.

Traducción de la fuente seleccionada

Narrativa de Jacques Le Moyne de Morgues14

31 El Rey Carlos IX de Francia, habiendo sido advertido por el Almirante de Châtillon15 de no demorar demasiado el envío de refuerzos para aquellos franceses que habían sido dejados por Jean Ribault en Florida para servir allí a los intereses del Rey, ordenó al almirante equipar la flota necesaria para tal propósito. Mientras tanto, el almirante recomendó al rey a un hombre de la nobleza, René de Laudonnière, un amigo de su familia y sin dudas un hombre de muchas virtudes, aunque no tan experimentado en teoría y práctica militar, como lo era en cuestiones navales. A ese hombre el Rey designó como su representante o lugarteniente y le asignó la suma de cien mil francos para la expedición. El Almirante, que estaba dotado de innumerables buenas cualidades y se distinguía por su sentido del deber cristiano, deseó que los negocios del rey sean administrados fielmente. Él instruyó a Laudonnière sobre su comisión y le encomendó que sea completamente leal en el cumplimiento de su deber. Sobre todo, debía elegir los hombres más apropiados y temerosos de Dios como compañeros de su expedición, ya que él profesaba la religión cristiana [hugonota]. Le dijo, además, que reúna tantos hombres con habilidades inusuales en todos los oficios como le fuera posible, y para que lo pudiera hacer más fácilmente, le fue dada una carga con el sello del Rey.

32 En consecuencia, Laudonnière fue a Port Gracious16, el cual los franceses llaman Havre de Grace, supervisó la preparación de los barcos y recorrió el reino entero en la búsqueda más escrupulosa de hombres experimentados (tal como había se le había encomendado), con el resultado, que puedo aseverar sinceramente, de que se aprestaron al viaje hombres de inusuales habilidades en todos los oficios. Gran cantidad de nobles y jóvenes de familias establecidas se unieron a ellos, incitados simplemente por cierta ansiedad de explorar tierras remotas, por lo que emprendieron el viaje a expensas propias y sin paga. Los soldados fueron elegidos entre experimentados soldados, tanto es así que no había entre ellos ninguno que fuera indigno de comandar las filas. De Dieppe fueron convocados dos de los más celebrados comandantes navales de nuestro tiempo, Michel Le Vasseur y el capitán Thomas Le Vasseur, su hermano, ambos al servicio del Rey en la flota real. A mí me fue ordenado unirme a esos hombres y dirigirme por mis medios hasta Laudonnière. A nuestro arribo, él nos recibió amablemente y con espléndidas promesas, siendo bien conscientes de que los cortesanos tienen el hábito de prometer profusamente, quise saber qué es lo que realmente intentaban y por qué motivo el Rey deseaba, como dijo, tomar ventaja de mi lealtad. Él entonces me aseguró que no requerían de mi obediencia sino de mi predisposición. Mi rol preciso debía ser, una vez en las Indias, trazar el mapa de la costa marítima y observar la ubicación de los pueblos y la profundidad y curso de los ríos y

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también de los puertos, las casas de la gente, y todo lo nuevo que hubiera en esa provincia. Llevé a cabo ese encargo lo más fielmente que pude, tal como le mostré a su majestad, cuando después de haber escapado a la extrema traición y crueldad atroz de los españoles, retorné a Francia.

33 Después de eso, el 22 de abril de 1564, nuestros tres barcos desplegaron sus velas y navegaron desde Port Gracious directamente hacia las Islas Afortunadas, las cuales son usualmente llamadas las Canarias por los marineros. Entonces, permaneciendo cerca del Trópico de Cáncer, alcanzamos las Islas de las Antillas, una de las cuales, llamada Dominica, nos proveyó agua fresca, aunque perdimos a dos de nuestros hombres. Seguimos navegando hasta que desembarcamos en la costa de Florida, que ellos llaman Nueva Francia, el domingo 22 del siguiente mes de junio.

34 Cuando fue avistado el río, nombrado Mayo por Ribault y el cual está muy bien ubicado para albergar barcos y donde se podía construir un fuerte, Laudonnière empeñó todos sus esfuerzos en conseguir que se hiciera. Envió de regreso a Francia el barco más grande, el Elizabeth de Honfleur, con Jean Lucas como capitán. Mientras tanto, la línea de la costa fue acosada por una gran asamblea de hombres y mujeres encendiendo fuegos, por lo que comprensiblemente pensamos que debíamos tener cuidado de ellos. Sin embargo, de a poco nos dimos cuenta que ellos no intentaban hacernos daño, dado que veíamos que mostraban muchos signos de amistad y benevolencia. Ellos se desconcertaron en cierto modo cuando notaron la diferencia entre la suavidad y blandura de nuestros cuerpos y los suyos, y la ropa desconocida que vestíamos. Desde luego, las mercancías que recibimos de parte de esos nuevos comerciantes consistían principalmente en cosas que ellos valoran altamente, en efecto, cualquier cosa concerniente a la alimentación o la salud del cuerpo humano, como granos de maíz tostado o en forma de harina, o mazorcas enteras de eso. Además, lagartijas asadas y animales salvajes que son exquisiteces para ellos, y también raíces de varios tipos, algunas de las cuales son comestibles y otras tienen propiedades medicinales. Finalmente, cuando supieron que a los franceses los satisfacía más el metal y las piedras, incluso algunos trajeron [algo de] eso. Pero Laudonnière reconoció la avaricia de nuestros hombres y, decretándolo una ofensa capital, prohibió cualquier comercio o intercambio de oro, plata o piedras preciosas con los indios, excepto si todo era almacenado en común.

35 Mientras tanto, algunos jefes de las tribus que se acercaron a nuestro capitán le dieron a entender que ellos estaban sujetos a cierto jefe más poderoso, llamado Satouriwa17, en cuyo territorio nos adentramos y cuya residencia estaba cercana a la nuestra, y que podía disponer de muchos miles de hombres para la guerra. Por esa razón pensamos que la construcción de nuestro fuerte debía ser inminente. De hecho, ese jefe Satouriwa, por ser un hombre prudente, envió centinelas cada día para ver lo que estábamos haciendo. Cuando él supo, por ellos, que la tierra estaba siendo excavada a lo largo de un contorno delimitado por cuerdas figurando un triángulo, él deseó venir y observar en persona. Pero dos horas antes de su llegada, envió anticipadamente a un oficial con ciento veinte hombres fornidos, haciendo gala de sus arcos, flechas, garrotes y lanzas, y cargados con sus objetos de valor (a la manera india), tales como plumas de diversos tipos, collares hechos de un tipo especial de concha, brazaletes de dientes de pescado, cinturones que constan de bolas plateadas, tanto largas como redondeadas, y muchas perlas sujetadas a sus piernas. Algunos también tenían discos de oro, plata y cobre colgando de sus piernas, de modo que al caminar producían un sonido semejante

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al de unas campanitas. Cumpliendo con su misión, el oficial ordenó construir un refugio con ramas de palmeras, laureles, lentiscos y otros árboles aromáticos, a lo largo de una particular colina, con el fin de acomodar al jefe bajo cubierta. Además, el jefe pudo ver desde esa colina todo lo que ocurría dentro de nuestras defensas y las pocas tiendas y equipamiento de los soldados que todavía no habían sido puestas bajo techo, por lo cual lo más importante era terminar la estructura defensiva antes que invertir esfuerzos en construir cabañas que de todas maneras se construirían más velozmente.

36 Cuando escuchamos venir a la partida, Laudonnière dispuso a sus hombres de tal modo que (si tenía que librar una batalla) él pudiera tener confianza firme en aquellos que la conducirían, a pesar de que los arcabuceros no tenían municiones para su protección. Además, como él había visto al mismo jefe en el primer viaje, cuando Ribault había desembarcado en el mismo lugar, y había conocido ciertas palabras de su lengua, entendió que las ceremonias de recibimiento eran habituales para ellos. Lo mismo cabía para uno de los soldados, un hombre sagaz e inteligente que había acompañado a Ribault en ese viaje y que ahora era uno de los capitanes. Laudonnière decidió que nadie debía ir al pabellón del jefe excepto él mismo, el Señor d’Ottigny, su lugarteniente, y el capitán La Caille.

37 El jefe estaba escoltado por setecientos u ochocientos hombres hermosos, fuertes, resistentes, atléticos y muy entrenados corredores, portando sus armas de la manera en que usualmente lo hacen cuando están por ir a la guerra. Él estaba precedido por cincuenta jóvenes que llevaban jabalinas o lanzas en sus manos. Cerca de él había veinte flautistas que tocaban algo primitivo de forma discordante y desordenada, más bien soplando las flautas tan fuerte como podían. Esas flautas no eran más que unas cañas extremadamente gruesas con dos agujeros, uno arriba donde ellos soplan y otro abajo desde donde sale el aire, al igual que los tubos de los órganos. Al costado derecho del jefe estaba el hechicero, y a su izquierda su consejero principal, sin los cuales él no toma iniciativa alguna. Habiendo entrado solo al lugar que ya habían dejado listo, se sentó a la manera de los indios, esto es, en el propio piso, como un mono u otro animal. Luego, mirando alrededor suyo notó que nuestra pequeña compañía hizo una pausa y ordenó a Laudonnière y a Ottigny, su lugarteniente, que fueran al pabellón, y allí les dio un largo discurso, que ellos solo entendieron en parte. Pero finalmente preguntó quiénes éramos, por qué habíamos entrado en su territorio y no en otro, y cuáles eran nuestras intenciones. Laudonnière contestó por intermedio del capitán La Caille —que había aprendido algo de la lengua de la región, como hemos dicho arriba— que había sido enviado por un rey muy poderoso, que se llamaba el rey de Francia, para invitarlo a hacer un pacto con él, por el cual sería su amigo y aliado, y enemigo de sus enemigos, y esta idea le complació mucho. A continuación, se presentaron regalos de ambos lados como una promesa de amistad y alianza perpetua. Luego de transcurrido ese procedimiento, el jefe se acercó a nosotros y admiró nuestras armas, especialmente nuestros arcabuces, y habiendo avanzado hasta la zanja de nuestro fuerte, le exploró el exterior y el interior, y cuando vio la tierra removida de la zanja y el banco [elevación del terreno], preguntó para qué servían esas cosas. Recibió como respuesta que una edificación estaba siendo construida para hospedarnos a todos nosotros, y que se iban a construir muchas cabañas en ella. Impresionado por esto, dijo que deseaba que esa edificación nuestra fuera pronto terminada. En consecuencia, accedió a nuestra solicitud de proveernos algunos de sus hombres para ayudarnos con la construcción y a continuación envió a ochenta de sus hombres más fuertes y bien acostumbrados al

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trabajo, cuyos esfuerzos nos aliviaron enormemente. Nuestro fuerte fue construido rápidamente y las cabañas terminadas pero Satouriwa, por su parte, nos dejó.

38 Al tiempo que se hizo eso, todos nosotros pusimos nuestras manos a la obra, nobles, soldados, artesanos, marineros y otros, con el propósito de fortificarnos contra el enemigo y protegernos contra el clima, cada uno prometiéndose a sí mismo (confiando en lo que se había entregado y adquirido por el trueque) que pronto seríamos ricos.

39 Una vez que el fuerte fue construido, y terminaron los cuarteles y el edificio más grande en donde el maíz y el resto de las cosas necesarias para la guerra eran almacenadas, Laudonnière empezó a racionar la comida y la bebida de cada uno, a tal punto que después de tres semanas cada hombre recibía diariamente una taza de vino diluida mitad y mitad con agua. En cuanto a los alimentos, de los cuales teníamos grandes esperanzas en ese nuevo mundo, no había más que un bocado, y si los nativos no nos hubiesen compartido su comida cada día, no hay duda que alguno de nosotros habría muerto de hambre, especialmente aquellos que no sabían cómo usar armas de fuego para cazar.

40 Mientras tanto, Laudonnière ordenó a su artesano principal, Jean des Hayes de Dieppe, que construyera dos botes con un casco de, según puedo recordar, treinta y cinco o cuarenta pies de largo, en los cuales fuese posible remontar los ríos y también navegar a lo largo de la costa. Estos estuvieron casi completos en un corto espacio de tiempo.

41 Pero los nobles, que habían cruzado desde Francia a ese nuevo mundo [guiados por] sus propios intereses y equipados muy ostentosamente, se afligieron extremadamente cuando observaron que no habían encontrado allí ninguna de las cosas que se habían prometido a sí mismos e imaginado, por lo que las quejas de muchos de ellos se escuchaban cada día. Por otro lado, Laudonnière era demasiado despreocupado, y estuvo influenciado por tres o cuatro parásitos. Y menospreció a los soldados, especialmente a quienes tendría que haber valorado. Lo que es peor, mucha de esa gente que profesaba que querían vivir de acuerdo con la enseñanza del Evangelio más genuina, estaban muy disgustados con él porque estaban privados de un ministro de la Palabra Sagrada. Pero volvamos al jefe, Satouriwa.

42 Este envió mensajeros a Laudonnière, no meramente para confirmar el tratado que habían celebrado entre ellos, sino también para que este último cumpliera los términos del acuerdo, específicamente probando que era amigo de los amigos del jefe y enemigo de sus enemigos, dado que Satouriwa estaba planeando una expedición contra sus enemigos. Laudonnière le dio al mensajero una respuesta adecuadamente ambigua en ese caso, ya que por ese entonces habíamos descubierto, por un largo viaje arriba del canal más largo del río Mayo, que nuestro vecino enemigo de Satouriwa era mucho más poderoso que él.

43 Habiendo recibido tan fría respuesta, el jefe Satouriwa vino en persona a nuestro fuerte, que había sido llamado Carolina, con doce mil o quince mil hombres. Sorprendido al ver que el sitio estaba tan modificado que no pudo más saltar al otro lado de la zanja, sino que había una entrada extremadamente angosta hacia el fuerte, se dirigió a ella y encontró allí al capitán La Caille quien, como representante del Rey, le anunció que la entrada al fuerte no estaba permitida para una entrevista, a menos que dejara sus hombres atrás o trajera no más de veinte con él. Desconcertado por dicha estipulación, disfrazó sus sentimientos y entró al fuerte con veinte de sus hombres. Una vez allí, se le mostró de todo. Cuando se atemorizó por completo por el estruendo de los tambores y trompetas y por los informes sobre los cañones de bronce que habían sido

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disparados en su presencia, se le dijo que todos sus hombres habían sido vencidos por el miedo y habían huido, lo cual pudo bien haber creído, ya que él mismo habría preferido estar muy lejos de nosotros. Fue así que nuestro nombre se hizo conocido en las provincias vecinas y se exageraron creencias sobre nosotros. Al final, le recordó a Laudonnière la promesa que le había hecho y le dijo que su ejército estaba preparado para partir, las provisiones de alimento estaban listas y los jefes que le obedecían ya habían llegado. Pero cuando no pudo obtener satisfacción, partió solo con sus hombres a esa aventura.

44 Mientras ocurría esto, Laudonnière envió un segundo barco, con el capitán Pierre al mando, de regreso a Francia. En este punto, me gustaría pedirle al lector que considerase cuántos estaban impacientes por volver a casa. Entre otros, un joven aristócrata de nombre Marillac estaba tan ansioso por escapar que prometió revelar a Laudonnière cuestiones que afectaban seriamente su seguridad y reputación, pero con la condición que él [Marillac] no revelaría nada mientras estuviera a bordo, lo cual aceptó el crédulo Laudonnière.

45 El mismo día en que el barco debía partir, un cierto noble llamado el Señor de Gièvre, de distinguida familia, buena naturaleza, temeroso de Dios y muy querido por todos, fue advertido, cinco o seis horas antes de que alguna acusación fuera hecha ante Laudonnière, de que se hiciera aparte porque Marillac estaba fabricando algo dañino contra él. Él siguió esta recomendación y se marchó hacia el bosque para escapar de la furia de Laudonnière, dado que Marillac le había entregado a este último ciertas acusaciones infames, alegando haber sido escritas por mano de Gièvre, en el modo que se sigue: Laudonnière había malversado los cien mil francos otorgados por el rey, ya que no había traído ninguna provisión de grano a ese continente, no había contratado a ningún ministro de la Palabra de Dios (tal como le había ordenado hacer el almirante), había mostrado demasiado favoritismo hacia charlatanes y holgazanes, al tiempo que mostraba desprecio por los hombres de real habilidad, y mucho más que ahora no me viene a la mente.

46 Muchos hombres buenos se angustiaron por el exilio de Gièvre, pero todos se mantuvieron en silencio. Gradualmente, sin embargo, algunos se empezaron a resentir de tan mezquinos suministros de alimento y del hecho de que individuos estaban siendo agobiados con trabajo excesivo y difícil, ciertos nobles en particular, considerando que se le debía mostrar más respeto a ellos. Eventualmente, tan pronto como uno reveló sus sufrimientos a otro, empezó a haber reuniones secretas, primero de cinco o seis personas, a las que se sumaron luego otras más hasta llegar a treinta, antes de iniciar alguna acción. Entre esos que primero comenzaron sus reuniones había un particular íntimo de Laudonnière, y es bastante cierto que los soldados y nobles más distinguidos tomaron parte en las reuniones y persuadieron a los demás de hacerlo, excluyendo de su compañía a aquellos que ellos menospreciaban por no ser lo suficientemente astutos.

47 Cuando consideraron oportuno, fueron hasta el capitán La Caille, a quien no habían todavía revelado su plan porque sabían que este era un hombre recto y que demandaba completa honestidad de todos en el cumplimiento de los deberes oficiales. Ellos le pidieron, por su condición de capitán principal, que se uniera a su causa común y que no se amilanara por elevar a Laudonnière sus reclamaciones, las cuales habían puesto por escrito. La Caille emprendió la tarea oficialmente y dijo que, como lo habían elegido a él para darle curso, la presentaría ante Laudonnière en nombre de ellos, aun si este

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quisiera tomar represalias por ello, o aun cuando la propia vida de La Caille estuviera en peligro, porque él consideraba que sus demandas eran justas. Al día siguiente, que era el Día del Señor, se dirigió temprano a los cuarteles de Laudonnière y le preguntó en nombre de ellos si podía salir hasta el lugar de la asamblea porque había un mensaje para él. Cuando todos estaban reunidos en asamblea Laudonnière llegó con su lugarteniente Ottigny, y cuando prevaleció el silencio el capitán La Caille pronunció un discurso sobre estas líneas: “Señor, los que estamos reunidos aquí afirmamos primeramente que lo reconocemos como el representante de nuestro señor el Rey, quien es supremo en esta provincia, y en cuyo nombre nuestro reclamo se afirma. Nosotros seguiremos su liderazgo en esta valiosa aventura aun si en nombre de su Majestad debemos renunciar a nuestras vidas ante sus ojos, ahora que usted ha logrado crear una situación peligrosa para la mayoría de los que están aquí presentes, incluyendo algunos de rango noble que le han seguido voluntariamente y a sus propias expensas, descuidando su propio beneficio. Primeramente le recuerdan, con debido respeto, que mientras estaban en Francia, les fue prometido a cada uno que encontrarían aquí las provisiones para el año entero y que recibirían suministros frescos para reponer sus existencias antes de que se agotaran. Lejos de tener suficiente alimento por ese período, hay apenas suficientes para un mes. En segundo lugar, los indios están empezando a dilatar los envíos porque se dieron cuenta de que la mayoría de nosotros nos hemos quedado sin artículos para intercambiar, y no le habrá escapado que esos hombres incivilizados no proveen nada que no sea por algo a cambio. Por último, cuando ellos sepan que a nadie le quedan artículos y cuando los soldados quieran presionarlos por comida a los golpes (lo cual algunos ya empezaron a hacer, para gran disgusto de los hombres más razonables), entonces ellos despoblarán el área circundante y de esta manera quedaremos privados de la ayuda que hemos tenido hasta ahora. Si esto ocurre, debemos esperar hambruna. Por ello, y con el propósito de enfrentar esas dificultades, le solicitan a usted urgentemente que encare la reparación y equipamiento del tercer barco, el cual arribó aquí desde Francia y que se encuentra hasta el día de hoy en el río, y poner a bordo a los hombres que usted juzgue apropiados para despacharlos a Nueva España, la cual limita con esta provincia, con el fin de obtener provisiones por medio de la compra o de otra manera. Porque ellos están convencidos de que podemos ser auxiliados por estos medios. Pero si hubiera ideas más viables, ellos las recibirán con gusto”. Esta fue la sustancia del discurso que fue proferido en esa reunión.

48 Laudonnière contestó a ello brevemente. No les concernía a ellos demandar las razones de lo que él había hecho. Respecto de las provisiones, podía dar cuenta de ellas, ya que aún disponía de cierto número de barriles llenos de artículos con los que él podría contribuir a las existencias comunes, de manera que los indios pudieran traer alimento en intercambio por estos. Respecto de enviar a Nueva España, [dijo] que nunca lo haría, pero que a cambio les daría dos botes, que por un largo tiempo estaban siendo construidos para ellos para el reconocimiento de veinte o treinta millas de costa, lo cual les permitiría obtener provisiones más que suficientes para sus necesidades. Con esto concluyó la reunión.

49 Mientras tanto, Laudonnière estaba despachando hombres para explorar las áreas más distantes, especialmente aquellas cercanas al enemigo de nuestro vecino, el gran jefe Outina, que estaba enviando una cantidad de oro y plata, con perlas junto con otras cosas raras, a nuestro campamento por medio de algunos de nuestros franceses que estaban en contacto con ellos. Pero esta misión fue asignada discrecionalmente y por

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esta razón muchos estaban celosos de ellos, pensando que se estaban enriqueciendo rápidamente. Y a pesar de que Laudonnière prometió que todo sería compartido en común, había mucho rencor. Para uno, llamado La Roche-Ferrière, cuya verborrea dio la impresión de que sabía todo, había ganado tal reputación con Laudonnière que este último tomaba su opinión como si fuera un oráculo. No quisiera negar, por supuesto, que tenía cierta dote intelectual. Él se esmeró especialmente en esa nueva empresa, pasó mucho tiempo con el jefe Outina y negoció acuerdos para los productos que se enviaron a nuestra base, por lo cual cinco o seis arcabuceros fueron enviados con Outina, ya sea como un intercambio específico, o porque el propio jefe los necesitaba. Para decirlo brevemente, sus esfuerzos fueron tan exitosos que Outina hizo un pacto con su enemigo en las montañas vecinas, y consecuentemente La Roche-Ferrière escribió a Laudonnière para que le enviara un reemplazo, ya que tenía algo importante que decirle, concerniente al servicio del Rey y de la reputación y beneficio de todos.

50 Habiendo oído esto, Laudonnière envió de inmediato un reemplazo para La Roche- Ferrière, quien regresó a la base y le informó que él había constatado que definitivamente todo el oro y la plata que había sido enviado al fuerte provenía de ciertas montañas llamadas el “Apalatci” [Apalache], y que los indios que lo habían entregado provenían de ese mismo lugar. Pero que todo lo que hasta entonces recibieron en posesión, lo habían adquirido en una guerra contra tres jefes: Potanou, Onatheaqua y Oustaca, que estaban obstruyendo los intentos de ese poderoso jefe Outina de anexar esas montañas. Además, La Roche-Ferrière trajo una pieza de roca extraída de esas montañas, que contenía una considerable cantidad de oro y cobre. Este le solicitó a Laudonnière autoridad para hacer una expedición, por la cual tomaría el riesgo de tan largo viaje con la esperanza de poder llegar hasta esos tres jefes y hacer una estimación de sus fuerzas, y cuando hubo recibido el permiso de Laudonnière, partió.

51 Cuando La Roche-Ferrière se fue, aquellos treinta hombres que habían instigado la manifestación o petición arriba mencionada irrumpieron en la organización del fuerte, del cual planearon tener el control para organizar las cosas de un modo diferente. De esa manera todo podría funcionar más fluidamente [si] los elegían como sus líderes: el Señor de Fourneaux, un gran hipócrita y un hombre extremadamente avaro; un tal Stephen de Genoa, un italiano; y un tercero llamado La Croix, así como también un capitán de los soldados llamado Seignore, un gascón [occitano]. Además, ellos habían convencido a todos los oficiales del ejército, con tres excepciones: Ottigny, el lugarteniente, el Seigneur d’Alac, un noble suizo que era nuestro alférez, y el capitán La Caille. El resto de los soldados estaba tan influenciado por ellos [los rebeldes], que sesenta y seis de los hombres más experimentados y cuidadosamente elegidos prestaron su apoyo. Ellos intentaron convencerme por medio de mis amigos más cercanos, mostrándome una lista de los que habían dado su nombre e incluso amenazando con consecuencias nefastas para aquellos que no hicieran lo mismo. Pero yo les pedí que no me molestaran, ya que les confesé que estaría en contra de ellos en ese asunto. Laudonnière se había percatado de que una conspiración estaba en marcha, pero no sabía quiénes eran sus cabecillas. Alguna corazonada tenía Ottigny, pero vagamente. Al atardecer de la noche en la cual los conspiradores decidieron llevar a cabo sus planes, fui informado por un noble normando, llamado De Pompierre, que los conspiradores habían decidido estrangular a La Caille, con quien yo compartía cuarteles, esa noche, por lo que yo debía irme a cualquier otra parte si valoraba mi vida. Pero como me fue imposible irme a otro lugar ante esa breve notificación, volví a mis

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cuarteles y le dije a La Caille lo que sabía. Él se fue inmediatamente por la entrada de atrás hacia el bosque para esconderse allí mientras yo, encomendándome a la protección de Dios, me dispuse a esperar eventualidades.

52 En plena noche Fourneaux, líder de los conspiradores, vistiendo una coraza y portando un arcabuz, fue con treinta arcabuceros hasta los cuarteles de Laudonnière, y ordenó que los abrieran. Avanzando derecho hacia su cama, le puso el arcabuz en la garganta y agraviándolo con el abuso más terrible, le exigió las llaves del arsenal y del depósito de maíz. Cuando lo hubo desarmado completamente y encadenado sus pies, ordenó que lo llevaran como prisionero al barco que se hallaba en el río frente al fuerte, escoltado por dos soldados que debían custodiarlo. Al mismo tiempo, otro de los suyos, La Croix, encaró armado, con quince arcabuceros, para los cuarteles del lugarteniente Ottigny, pero no lo hirieron, solo lo desarmaron y le prohibieron bajo pena de muerte que saliera antes del amanecer, lo cual prometió. Stephen de Genoa hizo lo propio en los cuarteles de nuestro alférez Arlac, y fue obligado a lo mismo. Simultáneamente, el capitán Seignore, acompañado por los restantes soldados que se habían lanzado al destino de la mayoría, se dispuso a buscar a La Caille con la intención de entregarlo para que fuera asesinado porque se había opuesto abiertamente a sus esfuerzos, cuando le revelaron los planes. Pero a pesar de que se lo buscó por todas partes, ni él ni sus hermanos fueron encontrados. Sin embargo, se llevaron sus armas, junto con la mía, e incluso dieron la orden de que me llevaran a las barracas como prisionero. Pero por los buenos oficios de ciertos individuos honorables entre los nobles, que no simpatizaban con la conspiración pero que se habían impuesto sobre otros, mis armas me fueron restituidas con la condición de que no dejara mis cuarteles antes del amanecer, a lo cual accedí. Entonces él [Signore] visitó las cabañas del resto de los soldados que no habían dado su apoyo y confiscó sus armas, y de esta manera los conspiradores se hicieron con el control.

53 Con Laudonnière preso, como hemos dicho, su lugarteniente Ottigny y el alférez Arlac confinados a los cuarteles sin armas, el capitán La Caille vagando por el bosque y confraternizando con bestias salvajes, y el resto de los hombres de confianza privados de sus armas, los conspiradores pusieron la organización de todo patas para arriba, incluso usurpando el título y el puesto de Laudonnière. Para llevar a cabo el objetivo de los conspiradores más fácilmente, Fourneaux, su líder, supervisó la inscripción en pergamino de un certificado o permiso bajo el nombre de Laudonnière, en la cual este último, como representante del rey de Francia, concedió autoridad a la mayoría de sus hombres (que por entonces sufrían la escasez de maíz) a hacer una expedición a Nueva España en busca de provisión de alimentos, y solicitaba a todos los oficiales, capitanes y otros que tuvieran cargos oficiales bajo los auspicios del rey de España, que colaboraran amablemente con ellos en ese propósito. Laudonnière fue forzado a firmar ese documento que ellos habían preparado. Luego ellos equiparon los botes más grandes, los cuales he mencionado antes, con todos los artículos necesarios de la armería real y con provisiones, y eligieron capitanes y tripulación para emprender la expedición a Nueva España. A cargo de uno de los barcos pusieron al viejo capitán Michel Le Vasseur de Dieppe, y en el otro a un capitán llamado Trenchant, y entonces equipados navegaron desde el 8 de diciembre, acusándonos de reclutas cobardes y amenazándonos de que si rehusábamos aceptarlos en el fuerte cuando retornaran enriquecidos de Nueva España, nos aplastarían.

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54 Sin embargo, mientas esos hombres persiguen la riqueza a través de la piratería, viremos nuestra atención a La Roche-Ferrière. Este había partido para las montañas y se las ingenió cuidadosamente para ganarse la amistad de los tres jefes nombrados arriba, que eran los enemigos más acérrimos del jefe Outina (con quien él había estado en contacto por algún tiempo). Asombrado por lo que vio de la organización de ellos y su riqueza, envió a Laudonnière, al fuerte, muchos presentes que esos jefes le habían entregado. Entre ellos había discos planos de oro y plata, tan grandes como un plato de talle mediano, con los cuales ellos están acostumbrados a cubrir sus pechos y espalda cuando van a la guerra, una buena cantidad de oro impuro aleado con cobre, y de plata pobremente refinada. Además envió aljabas cubiertas con una variedad de pieles y con puntas de oro en sus flechas, una gran cantidad de material hecho de plumas y con terminaciones entretejidas con juncos teñidos en diferentes colores, también piedras verdes y azules (que algunos juzgaron ser esmeraldas y zafiros) con forma de cuña, que ellos utilizan en lugar de hachas para cortar madera. Laudonnière les envió a cambio lo que pudo, por ejemplo, canastas de mimbre algo más bien gruesas, un número de hachas y sierras y otras mercancías parisinas baratas, y ellos se vieron ampliamente recompensados por esas cosas.

55 A causa de esos tratos, La Roche-Ferrière se ganó el intenso rencor del jefe Outina, y especialmente el de todos sus súbditos, que le tenían tal aversión que no soportaban siquiera escuchar el sonido de su nombre, pero lo llamaban Timogua, esto es, enemigo. No obstante, La Roche-Ferrière retuvo la buena voluntad de los otros jefes y pudo retornar a nuestra base por otra ruta, ya que muchos arroyos desembocan en canal más grande que el río Mayo, quince o dieciséis millas por debajo del dominio del jefe Outina. No creo que divague demasiado si menciono que un cierto soldado fue influenciado por el ejemplo de La Roche-Ferrière y solicitó permiso para dejar a Laudonnière y así poder hacer sus negocios en otra región. Ciertamente lo obtuvo, pero se le advirtió que pensara seriamente de antemano lo que estaba por emprender, ya que era posible que pagase con su vida por ese negocio en el que se involucró, que resultó ser lo que ocurrió. Entonces, cuando se le concedió el permiso, ese joven soldado fuerte y entusiasta, que había sido criado desde corta edad en la casa del almirante de Chatillon [sic] y cuyo nombre era Pierre Gambié, dejó el fuerte solo, sin un asistente y, cargado con mercancías baratas y con sus armas, comenzó a comerciar a través de la provincia. Tanto éxito tuvo en sus transacciones que alcanzó cierto poder sobre los nativos, a quienes con frecuencia forzaba a que transmitieran mensajes para nosotros. Eventualmente llegó hasta cierto jefe, Adelano, que vivía en una pequeña isla en el río, y entabló una relación tan cercana que se convirtió en íntimo amigo y el jefe incluso le hizo entrega de su hija. Si bien estaba conmovido por tan grande honor, él sin embargo dedicó sus energías a acumular riquezas. De hecho, cuando quedó en completo control durante la ausencia del jefe, trató de forma tan tiránica a los propios hombres del jefe que los forzó a buscar lo que no podían encontrar, y al final se hizo odiar por todos ellos, pero como era el estimado por el jefe nadie osó quejarse. Ocurrió que él pidió permiso del jefe para viajar al fuerte, dado que hacía doce meses que no veía a sus amigos. Obtuvo su permiso con la condición de que regresara dentro de unos pocos días. Él recogió la riqueza que había adquirido y la cargó en una canoa o esquife que le dieron, junto con los dos indios que lo conducirían, [y] se despidió del jefe. En el transcurso del viaje, uno de sus compañeros, meditando sobre el recuerdo de haber sido golpeado un tiempo atrás por ese soldado y tentado por su botín, llegó a la conclusión de que una oportunidad semejante para vengarse y saquear no podía ser

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desechada. En consecuencia, mientras el soldado estaba inclinado con la guardia baja, el indio agarró un hacha que estaba apoyada cerca del hombre y le partió la cabeza. Tomando sus riquezas, huyó en compañía del otro indio, como veremos más adelante en la ilustración final.

56 Debemos volver ahora a la liberación de Laudonnière y al reporte de lo que ocurrió después de la partida de nuestros hombres, que incluso se habían llevado algunos pequeños barriles de fino vino español traído por Laudonnière y a su criada, la cual estaba siendo reservada para el uso de los enfermos. Mientras el capitán La Caille vagaba por los bosques, supo a través de su hermano menor, de quien recibía la mayor cantidad de cosas posibles, acerca de la partida de aquellos que habían planeado su muerte, y regresó de inmediato al fuerte. Puso su corazón en los que quedaban y los instó a tomar las armas nuevamente (ya que aquellos que se habían ido no habían resultado necesarios). Estos lo sacaron del barco y liberaron a Ottigny, el lugarteniente, y a Arlac, el alférez, de sus cuarteles con total seguridad. Se pasó lista y cada uno fue obligado a prestar un nuevo juramento, tanto de lealtad hacia el Rey como de resistencia al enemigo, que incluía a aquellos que habían abusado de nosotros tan escandalosamente. Se apuntaron cuatro comandantes sobre cuatro compañías, en las que se dividió a la asamblea entera, y cada uno retornó, así, a sus propias tareas.

57 Mientras ocurría esto, un joven noble oriundo de Poitou llamado Señor de Groutaut, vino al fuerte. Este fue enviado por La Roche-Ferrière, con quien había estado en constante compañía, incluso en la expedición hasta los tres jefes que vivían cerca de las montañas “Apalatci”. Este trajo la noticia de que uno de esos tres jefes era muy devoto de los cristianos, que era rico y poderoso, y que disponía de cuatro mil hombres permanentes en armas, y que le solicitó a La Roche-Ferrière que le hiciera llegar a Laudonnière su oferta para concertar (si este último lo deseaba) un trato permanente entre ellos. Dado que él entendía que ellos [los franceses] estaban en la búsqueda de oro, el podía dar su palabra, en cualquier condición, de que si recibía un centenar de arcabuceros de parte de Laudonnière, él ciertamente los haría retornar como amos victoriosos de las montañas “Apalatci”. Desconociendo los disturbios que se habían suscitado en el fuerte, La Roche-Ferrière le prometió hacerse cargo de esas cuestiones, y no puede haber duda de que, si no hubiésemos sido tan vergonzosamente abandonados por la mayoría de nuestros hombres, habríamos tomado el riesgo de esa aventura y finalmente habríamos conocido la actitud de ese jefe hacia nosotros. Pero Laudonnière reflexionó que si permitía irse a un centenar de nuestros hombres, no habría quedado nadie para vigilar el fuerte, y postergó la expedición hasta que llegasen refuerzos desde Francia. Él razonablemente no confiaba demasiado en los indios, especialmente desde que los españoles le advirtieron que no lo hiciera. Pienso que no será irrelevante que en este punto sobre la discusión de los indios, cite extractos de la historia de Florida compilada y publicada por Laudonnière18. […]

58 Volvamos ahora a nuestros nobles y soldados que habían partido para Nueva España para adquirir provisiones. Habiendo desembarcado en la isla de Cuba, capturaron una cantidad de barcos, algunos sin mucha dificultad, completos de toda clase de provisiones, como mandioca, aceite de oliva y vino español. Ellos se apropiaron de esos barcos para su propio uso, abandonando sus propias embarcaciones. No contentos con ese botín, desembarcaron en otros varios puntos de la isla y saquearon, con el resultado de que creían que volverían con un botín valuado en dos mil coronas por cabeza. Después capturaron, no sin lucha, un barco veloz de tesoro, y en este al gobernador de

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cierto puerto de la isla llamado La Havana [sic]. El gobernador les ofreció una larga suma de dinero para que lo liberasen a él y a sus dos hijos. Ellos acordaron en el precio pero estipularon que debía agregarse a esa suma cuatro o seis monos pequeños llamados sagoins [mono tití], que son muy graciosos, y el mismo número de loros, de los cuales se encuentra una gran variedad en la isla, y el gobernador seguiría cautivo en el barco hasta que se pagara el rescate. El gobernador aceptó y para que se diera curso a la transacción con rapidez, pidió permiso para mandar a uno de sus hijos con su esposa, con una carta que contenía los términos del rescate.

59 Nuestros franceses leyeron y aprobaron la carta como estaba escrita, sin notar nada mal en ella, y fue enviada a La Havana [sic] con la pinaza del barco. Sin embargo, aunque ellos pensaban que estaban siendo astutos y cautelosos, no escucharon las palabras que el gobernador le susurró al oído a su hijo, a saber, que su mujer no debía hacer nada de lo que estaba escrito en la carta, sino que por medio de los jinetes apostados en todos los puertos de la isla, debía hacer correr la voz de que debían enviarle ayuda. La mujer llevó a cabo las instrucciones de su marido tan concienzudamente que al atardecer nuestros agresivos franceses estaban rodeados por dos grandes barcos, muy bien equipados con buena cantidad de cañones de bronce dispuestos en ambos lados, y por un enorme barco de embestida. Considerando que estaban encerrados por la estrechez de la boca del puerto, se alarmaron en extremo, pero algunos de los soldados, concretamente veintiséis, saltaron a un pequeño bote para reconocimiento que se hallaba en el puerto, con el propósito de huir más fácilmente y con menos peligro del cañón, cortaron la soga del anglo y combatieron mientras se hacían paso por el medio de los enemigos. Pero el resto de los soldados (que estaban en el barco veloz con el gobernador) fueron capturados y conducidos a tierra firme (aparte de los cinco o seis que fueron asesinados en la refriega) y encadenados, algunos de ellos vendidos y deportados a otros lugares, incluso tan lejanos como España y Portugal.

60 Entre los que escaparon estaban tres de los conspiradores principales, Fourneaux, Stephen de Genoa y La Croix. El piloto Trenchant, quien había sido abducido por la fuerza, también estaba entre ellos, junto con cinco o seis marineros. Estos al darse cuenta de que no había provisiones en el bote de reconocimiento y que tampoco tenían ninguna esperanza de obtenerlas, decidieron retornar a Florida mientras los demás estuvieran dormidos, y de hecho lo hicieron. Mientras navegaban hacia el norte, los soldados estaban indignados en extremo porque tenían miedo de Laudonnière. Finalmente decidieron dirigirse a la boca del río de Mayo en búsqueda de provisiones, ya que conocían muchos indios de los cuales obtener provisiones, y luego encarar al mar nuevamente y probar suerte, sin que lo supieran los del fuerte. Entonces, cuando alcanzaron la boca del río, anclaron y comenzaron la búsqueda de provisiones, por lo cual algunos indios fueron directamente a informarle a Laudonnière. Enterado de esto, Laudonnière requirió que el barco se presentara enfrente del campamento y que fueran a encontrarse con él, pero el capitán La Caille le suplicó que pensara mejor la cuestión, porque era posible que ellos no obedecieran sus instrucciones y que por el contrario huyeran, por lo cual se frustraría la oportunidad de un castigo ejemplar sobre ellos. Laudonnière preguntó “¿entonces qué propone usted que deba hacerse?”, y La Caille dijo “Permítame, por favor, veinticinco arcabuceros, que yo los pondré en nuestra pinaza ocultados con sus velas, y al atardecer me acercaré bastante al barco de reconocimiento, a una distancia desde donde verán solo dos o tres de nosotros con un par de timoneles, y no le prestarán demasiada atención aunque nos aproximemos

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bastante cerca. Pero cuando estemos al lado del bote mis soldados se incorporarán de golpe y los abordará”. Este plan fue aprobado y los soldados embarcaron en la pinaza, que fue avistada al amanecer del día siguiente por el guardia del bote, quien despertó a la compañía entera. Cuando ellos vieron nuestra pinaza y reconocieron a la distancia a La Caille con dos soldados más, le permitieron acercarse sin tomar sus armas, pero después de que nuestra pinaza se puso al lado de su bote, nuestros soldados saltaron de repente y los abordaron. Tomados por sorpresa, ordenaron a sus hombres empezar a disparar y correr por sus armas, pero demasiado tarde, porque les fueron privadas inmediatamente. Estos fueron notificados de que debían presentarse ante el lugarteniente del Rey, lo cual los consternó porque se dieron cuenta de que sus vidas estaban en grave peligro. Una vez que se los escoltó hasta el fuerte, se dictó sentencia a los tres conspiradores principales, y los condenados fueron ejecutados. El resto del grupo fue perdonado, aunque fueron antes relevados del servicio, y no hubo posteriormente ninguna otra sedición.

61 Después de que se resolvió ese asunto siguió una gran hambruna porque los indios, tanto los cercanos como los lejanos, cortaron vínculos con nosotros por muchas razones. En primer lugar, porque no se les daba nada a cambio de provisiones. Luego, porque muy a menudo habían sido tratados violentamente por nuestros hombres en sus intentos de obtener provisiones —de hecho, algunos habían sido tan insensibles, y casi podría decir perversos, como para incendiar sus casas, pensando que así podrían extorsionarlos más fácilmente para obtener provisiones—. Pero las cosas se pusieron tanto peor, que había que recorrer tres o cuatro millas para poder encontrar a algún indio. Sumado a esto, la guerra contra el poderoso jefe Outina, que no mencionaré porque Laudonnière lo ha descripto en el libro que ha compilado sobres sus viajes19. Para resumirlo, si alguien quisiera describir en detalle las privaciones a las que estuvimos reducidos, sería una historia muy triste. Mi propósito es solamente escribir lo que sucedió de la forma más breve posible.

62 En consecuencia, cuando algunos hubieron muerto de hambre y el resto estaba tan raquítico que la piel colgaba de los huesos, e incluso Laudonnière desesperaba por recibir ayuda de Francia (ya que habíamos venido aguantando en ese lugar dieciocho meses), por común acuerdo se resolvió buscar el modo de retornar a Francia. Al final se decidió que el tercer barco que había llegado desde Francia debía ser reacondicionado lo más posible y la estructura sobre cubierta agrandada con tablones, y que mientras los carpinteros se dedicaban a ese trabajo, los soldados debían ir a lo largo de la costa para buscar comida.

63 Sin embargo, mientras nos estábamos poniendo fuertes para el trabajo, un cierto capitán inglés de nombre Hawkins desembarcó luego de una larga distancia de viaje y se presentó a nuestro fuerte en una pinaza. Viéndonos en tal miserable estado, nos ofreció sus servicios en cualquier cosa que pudiera hacer para asistirnos, e incluso superó sus ofrecimientos, ya que le vendió a Laudonnière uno de sus barcos por un precio extremadamente razonables y algunas tinajas de harina con los cuales se hicieron bizcochos para nosotros, y habiendo obsequiado un número de tinajas con frijoles y guisantes, aceptó algún cañón de bronce —como promesa de pago— y partió.

64 Satisfechos en extremo como estábamos por haber adquirido un barco adicional al que los carpinteros había reacondicionado, además de provisiones suficientes para nuestro viaje de regreso, se decidió destruir nuestro fuerte antes de nuestra partida, por dos razones. Primero, para que no fuera de utilidad para los españoles (quienes, nosotros

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sabíamos, querían venir a ese lugar) después de que lo hubiéramos dejado, si ellos volvían contra los franceses. Segundo, para que Satouriwa no se apoderase de él cuando fuese abandonado. Por lo tanto, lo destruimos.

65 Pero cuando estábamos preparados para el viaje y por tres semanas esperando viento favorable para navegar fuera de la provincia, arribó una flota de siete barcos, contra toda esperanza, comandada por el famoso y muy talentoso Jean Ribault, quien había sido enviado como sucesor de Laudonnière para llevar a cabo lo que el Rey ya había comenzado. En consecuencia, los inesperados refuerzos trajeron la más grande alegría para todos. Cuando tiraron las anclas, Ribault llegó a la costa con un número de oficiales y muchos nobles y otros, y dio gracias a Dios por habernos encontrado con vida y satisfacer nuestras necesidades, ya que se le había dicho que estábamos todos muertos. Así fue que Dios nos concedió felicidad, en lugar del largo sufrimiento que habíamos padecido. Para cada uno de ellos fue generoso en compartir la comida y otras cosas buenas que habían traído en abundancia. Y todos ellos hicieron un esfuerzo para complacer a sus amigos o parientes o compatriotas, de cualquier modo que pudieran, para que todo resonara con alegría. Pero tuvo muy corta vida, como veremos después. Dado que Ribault deseaba descargar en tierra sus mercancías, provisiones de alimento y otras necesidades militares, dio órdenes de sondar la profundidad del estuario del río con una plomada, pero encontrándolo demasiado poco profundo para que pudiesen entrar los barcos más grandes, ordenó que solo los tres más chicos entraran en el río. El más grande, llamado Perla, estaba capitaneado por su propio hijo, Jacques Ribault, a quien se le asignó como lugarteniente al capitán Vallard de Dieppe. El capitán Maillard, también de Dieppe, comandaba el segundo, y el capitán del tercero era cierto noble, Machonville. El cuarto barco estaba en alta mar —porque lejos de la costa el mar estaba extremadamente calmo— y fue descargado por chalupas y botes.

66 Siete u ocho días después del arribo de Ribault, cuando todos los nobles, soldados y marineros estaban en tierra (además de los pocos que habían quedado de guardia en los cuatro barcos más grandes) y deliberando entre ellos sobre la construcción de edificios y la reconstrucción del fuerte, algunos soldados que habían ido a la playa para dar un paseo vieron cerca de las cuatro de la tarde a seis barcos acercándose a nuestro cuarto [barco] que estaba anclado. Los soldados ordenaron reportar inmediatamente a Ribault y cuando llegó algo después se le informó que seis barcos grandes habían tirado ancla cerca de los nuestros y que por eso estos cortaron sus sogas y se dieron a la fuga con todas las velas desplegadas, y los seis barcos que habían anclado los persiguieron (y Ribault, junto con muchos otros, llegó a tiempo para ver esa persecución). Pero nuestros cuatro barcos, estando equipados con mejores velas que los otros seis, pronto se nos perdieron de vista. En el siguiente cuarto de hora los otros seis también desaparecieron —un hecho que nos preocupó extremadamente toda la noche, durante la cual Ribault ordenó que todos los botes y embarcaciones menores fuesen preparadas y también hizo desplegar quinientos o seiscientos arcabuceros en la costa listos para abordar los botes si era necesario—. Después que pasamos la noche de esta manera, el más grande de los cuatro barcos (que llevaba el signo de la Trinidad) comenzó a avistarse cerca del siguiente mediodía, dirigiéndose directamente hacia nosotros. Entonces vimos al segundo, comandado por el capitán Cossette, y por fin al tercero y muy poco después al cuarto, y nos hicieron señas de que fuéramos hasta ellos. Pero temiendo que algún enemigo hubiese capturado nuestros barcos y que estuvieran

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haciendo eso para atraernos, Ribault se negó a exponer a sus soldados al peligro, aunque ellos hubiesen embarcado los barcos de muy buena gana.

67 Como los barcos no podían acercarse más a la costa por los vientos adversos, el capitán Cossette escribió una carta a Ribault. Un marinero la agarró y se zambulló en el mar, con gran riesgo de su vida. Después de que hubo nadado por un largo tiempo nuestros hombres lo vieron y enviaron en seguida un bote para que lo recogiera y lo llevara hasta Ribault. Y esto es lo que decía la carta: “Capitán Ribault, señor, ayer cerca de las cuatro de la tarde avistamos una flota española de ocho barcos, seis de los cuales anclaron cerca nuestro, pero habiendo notado que eran españoles, cortamos nuestras sogas y desplegamos las velas. Ellos inmediatamente desplegaron las suyas y nos persiguieron durante toda la noche, disparando muchos tiros contra nosotros, pero viendo que no nos pudieron atrapar, echaron amarras cinco o seis millas costa abajo, sacando de los barcos una gran cantidad de negros armados con espadas y azadas. En este asunto usted decidirá de acuerdo con su buen juicio”.

68 Una vez que leyó la carta, Ribault reunió a sus hombres principales en una asamblea que consistía en casi treinta oficiales, además de los nobles, funcionarios y otros administradores. La parte más razonable de este consejo era de la opinión de que el fuerte debía ser reconstruido y fortificado lo antes posible y que una gran parte de los soldados, bajo el liderazgo de Laudonnière, hombres que conocían las rutas, debían ser despachados al lugar donde estaban los españoles, y por lo tanto se esperaba que con la ayuda de Dios la cuestión se resolviera rápidamente. Dado que esa provincia no estaba bajo jurisdicción española, las fronteras más cercanas estaban trescientas o cuatrocientas millas de distancia. Pero Ribault se dio cuenta que todos se inclinaban sobre este punto de vista y dijo: “Caballeros, habiendo escuchado su opinión, me gustaría proponer también la mía, pero pienso que primero deben saber que antes de dejar Francia recibí de parte del almirante una carta, cuya última parte dice, escrito por su propia mano: ‘Ribault, hemos sido advertidos que los españoles quieren atacarte, si no cedes ni un palmo, estarás haciendo lo correcto’. Por eso les digo francamente que si seguimos su plan, es probable que los españoles no esperen nuestro ataque y que huyan y se embarquen nuevamente, y de esta manera nos perderíamos la oportunidad de liberarnos de los que deseaban destruirnos. Pero me parece un plan más efectivo embarcar a todos nuestros soldados en los cuatro barcos que tenemos anclados e ir directamente a atacar sus barcos que todavía están anclados en el sitio donde desembarcaron. Cuando los hayamos tomado, iremos a la costa y les daremos batalla con mucha más confianza, en donde ellos desembarcan, ya que no tendrán más refugio que la empalizada que los negros acaban de hacer”.

69 Por entonces Laudonnière, que estaba bien informado acerca del clima en esa región, le dijo que primero era necesaria una cuidadosa observación, antes de que los soldados embarcasen nuevamente, ya que para ese tiempo del año los tornados o tifones, llamados huracanes por los marineros, brotan de repente y combaten la costa entera en un grado asombroso, y por esa razón prefería el primer plan. Por esa y otras razones el resto dijo que también lo apoyaba. Ribault, solo, rechazando la opinión de los demás, se mantuvo firme en su plan, del que deseó que fuese aprobado por Dios, para que Él enseñe a Su propio pueblo una lección y destruir al impío enemigo. Y además, no satisfecho con sus fuerzas, le solicitó a Laudonnière sus capitanes y alférez y este no se atrevió a negarse. Entonces todas las tropas de Laudonnière, viendo que sus líderes se iban, los siguieron. Incluso yo, cuando los vi a todos preparándose para partir,

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embarqué con los demás, aunque estaba rengo, todavía sin haberme recuperado de una herida en la pierna recibida en la batalla librada contra Outina.

70 Cuando todos los soldados estaban a bordo, solo necesitábamos buen viento por una hora o dos para alcanzar al enemigo, pero cuando estábamos a punto de zarpar el viento cambió y sopló en nuestra contra, desde el punto hacia el cual nos dirigíamos, por lo que debimos esperar un viento más apropiado por dos días con sus noches. Dado que el cambio de viento parecía ser inminente al tercer día, Ribault ordenó a todos los capitanes que inspeccionaran a sus tropas. Cuando inspeccionaban las tropas de Laudonnière, Ottigny encontró que yo no estaba bien recuperado, y por lo tanto me pusieron en un bote junto con otro soldado, un sastre, que le estaba haciendo ropas para el regreso a Francia, y me hicieron retornar al fuerte en contra de mi voluntad. Luego, cuando levaron anclas, se desató de repente una tormenta tan temible que los barcos fueron forzados por su propia seguridad a dirigirse al mar abierto de inmediato. Pero el viento no amainó y fueron llevados por el huracán hacia el norte, más de cincuenta millas del fuerte, y los barcos dieron contra las rocas costeras y se partieron. Sin embargo todos los hombres se salvaron, excepto un noble de la familiar del Almirante de Châtillon, cuyo nombre era La Grange, un capitán y hombre de gran experiencia, dotado de muchas cualidades, que se ahogó. Los barcos españoles también naufragaron y quedaron partidos y destruidos.

71 Mientras la tormenta continuaba, los españoles, sabiendo que los franceses habían embarcado y suponiendo que habían sido destruidos por el naufragio en esa tormenta, pensaron que podían capturar nuestro fuerte con facilidad. Aunque la lluvia era tan fuerte y continua que parecía que la inundación fuera a destruir todo, los españoles no se abstuvieron de marchar toda la noche hacia nuestro fuerte. Esa misma noche, aquellos que sabían cómo portar un arma, se mantuvieron en vigilia continua, porque de los ciento cincuenta aproximadamente que permanecíamos en el fuerte, escasos veinte estaban en condiciones de defenderlo, ya que Ribault, como he dicho, se había llevado a todos los soldados más capaces y dejado a cuarenta o cincuenta que estaban enfermos, mutilados o heridos por las batallas contra el jefe Outina. El resto eran criados o artesanos (quienes nunca habían oído el disparo de un arcabuz), o comisarios del rey más capaces para empuñar la pluma que la espada. Asimismo, había algunas mujeres cuyos maridos, en su mayoría, se habían ido en los barcos. Incluso Laudonnière yacía enfermo en cama.

72 Cuando se hizo de día y no se divisaba a nadie desde el fuerte, el Señor de la Vigne, a quien Laudonnière le había delegado el comando de la guardia, apiadado por los soldados que se habían empapado y estaban exhaustos por su vigilia incesante, les ordenó que tomaran un pequeño descanso. Apenas habían dejado de lado sus armas y dirigido a sus cuarteles cuando los españoles, conducidos por un francés, François Jean, que había traicionado a sus propios camaradas, irrumpieron en el campamento simultáneamente en tres puntos y sin encontrar resistencia. Haciéndose del control de las barracas, impusieron sus normas y luego recorrieron los cuarteles de los soldados, asesinando a cuantos encontraron, y los gritos y quejidos aterradores de los que estaban siendo masacrados se escuchaban desde donde estábamos.

73 Por mi parte, siempre que me viene a la mente el fabuloso milagro que Dios (para quien seguramente nada es imposible) hizo en mi nombre, me pierdo en la maravilla y me suspendo como en un sueño. Al regreso de mi deber de guardia, y habiendo dejado a un lado mi arcabuz, me eché en mi hamaca, que había colgado a la manera de Brasil,

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completamente mojado con la esperanza de dormir un poco. Pero escuchando los gritos, los choques de las armas y el sonido repetido de los golpes, pegué un salto y me dirigí hacia fuera para ver qué pasaba, cuando me encontré en la propia puerta con dos españoles con sus espadas desenvainadas en sus manos que se dirigían a los cuarteles, sin arrimarse a mí (aunque yo los había rozado). Pero yo seguí adelante y no viendo otra cosa que una carnicería y que incluso los españoles habían tomado el control de las barracas, retrocedí y me fui directo a la tronera (donde el cañón estaba disparando), sabiendo que podía saltar más fácil desde ahí. Ahí encontré a cinco o seis de mis camaradas que habían sido asesinados, dos de los cuales yo conocía, llamados La Gaule y Jean du Den. Entonces salté a la zanja, la crucé e inicié solo mi camino en subida hasta llegar a un bosque. Después de descansar en un lugar prominente en una colina donde Dios primero me devolvió mis sentidos, porque ciertamente lo que ocurrió durante mi huida de los cuarteles ocurrió como si hubiese estado fuera de mí. Sin embargo, habiendo suplicado a Dios que me aconsejara lo que debía hacer en esa situación tan desesperante, a instancias de Su Espíritu me adentré en un bosque cuyas pistas me eran completamente familiares por haberlas frecuentado en el pasado. No recorrí mucho hasta que encontré, para gran deleite de mi corazón, a cuatro franceses, y luego de consolarnos mutuamente empezamos a discutir qué hacer. Algunos eran de la opinión que debíamos quedarnos en ese punto hasta el día siguiente, cuando posiblemente se hubiera aplacado la furia de los españoles, y ponernos en sus manos antes que quedarnos allí expuestos al apetito de bestias salvajes o a la muerte por hambre, que habíamos aguantado tanto en otras ocasiones. Otros no estaban de acuerdo con esta opinión y decidieron ir en búsqueda de un poblado indio distante donde pudiéramos vivir hasta que Dios nos mostrara otro camino. “Hermanos”, les dije, “no acuerdo con ninguna de sus opiniones, pero si confían en mí, yo los puedo guiar a través del bosque hasta la costa del mar, donde posiblemente sepamos algo de los dos barcos más chicos que entraron al río con instrucciones de Ribault de descargar las provisiones traídas de Francia”. Ellos consideraron impracticable mi plan y partieron hacia [donde habitan] los indios, dejándome solo. Pero Dios, apiadándose de mis infortunios, me proveyó de otro compañero, llamado Grandchemin, un soldado que fue enviado por Ottigny al fuerte, como dije arriba, para coser ropas para él. Le propuse mi plan a ese hombre, como había hecho con los otros, esto es, buscar la costa para descubrir los dos barcos más chicos. Mi plan fue aprobado, y después de andar todo el día, finalmente salimos del bosque. Pero para alcanzar nuestro destino todavía tuvimos que cruzar pantanos densamente cubiertos de juncos altos (una ruta extremadamente difícil), y agotados como estábamos por tales esfuerzos, la noche nos agregó la carga de su continua lluvia cayendo sobre nosotros, y con el agua de los pantanos de juncos por la cintura, debido a la marea alta. La primera noche transcurría así con tales infortunios.

74 Cuando salió el sol no avistábamos todavía la costa del mar, el soldado me dijo indignado que prefería abandonarse en manos del enemigo y que debíamos retornar con ellos, ya que se iban a dar cuento de que al ser artesanos ellos podrían admitirnos, o incluso si lo hacían, que era mejor ser asesinados por ellos que languidecer en ese miserable estado. Intenté persuadirlo de tales intenciones pero mis esfuerzos fueron en vano. Al contrario, cuando estaba a punto de dejarme, accedí a prometerle que volvería con él hasta donde estaban los españoles. Entonces, cuando habíamos retrocedido hasta el bosque, y ya avistando al fuerte, pude oír el ruido de los festejos de los españoles y me perturbó tanto que le dije al soldado: “amigo y compañero, te ruego que no vayamos allí, sino que nos quedemos un poco más aquí, ya que Dios nos mostrará algún camino

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para nuestra seguridad, ya que Él tiene tantas maneras desconocidas para nosotros, y nos liberará de esas dificultades”. Luego me abrazó y me dijo “Yo me voy, me despido”. Yo subí a un punto apenas más elevado para ver que pasaba con el. Los españoles lo pillaron cuando bajaba de la colina y seguidamente una banda de soldados se dirigió hacia el, y cuando estuvieron cerca el se arrodilló, suplicando por su vida, pero lo atacaron con tanta furia que con hachas lo cortaron en pedazos, a los cuales atravesaron con sus picas y lanzas. Yo me escondí en el bosque y recorrí una milla hasta que me encontré con alguien de Rouen, cuyo nombre era La Crete, y un isleño de Flandes, Eli des Planques, junto con la criada de Laudonnière que había recibido una herida en el pecho. Entonces, nos dirigimos hacia la llanura costera y antes de emerger del bosque encontramos a Laudonnière y otro hombre llamado Bartholomew, quien había sido seriamente herido en el cuello por una espada. Finalmente, cuando sumamos todavía más gente, nuestro número aumentó hasta catorce o quince. Sin embargo, ya que uno de nuestra compañía, un carpintero llamado Le Challeux, ha descripto brevemente el desastre, no diré nada al respecto20. Solo agregaré que después de haber pasado dos días con sus noches en pantanos y juncales, con el agua hasta la cintura, y junto a Laudonnière, que era buen nadador y estaba acompañado por un joven de Rouen, cruzamos a nado tres ríos grandes hasta que fuimos capaces de ver nuestros barcos. Al tercer día, por la gracia de Dios y el esfuerzo de los marineros, los alcanzamos a salvo.

75 Ya he dicho arriba que por las aguas poco profundas Ribault no pudo llevar los cuatro barcos más grandes hasta el estuario del río para descargarlos, sino que únicamente los tres más chicos entraron al río. El más grande de estos21 estaba comandado por su hijo Jacques Ribault, quien había llevado su barco directo hacia el fuerte, y aunque estuvo anclado allí mientra los españoles perpetraban su matanza, no dio orden de disparar (cuando no había escasez de munición). Él en cambio quiso llevar el barco hasta la boca del río, pero los vientos fueron contrarios durante todo ese día. Mientras tanto, no respondió a los españoles que lo presionaban para que se rindiese, ya que, según estos decían, querían hacer la paz en buenos términos. Cuando vieron que se esforzaba para llevar el barco hasta el mar, enviaron en un bote que se utilizaba en el fuerte al trompetista con el traidor, François Jean (el que había conducido a los españoles hasta el fuerte), para invitarlo a negociar un acuerdo. Y pese a que el traidor era tan desvergonzado como para no vacilar en subirse al barco de Jacques Ribault, este no tuvo coraje para arrestarlo, y lo dejó libre, aun contando con sesenta soldados además de los marineros. Pero tampoco los españoles osaron atacar a Ribault, aunque tenían botes y esquifes en abundancia.

76 Finalmente, al día siguiente Jacques llevó el barco hasta la boca del río, donde encontró a los otros dos más pequeños casi desprovistos de tripulación porque la mayoría, y los mejores hombres, habían seguido a Jean Ribault. Cuando se percató de esto, Laudonnière decidió que uno de los barcos debía ser provisto con la tripulación y equipamiento de los otros dos, que serían desmantelados. Luego conferenció con Jacques sobre la posibilidad de ir en busca de su padre, y sobre el mejor modo de hacerlo. Este le contestó que quería volver a Francia, y esta fue la opinión que prevaleció. Después, como las únicas provisiones que había eran los bizcochos del barco más pequeño y el agua se había acabado, Laudonnière ordenó rellenar una cantidad de jarras de almacenamiento. Jacques hizo lo propio y pasaron dos días en esta operación y en la reposición de lo que era escaso. Y todo ese tiempo nuestros barcos estuvieron amarrados juntos porque pensábamos que los españoles querían atacarnos, ya que

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vinieron en repetidas ocasiones a observarnos en los botes, pero sin acercarse al la distancia de tiro. Y ciertamente, sabiendo lo que ellos habían perpetrado a nuestros camaradas, estábamos resueltos a defendernos vigorosamente.

77 Antes de partir Laudonnière le solicitó a Jacques Ribault que nos proveyera uno de sus cuatro pilotos, porque ninguno de los nuestros era particularmente hábil en navegación, pero se encontró con un rechazo. Luego propuso que hundieran los barcos que se hallaban en la boca del río para prevenir que los españoles los tomasen cuando partiéramos y que los usaran para bloquear la entrada de Jean Ribault al río, si pretendían hacerlo (porque no sabíamos que había naufragado), pero Jacques no quiso hacer nada de eso. Viendo la obstinación de ese hombre, Laudonnière envió a uno de los suyos a que hundiera al barco que había navegado desde Francia, al que había traído el capitán inglés Hawkins y al más pequeño que había traído Ribault. Y zarpamos desde Florida pobremente equipados con marineros y provisiones. Pero Dios nos concedió tan favorable viaje que (aunque sufrimos mucho en la expedición) arribamos a la costa de Inglaterra en una bahía que comúnmente llaman Canal de St. George22. Esto es lo que yo pensé que vale la pena decir sobre lo que observé en nuestra expedición, la cual evidencia que la victoria no proviene de los hombres sino de Dios, cuyas maneras se ajustan a Su Voluntad. De acuerdo al razonamiento humano, cincuenta de los peores soldados de Ribault habrían aplastado a todos los españoles, cuya mayor parte estaba compuesta por mendigos y lo peor de su pueblo. Mientras que Ribault tenía más de ochocientos arcabuceros fuertes y experimentados con armadura dorada. Pero si fue la voluntad de Dios, entonces debemos decir “bendito sea el nombre de Dios eterno”.

78 Como no estuve allí no puedo decir nada de lo que ocurrió posteriormente a Ribault luego de su naufragio, excepto lo que supe de parte de cierto marinero de Dieppe que se escabulló de manos españolas, como será dicho después. Así que voy a repasar los acontecimientos brevemente. Cuando Ribault pasó lista de sus hombres y encontró que no había ninguna pérdida excepto la del capitán La Grange, [y] aunque todas las armas se habían perdido en el naufragio, Ribault profirió un espléndido discurso a sus hombres, afirmando que ellos debían tomarse con calma el desastre, ya que les había sucedido por la Voluntad de Dios, porque él era un hombre verdaderamente devoto y dotado con un buen dominio de la palabra. Luego de ofrecer unas plegarias a Dios, decidieron que debían dirigirse hacia nuestro fuerte (del cual distaban cincuenta millas). En ese trayecto indudablemente soportaron muchas privaciones y se sometieron a mucho sufrimiento, dado que el terreno que tuvieron que recorrer estaba atravesado por cursos de agua, y no estaba ni habitado ni cultivado por los indios. Entonces se vieron obligados a comer plantas y raíces, lo cual fue objeto de mucha ansiedad para la mayoría de ellos. No obstante, superaron todos los obstáculos con un gran espíritu y se acercaron a cuatro o cinco millas de nuestro fuerte, tal como los soldados de Laudonnière pudieron juzgar por sus observaciones del territorio. En esta instancia Ribault se negó a continuar el viaje y llamó a un consejo para decidir qué debía hacerse. Finalmente llegaron a la conclusión de que debían enviar a Le Vasseur, que era un navegante muy experimentado y familiarizado con todos los arroyos que confluían en el río Mayo, con cinco o seis hombres en una canoa india, con el objetivo de investigar y averiguar cómo estaban los franceses que habían dejado en el fuerte. Cuando alcanzó el canal principal del río, se acercó lo suficiente al campamento como para reconocer la norma española, y sin ser advertido por los españoles, volvió hasta donde estaba Ribault y le informó lo que había visto. Es fácil imaginar que Ribault y su grupo se desesperaron cuando escucharon la noticia y no supieron qué decir ni qué

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hacer. Ribault previó el salvajismo de los españoles pero también consideró que muchos de sus hombres podrían morir de hambre y necesidad en las profundidades del bosque, pero antes de tomar alguna decisión ellos decidieron que alguien debía ser enviado al fuerte para averiguar si los españoles estaban dispuestos hacia ellos y qué había pasado con aquellos que estaban en el fuerte. En consecuencia, Nicolas Verdier, capitán de uno de los barcos, fue enviado acompañado por el magistrado de Laudonnière, La Caille (al cual mencioné antes), en un bote con cinco o seis soldados. Siguiendo las instrucciones, se hicieron ver a una distancia y los españoles al verlos fueron hasta la orilla del río en un bote y comenzaron a parlamentar con nuestros hombres. Los franceses inquirieron seriamente dónde estaban los hombres que habían dejado en el fuerte. Los españoles respondieron que su humano y piadoso líder los había enviado de vuelta a Francia en un barco grande espléndidamente equipado con todos los requisitos, y que al propio Ribault y a sus soldados le daría un trato no menos humano que a los otros, lo cual podían transmitirle a él. Al escuchar esto, los franceses volvieron. Ribault creyó muy precipitadamente que sus hombres habían sido enviados de regreso a Francia y cuando el consejo fue convocado nuevamente la mayoría de los soldados comenzó a gritar “Vamos, vamos, por qué dudamos en ir con ellos, aun si nos tratan de acuerdo con su capricho, ¿no es mejor morir directamente que soportar tantas miserias? No hay ninguno de nosotros que no haya sentido la muerte en su corazón un centenar de veces habiendo enfrentado tantas dificultades”. Otros más sabios dijeron que nunca pondrían su confianza en los españoles “porque —argumentaban— aun si no hubiera otra razón que el odio con el que ellos nos persiguen en materia religiosa, es cierto que no nos perdonarían”.

79 Pero cuando Ribault vio que la mayoría de sus hombres eran de la opinión de que debían entregarse a los españoles, decidió que La Caille fuese ante el comandante español y si este se avenía a un trato piadoso, le solicitaría en nombre del representante del rey de Francia una promesa y hacer claro mediante juramento que les perdonaría la vida, y de ese modo ellos se arrojarían a sus pies. Este plan fue aprobado por la mayoría y La Caille volvió al fuerte y fue conducido hasta el comandante, a cuyos pies cayó y transmitió el mensaje. Cuando hubo escuchado el discurso de La Caille, el comandante no solo le prometió en forma verbal y le ratificó con repetidas señales de la cruz confirmadas por un beso, sino que también se mostró dispuesto a escribir la promesa jurada y endorsarla con su sello en presencia de todos los hombres de su compañía. En ese documento él nuevamente juró y prometió que preservaría la vida de Ribault y de sus soldados, fielmente y sin engaño, a la manera de un hombre de honor. La carta fue presentada, pero una hoja en blanco hubiese valido mucho más que esa promesa de papel. Entonces La Caille trajo esa fina promesa que a muchos hizo feliz pero que a otros le inspiró desconfianza.

80 Sin embargo Ribault estimuló a sus hombres con un excelente discurso, y cuando la asamblea completa había ofrecido sus plegarias a Dios, decidió partir y fue con sus hombres hasta la orilla del río en las proximidades del fuerte. Estos fueron divisados por los españoles, que estaban alertas, y recogidos en botes. Solamente Ribault y Ottigny, el lugarteniente de Laudonnière, fueron llevados al campamento. El resto fue expulsado por un tiro de lanza desde el fuerte y fueron atados por los brazos de a dos, espalda con espalda, como evidencia de que sus vidas estaban perdidas. Ribault suplicó reiteradas veces poder hablar con el comandante para recordarle su promesa, pero sus palabras cayeron en oídos sordos. Ottigny escuchó gritos provenientes de sus desdichados soldados e invocó el juramento que habían hecho, pero se rieron de él.

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Como Ribault insistió en su demanda, un soldado español se le acercó y le preguntó en francés si el era el comandante Ribault, y el dijo que sí. Después preguntó si él no esperaría obediencia de sus soldados, a lo cual contestó Ribault que sí otra vez. “Yo también intento”, dijo el español, “obedecer las instrucciones de mis comandantes. Mis órdenes son matarlo”, y de ese modo hundió una daga en el pecho de Ribault, y luego mató a Ottigny del mismo modo. Luego se les detalló a unos hombres que mataran a los que estaban atados golpeándolos en sus cabezas con garrotes y hachas, lo cual hicieron inmediatamente, mientras repetidamente los llamaban Luteranos y enemigos de Dios y de la Virgen María. De esta manera todos fueron violentamente masacrados en violación a un juramento, con excepción de un cierto tamborilero llamado Drouet y alguien más oriundo de Dieppe llamado Masselin, que era un flautista y laudista. Esos dos fueron perdonados para tocar música para ellos en sus juergas. Un marinero también pudo escapar y fue quien me relató lo sucedido de esta manera:

81 Como había un número de ellos que habían sido atados juntos con sogas y destinados a la ejecución, el recibió, como los otros, golpes que lo dejaron inconsciente, y cuando sus tres camaradas cayeron encima suyo, el fue considerado muerto como los demás. Los españoles estaban intentando construir una pira funeraria para incendiarlos a todos, pero como se estaba haciendo tarde pospusieron la tarea para la mañana siguiente. Durante la noche, cuando el marinero, que solo estaba aturdido, se encontró entre los cuerpos desparramados sobre el piso, recobró la conciencia y recordó que tenía un pequeño cuchillo en una funda de madera. Este se retorció por un buen rato hasta que pudo sacar el cuchillo de la funda con su mano y cortó las sogas que lo ataban. Luego se incorporó y huyó de ese lugar sin hacer ruido, viajando todo el resto de la noche. Cuando el sol cayó se encontraba lo suficientemente lejos como era posible, ya que había seguido los trazos del sol (ya que los marineros poseen la habilidad de marcar la dirección a la que quieren ir por la posición del sol), y después de recorrer tres días enteros sin descanso alguno, dio con un gobernante indio, a cuarenta millas de distancia del fuerte, y allí permaneció escondido por ocho meses hasta que se entregó a los españoles.

