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CENTRO DE INVESTIGACION Y MUSEO DE ALTAMIRA MONOGRAFIAS N.° 14

EXCAVACIONES EN LA CUEVA DEL JUYO

Por I. Barandiarán, L. G. Freeman, J. González Echegaray y R. G. Klein.

Con la colaboración de A. Boyer-KIein, W. Crowe, K. Cruz Uribe, V. Fernández Acebo, C. A. Fernández Pato, A. Leroi-Gourhan y B. Madariaga.

MINISTERIO DE CULTURA

DIRECCION GENERAL DE BELLAS ARTES Y ARCHIVOS SUBDIRECCION GENERAL DE ARQUEOLOGIA Y ETNOGRAFIA CENTRO DE INVESTIGACION Y MUSEO DE ALTAMIRA MONOGRAFIAS N.° 14

EXCAVACIONES EN LA CUEVA DEL JUYO

Por I. Barandiarán, L. G. Freeman, J. González Echegaray y R. G. Klein.

Con la colaboración de A. Boyer-KIein, W. Crowe, K. Cruz Uribe, V. Fernández Acebo, C. A. Fernández Pato, A. Leroi-Gourhan y B. Madariaga.

MINISTERIO DE CULTURA

DIRECCION GENERAL DE BELLAS ARTES Y ARCHIVOS SUBDIRECCION GENERAL DE ARQUEOLOGIA Y ETNOGRAFIA l.« Edición: Madrid. 1985 Edita: MINISTERIO DE CULTURA. Dirección General de Bellas Artes y Archivos. Subdireccion General de Arqueología y Etnología. Plaza del Rey. 1. 28071 MADRID.

I.S.B.N.: 84-505-6551-0 Depósito Legal: M-31.712-1987

Industrias Gráficas CARO. S. L. Calle D, Nave 5 (con vuelta a calle I) Pol. Ind. de Vallecas 28031 MADRID Pnntcd in INDICE

Págs.

INTRODUCCION GEOGRAFICA E HISTORICA, por J. González Echegaray 7

MORFOLOGIA, CONTENIDOS Y ASPECTOS GENETICOS DE LA CUEVA DEL JUYO, por V. Fernández Acebo 15

OBJETO DE LAS INVESTIGACIONES EN EL JUYO, por L G. Freeman 27

APRECIACION ARQUEOLOGICA SOBRE LOS ESTRATOS Y NIVELES DE OCU• PACION, por J. González Echegaray y L. G. Freeman 47

ANALISIS PALINOLOGICO DE LA CUEVA DEL JUYO, por Anais Boyer-KIein y Arlette Leroi-Gourhan 55

TECNICAS DE RECUPERACION INTEGRAL DE LOS DATOS OBTENIDOS EN LOS SEDIMENTOS DE YACIMIENTOS PREHISTORICOS, por W. Crowe 63

ESTUDIO MALACOLOGICO DE LA CUEVA DEL JUYO, por B. Madariaga de la Campa y Carlos Fernández Pato 75

LA FAUNA MAMIFERA DEL YACIMIENTO DE LA CUEVA DE EL JUYO. CAMPAÑAS DE 1978 Y 1979, por R. Klein y Kathryn Cruz Uribe 97

LA INDUSTRIA LITICA, por J. González Echegaray 121

EVIDENCIAS POSTPALEOLITICAS EN LOS NIVELES SUPERIORES, por I. Baran- diarán 1 55 INDUSTRIA OSEA PALEOLITICA DE LA CUEVA DEL JUYO, EXCAVACIONES DE 1978 Y 1979, por I. Barandiarán 161

ANALISIS CUANTITATIVO DE LAS DISTRIBUCIONES EN LOS NIVELES 4 Y 6, por L. G. Freeman 1 95

5 INTRODUCCION GEOGRAFICA E HISTORICA

J. GONZÁLEZ ECHEGARAY

Instituto para Investigaciones Prehistóricas. Santander. DESCRIPCION GEOGRAFICA

La cueva del Juyo se encuentra en el lugar de Igollo, ayuntamiento de Camargo, a unos 8 Km. de la ciudad de Santander, capital de la región de Cantabria (43° 25' 53" N; 0° 1 2' 4" W. merid. de Madrid) (fig. 1). El caserío del pueblo está en su mayor parte situado a los pies y en la falda sureste de una alta colina, conocida por el nombre de la Peña (92 m. sobre el nivel del mar). Esta, en su parte superior, se encuentra cubierta de vegetación silves• tre, asomando a veces la roca original de una caliza del Cretácico. Desde su cima se ve el norte de la llanura costera, la franja litoral y el Mar Cantábrico, a sólo unos 5 km. de distancia en línea recta. Al pie de la colina por el noroeste se abre una gran dolina, conocida en el lugar por el nombre de El Juyo, forma dialectal, que equivale al castella• no El Hoyo. En el fondo de esta depresión, sobre la ladera sur, es donde se encuentra la boca de la cueva que recibe este nombre. El paisaje que la rodea, pese a estar relativa• mente cercano a la ciudad, es muy solitario y salvaje, y está actualmente cubierto por un bosque de eucaliptus, que, en parte, ha sustituido al viejo monte de robles, de los que aún se conservan buenos ejemplares. La extracción de arenas en la ladera norte de la dolina, que con fines industriales debió realizarse en otro tiempo, ha dejado huellas en el paisaje y ha permitido el deslizamiento y hundimiento de parte del terreno. La cueva presenta en la actualidad tres entradas, de las cuales sólo la central es relativamente amplia y practicable, estando cerrada con una puerta metálica. La occidental, muy angosta, es el desagüe de un pequeño arroyo, siendo impracticable su acceso a causa de las arenas y limos allí acumulados. Esta fue la entrada por la que accedieron en su día los descubridores de la cueva. La más oriental fue abierta recientemente por nosotros para comprobar su correspondencia con el interior, justamente en el lugar donde se halla el yacimiento más importante. La parte abierta es sumamente pequeña y, por razones de seguridad, ha sido de nuevo tapiada por nosotros y actualmente ha vuelto a recubrirse de tierra, rodada desde la ladera, y de vegetación.

9 O'20' lii

Castillo

i i IIII 0 10 KM

Fig. 1 - Situación de la Cueva del Juyo. en relación con los principales yacimientos paleolíticos de Cantabria.

Los accesos al fondo de la dolina, donde están las entradas descritas, fueron practicados por nosotros, construyendo un camino que empalma con el ya existente que corre a media ladera por el norte. Igualmente fuimos nosotros, quienes en 1 982 excavamos en la base de la ladera sur, formada por un coluvión, para hallar la entrada natural a que antes hemos aludido y que había sido recubierta por éste después que se hundió la entrada de la cueva ya en los tiempos paleolíticos. También acondicionamos en parte el fondo de la depresión, depositando allí las tierras procedentes de estas "excavaciones", con el fin de disponer de una superficie adecuada para las instalaciones necesarias a la excavación del yacimiento arqueológico. La cueva en su interior es una cavidad de proporciones medias, con alturas de techo que no suelen sobrepasar los 4 m., si bien con un plano muy complejo, que supone un intrincado recorrido de más de 600 m. A veces las galerías están yuxtapuestas en ángulo recto, siguiendo la línea de las diaclasas. Las salas más importantes se encuentran junto a la entrada y son el lugar donde está el yacimiento prehistórico. El pueblo de Igollo, pese a ser un lugar de no más de mil habitantes, tiene en la tra• dición regional un particular renombre. Posee algunas bellas casonas con portaladas y escudos de armas de familias importantes de los siglos XVII y XVIII. Pero, sobre todo, es conocido por hallarse vinculado a una leyenda más semiculta que popular, según la cual el príncipe mitológico, llamado Astur, hijo de Osiris y de Isis, llegó a España a fundar un

10 reino y puso su palacio en Igollo. El lugar que la leyenda atribuye a su fundación es la Peña, inmediatamente encima de la cueva del Juyo. Un texto del siglo XVII dice: "Sobre la dicha peña se ven oy las ruinas del palacio fundado por el antiquísimo rey Astur, que en aviendo passado más de tres mil años después de su fundación, nunca del todo pere• cieron sus vestigios, ni su memoria" (Sota 1681:174). La cima de esta alta colina es, en efecto, un sitio privilegiado, con magníficas vistas, "de donde se registra casi toda la Cantabria" (Sota 1681:174), pero no conserva vestigios de construcción alguna, afloran• do la roca madre por casi todas sus partes. En el lugar más prominente destacan unos bancales de caliza oscura, de color distinto al resto de la roca, que pueden aparentar la forma cuadrada de los cimientos de una torre, y que todavía hoy son objeto de atención por parte de las gentes de allí. Según la leyenda, en esa peña tenía el príncipe su pala• cio, "y al pueblo que está debaxo de ella denominó del nombre propio de su madre la reina Yo: que con la fuerca del largo tiempo, se alteró por el vulgo, llamándole lollo, y últimamente, Igollo" (Cossío y Celis 1688:39-42). Este príncipe sería el antepasado de los legendarios caudillos cántabros de época romana, y de Pedro, Duque de Cantabria en el siglo VIII, así como de los reyes de Asturias, León y Castilla.

HISTORIA DE LOS TRABAJOS ARQUEOLOGICOS

La cueva del Juyo era, al parecer, desconocida hasta 1953, cuando el caminero de la Diputación Provincial, vecino del lugar, José Ruiz penetró por su boca más occidental. No fue, en realidad, un hallazgo casual, sino que obedecía a un plan proyectado por su superior el doctor ingeniero de caminos D. Alfredo García Lorenzo, quien por aquella época había mandado a su gente que, sin descuidar su trabajo profesional, buscaran cuevas y abrigos en la zona, con el fin de hallar yacimientos prehistóricos. Esta política, bien controlada, dio como resultado el hallazgo de varias cuevas con pinturas y de numerosos yacimientos descubiertos aquellos años, como es bien conocido. Baste recordar las cuevas de Las Monedas, Las Chimeneas, Cullalvera, EJ Piélago, La Chora, etc. Una vez iniciada la exploración de la cueva del Juyo, García Lorenzo se percató de la importancia del yacimiento paleolítico cercano a la entrada, e incluso realizó obras con el fin de desescombrar la entrada central, taponada desde los tiempos prehistóricos, colocando allí una puerta. En los tramos finales de las galerías del norte halló un extraño enterramiento humano colectivo, constituido por el esqueleto de una mujer, portando un collar de cuentas de vidrio de finales del imperio romano o de época visigoda, según la apreciación de J. Martínez Santa Olalla. Junto al esqueleto femenino había otros tres, esta vez infantiles. Todo parece indicar un ritual pagano y tal vez un sacrificio de carácter mágico (González Echegaray 1 966). También descubrió García Lorenzo en el interior de la cueva restos de pinturas rupestres en negro, sin que se aprecie ninguna de carácter figurativo, y un grabado en la roca de un cuadrúpedo indefinido. Pero la primera campaña de excavaciones en el yacimiento paleolítico de la cueva del Juyo no comenzó hasta 1955, dirigida conjuntamente por Paul Janssens, médico municipal de Amberes, y J. González Echegaray, entonces vice-director del Museo de Prehistoria de Santander. Se hicieron sendas trincheras en las salas cercanas a la entrada, a las que se dio el nombre de Trinchera I y Trinchera II, la segunda cerca de la entrada central de la cueva, y la primera al comienzo de la gran sala del interior, donde ya entonces se pensaba que exisitió otra entrada magdaleniense a la cueva (puerta oriental). La estratigrafía descubierta consistía en once niveles prehistóricos, todos los cuales dieron materiales correspondientes al complejo industrial llamado Magdaleniense III.

11 La secuencia lítica industrial, como entonces se entendía, resultaba notoriamente uniforme en ambas trincheras y en todos los niveles en ellas representados. Por lo que a la fauna se refiere, había una notable concentración de conchas marinas, especialmente del género Patella, que formaban un verdadero "conchero" al menos en un nivel, y, por lo que toca a los mamíferos, había una gran abundancia de individuos del género Cervus. Estos hechos llamaron la atención de L. G. Freeman, especialmente interesado en la evolución de las técnicas de subsistencia en el Paleolítico local (Freeman 1973). En el verano de 1956 tuvo lugar una segunda campaña de excavaciones. El resultado de estos trabajos, junto con el análisis de la estratigrafía y el estudio de los materiales líticos y óseos fue publicado por el Patronato de las Cuevas Prehistóricas de la Provincia de Santander en una detallada monografía, en la que el estudio de las piezas paleontológicas corría a cargo de P. Azpeitia (Janssens y González Echegaray 1958). Para entonces el yacimiento había sido ya visitado por el equipo excavador de la vecina cueva del Pendo, con André Leroi-Gourhan a la cabeza, que había dado ya su apoyo moral a los trabajos, como lo había hecho asimismo J. Carballo. En 1957 tuvo lugar una tercera campaña de excavación , esta vez dirigida por P. Janssens y P. Azpeitia, cuyos resultados no llegaron a publicarse. Ruiz Argües realizó una impresión al natural fijada con laca del corte estratigráfico de la Trinchera I, que ha permanecido expuesta al público en el Museo Provincial de Prehistoria. En 1959 J. Griffin y J. González Echegaray tomaron una muestra de carbón del nivel VI para el análisis de C-14 en el laboratorio de la Universidad de Michigan. La muestra (M-830) dio un resultado de 13.350 ± 700 B.C. (Crane y Griffin 1960). Por motivos que más adelante se explicarán, Freeman y González Echegaray decidimos iniciar una nueva serie de excavaciones en el yacimiento de la cueva del Juyo en 1978. Para dirigirlas aquel año invitamos también a nuestros colegas Ignacio Barandiarán Maestu, Director del Departamento de Prehistoria de la Universidad de Santander, y a Richard Klein, profesor de la Universidad de Chicago. También tomaron parte en los estudios de investigación los especialistas S. Porter, de la Universidad de Seattle (U.S.A.), como se- dimentólogo-geomorfólogo, Arlette Leroi-Gourhan como palinóloga, Benito Madariaga, del Instituto Oceanógrafico de Santander, como malacólogo, y Francisco Santamatilde como técnico gráfico. La campaña tuvo lugar entre el 1 5 de junio y el 15 de agosto de dicho año y participó en ella un nutrido grupo de expertos, algunos de ellos profesionales ya conocidos, y otros simplemente postgraduados o alumnos de universidad. He aquí sus nombres: F. Bernaldo de Quiros, Victoria Cabrera, J. L. Casado Soto, Ana Cava, J. Fernández Tresguerres, J. M. García Cáraves, M. González Morales y M.a del Carmen Márquez Uría. J. Alom, A. Alvarez, R. Barcena, Dolores Camalich, J. J. Enríquez Navascués, J. Fernández Eraso, G. García, E. García Soto, E. Gómez Herrerías, M. González, Marián Granados, M.a Dolores Herrera, Sacramento Jiménez, J. Larrañaga, M. Martínez Andreu, Margarita Muñoz, M. de la Rasilla Vives, A. Sánchez Ferra, J. L. Sánchez, Paloma Sánchez Martín y M.a José del Val, todos ellos de distintas universidades: Complutense y Autónoma de Madrid, Santander, Zaragoza, La Laguna (Tenerife) y Deusto (Bilbao).

Recibimos la visita del Prof. J. Maluquer de Motes, Comisario de Excavaciones Arqueológicas, del Prof. A. Beltrán Martínez (Universidad de Zaragoza) y del Prof. A. Moure Romanillo (Universidad de Valladolid). Los estudios fueron patrocinados por la Dirección General del Patrimonio Artístico, Archivos y Museos, el Ayuntamiento de Camargo, la Excma. Diputación Provincial de Santander, la Lichtstern Foundation for Anthropological Research y la National Science Foundation. Al siguiente año (1979) reanudamos la campaña de excavación, esta vez dirigida conjuntamente por I. Barandiarán (que no pudo estar presente en los trabajos de campo), L G. Freeman y J. González Echegaray, con la colaboración de R. Klein, F. Santamatilde, S. Porter,

12 M. Hoyos, B. Madariaga y otros. La excavación se inició el 2 de julio y terminó el 25 de agosto. En ella tomaron parte, además de nuestros antiguos colaboradores de Santander, J. M. García Cáraves y Enrique G. Herrerías, un nutrido grupo de alumnos de distintas universidades y centros tanto españoles como extranjeros: E. Baquedano, Ana Castaño Lladró, M.a Asunción Cizarazu, Cristina González Doña y Genoveva Romero, todos ellos de la Universidad Complutense de Madrid; S. Ripoll y Gisela Ripoll, de la Universidad de Barcelona; Lourdes Ortega Mateos, Rosario Alonso Silió y Esther Martín Santa María, de la Universidad de Valladolid; Bárbara Johnson, Cornelia Wolf y Kathy Allwarden, de la Universidad de Chicago; Cristina Echevarría, de la Universidad de Bristol (Gran Bretaña) y Kate Slighton de la Universidad de Princeton (U.S.A.). Durante la campaña nos acompañaron algunos días los profesores Dr. Paul Janssens, J. Pfeiffer (Universidad de Princeton), F. Bernaldo de Quirós, Victoria Cabrera (Universidad Complutense de Madrid) y J. L. Casado Soto. También colaboró algunos días con nosotros el entonces jefe de guías de las cuevas de Puente Viesgo y antiguo colaborador nuestro D. Felipe Puente. Recibimos la visita detenida del Director General de Bellas Artes, Prof. Javier Tusell, del Subdirector General de Arqueología Prof. M. Fernández Miranda, así como de los profesores J. Fernández Tresguerres, P. Irizqueta, M. González Morales y M.a del Carmen Márquez Uría.

Los trabajos fueron patrocinados por la Dirección General de Bellas Artes, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Cultura y la National Science Fundation (U.S.A.).

Tras dos años de interrupción tuvo lugar la tercera campaña de excavaciones en 1982, esta vez dirigida conjuntamente por L. G. Freeman y J. González Echegaray. Los trabajos empezaron antes de la excavación arqueológica propiamente dicha, retirando con una pala mecánica los escombros del coluvión que ocultaban la entrada oriental. En estos trabajos colaboraron directamente con nosotros el geólogo Manuel Hoyos, el ingeniero A. Ribalaygua y el director del Museo Marítimo de Santander J. L. Casado Soto. El Dr. M. Hoyos volverá a pasar algunos días en el yacimiento durante el proceso de excavación. En la excavación arqueológica tomaron parte: J. Aramburu Zabala, Luis Alberto Díaz Sañudo, Delia García del Campo, Ana María Giribert Abásalo, M." de los Angeles González Villegas, J. L. Gutiérrez Saez, Lucila Hacinas García, Carmen de las Heras Martín, Julia Martín Arias, Esther Peña Bocos, Ana Sobremazas, María José Trimallez Agüero y Carmen Várela Torrecilla, todos ellos de la Universidad de Santander; Gema Adán Alvarez, Otilia Requejo Ages y A. Martínez Villa, de la Universidad de Oviedo; Cristina González Doña, Rosa Ramos, Olga Pérez y Ana Oliver; M.-Peñalver de la Universidad Complutense de Madrid; Mario Menéndez Fernández, de la Universidad Autónoma de Madrid; A. Ramos Millán, de la Universidad de Granada; Nina Bruhns, Christina Peterson, Cornelia Wolf y Deborah Peterson, de la Universidad de Chicago; Alan Sokoloff, de la Universidad de Berkeley, y Judith Ogden, de Walnut Creek, California. Hemos de destacar la colaboración especial de William Crowe, de Chicago, José M.a García Cáraves, de Santander, y Enrique Gómez Herrerías, igualmente de Santander.

Durante la campaña nos visitaron y en algún caso permanecieron días con nosotros el Subdirector General de Arqueología, Prof. M. Fernández Miranda; el Director del Museo Arqueológico Nacional, Prof. E. Ripoll; El Prof. Clark Howell, de la Universidad de Berkeley; el Prof. Ofer Bar-Yosef, de la Hebrew University de Jerusalén; el Prof. Pedro Armillas, de la Universidad de Illinois; el Prof. Fernández Tresguerres, de Oviedo; la Dra. L. Dams, de Bélgi• ca; los Profs. F. Bernaldo de Quirós y Victoria Cabrera; los Profs. M. González Morales y M.a del Carmen Márquez Uría, el Prof. M. de la Rasilla, el Prof. J. L. Casado Soto, Director del Museo Marítimo de Santander, la Prof. Anne Eastham (Gran Bretaña), el Prof. L. G. Straus, de la Universidad de New México (U.S.A.), el Dr. A. Cheung, el artista y mecenas de la arqueología Sr. A. Estrada Vilarrasa y otros. Hemos de destacar la presencia reiterada en las excavaciones, tomando parte en los trabajos, del alcalde de la ciudad de Santander, Excmo. Sr. D. Juan Hormaechea Cazón.

13 La excavación fue patrocinada por la Dirección General de Bellas Artes, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Cultura, la National Science Foundation (U.S.A.) y el Ayuntamiento de Santander. La última campaña ha tenido lugar en el verano de 1 983, dirigida conjuntamente por L. G. Freeman y J. González Echegaray. Se inició el 1 de julio y terminó el 31 de agosto. Tomaron parte en ella, en primer lugar, nuestro colaborador y experto en técnicas de flotación para recuperar la "fracción pequeña", William Crowe, Director de los Small Fractions Laboratories del Institute for Prehistoric Investigations, I. P. I. (Chicago), así como José M." García Cáraves del I. P. I. español (Santander). También colaboraron con nosotros los Prof. Lawrence Kee- ley, de la Universidad de Illinois, y Bennet Bronson, del Field Museum de Chicago; J. Aram- buru Zabala, Florinda Bordas Gutiérrez, Delia García del Campo, M." de los Angeles Gómez Fernández, M.B de los Angeles González Villegas, J. L. Gutiérrez Sáez, M." del Carmen de las Heras, Ana Lomba Falcón, Esther Peña Bocos, Paulino Pumarejo, Fernando Roza de la Torre, Juan Suengas Goenechea, Pablo Susinos, M.a José Trimallez Agüero y Carmen Várela Torre• cilla, todos ellos de la Universidad de Santander; Laura Lewis, Bryan Marsh, Marcia Okun, Christina Peterson y Mará Rosenthal, de la Universidad de Chicago; Alan Sokoloff, de la Universidad de Berkely; R. Doce'y Silvia Ripoll, de la Universidad Autónoma de Barcelona; M." José Soto, de la Universidad de Santiago de Compostela; Ana Carmen Sánchez, de la Universidad de Navarra; Rosa M.a Seral de la Universidad Complutense de Madrid; Judith Ogden de California; Deborah Burton y Sarah Freeman, de Chicago. Durante el curso de los trabajos nos visitaron e incluso acompañaron algunos días en su caso, Richard Klein, J. Fernández Tresguerres, F. Bernaldo de Quirós, Victoria Cabrera, M. González Morales y M.a del Carmen Márquez Uría. En la presente memoria sólo van reseñados los datos que se refieren a temas de tipo general, relacionados con el yacimiento y su medio ambiente, y un análisis y estudio de los materiales recogidos en las dos primeras campañas de 1978 y 1979. El análisis de los materiales procedentes de las campañas ulteriores, el estudio de las estructuras específicas de los niveles 8, 6 y 4, y de las obras de arte que nos ha proporcionado el yacimiento, son objeto de una segunda memoria, ya en curso avanzado de preparación.

BIBLIOGRAFIA

COSIO Y CELIS, Pedro de, 1688, Historia en dedicatoria, grandezas y elogios de la mui valerosa provincia, xamás vencida Cantabria. Madrid, L. Antonio y Baldivia. CRANE, H. y J. GRIFFIN, 1960, University of Michigan radiocarbon dates, V, Radiocarbon 2: 31-48. FREEMAN, L. G., 1973, The significance of mammalian faunas from occupations in Cantabrian Spain, American Antiquity 38: 3-44.. GONZALEZ ECHEGARAY, J., 1966, Los Cántabros. Edic. Guadarrama, Madrid, JANSSENS, P. y J. GONZALEZ ECHEGARAY, 1 958, Memoria de las excavaciones de la Cueva del Juyo (1955-56), Santander, Patronato de las Cuevas Prehistóricas de la Provincia de Santander. SOTA, Francisco de, 1681, Chrónica de los Príncipes de Asturias y Cantabria. Madrid, J. García Infancon.

14 MORFOLOGIA. CONTENIDOS Y ASPECTOS GENETICOS DE LA "CUEVA DEL JUYO"

VIRGILIO FERNÁNDEZ ACEBO

Sección de Espeleología "Sautuola" de Santander DESCRIPCION GENERAL

Inmediata a la cantera de la Canaliza, en el fondo de la dolina denominada El Juyo, y ejerciendo la función de drenaje de la misma, esta cueva se encuentra en una situación excepcional entre las que poseen grandes yacimientos en Cantabria por el mismo hecho hidrológico mencionado que, además de influir en su desarrollo y evolución física, ha condicionado durante el Paleolítico el asentamiento humano que la ocupó. Hidrográficamente, en función de su actividad, la cueva consta de tres niveles de galerías, el superior, aún mal estudiado por escrúpulos en la exploración al tratar de evitar la destrucción de posibles manifestaciones parietales y de ceñirnos al nivel medio, también fósil, semiactivo en algunos tramos y estudiado principalmente en este desa• rrollo, y, finalmente, la red de drenaje, activa o semiactiva según los sectores. Del estudio del plano (1), solamente referido al nivel medio de galerías, y la textura y morfología de las galerías podemos establecer, con fines puramente metodológicos, tres sectores en la cavidad, coincidentes con el grado evolutivo de la cueva. El sector I (Plano 1) abarcaría las amplia salas y galerías del sector de la entrada (la actual puerta es artificial; se encuentra entre las dos bocas naturales primitivas, la hidrológica y la utilizada por los seres que ocuparon la cueva durante el paleolítico, colmatada después, definitivamente, es probable que en tiempos ya históricos, por concreciones estalagmí- ticas). Este sector está caracterizado por poseer unas condiciones propicias desde antiguo para que predominen en él mecanismos pulsantes de erosión en atmósfera húmeda, con desconches más o menos continuos en paredes y techos, constituidos por calizas margosas. Funcionaría ya este mecanismo de ensanche de la sala una vez se retiró por última vez la colmatación total de la cueva y volvería de nuevo a ocurrir al obstruirse la boca natural de acceso, siendo probable que no funcionase, o lo hiciese a bajo nivel, mientras la boca natural permaneciese abierta durante las últimas decenas de miles de años.

En su realización colaboraron con el autor Vicente Gutiérrez Cuevas y Pedro Zubieta Hillenios.

17 Plano I.- Planta de la Cueva del Juyo, galería principal, omitidos los niveles superiores.

El sector II comprende la parte de la cueva que abarca toda la zona al Norte de la Galería de la Bolera, ésta incluida, la sala de los Enterramientos, la Galería de la Tolva y toda la red de comunicaciones entre ellas y con el Sector I. Se aprecia que en una fase antigua de evolución presentó un esquema evolutivo y funcional similar al que se da actualmente en el Sector I, —inundaciones periódicas y erosión pulsante—, habiéndose, sin embargo, liberado de colmataciones arenosas en estos momentos su red de drenaje. Todo este sistema de salas y galerías fue recubierto por depósitos procedentes del arrastre de los materiales de la dolina hasta el mismo techo de la cueva, evidenciándose este hecho por las huellas de erosión y disolución fósiles en varios puntos. La granulometría de estos antiguos sedimentos colgados es variable con las capas, e indica regímenes pluviométricos periódicos fuertemente torrenciales. El seguimiento de las

18 huellas fósiles de corrientes sobre los antiguos rellenos y el estudio de los depósitos fósiles nos evidencia regímenes laminares prolongados sobre suelos colmatados con arena, depositados con posterioridad a la configuración definitiva de las secciones transversales de la cueva y arrastrados paulatinamente, con períodos intermedios de concrecionamiento estalagmítico. Es en el Sector III donde mejor se observan estos procesos. Es interesante anotar que en los Sectores I y II se han realizado considerables obras para facilitar el acceso (entrada artificial, sendas, escaleras...) y las excavaciones, por lo que se hace ya difícil en la actualidad un estudio fino de la red de drenaje, captada en varios puntos del Sector II, pero inaccesible hoy por todos ellos. El punto en el que más se puede profundizar —junto a los enterramientos— parece constituir una red secundaria que entra en funcionamiento sólo cuando el principal sistema de drenaje de la cueva se encuentra a plena carga. En la galena de la Tolva siguen dándose fenómenos de hundimiento y absorción de arenas, sugiriendo este hecho la posibilidad de que la vía de drenaje más activa en la actualidad pase por las inmediaciones, aunque esto no ha podido ser comprobado, pues la arena ciega el fondo del sumidero y la exploración debe llevarse con gran precaución en este punto por el peligro de absorción o de desprendimientos laterales que el extremo de esta galería encierra. Aquí los depósitos arenosos tienen un origen mixto; parte de ellos corresponde al relleno general que toda la cueva tuvo en la antigüedad, después de haber adquirido aproximadamente su configuración actual, procediendo otros directa y verticalmente del exterior, a través de una fisura que se dirige a la ladera de la dolina adyacente por su flanco oriental. Por esta fisura y otras próximas penetran abundantes raíces del arbolado, dando lugar a un interesante fenómeno de guiado en la formación de estalactitas: Al discurrir el agua por las raíces colgantes del techo, va envolviendo a éstas con depósitos calcáreos, que inician la formación de estalactitas en torno al núcleo constituido por la raíz: formaciones dendríticas, correspondiendo a las ramificaciones del soporte que las guía. Si las raíces son finas y terminales la concreción las estrangula y mueren, dejando evolucionar la nueva estalactita; si ésta logra alcanzar cierto grosor (a partir aproximadamente de 4-5 mm.), el crecimiento propio de la raíz evita la formación calcárea a su alrededor. Un fenómeno similar, aunque estalagmítico, ocurrió en el Sector III, punto 9 del plano. Allí el degoteo y la escorrentía de las paredes depositaron concreción sobre un grupo de raíces, conservándose las caprichosas formas fósiles en buen estado sobre el suelo y la pared. El ser su lugar de ubicación de obligado paso para los osos que utilizaron el Sector III para hibernar, y conservarse en perfecto estado, nos permite asegurar que estas formaciones son posteriores a la ocupación por estos animales de la cueva. Merece también hacer mención de la gran extensión reticular existente en 1982 en las superficies laterales y suelo de la sala de la Bolera, que le daba un extraño e interesante aspecto a esta sala, la más presentable de la cueva. Hoy se han secado y desaparecido, tal vez debido a la tala de los árboles (eucaliptus).

Sector III. Es el menos evolucionado de la cavidad. Está formado esencialmente por conductos de escasas dimensiones transversales: tobos de presión o redes de diaclasas; éstas, de considerable desarrollo vertical, alcanzan hasta una veintena de metros en algunos puntos. Se trata de un sector que, en tiempo antiguos, salvo la etapa de conducción a través del conducto 8-9-10, estuvo prácticamente independizado de los Sectores I y II, tanto hidrológica como eólicamente. Posteriormente, el arrastre y prensado de los sedimentos abrió la comunicación permitiendo hoy día la exploración sin mayores dificultades. Parece evidente que el último colapsamiento considerable fue posterior al paso de plantígrados y posiblemente debido en parte a su propio peso y al arrastre y distribución de los materiales. Finalmente, el equipo de G. Lorenzo vació el contenido del conducto hasta hacerlo cómodamente transitable.

19 EL DRENAJE DE LA CAVIDAD (Plano 2)

La Cueva del Juyo constituye funcionalmente el drenaje de la dolina en cuyo fondo se abre, con una capacidad de recepción de las aguas de lluvia de aproximadamente 76.000 m2. Esta anotación es esencial para comprender su régimen de funcionamiento y explicar algunos fenómenos evolutivos, la colmatación de la cueva por sedimentos arenosos y la granulometría de los mismos (muy variada aunque dentro de márgenes

Plano 2. SUPERPOSICION DE LA CUEVA DEL JUYO A LA TOPOGRAFIA DE SUPERFICIE. Se aprecia pequeña cuenca de recepción de aguas, la fuente próxima y su drenaje y la configuración orográfica general del valle/o cársico con el cual el sistema tiene relación, y supuesto camino de las aguas hacia la mies de Igollo, situada inmediatamente a la derecha del plano.

20 estrechos, desde arenas finas hasta inclusiones de gravas de algunos centímetros, depositadas a veces en bancos oblicuos, indicando claramente régimen torrencial). Las características de la escasa cuenca tienen también incidencia en la habitabilidad de la cueva durante el Paleolítico, siendo previsibles las inundaciones en el yacimiento, restándole periódicamente espacio habitable debido a la humedad. Ello se debe a que el drenaje de las salas de entrada es débil, por acumulación de sedimentos arcillo-arenosos. Las aportaciones de agua por flujo vertical son escasas y periódicas, por hallarse la cueva en la zona de aireación del carst. Las más importantes están centradas en dos puntos concretos de los Sectores II y III: una en la Sala de los Enterramientos y en la chimenea de la Sala de los Bloques, la segunda. En estiaje o con regímenes pluviométricos bajos, el aporte de agua procedente de la dolina que penetra por la boca del sumidero puede ser despreciable, dándose, en cambio, fuertes avalanchas con lluvias torrenciales que arrastran depósitos de ladera; a veces se producen desprendimientos considerables que acaban depositándose en las salas de entrada de la cueva, bloqueando los drenajes y reteniendo las aguas que, si las lluvias son suficientes, llegan a inundar el yacimiento, drenando por encima de él hacia el Sector II. El agua estancada es vaciada después lentamente por difusión entre los sedimentos. Con las fuertes y persistentes lluvias de agosto de 1983, la Sala de la Entrada ha sufrido en varios puntos arrastres de sus sedimentos hacia profundidad, bajando en ellos el nivel más de dos metros y poniendo en evidencia que la galería N-S que parte de la Sala de Entrada se trata en realidad de una galería en cañón bien desarrollada que en antiguas etapas de funcionamiento debió llevar la conducción prioritaria. Estos procesos de colmatación-inundaciones-desobstrucción debieron ser periódicos a lo largo del Paleolítico y, en períodos muy fríos, más marcados que en la actualidad la fase de deposición, debido a los mecanismos que trabajan la erosión superficial en climas fríos. Asimismo se facilitaría el desprendimiento de laderas enormemente en ambientes relativamente secos y desforestados, ayudando la colmatación interior de la cueva. El sistema interior de circulación, aunque lógicamente más complejo por existir varios niveles de circulación que dependen del volumen de los aportes, parece funcionar de la siguiente manera para caudales no torrenciales: Los drenajes DIMO, DIII1, DIII2, DIII3 y DIII4 dirigían sus aguas en dirección a DIII5, pasando posteriormente por DII5, donde también confluían las de DIO y D11. Las aguas desbordantes del sector I a través del yacimiento saldrían hacia DI 13, con las de DIIO, a través de DII2. A pesar de haber buscado repetidamente en los alrededores y haber sondeado entre los lugareños, no se ha encontrado la resurgencia aguas abajo de la cueva. La hipótesis más verosímil, a la luz de lo que se conoce en estos momentos (tal vez en el futuro se retome la exploración de la red activa, para lo cual se hace necesaria la desobstrucción de una estrecha vía en roca viva más allá de la ya realizada en el paso del viento), es que desagüe en dirección E siguiendo en profundidad la red de dolinas que forman el inmediato vallejo cárstico, salvando un treintena de metros de desnivel en los cuatrocien• tos que separan al Juyo de la mies de Igollo, donde se difundirían las aguas sin llegar a superficie o, funcionando los conductos de trop-plein, confundiéndose con las aguas de escorrentía superficial. La posibilidad sugerida por algunos vecinos del pueblo de que las aguas del Juyo pudiesen abocar en Coveña, manantial intermitente situado en la cota de 25 m., a 600 de distancia en dirección SE y al otro lado de una colina caliza de 100 m. de altura, se basa, también según otros habitantes del lugar, en que es la única fuente conocida en las inmediaciones. Es posible que la conjunción cavidad-agua que se da en el Juyo haya condicionado su elección como habitáculo a pesar de que sus características de situación no parezcan ser las más idóneas en el Paleolítico.

21 Resulta también interesante hacer mención de las corrientes de aire existentes en la cueva. Se deduce de su dirección y sentido que la cueva es parte de un sistema bastante más amplio que el explorable, con comunicaciones con el exterior a un nivel superior al de la entrada, a pesar de que el aire proceda del nivel activo, más bajo, a través del arriba mencionado estrechamiento inaccesible. Las corrientes tienen en verano un sentido ascendente desde las galerías inferiores hacia la boca de la cavidad, habiéndose medido en julio de 1985, con temperatura exterior de 26,5° y un 88% de Hr y 12,5° y 95%, respectivamente, en el interior, caudales de aire de 0,2 m3/seg. en la puerta artificial. Aunque pequeño, este volumen es significativo, ya que permite seguir futuras exploracio• nes hasta definir el sistema con una relativa precisión, pudiéndose seguramente localizar en invierno las restantes bocas en comunicación con el exterior. Sugiere asimismo que el sistema carece de bocas aéreas a nivel inferior al de la entrada. No parece que estas corrientes tuviesen gran influencia en la habitabilidad de la cueva, salvo en veranos muy calurosos cuando siendo la abertura natural amplia y expuesta al aire exterior, contribuían a refrescarla. En invierno enfriarían aún más las galerías del Sector II, que en ningún caso, sin embargo, serían ocupadas como habitación permanente por lo laberíntico de su trama y el alejamiento de la boca.

LA OCUPACION ANIMAL Y HUMANA DE LOS RECINTOS PROFUNDOS DE LA CUEVA

Por toda la cavidad han sido observadas señales o restos de mamíferos. Se han localizado, fuera de los yacimientos, obviamente, huesos de micromamíferos en varios puntos del plano y de zorro en el B. No obstante, lo más significativo de la ocupación animal lo constituyen las carnadas y zarpazos de oso distribuidas por los Sectores II y III de la cueva. Parte de las carnadas se encuentran intactas, otras han sido parcialmente alteradas por la acción humana al explorar la cavidad. Inevitable, y, presumiblemente, habrán desaparecido algunas con el acondicionamiento del Sector II. Las señales de zarpazos en coladas, suelo y restos de suelos antiguos colgados son tan interesantes como las carnadas. Nos permitirán establecer una cronología relativa de la ocupación animal respecto a la humana y muestran la gran capacidad de los plantígrados para avanzar en oposición por las galerías en diaclasa y explorar los más recónditos lugares de las galerías semiactivas después de destrepar o despeñarse por simas de más de tres metros de profundidad, de las que al parecer salieron airosos, ya que no se han encontrado sus restos en ninguno de estos puntos; lo que resulta algo extraño, ya que no es infrecuente que, al menos, algún individuo joven se quede atrapado en simas a las que los adultos no tienen acceso, en su búsqueda de lugares para hibernar, abundantes en esta cueva. En cuanto a la presencia humana, soslayando el Sector I, en el que se encuentra el yacimiento, se extiende por todo el Sector II, siendo sus huellas más importantes los enterramientos, el grabado —ya conocidos— y gran profusión de tiznazos de carbón. Como puede verse en el plano, su distribución es muy amplia, habiéndose representado sólo los paneles más evidentes o los trazos más significativos. No parecen exisitir lugares preseleccionados para su representación, encontrándose tanto en pequeños vanos laterales como a lo largo de las amplias galerías. Se observa una mayor densidad en las encrucijadas de galerías más alejadas (al final de la Galería de la Bolera y en los accesos inmediatos a la Sala de los Enterramientos). En el Sector III no se han visto; sí, en cambio, en varios puntos al principio de la Galería 8-9-10 que accede al mismo, estando en las proximidades de la diaclasa 9 el vestigio más profundo: un tiznazo en la pared derecha del recodo de la galería. Ello nos parece extraño, por la escasa anchura y altura en algunos sectores de esta parte de la cueva que los osos, sin embargo, han utilizado

22 repetidamente. Estas manifestaciones son trazos negros de carbón, aparentemente antiguos a juzgar por su adhesión a la roca y su aspecto diluido en algunos casos, no habiéndose observado concrecionamientos de suficiente entidad, rasgos estilísticos definidos o algún otro elemento que permita una aproximación cronológica mínimamente fiel. Los elementos representados son puntos irregulares y de diverso tamaño y trazos longitudinales, también de diferentes tamaños y orientaciones. Tampoco la textura de las paredes ha sido seleccionada. Sólo en dos lugares, ambos en la encrucijada del final de "La Bolera", han sido observadas series de líneas paralelas claramente diferenciables. Una de ellas, en la ramificación 8, posee un interés especial por hallarse en las proximidades de un zarpazo de oso impreso en la pared y de similares característica. A juzgar por los rasgos generales, creo que pueden tratarse de manifestaciones postpaleolíticas de datación imprecisa, tal vez en torno a las culturas prehistóricas con metales, si lo comparamos con conjuntos similares en otros asentamientos. Algún indicio, en ningún caso concluyente, podría ser aportado si se consiguen datar unos escasos restos de carbón hallados en unos receptáculos naturales de la pared en las proximidades de la Sala de los Enterramientos y en puntos del suelo de la cueva, todos ellos en proximidades de paneles importantes.