82 Aproximadamente ocho meses después de la captura del fuerte los españoles supieron que un número de franceses estaban dispersos por la provincia. El comandante de los españoles, temiendo que estos pudieran unirse con los nativos para tramar algo en contra de ellos, demandó mediante amenazas a los jefes vecinos que le devolvieran a los franceses que tenían refugiados. El jefe, con quien estaba el marinero, le dijo que tenía que dejarlo ir con los españoles porque de otro modo lo atacarían y quemarían sus posesiones. El marinero intentó buscar refugio en otros gobernantes pero recibió respuestas similares a la mencionada arriba. Entonces, no sabiendo qué hacer, se dirigió hasta el fuerte pero cuando se encontraba a apenas dos millas desistió de continuar y se dejó vencer por el dolor, la preocupación y el hambre, perdiendo toda esperanza de salvación, y esperó la muerte. En este estado permaneció por cuatro o cinco días. Fue descubierto por uno de los tres españoles que habían salido de caería, y viendo que tenía más el aspecto de un cadáver que de una persona viva, fue dominado por la compasión (algo que escasamente se podría encontrar en uno entre mil españoles) y el marinero cayó a sus pies y le imploró que tuvieran piedad de él. El español le preguntó cómo había llegado hasta ahí y el le contestó todo el asunto tal como había ocurrido. Ablandado por lo que le dijo, el español le prometió que no lo llevaría al fuerte (porque temía que lo mataran inmediatamente) pero que hablaría con el comandante para suavizar su ira, y que haría lo posible por ayudarlo. Una vez que supiera la actitud del

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comandante, volvería a verlo. Entonces dejó al hombre y partió el soldado al fuerte, donde dio tal impresión al comandante que este prometió que el marinero no moriría, y por la persuasión del soldado fue condenado a servir como esclavo. Al día siguiente retornó el soldado español al fuerte con el infeliz marinero y allí sirvió un año como esclavo. Luego fue enviado a un puerto en la isla de Cuba llamado Havana [sic], donde fue encadenado por otro francés, un noble llamado Señor de Pompierre, quien había sido capturado en el puerto de Havana [sic] junto con otros soldados de Laudonnière, luego de haber sido llevado en contra de su voluntad, tal como he revelado arriba en este breve reporte de la expedición completa. Pompierre y el marinero finalmente fueron vendidos y embarcados en un barco con dirección a Portugal. Pero cuando ese barco se encontró con un navío francés, cuyo capitán se llamaba Bontemps y venía de puerto francés, hubo una batalla entre ellos y el francés, que encontró que esos dos hombres estaban prisioneros, los liberó y los llevó de regreso a Francia. Así el Señor busca caminos, de acuerdo a Su Voluntad y más allá de toda esperanza, para liberación de los desafortunados.

83 Esto es lo que yo supe de parte del marinero acerca de la muerte de Ribault y de sus hombres. Resta que nos culpemos a nosotros mismos y a nuestros pecados por el desenlace, no a los españoles a quien el Señor usó como la vara para castigarnos por lo que nos merecíamos. Y que Dios Todopoderoso, Su Hijo, Jesucristo nuestro Señor, y el Espíritu Santo sea honor y gloria por siempre. Amen.

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NOTES

1. Para un análisis de las ambiciones coloniales de Francia e Inglaterra entre los siglos XVI y XVIII ver López Palmero y Martínez (2012). 2. D. Quinn esclarece los tensos vínculos entre Ribault y la Corona inglesa, arguyendo que Ribault participó en la defensa de Dieppe, desde su llegada el 22 de junio de 1562. Allí debió haber tendido influencias con los ingleses que la Corona había enviado como soporte militar a los hugonotes, a cambio de la ocupación transitoria de Le Havre, que se hizo efectiva en octubre de ese año. Posiblemente, dice Quinn, Ribault viajó a Inglaterra en enero de 1563. Su manuscrito sobre la experiencia colonial francesa en Florida circuló entre cortesanos y posiblemente alcanzó el interés de Isabel, quien instó a Thomas Stukeley, un acaudalado cortesano, a que prestara apoyo financiero a la empresa hugonote en América. Así fue que Stukeley, que ya detentaba una licencia real para el viaje a ultramar, armó 5 barcos y preparó a 300 hombres. En Francia, la Paz de Amboise de marzo de 1563 llevó a una ruptura entre los ingleses, que detentaban la concesión de Le Havre, y los hugonotes que se aliaron con el ejército regular francés para despojarlos. Esto llevó a que la reina de Inglaterra acusara a Ribault de conspirador y lo mandara apresar en la Torre de Londres, donde permaneció hasta fines de julio de 1564. Stukeley, por su parte, fue advertido por el embajador español de mantenerse lejos de Florida. En julio de 1563 partió con su flota y un único objetivo: atacar a los barcos de los enemigos españoles en el Atlántico. (D. Quinn 1977, pp. 20-22). 3. La expedición estuvo a cargo de Fernando Manrique de Rojas. Si bien este cumplió satisfactoriamente con la orden de destruir todo vestigio de ocupación francesa en Florida, Felipe II decidió enviar una flota más poderosa para atacar al nuevo contingente de franceses comandados por Laudonnière y que se dirigía rumbo a Florida con intenciones de fundar una colonia permanente. 4. Según el informante de la expedición inglesa, John Spark, Hawkins “ordenó que separaran de su barco veinte barriles de alimento [maíz] y cuatro pipas [dos barriles] de guisantes, junto con diversas vituallas y pertrechos que podría convenientemente dar; y para ayudarlos mejor en su camino a casa, lo cual estaban por hacer antes de nuestra llegada, ante su petición le ofrecimos uno de nuestros barcos de cincuenta toneladas” (J. Sparke 1959, p. 124). 5. Tal como afirma Milles Harvey (2008), Jacques Le Moyne de Morgues fue el primer artista europeo en Norteamérica, ya que previo a su arribo las imágenes sobre los habitantes y los paisajes de esa porción del continente habían sido elaboradas por aventureros amateurs o por dibujantes que trabajaban con modelos importados o información de segunda mano desde sus seguros estudios europeos. Le Moyne, insiste el autor, fue el primer artista profesional conocido por haber visitado los actuales Estados Unidos con el expreso propósito de hacer un registro visual (p. xvii).

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6. La traducción de esta y todas las citas posteriores del inglés me pertenecen. 7. Este viaje, financiado por el propio capitán De Gourgues, se llevó a cabo con el objetivo de atacar a San Agustín, en venganza por las masacres perpetradas en 1565 por Menéndez de Avilés. Al mando de ciento veinte soldados en dos barcos medianos, De Gourgues viajó a Florida y concertó una alianza con los nativos de la tribu de Saturiba para atacar a los españoles de San Agustín. La colaboración de los nativos fue decisiva para lograr la destrucción de los fuertes de San Gabriel, San Esteban y San Mateo, como así también para el exterminio de la mayoría de los soldados españoles (D. Gourgues 1991). 8. Siguiendo a Oberg, “Ralegh proveyó de un subsidio así como también de respaldo al artista francés Jacob Le Moyne du Morgues, un sobreviviente de la efímera colonia hugonote en Florida”. (Oberg 2003, p. 20) 9. La imagen de los indígenas venerando la columna erigida por los franceses durante la primera expedición es la única que se conserva del corpus iconográfico de Le Moyne. Esta fue casualmente descubierta en 1901, en la residencia particular de la condesa de Ganay, cerca de París, por un miembro de la Académie des Inscriptions et Belles-Lettres, Monsieur G. Schlumberger. Pintura sobre vitela de 18 x 26 cm, en posesión de la New York Public Library. 10. Se sigue aquí la traducción al español de los epígrafes recientemente realizada por J-P. Duviols (2012). 11. Estas imágenes han sido reproducidas en Lorant (1946, pp. 100-101) 12. La referencia al año 1587 es imprecisa, ya que de Bry hizo su segunda visita a Londres en 1588, y fue entonces cuando pudo conseguir los trabajos completos de Le Moyne, fallecido ese mismo año, a su viuda. 13. La serie de acuarelas sobre plantas se encuentran actualmente en el Museo Británico. Para un análisis de la obra naturalista de Le Moyne ver W. Stearn (1977). 14. Le Moyne de Morgues (1977). Traducción de Neill Chesire, tomada a su vez de la versión latina de Americae (1591, pp. 6-30). 15. Gaspard de Coligny. 16. Le Havre. 17. Saturiba. 18. El fragmento omitido corresponde a una transcripción textual del testimonio de R. Laudonnière (1991: 178-187). 19. Le Moyne se refiere al texto de Laudonnière citado anteriormente. 20. Le Moyne se refiere al reporte de Le Chaulleux (1991). 21. La Perle 22. Bahía de Swansea

INDEX

Keywords: Florida, 16th Century, Colonization, Jacques Le Moyne de Morgues Palabras claves: Florida, Siglo XVI, Colonización, Jacques Le Moyne de Morgues

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AUTHOR

MALENA LÓPEZ PALMERO Universidad de Buenos Aires, Argentina. Correo electrónico: [email protected]

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Reglamento para el regimiento, servicio y gobierno del cuerpo de pardos de San Juan Bautista de Mazatlán, 17921 Regulations for the regiment, service and governing of the Pardo militia of San Juan Bautista de Mazatlán, 1792

Wilfrido Llanes Espinoza

EDITOR'S NOTE

Fecha de recepción del original: 15/09/2014 Fecha de aceptación para publicación: 20/04/2015

1. Introducción

1 Resultado de la geopolítica internacional, las posesiones españolas en zona de frontera, como fue el caso de la frontera norte de la Nueva España, se hallaron ante un constante estado de tensión. Potencias como Francia, Rusia e Inglaterra se convirtieron en un peligro constante para los intereses de la Corona española. La preocupación ante este escenario se revela en el sentir del virrey Juan Vicente de Güemes Pacheco de Padilla, mejor conocido como segundo conde de Revillagigedo —en adelante sólo Revillagigedo —, quien llamó la atención de forma significativa sobre el tema; al virrey le inquietaban especialmente los intentos de los ingleses por debilitar a los franceses en la América del Norte, su objetivo había sido intervenir en las posesiones españolas. Por otro lado el visitador José de Gálvez entendía que “si los ingleses conseguían expulsar a los franceses de América, se convertirían en los dueños de México” (Stein y Stein 2005, p. 66).

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2 Existía la inquietud extendida de una posible invasión de franceses, rusos e ingleses; particularmente el Alto Mississippi significó un botín importante para conquistar. Al empezar la dominación española de la Luisiana (1763) no tenía límites ni fronteras fijas en el norte, convirtiéndose así en un espacio disputado por las tres potencias europeas con interés en la región: España, Francia y Gran Bretaña, las tres se atribuían su posesión (Din 2008, pp. 83-98, Porro 2013, pp. 55-79). En la segunda mitad del siglo XVIII, justo cuando se desarrollaba la etapa más amplia y profunda de las reformas borbónicas en América, la preocupación en los administradores de la Corona se acentuó ante el acecho de las potencias extranjeras en territorios fronterizos.

3 Si bien este contexto resultaba inquietante, más al noroeste la preocupación se combinó con otros desvelos; a las autoridades locales les inquietaba, sobre todo, el riesgo latente de los alzamientos indígenas y las incursiones de los grupos multiétnicos. No obstante lo anterior, esto no significa que los litorales de la región no fueran merodeados por las potencias europeas, inclusive desde antes2.

4 Esta preocupación por la presencia de extranjeros en el noroeste se expresa con claridad en el Discurso y reflexiones de un vasallo sobre la decadencia de nuestras Indias Españolas de José de Gálvez (ca.1760). El futuro visitador entendía que los enemigos podían intentar establecer un punto de avance en Sonora, para, desde allí, dominar la zona septentrional de la Nueva España. Ya en América, Gálvez se dio cuenta de que no podía convertir a Sonora en un centro vital para la defensa sin antes resolver el problema que representaba la hostilidad de los pimas y seris (Weber 2007, p. 215; Borrero y Velarde 2011, pp. 45-64; Galaviz 1966, pp. 187-213).

5 De igual forma inquietaba la posibilidad de que los nativos “pudieran aliarse con el principal rival europeo de España, Inglaterra, y facilitar la expansión inglesa en tierras desde hacía tiempo reclamadas pero nunca ocupadas por España” (Weber 1998, p. 150). La incertidumbre la avivaban los rumores de una virtual expedición inglesa a territorios americanos, los cuales progresaron ágilmente no solo en esta parte de la América española, sino también en el sur, particularmente en el Río de la Plata (Elliott 2009, p. 405)3. Ante este escenario, el marqués de Cruillas, Joaquín de Monserrat, ordenó se expidiera una instrucción donde se compendiaran las medidas precautorias que debían de atenderse ante la situación de riesgo señalada. El documento sintetiza en seis puntos las indicaciones establecidas: “1. Tendrán cuidado de que los presidios fronterizos se hallen bien completos de soldados y equipados con armas de fuego, espada y lanza, para obrar cualquiera invasión que se ofrezca. 2. Que en las costas del mar haya especial vigilancia para notar cualquier embarcación inglesa, que intente acercase a tierra, para que se embarace la introducción a canales, radas o ensenadas, que no sean Acapulco o Veracruz. 3. Que se observe e inquiera de los indios gentiles cualquier movimiento, así de ellos mismos, por impulso de nación extranjera o por estar inmediatamente para introducirse al reino. 4. En cualquiera de estos casos se pedirá auxilio a los gobiernos y presidios inmediatos, para que unidas las fuerzas se resista toda introducción de indios o extranjeros ingleses. 5. Deberá dase el auxilio pronta y efectivamente, teniendo para este fin no sólo los presidios en la mejor disposición, sino también las milicias de cada jurisdicción, bien equipadas de armas de fuego, espada, lanza y caballos. 6. De todo lo que se ofrezca notable en este punto, se me dará cuenta prontamente con la individualidad que conviene de todo acontecimiento y, desde luego, aviso que corresponde del recibido de esta instrucción para su debido cumplimiento, cuidando de aprovechar todas [las] ocasiones de darme las noticias del estado de cada gobierno y su jurisdicción” (AGN, Indiferente Virreinal, caja 3458, exp. 30, 1772, f.1).4

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6 Como se observa, procurar la defensa de los grandes espacios durante el siglo XVIII, así como de las franjas costeras más aisladas, representó un desafío importante para las autoridades virreinales. En el caso de las costas del Pacífico novohispano “la presencia cada vez más frecuente de navegantes extranjeros obligó a las autoridades hispánicas a tomar conciencia de los expuestos que estaban sus litorales” (Pinzón 2008, p. 64; Kuethe 2000, p. 325; Porro 2011, pp. 19-50).

Mapa 1. Frontera norte de la Nueva España, 1786 (Adaptado de Gerhard 1996, p. 28).

2. Mazatlán y su milicia de pardos

7 El contexto histórico del surgimiento de la compañía de milicianos pardos de Mazatlán es bastante claro, no obstante el contexto historiográfico presenta un reconocimiento insuficiente de su presencia. Particularmente en México la temática ha llamado la atención y las compañías de pardos y morenos surgidas en la Nueva España se han estudiado desde numerosos ángulos, sin embargo el cuerpo de milicianos pardos de Mazatlán ha permanecido ausente en estas pesquisas5.

8 Como en muchos otros lugares, la milicia de pardos de la cual me ocupo se localizó en las costas. Mazatlán era —y hasta la fecha lo es— un puerto localizado en la zona sur de Sinaloa (véase mapa 2 y 3) es una región que escasamente figura en los estudios del sistema defensivo novohispano. Entre las referencias conocidas sobre el Masatán (Mazatlán) del siglo XVIII, destaca la de José Antonio Villaseñor y Sánchez —quien se encargó de elaborar la recopilación de noticias de los reinos la Nueva España, Perú y Nuevo Reino de Granada entre 1746-1748—. Villaseñor registró en su obra Theatro americano que se ubicaba a poca distancia de la costa, “[…] habitado de mulatos, que viven con obligación de guardar su puerto, que varias veces ha[bía] sido asaltado [por]

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enemigos hasta penetrar la población, insultándola con hostilidades […]” (Villaseñor 1992 [1746-1748], p. 501)6.

9 Los pardos residían en Mazatlán desde finales del siglo XVI, Luis Antonio Martínez Peña fecha las primeras noticias de su presencia y actividad en la zona en 1565, cuando Francisco de Ibarra, gobernador y fundador de la Nueva Vizcaya, ordenó el establecimiento de una guarnición militar (Martínez 2002, p. 122). Históricamente, Mazatlán ha sido celebre por el valor de sus habitantes, “cuando Hernán Cortés iba a reconocerlo se encontró con centinelas avanzadas, armadas de arcos y flechas, que estaban en atalaya conforme a su costumbre, para que sus enemigos, que tenían muchos por la comarca, no llegasen al pueblo sin ser sentidos, y hacer daño en las labranzas […]” (PARES/AGI, SGU, LEG, 7038, 7, 1785-1797, Carpeta tercera, f. 3r).

10 Desde entonces Mazatlán ha sido distinguida como una comunidad de mulatos acreedores a beneficios por su oficio táctico. Hernando Bazán, gobernador de la Nueva Vizcaya, les había otorgado una merced real en recompensa a su participación en el combate a la rebelión de los indios Tepustla en 1576 (Martínez 1996/1997, pp. 99-129). Los mulatos estuvieron sujetos a la autoridad de los capitanes españoles de Maloya, Copala y Chametla, sin embargo, con frecuencia se mostraban renuentes a permitir las intromisiones de las autoridades en los asuntos internos del presidio, como es el caso de la negativa de entregar a dos reos (Francisco Vital de Inda y Francisco Zamora) que se refugiaron en el pueblo, acusados de asesinar a dos personas.

11 Se habían ganado una reputación ambivalente, se les consideraba buenos militares y aprovechados de la situación para defender a “indeseables” de la sociedad. Los informes sobre la tarea realizada por los mulatos confirman este carácter contradictorio, por un lado, las autoridades subrayaban las bondades de los servicios prestados, la fidelidad a su labor y, por otro, la falta de subordinación a las autoridades externas a su “pequeña república parda”, como la denominó el brigadier Enrique Grimarest.

12 En el mismo tenor se expresó Pedro Garrido y Durán. El intendente y gobernador interino de Sonora y Sinaloa describió a los pardos como “revoltosos y protectores de criminales fugitivos de la justicia de la provincia” (Martínez 1996/1997, p. 114). A esta opinión se sumaría la del conde Revillagigedo, quien señalaba que: “[Los milicianos carecían] de todos los conocimientos necesarios, y en una palabra, sólo servían para privar al rey del tributo que debían satisfacer los milicianos y estorbar la buena administración de la justicia, con el fuero que reclamaban y disputaban continuamente, gravándose, además, la real hacienda, con los sueldos que sin fruto alguno, ni esperanza de él, pagaron a los individuos que lo gozaban” (Revillagigedo 1831, p. 144).

13 Las preocupaciones expresadas por Garrido y Duran y el conde Revillagigedo no eran improvisadas, desde el principio habían sido una inquietud latente para los oficiales de carrera; el sentir lo había avivado el derecho de exención de impuestos concedido a los pardos, esta medida desagradó a los funcionarios, quienes recelaron la posibilidad de una merma en los ingresos a la Real Hacienda. Si bien la preocupación era genuina, realmente el daño que este privilegio pudo haber ocasionado en las arcas —señala Lyle McAlister— no era mayor y probablemente no excedió los 12.500 pesos anuales (McAlister 1982, p. 55).

14 Ben Vinson ha documentado ampliamente el temor que los administradores provinciales tuvieron al respecto. Al parecer de éstos, una interpretación muy estrecha

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de las leyes de exención estimuló la idea de que los pardos y los morenos libres no cumplirían sus obligaciones militares, especialmente las de centinela y cuidador, dejando importantes regiones sin defensa y expuestas a ataques. De igual forma tenían miedo a la explosión de disturbios civiles y al surgimiento de rebelión en sus jurisdicciones (Vinson III 2005, p. 57).

15 Las inquietudes expuestas, como se puede observar, estuvieron muy presentes en los funcionarios, sin embargo, la otra cara de la moneda permite reconocer el buen desempeño de los milicianos. Como lo ha consignado José Garibay, sargento mayor de la compañía de pardos de Mazatlán, en el informe que dirigió a Pedro de Nava, Comandante General de las Provincias Internas. Los pardos de Mazatlán participaron en varias operaciones antes de su reglamentación, la primera de ellas fue cuando acudieron a Acaponeta a contener la incursión de un grupo de indígenas en 1706; atendieron el llamado para complementar la defensa contra la sublevación de los indios Nío, Mochicahui y Charay en 1740 (Navarro 1966, pp. 11-115); auxiliaron a Eusebio Ventura Beleña (funcionario cercano a José de Gálvez y entonces Regente de la Real Audiencia de Guadalajara) a quien habían sitiados los indígenas de Nío en 1769; posteriormente, aprovechando la cercanía, acudieron a remediar la irrupción en el pueblo de Zavala (inmediato al presidio Buenavista, Sonora) donde un indio fraudulento se hacía pasar por rey Tlaxcalteco en 1770; del mismo modo apoyaron en labores de resguardo al custodiar los caudales de la Corona cuando pasaron por Arizpe, Sonora, en 1790 (Saravia 1993, pp. 266-267)7.

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Mapa 2. Puerto de Mazatlán, 1794 (Adaptado de Gerhard 1996, p. 313).

Mapa 3. Principales puertos novohispanos, 1789 (Pinzón 2011, p. 24).

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3. Localización y valor del reglamento

3.1. Localización

16 Como parte de este escenario se ha recuperado el Reglamento para el regimiento, servicio y gobierno del cuerpo de pardos de caballería ligera del pueblo de San Juan Bautista de Mazatlán, con el interés de insertar esta pieza en el amplio rompecabezas político-militar de la época. Para esto se han retomado varios documentos, uno inédito y otros publicados en ocasión de la historia de la fundación de la ciudad de Mazatlán (México).

17 El original del Reglamento se encuentra en el Archivo General de Simancas, puede ser consultado de manera abierta y gratuita a través del Portal de Archivos Españoles (PARES)8, una plataforma que ha favorecido ampliamente, y cada vez más, el oficio investigativo del historiador, como sucede en este caso.

18 En las últimas dos décadas, las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC) han evolucionado tanto que han permitido computarizar de forma gradual tareas que anteriormente se ejecutaban manualmente o de forma más tradicional. Lo que inicialmente era una simple sistematización de tareas y tratamiento de la información, ahora se ha convertido en una optimización en el manejo de los recursos, así como en una mejora de los métodos de búsqueda y acceso a la información (García 2010, p. 2). “A principios del siglo XXI, la generalización de Internet, favorecida por la banda ancha, constituye una mutación técnica de gran importancia que entraña nuevas prácticas en el seno de la comunidad de historiadores” (Poirrier 2014)9.

19 Bajo esta nueva modalidad de indagación se localizó el Reglamento. Desde un ordenador, en forma remota, pude realizar la búsqueda de contenidos en el PARES. La “voz guía” fue Mazatlán; el resultado de la exploración arrojó información ubicada en tres archivos (Archivo Histórico Nacional, Archivo General de Indias y Archivo General de Simancas), sobre el nombramiento de José Garibay, como comandante militar y político de las milicias de Mazatlán; información relacionada con la negación de grado y sueldo al citado Garibay; así como sobre el despacho de ayudante a favor de Domingo Espinosa y, por su puesto, referente a la propia ordenanza.

20 Cabe destacar que la posibilidad de su consulta completa se debe a la modalidad de acceso al documento —el portal no ofrece esta posibilidad todo el tiempo, gran parte de las veces únicamente se dispone de la referencia y ubicación— esto es posible cuando, en el compartimiento que indica título, signatura, fecha de creación y fecha de formación del documento, aparece la figura de una cámara fotográfica indicando que el documento dispone de imágenes digitalizadas.

3.2. Valor y contenido del reglamento

21 Como lo he señalado, ante la intranquilidad generada por el acecho y potencial incursión de franceses, rusos e ingleses en dominios españoles, principalmente en la frontera norte de la Nueva España y las costas del Pacífico, así como las condiciones bélicas provocadas por los grupos nativos, hubo la necesidad de reorganizar el sistema defensivo —la perdida de La Habana y Manila reforzaron esta necesidad—; en este escenario surgieron algunos regimientos militares que apoyaron en las tareas de

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resguardo. Esta situación incentivó la puesta en marcha de un amplio programa de actualizaciones y reformas de las milicias novohispanas.

22 En la Nueva España fue Revillagigedo quien promovió acciones orientadas a la organización militar y al resguardo del territorio novohispano (Barney 2006)10; no obstante que el virrey habría preferido alistar en las compañías de milicias a personal de raza blanca, esto no fue posible, mucho menos en las costas, en donde había más mezcla en las “calidades” socio-raciales que al interior del virreinato, de modo que debió conformarse con lo que había.

23 Como parte de este proyecto, le merecieron gran atención las fuerzas militares de las fronteras del reino y las de los lugares alejados de los grandes centros de población (Velázquez 1997 [1950], p. 136), muestra de ello es el caso que me ocupa.

24 En este mismo tenor el Reglamento obedece indiscutiblemente a las necesidades antes citadas. En él se da cuenta, en ocho títulos, de los requerimientos para pertenecer al cuerpo de milicias de Mazatlán, el sueldo que percibirían, los servicios a prestar, los beneficios a que serían merecedores, así como también un listado de sus integrantes al momento de conformarse en 1792, entre otras cuestiones. El Reglamento se liga, como he mencionado antes, a las exigencias que presentaba la defensa de las costas novohispanas, particularmente el Pacífico sur del actual territorio de Sinaloa, acechado por las potencias europeas (Francia, Rusia e Inglaterra) y las insurrecciones de los grupos nativos de la región.

25 Estas preocupaciones y otras más fueron integradas al Reglamento como parte de las funciones primarias de los pardos custodiar el puerto distante nueve leguas al poniente del pueblo, mantener constantemente en él un destacamento de un sargento, cabo o carabinero y nueve hombres, uno o dos centinelas vigilar y recorrer la costa.

26 En su capítulo sexto, la instrucción contempla la participación de los pardos (todo o parte del cuerpo, dependiendo las circunstancias) en la guarnición de los presidios de Sonora, así como en la contención de los alborotos que pudieran haber causado los indios Pimas, Mayos y Yaquis.

27 Debían emplearse en la escolta de los caudales de la Corona, en la conducción de reos y su custodia mientras permanecieran en la cárcel de Mazatlán, esto sin derecho a exigir sueldo, ni gratificación alguna.

28 No todo fueron obligaciones, los pardos eran conscientes del valor de sus servicios; a decir de González Aizpuru, “ninguna sociedad vive sin reglas, y siempre hay quien consigue escalar posiciones de privilegio gracias a ellas […]” (Aizpuru 2013, p. 147). El Reglamento es parte de esto, es una síntesis de lo antes dicho. 1° del Reglamento abunda sobre este punto: “Exonerados perpetuamente del pago del real derecho de tributo las familias radicadas de diez años a esta parte en el pueblo de Mazatlán y ranchos de su jurisdicción, deberían proveerse entre ellas los remplazos, bien sea con gente voluntaria o por elección […]”; el título 5°, dedicado a las provisión de empleos, fuero y goce de los milicianos”, destaca la exención de impuestos que fueron merecedores los pardos: “Todo miliciano estará exento de pagar el tributo mientras sea individuo del cuerpo”.

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3.3. El Reglamento para el regimiento, servicio y gobierno del cuerpo de pardos de caballería ligera del pueblo de San Juan Bautista de Mazatlán, 179211

[f.1 recto] Chihuahua, 28 de octubre de 1794 El comandante general nº. 148 Acompaña el reglamento para el régimen, servicio y gobierno del cuerpo de pardos de caballería ligera del pueblo de San Juan Bautista de Mazatlán, creado en virtud de real orden de 23 de marzo de 1792. [f. 3recto] Reglamento para el regimiento, servicio y gobierno del cuerpo de pardos de caballería ligera del pueblo de San Juan Bautista de Mazatlán, creado en virtud de real orden de 23 de marzo de 1792. Título 1º Pie y fuerza de esta milicia, su remplazo y mando inmediato Artículo 1º Conforme a lo mandado por su majestad, contará el cuerpo de doscientos veinte hombres, divididos en cuatro compañías de cincuenta y cinco plazas, compuestas de capitán, teniente, alférez, dos sargentos, dos cabos, dos carabineros, un tambor o trompeta y cuarenta y cinco soldados. 2º Verificado ya el alistamiento de las compañías por el sargento mayor, don José Garibay, gobernador político y militar de la jurisdicción de Mazatlán, y [f. 3verso] su ayudante, don Domingo Espinoza de los Monteros, se remplazarán las vacantes de milicianos que ocurrían prefiriendo siempre los de más robustez, y talla, disposición, y particularmente a los que estén montados y armados de lanza. 3º Exonerados perpetuamente del pago del real derecho de tributo las familias radicadas de diez años a esta parte en el pueblo de Mazatlán y ranchos de su jurisdicción, deberían proveerse entre ellas los remplazos, bien sea con gente voluntaria o por elección, pero si no bastaren a llenar las bajas, se ocuparían con individuos de las que tuvieren menos tiempo de establecidas, quedando estos relevados de pagar el tributo durante su alistamiento y después, si permanecieren quince años en el servicio, extendiéndose en este caso la gracia o privilegio [f. 4recto] a toda su familia ínterin viva el miliciano. 4º Sería comandante y subinspector de este cuerpo el gobernador político y militar de la jurisdicción de Mazatlán, y por su falta, ausencia o enfermedad, su ayudante, reconociendo entera dependencia a mis órdenes y a las de los que me suceden en el empleo de comandante general. Título 2º Vestuario, armamento y montura, sueldos y haberes, que han de gozar los oficiales de tropa. Artículo 1º Cuando precedida orden mía o de mis sucesores se ocupe en funciones del servicio alguna tropa del cuerpo o toda él, se asistirá al capitán empleado con cincuenta pesos mensuales, disfrutará veinte y cuatro el teniente, veinte el alférez, quince los sargentos, [f.4 verso] once los carabineros y a diez los soldados y tambor. 2º Por Real hacienda se abonarán al capitán Mateo Ortega, ocho pesos mensuales que le ha concedido su majestad durante du vida, pagándoseles por los ministros de la caja del Rosario desde el día primero de diciembre próximo. 3º El vestuario de los milicianos será el corriente del país que costea cada uno, distinguiéndose de los paisanos por la escarapela o pluma encarnada que han de

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llevar en el ala izquierda levantada del sombrero blanco y un ligero escudo en la manga con las armas reales. 4º Los oficiales y sargentos, llevarán las divisas correspondientes a su clase, sobre casaca corta de paño o género ligero azul, con vuelta collarín y solapa encarnada, armador del propio color, calzón azul y botón blanco. [f.5 recto] 5º La montura de oficiales, sargentos, cabos y soldados será de su cuenta, y la misma que usan n el país. 6º Por cuenta de Real Hacienda se proveerá este cuerpo de armamento, compuesto de escopeta y pistola, como las que usa la tropa presidencial de estas provincias, para veinte plazas por compañía, de igual número de cartucheras y de cuatro cajas de guerra. La demás plazas deberán proveerse de lanza y machete largo, costeando uno y otro cada miliciano. 7º Las escopetas, pistolas y cartucheras han de conservarse con el debido aseo, en poder del comandante sub-inspector de este cuerpo, para repartirlas a su tropa, cuando haya de emplearse en salida u otra facción, pero si entonces las inutilizan los milicianos, pierden o extravían maliciosa y culpablemente, les exigirá su legítimo valor, para entregarlo a los ministros de Real Hacienda del Rosario, dando aviso a esta superioridad. [f.5 verso] 8º Cuando haya necesidad de remplazar al todo o parte del armamento se me dará cuenta o a mi sucesor a fin de disponerlo. Título 3º Instrucción de los milicianos: gratificación para atender a la recomposición de armas y costear el papel y plomo para cartuchos: asignación y pólvora. Artículo 1º Como todos los individuos de que se compone, tienen bastante destreza en el manejo del caballo, se reducirá su instrucción a marchar en columna y batalla, al trote y golpe, desplegar en esta, enristrar su lanza, encadenar los caballos y hacer el debido uso de las armas de fuego, cargar con ligerezas a pie, apuntar con acierto y volver a montar violentamente. 2º Para esta enseñanza juntarán los capitanes sus compañías dos domingos de cada mes, y [f.6recto] si estuvieran divididas en los ranchos, lo harán los subalternos, en la parte respectiva que le encarguen aquellas. 3º En los mismos días se les leerán sucesivamente las leyes penales y las obligaciones respectivas a cada clase, enterándoles de la fuerza de la subordinación y demás reglas instructivas para su acertado proceder. 4º El papel para cartuchos y balas se cargará al fondo de gratificación de sesenta pesos anuales que señalé, y entregarán los ministros de Real Hacienda del Rosario al comandante subinspector para atender estos gastos, y al de recomposición de armas. 5º Sufrirá igualmente el costo de conducción de ocho arrobas de pólvora fina que señalo en el primer año para ejercicios instructivos, y [6verso] y demás objetos en que se empleen los milicianos, las cuales se entregarán por el factor de la renta del tabaco, pólvora y naipes del Rosario, a disposición del comandante, ciñéndose esta asignación en lo sucesivo a seis arrobas. 6º Anualmente se me pasará noticia exacta de los consumos y existencia de pólvora y cuenta del fondo de gratificación, cuidando el comandante subinspector y su

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ayudante de que los milicianos no consuman en usos propios y arbitrariamente los cartuchos de que se les provee para las salidas, y de evitar todo abuso en esta parte. Título 4º Servicio ordinario que debe hacer el cuerpo por constitución, y extraordinario a que podrá ser destinado temporalmente. Artículo 1º Sin embargo de que ninguno de los [f.7recto] individuos del cuerpo provincial de Mazatlán, ha de gozar sueldo no haber en tiempo de paz, a excepción de los ocho pesos mensuales asignados al capitán Mateo Ortega en el artículo 2º, tít. 2º, será de su obligación custodiar el puerto distante nueve leguas al poniente del pueblo, manteniendo constantemente en él un destacamento de un sargento, cabo o carabinero y nueve hombres, con los cuales se proveerán una o dos centinelas que vigíen [ronden] y observen la costa, dándose parte al gobernador subinspector, de las novedades que merezcan su conocimiento. 2º En los mismos términos tendrán obligación de emplearse por partidas cortas en la escolta de caudales pertenecientes a su majestad, conducción de reos hasta las jurisdicciones inmediatas, y su custodia ínterin [mientras tanto] permanezcan en la cárcel de Mazatlán, sin derecho a exigir sueldo, ni gratificación alguna. [f.7verso] 3º El comandante subinspector del cuerpo distribuirá estas fatigas entre los individuos de él, ejecutándose por rigurosa escala. 4º Así, para el destacamento del puerto como para lo demás prevenido, se proveerá a los milicianos de las armas de fuego indispensables, cuidando el gobernador subinspector de recogerlas concluida la acción. 5º En un caso ejecutivo de invasión de enemigos sobre el puerto, podría el subinspector comandante del cuerpo, el todo o parte sobre las armas, para acudir a su defensa o la desde la costa próxima, donde intenten desembarcar; pero fuera de él, nunca se tomará semejante providencia sin preceder orden de esta superioridad, a la cual se dará cuenta sin dilación [retraso] de la novedad que obligue a ello, para [f.8recto] que prevenga lo demás que puedan exigir las circunstancias. 6º También se destinará el todo o parte del cuerpo a guarnecer los presidios de Sonora, su hubiera urgencia grave que estreche [obligue] a ello o fuere preciso emplearlo en contener alborotos que sobrevengan en los indios Pimas, Mayos y Yaquis, precedida resolución mía o de mis sucesores, gozando en tal caso y en el del artículo antecedente, los oficiales y tropa, los sueldos y haberes señalados en el primero del título 2º, los cuales se pagarán por Real Hacienda. 7º Si concurriere a estas salidas el capitán Mateo Ortega, disfrutará la paga asignada a los demás oficiales de su clase, pero cesándole ínterin este empleado en ella los ocho pesos mensuales que le ha concedido su majestad. 8º Sin conocimiento del comandante no podrá [f.8verso] emplearse esta tropa en comisión alguna a excepción del auxilio a la justicia, bien que aún en este caso siempre se dará noticia sino fuere muy ejecutivo franquearlo. 9º Si el auxilio pasase de un día, deberá, el que lo pidiere, socorrer a los milicianos con tres reales diarios, con cuatro a los cabos y carabineros, y con cinco a los sargentos. Título 5º Provisión de empleos, fuero y goces de los milicianos. Artículo 1º En vacante del gobernador, se dará cuenta a esta superioridad por el teniente ayudante veterano, para que se provea interinamente el empleo, y en la de este por

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el primero, a fin de que se nombre alguno de los tenientes retirados si hubiera a propósito o se ejecute de los contario en el alférez vivos, según convenga optando, [f.9 recto] si recayere el empleo en oficial de esta guarnición a la de teniente veterano. 2º Cuando vacare alguna compañía, formará el subinspector la propuesta en la clase de tenientes dirigiéndola triplicada a esta superioridad, para que se expida el despacho al más benemérito, pero las de subalternos se harán por los capitanes. 3º La provisión de sargentos se ejecutará a propuesta que pasará el capitán de la compañía, donde ocurriere la vacante, al comandante subinspector del cuerpo, y esta aprobará el que le parezca. Las plazas de cabos las nombraran por sí los capitanes. 4º Los oficiales sargentos, tambores, cabos carabineros y soldados de estas milicias, gozarán el fuero militar en los términos que lo disfrutan los demás de su clase, conociendo de su causas [f.9 verso] el comandante subinspector de ellas y por su defecto el ayudante. 5º Si determinadas las civiles en primeras instancias, apelasen las partes, se les admitirán los recursos que interpongan en los casos que hubiere lugar en derecho para esta comandancia general, remitiéndose a la misma las criminales en estado para su sentencia y determinación del rey, explicada en la real orden de 23 de marzo de 1792, que así se verifique por lo que respecta a las primeras. 6º Todo miliciano estará exento de pagar el tributo mientras sea individuo del cuerpo. 7º Del mismo privilegio gozarán los que habiendo permanecido sirviendo quince años usen de licencia, siendo trascendental esta gracia a [f.10 recto] sus familias, durante la vida del miliciano y además se le expedirá cédula de preeminencias. 8º Para que el goce de estas exenciones y privilegios, no recaigan en individuos que no las merezcan, deberá el subinspector comandante, no admitir a la clase de miliciano a ninguno que tenga delito o nota fea, procurando que las vacantes se ocupen con gente de honrado modo de pensar y buenos procedimientos. 9º Todo oficial que se retirare del servicio, después de haber servido veinte años, será acreedor del retiro con goce de fuero y uso de uniforme, pero el que lo ejecute por enfermedad u otra causa justa, haciéndola constar obtará [sic] a los quince a la misa gracia. 10º A los individuos de esta milicia, no podrá echárseles repartimiento ni oficio que les sirva [f.10 verso] de cargo, ni tampoco tutelas contra su voluntad, y gozarán de los aprovechamientos comunes a los demás vecinos de la jurisdicción. 11º Serán tratados con la mayor equidad, en los repartimientos de reales contribuciones que se les hagan por sus haciendas y tráficos, y de sus testamentos y abintestatos, sólo podrá conocer el comandante del cuerpo y por su ausencia, enfermedad o comisión, su ayudante veterano. Título 6º Funciones del comandante del cuerpo y su ayudante, licencia que deberán obtener los oficiales y tropas, para mudar de domicilio y salir a diligencias propias, y penas en que incurren los que lo ejecuten sin ella. Artículo 1º

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El comandante hará anualmente la revista general del cuerpo, examinando el estado de [f. 11 recto] la tropa en razón de su instrucción y disciplina, y expedirá las licencias a los inútiles y viciosos. 2º De resultas de ella, dirigirá a esta superioridad estado en que se hallare cada compañía, expresando la alta y baja ocurrida en todo el año y motivos que la hayan causado, con las demás notas que juzguen oportunas a dar cabal idea en que exista el cuerpo. 3º Las compañías han de estar siempre completas, y para que se verifique, cuidará el comandante subinspector de que cada cuatro meses le pasen revista sus capitanes y de que le presenten las correspondientes relaciones, haciendo se remplacen las vacantes. 4º Tendrá el comandante en el cuerpo la jurisdicción y autoridad que su majestad concedió a los coroneles de las milicias provinciales, por la real declaración [f.11 verso] de 30 de mayo de 1767, a la cual deberá arreglarse en los puntos que no van prevenidos en este reglamento. 5º Por ausencia, enfermedad o muerte del gobernador de Mazatlán, lo sustituirá en sus funciones y las de comandante subinspector de estas milicias, el teniente ayudante veterano. 6º Este tendrá en su poder el libro de filiaciones de todos los individuos del cuerpo de alta y baja, hojas de servicios de los oficiales y demás documentos correspondientes, filiando los remplazos que se alisten. 7º Sin licencia del comandante, solicitadas por conducto del capitán, no podrá ningún miliciano pasar a domiciliarse a otras jurisdicciones, y el primero concederá el permiso siempre que haya justa causa, procediendo a remplazar la vacante. [f.12 recto] 8º Para las diligencias que se les ofrezcan dentro de la jurisdicción no necesitan licencia alguna, pero si hubieren de salir de ella, la pedirán al comandante, quien se la dará por escrito, por todo el tiempo que la necesitaren, sin llevarles cosa alguna. 9º Del mismo modo podrá concederla con causa legítima a los oficiales, pero si alguno de estos pidiere para territorio que no esté comprendido en las provincias de mi cargo o para venir a presentarse en esta superioridad, deberá solicitarla de ella por conducto del comandante. 10º El miliciano que se ausentare sin licencia sufrirá dos meses de prisión. Si reincidiere en esta falta, se le impondrá el mismo castigo y perderá todo el tiempo que hubiera servido, empezándolo de nuevo de último soldado. [f.12 verso] 11º Los sargentos y cabos, serán mortificados en iguales casos por la primera vez con los mismos dos meses de arresto, y por la segunda, depuestos de la gineta o escuadra, continuando de últimos soldados. 12º El oficial que se viere en necesidad de mudar de domicilio, lo hará presente a esta Comandancia General, por conducto del comandante del cuerpo, quien informará lo que le constase y, cuando el motivo fuere legítimo, se le concederá el permiso y su retiro con goce de fuero y uso de uniforme, si hubiere servido veinte años, pero si no tuviere este tiempo, quedará sin el carácter de oficial en el paraje donde se establezca. Título 7

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Sobre casamientos y penas en que incurren los que la ejecutaren sin la licencia respectiva. [f. 13 recto] Artículo 1º El gobernador de la jurisdicción de Mazatlán, su teniente ayudante mayor veterano, no podrán casarse sin licencia de esta superioridad como oficiales veteranos, solicitada con las formalidades prevenidas en el reglamento del monte pío militar y posteriores reales órdenes. 2º Los oficiales milicianos deberán pedirla al subinspector comandante del cuerpo, quien la concederá constándole la buena opinión del contrayente, y que uno y otro tienen el respectivo consentimiento de sus padres, mayores o tutores, conforme a lo que su majestad tiene mandado observar en esta parte, y los sargentos, cabos y soldados, han de obtenerlas de sus respectivos capitanes. 3º El que casare faltando a estos requisitos [f.13 verso] será depuesto inmediatamente del empleo si fuere oficial, si sargento o cabo, sufrirá dos meses de prisión, quedando de último soldado, imponiéndose la misma al miliciano que incurriere en semejante delito. Título 8º Sobre diversos puntos Artículo 1º En este cuerpo no ha de haber cadete alguno, y todos los individuos pasarán por la escala de cabos y sargentos a oficiales, a excepción de que por servicios distinguidos se haga acreedor de preferencia. 2º Los oficiales que por sus desordenes o mala conducta no merecieren continuar disfrutando este honroso carácter, serán separados de sus empleos por mi o sus sucesores, previa la correspondiente sumaria que les formará el comandante del cuerpo para justificar [f. 14 recto] sus delitos, y serán castigados con proporción a ellos. 3º El mismo jefe será responsable de que no se abriguen malhechores y prófugos en esta jurisdicción y cuerpo de su cargo, vigilando que ninguno de sus súbditos los oculte o proteja, y que no falten al respeto debido a la justicia, bajo el concepto de que calificada la contravención serán severamente castigados. 4º Cuando por mi o mis sucesores, se destine el todo o parte de las milicias fuera de la jurisdicción, se señalará el número de caballos que hayan de tener entonces sus individuos con reflexión a las distancias en que hubieren de hacer el servicio, y a la clase de fatigas en que fueren empleados, considerándose a las plazas de prestigio, la gratificación mensual proporcionada para que subvengan [f. 14 verso] a la compra de dichos caballos o proveyéndolas de ellos de cuenta de Real Hacienda. Chihuahua 28 de octubre de 1794 Manuel Merino [Rúbrica]

4. Comentarios finales

29 Tomo prestadas dos interrogantes de varias que se hace Ben Vinson trata el tema de las relaciones entre el Estado colonial y las milicias de pardos y morenos en la Nueva España, para ejercitarlas sobre el caso atendido ¿cuál era el significado del servicio militar en sus vidas?, ¿mejoraría su situación social? (Vinson 2005, p. 47).

30 Ambas preguntas implican, con escasa diferencia, una misma respuesta. Integrase a la milicia significó para los pardos una gran oportunidad, les permitió atenuar las barreras que imponían la raza y origen social, al mismo tiempo que les permitió

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mejorar su estatus jurídico, puesto que una de las estrategias que implementó la Corona para “asegurar” su lealtad y cooperación fue exentarlos del pago de tributo y otorgarles el privilegio del fuero.

31 En el caso particular de los pardos que integraron el cuerpo de caballería ligera de Mazatlán, se confirma lo antes dicho, basta con observar el rango de edad en el que se integraban y jubilaban de la corporación (véase Tabla 1).

32 ¿Por qué incorporarse tan jóvenes a la milicia?, ¿por qué permanecer tantos años en ella, hasta casi perpetuarse?, como se puede observar en algunos casos: Lázaro Ybarra (87), Domingo Lobato (88); Diego Gamboa (80), Juan Santos Herrera (79). La respuesta se encuentra líneas arriba, los milicianos supieron aprovechar las dinámicas políticas de la época, conocieron y supieron sortear las opiniones en su contra y ejercer su derecho12.

33 El Reglamento nos permite acercarnos a este mundo de “marginales”, quienes tuvieron la oportunidad de encauzar su labor en beneficio de su corporación, pudiendo ser observados ahora, desde lo que Juan Manuel de la Serna denomina “cultura jurídica” (Serna 2012, pp. 101-119).

Clase Nombres Edad de retiro Servicios Años de entrada al servicio

Corpus, Vol 5, No 1 | 2015 53

Francisco Xavier Morales 63 42 21 Pedro Ramón Moraira 72 50 22 Juan de Mata Ibarra 69 49 20 Manuel de Ibarra 72 52 20 Juan Ramos 55 25 20 Nicolás Rodríguez 66 46 20 Cristóbal Moraira 68 49 19 Lázaro Ybarra 87 67 20 Guadalupe Aranguren 71 50 21 Diego Gamboa 80 60 20 Agustín López 68 43 25 Adriano Ibarra 78 58 20 Patricio Ibarra 78 68 10 Miguel Aranguren 48 23 25 Alberto Morales 71 51 20 Clemente Rodríguez 60 41 19 Ventura de Osorio 71 52 21 Severiano de Ureña 54 34 20 Matías Hernández 58 34 24 José Miguel Rodríguez 71 51 20 Sargento Francisco Pereda 58 34 24 Ídem otro Ramón de Ortega 71 51 20 Ídem otro José Aguilar 72 52 20 Ídem otro Fermín Samudio 48 21 27 Ídem otro Domingo Lobato 88 32 56 Tambor Juan José Bastidas 66 18 48 Cabo 1° José Rodríguez 64 34 30 Soldados Juan Santos Herrera 79 59 20 Tomas Moraira 50 30 20 Vicente Ibarra 39 19 20 José Irive 56 36 20 Rafael Moreira 51 32 19 Leonardo Ibarra 52 32 20 Patricio González 61 42 19 Luciano Espinoza 46 26 20 Matías Pardo 56 39 17 Alejandro García 67 46 21 Sebastián de Peraza 78 58 20 Bernardo de Lugo 72 52 20 Alejandro Vásquez 79 59 20 Atanasio de Ibarra 70 50 20 José de Ureña 68 38 30 Juan Antonio de Ureña 78 58 20 Francisco de Ibarra 46 26 20

Corpus, Vol 5, NoVicente 1 | 2015 Cañedo 50 26 24 José Calderón 44 19 25 Domingo Cañedo 45 25 20 54

Tabla 1. Relación de los individuos de la compañía provincial de caballería ligera del pueblo de San Juan Bautista de Mazatan, con expresión de clases, nombres, edades y servicios acreedores a su retiro, 179413.

4. Fuentes

34 Archivo Histórico Municipal de Parral (Chihuahua), Invasiones, Caja 1, Expediente 1, 1689-1690.

35 Archivo General de la Nación, Argentina, Guerra y Marina, L. 2, Exp. 6. 1768-1774.

36 Archivo General de la Nación, México, Indiferente Virreinal, caja 3458, exp. 30, 1772.

37 Biblioteca Nacional de México/Archivo Franciscano, Fondo Reservado, Rollo 11, 1793.

38 Portal de Archivos Españoles. Archivo Histórico Nacional, España, Diversos-Colecciones, 32, n.11, 1636.

39 Portal de Archivos Españoles. Archivo General de Simancas, SGU, LEG, 7023, 13, 1794.

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NOTES

1. La parte introductoria del presente ensayo se retoma de una investigación más extensa que he realizado recientemente, intitulada: “Privilegios de una minoría. Los milicianos pardos de San Juan Bautista de Mazatlán (segunda mitad del siglo XVIII)”, en donde se exploran, más allá de la valía del documento base, las motivaciones para alistarse en el cuerpo de defensa. También se expone el uso que dieron al derecho los milicianos siendo una minoría, lo que posibilitó a los pardos integrarse a la milicia y atenuar las barreras que imponían la raza y origen social, mecanismo claramente identificable en otras latitudes de la América española. 2. La presencia de naves europeas en la costas de la zona del Pacífico datan del siglo XVII, así lo denotan las cartas que don Pedro Arteaga envió al marqués de Cadereyta, virrey de nueva España, comunicando la posible presencia de naves enemigas en las costas de la Purificación y Compostela. (PARES/AHN, España, Diversos-Colecciones, 32, n.11, 1636, ff. 1r-4r). En 1687 arribaron a Mazatlán embarcaciones de piratas, “echándose a tierra más de cien hombres que se apoderaron de este pueblo, en que estuvieron alojados tres años, y a su retirada incendiaron el templo y las casas…” (Saravia 1993, p. 266). Véase al respecto el “Testimonio de las diligencias para el auxilio por la invasión de piratas en las costas de Chiametla y cuyo objetivo era invadir Mazatlán, el Real del Rosario, Tepique, Compostela y Yacatula”. (AHMP, Invasiones, Caja 1, Expediente 1, 1689-1690). 3. Había que estar pendientes de las operaciones que los ingleses realizaban en las costas americanas debido a las “sospechas de la ruptura de relaciones [con] la Corte de Londres.” Diciembre 8, 1771. (AGN-A, Guerra y Marina, L. 2, Exp. 6, 1768-1774, f. 5). 4. Instrucción de lo que hasta nueva orden deben practicar los gobernadores de las provincias, fronteras de este reino de Nueva España. AGN-M, Indiferente Virreinal, caja 3458, exp. 30, 1772, f. 1.

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5. Véase al respecto el conjunto de importantes trabajos de (McAlister 1963 y 1953, Archer 1971, 1974, [1977], 1983; Kuethe 1979; Vinson III 2000, 2001; Barney 2007). 6. En su informe…de 1750, el visitador Rafael Rodríguez Gallardo, ubica dos compañías de pardos más en Sinaloa, en el Rosario y Culiacán. (Informe sobre Sinaloa y Sonora, 1750, 1975, p. 61). 7. El Informe del gobernador militar y político D. Joseph Garibay al Comandante General D. Pedro de Nava …, se puede consultar también en (BNM/AF, 2274, caja 36/796.1, ff. 1-12 y García 1992, pp. 199-233). 8. El Portal de Archivos Españoles es un proyecto del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte destinado a la difusión en Internet del Patrimonio Histórico Documental Español conservado en su red de centros. Disponible en http://www.mecd.gob.es/cultura-mecd/areas-cultura/archivos/ portal-de-archivos-espanoles-pares.html 9. Las sensaciones son diferentes bajo esta modalidad de investigación ese gesto artesano de sentir la “tela entre los dedos” se suprime. No hay olores, no hay forma de pedir consejo al archivero o al colega de al lado. Resulta sugerente confrontar esta forma —complementaria— de investigar con la descrita por Arlette Farge sobre la atracción del archivo (Farge 1991). 10. A decir de Omar Guerrero, Revillagigedo fue parte integral de esta nueva clase de gobernantes, estadistas nacidos y formados con y por la modernización, y que proyectaron a la modernidad como un concepto de gobierno (Guerrero 1995, p. 232). 11. “Milicias de Pardos de Mazatlán”. PARES/AGS, SGU, LEG, 7023, 13, 1794. 18 fs. 12. A decir de Garibay, había sido un error otorgar poder a los mulatos de Mazatlán, pues su ‘grosero estilo’ había provocado una importante desorganización en la administración del presidio (Altable, 2000, p. 85). 13. Cuadro elaborado por el autor con información tomada del Reglamento. El original no incluye la columna donde se establecen los años de entrada al servicio. PARES/AGS, SGU, LEG, 7023, 13, 1794.

ABSTRACTS

The text “Reglamento para el regimiento, servicio y gobierno del cuerpo de pardos de San Juan Bautista de Mazatlán 1792”, is included in a set of regulations that were established in New Spain since the mid eighteenth century, as part of a restructuring of the viceroyal army. In eight titles, the text briefly explains about the requirements for enlisting in Mazatlan’s military force, the income they would perceive, their duty inside the army, the benefits they would get there; inter alia, it also has a list of the members of the militia at the moment of its formation in 1792. The regulations are related to a well known context: the demanding defense and guard of the new Spanish seashores, specifically the Pacific coasts to the south of Sinaloa, from the European powers (France, Russia and England) and the insurgence of the aborigine groups of this area.

El documento “Reglamento para el regimiento, servicio y gobierno del cuerpo de pardos de San Juan Bautista de Mazatlán, 1792”, se inscribe dentro de la serie de reglamentos formados en la Nueva España a partir de mediados del siglo XVIII, como parte de la reestructuración del cuerpo militar del virreinato. En ocho títulos, el documento da cuenta de los requerimientos para pertenecer al cuerpo de milicias de Mazatlán, el sueldo que percibirían, los servicios a prestar, los beneficios conseguidos;

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también contiene un listado de sus integrantes al momento de conformarse en 1792, entre otros aspectos. El reglamento se liga a un contexto bien reconocible, las exigencias que presentaba la defensa de las costas novohispanas, particularmente las del Pacífico sur de Sinaloa, ante el acecho de las potencias europeas (Francia, Rusia e Inglaterra) y las insurrecciones de los grupos nativos de la región.

INDEX

Keywords: Militia, Pardos, jurisdiction, privileges, Mazatlan. Palabras claves: Milicia, pardos, fuero, privilegios, Mazatlán.

AUTHOR

WILFRIDO LLANES ESPINOZA

Facultad de Historia, Universidad Autónoma de Sinaloa, México. Correo electrónico: [email protected]

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La “cédula real de los Amaycha”. Contextualización, análisis y transcripción de un documento controversial The “Amaychas´s Royal Decree” Contextualization, analysis and transcription of a controversial document

Jorge Sosa

EDITOR'S NOTE

Fecha de recepción del original: 07/04/2014 Fecha de aceptación para publicación: 15/12/2014

Introducción y objetivos

“Al Sr. Juez de Primera Instancia. Juan Solis Ovando en las diligencias que ha iniciado contra Don Filemon Palavecino sobre entrega de la cédula real de los indios de Amaicha, y la protocolizacion de la expresada cédula, ante su señoría como mejor prueba expongo: ”1

1 En el contexto de mi investigación doctoral 2 hube de enfrentarme con lo que comúnmente se conoce como la “Cédula Real de los amaichas” con la intención de georreferenciar la misma, es decir poder hacer un mapa del territorio cedido a los “amaichas”3.

2 Tratar con documentos antiguos suele representar un dolor de cabeza por distintas razones, pero en el caso de esta “cédula” el problema parecía zanjado ya que el texto de este documento había salido a la luz tempranamente de la mano de investigaciones

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folclóricas (Carrizo 1937, Cano Vélez 1943, Reyes Gajardo 1966) y sociológicas (Román y Mullet 1949, Isla 2002). Sin embargo, a poco sondear estas versiones de la cédula, noté ciertas deficiencias —algunas de las cuales se podrían deber al problema que genera toda copia de copia— que me llevaron a sospechar de la confiabilidad de estas versiones para entender el contenido de la cédula4. No quedaba más remedio entonces que recurrir al documento “original” y hacer una transcripción, pero ¿cuál original?

3 Si bien desde un principio sabía que esta búsqueda estaba condenada al fracaso (ya varios investigadores pasaron por archivos nacionales e internacionales buscando la cédula de 1716), con probar nada se perdía, y, por el camino, seguro aparecerían otros materiales de interés. En base a una nota de Reyes Gajardo (1966, p. 53), a la lectura de dos folletos (uno impreso y hecho por Amaicha en 1996 y otro más rústico hecho en base a fotocopias por parte de Quilmes en 1998), en donde supuestamente se reproducía la “Cédula Real”, más los datos aportados por Lorena Rodríguez5 y los del “Ingeniero Medina”6, finalmente di con el Protocolo 36 (Figura 1), que contiene la protocolización de la “cédula”. Si bien nunca di con la cédula original, trabajar con el material de la protocolización permitió confirmar que tratar con documentos antiguos representa siempre una oportunidad de descubrir pistas encadenadas que llevan a re-interpretar lo que parecía ya fundado y replantearse los problemas originales de investigación.

4 En este cas, el título mismo con que es mencionado el texto (“cédula de los Amaichas”) comenzaba a ser cuestionado por la misma “cédula”, ya que el documento a tratar es una copia de una merced de tierras hecha a favor no solo de los amaichas, sino de un conjunto de pueblos: los “Pueblos del Bañado de Quilmes, San Francisco, Tio Punco, Encalilla y Amaicha”, en la persona de quien sería el cacique de todos esos “pueblos”, por entonces “Don Francisco Chapurfe”. Evidentemente se trataba de un texto más complejo de lo que en un principio podía parecer, y a la vez controversial. Tempranamente, Reyes Gajardo (1966) había señalado puntos de no concordancia entre los personajes mencionados y las cronologías implícitas, y la dificultad de entender idiomática y geográficamente ciertos pasajes del texto. En base a estas dificultades y discordancias se ha llegado a plantear la imposibilidad de entender el texto y no ha faltado incluso quien sospechara de la autenticidad del mismo.

5 En base a estas primeras consideraciones, los objetivos que nos propusimos desarrollar aquí son: a) ofrecer una transcripción textual de la “cédula”, b) hacer una comparación con las versiones históricas conocidas y analizarlas, y c) discutir sobre ciertos acontecimientos del contexto histórico inmediato previo (1872-1892) al que se llevó a cabo la protocolización de la cédula, que pueden ser considerados claves para la consecución de la misma. Evidentemente queda como trabajo pendiente tanto un análisis diplomático del documento (actualmente en curso) y el análisis integral del contenido del mismo, que dada su extensión reservamos para otra oportunidad7. Por ello, a pesar del gran abanico de temas conexos que abre la discusión del texto cedulario, pero por razones lógicas de adecuación al espacio y temática de esta sección de Registros, aquí no se hablará de oralidad, ni de etnogénesis, ni simbolismo, etc., no por desconocerlos o restarles importancia (ver Sosa y Lenton, 2009), sino porque dada la complejidad de su manejo, los mismos son abordados en la tesis de doctorado8.

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Qué es qué

6 Antes de pasar al tema principal, es necesario hacer ciertas precisiones respecto al documento que se presentará y definir de qué se estará hablando cuando se mencionen términos como “cédula”, “original”, “copias” y “transcripción”.

7 Si bien el texto es conocido ampliamente como “Cédula Real”, la lectura del documento permite establecer la categoría de intervinientes y el asunto que se trata: oficiales españoles ratificando una donación de tierras; por lo que podemos afirmar que el texto corresponde a una merced de tierras antes que a una Real Cédula ya que esta, como señala Real Díaz (1970, p. 225) era “un documento eminentemente dispositivo y se convierte en el vehículo normal de relación entre el rey y las autoridades indianas. Encierra generalmente un precepto de gobernación”.

8 El documento, según se lee, se trataría de un testimonio de una merced de tierra, hecho en Buenos Aires durante el siglo XVIII9. Los testimonios o traslados son un tipo de “ copia autorizada en que además del documento reproducido se añade cierta fórmula que acredita su autenticidad como tal copia, y la reviste de la fe pública”. Están validadas con la fe notarial “la cual le hace suplir con toda su fuerza jurídica al original” (Real Díaz 1970, pp. 30-38).

9 Establecida esta diferenciación, podemos decir que el documento que analizaremos es un Testimonio fechado en 1753 y por lo tanto sería el documento escrito más antiguo conocido hasta el momento en donde se refiere el texto que años más tarde se difundiría bajo el rótulo de “la cédula real”. Es en base a este reconocimiento de preexistencia cronológica documental que nos referiremos a él como original, aun cuando el verdadero “original” sería el documento cedulario que hasta ahora no ha sido encontrado, ya sea por estar perdido, destruido o traspapelado10.

10 Como se verá en detalle luego, en 1892, por pedido del representante de los amaichas, se realizó la protocolización del testimonio. La protocolización es un procedimiento administrativo mediante el cual se incorpora un documento al libro de protocolos, el cual no es otra cosa que una colección de documentos que reúnen ciertas características reguladas por ley (en este caso, escrituras de Gobierno de Tucumán), ordenados cronológicamente, encuadernados y numerados correlativamente. Dichos documentos suelen denominarse matrices por ser a los que se recurre en caso de necesitar copias para distintos procesos legales. La importancia del acto de protocolización de un documento radica en que tiene como efecto directo dar certeza y constancia ante terceros sobre la existencia y legalidad del documento. En el caso que nos ocupa, el proceso de protocolización para lo cual se hace una escritura, prácticamente convirtió al testimonio en un documento indubitable.

11 Habiendo quedado el testimonio incorporado al acto protocolar, el representante de los amaichas solicitó se le hiciese copia del mismo y de la escritura de protocolización, las cuales le fueron hechas en papel timbrado. Dichas copias fueron a manos de la comunidad, concretamente a las del entonces cacique Timoteo Ayala, y son las que sirvieron muchos años después para ilustrar los folletos a los que hicimos referencia previamente. En base a esto y a ciertos detalles del texto de la “cédula”, proponemos que estas copias otorgadas por el gobierno de Tucumán a la comunidad a través de su representante fueron el origen de las posteriores transcripciones aparecidas en trabajos académicos. Si bien aún debemos plantear esto a modo de hipótesis, creemos haber

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identificado así la fuente que originó una tradición de copias de copias o versiones, generando (en algunos casos por errores en la copia) una información distorsionada que, al ser retomada por autores posteriores que confiaron en su fuente, generó errores de interpretación. Una de las formas de guardar este tesoro enviado por el gobierno ha de haber sido su ocultamiento físico, y otro paralelo parece haber sido su memorización11, lo cual colaboró para crear un halo de misterio en torno a la “cédula real”12.

Presentación de la fuente

12 El documento que aquí se presenta forma parte del acervo del Archivo Histórico de Tucumán13 y se encuentra inserto en un tomo correspondiente a la Sección Protocolos14, Protocolo 36, Tomo 3º, Serie C, año 1892, folio 1417 (r/v). El tomo ingresó al AHT desde el Archivo Intermedio, el día 7 de octubre de 2011, y fue fotografiado el 5 de octubre de 2012. El documento se compone de un folio (recto y verso) de papel sellado con el precio determinado por la ley del timbre. De aspecto amarronado, se encuentra en estado regular de conservación, mostrando bordes rotos, una rajadura en sentido horizontal que atraviesa y casi corta por la mitad al documento, y manchas residuales de pegamento de cinta adhesiva transparente (dispuestas vertical y horizontalmente) colocada con mucha anterioridad al ingreso del Protocolo al AHT.

13 La letra utilizada es cursiva, compacta y sin ornamentaciones, sin embargo el trazo de los caracteres revela cierta sobrecarga de tinta que con el tiempo transcurrido se convirtieron en manchas que en algunos casos, como el fin de palabras con vocales, dificulta su lectura. La estructura del texto es en bloque, sin tabulaciones y con márgenes ajustados. En el recto, el margen izquierdo es de aproximadamente 2 cm, mientras que el derecho es el mínimo, estando afectada ese lado de la hoja por un proceso de destrucción del borde (ver Figura 2), el margen inferior es de aproximadamente 1,5 cm. En el verso el margen superior es de unos 2 cm, mientras que el izquierdo y derecho son los mínimos hasta pasada la mitad de la foja a partir de la cual se deja un margen de unos 2 cm.

14 La tinta15 presenta cierta decoloración hacia un tono café, no presenta halos pero sí claras evidencias de transminado o migración (que a veces entorpecen la lectura del texto), con escasas afectaciones mecánicas (perforado) sobre el papel. Las características generales señaladas apuntan a que se trata de una tinta ferrogálica, desbalanceada tipo II (Odor Chávez 2009). Solo análisis no destructivos mediante tiras reactivas u otros más avanzados como los planteados por Mendoza Cuevas et al. (2009) permitirían conocer mayores detalles sobre la tinta.

15 Los folios fueron fotografiados usando una cámara compacta Sony, con una resolución de 3167 x 4828 píxeles, lo cual permitió trabajar con ampliaciones sin cuadriculaciones.

16 El documento fue transcripto literalmente, siguiendo las Normas de Edición y Transcripción de los Documentos sugeridas por Corpus16, publicación electrónica dependiente de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República de Uruguay. Estas normas, más modernas y con algunas diferencias respecto de las Normas para la Transcripción de Documentos Históricos Hispanoamericanos de 1961(Ver PRIA 1974 y Tanodi 1992), más frecuentemente usadas, ha sido preferida por cuanto minimizan la intervención del transcriptor, alientan las transcripciones que respetan la ortografía original y desalientan las normalizaciones

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modernas del texto. Por otra parte las normas de 1957 y 1961, si bien gozan de un uso más amplio localmente, han sido cuestionadas casi desde el comienzo de las mismas (Garcés 1961), y hasta se ha propuesto que “la posible sustantividad de las normas de transcripción parece que debería exigir un anticuado objetivo” (García Lagarreta 1979, p. 182), ya que como formuló Floriano Cumbreño

17 El criterio para la realización de las transcripciones dista mucho de estar unificado. La causa de ello es bien conocida: cada uno transcribe los documentos con arreglo a los fines que se propone llevar a cabo con su transcripción, y como estos fines son muy diversos, claro es que los procedimientos de transcripción habrán de ser por completo diferentes. (1946, p. 99)

18 Si bien, como señalaba López Villalba (1998), parecería una paradoja encontrar múltiples normas contraviniendo así la esencia misma del término norma, recientes trabajos modernos de otras latitudes muestran también esta necesidad de flexibilidad y adecuación al material particular que se trabaje, sin que por ello no se tome en cuenta lo ya formulado o se incurra en una anarquía que imposibilite compartir método y resultados (Romero Andonegi 2006). De hecho, las mismas Normas de transcripción y edición de textos y documentos del C.S.I.C. de 1944, se presentaban a sí mismas “más bien como consejos y recomendaciones que como reglas rígidas e inalterables” (p. 3).

19 Entendemos que por el tipo de contenido del documento (en donde abundan toponimias, gentilicios y expresiones anacrónicas) era menester tratar de mostrar el mismo de manera cruda, para comparar el material resultante con las versiones modernas que se conocen del mismo. De esta manera el rol del transcriptor se limita a limpiar visualmente el documento de origen, sin intervenir, en primera instancia, con el significado de los grafemas. Por otra parte encontramos sumamente útil la propuesta de las Normas de Corpus, respecto a la numeración de los renglones ya que facilita la tarea de verificación de los eventuales lectores. Por último, mantener el estilo de expresión utilizado por el escribiente del documento puede ser útil para objetivos de análisis distintos a los seguidos en este artículo.

20 Si bien en el documento analizado la letra utilizada corresponde a una bastardilla (sensu Tanodi 1992), para algunas partes de su interpretación se recurrió a la consulta de algunos manuales de paleografía y abreviaturas (Silva Prada 2001, Tanodi 2001, Carlin 2003), aunque con escasos resultados.

21 El documento se estructura siguiendo el formato de las mercedes de tierra, en donde el escribano interviniente nombra a los actuantes, el lugar geográfico en donde se realiza la merced, algún ritual asociado a la posesión de la tierra, acto de fe y cierre.

El contexto documental

22 El documento que nos ocupa es el puesto como cabecera de un oficio que va desde la foja 1417 hasta la 1426, aunque podría llegar a hablarse de 3 documentos:

23 a) el Testimonio de 1753 que ocupa la foja 1417 (r-v);

24 b) los antecedentes, contingencias y pasos seguidos para lograr la protocolización, que van de las fojas 1418 (r) a 1426 (r); y

25 c) la escritura de protocolización en la foja 1427 a 1428 (r).

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26 No obstante esta división, solamente el análisis del contenido de las tres partes permite tener una idea completa de la significancia de este proceso.

27 Según se lee en los antecedentes, existe una demanda interpuesta contra Don Filemón Palavecino, sobre “exhibición de una cédula real”. El representante de los “indios de la comunidad de Amaichas y Colalao”, el Sr. Juan Solís Ovando, manifiesta mediante nota del 30 de junio de 1892 la necesidad de protocolizar la “cédula” que expone y que se le dé copia, por ser esta “muy antigua y de mucha importancia de los intereses” que representa. Con algunos escollos menores, finalmente la “cédula” exhibida es protocolizada el 30 de noviembre de 1892 mediante Escritura número 582, fojas 1427 y 1428, por el escribano de gobierno Maximio (sic) Sánchez. En la misma se hace referencia a la relación entre esta escritura y los juicios que Sigifredo Brachieri tenía iniciados contra los amaichas, de los que Ovando solicita ser parte representante. Finalmente el 7 de diciembre de 1892, se le entregan a Ovando las copias de la escritura, de la cédula y demás escritos, para que “surjan los efectos que en derecho haya lugar”.

28 Esta protocolización prácticamente significó el cierre de un largo pleito iniciado en 1796 a través de una demanda interpuesta por el “juez y cacique” del pueblo de los amaichas, don Lorenzo Olivares, contra Nicolás Aramburu (vecino de Cafayate, provincia de Salta). Este pleito, que ha sido ya trabajado en detalle por Rodríguez (2009) se prolongó durante todo el siglo XIX, cambiando (por razones de fallecimientos y herencias) de representantes en ambos bandos y matizado por una serie de avances y retrocesos a favor de unos u otros litigantes; pero tuvo un punto de inflexión en 1872, cuando el gobierno de Tucumán dictó una sentencia a favor de Brachieri17.