BIOLOGIA

La proximidad a superficie, los acondicionamientos y el hecho de encontrarse la cueva herméticamente cerrada, hacen que su sistema biológico sea precario y caracterís• tico. Donde las chimeneas llegan hasta el suelo vegetal de superficie pueden encontrarse en el suelo conchas de moluscos, cuya vida en el interior de la cavidad es efímera. Abundan los roedores en toda la cueva como evidencian sus madrigueras, realizadas en el suelo areno-arcilloso, y los frutos introducidos desde el exterior, que a veces encuentran condiciones adecuadas para brotar y desarrollar incipientes arbolillos. No existen quiróp• teros, obviamente, por estar la cueva cerrada, ni se han observado insectos, arácnidos ni otros artrópodos. Los acontecimientos biológicos más relevantes son de carácter vegetal y proceden del exterior. Durante años la Sala de la Bolera tuvo cubierto su suelo y buena parte de las paredes por retículas de raíces vivas, dándole un curioso ambiente al recinto. Hoy en día han desaparecido en parte, conservándose no obstante en la adyacente Galería de la Tolva. Ya hemos relacionado los fenómenos litogenéticos que se desarrollan, en relación con las raíces, en esta cueva. Se ha constatado también el crecimiento de árboles a partir de sus frutos introducidos por roedores: en julio de 1985 hemos visto dos robles, uno de ellos con una alzada de 25 cm y 15 cm. de raíz. A partir de los 5 cm. del fruto está bifurcado en dos ramas de similar desarrollo, de pigmentación rojiza en la base y sin clorofila apreciable en lo alto de los tallos. La bellota de la que procede ha sido consumida por los roedores hasta su mitad; se ha trasplantado en un lugar umbrío del exterior para comprobar si era capaz de continuar su desarrollo. El segundo roble tenía 10 cm. de tallo y fue dejado in situ. Ambos, medio metro distantes entre sí, crecían en arena, a la entrada de la Sala de los Enterramientos. También fue trasplantado un castaño de 28 cm. de alzada, tallo de 2,5 mm. de diámetro y raíz de 6 mm. con cuatro intentos fracasados de crecimiento desde las correspondientes yemas y evolucionando en estos momentos el terminal. Estaba situado en la galería que sirve de drenaje al yacimiento y ofrecía escasísimas señales de clorofila. En la diaclasa NE-SW de la sala de entrada se observó un avellano de similares características y dimensiones, si bien con trazas de clorofila. Desde que ocurrieron las fuertes

23 lluvias de 1 983 toda la zona de suelos arenosos de la Sala de Entrada ha sido hollada por los roedores. Parece ser en estos momentos la zona más activa biológicamente de la cueva.

CONSERVACION Y CONDICIONES DE SEGURIDAD

El estado en que la cueva se encuentra en estos momentos es el habitual de todas las cavidades descubiertas hace décadas a las que los vecinos tuvieron libre acceso: Las formaciones estalactíticas y estalagmíticas fueron arrancadas y llevadas a sus viviendas por los lugareños ("bolos", "vírgenes",...). Por no estar en proximidades de otros puntos de interés, estaciones de ferrocarril o centros de acampada se ha librado del turismo juvenil de fin de semana y con ello de destrucciones del sistema de cierre, de graffitis, remoción del yacimiento y otros desperfectos similares, por lo que podemos, a pesar de todo, resumir su conservación como muy buena en relación con otras cuevas de la región. A ello ha contribuido el sistema de cierre de puerta blindada existente. Las obras de acondicio• namiento interior para acceder a los enterramientos y al resto del Sector II están bien logrados y no rompen la estética de la cueva salvo en algunas coladas y alteraciones del suelo y drenajes por depósito de escombros que podían ser evitados, y que hoy día dificultan algunos aspectos del estudio de la cavidad. Una de las consecuencias no deseables de la estanqueidad de la cueva reside en que en verano, al no existir circulación por convección en las salas de entrada, la condensación en las paredes es considerable, afectando al sistema de iluminación. Este efecto podría ser eliminado abriendo sendos orificios en las partes alta y baja de la puerta o bien sustituyéndola por otra de verja de suficiente resistencia. La cueva tal vez sería más vulnerable psicológicamente y físicamente, pero se conservaría la instalación eléctrica, que de otra manera, a pesar de ser adecuada, terminaría inutilizándose en no mucho tiempo.

También parece evitable la inundación periódica del yacimiento, que aunque es un proceso natural a lo largo del tiempo, parece aconsejable que no siga ocurriendo para asegurar la conservación de los testigos del yacimiento: Además de una considerable capa de arcillas que las lluvias torrenciales de 1 983 depositaron sobre la excavación, y que no tienen excesiva incidencia sobre los depósitos, deben considerarse las inundaciones más débiles, pero tan intensas y de mucha mayor frecuencia, que pueden reblandecer los estratos y falsear datos cronológicos en futuras prospecciones, teniendo en cuenta que, a diferencia de las inundaciones que en condiciones naturales sufría la cueva, sobre lechos horizontales o subhorizontales, en estos momentos la percolación se efectúa de frente a favor de los estratos.

CONCLUSION

El yacimiento del Juyo se encuentra en una cavidad situada en el fondo de una leve dolina del paisaje costero de Cantabria, realizando la función de drenaje de la pequeña cuenca cerrada en la que se ubica. Tiene en su proximidad un pequeño manantial que tal vez haya influido en su elección como lugar de vivienda. Dispone de sectores muy evolucionados con amplias galerías y otros donde la red es angosta y sigue las directrices de diaclasas. Aparte de los yacimientos y restos ya estudiados con anterioridad, en su interior proliferan trazas de carbón y manifestaciones parietales. Biológicamente está condicionada por su proximidad a superficie, destacando el desarrollo de raíces en el interior que se concrecionan a veces, dando lugar a interesantes fenómenos litogenéticos, y el crecimiento de plantas a partir de

24 los frutos introducidos por los roedores. Fue una cueva muy utilizada por los osos para la hibernación. Aunque las condiciones de conservación y seguridad son buenas, pueden ser abordadas algunas modificaciones para prolongar la duración de la instalación eléctrica y evitar la inundación periódica del yacimiento.

25 OBJETO DE LAS INVESTIGACIONES EN EL JUYO

L. G. FREEMAN

Institute for Prehistoric Investigations, Chicago Durante la preparación de esta monografía, los autores se han sorprendido repetidas veces por la diferencia existente entre nuestro actual conocimiento del Magdaleniense Inferior Cantábrico y sus relaciones con un medio ambiente en constante evolución, y el estado menos sofisticado del conocimiento de tal complejo industrial y sus adaptaciones, hace sólo 7 años, cuando empezamos nuestra primera campaña conjunta en El Juyo. Desde que, por primera vez, formulamos nuestro proyecto de investigación, hemos aprendido tanto, no sólo por nuestras propias excavaciones en Rascaño, Altamira y El Juyo, sino también por las investigaciones de otros, que es casi tanto como tratar con un mundo distinto. El proyecto que formulamos en 1977 tomaba en cuenta todo lo que en la época se conocía acerca del «Magdaleniense III» en Cantabria (tal como entonces se denominaba al Magdaleniense Inferior Cantábrico). Su fin primordial era ampliar nuestro conocimiento sobre los sistemas de subsistencia y de asentamiento durante el Paleolítico, tema sobre el cual todavía contamos con escasas informaciones objetivas. Hay que admitir que a pesar de los esfuerzos de investigación realizados por generaciones de prehistoriadores europeos, no hay aún suficientes datos como para permitir una reconstrucción sólida y convincente del sistema subsistencia/asentamiento de ninguna sociedad paleolítica. Este deficiente estado de la cuestión se debe a varios factores relacionados entre sí. En primer lugar, como González Echegaray (1984) ha observado, los artefactos, que tradicionalmente han sido la evidencia utilizada por los prehistoriadores paleolitistas, nos informan directamente sobre los complejos industríales en su entorno ambiental, y sólo indirectamente sobre las sociedades y sistemas culturales del pasado. La conexión entre sociedades o sistemas culturales, por una parte, y complejos culturales, por otra, no es, ni con mucho, tan sencilla como han supuesto normalmente los prehistoriadores. En segundo lugar, es esencial disponer de toda la información posible acerca de la estacionalidad de una ocupación, para poder reconstruir los sistemas de asentamiento. El establecer si un nivel de ocupación es un lugar donde vivía permanentemente el hombre.

29 o un puesto de actividades especializadas, tal vez ocupado sólo estacionalmente, requiere que se recupere y se analice toda la información contextual, especialmente paloebiológica. Esto no ha sido normalmente realizado en las excavaciones paleolíticas. Tampoco los especialistas que analizan los datos contextúales han prestado demasiada atención a los problemas de mayor importancia en orden a !

En tercer lugar, cuando una sola ocupación ha sido razonablemente bien estudiada, se trata de un caso aislado, y hasta que pueda relacionarse con otras ocupaciones contemporáneas, solamente supone un vistazo ligero sobre una pequeña parte del sistema total de subsistencia/asentamiento. De hecho, la demostración de contempora• neidad, aún siendo aproximada, es un problema difícilmente resoluble, especialmente para yacimientos que van más allá del alcance del carbono-14. Desgraciadamente, la mayoría de los yacimientos paleolíticos datables no han sido aún datados, y a veces quedan contradicciones irresolubles entre series bien datadas. Donde poseemos buenas dataciones, el número total de niveles contemporáneos fechados en una región concreta siempre es muy pequeño.

En cuarto lugar, los especialistas del Paleolítico han concentrado sus esfuerzos más bien en establecer secuencias estratigráfico-culturales, de tal modo que han preferido excavar áreas pequeñas y profundas en la mayoría de los yacimientos, antes que amplias extensiones en cada uno de los niveles de ocupación. Como resultado, la mayor parte de las excavaciones no nos ofrece muestras suficientemente amplias de utensilios y restos orgánicos.

En quinto lugar, la preocupación dominante, consistente en establecer sequencias tipológicas, ha conducido a un relativo desprecio de los datos no concernientes a los utensilios: las memorias de excavación frecuentemente ofrecen información inadecuada sobre las circunstancias paleoambientales del yacimiento, la forma sobre la que el grupo humano explotaba su medio ambiente y su impacto general en el medio. (Habitualmente se acepta que hasta la llegada de la agricultura, el hombre había producido poco impacto en su alrededor; sin embargo, los estudiosos de los pueblos recolectores vivos han mostrado que este no es el caso, pues el proceso de la caza, a veces con la ayuda del fuego, de la recolección y, al menos en los climas templados, el corte de leña, han producido frecuentemente mayor impacto sobre las áreas utilizadas por el hombre).

La falta de información como resultado de los factores que acabamos de enumerar no solo dificulta o imposibilita reconstruir las relaciones cultural/ambientales en determinado momento del pasado, en una región concreta, (este en sí mismo constituye uno de los mayores obstáculos para el progreso de los estudios Paleolíticos); también supone que no se pueden probar las distintas teorías generales en uso sobre el comportamiento humano en el pasado a la vista de la falta de datos reales.

30 EL VALOR DE LA REGION CANTABRICA

Afortunadamente, ia situación no es del todo desesperada. Hay una gran diferencia entre unas zonas y otras del mundo en lo que se refiere a la acumulación de datos relativos a las relaciones entre los pueblos prehistóricos y el medio ambiente. Datos especialmente buenos nos viene ofreciendo el Sur de , el Próximo Oriente, Rusia, Francia y la España Cantábrica. La región cantábrica presenta no solamente una impor• tante secuencia de culturas prehistóricas y de material paleobiológico, sino también el potencial para suministrarnos aún más datos con los cuales se pueda eventualmente reconstuir los sistemas de asentamientos y subsistencia Paleolíticos en gran detalle. En dos reevaluaciones de los datos publicados sobre la fauna paleolítica de la región cantábrica, uno de nosotros (Freeman 1973, 1981) ha puesto de relieve el hecho de que todas las faunas prehistóricas hasta llegar al Solutrense indican unas técnicas de caza sobre un amplio espectro de especies en el que ningún animal está representado en mayor proporción que la que se deriva de su abundancia natural en la región. Tampoco hay ninguna especial selección de animales en razón de su sexo o edad. Sin embargo, con la llegada del Magdaleniense Inferior Cantábrico la situación cambia, al parecer, drásticamente. Straus (1977, 1983) sostiene que el cambio se produjo antes, en el Solutrense Superior, citando como evidencia la abundancia relativa de Cervus elaphus en la fauna procedente del Nivel 4 del Cierro y en las colecciones de los niveles Solutrenses de las nuevas excavaciones de La Riera. Sin embargo, las colecciones de La Riera donde el ciervo domina ampliamente son menores de lo que podría esperarse, y puesto que el nivel del Cierro mencionado fue considerado como Magdaleniense hasta que Straus identificó 3 puntas Solutrenses en él, existe una posibilidad de que esté mezclado. Por consiguiente, a pesar de que hay ciertas innegables sugerencias de que el cambio haya podido realizarse en el Solutrense, no obstante no pueden aceptarse como pruebas evidentes estos datos. Sea lo que fuere el caso del Solutrense, lo cierto es que en el Magdaleniense Inferior cantábrico es donde aparecen pruebas inequívocas de concentración de una especie determinada. Especialmente los ocupantes del yacimiento magdaleniense inferior del Rascaño en el alto valle del río Miera se muestran como expertos en la caza de la cabra montes (Capra ibex), en tanto que, en El Juyo, las excavaciones de Janssens y González Echegaray pusieron a la vista un nivel que contenía un conchero del Magdaleniense Inferior, en el que la especie dominante de mamíferos era el ciervo (González Echegaray 1977; Janssens y González Echegaray 1958). Y lo que es más, el análisis de Azpeitia sobre los restos de cérvidos del Juyo, publicado en la obra citada daba a entender que había una proporción significativamente más amplia de adultos al menos en un nivel que lo que cabría esperar en una manada de ciervos vivos. No todas las faunas del «Magdaleniense III» mostraban esta concentración de un número limitado de especies. De hecho, en algunas colecciones, como la de las excavaciones de Obermaier de la famosa cueva con pinturas de Altamira, había un espectro más amplio y regularmente distribuido de especies, que en los niveles anteriores. Nos pareció en 1 977 que la explicación más plausible para la diversidad aparente entre las faunas del Magdaleniense Inferior —algunas indicando una concentración en pocas especies, otras con un espectro mucho más amplio de animales— era que reflejaban una serie de diferentes aspectos en el régimen de subsistencia-asentamiento, que incluían en particular un marcado cambio en la naturaleza del ciclo estacional. Hicimos constar en este contexto el hecho de que, mientras que los yacimientos más antiguos parecían más bien localizarse en las tierras bajas entre la costa y unos 200 metros de altura, los yacimientos del final del Solutrense y de comienzos del Magdaleniense aparecían con mayor

31 frecuencia mucho más cerca del mismo litoral y por encima de 200 metros. Pensamos que ello indicaba una estricta diferenciación de actividades estacionales y una tendencia concomitante a polarizar los asentamientos entre la costa y las tierras altas, mayor de la que había existido hasta entonces. (Ahora sabemos ya que esta visión adolece de ser demasiado simplista).

Estos cambios en el asentamiento y en las estrategias de subsistencia coinciden frecuentemente con notables crecimientos en la densidad de la población humana y las consiguientes presiones sobre los recursos naturales. Hay algunas pruebas secundarias de que tal presión sobre los recursos fue haciéndose cada vez mayor. Se ha notado una clara disminución en el tamaño de los moluscos del género Patella recogidos por el hombre y que aparecen en los niveles Magdalenienses (Madariaga 1976). Aún se discute sobre el significado de este cambio, siendo la mayoría favorable a una explicación climática; de hecho, en una población viva de estos moluscos, el diámetro de la concha crece con la edad, y sospechamos que cuando, en una colección de moluscos, decrece el tamaño, ello pudiera reflejar la captura de una proporción más grande de individuos jóvenes. Los individuos maduros, por ser más grandes, serían mas fácilmente vistos y por su rendimiento probablemente más buscados, por lo cual, creciendo la intensidad de recolección, es lógico suponer que los individuos grandes serían los primeros en desaparecer de la población, y la continuada explotación tampoco permitiría que los que quedaban llegaran a tamaños grandes. Así la intensidad de la explotación se reflejaría directamente en la edad y tamaño tanto de las poblaciones vivas como de las conchas recogidas.

Aunque estas ideas parecen razonables, se encuentran, no obstante, lejos de resultar un hecho demostrable. La mayor parte de las pruebas en que se fundan vienen de excavaciones y análisis que fueron llevados a cabo hace muchos años, y cuyos datos no fueron tan concluyentes ni sistemáticos como nos hubiera gustado que fueran. Además de lo inadecuado que generalmente fueron los datos referentes a la fauna, había también muy poca información sobre la distribución de los hallazgos en los niveles de ocupación y la presencia y naturaleza de estructuras como hogares, silos, muros, fondos de habita• ciones, todos los cuales son de importancia evidente para el estudio de la función de un yacimiento y el papel del lugar en el sistema de asentamientos. Tal información, si es posible recuperarla, ayudaría a comprender qué clase de actividades tuviera lugar en el yacimiento, si el espectro de actividades fue amplio o reducido, y si la ocupación fue intensa y de larga duración o episódica. Todos estos datos serían de indudable utilidad para comprender si un yacimiento fue un campamento de actividades especializadas y posiblemente estacionales, o la base desde la cual se llevó a cabo una amplia gama de actividades durante un largo periodo del año.

A pesar de la relativa pobreza de información aprovechable, la región Cantábrica nos parecía una de las más atractivas para la investigación del problema subsistencia/asen• tamiento. En primer lugar, sabíamos que existían varios yacimientos que contenían niveles contemporáneos del Magdaleniense Inferior. Uno de éstos, Rascano, había sido recien• temente excavado con las más modernas técnicas, y aunque el yacimiento era pequeño, había dado importantes muestras de datos aprovechables. Sabíamos que El Juyo era un yacimiento muy prometedor para renovar allí las excavaciones. E incluso existía la posibilidad de renovar también, algún día, las investigaciones en la propia cueva de Altamira. Lo que es más, recientes excavaciones en otros yacimientos habían aportado el esbozo de una detallada sucesión climático/ambiental en la región que abarcaba la última parte de la glaciación Wurm/Weichsel como un panorama de fondo sobre el que podían presentarse los resultados de una nueva investigación.

32 ULTIMAS INVESTIGACIONES EN LA PREHISTORIA CANTABRICA

En los últimos quince años el mayor esfuerzo investigador ha sido encauzado hacia el estudio general de las relaciones ambientales y sus cambios en el Pleistoceno cantábrico. Se han expuesto ampliamente diversos niveles, pertenecientes a distintas ocupaciones: Niveles azilienses en el yacimiento asturiano de Los Azules (Fernández-Tresguerres Velasco 1980), del Magdaleniense Superior en Tito Bustillo en Asturias (García Guinea 1975, Moure Romanillo 1975, 1976), del Magdaleniense Inferior en Rascaño (González Echegaray 1977, González Echegaray y Barandiarán Maestu 1981) y del Auriñaciense y Musteriense en Cueva Morín (González Echegaray, Freeman et alii 1971, 1973, González Echegaray y Freeman 1978). Los resultados de esas excavaciones nos eran ya conocidos a nosotros en 1977, aún cuando la definitiva publicación de los mismos no había aparecido. Se sabía que habían proporcionado muestras razonablemente amplias de materiales tanto industriales como contextúales. Existían asimismo otras exposiciones menores, pero cuidadosamente controladas, procedentes de excavaciones modernas en otros yacimientos cantábricos. Se conocían importantes secuencias estratigráficas de restos de ocupación a través de las modernas excavaciones de La Chora (González Echegaray et alii, 1962), El Otero (González Echegaray et alii 1963), La Riera (Clark y Straus 1977), la sección-testigo de Cueva Morín (González Echegaray y Freeman 1978 y en otros lugares) y los primeros trabajos en El Juyo (Janssens y González Echegaray 1 958) y en El Pendo (González Echegaray et alii 1 980). Los materiales paleobiológicos de esas y de otras excavaciones más antiguas habían sido cuidadosamente estudiados o reestudiados y en muchos casos se recogieron nuevas muestras. Arlette Leroi-Gourhan (1971a, 1971b y en otros lugares; Leroi-Gourhan y Girard 1976) tomó a su cargo el estudio del polen fósil. Jesús Altuna (esp. 1972) los restos de mamíferos y Benito Madariaga (1971, 1975, 1976) los moluscos fósiles. Karl Butzer(1971, 1973 y en otros lugares) llevó a cabo una extensiva investigación de campo sobre evolución geomorfoló- gica de una parte importante de la región cantábrica y había examinado e interpretado la estratigrafía y sedimentología de muchos de los más importantes yacimientos paleolíticos. Como resultado de tales investigaciones fue obteniéndose una secuencia regional del desarrollo industrial, climático y ambiental y fue apareciendo con claridad un panorama de las cambiantes relaciones hombre-medio ambiente. Pudo también establecerse con considerable detalle la evolución de ciertos aspectos del comportamiento humano a través de recientes estudios sobre las antiguas colecciones de artefactos. La reexaminación de las colecciones procedentes de niveles del Achelense y Musteriense (Freeman 1964, 1975), del Auriñaciense/Perigordiense (Me Cullough 1971; Bernaldo de Quirós 1980, 1982), Solutrense (Corchon 1971, Straus, 1975, 1983); del Magdaleniense (Moure Romanillo 1 974, Utrilla Miranda 1976), juntamente con los estudios de síntesis acerca del hueso trabajado. (Conkey 1980; Barandiarán Maestu 1967, 1973) ampliaron la investigación mencionada anteriormente, con una considerable información de gran importancia para el estudio del comportamiento humano. Había también dataciones absolutas de radiocarbono para varios niveles cantábricos paleolíticos y postpaleolíticos (Almagro Gorbea 1970, 1972, 1974; González Echegaray y Freeman 1978 y en otros lugares; Moure Romanillo 1 976, Clark y Straus 1 977), las cuales incluían algunas fechas para niveles globalmente contemporáneos de distintos yacimientos del Magdaleniense Inferior. Otra importante razón para proseguir la investigación en Cantabria fue el hecho de que los mencionados resultados provienen de estudios llevados a cabo por un pequeño grupo de colegas unidos tanto por la amistad como por la especialidad y la comunidad de intereses. Existía una consistente comunicación abierta entre los miembros del grupo, que permitía un cambio de información —casi sin precedentes— acerca de los objetivos,

33 metodología y resultados de la excavación y análisis de la investigación a todos los niveles y un alto grado de coordinación en las estrategias de investigación. Consiguien• temente quedaba asegurado que las ulteriores investigaciones sobre las ocupaciones paleolíticas de Cantabria podrían integrarse inmediata y eficientemente a un cuerpo creciente de material comparativo, una buena parte del cual había sido intencionalmente recogido en vistas a su aplicabilidad a los estudios de relaciones evolutivas entre el hombre y su ambiente. Por todas estas razones, decidimos que el Magdaleniense Inferior de la región cantábrica sería un campo ideal para continuar las investigaciones acerca del desarrollo de los sistemas de asentamiento y las estrategias de subsistencia en el Paleolítico Superior.

EL MAGDALENIENSE III EN CANTABRIA

Hasta hace poco, se pensaba que ninguna colección de utensilios en Cantabria podría equivaler tipológicamente a las etapas más antiguas (I y II) de la secuencia magdaleniense en Francia. Casi todas colecciones de utensilios magdalenienses, que no tenían arpones, eran asignadas a la variante regional del «Magdaleniense III» (González Echegaray 1960, 1966). Mientras que el Magdaleniense antiguo en Cantabria se consideraba en líneas generales contemporáneo del Magdaleniense III francés, Utrilla Miranda (1981), en su estudio de conjunto de las industrias del Magdaleniense antiguo y medio en la región, reconocía una evolución local del Magdaleniense antiguo y proponía asignar algunos conjuntos a un peculiar Magdaleniense l/ll de la región. El nivel magdaleniense más antiguo de las nuevas excavaciones de Rascaño, por ejemplo, encaja en esta nueva definición. Aunque la posición en este esquema de algunos niveles es aún dudosa, fue bien recibida y la mayoría de los investigadores estaban de acuerdo en la necesidad de una revisión de los niveles más antiguos en la secuencia regional. Aun cuando la estricta definición de Utrilla sobre el Magdaleniense III sea aceptada, esta «fase» queda como una de las mejor documentadas manifestaciones industriales del Paleolítico Superior en la región cantábrica. Serían ciertamente atribuibles a esta fase en las provincias vascas los niveles de los yacimientos de Abauntz, Urtiaga, Aitzbitarte, Lumentxa, Bolinkoba, Santimamiñe y (probablemente Ermittía); en Asturias los niveles de La Paloma, El Cierro, La Lloseta, Cueto de la Mina, La Riera y Balmori; y en la provincia de Cantabria los niveles de Altamira, Castillo, Salitre, La Pasiega, Rascaño y El Juyo. Mientras que otros yacimientos (tales como Hornos de la Peña, Camargo, Cobalejos y La Cuevona) han sido aducidos una y otra vez como conteniendo materiales de este complejo, sería necesaria una revisión de los materiales que han proporcionado, antes de aceptar una atribución justificada. Para 1977 tanto González Echegaray (1971) como Utrilla habían clasificado las colecciones del Magdaleniense «III» de acuerdo con la ampliamente aceptada lista-tipo de Sonneville-Bordes, y ambos habían presentado gráficos de porcentajes acumulativos de los conjuntos, con fines comparativos. Sus tipos diagnósticos para esta fase son abundantes: pequeños raspadores altos aquillados, en hocico y nucleiformes, pequeñas hojas de dorso y hojitas, buriles diedros y azagayas frecuentemente de sección cuadran• glar y a veces circular. La representación porcentual de los diveros tipos de útiles resultaba ser completa• mente variable, sugiriéndonos que una comparación de la información del contenido y de las características del yacimiento con los resultados de un estudio estadístico multivariado de las relaciones entre los tipos de utensilios tendría que ayudarnos a clarificar la función

34 utensilios y yacimiento/ocupación. Las colecciones faunísticas resultaban completa• mente variables en su contenido y diversidad de especies, pero por lo general climática• mente no informativas, puesto que había alusiones a la presencia de reno en Castillo H y Arctica islándica en ese nivel y en Cueto de la Mina D, y la identificación de carbón de Cory/us colurna en el nivel más alto del Magdaleniense de la Trinchera 2 en el Juyo, que acusaban condiciones climáticas considerablemente más rigurosas durante la formación de ciertos niveles que las indicadas para la formación de otros. Había también algunos niveles del Magdaleniense «III» datados por el radiocarbono. El nivel VI (antiguas excavaciones) del Juyo fue fechado en el 13.350 a. C. ± 700 (M- 830), y el carbón del nivel de Altamira dio una datación de 13.550 a C. ± 700 (M-829). Estas fechas son tan similares que las consideramos idénticas a efectos prácticos. Otra datación obtenida sobre conchas del conchero de Altamira ha sido tenida como menos fiable. Es 1.600 años más moderna. Mirándolo retrospectivamente, como el lector observará más adelante, resultaba un poco tonto rechazar la fecha más moderna. El carbón procedente del conchero de La Lloseta, que está probablemente asociado con la ocupación magadaleniense del yacimiento dio una datación de 13.706 a. C. ±413 (GAK 2549). Una fecha sustancialmente más antigua procedente del nivel 19 de La Riera, 14.470 a. C. ±430 (GAK 6448), puede hacer referencia a materiales de una etapa más primitiva de la secuencia Magdaleniense. Las dataciones seguras están todas calculadas sobre la vida media Libby 5.570 años y han sido transferidas de BP a BC, restando 1950. Cuando se adaptan a la nueva vida media de 5.730 años, resultan: El Juyo (vieja) VI, 13.751 a. C; Altamira (Vieja), 13.957 a. C; La Lloseta, 14.117 a. C. Estas fechas sugerían que el Magdaleniense III anda alrededor del 14.000 a. C. Otra evidencia, fundamental• mente procedente de Francia, indicaba que allí al menos la fase no se prolongó más allá de 500 a 1.000 años. Sin embargo, parecía muy probable que la fase Magdaleniense III en la región cantábrica no sólo era rica, sino también temporalmente compacta y que muchas de sus manifestaciones locales iban a ser, a efectos prácticos, suficientemente sincrónicas para poder ser utilizadas en la reconstrucción del proceso subsistencia/asen• tamiento.

RELACION DE LOS YACIMIENTOS DEL MAGDALENIENSE INFERIOR EN LA PROVINCIA DE CANTABRIA

Sin embargo, la situación no iba a ser tan uniformemente alentadora. Algunos de los yacimientos que contribuyeron a la definición original del Magdaleniense III en la provincia de Cantabria no compensarían la investigación. En Hornos de la Peña, la mayor parte de los sedimentos parecen haberse perdido. El nivel llamado «Magdaleniense III» era el único nivel magdaleniense del yacimiento. Rico en cenizas, carbón y otros restos orgánicos, este nivel pardo arcilloso descansaba sobre estratos con industrias solutrenses, auriñacienses y musterienses. El estrato magdaleniense era muy pobre, pero contenía varios objetos decorados de asta de ciervo y algunas típicas azagayas de sección cuadrangular, así como útiles de piedra característicos (Breuil y Obermaier 1912: 7-8). La colección lítica no ha sido accesible para su estudio desde 1970. En La Pasiega, como Hornos un yacimiento del interior, la colección que ha sobrevivido es pequeña e igualmente no ha estado disponible para su estudio por algún tiempo. Fue reunida en 1952, durante excavaciones llevadas a cabo para facilitar el acceso a las pinturas de la cueva. Los materiales recogidos eran del Musteriense, Solutrense y Magdaleniense III. La industria ósea del Magdaleniense III incluye las caracten'sticas azagayas de sección cuadrangular, punzones, dientes perforados y «varillas»

35 semicirculares. La industria lítica incluye los típicos raspadores aquillados y los buriles diedros (González Echegaray y Ripoll Perelló 1954). La excavación en el yacimiento del Castillo, en la misma montaña, fue desde luego inmensa. Una superifice de al menos 200 m2 de extensión fue excavada hasta una profundidad de 12-16 m. Los sedimentos del Castillo incluyen superpuestos niveles achelenses, musterienses, auriñacienses, perigordienses, solutrenses, magdalenienses, azilienses y eneolíticos en una de las secuencias más completas del desarrollo industrial que haya sido conocida en la prehistoria paleolítica. El nivel Magdaleniense III (= nivel H en la terminología de Obermaier de 1916, nivel U en la edición de 1924 y nivel 8 en la definitiva terminología de V. Cabrera) reposaba sobre un estrato del Solutrense medio y bajo otro nivel del Magdaleniense Superior («V»). Estaba separado de los niveles adyacentes por depósitos intermedios de arcilla «casi estéril». De acuerdo con Obermaier (1 924: 162), el nivel Magdaleniense III era «un enorme depósito de cenizas, de casi seis pies de profundidad». Esto ciertamente sugiere que la atención hacia la microestratigrafía fue inadecuada, en términos modernos. Cuando nuestro proyecto de investigación iba siendo formulado, la Dra. Victoria Cabrera Valdés se dedicaba al reestudio de los materiales y documentación de las viejas excavaciones (Cabrera 1978, 1984) y reemprendió nuevas excavaciones en El Castillo bajo su dirección, poco después de que se iniciara nuestro proyecto. Se esperaba que el nuevo trabajo en El Castillo clarificara la situación estratigráfica y añadiera más (y más fiables) conjuntos del Magdaleniense III al catálogo de Cantabria. Las antiguas colecciones magdalenienses del Castillo fueron también estudiadas por P. Utrilla (1976). Incluyen miles de piezas, con frecuencia pobremente fabricadas, pero suficientemente típicas, y muchos utensilios de hueso y asta incluyendo las consabidas azagayas de sección cuadrangular, varios fragmentos de bastones de mando y una importante serie de escápulas de ciervo grabadas con cabezas de cierva (Almagro Basch 1976). Había diseminados por el nivel varios restos humanos (quizá procedentes de enterramientos revueltos o secundarios) y, como se ha mencionado previamente, eviden• cias faunísticas de condiciones de clima frío (Obermaier 1924: 162-163; los reportajes originales en L'Anthropologie [Breuil y Obermaier 1 912, 1913, 1914] arrojan menos detalle que esta importante fuente secundaria; Cabrera 1984). La cueva con pinturas de Altamira, a unos 6 km. de la actual costa del mar, fue también un yacimiento con excavaciones extensivas a principios de siglo (y con excavaciones esporádicas por Sautuola todavía antes). La primera excavación en gran escala fue llevada a cabo por Alcalde del Rio (1906), quien reconoció dos estratos importantes en el área del vestíbulo. El más superficial y fino, un estrato de cenizas (35- 45 cm. de espesor) con abundantes restos de Patella, Littorina y algo de Pectén y restos de mamíferos muy fragmentados, dio abundantes azagayas de sección cuadrangular, agujas de hueso, buriles y raspadores de silex. El más profundo y grueso nivel (40-80 cm.) contenía utensilios del Solutrense Superior, incluyendo puntas de muesca. Al parecer de la parte superior de este nivel (aunque dado el estado de entonces en las técnicas de excavación, esto puede quedar siempre abierto a cierta duda), Alcalde del Río extrajo algunos fragmentos de huesos planos con cabezas de cierva grabadas, notablemente semejantes a las escápulas grabadas procedentes del Magdaleniense del Castillo (Alcalde del Río 1906: 30-36). El yacimiento fue reexcavado en 1924 y 1925 por Hugo Obermaier, Breuil, el Conde de la Vega del Sella, George Grant Me Curdy, el Conde de Begouen y otros. A juzgar por los diagramas publicados y por el hoyo visible cerca de la entrada del yacimiento, Obermaier excavó sobre una superficie de más de unos 50 m2. La excavación fue abandonada a causa del peligro inminente ocasionado por el hundimiento del techo en 1925. Para entonces Obermaier había reconocido dos niveles superficiales y estériles de caída de bloques, que representaban 1 m. de espesor en total, bajo los cuales había

36 depósitos magdalenienses discontinuos y arcillosos de 50 cm. de espesor, llenos de «hogares», conchas de moluscos y restos de mamíferos, incluidas falanges de ciervo que habían sido «sistemáticamente hendidas probablemente para extraer el tuétano» (Breuil y Obermaier 1935: 175-177). La parte superior del nivel estaba sólidamente cementada por depósitos de carbonato calcico, pero la base estaba húmeda y enfangada de arcilla. La capa daba paso imperceptible a un nivel solutrense rojizo; aunque no se ha dado la profundidad, este depósito tiene que ser de unos 65 cm. de espesor. Bajo él, habían vestigios de un estrato más antiguo (Auriñaciense ?), que apenas había sido tocado cuando las excavaciones fueron abandonadas. Obermaier da cuenta de núcleos discoidales, procedentes del nivel Magdaleniense, así como de pequeñas hojas y hojitas de dorso, buriles diedros, raspadores nucleiformes y algunos pocos raspadores sobre hojas, junto con utensilios más toscos en cuarcita. Obermaier encontró también ocre sobre algunos de los útiles y huesos de este nivel. La industria ósea incluye abundantes azagayas de sección circular, oval, cuadrada y rectangular, algunas con grabados geométricos, cuentas de hueso de ave y agujas perforadas, bastones de mando y caninos e incisivos de animal perforados (Breuil y Obermaier 1935: 1 75-196). Las famosas pinturas del techo de la Gran Sala han sido asignadas por razones estilísticas al Magdaleniense lll/IV (Leroi-Gourhan 1965). Los utensilios de piedra del yacimiento fueron afortunadamente reestudiados por González Echegaray (1 971), Straus (1977) y Utrilla Miranda (1976). En 1981 llegó a ser posible, para un pequeño grupo de especialistas, incluyendo a Freeman, González Echegaray, Bernaldo de Quirós y Cabrera, excavar una parte del viejo testigo de Altamira, pudiendo contar con datos sustancialmente nuevos acerca de la naturaleza de la ocupación magdaleniense del yacimiento. No obstante, ya en 1977 reconocíamos que Altamira jugaría un importante papel en las reconstrucciones futuras de las estrategias del Magdaleniense Inferior en orden a la subsistencia y al asentamiento en Cantabria. El yacimiento de montaña, llamado Rascaño, fue descubierto por J. Carballo en 1912, pero no excavado hasta 1921, cuando Hugo Obermaier y el Conde de la Vega del Sella trabajaron allí conjuntamente. Su trabajo no fue publicado. En 1974, el yacimiento fue reexcavado por González Echegaray y Barandiarán Maestu, que encontraron intacta la mayor parte del fondo del vestíbulo. En 1977 había sido sólo publicada una descripción sintética de los resultados (González Echegaray 1977), pero que anticipaba muchas de las más importantes conclusiones que aparecerían en la monografía (González Echegaray y Barandiarán Maestu 1981). Se reconocen en Rascaño nueve niveles. Sus descripciones y contenidos son los siguientes (según González Echegaray y Barandiarán Maestu 1981).

NIVEL COMPLEJO INDUSTRIAL

Aziliense 2 superior Magdaleniense Superior 2 inferior Magdaleniense Superior (V?) 3 Magdaleniense Inferior Cantábrico 4 Magdaleniense Inferior Cantábrico 4b Magdaleniense Inferior Cantábrico 5 Magdaleniense arcaico 6 estéril 7 Auriñaciense (pocas piezas) 8 Auriñaciense (pocas piezas) 9 Auriñaciense (pocas piezas)

37 De acuerdo con los excavadores las características de la colección del nivel 3 son: «...Inconfundibles en el Magdaleniense de la región cantábrica. Se trata, sin la menor duda, del llamado Magdaleniense inferior cantábrico, en contraposición al bloque del Magdaleniense Superior... Es lo que habitualmente se ha venido clasificando como Magdaleniense III, de acuerdo con las pautas establecidas por Jordá y por nosotros hace tiempo... sin que se excluya la posibilidad sugerida por Utrilla de que pueda equivaler parcialmente al Magdaleniense IV francés...» (González Echegaray y Barandiarán Maestu 1981: 70-71). El nivel 4, a pesar de sus evidentes semejanzas con el nivel 3, fue considerablemente más representativo del llamado Magdaleniense III de la región cantábrica, y el nivel 4b, aunque peculiar en aglunos aspectos, también se conformaba del todo a la definición de esa facies industrial. Mientras que el nivel 5 era como los otros niveles en muchos aspectos, en otros el material lítico del nivel era reminiscencia de ciertas etapas más antiguas del Magdaleniense francés, y por esa razón el nivel fue señalizado al fin como tipológicamente más arcaico que el resto (González Echegaray y Barandiarán Maestu 1981:85). Estos niveles y particularmente el nivel 4 tenían sorprendentemente pocas lascas no retocadas y pocos restos de talla en comparación a la proporción de útiles retocados. Especialmente sorprendente era la enorme aglomeración de huesos, sobre todo en el nivel 4. De acuerdo con los excavadores, esta acumulación de huesos, a veces en conexión anatómica, sugiere que el yacimiento sirvió como base para una caza intensiva, particularmente de la cabra montes (Capra ibex), que era el elemento dominante en las colecciones del Magdaleniense Inferior. Dadas las características del yacimiento, su situación topográfica y su contexto industrial y faunístico, parece probable que durante el Magdaleniense Inferior, Rascaño debió ser un campamento estacional de caza al borde de las montañas, especializado primariamente en la caza del ibex, no tanto con intención de proveer a las inmediatas necesidades nutritivas del pequeño grupo allí existente, cuanto de preparar y almacenar elementos para el subsiguiente transporte al campamento base que se hallaba en otro lugar (González Echegaray 1977: 450-451).