29 El 30 de junio de 187218 “Balentin Armella”, por entonces comandante militar del departamento de Encalilla19, envía desde Colalao (donde residía) una carta al ministro de gobierno Eudoro Avellaneda20. Gracias a esta nos enteramos que el gobierno de la provincia había ordenado se le dieran en posesión a Brachieri los terrenos en litigio, lo cual se vio frustrado por el “motín” de los amaichas. El motín, como lo denomina Armella en su carta, no pasa a mayores, pero la decisión del gobierno, que contraría las sentencias de primera y segunda instancia del año 185021 y 1858, provoca que un vecino de Encalilla, Juan Pablo Pastrana, haga un viaje hasta Buenos Aires, para buscar el expediente que a fines del siglo XVIII había tramitado Olivares ante la Audiencia. Al no encontrar dicha documentación, Pastrana presenta una carta el 28 de septiembre de 1872 al Poder Ejecutivo Nacional para obtener ayuda, con la suerte (?) de que en ese momento el ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública de la Nación, Nicolás Avellaneda (hermano de Eudoro), también ostentaba el cargo de Ministro de Interior22. Como sostiene Herrera (2009, p. 3), este era uno de los ministerios más importantes por sus funciones de “agencia de desarrollo” y a través del cual el gobierno de Tucumán obtuvo numerosos favores del gobierno nacional. Como sabemos, quien se hallaba en la presidencia en ese momento era Domingo Sarmiento, quien no se caracterizaba justamente por su simpatía hacia las poblaciones indígenas. Es de presumir que el asunto que proponía Pastrana fue tratado sólo por Avellaneda, ya que es el Departamento de Justicia el que se encarga de transcribir la carta y responderle a Pastrana. Las transcripciones de la carta y la respuesta fueron enviadas al gobierno de Tucumán el 1º de octubre de 1872. De la respuesta entregada a Pastrana se rescata que el Departamento de Justicia aclara que el Poder Ejecutivo Nacional no podía interferir en cuestiones administrativas propias de la provincia, pero que con esta nota se dirigía al gobierno de Tucumán “recomendando a su equidad este asunto, a fin de que haga lo

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que sea legalmente posible en su favor”23. Si bien parece una contestación de rutina, las tres últimas palabras “en su favor” son todo un guiño a favor de los intereses de los indios de Amaicha. Y para que quede clara cuál era la visión que se tenía del conflicto el día 2 de octubre, el mismo Nicolás Avellaneda envía una carta en papel sellado de su propio ministerio al gobernador de Tucumán, Federico Helguera, de cuyo contenido se desprende que el ministro había tenido oportunidad de obtener más detalles que los expresados en la propia carta de Pastrana, por lo que no sería raro que este hubiese tenido la oportunidad de hablar personalmente con el ministro24. La suerte de 300 familias indígenas que ocupan terrenos poblados por sus abuelos, y a lo que tienen vinculados sus afecciones, sus intereses y sus tradiciones, no puede ser indiferente. Si ofrecemos nuestro suelo con anhelo al extrangero, si fomentamos la formación de colonias ¿cómo no mirar con interés esos grupos de poblaciones pacíficas y laboriosas que la mano del tiempo ha arraigado en medio de nuestro campo? Aparte de estas consideraciones de equidad, hay otras de distinto género que no escaparán a la ilustración de V.E. Así el PEN ha creído que debía interesar a VE en su favor, pidiéndole que por los medios legales que repute conveniente, acoja y favorezca a los peticionarios.25

30 Si bien el texto da lugar a numerosas reflexiones, solo me limitaré a señalar aquellas específicas al tema. ¿De dónde obtiene el número de 300 familias? El censo de población de septiembre de 1869 nos informa de 1439 habitantes pero no señala número de familias.

31 En primer lugar es remarcable el hecho de la premura con que fue tratado todo. El “motín de Amaicha” fue el 30 de junio, Pastrana viaja y el 30 de septiembre presenta la carta, al día siguiente tiene respuesta del gobierno y, al otro, Avellaneda escribe su recomendación. ¿Cuáles son los resortes que supo o pudo activar Pastrana para recibir esta atención?

32 Es interesante cómo en la defensa que hace por los peticionarios, Avellaneda apela no solo al aspecto económico de la ocupación del terreno (“sus intereses”) que es el tema que se explicita siempre en los oficios judiciales de los pleitos, sino a cuestiones humanísticas como los afectos y la tradición, introduciendo así en el área discursiva elementos que en el futuro formarían parte del discurso indígena a la hora de plantear la defensa de un territorio26.

33 Llama la atención también como posiciona Avellaneda (quien 4 años después promoverá la sanción de la Ley de Inmigración) a los amaichas, al colocarlos en un plano opuesto a lo extranjero, y cuidándose de considerarlos un grupo distinto a una colonia. Por otra parte, a pesar de las advertencias de Armella (el motín de Amaicha), Avellaneda los califica como pacíficos y laboriosos27. Esta imagen de los “indígenas” de Amaicha es fundamental a la hora de prestar su apoyo al pedido, lo cual contrasta con la visión que expresará pocos años más tarde (1878) al hablar de los “indios de la Pampa”28.

34 Si bien el final de la carta es contundente (dice el Presidente que por la forma que pueda favorezca a los peticionarios), en el párrafo anterior queda suspendida una sugerencia más que intrigante y creo que aún es necesario trabajar para encontrar su clave, ¿cuáles son las otras consideraciones “de distinto género” que el gobernador conoce y que Avellaneda le recuerda al oído para que no podamos escuchar?29

35 En contraste con la premura demostrada por el gobierno nacional en tratar el asunto, el provincial acusa recibo de la carta de Avellaneda recién el 21 de noviembre. Sin

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embargo los problemas entre los amaichas y Brachieri parecen haber entrado en un impasse, o al menos los archivos no muestran nuevos movimientos al respecto sino hasta el 20 de diciembre de 1883 cuando el Supremo Tribunal de Justicia publica una lista de las causas seguidas por él entre las que se cuenta, en la categoría de “En revisión”, la de “Los indios de Amaicha, Encalilla y Colalao, con los herederos de Sigisfredo Brachieri, sobre la posesión de unas tierras” (El Orden , 20/12/1883, p. 1 col. 6).

36 Sin embargo lo que sí se nota en ese período (1872-1883) es un cambio a favor del representante de los amaichas y el estatus de estos, ya que a partir del 29 de julio de 1881, a través de una carta del ministro Sisto Terán, Pastrana es nombrado “Capitán y representante general de la Comunidad de Amaycha”30, y pocos meses después aparece ya nombrado como “juez de paz”31. Así, Pastrana pasa a ostentar un prestigio que lo distingue de los anteriores “representantes” y a su vez el colectivo “indios” retoma la designación de “comunidad”, que si bien había sido utilizada en documentos de 1845 32, a posteriori había sido abandonada. La reintroducción del colectivo comunidad, aun cuando por unos años más convivió con el de “indios de”, me parece sumamente interesante por cuanto es esta categoría la que se usará luego para interactuar con el Estado, y sobre la que se montó y recreó a través de los estudios folclóricos de fines del XIX y principios de XX (Quiroga 1992 [1929], Carrizo 1937) una imagen romántica de los habitantes de esa zona.

37 Respecto a la nueva investidura de Pastrana, su período duró poco ya que en octubre de 1882 es destituido de los cargos de juez de paz y comisario por quejas de los vecinos que lo acusan de abuso de autoridad. Esta clase de superposiciones de funciones, quejas y destituciones era algo frecuente (no solo en la campaña tucumana33), y público34, de modo tal que los que le precedieron35 y los que le sucedieron36 cayeron bajo la misma vara37. De todos modos, gracias a ese viaje fue recompensado con las tierras de El Paraíso (en donde hoy viven sus descendientes), y el lustre del “patriarca” Pastrana ha trascendido en el tiempo gracias a los relatos que aún se transmiten oralmente de él38.

38 Ahora bien, desde el estado de “en revisión” de 1883 hasta la protocolización de 1892 hay un período de 9 años, que puede o no ser demasiado tiempo para sostener un estado de equilibrio, pero que sin lugar a dudas aún es un vacío que requiere trabajo de archivo si se quiere llegar a explicar: ¿cómo se sostuvo este impasse?, ¿cómo y por qué aparece esta cédula en 1892?, ¿quién y cómo consiguió la cédula?, ¿quién era Juan Ovando39 y por qué aparece representando a los “indios de la Comunidad de amaicha”?

39 Para ir cerrando, existe una pregunta que aunque parezca obvia, no es menor: ¿por qué con la protocolización de la cédula se terminó con un conflicto que había demostrado ser tan persistente que superó generaciones de contrincantes (desde Aramburu hasta Brachieri, desde Olivares hasta Ovando), sistemas políticos y revoluciones (desde la Colonia a la República pasando por una revolución y guerras civiles)? Creo que gran parte de la respuesta está relacionada con cambios macro en el sistema económico de la zona.

40 Si bien la zona vallista durante el período colonial y de transición al republicano habían resultado ser un ámbito de gran tránsito y de engorde de ganado gracias al comercio con las minas de Bolivia y Chile (Bazán 1987, Conti y Sica 2011), la re-estructuración política del territorio (y con ella la de fronteras) y la apertura de nuevas rutas por el llano (Santamarina 1945) dejó a esta zona apartada del circuito comercial provincial. Hacia fines del siglo XIX las cosas habían cambiado para mal como consecuencia de las

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nuevas políticas de aduanas de Chile, Bolivia y Perú en donde se colocaba el ganado40, a lo cual se sumaban los efectos negativos de heladas, granizos y sequías en años sucesivos, algunas epidemias y emigración de la mano de obra local atraída por el auge de los ingenios azucareros en Tucumán y Salta (Meister et al. 1963, pp. 31-32). Demográficamente las cosas han cambiado; si el censo de 1862 arrojaba para la zona de Encalilla-Amaicha 1439 habitantes, para 1895 arroja 767 habitantes41.

41 Paralelamente a esto, y fruto de la transformación económica y el régimen de propiedad de la tierra latifundista en la zona salteña del valle, en Cafayate (de donde era el litigante original Aramburu) la industria de la vid ya se estaba desarrollando y sacaba su producción a través de Salta. Es decir que hacia el año de protocolización de la cédula, la zona que había sido el escenario de la larga disputa, aparentemente había perdido su razón de ser. Si a esto le sumamos la información histórica (Carrizo 1937, Cano Vélez 1943, Bruno 1976, Rodríguez Espada 1984) referida al éxodo de la población de Encalilla a partir de 1884 debido a la falta de agua, tal vez podamos decir que nos quedamos sin elementos que justifiquen seguir el pleito.

42 Por último, recordando la sugerencia del ministro Avellaneda al gobernador Helguera en 1872, cabe preguntarse ¿qué motivos podía tener el gobierno tucumano para apoyar a los amaichas en sus reclamos? A modo de hipótesis42, es posible plantear que los problemas de jurisdicción heredados de la época colonial tenían aún tanta vigencia como la habían tenido a mediados del XVII con la creación de la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca, y que por ello resultaba conveniente hacer acto de presencia en la zona. El fin de las luchas civiles, permitió que los viejos conflictos territoriales entre las provincias de Catamarca, Tucumán y Salta volvieran a ser una cuestión a tratar, por lo que tempranamente, en1862 Tucumán se encargó de formar unilateralmente una comisión para el estudio de los “Límites de la Provincia” (Gobierno de Tucumán 1916, p. 64) con la intención de llegar a generar un mapa de sus límites. La población más importante del Valle, Santa María, si bien respondía políticamente a Catamarca, en términos prácticos se relacionaba con Tucumán a punto tal de llegar a plantearse la posibilidad de anexión “pacífica” del departamento de Santa María a la provincia de Tucumán43, a diferencia de la que ya había sucedido en diciembre de 1835 bajo el gobierno de Heredia (Zavalía 2003, p. 170)44. Esta conflictividad entre Tucumán y Catamarca, sumada a cierta desconfianza hacia el comandante Armella (quien tenía lazos comerciales con Salta) promovió que el representante de los amaicha, Pastrana, fuese nombrado en 1881 “Capitán” por el gobernador de Tucumán, y que cuidase las fronteras por “la parte de Santa María”45.

43 No podemos explayarnos más sobre el tema, pero queremos cerrar esta sección notando que los pedimentos mineros en el Aconquija que existen en los archivos históricos de Tucumán y Catamarca, demuestran que los sueños de oro y plata que habían motivado a los españoles del XVI y XVII aún estaban vivos en las autoridades tucumanas y catamarqueñas, y tal vez explican en parte la conflictividad respecto a los límites y el compromiso por parte de Tucumán para apoyar argumentos que estuvieran a favor de sus pretensiones.

La “Cédula Real” en el siglo XX

44 Hasta no hace mucho, la versión más antigua que se conocía de la cédula era la que publicara Carrizo (1937), la cual, según comenta en su libro, “algunas personas de la

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localidad saben de memoria” (p. 35) y le fuera dictada por el maestro Ramón Cano Vélez46. Algo a remarcar en esta obra es la apreciación respecto a la extensión de los “dominios” de los amaichas, ya que sostiene que esta cédula seguramente los “agrandaba”, y que si bien no da los límites territoriales prehispánicos “es de creer que los límites de esta merced reproduzcan en gran parte el de sus dominios anteriores…” (p. 36). El mismo Cano Vélez años más tarde en su libro Amaicha (1946) aclara que el texto que reproduce lo obtuvo de “una copia de la CEDULA REAL, que obra en poder de un vecino” (p. 22), es decir que su fuente de información es escrita y no oral.

45 La siguiente mención de la cédula sería la de Román y Mullet (1949), quienes la publican en forma de apéndice bajo la designación de “Título originario de la Comunidad de Amaicha del Valle” (p. 47), y si bien no especifican la fuente, el texto es exactamente el mismo que el de Cano Vélez.

46 La única diferencia entre estos tres primeros textos es que Carrizo no incluyó la presentación que hace el escribano de Buenos Aires, y que entre los firmantes de la cédula, Carrizo escribió “Nievas” mientras que Cano Vélez escribió “Nievar”, lo cual fue copiado por Román y Mulet pero con un error de cambio de una letra, “Neivar” en lugar de “Nievar”.

47 Posteriormente, Reyes Gajardo (1966) también reproduce el texto citando como fuente la versión de Román y Mullet, pero agrega como al pasar que “el texto de Cédula real de la Comunidad de Amaicha ya transcripto por varios autores, que lo han tomado de una copia,…”. Páginas más adelante llamativamente agrega a su fuente una nota que remite a la copia existente en el Archivo Histórico de Tucumán (aun cuando Román y Mullet no consultaron este archivo), de la que menciona que no tuvo tiempo de consultar, pero no dice de dónde sacó dicha referencia. Es posible que haya podido ver la carátula de las copias autenticadas en donde se remite la ubicación del original en el AHT. En 1972, Zerda de Cainzo también reproduce la cédula pero no menciona su fuente ni reproduce el protocolo del testimonio, por lo cual es de suponer que su reproducción parcial la hace desde la copia “que posee Mamaní”47 ya que dice haberla comparado con la de Roman y Mullet.

48 Finalmente tenemos el conocido trabajo de Isla (2002) quien, a pesar de decir que “Dada la importancia del documento para el entendimiento de la historia amaicheña, como de las prácticas y discursos actuales, lo transcribo a continuación según una presentación realizada ante un ministerio público de la ciudad de Buenos Aires en 1853” (p. 52), reproduce la copia de Román y Mulet, cayendo así en el mismo error que introdujo Cano Vélez Vélez desde el principio, ya que el año de entrega del testimonio en Buenos Aires es 1753, y no 1853 como bien lo señaló quien en realidad es el primero en rescatar el texto íntegro del testimonio: Adrián Canelada48.

49 Pero antes de describir el rol de Canelada en esta cronología, debemos decir que en realidad la existencia de la “cédula real” entra en la bibliografía académica casi inmediatamente de producida su protocolización. Adán Quiroga y Samuel Lafone Quevedo, dada su prolongada estancia en los alrededores de Amaicha, tuvieron ocasión de interactuar con los amaicheños de entonces y plasmar tempranamente algunos comentarios respecto al conflicto por la tierra y a la existencia de la “cédula”. Lafone Quevedo49 (1904, p. 124) dirá:

50 Estos Hamaichas han pleiteado durante un siglo con los ocupantes del Bañado de Quilmes, y hasta el día de hoy conservan la pretensión de reivindicar parte, sino el todo

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de aquella propiedad. Según los documentos, la familia de Aramburu la ocupaba con permiso de los Indios Hamaichas.

51 Mientras que Quiroga50 (1912, p. 156) agrega al respecto

52 Por un título otorgado en Buenos Aires, que posee en copia el cacique Timoteo Ayala, de mayo de 1753, ante el escribano de cabildo, hacienda y guerra, vése que los dominios del cacique Francisco Chapurfe se extendían mucho, comprendiendo los siguientes pueblos, de los que se le da posesión: Bañado de Quilmes, San Francisco, Tiopunco, Encalilla y Amaycha, de acuerdo con la cédula de abril de 1716.

53 Esta primera mención de la Cédula es importante en cuanto la extrae del ámbito puramente jurídico (que es en donde fue presentada y validada por el gobierno tucumano mediante su protocolización) y le otorga un carácter semipúblico. Digo semipúblico, por cuanto el público lector de las obras científicas era reducido, pero la posición política que ocupaban algunos de estos lectores jugaría en el futuro un papel decisivo en el apoyo que brindarían a la comunidad. No obstante esta primera mención de Quiroga, habrá que esperar hasta el trabajo de Canelada para conocer el texto de la cédula.

54 En 1921, en su carácter de maestro en la escuela de Calimonte, a Canelada le cupo la tarea de llevar a cabo las entrevistas para colaborar con la Encuesta Folclórica Nacional51. Motivado por un gran interés en la cultura vallista, aportó (a diferencia de sus otros colegas provinciales) más de 350 páginas con valiosa información52 sobre los más diversos temas. En una de las páginas de la encuesta bajo el título “Cédula Real” señala como “narrador” al por entonces cacique “Timoteo Ayala, de 66 años” y escribe la siguiente advertencia:

55 Por si pudiera ilustrar algo estos conceptos o encerrara algún interés que yo no alcanzo, como un dato curioso, tomo copia del documento llamado Cédula Real, en donde consta la concesión hecha a los ascendientes de estos habitantes de Amaycha, Calimonte y Tio Punco (Canelada 1921, p. 296).

56 Dado que Canelada señala a su fuente de información como “narrador” pero también usa la expresión “tomo copia” queda la duda de si en realidad el texto que escribe de la cédula es copiado desde una fuente escrita (la copia del testimonio) o dictado. Dada la diferencia en el texto que él escribe y la que publicara años después Cano Vélez, solo puedo decir que me inclino por la opción del dictado (ver luego nota 53). Ahora bien, dado que la transcripción que hiciera Canelada no ha sido publicada aún, dado que es la más antigua, y dado es que es la única que originalmente señala correctamente la fecha de entrega de 1753, aprovechamos la ocasión para transcribirla literalmente tomando como fuente el microfilm del manuscrito.

57 "En esta ciudad de Buenos Aires, a los seis días

58 del mes de Mayo de 1753, ante mi el Escri-

59 bano de Hacienda, Cabildo y Guerra, se pre-

60 sentó un indio de edad como de 75 años,

61 con orden de su Exmo. Sr. Gobernador y

62 Capitán General Don Antonio de Andomaqui,

63 para que le diese Testimonio de los ti-

64 tulos de las tierras de sus indios; dicha orden,

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65 la agrego a los títulos de su referencia, etcr.

66 __ "Nos, los Gobernadores Don Francisco de Nievar,

67 Gerónimo Luis de Cabrera y los Jefes del Ejér-

68 Cito de S.M. Real, Don Pedro Díaz Doria y

69 Don Francisco de Lamercado de Villacorte,

70 reunidos en este paraje de Encalilla para dar

71 la posesión Real al cacique de los pueblos llama-

72 dos “-El Bañado de Quilmes, -San Francisco, -

73 Tio-Punco, Encalilla y Amaycha, Don

74 Francisco Chapurfe, quien nos manifestó la

75 Cédula Real que antes dimos en el año de 1716, en el

76 mes de Abril, en la que se manifiesta que al ser

77 bautizado su padre, el cacique de las ciudades

78 de Quilmes y de todos estos pueblos, Don Diego

79 Utibaitina, se labró y selló con nuestros

80 nombres un algarrobo grande y estando

81 reunida toda la gentilidad de Vacamaca y

82 Lagunas,53 actos en señal de la posesión de tierras

83 de dichos pueblos, entrepasándose estas tus

84 tierras quedó en nombre del rey y Nuestro

85 Señor amparado y ampara es entre dos

86 depas y que en ningún tiempo os han de qui-

87 tar persona alguna omeos han dado los

88 españoles estas tierras y antes si fueren

89 amparadas dichas tierras, que son desde el al-

90 garrobo sellado, línea recta al Naciente has-

91 ta dar con una loma picaza en el Puesto de

92 Masao y de allí por la cuchilla de Aguila

93 Huaci hasta dar con la cima de Los Lam

94 pazos, y de allí, tomando para el Sud, el

95 cordón que bota las aguas para el Valle has-

96 ta dar con el Nevado, y se vuelve para el No-

97 ciente por el cordón que vota las aguas para

98 Tafí hasta llegar a la abra que forma el cami-

99 no que va para este punto y de allí se mira

100 al cerro que está entre N.O. hasta dar con

101 el cordón que vota las aguas para el Tucu

102 mán, y volviendo por este rumbo para

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103 el Poniente, se toma la linea del algarrobo

104 escrito al abra del sud del Morro de San

105 Francisco que mira directamente a la

106 puerta el Chiflón del Río de Vacamaca y

107 por el Norte hasta el Neayacocha y

108 de allí, línea recta al Naciente a un morro

109 alto y siguiendo la línea hasta el cordón

110 que vota las aguas, para el Tucumán y

111 volviendo al Neayacocha linea recta

112 al campo del Mollar en donde plantamos

113 una cruz grande, y de allí se tira línea recta

114 al Poniente al Cerro Grande que está frente

115 a Colalao, quedando este punto y Tolombón

116 y el paraje del Sud de estos pueblos llamados

117 “-El Puesto”- prestados por el tiempo de seis

118 años en poder de Don Pedro Díaz Doria, para

119 hacer pastear, y invernar tropas de mu-

120 las del Ejercito real, gracia que se hizo por

121 haberse empeñado en cuidado con toda su

122 pía armada a nombre de S.M. Real y el para-

123 je de Tafí arrendado a Don Francisco de

124 la Mercado de Villa-corte, para cabras y ovejas

125 de Castilla, bajo cuyos límites damos la posesión

126 Real, temporal, y corporal al susodicho

127 cacique, para él y su indiada, sus here-

128 rederos y sucesores y ordenamos al Gran

129 Sanchez que está a siete leguas del

130 Tucumán abajo, deje venir a los in

131 dios que se le recomendaron por

132 _ _ _ _54 peredo tiempo de diez años

133 para que instruidos volviesen todos a sus casas,

134 como dueños legítimos de aquellas tierras

135 para que las posean ellos y sus descendientes.

136 Así firmamos este acta de posesión real

137 en el referido paraje de Encalilla en dicho día,

138 mes y año=Francisco de Nievar=Gerónimo

139 Luis de Cabrera=Pedro Díaz Doria=Fran-

140 cisco de la Mercado de Villa-Corte=" Es copia

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141 fiel de su original, al que me refiero en caso

142 necesario,= En fe de ello firmo la presente

143 fecha ut supra=año de 1716, mes de

144 Abril=Martín Rodríguez=, firmado_

145 Escribano de Hacienda Cabildo y Guerra.-

146 La segunda transcripción de la cédula es de Cano Vélez, pero en realidad aparece por primera vez el 30 de marzo de 1924 en una nota de página entera de la edición dominical de La Gaceta, mas quién se encargó de que esta y otras notas aparecieran fue el abogado Carlos Heller (que años después llegaría a ser presidente de la Corte Suprema de Justicia provincial), quien a su regreso de una excursión por los valles en donde conoció a Cano Vélez, y por su amistad con el director del diario, se encargó de que las notas del maestro fueran publicadas. Sin embargo la versión publicada adolece de errores de armado de imprenta (renglones intercambiados) y como año de entrega de la cédula figura “1953” (sic).

147 Unos años más tarde, Mena (1930) transcribe esta versión de Cano Vélez publicada en La Gaceta, pero corrigiendo la fecha de otorgamiento por 175355.

148 Tenemos en definitiva solo dos versiones de la cédula: la primera es la de Canelada de 1921, y luego la de Cano Vélez de 1924, que en definitiva fue la que sirvió de base a las publicadas posteriormente.

149 Lamentablemente no sabemos quién exactamente le permite a Cano Vélez obtener su versión de la cédula, pero se podría decir que la debe haber tomado a posteriori de 1921 (ya que no la menciona en los textos que remite a la encuesta folclórica56) pero antes de 1924, cuando se publica en La Gaceta. Dadas estas fechas, es de presumir que quien le haya permitido obtener copia fuese Timoteo Ayala y no Agapito Mamaní (con quien tenía una fluida relación según comenta Cano Vélez en su libro), quien sucedió en el cacicazgo a la muerte de Timoteo en 1938, hasta su propia muerte en 196457. Es de suponer que más o menos hasta 1938 Timoteo haya conservado las copias, y que luego pasaran a Agapito. De haber sido Agapito quien le facilitase la copia no se entendería qué hacían en poder de él entre 1921 y 1924 y es de suponer que Cano Vélez lo hubiese nombrado en su libro cuando dice

150 como puede verse en una copia de la CEDULA REAL, que obra en poder de un vecino de esta y que por amistad, conseguimos nos permitiese sacar la copia que va enseguida y que a nuestro juicio tiene cierta importancia. (1943, p. 22).

151 Lo que queda claro de este último párrafo es que a Cano Vélez no le fue dictado el texto de la copia sino que lo transcribió de la misma. Esta transcripción es la que puede haber servido de fuente a Carrizo y a Heller para sus publicaciones. Lo que no queda claro es el porqué de la equivocación de Cano Vélez respecto al año de 1753. Si bien no he tenido la oportunidad de conocer en persona la copia, en las reproducciones de los folletos mencionados se lee claramente “mil setecientos cincuenta”, por lo que no se puede adjudicar a un problema de legibilidad.

152 Existe una versión que dice que existían “copias” de la cédula en manos de otros vecinos de Amaicha. De ser cierta esta versión, no sería ilógico pensar que se tratase de copias manuscritas hechas desde la copia entregada por el gobierno. O podría tratarse de copias facsimilares, pero para este caso ya tendríamos que estar hablando de por lo menos la década de 1960. En este caso también podrían aparecer copias del testimonio

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pero no obtenidas en el ámbito de la comunidad, sino que estas habrían sido obtenidas del protocolo del archivo de San Miguel de Tucumán donde fue depositado en 1892. Un trabajo de encuesta entre los comuneros podría ayudar a echar luz al respecto.

153 En resumen, existe un testimonio (Figuras 2 y 3) obtenido en Buenos Aires, que data de 1753, que junto a otros papeles y una escritura de protocolización fueron depositados en el Archivo Histórico en 1892. De este conjunto, el gobierno de Tucumán por pedido de Ovando hizo una copia certificada por el escribano Sánchez, la cual fue a manos del cacique de la comunidad Timoteo Ayala. De esta copia, Quiroga (1912 [1900]) hace una mención resumida, y la primera transcripción (¿dictada?) de la copia la hace Canelada (1921). La segunda transcripción la hace Cano Vélez (1924) desde la copia. La transcripción de Cano Vélez es copiada o reproducida por Mena (1930), Carrizo (1937) y por Román y Mullet (1949). Finalmente la copia de Román y Mullet es copiada por Reyes Gajardo (1966) y por Isla (2002). Cerramos esta sección con una Tabla Resumen y un Diagrama de estas fuentes, para pasar luego a la transcripción del testimonio depositado en el AHT.

Encabezado58 Año de la Informante o Año del Fuente bibliográfica Fuente Fuente testimonio Sí No

Quiroga 1900 Timoteo Ayala -- -- 1753

Canelada 1921 Timoteo Ayala x 1753

La Gaceta (Cano Vélez- 1924 "un comunero" x 1953 Heller)

Mena 1930 La gaceta x 1753

Carrizo 1937 Cano Vélez x ---

Cano Vélez 1943 "un comunero" x 1853

Roman & Mullet 1949 s/d x 1853

Reyes Gajardo 1966 Roman-Mulet x 1853

Zerda de Cainzo 1972 s/d x ---

Isla 2002 Roman yMulet x 1853

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Transcripción de la “Cédula Real”

154 Lo que sigue es la transcripción textual del testimonio otorgado en Buenos Aires el 6 de mayo de 1753, fojas 1417 (r/v), protocolizado en Tucumán el 30 de noviembre de 1892, bajo escritura número 582, fojas 427 (r/v) y 428 (r).

155 Como se indicara anteriormente, se siguen las Normas de Edición y Transcripción de los Documentos sugeridas por Corpus, publicación electrónica dependiente de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República de Uruguay, por cuanto esta alienta las transcripciones que respetan la ortografía original y desalientan las normalizaciones modernas del texto. A posteriori se adjuntarán las imágenes fotográficas obtenidas del original, de modo tal que el lector podrá comparar el texto original con la transcripción ofrecida aquí y compararla con las versiones modernas citadas anteriormente.

156 Como aclaración vale la siguiente clave utilizada para señalar aspectos del texto con problemas de transcripción:

157 1 Se numeran los renglones del texto original de 5 en 5 y se respeta en la transcripción la longitud original de cada línea.

158 ^ ^ Señala una intercalación hecha por el autor del documento entre líneas. En nuestro caso la que se extiende entre la línea 13-14 y 14-15.

159 [??] Indica la presencia en el manuscrito de parte de una palabra que resulta ilegible, por

160 ejemplo: Ba[??]maca . Se colocarán tantos signos como letras ilegibles tenga la palabra

161 [**??] Indica que una palabra entera es ilegible.

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162 Además, a partir de la referencia numérica de renglón, se introducen unas notas aclaratorias al final de la transcripción.

163 Foja 1417 (r)

164 =1417=

165 (Crismón)

166 Un real

167 SELLO TERCERO, UN REAL AÑO DE MIL SETECIENTOS Y CINCUENTA Y DOS, Y CIN- CUENTA Y TRES 1 En esta ciudad de Bs As a los seis dias del Mes de Mayo de mil setecientos cincuenta y tres, ante mi el Escribano de Hacienda, Cabildo y Guer ra, se presento un Yndio de edad cerca de setenta y cinco añ con 5 orden de S. E. el Señ. Gobor y Captan Genl Don Anto de Andonaegui para que le diese un testimonio de los titulos de las tierras de sus Yndios: dha. orden la agrego a los títulos de su referencia [**??]. testi- ) Nos los Gobernadores Don Franco de Nievar y Don Geronimo monio) Luis de Cabrera y los Gefes de S.M.R. Don Pe_ 10 dro Diaz Doria y Don Franco de Lamercado de Villacorta Re_ unidos en este parage de Encalilla pa dar la posecion Real al Cacique de [**??] P[??]blos del Bañado de Quilme San Franco __ tio Punco, Encalilla y Amaicha Don Franco Chapurfe, quien ^^el año de mil setecientos nos manifesto la Cédula Real que antes dimos: dies y seis en el mes de Apriles x^^ en la que se manifiesta 15 que al ser Bautizado su padre el Cacique de la Ciudad de Quilmes y de todos estos Pueblos Don Diego Utibaitina se labró y Selló con Nuestros Nombres un Algarrobo grande, y estando reunida toda lä Gentilidad de Ba[??]maca y Lagunas, se le hizo abrazara dicho Algarrobo, coger agua en una timbe de asta; actos en señal de la posesión de tierras de dichos Pueblos; 20 entrepasandose estata tuis terras, quedó en Nombre del Rey [??]str[??] Seṝ amparado y amparaos; entre dos dipes: y que en ningun tiempo os han de quitar Persona alguna; ome os han dado los Españoles estas tierras; y antes si fuesen amparadas dchas tierras; que son: desde el algarrobo Sellado línea recta al Naciente hasta dar con una loma picasa en el Punto del Masao; y de allí por la Cu_ 25 chilla de Aguila Guaci hasta dar con la cima delos Lampazos: y de allí tomando Para el Sud el Cordon qe bota las aguas para el Valle hasta dar con el Nevado; y se bu_ elve pa el Norte pr el Cordón que bota las aguas pa tafin hasta llegar á la abra qe forma el camino qe bá pa este Punto; y de allí se mira al Cerro que está entre N.E. hasta dar con el Cordón qe bota las aguas para el tucuman: y bolviendo pa_ Foja 1417 (v) 30 este rumbo para el Poniente; se toma la línea del Algarrobo escrito á la abra del Sud del Morro de San Franco qe. mira directamente a la Puerta del Chiflón del Rio de B[???????]ca: y pr el Norte hasta el Neayacocach. y de alli línea recta al Naciente á un morro alto, y siguiendo la línea hasta el cordon qe_ bota [????]uas para el tucuman, y volviendo al Neayacocach [**??][**??] 35 al Cam[????]l Moyár en donde plantamos una Cruz Grande, y de allí se tira linea [???]ta al Poniente al Cerro Grande qe está frente á Colalao: que dando este P[??]to y tolombón, y el Paraje del Sud de estos Pueblos, llamado el Puesto, prestados por el tiempo de seis añ. en poder de Don Pedro Díaz Doria,

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para se pastear y inbernar tropa de mulas del Egercito Real; gracia que se 40 hizo, por haberse empeñado en Cuidado qon toda su pía Armada á N. de S. M. R. y el paraje de tafín arrendado a Don Franco de Lamercado de Villacorte, para se pacer Cabras y Ovejas de Castilla: Bajo cuyos límites damos la posesión Real, Temporal y Corporal al susodho Caci_ que, para él, su Indiada, sus herederos y sucesores: Y ordenamos al Gran 45 Sánchez que está siete leguas de Tucumán abajo, dege benir á los Indios que se le encomendaron por el referido tiempo de diez años para que ynstruidos [**??][**??][**??] como dueños legítimos de aquellas tierras [**??] las posean ellos y sus descendientes: Y así firmamos este acto de Posesión Real en el referido Parage de Encalilla, en dho día, mes y 50 año=Francisco de Ni[????]=Gerónimo Luis de Cabrera=Pedro Díaz Doria=Fraco de Lamercado de Villacorte=Es copia fiel de su horiginal al que me refiero en caso necesario; en fee de ello, firmo la presente, fha ut supra=Entre líneas=año de l716 y mes de Apriles vale. 55 D[???][**??] (Signo de Martín Rodriguez la Cruz y Firma). E. de Hda C.do y Guerra.

Observaciones:

168 El número “=1417=” corresponde al foliado del libro de protocolos, comenzando el documento con el crismón.

169 A la izquierda de la fecha tópica y crónica expresadas en las tres primeras líneas, va el sello de la corona del rey Fernando VI.

170 Próxima a la base de la línea 13, el documento muestra una rajadura que va casi de margen a margen que ocasiona la ausencia de partes de algunas palabras.

171 A mitad de la línea 14 se incluyó por arriba y debajo de la misma una oración que define la fecha de la cédula de referencia. Esta inclusión, por su longitud es rara.

172 En el final del renglón 34 hay dos palabras y parte de las letras están retocadas con una tinta casi negra diferente al original. Siguiendo estos retoques se destacan las siguientes letras “ _u_y_e ar__ba” (mediante el signo “_” se marcan los caracteres que no se entienden) con lo cual la lectura puede ser guiada a podría leerse como “huye arriba”.

173 Entre el renglón 34 a 37 hay restos amarillentos de cinta que corta en sentido oblicuo 5 palabras.

174 En el renglón 47 se reproduce el corte de la línea 13 ya mencionada. Agregándose una mancha de pegamento.

175 En el renglón 55 hay solo dos palabras con doble subrayado que podría tratarse de la abreviatura del cierre de forma “Dios guarde a Usted”. A continuación un dibujo de la cruz y a la derecha la firma.

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Figura 1. Fotografía del protocolo 86, Tomo Tercero, Serie C, de 1892, donde se encuentra el Testimonio

Figura 2. Foja 1417 (r)

Figura 3. Foja 1417 (v)

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Reflexiones

176 Para finalizar me gustaría compartir un par de reflexiones metodológicas fruto del trabajo en archivos, que creo puede ser útil no a especialistas sino a quienes se están acercando al tratamiento documental. Insisto, tratar con documentos antiguos puede ser arduo pero es un trabajo insoslayable si ese documento es una pieza importante en nuestra investigación. Si bien esto parece una perogrullada, algunos de los ejemplos aquí expresados muestran que no está de más recordarlo. Desde luego, no se trata de rechazar las numerosas transcripciones ya efectuadas, las mismas pueden constituir nuestro punto de partida y ser una guía fundamental, pero si el original está a un alcance más o menos inmediato, merece el esfuerzo de echarle una mirada. Paralelamente el tiempo en que nos toca investigar juega a nuestro favor a través de las numerosas digitalizaciones que se encuentran disponibles a través de Internet, como por ejemplo la del Portal de Archivos Españoles (PARES, www.pares.mcu.es) que nos permite visualizar y recibir en nuestro email copias de los archivos. Este último caso es ejemplo y contraejemplo interesante, ya que la facilitación de la búsqueda a través del buscador se ve contrarrestada por la confiabilidad de la base de datos asociada. Por ejemplo si se trata de buscar información sobre los indios famayllaos (cuya encomienda da lugar al actual pueblo de Famaillá al sur de Tucumán), no se encuentra nada debido a que quien hizo la indización del documento parece haber leído “jamayllap” cuando en el documento se lee claramente “famayllao”59. En los índices del AHT, insoslayables como punto de partida, también suelen también filtrarse errores de este tipo aunque menores. Seguramente que cada uno podrá aportar sus sorpresas y desencuentros; lo que me interesa reforzar aquí es una cuestión metodológica básica de la investigación: la etapa de exploración de fuentes debe seguir siendo tan rigurosa como el resto de la investigación. Las citas de citas tienen riesgos ya conocidos, por lo cual caer en ellos ya

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no puede ser considerado un simple error. Algo similar suele ocurrir con las citas bibliográficas.

177 Estas observaciones apuntan a retomar o enfatizar lo que ya hace tiempo advertía Romano (1992) sobre la necesidad de ponderación de las fuentes y sus “defectos” antes de decidir sobre qué metodología de análisis utilizar. Al reflexionar sobre el aspecto cualitativo de las fuentes consideradas en sí mismas, insistir en la necesidad de preguntarse “¿cuál es su valor?, ¿qué confianza es posible tener en ellas?” (Romano 1981, p. 204). Y refrescar esa ya vieja advertencia sobre la necesaria mirada crítica de las fuentes de investigación, ya que sin ella se pierde también el contexto y con ello una cabal interpretación de las mismas.

178 En el caso particular del documento que aquí se trató, la existencia bibliográfica de distintas “versiones” (aunque con variaciones técnicamente leves) fue motivo suficiente para iniciar una búsqueda sistemática de las mismas, compararlas y tratar de hacer una cronología regresiva de ellas, con lo cual quedó claro que las versiones no eran tales sino simples copias de copias, aunque en algunos casos no fueran declaradas como tales60 y además fueran introduciendo pequeños cambios61. La inconsistencia más obvia y relevante (1753 vs. 1853) fue motivo suficiente para tratar de encontrar el “original” de la “cédula” y gracias a esto se encontró lo que en su momento podría ser considerado la “versión” más antigua (el testimonio), que además quedaba perfectamente contextualizado en una coyuntura que fue crucial para los amaichas históricos en su centenaria pelea por la tierra.

179 Para el caso que nos ocupa, trabajar con la fuente original permitió ver la diferencia entre 1753 y 1853 y evitar errores de interpretación62. Por ejemplo, respecto a los actores involucrados, situar el documento en 1853 podía inducir a pensar que el mismo podría haber sido solicitado por Lorenzo Olivares, mas, dado que la fecha correcta es 1753, no podría haber sido, ya que en el censo de 179163 Don Lorenzo aparece teniendo 50 años. Esta sencilla modificación nos obliga a preguntarnos entonces ¿quién fue el “Yndio de edad cerca de 75 años” que menciona el escribano porteño?, ¿mediante qué procedimientos logró el apoyo del gobernador Andonaegui? y ¿por qué motivos en fecha tan temprana debe hacer este pedimento?; ¿es posible que los terrenos “prestados” por 6 años a “Pedro Díaz de Doria” en “1716” se hubiesen convertido en una de las causas?

180 Rodríguez y Boullosa (2013) han señalado ya la importancia de las autoridades viajeras de Amaicha en el devenir de sus históricas luchas por la tierra, trazando una línea que va desde mediados del siglo XVIII, con Olivares, hasta el actual cacique Nieva (a la cual deberíamos sumar la anónima figura de 1753), en donde se destaca la necesaria diferenciación de estos líderes respecto a sus representados, en tanto su capacidad de interactuar con el sistema judicial de su época. El hecho de tener documentos manuscritos por los propios litigantes es en sí mismo una fuente de información complementaria. El tipo de letra usada, la caligrafía, el estilo de redacción, el uso del espacio en la foja, el tipo de firma, etc., son elementos de información complementarios sobre ciertos aspectos del redactor que no siempre son explícitos. El hecho de que un representante sepa escribir una nota no es lo mismo que el hecho de que la haya escrito con una buena caligrafía, que haya respetado los formatos de márgenes establecidos por convención para los oficios y que para finalizar haya usado una firma adornada. Quien haga esto último es una persona que por algún motivo ha recibido una preparación distinta a la del simple escolar.

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181 Creo que estas características son elementos que merecen ser recolectados al trabajar un documento, ya que aunque en el momento no seamos capaces de darles significado, a posteriori esta situación puede cambiar ya sea a través de nosotros mismos u otros investigadores formados en paleografía.

182 Por último, valga la siguiente reflexión como ejemplo de lo intrincado del documento expuesto que ha servido hasta el presente para plantear cuestiones territoriales en diferentes ámbitos y por distintos actores. Quizás por influencia de la lectura de Carrizo (1937), o proyectando consciente o inconscientemente un preconcepto sobre una territorialidad basada en áreas de explotación, más de un autor (entre los que me incluyo) ha llegado a sostener que el territorio devuelto a los amaichas mediante la cédula seguramente correspondía de alguna manera (aunque ampliado) con el territorio prehispánico de estos. Sin embargo creo que estamos muy lejos de poder afirmar esto. En ninguna parte del texto aquí transcripto dice algo al respecto, las investigaciones arqueológicas están muy lejos (en términos teóricos y metodológicos) de poder mostrar alguna correlación en ese sentido, y la investigación de fuentes etnohistóricas e históricas muestran que si bien seguimos avanzando, cuanto más sabemos de los amaichas más preguntas quedan aún sin respuestas.

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Zerda de Cainzo, H. (1972). Cuaderno de Humanidades, 1 (1), 29-57.

NOTES

1. Tomado de la presentación del representante de los amaichas (ver referencia en Presentación de la Fuente). 2. Titulada “Amaycha, la identidad persistente. Procesos de Territorialización, Desterritorialización y Reterritorialización de una Comunidad Tricentenaria (S. XVII-XX)”. Facultad de Filosofía y Letras, UBA. 3. Si bien en el 2007 elaboré un trabajo de georreferenciación para la comunidad de Amaicha, estando en ese momento como cacique el Prof. Mario Quinteros, desde entonces la posibilidad de ahondar en diversas fuentes plantea la necesidad de rever dicho trabajo. Vale esta aclaración a sabiendas de que a finales del 2013 finalizó el trabajo de Relevamiento Territorial encarado por el INAI (en el marco de la ley de Emergencia Territorial 26.160) en la zona de Amaicha, el cual tomó como guía dicho trabajo de georreferenciación. 4. Dicha desconfianza no es arbitraria por cuanto quienes han trabajado en archivos históricos son testigos de numerosos errores en que incurren las transcripciones, incluso cuando solo se trate de hacer índices. Al respecto se pueden ver los trabajos de Gentile (2012) o Carmignani (2013). 5. La Dra. Lorena Rodríguez me facilitó en junio del 2012 unas fotos de este material que tuvo la posibilidad de registrar el 3 octubre de 2011, cuando el tomo en cuestión todavía se hallaba en el Archivo General de Tucumán. Este material sin embargo tenía poca definición, lo cual, sumado a la curiosidad que despertaba el documento, me motivó a querer verlo in situ. 6. El “Ingeniero”, como se lo conoce en el Archivo Histórico de Tucumán al Sr. Juan Carlos Medina, es un generoso auxiliar e informante de cuanta persona se acerque al archivo en búsqueda de cualquier información. Parece que todo el material que allí se deposita ha pasado por sus manos y su lúcida memoria sirve de guía en las búsquedas. 7. Una muestra previa del mismo puede ser consultada en Sosa y Lenton (2009). 8. Al momento de presentación final de este artículo (febrero 2015) la tesis ya se halla concluida y presentada en la Facultad de Filosofía y Letras, UBA: “Amaycha, la identidad persistente. Procesos de Territorialización, Desterritorialización y Reterritorialización de una Comunidad Tricentenaria (S. XVII-XX)” 9. Al respecto Díaz Rementería (1988, pp.439-440) dice que se trata de un “traslado de la toma de posesión”. 10. La pérdida de documentos históricos antiguos (p.e. el diccionario kakano de Bárzana) y modernos (las Actas de 1853), es una constante ya bastante conocida por todos, por lo cual no hace falta recurrir a un largo listado de ejemplos. 11. Ver más adelante los comentarios de Carrizo. 12. Dichos mecanismos de ocultamiento no serían exagerados si recordamos los actos de violencia ocurridos durante el siglo XIX en contra de los comuneros (ver Rodríguez 2009, pp. 143-4), y aún en fechas más tempranas, como por ejemplo en la virulenta década de 1970 contra el cacique Silva quien fue detenido y golpeado. El comunero Eduardo Flores me contaba esto en 2012, diciendo “lo han botao allá en los Poroguillos para quitarle la cédula”. 13. De aquí en adelante AHT. El mismo se encuentra en la calle 25 de mayo 487, de la ciudad de San Miguel de Tucumán; puede ser consultado parcialmente a través de http:// www.tucuman.gov.ar/archivohistorico

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14. De aquí en adelante SP. 15. Sobre este ítem se contó con la valiosa colaboración y material de lectura suministrados por la especialista en conservación y restauración Nora Altrudi. 16. Las mismas pueden ser consultadas en www.historiadelaslenguasenuruguay.edu.uy/corpus/ pdf/normasdeedicionytranscripcion.pdf 17. Sigifredo Brachieri, natural de Catamarca, era el esposo y representante de la viuda de José Aramburu. 18. AHT, SA, Vol. 117, f. 523 (r/v). 19. Balentin Armella ocupó el cargo de comandante militar desde 1868, ocupando también eventualmente desde 1880 hasta 1882 el cargo de comisario de Encalilla y Amaicha. Es necesario indicar que hasta principios del siglo XX, administrativamente, lo que hoy es el departamento de Tafí del Valle se componía de dos distritos: Tafí de Valle (actual municipio de Tafí del Valle) y Encalilla (actuales comunas de Amaicha y Colalao). Encalilla a su vez era departamento militar. Y por último Encalilla era el nombre de la población (que daba nombre a las jurisdicciones) que se ubicaba en las proximidades de la confluencia del río de Amaicha y el de Santa María, y en el censo de 1869 arrojaba una población de 1439 habitantes. 20. Hermano menor de Nicolás Avellaneda y el único residente en Tucumán de los cuatro hermanos. 21. AHT, SJ, 1850, Caja 6, Exp. 4. 22. Desde el 1º de mayo lo era transitoriamente por renuncia de Vélez Sarsfield. AHT, SA, 1872, Vol. 117, f. 250 (v/r). 23. El texto dice “Digase al solicitante que el PE no puede asumir injerencia en un asunto que pertenece a la Administración interna de una Provincia; pero que tomando en consideración la situación precaria en que vendrían a quedar las personas que representa el solicitante, su número, las dificultades y los conflictos que trae consigo el desalojo de una población numerosa que no tiene donde asiliarse, se dirige con esta foja al Gobierno de Tucumán recomendando a su equidad este asunto a fin de que haga lo que sea legalmente posible a su favor.” AHT, SA, 1872, Vol. 119, fs. 131 y 132 (v/r). 24. Esta carta es fácilmente localizable en el AHT, y su estado de conservación es muy bueno. Transcribo la parte principal del texto omitiendo solo la introducción y cierre de rigor. 25. AHT, SA, 1872, Vol. 119, f. 156 (v/r). 26. Esta observación no ignora que en la documentación de la época nunca se menciona el término territorio, sino terrenos, campos o extensiones. 27. La calificación de laboriosos los aleja de la imagen del bárbaro, lo cual es muy bien visto por el autor de Estudio sobre las Leyes de Tierras Públicas (Avellaneda 1865), quien al igual que Sarmiento tenía puestos los ojos en el modelo de los “farmers” estadounidenses. 28. En su discurso al Congreso Nacional del 14 de agosto de 1878, en apoyo a la etapa final de ocupación de la Patagonia, Avellaneda sostendría: “Hasta nuestro propio decoro, como pueblo viril, nos obliga a someter cuanto antes, por la razón o por la fuerza, a un puñado de salvajes que destruyen nuestra principal riqueza y nos impiden ocupar definitivamente, en nombre de la ley del progreso y de nuestra propia seguridad, los territorios más ricos y fértiles de la República”. (Avellaneda 1910, p.234). 29. Tal vez una mirada al Archivo Privado Helguera, al que hace referencia Herrera (2009), pudiera dar con alguna pista al respecto. 30. Esta noticia así fechada aparece en un documento posterior del 20 de octubre de 1881: AHT, SA, 1881, Vol. 150, fs. 92 (r/v) y 93 (r). 31. AHT, SA, 1881, Vol. 150, f. 39 (r/). 32. AHT, 1845, SJ, Serie A, Caja 82, Exp. 31, f. 79 (v).

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33. Al respecto pueden verse los trabajos de Campi (2002), Justiniano y Tejerina (2005), Yangilevich y Míguez (2010), entre otros. 34. Lafone Quevedo (1904, p.124) describe que en 1898 hace una excursión a los menhires de Tafí y que en su camino pasaron por la “casa del rengo Timoteo Ayala, hombre bueno, que había sido mandón del lugar bajo las órdenes de don Miguel Estevez de Tafí, pero había sido removido a causa de no se qué quejas de algunos vecinos. El hombre perdió el uso de una pierna por una desgracia con el propio fusil”. Contrástese esta categorización de “mandón” con la que hace Quiroga (1912) de “cacique”. 35. AHT, ADM, 1881 (6 de octubre), Vol. 150, fs. 39-40 (v/r). 36. AHT, ADM, 1884, Vol. 161, f. 250 (v/r). 37. Este cruce de acusaciones hacia y entre los representantes de turno de la comunidad, se repetirán a lo largo del tiempo (Canal Feijoo 1951) hasta la actualidad (Isla 2002), 38. Véase el fragmento de entrevista que reproducen Rodríguez y Boullosa (2013). 39. De quien Cano Vélez Vélez (1943) informa es español. 40. “La industria de alfalfares para invernar ganados destinados á la exportación, está casi perdida. La industria minera floreciente en épocas ya lejanas, no existe hoy…” (Soria 1908, p.52). 41. Si bien es una hipótesis a confirmar y que aún merece un análisis fino y entrecruzado con otros datos demográficos (por ejemplo actas de defunción), es posible que esta diferencia de habitantes pueda estar explicada por las dos epidemias que sucedieron entre los dos censos, y por el hecho de que el segundo censo haya sido hecho en el mes en donde la zafra ya estaba en funcionamiento. 42. En la que estamos actualmente trabajando en el marco de la tesis en curso. 43. Así reseñaba Espeche (1875, p. 340) esta controversia de límites y vecinos “Santa María es mui visitado por tucumanos, ya por hacer negocio, ya por mudar de temperamento. Estos ingratos enfermos no pierden tiempo en persuadir a los santamarianos de que deben separarse de Catamarca i unirse a Tucumán”. 44. Contrariamente a lo que podría pensarse, esta cuestión del límite entre Santa María y Amaicha no es cosa del pasado. Aún se encuentra en suspenso y se ha visto reflejada en la reciente presentación del 23 de junio de 2014, del Atlas Tucumán 100k encargado al IGN (http:// ign.gob.ar/node/786). En esta obra, hecha con la última tecnología de georreferenciación, la omisión del hito del Masao (lo cual es acorde al Anexo 2 de la ley 22.449, que, dicho sea de paso, tiene errores de topónimos) ha generado que quede fuera de la jurisdicción de la provincia de Tucumán un poblado llamado Los Colorados, perteneciente a la Comunidad de Amaicha, lo cual ya es tema de litigio. 45. AHT, SA, 1881, Vol. 150, f. 92 (r). 46. En el texto de Carrizo no se especifica si Cano Vélez se la dicta de memoria o si recurre a un escrito. 47. No queda claro tampoco si se refiere a Agapito Mamaní que había muerto en 1964 (si bien el trabajo es publicado en 1972 su redacción podría ser anterior a 1964) o a su hijo José Mamaní (ya fallecido). 48. Si bien existen algunas otras versiones publicadas (como por ejemplo la de Zerda de Cainzo 1972) hemos tomado solo estas por ser las más difundidas o las que han sido tomadas como fuentes por otros investigadores. 49. Si bien el año de publicación es de 1904, un pie de título acota que el viaje fue hecho en 1898. 50. Si bien es publicado en 1912, el trabajo está fechado por el autor el 10 de julio de 1900. Este pequeño artículo de Quiroga es sumamente rico en información sobre la evolución del poblamiento en la zona, por lo que no puede dejar de ser leído por quien desee conocer la visión de un contemporáneo del proceso de transformación de la Amaicha de los siglos XIX-XX. 51. Sobre detalles y antecedentes histórico-contextuales de la Encuesta Folclórica puede consultarse el trabajo de Chamosa (2012), páginas 50 y siguientes.

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52. La misma fue consultada en la biblioteca del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano de la Ciudad de Buenos Aires, en donde se encuentra en formato de microfilm. 53. En esta línea se produce la mayor diferencia respecto a la versión de Cano Vélez y al original ya que entre la palabra “Lagunas” y “actos…” falta la expresión “se le hizo abrazara dicho Algarrobo, coger agua en una timbe de asta”. Dicha ausencia, es la que me inclina a pensar que la misma le fuese dictada. 54. Las primeras cuatro letras no se entienden. En la versión original la palabra es “referido”. 55. Tal vez su formación en historia le permitiera haber notado que los títulos que ostentaba el escribano como gobernador Andonaegui no pertenecían a 1853 sino a 1753. 56. Cano Vélez y su hermano Miguel, ambos maestros en Amaicha, también se encargaron de recoger información para la Encuesta que volcaron en dos carpetas totalizando 63 páginas, pero no hacen mención al régimen de tenencia de la tierra ni a la cédula. Miguel, menos famoso que su hermano Félix Ramón, le sucedió a este en la dirección de la escuela Nº 10 de Amaicha y ha dejado muy interesantes datos en un manuscrito (Cono Vélez, M. 1949), aunque no menciona nada sobre la cédula. Este ms. me fue facilitado por el excacique de la comunidad Prof. Mario Quinteros. 57. Las fechas de muerte de los caciques son tomadas de Zerda de Cainzo (1972), sin embargo es necesario chequearlas ya que otra fuente, Giménez Espada (1984, p.50), señala como año de la muerte de Timoteo el año 1934. 58. Por “Encabezado” se entiende el texto que antecede al Testimonio en donde se menciona la fecha de creación del mismo, 1753. Aquellos que se basaron en el trabajo de Cano Vélez, pero que en sus reproducciones no incluyeron el encabezado, no reprodujeron el error de fechar el testimonio en 1853. 59. En este documento, hasta la descripción resultaba engañosa por cuanto describía al documento como “Confirmación de Encomienda de Jamayllap y Calchaquies” dando a entender dos sujetos, cuando en realidad el sujeto de la encomienda en el documento se describe como “… Pueblo de famayllao calchaquíes…” Intercambios via mail con el Archivo de Indias (mientras se escribía este artículo) permitieron informar de estas diferencias para su corrección, por lo que desde septiembre de 2014 es fácilmente ubicable por “famaillao” (http://pares.mcu.es/ ParesBusquedas/servlets/Control_servlet) 60. Por ejemplo, el trabajo de Román y Mullet no menciona su fuente. 61. Por ejemplo, algunas versiones convierten los números expresados en letras en cifras. 62. Un ejemplo de esto es la reseña de Paz (2006, p. 219) quien en base a la fecha de 1853 (tomada de Isla 2002) llegó a plantear que “La tradición comunal sostiene que la Cédula fue oficializada por el cabildo de Buenos Aires en 1853... La elección de 1853 como fecha fundante en la ficcionalización histórica comunitaria no parece ingenua. Ese fue el año de la unificación nacional por medio de la Constitución y es probable que los amaicheños desearan imbricar su propia historia con el devenir nacional”. 63. Depositado en el Archivo General de la Nación, Sala XIII, 17-2-1, Leg. 2, Libro 6, fs. 37-38.

ABSTRACTS

The document presented here is the testimonio given to the Amaicha Indians in Buenos Aires in 1753. This document is deposited in the Historical Archive of Tucumán, and its condition of preservation is very poor. This testimony has served as evidence in the proceedings held between

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commoners and a landowner from Salta. Since this is an important document that has supported the Amaicha Indians' territorial claims, it has been reproduced and analyzed by different authors, though not from the original version but from a twentieth century literary source, producing a series of "copies of copies" thus perpetuating errors. In this work we transcribe the testimony inserted in the file of the registration. The main objective is to provide the original text of the document and to reduce the number of misinterpretations. On the other hand we systematize the modern versions and note some or their inconsistencies. Finally, we make some reflections about the spatial, political and socio-historical implications around the testimony.

El documento que aquí se presenta es un testimonio entregado a los indios de Amaicha del Valle, fechado en Buenos Aires en el año 1753, depositado en el Archivo Histórico de Tucumán, el cual se encuentra en muy mal estado de conservación. El mismo sirvió como elemento a favor de los amaychas en el centenario litigio sostenido entre los comuneros y un terrateniente salteño. En base a la importancia del mismo, en cuanto cimienta las pretensiones territoriales de los indios de Amaicha, su contenido ha sido reproducido y analizado por distintos autores pero tomando como base una fuente literaria del siglo XX, produciendo una serie de “copias de copias” que han perpetuado errores. Por ello en este trabajo se ofrece la transcripción textual del testimonio de la cédula inserto en el expediente de su protocolización en el año 1892, con el objetivo fundamental de poner a disposición el texto original de la famosa “Cédula Real” y reducir el margen de errores interpretativos. Por otro lado se hace una sistematización de las diferentes versiones modernas existentes señalando ciertas inconsistencias, y se exponen algunas reflexiones sobre las implicancias espaciales, políticas y sociohistóricas en torno al texto.

INDEX

Keywords: Indians, Amaicha, territory, politics, Tucumán. Palabras claves: indios, Amaicha, territorio, política, Tucumán.

AUTHOR

JORGE SOSA

Sección de Etnología y Etnografía, Departamento de Antropología. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Buenos Aires, Argentina Correo electrónico: [email protected]

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Un diario de viaje inédito de Basilio Villarino y el mapa de la travesía: más de un siglo de periplo por los archivos Basilio Villarino’s unpublished travel diary and map: a one century tour through the archives

Laura Aylén Enrique

EDITOR'S NOTE

Fecha de recepción del original: 16/09/2014 Fecha de aceptación para publicación: 14/05/2015

Agradecimientos Agradezco especialmente al personal del Archivo General de la Nación argentino, de la Biblioteca Nacional de Brasil y del Archivo del Museo Naval de Madrid por su amable atención y su atenta predisposición. Este trabajo fue realizado con el apoyo de los subsidios otorgados por la Universidad de Buenos Aires (UBACyT W215) y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET PIP 0026).

Introducción

1 Durante el último cuarto del siglo XVIII el interés por el conocimiento interno de los territorios coloniales resurgió como una de las consecuencias de las reformas administrativas impulsadas por los Borbones en Europa. Así se fomentaron viajes de reconocimiento en los territorios coloniales más allá de las fronteras con los indígenas y en el ámbito rioplatense se creó el Virreinato del Río de la Plata (1776), que al mismo tiempo independizó a Buenos Aires como su capital con respecto al vasto Virreinato del

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Perú en pos de incrementar el control sobre las actividades portuarias. Paralelamente, estos cambios se vieron acompañados por renovados esfuerzos por ejercer un dominio más concreto de los distantes dominios españoles frente a un creciente temor de avances extranjeros. En ese contexto, la Corona española incentivó la instalación de fortines defensivos en la zona de influencia del río Salado —actual provincia de Buenos Aires— cuyo curso operaba como una suerte de frontera con los grupos indígenas del sur y oeste de Buenos Aires y una serie de establecimientos portuarios en la Patagonia en el marco de un plan de poblamiento impulsado por Carlos III (De Paula 1985). Dicho plan implicaba la fundación de diversos fuertes en la bahía Sin Fondo —hoy golfo San Matías— y en la de San Julián, en un intento por revertir los sucesivos fracasos previos de instalaciones españolas en una Patagonia controlada por distintos grupos indígenas y ante los temores a los avances de potencias extranjeras que ya hemos mencionado. Para ello el virrey Vértiz (1778) designó a Juan de la Piedra como superintendente delos establecimientos que se fundaran y a Francisco de Viedma como segundo a cargo.

2 Los funcionarios gubernamentales que se aventuraban a traspasar el río Salado utilizaban como fuentes de información, entre otros, los documentos redactados por quienes habían intentado reducir a los pueblos indígenas de la pampa (Irurtia 2007). Los datos legados por los jesuitas José Cardiel y Thomas Falkner1se sumaban a la experiencia de contacto, producto de las relaciones que estos misioneros mantenían con algunos grupos indígenas.Uno de los encargados de llevar a cabo los relevamientos de la región norpatagónica fue Basilio Villarino, piloto de la Real Armada española, quien retomó en varias ocasioneslas obras de Thomas Falkner con el objeto de plantear sus propias conjeturas asociadas a lo que él mismo veía durante sus travesías. Las narraciones de Villarino ofrecen abundantes detalles sobre dicho paisaje que nos posibilitan aproximarnos a los modos en que los españoles e hispano-criollos lo concebían, significaban y reapropiaban. En este sentido, pensamos en una definición de “paisaje” que no se reduce al espacio físico sino que incluye también la expresión de las percepciones y usos de los territorios por parte de los actores sociales, mediante los cuales disputan los sentidos atribuidos por los diferentes grupos. Además, nos interesan especialmente los aportes de Basilio Villarino al conocimiento del paisaje norpatagónico en función de la relevancia posterior que tuvo dicho piloto en las ideas sobre la geografía patagónica. Así, los relatos de Villarino contribuyen a reconstruir un amplio panorama acerca de los “mapas” concebidos por los hispano-criollos que contribuían a conformarlo. Sin embargo, los diarios de viaje de este piloto, en general, fueron tenidos en cuenta principalmente en función de la información que brindan acerca de las relaciones interétnicas, teniendo en cuenta las adscripciones de los grupos indígenas (Sosa Miatello1985, Nacuzzi 1998, 2002a). Otros trabajos (Martínez Martin 1997, 2000, Luiz 2006) examinaron los aportes del piloto considerando fundamentalmente sus contribuciones cartográficas, pero lo abordaron de manera amplia y no se detuvieron en el viaje que aquí presentamos en particular.Por ello, relevamos sus diarios de viaje y los mapas que elaboró como forma de aclarar gráficamente las afirmaciones de sus relatos (Enrique 2010b). De este modo, hallamos que el diario de 1779 que transcribimos aquí no había sido publicado a pesar de su importancia para complementar el enfoque español sobre la región que pretendían controlar. Solo recientemente estas narraciones han sido estudiadas como fuentes de información sobre la configuración del paisaje de la Patagonia. Por ello, consideramos preciso dar lugar al relato del viaje de Villarino de 1779, inédito hasta el momento, y

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presentarlo junto con el mapa correspondiente, que los periplos de los documentos y las sucesivas catalogaciones de los archivos y repositorios habían logrado separar.

Un explorador pionero de las costas y el interior patagónico

3 Basilio Villarino y Bermúdez había nacido en 1741 en la localidad de Noya en España y se formó como marino en la misma provincia de La Coruña (Martínez Martín 1997, Gentinetta 2013). Como tal lo destinaron al Río de la Plata, donde arribó en 1774 como piloto de la Real Armada de la Corona Española. Así, participó de las expediciones a las costas patagónicas llevadas a cabo durante las últimas décadas del siglo XVIII para reconocer territorios que la administración borbónica consideraba como parte de sus dominios en América. Los exploradores encomendados por Carlos III debían explorar la región y evaluar sus aptitudes para la instalación de poblaciones, describiendo los recursos disponibles, las características del terreno, la disponibilidad de agua dulce y la ubicación de los grupos indígenas. Al respecto, Vértiz (1778: f. 5r) ordenaba que: (…) deberían levantarse planos de la bahía con la figura, y situación de la costa, bajos, y demás que hubieren observado los pilotos, y prácticos, y también del país, y terrenos interiores, a que habrá de internarse el ingeniero todo lo que pueda.

4 Nos interesa especialmente un reconocimiento de la costa del río Colorado que Villarino comenzó en febrero de 1779, durante el cual se internó en la desembocadura del río Negro. Hacia allí se trasladó una tropa que se hallaba en el puerto de San José — en el actual golfo San José— para comenzar a establecer el fuerte de Nuestra Señora del Carmen. La expedición de Villarino concluyó en Buenos Aires a fines de junio de ese mismo año. Aquí transcribimos el diario completo que se inicia el 8 de febrero de 1779 cuando Villarino intenta hacerse a la mar desde el campamento en el puerto de San José2 y culmina el 30 de junio del mismo año luego de haber participado del reconocimiento de las costas patagónicas aledañas y de la instalación de un nuevo establecimiento en los márgenes del río Negro. El objetivo inicial de la travesía era reconocer el río Colorado, pero luego también contiene un nuevo reconocimiento del río Negro y la descripción de las faenas para instalar lo que será el fuerte del Carmen. El diario está narrado fundamentalmente en la primera persona del singular incluso cuando otras personas acompañan las acciones y, solo en ocasiones, la redacción es en plural. Villarino alude a Juan de la Piedra y Francisco de Viedma como sus superiores y nombra a Francisco Ros, Pedro García, José Ignacio de Goycochea y Pedro de Olmos, quienes desarrollaban distintas tareas como subordinados. Asimismo hace referencia al padre franciscano Pedro de Santiago, a un preso de apellido Cardozo, a un esclavo negro y menciona a los lenguaraces “Viejo Ignacio”, a uno “cristiano”, llamado Gregorio, y a una “china lenguaraza”. También alude a los caciques Julián Gordo y Negro así como a otros caciques que no identifica con apodos; y solo indica el nombre de un indígena sin aclarar su estatus o posición de autoridad, al que llama Hirra.

5 Además de este viaje, Villarino llevó a cabo una serie de reconocimientos posteriores, de los cuales se conservan los diarios de viaje de cuatro de ellos y diversas notas, informes y correspondencia que permiten suponer otros reconocimientos menores3. Los documentos resultantes ofrecen datos anexos y contribuyen a lograr una mayor contextualización de la información del relato de 1779.

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6 En la siguiente travesía, el piloto partió desde el fuerte del Carmen el 23 de abril de 1780 hacia el río Colorado, la Bahía de Todos los Santos y el norte de dicho fuerte. Los expedicionarios completaron el recorrido el 27 de mayo de ese año al regresar al fuerte del Carmen. Poco tiempo después, el 25 de octubre de 1780, Villarino llevó a cabo una nueva expedición en la que navegó las zonas aledañas al puerto de San José, la cual culminó a principios de enero de 1781.

7 El 12 de abril de 1781 emprendió un nuevo viaje partiendo desde el río Negro con el objetivo de reconocer la Bahía de Todos los Santos, las islas del Buen Suceso, y el desagüe del río Colorado. El mismo se prolongó hasta el 8 de agosto del mismo año. Este relato ha sido publicado en la Colección de obras y documentos relativos a la historia antigua y moderna de las provincias del Río de la Plata de De Angelis en sucesivas ediciones, y recientemente fue incluido en una nueva compilación denominada Diarios de navegación (Viedma y Villarino 2006) junto con un diario de Antonio de Viedma, hermano de Francisco y quien quedó a cargo del fuerte San José al dividirse los funcionarios coloniales para la fundación del fuerte del Carmen.

8 Por último, el 28 de septiembre de 1782 inició su viaje más renombrado navegando por el curso del río Negro con el fin de llegar a Valdivia —Chile— y verificar la posibilidad de que potencias extranjeras pudieran aprovechar esta comunicación. Al llegar a los afluentes del río Negro continuó por el Limay; no obstante, no logró el objetivo propuesto debido a las dificultades de avance halladas y retornó al fuerte del Carmen el 25 de mayo de 1783. El diario de este viaje también fue incluido por De Angelis (1836) en su Colección de obras y documentos…

9 Paralelamente, contamos con los relatos, informes y cartas escritas por otros personajes que se encontraban en el fuerte del Carmen en la misma época, como Juan de la Piedra y Francisco de Viedma, que cumplían cargos jerárquicos, y otros hispano- criollos que fueron consultados por las autoridades virreinales sobre los diversos relevamientos de Villarino tales como el brigadier Custodio de Sáa y Faría (1972 [1783]) y el capitán de navío Varela (1972 [1783]), que también brindan referencias que nos permiten complementar detalles de los viajes del piloto. Como se puede observar a lo largo del relato del viajero, cuando Villarino inicia su travesía a principios de 1779 quien se encontraba al mando de la expedición española era Juan De la Piedra, quien luego abandonará su puesto y partirá rumbo a Montevideo. Como consecuencia de ello, Francisco de Viedma asume la autoridad y decide instalar un establecimiento español en el río Negro con parte de los pobladores del fuerte de la Candelaria en el puerto San José. Así, Viedma no solo recibe las notificaciones del piloto como su superior a cargo y las reenvía a las autoridades gubernamentales del Virreinato del Río de la Plata, sino que también elabora sus propios registros e informes de forma tal que ambos generan una serie de relatos paralelos. Por ejemplo, la exploración realizada por Villarino junto a un indio y una china interprete al puerto de San Antonio el 25 de mayo de 1779 fue relatada tanto por dicho piloto como por Francisco de Viedma. Así, mientras que en el diario que transcribimos Villarino lamentaba haber tenido que regresar quince leguas después del puerto de San José como consecuencia de la escasez de alimentos, Viedma (1779: f. 151) señalaba que “aunque hicieron diligencias para llegar al expresado paraje, tuvieron que volverse por habérseles acabado los víveres, la falta de agua para los caballos, y malezas de la tierra, y llegaron el 29 en la noche”. En relación con el que será el fuerte del Carmen, en su diario Villarino brinda detalles tales como que Francisco de Viedma había decidido instalarlo el día 20 de marzo, y el 14 de junio puntualiza que

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toma noticia de haberse inundado dicho establecimiento. Así, ambos funcionarios dieron cuenta de la inundación que afectó al fuerte del Carmen fundado pocos meses antes y que requirió el traslado del mismo a la margen norte del río Negro en función de su posición más elevada. A pesar de que Viedma se encontraba en el lugar, su descripción no abunda en detalles y refiere poco más que lo registrado por Villarino (1779: f. 22), quien al contactarse con otros españoles advierte en su diario haberse anoticiado de que “se había inundado todo el fuerte, panadería, herrería, y todo lo demás, y determinaron hacer la población a la parte del norte”. El marco en que fue escrito el diario de Villarino de 1779 puede ser entendido de manera más acabada si se considera además la información de las cartas de Viedma ([1779], [1779] 1938) al virrey Juan José de Vértiz, fechadas respectivamente el 4 y 17 de junio de 1779.

10 Esta complementación del relato de Villarino de 1779 con otras fuentes del mismo periodo permite comprender en mayor profundidad el contexto de producción del mismo. En este sentido, es posible reconstruir una serie de acontecimientos narrados desde diferentes perspectivas al contar con el diario de Viedma que comienza en diciembre de 1778 y finaliza en septiembre de 17804. No obstante, tal como señalamos en un estudio previo (Enrique y Nacuzzi 2010), Francisco de Viedma y Villarino, como subordinado de aquel, mantuvieron tensas relaciones personales. Gran parte de estos conflictos se hallaban en relación con el suministro de víveres y demás auxilios necesarios para concretar los viajes de reconocimiento del territorio que emprendía Villarino por orden de Viedma, que sumado a la fuerte presencia indígena, con frecuencia ponían en riesgo a las expediciones. Asimismo, Villarino se destacó particularmente entre otros viajeros por sus esfuerzos para exponer los hechos que relataba mostrando sus actividades como estrategias militares ventajosas, como consecuencia de decisiones acertadas o directamente atribuyéndose el total protagonismo en determinados sucesos. Por su parte, Francisco de Viedma oficiará de superintendente del fuerte de Nuestra Señora del Carmen de Patagones por aproximadamente cinco años, cuando sea enviado a Cochabamba como intendente de Santa Cruz de la Sierra —actual Bolivia—, y Juan de la Piedra regrese exonerado de los cargos. Pocos meses después, en enero de 1785, Juan de la Piedra comanda una excursión punitiva a las tolderías indígenas ubicadas en las sierras de la Ventana en la que perece junto a Basilio Villarino y otros españoles. Por ello, los documentos comprendidos en el cuerpo documental “Costa Patagónica”, existente en la Sala IX del Archivo General de la Nación —en adelante AGN— en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, también nos brindan información complementaria en relación con lo expuesto en el diario de 1779 de Villarino. Figura 1: Mapa actual de la región con la ubicación de los establecimientos españoles en la costa patagónica. Adaptado de Nacuzzi (2008).