EL LUGAR DE EL JUYO

La cueva de El Juyo se abre en la depresión de una pequeña cadena de colinas dentro de los límites del pueblo de Igollo. En su integridad la cueva es un complejo sistema de galerías, pero los restos paleolíticos aparecen propiamente en dos salas más amplias, adyacentes al «vestíbulo» prehistórico. La entrada prehistórica, —la pared NW. de la Sala II, se encuentra ahora obturada por el derrubio de bloques caídos y coladas estalagmíticas. (La entrada prehistórica fue reabierta en 1982). Debido al potencial interés del yacimiento, el Patronato de las Cuevas Prehistóricas de la Provincia de Santander abrió el muro de la cueva en la Galería I, para dar fácil acceso a la cueva. En 1955 la excavación de los niveles paleolíticos empezó bajo la dirección conjunta de González Echegaray del Museo Provincial de Santander y el Dr. Paul Janssens de Bélgica; el trabajo continuó durante dos campañas, y Janssens él solo dirigió una tercera, cuyos resultados nunca fueron publicados. Una monografía de las dos primeras campañas fue publicada inmediatamente después de su conclusión (Janssens y González Echegaray 1958). El trabajo de campo, llevado a cabo durante las campañas de 1955 y 1956, se efectuó en dos trincheras separadas, una (Trinchera 1) en la galena más amplia, la otra (Trinchera 2) en una más pequeña cerca de la moderna entrada. La Trinchera 1 resultó ser la más rica. Aunque había cierta dificultad en correlacionar exactamente la estratigrafía en

38 las dos trincheras, las secuencias estratigráficas parecían análogas en las dos. Se conservaban allí más de tres metros de sedimientos estratificados. El mayor problema encontrado por los excavadores fue la humedad. El Juyo es una cueva húmeda, y durante la campaña de 1956 el nivel de agua subió tan alto que inundó la Trinchera 2. En 1955 los sedimentos de la Trichera 2 estaban más secos que los de la Trinchera 1, donde eran tan húmedos que no podían ser cribados en seco. Pero paradójicamente no había en las proximidades del yacimiento agua corriente disponible en cantidad suficiente (un arroyo que corre por la galería lateral tiene agua en invierno, pero se seca hasta convertirse en un simple goteo en verano. Los recursos limitados y los medios técnicos impidieron a los excavadores poder bajar el nivel freático en el yacimiento (durante la inundación de 1983 nos vimos nosotros igualmente impotentes) o el procesar adecuadamente los sedimentos empapados, defecto de excavación que los propios excavadores reconocían. Sin embargo, los sedimentos mojados favorecían la conservación de microfósiles de plantas, y los excavadores recogieron una cantidad apreciable de carbón y fragmentos de madera carbonizada, especialmente en los niveles 4 y 6 de la Trichera 1. Aunque los especialistas que examinaron los fragmentos podrían haber estado mejor equipados para el tratamiento de los análisis, fueron capaces de identificar carbón procedente de árboles caducifolios en el nivel 4 y, lo que era más importante, algunos fragmentos de carbón de un avellano de clima frío Corylus colurna en el nivel 1 de la Trinchera 2. La conservación del hueso era excelente y los restos de mamíferos fueron identi• ficados por P. Azpeitia (apéndice en Janssens y González Echegaray 1958). Notable estudio para su tiempo, Azpeitia aportó estimaciones sobre el número mínimo de individuos de cada especie identificada en cada nivel del yacimiento, y ciertas esti• maciones sobre la edad de los individuos. Las listas publicadas por Azpeitia se supone que contenían los materiales de la Trinchera 1, y hay discrepancias entre los números que estima de individuos para cada nivel y los números que pueden obtenerse examinando su catálogo completo (?) de huesos en el mismo trabajo. Las discrepancias incluyen la omisión de una especie en el nivel 4, cuyos restos están consignados en el catálogo, y la diferencia de al menos treinta individuos entre las estimaciones de Azpeitia de los números mínimos de individuos de ciervo y el menor número que puede estimarse de su catálogo (Straus [1977] es el primero que ha publicado esta observación). Algunas de las discrepancias son probablemente debidas al hecho de que Azpeitia incluyó materiales de la Trinchera 2 en sus estimaciones del número de individuos. Alternativamente es posible que su catálogo incluyera solamente piezas seleccionadas; para confirmarlo está el hecho real de que su inventario de moluscos sólo registra unos pocos especímenes de los miles hallados. Cualquiera que fuere la razón de las discrepancias, no había podido resolverse en 1977; pensamos que las estimaciones de Azpeitia acerca del número de individuos probablemente eran en sí correctas, pero que, sin embargo, no podían ofrecer una información verdaderamente fiable sobre la composición faunística. Cualquiera que hayan sido las verdaderas cifras, los cálculos de Azpeitia sugerían una concentración de ciervos en El Juyo: en los niveles 7, 10 y 11 eran las únicas especies representadas; en el nivel 4 Azpeitia llegó a identificar más de 50 individuos de ciervo, que representarían más del 80% de todos los mamíferos del nivel. Aunque el recuento más reducido de 20, sugerido por la lista de huesos del catálogo, fuera correcto, el ciervo representaría aún el 60% de todos los mamíferos del nivel 4. Un recuento de los huesos, cuya edad era estimada en el catálogo de Azpeitia, insinuaba que los humanos depredaban sobre los ciervos de forma diferente que sobre los caballos salvajes. Sólo el 4 % de los huesos con edad identificada, entre los caballos, eran animales juveniles, mientras que el 50% eran adultos jóvenes y el 46 % adultos viejos, especialmente animales muy grandes (¿machos?). Por lo que a los ciervos se

39 refiere, los números comparables en el nivel 4 eran el 20 % de juveniles, el 37 % de adultos jóvenes y el 23 % de adultos viejos. Entre los huesos de adultos, los huesos pequeños (¿de hembras?) y los grandes (¿de machos?) estaban casi equitativamente representados. Sin embargo, de nuevo se producen aquí discrepancias. Azpeitia no dio suficiente información para permitir el intercambio de los datos de edad con los recuentos de individuos, y las distribuciones de edad procedentes de todo tipo de huesos diferían considerablemente de las estimadas a través de los datos dentales aislados (desde el punto de vista de los dientes, los perfiles de edad de los caballos y ciervos eran aproximadamente similares). Basados en las evidencias publicadas, el clima durante la acumulación de la mayoría de los estratos (niveles 8-4 en la Trinchera 1, 7-3 en la Trinchera 2) era relativamente benigno. Esto quedaba indicado por la fauna en estos niveles y el carbón del nivel 4, Trinchera 1. Tal evidencia contrastaba con la del Castillo, que sugería que al menos una parte de la secuencia del Magdaleniense «III» tenía que haber sido testigo de condiciones climáticas frías. La posibilidad de que en el intervalo de tiempo relativamente corto, ocupado por el Magdaleniense «III» haya testimonios de un gran cambio climático entre las condiciones interestadiales de carácter benigno y el duro frío del pleno estadio, resultaba otro estímulo que impulsaba a una ulterior investigación en El Juyo. Una rápida visita a la cueva en 1977 nos sugirió que los estratos intactos de El Juyo se hallaban más cerca de los 3,5 m. que de sólo los 3 m. Todas las evidencias indicaban que desde arriba hasta abajo los restos industriales contenidos en las secciones visibles eran clasificables como Magdale• niense «III». Si los depósitos de El Juyo se acumularon durante un período que en realidad no fue más largo que 1.000 años, como sospechábamos, el yacimiento ofrecía una oportunidad sin precedentes para obtener realmente el detalle, en pequeña escala, del cambio paleoclimático en un medio terrestre (en contraste con el fondo marino o con el casquete de hielo en las altas latitudes). De hecho, la muy rápida velocidad de acumulación de sedimentos en El Juyo permitiría el estudio de la descomposición y cronometraje de un importante cambio climático, lo que sería de mayor valor que las muestras de sondaje en los fondos marinos y en los hielos, y virtualmente que todas las secuencias polínicas (como ejemplos del detalle obtenido de las muestras submarinas, en el hielo y de las secuencias polínicas, estábamos ya familiarizados con el trabajo de Shackleton y Opdyke [1976], Dansgaard et alii [1971], y van der Hammen et alii [1971]). Previmos la posibilidad de que los datos obtenibles de un cuidadoso reestudio de El Juyo podrían ser utilizados para verificar conclusiones sobre la naturaleza de los climas glaciares obtenidas por los miembros del grupo CLIMAP (Me Intyre et alii 1976) y otros (esas conclusiones estaban basadas casi exclusivamente sobre datos marinos). Puesto que nosotros podríamos teóricamente obtener muestras climáticas indicativas a través de los estratos de El Juyo con intervalos de 7 a 10 años, podríamos potencialmente contribuir en gran medida al conocimiento actual referente a la rapidez del comienzo y progreso de los grandes deterioros climáticos y así comprender los mecanismos de los cambios climáticos significativos. Y lo que es más, puesto que los estratos de El Juyo proporcionaban una rica fauna marina del litoral, que sin duda reflejarían los grandes movimientos de las corrientes oceánicas, El Juyo ofrecería aún la posibilidad de servir de comprobación y reajuste a los modelos de CLIMAP sobre los cambios de posición de la Corriente del Golfo, que habrían tenido las más profundas implicaciones en el clima de la Península Ibérica y de toda la Europa occidental. Francamente las reconstrucciones publicadas sobre las temperaturas de las superficies continentales y marinas de acuerdo con el modelo normal de CLIMAP, considerado como el más utilizable, no parecían estar bien de acuerdo con las evidencias relativas a la fauna terrestre y a los moluscos marinos procedentes de los yacimientos arqueológicos del litoral cantábrico, y en particular

40 parecían cronológicamente desfasados con las faunas costeras y continentales de los yacimientos prehistóricos de nuestra región. (Fue bastante curioso que la idea de que tal información de un yacimiento terrestre fuera a proporcionar datos sobre los cambios en la posición de la corriente del Golfo provocó algún escepticismo entre nuestros colegas arqueólogos, que examinaron nuestro proyecto, pero no entre otros de nuestros colegas que trabajaban en el equipo CLIMAP). El área expuesta durante las excavaciones de 1955-56 en El Juyo era muy pequeña. La Trinchera 1 medía 2 m. de lado y la Trinchera 2 medía 2,8. Aunque el yacimiento era indudablemente rico, las muestras de utensilios y de materiales biológicos de cada nivel no eran grandes. La Trinchera 1 dio un total de casi 550 útiles de piedra retocados, 6.647 piezas no retocadas y cerca de 100 utensilios de hueso. La Trinchera 2, más pobre, produjo 1.965 piezas no retocadas, 435 útiles de piedra retocados y unos 25 utensilios de hueso. Las únicas colecciones realmente apreciables de instrumentos retocados de piedra procedían de la Trinchera 1, niveles 4 (171) y 6 (200) y de la Trinchera 2, niveles 3/4 (183) y 6 (142). Estos son también estratos de los cuales procede la mayoría del hueso trabajado. Había muchas diferencias sugestivas entre ambas áreas. Diferían en las proporciones entre los útiles retocados de piedra y los artefactos de piedra no retocados, en la relación entre el hueso trabajado y la piedra trabajada, etc. Tales datos resultaban grandemente sugerentes acerca de la diferenciación de áreas en la distribución de distintas clases de materiales en el yacimiento, pero las áreas investigadas eran notoria• mente pequeñas y la naturaleza de las distribuciones espaciales no había constituido en sí una finalidad específica de aquellas excavaciones. Consiguientemente, la posibilidad de localizar modelos de ocupación aparecía sugerida, pero no más que sugerida, en los datos publicados. Se sabía que la conservación de toda clase de material biológico en los niveles de El Juyo era excelente. Los restos de fauna, incluyendo los huesos de animales y las conchas de moluscos, eran abundantes. Los botánicos incluían por lo menos los fragmentos de carbón identificables y datables y su presencia nos sugirió que nosotros seríamos capaces de recoger por flotación semillas carbonizadas, procesó éste que ya había mostrado su utilidad en las excavaciones de Freeman en el Abric Agut de Barcelona, a pesar del carácter nada propicio de aquellos sedimentos. Había aún presentimientos de que tenían que existir estructuras artificales en algunos de los niveles de El Juyo. Habían sido detectados posibles pozos (los lentejones A, B y C) en tres niveles de la Trinchera 2 y en el nivel 10 de la Trinchera 1. También fueron mencionados grandes bloques de caliza en un nivel (Janssens y González Echegaray 1958). Si el espacio ocupado había sido en realidad alterado artificialmente, el yacimiento no sólo nos haría progresar en el conocimiento de las estructuras magdalenienses, sino que nuest/as excavaciones nos dañan también una dimensión ulterior del control con vistas a la búsqueda de modelos espaciales de las diferentes actividades en los niveles afectados. Otra importante atracción para renovar el trabajo en El Juyo se derivaba de la naturaleza de los materiales brutos utilizados para la manufactura de los útiles de piedra. En contraste con otros muchos yacimientos cantábricos, El Juyo proporcionó colecciones que estaban obtenidas predominantemente de materiales criptocristalinos, especialmente silex. La calidad de la materia prima y el estado de las piezas recogidas nos dieron mucha esperanza de que los útiles conservarían superficies pulidas y estrías microscópicas eje uso, como las que han sido estudiadas por Semenov (1964) y Keeley (1977; Keeley y Newcomer 1977). En la mayoría de las colecciones de utensilios en la zona cantábrica, incluso en aquellas provenientes de las modernas excavaciones, los artefactos no se han mostrado particularmente propicios a un estudio de las huellas microscópicas de uso, bien sea por la dominancia de materia prima en cuarcita, o porque las colecciones han

41 sido almacenadas antes de darse cuenta de la necesidad de proteger los bordes trabajados de la abrasión que produce el almacenamiento. En El Juyo seriamos capaces de comparar estudios de distribución espacial de carácter diferencial de las distintas clases de artefactos y datos biológicos, y estudios de covariación en la frecuencia de diferentes clases de datos con estudios sobre las microhuellas para detectar la función de los artefactos.

Uno de los niveles de El Juyo era un verdadero conchero, aunque en otras partes del mundo haya la creencia general de que los auténticos concheros no son anteriores al Mesolítico. Había entonces aparentemente buenas razones para dudar de que el conchero de Devil's Tower fuera más que una playa de temporal; los informes sobre Gorham's sugerían la utilización de marisco aunque no lo suficientemente intensa como para producir un verdadero conchero, y los casos en Sudáfrica, tales como Klasies I no eran bien conocidos (y no habían sido publicados del todo) por entonces (Garrod, Buxton, Smith y Bate 1928; Waechter 1951; Klein 1974, 1975, 1976). En la zona cantábrica, aunque eran conocidos o se sospechaba la existencia de otros casos (Altamira y La Lloseta), no había sido excavado ningún conchero de esta edad con las modernas técnicas. Las nuevas excavaciones de El Juyo nos proporcionarían una oportunidad para examinar un ejemplar único de un caso del Paleolítico Superior, con los métodos modernos. Aunque es completamente cierto que las excavaciones de los años 1950 en El Juyo fueron metodológicamente aceptables para su tiempo, las técnicas de recuperación de datos, las pruebas y análisis habían realizado un progreso considerable a lo largo de veinte años, y en 1977 sabíamos cómo recoger datos de forma como no se habría ni soñado en la década anterior. Nuestras técnicas para la recuperación de muestras adecuadamente amplias de los restos de ocupación eran también mucho más sofisticadas y eficientes que las que estaban en uso anteriormente, y se necesitaban muchas más amplias muestras de toda clase de información para dar «sentido» a los restos de El Juyo. Lo que es más, el hecho de que la nueva investigación fuera conjuntamente dirigida por González Echegaray proporcionaría continuidad entre las excavaciones de hacía dos décadas y el trabajo de los años 1970. Es poco frecuente para un excavador poder volver a un yacimiento después de un lapso de veinte años, con la ventaja de los avances metodológicos y la madura retrospección acumulada durante el periodo transcurrido, y esto en sí mismo era un reto estimulante. La monografía publicada indicaba que las diferencias entre nivel y nivel eran con toda probabilidad suficientemente grandes como para sugerir que El Juyo sirvió para diferentes funciones en diferentes momentos. El número de distintas ocupaciones del Magdaleniense III ya reconocidas era suficientemente grande como para que pareciera evidente que las excavaciones en El Juyo nos darían evidencias de diversos tipos de ocupación con una muestra sustancial de las ocupaciones que representa cada tipo. Había toda la razón para creer que, usando el caso de El Juyo como base, sería útil una comparación entre las ocupaciones de este yacimiento y Rascaño, y eventualmente con los niveles de otros yacimientos tales como Castillo, Salitre y quizás incluso Altamira, para hacer la primera reconstrucción segura de las líneas generales esquemáticas de un sistema paleolítico de subsistencia/asentamiento en la Península Ibérica (o en otros lugares, por lo que se refiere a este tema). Una secuencia estratificada de ocupaciones, tan grande, toda ella asignable a un solo complejo industrial de duración temporal limitada es absolutamente única en los estudios paleolíticos. Un examen de las cambiantes características de los tipos de utensilios y de los conjuntos a través de la secuencia de El Juyo aportaría evidencias para la evolución industrial, la especialización funcional de los tipos de útiles y de las ocupaciones, y el

42 cambio estilístico que contribuiría en gran manera a la comprensión actual de los mecanismos y razones para las variaciones entre los conjuntos, las «facies» industriales y las fases o estadios de desarrollo de los complejos industriales, todos ellos temas que han suscitado el máximo interés entre los especialistas del Paleolítico en los últimos años. En resumen, desde los distintos puntos de vista, sean puramente arqueológicos, paleontológicos, ecológicos, climatológicos o paleobotánicos, la renovación de las excavaciones en El Juyo resultaba más que deseable, esencial. Más aún, no podría fallar, en proporcionar un avance en el conocimiento de las adaptaciones prehistóricas a lo largo del Pleistoceno en Cantabria.

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45 APRECIACION ARQUEOLOGICA SOBRE LOS ESTRATOS Y NIVELES DE OCUPACION

J. GONZALEZ ECHEGARAY L. G. FREEMAN Ya durante la campaña de 1 978 los arqueólogos tomamos muestras de los sedimentos expuestos en la pared W de la Trinchera 1 de las antiguas excavaciones (Fig. 1); los niveles no representados en esta sección fueron sometidos a la toma de muestras en aquellos otros lugares de la excavación donde aparecían más característicamente desarrollados. Utilizamos las técnicas de Franz modificadas por Butzer (1971:175) para evaluar la textura de los sedimentos. Las apreciaciones sobre el color se han basado en una comparación de los sedimentos en estado húmedo con los colores de la carta de Munsell. Los resultados de este examen aparecen en la Tabla I; también aparecen allí indicados los niveles con restos arqueológicos. Dado el hecho de que cada nivel varía grandemente en espesor entre unos lugares y otros, no hemos dado la medida de su grosor en la adjunta tabla. El interesado puede medirlos en las distintas secciones estratigráficas de los cuadros excavados por nosotros (Fig. 2 y 3). En el caso de los niveles 6, 7, y 8, los estratos arqueológicos coinciden completamente con los depósitos geológicos. El nivel 7 es muy fino, y después de nuestra experiencia en las siguientes campañas de excavación, nos inclinamos a pensar que este nivel consiste únicamente en los depósitos acumulados en los primeros momentos correspondientes al Nivel 6. Los otros dos niveles son una masa de desechos de descuartizamientos de animales (6) o conchas de moluscos (8) que rellenan sus depósitos geológicos, aunque aparentemente fueron acumulados durante un lapso de tiempo pequeño. Cuando hay construcciones, los niveles culturales adquieren un considerable espesor. Este aparece bien claro en el caso de los complejos estructurales en el Nivel 4 —una rampa de tierra apisonada, un empedrado, unos fondos de estructuras subrectangulares y lo que hemos llamado el Santuario (cuya descripción detallada será objeto del próximo volumen de esta monografía)— si bien, fuera de estas estructuras, el nivel 4 consiste en una fina veta de restos de ocupación.

49 JUYO 1978 Fig. 1.- Estratigrafía de la «Trinchera de Janssens» pared NW (N 1/2).

50 TABLA I DESCRIPCION DE LA TEXTURA, EL COLOR Y EL CONTENIDO ARQUEOLOGICO DE LOS SEDIMENTOS EN EL YACIMIENTO DEL JUYO (EXCAVACIONES 1978-1983)

NIVEL TEXTURA COLOR OBSERVACIONES

1 Arena limosa 5 YR3/3-4/4 Revuelto moderno 2 Limo 7.5 YR 5/6 «Tardo-roma no» 3a Estalagmita, con limo a la base 10 YR 5/8 Edad del Bronce (efímera) 3b Arcilla limosa 1 0 YR 6/6 Estéril 3c Estalagmita con 10 YR 7/8 Estéril capas de arena limosa 4a Arena limosa 10 YR 5/7 Piedras, hogares, estructuras, 4b Limo arenoso 7.5 YR 4/4 más orgánico en la base (Magd. «III») 5a Estalagmita y arena limosa 7.5 YR 5/8 Estéril 5b Arena con grandes bloques 1 0 YR 5/3 Estéril angulosos 5c Limo arenoso 7.5 YR 6/8 Estéril 6a Limo arenoso, detritus 10 YR 5/8 Matriz de acumulación anguloso, carbón de huesos, 6b Arcilla con algunos 7.5 YR 3.5/3 Magd. III hogares 6c Arcilla 10 YR 5/4 Acumulación masiva de huesos. Magd. III 7 Arcilla limosa, mucho 7.5 YR 4/4 Magd. III detritus orgánico 8a Conchero en matriz 7.5 YR 5/8 y Magd. III arcillosa 10 YR 5/3 8b Arcilla con mucho 7.5 YR 4/4 Magd. III y 9 detritus orgánico. Hogares en la base (9) 10 Arcilla 7.5 YR 5/8 Estéril 11 Arcilla limosa 7.5 YR 4/4 Al menos 5 capas del Magd. III 12 Arcilla 7.5 YR 5/8 Estéril (?) 3 y 14 Limo Arenoso 7.5 YR 5/6 Magdaleniense III

Los vestigios orgánicos en los niveles 4 y 7 están muy triturados debido al paso del hombre prehistórico sobre el yacimiento. No es éste el caso de los hallazgos en el nivel 6 (salvo los depósitos que rodeaban una gran estructura en cuyo interior había una acumulación de huesos, cuya descripción aplazamos para el próximo volumen); ni tampoco para las conchas del nivel 8, que se conservan frecuentemente intactas (muchas veces metidas unas dentro de otras, en el caso de las lapas). Las conchas son tan frágiles que la menor presión puede romperlas. Dado su excelente estado de conservación, es evidente que, durante y mucho tiempo después de su acumulación, el conchero quedó marginado con respecto al resto de la ocupación, es

51 too

Fig. 2.- Cortes estratigráfieos secciones W/E, Juyo 1978.

52 decir, en una localización que nunca sufrió una utilización humana intensiva, como hubiera sido el caso de un piso de habitación o de una zona de paso. Durante las campañas de 1982 y 1983, se llegó a excavar una pequeña parte de los niveles 9 y 10, pero los niveles inferiores a ellos no han sido aún objeto de nuestra investigación. Por eso, las observaciones que a continuación hacemos sobre ellos están fundadas exclusivamente en apreciaciones obtenidas durante la limpieza de la llamada Trinchera 1 o en los datos aportados por las antiguas excavaciones.

100

Fig. 3.- Cortes estratigráficos secciones N/S, Juyo 1978.

53 El nivel 9 con frecuencia tiene un fuerte contenido de carbón y posiblemente, (como en el caso del nivel 7) no sea más que la base de la ocupación del nivel 8. Por el contrario, el 10 es muy arcilloso y aparentemente estéril. Sobre la pared Oeste de la trinchera, se observa que este Nivel 10 presenta una fuerte caida casi vertical de unos 30- 35 cm. de altura, que probablemente constituya el fondo de una gran cubeta en buena medida artificial que conformaba y contenía a los niveles 9 y 8. Esta interpretación presume que estos tres niveles se acumularon casi simultáneamente. Los niveles 11 y 13 son gruesos sobre este corte de referencia, y cada uno de ellos puede comprender distintos niveles de ocupación Magdaleniense. Entre ambos aparece un nivel de arcillas de escasa potencia, llamado nivel 12. No hay ninguna garantía de que la estratigrafía en otras partes de la cueva sea idéntica a la que acabamos de describir. De hecho, en la pared Este de la Trinchera 1 ampliada por los derrumbes naturales acaecidos desde los años 50, la estratigrafía varía radicalmente. Allí, pueden apreciarse perfectamente los niveles 1 y 2 que faltaban en el corte anterior, consistentes en tierras sueltas grises y marrones. Faltan aquí los niveles de formaciones estalagmíticas, que normalmente componen los niveles 3 y 5. En su lugar aparecen unas capas de piedras y tierra arenosa, debajo de la cual hay una larga serie de niveles, algunos separados por una capa de arcillas, los cuales no tienen paralelo en la otra pared; se correlacionan probablemente con el nivel 11. Otro nivel de arcillas a mayor profundidad podría corresponder al nivel 12. Debajo, se ven aún otros niveles: 13 y 14 en su caso. No es nuestro propósito describir niveles no excavados por nosotros, pero damos esta somera referencia por el hecho de que están visibles y se han sacado muestras de ellas para distintos análisis. En cuanto la Tabla II, se presenta la correlación entre los niveles expuestos por nosotros durante las excavaciones de 1978-1983 y los descubiertos en Trinchera 1 y descritos por Janssens y Echegaray en la memoria de las antiguas excavaciones.

TABLA II CORRELACION ENTRE LOS NIVELES DE TRINCHERA 1 DE LAS ANTIGUAS EXCAVACIONES Y LA ESTRATIGRAFIA DE LAS EXCAVACIONES DE 1978-83

TRINCHERA 1 1978-83 l-ll 3 III 4 ? Illa 5 ? lllb 6-7 ? IV 8-9 V 10 VI 11 VII 12 ? VIII-IX 13 ? X 14 ?

BIBLIOGRAFIA

BUTZER, K. W. 1971 Environment and Archeology. Chicago, Aldine.

54 ANALISIS PALINOLOGICO DE LA CUEVA DEL JUYO

ANAlS BOYER-KLEIN

ARLETTE LEROI-GOURHAN

Laboratoire de Palynologie, Musée de l'Homme, París Las tomas de muestras con vistas al análisis palinológico han sido efectuadas en el curso de la segunda campaña de excavaciones 1978-1979 por L. G. Freeman y J. González Echegaray, sobre el corte de la antigua Trinchera 1 (1.a campaña de excavaciones de P. Janssens y J. González Echegaray). Las muestras n.° 1 a 96 corresponden al Magdaleniense III cantábrico. Las que llevan los n.° 97 a 106, tomadas en la cuadrícula 10 N de la nueva excavación, se refieren a una ocupación del Bronce y a una época reciente.

EL MAGDALENIENSE (A. BOYER-KLEIN)

En razón del espesor de las capas estratigráficas, notamos desde el primer momento que nos encontrábamos delante de un número muy elevado de muestras, tomadas cada 2 ó 3 cm. sobre un corte cuya altura iba de '3 m. a 0,95 m. por lo que se refiere a los niveles paleolíticos del 12 al 4. Pero, desde los primeros resultados obtenidos sobre las distintas capas, no nos ha parecido indispensable proseguir el análisis sistemático de la totalidad de las tomas. Después de haber examinado un número de 39 muestras, el diagrama nos ha parecido muy coherente en lo que concierne a la evolución de los árboles en relación a las herbáceas y muy homogéneo para los niveles 12 a 6. Solamente en este último nivel es donde se esboza una fluctuación climática.

DIAGRAMA

En la parte izquierda del diagrama, en la columna de los A.P., no hemos representado más que tres curvas, para mostrar más claramente su evolución paralela. En efecto, del nivel 12 al nivel 6, el robledal mixto que está presente en la gran mayoría de las muestras, apenas está

57 menos representado que el avellano (Corylus) y a veces le sobrepasa. La curva del aliso (Alnus) es muy próxima a la del avellano. La columna siguiente muestra que el Pino albar (Pinus silvestris) resulta el árbol más frecuentemente hallado, acompañado del Abeto (AbiesJ, en pequeña cantidad, en particular en la parte baja del diagrama. El roble (Quercus) domina ampliamente sobre otras especies a las que está generalmente asociado para constituir el robledal mixto. El olmo (U/mus), el fresno (Fraxinus) y el nogal (Jug/ans) no aparecen más que raramente y en escasas proporciones. El enebro (Juniperus) y la yedra (Hederá) han sido incluidos en la columna de Varia, a la derecha del diagrama. Dos cambios de escala han sido aplicados para las herbáceas; poruña parte aquéllas cuyo porcentaje es elevado: Brezos (Ericáceas), Gramíneas, Cicoriáceas, Antemídeas; por otra parte, las herbáceas cuyo porcentaje es pequeño: Quenopodiáceas y Plantagináceas. Los porcentajes de heléchos (Filicales) han sido contados además del total de pólenes. El número de pólenes de brezo es muy importante en la mayor parte del diagrama, variando alrededor del 40%, llegando y sobrepasando incluso el 60%. A partir del nivel 6 aparecen progresivamente las características de una variación climática. Disminuyen los porcentajes de árboles, haciéndose muy escasos en el nivel 4 y casi nulos en la muestra n.° 92, última de la secuencia. Paralelamente disminuyen en progresión los brezos hasta desaparecer en la última muestra. Desde la base, las curvas de gramíneas y cicoriáceas se entrecruzan regularmente, llegando del 10 al 20%, diluyéndose a veces para dejar crecer a los brezos. De nuevo aquí, a partir del nivel 6, asistimos a una subida muy característica de las cicoriáceas que confirma una variación climática hacia el frío seco. En la curva de los heléchos no se observa más que pocas variaciones, salvo en la base del diagrama.

INTERPRETACION DEL DIAGRAMA

La cueva del Juyo presenta un problema muy interesante. Podría presumirse encontrar numerosas fluctuaciones a lo largo de un período que pudiera parecer muy dilatado en razón del espesor de las capas. Sin embargo, vemos solamente esbozarse un enfriamiento en el nivel 6, en la parte superior de la secuencia paleolítica. En los niveles del 12 al 7, con un sedimento de más de 1,50 m. (altura —3 m. a —1,45 m.), el análisis pone de manifiesto un clima estable, que es templado y ligeramente húmedo en razón de la permanencia del robledal mixto, del aliso, de los brezos y de los heléchos. Se registran algunas ligeras oscilaciones, que no llegan a cambiar los caracteres del conjunto. Anotemos, sin embargo, en la base del diagrama la presencia de la encina {Quercus //ex) y del nogal que acentúa el carácter templado, y un ascenso de los heléchos, signo de un aumento de la humedad. Entre las herbáceas, los brezos dominan ampliamente sobre las cicoriáceas y las gramíneas, dando un paisaje un poco diferente del frecuentemente descrito para la zona cantábrica como una pradera arbustiva, debiendo tratarse de algo más próximo a nuestras landas bretonas. En nuestra tentativa de reconstrucción del cuadro climático de la región cantábrica en el Tardiglaciar, hay que comparar estos resultados a los ofrecidos por la cueva del Rascaño que nos servirá de referencia, ya que —recordémoslo— la industria de este yacimiento cubre la totalidad del Magdaleniense cantábrico. En Rascaño la primera ocupación magdaleniense «muy arcaica» (nivel 5) es contem• poránea del fin de un período bastante templado y húmedo que podría ser la fase última del interestadio de , puesto asimismo en evidencia en el yacimiento solutrense de Chufín. El comienzo del Magdaleniense III clásico de Rascaño (nivel 4) se desarrolla bajo un frío seco que dura más o menos hasta la mitad de esta cultura. Después sigue una oscilación ligeramente templada. El frío seco solamente reaparece en el extremo final del Magdale-

58 CUEVA DE EL JUYO ( ALT. 55nv)

VARIA

Viburnum, Caryoph. Helianth.

Rhamnaceae, Borraginaceae

llex, Borraginaceae, Centaurea

Asphodelus, Dipsaceae

Carduaceae, Centaurea, Caryophyllaceae

Cruciferae

Rosaceae, Polygonaceae, Ephedra

Oleaceae, Campanul

Juniperus, Leguminosae, Umbelliferae

Carduaceae, Caryophyllaceae

Leguminosae, Dipsaceae Hederá, Centaurea, Umbelliferae Polygonaceae

Artemisia

Caprifol. Helianthemum

Helionthemum, Umbelliferae, Urticaceae

Carduaceae, Polygonaceae, Plumbagin

Centaurea

Helianthemum Hederá, Rubiaceae Hederá, Geranium, Umbelliferae

Cruciferae, Umbelliferae

Polygonaceae

Carduaceae

Helianthemum, Leguminosae

Centaurea, Geranium, Rumex, Umbell

Asphodelus, Labiatae, Umbelliferae

Centaurea 0 Qu»rc«tum m. ° Alnus C CerMlio TOTAL O Corylu»

Dibujado L CABRERA final del Magdaleniense III y al mismo comienzo del Magdaleniense IV(nivel 3) para dar lugar rápidamente a una oscilación templada más remarcada. Siendo los niveles siguientes palinológicamente estériles, sugeríamos en nuestra precedente síntesis sobre la zona cantábrica (Boyer-KIein, A., 1980) la conveniencia de completar el análisis de Rascaño por el de Tito Bustillo. En esta cueva, en efecto, los niveles con industria indeterminada pero que preceden al Magdaleniense Superior cantábrico y verosímilmente contemporáneos del fin del nivel 3 de Rascaño, se sitúan en una fase netamente templada, sin duda el Bólling. Pusimos, pues, en evidencia las siguientes fluctuaciones climáticas: interestadio templado húmedo al fin del Solutrense perdurando tal vez hasta el Magdaleniense arcaico, frío seco en la primera mitad del Magdaleniense III clásico, recalentamiento en la segunda mitad, retorno al frío seco al fin de esta misma cultura del Magdaleniense III y al comienzo del Magdaleniense IV, después la oscilación templada de Bólling antes del Dryas II. El análisis del Juyo viene a aportar, a su vez, una precisión complementaria a este esquema. En Rascaño teníamos, pues, registrada una ligera fluctuación templada, no datada, en el curso del Magdaleniense III. Habíamos dudado en darle un nombre en razón de su escasa amplitud. Pero Rascaño es un yacimiento de montaña, a 32 km. al interior del país, refugio temporal de cazadores durante el verano. Habíamos ya anunciado que podríamos obtener resultados un poco diferentes para localidades más abrigadas. Esta hipótesis se confirma por el análisis del Juyo, cueva situada a 60 m. de altura, a 5 Km. del mary en el fondo de una depresión. Teniendo en cuenta las diferencias de amplitud, si se compara su diagrama polínico con el del nivel 4 de Rascaño, de la misma cultura, se comprueba una semejanza evidente para la segunda parte del Magdaleniense III. La fase climática aquí estudiada sería posterior a la fase fría del comienzo del Magdaleniense III clásico cantábrico, no datado en Rascaño, pero verosímilmente contemporáneo de los niveles de Altamira que han dado la fecha de 13.950 B.C. y los de la Lloseta datados en el 13.250 B.C.

Las fechas de C-14 del Juyo para la segunda parte de este Magdaleniense vienen a corroborar esta hipótesis, ya que son las siguientes*:

Nivel 4: 13.920 B.P. ± 240, o sea, 11.970 B. C. (1-10736)

Nivel 6: 11.400 B.P. ± 300, o sea, 9.450 B.C. (1-10737)

Nivel 7: 14.440 B.P. ± 1 80, o sea, 12.490 B.C. (1-10738)

En razón de la discordancia de fechas, podríamos suponer que la del nivel 4 fuera falsa. Pensamos, sin embargo, que es la del nivel 6 la que debe eliminarse porque resulta demasiado reciente y correspondiente palinológicamente al Alleród no representado aquí. Para los niveles templados del Magdaleniense III, nos queda la fecha del 12.490 B.C. Ahora bien, si la comparamos a la de 12.500 B.C. propuesta desde 1964 por Arl. Leroi-Gourhan para el Pre-Bólling de Arcy-sur-Cure, tendríamos derecho a pensar que se trata de la misma fluctuación. Este mismo recalentamiento está fechado en en el 12.330 B.C, en el sur de Francia en Canecaude (Vernet 1979) en el 12.280 y puesta de manifiesto a través de los estudios de polen y de madera (boj, labiérnago, higuera, encina). M.M. Paquereau registra en Duruthy un episodio húmedo con ligero aumento de árboles, datado en el 12.050 B.C. Podríamos, pues, resumir los resultados en el cuadro adjunto, añadiendo algunos datos del C-14 que servirán de referencia cronológica, pero descartando los de Tito Bustillo que no pueden ser tenidos como seguros.

* Debemos precisar que aquf no tomamos en consideración la fecha de 15.300 ± 700 BP. (13.350 B.C.) de la primera excavación, referente a niveles más antiguos, de los que es difícil establecer la correspondencia estratigráfica.

59 YACIMIENTOS YACIMIENTOS ZONA B.P. B.C. NO DATADOS INDUSTRIA DATADOS CLIMATICA 0 MAL DATADOS

Tito Bustillo Magdaleniense Dryas II (niv. 1) superior cantábrico

Tito Bustillo Industria no Bólling (niv. 2) determinada

Rascaño Magdaleniense IV (niv. 3)

Rascaño comienzo (base niv. 3) Magdaleniense IV

13.900 11.950 Altamira Dryas I ±700 Magdaleniense III 13.920 11.970 El Juyo Rascaño ±240 (fin niv. 4) Magdaleniense III

14.440 Rascaño 12.490 El Juyo Magdaleniense III Pré-Bólling ±180 (niv. 4 sup.)

15.200 13.250 La Lloseta ±412 Rascaño Magdaleniense III Dryas I 15.500 13.950 Altamira (niv. 4 inf.) ± 700

Rascaño Magdaleniense ? (niv. 5) arcaico

17.420 15.530 Chufín Solutrense Interestadio de ±200 Lascaux

Recordemos que para la industria magdaleniense cantábrica, la clasificación del abate Breuil resulta difícilmente aplicable. Los límites Solutrense-Magdaleniense y Magdale• niense lll-Magdaleniense IV son fluctuantes. El Magdaleniense III adquiere una importancia mucho más grande en la zona cantábrica que en Francia. Considerada durante mucho tiempo como una industria bien caracterizada que se desarrolla bajo un clima frío, aparece aquí como más diversificada y extendiéndose a lo largo de un período en el curso del cual las oscilaciones climáticas podrán servir de referencia.

LOS NIVELES RECIENTE (ARL LEROI-GOURHANj

La interpretación de la parte reciente de este diagrama resulta difícil por el hecho de que no existen, para su comparación, más que muy escasos análisis polínicos holocenos por lo que a la zona cantabro-astur se refiere, y, además, incompletos. El máximum forestal, normalmente Atlántico, se halla ausente del Juyo; no hay aquí más que una fase con una desforestación de más del 50%, que corresponde al Bronce inferior. Sobrevive un boscaje de roble, pero avellanos y abedules, especies pioneras y de reforestación, están asociadas a los alisos, que resultan más importantes. Los árboles

60 pequeños y los arbustos son, pues, prioritarios, con la presencia de las rhamnáceas, barbadejos (Viburnum), acebos (//ex) e igualmente de encinas (Quercus i/ex). Una parte del terreno está aún baldía y abandonada a los heléchos, de los que el polipodio (Polypodium vulgare) atestigua la humedad de la época, y donde dominan también las gramíneas. La agricultura está atestiguada localmente por la presencia de pólenes de cereales (Cerea/ia) y por las malas hierbas acompañantes clásicas de los cultivos, particularmente el llantén (P/antago). El período más reciente es testigo de una desforesta• ción casi total a causa de las prácticas agrícolas.

CONCLUSION

El análisis del Juyo pone en evidencia una oscilación netamente remarcada y fechada por el C-14 en el 14.440 ± 240 B.P., o sea, 12.490 B.C. que podría ser la del Pre-Bólling. Esta oscilación serviría de encuadre a la segunda parte del Magdaleniense III cantábrico, que se termina en contexto frío datado en el 11.970 B.C. (Dryas I). Esta precisión aportada al establecimiento de la escala cronológica botánica nos permite entender mejor la duración de la ocupación del Juyo. Se trata de una ocupación relativamente corta en el tiempo, que corresponde bien a la homogeneidad tipológica puesta en evidencia por los arqueólogos. Este análisis permite completar nuestras investigaciones sobre la sucesión de las oscilaciones climáticas halladas en la zona cantábrica: — Interestadio de Lascaux contemporáneo del Solutrense de Chufín, comprendiendo tal vez el Magdaleniense arcaico del Rascaño. — Frío seco en la primera mitad del Magdaleniense III clásico (Rascaño). — Oscilación templada más o menos marcada en la segunda mitad del Magdaleniense III y datada hacia el 12.500 B.C. Esta podría ser la del Pre-Bólling (El Juyo). — Retorno al frío seco al fin de esta misma cultura Magdaleniense III y al comienzo del Magdaleniense IV (Dryas I, Rascaño). — Después, oscilación templada del Bólling antes del Dryas III (Tito Bustillo). Desde el punto de vista etnológico, este análisis permite también verificar que la cueva ha sido un lugar de ocupación bastante continuo. Para una duración cronológica aproxima• damente igual, la altura de las capas arqueológicas se ha doblado en relación a la de Rascaño cuyo habitat era sólo temporal.

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61 TECNICAS DE RECUPERACION INTEGRAL DE LOS DATOS OBTENIDOS EN LOS SEDIMENTOS DE YACIMIENTOS PREHISTORICOS

WM. CROWE

Director, Laboratorios de la Fracción Pequeña, Institute for Prehistoric Investigations, Chicago, USA La metodología arqueológica moderna postula la recuperación íntegra de todos los residuos con implicaciones posibles para el estudio del comportamiento del hombre prehistórico provenientes de los sedimentos excavados y su subsiguiente análisis en el laboratorio, tanto cuanto lo permitan el tiempo y las disponibilidades económicas. En las mejores excavaciones modernas se ha alcanzado ya un grado aceptable de recuperación de este tipo de datos. Tal grado de investigación aunque asequible rara vez ha sido conseguido, porque las normas de general aceptación son algo anticuadas, y aún no reconocen la viabilidad de técnicas ya experimentadas y que representan ya verdaderos instrumentos de trabajo en manos de algunos prehistoriadores. Con la aplicación de procedimientos apropiados para la toma de muestras, combinados con el traslado de algunas técnicas analíticas del laboratorio al campo, los programas de recuperación comprensiva, tal como el introducido en El Juyo, pueden proporcionar una nueva dimensión de datos directos de importancia esencial en la reconstrucción del antiguo medio ambiente y del comportamiento humano —es decir, una especie de ecología humana prehistórica— y lo puede hacer de manera eficaz y a un precio aceptable para el proyecto. Los gastos así incrementados son parcialmente compensados por una eficacia creciente en el proceso de escogida y catalogación de los hallazgos.