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Relevancia del inédito diario de viaje y detalles metodológicos sobre su relevamiento

11 El diario de 1779 y el mapa correspondiente resultan interesantes ya que constituyen los primeros conocidos de una serie de relatos realizados por Basilio Villarino en la región norte de la costa patagónica. De esta manera, con la publicación del mismo, por un lado se completa en gran medida el material édito hasta el momento y, por el otro, se lo presenta en conjunto con el mapa que ha sido catalogado por separado en otro repositorio.

12 En particular, lo atractivo del diario de Villarino de 1779 es que es uno de los primeros que se realizan en 1779, año en que, como mencionamos, se establecieron el fuerte de San José y el fuerte de Nuestra Señora del Carmen. De esta manera, constituye uno de los primeros acercamientos de los funcionarios coloniales al conocimiento de la región. Si bien en este caso el reconocimiento se ha realizado por vía marítima a la manera que se acostumbraban hacer hasta ese momento (Penhos 2005), nos permite cruzar datos con otros relatos como los que ya hemos citado en el acápite anterior.

13 La copia de este relato que hemos consultado se encuentra en el legajo 167 que comprende la documentación donada por Félix Frías en la colección denominada “Biblioteca Nacional” en la sala VII del Archivo General de la Nación, situado en Alem 246 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. La copia ha sido realizada por Manuel Molina en Río de Janeiro el 30 de abril de 1874 por pedido de Félix Frías. En 1954 parte de la documentación existente en la Biblioteca Nacional, así como en el Museo Histórico Nacional, el Museo Histórico Sarmiento y el Museo Mitre, fue incorporada al corpus documental del Archivo General de la Nación como consecuencia de la sanción del decreto nacional número 19021 que promovió dicha concentración. Con el paso del

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tiempo, los documentos existentes en el AGN han sido catalogados teniendo en cuenta diversos criterios, lo cual actualmente se manifiesta, por ejemplo, en la separación absoluta de los papeles correspondientes al periodo colonial y al republicano (AA. VV. 1996), dificultando el acceso a materiales que pueden haber sido incluidos en ambos.

14 Cabe destacar que no nos fue posible hallar el diario original de Basilio Villarino ni en el cuerpo documental “Costa patagónica” de la Sala IX del mismo Archivo General de la Nación donde, como señalamos, se encuentra parte del material colonial referido a las tareas desarrolladas durante los primeros años de los establecimientos españoles de la zona, ni registrado en el mismo repositorio donde ha sido digitalizado el mapa correspondiente. En relación con esto, Martínez Martin (2000) señala la existencia de una carta del ministro Gálvez al virrey Vértiz acusando recibo de un extracto del diario de Villarino y de los planos levantados por el piloto que se encuentra en el Archivo General de Indias. Al respecto, destaca que el diario no se encuentra junto con los planos del archivo.

15 El derrotero seguido por el documento pone en evidencia ciertas secuelas en la conservación del mismo, aunque en este caso en particular son menos visibles los efectos del deterioro físico del documento por el paso del tiempo, las malas condiciones de preservación del papel o la incidencia de la humedad, hongos, bacterias, insectos y/o roedores, que aquellos producto de la acción deliberada de quienes han manipulado o consultado el material. Así, tal como podemos apreciar en la figura 2, al comienzo del relato el copista ha registrado erróneamente la fecha del 8 de febrero de 1772, lo cual ha sido enmendado posteriormente por un corrector anónimo que utilizó una birome de tinta azul para aclarar que la fecha correcta sería 1779. En este sentido, destacamos lo expuesto por Oliver (1995) acerca de que el hombre, ya sea por negligencia como por acciones intencionales, es uno de los más peligrosos enemigos de la conservación del papel. Asimismo, dicha página inicial presenta diversas modalidades de catalogación a las que se ha visto expuesto el documento, entre las que se observa un número asignado por el copista y tres numeraciones diferentes mediante las cuales se han identificado los sucesivos documentos incluidos en el legajo, tales como un sello del inventario de la Biblioteca Nacional que se repite en el verso de cada página, un número en lápiz azul y otro número impreso en la esquina superior derecha. Además, la copia del diario de Villarino ha sido foliada en un total de 24 folios con una caligrafía que podría corresponder al mismo copista. Este foliado y la encuadernación de los documentos posibilitan mantener la organización de los mismos e impide que se desordene el contenido del legajo tras las sucesivas consultas por parte de los usuarios. No obstante, la encuadernación en la que se encuentra el diario ha reunido una serie de documentos que no siempre tienen relación directa con el relato de Villarino. Figura 2: Digitalización de la página inicial de la copia del diario de viaje de Basilio Villarino.

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16 En general el documento se conserva en buen estado, a pesar de que la tinta ha traspasado la hoja y dificulta en cierta medida la lectura. En cuanto a la preservación física del material de consulta, el Archivo General de la Nación exige el cumplimiento de una serie de normativas para manipular adecuadamente la documentación, reduciendo los riesgos que puedan afectar su preservación. En este sentido, no está permitido escribir sobre los documentos ni ingresar a la sala de consulta con biromes ni con cuadernos, solo se puede trabajar con lápiz y hojas sueltas con el objeto de evitar sustracciones. Con el mismo fin, los documentos también están sellados con el logo del archivo. Además, se requiere que los legajos sean consultados de a uno por vez y no más de tres por día, se deben utilizar guantes de látex —que se proveen en la misma sala— y se prohíbe el ingreso y consumo de alimentos o bebidas.

17 El Archivo General de la Nación lleva adelante un proceso de conservación del material resguardado que ya ha afectado a algunos cuerpos documentales de la Sala VII, aunque el trabajo es incipiente dada la gran cantidad de documentación, y el legajo 167 de la “Biblioteca Nacional” donde se encuentra el diario que transcribimos aún no ha sido tratado ni digitalizado. Por ello, consideramos importante la digitalización y transcripción del diario completo, lo cual hemos llevado a cabo siguiendo las pautas que detallamos a continuación.

18 En primera instancia, resolvimos digitalizar el documento aprovechando la luz natural del recinto, razón por la cual nos ubicamos próximos a una de las ventanas, donde sostuvimos los manuscritos en un atril provisto por el archivo. La sala de consulta permite realizar las digitalizaciones con luz natural a pesar de que el edificio donde se encuentra el AGN no fue diseñado para cumplir la función de repositorio. De esta manera, evitamos la exposición a la luz artificial fluorescente de la sala de consulta que perjudica la celulosa del papel al debilitar la estructura de las fibras por la acción de los rayos ultravioleta (Alonso 2007:13). Por otro lado, el uso de flash está prohibido en las

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salas ya que añade un factor de degradación del material y puede estropear la imagen resultante, “quemándola”.

19 La digitalización del manuscrito nos permitió disponer de una reproducción completa del mismo, facilitando nuevas consultas a largo plazo, disminuyendo la manipulación de los originales y simplificando el acceso desde lugares remotos. La digitalización de documentos también posibilita realizar reiteradas consultas de los documentos sin tener que atenerse al régimen administrativo del archivo, así reduce los tiempos de consulta y permite examinar documentos de distintos legajos al mismo tiempo. Además, los nuevos soportes digitales permiten almacenar grandes cantidades de información en espacios físicos reducidos. A diferencia de la copia lograda mediante fotocopiadora, la imagen digital permite retocar el contraste, el brillo, y otras características de la fotografía de modo tal de optimizar la lectura. Sin embargo, si no aplicamos los parámetros apropiados al realizar la captura digital de los documentos veremos incrementados los problemas de legibilidad que presentaban los originales (Robledano Arillo et al. 2003)5. Por ello, antes de emprender la digitalización nos aseguramos de conocer el funcionamiento de la cámara de fotos, contar con un par de pilas de repuesto y una computadora portátil para descargar los datos de la memoria de la máquina fotográfica. Una vez en el archivo prestamos especial atención a que las fotografías no salieran “fuera de foco”, “movidas” o con la imagen “cortada”.La calidad de la imagen condicionará la posterior legibilidad, por lo cual es necesario escoger una opción alrededor de 3600x2700 pixeles, que producirá archivos de aproximadamente 3,5 MB6. Así, los archivos fueron guardados con formato de imagen “jpg” con una resolución como la señalada7, lo cual determinó el tamaño de los archivos. Además, resulta importante realizar copias de seguridad de los archivos digitales, razón por la cual nosolo guardamos la información en nuestra computadora sino también en un disco rígido externo, ya que preferimos dicho soporte para almacenar las copias de seguridad en función de su gran capacidad, así como también por su “transportabilidad” y la practicidad en caso de que fuera preciso trasladarlos.

20 Una vez que copiamos las digitalizaciones obtenidas a la computadora las ubicamos en un directorio y renombramos los archivos siguiendo la pauta utilizada en otras digitalizaciones previas (Enrique 2010b) según el esquema: ARCHIVO Sala número - Legajo número - Número de folio (número de orden). En este caso anteponemos al número de orden —que permite que veamos las imágenes ordenadas en nuestra computadora— el número de folio debido a que conocemos cuál es. Por ejemplo, el reverso de la imagen de la figura 2 fue denominado AGN Sala VII - Legajo 167 - f 1r (2). De esta manera, evitamos que el paso del tiempo se convierta luego en un obstáculo al momento de hallar nuevamente el documento entre otros, dado que ya desde el momento de tomar la decisión de digitalizar debemos pensar qué haremos con el material una vez culminado el proceso de digitalización y planificar cuáles son las alternativas metodológicas más apropiadas a tales fines. En este sentido, resulta necesario tener presente que las digitalizaciones también requieren ciertos cuidados para su adecuada conservación (Ávila Estrada y Álvarez Morell 2008). Tal como advierte Del Rosario Barrera Rivera (2009), para ello debemos controlar el deterioro de los soportes de almacenamiento de la información y conocer los nuevos avances tecnológicos al respecto. Es preciso evitar los cambios bruscos de temperatura y humedad —manteniendo la temperatura entre 16º y 20º C y la humedad entre el 30 y 40%— a fin de prevenir la condensación de la humedad, y los soportes electrónicos deben ubicarse alejados de campos magnéticos, de forma vertical, en lugares libres de

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polvo y suciedad. Asimismo, deberíamos mantener una copia de seguridad de los documentos en una ubicación distinta de la copia inicial.

21 Por otra parte, una vez culminado el proceso de digitalización del material llevamos a cabo la transcripción del documento modernizando la ortografía salvo en los nombres propios y desplegando las abreviaturas. Asimismo, hemos incluido en pie de página una serie de aclaraciones y definiciones del Diccionario de la Real Academia Española (2001) sobre ciertos términos, principalmente vinculados con la jerga marítima utilizada por los españoles del siglo XVIII.

Transcripción del diario de 1779

22 [Folio 1 verso]

23 Diario formado por mi D[on] Basilio Villarino, Piloto de la Real Armada y Capitán del Bergantín N[uestra]S[eñora] del Carmen en la comisión que tuve a la descubierta del Río Colorado de orden del Comisario Superintendente y Comandante de la expedición Patagónica D[on] Juan de la Piedra.

24 Febrero 8 - 17728. En este día embarqué 5 pipas9 de agua, y a las 10 de la noche me embarqué yo con mar y viento por lo que me fue forzoso echarme al agua hasta el pescuezo, y allí se me echó a perder el reloj.

25 Día 9. Habiéndose mantenido la mar, y el viento contrario no pude hacerme a la vela; así mismo estuve esperando la cachucha10 de la Fragata particular N[uestra] S[eñora] del Carmen, y pipas que me habían de mandar de la sumaca11 las que vinieron al anochecer, y recibí 4 mal acondicionadas: A las 7 y ½ me hice a la vela a llevar dos pipas de agua a la gente del primer campamento a donde di fondo a las 9 de la noche.

26 [Folio 1 reverso]

27 Día 10. En este día por la mucha mar, y viento no pude echarles el agua en tierra aunque reconocía su sed por las señas que de tierra hacían.

28 Día 11. A las 2 de la mañana embarqué habiendo avanzado algo la mar las 2 pipas de agua, y fui en tierra a traer algunas cosas que me faltaban para seguir mi viaje, y me hice a la vela a las 8 y ½ del día con ventolinas calmosas, y variables manteniéndose en la misma conformidad hasta las doce del día sin poder lograr la salida del Puerto.

29 Día 12 al 13. A mediodía que haciendo la misma diligencia de salir pero fue en vano; y habiendo logrado a las 3 y ½ de la tarde cerca de la boca coser la costa de O[este] de este Puerto di fondo en ella en 7 brazas12 a esperar el primer viento para seguir mi comisión: Anocheció claro, y bonancible: A las 2 de […]

30 [Folio 2 verso]

31 […] la mañana habiendo entrado el viento por el S[ur] bonancible me hice a la vela en vista del N[or] E[ste] ¼ N[orte] a desembarcar; a las 3 nos hallamos entre puntas, y a las 3 y ¼ ya fuera goberné al N[or] N[or] O[este] hasta las cinco de la mañana que habiendo demorado la boca del Puerto al S[ur] S[ur] E[ste] distancia de 5 leguas mandé gobernar al N[or] O[este] 8 gr[ado]s N[orte] de la A[g]uja, y se perdió la tierra de vista: a las 8 avisté por la proa13 las tierras altas: Demarqué a esta hora la tierra más alta al O[este] ¼ N[or] O[este] y la que sale más al N[orte] al O[este] N[or] O[este] distancia de 2 y ½ leguas todo por A[g]uja: Esta última forma una lengüeta que sale para el E[ste] N[or] E[ste]. A las doce demarqué la tierra al O[este], corregí la distancia de 5 leguas14, y

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observé el sol 41º 30 minutos habiendo en esta navegación hecho las dimensiones del Puerto de S[an] Josef y de este saco.

32 [Folio 2 reverso]

33 Día 13 al 14. Seguí a mi destino con viento fresco variable, y de malas apariencias pero no ha habido especial novedad en esta singladura15: A mediodía observé el sol en 41º y 36 minutos.

34 Día 14 al 15. Todo este día tuve vientos contrarios, y no observé por estar nublado.

35 Día 15 al 16. Seguí navegando con viento fresco y mar gruesa: a las 4 de la tarde viré por delante en 10 brazas de agua una milla16 distante de tierra por cargar el viento, y ponerse los horizontes cargados considerándome ya inmediato a la boca del Río pero las apariencias del tiempo no permitían poner en ejecución el intento a que voy comisionado: Pasamos así la noche, y al amanecer se avistó la tierra, la que fuimos costeando, y haciendo diligencia de mi destino. A las 6 y ¾ se avistó la boca del paraje que vamos buscando al N[orte] ¼ N[or] E[ste] distancia de 3 y ½ le[…]

36 [Folio 3 verso]

37 […] guas: Continuamos en su demanda, pero habiendo apretado el viento, y mar, tuvimos que arrizar17, y echar a correr para fuera, y siempre crecía el tiempo no observé por estar nublado.

38 Día 16 al 17. Seguí a medio día navegando con viento duro, y mar gruesa con repetidos chubascos aguantando a barlovento18 por no perder este paralelo: A las 3 de la tarde nos entró un golpe de mar que todos anduvimos nadando sobre cubierta; A las 3 y ½ nos entró otro, que casi nos hemos visto medios zozobrados en cuyo lance se nos fue casi toda la carga a sotavento lo que nos obligó a arriar la mayor, y a correr con el trinquete19 a fin de componer la estiba 20, y aunque inmediatamente se pusieron para ello todos los medios posibles, no fue factible hacerlo quedar con alguna satisfacción por los fuertes, y repetidos balances que arrollaban la gente en la bodega, y traía asimismo todo […]

39 Folio 3 reverso]

40 […] cuanto se echaba a barlovento, para sotavento21: Anochecimos de esta conformidad, la noche muy oscura, y de mal semblante con bastantes chubascos, y figadas de viento muy fuertes: Pasamos de esta suerte la noche, y amaneció en los mismos términos sólo haber cedido alguna cosa el viento pero la mar muy crecida: A mediodía observé el sol en 40º 40 minutos de latitud.

41 Día 17 al 18. Quedé a mediodía corriendo con el trinquete. A la 1 habiendo abonanzado un poco el viento viré por redondo en vista de tierra y arqué la mayor arrizada, a este tiempo nos hallábamos con media cuarterola22 de agua salobre, y muy distante del paraje que íbamos a buscar: En esta inteligencia se me propuso por todos los de a bordo, que ya era tiempo de determinar una arribada al Río de la Plata, respecto al estado tan deplorable en que nos hallábamos, estar tan distantes de […]

42 [Folio 4 verso]

43 […] tierra, y ser un viaje a un paraje no conocido, así que determinase lo que me pareciese más conveniente a que respondí que sí a cumplir la comisión, y que no había de ser una fortuna tan adversa que por mar o tierra, no nos dejase hacer aguada que era lo que nos afligía, y seguí en demanda de la costa con fuerza de vela: A mediodía

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observé 40 grados 26 m[inuto]s. Seguí navegando en busca de la costa refrescó mucho el viento.

44 Día 18 al 19. A las 10 y ½ de la noche me hallé con muy poco agua, reventazón de bajos por todas partes, viré inmediatamente por delante, sondé 12 palmos23 de agua, me avisó el timonel de que tocaba el timón, se afligía la gente, los animé diciéndoles no tuviesen cuidado que por donde habíamos entrado habíamos de salir, y así navegué al rumbo opuesto, y luego me hallé en 3 brazas, luego en siete, y di fondo […]

45 [Folio 4 reverso]

46 […] a pasar el resto de la noche hasta que viniese el día a fin de reconocer tierra. Amaneció, y no se vio ninguna, pero si muchos bajos por cuyos canalizos se conoce desagua algún río por la corriente palos quemados, y otros vestigios de tierra, y por el color del agua: Reconocido este principié a llevarme lo que conseguí al cabo de 2 y ½ horas trabajo, y rompimiento de aparejos y seguí a franquearme y a mi viaje: al mediodía observé el sol en 40º y 45 minutos.

47 Día 19 al 20. Seguí estas 24 horas con mar gruesa haciendo vivas diligencias por cumplir la comisión, ya por ella, como por la necesidad de agua en que nos hallamos: A mediodía observé 40º 57 m[inuto]s.

48 Día 20 al 21. Seguí todo el día sin poder alcanzar a mi destino, y observé en 41º 17 m[inuto]s.

49 Día 21 al 22. Seguí navegando con todo aparejo, y al anochecer ya me había […]

50 [Folio 5 verso]

51 […] prolongado con la costa, y hechas mis marcaciones. Seguí toda la noche con la sonda en la mano, por nueve y diez brazas de agua y a las 5 de la mañana avistamos la boca del Río que se sospechaba, y haciendo diligencias de entrar, reconocí todo lleno de bajos por la que determiné dar fondo en 3 brazas de agua, en donde por ver los bajos descubiertos me hice juicio estababaja mar; y que cuando creciese el agua podía entrar habiendo tomado esta resolución y ya resueltos a embestir por cualquier medio, hice echar inmediatamente la cachucha y Ros y en efecto toda la gente con incomparable valor. Me embarqué en ella con el cadete de Artillería, y Francisco Ros, y fuimos sondando por tres brazas de agua al N[or] E[ste] ¼ N. Después de haber andado una milla a este rumbo halle menos agua, y luego caí en 2 y ½ brazas de aquí arribamos al N[or] N[or] O[este] y hallé 1 y ½ por lo que orcé24 al E[ste] […]

52 [Folio 5 reverso]

53 […] N[or] E[ste], pero siempre por la misma agua, a 2 millas de distancia del Bergantín, ydemarcando al S[ur] O[este] ¼ S[ur] caímos en 10 palmos de agua, y goberné al N[or] N[or] E[ste] demarcando la boca del río al N[orte]. Luego puse la proa a la boca del río, y seguí siempre la misma agua. Luego caímos a 6. A 5 a 4 ½ y a 3 pies de agua25, y reventazón de bajos por todas partes, por los cuales fuimos bastante trecho, hasta que llegamos cerca de la costa del N[orte] en la boca del río, que hallamos 3 brazas. Metimos al N[or] N[or] O[este], y hallé 3 y ½ demorando el bergantín al SSO, y aquí hallamos agua dulce sin mezcla de salada, y en donde se puede amarrar cualquier embarcación. Seguimos por 4 ½ brazas río arriba después de hallar 1 ½ brazas arrimamos a tierra, y desembarcamos adonde hallamos árboles grandes de sauces secos que habían traído las crecientes del río. En tierra hallamos el campo quemado […]

54 [Folio 6 verso]

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55 […] de poco tiempo, plantas como las del puerto de San José, apio, llantén, y otros: Muchos patos, chorlitos, perdices e infinitos lobos de aceite de admirable tamaño. Serían las 12 ½ del día con corta diferencia advertí que ya estaba a media marea que crece con mucha velocidad, y por lo que creció en tierra, tenía ya certeza de que en la barra había agua para el bergantín y embarcándonos con toda presteza salí a hacerle las señas que tenía prevenidas al bergantín para que entrase: No podíamos romper la corriente, pero al fin salimos aunque rompiendo la mar, y con un hervidero que casi nos hacía perder las esperanzas, pero luego que pudimos franquearnos le hice seña de levante, lo que ejecutó inmediatamente, pues con haberle quedado a bordo solo 8 hombres no he visto levada26 más ligera. Seguí entrando con advertencia a las señas que se le hacía de los rumbos a que había de gobernar. Llegó junto a nosotros y levándonos […]

56 [Folio 6 reverso]

57 […] por su proa llegamos a dar fondo dentro del expresado río en 3 brazas de agua a más de media marea. A las 3 ½ de la tarde fuimos en tierra y hallamos perdices, liebres, y muchos lobos de aceite, con los cuales se divirtió la gente en matar algunos con lo que aumentaron la alegría de la entrada en el río, que para todos había sido grande. Nos retiramos a bordo, y anocheció claro, y sereno, pero a las 2 de la mañana del día 23 entró un viento a fugadas repetidas, y fuertes por noroeste que rondando para el S[ur] O[este] nos imposibilitó de ir Río arriba como tenía proyectado ni aun nos permitió bajar a tierra. No teniendo reloj ni horizontes para hacer exactas observaciones de la hora del flujo, y reflujo del mar en este río no pude con certeza hallar la hora y minutos, a que precisamente sucede, pero dicho día 23, que según cuenta tiene 7 días la una, estaba baja mar a las 11 de la mañana con muy corta diferencia de pocos minutos. Luego […]

58 [Folio 7 verso]

59 […] restadas de esta hora, 5 horas y 3/5 que tiene de retardación, siguiendo las mareas el curso lunar será la bajamar el día de la conjunción a las 5 y 2/5 de la mañana, y por consiguiente dicho día de la conjunción añadiendo a las 5 y 2/5 de la bajamar 5 horas, y 1/5 que tiene de retardación será la pleamar a las 11 3/5 del día, bajo cuya regla podrá gobernarse cualquiera que entrase en este río: este día vimos algunos perros por la playa, y habiendo avanzado el viento, llamándose al sur determiné hacer que el bergantín se levase y yo me embarqué en la cachucha, y seguí por la proa río arriba, a fin de hacer algún reconocimiento de este país y sus habitadores, pues el fuego y los perros me motivaron a sospechar gente en este río, y puesto en ejecución a las 3 de la tarde seguimos con viento fresco y corriente hasta las 6, que se avistó un pelotoncito de gente; inmediatamente volví a bordo, y cargando las armas nos prevenimos, y mandé el bote a que trajese […]

60 [Folio 7 reverso]

61 […] los primeros indios abordo que eran 8 antes que llegase un chorreadero de gente a toda prisa. Caminaba con atención a aguardar estos para que diesen noticia a los otros: Cuando llegaron abordo venían entre ellos dos presos desertores del Fuerte de San José que se habían desertado con otros 7 de los cuales solo estos dos vivieron habiéndose muerto los otros, y el negro de D[on] Juan de la Piedraabrigose de la inclemencia de estos campos, excesivo calor, hambre y sed. Luego mandé traer otra botada de ellos hasta 18 entre chiquillos, hombres y mujeres a los cuales les mandé dar de comer, y su

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hambre no era poca, comían tocino crudo, y parecían insaciables les mandé dar biscochos, poroto, tabaco, y un poco de harina y algunas prendas que cada uno tenía, como cuchillos, pañuelos, y otras cositas, tiramos un cañonazo, y al principio se amedrentaron, luego se alegraron con mucha algazara. Al ponerse el sol los mandé a tierra, quedándome con los desertores a bordo, […]

62 [Folio 8 verso]

63 […] los cuales dijeron habían recibido muchos favores de aquellos Indios, y que en haberlos hallado había consistido su vida, pues faltaba muy poco para acabárseles: A las 9 de la noche vinieron gritando a la orilla chaguã[?], tabaco, y se les dio.

64 Día 24. Este día a las 5 de la mañana ya estaban los Indios enfrente llamando, se fue en busca de ellos, se les dio de comer, y llenamos las pipas de agua que casi estaban todas abiertas de la sequedad, y reconocimos las tolderías de los Indios en las cuales no he visto otras armas, que bolas, puñales, y hasta 3 flechas mal hechas, y de mal arco. A las 2 de la tarde llegaron una china y un Indio, extrañé la algazara, y llamé a uno de los desertores, y le pregunté si comprendía aquella novedad, a lo que dijo que no sabía otra cosa que haber llegado allí aquellos Indios, que él jamás había visto. Estos les traían fruta de chañar de regalo, […]

65 [Folio 8 reverso]

66 […] y comprendí según sus ademanes que venía más gente, por lo que retiré toda la mía a bordo, lo cual quiso estorbar el Indio que allí hacia cabeza, con señales y a caballo poniéndose delante, pero yo con precaución llevaba la gente prevenida, y armada, cesó de su majadería y nos retiramos a bordo.

67 Día 25. A las 6 de la mañana llegaron los Indios a la orilla, y habiendo mandado el bote a tierra avisaron que estaba allí una cautiva. Inmediatamente mandé que trajesen aquellos Indios y la cautiva, la cual era China Pampa, como todos aquellos Indios, solo los primeros que eran Teguelchus, hablaba regularmente, y procuré informarme de ella, del estado, costumbres y frutos de este país, y sus habitadores, dice que estos Indios casi no tienen adoraciónsolo un poco veneran al Sol, comen guanacos, liebres, avestruces y caballos; sacan de debajo de tierra una batatilla muy chica que comen ya crudas ya […]

68 [Folio 9 verso]

69 […] cocidas, y raíces que tostadas hacen de ellas harina con que hacen poleadas, y asimismo de una semilla muy chica que parece mostaza, también la muelen entre dos piedras, y hacen poleadas. La cautiva, o India que dijo era cautiva, dice que río arriba hay muchos Indios Aucaces, y Teguelchus, pero que están lejos que los Teguelchus son pobres, los Aucaces ricos, pues tienen ganado vacuno, caballar, y ovejuno con abundancia, que hacen mantas pellones, y ponchos, que amasan y siembran. Esta estuvo mucho tiempo entre cristianos, y dice que nunca vieron ni entre estos Indios hubo noticia de otra embarcación en este río ni sus costas, ni jamás habían visto estos habitadores cristiano alguno. A las 10 llegó con otra tropa de Indios el Cacique de esta India inmediatamente fue el bote a traerlo antes que se juntase más turba; llegó a bordo medio triste, se le dio tabaco, aguardiente, mate, y una pipa, y todos procuraron regalarlo de lo que dijo estaba grato, y al anochecer nos regalaron unos […]

70 [Folio 9reverso]

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71 […] pellejos de poco valor para ellos y para nosotros, aunque costó trabajo despedirlos de a bordo con un buen modo pues se hallaban bien a bordo.

72 Día 26. Este día vinieron los Indios, se les dio de comer como siempre y se les regaló, y como no teníamos bujerías que darles, les dábamos medias, camisas, calcetas, chalecos, calzoncillos y chupas que casi nos dejaron sin que cubrirnos, todo a fin de agradarlos para que durante una ausencia diesen noticias a otros de lo bien que los había tratado, para que con eso si acaso determinasen formar aquíalgún establecimiento se hallase en ellos el allanamiento, y ninguna oposición: Empecé este día a formar un vocabulario a fin de entenderles algunas cosas, y a contar que aprendimos con facilidad hasta 100 en lengua Pampa, y Teguelchu. Por la tarde trajeron un rebañito de ovejas y cabras como 100 poco más o menos y nos regalaron cuatro […]

73 [Folio 10 verso]

74 […] esto nos estimuló a regalarles más que cada uno se esforzó en lo que pudo, así ni concurrieron más Indios, y con ellos la gente del Cacique Julián Gordo de S[an] Julián los que dijeron que este había ido a pelear con los Aucaces, y a robarles los caballos por lo cual nos dejaron sin fiar que comer pues siempre se hallan con buena disposición para comer y para pedir.

75 Día 27. Este día se compusieron las velas por estar el viento al Este no pudimos salir: Se continuó en agradar los Indios, y siempre con precaución y reserva, pues nunca me fié de ellos porque no me gustaban algunos movimientos suyos, no obstante no teniendo ya que dales les di los últimos dos pañuelos, la colcha de mi cama, y el cortaplumas ciñéndonos todos a comer solo maíz, y pescado que habíamos cogido en la boca del río con abundancia, al anochecer se fueron.

76 Día 28. Este día a las diez nos hicimos […]

77 [Folio 10reverso]

78 […] a la vela con viento O[este] N[or] O[este] calmoso el que se quedó calmo, y la corriente nos aconchaba sobre un bajito por lo que dimos fondo a las 12: A la una vino el Cacique y habiendo mandado el bote a ver lo que quería por señas dio a entender que nos volviésemos a donde estábamos fui a tierra, y le dije que iba a buscar que comer que ya no tenia, y que en una Luna me esperase que lo regalaría, así quedó contento, y cargaron con el último resto de nuestra ropa, pues hasta las ligas me saqué para darles, se retiraron a las 3 de la tarde, que habían llegado allí más de 40 mostrando tal sentimiento de nuestra separación que algunos vertieron lagrimas bastantes. Les hice dar harina, y se fueron dando muestras de que deseaban nuestra pronta vuelta a aquel paraje. A las 5 de la tarde vinieron 3 Indios con un cacique a despedirse; y al anochecer llegó un Cacique con un Indio Teguelchu que anticipadamente se quería venir […]

79 [Folio 11 verso]

80 […] con nosotros, pero yo de ningún modo quise admitirlo sin que fuese con gusto del Cacique por no disgustarlos: Embarcamos dichos Indio muy contento queriendo arrojar los pellejos con que se cubría al agua.

81 Marzo 1º de 79. A las 5 de la mañana me hice a la vela con viento N[or] O[este] flojo a las 7 avistamos Indios que venían siguiéndonos, pero viendo que nos adelantábamos con viento en favor, y corriente se volvieron: A las 9 di fondo a fin de levantar el plano, reconocer los bajos de la barra, y sus canalizos: A las 3 fui a reconocer con el bote los bajo de la boca.

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82 Día 2. Este día fui a levantar el Plano de este Puerto, observar su latitud, y la hora de la pleamar en tierra. Volví a bordo a la noche y hallé la novedad de haberse desertado el Lenguaraz que llevábamos, por lo que determiné volver de noche con el bote a los toldos a prevenirle aquellos Indios que se me había desertado este Individuo, y asi[…]

83 [Folio 11reverso]

84 […]mismo a decirles, que era un mal hombre que no se fiasen de él, que si llegase por allí lo prendieran y lo entregasen al cacique Julián para que lo llevase asegurado a San Julián: Esta diligencia me pareció precisa, precaviendo el que este sujeto no fuese a los Indios con algunas mentiras, y darles parte de nuestros establecimientos, armas, víveres, gentes y fines a que nos dirigíamos, y prevenidos los Indios ya no le darían tanto créditoa lo que él quisiese forzar con ellos: Al anochecer me hice a la vela, y llegando al paraje hallé que ya se habían mudado todos los Indios, y considerándolos más arriba seguí toda la noche hasta que las corrientes me dieron lugar que sería como 12 leguas de la boca.

85 Día 3. Al amanecer hice descubierta de encima de los sauces, y no viendo a nadie seguí por tierra río arriba como 1 ½ legua siempre haciendo descubierta sobre los árboles, y no pudiendo hallar la India-[…]

86 [Folio 12 verso]

87 […]da quedé sumamente considerando que el viejo Ignacio se moriría antes de tropezar con ellos. Hecha esta diligencia empecé a navegar en demanda del Puerto a abreviar mi salida, pero se llamó el viento al S[ur] tan fuerte, que no pude pasar del primer establecimiento de los Indios a donde estuve hasta que aflojó un poco.

88 Día 4. A la 1 de la noche salí siguiendo mi viaje para la boca del río a donde llegué a las 8, y por mantenerse el viento al S[ur] E[ste] contrario a nuestra salida, fue el bote a tierra a hacer leña, y yo con el piloto sobre Punta Gorda a hacer observaciones de la entrada en este puerto, las cuales con las dimensiones del plano pondré en su lugar, el viento se mantuvo al S[ur] E[ste] fresco.

89 Día 5. Este día no se pudo salir por el viento contrario.

90 Día 6. Siguieron los vientos fuertes, y contrarios, y nos estamos esperando la primera buena hora para hacernos a la vela.

91 [Folio 12 reverso]

92 Día 7. Al amanecer quedé a pique pero sin viento para salir, no obstante me hice a la vela, y tuve que volver adentro a dar fondo27.

93 Día 8. Volví a intentar la salida, pero por estar la barra con mucha rompiente, no me determiné, y di fondo. Observé este día 40 gr[ado]s 55 m[inuto]s igual a la observada en tierra, que es la latitud del río.

94 Día 9. A las 8 de la mañana me volví a adentro a abrigarnos del S[ur] O[este] que entró muy fuerte.

95 Día 10. Lo pasamos fondeados adentro por el mal tiempo, porque aunque me hice a la vela para salir fue en vano, porque la barra rompía de tal suerte que parecía nube.

96 Día 11. A las 5 de la mañana habiéndose llamado el viento al N[or] O[este] me hice a la vela, y salí de la barra por 13 palmos los menos de agua. A las 6 ya me hallaba […]

97 [Folio 13 verso]

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98 […] fuera de peligro demorando la boca del río al N[or] N[or] O[este], y la punta gorda de afuera al S[ur] O[este] 5 g[rado]s O[este] y la de adentro al O[este] de cuyo punto goberné al S[ur] S[ur] E[ste] dando resguardo a un bajo que sale de la medianía de las dos puntas casi 3 millas, de cuyo escollo hallándome rebasado a las 8 ¾ goberné al S[ur] O[este] 5 g[rado]s S[ur] e hice fuerza de vela, y seguí hasta el mediodía que observé 41 g[rado]s 30 m[inuto]s.

99 Día 11 al 12. Quedé navegando con toda la fuerza de vela hasta las 11 de la noche que se avistó tierra por el ángulo de 78 g[rado]s 45 m[inuto]s del 3º cuadrante28 por lo que viré por delante, y porque esta punta de tierra jamás habíamos visto, ni la punta ningún mapa náutico determiné reconocerla, y hacer las dimensiones que permite el andar a la vela; de hecho esto volví en demanda del puerto de S[an] José y observé 42 g[rado]s 17 m[inuto]s de latitud.

100 Día 12 al 13. Seguí en la misma disposición toda la tarde, y anocheció con los hori-[…]

101 [Folio 13reverso]

102 […]zontes cerrados, mar gruesa, viento fuerte, el viento turbonado, y con muchos relámpagos. No obstante procuré atrancarme a tierra a fin de poder ver con la luz de alguno la boca del puerto, y meterme dentro, pero no lo pude conseguir, porque oía el ruido o choque del agua en las playas, y no podía ver la tierra: Me mantuve toda esta noche con bastante cuidado metido en este riesgo, a fin de no dilatar mi viaje considerando que mi retardación sería de bastante atraso a la expedición. A las 6 de la mañana reconocí, y demarqué la boca del puerto, por su medianía al S[ur] S[ur] O[este] y seguí en su demanda con fuerza de vela. A las 7 estábamos entre puntas de donde demarqué las barrancas de la parte del Este al N[or] E[ste] ¼ N[orte] y las de la parte N[orte] al N[or] O[este] ¼ N[orte] de la A[g]uja, advirtiendo que estas son las tierras que más lejos se avistan. A las 8 se avistaron las […]

103 [Folio 14 verso]

104 […]embarcaciones. A las diez dimos fondo junto al paquebot[e]29, vino a bordo D[on] Pedro García a traerme la novedad que D[on] Juan de la Piedra se había ido a Buenos Aires y que yo debía estar a las órdenes de D[on] Francisco de Viedma, sentí la novedad y pase a ver dicho señor.

105 Día 14. Se empleó este día en descargar algunos útiles a tierra.

106 Día 15. Proseguimos en la misma faena, y surtiendo de agua dulce a los de tierra y a las embarcaciones.

107 Día 16. A las nueve de la mañana me hice a la vela en virtud de orden del Superintendente D[on] Francisco de Viedma a recorrer la costa del S[ur] de este Puerto pues había noticia de un manantial o lagunas de agua dulce: En este viaje hice las dimensiones de este puerto para agregar a otras que anteriormente tenía hechas. Llegué al paraje a donde se de-[…]

108 [Folio 14 reverso]

109 […]cia estaba el agua, y hallamos todo seco; fui de allí por tierra a hacer las dimensiones de otro puerto que está más al S[ur] de este de S[an] José distante de una legua el cual había descubierto cuando descubrí las Fuentes, y hechas diligencias, me hice a la vela para el 1er campamento a cargar la lancha de pertrechos y víveres para el nuevo campamento a donde llegué a las 11 del día 20.

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110 Día 20. Y los días restantes de este mes se trabajó en la descarga, y habilitación de esta embarcación que en conserva de la zumaca S[an] Antonio, la Oliveira deben hacer viaje al río de donde acabo de llegar; habiendo determinado el Superintendente hacer en él un establecimiento cuya comisión intentó D[on] Pedro García ir como ingeniero, pero reparando el Superintendente que teniendo por disposición de D[on] Juan de la Piedra el man-[…]

111 [Folio 15 verso]

112 […]do del paquebot[e] S[an]ta Teresa no podía dejar abandonado aquel puesto le dijo el reparo que tenía.

113 Abril 8 de 79. Y el día 8 de Abril llegó diciéndole al Superintendente que buscase capitán para el expresado buque, que él hacía dejación de su mando a lo que respondió el Superintendente que de ningún modo admitía dicha dejación, y lo que tuviese que decirle sobre el asunto se lo expresase de oficio, a lo que respondió dicho oficial, que él no pasaba para eso oficio alguno, y se retiró a su bordo; esto pasó en presencia del capitán de la zumaca la Oliveyra; y el día…

114 Día 9. siguiente 9 a las 7 de la mañana tiró un cañonazo, y largó gallardete30 de órdenes a las que concurrió el capitán de la Oliveyra, y el del bergantín José Ignacio de Goycochea, y allí hizo dejación del cargo del paquebot[e], y se fue a tierra a ponerse […]

115 [Folio 15 reverso]

116 […] a las órdenes del Comandante de las Armas, inmediatamente hizo el Capitán de la Oliveyra gallardete de comandante: A mediodía tuvo noticia el Superintendente de estas revoluciones, y le fue preciso nombrar de capitán del paquebot[e] al piloto D[on] Pedro de Olmos, y yo que continué a ser comisionado en los descubrimientos.

117 Día 10. Se pagó a la gente.

118 Día 11. Se embarcaron los equipajes, y gente de transporte, y el padre fr[anciscano] Pedro de Santiago a quien a mi cuenta doy la mesa: pasa-[…]

119 Día 16. […]mos aguardando el tiempo hasta el día 16 que nos hicimos a la vela a las 7 de la mañana con viento al S[ur] S[ur] O[este] fresco. A mediodía demarqué la medianía de la boca del puerto al S[ur] S[ur] E[ste] de la a[g]uja distancia de 4 leg[ua]s y observé el sol en 42 gr[ado]s 7 m[inuto]s de latitud Sur.

120 Día 16 al 17. Este día seguimos en […]

121 [Folio 16 verso]

122 […] bonanza, y en buena conserva con la zumaca sin que hubiese particular novedad, y del mismo día observé el sol en 41 g[rado]s 35 m[inuto]s.

123 Día 17 al 18. Este día seguimos en bonanza y continuamos nuestra navegación sin que hubiese particular novedad, hasta las 6 de la mañana que avistó la tierra, y reconocí que era la punta gorda de afuera de la boca del río al sur del Colorado. A las 7 arribó la zumaca a la banda por haberle parecido la corriente un bajo: Pasamos nosotros. A las 8 ½ dimos fondo en 3 brazas a esperar la marea. Echamos la cachucha al agua y fuimos inmediatamente en busca del Superintendente para meterlo adentro en ella a fin de que no se expusiese en la barra con las embarcaciones mayores. Luego que se embarcó este y los Padres nos largamos, y dimos fondo dentro de la barra, y advirtiendo cuando esta tenía agua suficiente hice a las embarcaciones seña de levarse, y entrar como lo ejecutaron […]

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124 [Folio 16reverso]

125 […] luego, y en la boca del río les costó voltejar31 hasta que bajara la marea, y dieron fondo a la 1 y ½ de la tarde dentro del río como 3 leg[ua]s de la boca, a las 3 entró el viento para el S[ur] E[ste] y nos hicimos a la vela, y yo siempre en la cachucha sondando hasta las 5 que fondeamos, y nos quedamos a pasar la noche.

126 Día 19. A las 10 de la mañana nos hicimos a la vela seguimos río arriba con viento al S[ur] S[ur] O[este] hasta las 4 de la tarde, que dimos fondo como a 9 le[gua]s de la boca del río. Fui río arriba con la cachucha, y el Superintendente, y no descubrimos Indios.

127 Día 20. Salimos con la cachucha río arriba con el Superintendente Padres y Goycochea avistamos unas tolderías, y pasamos el Superintendente a la parte Sur. Fuimos Goycochea y yo a la del Norte a reconocer los toldos bien armados, y viendo que nos recibían con algazara, y que no era mucha […]

128 [Folio 17 verso]

129 […] gente, mandamos al bote en busca del Superintendente, y los demás que han quedado en la banda del Sur llegaron, y cada cual los agasajó como pudo. A las 5 de la tarde nos retiramos a bordo.

130 Día 21. No hubo especial novedad.

131 Día 22. Este día llegaron todos los Indios conocidos, y los del Cacique Julián de San Julián, de modo que se juntaron más de 500 personas lo que después de darles de comer nos hicimos a la vela río abajo para el primer paraje donde hallamos los Indios la primera vez en mi primer viaje, siguieron por tierra a las embarcaciones.

132 Día 23. Se alistaron las herramientas para formar el pozo, y batería e ir al corte de madera.

133 Día 24. Sigue la gente trabajando en tierra, y los Indios comiendo a un lado.

134 Día 25. Se echaron las maderas de la chalupa en tierra para levantarla.

135 [Folio 17reverso]

136 Día 26. De mañana salí con una India a reconocer una salina, que está como 10 leguas de distancia, volví de reconocerla que es de excelente cualidad, y dista media legua de la orilla del río.

137 Día 27. Al mismo día llegué de la salina, e informé al Superintendente de todas las circunstancias de la sal, en que situación y con que facilidad se puede traer.

138 Día 28. No hubo novedad.

139 Día 29. Fui con un Indio a reconocer otra salina, y era la misma que había visto el dia 26: en este mismo día llego por la tarde el Cacique Negro, y entregó la carta del Ex[celentísi]moS[eño]r Vicerrey al Superintendente y trajo consigo un cristiano llamado Gregorio de lenguaraz: este es esclavo de un Indio que fue apresado en Buenos Aires, junto al [¿?] una estancia, y yo volví a media noche de la salina.

140 Día 30. Esta mañana se juntaron, e […]

141 [Folio 18 verso]

142 […] hicieron amigos Julián Teguelchu, y el Cacique Negro Pampa.

143 Mayo 1º de 79. Siempre prosiguen llegando Indios, y los Teguelchus quisieron atropellar nuestra gente de trabajo por lo que fue gente armada en tierra pero no hubo novedad.

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144 Día 2. Nos levamos con el bergantín, y nos pusimos frente a las tolderías con la artillería lista, porque los Indios se iban insolentando mucho amenazando a degüello. La gente fue armada al trabajo, y el Cacique Julián empezó a levantar su campo, y se puso en marcha: el cacique con otros 7 u 8 Indios estuvo todo el día a bordo: A las 5 y ½ de la tarde llegó el preso Cardozo que había ido con la noticia al corte de madera de que pasaban muchos Indios a la Isla a nado, y que en el camino había hallado los Teguelchus, y que el que fue con nosotros embarcado al Puerto de San José, y otro que a bordo de […]

145 [Folio 18reverso]

146 […] de la zumaca le habían querido robar el poncho, y lo querían llevar consigo amenazándole de muerte. De noche llegó de dicha Isla otro chasque diciendo que los Teguelchus habían pasado a nado, y los habían amenazado de muerte diciendo que al día siguiente de mañana tuviesen prevenida comida, y ropas la que tuviesen que volverían en busca de ella, esto junto con haberme avisado a mí una India de que socorriésemos a nuestra gente de la Isla porque los Teguelchus habían de procurar matarlos. En virtud de estos recelos el S[eño]r D[on] Francisco de Viedma me comisionó para socorrer [a] los de la Isla, y traer preso al Indio Hirra: me hice a la vela con el bote r[í]o arriba, y con buenas armas: llegué a la Isla, y esperé escondido a que viniesen a ejecutar sus intenciones para que el castigo de estos fuese escarmiento de otros, pero la mañana estuvo muy fría, y no vinieron hasta […]

147 [Folio 19 verso]

148 […] las 10 del día que estando ya para ir a buscarlos a los toldos, llego el Cacique Julián que había dado palabra al Superintendente de entregarle a dicho Indio: Lo pasamos en el bote, y fuimos a acompañarlos hasta unos toldos que estaban de la parte del Norte, a donde tenía noticia que estaba dicho Indio, dejé la gente en el bote con las armas en la mano, inmediato a dichos toldos para que a la primera seña hiciesen fuego, lo que convino al Cacique, y el ofreció entregar el Poncho; no obstante dije que había de venir a las embarcaciones, el Cacique Julián le dio su caballo, y él, y otros dos se vinieron conmigo en rehenes del Indio. Yo llegué al ponerse el sol, y encontré a bordo de la zumaca el Indio, pidió Julián por él, y se le dijo que al otro día lo trajese, ofreciolo, pero antes del día se fue, y Julián se vino a despedir le arreglé un poncho y un poco de pan, levantó su mujer e hijos y se fue el día 3 […]

149 Día 3. […] a las 10 del día. Sigue la gente […]

150 [Folio 19reverso]

151 […] trabajando sin que hubiese novedad particu-[…]

152 Día 8. […]lar hasta el día 8 que le dio un Indio una puñalada a una India esclava suya, porque se detuvo un poco en ensillarle el caballo, la herida fue en el pescuezo sangraba mucho, y los perros bebían sangre, los Indios decían que era su esclava, y siéndolo por qué no la había de matar cuando le diese la gana.

153 Día 15. Desde el día 8 hasta el 15 no hubo particular novedad que se echó al agua la chalupa.

154 Día 16. A la hora de la pleamar creció el río muchísimo, no sin notable admiración, de los Indios que les hizo retirar los toldos, los vientos eran de afuera, y cabeza de marea, en este día se empezó a hacer carbón.

155 Día 17. No hubo novedad.

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156 Día 18. A las 8 de la noche vinieron los que estaban con el hospital, horno, y herrería pidiendo socorro porque los Indios los […]

157 [Folio 20 verso]

158 […] querían degollar, fuimos en tierra después de varias diligencias se cogió el cabeza de ellos que es un mulato cautivo muy pícaro, éste está preso a bordo de la zumaca.

159 Día 19. A las 9 de la mañana me dijo el capitán de la zumaca desde su buque que afrontase la artillería, porque los Indios se desvergonzaban, y habiendo ido a su bordo con amenazas por el mulato, a este tiempo ya tenía yo toda la artillería prevenida, y dije que avisase cuando quería que les hiciese fuego. Así prevenidos se les mandó saliesen de allí a 3 tolderías de Teguelchus lo que obedecieron luego.

160 Día 20. Llegaron los toldos que tenía el Cacique Negro, entre los cuales venían dos negros, que habían cautivado en Buen[o]s Aires, y una muchacha que tendría 12 años. No hubo particular novedad.

161 Día 25. Hasta el día 25 que se rescató la muchacha, y salí yo a reconocer el puerto […]

162 [Folio 20 reverso]

163 […] de S[an] Antonio, comisionado por el Superintendente con un Indio, y una India dos días de camino del Establecimiento, y uno del río, hallé agua dulce en unos médanos muy grande de arena habiendo estado a 13 leguas del puerto de S[an] José tuve que volverme porque se nos habían acabado los víveres. Los Indios me pedían que comer, y yo me afligía porque la caza era poca que para buscar una perdiz sin perros es menester medio día, y entonces no caminábamos, no hubo remedio sino volvernos, los tiempos estuvieron muy fuertes de granizos, y cerrazones. He visto (cortando al río dicho) un fuego seguí a él, y hallé a Goycochea ya de noche que había ido con el bote siguiendo a 3 desertores con un Indio que había dado parte que fuesen en busca de ellos: este se les escapó y los vientos contrarios y corrientes contrarias lo tenían en una Isla como 10 leguas del Establecimiento río arriba: Pareciéndome importante esta diligencia el día si- […]

164 [Folio 21 verso]

165 […]guiente llevé al Indio que venía conmigo la escopeta 4 pistolas, y fiado en un buen caballo aunque la china lenguaraza me repitió diferentes veces que no me convenía ir que mandase otro, no obstante ya determinado galopé río arriba hasta donde estaban los Indios acampados, que sería como de 5 a 6 leguas, y hallando el rastro de que habían caminado había 3 días, me volví, y mudando caballo llegué a las embarcaciones. […]

166 Día 31. […] El día 31 a las nueve de la noche. En este viaje me dijo la china como uno de los desertores que llevé al Fuerte de San José ya estaba vendido por un caballo, y que los intentos de los Indios habían sido para apoderarse de las embarcaciones, y apresarnos a todos, para cuyo fin a su ayuda había venido su Cacique, pero que no habían podido ejecutar sus intenciones por mi vigilancia; asimismo me encargó mucho que no me fiase, pero que en cuanto ella estuviese allí me daría parte de todas sus in-[…]

167 [Folio 21reverso]

168 […]tenciones. Dio la orden D[on] Francisco de Viedma de descargar el bergantín en la zumaca a cuyo bordo […]

169 Junio 1º de 79. […] atracamos el día 1º de junio y se desembarcó el Padre a quien di la mesa hasta este día.

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170 Día 7. No hubo particular novedad hasta el día 7 que estando listos para hacerme a la vela para el Puerto de S[an] José recibí los pliegos del Real Servicio, y la orden de que en caso de no poder entrar en aquel Puerto, entregase en Buenos Aires y remitiese a la Corte según correspondiesen, y a la una de la tarde me hice a la vela, y di fondo a las 4 por haberse quedado calma.

171 Día 8. A las 6 de la mañana nos levantamos. A las 8 para recoger pasto fondeamos.

172 Día 9. Nos levamos para la boca a alastrarnos, y en este día vino en la chalupa el Superintendente, y […]

173 Día 10 y 11. […] se volvió este mismo día: Los […]

174 [Folio 22 verso]

175 […] días 10 y 11, han estado los vientos del 2º cuadrante muy fuertes, la barra por las nubes, y nos obligó a levarnos…

176 Día 12 y 13. con sumo trabajo haciéndonos a la vela para dentro del río el día 12 y 13 por haber garreado32 me metí más adentro en un canalizo junto a una arboleda, pero no me valió pues el viento nos montó sobre una Isla, pero creciendo el río con incomparable violencia, y mas que nunca, pasamos al Sur a clavar estacas, y salir a fuerza de aparejos.

177 Día 14. Supimos que se había inundado todo el fuerte, panadería, herrería, y todo lo demás, y determinaron hacer la población a la parte del Norte. Fui a verlos, y tomé los pliegos que había llevado el contador. Los días restantes hasta…

178 Día 22. el 22 estuvimos esperando tiempo para salir: lo conseguí en este día a las 5 y ½ de la noche: A las 6 ½ estábamos fuera de la barra, y gobernamos al S[ur] a franquear- […]

179 [Folio 22reverso]

180 […]nos: A las 7 mandé gobernar al S[ur] O[este] ¼ al S[ur] rumbo que demora el Puerto de S[an] José a cuya vista estaba a las 6 ½ de la mañana […]

181 Día 23. […] del día 23. La boca del Puerto estaba a barlovento, las corrientes tiraban para sotavento con incomparable rapidez, y advirtiendo yo que era imposible granjear la boca de este Puesto, arribé con fuerza de vela a ver si podía en este día, recogerme y asegurarme en el otro Puerto que está por la parte del Sur de San José a quien anteriormente había por tierra reconocido, y hecha algunas dimensiones para de allí ir por tierra a S[an] José, esto ha sido por estar el tiempo de muy mal semblante, y con estas embarcaciones, y en semejantes parajes son peligrosísimas los temporales. A las diez descubrimos un bajo que corre N[orte] S[ur] casi paralelo a la costa distancia de 2 millas de ella en cuya medianía pasamos el que estaba descubierto por estar la mar baja, que en pleamar puede que lo cubra el agua.

182 [Folio 23 verso]

183 Día 23 a 24. Seguí este mediodía con viento duro, y mar gruesa en demanda del expresado Puerto por no tener otro arbitrio según las apariencias del tiempo. A las 4 ½ por cerrarse la noche y ser un puerto no conocido, determiné virar en vuelta de afuera en cuya virada marqué la boca de dicho Puerto al S[ur] O[este] distancia de 4 leg[ua]s, y la tierra, O[este], punta que sale más al N[orte] al N[orte] ¼ N[or] E[ste] de la a[g]uja, pasamos la noche aguantándonos lo posible. A las ocho y media de la mañana, habiendo cargado el viento y mar muy fuerte y con malas apariencias, considerando la imposibilidad de tomar de esta situación el Puerto de San José tener ya gastados 19 días de víveres, los tiempos cerrados y las costas que no ofrecen partido por lo barrancoso,

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bajíos, y sacos que no permiten tiempos fuertes y cerrados, aproximarse a su reconocimiento determinamos por asegurar la embarcación, las noticias, los Reales intereses, y nuestras vidas arribar a amarrarnos en vuelta del N[or] E[ste], y de no aflojar el tiempo, conti-[…]

184 [Folio 23 reverso]

185 […]nuar a dar las noticias a Buenos Aires del Ex[celentísi]mo Señor Virrey como me lo previno de palabra el Superintendente D[on] Francisco de Viedma observé en 41 gr[ado]s 29 min[uto]s.

186 Día 24 a 25. Siguió el tiempo duro, y seguimos nosotros sin poder resistir a la mar gruesa, y encrespada del S[ur] O[este] así continuo el resto de la singladura, y los horizontes malísimos por el 3º y 2º cuadrante sin que nos diese lugar a meterle la proa por la gruesa mar del S[ur] O[este] este día no pude observar.

187 Día 25 a 26. Seguimos este día con proa al N[or] E[ste] toreando los mares del S[ur] O[este] y el viento se llamó al O[este] duro de donde levantó mucha mar y nos vimos entre estas dos mares casi sumergidos particularmente por ser la embarcación de tan hombres: Los horizontes cerrados con celajes gruesos de modo que no pude ver el sol, ni observar.

188 Día 26 a 27. Seguimos con dicha mar, y viento y a las 5 de la tarde orzamos por haber […]

189 [Folio 24 verso]

190 […] abonanzado la mar un poco, pero siempre corriendo en 14 cuartas33, pasamos el resto de la singladura sin novedad, y a mediodía me hallé en 37gr[ado]s 52 minutos habiéndose mantenido el viento siempre tenaz por S[ur] O[este].

191 Día 27 a 28. Siguieron los vientos del 3º cuadrante másbonancibles las mares gruesas y encrespadas, y observando cerca del cabo de San Antonio imposibilitado así por los tiempos, como por los víveres de volver para el Sur, orcé a meterme dentro del Río de la Plata, y observé este día en 35 gr[ado]s 59 m[inuto]s.

192 Día 28 al 29. Seguimos navegando hasta las 7 de la tarde que se quedó calma por lo que dimos fondo sobre el Banco Inglés, y así pasamos la noche hasta las 6 de la mañana, que con una ventolina por el E[ste] N[or] E[ste] nos hicimos a la vela con proa al O[ste] en demanda de Buenos Aires. A mediodía observé el sol en 35 gr[ado]s 30 m[inuto]s y sondé 7 brazas de agua.

193 Día 30. Continúe mi navegación con fuerza de vela en demanda de Buenos […]

194 [Folio 24 reverso]

195 […] Aires en donde di fondo a las 12 del día.

El mapa de 1779: “Descripción geográfica de la costa oriental patagónica…”

196 Paralelamente a la escritura del diario que transcribimos, Basilio Villarino elaboró un mapa [Figura 3] que representa la costa oriental patagónica que relevó entre los meses de enero y julio de 1779. En él se señalan los puertos de San José, Nuevo y San Antonio y se indica la ubicación del establecimiento sobre el río Negro. Figura 3: Mapa de las exploraciones de 1779 elaborado por Basilio Villarino. Fuente: Fundação Biblioteca Nacional (Brasil). http://hdl.handle.net/123456789/110

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197 Este mapa se encuentra catalogado como ARC.009, 13, 016 en la división Cartografía a la que podemos acceder desde el portal web de la Fundação Biblioteca Nacional. A pesar de que es posible hallarlo mediante la búsqueda por autor no resultó tarea sencilla la identificación del mapa debido a la existencia de diversos registros elaborados por Basilio Villarino y la abundante diversificación de catalogaciones con las que han sido clasificados en diferentes archivos. El que aquí consideramos es un mapa manuscrito de 67,2 centímetros por 55,2 centímetros, coloreado mediante acuarelas ocre, amarillo, rojo y verde, que incluye un recuadro con aclaraciones sobre la representación gráfica. Resulta factible visualizarlo directamente online mediante un cliente web como Chrome, Firefox o Internet Explorer, sin necesidad de descargar o guardar la imagen en nuestra computadora. Cabe destacar que a diferencia de otras digitalizaciones disponibles en repositorios virtuales de otros archivos, en este caso la imagen no presenta marcas de agua u otras semejantes, lo cual permite una apreciación óptima de la misma. Además, es posible descargar un archivo de 164,1 Megabytes con una imagen de 300 dpi34 (1.392 pixeles por 1.648 pixeles) en el formato estándar jpg, formato que si bien posibilita reducir considerablemente el tamaño de la imagen para que pueda estar disponible en la web, lo hace en detrimento de la calidad de la misma. No obstante, se lee el texto que transcribimos a continuación: “Descripción geográfica de la costa oriental patagónica comprehendida entre 40º 25’ y 43º 10” de Lati[tud] Sur, 311º 15’ y 314º 14” de Longitud de Tenerife arrumbada35, y medidos sus puertos y entradas (hasta ahora no conocidos) geométricamente por el 2º Piloto de la R[ea]l Armada D[o]n Basilio Villarino en las navegaciones reconocimientos y descubiertas que desde Enero hasta Julio de 1779 hizo en la expresada costa. Explicación A. Puerto de S[a]n José. B. Puerto Nuevo. C. El mayor surgidero. D. Angostura de tierra entre P[uer]to Nu[ev]o y S[a]n Joséf. E. Campamento y pozos. F. Fuentes y salina. G. Otra salina. H. Pozo de agua salobre permanente. Y. Pozos de agua dulce y

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cerros de arena. J. Puerto de S[a]n Antonio. K. R[i]o N[egr]o nombr[ad]o por los indios R[i]o Grande. L. Campamento y tolderías. M. Salina. N. Lagunas. Nota: Estas líneas de puntos rojos se demuestran los viajes que hace por tierra. Todo este terreno a excepción de la margen del río por la parte del sur es igual con corta diferen[ci]a al del puerto de S[a]n Josef. Produce las mismas plantas, y el agua de las lluvias se recoge en lagunas que se secan al fin del verano, es abundante de leña buena, pero no se ven arboles grandes de ninguna especie, los más son de chañar de dos estados de alto. En los cerros de arena que se demuestran en la latitud de 41º 56’, además de los pozos demostrados se halla agua dulce con facilidad cavando en muchas partes la arena lo que hace fácil por tierra la comunicación del puerto de S[a]n Josef con el Río Negro. El puerto de S[a]n Antonio no está medido ni bien reconocido por lo que no se debe estar a su figura ni extensión, y solo si a la colocación de su entrada; tampoco se sabe con exactitud la hora de la pleamar en el que es muy precisa por los bancos que tiene aunque será poca la difer[enci]a de la hora a que sucede en el Río Negro respecto su inmediación. Los número[s] de la sonda son braz[a]s de 6 pies ingleses”.

198 Según consta en los datos de catalogación, el mapa fue comprado a Pedro de Angelis en 1853 y forma parte de la colección homónima. En relación con esto resulta interesante dar cuenta del Proyecto Biblioteca Virtual Pedro de Ángelis emprendido en forma conjunta por la Biblioteca Nacional de Brasil y la Biblioteca Nacional de Argentina con el objeto de producir un espacio virtual de concurrencia e intercambio de sus acervos documentales. El mismo se halla alojado en el sitio web http://bndigital.bn.br/ projetos/angelis/spa/index.htm y nos permite hallar el mapa que presentamos, como único registro vinculado a Basilio Villarino. En este sentido, nos interesa enfatizar que en el caso que aquí presentamos, la Biblioteca Nacional de Brasil no ha catalogado el diario de Villarino que se corresponde con el mapa, sino otros dos del piloto. Así, aunque en el catálogo de la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro es posible hallar el mapa, no es factible encontrar el diario asociado y, paralelamente, donde hallamos la copia del diario no aparece el mapa.

199 En lo que respecta a la mención explícita a la confección del mapa en el diario, observamos que el día 2 de marzo de 1779 elabora el plano del puerto San José y enumera una serie de topónimos —“Punta Gorda”, “Colorado”, “Fuentes”, Puerto San Antonio”—, algunos de los cuales aparecen en el mapa. Para esa época, desde los primeros esbozos de Antonio Pigafetta en el siglo XVI, parte de las costas patagónicas ya habían sido dibujadas por Basilio Villarino, Pablo Zizur y Antonio Viedma y eran lo más conocido de los dominios que la Corona española se atribuía (Martínez Martín 2000, Penhos 2005, Enrique 2013). En relación con esto, resulta interesante que a pesar de que el mapa constituye el registro gráfico del reconocimiento geográfico de la costa patagónica de las actuales provincias de Río Negro y Chubut, da cuenta asimismo de ciertos rasgos fundamentales del interior del territorio como modo de contextualizarlo. Así, a diferencia de lo que ha señalado Penhos (2005) con respecto a los viajeros del iluminismo que recorrían las costas sin adentrarse en las tierras desconocidas, en este caso podemos observar que Villarino vuelca en la confección del mapa que nos ocupa sus conocimientos acerca del territorio próximo al fuerte del Carmen y del fuerte San José. En este sentido, cabe señalar el detalle de los recorridos terrestres también dibujados por Villarino en el mapa que le permiten conocer el territorio interior y cuyo detalle continuará profundizando en los años subsiguientes por otros viajes realizados.El mapa muestra así caminos, rasgos topográficos, vegetación y se incluyen registros batimétricos —es decir, sobre la profundidad oceánica— entre los puertos San José y San Antonio. La expresión gráfica de estos elementos pone de manifiesto la

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importancia de contar con el diario que describe los trayectospara entender los recorridos realizados y, al mismo tiempo, muestra la relevancia de la imagen para comprender la ubicación de cada uno de los hitos relevados en el diario con respecto a los puntos cardinales mediante la rosa de los vientos adornada con una flor de lis que aparece en el mapa.

200 Consideramos que la información presente en este mapa puede ser complementada con un mapa posterior, también realizado por Basilio Villarino en 1780, que reúne los datos recabados entre enero de 1779 y julio de 1780. Dicho mapa se encuentra también disponible online en la sección Mapas y Planos del Archivo General de Indias catalogado con el número 135 y ha sido publicado por Entraigas (1960) en su trabajo sobre el fuerte del Río Negro. En él se han indicado las ubicaciones del puerto de San José, del Nuevo, del de San Antonio y otro de potencialutilidad. Se han situado los pozos de agua — aclarando su calidad relativa—, las fuentes y salinas y los ríos Colorado y Negro, demarcando un camino entre ambos. Asimismo se estableció el asiento del campamento español en la actual península Valdés y del fuerte del Carmen sobre el río Negro así como los toldos de los caciques Chanel y Chulilaquini en las cercanías del río Colorado. Este mapa se corresponde además con el “Diario de los reconocimientos del Río Colorado, Bahía de Todos los Santos, e internación del Río Negro hechos por el 2º Piloto de la Real Armada D. Basilio Villarino” que también forma parte del legajo 167 de la colección “Biblioteca Nacional” en el Archivo General de la Nación. Esta copia del manuscrito original realizada por Manuel Molina posiblemente se corresponda con el documento que Martínez Martin (2000) encuentra en el Archivo General de Indias como “Diarios del descubrimiento de la Bahía de Todos los Santos, islas del Buen Suceso, río Colorado e internación del rio Negro, por Basilio Villarino. Desde el 23 de abril hasta el 27 de mayo de 1780”.

201 Un mapa de Pedro García de 1779(a) en el que podemos leer “Plano que comprende desde el Río Sauce hasta el Puerto de S[a]n Joseph en la Costa Oriental Patagónica, nuevam[en]te enmendado por el Teniente de Infantería d[o]n Pedro García, Subteniente del Regimiento Fijo de Buenos Ayres y Capitán del paquebot[e] Santa Theresa, según el reconocimiento que hizo con el bergantín N[uestra] S[eño]ra del Carmen, y la sumaca Oliveira, por disposición e instrucción del Comisario Super Intendente de las nuevas Poblaciones de dicha costa, y comandante de la expedición de ella, d[o]n Juan de la Piedra, en el mes de enero y febrero de 1779” favorece la comprensión de la zona que ha dibujado Villarino. Además incluye una “Explicación” de aquello que se ha representado gráficamente y detalles útiles para la navegación del lugar. Se encuentra en el Archivo General de Indias catalogado con el número 123 en el cuerpo documental Audiencia de Buenos Aires donde es accesible online y también ha sido publicado por Entraigas (1960). Este mapa aporta algunos topónimos que no aparecían en los de Villarino, tales como “Punta Castillo”, “Punta Rasa”, “Punta Redonda”, y “Río Sauce” para denominar al río Negro. En relación con esto, en una copia de este mapa existente en el Archivo del Museo Naval identificada con la signatura 47-B-14 se ha agregado: “Sin embargo de que en este plano dado por D[o]n Juan de la Piedra se nombra el Río que queda al Norte Río Sauce, y el más al Sur Río Colorado, se verifica por todas las noticas estarán trocados los nombres, porque el Sauce es el Colorado, y este el Sauce”.

202 Asimismo, hallamos otros tres mapas de 1779 sin autoría declarada que contribuyen a comprender la ubicación y contexto de algunos de los sitios nombrados por Basilio

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Villarino. Uno de ellos [Figura 4] se encuentra en la Biblioteca Nacional de Brasil y es posible hallarlo mediante la página web del Proyecto Biblioteca Virtual Pedro de Ángelis que mencionamos. En él se puede leer: “Plano y descripción del puerto o bahía de S[a]n Josef. Nuevamente descubierto por los pilotos de la expedición del mando del S[eñ]orSuper Intendente D[o]n Juan de la Piedra, en la costa oriental patagónica. Año de 1779. Situado por observación su boca en 42 g[rado]s 10 m[inuto]s […] en 312 g[rado]s 30 m[inuto]s de Long[itu]d según [el] Meridiano de Tenerife”.En los datos de catalogación se detalla que el mapa original en cuya confección se utilizó tinta ferrogálica y acuarelas es de 27 centímetros por 45 centímetros. Como registro digital podemos descargar una imagen de 300 dpi, cuyas dimensiones de 2.545 pixeles por 1.538 pixeles forman un archivo de 350,44 KB (358.849 bytes). Figura 4: Plano y descripción del puerto o bahía de San José. Fuente: Fundação Biblioteca Nacional (Brasil). http://hdl.handle.net/123456789/432

203 Lo notable es que otro mapa que encontramos en el Archivo del Museo Naval de Madrid posee curiosas semejanzas con aquel de la Figura 4 y ha sido identificado como “Plano del Puerto o Bahía de San José, nuevamente descubierto por los pilotos de la expedición del mando de Don Juan de la Piedra, Super-intendente de las nuevas poblaciones de la costa Oriental Patagónica” (47-B-7). Consiste en una carta náutica de 28,3 x 45,2 cm, manuscrita y coloreada, en la cual se señalan los accidentes geográficos, los pozos de agua y salinas, los núcleos poblacionales e, incluso, se menciona a Villarino, no obstante, no ha sido firmado. Ambos mapas poseen textos similares; no obstante, con respecto al mapa de la Figura 4, en este se añade que “Suben y bajan las mareas en los días de plenilunio, y novilunio 25 pies. La pleamar en estos días sucede a las 10 del día”.

204 El tercer mapa se encuentra en el Archivo General de Indias catalogado con el número 122 en el cuerpo documental Audiencia de Buenos Aires. Allí se puede leer “Plano de la Bahía sin Fondo o Puerto de S[a]n Joseph que se halla situada en la costa oriental patagónica según observac[io]n ejecutada en donde se halla la marca primer fondeadero, C= se considera estar en 42 grados 31 m[nuto]s de lat[i]t[u]d Meridional, y en 312 grados 20 m[inuto]s de Longitud Meridiano de Tenerife”. En él se resaltan una serie de sitios agrupados bajo el título “Parajes notables” entre los cuales se enumeran

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los mismos ítems que en los dos mapas anteriores incluyendo la información sobre las mareas que figuraba en el que está en el Archivo del Museo Naval.

205 En los tres casos varía el orden en que se presentan las referencias en la leyenda de cada uno y no podemos aventurar cuál mapa constituye la copia de cuál aunque destacamos un mayor grado de claridad asociado a la prolijidad del segundo. Un detalle llamativo es que en el primero de ellos se sitúa la boca del puerto de San José en 312º 30’ de longitud del Meridiano de Tenerife, en el segundo en 313º 30’, y en el tercero en 312º 20’, con lo cual desconocemos la medición exacta aunque advertimos que las que se reiteran son 312 grados y 30 minutos. Solo el mapa que está en el Archivo del Museo Naval hace mención directa a Basilio Villarino, razón por la cual creemos que no habría sido el autor del mismo, dado que el texto señala: “Paraje donde halló D[on] Basilio Villarino Piloto del Paquebot[e] S[an]ta Teresa uno como especie de manantial de agua dulce con una salina inmediata con sal bastante y ésta muy blanca”.

206 Por otra parte, sostenemos que uno de los aspectos más relevantes que nos revelan estos tres mapas es la ubicación inicial y la consecuente del traslado de la población de San José. Por ello, los registros presentados también pueden ser complementados con otro mapa del puerto de San José confeccionado por Pedro Andrés García en 1779 y enviado adjunto con una carta fechada el 4 de junio de 1780 y firmada por Andrés de Viedma, el hermano de Francisco y Antonio, que se desempeñó durante un corto lapso al frente del establecimiento de San José. El mismo muestra el contorno de parte de la península, hoy conocida como Valdez, donde se ubicaba el establecimiento español, exhibiendo un fragmento del croquis dibujado por Villarino que consideramos aquí. Fue publicado por Entraigas (1960) y por Bianchi Villelliet al.en esta misma revista en 2013como evidencia gráfica en un análisis de los planos del fuerte San José y se encuentra en el Archivo General de Indias identificado mediante la signatura MP- BUENOS_AIRES,128, disponible en http://pares.mcu.es/ParesBusquedas/servlets/ Control_servlet?accion=4&txt_accion_origen=2&txt_id_desc_ud=16938.