CONSERVACION Y RECUPERACION

Es demasiado fácil disculparse por la normal ausencia de restos orgánicos excepto el hueso de los depósitos arqueológicos, achacándolo al inevitable resultado de los procesos de descomposición biológica. Normalmente no se espera encontrar restos de madera, epidermis de plantas, semillas, insectos, tejidos animales y microbios hasta el tamaño de virus, si no han sido salvados de la degradación natural al estar depositados "acciden-

65 talmente" en situaciones tan raras como ideales, o sometidos a condiciones (tal como la carbonización, en el caso de los restos de plantas, o a la disecación o a depósitos aneróbícos empapados de agua) que sean capaces de conservar cierta clase de materiales en un estado alterado. Nuestra experiencia y la de otros autores indica que muchos de estos residuos orgánicos de tamaño microscópico y macroscópico también sobreviven en forma recono• cible aún cuando se trata de depósitos aireados, fenómeno especialmente corriente donde han sido sometidos a una encapsulación deposicional o postdeposiciqnal. En pocas palabras, hasta restos orgánicos no carbonizados, no disecados, y no mineralizados pueden sobrevivir durante decenas y cientos de miles de años o más, bajo condiciones apropiadas, y estas circunstancias probablemente son mucho más comunes de lo que generalmente se cree. Pioneros como Struever, Jarman y otros desarrollaron los métodos de campo y de laboratorio necesarios para la recuperación de diminutos restos orgánicos . Estos incluían diversas técnicas de flotación y de separación química. Construyendo sobre estos cimientos, el Institute for Prehistoric Investigations los ha modificado en muchos casos, mejorando algunos de ellos. Sin embargo, la mayor contribución de la IPI ha sido la mecanización y conversión en rutina de todos estos procedimientos, alcanzando un nivel de rendimiento mucho más eficaz, y su incorporación como una parte integrante en un más amplio espectro de técnicas de laboratorio para análisis físico-químicos, algunas de las cuales requieren las facilidades de un laboratorio bien dotado pero muchas de las cuales pueden llevarse a cabo con los limitados medios propios de unas instalaciones de campo. En su conjunto, estos procedimientos constituyen todo un programa en orden a la recuparación comprensiva de evidencias de la fracción pequeña orgánica (e inorgánica), procedente de los yacimientos prehistóricos. El programa fue primeramente aplicado en forma un poco rudimentaria durante la campaña del Juyo de 1 982. Dado que no había fondos especiales para este tipo de trabajo en el presupuesto de aquel año, la elaboración de estas técnicas tuvo que realizarse de forma desinteresada y voluntaria. La creación de la IPI, estimulada en parte por la necesidad de llenar este hueco, y el apoyo financiero concedido por este instituto, permitieron la plena realización del programa para la campaña de 1 983. Durante los trabajos de 1 982/1 983, se intentó aplicar estas técnicas a todos los sedimentos excavados. Este método coordinado de análisis de los sedimentos del yacimiento y la búsqueda exhaustiva de restos orgánicos difíciles de encontrar, nos dio una sorprendente variedad de semillas de plantas y otros materiales, y, en 1983, entró plenamente en la logística de la excavación. El conjunto de los materiales recogidos es tan grande que no disponemos aún de la lista completa de las identificaciones definitivas, pero muchos de los restos orgánicos recuperados en 1 982 han sido identificados, y puede presentarse ya una lista preliminar de los hallazgos. Sin embargo, antes de proceder a ello, debemos dar una descripción de los procedimientos de recogida y análisis y las razones de su éxito.

DISPERSION DE ARCILLAS Y DISGREGACION DE SEDIMENTOS

Los residuos orgánicos diminutos, a los que llamamos la "fracción pequeña", se han conservado en alguna abundancia, encerrados dentro de los sedimentos arcillosos del Pleistoceno, que se hallan en las cuevas calcáreas de la región cantábrica, y en similares depósitos en otras partes. Una de las razones por las que estos materiales no han sido detectados, aunque existan, consiste en que los sedimentos en cuestión se resisten tenazmente a ser disgregados en agua fresca o en otros disolventes líquidos que no sean tan corrosivos que su uso pueda destruir los mismos materiales buscados. En los sedimentos Musterienses, Auriñacienses y Magdalenienses de la región cantábrica y de Cataluña, sobre

66 los que se ha experimentado hasta hoy en el Laboratorio de la Fracción Pequeña el contenido inicial de agua en las arcillas ha sido reducido por evaporación y compactación, y las partículas discretas de la fracción arcilla han llegado a entrelazarse íntimamente, tanto química como físicamente. Este efecto encapsula materias orgánicas diminutas en la matriz del sedimento, y su flotación resulta prácticamente imposible hasta que las arcillas estén completamente mojadas y dispersas. Para conseguir esta dispersión, los investigadores de la IPI han tomado prestadas algunas técnicas de la palinología moderna que consigue extraer con éxito materias orgánicas microscópicas de sedimentos similares sin el uso de disolventes drásticos. Sus técnicas de laboratorio han sido adaptadas para el uso práctico en el campo. Para asegurar la disgregación completa de una matriz encadenada porarcillas, primero es necesario dispersar las partículas constitutivas de la fracción arcilla. Esto se consigue mediante rehidratación química e ionización. Empapando el sedimento excavado en una disolución acuosa de fosfato sódico, se recompone la capa difusa de moléculas de agua que originalmente rodeaba cada partícula de arcilla. Ciertos cationes se difunden fuera de esta capa, para producir una carga netamente negativa y por tanto, la mutua repulsión entre las partículas de arcilla. Una vez que las arcillas han sido efectivamente dispersadas con este pretratamiento químico, se liberan con facilidad las distintas partículas orgánicas y minerales de la matriz. Aclarando la muestra en un baño de agua filtrada, se consigue la eliminación de los residuos del químico peptizante, y se decantan arcillas y limos, dejando el contenido limpio y en estado de ser cribado y flotado. Cuando se usa el metafosfato sódico (Na PO3) en una solución peptizante para disgregar sedimentos, está sometido a una amplia gama de alteraciones químicas. Mientras se procede al tratamiento, la solución se vuelve acida, y, por hallarse hidrolizada en su forma ortofosfata, el producto químico pierde sus poderes de disgregación. En los mercados de Europa se puede adquirir como un producto común, una formulación que combina el metafosfato sódico con una cantidad suficiente de carbonato sódico como para neutralizarle y compensar este efecto. Se vende con la marca comercial "Calgón"; es barato y fácil de conseguir, y su uso resulta efectivo y no perjudicial para los distintos componentes que pueden extraerse de sedimentos procedentes de una ocupación prehistórica. Utilizando sedimentos musterienses conteniendo fragamentos de conchas y huesos, excavados en Cueva Morin entre 1968 y 1 969, se realizó una prueba de los efectos producidos por este producto comercial; no se produjo ningún daño al contenido orgánico de los sedimentos. La acción solubilizante del metafosfato sódico en agua destilada en presencia de cantidades de carbonato calcico resulta despreciable, a causa de que la concentración del peptizante disminuye rápidamente, debido a la fijación del anión metafosfato como un producto insoluble gelatinoso sobre las superficies del carbonato calcico. Para asegurar que la concentración de la solución usada en el campo, la composición química que resulta del uso del agua local y la condición física de los residuos orgánicos del Juyo todos ellos serían compatibles, se continuaba haciendo pruebas periódicas a lo largo de toda la campaña de campo de 1982. No se observó ningún precipitado de calcio o exceso de calcio en la solución, fenómenos inevitables si el hueso o las conchas hubieran sido atacados. No se notó ningún indicio de corrosión sobre las superficies, debilitamiento o desmenuzamiento de la estructura de las conchas o hueso, más allá de lo normal en un simple lavado de agua. Estos resultados se deben sin duda en parte al tiempo del tratamiento en la solución química, su concentración, y la meticulosidad del aclarado posterior con agua corriente, así como al estado físico general de los materiales tratados.

67 SEPARACION DE LOS MATERIALES NO FLOTANTES EN EL AGUA

No han sido investigados los distintos factores que pueden contribuir a la preservación de los restos orgánicos macroscópicos en los sedimentos procedentes de cuevas y abrigos de Cataluña y la región Cantábrica. Sin embargo es un hecho que estos materiales, tanto tejidos de plantas como de animales, sobreviven, y han podido ser recuperados en un estado sorprendente de conservación, en formas fósiles parcialmente mineralizadas, carbonizadas, calcificadas, o hasta en un estado que simula la apariencia de un material fresco y natural. Este último fenómeno, al menos en los niveles excavados y procesados del Juyo desde 1982 hasta ahora, puede resultar de dos factores: encapsulación dentro de un sedimento rico en arcilla desde los primeros momentos de su deposición y lenta deshidratación, y la subsiguiente liberación gradual de su matriz acompañada por una "reconstitución" durante el pretratamiento con fosfato de sodio. Aunque los fósiles orgánicos macroscópicos sobreviven, y pueden desagregarse con éxito de los sedimentos arcillosos, su ulterior separación de los componentes inorgánicos (minerales y residuos del lascado), presenta un problema. Las pruebas de laboratorio llevadas a cabo sobre los restos orgánicos macroscópicos recogidos en el Juyo revelan que menos del 15% de las materias orgánicas más pequeñas flotan en agua destilada. Los restos de plantas carbonizados, mineralizados, calcificados, y con apariencia fresca demostraban amplias diferencias en gravedad específica, y pocos alcanzaron una capacidad de flotación neutral o positiva; esto supondría evidentemente un obstáculo para recuperar el espectro total de materias orgánicas por la simple flotación en agua. Se superó este obstáculo, sin caer en los peligros de la flotación en un líquido pesado, mediante un simple proceso que aumentaba la capacidad efectiva de flotación de las partículas buscadas. El proceso consistía en añadir al baño de flotación en agua una solución de parafina emulsionada (usando "Tritón X-45" de Rohm y Haas como un surfactante) que aumentó el boyante de los sólidos orgánicos fosilizados. Introduciendo en la base del baño de la flotación una columna expansiva de burbujitas de aire comprimido, se llegó a aumentar la capacidad de flotación y a afinar el proceso hasta tal punto que se pudo discriminar entre el material deseado y la ligeramente más pesada fracción mineral y lítica de menor interés. Así, por lo menos para algunos yacimientos Paleolíticos llegaron a resolverse, de forma económica y sin peligro para la salud, problemas mayores en la investigación arqueológica, añadiendo una nueva dimensión a la reconstrucción ambiental del Pleistoceno y a los correspondientes estudios de la paleoecología humana. Por primera vez en los estudios sobre el hombre paleolítico en Europa ha sido posible la recogida de cantidades apreciables de pequeños restos orgánicos de contextos paleolíticos, implicando un mayor ingremento en la información acerca del medio ambiente Pleistoceno y su explotación por las gentes del Paleolítico.

PROGRAMA DE MUESTREO

En teoría, los residuos estratificados de una ocupación humana, extraídos con la adecuada técnica, ofrecerían una riqueza de evidencias de los distintos episodios temporales y la dimensión espacial de las actividades humanas. En la práctica, como se ha dicho anteriormente, los paleolitistas no han sido muy afortunados en la recuperación en cantidades substanciales de las distintas clases de materiales orgánicos diminutos. El área relativamente pequeña aprovechable para la ocupación humana en algunos abrigos, y en ciertas cuevas como el Juyo, justifica un programa de recogida de muestras al 100% dentro de un sistema de estricto control horizontal y vertical. Los lotes de tierra procesados en el

68 Juyo procedían de niveles naturales estratificados y bien definidos, y de sectores cuadrados de 33,3 cm. de lado y de no más de 5 cm. de espesor. Cada lote tenía por término medio un volumen aproximado de 5,5 litros. Este volumen se recogía en bolsas que contenían poco más de dos litros. El tamaño de los lotes de tierra excavada fue ideal para un eficiente procesamiento, y aseguraba un control adecuado sobre los distintos materiales procedentes de la muestra. Los depósitos Magdalenienses del Juyo, aislados del exterior durante los últimos 14.000 años, estaban protegidos de la intrusión de materia vegetal moderna transportada por el viento. La entrada de la cueva estaba cerrada desde aquel tiempo hasta su redescubrimiento en los años 50. Depósitos de estalagmita separaban, además, los niveles superiores del Magdaleniense de los depósitos inferiores. Esta situación, en la cual la contaminación moderna es mínima, resulta un caso casi único. A pesar del cuidado tenido en el Juyo para reducir al mínimo la entrada de materiales modernos ajenos en la zona excavada, la posibilidad de contaminación moderna constituyó el problema más importante que el analista tuvo que superar. Hubo que recoger amplias muestras de plantas modernas en los alrededores del yacimiento, para estudios comparativos, poniendo particular atención en la recogida de materiales vegetales en la parte de su ciclo de crecimiento que corresponde a la época de la excavación. En el caso del Juyo, el problema está un poco atemperado por el hecho de que el yacimiento se halla completamente cerrado excepto durante el curso de las excavaciones. La comparación de los fósiles microscópicos del yacimiento con las plantas modernas de los alrededores revela muchos puntos de contraste entre el estado de los materiales frescos y de los prehistóricos. También hay muchas diferencias entre la flora moderna y la prehistórica, que sirven también como criterio para excluir posibles contaminaciones. Se obligó a los excavadores a limpiar sus zapatos y ropa cada vez que entraban en el yacimiento. La apreciación consciente de la rareza y valor de un yacimiento sellado, por parte de los visitantes y del equipo excavador, resulta esencial para reducir al mínimo la intrusión de materiales modernos. Hay límites más allá de los cuales no puede prevenirse la intrusión de contaminantes modernos. Nunca puede esterilizarse por completo ni los excavadores ni la atmósfera de la cueva. Sin embargo, una atención cuidadosa a las diferencias entre las formas modernas y prehistóricas y una confianza en las diferencias relativas y las tendencias que muestran en la distribución temporal y espacial nos proporcionará resultados seguros y valiosos.

PROCEDIMIENTOS DE EXTRACCION

En un capítulo anterior se han descrito las técnicas empleadas en la excavación de los niveles arqueológicos. Durante las campañas de 1982 y 1983, todos los materiales recuperados (salvo el caso de aquellos que no pudieron mojarse sin peligro de su destrucción), así como toda la tierra excavada pasaron por manos del Equipo de Recuperación Comprensiva, compuesto de su director, un químico de campo y cuatro ayudantes. (Este equipo, formado por la IPI, estaba completamente financiado por dicho instituto). Dentro de cada bolsa de tierra'o de material no individualizado (conchas, huesos no identificables, etc.), el excavador metió una «ficha permanente de sector», envuelta en su impermeable bolsita de plástico «Whirl-Pak». La ficha de sector es un formulario en miniatura sobre el que el excavador apunta su propio nombre, la fecha, la identificación del cuadro, sector y nivel, la profundidad del lote, y cualquier otra observación especial o instrucción para el ulterior tratamiento de la muestra por parte del director del equipo de Recuperación Comprensiva. Los fragmentos grandes de carbón y las muestras de substancias extrañas o desconocidas que requieren una inmediata identificación se

69 envuelven en un papel de aluminio bien etiquetado metido dentro de un sobre y se entregan directamente al químico de campo. Las bolsas que contienen un conjunto de huesos no identificables, piedras y conchas, y las bolsas con la tierra excavada de cada sector, se guardan juntos, almacenándolos temporalmente en una estantería instalada dentro de la entrada de la cueva, a la espera de su ulterior procesamiento. Estos paquetes de materiales excavados serán luego recogidos por el coordinador del procesamiento, asignándole a cada lote en orden un «número de muestra». Etiquetado con este número, sobre una tarjetita de plástico, se quita la ficha de sector de la bolsa, anotando en ella el número de muestra, se la duplica, e inmeditamente se pasa toda la información a un inventario que forma parte del diario de campo del Equipo de Recuperación.

SUBDIVISION DE LA MUESTRA Y ANALISIS DE LAS TIERRAS EN EL LABORATORIO DE CAMPO

Después, cada lote de tierra se entrega con ambas fichas al químico de campo para fraccionar la muestra, y para la descripción y análisis químico preliminar de aquélla. Se recogen 150 gramos de tierra de cada lote procedente de un sector, y se la envuelve en una bolsita estéril «Whirl-Pak», indeleblemente marcada con su correspondiente número de muestra. Esta pequeña muestra de 150 gramos es todo lo que se necesita para proveer de suficiente material con vistas al análisis de laboratorio posterior, tal como el análisis químico cualitativo y cuantitativo, la extracción del ópalo de planta, el polen, esporas, bacterias y virus. El químico de campo reserva 10 gramos de la submuestra, con los cuales realiza una descripción y análisis químico, proceso cuya realización requiere unos 20 minutos para cada muestra, siendo recogidos los resultados en la ficha permanente de sector. Se estima por el tacto la textura, coherencia y cimentación del sedimento, y su aproximado contenido de arcilla, arena, piedras, fragmentos de hueso, etc. Empapando una parte del sedimento, se hace una pasta cuyo color se evalúa bajo una luz de intensidad alta y uniforme, usando las cartas para colores de suelos del Munsell. Se mide por medio de una sonda electroquímica en soluciones controladas el efectivo pH y el efectivo «delta pH». Los resultados se anotan en las fichas permanentes, y en el diario del químico, que suministra datos periódicamente para la puesta al día del mapa de distribución de valores químicos de los sectores, que muestra características seleccionadas de cada sector en el área que está siendo excavada. El pH (concentración de iones de hidrógeno) de los sedimentos influye en la conservación y refleja otros procesos químicos que han tenido lugar en los niveles. La variación de los valores pH en un nivel y la diferencia entre sectores o estratos y profundidades es un indicador valioso de actividades culturales, procesos deposicionales, y reacciones químicas que de otra forma quedarían ocultas. La co-medición en cloruro potásico (KCI) permite el cálculo del delta pH, como un indicador de sutiles influencias climáticas. Usando una modificación de la prueba de campo «Gundlach» se determina la presencia y relativa concentración del «fosfato total» (P2 O5) y estos datos también pasan a la ficha, al diario y al mapa de campo. Este valor refleja la presencia, distribución zonal y concentración de excrementos putrefactos humanos y animales, y algunas otras substancias. La presencia de bajos niveles de fosfato en una ocupación donde los valores normalmente son altos sugiere vehementemente una acumulación de material estéril de construcción, donde se puede eliminar un lavado posterior o la presencia de capas impermeables superiores o otras barreras tanto culturales como naturales a su acumulación. El humus álcali-soluble, un indicador de material vegetal podrido, y por eso anómalo en los depósitos naturales de una cueva, cuando se detecta, puede ser estimado, cuantificado de forma aproximada, registrado e indicado en el mapa químico del yacimiento. Substancias de otra forma inidentificables pueden ser sometidas al análisis químico para detectar almidones, tejidos vegetales, proteínas, grasas, lignina, y colofano. Estas identificaciones también son útiles cuando, en un

70 nivel, o en sectores adyacentes, cambia inesperadamente el fosfato, el humus, el color del sedimento o el pH. También se analiza la presencia de materias inorgánicas, tales como el yeso, las sales, carbonatos, hierro, óxidos de hierro, manganeso y arcillas quemadas. Los resultados de nuevo son anotados en las fichas y en el diario. El director del Equipo de Recuperación Comprensiva guarda una copia de tales fichas para ulteriores anotaciones y pasa la otra a los directores de la excavación para su información y para interpretaciones adicionales. El químico de campo caracteriza también e identifica tentativamente cuando es posible el carbón y otras substancias que le entregan los excavadores, con la ayuda de un binocular y materiales comparativos.

PROCESAMIENTO DE LOS HALLAZGOS INDIVIDUALIZADOS

Todos los materiales localizados sobre el mapa y metidos en sobres individuales son asignados por el director del equipo a los miembros designados para procesar tales hallazgos. Se sacan las piezas de sus sobres, se las lava una a una en una solución de Calgon, se las seca en la sombra y se las vuelve a sus sobres. Luego se entregan los hallazgos limpios y secos al equipo del Inventario, quien los sigla, cataloga y empaqueta para su traslado.

TRATAMIENTO DE OTROS MATERIALES

La solución que sirve para el procesamiento de las tierras y hallazgos no individualizados de cada sector se hace de Calgon y agua corriente filtrada. Como un primer paso, se quita la etiqueta impermeable atada a la bolsa para fijarla al cubo de pretratamiento. Los lotes de hueso o de conchas, colocados en un cedazo, se sumergen durante unos minutos en la solución de Calgon, se aclaran y se los limpia cuando sea necesario en un baño de agua fresca. Después de secados, los hallazgos se meten en sus respectivas bolsas, y se mandan al inventario. Cada lote de tierra está sometido al pretratamiento en la misma solución de Calgon ya utilizado para remojar los huesos y conchas de su correspondiente sector. La etiqueta del lote está fijada al cubo, y la tierra se vierte en la solución donde queda al desleírse durante un período variable de entre media hora y dos horas (según su contenido de arcillas). Durante este proceso, la mezcla se revisa regularmente para averiguar el progreso de su disgregación. Mientras continúa la dispersión de las arcillas, fragmentos de carbón y otros materiales orgánicos boyantes vienen flotando a la superficie del baño, de donde han de ser periódicamente recogidos con un tamiz de malla muy fina. Entonces, se aclaran los diminutos residuos boyantes y se vierten sobre toallas de papel, y el papel, doblado para proteger los materiales, se transfiere a un lugar abrigado para secarse en la sombra. La toalla, antes de recibir los materiales flotados, está siglada con el número de la muestra y las palabras «Fracción primaria». Se vacía la muestra pretratada sobre una columna de (al menos) dos tamizes granulométricos de plástico, con malla de 1 cm. y 250 micrones respectivamente, agitando la columna poco a poco para ayudar al proceso de criba (si se usa una tercera criba, lo normal es que tenga una malla de 2 mm.). Bajo circunstancias especiales, las muestras de los sedimentos más finos que pasan la criba de 250 micrones se recuperan con vistas a un ulterior análisis, pero por lo general se descarta sin más esta fracción, dado que la submuestra de 150 gm. procedente de cada sector contiene normalmente suficiente material microscópico para el subsiguiente análisis de laboratorio. Después de separar a las piezas mayores, la fracción más grande de lo que resta se aclara en agua corriente y se coloca para secarse sobre un papel previamente marcado con el número de la muestra.

71 FLOTACION

La fracción de la muestra que queda retenida por la criba más pequeña, menor de 1 cm. de grosor, contiene restos de fauna, y de elementos líticos orgánicos. Se utiliza el proceso de flotación para separar y recoger los restos vegetales y otros orgánicos que tienden a concentrarse en la fracción de este tamaño. Después de un aclarado para eliminar los residuos del pretratamiento químico, se introduce esta fracción en un baño de agua con burbujas que contiene una solución surfactante (Tritón X-45). En esta solución, sube a la superficie de la columna de burbujas todo el material orgánico que contiene semillas, fragmentos de plantas, restos de insectos, escamas de pescado, y otros pequeños detritus. Tales restos se recogen a mano con un cedazo de malla fina o se aspiran de la superficie, haciendo el vacio en un aparato compuesto de un frasco Erlenmeyer coronado con un embudo Buechnerque contiene un filtro de papel secante. El mismo compresor pequeño que produce las burbujas en el baño de flotación sirve también como bomba de vacío. Se coloca el friltro que contiene el material flotado sobre un papel secante siglado, que, como de costumbre, se dobla y se lleva al secadero. El director del equipo de recuperación comprensiva anotará la terminación de cada fase de este proceso en su diario, de tal manera que a cada estadio quede controlada la localización y condición de cada porción de cada muestra. Cuando la fracción flotada se seca, la toalla etiquetada (o papel filtro) se dobla y se envuelve con su contenido en sobres de plástico siglados o paquetes de papel de aluminio con vistas a su traslado al laboratorio para su ulterior estudio.

FRACCION PESADA

El material pesado que queda al fondo del baño de flotación se aclara y se transfiere a un papel secante debidamente etiquetado que se coloca en el secadero. Este componente, una vez secado, se repasa para separar los diminutos utensilios de piedra que pudiera contener (como hojitas de dorso o fragmentos de agujas) y después se empaqueta el resto con sus correspondientes etiquetas, para ser enviado en su conjunto al especialista en microfauna. Una vez que la microfauna ha sido separada para su estudio, el especialista devuelve el resto de las muestras para un futuro examen. Esta fracción fina contiene una buena cantidad de desecho de lascado que debe ser estudiado, pero estos restos líticos no pueden compararse con los materiales recogidos de ningún otro yacimiento que no haya sido sometido a los mismos métodos de recogida integral.

SECADO EN LA SOMBRA

Es esencial para asegurar que no se produzca más de un mínimo de deformación, encogimiento y fractura, que los materiales se sequen lentamente en un lugar completa• mente sombreado y bien ventilado. Para conseguir este fin en la región Cantábrica, resultan ideales" unas estanterías hechas de madera y tela metálica con techo cubierto y los lados ventilados. Estas protegen del sol, del viento y la lluvia así como de la moderna contaminación y de las intrusiones.

LA SELECCION

Resultando tan limpios los materiales después de este tratamiento, el proceso de selección es más fácil que en cualquier otro caso. Cada mañana, el director del equipo de

72 recuperación coloca sobre las estanterías una lista de las muestras que están ya secas y preparadas para ser escogidas, incluyendo la identificación del cuadro, sector y nivel, y las iniciales del excavador. Tales materiales pueden ya ser escogidos por el propio excavador o por otras personas designadas para tal menester. Las etapas subsiguientes del inventariado y del empaquetado aparecen ya descritas anteriormente en este volumen y el manual de campo de la IPI, IPIGUIDE. Los gastos del mantenimiento de las seis personas que integran el Equipo de Recuperación Comprensiva a lo largo de la campaña de campo no son mayores que los que supone el mantenimiento de cualquier otra media docena de personas, y son en parte compensadas por una eficacia creciente en el proceso de la escogida del material y en otros aspectos del proceso de recogida de datos y del inventario. Además, es la única forma de recuperar datos, que de otra manera se perderían irremisiblemente.

RESULTADOS

El Equipo de Recuperación Comprensiva procesó un total de 847 lotes/ sectores de la tierra del Juyo, 375 durante la campaña de 1982 y 472 en 1 983. Examinando y escogiendo la fracción flotante de las muestras tomadas en 1 982 se empleó unas 200 horas de trabajo por parte del Director del laboratorio de la Fracción Pequeña y de un ayudante. Este trabajo fue llevado a cabo gracias a las facilidades amablemente prestadas por el Field Museum of Natural History of Chicago. En el momento de escribir esto, aún no está completa la identificación de los materiales recogidos, por lo que cuanto decimos no es más que un informe preliminar, sujeto a posibles pequeñas modificaciones en el proceso de futuras identificaciones. De los 375 lotes/sector flotados durante 1982, 247 dieron cantidades sustanciales de fragmentos vegetales carbonizados o parcialmente mineralizados, restos de insectos, pescados, moluscos y micromamíferos. La mayor parte de los restos fueron muy pequeños. No había espécimen mayor que un cm. cúbico, y la mayoría no llegaba a la décima parte de este tamaño. El estado de conservación de los tejidos fue sorprendentemente bueno, con estructuras vegetales esencialmente intactas mucho más numerosas que fragmentos no reconocibles. Los materiales de origen animal incluían 51 fragmentos de hueso de roedor e insectívoro, 12 fragmentos pequeños de coprolitos conteniendo residuos de plantas e insectos, 1 5 restos de pescados (2 escamas y 1 3 pequeñas vértebras), 48 especímenes de insectos, restos esencialmente intactos de varios Díptera, Coleóptera, Ortóptera y Homoptera, 1 27 pequeños caracolillos de tierra, la mayoría intactos, y 32 minúsculos moluscos marinos, algunos completos y otros fragmentarios. Aún no tenemos contratados todos los especialistas para la identificación de estos restos. Como se esperaba, el grueso del material vegetal recogido consiste en carbón vegetal: 1 59 sectores produjeron cantidades variables de madera carbonizada de brotes cuyas dimensiones transversales eran de 3 a 10 mm. La madera de primavera es de ambos tipos, difusa y de porosidad anular. Algunas de las ramitas era, al parecer, de sauce (Sa/ix). Más interesante fue la recogida de frutos secos, semillas, hojas y capullos. Se recuperaron setenta y nueve semillas de plantas herbáceas, glumas y aquenios, dominando las formas Cyperaceae y Graminaceae (estas últimas en cantidades más modestas). También están representados en menores números algunos tipos arbóreos. Además, han sido identificados once carpelos, todos del género Rubus, incluyendo posiblemente las dos formas R. fructicosusy R. sexatilis. Había 8 capullos o partes terminales de brotes de árboles, y 1 7 fragmentos de avellanas o bellotas. Las muestras dieron 25 partes de hojas parcialmente mineralizadas de plantas herbáceas y 22 plantas arbóreas con semejanzas a Sa/ix y Betula. También había varios fragmentos no identificables de árboles y plantas herbáceas. Entre los géneros de plantas con flores identificadas hasta hoy, están Medicago, Bidens, Rumex,

73 Brassica (?) y Plantago (?). Tampoco faltan restos de heléchos: se hallaron 18 fragmentos de Equisetum. Algunas de las formas identificadas consisten en frutos secos, bayas, hierbas, legumbres y «malas hierbas», que podían hallarse en los alrededores de la cueva, mientras que otras sólo pudieron ser recogidas a cierta distancia, en zonas costeras de marisma. La línea litoral nunca estuvo más cerca de la cueva durante el Pleistoceno Superior que hoy en día, por lo que el descubrimiento de lantas costeras, así como la presencia de masas de moluscos marinos implica su transporte a lo largo de 10 o 1 5 kilómetros. En todo caso, hay que pensar que estas especies han llegado al yacimiento a causa del hombre.

La distribución de los hallazgos entre los niveles es también muy interesante. Durante la campaña de campo de 1982, la excavación se concentró en zonas del yacimiento donde había a la vista grandes extensiones del nivel 4 (especialmente el Santuario), del 6 y del 8 (y en menor grado, del 7). Si la contaminación moderna hubiera sido la causa de la presencia de los 189 fragmentos de plantas (excluyendo el carbón) recogidas, habría que esperar que al menos los tres primeros niveles mencionados reflejaran en igual medida tal contaminación. El 75 % de los restos fue de hecho recogido en el nivel 4, y el 1 7 % en el nivel 8, mientras que en los niveles intermedios, 6 y 7, sólo se recogieron 5 fragmentos (3 96). Estos resultados no tendrían sentido si la presencia de tales fragmentos orgánicos se debiera a la contaminación de los excavadores.

La distribución de los restos de plantas dentro de cada nivel no es uniforme; al contrario, aparecen en concentraciones. Se hallaron en una sola concentración 5 de los 6 carpelos de Rubus procedentes del nivel 8; tal concentración ocupaba la tercera parte de un metro cuadrado. Se halló una concentración similar de 5 fragmentos de cascara de fruto seco contra la pared Oeste de una estructura rectangular (Est. 3) en el nivel 4. Más del 60 % de los restos de plantas recogidos en el nivel 4 se hallaron en la tierra de los «niveles de ofrendas» dentro del Santuario. Aunque pensamos que es muy improbable que todos los restos de plantas fueran introducidos intencionalmente por el hombre, cuando se termine la identificación de todos los materiales recogidos durante las campañas 1 982-83, el estudio de su distribución nos proporcionará nuevos horizontes de información acerca del medio ambiente, la utilización de los recursos naturales, y la distribución espacial de las actividades humanas durante la ocupación Magdaleniense del Juyo.

74 ESTUDIO MALACOLOGICO DE LA CUEVA «EL JUYO»

BENITO MADARIAGA DE LA CAMPA CARLOS A. FERNÁNDEZ PATO

Laboratorio de Santander del Instituto Español de Oceonografía RESUMEN

Los autores ofrecen en el presente trabajo un estudio de las especies de moluscos existentes en el yacimiento de la cueva de «El Juyo» (Santander), formado principalmente por Patella vulgata L. y Littorina Vitorea (L.) (niveles 4, 5, 6, 7, 8, 9). Asimismo se ha determinado como especie en tercer lugar Littorina littoralis (L.) (=Litorina obtusata (L.)). Junto a los moluscos se consignan restos de crustáceos marinos braquiuros y vértebras de peces teleósteos. Debemos destacar la presencia de una concha y un fragmento de Cyprina islándica (L.) (=Arctica islándica (L.)), indicadora climática en el nivel 6. Se han efectuado cálculos de presencia relativa de especies y con las dos más representadas se han calculado las frecuencias de distribución por talla, medias y desviaciones típicas, así como se establecen las relaciones entre tres parámetros biométricos (longitud, anchura y altura), bajo la forma de ecuaciones de regresión lineales.

SUMMARY

The authors offer in the present work a study of the mollusc species found in the deposite of the cave of Juyo (Santander, north of Spain), mainly composed by Patella vulgata L and Littorina littorea (L.) (levéis 4, 5, 6, 7, 8, 9). Littorina littoralis (L.) (=Littorina obtusata (L.)) has been equally determined in the third place. Besides the mollusc are stated marine brachyures crustacean rests and teleostei fish vertebra. We must emphasize the presence of a shell and one fragment of Cyprina islándica (L.) (=Arctica islándica (L.)), a climatic indicator on level 6. Calculations have been accomplished of the species relative presence, and the distribution frequencies per size, means and standard deviation have been calculated for the most respresented species. The relationships between three biometrical parameters (length, width and height) have also been set up expressed by linear regression equations.

77 ESTUDIO MALACOLOGICO DE LA CUEVA DE «EL JUYO»

La proximidad de la cueva de «El Juyo» a las ñas de El Astillero y Mogro y a las zonas litorales de Liencres y Soto la Marina le concedieron una situación topográfica privilegiada en cuanto a estación o asentamiento con posibilidades marisqueras. En efecto, los habitantes de «El Juyo» en un radio de 10 a 30 kilómetros tuvieron facilidades para reconocer una parte del ecosistema marino sujeto a sus exploraciones. La cueva estaba rodeada de marismas y a corta distancia se alzaban los acantilados rocosos o cornisas litorales con diferentes tipos de fondos y una abundante variabilidad de comunidades. Quiere ello decir que la cueva de «El Juyo» permitió a sus habitantes el acceso a una gran variedad de biotopos en los que obtenían especies faunísticas de interés bromatológico, como lo prueban la abundante cantidad de restos de determinadas especies marinas en su conchero. Bien es cierto que, en este sentido, los restos de unos pocos grupos taxonómicos nos indica dos cosas: una preferencia en la elección, y unas facilidades recolectoras. Pero la enorme abundancia de estas pocas especies comestibles quiere decir que posiblemente desempeñaron en algún momento un papel más amplio que el de mero recurso alimentario, al menos en ciertas épocas del año. Sin embargo, la comparación, como veremos, de rendimientos útiles de algunos mamíferos equivale a un número elevadísimo de moluscos.

El estudio de las dos especies dominantes en el conchero nos muestra, a su vez, el biótopo marino al que tuvo acceso el hombre prehistórico del Paleolítico de esta cueva. Si utilizamos la nomenclatura de los ecólogos polacos podríamos entonces hablar de una taxocenosis o comunidad limitada a unos pocos grupos de especies, que es lo que sucede en «El Juyo». Estas, igual que ocurre en otras cuevas, son Patella vulgata L yUttorína littorea (L), que se comportan en el yacimiento como «constantes» o «dominantes». Según la terminología de Brockmann (1949), utilizada para el medio natural, se llaman asía las que aparecen en más del 50 por 100 de los inventarios. Este mismo autor denomina «accesorias» a las que se encuentran en un 25 por 100 y «accidentales» a las restantes. Pues bien, el estudio de las dos especies debe comenzar por el análisis de la residencia ecológica de estos moluscos. Como se sabe, ambos son intercotidales, sésiles o estantes que pueden aparecer asociados formando parte del bentos de fondos rocosos. Los dos son atlánticos y comestibles, de fácil recolección y resistentes al transporte. Patella vulgata es una especie sedentaria que se comporta, por lo tanto, como otras poblaciones litorales anfibias, ya que no está sometida ni a la inmersión permanente ni tampoco a la emersión por mucho tiempo. Su habitat natural es la zona costera intercotidal y alcanza el nivel superior de las pleamares débiles de mareas muertas. (Fig. 1). Hidalgo (1 91 7) la describe como frecuente en el Norte de España. Lamy (1934) la tiene inventariada en la región noroeste española. En Santander la han estudiado, entre otros, Hidalgo (1905), González de Linares, Rodríguez Martín y Fernández Crehuet (1948), Ballantine (1961), Madariaga (1967), etc. Es un molusco muy corriente en los yacimientos prehistóricos de toda la región cantábrica en los niveles auriñaciense, solutrense, magdaleniense, aziliense y asturiense. El Conde de la Vega del Sella (1916) al estudiar los ejemplares hallados en el auriñaciense, solutrense y magdaleniense de Cueto de la Mina alude al gran tamaño de los ejemplares sin especificar las dimensiones. Fischer (1922), que estudió las lapas de diversas estaciones prehistóricas de la región cantábrica, encontró una disminución del tamaño medio desde el auriñaciense, 48 mm. en El Castillo, al magdaleniense, con 42 mm. en las cuevas de El Castillo y Valle, para disminuir a 37 mm. en los ejemplares del aziliense de Valle. Sanz de Sautuola fue el primero que describió en Altamira algunos ejemplares de lapas de gran tamaño de la especie P. vulgata L. que fueron bautizadas por Harlé (1908) como variedad sautulae, afín a la occidentalis Val de las islas Chaussey de La Mancha.

78 Fig. 1. • Las poblaciones de las costas rocosas de la Mancha en medio tranquilo (a la izquierda) y agitado (a la derecha) en los pisos supralitoral, mediolitoral e infralitoral. BMVE: bajamar de mareas vivas; BME: bajamar de equinoccio.

CUADRO N.° 1

DIMENSIONES MEDIAS DE LAS LAPAS ENCONTRADAS EN EL MAGDALENIENSE DE «EL JUYO» Y SU COMPARACION CON LAS DE OTRAS CUEVAS

CUEVA ESPECIE LONGITUD ANCHURA ALTURA mm. mm. mm.

El Juyo (Santander) Patella vulgata L. 40,85 35,13 14,34 El Pendo (Santander) Patella vulgata L. 41,1 35,37 15,5 Tito Bustillo (Oviedo) Patella vulgata L. 39,15 33,44 15,0 El Castillo Valle Patella vulgata L. 42,0 (Según Fischer) (Santander)

El otro molusco dominante en la cueva, en cuanto a frecuencia numérica, es Littorina littorea. L. Se trata también de una especie exclusivamente atlántica. Habita en una zona del litoral rocoso sujeta, como dice Rodríguez (1967) «a condiciones de transición entre la tierra y el agua» a donde llegan las pulverizaciones del mar y que puede ser cubierta por las aguas. Se ha comprobado que esta especie se desarrolla en abundancia en presencia de \aZostera

79 que favorece su desarrollo por la materia orgánica exudada por esta planta fanerógama marina. Es este caracol una especie mediolitoral que se encuentra sobre Fuous piatycarpus, bien al nivel del Fucus serratus o entre Laminarias, requiriendo para su subsistencia un sustrato húmedo. Las temperaturas más óptimas para esta especie son aquéllas en las que no varían mucho las del agua y del aire. Según Hayes (1929) la temperatura propicia para la actividad vital de Littorina littorea es la de 18.° C. En otoño es precisamente cuando no difieren ampliamente las temperaturas del agua y del aire, lo que podría explicarnos, siguiendo a Fischer, que el marisqueo pudo producirse en primavera u otoño, que son las estaciones que más favorecen su desarrollo. Naturalmente, en aquellas cuevas con una relativa proximidad a los acantilados rocosos, rías o estuarios, el marisqueo no tuvo por qué ser estacional para convertirse en práctica de recurso, sólo dependiente, en todo caso, de la fluctuación de las mareas. Para Dautzenberg y H. Fischer (1 912) los ejemplares de mayores dimensiones del bígaro o burión (Littorina littorea (L.)) proceden de las aguas de Terra Nova y de San Pedro Miquelón y son un poco menores los de Shetland y Noruega, abarcando su área de dispersión desde la Laponia rusa hasta el estrecho de Gibraltar. En el magdaleniense de Cueto de la Mina el Conde de la Vega del Sella determinó la presencia de ejemplares de Littorina littorea (L.) de gran tamaño, seguramente muy semejantes a los estudiados por nosotros en esta cueva.

CUADRO N.° 2

DIMENSIONES MEDIAS DE LITTORINA LITTOREA EN EL MEDIO NATURAL Y EN ALGUNOS YACIMIENTOS

AUTOR ESPECIE LUGAR ANCHURA ALTURA

Hidalgo Littorina littorea Medio natural 32,- mm. Nobre Littorina littorea Medio natural 20,- mm. 30,- mm. Madariaga Littorina littorea Tito Bustillo 21,2 mm. 31,5 mm. Fischer Littorina littorea El Castillo — 39 mm.

Las dos especies eran recogidas con relativa facilidad, ya que al contrario de la caza, el marisqueo no exige una intercolaboración y puede realizarse a nivel individual. En otro aspecto, la recogida puede realizarse incluso por la población menos dotada físicamente (mujeres y niños), tal como se ha venido realizando en algunos pueblos primitivos costeros. El gasto calórico por esfuerzo es también menor que el de la caza mediante acoso y persecución de las especies. El estudio de los múltiples ejemplares de varias cuevas proporciona la evidencia de que el desprendimiento de las lapas en el Paleolítico se realizaba haciendo palanca o por ligera presión cuando no están fuertemente fijadas y se cogen por sorpresa. Por ejemplo, no aparecen en las conchas impactos de golpes y, sin embargo, abundan los rebajes y roturas de bordes que parecen indicar, como decimos, una acción de palanca. El bígaro o caracol marino se recogía a mano en las dos especies más frecuentes en el yacimiento: Littorina littorea, comestible, y Littorina obtusata, de adorno, ambas eulitorales y abundantes en la costa donde se encuentran sobre ciertas algas marinas o cubiertas por ellas.

80 En el caso de «El Juyo» el conchero es francamente impresionante y uno de los mayores entre las cuevas españolas de la región cantábrica y sólo comparable con los de Cueto de la Mina y La Lloseta en Asturias y el Pendo o Altamira en Santander. El segundo proceso para su utilización, después de la recogida y extracción de los moluscos, es el transporte que aunque fuera a corta distancia exigía recipientes adecuados y una resistencia de los moluscos citados a la emersión, sin perder sus caracteres de frescura y comestibilidad. La lapa aguanta perfectamente varios días a temperatura ambiente, ya que al adherirse entre ellas mantienen el agua en la gotera paleal. En el caso de Littorina sp. su resistencia depende de las diversas especies y de la impermeabilidad de la concha, de la oclusión del opérculo, etc. Colgan (1966) halló una resistencia a la desecación de 23 días para Littorina littorea y 6 para Littorina obtusata.

CUADRO N.° 3

INFLUENCIA DE LAS DIFERENTES LITTORINIDAE A LA DESECACION DESPUES DE SIETE DIAS A 18° C, SEGUN LEWIS

Agua perdida Agua perdida (en % de peso (en % de peso Especie fresco al principio fresco por día) % de mortalidad de la experiencia)

Littorina littorea 37,5 5,35 70 Littorina obtusata 56,5 8,35 80

La forma de consumo ofrecía mayores dificultades en las especies bivalvas, sobre todo si eran de gran tamaño, pero la apertura de la concha puede lograrse fácilmente con la aproximación al fuego. Lo mismo ocurre con el caracol marino que se consume cocido durante 1 5 a 20 minutos en agua salada. El calentamiento con piedras o sobre piedras ha sido una técnica muy usada por los pueblos primitivos que, en ocasiones, han llegado también para el consumo en crudo a la rotura de la concha. En «el Juyo» hemos hallado algunas conchas calcinadas o con muestras de la acción del fuego. En la conservación y resistencia de las conchas a la acción del tiempo influye la mayor o menor exposición a la humedad, la presencia de aguas con carbonato de cal en disolución y la existencia de concreciones calcáreas que dan lugar a verdaderos conglomerados de moluscos. En el mismo sentido influye el material circundante, el que el piso haya servido de suelo (1). En las lapas las roturas suelen ser por desprendimiento en las zonas de crecimiento que hacen que muchas veces el apex aparezca suelto. En el caso de los caracoles marinos es mayor la dureza, pero también abundan los ejemplares incompletos quedando sólo la columella y faltando el apex en gran parte de ellos. La pigmentación de la concha también se pierde en bastantes ejemplares y, sin embargo, permanece el nácar, en algunos. Tanto la lapa como el caracol son especies del litoral rocoso en el que las poblaciones marisqueras de «El Juyo» efectuaron su recogida con fines bromatológicos, al ser

(1) Los valores del pH y, en definitiva, el grado de acidez del agua y de los suelos y el contenido en materia orgánica, influyen en la conservación de las conchas de los moluscos. Con valores bajos de pH se presenta la insolubilización del fósforo y la ausencia, escasez o inmovilización del calcio.

81 comestibles ambos moluscos gasterópodos. Destaca en el yacimiento la ausencia de especies de arena y de fango que exigen el marisqueo en niveles inferiores, sometidos al descubierto de las mareas y un mayor esfuerzo en la recolección y un mayor también gasto energético. Las especies citadas de la epifauna están influidas por condiciones hidrográficas y climáticas que señalan su distribución y prosperidad (temperatura, salinidad, humectación, oxigenación, etc.). El hecho de ser moluscos perfectamente adaptados a las variaciones climáticas de mar y de tierra (desecación, pluviosidad, insolación, etc.) favorece su transporte hasta distancias relativamente largas. Las conchas de otros moluscos pudieron ser recogidas en las playas, sobre todo cuando se trata de especies de aguas profundas. En este caso pudieron ser transportadas por el interés de la concha como recipiente o simplemente por ser rara o servir de colgante. También hemos hallado en el inventario de esta cueva fragmentos de pinzas de crustáceos marinos braquiuros (Carcinus maenas) y en algún caso vértebras de peces. Tenemos que sospechar que el catálogo bromatológico de especies marinas fue mucho más amplio y contar con que algunas no dejaron restos, como ocurre con los gusanos marinos, abundantes en la zona litoral y de los que no hay restos. He aquí la razón, entonces, por la que es muy difícil realizar un cálculo de aprovechamiento de la población de «el Juyo», ya que ignoramos en cuánto tiempo se hizo el acumulo de conchas, el número de personas que las consumieron y lo que comió cada una. Lo que sí podemos saber es el número de lapas que debe ingerir un individuo para conseguir las tres mil calorías necesarias para sobrevivir con un trabajo de intensidad media. Según nuestros cálculos es de 295 lapas. Naturalmente, éste es un cálculo teórico efectuado sobre la base de que el individuo no consume nada más que este molusco y no tenga acceso, por lo tanto, a otro tipo de alimento. Este supuesto es difícil de admitir ya que sólo se daría en aquellos casos en que no existieran otras fuentes de aprovisionamiento como la caza, la pesca o la recolección de frutos, larvas, etc. Aunque la lapa es un alimento poco digestible no constituye el número citado una cifra elevada si tenemos en cuenta que pudieron consumirse de muy diferentes maneras y como único alimento a lo largo de la jornada. Si bien desconocemos la dieta cuantitativa del hombre prehistórico, sí sabemos las necesidades cualitativas. En este sentido, aunque existiera una perfecta sustitución entre las proteínas, las grasas y los hidratos de carbono en cuanto a calorías, se precisa un mínimo de principios inmediatos cifrado en 80 a 100 gramos diarios de proteínas, 30-40 gramos de grasas y en los hidratos de carbono de 6 a 8 gramos por kilo de peso. Dentro de esta ley del mínimo están también las necesidades orgánicas de cloruro de sodio del orden de 1 5 a 1 8 gramos. Según Clark, en el Paleolítico el aporte de proteínas y grasas era muy superior al de hidratos de carbono. Indudablemente el aporte de la caza y de la pesca, el marisqueo y la recolección de productos silvestres debió significar una fuente de aprovisionamiento sobre todo en momentos de penuria. El inventario de los productos del conchero arroja también la presencia de otras especies, lo que parece probar que el marisqueo fue bastante completo y debió abarcar a un catálogo bastante extenso de animales. También hay que pensar, como en efecto sucedió, que algunas conchas fueron recogidas en las playas y llevadas a la cueva, ya que los individuos de esas especies habitan en el medio natural en lugares inaccesibles para el hombre prehistórico. Tal sucedería con Turritella o con la Cyprina, que a veces aparecen en los concheros paleolíticos. Pero no siempre los moluscos tienen para el prehistoriador el valor de ser únicamente un exponente del consumo alimentario de una población. En ocasiones tienen un valor como indicadores climáticos. De hecho se ha venido dando esta consideración a ciertas especies como Cyprina islándica (=Arctica islándica), determinada en las cuevas de El Castillo, Balmori, Cueto de la Mina y San Román de Cándamo. Este molusco lamelibranquio es una

82 especie atlántica, que no ha sido localizada por el momento en el Pacífico y tiene su área geográfica de distribución en Islandia, Laponia, Noruega, Finlandia, etc., aunque puede descender desde la costa de Gran Bretaña y de Francia hasta el Golfo de Vizcaya. Locard dice textualmente refiriéndose a ella: «Nosotros la hemos encontrado un poco más al Sur sobre las costas de la Península Ibérica». Margalef (1974) supone que durante las fases frías la temperatura de las aguas en la superficie descendió unos 5.° C y que ya al comienzo del Pleistoceno aparece en el Mediterráneo debido a la penetración posible por el estrecho de Gibraltar de aguas profundas frías. A ello se debe que se encuentre en las playas sumergidas, desde Cabo Creus a Blanes, formadas hace 13.000 años en el segundo período del Würm. Especial interés climático tiene también la aparición en el Paleolítico del Cantábrico de ciertas especies mediterráneas. Tal es el caso de la presencia del molusco decorativo Nassa mutabilis (L.) en el Aziliense de la cueva del Castillo (Santander) y Pectunculus bimaculatus Poli en el magdaleniense de la misma cueva. En la fauna marina de Santander el naturalista González de Linares determinó en el mar Cantábrico la presencia de especies comunes en el Atlántico y en el Mediterráneo, como Avicula hirudo L o sólo del Mediterráneo, como Turbo rugosum y Rissoina brugnierei. Son estos casos de moluscos de distribución disyunta que no son precisamente únicos. A este respecto escribe Margalef: «Una situación parecida ha podido ocurrir en la fauna marina, en lo que se refiere a las relaciones entre Mediterráneo y Atlántico. Se diferenciaron formas subespecíficas o específicas, una mediterránea y otra atlántica, como por ejemplo, en Mytilus (edulis atlántico y galloprovincialis mediterráneo); Cardium (=Cerastoderma) (edule atlántico y g/aucum mediterráneo; complicado por ser este eurihalino y adaptado a salinidades más bajas); Carcínus fmaenas atlántico y mediterraneus); Portunus (Sayi atlántico y hastatus mediterráneo)...», etc. Entre las espacies comunes al golfo de Vizcaya y al Mediterráneo encontramos algunas frecuentes en los yacimientos de la región cantábrica: Tritón nodifer Lamarck; Cassis saburon (Brug); Littorina neritoides (L.); Purpura haemastoma L. en la costa vasca, igual que Nassa (Amycla) corniculum Olivi y Ocinebra Edwardsi (Payr); Turbo rugosus (=Astra/ium rugosum L); Gibbula umbilicalis da Costa, etc. Junto a unas funciones bromatológicas o de indicadoi^s climáticos, los moluscos fueron utilizados como recipientes de ocre y en otros casos como especies decorativas. En este sentido las más frecuentes son: Nassa reticulata, Littorina obtusata, Cypraea, Turritella, Dentalium, Trivia, etc. Muchos de estos moluscos y otros de diferentes latitudes aparecen con frecuencia en los yacimientos paleolíticos formando collares, previa perforación, o acompañando los enterramientos.

ANTECEDENTES ARQUEOLOGICOS

El material malacológico de esta cueva fue estudiado y publicado por primera vez por el P. Pedro Juan Azpeitia, S. I., quien sólo estudió una pequeña muestra de individuos, lo que impidió un estudio detallado y completo del conchero. Unicamente sus referencias tienen un valor informativo para las dos especies dominantes en el inventario.

MATERIAL Y METODOS

El conchero de esta cueva es uno de los más importantes del norte de España en estratigrafía Paleolítica. El material constituyente de este conchero son fundamentalmente: moluscos marinos, terrestres, quelípedos del primer pereiópodo de crustáceos marinos braquiuros y vértebras de peces teleósteos.

83 Foto I. Dos tipos diferentes de lapas procedentes de niveles marinos altos y bajos.

Foto II. Diferentes aspectos que ofre• cen las lapas en el conchero.

Foto III. Aspectos de una muestra de mo• luscos del conchero del Juyo.

84 Fig. 2.- a) Medidas consideradas en P. vulgata. b) Medidas consideradas en L. littorea.

Los ejemplares se han clasificado y se ha procedido a continuación a su contaje y toma de medidas en todos aquellos que no sufrieran algún deterioro que lo impidiera. Se han registrado las siguientes medidas: (Figs. 2a y 2b). L= longitud, la dimensión mayor, tomada en sentido antero-posterior. A= anchura, la dimensión mayor en sentido transversal. H = altura, la dimensión menor en sentido apex-ventral o dorso-boca, según la especie considerada. Con las medidas realizadas se han efectuado la distribución de frecuencias por talla para las especies de mayor abundancia (Figs. 3 y 4) las medidas y desviaciones típicas muéstrales para cada grupo de medidas por nivel y por especie. Se han calculado asimismo las correlaciones entre longitud y anchura, longitud y altura y entre anchura y altura para las especies suficientemente representadas en cada nivel; definiéndose dichas correlaciones estableciendo la ecuación de regresión de Y en X por el método de los mínimos cuadrados. Por último, después de realizado el recuento de ejemplares completos o de aquellas partes indicadoras de un individuo, se han efectuado cálculos de presencia relativa de especies. (Fig. 5).

RESULTADOS Y DISCUSION

Como norma general queremos advertir que se incluyen con la lista de especies de cada nivel los moluscos terrestres, aunque su presencia en ellos pudiera ser puramente «accidental».

NIVEL 4

Patella vulgata L.

Número total de ejemplares 3892 Número total de ejemplares medidos 597

85 Fig. 3. - Histogramas de distribución de frecuencias por talla de P. vulgata en los distintos niveles.

86 Fig. 4. - Histogramas de distribución de frecuencias por talla de L littorea en los distintos niveles.

L A H Media muestral 40.57 mm. 34.92 mm. 14.31 mm. Desv. típica muest. (SD) 5.76 5.80 2.70

Relaciones biométricas lineales.

Han sido establecidas para 597 ejemplares de 6 a 57 mm. de longitud.

Relación entre anchura y longitud:

A = -3.585372 + 0.9449738 L (r=0.96)

Relación entre altura y longitud

H = 3.392518 + 0.270129 L (r=0.56) Relación entre anchura y altura

A = 18.184942 + 1.175657 H (r=0.56)

87 Fig. 5.- Tanto por ciento de presencia relativa de especies.

Littorina littorea (L.)

Número total de ejemplares 1696 Número total de ejemplares medidos 215 L A H

Media muestral 29.09 mm. 19.40 mm. 13.43 mm. Desv. típica muest. (SD) 3.40 1.99 1.32 Relaciones biométricas lineales. Se han establecido para 215 ejemplares, cuyas medidas variaban entre 1 6 y 37 mm. de longitud.

Relación entre anchura y longitud:

A = 5.262466 + 0.487057 L (r=0.82)

Relación entre altura y longitud:

H = 4.549607 + 0.304158 L (r=0.78)

Relación entre anchura y altura:

A = 5.166017 + 1.066704 H (r=0.62)

Damos a continuación una lista con el resto de las especies aparecidas en este nivel, de las que no se han podido obtener los mismos datos que con las dos anteriores, dado el escaso número de ejemplares por especie y de los cuales incluso, no todos estaban en buenas condiciones como para registrar sus medidas. Esta observación se hace extensiva al resto de los niveles, aunque en adelante al ser tratados se omita.

88 89 Especie Número de ejemplares

Littorina littoralis (L.) 24 (=Littorina obtusata (L.)) Littorina neritoides (L.) 1 Gibbula sp 1 Buccinum undatum (L.) 2 Trivia árctica (Montagu) 3 (=Trivia europaea (Montagu))

Purpura lapillus (L) 1 Dentalium novemcostatum Lmk 2 Pectén maximus (L) 1 Cerastoderma edule (L.) 1 (=Cardium edule (L)) Brachyopodo 1 (Fragmento de concha) Crustáceos (Brachyuros) 16 (Quelípedos del primer pereiópodo) Moluscos terrestres: Helix sp 9 Azeca sp 1 Azeca Goodalli (de Férussac) 1

NIVEL 5

No se procesó ningún dato debido al escaso número de ejemplares útiles.

Especie Número de ejemplares

Patella vulgata (L) 16 Littorina littorea (L) 9

NIVEL 6

P. vulgata Número total de ejemplares 3761 Número total de ejemplares medidos 471

L A H

Media muestral 40.82 mm. 35.14 mm. 14.58 mm. Desv. típica muest. (SD) 5.31 mm. 5.54 mm. 2.49

Relaciones biométricas lineales. Se han establecido para 471 ejemplares de 26 a 60 mm. de longitud.

Relación entre anchura y longitud:

A = -5.8061 77 + 1.002842 L (r=0.96)

90 Relación entre altura y longitud

H = 5.744064 + 0.217723 L (r=0.45)

Relación entre anchura y altura

A = 20.338087 + 1.014464 H (r=0.46)

L. littorea

Número total de ejemplares 1039 Número total de ejemplares medidos 131

L _A H

Media muestral 29.59 mm. 19.68 mm. 13.33 mm. Desv. típica muest. (SD) 3.27 1.85 1.46 Relaciones biométricas lineales. Las ecuaciones han sido establecidas a partir de las medidas de 131 ejemplares de 18 a 40 mm. de longitud. Relación entre anchura y longitud:

A = 7.108186 + 0.423774 L (r=0.75) Relación entre altura y longitud

H = 6.009369 + 0.246225 L (r=0.57) Relación entre anchura y altura

A = 13.106809 + 0.493390 H (r=0.38)

Relación de especies aparecidas en menor número:

Especie Número de ejemplares __

Littorina littoralis (L) 21 (=Littorina obtusata (L.)) Littorina saxati/is (Olivi) Aporrahis pespelicani (L.) Turrite/la communis Risso ... mutabilis (L.) (=Nassa mutabilis (L.)) Trivia árctica (Montagu) ( = Trivia europaea (Montagu)) Dentalium vulgare Da Costa . Teredo nava/is (L.) Cyprina islándica (L.) (+ 1 fragmento) (=Arctica islándica (L.)) Macroca/lista chione (L.) ... (=Callista chione Knorr) Pectén maximus (L.) 2 Crustáceos (Brachyuros) 8 (Quelípedos del primer pereiópodo) Teleósteos (Vértebras) 2 (+1 disco intervertebral) Moluscos terrestres: Helix sp

91 NIVEL 7

P. vulgata

Número total de ejemplares 1146 Número total de ejemplares medidos 127

L A H Media muestral 41.45 mm. 35.52 mm. 14.66 mm. Desv. típica muest. (SD) 5.27 5.34 mm. 2.48 Relaciones biométricas lineales.

Han sido establecidas a partir de las medidas de 127 ejemplares cuyas longitudes variaron de 29 a 55 mm.

Relación entre anchura y longitud:

A = -3.6352236 + 0.946539 L (r=0.96)

Relación entre altura y longitud

H = 5.071852 + 0.231777 L (r=0.50)

Relación entre anchura y altura

A = 21.574390 + 0.951529 H (r=0.44)

L. littorea

Número total de ejemplares 837 Número total de ejemplares medidos 48

L A H Media muestral 28.06 mm. 19.64 mm. 12.50 mm. Desv. típica muest. (SD) 3.31 1.63 1.15

Relaciones biométricas lineales.

Se han establecido para 48 ejemplares cuyas longitudes variaron de 21 a 34 mm.

Relación entre anchura y longitud:

A = 7.4077916 + 0.435353 L (r=0.89)

Relación entre altura y longitud: H = 5.108650 + 0.261644 L (r=0.75)

Relación entre anchura y altura:

A = 2.512806 + 1.364086 H (r=0.80)

92 Otras especies:

Especie Número de ejemplares Littorina littoralis (L.) 8 (=Littorina obtusata (L.) Trivia árctica (Montagu) 1 ( = Trivia europaea (Montagu)) Dentalium novemcostatum Lmk 1 Hexacoralarios 1 Crustáceos (Brachyuros) 2 (Quelípedos del primer pe- reiópodo)

NIVEL 8

P. Vulgata

Número total de ejemplares 666 Número total de ejemplares medidos 116

L A H

Media muestral 40.58 mm. 34.93 mm. 1 3.80 mm. Desv. típica muest. (SD) 5.24 5.39 2.50 Relaciones biométricas lineales

Han sido establecidas a partir de las medidas de 116 ejemplares cuyas longitudes variaron de 27 a 55 mm. de longitud.

Relación entre anchura y longitud:

A =-4.025778 + 0.961773 L (r=0.95)

Relación entre altura y longitud:

H = 4.926827 + 0.218224 L (r=0.47)

Relación entre anchura y altura:

A = 24.339785 + 0.828452 H (r=0.36)

L. littorea

Número total de ejemplares 311 Numero total de ejemplares medidos 65

L A H Media muestral 27.57 mm. 19.03 mm. 12.45 mm. Desv. típica muest. (SD) 2.80 1.95 1.14

Relaciones biométricas lineales.

Se han establecido para 65 ejemplares cuyas longitudes variaron de 20 a 35 mm.

Relación entre anchura y longitud:

A = 6.121046 + 0.476875 L (r=0.90)

93 Relación entre altura y longitud: H = 5.092376 + 0.267360 L (r=0.66)

Relación entre anchura y altura: A = 5.574155 + 0.937584 H (r=0.71)

Otras especies:

Especie Número de ejemplares

Littorina littoralis (L.) . . 3 (=Littorina obtusata (L.)) Chlamys varia (L.) .... Crustáceos (Brachyuros) (Quelípedo del primer período)

NIVEL 9

No se ha procesado ningún dato debido al escaso número de ejemplares útiles.

Especie Número de ejemplares

Patella vulgata (L.) 83 Littorina littorea (L.) 45

En la figura 5 podemos ver cómo las especies P. vulgata y L. littorea resultan ser las más abundantes en todos los niveles, siendo L littoralis la tercera especie en abundancia. Observamos a simple vista en las figuras 3 y 4 de los histogramas de distribución de frecuencias por tallas, como en los distintos niveles tratados, las modas son muy similares (o idénticas) dentro naturalmente de cada especie y cómo resultan ser también distribuciones muy similares. (En el caso de alguna disparidad puede ser debida al escaso número de ejemplares de que se ha dispuesto para realizar algunas distribuciones). Esto, unido a la similitud de medias e incluso de las ecuaciones de regresión de los parámetros biométricos lineales de las especies consideradas, no nos hacen suponer diferencias intraespecíficas en los distintos niveles. No obstante hay que tener en cuenta que el estudio está hecho sobre un conchero y no realizando muéstreos adecuados sobre las especies en su habitat, lo que nos impide aplicar algunos otros tipos de análisis y obtener conclusiones más amplias. Por todo lo dicho anteriormente, unido a la escasez o ausencia de algunos datos, no hemos practicado ningún tipo de análisis comparativo de significación de diferencias entre medias o entre líneas de regresión. No obstante consideramos de interés la publicación de estos datos, que en todo caso pudieran ser comparados con otros de otras cuevas.

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95 LA FAUNA MAMIFERA DEL YACIMIENTO DE LA CUEVA DE «EL JUYO». CAMPAÑAS DE 1978 Y 1979

R. KLEIN y KATHRYN CRUZ URIBE

University of Chicago, U.S.A. CLASIFICACION, CUANTIFICACION E IDENTIFICACION

Las campañas de excavación de 1978 y 1979, proporcionaron gran cantidad de restos de grandes mamíferos y por el contrario una pequeña proporción de micromamí- feros (roedores y musarañas), aves y peces. Los restos de peces al igual que los micromamíferos y la avifauna se encuentran en estudio por los especialistas pertinentes. En cada resto identificable de macromamíferos se identifica el elemento del esque• leto, con la posición que ocupe en el mismo (proximal o distal), la especie, la localiza• ción lateral (izquierdo o derecho), y el estado de la fusión epifisaria, cuando procede. Como la mayoría de los restos óseos del Juyo son fragmentos, estimamos la proporción de hueso representada (por ej. mitad distal de una tibia izquierda de ciervo). Los fragmen• tos se suman para calcular el número mínimo de individuos representados por un elemento en particular del esqueleto (por ej. el número mínimo de ciervos representados por tibias distales izquierdas). Este procedimiento introduce cierta subjetividad en el recuento del número mínimo de individuos, pero otros especialistas alcanzarían, segura• mente, resultados parecidos a los nuestros. El hecho de que los recuentos sobre el número mínimo de individuos en el Juyo (y la mayoría de otros yacimientos arqueológicos), debe, en cierto modo, incluir restos óseos fragmentarios sirve para destacar un hecho que sabe cualquier especialista experimen• tado, que los recuentos son únicamente aproximaciones que pueden variar significati• vamente según los propios criterios que establezca cada especialista. En el caso de la fauna de El Juyo, para cualquier elemento del esqueleto que aparezca, como un par izquierdo y derecho, se deduce que el número mínimo de individuos representado por cada elemento era el número de izquierdos o derechos, cualesquiera que fuere el número mayor. Más aún se considera que una epífisis fusionada debe provenir de un individuo

99 distinto respecto a otra epífisis no fusionada de la misma parte del esqueleto (por ej. la tibia distal), incluso si una epífisis es derecha y la otra izquierda. Determinadas partes del esqueleto, particularmente falanges y vértebras, requieren un tratamiento especial porque pueden no estar relacionadas en categorías que reflejen su origen anatómico preciso. Por ejemplo, en el caso de las falanges centrales de ciervo, es fácil distinguir primeras, segundas y terceras, y determinar si es izquierda (o derecha) según su posición en el pie, pero es imposible determinar si el pie en cuestión es derecho o izquierdo. Aún es más difícil, si no es imposible determinar si las falanges aisladas, muy frecuentes, y sobre todo las fragmentadas, pertenecen a una extremidad anterior o posterior. Por ello las falanges primeras, segundas y terceras de ciervo en El Juyo las clasificamos simplemente como izquierdas o derechas y el número de cada tipo se dividió entre cuatro para obtener una aproximación al número mínimo de individuos. Un procedimiento similar se ha realizado con las falanges de otras especies. Excepto el atlas y el axis, las vértebras cervicales de la mayoría de las especies son difíciles de distinguir una de otra, como lo son también las diversas torácicas y lumbares, sobre todo cuando son fragmentos. Por esta razón, las vértebras de cada especie representada en el Juyo se clasifican simplemente como cervicales (3 a 7), torácicas y lumbrares, un procedimiento similar al que seguimos con las falanges. El número mínimo de individuos que se obtiene, es el resultado de dividir el número de vértebras de cada categoría, por el que existe en un individuo vivo (por ej. por trece en el caso de las vértebras torácicas de un ciervo). La inmensa mayoría de los restos óseos del Juyo que son atribuibles a una parte del esqueleto, son también identificables como especie, aunque hay algunas excepciones. Así, en los niveles holocenos (Edad del Bronce y medieval) hay restos de un pequeño cáprido que probablemente sean de cabra (Capra hircus), pero que pueden ser de oveja fOvis ariesj. Las partes del esqueleto (fundamentalmente cuernas que permitirían una atribución segura, están ausentes. En los niveles del Pleistoceno Final (Magdaleniense III), aparecen restos de un gran bóvido, que pudieran pertenecer a un bisonte (Bison priscus), un uro (Bos prímigenius), o a ambos. No hay ninguna parte del esqueleto que pudiera ser asignada con seguridad a una u otra especie. Sin embargo, es problable que la mayoría, si no todos los huesos, pertenezcan a bisontes ya que el bisonte es más abundante que los uros en otros yacimientos paleolíticos del cantábrico (Altuna 1972). El bisonte, asimismo, es más frecuente en las representaciones rupestres de la cornisa. La tabla n.° 1 muestra el número de huesosy el número mínimo de individuos porespecie de macromamíferos representados en los diferentes niveles del Juyo. Por cada especie, el número mínimo de individuos es el número representado por el elemento más numeroso del esqueleto. Las tablas 2 a 3 muestran el número de restos y el número mínimo de individuos clasificados por los diferentes elementos del esqueleto, por especies, dentro de cada nivel. De las distintas tablas se desprende que los horizontes holocenos proporcionaron muy pocos restos, en contraposición con la abundancia de restos óseos de los niveles del Pleistoceno final.

IMPLICACIONES DE LA FRECUENCIA DE LAS DIFERENTES PARTES DEL ESQUELETO EN EL JUYO

De las campañas de 1978 y 1979, sólo el ciervo estaba representado por huesos suficientes para realizar un análisis detallado de la frecuencia por partes del esqueleto. Asimismo, sólo dos niveles (4 y 6) proporcionaron suficientes restos de ciervo para poder realizar una comparación interna de niveles. Las campañas de 1982/83 habrán propor-

10C TABLA 1. Especies de macromamíferos representadas en las campañas de 1978/1979 en el Juyo. " — / — " es el número de restos (o fragmentos) / número mínimo de individuos.

cionado seguramente un gran número de restos de otros niveles (7 e inferiores) y quizá también bastantes huesos de corzo, bóvidos, cápridos o équidos que permitan analizar la representación de las diferentes partes de su esqueleto. Precisamente será de especial interés observar que cantidad de las diferentes partes del esqueleto aparecen en muestras amplias de restos de cabras. Aún más, esta especie está representada exclusivamente por restos postcraneales [tabla 4) y la muestra es lo bastante amplia, para que parezca peculiar. Si los restos de cápridos (especialmente dentición), continúan siendo raros o ausentes en amplias muestras ello significa que los habitantes magdalenienses del Juyo se comportarían con los cápridos de manera muy di• ferente a como lo harían con otros ungulados. Estos últimos están bien representados por restos craneales, incluso cuando la muestra es pequeña. Quizá los demás ungulados eran cazados cerca del yacimiento y por lo tanto se requería menos esfuerzo para transportar sus cabezas, mientras que los cápridos se cazarían generalmente lejos del mismo por lo que sus cráneos casi siempre se dejarían en el punto de captura. Desde un punto de vista topográfico, el medio inmediato al Juyo podría ser menos adecuado para los cápridos que para otras especies de ungulados. En relación con la abundancia de restos de ciervo, la tabla 2 y la figura 1 muestran que no todas las partes del esqueleto están representadas con las frecuencias anatómicas separadas. En términos generales, hay tres posibles razones para ello: 1) dado su gran ta• maño, la mayor parte de los ciervos eran despiezados en el mismo punto de captura y

101 NIVELES

2 3 4 4S 5 6 7 8 9

Frontal 14/1 5/1 2/1 39/2 _ Cóndilo occipital 4/2 1/1 11/7 3/2 Maxilar 2/—1 1/—1 77/13 11/2 3/—1 128/38 8/—4 4/3 — Mandíbula 6/1 126/7 16/5 5/1 141/37 18/4 3/1 — Cóndilo mandibular — 16/2 9/6 38/17 1/1 1/—1 Sínfisis mandibular — — 5/4 1/1 — 19/12 2/—1 Hiode — — 14/4 10/3 3/—2 22/7 2/1 1/—1 — Atlas 1/—1 1/—1 5/1 1/1 1/1 5/1 2/1 2/2 — Axis 4/4 1/1 3/2 2/1 1/1 — Vértebras cervicales 3-7 — — — 10/1 2/—1 Vértebras torácicas — — 6/—1 — — 11/1 1/—1 1/—1 2/1 Vértebras lumbares — — 2/1 — — 6/1 Vértebras sacras — — 3/1 — — 1/1 — — — Vértebras caudales — — 7/1 — — 4/1 — — — Costillas (articulación) 4/—1 1/—1 59/3 28/—2 2/—1 36/2 5/—1 4/—1 1/—1 Escápula (fosa glenoidal) 1/1 12/6 2/1 1/1 18/9 2/2 1/1 Húmero - Proximal — 1/1 5/1 1/1 1/—1 distal — — 4/2 4/—1 — 9/5 1/1 1/—1 1/1 Radio - proximal 1/—1 1/—1 18/5 — 21/8 2/1 distal 7/1 1/—1 1—/1 4/3 3/—2 — Ulna - proximal — — 15/7 4/2 1/1 20/14 2/1 1/—1 — - distal — — 8/5 3/3 5/4 1/1 2/—1 Carpos — — 41/6 8/1 1—/1 28/4 5/1 3/—1 Metacarpos - proximal 1/—1 2/—1 42/7 8/2 3/1 60/11 5/1 1/1 4/—1 - distal 1/1 10/5 4/2 29/15 Falanges centrales - primera — 8/1 362/15 110/3 6/—1 199/9 19/—2 19/—1 1/—1 - segunda — 5/1 231/9 75/3 6/1 133/8 15/1 8/1 4/1 - tercera — 3/1 49/3 33/2 1/1 39/4 5/1 3/1 Falanges laterales — 102/8 46/4 2/1 16/2 10/1 6/1 1—/1 Ilion — — 5/2 11/8 1/1 Isquion — 1—/1 5/3 1—/1 — 14/10 — 1/—1 Pubis — 3/2 — 11/8 — — Fémur- proximal — — 8/4 — — 14/6 2/—1 — — - distal — — 4/1 — 1/—1 9/3 1/1 — — Tibia proximal — — 3/2 2/—1 3/3 — — distal — — 8/3 3/1 1/—1 37/16 — — 1/—1 Rótula 1/—1 — 5/4 — — Calcáneo 1/1 — 25/—9 7/—3 1/—1 12/4 2/—1 — 1/—1 Astrágalo — 8/5 6/2 21/10 — 1/1 Maleólo — — 6/3 1/1 1/—1 13/7 — — 1/1 Navículo-cuboide — — 18/3 4/1 1/1 11/5 1/—1 3/—1 1/1 Cuneiformes — — 32/13 7/02 9/4 1/1 1/1 1/1 Metatarso - proximal — 2/—1 28/4 5/1 2/—1 81/12 3/1 4/1 1/1 - distal — 4/3 22/11 Metápodo lateral — — 16/5 2/—1 — 16/4 1/—1 — — Metápodo distal — — — — — indeterminado 4/1 98/5 23/2 1/1 32/3 8/1 9 1 1/1 Sesamoides 1/—1 2/1 147/9 44/5 1/1 81/5 12/2 51/1 1/1

TABLA 2. Elementos de esqueleto de ciervo (Cervus elaphus) de las campañas 1978/79 del Juyo. " — / — " significa el número de restos (fragmentos) / el número mínimo de individuos representados.

102 NIVELES 234 4S 5678 9

Frontal Cóndilo occipital 1/1 1/1 Maxilar 2/1 1/1 1/1 Mandíbula 11/3 5/2 1/1 - 4/2 Cóndilo mandibular 1/1 2/2 - - 1/1 Sínfisis mandibular Hiode Atlas Axis Vértebras cervicales 3.7 ______Vértebras torácicas Vértebras lumbares - - — 1/1 Vértebras sacras Vértebras caudales Costillas (articulación) - - - 2/1 - — Escápula (fosa glenoidal) - - - - — 1/1 Húmero - Proximal distal - - 1/1 Radio - proximal 1/1 - 1/1 distal 1/1 Ulna - proximal - - 1/1 2/2 — - distal 1/1 Carpos 3/1 10/2 Metacarpos - proximal 1/1 1/1 - 1/1 1/1 - distal Falanges centrales - primera 10/1 6/1 - 1/1 - segunda 4/1 - 1/1 1/1 tercera — — 1/1 Falanges laterales Ilion Isquion - - 1/1 1/1 Pubis Fémur - proximal - distal Tibia proximal distal 1/1 Rótula 1/1 Calcáneo 1/1 1/1 Astrágalo 2/2 — 2/1 Maleólo Cuneiformes 1/1 1/1 — 1/1 Navículo-cuboide Metatarso - proximal 1/1 2/1 - 1/1 1/1 - distal 1/1 — 1/1 Metápodo distal 1/1 — 1/1 indeterminado 4/1 1/1 — 1/1 2/1 Sesamoides 3/1 — 1/1 1/1 1/1

TABLA 3. Piezas del esqueleto del corzo (Capreolus capreolus) de las excavaciones de 1878 / 1 979 en el Juyo. " — / —" significa el número de restos (o fragmentos) / número de individuos representados.

103 2 3 4 5 6

Maxilar 6/2 Mandíbula 1/—1 — — — Atlas — 1/—1 — — Vértebras cervicales 3-7 1/—1 — — — Vértebras torácicas 1/1 — — — — Vértebras sacras 2/1 — — — — Húmero distal 1/—1 — — 3/ —3 Radio-proximal — 1/1 — — 1/1 Ulna-proximal — — — 1/1 Carpianos — 1/ —1 5/ —2 1/ —1 1/1 Metacarpo - proximal — 1/1 1/1 - distal 1/—1 — 1/1 — Falanges centrales - primera 1/—1 2/1 1/—1 8/ —1 - segunda — 2/1 1/1 5/1 - tercera — — 1/1 4/1 Ilion 1/—1 — — Isquion 1/1 — — — — Pubis 1/1 — — — — Femur-proximal — — — 1/ —1 Tibia - distal — 1/ —1 2/ —1 — 3/2 Calcáneo — 1/1 — 1/1 Maleólo — — 2/2 1/—1 1/1 Cuneiformes — — 2/1 Navículo - cuboide — 1/ —1 2/ —2 1/ —1 1/1 Metatarso - proximal 1/—1 1/1 3/1 Metápodo distal — — indeterminado 1/1 — 3/1 1 1/1 Sesamoides — — — — 1/1

TABLA 4. Elementos del esqueleto de cápridos (cf. Capra hircus y Capra ibex) de las campañas 1978/1979 del Juyo. " — / — " significa número de restos (o fragmentos)/ número mínimo de individuos representados. Las partes del esqueleto que no están representadas en ningún nivel y niveles que no contenían restos de cápridos no se señalan en el listado.

determinados elementos del esqueleto abandonados en el lugar; 2) algunos elementos son más duraderos que otros, de manera que soportan tanto procesos destructivos anteriores a su deposición (despiece y preparación de la comida) y otros posteriores (como pisoteado, percolación y compactación del terreno). A menudo resulta muy difícil separar las contribuciones de estos tres factores de un modelo de representación de elementos del esqueleto, y la contribución de presiones destructivas posteriores a la deposición se han subestimado o pasado por alto en el pasado. El Juyo ofrece una oportunidad especial en este caso. No hay razón para suponer un cambio a través del tiempo en la distancia media del yacimiento al lugar donde el ciervo fue capturado o un cambio en la forma que fue despiezado y consumido. Al mismo tiempo, hay una evidencia excelente para una mayor diferencia entre los niveles 4 y 6 en cuanto a las presiones destructivas posteriores. La destrucción posterior a la deposición es la responsable más probable de cualquier diferencia entre niveles y la representación de elementos del esqueleto del ciervo. La evidencia de una diferencia en cuanto a destrucción posterior al depósito incluye la mayor fragmentación ósea en el nivel 4. Claramente se refleja en el hecho que el nivel 4 ha ofrecido más restos de ciervo (fragmentos óseos) que el nivel 6, pero un número mínimo de individuos de ciervo inferior (Tabla 2 y figura 1). Es también pertinente el

104 Nivel 6 Nivel 4 10 15 20 25 30 0 5 10 15 20

MAXILAR MANDIBULA TIBIA DISTAL METACARPO DISTAL ULNA PROXIMAL ::::ln METATARSO PROXIMAL METACARPO PROXIMAL :::_ METATARSO DISTAL PELVIS ASTRAGALO ESCAPULA FALANGES RADIO PROXIMAL CONDILO OCCIPITAL FEMUR PROXIMAL ::u HUMERO DISTAL CENTROTARSO CARPO ROTULA CALCANEO TARSO RESTANTE RADIO DISTAL FEMUR DISTAL TIBIA PROXIMAL CUERNO AXIS w HUMERO PROXIMAL ATLAS VERTEBRAS CERVICALES 3-7 VERTEBRAS TORACICAS VERTEBRAS LUMBARES SACRO

Figura 7.

105 hecho que diferentes elementos del esqueleto de ciervo del nivel 4 tengan una dispersión al azar mucho mayor que en el nivel 6. En parte esto está indicado por la total ausencia de asociaciones anatómicas entre los huesos del nivel 4, aunque se conocen varios del nivel 6. Incluso la dentición de ciervo del nivel 4 suele aparecer como especímenes aislados, que casi nunca yacen cerca de otras piezas que puedan provenir de la misma mandíbula. En el nivel 6 la dentición del ciervo suele aparecer con otros hemimaxilares o mandíbulas completas o parciales. Más resumidamente, pero con mayor rigor, la mayor distribución al azar de las diferentes partes del esqueleto en la superficie del nivel 4, está demostrada por un análisis multivariado que muestra cómo diversos metros cuadrados del nivel 4 son más semejantes entre sí en cuanto al contenido de partes del esqueleto que en el nivel 6.