207 Como señalamos, esta serie de mapas representan fragmentos de la zona comprendida por el mapa de Villarino de 1779 que se corresponde con el diario que transcribimos, centrándose especialmente en el área donde se instaló el establecimiento español de San José. Así, aunque la región del río Negro y su desembocadura han sido excluidas de la mayoría de los demás mapas que citamos, advertimos que los elementos marcados en general coinciden, siendo estos: los establecimientos de San José y San Antonio, los puertos, los fondeaderos, los ríos, las salinas y algunos pozos de agua.

Concurrencia del diario y el mapa de la travesía: aportes para conocer los paisajes patagónicos coloniales

208 Villarino confeccionó diversos registros cartográficos con el fin de complementar y aclarar la información que contenían sus diarios, con lo cual, aportó a la geografía de la época una imagen del río Negro perfeccionada con respecto a la brindada por el jesuita Thomas Falkner (Luiz 2006), y no solo confirmó los detalles de la ocupación indígena en el norte de la Patagonia provistos por este, sino que además describió sus redes económicas y la articulación con el mercado colonial. En relación con esto, resulta interesante que Villarino haya destacado en el mapa que ha identificado los puertos y

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entradas que hasta el momento se desconocían ya que pone en evidencia la relevancia de contar con la representación gráfica para comprender los datos brindados.

209 En particular, destacamos la información que el diario de Villarino nos brinda acerca de la configuración del paisaje pampeano-norpatagónico ya que ofrece abundantes datos acerca de la aptitud de las tierras para la agricultura y la ganadería, las rutas indígenas, la presencia de recursos naturales, asentamientos y sitios estratégicos (Enrique 2010a, 2012a). En relación con esto, la narración se ajusta a lo solicitado por el virrey Vértiz [1778] con respecto a las características que debía tener el sitio que se escogiera para establecer una población en cuanto a la pendiente del terreno, la calidad del aire, la fecundidad de la tierra, la proximidad de agua, madera y leña, las defensas y reparos climáticos, la accesibilidad de su puerto. En cuanto a los reconocimientos de los ríos Colorado y Negro, Vértiz pedía que se indagara acerca de su naciente y sobre sus rasgos más sobresalientes, tales como su anchura, profundidad, rapidez y fuerza de la corriente, dispersión de posibles lugares de traspaso y factibilidad de realizar construcciones en sus orillas.

210 De esta manera, el diario de Villarino de 1779 es un aporte para mejorar la comprensión de las percepciones, interpretaciones y resignificaciones de los funcionarios coloniales sobre el interior de la región habitada por grupos indígenas insumisos al orden colonial español. Llama la atención que se encuentre este tipo de información acerca del paisaje y las relaciones interétnicas a pesar de que gran parte del diario se refiere a la navegación de las costas o cursos de agua. Por ello resulta particularmente sugestivo analizar este diario de viaje en relación con el mapa que el piloto elaboró durante la travesía.

211 Como mencionamos, el diario resulta interesante ya que cuenta tanto el viaje de reconocimiento inicial como el efectuado para la instalación del fuerte del Carmen. En él, el piloto da cuenta de las dificultades de la navegación tales como el viento en contra, la pérdida de parte de la carga y los obstáculos para acceder a los puertos. Asimismo, describe ciertas especies animales y vegetales que el grupo de exploradores halla al llegar a tierra, brinda datos sobre la existencia o no de agua, de leña, de pastizales y sus respectivas calidades para las comitivas de expedicionarios y las cabalgaduras, y las facilidades o dificultades para el tránsito. Además, nos permite conocer qué recursos resultaban de interés para los indígenas y Villarino registra no solo aquellos que les son entregados en pos de congraciarse con ellos: tabaco, aguardiente, tocino crudo, bizcochos, porotos, harina, prendas, cuchillos, pipas, sino también las modalidades de uso y consumo que adoptaban los indios.

212 Como podemos observar en el mapa, se especifican los sitios donde puede hallarse agua dulce así como también aquellos en los que el agua es salobre, es decir, poco apropiada para el consumo humano y animal. Asimismo, en el diario el piloto señala los lugares donde se encuentran las salinas, cuyo mineral permitía conservar alimentos. En relación con esto, también se brindan referencias a la permanencia o no de los cuerpos de agua. Consideramos que en el mapa se indican los aspectos más duraderos y por ello no se menciona la presencia de leña u otros recursos perecederos o que se encuentran en movimiento, como especies animales y vegetales. Con respecto al río Negro, consta que era “nombrado por los indios [como] Río Grande” y es interesante notar que debido a que dicho río sólo había sido reconocido parcialmente, su representación se encuentra incompleta. En relación con esto, además, advertimos acerca del modo difuso en que Villarino incorpora en su diario y su mapa la información provista por los

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indígenas, tal como demostrara Harley (1992) en relación con los mapas del “encuentro colombino” y, en la región patagónica, estudiaran De Lasa y Luiz (2011) con respecto a los mapas confeccionados por los jesuitas. Por ejemplo, esto ocurre no solo al situar en el mapa el río Negro “nombrado por los indios Río Grande” sino también en el diario al señalar que a través de una cautiva indígena procuró enterarse de las circunstancias, costumbres y habitantes de la zona.

213 Por otro lado, Villarino considera la presencia de perros y de fuego como señal de que hay gente en la costa, razón por la cual regresa inmediatamente a bordo, busca armas y manda a buscar un grupo de indios. Los perros son importantes según señala en el mismo diario debido a que simplifican la caza y, de esta manera, permiten avanzar más rápido por vía terrestre. Al respecto, resulta especialmente interesante la mención a los campos quemados que también es referida en otros diarios del piloto. En este caso, el piloto explicaba que los indígenas quemaban todo al marcharse para que los españoles no tuviesen alimento para el ganado y para avisar a otros indios que había enemigos en el lugar. En el diario de 1783, Villarino registra la adopción de esta técnica y la utilización por él mismo incendiando los campos para marcar el sitio en el que se encontraba y atraer a los indígenas para intercambiar información o recursos. En el relato encontramos referencias a la utilidad de los indios como baqueanos para avanzar en los terrenos desconocidos por los españoles, lo cual incluso resulta evidente en lo aludido por los desertores acerca de que “en haberlos hallado [a los indios] había consistido su vida” (Villarino 1779: f. 8). No obstante, en cuanto a las relaciones que establece con los grupos indígenas con los que se encuentra, el piloto nunca abandona una postura desconfiada con respecto a ellos, plasmada en expresiones tales como “una india que dijo era cautiva” (Villarino 1779: f. 9) o “nunca me fie de ellos” (Villarino 1779: f. 10). Así como en el relato, cuando tiene la posibilidad Villarino ofrece un relevamiento de las armas que poseen los indios, en el mapa da cuenta de la ubicación de los grupos indígenas en la zona, intentando evaluar su potencial poder de ataque. Por ello, en función de lo expuesto, consideramos que tanto el diario como el mapa de Villarino constituyen herramientas útiles para comprender la organización del territorio norpatagónico durante periodo tardo-colonial y reflexionar acerca de las discontinuidades actuales en el área (Enrique 2012b).

214 Por último y teniendo en cuenta dicha relevancia, consideramos preciso evidenciar las dificultades metodológicas que se nos presentan a la hora de analizar los relatos escritos si no contamos con el registro grafico o viceversa. En particular, esto se vuelve un obstáculo mayor en el caso de que busquemos indagar en las cuestiones territoriales, relevando los topónimos, los asentamientos poblacionales, tanto los establecimientos españoles como las tolderías indígenas. En este sentido, los mayores inconvenientes provienen del hecho de que los registros han sido considerados como de distinto tipo, es decir, se han separado en categorías tales como mapas, dibujos, manuscritos asociados a diferentes instancias administrativas —correspondencia, judiciales, contaduría, etc.—, a determinados periodos —colonial, republicano—, o a personajes vinculados a su donación al archivo o repositorio. Diversos autores han advertido acerca de algunos problemas relacionados con la dispersión de la documentación en archivos y repositorios distintos, las modificaciones en los modos en que ha sido catalogada, la venta de los documentos por separado, las pérdidas de papeles, y las omisiones de información en las copias, entre otros factores, que se presentan a la hora de encontrar la documentación en un mismo sitio (Necker 1984, Farge 1991, Revel 1995, Martínez Martin 2000, Nacuzzi 2002b, Enrique 2010b, Nacuzzi y

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Lucaioli 2011, entre otros). Hoy vemos que los procesos de digitalización que se están llevando a cabo nos ofrecen una perspectiva de reencuentro que años atrás resultaba más difícil imaginar, producto de la separación —en algunos casos, disociación sistemática— de los mapas de los diarios que los acompañaban y, en gran medida, explicaban, debido a los sucesivos traslados de los documentos hasta su ubicación actual, a la dispersión en distintos archivos —lo cual también ha dado lugar a duplicados de la documentación— y a la confusión por diversas catalogaciones. Aquí se vuelve patente el hecho de que ni el texto puede explicar por sí solo lo que se ha pretendido mostrar mediante un mapa ni el registro gráfico puede brindar toda la información del diario de viaje, es decir, debemos entenderlos como fuentes de información diferentes y complementarias, donde no es posible suplantar los detalles que proporciona uno con los que da el otro. De este modo, la localización de ambos registros, el diario y el mapa, y el reunirlos, fue posible no solo como consecuencia del trabajo de archivo en el Archivo General de la Nación (Argentina) sino también gracias a la digitalización del mapa correspondiente por la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro (Brasil). La separación de ambos hasta el momento obstaculizaba apreciarlos en conjunto.

Consideraciones finales

215 En este trabajo dimos cuenta del contexto de producción de los diarios de viaje de Basilio Villarino considerando su importancia para comprender las circunstancias relatadas, la influencia del viajero en la conformación de las ideas acerca de la región norpatagónica, su geografía, sus posibilidades para los españoles y la distribución y potencial amenaza que implicaban los pobladores de la zona. En este sentido, indicamos otros documentos históricos que permiten completar y/o contrastar datos y mostramos la complementariedad del diario de 1779 con respecto a otros registros, tanto escritos —cartas, informes, diarios— como gráficos —otros mapas—. Esta narración de 1779 es el primero de los relatos conocidos del piloto sobre la región pampeano-patagónica, en el cual podemos observar detalles sobre el relevamiento de la zona y la posterior instalación del fuerte del Carmen, a unos 30 kilómetros de la desembocadura del río Negro. Los relatos de los viajes de Villarino en su conjunto brindaban datos que resultaban de utilidad para futuros viajeros debido a que proveían información acerca de la calidad de los cursos y cuerpos de agua, de su estacionalidad o no, de la caza disponible y demás recursos que pudieran servir a la subsistencia de otros exploradores que transitaran el área.

216 En relación con esto, hemos señalado la relevancia del diario y del mapa en relación con los modos en que los hispano-criollos de la época concebían el paisaje norpatagónico. Por ello, consideramos que el haber transcripto el diario inédito de Villarino y publicarlo aquí junto con el mapa constituye una de las mayores contribuciones que presentamos en función tanto del aporte que implicó para el conocimiento de la época colonial tardía como de la necesidad actual de conservar el patrimonio documental. Además, dimos cuenta de la ubicación del diario y del mapa así como de la dispersión de documentos de la que fueron objeto junto con otros registros escritos y cartográficos que logramos reunir. Con respecto a las tareas desarrolladas en torno a la conservación del documento, advertimos aspectos a tener en cuenta y ciertas dificultades metodológicas a las cuales nos enfrentamos a la hora de llevar a cabo la digitalización

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del diario y de planificar los posibles usos de los registros digitales, que justamente por parecer cuestiones obvias, son dejadas de lado, ocasionando inconvenientes luego. En este sentido, buscamos ponerlas en evidencia y señalar la necesidad de interrogarnos acerca de las decisiones metodológicas que adoptamos y sus implicancias. Así, mediante la digitalización de la copia del diario de Villarino, su transcripción y publicación junto con la inclusión del mapa correspondiente hemos contribuido a la conservación de los mismos, en tanto los reunimos, los relevamos documentando dicho registro y difundimos su ubicación y la información que contienen.

217 Por último, mostramos un abordaje novedoso del relato de Villarino e identificamos la información vinculada a las representaciones de los hispano-criollos acerca del paisaje del norte de la Patagonia que ofrecían los diarios. Como consecuencia del entrecruzamiento de los datos de los distintos registros, esta perspectiva se ve enriquecida de forma sustancial dada la posibilidad de complementar el relato con un mapa elaborado por el mismo piloto. A partir de lo expuesto y teniendo en cuenta las ventajas de la progresiva digitalización del corpus documental y cartográfico de diversos archivos y repositorios nacionales e internacionales, pensamos que sería interesante analizar otros diarios de Villarino y de otros viajeros de la época en relación con los mapas que fueron elaborados durante o luego de las travesías.

BIBLIOGRAPHY

Fuentes

Autor desconocido [1779a] Plano que comprende desde el Río Sauce hasta el Puerto de la costa oriental patagónico. Copia. Archivo del Museo Naval (Madrid, España), 47-B-14.

[1779b]. Plano y descripción del puerto o bahía de San Josef. Fundação Biblioteca Nacional (Río de Janeiro, Brasil), Cartografía ARC.023,06,022.

[1779c]. Plano del Puerto o Bahía de San José, nuevamente descubierto por los pilotos de la expedición del mando de Don Juan de la Piedra, Superintendente de las nuevas poblaciones de la costa Oriental Patagónica. Archivo del Museo Naval (Madrid, España), 47-B-7.

[1779d]. Plano de la Bahía sin Fondo o Puerto de San Joseph que se halla situada en la costa oriental patagónica según observación ejecutada en donde se halla la marca primer fondeadero. Audiencia de Buenos Aires, 122. Archivo General de Indias (Sevilla, España).

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NOTES

1. Aunque tanto José Cardiel como Thomas Falkner fueron contemporáneos, los escritos de este último recién fueron publicados en 1774. 2. Al respecto, cabe señalar que, a diferencia de lo que explicita el relato de Basilio Villarino, Martínez Martin (2000) refiere que este viaje comienza el día 13 de febrero de 1779. 3. Por ejemplo, Martínez Martin (2000) dio cuenta de un corto viaje a fines de agosto de 1781 entre los establecimientos españoles del río Negro y del golfo San José.

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4. El documento titulado “Documento relativo a la expedición de Juan de la Piedra a las bahías Sin Fondo y San Julián, emprendida el 14 de Diciembre de 1778” presenta un periodo durante el cual no aparece información correspondiente al intervalo entre el día 24 de febrero de 1779 y el 13 de marzo de 1780, en que se retoma su escritura. 5. Dichos autores afirman que las representaciones digitales deberían posibilitar la legibilidad en los documentos originales que resulte precaria, no obstante, cada caso tendrá que ser analizado en particular. 6. MB: Megabytes. Este tamaño de imagen permite una posterior impresión de buena calidad en hojas A3. 7. La resolución de la imagen depende de la cantidad de pixeles por pulgada. Dado que el pixel es la unidad de información de un archivo de mapa de bits, la cantidad de pixeles determina las dimensiones (ancho y alto) de una imagen. 8. Aquí se presenta un error ya que, como mencionamos, la fecha correcta es 8 de febrero de 1779. 9. Pipa: tonel que sirve para transportar o guardar bebidas (Real Academia Española 2001). 10. Cachucha: bote o lancha pequeña(Real Academia Española 2001). 11. Sumaca: embarcación pequeña y planuda de dos palos empleada en la América española y en el Brasil para el cabotaje (Real Academia Española 2001). 12. Brazas: medida de longitud, generalmente usada en la Marina y equivalente a 2 varas o 1,6718 metros (Real Academia Española 2001). 13. Proa: parte delantera de la nave, con la cual corta las aguas, y, por ext., parte delantera de otros vehículos (Real Academia Española 2001). 14. Legua: medida itineraria, variable según los países o regiones, definida por el camino que regularmente se anda en una hora, y que en el antiguo sistema español equivale a 5572,7 m.La usada por los marinos equivale a 5555,55 metros (Real Academia Española 2001). 15. Singladura: en las navegaciones, intervalo de veinticuatro horas que empiezan ordinariamente a contarse al ser mediodía(Real Academia Española 2001). 16. Milla: medida de longitud itineraria, que adopta distintos valores según los usos (Real Academia Española 2001). 17. Arrizar: colgar algo en el buque, de modo que resista los balances y movimientos(Real Academia Española 2001). 18. Barlovento: parte de donde viene el viento, con respecto a un punto o lugar determinado (Real Academia Española 2001). 19. Trinquete: se denomina así tanto a la verga mayor que se cruza sobre el palo de proa como a la vela que se larga en ella(Real Academia Española 2001). 20. Estiba: colocación conveniente de los pesos de un buque, y en especial de su carga (Real Academia Española 2001). 21. Sotavento: la parte opuesta a aquella de donde viene el viento con respecto a un punto o lugar determinado (Real Academia Española 2001). 22. Cuarterola: medida para líquidos, que hace la cuarta parte de la bota (Real Academia Española 2001). 23. Palmo: medida de longitud de unos 20 centímetros, que equivalía a la cuarta parte de una vara y estaba dividida en doce partes iguales o dedos (Real Academia Española 2001). 24. Orzar: inclinar la proa hacia la parte de donde viene el viento (Real Academia Española 2001). 25. Pie: medida de longitud usada en muchos países, aunque con varia dimensión (Real Academia Española 2001). 26. Levar: recoger, arrancar y suspender el ancla que está fondeada.Hacerse a la vela (Real Academia Española 2001). 27. Dar fondo y quedar a pique: que el ancla se fije y colocarse verticalmente sobre el ancla fondeada, teniendo tenso su cable (Real Academia Española 2001).

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28. Cuadrante: cada una de las cuatro partes en que se consideran divididos el horizonte y la rosa náutica, denominadas primero, segundo, tercero y cuarto, contando desde el Norte hacia el Este (Real Academia Española 2001). 29. Paquebote: embarcación que lleva la correspondencia pública, y generalmente pasajeros también, de un puerto a otro (Real Academia Española 2001). 30. Gallardete: tira o faja volante que va disminuyendo hasta rematar en punta, y se pone en lo alto de los mástiles de la embarcación, o en otra parte, como insignia, o para adorno, aviso o señal (Real Academia Española 2001). 31. Voltejear: navegar de bolina, virando de cuando en cuando para ganar el barlovento (Real Academia Española 2001). 32. Garrear o garrar: dicho de un buque, cejar o ir hacia atrás arrastrando el ancla, por no haber esta hecho presa, o por haberse desprendido (Real Academia Española 2001). 33. Cuartas: cada una de las treinta y dos partes en que está dividida la rosa náutica (Real Academia Española 2001). 34. Unidad de medida que permite conocer la resolución de la imagen, significa “puntos por pulgada”traducido del inglés dots per inch. 35. Arrumbar: término asociado a fijar un rumbo, en este caso teniendo en cuenta la isla de Tenerife como meridiano.

ABSTRACTS

In this paper we present the unpublished travel diary of Royal Navy pilot Basilio Villarino, who served as an officer of the Viceroyalty of the Río de la Plata at Fuerte del Carmen, one of the pioneer Spanish settlements in the coast of Patagonia, near the mouth of the Negro River. We provide the transcription of that document and the map drawn by the pilot as a graphic complement to the written account.We believe that the combination of both allows a more complete record of the colonial officer’s legacy and provides a more realistic picture of his contribution to the knowledge of the north Patagonian landscape. Collecting this type of documents implies several difficulties related to the scattering of documents through different archives and repositories, cataloging changes, selling of documents in separate lots, information losses or omissions, among other facts. This trip log and its complementary map shed light on the context of their production and also reveal their importance as an aid to the Spanish, given their ignorance regarding a land controlled by Indigenous groups.

En este trabajo presentamos un diario de viaje inédito del piloto de la Real Armada Basilio Villarino, quien se desempeñó como funcionario del Virreinato del Río de la Plata en el Fuerte del Carmen, uno de los enclaves españoles pioneros en la costa patagónica, ubicado en las cercanías de la desembocadura del río Negro. Acompañamos la transcripción de dicho documento con el mapa de la zona que el piloto elaboró como complemento gráfico del relato escrito. Consideramos que la conjunción de ambos registros posibilita un acercamiento más completo al legado del funcionario colonial y facilita una comprensión más acabada de los aportes del marino al conocimiento del paisaje norpatagónico. En este sentido, cabe destacar las dificultades que implica reunir este tipo de documentación en función de la dispersión de la misma en diversos archivos y repositorios, los cambios en la catalogación de la misma, la venta de los documentos de forma separada, las pérdidas u omisiones en la información correspondiente, entre otros

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factores. Por ello, resulta relevante presentar el diario de viaje y el mapa correspondiente como complementarios, dando cuenta del contexto en el que fueron producidos y, de esta manera, también señalando la importancia que revistieron en el marco del desconocimiento español sobre un territorio dominado por grupos indígenas.

INDEX

Keywords: Basilio Villarino, trip log, map, 1779, north Patagonian landscape Palabras claves: Basilio Villarino, diario de viaje, mapa, 1779, paisaje norpatagónico

AUTHOR

LAURA AYLÉN ENRIQUE

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas-Universidad de Buenos Aires, Argentina. Correo electrónico: [email protected]

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Crítica

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Indígenas, Borbones y enclaves coloniales. Las relaciones interétnicas en el fuerte San José durante su primera década de funcionamiento (Chubut, 1779-1789) Indigenous, Bourbons, and colonial settlements. Interethnic relations at San José Fort during its first decade (Chubut, 1779-1789)

Silvana Buscaglia

EDITOR'S NOTE

Fecha de recepción del original: 25/08/2014 Fecha de aceptación para publicación: 10/02/2015 Fuentes inéditas Argentina. Archivo General de la Nación. Sala VII, Biblioteca Nacional, Legajo 193. Sala IX, Legajos: 16-3-2, 16-3-6, 16-3-9, 16-3-10, 16-3-16, 16-4-2, 16-4-3, 16-4-4, 16-4-5, 16-4-6, 16-4-11, 16-4-12, 16-5-1. Sala X, Legajo: 2-3-15. Sala XIII, Legajos: 34-10-5, 26-6-6, 31-1-5. Brasil. Fundação Biblioteca Nacional. MS-508 (40) Doc.1164 “Diario de la Expedición de Don José de Salazar al Puerto de San José, 1783”. España. Archivo General de Indias, Audiencia de Buenos Aires, Legajos: 326, folios 601-798, carta n° 210. España. Archivo Histórico de Madrid, sección Estado, legajo 2316 “Diario de la expedición del mando del Comisario Superintendente Don Juan de la Piedra que con 4 embarcaciones armadas en guerra y 114 hombres de Tropa de Tierra con sus respectivos Oficiales, sale del Puerto de Montevideo el 15 de diciembre de 1778 en busca del nombrado Bahía Sin Fondo en la costa Patagónica debiendo después de dejar allí hecho un establecimiento seguir a formar otro al Puerto de San Julián”.

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Agradecimientos A los evaluadores anónimos cuyos comentarios, sugerencias y aportes han contribuido a mejorar la calidad del presente trabajo. Al equipo editorial de la revista Corpus por la oportunidad de publicar en la misma. Agradezco a la Dra. Julieta Gómez Otero, a la Dra. Marcia Bianchi Villelli, a la Dra. Victoria Pedrotta, a la Lic. Jimena Alberti, a Sabrina Carelli y Laura Starópoli, quienes de distintas maneras han contribuido para la elaboración del presente artículo. Al profesor Raúl Mandrini por su inestimable orientación y generosidad. Agradezco al Lic. Bruno Sancci por su colaboración en la búsqueda y obtención en archivos españoles de algunos de los documentos históricos analizados en el presente trabajo. Los resultados de las investigaciones volcados en el presente trabajo han sido generados en el marco de los proyectos “Relaciones Interétnicas en península Valdés (Chubut, siglos XVIII-XIX). Una perspectiva histórica y arqueológica” PIP 0183, CONICET, 2011-201, bajo la dirección de la Dra. S. Buscaglia y el “Proyecto Paisajes Coloniales en Patagonia. Los Asentamientos de península Valdés (1779-1810)” PICT 2010-050, FONCYT, 2011-1012, bajo la dirección de la Dra. M. Bianchi Villelli.

1.Introducción

1 La problemática de la colonización española de la costa patagónica a fines del siglo XVIII ha sido objeto de un exhaustivo y diverso tratamiento en la literatura histórica, etnohistórica y, más recientemente, arqueológica. Sin embargo, de los tres asentamientos principales que integraron el plan de poblamiento: el fuerte Nuestra Señora del Carmen (Carmes de Patagones, provincia de Buenos Aires), la Nueva Colonia y fuerte de Floridablanca (puerto San Julián, provincia de Santa Cruz) y el fuerte San José (península Valdés, provincia de Chubut), este último ha sido el más postergado en el marco de dichas investigaciones, particularmente aquellas provenientes del ámbito académico. Esta situación comenzó a revertirse a partir del año 2010, cuando se inició el proyecto “Primeros abordajes arqueológicos al fuerte San José y Manantiales Villarino, península Valdés, Chubut (1779-1810)”1, el cual se propuso discutir desde la perspectiva de la arqueología histórica la conformación del paisaje colonial en península Valdés, atendiendo a la intersección de estrategias coloniales e indígenas y contribuir de este modo a ampliar la discusión sobre el proceso de colonización de la costa patagónica.

2 Uno de los aspectos más relegados y peor tratados2 en el abordaje tradicional al fuerte San José (ver críticas en Bianchi Villelli, 2011, 2012 y 2014), ha sido la problemática de las relaciones interétnicas. Se trata de un tema completamente marginado en el abordaje historiográfico tradicional, que puso el acento únicamente en el conflictivo episodio que marcó el fin de los establecimientos españoles en península Valdés. La consecuencia natural de este sesgo fue una invisibilización de las poblaciones indígenas y las relaciones interétnicas a lo largo de los 31 años de existencia del fuerte, simplificando una realidad por demás compleja. Sin embargo, más grave aún ha sido la representación de los indígenas como “bárbaros y salvajes”, sin discutir críticamente la evolución de las relaciones interétnicas a lo largo del tiempo ni las causas posibles que llevaron a una relación conflictiva con la población hispano-criolla del fuerte (Entraigas, 1960 y 1968; Laonel et al., 1974; De Paula, 1984; Destéfani, 1984; Dumrauf, 1992; Barba Ruiz, 2000 y 2009)3. Como resultado, el etnocentrismo que subyace a los abordajes y representaciones mencionados, se repite una y otra vez en tanto estrategia estigmatizante, cuya finalidad no es otra que enaltecer y legitimar las “gestas

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colonizadoras españolas” de Chubut, en ausencia de una discusión crítica respecto del proceso colonizador.

3 Frente a este estado de la cuestión, se hacía imperativo no solo llenar los vacíos respecto a las relaciones interétnicas en el fuerte San José, sino por sobre todo discutir las representaciones colonialistas de las mismas, de manera de comprenderlas en términos de su complejidad y desde una perspectiva multidireccional del contacto cultural, donde fuera posible romper con la dicotomía colonizadores-dominantes- civilizados / colonizados-dominados-salvajes.

4 Considero que el primer paso para alcanzar estos objetivos es contextualizar social, temporal y espacialmente las relaciones interétnicas en península Valdés, de manera de visibilizar a los indígenas, sus prácticas e interacciones con los establecimientos coloniales. Dicho abordaje se integra a una investigación más amplia, centrada en la discusión de la agencia indígena para alterar o transformar las condiciones de la vida cotidiana de los asentamientos españoles establecidos en la costa patagónica a fines del siglo XVIII (Buscaglia, 2010, 2011a y b, 2012)4.

5 Dentro de este marco general me propongo discutir en este trabajo la forma en que se estructuraron las relaciones interétnicas en el fuerte San José durante su primera década de funcionamiento, poniendo el foco en los relatos históricos, pero sin perder de vista la evidencia arqueológica. En particular, me interesa analizar las relaciones entre indígenas y la población hispano-criolla en función de las características propias de un contexto fundacional así como de las políticas indígenas y borbónicas virreinales respecto al contacto. Este objetivo surge de un interés por explorar las nuevas condiciones emergentes a partir de la instalación colonial en la península y una ausencia casi total de información respecto a la configuración de las relaciones interétnicas en este escenario particular5.

6 Si bien el análisis de las fuentes históricas primarias sugiere un cuadro de conflictividad entre la población hispano criolla del fuerte San José y la indígena a lo largo de sus 31 años de duración, es necesario evitar supuestos a priori e indagar cómo fue la dinámica interétnica en la práctica, de manera de complejizar la imagen transmitida por el discurso colonial y discutir su falta de problematización desde el abordaje historiográfico tradicional.

7 Uno de los primeros aspectos que llamó mi atención al abordar las relaciones interétnicas en el contexto del fuerte San José fue el notable contraste con los casos del fuerte Nuestra Señora del Carmen y, por sobre todo, la colonia de Floridablanca (Buscaglia s/f, 2011a y b, 2012)6. La comparación con los otros dos casos llevó a preguntarme cómo se insertó el fuerte San José en la dinámica interétnica en Patagonia. ¿Incidió en ello su carácter fundacional? ¿Cómo repercutieron en este contexto particular las políticas de contacto impulsadas por los Borbones en Patagonia? ¿Cuál fue la significación de los establecimientos coloniales en el marco de las dinámicas culturales, económicas, políticas y territoriales de las poblaciones indígenas, entre otras cosas? ¿Es posible que desde el plano discursivo solo se estuviese mostrando una faceta de las relaciones interétnicas? ¿Hubo margen para otras formas de interacción?

8 Para poder empezar a responder a algunos de estos interrogantes, resultó necesario establecer un recorte temporal acotado a la primera década de funcionamiento de los establecimientos de península Valdés (1779-1789). La fundamentación de dicho recorte descansa por un lado en la necesidad de profundizar en los distintos momentos del

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lapso total de duración de estos asentamientos, aspecto que ha sido relegado en el abordaje historiográfico tradicional sobre el caso, y que implicaba prácticamente comenzar desde cero las investigaciones (Entraigas, 1960 y 1968; De Paula, 1984; Destéfani, 1984; Dumrauf, 1992; Barba Ruiz, 2000 y 2009). Por otro lado, un recorte temporal se hace necesario a los efectos no solo de presentar en detalle información histórica inédita hasta el momento, sino también para comprender en profundidad la forma en que se estructuraron las relaciones interétnicas en este escenario en particular, así como sus variaciones a lo largo del tiempo y el espacio —en lugar de homogeneizarlas— en el contexto del proceso colonizador de la Patagonia a fines del siglo XVIII.

9 Por último, el abordaje de las relaciones interétnicas desde la dimensión documental, contempló, por un lado la confrontación crítica de distintos tipos de fuentes escritas éditas e inéditas —cartas, informes, diarios, entre otros—, y por otro una aproximación a los registros escritos más allá de su contenido, interpretando los silencios, las contradicciones, las ambigüedades, las grietas y las inconsistencias en el discurso oficial. En estos espacios es donde considero que se hacen visibles y adquieren voz aquellos actores y prácticas que no dejaron evidencia visual o escrita sobre sí mismos, quedando en cierta forma al margen del proceso de elaboración del registro histórico (Scott, 1990; Mallon, 1994, Spivak, 1994; Hall, 1999, entre otros). A continuación se presenta una breve caracterización del fuerte San José, para luego desarrollar el contexto en el cual se habrían enmarcado las relaciones interétnicas.

2. Los establecimientos coloniales de península Valdés

10 En publicaciones previas ya se han presentado con detalle tanto las características del plan de colonización español de la costa patagónica a fines del siglo XVIII como los detalles referidos al fuerte San José (Senatore, 2007; Bianchi Villelli, 2009; Buscaglia, 2012; Buscaglia y Bianchi Villelli, 2012; Buscaglia et al., 2012; Bianchi Villelli et al., 2013, entre otros), razón por la cual en este trabajo tan solo haré una breve referencia a los mismos.

11 La ocupación española de la península Valdés a fines del siglo XVIII representa el primer intento de colonización del área por parte de europeos (Figura 1). El fuerte San José fue el primero de los establecimientos en fundarse a principios de 1779, sobre la costa sudeste del golfo homónimo (península Valdés, Chubut). Allí se estableció un pequeño núcleo poblacional que habitó un asentamiento de carácter precario hasta que se produjo el abrupto final del mismo.

12 Casi de manera simultánea se crea el Puesto de la Fuente, un asentamiento de carácter complementario al fuerte San José, situado a unos 30 km del mismo —unas 5 leguas castellanas7—, sobre el ángulo sudoeste de la denominada Salina Grande (estancia Manantiales, península Valdés, provincia de Chubut) (ver Figura 1). La razón de la creación del Puesto de la Fuente fue el descubrimiento de fuentes de agua dulce para el abastecimiento de la población y los animales8. Asimismo, la cercanía a la salina implicó el aprovechamiento económico de la misma. Con el tiempo este establecimiento se convirtió en un puesto ganadero y salinero, proyecto que originalmente fuera propuesto por Juan de la Piedra y retomado por Basilio Villarino luego de que el primero fuese separado de su comisión en la costa patagónica (Gorla, 1983). Al respecto,

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es interesante mencionar la observación que hiciera en su diario el coronel Luis Jorge Fontana ([1886] 1999) referida a la particular abundancia y calidad de las pasturas en la península. Esta condición será aprovechada por las poblaciones indígenas que circulaban por la misma, durante y luego de la destrucción del fuerte. Figura 1. Localización del fuerte San José y el Puesto de la Fuente (península Valdés, provincia de Chubut).

13 Así, sobre la base del descubrimiento de nuevos recursos y posibilidades la funcionalidad del fuerte San José se fue definiendo en la práctica (Buscaglia y Bianchi Villelli, s/f). En 1783 el teniente de infantería don José de Salazar señalaba en su diario las bondades que presentaba el puerto donde se hallaba instalado el fuerte en su condición de escala para las embarcaciones que seguían su paso hacia el sur9, su potencial en cuanto a la pesca de cetáceos —en un mes se arponearon 50 ballenas—, la excelente calidad de las salinas, la disponibilidad de agua dulce en abundancia incluso para realizar cultivos —mencionando la existencia de una “huertecilla” en el área de los manantiales10.

14 Más allá de una funcionalidad originalmente defensiva11 (Bianchi Villelli, 2011, 2013), el fuerte San José se fue transformando con el correr del tiempo en un enclave económico cuyas funciones a lo largo de sus 31 de años de funcionamiento gravitaron en torno a proyectos no del todo bien implementados de explotación pesquera y ballenera, y en menor medida lobera (Martínez de Gorla, 2004). Mayor éxito y sistematicidad tuvo la explotación salinera así como la ganadera (Gorla, 1983).

15 Los asentamientos coloniales de península Valdés fueron gobernados por distintos comandantes a lo largo de su historia de ocupación, sucediéndose aproximadamente catorce solamente en el período que nos atañe12. La población de ambos asentamientos habría sido predominantemente masculina13 y variable en su número, aproximadamente entre 9 y 150 personas, todas ellas personal militar, funcionarios, capellanes, peones, presidiarios y ocasionalmente marinos. El fuerte San José dependió administrativa y económicamente del fuerte Nuestra Señora del Carmen, lo que en muchas ocasiones lo situó en una posición de extrema vulnerabilidad, particularmente por los períodos frecuentes de desabastecimiento que debió afrontar.

16 Si bien los asentamientos en península Valdés lograron sobrevivir a la Real Orden del 1° de agosto de 1783 en la que se disponía el abandono de los poblados patagónicos, 27 años después la Primera Junta de Gobierno dispuso el 10 de agosto de 1810 el traslado de la guarnición a Carmen de Patagones. Sin embargo, tres días antes de producirse el

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mismo —entre el 7 y 8 de agosto de ese año— tanto la fortificación sobre la costa como el asentamiento de la salina habrían sido atacados e incendiados por indígenas, produciéndose la muerte de 15 hombres, mientras que otros 19 fueron tomados cautivos. De estos últimos, cinco logaron huir y dar testimonio de lo sucedido en la península un mes más tarde, cuando llegaron al fuerte Nuestra Señora del Carmen (Entraigas, 1960 y 1968; De Paula, 1984; Destéfani, 1984; Dumrauf, 1992). En el documento original14 que se encuentra en el Archivo General de la Nación, los sobrevivientes no dan cuenta de las causas del ataque ni de la parcialidad étnica que lo encabezó15. Asimismo, todas las versiones posteriores16 sobre el hecho difieren en las causas de la agresión y otros detalles relacionados con la misma17.

17 Dada la diversidad de versiones18 y la ambigüedad que reina sobre las mismas respecto a las causas que motivaron el abrupto final del fuerte, así como la escasa información histórica de primera mano obtenida hasta el momento, considero que el “malón” es un hecho que necesita ser corroborado, en lugar de asumido, a partir de la integración de una mayor cantidad de líneas independientes de evidencia y una perspectiva diacrónica que permita evaluar la dinámica interétnica a lo largo del tiempo y el espacio para comprender las causas del ataque. Ello requiere de una discusión crítica y de una profundización en el análisis de las fuentes primarias y secundarias, así como la complementación de evidencia arqueológica recuperada a lo largo de las investigaciones.

3. El carácter fundacional del fuerte San José

18 El carácter fundacional y la inestabilidad son condiciones que se encuentran estrechamente vinculadas, sobre todo en contextos alejados de los centros de poder como fue el caso del fuerte San José. Considero que ambos aspectos juegan un rol central en el proceso de estructuración social (Giddens, 1995) y, sobre todo, en el carácter que pueden adoptar las relaciones sociales entre los diferentes actores que integran o se vinculan a una empresa de poblamiento, en nuestro caso la población hispano-criolla y la indígena.

19 Por un lado, nos encontramos ante una sociedad que comienza a re-estructurarse desde cero, que carece de profundidad o de arraigo histórico de ciertos principios organizacionales y de referentes institucionales sólidos. Por lo tanto, en un contexto fundacional es esperable que para el arraigo de tales principios y el fomento de prácticas acorde a los mismos en el seno de la sociedad sea preciso el desarrollo, la reproducción y el reforzamiento de ciertos mecanismos que sirvan de marco de legitimación del poder y, por ende, de los intereses de la empresa de poblamiento.

20 Por otro lado, existen toda una serie de dificultades inherentes a los contextos de colonización iniciales que comprenden desde la adaptación a un nuevo entorno social y natural, hasta el aislamiento, los problemas de abastecimiento, la ruptura real o imaginaria con los referentes metropolitanos, entre otras cosas. Dadas estas condiciones, el conflicto —interno y externo— siempre es una posibilidad latente y compleja a resolver en caso de manifestarse, debido a la ausencia de autoridades inmediatas a las cuales recurrir, la incomunicación, el reducido número de tropa, entre otros aspectos. Todos estos factores se conjugan para imprimirles a las colonias en sus fases iniciales, un alto componente de inestabilidad e incertidumbre.

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3.1 Las condiciones que hicieron del fuerte San José un contexto vulnerable

21 El fuerte San José se encontraba en una situación de fuerte aislamiento geográfico y social, debido a su emplazamiento en la península y distanciado no solo de la capital virreinal sino también de las poblaciones de Nuestra Señora del Carmen y Floridablanca. La comunicación más rápida y factible era a través de la vía marítima, no solo porque el conocimiento del interior de la Patagonia no se encontraba muy desarrollado, sino también por el peligro de un eventual enfrentamiento con poblaciones indígenas.

22 En el caso del fuerte San José el análisis de la documentación histórica ha permitido establecer que los principales referentes del poder en el fuerte, es decir los comandantes, carecieron de una capacidad de mando realmente efectiva en la práctica. Ello se vio agravado por el sistema anual de relevos que no posibilitaba el afianzamiento de la autoridad19, la escasez de tropa —sobre todo experimentada— y la falta de referentes materiales de poder (Foucault, 2001 [1976]), expresados por ejemplo en la arquitectura y la organización del espacio, como se mostrará más adelante.

23 De manera similar a muchos emprendimientos coloniales, el fuerte San José no estuvo libre de contratiempos a lo largo de toda su historia ocupacional. El fantasma del desabastecimiento fue en efecto una realidad que signó en ocasiones la vida del fuerte20. A ello se sumaba, dadas las pésimas condiciones habitacionales, el deterioro de los alimentos almacenados a causa de las condiciones climáticas y las ratas, como se refiere a continuación: “Este almacén está muy inundado de ratas pues es el primero que se hizo, y se comen todas las harinas y minestras, y cuanto en él se mete […]” 21.

24 Frente a la irregularidad en el abastecimiento y el mantenimiento de las provisiones, la alternativa fue la complementariedad económica mediante el aprovechamiento de los recursos locales. En ello los indígenas podrían haber jugado un rol fundamental, no solo en el suministro de información sobre los mismos sino mediante el intercambio y el abastecimiento directo, tal como se buscó fomentar desde las políticas borbónicas como veremos más adelante. Sin embargo, esta no parece haber sido la norma en el caso de San José, a diferencia de las colonias de Nuestra Señora del Carmen y Floridablanca (Gorla, 1983; Nacuzzi, 2002, 2005; Luiz, 2006a y b; Buscaglia, 2011a y b, 2012, entre otros).

25 Las enfermedades y las muertes son otro gran flagelo que ha caracterizado la historia de los asentamientos coloniales, sobre todo durante su primera etapa de funcionamiento. La insalubridad de la población, y máxime si esta tiene consecuencias mortales ha sido una de las principales causas para el desarrollo de conflictos e inestabilidad. De manera similar al caso de Floridablanca, el azote del escorbuto puso en peligro la continuidad de la empresa de poblamiento en península Valdés durante sus momentos iniciales, ocasionando la muerte de 28 personas (Viedma, 1969 [1784])22.

26 Otro factor que puede contribuir al desarrollo de condiciones de inestabilidad en los contextos fundacionales se relaciona con la precariedad de los espacios de habitación destinados al alojamiento de la población. En general estos espacios eran poco adecuados para hacer frente a las inclemencias climáticas, de carácter reducido y compartido por varios individuos o grupos familiares no necesariamente emparentados. En el caso del fuerte San José esta fue una situación que prevaleció a lo

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largo de todo su lapso de ocupación, ya que al menos hasta 1800 se continúan registrando en la documentación histórica pedidos de materiales y albañiles para superar las condiciones de precariedad23. El fuerte, si es que puede denominárselo como tal, habría estado conformado mayormente por tiendas de palos y cueros y en menor medida estructuras de adobe con techos de paja. Es importante señalar que las intervenciones arqueológicas han permitido corroborar, por lo menos hasta el momento, la precariedad del establecimiento, donde a pesar de los 31 años de ocupación, existe una baja obstrusividad y escasas evidencias de restos asociados a edificaciones más duraderas —i.e. restos de adobes, tapia, tejas, ladrillos— (Bianchi Villelli et al., 2013; Buscaglia y Bianchi Villelli, 2012; Buscaglia, et al. 2012) (Figura 2). Figura 2. a) Vista del emplazamiento del fuerte San José, b) excavaciones arqueológicas y c) cerámica española recuperada durante las investigaciones (Fotos: Marcia Bianchi Villelli y Silvana Buscaglia).

27 Tomadas en su conjunto, estas condiciones habrían hecho del fuerte San José un contexto extremadamente vulnerable e inestable. Ahora bien, si estas fueron algunas de las muchas condiciones que prevalecieron en el contexto de las colonias y fuertes patagónicos, entonces es válido preguntarse cómo incidieron las mismas en la estructuración de las relaciones interétnicas. Dada la vulnerabilidad del asentamiento, ¿se habría incentivado un trato pacífico con las poblaciones locales con el fin de contar con su ayuda y minimizar el riesgo de conflicto, como ocurrió en el caso de Floridablanca por ejemplo? ¿Habrían estado interesadas las mismas en un acercamiento al puesto colonial? o ¿representó la instalación del fuerte una intrusión a un territorio por lo menos valorado en función de la disponibilidad de ciertos recursos críticos?

4. La política del contacto en el virreinato del Río de la Plata

28 Dadas las condiciones inherentes a los contextos fundacionales, las empresas colonizadoras no disponían de demasiadas alternativas entre las cuales elegir, situándose en los extremos la política ofensiva o la negociación con las poblaciones originarias. En el marco del proyecto de colonización española de la costa patagónica, esta última fue la alternativa elegida por varios motivos, que van desde los fundamentos ideológicos del plan hasta razones de índole más pragmática, aunque con

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distintos matices en la práctica. Sin embargo, el contexto que nos atañe fue un contexto de claro predominio y superioridad de las poblaciones indígenas por sobre los colonizadores.

29 La política colonial del siglo XVIII en relación a las poblaciones indígenas de Pampa y Patagonia se distingue claramente de la de siglos precedentes y siguientes como consecuencia de los cambios introducidos por las reformas borbónicas. Recordemos que una de las prioridades de las mismas fue la reorganización territorial y administrativa de las posesiones de la Corona en el Atlántico Sur (Lynch, 1992; Sarrailh, 1992). En este contexto era insoslayable una política en relación a los indígenas que habitaban en la periferia de los centros de poder, sobre todo aquella que se extendía hacia la frontera sur de la capital del virreinato.

30 Los estudios de Lidia Nacuzzi (2005) y María Teresa Luiz (2006a) sobre la dinámica interétnica en el contexto de la Patagonia de fines del siglo XVIII constituyen los análisis más completos realizados hasta la fecha sobre esta problemática en el marco de la historia y la etnohistoria24. De acuerdo con Luiz (2006a), dos fueron los factores que marcaron el carácter particular a las relaciones interétnicas en el marco de las políticas borbónicas. El primero estará relacionado con las características propias de las sociedades indígenas que habitaban los confines meridionales del imperio y su relación con la sociedad virreinal, por cuanto la estructura misma de estas sociedades —en su mayor parte cazadores-recolectores semi-nómades y dispersos, con excepción de los mapuches— dificultará su reducción.

31 El segundo factor estará dado por la inestabilidad de las fundaciones hispanas situadas en áreas periféricas a los centros de poder, donde la posibilidad de una relación hostil con las poblaciones locales no representaba una alternativa posible, como fue desarrollado más arriba. Ello determinará que las relaciones de poder entre los agentes coloniales y los indígenas se estructuren de una manera específica y diferente en comparación a otras áreas bajo el dominio hispánico. Si bien esta fue una premisa de partida, con excepción del caso de Floridablanca, las relaciones entre las poblaciones indígenas y los establecimientos se volvieron hostiles y violentas en reiteradas ocasiones, como lo ejemplificaremos para el caso del fuerte San José durante su primera década de funcionamiento.

4.1 Las relaciones interétnicas en el marco de las políticas borbónicas e indígenas

32 Así, desde el principio se procuró que el contacto inicial con las poblaciones locales se realizara en forma pacífica, privilegiando un trato benevolente y tolerante hacia los indígenas, aun en caso de presentarse hostilidades. El Oficio del 3 de noviembre de 1778 del Virrey Vértiz muestra claramente esta política en el marco de las instrucciones dadas para la fundación de los establecimientos patagónicos: Si al arribo a la costa, o Bahías referidas se presentaren algunos Indios, se les tratará con el mayor cariño y persuadirá dejen a distancia larga las Armas, agasajándolos con las bujerías, y que lleva para este fin; esmerándose mucho en acariciar las criaturas en presencia y ausencia de sus Padres, y prohibiendo absolutamente bajo graves penas, no sólo el daño que se les hiciere, y que habrá de castigarse a su vista, sino también el que con pretexto alguno traten con los Indios otras gentes que los Eclesiásticos o sujetos, que determinadamente destine, y los que pondrán todo su cuidado en persuadirles a la paz, y en hacerles entender que la

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intención de poblar allí es de enseñarles a conocer a Dios y su Santa Ley para que se salven, y que también el tener amistad con ellos, y no para hacerles mal, ni quitarles sus haciendas procurando por todos los suaves y buenos medios posibles, que el establecimiento se haga con su paz y consentimiento; pero si no obstante todo este buen trato que se encarga, se obstinaren en contradecirlo, no por esto ha de suspenderse, y aun podrá llegar el caso de ser necesario ahuyentarlos, y también de que el rigor los contenga siempre, que poniendo estorbos a la pronta práctica de la intención de S. M. precisen a estos procedimientos en que ha de obrarse con el mejor pulso y consideración […].25

33 Sin embargo, es necesario destacar que Vértiz era ambivalente en cuanto a la relación con los indígenas. Si bien, posiblemente acatando órdenes reales, impulsó una política de tolerancia, al mismo tiempo los consideró como un peligro que debía combatirse, como se refleja en la memoria escrita al término de su mandato26.

34 La política borbónica del contacto tuvo dos objetivos fundamentales (Weber, 1998; Operé, 2001; Quijada, 2002). En primer lugar, poner freno a los malones que las poblaciones indígenas efectuaban sobre los establecimientos coloniales y criollos, mediante la fijación de fronteras, tema ampliamente tratado en la literatura histórica, etnohistórica y arqueológica (ver por ejemplo Mandrini, 1993, 1997; Zusman, 1999; Mayo, 2000; Operé, 2001; Quijada, 2002; Bagaloni, 2006, Luiz, 2006a y b; Pedrotta y Bagaloni. 2006, entre muchos otros). En segundo lugar, asegurarse su buena voluntad y lealtad. En ello pesaba por un lado el temor de que se convirtieran en aliados de otras potencias extranjeras, siendo una de las preocupaciones de España en este período el avance británico y portugués sobre sus posesiones en el sur del continente americano. Por otro lado, fue importante el mantenimiento de lazos comerciales y de intercambio con los grupos locales con el fin de asegurar la continuidad de la empresa de poblamiento. Recordemos que las comunidades indígenas fueron las mayores proveedoras principalmente de ganado vacuno y equino para los establecimientos de Pampa y Patagonia —lo cual retroalimentaba el sistema de malones—, a los que se sumaban otras clases de alimentos y bienes (Gorla, 1983; Mandrini, 1987; Palermo, 1989; Operé, 2001; Nacuzzi, 2005; Luiz, 2006a, entre otros). Como se mostrará en este trabajo, en el caso del fuerte San José ninguno de los dos objetivos mencionados al principio de este párrafo fue alcanzado, al menos en la primera década de funcionamiento del asentamiento.

35 Con respecto a la evangelización de las poblaciones locales, si bien hubo un intento inicial para la fundación de misiones en la costa patagónica en la primera mitad del siglo XVIII con la expedición de los jesuitas Cardiel, Quiroga y Strobel (Lozano, 1972 [1745]), más tarde esta perderá peso quizás como consecuencia de la expulsión de la orden y el carácter más secular de las políticas borbónicas27. El perfil evangelizador de la empresa colonizadora fue variable entre los distintos establecimientos. En los casos de Floridablanca y el fuerte San José, es un tema que prácticamente no aparece mencionado en la documentación histórica, a diferencia por ejemplo del fuerte Nuestra Señora del Carmen. Lo cual muestra una vez más el carácter variable del contacto en función de la particularidad de los escenarios, protagonistas y estrategias.

4.1.1. El contacto como negociación

36 La interacción entre la sociedad hispano-criolla e indígena en el contexto de la Patagonia de fines del siglo XVIII fue un proceso complejo, tanto a nivel sincrónico

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como diacrónico. En términos generales se caracterizó por relaciones pacíficas, pero en el marco de un delicado equilibrio que a veces solía romperse con facilidad. En este contexto la negociación y la ambivalencia en las relaciones interétnicas habrían sido el denominador común, y para su comprensión se hace imperativo atender a las condiciones particulares de los contextos en los que tuvo lugar la interacción, como lo desarrollamos a continuación.

37 Durante el período virreinal fueron moneda corriente los pactos y las alianzas que garantizaban la paz y la ayuda mutua —en caso por ejemplo de enfrentamientos con otras parcialidades enemigas28—, y donde se jugaban condiciones e intereses específicos de ambas partes (Briones y Carrasco, 2000; Quijada, 2002; Nacuzzi, 2002 y 2005, entre otros)29. Característico de este momento será también el afianzamiento de lazos comerciales entre las comunidades hispano-criollas y las indígenas de Pampa y Patagonia —tanto andina como extraandina—, quienes estaban incorporadas ya a los circuitos comerciales de la colonia, tal como lo refleja Marta Bechis en su prólogo a “Identidades Impuestas…” de Lidia Nacuzzi: La fundación de Carmen de Patagones en 1779 llegaba en un buen momento para los indígenas nordpatagónicos. Con esa fundación se completaba el cuadrante Buenos Aires, Concepción, Valparaíso, Carmen de Patagones que rodeó el área auraco- pampeana. Una nueva boca de comercio se abría. Para los tehuelches del sur, los establecimientos de la costa patagónica, significaban una novedad. Para los tehuelches del norte, que pertenecían a la sub-área del sur de las llanuras, fue una nueva y más cercana oportunidad […] (Bechis en Nacuzzi, 2005, p.13).

38 En cuanto a los tehuelches que dominaban el territorio de San Julián (provincia de Santa Cruz) por ejemplo, disponemos de referencias históricas acerca de movimientos estacionales realizados hacia el norte con el fin de intercambiar con otras comunidades indígenas y con los establecimientos Nuestra Señora del Carmen y San José30. Es importante destacar aquí que fue variable la forma en que se estructuraron las relaciones interétnicas entre un mismo grupo indígena y cada uno de los asentamientos que formaron parte del proyecto de poblamiento de la costa patagónica. A diferencia del caso de Floridablanca, la relación de los tehuelches de San Julián con los otros dos poblados no se describe como pacífica (Buscaglia, 2011a y b, 2012 y s/f).

39 El sistema de dádivas implementado por el gobierno colonial para asegurarse la lealtad y colaboración de los indígenas, principalmente de sus caciques, también contribuirá a reforzar los lazos de interdependencia y complementariedad (Luiz, 2006a y b; Quijada, 2002). Ello ha sido constatado tanto en el caso del fuerte Nuestra Señora del Carmen como en Floridablanca, donde esta política fue muy clara en función del suministro de raciones mensuales a los indígenas, en las que se incluían víveres y en menor medida artículos de uso personal31. Una vez más el fuerte San José representa la excepción, ya que en toda la documentación histórica correspondiente a la década analizada no se registraron listas de esta naturaleza ni una esfera formal e institucionalizada de agasajo e intercambio32. Ello podría ser resultado del carácter subalterno del fuerte San José y haber afectado del algún modo las relaciones con los indígenas, teniendo en cuenta la importancia de la materialidad en la estructuración de las relaciones interétnicas.

40 No podemos desconocer que a pesar de las conocidas consecuencias negativas de estos procesos a largo plazo —la creciente dependencia con respecto a los productos de origen europeo y el impacto sobre los sistemas socioculturales autóctonos—, las comunidades indígenas supieron aprovechar las ventajas que les representaba en

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términos políticos, económicos y sociales la negociación con la fracción hispano-criolla. De acuerdo a Quijada: […] las dádivas o raciones aportadas periódicamente por la sociedad hispano-criolla a los indígenas […] se convirtieron en un engranaje importante del sistema sociopolítico de estos últimos, no sólo porque aportaban productos que ellos consideraban crecientemente necesarios —tanto material como simbólicamente (bienes de prestigio)— sino sobre todo porque constituían una parte significativa de las redes de reciprocidad que mantenían las formas de sociabilidad y autoridad indígenas, tanto intra como intertribales (Quijada, 2002, p.118-119).

41 Por otro lado, como ya mencioné, en el caso de los establecimientos patagónicos la necesidad de mantener una interacción estable y pacífica con las poblaciones locales fue un factor decisivo en la continuidad de los mismos, debido al escaso apoyo que recibían desde la administración virreinal. En este sentido la memoria escrita por Francisco Viedma expone con claridad esta política, aunque curiosamente deja afuera al fuerte San José: Los indios salvajes nos sostuvieron y fomentaron en aquel puerto [se refiere a San Julián], socorriendo a los infelices pobladores con la carne de guanaco, sin cuyo auxilio hubieran perecido, y en el Río Negro con las liebres, caballos y mucho ganado vacuno […] (Viedma, 1969 [1784]).

42 Por lo tanto, las políticas pacíficas y de negociación con las poblaciones en el contexto particular de Patagonia a fines del siglo XVIII fueron un factor que seguramente contribuyó de gran manera a disminuir la incertidumbre y los riesgos inherentes al carácter fundacional de los establecimientos coloniales, sobre todo en sus fases iniciales. Ahora bien, teniendo en cuenta estas condiciones y antecedentes me pregunto cómo se estructuraron en la práctica las relaciones interétnicas en el contexto del fuerte San José.

5. Las relaciones interétnicas en península Valdés

43 En este apartado me abocaré a describir y discutir, en función de las condiciones, los antecedentes y los interrogantes cómo fueron las relaciones interétnicas en el escenario de península Valdés a fines del siglo XVIII. En este escenario inicial dominado por poblaciones indígenas, es válido interrogarse si las mismas aprovecharon de manera estratégica la vulnerabilidad del fuerte en función de sus propios intereses o bien se relacionaron como lo hicieron con los otros dos asentamientos. En base a ello, también habría que preguntarse ¿cómo se inserta la fundación del fuerte San José y el Puesto de la Fuente en el control que las poblaciones indígenas tenían sobre la península y sus recursos? Al respecto, no debemos olvidar la presencia de dos grandes salinas, que probablemente fueran aprovechadas desde tiempos inmemoriales por los grupos indígenas patagónicos para el autoabastecimiento y el intercambio. La instalación del Puesto de la Fuente en los márgenes de la Salina Grande ¿pudo generar un conflicto de intereses por la explotación de la misma? Dada la situación de precariedad que habría signado al fuerte a lo largo de su existencia ¿tenía recursos para ofrecer en el marco de las prácticas de negociación e intercambio con las poblaciones indígenas?

44 Para desarrollar este abordaje me centraré en los primeros 10 años de funcionamiento de los establecimientos sobre la base del análisis de fuentes primarias tanto éditas como inéditas. Con respecto de estas últimas, el corpus más importante procede del Archivo

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General de la Nación —en adelante AGN—, del cual se analizaron para este trabajo 19 legajos correspondientes a la Sala IX para el período considerado: 16-2-9, 16-3-2 al 16-3-12, 16-4-2 al 16-4-7, Sala X, legajo 16-5-10, Sala VII, Legajo 193 y Sala XIII, Legajos 34-10-5, 26-6-6, 31-1-5.33 Asimismo, se estudiaron documentos inéditos procedentes de las los repositorios del Archivo General de Indias —en adelante AGI— (Sevilla), el Archivo Histórico de Madrid —en adelante AH— y de la Fundação Biblioteca Nacional de Río de Janeiro, Brasil —en adelante FBN.

45 El conocimiento generado a lo largo de estos años en torno a la Nueva Colonia y fuerte de Floridablanca (Senatore, 2002, 2005, 2007; Senatore, et al. 2007 y 2008; Bianchi Villelli, 2007a y b, 2009; Marschoff, 2007 y 2010; Buscaglia, 2008, 2011a y b, 2012; Buscaglia y Nuviala, 2007; Buscaglia et al., 2008, Nuviala, 2008; Bosoni, 2010; entre otros) como sobre el fuerte Nuestra Señora del Carmen (Entraigas, 1960; Gorla, 1983 y 1984; Nacuzzi, 1999, 2002 y 2005; Irurtia, 2002; Luiz, 2006a y b; Davies, 2009; Enrique, 2011, 2012; Casanueva, 2011, 2013; Casanueva y Murgo, 2009, entre otros), ha permitido obtener una imagen muy completa del funcionamiento y las características de estos dos asentamientos a lo largo del tiempo. Al abordar el corpus documental disponible para el fuerte San José y el Puesto de la Fuente uno de los primeros aspectos que llamaron mi atención fue la ausencia de referencias sobre el contacto con indígenas durante los primeros años del asentamiento, a diferencia del fuerte Nuestra Señora del Carmen y Floridablanca. Al menos en la documentación relevada en el AGN, el registro para las relaciones interétnicas recién comienza en el año 1787 extendiéndose hasta 1789, siendo prácticamente nulo para los años anteriores, cuyas razones y significado trataré de desentrañar a continuación.

5.1. Península Valdés: el desierto imaginado

46 A diferencia por ejemplo del fuerte Nuestra Señora del Carmen y Floridablanca, que se establecieron en territorios y en momentos con presencia efectiva de poblaciones indígenas, entablando el contacto con las mismas desde el inicio del proceso poblador, en el caso del fuerte San José el panorama étnico inicial en la península y territorios aledaños nunca fue objeto de tratamiento en las fuentes históricas directas. No será hasta 1786/1787 que las fuentes primarias analizadas darán cuenta, y de forma casi abrupta, de relaciones hostiles entre indígenas y la población española en la península. Sin embargo, es Antonio Viedma, quien en su Descripción de la costa meridional…en base a la información suministrada por los tehuelches de San Julián, aporta el único dato respecto al conocimiento y dominio indígena del área del golfo San José, como se transcribe a continuación: El golfo san José está al sur del cabo de Matas […]. Dijeron los indios que el golfo entra al O. hasta las inmediaciones de la Cordillera, y que allí desaguan algunos manantiales de ella. Que por aquella parte es intransitable también a la otra banda: que allí se halla mucha leña de espinillo marchando del N. al S. por donde dichos indios tienen abiertas veredas para transitar, de modo que, si se separan de ellas quedan perdidos. La costa S. del golfo, dicen, es más estéril que la del N.; y en cuanto a caza y pesca hay las mismas que los anteriores. Los caciques que dominan este suelo son dos hermanos llamados, el uno Chaiguas y el otro Enis (Viedma, 1972b [1783], p.940-941).

47 Sin embargo, no he encontrado ningún otro documento que avale o refute la información suministrada por el superintendente de Floridablanca. En contraste a esta colonia y el fuerte Nuestra Señora del Carmen, los primeros años del proyecto

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colonizador en península están caracterizados por la omisión o la vaguedad de referencias respecto tanto a contactos directos como indirectos con poblaciones indígenas.

48 Una de las primeras referencias de carácter indirecto que podría estar dando cuenta de la presencia de poblaciones indígenas en la península al momento del inicio del proceso poblador procede del Diario de Juan de la Piedra. En el mismo, De la Piedra señala que a una semana de haber ingresado al golfo de San José: Habiendo hecho fuego para llamar a los de la comitiva que se habían separado observaron otro fuego que como a distancia de una legua de allí, apagaron el suyo y se ocultó el otro, volviendo a encender y el otro se dejó ver […].34

49 Más adelante en el diario, luego de que Villarino descubriera los manantiales de agua dulce y en referencia a un aviso de Francisco Viedma respecto de la deserción de nueve presidiarios35 consigna: […] decíame entre otras que estaban expuestos a ser víctimas todos los que habían quedado allí recelosos de que ya los desertores se habían incorporado con los indios y venían sobre ellos; estaba yo embarcado en el Bergantín para seguir mi Tur a la Bahía, pero al instante me dirigí al campamento y llegué a las tres de la tarde, encontrelos sobrecogidos haciendo una empalizada para recogerse dentro […]. 36

50 Esta es una situación que contrasta notablemente con los casos del fuerte Nuestra Señora del Carmen y Floridablanca, donde el contacto fue casi inmediato tanto en las fases exploratorias de la empresa de poblamiento como al arribo de los contingentes pobladores. De hecho, en el caso de Floridablanca, la elección del lugar de emplazamiento del poblado dependió de la información suministrada por los indígenas locales (Viedma, 1972a [1783]). Cabe señalar que tanto en el caso del área seleccionada para la instalación del fuerte San José como en el área de los manantiales, De la Piedra no da cuenta de indicadores materiales —ni antiguos ni recientes— relacionados con indígenas —i.e. restos de artefactos líticos, fogones, huesos, huellas, etc.—, a pesar de su conocimiento respecto de los mismos. Esta misma observación se repite en el diario de Villarino (1779) en el que refiere: “Hicimos algunas mudanzas de lugar, para establecernos con más ventajas junto al puerto. En éste no encontramos vestigios de gente ni de indios […]”37. Incluso Villarino para 1782 en un informe elevado a Francisco Viedma expone: “allí pueden tenerse 2.000 y más de cabeza de ganado vacuno, se pueden tener caballos y ganado lanar sin recelo que los indios los roben” (Villarino, 1969 [1782], p.227). Como veremos más adelante, el tiempo probaría cuán equivocado estaba el piloto.

51 En notable contraste con estas imágenes, los antecedentes de investigaciones arqueológicas en la península dan cuenta de una ocupación de cazadores-recolectores en la misma al menos desde el Holoceno medio hasta momentos históricos (7420+90 - 250+60 años 14C AP), observándose un aumento de las ocupaciones del interior en detrimento de la costa, por lo que resulta indudable la importancia de este territorio para las poblaciones indígenas a lo largo del tiempo (Belardi, 2005; Gómez Otero, 2007; Gómez Otero et al., 1999, entre otros). Incluso luego de la destrucción del fuerte San José, las poblaciones indígenas continuaron ocupando la península, aprovechando el ganado cimarrón que comenzó a reproducirse naturalmente. Claro ejemplo de ello son las referencias que datan de 1821 respecto al abastecimiento que el cacique Ojo Lindo realizara al fuerte del Carmen con vacunos procedentes de península Valdés (Bustos, 1993) y la contabilización de decenas de miles de vacunos que hicieran Ambrosio Crámer y Henry Libanus Jones por aquellos años (Dumrauf, 1991). Al respecto, se

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destacan también las restricciones que la cacica María impusiera a Luis Vernet —socio de Jones— para capturar vacunos, cuando se encontraron por primera vez en la península en 1823 (Dumrauf, 1991; Videla y Del Castillo Bernal, 2003). Sin embargo, hasta el momento no se han registrado evidencias materiales irrefutables de contacto en los contextos investigados arqueológicamente, aunque sí indicios que podrían estar en ese camino o al menos apuntar a una superposición en el uso del espacio por parte de poblaciones indígenas y europeas, particularmente en el área donde se encuentra situado el Puesto de la Fuente, estratégica en términos de disponibilidad de agua dulce, sal y pasturas, entre otras cosas (Alberti y Buscaglia, s/f) (Figura 3). Figura 3. a) Vista de la Salina Grande, b) restos de una estructura de piedra identificada en el Puesto de la Fuente y c) artefactos líticos y pipa de cerámica de origen europeo recuperados durante las investigaciones arqueológicas (Fotos: Marcia Bianchi Villelli y Silvana Buscaglia).

52 Sobre esta base resulta necesario indagar —tanto desde el punto de vista histórico como del arqueológico— en las causas de la ausencia de un contacto inicial entre la expedición fundadora y los indígenas, máxime si tenemos en cuenta los antecedentes para Floridablanca y Nuestra Señora del Carmen, en los cuales el trato y la información suministrada por los segundos fue crucial para garantizar el éxito inicial de la empresa de poblamiento. De manera similar a Floridablanca, los inicios del proceso poblador en el caso del fuerte San José no estuvieron libres de dificultades. ¿Por qué entonces no se menciona el contacto con indígenas? ¿Se trata de una omisión deliberada o efectivamente aquellos eludieron el contacto con los pobladores del fuerte? Si este fuera el caso ¿qué los habría motivado a evitar un territorio rico en recursos y ocupado ancestralmente? ¿La presencia colonial en península Valdés alteró de alguna manera la dinámica de las poblaciones indígenas en la era postcontacto? De los tres establecimientos, el fuerte San José fue el de menor importancia ¿es posible que a los ojos de los indígenas tuviera un menor atractivo en términos materiales, políticos y sociales? Por otro lado, sus existencias ganaderas no alcanzaron un número significativo hasta mediados-fines de la década de 178038 ni se verificó tampoco el comercio con los indígenas a propósito de este recurso, como sí fue el caso del fuerte Nuestra Señora del Carmen y Floridablanca (Gorla, 1983; Nacuzzi, 2005; Buscaglia, 2012, entre otros). Por el momento, el único acontecimiento significativo que pudo haber introducido cambios en el circuito de movilidad e intercambio, particularmente de grupos de tehuelches meridionales, fue el abandono de Floridablanca en 1784, convirtiendo al fuerte San José en un nuevo foco de atracción para las poblaciones indígenas patagónicas. Como desarrollaré a continuación, las referencias respecto a la presencia indígena en el área del fuerte comienzan a partir de 1786/1787, teniendo

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como protagonistas principales a los grupos que frecuentaban la Patagonia meridional, y en particular el área de San Julián.

5.2. Las poblaciones indígenas entran en escena

53 Hasta aquí hemos visto, sobre la base de la confrontación de distintas fuentes históricas, un llamativo silencio respecto al contacto con poblaciones indígenas en península Valdés durante al menos 8 años —entre 1779 y 1786/1787—, hasta que una serie de episodios conflictivos irrumpen en la escena para romper con este sospechoso cuadro de ausencia de interacciones, al menos desde el plano discursivo.

54 Sobre la base de la información disponible me pregunto por qué a partir de este momento tienen lugar los primeros encuentros y quiénes habrían participado de los mismos, a los efectos de comprender la forma en que se estructuraron las relaciones interétnicas en la península.

55 En 1783, el teniente de infantería don José de Salazar —quien descubriera el camino por tierra entre San José y el Carmen para la conducción de ganado—, señala en su diario el peligro potencial que representaban los indígenas para el fuerte, proponiéndose la fortificación del istmo que une a la península con el continente, tal como lo presento a continuación: Para el menor costo de la Real Hacienda en la subsistencia de aquel Puerto, seguridad de sus ganados, y resguardo de sus habitadores, me parecía que en la lengua de tierra o angostura que forma la Península de este Puerto y el del Sur, se construyera con estacas, por ahora un fortín provisional […]. Tomada esta angostura se consiguieran tres cosas: primera, impedir que los Indios […] puedan entrar a aquella península, con tan reducida guarnición […], segunda: que todo el ganado que se lleve o arríe está segurísimo de perderse, y no necesita de peones que lo guarden y pastoreen. Tercera: que los presidiarios que se destinen para los trabajos de la sal y demás que ocurran no pueden desertarse aunque estén en toda libertad.39

56 Si bien dicha información constituye una referencia temprana sobre los recelos ante los indígenas, aún no contamos con datos adicionales para determinar si este temor era producto de expectativas o un conocimiento certero por parte de los expedicionarios. Entre 1784 y 1785, un segundo hecho a destacar, aparte del abandono de Floridablanca, fueron las cruentas acciones que De la Piedra llevó contra los tehuelches septentrionales que frecuentaban las inmediaciones de los ríos Negro y Colorado, con el fallido desenlace que tuvo la expedición a la Sierra de la Ventana y un ofrecimiento de paz a principios de 1786 por parte de importantes caciques como Negro40, Calpisqui, Toro, entre otros (Gorla, 1983, p. 137). Si bien estos tratados de paz tenían poca efectividad en la práctica, sería interesante evaluar cómo ello incidió en las relaciones entre el fuerte Nuestra Señora del Carmen, el fuerte San José y los tehuelches meridionales, ya que por ejemplo el cacique Julián Camelo se había manifestado abiertamente como enemigo del cacique Negro o Chanel (Viedma 1972a [1783], p. 907)41. Asimismo, si bien entre 1784 y 1789 se observa un incremento de los vacunos y equinos en fuerte San José, apenas superaron el medio centenar de cabezas en cada caso, un número extremadamente escaso en comparación al fuerte Nuestra Señora del Carmen (Gorla, 1983).

57 En la documentación existente en el Archivo General de la Nación la primera mención detectada hasta el momento sobre la presencia efectiva de indígenas en el contexto de

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los establecimientos españoles en península Valdés data del 3 de enero de 1787, donde el teniente de dragones don José Martínez habría comunicado que, como consecuencia de la presencia de indígenas en el área, el peón Manuel Sanz y el soldado del Regimiento de Burgos, Alonso Parra, habrían desaparecido aunque sin poder determinar el modo en que los dos individuos fueron capturados, ya que no fueron vistos por nadie42. Sin embargo, el comandante señala en otro oficio que cuando salieron a buscar a los hombres en algún paraje cercano a la entrada de la península: “… lo único que encontramos fue el lugar donde habían estado hasta cuarenta hombres según el rastro de los caballos y estos no traían toldos pues no se encontró señal de ellos”. Asimismo, da cuenta del temor que dejó en el destacamento esta acción llevada a cabo por los indígenas, al mencionar que por seguridad se construyó un cerco alrededor del cerro donde estaban emplazados y un corral en la “Estancia” para el ganado, lo que podría estar indicando que previo al hecho los animales pastasen libremente, sin que ninguna amenaza se cerniera sobre los mismos43.

58 Debido al temor suscitado por este episodio, el comandante de San José solicitó auxilios al fuerte de Río Negro, los cuales fueron despachados desde allí el 5 de julio de 1787 y arribaron a San José once días más tarde. Al respecto, en un oficio del mes de noviembre de 1787 se reporta en relación al capitán y piloto de la embarcación don Pedro Casariego que: El catorce de agosto a las cuatro de la tarde partió para el predicho Río Negro habiéndole detenido todo este tiempo el Gobernador de aquel fuerte a fin de que le auxiliase con el socorro posible, y la Gente de su tripulación por estar alterados los Indios […].44

59 En septiembre45 de ese mismo año el bergantín regresa a San José con pertrechos y municiones. Es importante mencionar respecto a este incidente que en el análisis de los oficios intercambiados entre los distintos funcionarios —fuerte San José, fuerte del Carmen y Buenos Aires— se pone de relieve el no haberlo comunicado de la forma correspondiente, recriminándosele al comandante de San José la omisión de importantes detalles así como el escaso control sobre los pobladores46, poniendo en evidencia la falta de autoridad efectiva en la práctica.

60 Durante los meses de junio y julio de ese mismo año vuelven a repetirse los conflictos entre indígenas y españoles. En un oficio del 7 de agosto de 1787 se refiere, para el mes de junio de dicho año, el avistaje de jinetes indígenas a la distancia en las inmediaciones del fuerte San José, lo que alertó al nuevo comandante Pedro Burniño a enviar órdenes inmediatas para asegurar el Puesto de la Fuente y el ganado allí existente. Como resultado de este encuentro, murió un soldado y supuestamente el cacique Julián Camelo —líder de los toldos de San Julián—, como se relata en uno de los principales pasajes de un extenso documento que parcialmente citamos a continuación: A eso de las cuatro de la misma tarde llegó el Capataz de Don Francisco Medina y el Presidiario Gaspar Gómez con dos caballos ensillados de diestro, estos me avisaron que a corta distancia de la Laguna del Monte, distante de este Puesto dos leguas y media, a poco tiempo de haberse separado de ellos dicho Mansilla les salieron cinco Indios que según ellos comprendieron eran de los de San Julián y entre estos venía el Cacique Julián Camelo […]. Pasó el Cacique Julián a persuadir al Capataz y al Presidiario […] a fin de que fuesen a sus toldos, que ellos eran amigos preguntándoles, que en donde estaban las Mulas y Caballos, procurándoles engañar […]. Al cabo de cerca de una hora de pelea, tuvo la proporción de asegurarle un tiro de pistola a quemarropa al Cacique Julián, que lo dejó muerto, lo que visto por los cuatro Indios restantes disparó uno de ellos, y se infiere pudo ir a avisar a los

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demás, que según las señas daba el mismo Cacique estaban acampados en una laguna distante de la fuente como dos leguas, ya amedrentados los citados Indios que quedaban, viendo el valor del Capataz huyeron, y entonces tomaron los dos caballos de diestro en los que venía el soldado, y el del Cacique muerto, uno y otro con todo recado, procurando ganar este Puerto, como lo hicieron, sin haber tenido más desgracia los dos, que haber recibido una leve contusión de un bolazo en la mano derecha el Presidiario Gaspar, y haber oído al mismo tiempo de retirarse gritar al soldado por lo que infieren lo estarían chuceando.47 (El destacado me pertenece).

61 Sin embargo, pueden plantearse dudas respecto de si el indígena asesinado fue el cacique Julián Camelo, ya que el comandante del fuerte San José en su relato sobre los hechos menciona que cuando le trajeron la cabeza del cacique: […] por lo desfigurada que estaba no pude conocer si era la del Cacique Julián, pero creo que será la de él por haberle visto igual recado de montar, y por el modo de accionar de que me informó el que lo mató.48

62 Por otro lado, en una declaración tomada en septiembre de 1787 a un indígena49, presuntamente perteneciente a la gente de Julián, respecto al robo de ganado y asesinatos de un poblador y soldado en el fuerte Nuestra Señora del Carmen, se refiere: Preguntado qué Indios fueron los que invadieron por dos veces el Puerto de San José y en qué número. Responde: Que la primera vez concurrió el cacique Camaen con seis indios y se llevaron cautivo al soldado Alonso Parra, a quien dio una puñalada al tiempo de prenderlo uno de los indios y que al Peón lo mataron: Que la segunda vez concurrieron los caciques Cogeuma y Guari, con muchos Indios cuyo número ignora y que mataron al soldado Toribio y un indio que mataron últimamente en el San José se llama Guetechunque, hermano del Cacique Guari. Preguntado: Cómo adquirió las noticias que refiere. Responde: Que por habérselo oído a los mismos Indios que asistieron y no sabe más. 50

63 De acuerdo a las noticias suministradas en este documento, dos fueron las “invasiones” que realizaron los indígenas en 1787. Asimismo, el testimonio del indígena cautivo corrobora la captura y muerte respectivamente del soldado y el peón del fuerte San José. En cuanto a los caciques implicados, estos serían parientes y/o aliados del cacique Julián Camelo. De hecho Camaen, por un error fonético o de transcripción, podría ser el cacique Carmen, señalado como aliado de Julián en el diario de Viedma ([1783] 1972a, p. 907). Sobre la base de esta declaración podría haber sido otro hombre con el que confundieron al cacique Julián —Guetechunque, referido como hermano del cacique Guari—, lo que se pondrá en evidencia nuevamente en el año 1788, como desarrollaré más adelante.

64 Volviendo al oficio del 7 de agosto de 1787, luego del mencionado episodio los indígenas regresaron al Puesto de la Fuente para llevarse ganado, como se refiere a continuación: A las once de la noche del mismo día llegaron a este Puesto dos Peones de los de la faena de Don Francisco Medina a todo riesgo con un parte del Cabo en que me avisaba, que entre tres y cuatro de la tarde se agolparon como doscientos Indios al tiempo que venía la Caballada y Boyada al corral, y se llevaron la mayor parte del ganado a excepción de unos 20 animales, que a estos tuvieron tiempo de encerrarles a uno de los corrales, y los otros no pudieron librarlos porque los Enemigos no dieron tiempo de poner las tranqueras al otro corral, y con el fuego de los Pedreros y fusilería le mataron el caballo a uno de los Indios […].51

65 Ya sea que la captura de animales fuera la causa principal de su presencia o bien una venganza por la muerte de uno de los indígenas, es importante mencionar que estos

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episodios ponen de manifiesto la vulnerabilidad de los dos asentamientos en península Valdés frente a una fuerza indígena claramente superior desde el punto de vista del conocimiento y los hombres. Sin embargo, el grado de violencia implicado en las acciones por parte de ambos grupos así como la toma de cautivos podría estar indicando la intervención de otras causales, que trasciendan la sustracción de ganado, que como señalé era bastante escaso.

5.3. El principio del fin: la absurda captura y muerte del cacique Julián Camelo

66 Las referencias respecto de las relaciones interétnicas para 1788 comienzan con un oficio referido a la captura de dos mujeres indígenas presuntamente pertenecientes a las tolderías del cacique Julián Camelo52 para intercambiarlas por el soldado Alfonso Parra, tomado cautivo en San José el año anterior. En el documento no se precisa cómo ni dónde son capturadas las mujeres, y además, en otro oficio posterior se siembra confusión respecto a las tolderías a las cuales pertenecían las mujeres, ya que en esta ocasión se refiere que los caciques Chulilaquini53 y Bueno incumplen el trato de traer al soldado Alonso Parra para intercambiarlo por las chinas54. De ello se infieren al menos dos explicaciones posibles: 1) que los caciques fueran confundidos, o 2) que los cautivos fueran robados, intercambiados o vendidos entre los indígenas.

67 Para el mes de mayo de 1788 vuelven a encontrarse referencias sobre la interacción con indígenas en el contexto del fuerte San José y el Puesto de la Fuente. Una vez más los protagonistas de las mismas son el cacique Julián y su gente, cuya mención introduce ambigüedad al relato sobre su supuesta muerte en junio de 1787. En este nuevo documento se consigna que: El 27 de mayo último se apareció en este puerto el indio Cacique Julián acompañado de dos chinas y dos indios diciendo que su venida se dirigía a pasear, y saber, qué capitán era yo, si era bueno, para después traer sus toldos, que se componen (según él) de muchas chinas que hacen muchos cueros para presentarme, añadiendo que también venía a avisarme, como el Cacique Sapa quería robarme las Vacas cuya artificiosa prevención me puso en cuidado y más cuando supe que en mi ausencia había preguntado que por donde teníamos las vacas. Concluido esto habiéndole obsequiado con pan y vino que tomó, pidió que le dieran de comer, mandé darle carne y porotos, pero no los quiso admitir, manifestando mucho disgusto de que le diese aquella carne salada, añadiendo que yo era Capitán malo, pobre, que no le daba Aguardiente ni Yerba cuyas demostraciones y el informe que en el acto me dio José Revalluda, Peón de Don Francisco Medina, de que un caballo saino negro, orejas rajadas y marcado con una cruz, que trajo dicho Julián entre los suyos, era uno de 17 que llevaron los Indios del citado Julián pertenecientes a dicho Don Francisco Medina, y a más de 26 caballos y 18 bueyes del Rey que mataron a chuza, y otros oreyanos del marinero pescador y de un soldado, todo lo cual testifica el mencionado Peón con el capataz Thomás Mansilla, y con el Peón Amado Fervor que dice, existen ambos en este Río Negro. Y pareciéndome no debía despreciar este informe, que todo el conviene con la pública notoriedad y especialmente con el dictamen del Sargento Mayor de Dragones, Don José Ignacio de la Quintana, a quién oí decir que este Indio con su gente, es el que robó una porción del ganado en este Río Negro después de haberle colmado de beneficios, me resolví a arrestarle y el 22 le puse a bordo del Barco la Piedad con proporcionada custodia, de donde estimulándole la conciencia, me mandó decir, que él nunca había venido a hacer daño, que quien vino

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anteriormente a robar fue un hermano suyo, el que es muy malo, cuya prevenida excusa acredita que él fue el que robó en éste y ese Puerto de Río Negro. En fin, en su custodia va encargado el subteniente de Granaderos Don Bernardo Durán, prevenido de que no debe omitir precaución alguna para su seguridad, hasta entregarlo ahí con más los dos indios y las dos chinas que le acompañan, que llevan consigo todos los aperos de montar y sólo quedan en mi poder siete caballos y tres mulas pertenecientes a ellos.55

68 El documento sirve para ilustrar el carácter variable de las interacciones y la intención de los indígenas de instalar sus toldos en cercanía a los asentamientos españoles, e incluso la alusión a las “chinas” —más allá de la manufactura de cueros pintados o quillangos para su intercambio— es importante en cuanto a su significación en el contexto de un asentamiento militar aislado y con un componente demográfico predominantemente masculino. Además, un dato no menor es la mención a la matanza de caballos y bueyes pertenecientes a los españoles por parte de los indígenas. Esta acción tiende un manto de duda sobre si el objetivo de los malones era únicamente la sustracción de hacienda para su aprovechamiento o comercialización. Por último, el comandante de San José no deja pasar la oportunidad de apropiarse de los caballos y las mulas de los indígenas, en beneficio del fuerte.

69 Durante el traslado en barco hacia el fuerte Nuestra Señora del Carmen, el cacique Julián y otro indígena se fugaron, con el fatal desenlace del asesinato del primero y la captura del segundo a manos de los españoles, en un excesivo acto de represalia, tal como se presenta a continuación: Declaración de Sebastián de la Calle, natural de Villa de Pedroche, reino de Córdoba, soldado de la 2º Compañía del 2º Batallón del Regimiento de Infantería de Burgos. Preguntado: Si sabe a qué hora cómo y dónde hicieron fuga dos Indios de los que estaban a cargo del subteniente de Granaderos Don Bernardo Durán. Responde: Que entre 2 luces estando rezando el rosario a la voz de los Indios al agua volviendo la cabeza hacia la proa el que declara vio caer un Indio al agua por la Jarcia que está al lado de la Cámara de los Marineros, a cuyo tiempo acudió la tropa a las Armas, y los marineros al bote y el que declara junto con el soldado Santiago Carrelero llevando un fusil cargado, pero sin cebo como lo experimentó cuando llegó el caso de hacerles fuego a uno de los dos Indios que se escaparon y salió a tierra, porque al 1º de los Indios que alcanzamos con el bote se le mató a puñaladas por no habérsele podido coger de otro modo, y ya muerto éste en el agua que claramente se reconoció por su barba, estatura y gordura que era el cacique Julián, seguimos al otro que ya estaba en tierra y habiéndonos desembarcado seguimos las huellas por la arena hasta llegar a un montecito de dos cuadras de la orilla del agua y del pie de una mata de dicho monte salió el indio de improviso con un cuchillo y embistiendo con el mencionado Carralero se echó el que declara el fusil a la cara y habiéndole errado fuego dos veces se quedó cortado por no tener otra arma entre todos más que el mencionado fusil en cuyo tiempo se volvió a esconder el Indio y habiéndonos reunido volvimos en su busca a solicitud y no pudiendo dar con él nos metimos en el bote y nos vinimos a bordo a dar parte al Comandante de los acaecido […].56 (El destacado me pertenece).

70 Como resultado de estos episodios de hostilidad, el comandante Francisco Lucero propone como solución el proyecto de excavar una zanja a lo largo del tramo más angosto del istmo —como lo sugiriera Salazar en 1783 y tal como Alsina lo pusiera en práctica unos cien años más tarde al oeste de la provincia de Buenos Aires—, con el fin de impedir el paso de los indígenas y mudar el fuerte allí, por presentar mejores condiciones que su ubicación actual:

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Sin embargo, que ud estará informado que de resulta de las hostilidades que han hecho anteriormente los Indios en este Puesto se han tomado las providencias capaces de evitarlas en lo sucesivo; no puedo menos que hacer presente a ud lo imperiosas que son y serán cuántas se tomen, mientras no mude este Puesto de situación en los términos que explicaré a ud más adelante. No ignora ud que toda la tropa que en el día tenemos es la mayor parte bisoña en el manejo del caballo, luego es consiguiente que siempre que venga un cuantioso número de indios, y a los que estén de pastoreo con los bueyes y caballos, les den un intempestivo asalto, les arrebataran todos los animales y los dejaran burlados, esto es, haciéndoles favor de la vida, porque si hacen el fuego montados, es caso negado que tenga efecto, si echan pie a tierra y se unen en formación no dudo que se defiendan, pero con esto no se consigue el fin que es guardar dichos animales y cuando esto no sea, quien podrá evitar que en el medio del camino, cuando las carretas vengan con agua, les cargue un golpe de indios con caballada por delante tomando el barlovento sofocándoles con el polvo, consigan desordenarlos y derrotarlos enteramente. Nadie dificultará de que esto pueda suceder y por último, quien tenga un mediano conocimiento convendrá en que unos bueyes que comen muy poco y que todas las noches duermen encerrados, puedan tirar una carreta cargada seis leguas de camino, cosa es inconcebible pero a la verdad es realidad, agregándose a esta desdicha la de estar dichos bueyes lo mismo que esqueletos. Con que es consiguiente […] que con la imposibilidad que queda demostrada, queda este destacamento en estado poco menos que de perecer, porque el traer agua de la fuente a pie es imposible, así por no haber vasijas aparentes como por la distancia, y sin ella no hay pan. Llevar harina a la fuente aunque poca, pudiera ser, pero esto sería infructuoso por no haber horno; con que concluimos en que sería preciso que cada uno tomase un poco de carne y menestra y marchara a la fuente para comerla, sin quedar otro recurso. Llegando este caso y que viniera algún Barco, sería preciso que estuviese dos meses para descargar aguardando la oportunidad de la marea para atracar a las peñas y poner la carga en tierra en donde permanecería a la inclemencia por falta de carretillas en qué conducir a los almacenes, aunque para decir verdad, ponerla en estos o dejar en el campo, es todo uno, de tal suerte que con mil cueros dudo que haya suficiente para cubrir almacenes, panadería y habitaciones, por todo necesita renovarse por su total destrucción y sería doloroso, se hiciesen tan grandes gastos en un puesto que por las razones dichas, es imposible el conservar, a menos que se sitúe en la angostura o boca de esta península, en donde según opinión de Don Antonio Rodríguez, Piloto del Barco de la Piedad, no hay más distancia que media legua de mar a mar […]. Sentado para que esto sea aprobado se necesitan los auxilios siguientes: […] Sesenta presidiarios con treinta picos, treinta asadas y treinta palas a fin de que según el terreno usen de la herramienta que convenga para hacer una zanja que absolutamente imposibilite a los indios el paso de una a otra costa del mar […].57

71 Como puede apreciarse, este documento pone de manifiesto la situación de extrema vulnerabilidad en la que se encontraban tanto el Puesto de la Fuente como el fuerte San José, tanto desde el punto de vista defensivo como de las condiciones de vida que debían afrontar, situación que no habría pasado desapercibida a los indígenas. Sin embargo, este proyecto no contó con los auxilios necesarios para poder ser puesto finalmente en práctica.

72 A partir de 1789 se observa una notable disminución de referencias respecto de las relaciones interétnicas y actos de hostilidad emprendidos por indígenas. Tan solo se registró una sola mención, pero a hechos ocurridos en el año anterior, respecto de los cuales no se hallaron por el momento los documentos correspondientes:

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Excelentísimo Sr: Hecho cargo del oficio de 16 de abril último que en contestación me dirige vuestra excelencia de hallarse enterado de las providencias que tomó el Comandante del fuerte San José las cuales no dieron lugar a las invasiones que intentaron los indios las veces que se les presentaron en el invierno pasado […] 58

73 Para entender las razones de este impasse habría que evaluar en una perspectiva diacrónica si el mismo se fundamenta en una reorganización de las distintas parcialidades indígenas, debido a la muerte de algunos de sus caciques más importantes. Respecto a esta posibilidad, es sugestivo que para noviembre de ese mismo año, en una carta dirigida al comandante del fuerte Nuestra Señora del Carmen, el Virrey Loreto ordena aumentar la vigilancia en las fronteras de dicho establecimiento y sus puertos, teniendo en cuenta las noticias sobre la “reunión de los de Tierra Adentro en el Volcán”.59

6. Discusión y conclusiones

74 La información hasta aquí presentada ha puesto en evidencia, por un lado, la vulnerabilidad del fuerte San José y el Puesto de la Fuente como resultado del abandono y la falta de auxilios por parte de las autoridades virreinales. Esta situación no habría pasado desapercibida a las poblaciones indígenas, quienes pudieron haber aprovechado esta condición. A diferencia del fuerte Nuestra Señora del Carmen y la Colonia de Floridablanca, las relaciones interétnicas en el contexto del fuerte San José fueron discontinuas en el tiempo —tan solo se han registrado con seguridad tres episodios— y predominantemente hostiles, señalándose como principales protagonistas a tehuelches procedentes de la Patagonia meridional, como el cacique Julián y sus aliados.

75 El carácter hostil de las interacciones nos lleva a la segunda cuestión: el alcance de las políticas borbónicas en relación al contacto. En el caso de estudio aquí presentado, a diferencia de los otros dos establecimientos mencionados, no se observa desde el plano discursivo ningún intento de atracción o negociación con las poblaciones indígenas, incluso cuando una relación pacífica con las mismas podría haber contribuido no solo a una mejora en las condiciones de vida de la población del fuerte y el Puesto de la Fuente durante sus primeros años, sino a incrementar sus existencias ganaderas, como se observó en el caso del fuerte Nuestra Señora del Carmen (Gorla, 1983; Bustos, 1993). Es importante destacar que no se asume esta imagen como dada, sino que es necesario evaluarla a la luz de la evidencia arqueológica para identificar correspondencias y contradicciones entre ambas líneas de evidencia. En este sentido y por el momento las investigaciones realizadas en el Puesto de la Fuente indican que se trató de un área con cierta importancia para las poblaciones locales en momentos tardíos, aunque la cultura material hasta ahora recuperada es insuficiente para avalar o descartar el contacto entre ambas poblaciones (Alberti y Buscaglia, s/f).

76 He señalado que entre 1787 y 1788 se produjeron con seguridad tres incursiones de los indígenas en la península. La primera de ellas tuvo lugar en enero de 1787, aparentemente dirigida por el cacique Camaen y tuvo como resultado la captura de un soldado y el asesinato de un peón en algún paraje cercano al fuerte San José. La segunda incursión habría sido comandada por los caciques Cogeuma y Guari, en la que fueron asesinados, en un paraje distante del fuerte unas dos leguas y media, un soldado y un indígena llamado Guentechunque, señalado como hermano del cacique Guari y confundido con el cacique Julián Camelo por los españoles. Como consecuencia

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posiblemente de estas acciones, el mismo día por la noche, los indígenas robaron cerca de medio centenar de caballos y mataron 18 bueyes. Creemos que la matanza de bueyes es significativa en términos de lo que representaba para la población de San José: el único medio para transportar el agua desde el Puesto de la Fuente al fuerte en la costa, y garantizar de este modo la subsistencia de los habitantes de este puesto. Esta abre el interrogante sobre si no existieron otros motivos —que trascendían la obtención de ganado— que llevaran a los indígenas a hostilizar los establecimientos españoles en península Valdés. Finalmente, el tercer episodio tiene lugar en mayo de 1788 cuando un reaparecido cacique Julián se presenta en el fuerte con motivos de intercambio. Sin embargo, como consecuencia de la identificación de caballos robados el año anterior, tanto en San José como en el Carmen, es apresado y asesinado durante su traslado al Río Negro.

77 Si los consideramos a lo largo de la década, se trata de episodios aislados, cuya repercusión sin embargo no fue menor dada la pérdida de vidas humanas, de líderes de importancia —como el cacique Julián Camelo entre los tehuelches— y de animales esenciales para el desarrollo de la vida diaria del asentamiento colonial. Además, es importante señalar que, exceptuando al cacique Julián, para el resto de los caciques e indígenas no hemos encontrado referencias que los sitúen en las áreas de influencia del fuerte Nuestra Señora del Carmen y Floridablanca.

78 Respecto de las causas de estas acciones, aún no podemos establecer a ciencia cierta cuáles fueron. Sin embargo, pensamos que deben ser interpretadas no solo en función de la sustracción de ganado, sino también en relación a los cambios producidos tanto en las sociedades indígenas como en los establecimientos coloniales en Patagonia durante la década de 1780.

79 En primer lugar, si las acciones contra el fuerte San José fueron encabezadas por el cacique Julián y aliados, como parece desprenderse de la documentación histórica, pensamos que el abandono de Floridablanca de alguna manera repercutió en la reestructuración de las prácticas de estos grupos en función de la reconfiguración de las redes de obtención de recursos y bienes así como de las esferas de poder. Como ya mencionamos, la relación del grupo de este cacique con la colonia fue pacífica, cotidiana y prácticamente continua durante los cuatro años que funcionó la misma, hasta el punto de que redujeron sus visitas al fuerte Nuestra Señora del Carmen (Buscaglia, 2011a, 2012). Es importante mencionar que mientras funcionó Floridablanca, no se registraron en las fuentes históricas consultadas contactos entre los tehuelches de San Julián y el fuerte San José (Luiz, 2006a; Nacuzzi, 2005, Davies, 2009; Buscaglia, s/f). La fundación de la colonia en su territorio permitía acceder a los indígenas de forma directa a los productos de origen europeo y criollo, muchos de ellos altamente valorados para reforzar el prestigio y el poder tanto dentro como fuera del grupo, mediante mecanismos de apropiación, redistribución e intercambio. Al respecto es elocuente la observación que en 1783 realiza el piloto Basilio Villarino: “En este río [Río Negro, la aclaración es mía] se hallaron estos indios con los tehuelches de San Julián, con los cuales hicieron mucho comercio, porque venían muy ricos con las alhajas que les habían regalado los cristianos de aquel establecimiento” (Villarino en De Angelis, 1972, p. 1123). Por lo tanto, la desaparición de Floridablanca habría significado para los tehuelches que frecuentaban San Julián la pérdida no solo de una fuente de abastecimiento directo sino también de aliados entre los españoles60.

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80 En segundo lugar, si la experiencia con Floridablanca certifica el desarrollo de relaciones de convivencia amistosas y de ayuda mutua entre este grupo de indígenas y la población hispano-criolla, entonces es necesario preguntarse por qué no se siguió este camino en el fuerte San José, a pesar de su condición de mayor vulnerabilidad y la ambivalencia que caracterizó la estructuración de las relaciones interétnicas. En este sentido, como se ha acreditado para el caso del fuerte Nuestra Señora del Carmen (Gorla, 1983; Nacuzzi, 2005; Luiz, 2006a, entre otros), el robo de ganado y la violencia fueron tolerados y formaban parte de la vida cotidiana de estos asentamientos, ya que garantizar la asistencia por parte de los indígenas era más importante. Un aspecto a considerar, que a mi criterio juega un rol fundamental en la forma en que se pusieron en práctica las políticas borbónicas de contacto y la manera en que se estructuran diferencialmente las relaciones interétnicas en los tres asentamientos, se relaciona con los funcionarios que estuvieron al frente de las colonias y los fuertes. En este sentido la política de los hermanos Francisco y Antonio Viedma así como la continuidad de sus funciones en el tiempo, difiere sustancialmente de los militares que sucedieron en el mando del fuerte San José. La condición castrense de los mismos, su posible falta de experiencia en el trato con indígenas y un sistema anual de relevos, probablemente desalentaron un contacto sostenido en el tiempo, sumando a ello los temores producto de la comandancia de asentamientos aislados y escasos de hombres y recursos.

81 En tercer lugar, y en relación con los aspectos mencionados, el fuerte San José, a diferencia del fuerte Nuestra Señora del Carmen y Floridablanca, se encontraba en una inferioridad de condiciones materiales para sostener una política de agasajo e intercambio —tanto desde el punto de vista de las esferas formales como informales— con las poblaciones indígenas de manera de poder negociar con las mismas ayuda y alianzas. En este sentido, queda pendiente analizar por qué no se abasteció al fuerte con suministros para interactuar con las poblaciones locales. Una hipótesis podría ser la subestimación de las mismas respecto a la situación de aislamiento del fuerte San José durante sus primeros años, como ya he descripto. La escasez de recursos materiales — incluso ganado— pudo haber afectado negativamente la suerte del fuerte respecto de su relación con las poblaciones locales.

82 En cuarto lugar, y no por ello menos importante, la creación sobre todo del Puesto de la Fuente sumado al recelo de los hispano-criollos, pudo haber significado una restricción al acceso a recursos de importancia estratégica en un paradero reutilizado en el tiempo y en el marco de sus circuitos anuales de movilidad por las poblaciones indígenas, particularmente en momentos tardíos. De hecho, dentro de la península, el área de la Salina Grande donde se encuentra emplazado dicho puesto, concentra recursos esenciales para la vida de estas poblaciones: manantiales permanentes de agua dulce, sal, animales de presa y pasturas (Belardi, 2005; Gómez Otero, 2007; Gómez Otero et al., 1999; Alberti y Buscaglia, s/f).

83 La consideración de estas condiciones en su conjunto invita a una reflexión respecto a la efectividad del poder colonial sobre las poblaciones indígenas. La realidad testimoniada por el aislamiento, el desconocimiento, la escasez de fuerzas militares, el desabastecimiento, en suma, la inestabilidad que caracterizó a las colonias, sobre todo en sus fases iniciales, hace inevitable pensar en el manejo estratégico de las poblaciones locales de sus relaciones con estos pequeños y marginales núcleos poblacionales. Desde esta perspectiva, no es posible dejar de reconocer el poder y la agencia de las poblaciones indígenas en relación a la estructuración de las relaciones interétnicas y,

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por ende, su intervención tanto en los niveles más altos de la política y la economía de la sociedad colonial como en la esfera de la vida cotidiana de estos poblados.

84 Para finalizar, considero que el presente trabajo ha dejado más interrogantes que certezas respecto a la estructuración de las relaciones interétnicas en el contexto del fuerte San José. La respuesta a dichos interrogantes requiere avanzar progresivamente en el análisis a nivel diacrónico y comparativo en la historia y la materialidad de los asentamientos, así como de las distintas parcialidades indígenas que interactuaron con los establecimientos patagónicos. Una interpretación de los contextos particulares, en perspectiva holística y comparativa, requiere asimismo desentrañar los significados emergentes a partir de la integración y confrontación de múltiples líneas de evidencia, así como de las representaciones relativas a la realidad cotidiana de las interacciones entre indígenas y colonizadores en la Patagonia del siglo XVIII. Comprender las relaciones interétnicas en sus múltiples expresiones y dimensiones en el contexto de San José forma parte del intento de recuperar su complejidad y descorrer el velo de estigmatización que tanto tiempo ha pesado sobre la representación del contacto cultural en este escenario particular.

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NOTES

1. Co-dirigido por la Dra. Bianchi Villelli y quien suscribe. 2. Exceptuando las investigaciones de Carlos M. Gorla, quien en su estudio sobre el origen y desarrollo sobre la ganadería patagónica (1983) discute el rol de los indígenas en esta actividad, integrando información histórica respecto al fuerte San José. 3. La persistencia de estas ideas en el imaginario popular se ha reflejado y materializado, por ejemplo, en las placas conmemorativas colocadas en la réplica de la capilla de San José, situada frente a la Isla de los Pájaros. A modo de ejemplo, en una de ellas puede leerse: “Las sociedades españolas de la Provincia rinden homenaje a los primeros mártires del Chubut. A los sobrevivientes de la primera colonización Juan Coca, Francisco Rodríguez, Juan Centeno, Juan Albornoz, Casimiro Novacos, con nuestro reconocimiento a los muertos en la lucha […]”. Es importante destacar que la réplica de la capilla fue construida sobre la base de una interpretación errónea de los planos asignados al fuerte San José, corroborándose que en realidad los mismos correspondían al fuerte San José y Ciudadela de Montevideo (Bianchi Villelli et al., 2013). 4. Esta perspectiva parte de una discusión crítica del colonialismo, las aproximaciones binarias y los esencialismos para dar cuenta de las relaciones interétnicas. Así, se busca poner de relieve el rol activo de los diversos actores sociales que fueron subalternizados por el poder y el discurso colonial, de manera de entender el contacto entre los diferentes agentes en función de su carácter multidireccional y cuestionando de este modo la impermeabilidad de las estructuras coloniales (Ligthfoot et al., 1998; Di Paolo, 2001; Silliman, 2001, 2006 y 2010; Scaramelli, 2005; Lyndon, 2006; Vives Ferradiz Sánchez, 2006; Voss, 2008; Liebmann, 2008; Buscaglia, 2011c, 2013, entre otros). 5. Es importante aclarar que las relaciones interétnicas en el contexto del fuerte San José no fueron problematizadas en su real complejidad desde la historia, mientras que desde lo arqueológico, constituyen una problemática que recién ha comenzado a desarrollarse en función del progresivo avance de las investigaciones y las particularidades de la evidencia material recuperada (ver por ejemplo Alberti y Buscaglia, s/f). 6. En el marco de mi tesis doctoral defendida en abril de 2009 y publicada en 2012, me aboqué al análisis de la estructuración de las relaciones de poder en el contexto de la colonia de Floridablanca, poniendo el foco en la relación entre el proyecto social implícito (Senatore, 2007) y las prácticas cotidianas de aquellos actores que fueron subalternizados por el poder colonial. Uno de estos grupos fue el de los marinos, perteneciente al contingente poblador, pero fuertemente

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estigmatizado por el poder colonial. El segundo grupo corresponde a la parcialidad de tehuelches que se relacionó con la Colonia durante sus cuatro años de funcionamiento. En este contexto, el énfasis de la investigación estuvo puesto en la agencia y el impacto diferencial de estos dos grupos de actores en función de su potencial para alterar el orden colonial y/o generar alternativas al mismo. 7. Fundação Biblioteca Nacional, MS-508 (40) Doc.1164 “Diario de la Expedición de Don José de Salazar al Puerto de San José, 1783” y Archivo Histórico de Madrid, sección Estado, legajo 2316 “Diario de la expedición del mando del Comisario Superintendente Don Juan de la Piedra que con 4 embarcaciones armadas en guerra y 114 hombres de Tropa de Tierra con sus respectivos Oficiales, sale del Puerto de Montevideo el 15 de diciembre de 1778 en busca del nombrado Bahía Sin Fondo en la costa Patagónica debiendo después de dejar allí hecho un establecimiento seguir a formar otro al Puerto de San Julián”. 8. Si bien la documentación histórica es elusiva en lo que refiere a la descripción arquitectónica del mismo, no obstante se han encontrado referencias aisladas que dan cuenta de la construcción de ranchos precarios, corrales y posiblemente un galpón para el acopio de sal, aunque sin precisar su localización. Las investigaciones arqueológicas realizadas en el mes de marzo de 2013 han permitido identificar al menos tres estructuras de piedra en la estancia Los Manantiales, una de ellas parcialmente en pie aunque con evidencias de haber sido saqueada a lo largo del tiempo. Por el momento, dada la escasez de la evidencia arqueológica registrada no ha podido asignarse con seguridad esta estructura a la ocupación española de fines del siglo XVIII, aunque se han identificado restos arqueológicos compatibles con la misma en sus alrededores (Buscaglia y Bianchi Villelli, 2013). 9. Aspecto que también será destacado por Fontana en su reconocimiento de la actual provincia de Chubut ([1886] 1999). 10. Fundação Biblioteca Nacional, MS-508 (40) Doc.1164 “Diario de la Expedición de Don José de Salazar al Puerto de San José, 1783”. 11. En 1782 el piloto Basilio Villarino describe la importancia estratégica del puerto San José “por la facilidad y limpieza de este y su entrada, por ser su fondo de buena tenazón, y por la proporcionada altura o situación en que se halla, me parece muy propio para que sirva de puerto de arribada a las embarcaciones que navegan a la mar del sur”. En dicho informe el piloto destaca el peligro de dejar despoblado este puerto, debido a las ventajas estratégicas para el ingreso de embarcaciones enemigas que podrían alcanzar desde allí el Río Negro como otras áreas colonizadas por los españoles y aliarse con las naciones indígenas que frecuentaban la costa patagónica (Villarino, [1782] 1969: 228). 12. Los comandantes del fuerte San José entre 1779 y 1789 fueron: Juan de la Piedra, Francisco Viedma, Antonio Viedma (1779), Pedro García (ca. 1779-1782), Juan Antonio Martínez (1782), Juan José Gómez (1783), José de Salazar (1784), Salvador José López, Francisco Muñoz y Rafael Morales (1785), Gabriel Martínez (1786), Pedro Burniño (1787), Francisco Lucero (1788) y Francisco Núñez (1789). 13. Al respecto y contradiciendo parcialmente la representación del funcionamiento del fuerte en la documentación oficial, el análisis de las fuentes disponibles ha permitido identificar un documento sobre los asientos de los individuos en el fuerte San José, en el que se manda de regreso a un peón por haber encontrado a su mujer en dicho fuerte (AGN, Sala IX, 16-4-3 “J. Martínez a F. de Indarte, Puerto San José, 17 de agosto de 1786”). 14. AGN, Sala X, 2-3-5 “A. Aragón al Comandante del fuerte del Carmen, 5 de septiembre de 1810”. 15. A pesar de no haberse hallado aún información histórica sobre la parcialidad o parcialidades étnicas y los caciques que habrían encabezado el ataque, ha sido posible corroborar que los nombres de los caciques señalados como autores del ataque al fuerte San José, tanto en la obra de Barba Ruiz (2009) como en la placa conmemorativa colocada en la réplica de la capilla del fuerte, corresponden en realidad a un grupo de caciques mencionados por Entraigas (1968, p.22) que

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habrían atacado las instalaciones del fuerte, no en 1810, sino en los meses de julio y agosto de 1809. De acuerdo a Entraigas, dicha información fue obtenida en el Archivo General de la Nación —sin precisar mayor información—; sin embargo las exhaustivas pesquisas realizas por nuestro equipo de investigación no han podido dar con la supuesta documentación consultada por dicho autor. 16. Entraigas (1960 y 1968); De Paula (1984); Destéfani (1984); Dumrauf (1991 y 1992), Phillips (1962 en Gómez Otero, 2007 y Gavirati, 2012), D´Orbigny ([ca. 1835-1847] 1999), Fontana (1873), entre otros. 17. En Buscaglia s/f se puede encontrar una discusión extensa sobre los antecedentes reunidos respecto al ataque del fuerte San José y el Puesto de la Fuente por parte de los indígenas. 18. Si bien no alcanza el espacio aquí para desarrollar en extenso y reunir todos los relatos acerca del fin del fuerte San José, baste mencionar que el mismo caló tan profundo en la memoria de la región que reconocidos viajeros como el ya mencionado D´Orbigny ([ca. 1835-1847] 1999), Darwin [1839] 2003, Claraz ([1865-66] 1988) y Musters ([1871] 1997), no dejan de mencionarlo en sus crónicas sobre la Patagonia, varias décadas más tarde de ocurrido el episodio. 19. Un ejemplo emblemático de esta situación fue el motín que tuvo que afrontar Antonio Viedma como consecuencia de una epidemia de escorbuto en el fuerte San José a mediados de 1779 (Archivo General de Indias —en adelante AGI—, Legajo 326, folios 601-798, carta n° 210 “J. J. Vértiz a J. de Gálvez, Buenos Aires, 8 de octubre de 1779”). 20. Por ejemplo se registra la queja por la recepción de tocino y grasa podridos (AGN, Sala IX, Legajo 16-4-12 “J. Maestre al Comandante de Puesto San José, sin lugar, 10 de enero de 1797”). 21. AGN, Sala IX, l6-3-9 “J. A. Martínez a F. Viedma, Puesto del Puesto de San José, 14 de marzo de 1782”. 22. Archivo General de Indias (en adelante AGI), Legajo 326, folios 601-798, carta n° 210 “J. J. Vértiz a J. de Gálvez, Buenos Aires, 8 de octubre de 1779”. 23. AGN, Sala IX, 16-3-9 “ A Juan Antonio Martínez, fuerte el Carmen Río negro, 2 de mayo de 1782”; 16-3-10 “Oficio de Don Juan Antonio Martínez a Don Francisco Viedma, fuerte San José, 7 de julio de 1782”, “Juan José Gómez a Francisco Viedma, Puesto del Puerto San José, 24 de octubre de 1782”; 16-4-2 “Inventario de lo que subsiste en los almacenes de cuero que deja el Subteniente del Regimiento de Infantería de Buenos Aires Don Salvador José López…, F. Canales, Puerto San José, 27 de mayo de 1785”; “Inventario de lo que subsiste en los almacenes de cuero que deja el Teniente del Regimiento de Infantería de Buenos Aires Don Francisco Muñoz…, F. Canales, Puerto San José, 18 de noviembre de 1785”; 16-4-3 “S. J. López al Marqués de Loreto, Buenos Aires, 22 de julio de 1786”, 16-4-6 “Florencio de Jesús a Tomás J. Gil, Puerto San José y fuerte de la Candelaria, 2 de mayo de 1789”, “Florencio de Jesús a Tomás J. Gil, fuerte de la Candelaria Puerto San José, 22 de julio de 1789”, “Marqués de Loreto al Comandante de Río Negro, 27 de noviembre de 1789”; 16-4-11 “Joaquín Maestre al Comandante del fuerte San José, 16 de enero de 1796, “Oficio de Don Juan Alejandro Pérez a Don Joaquín Maestre, Puerto de San José y fuerte de la Candelaria, 29 de enero de 1796”, “Alejandro Pérez a Joaquín Maestre, Puerto San José y fuerte de la Candelaria, 2 de octubre de 1796”, 16-5-1 “Oficio de Don Antonio Aragón a Don Joaquín Maestre, Puerto de San José y fuerte de la Candelaria, 14 de mayo de 1798”. AGN, Sala XIII, 26-6-6 “J. C. de Elguera a P. F. Indarte, fuerte Nuestra Señora del Carmen, 18 de diciembre de 1800”, 31-1-5 “ Inventario de lo que subsiste en los almacenes de cuero que deja el Teniente de Regimiento de Infantería de Buenos Aires José Salazar…, Puerto San José, 18 de octubre de 1784”, “Salvador José López, San José, 3 de febrero de 1785”, “Salvador José López, San José, 19 de marzo de 1785”, “Antonio García, Puerto de San José, 15 de octubre de 1785”. 24. Ambas autoras han centrado sus investigaciones fundamentalmente en el análisis de la dinámica interétnica en el contexto del fuerte Nuestra Señora del Carmen. Por esta razón, los resultados de las mismas se constituyen en un excelente material a partir del cual comparar y

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complementar, sobre todo a partir de la evidencia arqueológica, los casos de Floridablanca y el fuerte San José. 25. Vértiz, J. J. [1778] 1938. Oficio del Virrey Vértiz del 3 de noviembre de 1778. 26. Vértiz a Gálvez, Montevideo 22 de febrero de 1783, AGI, Buenos Aires, 326. 27. Los intentos de evangelización a lo largo del siglo XVIII tuvieron un carácter más sistemático fuera de la costa patagónica, particularmente en las regiones de Pampa y el área andina de Norpatagonia (ver por ejemplo Urbina Burgos, 1990; Nicoletti, 2004; Néspolo, 2005; Irurtia, 2007 Arias, 2008; Hajduk, et al. 2013; Pedrotta, 2013, entre muchos otros). 28. Al respecto, es importante señalar el carácter fluctuante de las relaciones entre distintas comunidades indígenas, las que según las circunstancias eran amigas o enemigas (Nacuzzi, 2002). 29. Los ejemplos más destacados de los mismos son las capitulaciones y tratados de 1742, 1770, 1782, 1790 y 1796 establecidos entre funcionarios virreinales y los caciques más importantes de las distintas comunidades indígenas de Pampa y Patagonia, particularmente de la porción cordillerana y septentrional de la región. Tales tratados implicaban no solo el reconocimiento y la obediencia a la autoridad del rey de España sino también a sus representantes en territorio del virreinato. El poder colonial apeló a una estrategia de dominio indirecto —ya que se respetaba la autonomía y diversidad de las sociedades indígenas— pero no por ello menos coactivo, ya que en el mediano o largo plazo apuntaba al vasallaje de las mismas (Briones y Carrasco, 2000). 30. AGN, Sala IX, 16.3.2 “Carta de F. Viedma a J. J. Vértiz, fuerte Nuestra Señora del Carmen, 4 de junio de 1779”; Sala IX, 16.4.5 “Carta de F. Lucero a T. Gil (Capitán del Regimiento de Infantería de Buenos Aires y Gobernador de Río Negro), Puerto San José, 4 de junio de 1788”; “Carta de P. Burniño a T. Gil, fuerte del Carmen, 11 de junio de 1788” y Viedma [1783] 1972, entre otros. 31. AGN, Sala XIII, 34.10.5, 1780-1783, documentos varios. 32. Cabe agregar que para momentos posteriores sí se han registrado bienes y víveres para agasajar a indígenas en el contexto del fuerte San José (AGN, Sala X, 2-3-15 “F. de León, fuerte del Carmen, 20 de septiembre de 1809”). 33. Estos 19 legajos integran un total de 91 y cerca de 11.768 folios relevados hasta la fecha en el marco del proyecto de investigación. 34. Archivo Histórico de Madrid, sección Estado, Legajo 2.316 “Diario de la expedición del mando del Comisario Superintendente Don Juan de la Piedra…”. 35. Este dato es ampliado en el diario de Villarino de 1779, donde se consigna la deserción de 11 individuos del “pueblo” de San José. Asimismo manifiesta el conocimiento y el contacto con el cacique Julián Camelo y su gente, aunque las relaciones por momentos fueron conflictivas (AGN, Sala VII, Biblioteca Nacional, Legajo 193, “Diario de Basilio Villarino Bermúdez…”. Dicho diario fue publicado por De Angelis en forma apócrifa y sintética, que comparado con el original, presenta la información suministrada por el piloto de manera incompleta y en muchos casos inexacta (De Angelis, 1969, p.166-171). 36. Archivo Histórico de Madrid, sección Estado, Legajo 2.316 “Diario de la expedición del mando del Comisario Superintendente Don Juan de la Piedra…”. 37. AGN, Sala VII, Biblioteca Nacional, Legajo 193, “Diario de Basilio Villarino Bermúdez…”. 38. De acuerdo a Carlos Gorla el envío de animales desde el Río Negro implicó un aumento de 13 a 64 vacunos y de 15 a 64 equinos en el período comprendido entre 1782 y 1784. Entre 1786 y 1789 se observa un estancamiento y una declinación en la hacienda. A partir de ese año se incrementan las cabezas de ganado vacuno y equino hasta alcanzar el número de 400 y 108 respectivamente en 1798; existencias que irían en aumento hasta 1808 en que los indígenas se llevaron prácticamente toda la caballada y 600 vacunos (Gorla, 1983, p.136 y 161). Estas oscilaciones en la hacienda deberán ser correlacionadas con el abastecimiento desde Río Negro y las incursiones practicadas por los indígenas. 39. Fundação Biblioteca Nacional, MS-508 (40) Doc.1164 “Diario de la Expedición de Don José de Salazar al Puerto de San José, 1783”.

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40. Las relaciones con el cacique Negro son un claro ejemplo de la complejidad y ambivalencia que caracterizó a las relaciones interétnicas en la región pampeano-patagónica a fines del siglo XVIII. El cacique Negro por momentos se convirtió en aliado estratégico para Francisco Viedma y el fuerte Nuestra Señora del Carmen, en cuanto a la venta de tierras, el suministro de ganado y mano de obra indígena para avanzar en las obras del fuerte (D’Orbigny, A. ([1835-1847] 1999, p. 516-516). Sin embargo, en ocasiones fue concebido por el mismo Francisco Viedma como un enemigo que debía combatirse y aniquilarse, fundamentalmente por el robo de ganado y el maloneo en la frontera bonaerense (AGN, Sala IX, 16-3-6 “F. Viedma a J. J. Vértiz, fuerte del Carmen de Río Negro, 22 de marzo de 1781). 41. AGN, Sala IX, 16-3-16, “Antonio Viedma a Juan J. Vértiz, Nueva Colonia y fuerte de Floridablanca, 29 de enero de 1781”. 42. AGN, Sala IX, 16-4-3, Informe sin fecha y lugar, 16-4-4, 1° de octubre de 1787, Río Negro, sin remitente. 43. AGN, Sala IX, 16-4-4 “José Martínez a Ignacio de la Quintana, fuerte del Carmen, 14 de Junio de 1787”. 44. AGN, Sala IX, 16-4-4 “Juan Mastorell, Buenos Aires, 18 de noviembre de 1787”. 45. En esta oportunidad la embarcación solo tarda dos días en realizar el viaje de Río Negro a península Valdés. 46. AGN, Sala IX, 16-4-4, “Al Comandante de Río Negro, 3 de enero de 1787”. 47. AGN, Sala IX, 16-4-4. “P. Burriño a J. I. de la Quintana, fuerte de la Candelaria en Puerto San José, 7 de agosto de 1787”. 48. AGN, Sala IX, 16-4-4. “P. Burriño a J. I. de la Quintana, fuerte de la Candelaria en Puerto San José, 7 de agosto de 1787”. 49. Los indios Rafael y Carlos, este último autor de la declaración, fueron llevados presos desde Río Negro a Buenos Aires en el mes de octubre de 1787 bajo la acusación de haber asesinado a un poblador y un soldado en el fuerte de Río Negro (AGN, Sala IX, 16-4-4 “Juan Mastorell, Buenos Aires, 18 de noviembre de 1787 y “J. I. de la Quintana, Río Negro, 28 de octubre de 1787). 50. AGN, Sala IX, 16-4-4 “Declaración tomada al Indio Carlos, alias Juancho, dependiente del Cacique Julián Camelo, por el Teniente de Infantería Lázaro Gómez… fuerte del Carmen, 2 de septiembre de 1787”. 51. AGN, Sala IX, 16-4-4, “P. Burriño a J. I. de la Quintana, fuerte de la Candelaria en Puerto San José, 7 de agosto de 1787”. 52. AGN, Sala IX, 16-4-5, “J. I. de la Quintana al Marqués de Loreto, fuerte del Carmen, 6 de abril de 1788”. 53. Con respecto a estos dos caciques, solo se ha podido recabar información sobre Chulilaquini, sobre quien Francisco Viedma señalaba que dominaba una numerosa indiada en Norpatagonia, particularmente en las áreas adyacentes al río Negro, río Colorado, lago Nahuel Huapi y sur de Neuquén (Gorla, 1983; Nacuzzi, 1999 y 2005). Casamiquela, por su parte, identifica a Chulilaquini como un tehuelche septentrional cuyo nombre procedería del topónimo Chulila, la actual Cholila del noroeste de Chubut (1965 en Gorla, 1983). 54. AGN, Sala IX, 16-4-5 “T. Gil al Virrey J. J. Vértiz, fuerte del Carmen, 4 de junio de 1788. 55. AGN, Sala IX, 16-4-5 “F. Lucero a T. Gil, fuerte San José, 1º de junio de 1788”. 56. AGN, Sala IX, 16-4-5 “Sumaria información hecha a fin de averiguar en quien recae la omisión de haber hecho fuga el diez de junio después de puesto el Sol, el Cacique Julián y otro Indio en la boca del Río Negro, desde el borde del Bergantín Nuestra Señora de la Piedad, que los conducía presos, y encargados el subteniente de Infantería de Buenos Aires, Don Bernardo Durán, por Don Francisco Lucero, teniente de dicho Regimiento y Comandante del Establecimiento de San José en la costa Patagónica, fuerte del Carmen, 11 de junio de 1788” y “T. Gil al Virrey Loreto, fuerte del Carmen, 20 de junio de 1788”. 57. AGN, Sala IX, 16-4-5 “F. Lucero a T. Gil, Puerto de San José, 1º de junio de 1788”.

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58. AGN, Sala IX, 16-4-6 “T. Gil al Virrey Loreto, fuerte del Carmen, 24 de septiembre de 1789”. 59. AGN, Sala IX, 16-4-6 “Marqués de Loreto al Comandante del establecimiento de Río Negro, 27 de noviembre de 1789”. 60. Es por lo menos llamativo que al comparar la documentación histórica referida a los asentamientos y las relaciones del grupo del cacique Julián con los mismos, poco se dice acerca del carácter excepcionalmente pacífico de sus relaciones con Floridablanca.

ABSTRACTS

In the late 18th century, the Spanish Crown implemented the plan of colonization of the Patagonian Atlantic coast. As part of this plan, they created Nuestra Señora del Carmen Fort (Province of Buenos Aires), Nueva Colonia and Floridablanca Fort (Province of Santa Cruz), and San José Fort (Province of Chubut). My analysis will focus on the interethnic relations at San José Fort while discussing them as conveying foundational characteristics within a context of Bourbon and Indigenous contact policies, during the Fort’s first decade. My results point to a particular structuring of interethnic relationships in San José Fort, showing a predominantly conflictive side as compared to the other two colonies.

A fines del siglo XVIII la Corona española pone en práctica el plan de colonización de la costa atlántica patagónica. Como parte del mismo fueron creados el fuerte Nuestra Señora del Carmen (provincia de Buenos Aires), la Nueva Colonia y fuerte de Floridablanca (provincia de Santa Cruz) y el fuerte San José (provincia de Chubut). En este trabajo me centraré puntualmente en el análisis de las relaciones interétnicas en el fuerte San José. En particular, me interesa contextualizar estas relaciones y discutirlas en función de las características inherentes a un contexto fundacional así como de las políticas indígenas y borbónicas respecto al contacto, durante la primera década de funcionamiento del fuerte. Los resultados obtenidos hasta el momento indican una estructuración particular de las relaciones interétnicas en el escenario del fuerte San José, manifestando una faceta predominantemente conflictiva, en comparación a los otros dos poblados.

INDEX

Keywords: San José Fort, Patagonia, Interethnic Relations, Colonialism, 18th Century Palabras claves: fuerte San José, Patagonia, Relaciones Interétnicas, Colonialismo, Siglo XVIII.

AUTHOR

SILVANA BUSCAGLIA

Instituto Multidisciplinario de Historia y Ciencias Humanas-Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina. Correo electrónico: [email protected]

Corpus, Vol 5, No 1 | 2015 165

Debates La guerra en los márgenes del estado: aproximaciones desde la arqueología, la historia y la antropología

Corpus, Vol 5, No 1 | 2015 166

Presentación: La guerra en los márgenes del Estado, simetría, asimetría y enunciación histórica

Nicolas Richard

1 Esta mesa tiene por objeto intercambiar en torno al concepto 'guerra', mostrar algunas investigaciones que sobre esta temática se están desarrollando en antropología, arqueología e historia en el cono sur americano e identificar algunas de las principales dificultades que la utilización de este término supone en estos distintos campos de investigación. Inicialmente, este debate surge en continuidad con los trabajos que hemos desarrollado, con Luc Capdevila, en torno a las dos guerras del Paraguay contemporáneo y particularmente en torno a la cuestión indígena en la guerra del Chaco (Richard et al. 2007, Richard 2008b, Capdevila et al. 2010). Más ampliamente, se articula con una serie de colegas e investigaciones que se han concentrado, desde la historia o la antropología, en los procesos de anexión y ocupación militar de los territorios indígenas ‘libres’ durante la segunda mitad del siglo XIX (Araucanía, Patagonia, Chaco, Tierra del Fuego, cordilleras Chiriguano, Rapa Nui...). A partir de este expediente liminal, el de estas ‘guerras de conquista’ o ‘guerras coloniales’ de la América republicana, quisiéramos abrir la discusión, por un lado hacia las formas indígenas de la guerra tanto en el espacio andino (A. Nielsen) como en la tierras bajas americanas (D. Villar), y por otro, hacia el denso expediente rioplatense, desde el 'estado de guerra' y las guerras civiles de la primera mitad del siglo 19 (A. Rabinovich) a la guerras del Paraguay y del Chaco (L. Capdevila).

2 Proponemos arrancar este debate desde el expediente de las 'guerras coloniales' sudamericanas porque nos parece que permite, muy inmediatamente, dejar planteados algunos problemas centrales en discusión. En efecto, a partir de mediados del siglo 19 los Estados nacionales emprenden sucesivas campañas de anexión y ocupación militar de vastos territorios indígenas que se habían mantenido hasta entonces al margen de la esfera colonial ibérica: la ocupación chilena de la Araucanía mapuche, la anexión de la Isla de Pascua, la colonización de Tierra del Fuego, la Conquista del Desierto y la del Chaco meridional argentinas, la entrada boliviana sobre las cordilleras chiriguano, la

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ocupación militar paraguayo-boliviana del Chaco septentrional, etc. Estos distintos frentes integran una misma secuencia histórica, movilizan un mismo estrato técnico militar (tren, telégrafo, arma a repetición), comparten un mismo marco ideológico o justificatorio y ponen en circulación unos mismos actores internacionales (misioneros, militares, ingenieros…), por los que conectan entre sí y con otros tantos teatros coloniales —las campañas coloniales al África, la reducción de los maoríes en Nueva Zelanda o la conquista del oeste americano son ejemplos contemporáneos. Se trata, pues, de algo como el ‘momento colonial’ de las repúblicas sudamericanas, y aunque su enunciación histórica se halla inhibida por el marco discursivo nacional republicano, su fisionomía general es, entrando al siglo 20, bien reconocible: en la capital, unas oligarquías rentistas, su belle époque—sus palacios, sus paseos, sus gustos excesivos, su perfume orientalista— y más allá, del otro lado del larguísimo tren/barco mecanizado, la inmensidad de unos territorios 'recién abiertos a la civilización', la 'barbarie' hacinada en reservas y en misiones, los emprendimientos capitalistas protegidos por fortines militares y la tierra, confiscada y repartida entre colonos (súbitamente, entonces, el Chaco como el Congo, o la Araucanía como Argelia). Un primer elemento que debe llamar la atención es que según el marco historiográfico convencional, toda esta gente y todos estos territorios fueron conquistados sin que hubiera ‘guerra’. Se ‘tomó posesión’ de una isla, se conquistó ‘un desierto’, se ‘pacificó’ una región, se realizaron ‘campañas’ y ‘expediciones’, pero nunca hubo ‘guerra’. Esto es así porque según dicho marco, el Estado sólo entra en guerra con otros Estados, y como ni chiriguanos, ni mapuches ni guaycurúes califican en esa notación, pues lo que hay son ‘campañas’ y ‘expediciones’, con militares, armas y uniforme, pero sin enemigo en tanto tal1; por eso se conquista un ‘desierto’, una ‘isla’ o una ‘región’, sin mencionar nunca a un sujeto. Varias cuestiones quedan planteadas.

Visibilidad histórica, archivo, memoria

3 La no enunciación histórica de estas ‘guerras coloniales’ americanas tiene múltiples consecuencias. Por un lado, se trata del momento fundante en la relación entre estas sociedades y los Estados nacionales, y su inhibición historiográfica es un impedimento para la elaboración de una memoria y una formulación política y jurídica democrática de dicho vínculo. Por otro lado, el archivo sudamericano de la guerra queda empobrecido y amputado ‘por secretaría’ de un expediente en muchos sentidos determinante —¿puede entenderse la barbarie del ejército chileno en Lima o del ejército argentino en Asunción sin aportar el antecedente de que en ambos casos esos soldados vienen de pelear otro tipo de guerras, más al sur? Por último, inversamente, dar visibilidad a esta dimensión colonial es también desestabilizar cierta auto-concepción republicana y su teleología nacional y militar. Tómese por ejemplo la Guerra del Chaco, sobre la que L. Capdevila vuelve al final de este dossier. Esa guerra ha funcionado como el parangón sudamericano de una guerra nacional y moderna: ejércitos regulares, conscripción universal, aviación, tanques y un desarrollo cronométricamente regulado (...la guerra termina muy exactamente a las 12.00 PM del 12 de junio de 1935). Este es el relato formal que remachan los libros de historia, el de una ajustadísima partida de ajedrez en la que ambas naciones movieron sus fichas con mayor o menor acierto sobre el tablero desierto del Chaco —el infierno verde. Pero sabemos por supuesto que el Chaco no estaba vacío y que mirado desde el punto de vista de quienes lo habitaban dicha guerra toma la forma de una formidable campaña de ocupación militar:

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fundación de fortines sobre las aldeas indias, confiscación de tierras y animales, shocks epidémicos, desplazamientos de población y conscripción forzada, desarticulación territorial y confinamiento en campos, reservas o misiones, etc. Hacer visible esta dimensión del acontecimiento permite, no solo restituirlo en su marco colonial, sino problematizar desde muchos ángulos su definición formal: por ejemplo, desde este punto de vista, ¿se acabó la guerra a las 12 PM del 12 de junio de 1935? En el Chaco ocupado, después de ese día, ¿empezó la paz? Y más ampliamente, reintroducidas en escena las poblaciones locales —ishir, nivaclé, ayoreo, macá, enlhet, maj’hui, wichi, pilagás y otros tantos tomarahas, mascoy,chanés y chiriguanos, etc.—¿puede todavía seguir planteándose el acontecimiento desde su sólo ángulo nacional? ¿Y escribiéndose su historia desde el sólo archivo militar? Más ampliamente, ¿puede seguir escribiéndose esta historia desde el sólo archivo escrito? Etc.

Simetría, guerra no declarada, Estado

4 Si estas ‘guerras coloniales’ no son guerra, es porque en el contexto moderno republicano la guerra asimétrica tiende a ser una guerra no declarada o entonces, inversamente, porque solo se declara la guerra en simetría. En la concepción corriente, entran en guerra dos Estados o dos pueblos o dos tribus, etc., pero no un Estado con una tribu, ni un pueblo con un Estado. Y sin embargo, si se consulta el archivo americano lo que se encontrará son fundamentalmente formas asimétricas de guerra. Esto es así tanto en el registro antropológico como en el histórico. En efecto, no son simétricas las guerras de captura que emprendían los ‘capitanes’ guaycurú en el Alto Paraguay (Richard 2008a, Richard 2008c) ni son simétricos los malones mapuche sobre la Pampa (Vezub 2009), ni es simétrica la guerra en las periferias incaicas (Renard-Casevitz et al. 1988). Las guerras chiriguanas tampoco son simétricas, ni respecto del Inca ni respecto de las bandas chaqueñas (Combès 2005, Combès y Saignes 1991, Saignes 1990). Hay, es cierto —D. Villar vuelve sobre ello más adelante—, se producen, formas simétricas de la guerra, por ejemplo el canibalismo circular de los guaraníes observado en el siglo XVI en las costas brasileras, la guerra endógena jibara descrita en el s. 18 en el alto Amazonas o el circuito cerrado que anima las guerras del Pilcomayo medio, bien documentado a principios del s.20 en el Chaco boreal. En todos estos casos hay emergencia de un fetiche en circulación —casi una ‘moneda’—: las cabezas reducidas jibaras, los escalpes o cabelleras pilcomayenses, el cuerpo ritualizado y canibalizado del otro-guaraní, etc. (Taylor 1985, Sterpin 1993, Combès 1992, Barbosa y Richard 2010, Richard 2011). Pero esos modos circulares son más bien la excepción y, particularmente en el cono sur, las formas asimétricas son muy claramente predominantes: es como un río, pues, en el que por momentos se forman remolinos, pero que se mueve porque es asimétrico. Y este carácter asimétrico es también predominante en el registro histórico suramericano, que se haya fundamentalmente constituido por formas asimétricas o segmentarias de guerra (guerras de independencia, guerra civil o entre provincias, guerra contrainsurgente, guerra de conquista u ocupación, guerra entre privados, etc.). Hay, por supuesto, aquí también formas convencionales de guerra —la guerra del Paraguay, la guerra del Chaco, la guerra del Pacífico, etc.—, pero suelen serlo de un modo problemático. Como lo recuerdan A.Rabinovich y L. Capdevila más adelante en relación a la guerra del Paraguay o de la Triple Alianza, su comprensión simétrica es muy problemática: si bien se enfrentan entre sí “Estados”, la desproporción entre las fuerzas implicadas (Paraguay vs. Brasil-Argentina-Uruguay) y el grado anormalmente

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alto de brutalidad y mortalidad resultantes (80% de la población masculina del Paraguay) la asemejan más a los indicadores de una guerra civil (como la de secesión norteamericana) o de conquista y exterminio (como la ‘guerra contra el indio’ en las pampas) que a los de un enfrentamiento convencional/simétrico entre Estados. Más ampliamente, en su realización histórica concreta, el “Estado” aparece como un ser mucho más feble, segmentario, incompleto y poroso de lo que se suele argumentar, y la guerra, por otro lado, como algo mucho más heterogéneo, multiforme y presente que lo que admite su sola definición militar. Hay un problema con hacer del Estado el único horizonte explicativo del fenómeno guerra. Este ha sido, por supuesto, un tema mayor de la antropología política del Amazonas, del Chaco o de la Araucanía, en que ha debido pensarse la guerra en ausencia de Estado —o entonces, dirá alguien, la ausencia de Estado porque hay la guerra—, pero es una cuestión igualmente acuciante para la historia contemporánea regional. Un primer punto de acuerdo para arrancar este debate podría así ser este, que hay o puede haber “guerra” más allá y más acá del Estado, antes y después de él, adentro suyo y todo alrededor, en su centro, en sus bordes y más allá.

Heterogeneidad del archivo, variedad de formas

5 Una vez levantada la grilla convencional de lectura, van apareciendo en toda su variedad la multiplicidad de formas de la guerra que pueblan el archivo sudamericano. Esto es cierto, por un lado, por ejemplo, en lo que refiere a esas campañas de ocupación en sí mismas: pueden tomar la forma, como en Tierra del Fuego, de la violencia sostenida de colonos armados y milicias a sueldo, sin encuadre estatal; o de un ejército en regla ocupando metódicamente una región (Araucanía, Patagonia); o de un proceso encubierto bajo una guerra internacional (la ocupación del Chaco boreal viene escondida en la guerra del Chaco tanto y como la de la Puna meridional no se ve abajo de la Guerra del Pacífico, o el aldeamiento y ocupación del territorio mbayá está tapado por la Guerra del Paraguay). Puede también tomar la forma de una situación mucho más confusa y casi estadística, un conjunto de ‘incidentes aislados’ y muertes individuales, una ‘intensidad’ excepcional en el mapa criminal común, como la tasa excepcionalmente alta de indígenas muertos por bala que caracteriza el avance contemporáneo del frente estanciero en el Mato Grosso o en el Chaco. Ya se sabe de esta paradoja latinoamericana: por ‘guerras’, es la región más pacífica del mundo; por ‘muertos de bala’, la más violenta: es decir que es la región del mundo en la que más gente muere por bala sin estar en guerra: ¿No habrá un problema con la definición de guerra? ¿Se puede seguir razonando como si todos esos homicidios fuesen incidentes aislados y acciones individuales a título de que no se enfrentan entre sí militares o Estados? Cotidianamente mueren en el Chaco o en el Mato Grosso indígenas baleados por colonos y estancieros —forma subrepticia, mañosa y paraestatal de la guerra que acompaña históricamente el avance del frente de colonización. Pero por otro lado, va apareciendo también una multiplicidad de formas anteriores, locales, de hacer la guerra, una diversidad de culturas y prácticas guerreras resilientes que se articulan, se sobreescriben y se infiltran mutuamente. Pues son también extremadamente heterogéneas las formas indígenas de la guerra, cuestión sobre la que volverán A. Nielsen y D. Villar más adelante. No son lo mismo las guerras de captura que emprenden los ‘capitanes’ mbayá sobre el Chaco zamuco, que las guerras circulares características del Pilcomayo medio, ni que la guerra imperial de los Andes

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prehispánicos; no son lo mismo la guerra a caballo (raid, distancia, velocidad, enemigo distante) de los mapuches pampeanos, que la guerra de emboscada y fortificación en las cordilleras chiriguanas; y tampoco es lo mismo escalpar a un enemigo (Pilcomayo), que hacerlo esclavo (Alto Paraguay) o canibalizarlo (guaraní), etc. Hay formas simétricas y asimétricas, regulares y coyunturales, territorializadas (fortificar un valle) o desterritorializadas (canoa y caballo por unrío o una estepa). De modo que hay también toda una zona transicional que se organiza sobre formas intermedias y heteróclitas de culturas guerreras, conectando o componiendo con elementos técnicos y simbólicos heterogéneos: hay guerras de machete debajo de la guerras de bala; hay malones adentro de una guerra internacional; hay conjuros y brujerías y ritos y sanaciones en las noches de un ejército profesional; hay arranque de cabelleras, hay jinetes sin estribo, lumas, coligües y macanas bajo las órdenes de un general, etc. Imposible entender esas guerras sin atender los modos y las prácticas anteriores que se infiltran, re-codifican y contaminan entre sí.

La guerra en las márgenes del Estado

6 Este debate no tiene por objeto proponer un marco general integrador, ni alguna nueva definición, ni una revisión de la abultadísima bibliografía que se ha ocupado de estos temas. Su propósito es más humilde y en un sentido más simple. Tiene que ver, por un lado, con abrir la discusión y sentar a la ‘misma mesa’ campos disciplinarios que no siempre acostumbran a conversar entre sí y en los que la problemática de la ‘guerra’ ha jugado un rol importante. En efecto, el concepto ‘guerra’ tiene trayectorias, resonancias y significaciones muy distintas en cada una de estas disciplinas y el lugar de encuentro se vuelve por tanto igualmente necesario e inestable. Cada uno de estos registros plantea diferentemente el objeto, lo aborda desde distintos materiales y formula hipótesis y problemas de investigación también distintos. Por ejemplo, el asalto a un rancho de colonos a principios de siglo en alguna parte del Chaco central. Para quien estudia la historia reciente de los grupos nivaclé o pilagá, la secuencia será legítimamente interpretada en clave ‘guerra’ que es como está siendo contada: los preparativos, deliberaciones y conjuros que preceden el asalto, su ejecución, la extracción de las cabelleras y su lenta domesticación simbólica, el cuerpo, las lanzas y las marcas del guerrero…. Pero los historiadores no usan la palabra ‘guerrero’, ni se fían de esas fuentes, ni en todo caso llamarán nunca ‘guerra’ a ese incidente local, ni a la ofensa inicial de los criollos —el incendio de una toldería nivaclé— que desencadenó la secuencia. Más ampliamente, hay toda una serie de cuestiones —la guerra como acontecimiento o función, como prolongación o como exterioridad del Estado, como hecho social o como hecho militar, etc.— que se instalan problemáticamente en la discusión, cuestiones que tienen que ver con viejas discusiones sin saldar, pero también, con lo que en cada una de estas disciplinas ha pasado en los últimos treinta años. Pues están ya lejos los tiempos en que Pierre Clastres denunciaba el silencio teórico de la antropología en torno a la guerra, o aquellos en los que la historiografía de la guerra debía aún emanciparse de su tutela militar: muchísimos trabajos, innumerables aquí, han vuelto desde entonces en arqueología, antropología o historia sobre el concepto de guerra, documentando, informando y elaborando nuevas líneas de investigación.

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7 Los cuatro textos que organizan este debate son El estudio de la guerra en la arqueología sur-andina de Axel Nielsen (arqueólogo, CONICET), Cuatro destinos del guerrero: teorías de la guerra indígena en las tierras bajas sudamericanas,de Diego Villar (antropólogo, CONICET), De la historia militar a la historia de la guerra. Aportes y propuestas para el estudio de la guerra en los márgenes, de Alejandro Rabinovich (historiador, CONICET) y La guerra de la Triple Alianza (1865-70) y la guerra del Chaco (1932-35): dos guerras internacionales en un marco colonial, de Luc Capdevila (historiador, Universidad de Rennes2 Francia). Aunque los trabajos no se organizan según un recorte cronológico o geográfico estricto, comparten sin embargo un mismo escenario general —lato sensu, la América meridional de los cronistas del s. 18— y unas mismas problemáticas que tejen transversalmente la discusión. Al momento de convocarnos, nos dimos por eje de discusión tres niveles iniciales y muy generales de exposición: en cada uno de los casos, se trataba de preguntar sobre (i) la forma de esas guerras y la heterogeneidad del archivo americano de la guerra, (ii) el sujeto de esas guerras y lo problemático del recorte Estatal, (iii) la memoria, el archivo y las condiciones de visibilidad histórica de esas guerras. Esas preguntas arman una guía expositiva implícita pero no exhaustiva.

8 Quisiéramos por último agradecer muy especialmente a los autores y a las instituciones que hacen posible este debate, la red REIC (Red de Estudios Indígenas y Campesinos), el equipo CHACAL (Collectif d’Histoire et d’Anthropologie Comparée sur l’Amérique Latine, CERHIO UMR6258, CNRS Rennes) y a la revista Corpus. Archivos virtuales e la alteridad americana.

BIBLIOGRAPHY

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NOTES

1. Este mismo problema se plantea en las ‘guerras coloniales’ europeas. Francia por ejemplo se reserva el término guerra para sus enfrentamientos europeos, pero multiplica los eufemismos — guerrita, guerrilla, combates, ‘acontecimientos’— para el teatro colonial (Joly 2009).

AUTHOR

NICOLAS RICHARD

CNRS, CERHIO UMR 6258équipe CHACAL, Université Rennes2 (Francia) - Prof. invitado Instituto de Arqueología y Antropología, Universidad Católica del Norte, San Pedro de Atacama (Chile). Correo electrónico: [email protected]

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El estudio de la guerra en la arqueología sur-andina

Axel E. Nielsen

1 Si entendemos la guerra como hostilidad armada entre colectivos políticamente organizados, las evidencias materiales indican que esta ha rondado a la humanidad durante gran parte de su historia, aunque con significativas variaciones de intensidad y forma. A pesar de su ubicuidad, la guerra recién se instala como un tema de investigación significativo en la arqueología —fundamentalmente en la anglosajona— en la década de 1990 (Kelly 1996). En los Andes todavía es un tópico escasamente discutido, a pesar de que las tradiciones orales recopiladas al momento de la conquista española aludían claramente a una era de conflictos armados antes de la expansión inca (Cieza de León 1984 [1553], Wuaman Puma 1980 [1615], entre otros) y deque los arqueólogos advirtieron hace tiempo ya sus rastros materiales (p. ej., Casanova 1936, Madrazzo y Ottonello 1966).