El mayor grado de fragmentación ósea en el nivel 4 y su mayor distribución horizontal al azar por partes del esqueleto, reflejan con cierta seguridad que la mayoría de los restos del nivel 4 provienen de una capa de 1 a 2 cms. de espesor dentro de una gruesa costra estalagmítica. Por el contrario, la mayor parte de los restos del nivel 6 provienen de una gruesa capa de 10 a 30 cms. de limos que rellenan una ancha depresión excavada artificialmente por los magdalenienses del nivel 6, en otros depósitos más antiguos. Mientras que los restos del nivel 4 reposan sobre un substrato duro, los restos del nivel 6 descansan sobre depósitos suaves. Como consecuencia de ello, estos últimos estuvieron probablemente sujetos a fragmentaciones y redistribuciones por pisadas y golpes poste• riores a su deposición. Teniendo esto en cuenta, es más esperada la diferencia entre los niveles 4 y 6 en cuanto a la representación de los diferentes elementos del esqueleto del ciervo (Fig. 1). El nivel 4 presenta una mayor abundancia de aquellos restos que pudieran sobrevivir a pisadas y golpes. Estos restos son carpos, tarsos y sesamoides (huesos pequeños resistentes y compactos) y falanges, es decir restos que permanecen identifi- cables en su mayoría incluso cuando se reducen a pequeños fragmentos.

La probabilidad que la representación por partes del esqueleto en el nivel 4 difiera de la del nivel 6 como resultado de alteraciones posteriores a su deposición conlleva dos implicaciones importantes. Primero, implica que cualquier conjunto de restos muy fragmenados con un modelo de representación por partes del esqueleto similar a la del Juyo 4, puede tener un historial posterior a la deposición semejante, incluso si para ello la evidencia del contexto no es "a priorí' tan convicente como en el Juyo. Numerosas faunas arqueológicas, muy fragmentadas de los yacimientos en cueva de Suráfrica son casos a tener en cuenta (Klein 1980). En estos yacimientos, la extrema fragmentación y desproporc'onada gran representación de restos pequeños, resistentes y compactos, y falanges se debe probablemente a la muy lenta formación de los depósitos que expuso los restos cerca de la superficie durante períodos muy largos. Una segunda implicación, incluso más importante, del contraste entre Juyo 4 y 6 en el grado de fragmentación y en la representación de partes del esqueleto es que el número mínimo de individuos estimado para los dos niveles tiene un significado muy diferente. En particular, es probable que el número mínimo de individuos de ciervo subestime más seriamente el verdadero número en el nivel 4 que en el nivel 6. Una forma sensata de observarlo es que la gran destrucción posterior a la deposición del nivel 4 ha causado la desaparición, reduciendo el número mínimo del que hubiera sido estimado si hubieran sobrevivido los restos. Teniendo esto en cuenta, no tendría sentido calcular la cantidad de carne de ciervo del nivel 4 para calcular, por ejemplo, cuanta gente podría haber vivido en el yacimiento. Incluso, es, quizá, más seria la probabilidad de que pisadas y golpes, y posiblemente otras presiones destructivas posteriores a la deposición, tiendan a descender más los recuentos de los grandes mamíferos que los pequeños. Esto no puede demostrarse

106 NIVELES

2 3 4 4S 5 6 7 8 9

Maxilar — — 1/1 1/1 - - - - Mandíbula 1/1 — 7/2 Húmero - distal — — — Radio - proximal — — — - — 2/1 - - ' — Ulna - proximal — — 1/1 — — 1/1 — — — Metacarpo distal — — — Falanges centrales - primera — — 11/1 2/1 — 7/1 — — — -segunda — — 6/1 1/1 — 3/1 — — 1/1 -tercera — — 6/1 Fémur - proximal — — — Tibia - distal — — — Rótula — — — Calcáneo — — 2/1 Metatarso - proximal — — 1/1 Metápodo distal indeterminado — — 1/1 1/1 Sesamodie - proximal — — 4/1 1/1 - distal — — 4/1 1/1

TABLA 5. Partes del esqueleto de bóvidos (Bos/Bison) de las campañas de 1 978/79 en el Juyo. "-/-" significa el número de restos (o fragmentos)/ número mínimo de individuos representados. Los elementos que no están representados en ningún nivel, no se señalan en el listado.

NIVELES

2 3 4 4S 5 6 7 8 9

Maxilar 4/1 2/1 1/1 2/1 1/1 Mandíbula 1/1 11/2 2/1 2/1 Dentición Superior o Inferior — — — — — indeterminada — 2/1 8/1 3/1 1/1 5/1 — — — Radio - distal — — 2/2 — — — — — — Carpos — — 2/1 — — 1/1 1/1 1/1 — Falanges centrales - primera — — 6/1 — — 6/2 — 1/1 — - tercera — — — 1/1 Tibia - distal — — — — 1/1 Metatarso - proximal 1/1 1/1 Metápodo distal — — — — indeterminado — — 1/1 — — — — — — Metápodo lateral — — 2/1 — — — — — — Sesamoides - proximal 1/1 — 5/1 — — — 1/1 — — - distal — — — 1/1 — — — — —

TABLA 6. Elementos de esqueleto de los équidos (Equus caballus) de las excavaciones de 1978/79 en el Juyo. " — / —" significa el número de restos (o fragmentos) / número mínimo de individuos representados. Las partes del esqueleto que no se encontraban presentes en ningún nivel no se señalan en el listado.

107 NIVELES

23 4 4S 56789

Maxilar — — 1/1 — — — Mandíbula 1/1 _ _ — — 1/1 Dentición Superior o Inferior indeterminada. — — 1/1 — — Metacarpo - proximal — 1/1 — — - distal — 1/1 — — — — Falanges centrales - primera 1/1 — — -tercera 1/1 — —

TABLA 7. Elementos del esqueleto del jabalí (Sus scrofaj de las excavaciones 1978/79 en el Juyo. " — / — " significa el número de restos (o fragmentos) / número mínimo de individuos representados. Los elementos que no estaban representados en ningún nivel no se han listado.

NIVELES

234 4S 56789

Maxilar — — — — 4/1 — Mandíbula — — 1/1 — 1/1 1/1 Ulna - proximal — — 1/1 — — —

TABLA 8. Elementos del esqueleto del zorro (Vulpes vulpesj de las campañas de 1 978/79 del Juyo " — / — " significa el número de restos (o fragmentos) / número mínimo de individuos representados. Los elementos del esqueleto que no se encontraban en ningún nivel no se han listado.

NIVELES 2 3 4 4S 5 6 7 8 9

Maxilar _ 1/1 _ _ 1/1 Mandíbula — — 3/1 — — 2/1 — — — Húmero - distal — — 1/1 1/1 — — — — — Radio - proximal — — 1/1 1/1 — — — — — - distal — — 1/1 1/1 — — — — — Ulna - proximal — — 2/1 — — — — — - distal — — 1/1 — — 1/1 — — — Isquion — — — — — 1/1 1/1 — — Fémur - distal — — 2/1 — — — — — Tibia - proximal — — 1/1 — — — — — — - distal — 1/1 1/1 — — — — — —

TABLA 9. Elementos del esqueleto del erizo (Erinaceus europaeus) de las campañas de 1978/79 del Juyo. " — /—" significa el número de restos (o fragmentos) / número mínimo de individuos representados. Los elementos del esqueleto que no aparecían en ningún nivel no se han listado.

108 NIVELES

4 4S

Mandíbula — — — — — 1/1 — — —

TABLA 10. Elementos del esqueleto del turón (Mustela putohus) de las excavaciones de 1 978/79 del Juyo. " — / — " significa el número de restos (o fragmentos) / el número mínimo de individuos representados. Las partes del esqueleto no representadas en ningún nivel no se han listado.

NIVELES

4 4S

Canino — — ?1/1 — — —

TABLA 11. Elementos del esqueleto de la pantera (Panthera pardus) de las campañas de 1978/79 del Juyo. "—/—" significa el número de restos (o fragmentos) / número mínimo de individuos representados. Las partes del esqueleto no representadas en ningún nivel no se han listado.

NIVELES

234 4S 56789

Falanges terminales — — — — — — — 1/1

TABLA 12. Elementos del esqueleto del león (Panthera leo) de las campañas de 1978/79 en el Juyo. "— / —" significa el número de restos (o fragmentos) / número mínimo de individuos representados. Las partes del esqueleto no representadas no se han listado.

NIVELES 4 4S

Segundas falanges — — 1 cf./1

TABLA 13. Elementos del esqueleto del lobo (Canis lupus) de las campañas de 1 978/79 del Juyo. "— / —" significa el número de restos (o fragmentos) / número mínimo de individuos representados. Las partes del esqueleto no representadas no se han listado.

109 CERVIDO YACIMIENTO Y CRONOLOGIA LONGITUD DE M3 INFERIORES (en mms.) DOMINANTE EN LA FAUNA

N X S Tito Bustillo "Würm IV" niveles 13 31.61 1.61 ciervo El Juyo Nivel 4 10 32.14 1.31 ciervo Nivel 6 43 31.92 1.69 ciervo "Würm IV" niveles 53 31.96 1.62 ciervo Pech de l'Azé "Würm 1" niveles 11 31.72 0.78 ciervo Combe-Grenal "Würm 1" niveles 23 30.67 1.54 ciervo "Würm II" niveles 33 34.90 1.95 reno

TABLA 14. Longitud de los terceros molares inferiores del ciervo en los niveles del "Würm IV" del Juyo y Tito Bustillo, Cantabria, y de los niveles del "Würm I y II" de Combe- Grenal y Pech de l'Azé, Francia suroccidental. En cada caso, la longitud es la ma'xima que presenta la superficie oclusal. "N" es el número de especies de cada muestra "X" es su longitud media, y "s" la desviación estándar. La media para los molares del "Würm II" de Combe-Grenal es distintiva estadísticamente de las otras a niveles .05 o inferiores. Las otras medias son indistintas estadísticamente unas de las otras en este nivel. Los datos franceses los hemos tomado de Prat y S uire (1 971). Los datos de Tito Bustillo vienen de Altuna (1976).

ANCHURA MAXIMA DE LOS METACARPOS DISTALES (en mms.)

N X S

El Juyo niveles 4 6 45.23 0.90 6 19 42.95 2.09 Urtiaga niveles D.E. y F 29 45.28 3.10 Tito Bustillo Nivel 1 15 42.76 2.18

ANCHURA MAXIMA DE METATARSOS DISTALES (en mms.)

N X S

El Juyo niveles 4 2 46.45 0.70 6 12 44.17 1.62 Urtiaga niveles D.E. y F 16 46.85 3.20 Tito Bustillo Nivel 1 12 44.58 2.40

TABLA 1 5. Anchura máxima (diámetro meso-lateral) de los metapodios distales de ciervo de los niveles magdalenienses del Juyo, Tito Bustillo y Urtiaga. Los datos de Tito Bustillo y Urtiaga son de Altuna (1976).

110 claramente en el Juyo, pero parece deducirse por los datos de Suráfrica referidos más arriba (en los yacimientos de Suráfrica, parece que los huesos más pequeños son más resistentes a la fragmentación por incidencia de alteraciones posteriores a la deposición que afecta al nivel 4 del Juyo). La implicación es que la frecuencia relativa de especies de diferentes tamaños no puede ser comparada significativamente entre faunas que son muy diferentes en grado de fragmentación y modelos de representación por partes del esqueleto. Probablemente la conclusión más importante que se deriva del análisis del Juyo, es que sólo se pueden comparar con el propósito de ofrecer conclusiones detalladas paleoambientales o culturales aquellos conjuntos de fauna con un historial similar de alteraciones posteriores a su deposición. En combinación con la información del contexto, el grado de fragmentación ósea y la pauta de representación por partes del esqueleto puede ayudar a determinar la extensión de la destrucción posterior a su deposición. Según esto, la fragmentación ósea y la representación por partes del esqueleto pueden juzgarse por sí mismas,- un informe de fauna completo debe incluir tanto el número de restos y fragmentos como el número mínimo de individuos por cada elemento del esqueleto de cada especie. Incluso en el nivel 6 del Juyo, donde el hueso es menos fragmentario y las presiones posteriores a la deposición son menos importantes, es probable que la perdurabilidad del hueso haya jugado un importante papel para determinar las frecuencias de representación de partes del esqueleto de ciervo. La extraordinaria resistencia de la dentición probable• mente apunta hacia una gran abundancia de mandíbulas, mientras que para cualquier hueso largo dado, las epífisis más compactas son más numerosas que las frágiles. Algunas partes del esqueleto del ciervo están probablemente subrepresentadas porque fueran abandonadas, en los lugares de captura. Esta idea pudiera comprobarse parcial• mente si fuera posible hacer comparaciones numéricamente significativas entre represen• tación por partes del esqueleto del ciervo y de las especies unguladas más pequeñas del Juyo, especialmente el corzo. El esqueleto de pequeños ungulados tiene más probabili• dad de haber sido transportado al yacimiento intacto, y por esta razón dar como resultado que sean las frecuencias más esperadas de representación de elementos aquellas que se aproximan a la realidad anatómica del esqueleto. Las campañas de 1 982/83 del Juyo pueden proveer suficientes restos de ungulados más pequeños como para permitir comparaciones significativas.

IMPLICACIONES PALEOAMBIENTALES DE LA FAUNA DEL JUYO

Al igual que la mayoría de las restantes faunas del Pleistoceno final de la cornisa cantábrica, la del Juyo está dominada por el ciervo. Superficialmente pudieran sugerirse condiciones relativamente cálidas dado que el ciervo es también la especie dominante en yacimientos locales del Holoceno antiguo (Altuna 1972, 1979). Sin embargo, como otras faunas del Pleistoceno final, El Juyo difiere del Holoceno más antiguo en algunos aspectos muy importantes. En primer lugar, contiene relativamente poco corzo e incluso menos jabalí. Ello indica, casi con certeza, un medio en el que el bosque era menos importante que lo sería en el Holoceno. La escasez de jabalí puede reflejar temperaturas medias inferiores, a las que los suidos, en general, son muy sensibles. La fauna del Pleistoceno final del Juyo también incluye una pequeña cantidad de restos de cabra. Históricamente, y probablemente a lo largo del Holoceno, la presencia más próxima de cápridos se produjo por lo menos a 20 kms. de distancia en la cordillera cantábrica. No parece probable que los magdalenienses del Juyo pudieran haber traído incluso pequeñas cantidades de cabras, a menos que las especies aparecieran algo más

111 cerca durante el Pleistoceno final. Su mayor proximidad al Juyo era probablemente pro• movida por la disminución de su habitat en la cordillera como resultado del aumento de glaciares y descenso del límite de las nieves perpetuas. Quizá incluso más importante fue la creación de condiciones aceptables para la cabra en las proximidades del Juyo por la reducción del bosque y el incremento del relieve que sucedió cuando el nivel del mar descendió a lo largo de la costa cantábrica cercana. En general la escasez de corzo y jabalí y la presencia de cabra en el Juyo y otros yacimientos cantábricos en asentamientos geográficos similares implica que Cantabria era menos boscosa y más fría durante el Pleistoceno final que en el Holoceno. En algunos yacimientos cantábricos que son contemporáneos del Juyo, condiciones marcadamente más frías están indicadas, incluso con más intensidad, por la aparición ocasional de restos de reno (Rangifer tarandus) (Altuna 1 972, 1 976, 1979; Straus et allii 1 981). Otro dato más que puede ser pertinente para la reconstrucción del medio ambiente del Juyo es la ausencia del rebeco (Rupicapra rupicapra), que en la actualidad tiene una distribución similar a la de la cabra y que pudiera por ello esperarse su aparición en el depósito del Juyo. Por lo menos en los niveles 4 y 6, las muestras son lo suficiente• mente amplias para sugerir que el rebeco será raro, incluso si se encuentra ocasional• mente. Altuna (1972, 1979) ha señalado que los restos de rebeco son raros en relación con los de cabra en los niveles del Pleistoceno final de Ekaín y Ermittía en Guipúzcoa. Sin embargo, en los niveles ampliamente contemporáneos de Aitzbitarte en la misma provincia, los restos de rebeco son mucho más numerosos que los de cabra. Al contrario que la cabra, el rebeco se refugia y alimenta en bosques, especialmente en invierno, lo que conduce a Altuna a sugerir que la escasez de rebeco en Ekaín y Ermittía refleja la escasez de arbolado en los alrededores durante el Pleistoceno final. La cobertura arbórea probablemente había sido más abundante cerca de Aitzbitarte, por su localización en una altitud inferior y rodeada por laderas más suaves y menos accidentadas que en los otros dos yacimientos. En un cuarto yacimiento guipuzcoano, Urtiaga, los niveles del Pleisto• ceno final contienen restos equivalentes de rebeco y cabra y la localización del yacimien• to combina aspectos del medio ambiente de Ekain y Ermittía y Aitzbitarte. En relación con la escasez o ausencia de rebeco sobre la cabra en los niveles del Pleistoceno final del Juyo, los datos de Altuna y la lógica apoyan la conclusión de que el bosque era también relativamente escaso en los alrededores.

Los análisis de polen, sedimentos, o ambos de una serie de yacimientos cantábricos, especialmente Lezetxiki (Altuna 1972), Cueva Morín (Butzer 1971, Leroi Gourhan 1971), El Pendo (Boyer Klein 1982), Tito Bustillo (Boyer Klein 1982), La Riera (Straus et allii, 1981) El Otero (Leroi Gourhan 1963), y ahora El Juyo (Boyer Klein 1982) indica también que el clima era significativamente más frío durante el Pleistoceno final. Además los datos de polen muestran que su intervalo era variable climáticamente con oscilaciones quizá correspondientes con aquéllas identificadas ampliamente en Europa septentrional y ahora también en Francia. Estas oscilaciones conducen a cambios a lo largo del tiempo en el mosaico vegetal de la cantábrica, pero sobre todo, parece dominar el brezo y el matorral, mientras que el bosque aparecía probablemente en microambientes abrigados. La comparación con faunas contemporáneas del vecino suroeste francés arroja más luz en las implicaciones paleoambientales de la fauna del Juyo y de yacimientos contemporáneos cantábricos. En el suroeste francés, el intervalo que incluye los niveles magdalenienses del Juyo, previamente referidos como Pleistoceno final o muy final, es conocido como el cuarto estadio de la glaciación würmiense o última, o simplemente como Würm IV. Para la mayoría, el Würm IV fue un período de frío intenso durante la última glaciación. Mientras que los yacimientos del Würm IV en la cantábrica son ricos en ciervo y pobres en reno, en el suroeste francés, es normalmente rico en reno y pobre en

112 ciervo (Delpeche 1975). El contraste es de lo más sorprendente, porque en las faunas holocenas de ambas zonas, dominadas por el ciervo, son bastante similares, como lo fueron la fauna de las fases más suaves y más antiguas de la última glaciación (ver Altuna 1971, 1972 y 1973, y Fuentes 1980, para los datos de la cantábrica; Bordes y Prat 1966 y Delpech 1975 para los franceses). El hecho de que el ciervo mantuviera una posición predominante en la cantábrica durante el Würm IV, pero no en el suroeste de Francia probablemente significa que el cambio del medio ambiente fue menos dramático en la cantábrica. La misma conclusión puede dilucidarse del contraste entre la serie de polen del Würm IV de las dos áreas (comparar Paquereau 1976 y Boyer Klein 1982). La diferencia de medios en el Würm IV entre la cantábrica y las áreas cercanas de Francia es por lo menos atribuible a diferencias en la topografía costera. La configuración continental es más abrupta en España septentrional y la posición costera apenas varió cuando el nivel del mar descendió bruscamente durante los períodos máximos de la glaciación. Las influencias marítimas en climas locales, por lo tanto, se mantendrían importantes. En contraste, la línea costera del suroeste francés se desplazó hacia el mar 50 kms. y el clima se volvió más continental. El tamaño del ciervo del Juyo, como se refleja en las dimensiones óseas, es otra fuente potencial de información paleoambiental. Altuna (1972, 1976, 1979) ha señalado que el ciervo de los depósitos holocénicos de Guipúzcoa es más pequeño que el de los niveles del final de la glaciación, y que el ciervo de Guipúzcoa al final de la glaciación era comparable en tamaño a los holocénicos de Europa central. Esto sugiere que el relativo tamaño más grande del ciervo guipuzcoano del final de la glaciación se relaciona con un clima más severo. La posibilidad de una relación entre el tamaño más grande del ciervo y el clima más severo se ha fortalecido posteriormente por las observaciones hechas por Prat y Suire (1971) sobre restos de ciervo de yacimientos del suroeste francés de mayor antigüedad dentro de la última glaciación (Würm I y II). Concluyen que por término medio, el ciervo era más pequeño en faunas dominadas por ciervo (indicando condiciones relativamente suaves) que en faunas dominadas por el reno (indicando condiciones más severas). Resulta interesante que las medidas tomadas sobre los terceros molares inferiores del Juyo sugieren que el ciervo del Juyo era relativamente menor, comparado en tamaño con el ciervo francés que vivía bajo un clima relativamente suave (tabla 14). El ciervo de los niveles "Magdaleniense V" de Tito Bustillo (Asturias) también parece ser comparable en tamaño a los franceses de clima cálido (tabla 14). Tito Bustillo, en la que sus importantes restos son quizá ligeramente más jóvenes que los del Juyo, es el único yacimiento cantá• brico del que existen estadísticas pertinentes y comparables publicadas (Altuna 1976). Es probable que las condiciones climáticas experimentadas por el ciervo de Tito Bustillo y de los niveles 4 y 6 del Juyo fueran aproximadamente tan severas como en otros de la cornisa durante el último glaciar. El hecho que el ciervo del Juyo y Tito Bustillo no alcance el tamaño del ciervo francés que vivía bajo las condiciones climáticas más rigurosas experimentadas en el suroeste francés, es la evidencia de que el clima se deterioró menos en la cantábrica que en el suroeste francés. El argumento se complica, sin embargo por el hecho de que el tamaño más grande del ciervo y el clima más severo no se correlacionan claramente en yacimientos del final de la glaciación en el suroeste de Francia (aquéllos datados por autores franceses en el Würm III y IV) (Delpeche 1975). Las medidas que contradicen la correlación fueron hechas de una manera poco convencional que las hacen difíciles de comparar con aquéllas de Praty Suire sobre dentición más antigua en Francia y con aquéllas de Altuna y las nuestras en la dentición de Tito Bustillo y El Juyo. Sin embargo, ellos sugieren que el tamaño medio de los molares de ciervo puede variar significativamente entre yacimientos ampliamente contemporáneos del final de la última glaciación en el suroeste francés. Esto

113 requerirá una contrastación posterior con series más amplias y mediciones más conven• cionales. Una interpretación paleoambiental más concluyente a partir del tamaño del ciervo del Juyo, sería posible si se pudieran realizar comparaciones con los ciervos de un mayor espectro de yacimientos cantábricos de diferentes edades. Los autores esperan recopilar las medidas apropiadas en un futuro próximo.

TRANSCENDENCIA CULTURAL DE LA FAUNA DEL JUYO

Equidos y bóvidos, o ambos, son mas abundantes por lo general en los yacimientos musterienses (especialmente Cueva Morín) y del Paleolítico Superior Inicial (Auriñaciense y Gravetiense) de baja altitud y próximos a la costa, que en los niveles magdalenienses del Juyo y otros yacimientos cantábricos de baja altitud (Altuna 1972, Straus 1977; Fuentes 1980; Freeman 1981). La reducción de équidos y bóvidos coincide con un brusco incremento del ciervo, comenzando en el Solutrense (Straus 1977; Straus et allii 1981; Freeman 1981). Podría significar este hecho, por lo tanto, una preferencia cultural por el ciervo, incluso cuando équidos, bóvidos y otros animales de caza siguen siendo tan abundantes como antes. Esta posibilidad no puede despreciarse, pero hay una amplia coincidencia entre el incremento del ciervo y el cambio climático general, como se revela especialmente en el registro de aguas profundas. Esto hace que parezca mas probable que el predominio del ciervo, comenzando en el Solutrense (Straus 1977; Straus et allii 1981; Freeman 1981). aumento cuantitativo estimulado por el medio ambiente respecto a otras especies. En el suroeste francés como en la cornisa cantábrica, équidos y bóvidos suelen ser más numerosos en yacimientos del Paleolítico Superior Inicial que en los solutrenses y magdalenienses. Sin embargo en Francia, el declive de équidos y bóvidos es equivalente al del ciervo, y es el reno el que alcanza el predominio en el Solutrense y el Magdaleniense (Delpeche 1 975). El registro francés es especialmente interesante, porque es evidente que el fulgurante incremento del reno sulutrense/magdaleniense fue simplemente el último de una serie de ellos, que comenzaría por lo menos en la penúltima glaciación (Bordes y Prat 1 966). El máximo del reno francés se ofrece en varios contextos culturales y no siempre coincide con el cambio cultural, aunque la correspondencia con cambio climático general, como se deduce de los sedimentos y del polen, es muy frecuente. Los datos franceses, junto con los datos de otras regiones con largas series arqueológicas, faunísticas y climáticas comparables, sugieren que la mayoría de los grandes cambios en el predominio de especies a lo largo del tiempo en los yacimientos paleolíticos refleja, por lo general, cambios climáticos y medio ambiente, más que preferencias o prácticas culturales. Aunque los ciervos sean más abundantes que los équidos o los bóvidos en todos los yacimientos del Magdaleniense cantábrico, hay varios yacimientos donde la cabra o el rebeco casi igualan o sobrepasan al ciervo. Destacan entre estos yacimientos Aitzbitarte y especialmente Ekain y Ermittía en Guipúzcoa (Altuna 1972, 1979) y Rascaño en Cantabria (Gozalez Echegaray y Barandiarán 1981). Las cabras son también mucho mas frecuentes que el ciervo en los depósitos gravetienses y solutrenses de Bolinkoba en Vizcaya (Straus 1 977). Todos los yacimientos en los que son abundantes la cabra y/o el rebeco, muestran una localización en la que laderas rocasas o escarpadas están muy próximas. Este es el medio al que estas especies están particularmente bien adaptadas. Su abundancia en yacimientos arqueológicos del Pleistoceno Final localizados en terreno abrupto, es por ello incuestionable, como lo es su escasez o ausencia en yacimientos en una topografía relativamente suave. La distancia entre yacimientos topográficamente suaves, con predominio de ciervo y los que presentan abundancia de cabra/rebeco, en terreno accidentado, a menudo no es grande.

114 Esto sugiere la posibilidad que diferentes tipos de yacimientos estuvieran realmente ocupados por la misma gente como parte de su movimiento estacional. Por ejemplo, Freeman (1 981) ha sugerido que yacimientos como el Juyo podrían haber sido buenas bases para la caza del ciervo a comienzos del otoño, basándose en analogías históricas, según las cuales, sería probablemente la época en la que el ciervo podría haber formado grandes rebaños en las proximidades del Juyo. Freeman también señala que los comienzos del otoño es la época de las máximas mareas, cuando los moluscos que explotaban los magdale- nienses del Juyo pudieran haber sido mas fáciles de recoger. Esta es, por lo tanto, una razón "a priori" para suponer que el Juyo podría haber sido ocupado en el otoño, y no quizá en otra estación. De todos los restos encontrados en el Juyo, los únicos que tienen mayor potencial para establecer la estación cuando el grupo estaba presente son las astas y la dentición del ciervo. Ello se debe a que el ciervo está bien representado, al mismo tiempo que estaba probablemente caracterizado por ritmos estacionales distintivos en relación con el crecimiento de las astas (comienzos de primavera históricamente) y nacimientos (de nuevo un fenómeno de primavera, por lo general). En el Juyo, sin embargo, las astas son demasiado escasas o muy fragmentarias para ofrecer alguna ayuda, y es improbable que incluso excavaciones mas amplias provean los suficientes especímenes diagnósticos para de• terminar la estacionalidad de la ocupación. La dentición del ciervo es mas prometedora, ya que se ha recogido ya una gran cantidad y cabe esperar un número mayor. Además, en el Juyo aparecen amplias muestras dentarias en ocupaciones finas y por lo tanto probablemente breves, durante las cuales el grupo mantuviera la misma pauta de hábito estacional. Sin embargo, la dentición del ciervo no ha proporcionado información sobre una única estacionalidad en la ocupación de los magdalenienses del Juyo. En los dos principales niveles que han sido excavados (4 y 6) aparecen dientes de leche sin trazas de uso, que deben pertenecer a neonatos o fetos avanzados. Esto sugiere que el grupo estaba presente en la primavera. Sin embargo no hay evidencias sobre su ausencia en otras estaciones. Si asumimos que entonces como ahora, el nacimiento de los ciervos estaba restringido estacionalmente (probablemente al final de primavera), una mortandad estacionalmente restringida (= caza en el Juyo) debía haber ofrecido una serie discontinua de modelos de erupción/desgaste dental. Cada conjunto debería separarse del anterior por un vacío de erupción/desgaste, representando la parte del año en la que la dentición del ciervo estuviera irrumpiendo y desgastándose pero no llegara al yacimiento porque el grupo no estuviese allí. No aparece ninguna serie de agrupaciones discretas por erupción desgaste (edad) en la dentición de los niveles 4 y 6, considerados juntos o por separado (Klein et allii 1981). La explicación pudiera ser que el Juyo estuviera ocupada durante todo el año. Sin embargo puede suceder también que el ciervo en cualquier época sea demasiado variable en erupción y desgaste dental para que surja un modelo de edad multimodal, excepto en muestras verdaderamente enormes. Ciertamente, es pertinente recordar que Lkein etal. (1981) no han conseguido hallar evidencias dentales de mortandad estacional en la dentición de una amplia muestra de ciervos (1 70 individuos) cuyo nacimiento y muerte, restringidas estacionalmente, estaban registradas históricamente. En teoría, sería posible comprobar la hipótesis de ocupaciones estacionales examinando el annuli del cementum de la dentición del ciervo del Juyo, siguiendo procedimientos que se practican en la biología naturalista actual (ver, por ej. Morris 1972). Sin embargo, los experimentos preliminares con la dentición del Juyo, sugieren que, de la misma manera que los dientes de ungulados de yacimientos argeológicos franceses estudiados por Spiess (1979), raramente conservan discernible la estructura anular. En resumen, por lo menos por el momento, parece ser mas conveniente desechar la investigación sobre la estacionalidad del Juyo a partir del ciervo y quizá enfocarla hacia las lapas que son comunes a toda la secuencia. El análisis de 01 6/018 de las lapas quizá podría ser particularmente útil. 115 Aunque la dentición del ciervo en el Juyo no permite un firme establecimiento de la estación en que tuvo lugar la ocupación, puede utilizarse para establecer el perfil de edad del ciervo en el yacimiento, midiendo las alturas de las coronas dentales según la forma discutida por Klein et allii (en prensa). El resultado de los perfiles de edad para los niveles 4 y 6 se representan en la figura 2. Recuerdan mucho la estructura de edad de las poblaciones vivas de ciervos, en las que sucesivamente las clases de mayor edad contienen progresivamente menos individuos. Son muy diferentes de la estructura de edad del ciervo que muere por causas naturales, entre los que los adultos jóvenes (reproductores activos) son mucho más raros que en los perfiles del Juyo. Por el contrario, los perfiles de muerte por condiciones naturales están dominadas por individuos muy jóvenes y viejos, es decir por aquellos especímenes que son más proclives a morir por factores naturales, como el hambre, enfermedades endémicas y predación de carnívoros. El predominio de individuos en la primera edad adulta en los perfiles del Juyo indica que al contrario de los lobos observados recientemente, los cazadores del Juyo eran capaces normalmente de capturar los ciervos menos vulnerables. Probablemente ellos acometían la captura en cooperación, conduciendo las manadas de ciervos hacia espacios cercados, nieve profunda, o algunas otras trampas en las que las diferencias de edad y la mayor o menor vulnerabilidad perdían su significado. Además de la edad, sería interesante también conocer la relación de sexos de los ciervos encontrados en el Juyo. Desgraciadamente, los frontales, cuya determinación de sexo es inmediata, son muy raros en el yacimiento, mientras que los restos postcraneales no son tan abundantes todavía como para permitir buscar la bimodalidad sexual por el tamaño. Una apreciación relativamente precisa de la relación por sexos permanece por tanto, a expensas de futuras excavaciones. Sin embargo, siguiendo a Altuna (1976), es posible determinar si un sexo esta' mejor representado que otro en los niveles 4 y 6 del Juyo. Altuna señala que los fragmentos de asta son mucho menos abundantes en la muestra de Tito Bustillo (22 de 3539 restos identificables de ciervo, o el 0,6%) que en la muestra de los niveles magdalenienses ampliamente contemporáneos de Urtiaga (51 fragmentos de asta de 2103 restes sentificable, o el 2,5 %). Aunque existan varias razones posibles para ello, Altuna opina que la principal pudiera deberse a una mayor proporción de machos en la muestra de Urtiaga. Altuna razonó que si hubiera más ciervos machos en Urtiaga, la media de los diámetros epifisarios de los huesos largos de ciervo debiera ser significativamente mayor en la muestra de Urtiaga que en Tito Bustillo. Comprobó esta hipótesis con los metacarpos y metatarsos distales de ciervo, ya que eran relativamente frecuentes en ambos yacimientos. Este investigador pensó que el metacarpo distal pudiera ser particularmente indicativo de la diferencia en la relación entre ambos yacimientos, porque forma parte de la pezuña que debe soportar el peso de la cuerna en los machos. Reproducimos en la tabla 15, la relación numérica de Altuna, en la que describe la anchura máxima (mesplateral) del diámetro de los metápodos de Urtiaga y Tito Bustillo. Es evidente que los metacarpos y metatarsos en Urtiaga son significativamente más anchos por término medio que los respectivos de Tito Bustillo. La prueba de la "t de Studen" puede utilizarse para mostrar que las diferencias de las medias pudieran deberse al azar en menos de 5 veces en cien, como máximo. Esto apoya la hipótesis de Altuna de que los ciervos machos adultos están mejor representados en el conjunto de Urtiaga. La tesis de Altuna puede ampliarse, incorporando su análisis a los materiales del Juyo, aunque es probable que la proporción de fragmentos de asta en los dos principales niveles se debe a la fragmentación por alteraciones posteriores a su deposición más que ninguna otra razón. Las cifras relevantes en el Juyo son 14 fragmentos de asta entre 1840 restos identificables de ciervo en el nivel 4 (0,8%) y 39 de 1574 en el nivel 6 (2,5%). La comparación de los diámetros de los metápodos distales entre el Juyo y los otros dos

116 dP altura de la corona 4 EL JUYO nivel 4

i i i i i i i 13 12 II 10 9 8 7 6 5 4 3 2 I mm

M, altura de la corona 8' g xx x x y x y xx>ft > xxxxx• . •, , W > 27 26 25 2 4 23 2 2 21 20 19 18 17 16 15 14 13 12 II 10 9 8 7 6 5 4 3 2 I mm Q 20 40 60 80 100% % ESPERANZA DE VIDA INTERVALOS

dP4 altura de la corona

EL JUYO nivel 6 30 w 13 12 II 10 9 8 7 6 5 4 3 2 I mm O o M, altura de la corona

— 10

20 40 60 80 100% % ESPERANZA DE VIDA INTERVALOS

Figura 2

117 yacimientos no presenta ningún problema. Las cifras pertinentes del Juyo se encuentran en la tabla 15, donde pueden compararse directamente con aquellos de Urtiaga y Tito Bustillo. En la tabla 1 5, se observa que los restos del nivel 4 son más anchos por término medio que los del 6. El orden de diferencia es aproximadamente el mismo que el orden de diferencia entre Urtiaga y Tito Bustillo. Una vez más, la "t de Student" puede utilizarse para mostrar que las diferencias entre los metápodos del nivel 6 y el nivel 4 no se debe al azar. Es posible que la diferencia refleje un recrudecimiento climático en el nivel 4, que conduciría a un incremento general en el tamaño del ciervo. Sin embargo, un incremento general podría reflejarse también en la anchura media de los molares. Esta es muy similar en los dos niveles (tabla 14). Mucho más importante sean, quizá, los datos del polen que indican cómo el medio ambiente de los niveles 4 y 6 era muy semejante (Boyer Klein 1 982). Por ello es muy posible que las diferencias de tamaño de los metápodos reflejan diferencias en la relación de sexos. En comparación con los ciervos del nivel 4, los del nivel 6 pudieran representar relativamente, pocos machos, hecho similar a Tito Bustillo. Como las hembras y los jóvenes suelen pasar la mayor parte del año formando rebaños de "crianza", separados de las manadas de machos, Altuna ha sugerido que los magdalenienses de Tito Bustillo dedicaban su caza con mayor insistencia sobre grupos de hembras que sus contemporáneos de Urtiaga. Quizá el grupo del nivel 6 del Juyo eran semejante al de Tito Bustillo, a este respecto. Las razones de este comportamiento nos son desconocidas.

RESUMEN Y CONCLUSIONES

La mayor parte de los restos excavados en los niveles del Magdaleniense III del Juyo en 1978/79, pertenecen a grandes mamíferos. Entre estos, el ciervo es, con mucho, el más abundante, seguido por el corzo, el bisonte o uro, caballo y cabra. Hay incluso algunos restos de erizo, jabalí y algunos carnívoros (lobo, zorro, turón, león y posiblemente pantera). En cada uno de los principales niveles excavados en 1978/79, el ciervo se encuentra mejor representado por determinadas partes del esqueleto que por otras. En parte porque algunas piezas son más resistentes que otras y en parte porque algunas tienen una mayor oportunidad de ser transportadas al yacimiento. Sin embargo, los dos niveles contrastan mucho en cuanto a representación por partes del esqueleto; siendo mucho más frecuentes los carpos, tarsos, sesamoides y falanges en el nivel superior que en el inferior. Esto es debido casi con certeza a una mayor alteración y destrucción posterior a la deposición del hueso en el nivel superior. La escasez de corzo y jabalí y la presencia de cabra pero no de rebeco señala un medio ambiente del Pleistoceno final, en el que el bosque era mucho menos importante que lo fue durante el Holoceno. La extraordinaria escasez de jabalí frente a su abundancia en yacimientos holocenos locales puede reflejar, asimismo, temperaturas más bajas. No hay nada en la fauna mamífera que indique que los habitantes del Magdaleniense III del Juyo estaban presentes sólo estacionalmente. Es posible que haya diferencias entre los dos niveles principales en cuanto a la relación por sexos del ciervo, con más ciervas representadas en el nivel inferior, pero un cálculo fiable de la relación de sexos en cualquier nivel requerirá muestras mas amplias. La distribución por edad del ciervo en el yacimiento sugiere que la caza se desarrollaba conduciendo las manadas hacia trampas en las que se capturaba un número relativamente alto de adultos jóvenes (reproductivamente activos). Las muestras más amplias de fauna que provienen de las campañas de 1982/83 permitirán comprobar y ampliar substancialmente estas conclusiones *.

* Traducido por V. Cabrera Valdés.

118 BIBLIOGRAFIA

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120 LA INDUSTRIA LITICA

J. GONZÁLEZ ECHEGARAY

Instituto para Investigaciones Prehistóricas. Santander. La industria lítica procedente de las dos campañas de excavación en el Juyo (1978 y 1 979), por lo que a utensilios retocados se refiere, asciende a una cifra total de 1.570 piezas. Todos estos materiales han sido directamente estudiados y clasificados personalmente por nosotros con la ayuda del Dr. Freeman. Aparte de los útiles, existe un conjunto inmenso de materiales, entre los que figuran restos de talla, lascas y hojas sin retocar, etc., cuyo número total asciende a la cifra de 56.513 piezas. Todo este material no ha sido directamente estudiado por nosotros. Por lo que al material no retocado de la campaña de 1978 se refiere, un estudio previo fue realizado en su día por el Dr. Barandiarán, cuyos resultados manejare• mos aquí. El resto del material no retocado, es decir, el procedente de la campaña de 1 979 apenas ha sido revisado desde los días de la excavación, por lo que no puede descartarse la presencia esporádica en él de alguna pieza retocada que acaso podría haberse deslizado inadvertida durante el proceso siempre rápido de realizar el inventario. Todo esto quiere decir que hay materia abundante para un estudio ulterior del tema. Sin embargo, el hecho de estar estudiada por nosotros la práctica totalidad de la industria lítica con un mismo criterio, y de poder mostrar una buena selección de piezas dibujadas por nuestro colega y colaborador el Dr. Fernández Tresguerres, lo estimamos suficiente para presentar ahora una memoria de los resultados de la excavación, dejando para un futuro el estudio de otros temas que ofrece aún la colección del Juyo, y cuya inclusión aquí demoraría, a nuestro juicio, excesiva e innecesariamente la publicación de los resultados de nuestras excavación. Por otra parte, los datos consignados sobre el material bruto de la campaña de 1 978, debidos al Dr. Barandiarán, pueden servir ya como un criterio válido para apreciar, en principio, el sentido y el significado que tiene en su conjunto dicho material, con las implicaciones consiguientes en orden a las técnicas de la talla de la piedra practicada por los hombres del Juyo. Naturalmente presentaremos aquí los utensilios del Juyo, distinguiendo no sólo las divisiones de carácter estratigráfico y cronológico, como es la diferencia entre los niveles 7 y

123 6, más antiguos, y el 4, más moderno; sino también, dentro de éste, las piezas recogidas extensivamente en el área de tal ocupación, de aquéllas que han aparecido en un conjunto de estructuras, denominadas "santuario", por si ello pudiera tener algún significado, como analizaremos más adelante. Finalmente haremos un estudio comparativo entre las colecciones del Juyo y las de otros yacimientos de la región cantábrica, con el fin de determinar el lugar que ocupa la cueva del Juyo en la secuencia cronológica paleolítica del país y el significado de sus conjuntos industriales.