2 A continuación paso revista al estado actual de la reflexión arqueológica sobre las guerras prehispánicas andinas, particularmente las de época pre-inca en los Andes del Sur (NO de Argentina, N de Chile, SO de Bolivia). Siguiendo los ejes planteados para este intercambio de ideas, comienzo señalando los principales temas en debate, después trato las posibles consecuencias sociales del conflicto y termino considerando brevemente el modo en que se recordaban aquellos conflictos en la época colonial.

Acuerdos y desacuerdos en torno a las guerras prehispánicas sur-andinas

3 Cuatro clases de indicadores son comúnmente aceptados en arqueología para inferir la existencia de guerras, a saber, sistemas de asentamiento defensivos, señales de traumas en los cuerpos, artefactos vinculados al combate e iconografía (LeBlanc 1999, pp. 54-91). Si bien existen evidencias aisladas de épocas anteriores (p. ej., huesos humanos con traumas o puntas de proyectil incrustadas o representaciones de individuos con atuendos guerreros), es recién a partir del 1000 d.C. —y particularmente después de

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1200— que los cuatro tipos de indicadores se hacen presentes en gran parte del sur andino (Arkush 2006, Arkushy Tung 2013,Balesta y Wynveldt 2009, Berenguer 2006, Gheggi y Seldes 2012,Nielsen 2002, 2003, Torres Rouff et al. 2005, Williams 2014a). El clima de beligerancia sugerido por estas evidencias parece haber cesado con la expansión inca (la Pax Inca), teniendo en cuenta que muchos asentamientos defensivos dejan de utilizarse en el siglo XV y se establecen sitios nuevos en lugares claramente vulnerables (Nielsen 2002, Williams 2014b). Las fuentes documentales sugieren que los incas hicieron un uso restringido de la violencia armada, solo para doblegar la resistencia de algunos grupos (p. ej., collas, chichas) o defender la frontera oriental.

4 El primer tema que divide la opinión de los arqueólogos es si estos elementos son suficientes para concluir que efectivamente hubo guerras antes del inca, una época que en las secuencias cronológicas del área se denomina Período de Desarrollos Regionales o Intermedio Tardío (en adelante PDR). Los escépticos suelen cuestionar la validez de cada indicador por separado, argumentando por ejemplo que las cabezas cercenadas son un ejemplo más de la popularidad del culto a los antepasados; que las representaciones de guerreros o combates en el arte rupestre podrían aludir a situaciones míticas; que los cascos y corazas confeccionados en madera, fibra y cuero no parecen ser protección suficiente en combate; que las nuevas armas pudieron estar destinadas a la caza o —en el caso de hachas y manoplas— ser objetos meramente rituales; que muchos poblados de la época no tienen fortificaciones por lo que no son estrictamente pukaras y que su ubicación en puntos elevados pudo obedecer a consideraciones utilitarias (p. ej., maximizar el aprovechamiento de tierras cultivables o resguardarse de los aluviones) o religiosas.

5 Lo primero que esta forma de razonamiento ad hoc no puede explicar es porqué estas evidencias proliferan en forma simultánea (desde el punto de vista arqueológico) sobre un área tan extensa (desde la provincia de Catamarca, por lo menos, hasta el lago Titicaca y la sierra del Perú). Ciertamente, no aparecen en todas partes ni con la misma claridad y rara vez se encuentran todas ellas en una misma región. De hecho, no parece haber rastros de conflicto en las zonas más elevadas de la puna y altiplano, habitadas por pastores especializados (sureste de Lípez, puna occidental de Jujuy y Salta), ni entre los pescadores del litoral del océano Pacífico1. Cuando están, se asocian a poblaciones que practican la agricultura, tanto en los bolsones altiplánicos (p. ej., Antofagasta de la Sierra, Casabindo, Norte de Lípez, intersalar) como en las quebradas, valles y oasis a ambos lados del macizo cordillerano (p. ej., San Pedro de Atacama, Loa medio y superior, valles altos de Tarapacá al occidente, Valle de Hualfín, Valles Calchaquíes, Quebradas del Toro y Humahuaca, Río Grande de San Juan al oriente). Volveré sobre la importancia de tener en cuenta este patrón espacial y temporal al momento de considerar la naturaleza del conflicto, sus causas y consecuencias.

6 No es posible aquí analizar cada uno de estos cuestionamientos (ver Arkush y Stanish 2005,Nielsen 2003), por lo que solo tomaré dos ejemplos: la interpretación de los asentamientos y la relación entre rito y conflicto. La adopción generalizada entre los agricultores sur-andinos de un sistema de asentamiento defensivo es a mi juicio la evidencia más contundente del establecimiento de un "estado de guerra endémica" en el siglo XIII. Limitar el problema a una cuestión tipológica —¿es correcto clasificar los poblados de la época como fortalezas o pukaras?— lleva a perder de vista las demás propiedades defensivas de las nuevas estrategias de uso del espacio, como el dominio visual del entorno que permite prevenir asaltos sorpresivos, las ventajas defensivas que

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ofrecen terrenos altos y escarpados aun cuando no exista una arquitecturaespecializada, el amparo de numerosos vecinos que brinda la residencia en grandes conglomerados, la intervisibilidad que permite advertir y movilizar rápidamente a aliados cercanos o el abandono de áreas para crear zonas de amortiguación, entre otras (Balesta y Wynveldt 2010, Williams 2014). Puesto que la etnografía indica que la sorpresa y el número de combatientes en cada bando son factores decisivos en la llamada "guerra tribal" (Ferguson 1995, Keely 1996, Redmond 1994, Wiessner y Tumu 1998, entre otros) cabe pensar que los recaudos defensivos señalados fueron tan o más importantes que la presencia de fortificaciones2. Por otra parte ¿cómo explicar si no la adopción generalizada de estas formas de habitar que implicaron dejar antiguas áreas de vivienda en favor del hacinamiento en sitios generalmente desprovistos de agua, poner distancia con las áreas de cultivo y pastoreo y abandonar zonas ricas en recursos que habían sido regularmente habitadas hasta entonces?

7 Ciertamente, ninguno de estos cambios en los asentamientos puede ser explicado por quienes consideran que los conflictos eran solo combates rituales análogos al t´inku etnográfico (Topic y Topic 1997, 2009). Aunque estas prácticas provocan heridos y hasta muertos, lo que permite caracterizarlas como "ritos" y no "guerras" es, precisamente, que no representan una amenaza para quienes no participan directamente, por lo que no llevan a las comunidades involucradas a adoptar recaudos defensivos. La guerra siempre conlleva actos rituales, lo que no significa que sea menos violenta o amenazadora, sino simplemente que quienes combaten aprovechan todos los recursos a su disposición, incluyendo hechizos, música, danzas, plantas alucinógenas y otras técnicas para movilizar el auxilio de ancestros, animales tutelares y otras agencias no humanas (Nielsen 2007). Los antiguos andinos también empleaban el rito para propiciar las cosechas, la multiplicación del ganado o la construcción de sus casas, lo que no convierte a su agricultura, ganadería y arquitectura en actividades "meramente" rituales.

8 Para quienes creen en la realidad de las guerras pre-incas se abre un segundo campo de discusión en torno a las especificidades de aquellas prácticas. ¿Quiénes se enfrentaban? ¿Cómo eran aquellos conflictos? ¿Qué normas los regulaban? ¿Cómo afectaban a otras actividades, como la agricultura o el tráfico interregional? Como estas indagaciones se encuentran en sus comienzos, solo mencionaré ejemplos de las diversas respuestas que comienzan a surgir. Respecto a las partes enfrentadas, se ha planteado que podría tratarse de conflictos locales entre vecinos, grupos del oriente amenazando a las poblaciones de tierras altas (un fenómeno del que hay testimonio escrito en época colonial) o luchas entre colectivos regionales (Nielsen 2003, Wynveldt y Balesta 2009). La ventaja de esta última interpretación reside en que su carácter multiplicador podría dar cuenta de la gran difusión y relativa contemporaneidad de los conflictos y, particularmente, de su presencia en la vertiente occidental andina, lejos del alcance que uno atribuiría a los ataques de grupos de las tierras bajas del oriente. La ausencia de fuentes de agua en la mayoría de los poblados, por su parte, ratifica que los combates debieron ser fundamentalmente emboscadas, asaltos sorpresivos y saqueos, antes que asedios o campañas orientadas a la conquista territorial, prácticas que estarían fuera de las capacidades logísticas de los pueblos de la época. La separación entre áreas residenciales y productivas (campos con terrazas y riego, ganadería trashumante) sugieren la existencia de normas capaces de regular la estacionalidad de las luchas, con temporadas de paz dedicadas a la producción (seguramente el verano) y épocas para la

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guerra. Esto podría también explicar la continuidad del tráfico interregional a pesar de las hostilidades, aunque hay otros escenarios posibles; por ejemplo, pudo haber grupos neutrales capaces de viajar e intercambiar a pesar de las tensiones (p. ej., pastores o costeros que no acusan indicios de conflicto en sus territorios), pero también ciclos que alternaran guerras con intercambios asociados a las negociaciones de paz como ha sido documentado etnográficamente en otras partes del mundo (p. ej., Wiessner 2009).

9 Otro tema en debate se refiere a las causas de las hostilidades. Las hipótesis propuestas incluyen presión demográfica y competencia por tierras, luchas políticas relacionadas con la disolución de Tiwanaku, contiendas por el control del tráfico de larga distancia, invasiones de otros grupos y deterioro climático (Arkush 2008, Balesta y Wynveldt 2010,Hyslop 1977, Núñez 1974, Ruiz y Albeck 1997,Schiappaccasse et al. 1989, ver evaluación en Nielsen 2003, pp. 95-97).La existencia de sequías en el sur andino durante el siglo XIV, que podrían haber abonado el clima de beligerancia, ha sido recientemente confirmada mediante reconstrucciones paleoclimáticas de alta resolución basadas en anillos de árboles (Morales et al. 2012). Cuando ocurren en la actualidad sequías de esta magnitud, conllevan el fracaso de la agricultura de secano en los sectores más áridos del altiplano, obligando a muchos hombres adultos a migrar a los valles y centros urbanos en busca de trabajo para sustentar a sus familias. Cabe pensar que crisis similares en el pasado no dejaron a las comunidades en las tierras altas más alternativas que apelar a la solidaridad de otros grupos menos afectados o presionar sobre sus vecinos a ambos lados de los Andes para asegurarse tierras con potencial para el riego (Llagostera 2010,Nielsen 2001a, Rothammer y Santoro 2001).

10 También comienza a cuestionarse recientemente el manejo de la fuerza militar y otras formas de violencia por parte de los incas. Las investigaciones de los últimos años han revelado que la formación del Tawantinsuyu en el siglo XV coincide con la destrucción violenta de áreas públicas y poblados importantes de varias regiones (Norte de Lípez, Loa superior, Río Grande de San Juan, Quebrada de Humahuaca), el abandono de ciertos asentamientos y la reorganización de otros, así como el vaciamiento de algunas regiones. Todo esto invita a revisar críticamente el supuesto de una expansión incaica negociada o impuesta pero sin uso efectivo de la fuerza, una idea basada en última instancia en testimonios orales recogidos durante la conquista que, sesgados por la voluntad propagandista del propio estado cuzqueño, pudieron haber omitido selectivamente ciertos hechos. Aunque con la conquista inca dejan de utilizarse sitios defensivos en ciertas regiones (p. ej., Norte de Lípez), en otras los sistemas de asentamiento locales no sufren cambios significativos, mientras que el Estado mismo parece controlar directamente las áreas de amortiguación o 'tierras de nadie' creadas durante el PDR mediante la construcción de tambos, guarniciones e instalaciones productivas.

Las consecuencias sociales de las guerras pre- incaicas

11 El escepticismo entre los arqueólogos respecto a la realidad o gravedad de las guerras pre-incaicas ha llevado a que, aunque a menudo se mencione al conflicto como una característica más de la época, se haya prestado poca atención a las consecuencias que pudo tener esta situación para los procesos sociales sur-andinos. El tema ha sido bastante discutido, en cambio, en la arqueología en general, principalmente con

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relación al papel que pudo desempeñar la guerra en el desarrollo de la complejidad social y, eventualmente, en el surgimiento del Estado (Carneiro 1970, Earle 1997, Haas 2001). Las opiniones varían ampliamente, pero últimamente hay cierto consenso en considerarla un elemento más capaz de promover cambios en las estructuras políticas y económicas, pero cuyos efectos específicos dependen de muchos otros factores cuya incidencia debe establecerse mediante un análisis histórico pormenorizado.

12 Hay elementos para afirmar que los conflictos del PDR provocaron cambios significativos en las formaciones sociales sur-andinas. En primer lugar, la concentración de la población en grandes asentamientos y la aparición en algunas regiones de relaciones jerárquicas entre ellos ponen de manifiesto procesos de integración que seguramente se asocian con nuevas prácticas e instituciones políticas, al menos entre los grupos agricultores y agro-pastores. Estas se hacen visibles en la proliferación de monumentos a los antepasados, los rastros de comensalismo público y la construcción de plazas en los principales poblados (Nielsen 2006). Todo indica que las nuevas pautas de convivencia y las alianzas entre grupos de parentesco y comunidades promovidas por la inseguridad resultaron en procesos de "fusión segmentaria" (Platt 1987) que resolvieron pacíficamente las disputas locales, redirigiendo la violencia hacia grupos ajenos a cada región. De acuerdo a esta interpretación, integración segmentaria local y guerra interregional se reforzarían mutuamente.

13 Tendencias hacia la intensificación e integración económica se advierten en el desarrollo de extensas superficies agrícolas con terrazas y andenes alimentados por complejos sistemas de irrigación que requieren una operación coordinada, como así también en la reorganización de los sistemas de movilidad y manejo del ganado. Más aún, podría argumentarse que el desarrollo de estructuras políticas supra-comunitarias estuvo acompañado de la implementación de estrategias económicas colectivas, en las que la formulación de los programas de trabajo, la planificación de uso de los recursos y otras decisiones económicas claves recaerían en manos de grupos o instancias administrativas superiores a la unidad doméstica. Por cierto, no tiene por qué haber una relación directa entre integración y desigualdad económica, entendida como participación diferencial en los procesos de trabajo y apropiación de recursos. La homogeneidad de la arquitectura doméstica y de los artefactos de uso cotidiano en general sugieren que la cultura material operaba como un discurso igualitario e inclusivo que sería consistente con un modo corporativo de acción política, pero la realidad es que no contamos aún con los datos de consumo necesarios para evaluar las desigualdades efectivas que pudieron existir en distintas regiones.

14 Otra tendencia notable en la cultura material del período es el desarrollo de estilos regionales diferenciados en la arquitectura, las inhumaciones, la vestimenta, la vajilla, las armas y otros elementos ubicuos en la experiencia cotidiana. Si este patrón revela el surgimiento de nuevas identidades colectivas, podríamos pensar que la guerra también favoreció procesos de etnogénesis, en los que afinidades culturales ancladas en una historia común y en la interacción local se acentuaron y asumieron carácter emblemático, diferenciando posibles grupos aliados de otrosy potenciales enemigos. Resulta sugerente que haya cierta correspondencia entre la ubicación de estos estilos y la de “grupos étnicos" que los conquistadores europeos documentaron en el siglo XVI. Ciertamente, la invención de tradiciones comúnmente asociada a la formación de etnicidades se vería facilitada por el masivo desarraigo y pérdida de memoria práctica que indudablemente debió acompañar a la relocalización de poblaciones del siglo XIII.

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La proliferación de referencias monumentales a los antepasados que se produce a partir de este momento (chullpas, wankas, etc.) es una expresión elocuente de este proceso político de reconfiguración de la memoria.

Guerra y memoria

15 Según los testimonios recogidos por los conquistadores españoles en el siglo XVI, la formación del Tawantinsuyu trajo consigo paz, mejoras económicas y un orden social justo, poniendo fin al caos ("behetrías") y a las guerras de la época anterior. Más allá del evidente sesgo ideológico que pesa sobre estas versiones "oficiales" pro-incas, resulta interesante cómo recordaban ese pasado guerrero los propios andinos. Considérese por ejemplo el relato que hace Waman Puma de Ayala sobre la edad de los guerreros (awca runas) anterior al inca: Y se quitauan a sus mugeresy hijos y se quitauan sus sementeras y chacarasyasecyas de agua y pastos. Y fueron muy crueles que se rrobaron sus haziendas, rropa, plata, oro, cobre, hasta lleualle las piedras de moler que ellos les llaman maray, tonay, muchoca, callota, y belicosos yndios y traydores. Y tenían mucho oro y plata, puroncullque[plata nativa], puroncuri[oro nativo], y tenía muy mucha... Y se hizieron grandes capitanes y ualerososprínzepes de puro uallente. Dizen que ellos se tornauan en la batalla leones y tigres y sorras y buitres, gabilanes y gatos de monte. Y ancí sus desendientes hasta oy se llaman poma [león], otorongo [jaguar], atoc [zorro], condor, anca [gavilán], usco [gato montés], y biento, acapana [celajes], páxaro, uayanay [papagayo]; colebra, machacuay; serpiente, amaro. Y ací se llamaron de otros animales sus nombres y armas que trayya sus antepasados; los ganaron en la batalla que ellos tubieron el más estimado nombre de señor fue poma, guaman [halcón], anca, condor, acapana, guayanay, curi [oro], cullque [plata], como parese hasta oy. (Guamán Poma 1980[1615], p. 52)

16 Lo primero a destacar es que el pasaje no solo relaciona el conflicto con la crueldad, la traición y la muerte, sino también con la riqueza y la vida. Esta ambigüedad tiene paralelos en otras expresiones vinculadas al conflicto (p. ej., léxicos, iconografía, armas y trofeos), que lo asocian también con el matrimonio, la complementación, la fertilidad y la renovación de la vida (Topic y Topic 1997). El segundo punto que interesa subrayar se refiere a la memoria de los antiguos guerreros y sus logros. Gracias a los méritos ganados en combate, los awca runa alcanzaron posiciones de autoridad (capitanes y príncipes) y se convirtieron en fundadores de linajes, es decir, antepasados. Sin embargo, no se recuerdan sus nombres sino los de los animales tutelares y armas que encarnaron en batalla, borrando así su individualidad de la memoria. De acuerdo con la orientación corporativa notada a partir de otros aspectos del registro material, fueron los ancestros, la colectividad de sus descendientes y las armas devenidas en emblemas, quienes atesoraron el poder y la riqueza nacidos de aquella era de conflictos.

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NOTES

1. No hay datos suficientes para evaluar la situación de los valles boscosos del piedemonte andino oriental. 2. Cabe aclarar que, aunque existen asentamientos más vulnerables, hay gran cantidad de sitios fortificados en el sur andino. Desde el lago Titicaca hasta Lípez, por ejemplo, los pukaras del altiplano poseen murallas defensivas concéntricas con accesos controlados, troneras y parapetos y se encuentran frecuentemente equipados con abundantes proyectiles en previsión de asaltos (Arkush y Stanish 2005,Nielsen 2002).

AUTHOR

AXEL E. NIELSEN

CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) - Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano, Argentina. Correo electrónico: [email protected]

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Cuatro destinos del guerrero: teorías de la guerra indígena en las tierras bajas sudamericanas1

Diego Villar

1 En un artículo publicado en La Prensa, en plena guerra del Chaco, Alfred Métraux se pregunta si hay alguna continuidad entre el conflicto entre Bolivia y Paraguay y la guerra tradicional de los indígenas del Pilcomayo (Métraux 1933, cf. Córdoba 2013). No pretendo resolver aquí tamaña cuestión ni menos aún revivir la discusión bizantina sobre qué es lo que constituye o no la guerra (Fried et al.1968, Otterbein 1999, Gat 1999, Otto et al. 2006). Por el momento, una definición agustiniana —si nadie me pregunta qué es la guerra lo sé, si me lo preguntan no lo sé— deberá bastar para identificar pragmáticamente, a grandes rasgos, cuatro tipos de explicación propuestos por la antropología a la hora de entender la guerra indígena en las tierras bajas sudamericanas. Lejos de las ambiciones analíticas de los modelos predictivos se trata de exponer cuatro grillas de interpretación de lo bélico como si fueran testimonios nativos, evaluando su productividad a la hora de iluminar los estudios de caso: i.e. cómo definen, escogen y disponen los datos, cómo establecen la relevancia de las asociaciones, cómo recortan los parámetros pertinentes de abstracción y de comparación. Sin embargo, antes de comenzar, conviene aclarar algunos puntos: primero, analizo la literatura etnográfica pero no necesariamente la arqueológica; segundo, no propongo un análisis exhaustivo de las teorizaciones en cuestión sino apenas la posibilidad de identificar líneas de fuerza que vertebran su explicación de la guerra amerindia; tercero, cuando hablo de “tierras bajas” me refiero especialmente a las áreas culturales del Chaco y de la Amazonía; por último, la idea misma de “guerra indígena” me remite —aunque sea en principio— a los enfrentamientos armados entre distintos grupos o subgrupos indígenas, y no necesariamente entre estos y diversos actores colonizadores coloniales, republicanos, privados, etc.

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La guerra contra el Estado

2 Célebre por sus reverberaciones filosóficas, una primera teorización de la guerra amerindia es la propuesta por Pierre Clastres. Como casi todo en la moderna etnología francesa, su interpretación parte de la obra de Lévi-Strauss. En efecto, en un artículo titulado “Guerra y comercio entre los indios de América del Sur”, Lévi-Strauss (1943) había adelantado uno de sus argumentos fundamentales: la guerra y el comercio son dos aspectos indisociables de un mismo problema, el intercambio. Los intercambios económicos son guerras potenciales, resueltas pacíficamente; las guerras son transacciones comerciales fallidas. En esta variación estructuralista de la fórmula clausewitziana —la guerra como continuación del intercambio por otros medios—, lo bélico se presenta como mecanismo de resolución de una crisis que interrumpe la paz, la cual se presenta como el estado primario, inicial o básico de la sociabilidad. Es aquí donde Clastres hinca el diente: si la guerra no es más que un caso particular de un sistema general de relaciones que constituye la sociedad (el intercambio), no hay una autonomía real para la esfera de la violencia; o, en otras palabras, si la guerra es todo, termina siendo nada. La teoría de Lévi-Strauss define la guerra en términos negativos, sin concederle una especificidad propia. En cambio Clastres insiste en la necesidad de definir la guerra en positivo, como una “estructura de la sociedad primitiva” que es “omnipresente” y no puede reducirse a un intercambio abortado (Clastres 1987, pp. 181-216).

3 ¿Dónde encuentra Clastres la positividad de lo bélico? De forma paradójica, en una nueva negatividad. O más bien en una suerte de dispositivo de obstrucción sociológica. Hay que pensar, aquí, en el típico cisma que reporta la etnografía amerindia: cuando una sociedad sobrepasa cierto nivel demográfico lo más probable es que sus miembros peleen entre sí y el grupo se divida. La guerra, dice Clastres, “es el principal medio utilizado por la sociedad primitiva para impedir el cambio social” (1987, p. 212). Como en el caso legendario del mesianismo tupí-guaraní, se trata de un mecanismo centrífugo que opera como un antídoto endógeno, un anticuerpo que obtura la fuerza centralizadora de lo social y bloquea el surgimiento amenazante de “lo Uno” (el Estado). Clastres desempolva en este punto la tesis duméziliana de las tres funciones de la ideología indoeuropea, encarnada en la tríada Júpiter-Marte-Quirino (soberanía, guerra, producción); aunque, si Dumézil analizaba la función guerrera en los mecanismos de representación de sociedades que procuran mantenerse divididas, él pretende en cambio comprender cómo actúa esa misma función en las sociedades que se pretenden igualitarias (Clastres 1987, p. 218)2.

4 En páginas memorables, Clastres relee el siglo de oro de la etnografía jesuita en el Chaco. Las obras de Paucke, Lozano, Dobbrizhoffer o Sánchez Labrador ponen en escena “la desgracia del guerrero salvaje” describiendovívidamentela voracidad bélica, el código de honor o la vocación de prestigio de las “cofradías” o “castas” guerreras de abipones, mocovíes y caduveos. La guerra chaqueña es una carrera abierta al talento. Cada hazaña lleva a la otra, el prestigio es puesto en juego en cada enfrentamiento y la gloria jamás es suficiente: hay una “insatisfacción permanente” del guerrero “condenado al activismo” y a “huir para adelante” en un vértigo individualista, desbocado, insensato, que lo hace ir a la batalla solo contra todos —como el cacique toba Kalali’in, que se infiltra por las noches en los campamentos nivaclés para degollar un par de enemigos hasta que finalmente lo capturan y muere torturado, sin emitir

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sonido. La lógica de la explicación de la guerra, así, es más o menos la misma que la del mesianismo tupí-guaraní: “la sociedad” impide que el guerrero acapare poder y se haga “señor”. Ciertamente le concede un efímero prestigio, pero a la vez la carrera bélica no deja de ser una empresa disfuncional, suicida, un “ser-para-la-muerte” que jamás logra afianzar un aparato centralizado de poder (Clastres 1987, p. 217-256).

5 El potencial heurístico de la antropología política clastreana es tan conocido como las denuncias de sus críticos, no menos violentos que los guerreros chaqueños: para unos la teoría de los anticuerpos “contra el Estado” esboza una visión de la acción social hiperculturalista; para otros compone una épica anti-evolucionista de ribetes utópicos; para otros, por fin, no es más que un enunciado metafísico. Más allá de las idiosincrasias, el punto que conviene retener es que la guerra amerindia se explica en función de una lógica interna, endógena, inmanente, autogenerada, por momentos casi trascendental, que caracteriza a toda “sociedad primitiva” (Clastres 1987, 2009)3.

La guerra constituyente

6 No se trata, sin embargo, de la única caracterización de la guerra indígena en términos culturalistas. Un segundo tipo de lectura, también de obvia inspiración lévi-straussiana, sugiere que todas las formas de enfrentamiento bélico (la caza de scalps chaqueña, el exocanibalismo chiriguano o juruna, el endo canibalismo aché, cashinahua o yanomami, la caza de cabezas mundurucú o jíbaro) comparten una misma lógica profunda, cifrada en una serie de postulados más o menos recurrentes.

7 En primer lugar la guerra supone la presencia de adversarios ni tan cercanos ni tan lejanos, ni tan iguales ni tan diferentes; así, por ejemplo, los shuar no pelean con sus parientes ni con los cocamas, los canelos o los blancos, sino más bien con los demás representantes de lo que podríamos llamar el “macroconjunto jíbaro”: los achuar, los candoshi, los aguaruna, etc. La guerra implica una afinidad electiva con ciertos enemigos preferenciales que comparten un determinado horizonte de inteligibilidad: no necesariamente la lengua, la cultura o las costumbres consideradas como un todo, pero sí el idioma simbólico del canibalismo, la vendetta, la caza de cabezas o de scalps. En segundo lugar los propios actores explican la guerra apelando a ideas más o menos explícitas sobre la captura, la absorción o la asimilación de fuerzas/poderes del enemigo. En tercer lugar la teoría nativa encubre una explicación más profunda, subyacente o implícita, que apela una vez más a la lógica del intercambio aunque no pasa tanto por la reproducción de la “sociedad”, a la manera funcionalista, sino más bien por la necesidad de reproducir el cosmos todo: la identidad, la memoria propia y ajena, el cuerpo físico y social, la fertilidad, los ciclos naturales y sociales, etc. En cierta forma, pues, la guerra no es algo que “sucede” sino que constituye un sistema autosustentable, estructuralmente necesario para que la sociedad y el cosmos puedan reproducirse4.

8 Las inflexiones argumentales de esta grilla de lectura son perceptibles en un caso paradigmático: los tupinambás de la costa brasileña. Por medio de crónicas como las de Hans Staden, Anchieta, Jean de Léry, André Thévet o Claude d’Abbeville, de los grabados de Teodoro de Bry o de los clásicos ensayos de Montaigne, estos indígenas componen el arquetipo del salvajismo para el imaginario colonial europeo de los siglos 16 y 17. Hay imaginerías recurrentes: por un lado la guerra intestina, cíclica, incesante; por otra parte el drama escalofriante del sacrificio de los cautivos y la antropofagia

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ritual. No hace falta reiterar demasiado la famosa secuencia de episodios que componen “la tragedia caníbal”. Un grupo tupinambá captura a un guerrero, lo lleva cautivo a la aldea, le da una esposa, lo domestica. El cautiverio no es una deshonra; por el contrario, el prisionero acepta orgullosamente el destino del guerrero y jamás se fuga. Finalmente, en una gran celebración colectiva, el prisionero vuelve a ser enemigo: es perseguido, apresado, insultado mientras anuncia altivamente a sus captores que lo vengarán sus parientes y que los matadores de hoy son las víctimas de mañana. Las víctimas de mañana lo ejecutan de un macanazo en la nuca. El matador suma un nuevo nombre, gana prestigio y guarda ayuno mientras sus parientes desmiembran, cocinan y comen la víctima (Combès 1991).

9 Las explicaciones clásicas del rito son las del etnólogo suizo Alfred Métraux (1928) y el sociólogo brasileño FlorestanFernandes (2006). El ciclo de las venganzas caníbales es un rito sacrificial que forma parte del “culto a los ancestros”, reparación simbólica que devuelve al grupo la “sustancia vital” que los enemigos le habían quitado en una matanza anterior. El ritual permite al grupo salir de la “dependencia” o “heteronomía mística” y restaurar el equilibrio del “nosotros colectivo” (Bossert y Villar 2007,Bossert 2012). Para la moderna etnología francobrasileña, en cambio, la antropofagia tupinambá es mucho más que eso; se trata del tipo paradigmático de relación social —la llamada “predación”— que presuntamente rige las tierras bajas sudamericanas, y muchas veces más allá. Partiendo del dogma lévi-straussiano de la ouverture à l’autre se invierte entonces el planteo clásico. Más que una vendetta (i.e. un fenómeno sociológico o jurídico), la guerra tupinambá es una predación ontológica (i.e. algo cosmológico, ontológico, metafísico). Los grupos sociales no preexisten a la guerra sino que se constituyen como tales, justamente, a través de ella: necesito al otro para poder reproducirme puesto que la relación con el enemigo —o la alteridad en sentido laxo— precede, constituye, posibilita en todos los casos mi propia identidad. Lo que asimilo no es ya la fuerza, la energía, la vitalidad o el poder de mi enemigo sino, justamente, su posición misma como enemigo; es decir, su propio punto de vista sobre mí. Al fin y al cabo mi identidad no es más que la suma de perspectivas que tienen los otros (extranjeros, enemigos, animales, espíritus, muertos) sobre mí mismo. En esta clave analítica, pues, se comprende por qué el canibalismo no solo constituye la forma paradigmática de la relación predatoria sino, incluso, de la relación misma (Carneiro da Cunha y Viveiros de Castro 1985,Combès 1991,Viveiros de Castro 1992, Fausto 2007).

La materialidad de la guerra

10 Un tercer tipo de explicación de la guerra amerindia plantea preguntas distintas. ¿Qué pasa cuando esa maquinaria bélica autosustentable se desarticula por razones demográficas, por factores de cambio social como la colonización, por cualquier forma de —digamos así— entrar en la historia? ¿Existió acaso esa maquinaria, o es más bien la construcción de ciertos profesores con imaginación entusiasta? ¿Cómo explicar la experiencia bélica de las sociedades indígenas chaqueñas, desarticuladas dramáticamente por la guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay, que se sirven no obstante del conflicto para realimentar antiguas enemistades? (Richard 2008, Capdevilaet al. 2010). ¿Cómo entender el uso colonial de indígenas en tropas de “indios amigos” (los guaraníes en las expediciones de Alejo García, Irala, Cabeza de Vaca o Ñuflo de Chaves durante el siglo 16), en cuadros organizados en las milicias misionales

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o incluso como mercenarios (los mundurucú de la Amazonía)? (Susnik 1971,Susnik y Chase-Sardi 1995,Ferguson 1990, Carvalho 2002, Martínez 2012). ¿Peleaban entre ellos antes de la llegada de los españoles? Y si lo hacían, ¿peleaban igual? ¿Qué pasa con los ciclos de vendettas de los jíbaros lato sensu cuando los misioneros jesuitas y salesianos introducen las armas de fuego? (Steel 1999). ¿O con los indómitos chiriguanos del piedemonte andino, que pasan de devorar a los siervos chanés en el rito antropofágico a venderlos como esclavos? (Díaz de Guzmán 1979 [1617-1618], p. 78). ¿O bien, al otro extremo del continente, con los mismos tupinambás, protagonistas por antonomasia de las elucubraciones neoestructuralistas? Porque ciertamente es posible hacer otra lectura de las fuentes del siglo de oro tupí a la luz de las demandas del mercado esclavista que abastece las plantaciones de caña de azúcar o de la propia guerra colonial entre Francia y Portugal (Ferguson 1990, p. 241). O sea que, en sus variantes más moderadas, esta grilla de lectura alternativa no solo nos propone ambigüedades y zonas grises en la tesis de una guerra autorregulada, sino que en sus versiones más extremas llega a afirmar sin ambages que la guerra indígena no es más que el epifenómeno de dichas disrupciones externas. La guerra como coyuntura pura.

11 Un buen ejemplo etnográfico es el de los caduveos, presentados tempranamente por el propio Lévi-Strauss (1958) como caso ejemplar del análisis estructural. Pero lo cierto es que ese mismo caso permite matizar aquella afirmación de Clastres: que la guerra indígena es un medio de impedir el cambio social. Desde los informes del jesuita Sánchez Labrador a los reportes etnológicos de Branislava Susnik, estos indígenas son famosos por la adopción del llamado “complejo ecuestre” y también por sus llamativos mecanismos de estratificación social. En efecto, la caduveaes una sociedad “aristocrática” con una tripartición duméziliana o hasta medieval: primero los nobles, jerarquizados a su vez en nobles hereditarios y otros ennoblecidos por matrimonios hipergámicos; segundo los guerreros, con sus prerrogativas especiales, sus cofradías y sus rituales de iniciación, que permiten al ascenso social; finalmente los siervos, jerarquizados a su vez, que provienen de diferentes parcialidades vecinas (terenas, guanás, guaraníes, chamacocas, caingangues). El propio Lévi-Strauss reporta ejemplos elocuentes de la obsesión caduvea con la estirpe, la raigambre y la alcurnia: las mujeres blancas capturadas no tienen nada que temer de los indígenas porque ningún caduveo mancillaría su sangre poniéndoles un dedo encima; las damas rehúsan visitar a la esposa del virrey porque solo la reina de Portugal sería digna de ellas; o la mujer que declina la invitación del gobernador de Mato Grosso para ir a Cuiabá porque supone que el funcionario quiere casarse con ella y no quiere ofenderlo con su rechazo. La ideología jerárquica cuenta incluso con una legitimación mítica. Cuando el ser supremo Gonoenhodí crea a los hombres saca de una tinaja a los guanás y les da agricultura, luego saca a las otras tribus y les regala la caza, y al hacerlo olvida a los caduveos en el fondo del recipiente: como nada queda para ellos les concede el derecho de oprimir y explotar a los demás. En la praxis esta ideología de rango se manifiesta en una curiosa aversión por lo emocional, por lo sentimental, casi por la misma biología. Los caduveos dicen sentir “asco” por la procreación y no son raros entre ellos el aborto y el infanticidio: la perpetuación del grupo ocurre de hecho por captura y por adopción más que por generación —así, el propio Lévi-Strauss calcula que, a principios del siglo 19, apenas el 10% del grupo es caduveo “de sangre” (1958, p. 155-212). Y sin embargo, más allá de la adopción del caballo y de las implicancias sociopolíticas del horse complex, las fuentes sobre el Chaco y el Mato Grosso muestran una y otra vez que los caduveos no solo apresan esclavos para reproducir su propio sistema social: alternan los papeles de

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aliados o enemigos de españoles y portugueses en tiempos coloniales y luego de los paraguayos o brasileños en tiempos republicanos, siempre de acuerdo con los intereses del momento, tomando esclavos para sí pero a la vez para comerciar con el frente colonizador. O sea que, al menos en este caso, la guerra indígena parece ligarse con el motor de la diferenciación social de un modo bastante más complejo que el que imaginaba Clastres5.

12 Si las explicaciones clastreanas o neoestructuralistas llevan la explicación de la guerra a un extremo analítico (reducir lo bélico a una causa, función o sentido internos), este nuevo tipo de interpretaciones suele conducir al otro: desplaza por completo la agencia bélica hacia el exterior del mundo indígena. En esta clave hermenéutica la guerra no es ya una institución autorregulada, endógena, en definitiva propia, sino mera coyuntura provocada por el interés de mantener o mejorar determinadas condiciones materiales de existencia en condiciones históricamente cambiantes, y especialmente en escenarios de contacto —un ejemplo claro de esta grilla de lectura es el de Brian Ferguson (2001, p. 100-104), que analiza la guerra yanomami como consecuencia directa de la intervención de misioneros, militares, antropólogos y ONG. Y el caso yanomami, justamente, nos lleva a un último tipo de explicación de lo bélico.

Guerra biológica

13 La interpretación biológico-evolutiva de la guerra tal vez sea menos conocida para nosotros pero tiene sentido en el marco institucional del campo antropológico norteamericano, dividido tradicionalmente en arqueología, antropología lingüística, antropología cultural y antropología biológica. Justamente hablando de guerra hay ahí una suerte de conflicto endémico entre la antropología biológica y la cultural. Si los enfoques culturales basan sus hallazgos en tendencias inferidas a partir de conjeturas, intuiciones o generalizaciones que se asumen como diagnósticas, la antropología evolutiva o biológica enfatiza más bien los hard facts (p. ej. estadísticas); por citar un solo ejemplo, se calcula meticulosamente la tasa estadística de muertes bélicas sobre muertes totales en las “sociedades simples”, que al parecer ronda el 15% (y el 25% para los varones) (Gat 1999, p. 595).

14 El conflicto de las interpretaciones estalla en la “controversia yanomami”, que a esta altura es ya una disciplina en sí misma y abarca centenares de libros, artículos y sitios de internet. La enorme mayoría de las referencias gira en torno de la figura de Napoleón Chagnon —según el New York Times, “nuestro antropólogo más controvertido”. Chagnon es un antropólogo biológico polémico, con un perfil altísimo, políticamente incorrecto, que se regodea posando con escopeta y sombrero de cowboy al estilo Indiana Jones y vende miles de libros diciendo cosas como que “los mayores obstáculos para la teoría de la evolución son las religiones organizadas y la antropología cultural” (Eakin 2013, p. 32). Como era de esperar los antropólogos culturales contraatacan acusándolo de forzar o fabricar los datos, de clamorosas faltas de ética (p. ej. obligar a los indígenas a revelar sus nombres secretos o pagarles a terceros para que revelen los nombres de los demás), o bien de “esencializar” o “exotizar” a los yanomamis como una sociedad de la violencia.

15 Un punto álgido en tanta discordia es un artículo publicado por Chagnon (1988) en Science, en el que afirma que los yanomamis viven en un estado de guerra crónica. Analizando casi trescientas historias de vida de unokai (aquel que ha matado a otra

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persona y cumple el tradicional ritual purificatorio para espantar el espíritu de la víctima), Chagnon concluye que estos tienen más esposas e hijos que los hombres normales en proporción de tres a uno. Por lo tanto, a más guerra, más éxito reproductivo. La guerra no es pues una adaptación más entre otras: “La violencia es una fuerza potente en la sociedad humana y bien puede ser la principal fuerza que impulsa la evolución de la cultura” (Chagnon 1988, p. 985).

16 Las críticas al planteo de Chagnon son de varios órdenes. En primer lugar hay una serie de problemas de traducción: la definición de unokai como “aquel que mató con tal o cual método” encubre en rigor otros valores asociados culturalmente con el coraje, con la suerte en la caza, con la generosidad y, en cuanto a la capacidad concreta para la violencia, con la capacidad de dañar mediante la hechicería. En segundo lugar Chagnon omite las estadísticas de padres muertos de niños vivos, cuando el sentido común indicaría que quienes no mueren prematuramente en la guerra tienen más chances de llegar a viejos y de procrear que aquellos que mueren jóvenes. En tercer lugar, no distingue la “unokai-dad” de la “normalidad” yanomami por grupos de edad, y entonces no queda claro si los guerreros tienen más hijos por ser unokai o simplemente por ser adultos y viejos, o si tienen más esposas e hijos por ser unokai o simplemente por ser caciques (todos los jefes son unokai pero no todos los unokai son necesariamente jefes y, como en casi todas las tierras bajas sudamericanas, la poliginia yanomami es prerrogativa cacical). En cuarto lugar, Chagnon no distingue con claridad al pater del genitor, i.e. la paternidad social de la biológica: así, los grandes guerreros tienen muchas esposas que a la vez tienen amantes jóvenes, que suelen darles hijos, a los que se clasifica como progenie de unokai —lo cual socialmente no supondría ningún problema pero sí resulta incómodo para un argumento que liga causalmente el prestigio guerrero con la reproducción biológica (Albert 1989, 1990; Ferguson 2001, pp. 106-101). Más allá del perfil controversial de Chagnon, pues, las últimas décadas han visto acumularse una serie considerable de críticas en función de la consistencia interna de su modelo6.

Una ciencia de la guerra

17 En las tierras bajas sudamericanas el destino del guerrero indígena parece limitarse a morir en una busca maníaca del prestigio social, a morir para perpetuar al otro y en el ínterin a sí mismo, a morir por circunstancias externas que no siempre termina de entender o bien a morir para obtener más esposas e hijos. Más allá de si la muerte es autogenerada o impuesta podemos preguntarnos qué presupuestos antropológicos anidan tras cada una de estas cuatro grillas exegéticas. Pues si las dos primeras revelan aspiraciones filosóficas más o menos encubiertas, las dos últimas se apoyan en razones más prosaicas. En efecto, en las teorías materialista y biológica la categoría de “guerra” tiene un sentido más o menos familiar para nosotros; en última instancia, las motivaciones son básicamente las mismas para todos los hombres (consciente o no el guerrero busca mejorar su estatus material, reproductivo, etc.). La segunda interpretación (neoestructuralista), en cambio, pone en escena un actor que necesita combatir por una razón completamente diferente: para constituir su propia identidad personal y colectiva al reciclar la alteridad. Resta, por último, la alternativa más inquietante, la formulación clastreana, que postula un guerrero que mata para preservar su sociedad tal como está, en una suerte de equilibrio que precisamente

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supone a la propia guerra como “estructura básica”; con lo cual, abusando un poco de la transitividad, podríamos decir que mata para seguir matando.

18 Sea como fuere, a la hora de analizar la guerra indígena este breve repaso nos obliga a pensar en qué medida podemos ir más allá de las declaraciones programáticas y trascender realmente la epistemología teleológica (Hallpike 1973)7.

19 Por otra parte, impone una segunda constatación. No hemos avanzado mucho más allá de lo que aventuraba Métraux en 1933. ¿Con quién se hace la guerra? En general con adversarios preferenciales ni tan cercanos ni tan distantes, ni tan similares ni tan distintos, con los cuales se comparten ciertos códigos. ¿Qué es la guerra? Un hecho social total con facetas prácticas, tecnológicas, logísticas, económicas, simbólicas, productivas, ideológicas, etc. ¿Por qué se hace la guerra? Según los actores el casus belli puede ir desde pleitos jurisdiccionales (p. ej. cotos de caza, pozos de agua, espacios de pesca) hasta la vendetta, del mero afán de conseguir alimentos, armas o herramientas a la acumulación sistemática de prestigio, poder, nombres, cautivos, mujeres o niños. ¿Cómo se hace la guerra? Evitando en lo posible el enfrentamiento abierto, “simétrico” o “directo” en los viejos términos de Basil Lidell-Hart; prefiriendo en todos los casos la emboscada, el raid sorpresivo por la madrugada o cualquier otra estrategia que minimice el riesgo y garantice la mayor probabilidad de éxito (“La táctica de los indios consiste esencialmente en sorprender y no ser sorprendidos”, dice Métraux en 1933; cf. Liddell-Hart 1989, Gat 1999). En lo que varía luego cada orientación analítica es en la explicación de la causa profunda, subyacente, determinante, lo que podríamos llamar el locus de una agencia bélica que parece escapar a la conciencia de los actores para afincarse en la estructura cosmológica, en un anticuerpo misterioso contra la centralización política, en evaluaciones grupales de costos y beneficios en tiempos de cambio social o incluso en una serie de adaptaciones evolutivas. En estas condiciones lo más razonable es pues evitar el dogmatismo teórico, moderar el entusiasmo explicativo y tomar las teorías generalistas de la guerra amerindia con todas las salvedades aplicables a cualquier tipo ideal: las formas bélicas particulares pueden clasificarse en varias de las categorías a la vez, y las grillas interpretativas no son necesariamente excluyentes ni más que artificios heurísticos que el observador construye para resaltar contra ellos la particularidad de cada modalidad bélica (Weber 1993). Después de todo, como dicen que decía Liddell-Hart, sin duda hay una ciencia de la guerra: solo nos falta descubrirla.

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NOTES

1. Agradezco a Nicolás Richard, Lorena Córdoba y particularmente a Kathleen Lowrey por haber contribuido de diversas formas con la realización de este trabajo. 2. Para balances críticos sobre el modelo duméziliano de las tres funciones, y en particular de la “segunda función” guerrera (Dumézil 1969), ver Littleton 1966; Momigliano 1987. 3. Entre las muchas lecturas críticas o apologéticas del legado clastreano pueden consultarse Saignes 1985; Terray 1989; Deleuze y Guattari 2002; Combès y Villar 2013; Campagno (Ed.) 2014.

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4. Entre otros, ver por ej. Menget 1985; Chaumeil 1985; Viveiros de Castro 1992; Descola 1993; Taylor 1995; Erikson 1986; Sterpin 1993, e incluso, en un contexto alejado de las tierras bajas sudamericanas, Vernant 1994. Una visión matizada de este tipo de enfoque es la de Goés Neves (2009). 5. Para más datos sobre la notable estratificación social de los caduveos, ver Sánchez Labrador 1910 [c. 1770]; Rengger 2010 [1835]; Oberg 1949; Susnik 1971; Cardoso de Oliveira 1976; Cordeu 2004. Para profundizar el tema del llamado “complejo ecuestre”, ver Kersten 1968; Schindler 1983; Mitchell 2015. 6. Las repercusiones de las “guerras yanomamis”, relativas tanto a las teorías de Chagnon como al legado de otros autores posteriores (J. Lizot, J. Neel, P. Tierney, etc.), son prácticamente inabarcables: ver por ej. Ferguson 1990, 2001; Heinen e Illius 1996; Sahlins 2000. 7. Como “esencialismo”, “funcionalismo” es una de esas categorías que la corrección política actual impone conjugar como verbo irregular: yo estudio el sentido de determinada práctica para los actores, tú analizas la racionalidad de esa costumbre para una sociedad, él es funcionalista. Los funcionalistas son siempre los demás. ¿Pero cómo analizar la guerra sin preguntar “por qué” o “para qué”? ¿Dónde hay una interpretación de la guerra indígena que no sea teleológica en algún punto?

AUTHOR

DIEGO VILLAR

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina Correo electrónico: [email protected]

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De la historia militar a la historia de la guerra. Aportes y propuestas para el estudio de la guerra en los márgenes

Alejandro Rabinovich

1 El siguiente texto busca colaborar con la discusión general en torno al concepto de guerra desde una perspectiva historiográfica renovada. No se habla desde la historia militar, o al menos no en la manera en que se entendía tradicionalmente a esta subdisciplina, sino que se intenta una verdadera Historia de la Guerra, es decir, un abordaje histórico del fenómeno guerra que logre incorporarlo como una dimensión adicional a las coordenadas económicas, sociales y políticas habitualmente utilizadas por la historiografía académica. Dado el espíritu de la convocatoria, y en pos de habilitar el diálogo con disciplinas diversas, se va a intentar reflexionar con el mayor grado de generalidad, si bien se acepta de antemano que las ideas avanzadas surgen de un conjunto de investigaciones centradas en el Río de la Plata de la primera mitad del siglo XIX. Se acepta también que la generalidad adoptada implica, necesariamente, el uso de ciertas simplificaciones un tanto burdas de cuestiones mucho más complejas que han sido tratadas en trabajos específicos ya publicados. Por último, y a fin de facilitar la articulación del diálogo con los demás participantes, se va a organizar el texto en tres tiempos que responden de manera más o menos directa a las preguntas originales avanzadas por el coordinador.

1. Acerca de la forma del fenómeno “guerra” en mi campo de estudio y de los desafíos que implica respecto de la definición tradicional de la cuestión

2 Planteemos el campo de estudio como la totalidad de las formas de lucha armada que tuvieron lugar en el Río de la Plata desde la crisis revolucionaria hasta la consolidación

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de la organización estatal a escala nacional. Dentro de este marco, sociedades indígenas sin Estado han jugado un rol muy considerable y, por momentos, determinante, por lo que es necesario prestarles atención a cada paso. Sin embargo, por el momento me he concentrado mayormente en los diversos modos de hacer la guerra de la sociedad “criolla”. Es decir que, a diferencia de varios de los participantes de esta conversación, mi estudio está centrado en sociedades con Estado, si bien la forma, alcance y supervivencia de estas formaciones estatales, todas muy precarias, están en cuestión durante todo el período que analizo.

3 Desde el punto de vista tradicional, tanto de la historia política como de la militar, estudiar la guerra en las sociedades con Estado implica seguir básicamente a Clausewitz en su idea madre de la guerra como continuación de la política por otros medios, es decir de la guerra como un instrumento más al alcance del gobierno, a ser usado racionalmente para alcanzar sus fines. Desde este punto de vista, el análisis de la guerra se centra en sus causas, sus motivaciones ulteriores, su rédito político y eventualmente su costo. Así, la guerra responde al designio y sirve a los grandes fines de una nación o de un sector social1.

4 Desde mi tesis de doctorado me he abocado a intentar emancipar al estudio de la guerra de esta perspectiva (Rabinovich 2013). Realizar, para el ámbito que me compete, lo que Foucault propuso en otro lado como “invertir a Clausewitz”, es decir, replantear la cuestión ensayando comprender a la política y al Estado como una continuación de la guerra y no viceversa (Foucault 1996, p.24). En este sentido, he tratado de recentrar el planteo, de la guerra entendida tradicionalmente como contienda entre Estados hecha de campañas militares, a un “estado de guerra”, es decir, un modo de ser de una sociedad determinada, que puede ser transitorio o permanente, en el que la guerra determina de forma predominante los modos de funcionamiento sociales. No pensar ya tan solo en gobernantes, generales y ejércitos, sino en la sociedad en su conjunto en la medida en que la situación o estado de guerra afectan su funcionamiento. Así, la guerra debería poder ser rastreada en el combate propiamente dicho, pero también en las prácticas económicas y políticas, en las relaciones interpersonales, en la educación de los niños, en la división sexual y finalmente, también, en el tipo de formación estatal. Hablo entonces de “sociedad guerrera” para aquellas sociedades en que la contienda armada, el choque y el afrontamiento radical dominan todos estos ámbitos.

2. Acerca de la guerra y las formaciones sociales, y más particularmente acerca dela formación y composición de los cuerpos combatientes

5 En una sociedad en estado de guerra según los términos anteriores, la cuestión del sujeto combatiente excede ampliamente al ámbito de los militares de oficio o profesionales. Habría que pensar la cuestión en varias dimensiones. Por un lado, los valores sociales, los discursos predominantes, los modelos de hombre se “marcializan” y hacen de la guerra el centro de la vida social. Esto en el Río de la Plata es muy evidente a partir de las Invasiones Inglesas y puede ser estudiado abundantemente a partir del análisis del discurso o de las representaciones sociales. Una vez que los valores guerreros son adoptados, los hombres y mujeres de todas las clases van a ser socializados según estos parámetros, ya sea a través de la educación formal escolar

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(totalmente militarizada) o informal (Rabinovich 2012a). Al mismo tiempo, la sucesión incesante de campañas militares va generando una “mano de obra” militar disponible, difícil de ocupar en otras áreas en tiempo de paz (es el eterno problema de la desmovilización de los ejércitos y la reinserción de los combatientes), y toda la población tiende a tener algún tipo de experiencia militar anterior (ya sea en el ejército de línea o en las milicias), por lo que constituye una especie de reserva también disponible. En este contexto, se dan dos fenómenos complementarios. Por un lado, las formaciones estatales (hablamos en plural, sobre todo después de 1820, ya que todas las provincias, ahora independientes y soberanas, tienen sus propias fuerzas armadas) tienden a llevar la “militarización” de la población al límite, incorporando al mayor número de hombres posibles a las fuerzas militares que responden al Estado. Para el Río de la Plata, he tratado de mostrar que la “tasa de militarización” efectiva de la población masculina adulta fue altísima, por lo menos para el período de las guerras de la revolución, solo comparable a la de Prusia en vísperas de la Revolución Francesa (Rabinovich 2012b). Pero por otro lado, esta militarización permanente y regular se vio complementada y a veces superada por una movilización armada ascendente, intermitente y más o menos irregular: milicias activas y pasivas, cuerpos francos, montoneras, pueblos en armas, formaciones mixtas de todo tipo con auxiliares indígenas. Son estas fuerzas las que terminan imponiéndose por su capacidad de movilizarse de manera masiva, rotativa y a bajo costo, ante la escasez crónica de recursos fiscales por parte de los Estados encargados de pagar los sueldos. En este caso ya no son solo formaciones estatales las que se hacen la guerra mutuamente, son pueblos movilizados que hacen de la guerra un modo de vida.

3. Acerca de la memoria de la guerra, las formas de elaboración cultural de esa violencia y, más ampliamente, la naturaleza y limitaciones del archivo sobre el que trabajamos

6 Respecto de la elaboración cultural de la violencia, ante todo, he señalado en diversos trabajos que a medida que la guerra se hace permanente, y que la violencia se generaliza e intensifica, se produce una “insensibilización” social respecto de incluso sus formas más extremas. Es decir, se da un proceso en el que los conflictos iniciales (en nuestro caso, primeras campañas de las guerras de independencia) van decantando hacia versiones cada vez más descarnadas de la guerra a muerte, y dan paso a contiendas interprovinciales y facciosas donde el uso de la violencia se radicaliza. Esta radicalización, que se expresa ante todo en el manejo de los prisioneros y la población civil, en las formas de dar la muerte y en el trato de los cadáveres, es aceptado por una sociedad cada vez más indiferente a la distancia creciente entre las prácticas concretas de la guerra local y los valores predicados por la religión y el derecho de la guerra. En este punto, la más extrema violencia de guerra va a ser pasible de ser recogida por la literatura, la poesía o el cancionero popular sin generar rechazos contemporáneos. Un buen ejemplo es la manera en que los degüellos de prisioneros se hacen corrientes durante los momentos más álgidos de las campañas entre unitarios y federales, sobre todo en 1828-1831 y 1839. En este sentido, y para dialogar con el trabajo de Capdevila, podría explorarse, a modo de hipótesis, la medida en que esta cultura de la violencia

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guerrera, consolidada regionalmente durante más de medio siglo, genera las condiciones de posibilidad de la catástrofe paraguaya en la guerra de la Triple Alianza.

7 Sin embargo, a medida que avanza el proceso de consolidación estatal, y que toma forma el esfuerzo por dotar al nuevo Estado de una memoria histórica oficial, el carácter extremo de la violencia ejercida va a tender a ser invisibilizado. El Estado se va a dar a sí mismo un pasado militar “glorioso” y sobre todo “respetable”, hecho de ejércitos de línea llevando adelante campañas según el estado del arte y decidiendo la contienda en batalla campal. Las masacres de Lavalle en la provincia de Buenos Aires o las de Oribe en el interior van a desaparecer ante la luminosidad cegadora de un San Martín cruzando los Andes y triunfando en Chacabuco o Maipú. En esta selección de la memoria histórica, la distinción canónica entre guerras propiamente dichas y “guerras civiles” va a jugar un rol fundamental. Mientras que las primeras, representadas al infinito en los monumentos públicos, el cancionero patriótico y los textos escolares, van a oponer siempre al Estado con un enemigo externo y presentado como legítimo (la Corona española, el Imperio del Brasil, Gran Bretaña o Francia), las segundas van a ser relegadas a la memoria partidaria o provincial, pero nunca nacional. Gracias a esta operación de “regularización” de su pasado militar, el Estado va a poder presentarse simbólicamente como el actor y heredero de un ejercicio de la violencia guerrera sin dudas extenso, pero legítimo y “civilizado”. Nuevamente, la Guerra de la Triple Alianza aparece como un caso límite: guerra “internacional” y “regular” que, sin embargo, dado el balance extremadamente cruento de su desenlace, no va a poder ser procesada e incorporada a la memoria oficial.

8 Respecto del tipo de archivo disponible para el estudio, es previsible que el mismo refleje las condiciones de existencia concretas del aparato estatal que lo produjo. Respecto de la cuestión militar, el carácter extremadamente fragmentario del material resguardado en el Archivo General de la Nación es un indicio certero de las dificultades encontradas por el Estado central para dirigir las fuerzas de guerra que operaban, incluso en su nombre, a lo largo del territorio (la situación no es diferente en otros archivos como los provinciales). Para dar un ejemplo, durante toda la guerra de Independencia el gobierno en Buenos Aires ignora el número total de efectivos de que dispone en la totalidad de los frentes de conflicto. Esto nos habla de un reclutamiento ordenado en Buenos Aires pero ejecutado localmente por los comandantes en el terreno, quienes disfrutan de una autonomía mucho mayor de la que figura en la Ordenanza. No existe así “un” ejército, sino que ejércitos como el de los Andes, el del Norte o el del Centro gozan de amplia independencia, tienen una base territorial específica y fuertes lazos con la población local. Si respecto de las fuerzas de línea la información es deficiente, respecto de las milicias la misma llega a ser, por períodos, inexistente. Este fenómeno se agrava en la medida que las fuerzas de guerra se adentran en el terreno de lo irregular, en el sentido de que por no depender de un Estado determinado producen un mucho menor volumen de documentos escritos aprovechables. Este motivo hace que un abordaje integral del fenómeno de la guerra no pueda realizarse exclusivamente a partir de archivos oficiales, y que sea indispensable el recurso sistemático a fuentes alternativas como las memorias de combatientes.

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BIBLIOGRAPHY

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Rabinovich, A.M. (2013). La société guerrière. Pratiques, discours et valeurs militaires dans le Rio de la Plata, 1806-1852. Rennes: Presses Universitaires de Rennes.

NOTES

1. Sobre la visión de Clausewitz y sus implicancias para el estudio de la guerra la referencia sigue siendo el magistral primer capítulo de Keegan 1993.

AUTHOR

ALEJANDRO RABINOVICH

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas y Universidad Nacional de La Pampa, Argentina Correo electrónico: [email protected]

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La Guerra de la Triple Alianza (1865-1870) y la Guerra del Chaco (1932-1935). Dos guerras internacionales en un marco colonial

Luc Capdevila

1 Las guerras del Paraguay contemporáneo —la de la Triple Alianza entre 1865 y 1870 y la del Chaco entre 1932 y 1935— son guerras de masas, "de alta intensidad", que tienen por protagonistas a Estados nacionales en construcción o ya formados, y que ocurrieron en el marco de los convenios internacionales en preparación o ya funcionando. Hay que recordar que estas dos guerras internacionales son las más sangrientas que se hayan desarrollado en América durante los siglos 19 y 20. Paraguay casi desapareció durante la primera, y salió victorioso —pero reventado— de su enfrentamiento con Bolivia durante la segunda. En ambos casos Paraguay luchó "a muerte" contra sus vecinos. Por lo tanto, ambos conflictos son eventos matriciales que han participado en la formación del núcleo de la identidad nacional de este país.

2 Ambas guerras han generado relatos históricos patrióticos clásicos y constituyen un fondo simbólico nacional y heroico. Son numerosos los recuerdos de ex combatientes, testimonios, novelas y trabajos académicos que alimentan y organizan esta narrativa nacional de los beligerantes. Sin embargo, no es posible entender estas dos grandes guerras americanas desde una lectura estrictamente nacional (Richard et al. 2007). El contexto colonial es fundamental para entender las formas, las dinámicas y los impactos que supusieron. Es lo que quiero mostrar en el caso del Paraguay, que conozco mejor.

3 Acerca del marco colonial, hacemos nuestra las definiciones de Georges Balandier y de Pablo González Casanova. Es decir que, ya sea un colonialismo imperial o uno interno, se refiere a un orden social marcado por la violencia y la dominación social, cultural, económica y política de una sociedad humana sobre otra (Balandier 1951, Casanova

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1964). O, como lo precisa Frederick Cooper a propósito de los imperios europeos durante el mismo periodo, la situación colonial corresponde "a un conjunto de prácticas que definieron y reprodujeron en el tiempo la diferenciación y la subordinación de tal pueblo en un territorio particular" (Cooper 2010, p. 40).

4 Nos parece que hay también una dimensión psico-histórica de la colonización, ya que uno de los efectos de estas relaciones de dominación es la cristalización de comunidades emocionales caracterizadas por un sentimiento mutuo de inseguridad, de desconfianza y de miedo al otro, lo que puede favorecer violencias extremas, imaginadas y perpetradas (Gómez 2013,Joly 2009). Generalmente estas relaciones se forman en sociedades compartimentadas, donde se asocian comunidades distintas, que ven en el otro una alteridad radical. Así que el racismo es una de las expresiones más comunes.

5 Por lo tanto, me parece que las guerras del Paraguay ocurrieron en un contexto colonial que generó formas específicas de guerra que no se suelen encontrar en los conflictos internacionales convencionales, a diferencia de las guerras coloniales, guerras civiles, o de los conflictos internacionales explícitamente no convencionales, como por ejemplo en la segunda guerra mundial en el Este europeo o en el Lejano Oriente, cuando Japón se enfrentó a China.

6 A partir de esta hipótesis, y con relación al cuestionario que se propone para organizar el debate, me gustaría desarrollar tres puntos sobre estos dos conflictos. El primero es la violencia extrema desplegada durante la Guerra de la Triple Alianza. El segundo trata de la construcción de la identidad nacional basada en el mestizaje y el bilingüismo, que se formó en Paraguay durante ambos conflictos. El tercero, analiza la matriz colonial caracterizada por la memoria de la Guerra del Chaco en Paraguay.

El tema de la violencia desplegada durante la Guerra de la Triple Alianza

7 Todos conocemos la sobremortalidad que caracteriza al Paraguay durante la Guerra de la Triple Alianza. Esta corresponde a un nivel de violencia que no tiene equivalente en el siglo 19 y 20 en los conflictos convencionales (Doratioto 2004, Capdevila 2010, Whigham 2010/2013). En cambio, estos niveles de mortandad sí se corresponden con los de guerras civiles o conflictos coloniales. Sin embargo, la Guerra del Paraguay se da en un marco convencional real y en parte operativo. Las élites lo proclamaron. También es observable en el tratamiento de los prisioneros de guerra, en el discurso sobre la guerra y en la movilización que prepara la guerra (discurso de los diplomáticos, declaraciones públicas, pactos) y al terminar el conflicto (juicio, comité de arbitraje, tratado, comisión de investigación para determinar las responsabilidades).

8 De hecho, la Guerra de la Triple Alianza ha conocido formas híbridas. Por un lado, porque más allá de la contienda entre los Estados, hay actores autónomos que practican una guerra de captura. Muchas paraguayas siguieron a los vencedores, se casaron con soldados brasileños o argentinos y este dato no ha producido una ‘memoria de la vergüenza’ en Paraguay. Existen también algunas evidencias de captura y de negocio de niños fomentados por oficiales uruguayos (Casal 2004). Del mismo modo, el reclutamiento de los prisioneros de guerra fue común, en particular de parte de

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Argentina y sobre todo de Uruguay. Al final de la guerra, el 80% del ejército uruguayo se compone de prisioneros paraguayos reclutados (Casal 2004).

9 La naturaleza híbrida del conflicto se nota también en el uso de la violencia. Su uso es diferente según la figura del enemigo. La violencia es extrema, exagerada a través de la mutilación de cadáveres o el asesinato de caballos, cuando se trata de enfrentamientos entre indios aliados de la Triple Alianza y soldados paraguayos (Taunay 1913). Entre los beligerantes nacionales la violencia varía según las fases de la guerra. Por ejemplo, es fuertísima, por el lado brasileño, a partir de la invasión del territorio paraguayo, lo que puede explicar la resistencia absoluta de una parte del ejército y de la sociedad paraguaya.

10 Sobre todo, se verifica la importancia, o la inercia de una cultura colonial en los discursos de movilización y en la designación del enemigo, a través del racismo y del proceso de animalización usados para dibujar la figura del enemigo. El miedo al otro y el sentimiento de la amenaza recíproca del exterminio son generalizados. Se nota también cómo en la práctica los oficiales construyen y transmiten la idea de la alteridad absoluta del enemigo. Podemos observarlo con la actitud de los oficiales paraguayos para convencer a sus compatriotas de que los presos de la triple alianza son animales. Exponiéndolos y tratándolos como animales. Por ejemplo, sirviéndolos la comida en un mismo recipiente, en el suelo, como si fueran cerdos1.

11 Sin embargo, igual que en la sociedad colonial, hay una cercanía cultural relativa entre las comunidades. Se la puede observar por ejemplo en el uso plural de los idiomas. Más allá de la práctica común del español, a menudo la prensa paraguaya usa el guaraní cuando los paraguayos toman la palabra, y utiliza el portugués para hacer hablara los brasileños (Johansson 2014). La proximidad cultural se observa también con los numerosos casamientos que siguen a la agresión y a la ocupación militar. Como ya lo dijimos, centenares de soldados aliados se casaron al final de la guerra con paraguayas2.

12 Estos diferentes elementos recuerdan las prácticas y la estructura del antiguo régimen colonial caracterizado por las castas y por lo tanto por el mestizaje y por la fluidez de las identidades mestizas como circulación de una casta a otra. Recuerdan también que el teatro de esta guerra se organiza sobre el sistema de fallas de las antiguas fronteras coloniales. Frontera entre el Imperio portugués y el Imperio Español, bajo presión de las incursiones bandeirantes. Frontera entre el intendente de Asunción y las misiones, sobre la que se desataron las guerras jesuíticas. Frontera entre el espacio colonial y el desierto del Chaco, frecuentemente vulnerada por malones. Efectivamente, el contexto colonial es histórico y cultural (Capdevila 2014). Lo que se observa en los imaginarios y en las prácticas. En consecuencia, nos parece que todo eso ha llevado a una guerra "sin igual en el mundo", como decían los testigos en la década de 1880 (Truquin 1977, p. 252).

La construcción de una identidad nacional basada en el mestizaje y el bilingüismo

13 Una guerra de alta intensidad es un acontecimiento mayor—traumático — que impacta a varias generaciones. Produce así identidades colectivas. Podemos hablar en este sentido de etnogénesis o, en otra escala, de naciogénesis. Son mecanismos culturales bien conocidos. Estos momentos de intensa agresividad producen la cristalización de un

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entre-sí dispuesto a matar y a morir para defender una identidad (Anderson 1996), que también se construye en oposición a un enemigo percibido como el único agresor. Paraguay ha sido profundamente impactado por estos dos conflictos. Ambos generaron una identidad colectiva fuerte, sobre la base de una memoria colectiva viva, un nacionalismo muy interiorizado, sin concesiones, y una cultura introvertida que desconfía de los vecinos (Capdevila 2012).

14 Sin embargo, es interesante observar que el contenido de esa identidad que aparece en la Guerra de la Triple Alianza, que ha sido teorizado por los intelectuales nacionalistas entre 1900 y 1930 y que se ha reforzado en la Guerra del Chaco, es la idea de un pueblo mestizo bilingüe, con el español como lengua del Estado y el guaraní como idioma de connivencia. De facto, los estereotipos nacionales, con los que fueron designados los vecinos en la guerra, también se basan en una supuesta unidad de raza y de lengua: los brasileños son vistos como negros (kambá, es decir ‘asado’) de lengua portuguesa, los argentinos (kurepí), es decir con la piel rosada (como los cerdos) e hispanohablantes. Mientras que en la Guerra del Chaco, el enemigo boliviano es designado como indio andino, a veces hispanohablante o de idioma aymará (Capdevila 2007).

15 Lo importante es que, en relación con la construcción del Estado nacional y la formación de la identidad nacional basada en la unidad de raza y de lengua, se oculta en el imaginario colectivo que antes de la guerra la comunidad paraguaya era en realidad plural: con blancos, mestizos, negros (pardos) y sobre todo con indios, ya que los llamados "pueblos históricos" que existían hasta los años 1850 eran en realidad las antiguas misiones jesuíticas (Boidin 2011). La presencia de afro descendientes en la sociedad paraguaya es percibida por la mayoría, en el siglo 20, como la huella infamante de las violaciones cometidas por los soldados brasileños, mientras que los negros eran una pequeña minoría en el ejército brasileño, debido al régimen de la esclavitud que lo caracterizaba. En cuanto a los indios del vecindario, se designan con la categoría colonial moderna de "indígena", igual que en el resto de la región, a partir del siglo 20.

16 Así que la guerra ha producido la representación de un entre-sí, basado sobre la autoctonía americana nativa y la diferencia radical con los vecinos mediante la valorización del mestizaje biológico y lingüístico (el jopará), y por otra parte la convocación a categorías coloniales estereotipadas, de castas, para construir la imagen del vecino enemigo (negro brasileño, indio boliviano, blanco argentino). Una vez más, se observa que este imaginario nacional se ha cristalizado en un marco geopolítico y cultural heredado de un campo de fallas colonial.

La matriz colonial que caracteriza la memoria paraguaya de la Guerra del Chaco

17 La Guerra del Chaco ocurrió en un contexto colonial aún mayor. Como en la Guerra de la Triple Alianza, la contienda fue percibida como una gran guerra patriótica. Sin embargo, a diferencia de la Guerra de la Triple Alianza, el teatro de la guerra es estrictamente un "desierto colonial". El conflicto es sobre todo una guerra de colonización, en la medida en que el acontecimiento guerrero corresponde principalmente a la ocupación de territorios de poblaciones indígenas autónomas y a la

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reducción de éstas: desplazadas, reducidas en las misiones y las reservas, o agrupadas en los polos de la colonización (Richard 2008).

18 En el caso de Paraguay, la postguerra corresponde efectivamente a un momento en que el Estado organiza su primera burocracia indigenista. Paraguay participa de esta manera en la conferencia de Pátzcuaro en 1940. En el mismo periodo, en 1933, un museo etnográfico abre en Asunción y en él se relata la historia de la presencia de los indios en el territorio nacional. Se trata del Museo Dr. Andrés Barbero.

19 Pero, la narrativa nacional de la Guerra del Chaco escrita en Paraguay ignora, por lo general, que los indígenas estuvieron involucrados en el acontecimiento, sin respetar tampoco su anterioridad en el territorio. De hecho, trabajos recientes sobre la memoria indígena de la Guerra del Chaco muestran que la memoria colectiva está compartimentada en Paraguay. Las memorias indígenas y la memoria patriótica nacional no tienen nexos sobre la Guerra del Chaco (Richard y Capdevila 2013).

20 Lo que muestra desde luego que una sociedad puede reproducir un orden colonial al interior de un marco estado-nacional, sabiendo que esta situación es el resultado de una expansión territorial que ocurrió recién en la primera mitad del siglo XX. En este caso, las relaciones de dominación se verifican claramente y los indígenas del Chaco han desaparecido de la memoria pública paraguaya. Una ausencia que también se observa en la organización de los archivos públicos. Ya que en última instancia, los únicos archivos que conservan importantes huellas de los indígenas son los archivos de las misiones religiosas y mucho menos los archivos militares (en particular sanidad militar y exploración del Chaco), es decir, los archivos de los protagonistas de la colonización.

21 Entonces, como primer elemento de conclusión, aunque estas dos guerras son conflictos convencionales de alta intensidad entre Estados nacionales, se producen en un contexto colonial que les da unas formas especiales. El contexto colonial habrá conducido en este caso a ocultar una guerra de colonización bajo una guerra patriótica internacional, a hacer de los indígenas los olvidados de la historia "nacional", a desplegar violencias extremas entre los beligerantes y a producir un fenómeno de naciogénesis singular basado en un entre-sí mestizo y bilingüe hispano-guaraní.

BIBLIOGRAPHY

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NOTES

1. Testimonios en Papeles de López o el tirano pintado por sí mismo y sus publicaciones. Papeles encontrados en los archivos del tirano – Tablas de Sangre y copia de todos los documentos y

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declaraciones importantes de los prisioneros, para el proceso de la tiranía, incluso la de Madama Lasserre, Buenos Aires, Imprenta Americana, 1871. 2. Archivo del Arzobispado de Asunción, registros parroquiales.

AUTHOR

LUC CAPDEVILA

Université Rennes 2, Francia Correo electrónico: [email protected]

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Discusión

Alejandro M. Rabinovich, Nicolas Richard, Diego Villar, Axel Nielsen and Luc Capdevila

Pregunta de A M. Rabinovich

1 Uno de los puntos de debate más interesantes (y sin dudas el más actual) de los planteados por N. Richard en la introducción merece volver a ser traído a cuento: la cuestión de la simetría o asimetría de los conflictos y de su efecto sobre la visibilidad (historiográfica, teórica, archivística, oficial y social) de los mismos. N. Richard plantea con lucidez que, en un mundo orientado por una grilla occidental de lo que constituye un conflicto bélico, según la cual se entiende la guerra verdadera como conflicto regular entre ejércitos estatales, buena parte de la actividad guerrera americana estudiada por arqueólogos y antropólogos cae fuera de los márgenes del objeto “guerra” y es por ende reducida a categorías policiales o de orden interno (Centeno 2002)1. Lo interesante de este planteo, que cuenta ya con una cierta historia dentro de la antropología (Keeley 1996)2, es que coincide, por un lado, con una mutación notable en la forma que ha tomado el fenómeno guerra en los últimos años a los largo del planeta, y por otro lado con la toma de conciencia, por parte de estrategas y analistas militares e internacionales contemporáneos, de que ante estos últimos cambios la vieja grilla de clasificación de conflictos se ha vuelto obsoleta. Detengámonos pues un minuto en la evolución de la guerra en nuestro tiempo antes de volver al tratamiento del fenómeno guerra en nuestras disciplinas.

2 Se acepta normalmente que la “edad de oro” de los conflictos militares interestatales se extendió desde las guerras napoleónicas hasta la Segunda Guerra Mundial. Bajo la influencia notable de Clausewitz, el pensamiento occidental de la guerra como un fenómeno regular y simétrico se formó y se consolidó en este período. Desde 1945 en adelante, en cambio, con la Guerra Fría y la proliferación de las guerras de liberación nacional, comenzó una mutación que hizo de los conflictos intraestatales y asimétricos un elemento cada vez más importante en el escenario militar internacional. Esta tendencia, disimulada durante décadas por el dramatismo de las guerras entre Estados aún existentes, se agudizó de manera notable con el cambio de siglo hasta llegar en la

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actualidad a una situación que no tiene precedentes modernos. Consultemos algunas cifras que lo ilustran.

3 El Heidelberg Institute for International Conflict Research publica anualmente una de las fuentes estadísticas sobre conflictividad armada más reconocidas en términos internacionales (2015). Según el Barómetro del Conflicto para el año 2014 se produjeron en el mundo 424 conflictos políticos importantes. De estos, 223 incluyeron el recurso a la violencia y 46 fueron altamente violentos. Estas 46 guerras propiamente dichas, subdivididas en 25 guerras limitadas y 21 guerras abiertas (Nigeria, Somalía, Sudán, Afganistán, Siria, Irak, Palestina, Yemen, Pakistán, Ucrania, etc.), hicieron del período considerado un año particularmente sangriento. Sin embargo, ninguna de estas confrontaciones opuso abiertamente a los ejércitos regulares de dos Estados, con la excepción mínima de algunas escaramuzas en la frontera entre India y Pakistán. En esto se repite lo registrado en 2013 y años anteriores: el fenómeno de la guerra demuestra tener en nuestra época una vitalidad extraordinaria, pero por primera vez en siglos no se registra ningún caso en que tome la forma de un conflicto interestatal. Los nuevos enfrentamientos bélicos se multiplican, arrasan enormes regiones, destruyen Estados y producen cientos de miles de víctimas, pero las declaraciones de guerra, las batallas campales, los grandes ejércitos de infantería y de tanques a los que nos tenían acostumbrados las películas de la Segunda Guerra brillan por su ausencia.

4 De este modo, la gran mayoría de los conflictos son hoy intraestatales, es decir que oponen a las fuerzas militarizadas de facciones, etnias o regiones entre ellas o en contra de las fuerzas del gobierno local. En los pocos casos en que los ejércitos estatales combaten efectivamente fuera de su territorio, estos se oponen no a otros ejércitos regulares, sino a fuerzas insurgentes de distinto tipo (pensemos en las intervenciones de la fuerza aérea estadounidense o de la OTAN en Libia, Siria e Irak contra una multiplicidad de grupos armados). Se trata en todos los casos, por ende, de conflictos asimétricos donde las tácticas y las reglas de los conflictos internacionales clásicos ya no se aplican. ¿Fue así la segunda Guerra del Golfo, con la caída de Sadam Hussein, el canto de cisne de las guerras simétricas? Hoy los analistas internacionales se lo preguntan y se esfuerzan por crear un utillaje teórico y metodológico que les permita pensar los conflictos actuales sin el corsé del esquema napoleónico (Arreguin-Toft 2001).

5 Como ya es bien sabido, suele existir una correspondencia más o menos mediata, pero no por eso menos inevitable, entre las grandes mutaciones afrontadas por las sociedades contemporáneas y los temas de debate (y las categorías con las que estos se debaten) adoptados por las ciencias humanas. Es esperable, por lo tanto, que a medida que el mundo entra en una era de combates asimétricos, disciplinas como la historia, la antropología y la arqueología se vean interrogadas respecto de las modalidades adoptadas por el problema de la guerra en sus respectivos campos de estudio. No se trata, desde ya, de que nadie vaya a pretender realizar analogías anacrónicas entre las guerras americanas preincaicas o las guerras civiles rioplatenses y la situación actual en África central o en Siria. Simplemente, se trata de acompañar desde todos los ámbitos de la ciencia el esfuerzo de reflexión colectivo que demandará comprender la nueva fase del fenómeno guerra en un momento en que se aleja claramente del modelo de pensamiento dominante hasta hoy.

6 Cabría entonces preguntarse por la medida y la forma en que la cuestión de la simetría o asimetría de los conflictos es registrada en cada uno de nuestros campos de estudio.

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¿Se cuenta con categorías analíticas adecuadas para detectar distintas modalidades de la guerra en el caso seleccionado? ¿El clivaje simétrico/asimétrico es considerado relevante? Preguntarse por la cuestión de la simetría en la guerra abre la vía para indagar la medida en que las relaciones de fuerza influyen sobre el tipo de relación que se establece con el Otro en el combate. Se produce forzosamente un choque asimétrico cuando se encuentran dos culturas de la guerra diferentes (pensemos en la Grande Armée de Napoléon hostigada por los Cosacos). Pero la asimetría es también una opción táctica de quien se sabe más débil y opta calculadamente por evitar un choque frontal, con lo que transforma la debilidad en fortaleza. Como le decía el cacique Pootí al emisario del fortín de Patagones: “La guerra es mucho más perjudicial a los de Buenos Aires que a nosotros: cuando el Sor. Rodríguez nos invade, montamos a caballo: si urge abandonamos los toldos y las ovejas; él anda todo el campo perdiendo caballos y nosotros nos divertimos en verlo caminar en balde.” (Ratto 1998, p. 31). Así, culturas de la guerra que conocen la batalla frontal pueden optar en un momento determinado por limitarse a tácticas indirectas (raids, guerrillas, malocas), y viceversa. Los mismos ranqueles que evitan las incursiones de Rauch durante años, cuando se sienten fuertes lo esperan y lo derrotan en Las Vizcacheras.

7 Si, como dice Guillaume Boccara para los reche-mapuche, la lucha armada era una “verdadera guerra de captación de la diferencia, de construcción del "sí-mismo" en un movimiento de apertura caníbal hacia el ‘otro’ ” (1999), ¿cómo interpretar las opciones por un combate simétrico o asimétrico? La gradación mapuche de la guerra en tautulun, malotun (o malón) y weichan (Villar y Jiménez 2005), además de presentar una variación de escala ¿presenta una diferente forma de relación (simétrica/asimétrica) al otro? Preguntamos entonces a los participantes del debate. ¿Según los registros arqueológicos, las comunidades andinas preincaicas hacían la guerra entre ellas de modo equivalente a como combatieron al inca y luego a los españoles? ¿Podemos saber de qué manera las parcialidades que habitan el Chaco adaptaron sus formas de combatir ante la aparición de las fuerzas militares bolivianas y paraguayas? ¿Y entre estas últimas, predominantemente regulares, hubo adaptación al hecho de operar en un ambiente habitado por actores irregulares? ¿Qué sucede con los pueblos de las tierras bajas sudamericanas, que practican entre ellos una guerra “autorregulada” regida por prácticas y códigos guerreros compartidos, cuando se ven forzados a combatir a un Otro ajeno a esa cultura de la guerra, ya sea por la aparición del hombre blanco o por el contacto con otro grupo indígena? ¿Se mantienen las tácticas de raids, la búsqueda de scalps y el recurso al canibalismo o existe una adaptación al modo de combatir del contrario?

Pregunta de Nicolás Richard

8 Quisiera proponer un tema, que es un tema clásico en los estudios sobre la guerra, y que creo nos permite cruzar las cuatro presentaciones y al mismo tiempo enganchar con la pregunta de Alejandro. Se trata del problema de las armas. En efecto, por un lado, las armas son un indicador clave a la hora de estudiar las formas de simetría y asimetría en la guerra, pero por otro lado, más ampliamente, porque las armas contienen, casi, en sí mismas una antropología del otro en la guerra, una codificación o una tecnología del otro en guerra. Tengo esta imagen en mente. No recuerdo en cuál de las muchas memorias que los militares publicaron tras la guerra del Chaco, hay un soldado

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paraguayo que narra el día del cese al fuego, previsto para tal hora de la tarde: durante toda la noche y la mañana que lo precedieron los cañones de lado y lado dispararon todo lo que les quedaba, ensordecedoramente, rabiosamente, hasta que precisamente llegase la hora convenida, en la que se hizo un silencio absoluto y de algún modo conmovedor, y del otro lado de las líneas empezaron tímidamente a levantarse y a mostrarse los que hasta ese momento eran sus enemigos: entonces, dice el paraguayo, por primera vez en tres años de guerra “le vi la cara a un boliviano”. En efecto, en una guerra de ametralladoras, morteros y bombas apenas si hay ocasión de ver la cara del enemigo. Estas armas producen una relación bastante abstracta con el cuerpo del otro, que no tiene pues rostro, ni puede hablar, ni tiene mirada, etc. Esto ha vuelto a ser muy discutido con el boom actual de los drones y formas distantes de hacer guerra: la deshumanización de un enemigo que se transforma ahora en un punto rojo indistinto sobre un monitor. Podemos también recordar toda la fuerza de ese texto en el que Jean Norton Cru (1929), a partir de centenares de cartas y testimonios de soldados de la Primera Guerra Mundial, desarma y decontruye la guerra que cuentan los oficiales (noble, bayoneta en mano, en un cuerpo a cuerpo heroico con el enemigo) para mostrar cómo lo que allí ocurría era principalmente que la gente moría destrozada por un cañonazo, enferma en las trincheras o reventada en una carga suicida contra un muro de ametralladoras, etc., pero sin nunca llegar al cuerpo a cuerpo heroico y con arma “blanca” que fabulaban sus generales.

9 Una primera pregunta va entonces dirigida a A. M. Rabinovich y a L. Capdevila, por cuanto ese siglo XIX sobre el que ambos se concentran corresponde justamente al momento transicional en el que el arma de fuego individual y el arma de fuego a repetición se difunden y modifican sustancialmente la dinámica, la cultura y la antropología de esas guerras. No solo por el desequilibrio de fuerzas que supone (todas las fronteras “internas” constituidas en los siglos anteriores a partir del equilibrio que introdujo la adopción del caballo en la guerra indígena se caen en ese momento: la frontera mapuche, la frontera mbayá o guaycuru, la frontera chiriguana...), sino también en el sentido en que esas armas introducen una nueva antropología y una nueva concepción del enemigo. La pregunta entonces es por cómo ven ustedes este asunto de las armas en sus respectivos objetos de estudio y en particular sobre lo problemático que resulta este momento transicional. Respecto de las intervenciones de A. Nielsen y de D. Villar, podría formularse la misma pregunta pero en otros términos. Aquí también el expediente de las armas es crucial, no solo en el sentido en que estas constituyen un indicio material privilegiado —a menudo el único — para comprender las formas de la violencia en dichas sociedades, sino también, en el mismo sentido en el que venimos hablando, porque cada arma contiene ya y en sí misma un tipo de muerte del otro (Borges discutía estas cosas con su puñal...) y entonces un tipo de concepción del otro. Es decir que las armas constituyen un archivo del tipo de relaciones, de interconcepciones y de antropologías mutuas en juego. Pero hay también otro aspecto. Ya mencionamos este expediente clásico que es el de la introducción del caballo en la guerra indígena: se alargan las lanzas, desaparece el arma corta de palo, se abre este densísimo expediente del estribo sobre el que tan bien ha trabajado H.Schindler, es decir, correlativamente, el problema de las manos del jinete que quedan o no liberadas (el caballo guaycuru no lleva estribo, el mapuche lleva estribo de un dedo). Es decir que el caballo modifica enteramente el paisaje de las armas todo a su alrededor y por supuesto —esto es muy importante—también el de las armas de quienes van a pie y deben defenderse de él. Esto quiere decir que un arma no se define nunca en sí misma

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sino siempre en relación a la del otro y también que todo aquello puede cambiar con extremada rapidez: en general, las armas se difunden muy rápidamente, mucho más rápido que una lengua, unas ideas o un tipo de comida (de modo que muy frecuentemente gente que habla distinto, piensa distinto y come distinto utiliza sin embargo unas mismas armas). La pregunta es, entonces, por un lado, por cómo se plantea el problema de las armas en estos dos espacios andino y de tierras bajas desde este punto de vista de la relación al otro y, por otro lado, accesoriamente, si tienen ustedes ejemplos o elementos sobre momentos de cambio o redefinición en el plano de las armas que permitan imaginar este cambio correlativo en las formas de pensar y relacionarse con el otro.

Respuesta de Diego Villar

10 Retomando el espíritu de mi conclusión, que reconozco algo escéptico, ensayo una respuesta anticlimática que apenas añade algún matiz al cuadro de por sí policromo que compone la discusión del fenómeno bélico.

11 Una primera lectura de la Guerra del Chaco, más lineal, revela de inmediato el panorama desgarrador que cabe esperar en semejantes circunstancias: violencia, pillaje, atropellos, epidemias, desplazamientos forzosos, colonización definitiva del territorio indígena. Pero, a la vez, frente a una misma realidad agobiante las respuestas de los indígenas chaqueños parecen haber sido diversas, y ante la entrada en escena de los ejércitos nacionales, las adaptaciones tan variadas como heterogéneos sus protagonistas (cf. los estudios compilados en Richard 2008, Capdevila, Combès et al. 2010). Primera constatación: más que cambiar su protocolo bélico los chaqueños procuran servirse de la guerra para encauzar, realimentar o redefinir conflictos preexistentes. Las fuentes nos muestran grupos que se repliegan para evitar las hostilidades (los wichís-guisnais del Pilcomayo), grupos que participan de forma episódica e intermitente (chamacocos), grupos que desarrollan una suerte de sumisión estratégica (enlhet, angaités), grupos que se enrolan de forma entusiasta (makás y nivaclés), grupos que no se inmiscuyen de forma directa pero emplean las armas y pertrechos abandonados en los campos de batalla para fogonear sus circuitos de venganzas ritualizadas (nivaclés, toba-pilagás) y también otros que aprovechan la ocasión para confederarse y exterminar más eficazmente a sus enemigos tradicionales (por ej. los giday-gosóde a los totobié-gosóde). Pero incluso así podría suponerse que esta línea argumental depende todavía demasiado de un encasillamiento étnico de las sociedades chaqueñas. Porque sabemos que aun dentro de un mismo grupo —por tomar solamente el caso maká— hubo contingentes que integraron las fuerzas paraguayas, otros que permanecieron al margen del conflicto y hasta algunos que combatieron contra Paraguay aun sin alistarse del lado boliviano. Y si enfocamos las cosas a nivel individual encontramos asimismo historias de vida en las cuales la guerra opera como hito prestigioso o legitimador (Pinturas, Juan, Tofaai, Chicharrón) y a la vez biografías más tortuosas como la de Casiano Barrientos, líder isoseño que alternó lealtades entre bolivianos y paraguayos hasta ser fusilado por alta traición por los primeros. O sea que, hilando fino, lo que se impone es una enorme variedad de trayectorias, respuestas y estrategias.

12 Por parte de las tropas bolivianas y paraguayas, hasta donde sé, las relaciones con el factor indígena —en muchos casos ni siquiera considerado irregular— no parecen

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menos heterogéneas. Hay un abanico de actitudes, categorizaciones y expectativas que va desde la habitual ignorancia lisa y llana (los “hombres transparentes”), pasando por la indiferencia de aquellos que —cuando lo hicieron— pensaron el problema en términos genéricos (“los indios”), sin ninguna particularidad destacable más allá de su papel auxiliar, colateral o hasta paisajístico, hasta episodios en los cuales los indígenas fueron seducidos por su propia condición étnica (p. ej. el ejército paraguayo cortejando a los isoseños, guarayos y chiriguanos por medio del denominador común de la lengua guaraní); o incluso algunos casos, definitivamente menos frecuentes, en los cuales fueron activamente reconocidos e integrados a la agenda castrense (los ejemplos paradigmáticos son el coronel ruso Ian Belaieff y su tropa maká del lado paraguayo, o Ángel Ayoroa y su milicia ayorea del lado boliviano).

13 Un cuadro tan variopinto, en definitiva, invita a asociar la complejidad de las estrategias indígenas con la pregunta por la influencia social de la tecnología bélica. Sin negar en modo alguno el impacto de un horizonte tecnológico inédito (aviones, blindados, morteros, ametralladoras), parece apresurado no obstante ligarlo de forma causal con la dinámica de la categorización antropológica. Hay que tener en cuenta, por ejemplo, que un cuarto de siglo antes de la guerra, Erland Nordenskiöld (2002 [1912], pp. 9, 18) percibe en el cacique Taycolique la misma actitud que luego caracterizaría a muchos chaqueños durante el conflicto: el anciano toba tiene conciencia cabal de las innovaciones técnicas y cambia sus viejos fusiles Remington por armas de repetición, lo cual inclina a su favor la tradicional enemistad con los nivaclés, que llegan a implorarle al propio sueco que forme “una tropa auxiliar equipada con mis armas de fuego: me ilustraron con elocuentes palabras cómo íbamos a escalpar a los hombres, tomar presos a mujeres y niños, y a robar gran cantidad de caballos”. Los testimonios podrían multiplicarse. Hay adaptación a las nuevas condiciones (actores, escenarios, armas, códigos, tácticas, magnitudes), sí, pero más que un cambio nítido de paradigma lo que nos revelan las fuentes es una gradación de irregularidades, heterodoxias pidgin y formas mixtas, transicionales, ambiguas, plenas de disonancias y opacidades.

14 Atractiva como es entonces la idea de que cada estrato marcial corresponda a una concepción colectiva de sí mismo y del otro, tampoco me parece aplicable sin más al llamado complejo ecuestre. Más allá de las ventajas logísticas, prácticas y estratégicas que indudablemente otorgó a los guaycurúes, no sostendría que el caballo de por sí (ni los lazos, las boleadoras o los fusiles de retrocarga) los haya vuelto guerreros —como tampoco hizo serviles a los terenas, guanás, tomaráhos, etc. Sospecho que el caballo más bien facilitó que los indios cavalheiros hicieran más eficazmente lo que ya venían haciendo: asaltar, robar ganado, huir, traficar esclavos, subyugar grupos agricultores, explotar su demografía, tejer alianzas, intercambiar lealtades, estratificarse en rangos, jerarquías y estirpes guerreras. Seguramente la adopción de una tecnología bélica sea un hecho social total que en cada momento histórico supone determinados efectos culturales, técnicos, económicos, políticos, etc. Pero no parece posible asociarla de una forma tan clara y evidente con las concepciones relacionales de la identidad y la alteridad; o, al menos, no me atrevo a proponer una correlación más significativa que cualquiera de las que podría establecerse también con las técnicas de producción, transporte, subsistencia, etc. Estoy plenamente de acuerdo con que un régimen guerrero (un procedimiento constructivo, una técnica de cultivo, un grafismo) hace posibles determinadas asociaciones y otras no —se ha dicho, así, que el estribo entraña una nueva simbiosis hombre-caballo, que entraña a su vez nuevas armas y nuevos instrumentos, etc. Pero también con que una sociedad, más que por sus herramientas,

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se define por sus alianzas y enemistades; o, lo que es lo mismo, por la apertura y clausura de sus redes de sociabilidad. Al fin y al cabo “la desgracia del guerrero salvaje” no es estar condenado a la guerra: es no poder ser salvaje.

Respuesta de Axel Nielsen

15 A. M. Rabinovich y N. Richard nos proponen profundizar la discusión en relación a la simetría relativa entre las partes en guerra y respecto a las armas utilizadas, dos temas que están estrechamente relacionados.

16 Todo parece indicar que las guerras pre-incaicas tuvieron un carácter fundamentalmente simétrico, aunque resulta difícil acercarnos desde el registro arqueológico a la dinámica de estos conflictos, a los detalles de cómo se combatía o a la percepción que pudieron tener de estos acontecimientos sus protagonistas. La distribución y cronología de las formas defensivas de asentamiento indican que fueron alrededor de 200 años de inseguridad (siglos XIII y XIV) que afectaron fundamentalmente a poblaciones que practicaban la agricultura (generalmente combinada con el pastoreo y la caza), desde la sierra central del Perú hasta el noroeste argentino y el norte de Chile. Aunque el tamaño y grado de integración política de estas comunidades variara en un espacio tan dilatado, en cada región, las escalas de los grupos enfrentados eran comparables y en ningún caso parecen haberse producido conquistas territoriales significativas. Antes bien, se trataría de un prolongado “estado de belicosidad” entre pares, que debió atravesar ciclos de mayor o menor hostilidad, con alianzas cambiantes y períodos de paz e intercambios, en un marco de relaciones relativamente equilibradas, que trajo aparejada una consolidación de las identidades étnicas entre los colectivos regionales en pugna. En este sentido, cabe pensar que la guerra fue un factor importante en la constitución y reproducción de estas comunidades y de la trama de relaciones políticas que las definía como tales.

17 Las normas de enfrentamiento, las tácticas y las armas fueron aparentemente similares. Se trataba de asaltos sorpresivos sobre asentamientos residenciales destinados a herir y destruir, robar ganado o algún otro bien de fácil transporte, tal vez acompañados de la captura de prisioneros. No existían ejércitos profesionales, por lo que es probable que la guerra tuviera lugar solo en la estación seca, de modo de permitir el desarrollo de las labores productivas durante la época de lluvias. El arco y la flecha junto con la honda fueron las principales armas arrojadizas, mientras que palos, piedras, mazas, manoplas y tal vez lanzas se emplearon en la lucha cuerpo a cuerpo; los elementos de protección fueron cascos y corazas de cuero, lana, caña y fibra vegetal. Es probable que algunas armas hayan sido emblemáticas de ciertos grupos, como sucede con el arco y flecha en los valles orientales o la honda en el Altiplano, pero esto no conlleva diferencias significativas en la eficacia de los instrumentos ni de las formas de combate utilizadas. Las evidencias óseas de traumas indican que en algunas regiones hasta el 15% de los adultos de ambos sexos sufrieron violencia corporal, aunque la discriminación entre los efectos de la guerra y otras formas de violencia interpersonal es todavía materia de discusión entre los bio-antropólogos. En varias regiones del sur andino fueron comunes los trofeos de cráneos y también existen evidencias de scalping, aunque faltan estudios detallados que permitan entender los detalles de estas prácticas y su similitud relativa con las documentadas etnográficamente entre grupos de tierras bajas.

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18 Las guerras de conquista que acompañaron a la formación del Tawantinsuyu durante el siglo XV indudablemente suponen una relación asimétrica entre los incas y las formaciones políticas locales. Respecto a la guerra propiamente dicha, esta asimetría no se revela en las armas, que fueron básicamente las mismas, sino ante todo en la presencia de un ejército permanentemente movilizado y apoyado por una infraestructura logística desconocida hasta entonces. Esta nueva forma de combatir, posibilitada por la presencia de un Estado y eventualmente apuntalada por una vasta infraestructura vial (el Qhapaqñan), con puntos de abastecimiento asociados (tambos) y un sistema tributario, tornó obsoletas las antiguas formas de enfrentamiento. Carentes de guerreros especializados o de reductos defensivos capaces de sostener un sitio, la mayoría de los grupos debieron sucumbir frente a la ofensiva incaica sin ofrecer una resistencia armada significativa. La rebelión de los qollas en la cuenca del lago Titicaca y la resistencia de los chichas en los valles del sur de la actual Bolivia seguramente eran recordadas en el siglo XVI precisamente por su carácter excepcional.

19 La sumisión frente al poder militar del inca no fue obstáculo para que muchos grupos del sur andino sufrieran otras formas de violencia al momento de la conquista. La destrucción de espacios públicos, el abandono súbito de grandes poblados y el traslado de comunidades enteras para servir al Estado en diversos contextos, son fenómenos que no debieron estar exentos de violencia y que revelan la asimetría de aquel encuentro. A diferencia de las guerras simétricas del período anterior, que fortalecieron la cohesión de los colectivos regionales, su memoria y su territorialidad, la conquista inca trajo aparejada una reformulación drástica de las representaciones locales que daban cuenta de los derechos ancestrales de estos grupos sobre sus recursos, como lo revela la destrucción sistemática de los monumentos a los antepasados (chullpas, sepulcros sobreelevados) y la imposición del culto solar oficial, que incluía entre sus prácticas la construcción de santuarios en la cumbre de los principales cerros que hasta entonces actuaban como deidades protectoras de las comunidades locales.

20 La conquista española involucró nuevas asimetrías, como las derivadas de la superioridad de las armas de fuego, del uso del hierro o de la caballería. Debemos recordar, sin embargo, que la cantidad de caballos, armas y soldados europeos que intervinieron en la guerra de conquista fue mínima. Las fuerzas que derrotaron a los ejércitos incaicos estaban conformadas fundamentalmente por andinos, grupos sometidos por el Tawantinsuyu o facciones desplazadas, quienes vieron en la invasión hispana una oportunidad de saldar sus propias cuentas, recuperar su autonomía, o asegurar posiciones en el nuevo orden político. Desde este punto de vista, la conquista de los Andes fue en gran medida una guerra entre indígenas que —cabe suponer, puesto que las fuentes no abundan en detalles sobre el particular— combatieron con armas y de acuerdo a lógicas que no debieron ser muy diferentes a las que prevalecieron durante los períodos anteriores. Donde no pudieron aprovechar estas rivalidades entre pueblos locales, la superioridad de las armas o las destrezas militares no bastaron para superar la resistencia indígena, como lo ejemplifican los casos Omaguaca y Calchaquí, que mantuvieron control sobre sus territorios durante décadas luego del primer encuentro con los invasores.

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Respuesta de Luc Capdevila

21 Quisiera asociar las preguntas de Nicolas Richard sobre la noción de guerra transicional y la reflexión desarrollada por Alejandro M. Rabinovich sobre la dualidad asimetría/ simetría según los conflictos. La guerra de la Triple Alianza es un observatorio privilegiado para este análisis en razón de la escala del acontecimiento. No obstante, es una observación valedera para la mayoría de los conflictos de alta intensidad. Para abordar esta cuestión, uno de los mejores ángulos de observación es el análisis de la violencia en el campo de batalla y sobre todo la relación que establecen con esta violencia los distintos protagonistas, ya sean beligerantes, víctimas u observadores. Sobre este punto, la historia de las imágenes de la guerra ofrece una grilla particularmente eficaz (Díaz Duhalde 2015, Musée d’histoire contemporaine 2001).

22 En efecto, el principal elemento que resulta del análisis de la violencia en la guerra de la Triple Alianza es su ausencia de homogeneidad, ya sea en sus formas, en su uso o en su intensidad. La violencia varía según el tipo de beligerantes. Primero, sobre el plano estructural que constituyen los combates que oponen grupos indígenas aliados o auxiliares de los ejércitos regulares y que se caracterizan por masacres sistemáticas y recíprocas, torturas, mutilaciones y matanza de caballos. Pero varía también según los momentos de la guerra. La masacre de prisioneros paraguayos —y la reutilización de los que sobrevivieron en los ejércitos argentino y uruguayo— que sigue a la batalla de Yataí en agosto de 1865, parece corresponder sobre todo a la inercia de actitudes propias a las guerras civiles. De lo que López acusa a Mitre en una carta fechada el 20 de noviembre de 1865, en la que denuncia las infamias perpetradas en las guerras intestinas que habían deshonrado al Río de la Plata ante el mundo. López estigmatiza en este caso la guerra Gaucha relatada por Sarmiento en Civilización y Barbarie (1967 [1851]), en la que, según él, no se toman prisioneros, los gauchos matan a cuchillo como carniceros y las facciones pueden reabsorber grupos enemigos enteros dispuestos a seguir al caudillo dominante en cada momento. Del lado paraguayo, las masacres de prisioneros son a menudo ejecutadas por niños soldados. Estos asesinatos son ordenados por la jerarquía tras los éxodos que se producen por la caída de la fortaleza de Humaitá en agosto 1868, cuando la Triple Alianza toma posición en territorio paraguayo, es decir en un momento de desesperación, de huida y de paranoia de los dirigentes paraguayos. La masacre de Tupí-Hú perpetrada por los brasileros en mayo 1869,¿no sería acaso la consecuencia de este proceso de “brutalización” guerrera? La tropa estaba agotada por el acoso de la guerrilla paraguaya y por una guerra que no acababa nunca.

23 De hecho, es difícil dar una coherencia de conjunto a todas estos excesos. Poner el acento en las fallas de la cadena de mando, como lo hacía el mariscal López cuando debía referirse a los crímenes cometidos por sus propios hombres, no es suficiente. A menudo estas ejecuciones se realizaban no solo ante una autoridad jerárquica, sino directamente por orden suya. La explicación a partir de un proceso de brutalización tampoco parece eficaz, puesto que este no es lineal ni homogéneo entre los protagonistas. Así, por ejemplo, las fuerzas brasileñas se inscriben más bien en un marco convencional durante la primera fase del conflicto, pero en el de una guerra absoluta hacia el final, tal y como lo observaba Clausewitz a propósito de las guerras napoleónicas. Mientras que del lado argentino se observa más bien el proceso inverso, con comportamientos muy violentos asumidos por la jerarquía al principio del conflicto, pero con muestras de haber sufrido un traumatismo colectivo a partir de la

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batalla de Curupaytí, el 22 de septiembre de 1866, en donde un gran número de hijos de notables argentinos perdieron su vida. Se observa desde ese momento un relativo desapego de Argentina en la guerra —es cierto que Buenos Aires enfrenta entonces movimientos de oposición internos— y aparecen manifestaciones de repulsión frente a la violencia, observables por ejemplo en la negativa del general Mitre de entrar a Asunción en enero de 1869, para no verse implicado en el saqueo de la ciudad por parte de las fuerzas brasileras, que había anticipado. De suerte que la cuestión del “derecho de guerra” resulta plenamente presente en el corpus cultural de los beligerantes, o al menos de sus élites, desde el principio hasta el fin del conflicto.

24 Dicho de otro modo, es difícil analizar el hecho guerra como un todo homogéneo y coherente. Cada guerra conjuga un marco convencional (inscrito en una cultura de la guerra) y contextos no convencionales que varían según las escalas, los individuos, los momentos y las dinámicas propias al conflicto. La guerra de la Triple Alianza en este sentido es extremadamente compleja en razón de su carácter híbrido, por un lado guerra internacional, y por otro, guerra civil endógena y exógena, que se inscribe además en un marco convencional y en un contexto simultáneamente colonial y poscolonial.

25 La problemática de la transición interroga al mismo tiempo la cuestión de las armas. El conflicto de la Triple Alianza participa de una nueva generación de guerras de la segunda mitad del siglo XIX (Guerra de Crimea, Guerra de Secesión, Guerra franco- prusiana de 1870) en donde los Estados están ya capacitados para desplegar una potencia de destrucción enorme gracias a sus recursos industriales y nuevas tecnologías. Estas juegan un rol importante en la guerra del Paraguay. Marcaron a los testigos directos y luego a los historiadores: los barcos a vapor, la artillería y la obligación consecuente de cavar trincheras, las mortíferas balas ‘minié’, los globos de observación inflados con hidrógeno, la prensa, la fotografía, el telégrafo… Evidentemente, el conflicto de la Triple Alianza marca un giro en la modernidad guerrera del cono sur, como se verificará más tarde en otros escenarios de la región. Sin embargo, los estudios sobre las causas de la hiper-mortalidad del lado paraguayo muestran que la gran mayoría de las muertes fue el resultado de los desórdenes producidos por el conflicto: hambruna, epidemias y diversas exacciones, pero no la muerte directa en el campo de batalla, es decir tal y como en los conflictos más antiguos. Como lo subraya Michael Howard, antes de 1870 las enfermedades mataban más hombres que las balas enemigas, proporción que se invierte enteramente hacia 1918 (1976, p. 127).En este mismo sentido, el estudio de los dossiers de veteranos paraguayos que recibieron pensión de invalidez en los años 1900 (conservados en el Ministerio de Defensa en Asunción), muestra que la parte de las heridas por armas blancas en el campo de batalla, lanza o sable, es todavía muy importante en este conflicto. Lo que permite comprender la ambivalencia de las representaciones de los testigos directos del campo de batalla, en el que se mezclan la fuerte inercia de un imaginario heroico y un sentimiento de culpabilidad que anuncia los futuros testimonios de excombatientes del siglo XX víctimas del Post-traumatic stress disorder (Fassin y Rechtman 2007).

26 Transición, ambivalencia, hibridación, guerra en la guerra o encastramiento de escalas son palabras claves para interrogar estos conflictos de alta intensidad.

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BIBLIOGRAPHY

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Villar, D. y Jiménez, J. F. (2005). Un Argel disimulado. Aucan y poder entre los corsarios de Mamil Mapu (segunda mitad del siglo XVIII). Nuevo Mundo Mundos Nuevos, (3).

NOTES

1. Un ejemplo de esta tendencia lo constituyen los trabajos de Miguel Ángel Centeno. A partir de una definición del fenómeno guerra demasiado restrictiva, por estatista (a substantial armed conflict between the organized military forces of independent political units) y cuantitativa (para que haya guerra debe haber mil muertos por año, sin tomar en cuenta el tamaño de la población

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de la que se trata) llega a la insólita conclusión de que el siglo XIX latinoamericano vivió pocas guerras y que existió un bajo nivel de militarización. 2. Kelley, con su crítica a los trabajos clásicos de Wright y Turney-High, es quien más claramente plantea la ilegitimidad de todo razonamiento que defina la guerra en términos occidentales para luego concluir que no existe guerra en otro contexto social.

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Conclusiones

Alejandro M. Rabinovich

1 Concluye aquí —por ahora— esta primera “conversación” dedicada al problema de la guerra en el espacio americano. Conversación que en un inicio parecía bastante improbable dada la variedad de disciplinas —y sobre todo de enfoques— desplegadas por los participantes, pero que fue hallando su terreno de encuentro y de intercambio hasta volverse inmensamente productiva. Nos queda a todos la satisfacción de habernos asomado por encima de las altas murallas disciplinarias para espiar un poco lo que hacen los colegas de al lado. Y el resultado, por previsible, no deja de ser muy positivo: queda claro que las respectivas líneas de abordaje, lejos de ser mutuamente excluyentes son perfectamente comunicables y hasta complementarias. Un fenómeno total como el de la guerra tolera mal toda perspectiva que no sea multidisciplinaria.

2 En el texto introductorio que sirvió de disparador para esta discusión, N. Richard nos propuso superar la matriz colonial de la conflictividad americana (colonial desde la perspectiva delas potencias europeas centrales, pero también desde la de las nuevas repúblicas americanas independientes o incluso del imperio inca en expansión) para desactivar el efecto invisibilizante que la “colonialidad” tiene sobre el fenómeno de la guerra; pues en efecto, para el Estado que combate en los márgenes de la “civilización” nunca hay guerras propiamente dichas sino ocupaciones, pacificaciones y conquistas de desiertos que no hacían más que esperar a sus descubridores estatales.

3 Se respondió a este desafío inicial con las herramientas de la arqueología, la antropología y la historia social de la guerra, y el resultado inmediato fue una proliferación incontrolable de matices, multiplicidades y variaciones del fenómeno guerrero americano. Al incorporar la mirada de las distintas parcialidades indígenas a la explicación de los grandes conflictos bélicos de la época, se produce un efecto verdaderamente caleidoscópico, que hace estallar en fragmentos multicolores a las monolíticas interpretaciones tradicionales. De repente, la Guerra del Chaco, que fue siempre vista como un típico conflicto limítrofe entre dos Estados-nación en vías de consolidación (guerra que por su escaso nivel técnico y por la pobreza de los contrincantes hace bostezar a muchos historiadores militares europeos), se transforma en un fascinante laboratorio antropológico donde las más diversas culturas de la guerra se afrontan siguiendo lógicas divergentes. En la introducción del dossier N. Richard

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preguntaba por la perspectiva guerrera de al menos doce grupos de la zona chaqueña meridional (ishir, nivaclé, ayoreo, macá, enlhet, maj’hui, wichi, pilagás, tomarahas, mascoy,chanés y chiriguanos) que habría que agregar a las de paraguayos y bolivianos que participaron en el conflicto. Diego Villar le respondió con un inventario no de doce, sino de trece estrategias diferentes desplegadas por las parcialidades indígenas en la Guerra del Chaco (las de los wichís-guisnais, chamacocos, enlhet, angaités, nivaclés, toba-pilagás, giday-gosóde,totobié-gosóde, makás, isoseños, guarayos, chiriguanos y ayoreos), y Axel Nielsen nos ofrece un panorama no menos variopinto para la región andina en la época preincaica. Pero la incorporación de la perspectiva indígena no hace más que dar un primer paso en la deconstrucción de las guerras regulares, homogéneas y civilizadas que nos legaron las historiografías vernáculas. Como señala Luc Capdevila para las guerras del Chaco y de la Triple Alianza, y como indico en mi intervención para el espacio rioplatense posrevolucionario, los mismos ejércitos “nacionales” del período tienen que ser desarticulados en sus componentes de base para comprender hasta qué punto toda homogeneidad y regularidad era en ellos ilusoria. Los batallones de línea estaban aquí siempre en desventaja numérica y táctica respecto de la enorme variedad de partidas sueltas, unidades voluntarias y mercenarias extranjeras o americanas, milicias regladas y urbanas, pasivas o activas, guardias nacionales ymontoneras de todo tipo, por no hablar de las escuadras europeas que incidieron siempre en la región.

4 Recuperar la cultura de la guerra de cada uno de estos actores no solo es deseable sino que es posible, y a lo largo del dossier hemos visto varios ejemplos de la productividad de este tipo de análisis. Pero una vez que se dinamitan esos grandes bloques históricos que son las “guerras internacionales”, ¿cómo gestionar la fructificación imparable del fenómeno guerra de modo de no caer en una pura fragmentación de trozos incomunicables? Porque ciertamente existe un riesgo. Diego Villar lo menciona cuando se pone a “hilar fino”, y de las estrategias guerreras de los grupos indígenas pasamos a la de los individuos con nombre y apellido. Es decir, la caracterización de las prácticas y actitudes guerreras puede ser especificada y diferenciada hasta el nivel de los más mínimos componentes del fenómeno guerra (cada unidad de combate e incluso, en el límite, de cada combatiente individual), pero es indudable que lo que ganamos entonces en complejidad y en detalle corremos el riesgo de perderlo en términos de capacidad explicativa del fenómeno en su conjunto. Es necesario poder recoger los trozos y realizar con ellos un mosaico, que desde ya no sea totalizante ni reduccionista, pero que sí permita ligar en un mismo plano las experiencias de guerra del combatiente chamacoco, del soldado paraguayo, del coronel boliviano y del lord británico que los financia a todos, porque en definitiva la guerra (tal como la entiende cada uno de ellos) es justamente lo que los ha puesto en contacto; el combate es la arena en que todos los lenguajes de la guerra (desde el flechazo envenenado hasta el caza-bombardero supersónico) logran conversar a pesar de la diferencia original de idioma. Es decir que cada uno de los actores de la guerra tiene una visión propia del conflicto, pero entre todos generan algo nuevo que los engloba al tiempo que los distancia.

5 En la segunda parte de este dossier ensayamos dos vías posibles para una reorganización del conjunto, a partir del eje simetría/asimetría y a partir de la lógica del uso de las armas. Ambas perspectivas se mostraron, en una primera instancia, fructíferas. Porque las tácticas asimétricas no son más que un modo de relacionarse con un otro irreductible, mientras que las armas son el instrumento a través del cual esa relación se entabla. Y si bien los pueblos americanos hacen gala de una enorme variedad tanto táctica como armamentística, son evidentes también ciertas

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continuidades (la predilección compartida por tácticas indirectas de raid, malón o guerra de guerrillas), ciertos mestizajes (la fácil apropiación del caballo y de las armas de fuego portátiles por parte de los indígenas, la adopción de las boleadoras y de las lanzas por parte de la caballería criolla) y ciertas adaptaciones generales a la manera de combatir del contrario. Pero las dos vías ensayadas mostraron también sus límites para explicar, por sí solas, el comportamiento de los actores combatientes. Es que la guerra, las sociedades la hacen con todo su ser, no solo con sus tácticas y con sus armas. Si uno quiere llevar el análisis hasta sus últimas consecuencias, está claro que no alcanza con la faceta “militar” de la guerra sino que se hace necesario considerar lo que implica el estado de guerra para la sociedad en su conjunto, indagando cómo esta afecta a su funcionamiento económico, cultural, sexual y hasta demográfico. En este sentido, pese al camino recorrido, es mucho lo que resta por hacer.

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Tesis

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Deslizándose en las fisuras de la utopía: los Toba en las fronteras del Estado Nación argentino En se glissant dans les fissures de l’utopie : Les Tobas aux frontières de l’Etat Nation argentin Slipping into the cracks of utopia : the Toba on the borders of the Argentinean nation state

Carlos Salamanca

EDITOR'S NOTE

TESISTA: Carlos Arturo Salamanca Villamizar DIRECTOR: Marc Augé y Michel Agier GRADO: Doctor en antropología social y etnología INSTITUCION: École des Hautes Etudes en Sciences Sociales. EHESS. FECHA DE DEFENSA: 27/06/2006 CIUDAD: París

Breve comentario de introducción a la tesis

1 Pensada, elaborada, sentida y escrita entre el 2000 y el 2006, esta tesis refleja las que entonces eran mis reflexiones, inquietudes y búsquedas.

2 Cuando fui invitado por Diego Escolar a enviar la tesis para su publicación en la revista Corpus, me resistí a la tentación de editarla, recortarla o revisarla. De abrir la puerta, algunos apartes los hubiera escrito de otro modo, algunas conclusiones las hubiera matizado, de otros hilos y otras hipótesis hubiera tirado un poco más. Pero lo escrito,

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escrito está, y opté por considerar esta tesis, no como el final de un camino, sino como parte de un proceso en el que aun me encuentro.

3 Hoy, a casi a diez años de haber finalizado dicha etapa mantengo una intensa relación con el Chaco; intensa, paradójica y contradictoria, llena de ausencias, amistades inquebrantables, rabias, tristezas, alegrías. Intuyo que es ésta intensidad la que me ha impedido volver sobre estas líneas para darles el destino que merecen; tal vez esta publicación constituya el impulso necesario.

4 De cualquier forma, quiero agradecer a Rosario Espina quien me impulsó a retomar la tesis y me confrontó con la necesidad de ponerla a circular. A su vez, quiero agradecer a Diego Escolar y al comité editorial de Corpus por haberla aceptado para su publicación.

5 Buenos Aires, 30 de junio de 2015.

ABSTRACTS

Done in the Argentinean Chaco, this thesis analyzed the relationship between space, social relations and political action. For this, we focus on the relationship between toba people and the Argentine nation-state. The space has been addressed in this thesis recognizing its heterogeneous condition, formed from the synchronous existence of multiple societies and different spaces. Unveiling the strength of utopian thinking in the consolidation of the nation state and the foundation of all relationships it has established with the natives, we analyze the process of constitution of the Argentinean Nation Argentina in Chaco and its characteristics universalist utopia. The analysis of the construction of the nation state and the historical development of the toba has been made going beyond the idea of the existence of an a-historical status of indigenous peoples and those studies focusing on the discipline/transgression, natural space as/socially built space and hegemony/resistance oppositions. Focusing on their forms of political action, we argue that the toba reveal the cracks in the nationalist utopia. We hold the view that in its relations with the Nation, Toba 'mariscan' [gather shellfish] in the areas of political action and proceed to the manufacture their collective identities by subjectivizing universalisms. Such universalisms are inherent to citizenship, indigenism, evangelism and socio- political movements called together from the social class, all of these being 'relational political devices' in which toba people put at stake contemporary political action.

Realizada en el Chaco argentino, en esta tesis analizamos las relaciones entre espacio, relaciones sociales y acción política. Para esto nos centramos en la relación entre los toba y el Estado-Nación argentino. El espacio ha sido abordado en esta tesis reconociendo su condición heterogénea, constituida a partir de la existencia sincrónica de múltiples sociedades y espacios diferentes. Develando la fuerza del pensamiento utópico en la consolidación del Estado-nación y en los fundamentos de todas las relaciones que éste ha establecido con los indígenas, analizamos el proceso de constitución de la Nación argentina en el Chaco y sus características de utopía de carácter universalista. El análisis de la construcción del Estado Nación y del devenir histórico de los toba ha sido realizado sobrepasando la idea de la existencia de un estado a-histórico de los indígenas y los estudios centrados en la oposiciones disciplina/trasgresión, espacio natural dado/ espacio social construido y hegemonía/resistencia. Centrándonos en sus formas de acción política, argumentamos que los toba develan las fisuras de la utopía nacionalista. Sostenemos la

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tesis de que en sus relaciones con la Nación los toba ‘mariscan’ en los espacios de acción política y proceden a la fabricación de sus identidades colectivas a través de la subjetivación de los universalismos. Tales universalismos son inherentes a la ciudadanía, el indigenismo, el evangelismo, y los movimientos político-sociales convocados a partir de la clase social, siendo todos estos ‘dispositivos políticos relacionales’ en los que los toba se juegan la acción política contemporánea.

INDEX

Palabras claves: toba-qom, Chaco, espacio, política, historia Keywords: toba-qom people, Chaco, space, politics, history

AUTHOR

CARLOS SALAMANCA

Programa Espacios, Políticas y Sociedades, Centro de Estudios Interdisciplinarios, Universidad Nacional de Rosario- Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Argentina. Correo electrónico: [email protected]

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Reseñas

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Reseña de Tratados de paz en las pampas: los ranqueles y su devenir político, 1850-1880, de Graciana Pérez Zavala. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Aspha, 2014. 218 p. ISBN 978-987-45321-6-9

Aldana Calderón Archina

1 ¿Por qué los ranqueles se fueron desmembrando como grupo político territorial y quedaron sometidos a las autoridades argentinas? ¿De qué manera? ¿Por qué en la década de 1870 el Estado argentino logró direccionar los movimientos políticos de los ranqueles? ¿Por qué la “paz” incidió en el desmembramiento de la nación ranquel?

2 Tratado de Paz en las Pampas invita a sumergirse en los avatares políticos, sociales y económicos que envolvieron a los ranqueles durante la segunda mitad del siglo XIX. Contribuye a explorar las relaciones entre indígenas y “cristianos” en la llamada Frontera Sur, por entonces extendida desde el suroeste de la provincia de Buenos Aires hasta el sur de Mendoza. Las encrucijadas que debieron afrontar a lo largo de este periodo estuvieron entramadas en las políticas del Estado-nación argentino para con los indígenas. En tal sentido, se pone especial énfasis en los tratados de paz, contraídos entre indígenas y autoridades nacionales en los años 1865, 1870, 1872 y 1878.

3 El libro, producto de la Tesis de Maestría en Antropología de Pérez Zavala (docente e investigadora de la Universidad Nacional de Río Cuarto y de la Universidad Nacional de Villa María), nos permite comprender cómo se fueron entrelazando las causas que, paulatinamente, condujeron al desmembramiento de los ranqueles como nación. A la vez, nos permite entender cómo el Estado argentino logró posicionarse como el único interlocutor válido con el que los indígenas podían negociar, hacia la década de 1870.

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4 La autora parte de la premisa de considerar a la política como constitutiva de las relaciones interétnicas y, desde allí, derribar aquellos supuestos de la historiografía tradicional que solo consideran como política de frontera a los proyectos por parte del Estado nacional e ignoran la capacidad de acción de los indígenas. En esta dirección, se ponen de manifiesto las repercusiones que los tratados de paz causaron en las relaciones entre los propios ranqueles, debido a los disímiles posicionamientos que se adoptaron frente a los tratados de paz. Estos enfrentamientos produjeron modificaciones en la organización social y política indígena, al punto que, durante la década del ´70, pueden identificarse tres bandos entre los ranqueles: los “aliados” a las autoridades nacionales, los capitanejos e indios “rebeldes” que organizaban los malones y los indígenas “reducidos” en la frontera.

5 Si bien, el ojo está puesto en los tratados de paz como vehículo de los lazos de dependencia ranquel hacia el gobierno nacional, considerándolos una “forma de conquista”, la política diplomática debe ser comprendida como parte de una triangulación entre la política bélica (campañas punitivas y avances territoriales) y reduccionista (traslado de ranqueles a la frontera). A más de ello, se tienen en cuenta los intereses económicos puestos en juego en estos tratados, argumentando que contribuyeron a crear una dependencia económica para con el Estado. Como así también, se enfatiza en la heterogeneidad territorial, social, política y económica de la sociedad ranquelina a mediados del siglo XIX.

6 Otro de los propósitos del libro, es aportar al conocimiento de los ranqueles en los momentos en que eran una nación soberana, dado que durante casi un siglo actuaron como tal, lo cual es reflejado en los tratados de paz contraídos desde la época colonial en 1796 hasta los del siglo XIX, en donde son reconocidos por los cristianos como un grupo político-territorial y diferenciado de otros grupos indígenas.

7 En cuanto a las fuentes utilizadas, estas fueron éditas e inéditas. En cuanto a las primeras, se manejaron relatos de cautivos y misioneros, obras de coroneles, cartas de misioneros, militares, civiles e indígenas. Mientras que las fuentes inéditas contemplan las bases, actas o preliminares de tratados consultados en el Archivo Histórico Municipal de Río Cuarto (AHMRC), Archivo Histórico de la provincia de Córdoba (AHPC) y Servicios Históricos del Ejercito (SHE), entre otros. Asimismo, el texto está acompañado de notas al pie que detallan la fuente que está siendo referenciada, lo que le otorga mayor solidez argumental.

8 La autora se posiciona teóricamente dentro del campo de la historia de la cultura y la etnohistoria. Respecto del primero, destaca la perspectiva cultural como aquella que permite acercarse a los códigos culturales de un conjunto de grupos sociales en un determinado periodo, pero complementándolo con una “mirada política”, con la intención de así poder dar cuenta sobre cómo se conforman las relaciones de alianza y oposición, de autoridad y de subordinación entre actores. En relación al segundo, recupera algunos aportes de los trabajos etnohistóricos argentinos que hacen hincapié en la interacción entre grupos indígenas y Estado hegemónico.

9 A lo largo de la obra, se percibe una complementariedad entre disciplinas que lleva a una mixtura justa entre la metodología histórica y el enfoque etnográfico, una sutil combinación entre ambas que refleja lo que la antropología le puede aportar al historiador y viceversa. En este sentido, el libro está estructurado en tres partes, cada una de ellas consta de dos capítulos, y completan la obra, cuatro mapas con el propósito

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de ubicar al lector los lugares mencionados y de ilustrar las modificaciones en las territorialidades ranquelinas.

10 En la primera parte, compuesta por los capítulos 1 y 2, se detalla la metodología utilizada y se analizan las producciones bibliográficas argentinas, referidas a los indígenas que habitaron en Pampa y Norpatagonia durante el siglo XIX. Dentro del capítulo 1, cabe destacarse el uso que se le brinda a la noción de “relaciones interétnicas”, la cual será nodal para comprender el hilo grueso del texto. Asimismo, esta debe ser comprendida en dos dimensiones. Por un lado, vinculada a lo temporal, dado que si bien la Conquista del Desierto en Pampa y Patagonia, modificó estructuralmente la condición de los indígenas, estos continuaron actuando ante el Estado, lo que sirve de vehículo para comprender la legitimidad histórica de sus reclamos étnicos, políticos y territoriales. Y, por el otro, haciendo hincapié en las relaciones interétnicas en sí, lo que posibilita profundizar en las transformaciones suscitadas entre las sociedades interactuantes. Más aun para el caso aquí tratado, ya que se presume que al momento de consolidación del Estado nación debieron suprimirse las nacionalidades indígenas.

11 El eje del segundo capítulo está puesto en los alcances y límites de los trabajos historiográficos y el lugar que ocuparon en estos los ranqueles. A tales fines se realiza un vasto análisis bibliográfico, que incluye desde relatos de misioneros hasta trabajos recientemente publicados. A partir de los postulados centrales de estos, se puede dilucidar que, en reiterados casos, los ranqueles quedaron relegados a un segundo plano. No obstante, en su conjunto, dichas producciones brindan las piezas del rompecabezas que nos permiten definir, a la luz de la historiografía, quiénes habrían sido los ranqueles. Entre los puntos que la autora enfatiza, es oportuno mencionar los emplazamientos y desplazamientos territoriales, los procesos de fusión y fisión; la conformación de los linajes ranquelinos y su estructura política en general; como también, los vínculos con otras agrupaciones indígenas y con la política “cristiana”.

12 En la segunda parte del libro, se caracterizan las relaciones interétnicas en la Frontera Sur durante el periodo de 1850-1880, teniendo en cuenta los cambios y continuidades en la política cristiana y en la política indígena. De acuerdo a ello, el capítulo 3 está centrado en la conformación del Estado-nación y su política para con los indígenas. En tanto que en el capítulo 4, se caracterizan las políticas indígenas en el área pampeana.

13 Durante el proceso de conformación de un nuevo tipo Estado en la Argentina, se incrementó la restricción de dominio político y territorial de los indígenas de Pampa y Patagonia, impactando directamente sobre las territorialidades ranquelinas. Por tales motivos, en el tercer capítulo se analizan las materialidades que le dieron sustento a los proyectos de organización estatal en la segunda mitad del siglo XIX. Por un lado, se tiene en cuenta la construcción de fuertes y fortines, ya que si bien esta estrategia se erigió en tiempos coloniales, durante el periodo analizado se consolidaron nuevas fortificaciones que, acompañadas de expediciones punitivas, permitieron poblar las regiones de avanzada y limitar el accionar indígena. Fue entonces que, tras un plan integral ideado por el coronel Mansilla, la Frontera Sur fue desplazada en su totalidad (Mendoza, San Luis y Córdoba, y los ríos Diamante y Quinto se constituyeron en línea de avanzada). Por el otro, se ponen en relieve las estrategias jurídicas que dieron el amparo legal a estas políticas. Con tal propósito, se analizan los debates legislativos, las leyes sancionadas y las posturas de los caciques ranqueles ante estas.

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14 A la luz de las discusiones plasmadas en los debates legislativos de tal periodo, se puede desentrañar dos posturas que primaron entre las autoridades del gobierno nacional, las de aquellos que velaban por una incorporación voluntaria y los que buscaban su dominio bajo la fuerza. Consecuentemente, esto se evidencia en la frontera, en donde convivieron ambos proyectos; por una parte, las políticas punitivas, como las expediciones de “ablandamiento” en las tolderías de la Pampa y Norpatagonia (1878 y 1879) y, por la otra, los tratados de paz.

15 En relación a los tratados de la década de 1870, analizados en el capítulo 4, estos habrían sido los que motivaron los conflictos de Tierra Adentro (tolderías principales e indios ubicados en el acceso y salida, denominados indios de la “orilla”). Hasta la década de 1850, durante los conflictos de la Confederación Argentina con Buenos Aires, los ranqueles tuvieron un amplio marco de acción, por lo que se sostiene que hasta ese momento las relaciones habrían sido simétricas. El panorama cambió a fines de los ´60, cuando los enfrentamientos comenzaron a agravarse tras la avanzada militar, y en repudio de esta los “enemigos” efectuaron malones y montoneras. Ante este escenario, el gobierno nacional mandó las misivas de paz. Empero, a diferencia de los tratados anteriores (1854 y 1865), los “aliados” quedaron obligados a colaborar con el gobierno nacional, no siendo retribuidos equitativamente. Mientras que, por su parte, los indígenas reducidos sufrieron un proceso de militarización. En suma, todo ello contribuyó a acrecentar las asimetrías, tanto entre las relaciones interétnicas como intraétnicas.

16 En la tercera parte del libro, se pone el acento en la sociedad ranquelina y en los cambios que habrían ocasionado los tratados de paz. Se profundiza en el impacto que tuvieron los tratados en su economía y en cómo afectaron las relaciones entre los ranqueles de las tolderías de Lebucó y Potiague con los de la “orilla” y con los de la frontera del río Quinto.

17 Al ahondar en los aspectos económicos de la vida en las tolderías, se devela la complejidad de su sistema económico, compuesto por el comercio de ganado y de cautivos y, en menor medida, por las actividades agrícolas. De manera que esta caracterización permite derribar aquellas visiones simplistas que consideran a los ranqueles como “cazadores”.

18 Paralelamente, el deslindar la relación entre la política interétnica de los ranqueles y sus motivaciones económicas, pone en relieve las necesidades económicas del pueblo ranquel y cómo estas se fueron acrecentando, lo que propició que los dirigentes ranqueles concertaran los tratados de paz. Es decir, se argumenta que al no rendir como esperaban los malones, el sistema de racionamiento propuesto en los tratados fue considerado una salida a tal situación, ya que les brindaría un ingreso constante. No obstante, las raciones no fueron entregadas a término, lo que generó disputas entre ranqueles y denotó la incapacidad de estos al momento de imponerse en las negociaciones.

19 Por último, se termina de demostrar cómo la combinación de políticas ofensivas, políticas colonizadoras y políticas diplomáticas, en particular el avance militar sobre la frontera entre las décadas del ´60 y ´70 —legitimado y consolidado por la diplomacia—, posibilitó al Estado argentino el arrinconamiento territorial y político definitivo de los ranqueles, acentuando en las estrategias disímiles que adoptaron los ranqueles frente a tal escenario, dado que las diferencias en su accionar condujeron al quebramiento de la

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estructura social y política ranquelina y propiciaron que el Estado argentino se posicionase como el único interlocutor válido.

20 Para finalizar esta reseña, quisiera destacar que el libro demuestra un trabajo íntegro que permite comprender la complejidad de la vida social y política en la Frontera Sur, apareciendo esta como un espacio atravesado por múltiples tensiones. A la vez que, conduce a entender cómo fue posible el sometimiento de la nación ranquel, alejándose de visiones unidireccionales, como así también de aquellas que se limitan a comprender el binomio Estado/pueblo indígena, como uno en donde el segundo queda reducido a la voluntad del primero y se opacan los matices que se producen en su interacción. Por el contrario, los análisis de Pérez Zavala no se agotan en la perspectiva estatal, sino que dan cuenta de las articulaciones y desarticulaciones constantes dentro de las relaciones interétnicas e intraétnicas. Así también se debe resaltar que la riqueza de la obra presentada no se restringe al ámbito académico sino que, a través de esta, las comunidades ranqueles pueden hallar un sostén para sus políticas contemporáneas.

AUTHOR

ALDANA CALDERÓN ARCHINA Universidad Nacional de Córdoba y becaria del Consejo Interuniversitario Nacional, Argentina Correo electrónico: [email protected]

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Reseña de Los militares y el desarrollo social: frontera sur de Córdoba: 1869-1885, de Ernesto Olmedo. Buenos Aires: Aspha, 2014. 236 páginas, ISBN 978-987-45321-2-1

Margarita Gascón

1 Sobre la base de la historiografía referida tanto a la Argentina del último tercio del siglo XIX como a la frontera en el Río Cuarto, este libro se concentra en los poco más de quince años que van desde 1869 a 1885. El periodo es importante. La década de 1870 avanzó con tratados de paz con los ranqueles, continuando de este modo con una de las políticas coloniales para las relaciones interétnicas que consistía en celebrar parlamentos y pactos con las diferentes tribus. En esa misma década de 1870, la movilización de soldados desde la frontera para combatir en la Guerra de la Triple Alianza dejó desprotegidas las zonas fronterizas, abriendo una tentadora oportunidad para el robo y la violencia. Asimismo, la inestabilidad política llevóa que conflictos internos —los más serios: la sucesión presidencial de Avellaneda y la rebelión de Tejedor—se resolvieran por las armas, recurriendo a la movilización de los soldados de la frontera. Hacia 1880, la amenaza de ocupación de la Patagonia por parte de Chile aportó otro ingrediente a la preocupación sobre lo que sucedía con los nativos ante la posibilidad de alianzas entre las tribus de ambas vertientes de los Andes para apoyar a los chilenos. De la propuesta de este libro se desprende que, para el periodo considerado, el término “frontera” incluía varias preocupaciones interrelacionadas: el indio, los límites, la soberanía y el rol de lo que todavía no podríamos llamar fuerzas armadas pero que constituían hombres armados que podían movilizarse desde las provincias para la resolución de las disputas políticas. El doctor Ernesto Olmedo es un historiador que ejerce en la Universidad Nacional de Río Cuarto, siendo también un activo miembro del Taller de Etnohistoria de la Frontera Sur (Tefros), con investigaciones sobre el pasado de la frontera del Río Cuarto.

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2 Según nos refiere el doctor Olmedo, desde mucho antes de la década de 1870, el indio era presentado como un “problema”y daba razón y justificación para una guerra ofensiva que, además, proponía llevar a la frontera interétnica desde el borde de las Pampas a la Patagonia norte. Algunas propuestas tenían antecedentes en el marqués de Sobremonte y otros funcionarios borbónicos, y en la campaña de Juan Manuel de Rosas en 1833. También en esos casos, el denominado “problema del indio” había surgido de la encrucijada de variables económicas, políticas y estratégicas. En el periodo considerado por Ernesto Olmedo, el sostenimiento de los ejércitos en una frontera extensísima, desde Mendoza a Buenos Aires, comenzaba por las limitaciones en conseguir soldados (reclutamientos forzosos), seguía por los gastos del erario público en recursos (algunos muy caros como los caballos) y concluía en el pago por los servicios mediante la cesión de tierras públicas. Desde la perspectiva del libro, la mirada sobre el ejército ahora consistía en hacerlo instrumento para la “territorialización” de un espacio a ser colonizado y convertido en productivo. La agenda de semejante desarrollo tenía tres elementos distintivos. Primero estaba el avance sobre territorios desconocidos y en poder de los nativos. Segundo venía la extensión del ferrocarril y el telégrafo, junto con la conversión de los puestos de frontera en colonias agrícolas. Tercero, el otrora “desierto” sería un “territorio”, esto es, un espacio poblado en forma permanente y crecientemente productivo bajo la soberanía del Estado argentino.

3 En el primer capítulo, Olmedo analiza las definiciones de territorio y región junto con las ideas de desarrollo económico. El autor sigue una conocida línea argumental de historiadores como Alberto Cortés Conde, Mario Rapoport, Ricardo Ortiz, Oscar Oszlak y Tulio Halperín Donghi. Lo que describen es cómo el capitalismo internacional condujo a la transformación de la economía del Río de la Plata para su integración en el mercado internacional como un proveedor de materias primas, convirtiendo al Estado nacional, que se encontraba todavía en vías de consolidación, en el promotor y garante de ese proceso. El capítulo dos se centra en el surgimiento del Estado nacional y en la consolidación de sus estructuras para garantizar soberanía. Ernesto Olmedo también convoca a los principales referentes de la historiografía en estos temas. Entre otros, hay citas de Waldo Ansaldi, Oscar Oszlak, David Viñas, Natalio Botana y David Rock. A ello se suman las consideraciones para la Patagonia en particular hechas por Susana Bandieri, Pedro Navarro Floria y Marta Bechis. Estos dos capítulos iniciales, entonces, subrayan las principales conclusiones de una asentada historiografía cuya vertiente económica ha evaluado el impacto de las inversiones británicas (telégrafo y ferrocarril, sobre todo) y ha caracterizado a las acciones desplegadas por el Estado nacional para la monopolización de la fuerza.

4 Según Olmedo, a partir de la década de 1870 se registraron cambios en la zona de Córdoba y del Río Cuarto que dan cuenta de las consecuencias locales de las acciones nacionales en lo que respecta a la economía y la política que han sido señaladas por los autores citados arriba. En 1860-70 llegó a Córdoba el ramal del ferrocarril que la unía con Tucumán. En 1870, la Constitución pasó el poder político de los comandantes de frontera a las autoridades civiles. Entre 1870 y 1878 se firmaron tratados de paz con los ranqueles, con un avance de la línea de frontera hacia el río Quinto. Paralelamente, hubo una tímida colonización y surgimiento de estancias dedicadas a la cría de ganado que llevaron a la población del Río Cuarto a unos 15 mil habitantes (1879). Para el autor, la transformación del espacio fronterizo involucró al ejército y siguió los designios de la

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élite económica que favorecía el establecimiento de latifundios para actividades pecuarias.

5 El argumento central del libro sigue una firme línea de la historiografía argentina: el ejército permitió la territorialización al suprimir la frontera interétnica y posibilitó el establecimiento de estancias con ganado y colonias —militares primero, aunque fallidas —, fortaleciendo así la presencia del Estado nacional. Algunos datos aportados por el propio autor, sin embargo, ilustran un proceso menos diáfano y hasta ocasionalmente contradictorio. En 1869, por ejemplo, cuando la línea militar avanzó desde el río Cuarto al río Quinto, la tierra que se puso a disposición para su colonización terminó comprada por acaudalados porteños y algunos locales. Pero la causa no fue que esta élite había propiciado este avance de la frontera sobre territorios de nativos con la intención de comprar las tierras y consolidar el latifundio pecuario. Ocurrió que la tierra fue puesta en remate para recaudar fondos con los que paliar el crónico déficit del erario público. Sin sorpresas, compraron esas tierras disponibles quienes tenían el dinero suficiente como para hacerlo. Y, a falta de la mano de obra que reclama el trabajo agrícola, los flamantes propietarios pusieron ganado ya que se trata de una actividad que no es mano de obra intensiva y que dejaba excedentes con los que comercializar en el mercado interno y externo.

6 En este punto, los datos que aporta Ernesto Olmedo permiten examinar dos asuntos diferentes analíticamente. Por una parte está la causa del fortalecimiento del latifundio pecuario en el sur de Córdoba y, por la otra parte, está la intención de la élite en cuanto a la expansión de la frontera. En el marco de una economía capitalista, las acciones procuran asegurar la máxima rentabilidad que, en este caso, estaría dada por las inversiones en bienes inmuebles que iban estando disponibles. Analíticamente, entonces, al menos en el sur de Córdoba y según los datos del libro que reseñamos, la causa de la concentración de la tierra en manos de unos pocos fue que finalmente salieron a remate en Buenos Aires ante la necesidad de fondos del Estado. Esta fue la causa, ¿podemos concluir en que había sido la intención? Para quienes suscriben a la afirmación de que causa e intención fueron lo mismo, Julio A. Roca representó cabalmente los intereses de esa élite latifundista y, en consecuencia, su campaña de 1879 materializó las intenciones de facilitar el acceso a tierras fértiles. Pero si Roca representaba ese afán basado en el pensamiento de que las tierras en poder del indio eran fértiles, entonces, sus acciones terminaron siendo inconsistentes. En efecto, Roca avanzó sobre territorios que él mismo veía, en 1872 (el año del reclutamiento obligatorio), como infértiles y carentes de —o con escasos— recursos estratégicos: agua, leña y pastos. Para Roca, lo que había hacia el sur de Córdoba era un “inmenso desierto, casi sin agua y muy alejado de los mercados”. En esa misma carta acusaba por su ingenuidad a “mucha gente entusiasta [que] cree que puede brotar por encanto” una población en semejantes tierras (p.212). Y en 1873 fue el ministro de guerra Martín Gainza quien presentó al Congreso el relevamiento de los recursos de la zona para evaluar la factibilidad de que las tropas se pudiesen abastecer de esos tres recursos vitales si se llevaba una línea de frontera más hacia el sur. Las condiciones ambientales marcaban así límites a las acciones. Y a las expectativas también. Hacia el suroeste de las pampas, la fertilidad de los suelos disminuye a medida que se ingresa en la pampa seca; algo que los locales sabían bien y que explica que la venta de las tierras se hiciera en el mercado de capitales de Buenos Aires pues “la burguesía local [de Córdoba] no se sentía atraída por una inversión en tierras carentes, entonces, de toda perspectiva rentable inmediata” (p.170). Incluso, cuando se extendieron los ramales ferroviarios,

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“no se alteró mayormente el sistema productivo porque ya no había tierras públicas para nuevas poblaciones” (p.171). Estos datos señalan que, hacia el suroeste de Córdoba, no existía el mismo atractivo que hacia el sur de Buenos Aires y de Santa Fe en cuanto a que estos eran ambientes apetecidos por la disponibilidad de agua y por tener suelos aptos para la agricultura. Esos recursos naturales de la pampa bonaerense despertarían la codicia de la élite para incrementar su patrimonio y poder. En ese escenario, se entiende que impulsaran y apoyaran todo lo tendiente a la expansión de la frontera agraria a través de la expulsión de los nativos y procurasen la anexión de más tierras a su patrimonio, como señala la historiografía rioplatense.

7 Otro tema importante que se examina en el libro es la primera ola de la colonización, que se proponía que fuese con colonias militares. Esa propuesta se podía remontar a los orígenes de varias ciudades europeas, con los campamentos del ejército romano a medida que se iban volviendo poblados permanentes. La idea de base de las colonias militares era que fueran logrando un asentamiento permanente, donde los mismos soldados produjeran una buena parte de sus alimentos, ahorrándole una sustancial suma de dinero al Estado. En particular, Roca había pedido relevamientos previos de las zonas cercanas al río Negro para su potencial uso agrícola. En una segunda vuelta, esa tierra ya productiva aumentaría de valor y funcionaría como un imán para la llegada de otros pobladores. De esta manera, el ejército contribuía a la territorialización con el avance de la línea de frontera y la posterior estabilización a través de colonias agrícolas. El obstáculo para la ejecución del programa de territorialización con el ejército estaba en el primer eslabón de la cadena colonizadora. Los involucrados en la primera ronda, en su mayoría, eran soldados de levas forzosas, sin interés en ser soldados primero para luego volverse agricultores. Tampoco mejoró el asentamiento en colonias militares con la Ley 1628 de 1885 que entregaba tierras como pago por servicios. En un repaso sobre las situaciones en otras partes del país, el resultado fue, en todas ellas, el fracaso de la colonización militar.

8 Este libro de Ernesto Olmedo sobre el caso de Río Cuarto es una prueba de los beneficios que aportan a la comprensión de los procesos nacionales los análisis de cómo fueron esos procesos a nivel local. Dada la abundancia y la relevancia que tiene la historiografía centrada en Buenos Aires y el Río de la Plata, las conclusiones y propuestas interpretativas para las pampas bonarenses suelen ser rápidamente generalizadas a otras zonas del país. De este modo, las investigaciones regionales suelen tomar como punto de referencia los procesos registrados en Buenos donde las condiciones locales (ambientes, recursos, demografía) eran diferentes a las que existían en otras zonas de la frontera sur, como es el caso del Río Cuarto, San Luis o Mendoza. Por eso, este libro es un ejemplo a la vez que una invitación a investigar sobre las particularidades de los procesos en los diferentes segmentos de la extensa frontera sur.

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MARGARITA GASCÓN

Instituto de Cs. Humanas, Soc. y Ambientales (INCIHUSA) del Centro Científico Tecnológico- Mendoza del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Argentina. Correo electrónico: [email protected]

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