NIVEL 7

Este nivel, el más profundo de los excavados en nuestras campañas de 1978 y 1 979, del que tengamos material suficiente para su estudio, presenta una cifra total de 156 utensilios, todos ellos de sílex. Los raspadores no son muy numerosos, con un índice del orden del 16, pero llama notablemente la atención el hecho de que no existan raspadores sobre hojas y que la mayoría de ellos sean altos del tipo llamado auriñaciense. Por eso, aunque el índice generalizado de esta familia de raspadores no es alto —11,5—, sí lo es extraordinariamente su índice restringido, llegando a la cifra récord de 72. Hay algunos raspadores sobre lasca poco típicos (Fig. 1, núm. 1) y un número apreciable de raspadores aquillados atípicos. Los raspadores altos en hocico, aunque menos en número que los aquillados, son quizá los más representativos de la colección (Fig. 1, núms. 2-4). Hay también algunos ejemplares de raspadores nucleiformes. (Fig. 1, núms. 5-6). En cuanto a los tipos mixtos, hay que señalar la presencia de algunos ejemplares raspador-buril, entre los que destaca la bella pieza de la figura 1, número 7; y otros de perforador-raspador. Respecto a los perforadores hay varios ejemplares de diversos tipos (Fig. 1, núm. 8), sin excluir los múltiples e incluso los microperforadores. Los buriles son abundantes, casi tanto como los raspadores, llegando a ostentar un índice del 14,1. Dentro de ellos, los tipos sobre truncatura retocada, aun siendo una minoría, están representados con bastante amplitud numérica respecto a los tipos diedros, cuyos porcentajes no son muy altos para lo que suele ser habitual en colecciones análogas. Así tenemos un índice generalizado de 7,7 y restringido de 54,5 para el buril diedro, mientras que para el buril de truncatura nos encontramos con un índice generalizado del 2,5 y restringido del 18,1. Hay un par de ejemplares de diedros derechos (Fig. 1, núms. 9-1 0) y otro ladeado (Fig. 1, núm. 11), varios sobre rotura y algunos múltiples diedros (Fig. 2, núm. 1). Particular interés merecen los tipos sobre truncatura retocada. Hay algunos ejemplares de truncatura oblicua (Fig. 2, núm. 2), uno de truncatura convexa (Fig. 2, núm. 3) y otro mixto (Fig. 2, núm. 4). Señalemos también la existencia de buriles de otros tipos, como nucleiformes y planos. Debemos señalar la presencia de una punta sobre hojita, que puede clasificarse como microgravette (Fig. 2, núm. 5), así como de una hoja rota de borde rebajado (Fig. 2, núm. 6), algunas piezas de diversos retoques continuos (Fig. 2, núms. 7 y 8) y una hoja auriñaciense (Fig. 2, núm. 9). Tienen especial importancia numérica las piezas con escotaduras (Fig. 3, núms. 1 -2) y las denticuladas, no faltando las piezas esquirladas y las raederas. Respecto al material microlítico, las simples hojitas de dorso son muy abundantes (Fig. 3, núms. 3-4) y más aún las que hemos llamado hojitas Dufour, por ser piezas de retoque semiabrupto o sencillo, aunque tal apelativo no se ajuste en la mayoría de las veces a las típicas hojitas Dufour del Auriñaciense (Fig. 3, núm. 5), sin que falten otros modelos más raros como las hojitas de dorso truncadas, las simples hojitas truncadas y hasta un ejemplar atípico de lo que podríamos llamar segmento de círculo (Gráfico 1).

124 2

Figura 7.- Industria lítica del nivel

125 Figura 2. • Industria I/tica del nivel 7.

126 JUYO 7 (156) JUVO 7 (156)

i I ¡ ! i'lTl I I I II I I II I I II I I i II I I II I I I I I II I I I II II I I I I I II I I I II 1 I I I G B Bd Bt Ga BDrBIrGftr GA GP P h

TIPOS Gráfico I.

Las características generales de la colección la incluyen indudablemente dentro del Magdaleniense inferior cantábrico, concretamente el llamado Magdaleniense III, cosa que ya se sabía a priorí, por las antiguas excavaciones. No obstante presenta peculiaridades propias, como el bajo índice de raspadores, aunque con un fortísimo índice "auriñaciense", la presencia de bastantes buriles de truncatura y la existencia de numerosísimas hojitas retocadas de diversos tipos, que llegan a constituir el 33,8 de toda la colección.

Figura 3. - Industria lítica del nivel 7.

JUYO 7 (1978-9) 7 0 0.0000 0.00000 8 4 0.0256 0.02564 9 0 0.0000 0.02564 TIPO NUM. % % CUM. 10 0 0.0000 0.02564 11 0 0.0000 0.02564 1 0 0.0000 0.00000 12 11 0.0705 0.09615 2 0 0.0000 0.00000 13 6 0.0385 0.13462 3 0 0.0000 0.00000 14 1 0.0064 0.14103 4 0 0.0000 0.00000 15 3 0.0192 0.16026 5 0 0.0000 0.00000 16 0 0.0000 0.16026 6 0 0.0000 0.00000 17 3 0.0192 0.17949

127 18 0 0.0000 0.17949 64 0 0.0000 0.41026 19 0 0.0000 0.17949 65 6 0.0385 0.44872 20 0 0.0000 0.17949 66 1 0.0064 0.45513 21 3 0.0192 0.19872 67 1 0.0064 0.461 54 22 0 0.0000 0.19872 68 0 0.0000 0.461 54 23 3 0.0192 0.21795 69 0 0.0000 0.46154 24 4 0.0256 0.24359 70 0 0.0000 0.46154 25 1 0.0064 0.25000 71 0 0.0000 0.46154 26 1 0.0064 0.25641 72 0 0.0000 0.46154 27 1 0.0064 0.26282 73 0 0.0000 0.46154 28 2 0.0128 0.27564 74 12 0.0769 0.53846 29 1 0.0064 0.28205 75 11 0.0705 0.60897 30 6 0.0385 0.32051 76 4 0.0256 0.63462 31 2 0.0128 0.33333 77 3 0.0192 0.65385 32 0 0.0000 0.33333 78 0 0.0000 0.65385 33 0 0.0000 0.33333 79 0 0.0000 0.65385 34 0 0.0000 0.33333 80 0 0.0000 0.65385 35 3 0.0192 0.35256 81 0 0.0000 0.65385 36 0 0.0000 0.35256 82 0 0.0000 0.65385 37 1 0.0064 0.35897 83 1 0.0064 0.66026 38 0 0.0000 0.35897 84 1 0.0064 0.66667 39 0 0.0000 0.35897 85 19 0.1218 0.78846 40 0 0.0000 0.35897 86 2 0.0128 0.80128 41 1 0.0064 0.36538 87 0 0.0000 0.80128 42 0 0.0000 0.36538 88 0 0.0000 0.80128 43 2 0.0128 0.37821 89 29 0.1859 0.98718 44 3 0.0192 0.39744 90 0 0.0000 0.98718 45 0 0.0000 0.39744 91 0 0.0000 0.98718 46 0 0.0000 0.39744 92 2 0.0128 1.00000 47 0 0.0000 0.39744 TOTAL 156 48 0 0.0000 0.39744 49 0 0.0000 0.39744

50 0 0.0000 0.39744 INDICES 51 1 0.0064 0.40385 52 0 0.0000 0.40385 IG 16.026 53 0 0.0000 0.40385 IB 14.103 54 0 0.0000 0.40385 IBd 7.692 55 0 0.0000 0.40385 IBt 2.564 56 0 0.0000 0.40385 IGA 11.538 57 0 0.0000 0.40385 IBdr 54.545 58 0 0.0000 0.40385 IBtr 18.182 59 1 0.0064 0.41026 IGAr 72.000 60 0 0.0000 0.41026 GA 12.179 61 0 0.0000 0.41026 GP 14.744 62 0 0.0000 0.41026 IP 5.769 63 0 0.0000 0.41026 Ih 33.974

128 NIVEL 6

El total de útiles procedentes de la zona hasta ahora excavada del nivel 6 asciende a 474, cifra muy alta, que nos da una garantía amplia para cualquier manejo estadístico. Todos estos materiales son de sílex, salvo dos piezas, una de cuarzo y otra de cuarcita. Respecto a la técnica, hemos de decir que el 75,7% son útiles fabricados sobre lasca, siendo el 20,5 sobre hoja y el 3,8% sobre núcleo. El número total de raspadores sigue siendo muy moderado con un índice que sólo llega al 1 5,4. Sin embargo, ahora los tipos están más diversificados, si bien sigue abundando, como es lógico, el tipo de raspador "auriñaciense" con índices del 11,6 y 47,9 generalizado y restringido respectivamente. Hay algunos raspadores simples (Fig. 4, núm. 1), sin que falten tampoco los raspadores dobles, ojivales y en abanico. Especial importancia adquieren los raspadores sobre lasca (Fig. 4, núms. 2-3). Hay algunos abultados y cortos, que podrían igualmente ser incluidos en la categoría de raspadores aquillados (Fig. 4, núm. 4) y a veces hasta en la de nucleiformes. Hay otros más altos, aunque siempre pequeños, cuya inclusión en este último grupo es ya evidente (Fig. 4, núm. 5). Ellos constituyen la categoría más numerosa de toda la colección con hasta 23 ejemplares de distintas tendencias, sin excluir otras formas tradicionales de raspador aquillado (Fig. 4, núm. 6). Los raspadores altos en hocico (Fig. 4, núm. 7) son bastante más abundantes que los bajos en hocico (Fig. 4, núm. 8). Finalmente señalemos la presencia de los raspadores nucleiformes, por lo general pequeños (Fig. 4, núm. 9), pero sin que tampoco falten los ejemplares grandes como el de la figura 4, número 10. Es preciso señalar asimismo la existencia de algunos tipos mixtos, tanto de raspador- buril, entre ellos una pieza muy bella (Fig. 4, núm. 11), como de ejemplares menos numerosos de raspador-hoja truncada, buril-hoja truncada y perforador-raspador. Respecto a los perforadores digamos que los más abundantes son los atípicos o "bec", y no faltan los múltiples y los microperforadores. Por lo que a los buriles se refiere hemos de decir, en primer lugar, que su índice es pequeño: 11,6, y que dentro de tales utensilios los buriles diedros constituyen la proporción más importante con índices del orden de 8,4 generalizado y 72,7 restringido para el diedro, mientras que el buril sobre truncatura retocada queda relegado a cifras del orden de 1,3 generalizado y 10,9 restringido. Señalemos aquí algunos ejemplares de diedros derechos, que adquieren un valor numérico relativamente importante (Fig. 4, núm. 12 y Fig. 5, núm. 1), de igual modo que los buriles sobre rotura (Fig. 5, núm. 2). Otras formas son menos representativas como los ladeados (Fig. 5, núm. 3), de ángulo (Fig. 5, núm. 4) y múltiples. En cuanto a los buriles sobre truncatura retocada, los hay de casi todas las variantes, si bien en número escasísimo. Presentamos aquí una bella pieza de buril mixto (Fig. 5, núm. 5). También hay que señalar la presencia esporádica de algunos otros tipos como el buril nucleiforme y el plano. Hay algunas pequeñas puntas sobre hojitas que hemos incluido, no sin ciertas reservas, dentro de la categoría de microgravettes. Tenemos también una punta de muesca del llamado tipo perigordiense, así como un par de simples piezas de muesca. Señalemos igualmente la existencia de piezas de truncaturas variadas, de las que aquí presentamos un ejemplar de truncatura recta (Fig. 5, núm. 6), así como un número elevado de piezas con retoques continuos por lo general sobre un borde (Fig. 5, núm. 7). Otros útiles que merecen una mención son las "hojas auriñacienses" (Fig. 5, núms. 8-10). Dentro de este nivel 6 del Juyo, formando otro conjunto mejor representado cuantitativamente y cualitativamente, hemos de incluir estos tipos: Las piezas de escotadura bastante abundantes (Fig. 6, núm. 1) y las denticuladas muy abundantes, entre ellas algunas sobreelevadas como la de la figura 6, núm. 3. En cambio, muy poco representadas numéricamente se encuentran las piezas esquirladas, de las que ofrecemos aquí dos ejemplares (Fig. 6, núms. 4 y 5), así como las raederas (Fig. 6, núm. 2).

129 Figura 4. - Industria lítica del nivel 6.

130 Figura 5. • Industria lítica del nivel 6. 132 Señalemos finalmente el grupo de las hojitas retocadas, cuyo conjunto, sumadas las microgravettes, adquiere valores muy notables, llegando a constituir el 45,3% de todos los útiles. Hay alguna hojita truncada y de escotadura, pero el grupo notablemente más numeroso son las hojitas de dorso, de las que se han recogido 131 ejemplares (Fig. 6, núms. 6-10), algunas las cuales (las dos últimas presentadas) podrían ser también atribuidas al tipo microgravette. Son relativamente abundantes las hojitas de dorso truncadas (Fig. 6, núms. 11-13); el último ejemplar de los aquí presentados (núm. 13) lleva una rotura de microburil, apoyada sobre el dorso rebajado. Hay también algún ejemplar de hojita de dorso rebajado denticulada (Fig. 6, núm. 14). En fin, es preciso señalar la presencia de un conjunto muy numeroso de hojitas con retoques simples, que han sido clasificadas por nosotros dentro de la categoría de hojitas Dufour, aunque en muchos casos no sean ejemplares típicos (Fig. 6, núms. 15-17) [Gráfico 2).

JUYO 6 (474) JUYO 7 (156)

'iTTYpffflIlllllllllllllllllll II III II lili I lili IIIIM IIIIIIMI

IIPOS

Gráfico 3.

133 Este nivel 6 presenta notable semejanza con el nivel 7 ya anteriormente estudiado, Gráfico 3 y, portanto, se halla plenamente dentro del mundo del Magadaleniense inferior cantábrico. Hay que destacar, no obstante, el hecho de que el índice del buril es más bajo que allí, y el predominio aplastante de los tipos diedros sobre las demás formas de buriles, sin excluir los de truncatura, más pobremente representados aquí que en el nivel anterior. Respecto a los raspadores, las formas convencionales llamadas "auriñacienses" están peor representadas que en nivel precedente. Hay, en cambio, muchas más hojitas trabajadas, sobre todo de dorso rebajado, lo que da al conjunto un matiz "perigordiense", que contrasta vivamente con el nivel anterior, siendo aquí el índice (GP) del orden del 35,6, mientras que allí no sobrepasaba del 14,7.

JUYO 6 (78-79) 36 1 0.0021 0.31857 37 1 0.0021 0.32068 38 0 0.0000 0.32068 TIPO NUM. % % CUM. 39 0 0.0000 0.32068 40 0 0.0000 0.32068 1 3 0.0063 0.00633 41 5 0.0105 0.33122 2 3 0.0063 0.01266 42 0 0.0000 0.33122 3 1 0.0021 0.01477 43 1 0.0021 0.33333 4 2 0.0042 0.01899 44 3 0.0063 0.33966 5 0 0.0000 0.01899 45 0 0.0000 0.33966 6 0 0.0000 0.01899 46 0 0.0000 0.33966 7 1 0.0021 0.02110 47 0 0.0000 0.33966 8 11 0.0232 0.04430 48 0 0.0000 0.33966 9 0 0.0000 0.04430 49 0 0.0000 0.33966 10 0 0.0000 0.04430 50 0 0.0000 0.33966 11 1 0.0021 0.04641 51 7 0.0148 0.35443 12 23 0.0485 0.09494 52 0 0.0000 0.35443 13 8 0.0169 0.11181 53 0 0.0000 0.35443 14 3 0.0063 0.11814 54 0 0.0000 0.35443 15 17 0.0359 0.15401 55 0 0.0000 0.35443 16 0 0.0000 0.15401 56 1 0.0021 0.35654 17 3 0.0063 0.16034 57 2 0.0042 0.36076 18 2 0.0042 0.16456 58 1 0.0021 0.36287 19 1 0.0021 0.16667 59 1 0.0021 0.36498 20 0 0.0000 0.16667 60 4 0.0084 0.37342 21 2 0.0042 0.17089 61 2 0.0042 0.37764 22 0 0.0000 0.17089 62 2 0.0042 0.38186 23 1 0.0021 0.17300 63 0 0.0000 0.38186 24 14 0.0295 0.20253 64 0 0.0000 0.38186 25 5 0.0105 0.21308 65 28 0.0591 0.44093 26 5 0.0105 0.22363 66 6 0.0127 0.45359 27 11 0.0232 0.24684 67 4 0.0084 0.46203 28 7 0.0148 0.26160 68 1 0.0021 0.46414 29 4 0.0084 0.27004 69 0 0.0000 0.46414 30 12 0.0253 0.29536 70 0 0.0000 0.46414 31 6 0.0127 0.30802 71 0 0.0000 0.46414 32 0 0.0000 0.30802 72 0 0.0000 0.46414 33 0 0.0000 0.30802 73 0 0.0000 0.46414 34 2 0.0042 0.31224 74 11 0.0232 0.48734 35 2 0.0042 0.31646 75 24 0.0506 0.53797

134 76 3 0.0063 0.54430 INDICES 77 2 0.0042 0.54852 78 0 0.0000 0.54852 IG 15.401 79 0 0.0000 0.54852 IB 11.603 80 0 0.0000 0.54852 IBd 8.439 81 0 0.0000 0.54852 IBt 1.266 82 0 0.0000 0.54852 IGA 7.384 83 0 0.0000 0.54852 IBdr 72.727 84 2 0.0042 0.55274 IBtr 10.909 85 131 0.2764 0.82911 IGAr 47.945 86 15 0.0316 0.86076 GA 8.861 87 3 0.0063 0.86709 GP 35.654 88 0 0.0000 0.86709 IP 5.274 89 4 0.0084 0.87553 Ih 45.359 90 53 0.1118 0.98734 91 0 0.0000 0.98734 92 6 0.0127 1.00000 TOTAL 474

NIVEL 4

El número total de los utensilios aquí estudiados del nivel 4 asciende a la muy apreciable cifra de 877. La práctica totalidad de ellos es de sílex, salvo un 0,5% de cuarzo y un 0,2 de cuarcita. En cuanto a la técnica de confección, diremos que aproximadamente el 30% son hojas, y sólo un 7,3% núcleos, siendo el resto lascas, es decir, un 62,7%. La familia de tipos mejor representada en este nivel es la de los raspadores, como corresonde a una constante en el Magdaleniense inferior de la costa cantábrica. Dentro de ellos los más numerosos y representativos son los llamados "raspadores auriñacienses" con índices del orden del 19,6 y 65,9, generalizado y restringido respectivamente.

No obstante, hay también algunos raspadores simples (Fig. 7, núm. 1), ojivales y sobre hoja retocada (Fig. 7, núm. 2), siendo francamente abundantes los raspadores sobre lasca, pequeños por lo general (Fig. 7, núm. 3), que a veces representan un paso insensible hacia los tipos altos: aquillados o nucleiformes (Fig. 7, núms. 4 y 5). El tipo notablemente más abundante es el raspador aquillado, la inmensa mayoría de las veces atípico, y siempre, por lo regular, pequeño y relativamente próximo a los ya citados "sobre lasca" (Fig. 7, núms. 6-12). Casi como insensible continuación de éstos, tenemos los raspadores altos en hocico, con características muy semejantes, hasta el punto de apenas poderse diferenciar en ocasiones (Fig. 7, núms. 14-21). Hay, no obstante, raros casos individuales que se salen de la línea común, como el raspador en hocico lateral de la figura 8, núm. 1. En cuanto a los raspadores bajos en hocico, su número es muy escaso. No sucede lo mismo con los raspadores nucleiformes, la mayoría de los cuales son de tamaño pequeño y próximos al mundo ya descrito de los raspadores sobre lasca, aquillados y de hocico (Fig. 8, núm. 2), aunque no falten tampoco las piezas grandes, sobre verdaderos núcleos con formas clásicas (Fig. 8, núm. 3).

Quizá una de las categorías de útiles que más llama la atención, si no por su número, relativamente moderado, sí por la calidad de las piezas, es la de los tipos mixtos de raspador- buril (Fig. 8, núms. 5-8). Hay también otras formas mixtas de buril-hoja truncada, perforador- raspador y perforador-buril. De esta última presentamos un ejemplar que bajo algunos aspectos podría también ser incluido en la categoría de los raspador-buril (Fig. 8, núm. 9).

135 Figura 7. - Industria lítica del nivel 4.

136 Figura 8. - Industria lítica del nivel 4.

137 JUYO 4 (877) JUYO 4 (877)

TIPOS

Gráfico 4.

En cuanto a los perforadores, señalemos que su índice, 5,5, resulta habitual en este tipo de colecciones, presentando piezas típicas (Fig. 9, núms. 1-3), otras más atípicas (Fig. 9, núm. 4) y registrándose relativamente bastantes perforadores múltiples (Fig. 9, núms. 5 y 6). Respecto a los buriles digamos, en primer término, que su índice general es muy bajo en proporción al de los raspadores, no llegando apenas a la mitad de aquél. Da una cifra del orden de 14,0, cantidad que, tomada en su valorabsoluto, resulta normal para las colecciones de este tipo y similar a la de los otros IB de este mismo yacimiento. La proporción entre buriles diedros y de truncatura es aquí mucho más favorable a los primeros que en ningún otro nivel de la cueva, siendo el índice IBd del orden de 10,6 y el IBdr del orden de 75,6. Por su parte los índices del buril sobre truncatura son extremadamente bajos, con cifras del orden 0,7 generalizado y 4,9 restringido. Pasando ya a la descripción de las piezas, señalaremos la presencia de varios ejemplares de buriles diedros derechos (Fig. 9, núm. 7), ladeados (Fig. 9, núm. 8) y de ángulo. Pero la categoría notablemente más abundante es el buril sobre rotura (Fig. 9, núms. 9-11), con un número apreciable de buriles múltiples diedros. Como ya hemos dicho, los de truncatura están escasamente representados, pudiendo citarse, no obstante, las diversas categorías, como los de truncatura oblicua (Fig. 9, núm. 14), cóncava, convexa (Fig. 9, núm. 15), preparación lateral, escotadura y múltiple mixto. Hay finalmente varios buriles sobre núcleos y algunos planos (Fig. 9, núm. 16). Siendo tan elevado el número de útiles de este nivel 4, fácilmente se comprenderá que aparezcan, aunque en reducidas proporciones, muchos tipos y categorías distintas. Así tenemos hasta una punta Chatelperrón atípica, varias hojitas que han sido clasificadas como microgravettes (Fig. 10, núms. 1 y 2), hojas de borde rebajado (Fig. 10, núm. 3), piezas de truncaturas de todas clases (Fig. 10, núm. 4) y piezas con retoques continuos sobre uno o dos bordes (Fig. 10, núms. 5-9). Las piezas con escotaduras son bastante abundantes (Fig. 10, núm. 10), pero sobre todo lo son las denticuladas (Fig. 10, núms. 11 y 12). Hay también algunas piezas esquirladas (Fig. 10, núm. 13) y raederas (Fig. 9, núm. 14). Las hojitas retocadas suponen un porcentaje alto, con un índice del 24,6, aunque no tanto como en los niveles precedentes. Hay lo que podría considerarse como segmentos de círculo, también hojitas truncadas y, sobre todo, hojitas de dorso en fuerte porcentaje (Fig.

138 Figura 9.- Industria linca del nivel 4

139 Figura 10.- Industria litica del nivel 4.

140 Figura 11. • Industria lítica del nivel 4.

141 11, núms. 1 -9). Hay que señalar la presencia de algunas hojitas de dorso truncadas (Fig. 11, núms. 10 y 11) y de una hojita de dorso denticulada (Fig. 11, núm. 13) y un par de hojitas con escotaduras. Las que aquí llamamos hojitas Dufour atípicas, es decir, hojitas con retoques semiabruptos o simples, constituyen la categoría más importante de toda la lista de la colección del nivel 4, con 115 ejemplares (Fig. 10, núms. 14-21) (gráfico 4). Evidentemente este nivel 4 del Juyo sigue siendo un Magdaleniense inferior cantábrico, bien clásico con todas las características atribuidas a ese etapa del Paleolítico Superior en el norte de España. Más aún, es probablemente el más típico de todos los niveles hasta ahora estudiados en el Juyo, dado el alto índice del raspador y dentro de él, el índice del raspador auriñaciense, es decir, de los tipos altos, cuyos valores superan a los que arrojan las colecciones precedentes de los otros niveles de la cueva. En cambio, como ya indicamos, el índice del buril no es alto, manteniéndose en cotas parecidas a los niveles precedentes. También sorprende la escasez de buriles sobre truncatura. El mundo de los hojitas retocadas es amplio y bien representativo, pero, a pesar de ello, se nota una apreciable disminución en valores cuantitativos en relación con los niveles anteriores. En general, hay una tendencia a descuidar el retoque propiamente abrupto y a sustituirlo a veces por el semiabrupto o simple, lo que se aprecia en el hecho notable de que las llamadas hojitas Dufour superan ampliamente en número a las verdaderas hojitas de dorso. De ahí que el índice del Grupo Perigordiense (GP) no pase del 11,9, mientras que en el nivel anterior llegaba hasta el 35,6. En contrapartida, el carácter de aparente "auriñacismo" de la colección aumenta claramente llegando el índice del grupo correspondiente (GA) a cotas del orden del 19,8, frente al 8,9 en el nivel 6 anteriormente estudiado.

JUYO 4 (1978-9) 25 11 0.0125 0.37400 26 4 0.0046 0.37856 TIPO NUM. PORCEN. PORCEN. NUM. 27 8 0.0091 0.38769 28 7 0.0080 0.39567 1 2 0.0023 0.00228 29 9 0.0103 0.40593 2 3 0.0034 0.00570 30 52 0.0593 0.46522 3 0 0.0000 0.00570 31 17 0.0194 0.48461 4 1 0.0011 0.00684 32 1 0.0011 0.48575 5 1 0.0011 0.00798 33 0 0.0000 0.48575 6 0 0.0000 0.00798 34 0 0.0000 0.48575 7 0 0.0000 0.00798 35 1 0.0011 0.48689 8 32 0.0365 0.04447 36 2 0.0023 0.48917 9 0 0.0000 0.04447 37 3 0.0034 0.49259 10 0 0.0000 0.04447 38 1 0.0011 0.49373 11 7 0.0080 0.05245 39 1 0.0011 0.49487 12 97 0.1106 0.16306 40 0 0.0000 0.49487 13 64 0.0730 0.23603 41 5 0.0057 0.50057 14 4 0.0046 0.24059 42 0 0.0000 0.50057 15 50 0.0570 0.29761 43 13 0.0148 0.51539 16 2 0.0023 0.29989 44 3 0.0034 0.51881 17 15 0.0171 0.31699 45 0 0.0000 0.51881 18 0 0.0000 0.31699 46 0 0.0000 0.51881 19 2 0.0023 0.31927 47 1 0.0011 0.51995 20 0 0.0000 0.31927 48 0 0.0000 0.51995 21 2 0.0023 0.32155 49 0 0.0000 0.51995 22 2 0.0023 0.32383 50 0 0.0000 0.51995 23 13 0.0148 0.33865 51 4 0.0046 0.52452 24 20 0 0228 0.36146 52 0 0.0000 0.52452

142 53 0 0.0000 0.52452 73 0 0.0000 0.57925 54 0 0.0000 0.52452 74 43 0.0490 0.62828 55 0 0.0000 0.52452 75 70 0.0798 0.70810 56 0 0.0000 0.52452 76 11 0.0125 0.72064 57 0 0.0000 0.52452 77 14 0.0160 0.73660 58 2 0.0023 0.52680 78 0 0.0000 0.73660 59 1 0.0011 0.52794 79 0 0.0000 0.73660 60 1 0.0011 0.52908 80 0 0.0000 0.73660 61 3 0.0034 0.53250 81 0 0.0000 0.73660 62 1 0.001 1 0.53364 82 0 0.0000 0.73660 63 2 0.0023 0.53592 83 3 0.0034 0.74002 64 0 0.0000 0.53592 84 2 0.0023 0.74230 65 34 0.0388 0.57469 85 80 0.0912 0.83352 66 4 0.0046 0.57925 86 8 0.0091 0.84265 67 0 0.0000 0.57925 87 1 0.0011 0.84379 68 0 0.0000 0.57925 88 1 0.0011 0.84493 69 0 0.0000 0.57925 89 2 0.0023 0.84721 70 0 0.0000 0.57925 90 115 0.1311 0.97834 71 0 0.0000 0.57925 91 0 0.0000 0.97834 72 0 0.0000 0.57925 92 19 0.0217 1.00000 TOTAL 877

INDICES

IG 29.761 IB 14.025 IBd 10.604 IBt 0.684 IGA 19.61 2 IBdr 75.610 IBtr 4.878 IGAr 65.900 GA 19.840 GP 11.859 IP 5.473 Ih 24.629

NIVEL 4. "SANTUARIO"

Tal y como aparecerá descrito y estudiado en la siguiente monografía sobre el Juyo, en el nivel 4 se halló una serie de estructuras, que han sido interpretadas como un verdadero "santuario paleolítico". Este ha tenido distintas fases sucesivas en el proceso de su utilización y ha integrado en un mismo conjunto otras estructuras circundantes. Es, pues, muy probable que todos los materiales recogidos durante nuestra excavación en el nivel 4 pertenezcan a

143 una ocupación humana relacionada de alguna forma con la existencia del santuario. Sin embargo, algunas de las piezas fueron recogidas formando claramente parte integrante de él en su momento más definido, es decir, en la etapa en la que se erigió la máscara y se depositaron las ofrendas, lo que corresponde al llamado por nosotros santuario inferior dentro de este nivel. Tales piezas aparecían depositadas en el piso o en las estructuras que constituyen la zona inequívocamente destinada al culto. Es lo que hemos llamado convencionalmente "borde del santuario" o simplemente santuario. Pensamos que tales utensilios deberían ir estudiados aparte por su posible sentido de selectividad y funcionalidad específica, y que su englobamiento en el conjunto total podría acaso enmascarar, por un lado, el posible significado que esta colección específica tendría en sí misma y, por otro, acaso [ contribuyera a desdibujar en parte el carácter general de los materiales procedentes de toda la ocupación. Esta es la razón que nos ha movido a estudiar por separado, aun teniendo en cuenta su escaso número, los útiles procedentes del llamado "borde del santuario"; lo que hacemos a continuación, no sin subrayar las reservas con que deben tomarse los porcentajes. El número total de útiles sólo se eleva a 63, todos ellos de sílex, salvo uno de cuarzo y otro de cuarcita (el 1,6% para cada una de estas materias primas). El porcentaje de lascas es del 38%, el de hojas y hojitas del 31,7%, y el de núcleos del 6,3%. Respecto a los raspadores, apreciamos un índice que puede considerarse como normal: 19,1. El grupo de raspadores altos llamados "auriñacienses" es menos representativo de lo que suele resultar habitual, puesto que su índice restringido no sobrepasa el 50%. El índice generalizado tiene apariencia más normal al ser del orden del 9,5. Hay tres raspadores bajos, seis altos de las categorías aquillado (Fig. 7, núm. 13) y en hocico, y otros tres nucleiformes (Fig. 8, núm. 4). Entre las formas mixtas, hay que señalar la presencia de un raspador-buril; y respecto a los tipos de perforadores hay un par de ellos más bien atípicos. El porcentaje de buriles es alto en relación con el resto de los niveles de la cueva, alcanzado un índice de 20,6. Dentro de ellos, los tipos sobre truncatura están particularmente representados con un índice notablemente alto, superando al resto de los demás niveles de la cueva, ya que alcanza el índice de 4,8 generalizado, y 27,3 restringido. El índice del diedro no es especialmente significativo; en todo caso más bien bajo: 7,9 generalizado y 45,4 restringido. Hay, como hemos dicho, algunos buriles diedros y sobre rotura, llamando la atención la presencia de un par de buriles arqueados. Entre los buriles sobre truncatura retocada, especialmente oblicua, señalemos aquí dos ejemplares (Fig. 9, núms. 12 y 13), siendo el primero un intermedio entre el referido tipo y el buril transversal sobre preparación lateral. Hay también un ejemplar por cada tipo de transversal sobre escotadura, múltiple de truncatura, mixto y nucleiforme. Las piezas de tratamiento perigordiense son relativamente abundantes, hasta el punto de que el índice del grupo perigordiense se eleva a 22,2, el segundo en importancia de todo el yacimiento, por detrás del nivel 6 y notablemente superior a los niveles 7 y 4 . Hay tres microgravettes, sendas piezas de borde retocado total y parcial y una de truncatura. También hay que señalar la presencia de media docena de piezas con retoques continuos sobre un borde y una hoja auriñaciense. Hay respectivamente tres ejemplares de piezas de escotadura y de denticuladas, una raedera y una rasqueta. El capítulo de hojitas es también numeroso, con un índice de 25,4. Hay cinco hojitas de dorso simples, una truncada (Fig. 11, núm. 12), un par de hojitas de dorso denticuladas, además de una hojita denticulada simple. En cuanto al tipo Dufour señalemos cuatro ejemplares, de los que reproducimos aquí un par de buenos ejemplares (Fig. 11, núms. 22 y 23), el primero de apariencia más clásica al estilo de los ejemplares auriñacienses, y el segundo del tipo común en el Juyo (Gráfico 5).

144 JUYO 4 SANT (63) JUYO 4 SANT (63)

TIPOS

Gráfico 5.

Como puede comprobarse repasando las cifras, porcentajes, índices y gráficos, no se puede afirmar que el "nivel 4 santuario" sea estadísticamente distinto del nivel 4 ordinario, si bien aparece con algunas peculiaridades que llaman nuestra atención, como es el elevado número de buriles que supera al de raspadores, a diferencia de lo que ocurre en todo el resto de la serie del Juyo. Igualmente llama la atención la presencia de numerosos buriles de truncatura y de abundantes piezas de técnica perigordiense. En todo caso, hay que insistir sobre el reducido tamaño de la muestra.

JUYO 4 SANT (1978-9) 17 1 0.0159 0.20635 18 0 0.0000 0.20635 19 0 0.0000 0.20635 TIPO NUM. % % CUM. 20 0 0.0000 0.20635 21 0 0.0000 0.20635 1 1 0.0159 0.01587 22 0 0.0000 0.20635 2 0 0.0000 0.01587 23 0 0.0000 0.20635 3 0 0.0000 0.01587 24 2 0.031 7 0.23810 4 0 0.0000 0.01587 25 0 0.0000 0.23810 5 0 0.0000 0.01587 26 0 0.0000 0.23810 6 0 0.0000 0.01587 27 0 0.0000 0.23810 7 0 0.0000 0.01587 28 1 0.0159 0.25397 8 2 0.031 7 0.04762 29 0 0.0000 0.25397 9 0 0.0000 0.04762 30 4 0.0635 0.31746 10 0 0.0000 0.04762 31 0 0.0000 0.31746 11 0 0.0000 0.04762 32 2 0.0317 0.34921 12 3 0.0476 0.09524 33 0 0.0000 0.34921 13 3 0.0476 0.14286 34 0 0.0000 0.34921 14 0 0.0000 0.14286 35 2 0.0317 0.38095 15 3 0.0476 0.19048 36 0 0.0000 0.38095 16 0 0.0000 0.1 9048 37 0 0.0000 0.38095

145 38 0 0.0000 0.38095 75 3 0.0476 0.74603 39 1 0.0159 0.39683 76 0 0.0000 0.74603 40 1 0.0159 0.41270 77 1 0.0159 0.76190 41 1 0.0159 0.42857 78 1 0.0159 0.77778 42 0 0.0000 0.42857 79 0 0.0000 0.77778 43 1 0.0159 0.44444 80 0 0.0000 0.77778 44 0 0.0000 0.44444 81 0 0.0000 0.77778 45 0 0.0000 0.44444 82 0 0.0000 0.77778 46 0 0.0000 0.44444 83 0 0.0000 0.77778 47 0 0.0000 0.44444 84 0 0.0000 0.77778 48 0 0.0000 0.44444 85 5 0.0794 0.85714 49 0 0.0000 0.44444 86 1 0.0159 0.87302 50 0 0.0000 0.44444 87 2 0.031 7 0.90476 51 3 0.0476 0.49206 88 1 0.0159 0.92063 52 0 0.0000 0.49206 89 0 0.0000 0.92063 53 0 0.0000 0.49206 90 4 0.0635 0.98413 54 0 0.0000 0.49206 91 0 0.0000 0.98413 55 0 0.0000 0.49206 92 1 0.0159 1.00000 56 0 0.0000 0.49206 TOTAL 63 57 0 0.0000 0.49206 58 1 0.0159 0.50794 59 1 0.0159 0.52381 INnif!FS 60 0 0.0000 0.52381 61 1 0.0159 0.53968 IG 19.048 62 0 0.0000 0.53968 IB 20.635 63 0 0.0000 0.53968 IBd 7.937 64 0 0.0000 0.53968 IBt 4.762 65 6 0.0952 0.63492 IGA 9.524 66 0 0.0000 0.63492 IBdr 38.462 67 1 0.0159 0.65079 IBtr 23.077 68 0 0.0000 0.65079 IGAr 50.000 69 0 0.0000 0.65079 GA 14.286 70 0 0.0000 0.65079 GP 22.222 71 0 0.0000 0.65079 72 0 0.0000 0.65079 IP 3.175 Ih 25.397 73 0 0.0000 0.65079 74 3 0.0476 0.69841

LOS RESTOS DE TALLA

En relación con el material lítico en su totalidad y no sólo con los utensilios, hemos de señalar que la mayoría de las piezas son lascas y hojas no retocadas hasta un 95,38%; los utensilios sólo ascienden al 3,54% del total; las lascas de avivaje, golpes de buril, etc., al 0,54%, representando el número de núcleos y nodulos una cifra del orden del 0,52%. La materia primera es el sílex en un 99%; la cuarcita no sube más del 0,9%, arrojando otras rocas, como el cuarzo, la ofita y la caliza, una cifra que no sobrepasa el 0,1%. Respecto al tamaño de las lascas y hojas los porcentajes dan las siguientes cifras referidas al nivel 4: Menores de 1 cm.: un 62,1 6%; entre 1 y 2 cm.: 36,46%; entre 2 y 4 cm.: 0,77%; mayores de 4 cm.: 0,60%.

146 Del examen de los núcleos se desprende que la mayoría de ellos fueron utilizados para obtener lascas foliáceas de tamaño pequeño y no propiamente hojitas. Han aparecido percutores, tanto en el nivel 4 como en el nivel 6. También se han recogido lascas de talla primaria. De todo esto se deduce que en el Juyo se talló la piedra in situ, desde las primeras operaciones hasta los retoques más refinados. La enorme proporción de restos de talla en relación a los utensilios propiamente dichos no deja lugar a dudas. El porcentaje de útiles del Juyo puede calcularse en el 3,54 o en el 3,74 según otros cálculos. En el yacimiento de la cueva del Rascaño los niveles sincrónicos del Juyo (Magdaleniense inferior cantábrico o Magdaleniense III), es decir, los niveles 4b, 4 y 3, daban cifras del orden del 10,16% (González Echegaray y Barandiarán 1981). Este alto porcentaje de utensilios respecto al material de desecho contrasta claramente con el bajo porcentaje del Juyo, y refuerza la apreciación de que en este yacimiento se han fabricando muchos de los utensilios en él hallados. El carácter general del desecho de talla, con un predominio aplastante de materia• les inferiores a 2 cm. de longitud, está en perfecta consonancia con la naturaleza de los utensilios, en los que predominan, como hemos visto, las piezas de tamaño reducido.

LAS "HOJITAS DEL JUYO"

Respecto a las hojitas, hemos de llamar la atención, como ya lo hemos hecho anteriormente al describir la industria, sobre la existencia y la abundancia de un tipo de hojitas con retoques, que ha sido incluido por nosotros convencionalmente dentro de la categoría Dufour. Evidentemente, en la mayoría de los casos, no pueden identificarse plenamente con las hojitas Dufour propias del Auriñaciense. Se trata de piezas por lo general muy pequeñas, con retoques no abruptos (de aquí su convencional inclusión dentro de la categoría Dufour), pero en las que: 1.°) La forma de la hojita no suele ser rectangulary aplanada, como habría que esperar, sino de tipos muy variados, abundando la forma de punta, pero siempre de tamaño reducido. 2.°) El perfil no tiene por qué ser ligeramente curvado como en las Dufour típicas. 3.°) Los retoques son directos, y no inversos o alternantes, como sucede en las Dufour. 4.°) El tipo de retoque es extraordinariamente fino y semiabrupto y a veces plano. Creemos que pueden llamarse, al menos de forma provisional, "Hojitas del Juyo", como una variante típicamente magdaleniense de la hojita Dufour. Este tipo ha sido reconocido también por nosotros en el Magdaleniense Inferior cantábrico de Rascaño y de Altamira, pero sólo en el Juyo es donde adquiere caracteres de masiva importancia.

PARALELOS DE LAS COLECCIONES DEL JUYO

Ya hemos señalado que los niveles 7 y 6 no se distinguen significativamente entre sí, como también ocurre con los niveles 4 y 4 santuario. En cambio, ambos conjuntos son apreciablemente diferentes entre sí, dentro naturalmente de un parentesco esperado. En este sentido son significativas las curvas acumulativas superpuestas de ambos grupos. La prueba Kolmogorov-Smirnov da los mismos resultados, según puede comprobarse por las tablas y gráficos adjuntos. Pero es necesario ampliar el marco de las comparaciones y tratar de ver las semejanzas o diferencias con colecciones de otros yacimientos. Evidentemente la serie que ofrece mayor garantía en el momento actual y que, además,está estudiaday clasificada por la misma mano, es la del yacimiento del Rascaño (González Echegaray y Barandiarán 1981). Es indudable el parentesco entre el nivel 4 del Juyo y el nivel 3 del Rascaño, cuyos caracteres más

147 Relaciones entre occupaciones en Rascaño y El Juyo (1978/1979)

Gráfico 6.

Rascaño El Juyo

3 4 5 4 4S 6 7

Rascaño 3 — 1.58 2.59 2.00 1.69 4.06 2.54 4 — 2.74 2.99 2.07 2.69 3.24 5 — 1.70 0.77 4.19 2.02 El Juyo 4 — 1.28 3.16 1.76 4S — 1.64 1.27 6 — 1.24 7 —

CUADRO 1 VALORES DEL "DELTA K/S", RASCAÑO Y EL JUYO (Probabilidad de que, comparando dos muestras de una misma población, Delta Ks sea > = 1.36, 1 en 20 o menos. Probabilidad de que sea > = 1.63, 1 en 100 o menos)

sobresalientes son en ambas colecciones bastante similares: Predominio del raspador sobre el buril, incluso el IG es casi igual en ambos: 29,8 en el Juyo y 32,4 en el Rascaño. Dentro de los raspadores el índice del raspador auriñaciense IGA es prácticamente el mismo: 19,6 para el Juyo y 19,4 para el Rascaño. Dentro del mundo de los buriles, aunque con porcentajes diferentes, hay un claro predominio del buril diedro sobre el de truncatura en ambas colecciones. También el índice del grupo auriñaciense (GA) es similar en los dos casos: 19,8 para el Juyo y 20,4 para el Rascaño. La prueba Kolmogorov-Smirnov, sin embargo, enseña que este parentesco no permite afirmar que la diferencia entre ambas colecciones sea debida al azar. Se trata, pues, de dos colecciones comparables, pero no iguales. En cambio, dicha prueba supone una estrecha relación entre el Rascaño 5 y el Juyo "4, santuario", lo que, a nuestro juicio, ha de achacarse probablemente al bajo número de piezas de este último nivel y no a otras razones.

148 Fuera de Rascaño hemos querido comparar nuestras colecciones con otras del Magdaleniense inferior-medio, estudiadas y publicadas en otros yacimientos del norte de España. Pero hemos desistido de ello, por parecemos que íbamos a forzar en exceso la realidad de los hechos, dadas las circunstancias y el cara'cter de las colecciones.

Visto el análisis de Pilar Utrilla sobre esta etapa del Paleolítico Superior en la costa cantábrica (Utrilla 1981), habría que pensar que los niveles del Juyo aquí estudiados —7, 6 y 4—, los cuales representan la parte superior de la estratigrafía paleolítica del yacimiento, corresponderían más bien a lo que la autora designa como Magdaleniense IV o Magdaleniense Medio. En cambio, la mayoría de los niveles más ricos, estudiados en las antiguas excavaciones de esta cueva —especialmente los denominados con la antigua nomenclatura VI y IV— pertenecerían al Magdaleniense III o Magdaleniense Inferior. A esta conclusión se llega no sólo por razones estratigráficas y cronológicas, como veremos más tarde, sino también considerando el carácter que presenta la industria. Sin embargo, hemos de adelantar, en primer lugar, que —como hemos dicho— resulta comprometido forzar las comparaciones, dada la dosis de inseguridad que conlleva el estado de las colecciones procedentes de aquellos yacimientos. En segundo lugar, que no estamos de acuerdo en llamar Magdaleniense IV o Medio a dicha etapa. Concretamente, por lo que a Rascaño se refiere, el nivel 3 que Utrilla designa como Magdaleniense Medio, nosotros lo hemos tenido siempre por Magdaleniense Inferior cantábrico, etapa terminal (González Echegaray y Barandiarán 1981), pues no vemos diferencias suficientemente significativas, como para pensar en otra etapa o en otra facies. De hecho, la prueba Kolmogorov-Smirnov no muestra entre los niveles 3 y 4 de Rascaño diferencias que sobrepasen los límites del azar. A nuestro juicio, los niveles 4-7 del Juyo son, pues, Magdaleniense Inferior cantábrico en su momento final, si bien nuestras diferencias con Utrilla vienen a ser sólo cuestión de nombres.

De acuerdo con lo dicho, se puede buscar cierto paralelismo entre el Juyo, concretamente el nivel 4, y el Cierro 3 (Utrilla 1981: 306-307), pero sorprende el hecho de que la colección del Cierro carece prácticamente de hojitas retocadas, con un índice del orden del 1,82, mientras que en el 4 del Rascaño Ih = 24,6. En este aspecto y sólo en él las colecciones del Juyo podrían recordar mejor los niveles llamados "6" y "Magdaleniense Medio" de La Paloma (Martínez Navarrete y Chapa Brunet 1980; Utrilla 1981), pues allí tal índice se eleva hasta el 19,0.

También puede haber cierto parentesco entre el Juyo 4 y la Lloseta I (capas 4-7) (Jordá 1 958; Utrilla 1981), mientras que está muy lejos del Cueto de la Mina C, a pesar de tratarse teóricamente de un Magdaleniense idéntico (Vega del Sella 1916; Utrilla 1 981). Ciertamente el Juyo 4 se parece a la colección magdaleniense de la Loja, aunque ésta tenga menos hojitas que nuestra colección (Utrilla 1981: 312).

Nuestras colecciones no resultan directamente comparables con las supuestamente sincrónicas del País Vasco. Por lo que a Cantabria se refiere, es necesario traer a colación el Magdaleniense Inferior del Castillo, nivel 8 y nivel 7, si bien en esas colecciones abundan más los raspadores con índices muy altos (Cabrera 1984; Utrilla 1981) y, en cambio, el índice de las hojitas es extraordinariamente muy bajo: 0,36 para el nivel 8. No hemos excavado en las campañas aquí recogidas los niveles más profundos del propio yacimiento del Juyo, pero, a juzgar por los resultados de las antiguas excavaciones, hay una diferencia innegable entre aquellas industrias con mayor abundancia de raspadores, cuyo índice llega hasta el 47,9 (González Echegaray 1971, Utrilla 1981). En cambio, el índice de hojitas retocadas, si bien mucho más elevado que en el Castillo, sólo asciende a cifras del orden del 4,28 para el llarnado Grupo I, y del 0,61 para el Grupo II, lo que sigue estando muy por debajo del 24,6 del nivel 4 y del 45,3 del nivel 6.

149 (MANIRA 2 (186) ALTAMIRA 2 (186)

TIPOS

Gráfico 7,

Existe otro yacimiento en Cantabria con el que nuestros niveles del Juyo pueden ser comparados y es la cueva de Altamira. No es necesario recordar aquí cómo el primer recuento de piezas de su Magdaleniense III hecho por nosotros no resultaba muy válido, dado el escaso número de piezas —sólo 36— atribuidas con certeza a ese nivel (González Echegaray 1971). El intento realizado por Straus de manejar una colección de 102 objetos (Straus 1977) debe ser calificado de temerario, por cuanto que utiliza materiales de cajas sin etiqueta, cuya atribución a ese nivel es más que problemática. En 1981 hemos reemprendido las excavaciones en dicha cueva, con las debidas limitaciones derivadas de la situación ambiental de la cueva, y del problema de conservación de sus pinturas. Los trabajos fueron realizados por nosotros en colaboración con L. G. Freeman, F. Bernaldo de Quirós y V. Cabrera. El resultado de dichas investigaciones está aún pendiente de ultimarse, pero podemos adelantar aquí algunos datos provisionales. La Colección manejada es de 106 piezas retocadas. Los índices son los siguientes. (Gráfico 7).

IG = 38,68 IB — 13,21 IBd _ 11,32 IBt — 0 IGA — 28,30 IBdr — 85,71 IBtr — 0 IGAr — 73,17 GA — 28,30 GP — 2,83 IP — 5,66 Ih = 7,55

Resulta, pues, que Altamira uno de los ejemplos más conspicuos del Magdaleniense Inferior cantábrico arroja unos datos que se aproximan a los ya referidos del Castillo. También allí faltan prácticamente las hojitas retocadas y en este caso ello ya no puede atribuirse a

150 ALIAHIRA 2 (106) RASCAÑO 4 (195) X

TIPOS

Gráfico 8. deficiencias en el método de excavación. Parece confirmarse, pues, la existencia de dos facies dentro del Magdaleniense Inferior cantábrico, una con hojitas abundantes (El Juyo) y otra sin ellas (Castillo y Altamira), a parte de la facies propia del País Vasco ya señalada por Utrilla (1 981:295-296). En todo caso los niveles superiores del Juyo 4, 6 y 7, aquí estudiados, corresponden a una última etapa de esta cultura, cuando el número de hojitas aumenta aún más, y disminuyen las grandes diferencias que hasta entonces separaban los índices del raspador y del buril. Por eso, Altamira en cualquier caso está más próxima a Rascaño 4, como puede apreciarse comparando las gráficas cumulativas de ambas colecciones [Gráfico 8).

CRONOLOGIA

Ya hemos insistido en que los niveles del Juyo aquí estudiados pertenecen a un momento terminal de las ocupaciones del Magdaleniense Inferior cantábrico. Para abundar más en esta afirmación, hemos de aportar ahora las dataciones de C-14 realizadas en el Juyo y compararlas con las otras dataciones disponibles referentes a los demás yacimientos del Magdaleniense inferior de la región. Las fechas de que disponemos para el Juyo son:

Nivel 2 = 1.630 ± 85 B.P. (1-10734) Nivel 4 = 13.920 ± 240 B.P. (1-10736) Nivel 6 = 11.400 ± 300 B.P. (1-10737) Nivel 7 = 14.440 ± 180 B.P. (1-10738).

Todas ellas han sido analizadas por el laboatorio Radiocarbon Isotopes (New , U.S.A.), sobre la base de 5.638 años de vida media para el C-14. A esta serie hay que añadir otra datación de hace años, que corresponde a la estratigrafía de las antiguas excavaciones: Nivel VI (Hoy, nivel 11) = 15.300 ± 700 B.P. (M-830). Esta muestra está también tratada sobre la base de 5.638 años de vida media para el C-14. El nivel VI de las antiguas excavaciones viene a corresponder en la nomenclatura actual a nuestro nivel 11.

151 Analizando la serie, se ve su clara coherencia, salvo para la fecha del nivel 6, que es aberrante y no resulta fiable. La ocupación del nivel 2, en efecto, corresponde a una época tardorromana, de acuerdo con los materiales arqueológicos. Su datación por el C-14 nos da una fecha entre el 271 y el 300 d. de C, lo que resulta una datación coherente. Dejando a un lado la datación aberrante del nivel 6, tanto la del nivel 4 como la del 7 resultan verosímiles. Hay una diferencia entre ellas de 520 años. Si tenemos en cuenta que el nivel 7 probablemente no es más que la base de la ocupación 6, desde un punto de vista estratigráfico, y que ambos son sensiblemente iguales desde el punto de vista arqueológico, cabría pensar que la datación verosímil del nivel 6 no estaría muy alejada en el tiempo de la del nivel 7. Ahora bien, entre las ocupaciones del nivel 4 y del nivel 6, hay una capa estalagmítica, el nivel 5, cuya formación podría haberse realizado en una etapa relativamente corta de abandono de la cueva. La cifra de 300 ó 400 años para su formación no es inverosímil. Finalmente la datación del nivel 11 resulta coherente, por su mayor antigüedad, con el resto de la serie, teniendo en cuenta que dicho nivel, no estudiado aquí arqueológicamente, pero bien conocido por el resultado de las antiguas excavaciones (Janssens y González Echegaray 1958), ha dado una industria típica del llamado Magdaleniense III o Magdale• niense Inferior cantábrico. Si comparamos estas fechas con las dataciones de otros yacimientos de la región, tal coherencia queda aún, si cabe, más reafirmada. Rascaño da para su nivel 4 la fecha de 15.988, que resulta ligeramente más antigua que nuestro nivel 11 del Juyo. Ello se corresponde con el carácter de las colecciones de ambos niveles, que representan el momento "clásico" del Magdaleniense Inferior cantábrico. Estas dataciones coinciden plenamente con las dos obtenidas en Altamira: 15.500 ± 700 (M-829) y 15.910 ± 230 (1-12012). El nivel 3 del Rascaño, que es el más comparable con las colecciones ahora estudiadas del Juyo, según hemos visto, da la fecha de 1 5.1 73. Esta datación es algo más antigua que la que da la muestra del nivel 7 del Juyo, concretamente 733 años. El Juyo 7-4 vendría inmediatamente después del Rascaño 3. En cambio, el Rascaño 3 podría ser perfectamente sincrónico del llamado nivel I paleolítico de la Lloseta, datado en el 15.200 (Clark 1976). El siguiente cuadro de dataciones podría darnos una idea del conjunto:

MAGDALENIENSE INFERIOR MAGDALENIENSE SUPERIOR

Rascaño Juyo Altamira Tito Bustillo Rascaño

Niv. 2,1/12.282 Niv. 2,3/12.896 Niv. 4/13.920 Niv. 1 a/14.250 Niv. 7/14.440 Niv. 3/15.173 Niv. 11/15.300 Niv. 7/15.500 Niv. 2/15.910 Niv. 4/15.988 Niv. 5/16.433

Como puede verse, los más recientes niveles del Juyo, aquí estudiados, aunque culturalmente pertenecen, sin duda, al Magdaleniense Inferior cantábrico, deben ser ya contemporáneos del primer Magdaleniense Superior cantábrico, que vemos en la Cueva de Tito Bustillo (Moure y Cano-Herrera 1976), pero anteriores al Magdaleniense Superior más evolucionado representado por los niveles "2" del Rascaño. Hay, pues, un momento en torno

152 al 14.000 B.P., en que ambos Magdalenienses inferior y superior se solapan cronológica• mente, aunque culturalmente poseen sus propias peculiaridades.

BIBLIOGRAFIA

CLARK, G. A., 1976, El Asturíense cantábrico, Bibl. Praehist. Hispana, Madrid. CABRERA VALDÉS, VICTORIA, 1984, El yacimiento de la Cueva del Castillo, Bibliothaeca Praehistorica Hispana, Tom. XX, Madrid. GONZÁLEZ ECHEGARAY, J., 1971, Apreciaciones cuantitativas sobre el Magdaleniense III de la Costa Cantá• brica, Munibe, 23: 323-327. GONZÁLEZ ECHEGARAY, J. e I. BARANDIARÁN MAESTU, 1981, El Paleolítico Superior de la cueva del Rascaño (Santander), Centro de Investigación y Museo de Altamira, Monogr. n.° 3, (Santander). JANSSENS, P. y J. GONZÁLEZ ECHEGARAY, 1958, Memoria de las excavaciones de la Cueva del Juyo (1955-56). Patronato de las Cuevas Prehistóricas de la Provincia de Santander, (Santander). JORDÁ CERDA, F., 1958. Avance al estudio de la Cueva de la Lloseta, Diputación Provincial de Asturias. (Oviedo). MARTÍNEZ NAVARRETE, M. I. y T. CHAPA BRUNET, 1980, «La industria prehistórica de la cueva de la Paloma (Soto de las Regueras, Asturias)», en HOYOS GÓMEZ et alii. La cueva de la Paloma, Soto de las Regueras (Asturias), Ministerio de Cultura, Madrid, pp. 115-204. MOURE ROMANILLO, J. A. y MERCEDES CANO-HERRERA, 1976, Excavaciones en la cueva de «Tito Bustillo)) (Asturias): Trabajos de 1975, Instituto de Estudios Asturianos, (Oviedo). STRAUS, L. G., 1977, The Upper Paleolithic cave site of Altamira (Santander, Spain), Quaternaria, 19:135-148. UTRILLA MIRANDA, PILAR, 1981, El Magdaleniense Inferior y Medio de la Costa Cantábrica, Centro de Investigación y Museo de Altamira, Monogr. n.° 4. (Santander). VEGA DEL SELLA, CONDE DE, 191 6, El Paleolítico de Cueto de la Mina (Asturias), Com. de Invest. Paleont. y Prehist. Mem. 38, Madrid.

153 EVIDENCIAS POSTPALEOLITICAS EN LOS NIVELES SUPERIORES

IGNACIO BARANDIARAN

Departamento de Prehistoria y Arqueología Universidad del País Vasco. Vitoria. La campaña de excavación de 1978 reunió, procedente de los niveles 3, 2 y 1, un corto repertorio de evidencias atribuibles a la ocupación esporádica que se debió dar en la cueva en etapas avanzadas del Holoceno. Sin ser muchas ni muy características han permitido su referencia a la avanzada Edad del Bronce y a la Edad Media.

1. MATERIALES DEL NIVEL 1

Sólo se han recogido un fragmento de hojita de dorso y 22 trozos de cerámicas a torno, no barnizadas, pertenecientes algunos a bordes delgados y a fondos planos de vasijas en forma de puchero o de cazuela. Estas pastas cerámicas, en paredes de un grosor entre 3 y 3,5 mm., poseen desgrasantes micáceos, están bien cocidas (con sonido limpio al ser golpeadas) y tienen colores no brillantes.

2. MATERIALES DEL NIVEL 2

Su inventario lítico, de sílex tallados, reúne: un raspador en extremo de hoja de bordes retocados, un buril sobre plano natural, un perforador y un útil compuesto (doble raspador, adyacente a un perforador sobre lasca); además se han contado un núcleo de lascas de sílex y diecisiete elementos de lascado (en cuarcita, 1 gran lasca; en sílex, 1 microlasca, 6 lasquitas, 6 lascas, 1 laminita y 2 láminas). Son 76 los fragmentos cerámicos recogidos, todos a torno: entre ellos hay algunos —que no permiten reconstruir formas completas— correspondientes a labios y cuellos y a fondos planos, uno es de un asa de cinta. Algunos de esos fragmentos se corresponden con los tipos de pastas de las vasijas halladas en el nivel 1, otros pertenecen a recipientes de formas similares pero con grosores superiores de pared (entre 9 y 10 mm.). Dos fragmentos de fondos planos eran parte de vasijas que tendrían 85 y 120 mm. de diámetro en su base.

157 Hay, además, dos clavos de hierro de sección cuadrada: uno de cabeza circular plana, el otro de cabeza globular apuntada.

3. MATERIAL DEL NIVEL 3

En industria lítica se han inventariado dos raspadores (1 pequeño nucleiforme, 1 en extremo de lámina), cuatro buriles (1 nucleiforme, 1 diedro de ángulo, 1 de varios golpes laterales sobre rotura trasversal, 1 grande diedro lateral), una raedera doble, una lasquita

Figura 1

158 denticulada, dos piezas retocadas (1 lasca, 1 lámina con retoque marginal de uso). Como elementos de lascado: en sílex, 1 7 microlascas, 20 lasquitas, 30 lascas, 1 gran lasca, 6 laminitas, 7 láminas y 1 gran lámina. En bronce se ha hallado un puñalito completo, de 103 mm. de largo, por 31 de anchura máxima, y de 3,5 mm. de grosor. Posee forma triangular alargada, careciendo de nervaduras y de espigas; en su extremo proximal presenta tres elementos para los remaches que le sujetaban su mango (una perforación central y dos muescas a los lados) (fig. A. 1). En cerámica hay un fragmento de borde y perfil, no a torno, con superficie ligeramente espatulada: parece corresponder a un cuenco de fondo subesférico, de unos 85 mm. de diámetro en boca y unos 80 de altura (fig. a. 2).

4. VALORACION DE LOS NIVELES POSTPALEOLITICOS DE EL JUYO

Las evidencias cerámicas de los niveles 1 y 2 se deben atribuir a formas comunes, de «cocina», de época postprehistórica: si utilizamos paralelos de lugares de habitación altomedievales de Cantabria, de Burgos y del País Vasco, se pueden fechar a partir del siglo XI y hasta los XIII-XIV. A la misma cronología se han de atribuir, sin dificultad, los dos clavos de hierro hallados. El puñalito de bronce del nivel 3 es del tipo que se califica como «argárico»: ciertamente, un modelo propio de yacimientos de las Edades del Bronce Medio y Avanzado, en fechas incluibles entre los 1 500 y los 1000 años a. de C. Los paralelos especialmente más próximos al puñalito de El Juyo se dan en otro, semejante, hallado fuera de estratigrafía en el interior de la cueva de El Castillo (Puente Viesgo, Cantabria); en un puñal algo mayor (185 mm. de largo; con tres orificios para los remaches) encontrado en Puerto de Gumial (Aller, Oviedo); y en una hoja de cuchillo procedente de la provincia de Burgos (hoy en el Museo de Prehistoria de Santander). Esos tipos metálicos, que tienen una relativa frecuencia en el área Noroeste peninsular, se rarifican en el centro de la Cornisa Cantábrica, siendo ya desconocidos en el Pais Vasco. El cuenco cerámico del nivel 3 tampoco desentonaría en colecciones del Bronce Pleno y Avanzado. En cuanto a las colecciones líticas procedentes de los niveles 2 y 3 puede pensarse que proceden (por remoción de zonas inferiores de la estratigrafía de El Juyo) de los niveles paleolíticos de la cueva. Es probable que quienes la ocuparon esporádicamente en la Alta Edad Media (nivel 2) y en la Edad del Bronce (nivel 3) habrían recogido algunas de esas piezas líticas del depósito paleolítico anterior. En este sentido es de destacar la escasa entidad de los elementos de lascado (no hay una sola microlasca; son muy pocas las lascas de tamaños medianos): aquellos que, precisamente, significarían la existencia de tareas de talla y de retoque en los mismos momentos en que se iban formando estos niveles 3 y 2.

159 INDUSTRIA OSEA PALEOLITICA DE LA CUEVA DEL JUYO EXCAVACIONES DE 1978 y 1979

IGNACIO BARANDIARÁN

Departamento de Prehistoria y Arqueología Universidad del País Vasco. Vitoria. 1. INTRODUCCION

Se abordan, en las páginas que siguen, la clasificación tipológica y unas consideraciones básicas sobre el valor cultural de la colección de utensilios elaborados en asta, en hueso y en concha, hallados en las campañas de excavación de 1978 y 1979 en la cueva de El Juyo (Igollo-Camargo; Cantabria). Una referencia relativamente extensa a los materiales proce• dentes de la campaña de 1978 ya ha sido divulgada (I. Barandiarán 1979: 41-51). El nuevo repertorio aportado en la campaña de 1979, en coincidencia con lo conocido el año anteriory también en general con lo procedente de las excavaciones que en El Juyo hicieron P. Janssensy J. González Echegaray en 1955-56(Jannssens-Gz. Echegaray 1958), me permitirá apoyar con más seguridad algunas reflexiones de conjunto que se avanzaron entonces con carácter provisional. En la descripción tipológica de los utensilios óseos he seguido generalmente la nomenclatura y criterios de diferenciación que expuse e intenté justificar en 1967 (I. Barandiarán 1967: 284-354) al plantear las bases para un estudio sistemático de esas industrias. Para su examen tipométrico se han controlado las medidas habituales de sección (anchura y espesor) y de longitud máximas del cuerpo de los instrumentos y de aquellos elementos accesorios más significativos( biseles, perforaciones...); de modocomplementario, y ante el estado fragmentario de muchas de las evidencias recogidas, se ha intentado —con criterios estrictos y en cuanto posible— calcular sus dimensiones completas. Aunque todos esos datos tipométricos no se consignen literalmente en la descripción que se haga de cada instrumento, han servido de base a cálculos de índices de proporción que justificarán algunas gráficas. El catálogo de evidencias óseas presenta por separado las recogidas en una y en otra campaña, ya que difieren un tanto en cuanto a sus objetivos y desarrollo; pues mientras que en 1978 un equipo humano más amplio trabajó durante más tiempo en extensión y profundi-

163 dades mayores (estudiando el paquete de estratos 4 a 8 con aproximada intensidad), el equipo de 1979 se dedicó más monográficamente a la excavación y estudio de los niveles 6 y 4, en particular, a sus peculiaridades de depósito («estructuras intencionadas»). Por ello puede ser prudente, de entrada, no mezclar las dos colecciones —en el momento de cata• logarlas—, aunque pienso que una y otra no deben diferir demasiado de lo que esos niveles de Magdaleniense Inferior del Juyo representan como modelo significativo de lo que supuso esa etapa, en cuanto a tipología ósea, en su contexto de la Cornisa Cantábrica. En el dibujo de las industrias óseas del Juyo he contado con la inestimable cooperación de Ana Cava, que se responsabilizó del dibujo primero, a lápiz, de las piezas de 1978 y 1979 que ilustran este informe; a ella debo igualmente el control tipométrico de todas las evidencias y su ayuda en su clasificación inicial.

2. CATÁLOGO DE INDUSTRIAS ÓSEAS DE 1978

En los niveles 4 a 9 del Juyo se recogieron en 1978 centenar y medio de muestras de industria ósea, bastante fragmentadas.

NIVEL 4 Dio casi un centenar de instrumentos Las azagayas de asta son 54: salvo 7, relativamente completas, resultan fragmentos de difícil clasificación. Por sus secciones se aprecian 1 7 de sección cuadrada, 13 de circular y 7 que la poseen de forma tendente a la triangular; hay, además, 12 pequeños fragmentos distales y 5 proximales cuya sección central no se puede decidir. Las azagayas de sección cuadrada constituyen el grupo más característico de este nivel del Juyo: no son de excesiva longitud (las dos relativamente completas debieron alcanzar los 100 y los 120 mm. de largo), pero sí mayores —en general— que las de sección circular (75 y 90 mm.) y triangular (90 mm.). En los ejemplares cuya forma completa resulta asequible se aprecian varios modelos distintos: de base en bisel simple (2 de sección cuadrada, con muy fuertes estrías en el plano del bisel: Fig. 1.2; 1 de sección circular; 1 de sección algo irregular, bastante delgada: Fig. 1.3), de base en doble bisel (de sección indeterminable), de base apuntada (2 de sección triangular; 1 de sección circular: Fig. 1.4): y una de sección triangular con su base acondicionada por recortes perpendiculares (Fig. 1.9). En una azagaya de base en bisel simple, casi completa, se produce un alisamiento de su cara dorsal (al modo de los llamados biseles centrales de algunas piezas del Solutrense Final y del Magdaleniense Inicial cantábricos) (Fig. 1.1). En más de la mitad de las azagayas recogidas en este nivel se aprecian marcas como surcos incididos en bastante profundidad, que se agrupan o disponen en tres formas distintas: a) lo más normal son los surcos longitudinales (más o menos rectilíneos, o zigza• gueantes) que recorren las caras laterales de las azagayas de sección cuadrangular; b) hay también agrupaciones de series de marcas cortas en disposición oblicua, sobre la cara dorsal del cuerpo del instrumento; c) en algunas azagayas de sección cuadrangular, trazos longitu• dinales bastante profundos se dan combinados con otros cortos, formando motivos relativa• mente complejos (Fig. 1.1 y 1.5). Seis piezas de asta, de sección aplanada tendente a rectangular, pueden calificarse como varillas: su relación espesor/anchura oscila entre los 1/1,28 y 1/2,18. Su cara ventral (la que corresponde a la zona interna, esponjosa, del asta de la que se extrajeron) tiende a ser plana y suele llevar líneas oblicuas "de enmangue", en tanto que la dorsal se ofrece ligeramente convexa: hay una varilla, en el límite tipológico con las azagayas, decorada con un tema geométrico complejo (Fig. 1.10).

164 Fig. 1.- El Juyo, 1978: industria del nivel 4.

Pertenecieron a agujas de hueso 15 fragmentos: el más grueso tiene en sección un diámetro de 3,5 mm. Hay 3 tubos, incompletos, en huesos de patas de ave, con cuidadas marcas perpendiculares en series regulares (al estilo de las llamadas marcas de caza): figuras: 1.6, 1.7 y 1.8. Además se han hallado señales cortas similares a esas de los tubos, sobre otros 4 fragmentos óseos (dos de procedencia indeterminable; uno de costilla de cérvido; uno de gran bóvido, con líneas paralelas).

165 Fig. 2.- El Juyo, 1978: industria de los niveles 4 fn.° 6) y 6 (el resto).

Otros instrumentos del nivel son: 1 espátula sobre costilla hendida de ciervo (Fig. 1.12), 1 extremo distal de "alisador" de hueso, 1 fragmento de tibia de ciervo con su extremidad alisada, y 1 esquirla ósea aguzada con señales de uso. En el capítulo de los colgantes por perforación de piezas naturales se deben catalogar 8 Littorina obtusata (cuya perforación se realizó mediante abrasión de su cara ventral), 3 Trivio europaea y 2 incisivos de Cervus elaphus con orificio en su raíz (Fig. 1.11); en otros seis fragmentos de moluscos (1 Turritella, 2 Patella y 3 Littorina littorea) se dan perforaciones que dudo hayan sido producidas por intervención humana.

166 NIVEL 5 Carece de instrumentos óseos.

NIVEL 6 Su efectivo de tipos óseos totaliza los 34 objetos. Las azagayas forman el grupo más numeroso (12), predominando las de sección circular (5) y ovalada o aplanada (otras 5) sobre los otros tipos (1 de sección cuadrangular, 1 de sección triangular). Individualizando sus variedades se deben detallar 2 azagayas de sección aplanada con bisel central (Figs. 2. / y 2.2: aquélla, completa, mide 122 mm. de largo por 9 de anchura), 1 de sección circular aplanada con base apuntada (Fig. 2.4), 4 con base en bisel simple (1 de sección aplanada, 2 de sección circular, 1 corta, de sección circular, mide 85 mm. de longitud por 9,2 de grosor), 1 de sección circularfina y de base apuntada, 1 fragmento de una gruesa de sección aplanada,... Sólo existe un fragmento de sección cuadrada (con escasas líneas de decoración) y un punzón corto de sección triangular (entero, mediría los 40 mm. de largo por 6,9 de espesor) (Fig. 2.5). De interés especial es una "pieza intermediaria" en asta, con sección circular y los correspondientes biseles alternos en sendos extremos: mide 97 mm. de longitud (Fig. 2.3). Hay 7 fragmentos de agujas de hueso: además el único ejemplar casi completo (que entero pudo medir los 105 mm. de largo, por 3,5 de grosor máximo), bastante grande (Fig. 2.9). Son 2 las espátulas o alisadores de hueso (en fragmentos mínimos) y 4 las esquirlas óseas aguzadas ("puntas en extremo de hueso", o "punzones de base reservada"). Sobre 2 fragmentos de huesos cilindricos de ave ("tubos") se realizaron series de marcas finas perpendiculares (Figs. 2.7 y 2.8). Entre los colgantes por perforación hay 1 canino atrofiado de ciervo, 1 Cypraea (Trivia), 3 Littorina obtusata y 1 concha de bivalvo (con su orificio producido por desgaste de la protuberancia de la charnela). Aparte de esos 34 utensilios se ha de señalar la presencia en este nivel de 3 fragmentos (1 de falange, 1 de costilla de ciervo, 1 indeterminable) con algunas marcas simples, y de costillas con marcas paralelas seguras: una de ellas (Fig. 3.1), decorada por ambas caras, puede ser parte de aquélla que habían recogido, y publicado, en el Nivel IV de la trinchera I Janssens y González Echegaray en las campañas de 1955-56 (1958: Fig. n.° 395), la otra (Fig. 3.3) ofrece una serie regular de marcas concentradas en su extremo. Además, hay un hueso largo aguzado y una cuña en extremo proximal de metatarso de ciervo.

NIVEL 7 Dio 18 instrumentos, en su mayoría azagayas. 6 son fragmentos mínimos de azagayas (3 de sección circular, 1 de sección planoconvexa, 2 con bisel simple de sección no determinable). Los fragmentos de mayor entidad corresponden a: 1 azagaya casi completa de sección aplanada y con dudoso bisel central poseyendo motivos en zigzag en ambos costados (Fig. 4.2); 1 de sección cuadrangular (cuadrada/rectangular) mide 92 mm. de largo y 8 de máxima anchura, y tiene base en bisel simple y algunos temas de trazos cruzados en su extremo distal (Fig. 4.4); 1 completa, de sección circular delgada (111 mm. de largo por 5 de grosor) de base redondeada (Fig. 4.5); 1 fragmento, de sección cuadrada, con base en doble bisel; y 1 corta (de 55 mm. de largo y 5,2 de espesor) que posee sección triangular y base acortada por cortes trasversales (Fig. 4.3). Hay, además, un corto punzón biapuntado, de sección oval. Una costilla (seguramente de ciervo) está pulimentada en su extremo distal, con señales ahí de uso (abrasionado y rayas), y con algunas marcas más y saltados de uso en su extremo proximal (Fig. 4.1); de otro fragmento de costilla se fabricó una delgada espátula.

167 En el repertorio de las "marcas de caza" se incluirán los trazos regulares y bastante seguros que en dos series (una de ellas compuesta) se grabaron sobre un fragmento de hueso largo (Fig. 3.2). 3 dientes han sido perforados: son 2 incisivos de ciervo y 1 de corzo.

NIVEL 8

Sólo proporcionó 3 evidencias de industria ósea: 1 fragmento mínimo de azagaya, 1 fragmento de punzón de sección rectangular, y una "pieza intermediaria" en asta con biseles alternos en ambos extremos y sección circular (Fig. 4.6).

NIVEL 9 Carece de industria ósea.

Fig. 3 - El Juyo, 1978: industria de los niveles 6fn.os 1, 3, 4) y (n.° 2).

168 Fig. 4.- El Juyo, 1978: industrias de los niveles 8 (n.° 6) y 7 (el resto).

3. CATÁLOGO DE INDUSTRIAS OSEAS DE 1979

En esta campaña de excavación se han reunido setenta y cinco evidencias óseas, procedentes de los niveles 3, 4 (de aquí la mayoría), 5 y 6.

NIVEL 3

De este nivel (en el que, en 1978 se habían recogido junto a evidencias de piedra tallada de aspecto superopaleolítico, un fragmento de un cuenco cerámico a mano y un puñalito

169 metálico cuya tipología es propia de la Edad de Bronce: significándose, con ello, el estado de relativa remoción de todo el nivel por parte de quienes lo ocuparon a costa del depósito estratigráfico inmediatamente subyacente) proviene un fragmento de azagaya de asta, de sección circular (posiblemente parte de una pieza fina biapuntada): se corresponde con un tipo bien representado en el nivel 4 e inferiores del Juyo.

NIVEL 4

Ha proporcionado 57 muestras de industrias óseas, recogidas en su mayoría en relación con las estructuras de depósito y ofrendas incluidas en el nivel: según se advierte en las referencias escritas de procedencia concreta de esas piezas, donde se alude al "pozo", a la "rampa" (sur, inf. sup.) o al "santuario" ("borde del santuario": inf., sup.; "pozo del borde del santuario"; ...). Al grupo de las azagayas corresponde un total de 32 evidencias que, en sus tres cuartas partes, aparecen reducidas a fragmentos mínimos que impiden la determinación de su longitud. En los casos mejor conservados y que permiten decidircon cierta garantía cuál fuera su longitud se determinan dimensiones que oscilan entre los 77 mm. (Fig. 5.5) y hasta quizá los 150 (Figs. 5.1 y 7.1) (además se han calculado longitudes de 80,85 a 110, 110,5 —en la Fig. 7.2— y 120 —en la Fig. 6.5—). Por sus secciones (y salvando áreas de indeterminación entre formas contiguas) se debe señalar el ligero predominio de las que la tienen cuadrangular(normalmente cuadrada o ligeramente rectangular) (en total 1 5 ejemplares: p. ej. en las Figs. 5.1, 5.2, 5.4, 5.5, 5.6, 6.1, 6.2, 6.3, 6.5, 7.1, 8.1, 8.2 y 8.7) sobre las de sección circular (en total 13 ejemplares: p. ej. los de las Figs. 7.2, 7.4, 7.5, 7.6, 8.4 y 8.5), con una mínima presencia de las de sección triangular (sólo 2: la dudosa de la Fig. 7.7 y la de la Fig. 8.3) o tendentes a ovalada por aplanamiento (2 ejemplares: Figs. 7.3 y 8.6); debiéndose apuntar que varias de las circulares y las triangulares y ovaladas ofrecen dichas secciones (en la zona central del utensilio) algo irregulares lo que, en un estricto sentido descriptivo, obligaría a calificarles propiamente como "tendentes a...". Desde la perspectiva de la conformación específica de sus bases (acaso más decisiva en un análisis tipológico-funcional de esos instrumentos) se apunta una tendencia de agrupamiento de las azagayas de este nivel del Juyo (y, en general, de los subyacentes) en dos categorías genéricas: la base en bisel simple con estrías oblicuas sobre su plano (tipo de base que —salvo un caso en azagaya de sección circular— resulta propia de las piezas de sección cuadrangular: véanse los casos de las figuras 5.1, 5.5 ó 5.6), y la base apuntada (situación que parece dominar en las piezas de sección circular, siendo la propia, en especial, de las más finas). No se ha controlado caso alguno de azagaya con base en doble bisel. En la categoría específica de las varillas de sección robusta (con anchuras máximas de 11 a 12 mm.), cuadrada tendente a rectangular (con índices espesor/anchura entre 1/1,22 y 1 /1,37), he retenido como más seguras tres ejemplares rotos (Figs. 5.3, 6.4 y 6.6) dotados de bisel central estriado. En este punto, soy consciente de las dificultades (si no teóricamente irresolubles: tal como más adelante se explicará) que presenta una delimitación tajante entre lo que se ha definido como "varilla" y como "azagaya", cuando a nivel dimensional, estructural (disposición de los biseles, por ejemplo) y decorativo se marcan mínimas diferencias entre ambas categorías en esta colección del Juyo y, de hecho, en las contemporáneas del Paleolítico cantábrico. En cuanto a los biseles centrales (esto es, zonas achaflanadas que situadas en el tercio central del utensilio soportan las habituales estrías oblicuas de los planos de bisel) debe señalarse que por lo común aparecen en piezas cuadrangulares robustas (así en las dibujadas en las Figs. 5.3, 5.5, 6.4, 6.6 y 7.1) con alguna salvedad en secciones más finas (así en la Fig. 6.1): varias de ellas en esa posición límite azagaya-varilla.

170 Fig. 5 - El Juyo, 1979: industrias del nivel 4.

Las decoraciones de azagayas y varillas de este nivel —y generalmente de toda la secuencia Magdaleniense III del Juyo— ofrecen una sensible homogeneidad sobre la base común de tratarse de temas grabados con intensidad, de carácter exclusivamente rectilíneo y "no figurativo", disponiéndose en diversas combinaciones trazos longitudinales más largos junto a otros menores (oblicuos o perpendiculares), con cierta tendencia a repetirse o complementarse en caras contiguas o en las opuestas del soporte cuadrangular (Fig. 1 5). En dos "azagayas" (Figs. 5.5 y 1 6 derecha y 6.5) se ha producido una reelaboración del instrumento a partir de sendos trozos de anteriores "varillas" de bisel central: que ahora se transforman en azagayas mediante la adición del normal bisel simple proximal.

171 Fig. 6 - El Juyo, 1979: industrias del nivel 4.

Hay una esquirla de hueso (fragmentada) que ofrece un cuidado afilado de uno de sus extremos, como "punzón" de sección tendente a circular: aunque incompleto, se le puede sugerir una longitud total de unos 82 mm., de los que el trabajo de preparación de aquella zona aguzada afectó a los 34 mm. distales. A la categoría de las agujas de hueso se refieren 7 ejemplares, de los que sólo 2 se conservan completos (Figs. 8.10 y 8.11), permitiéndose en otros 2 (Figs. 8.12 y 9.13) un cálculo aproximado de su longitud total, y siendo los restantes fragmentos mediales. Por sus dimensiones se define un espectro de máximos grosores (el diámetro mayor, que se ubica por

172 Fig. 7.- El Juyo, 1979: industrias del nivel 4.

lo común en la zona central de la pieza) que oscila entre los 2 y los 3,6 mm. y de longitudes que irían de acaso sólo unos 35 mm. (en cálculo aproximado) hasta los 116 (Fig. 8.11). Los ejemplares del nivel se corresponden ajustadamente con el modelo-tipo: carecen de decoraciones, su sección central es o circular estricta o con ligera tendencia al aplanamiento (con índice espesor/anchura hasta de 1/1,25) y se ensanchan un poco en la parte de su extremo que ha de recibir la perforación. Como evidencia de difícil definición tipológica, aparece un fragmento medial de sección circular (de 3 mm. de diámetro) fabricado en asta (y no en hueso): así encaja mejor —a pesar de su conformación y dimensiones que son

173 próximas a las de las agujas— entre los punzones finos biapuntados (los "alfileres" de algunos prehistoriadores franceses). De especial interés, por su rareza, es el fragmento de pieza de hueso, probablemente fabricada sobre lámina extraída de una costilla, muy cuidadosamente perfilada y alisada por ambas caras (Fig. 9.4). Corresponden a la mitad distal de una "bramadera", de 18,2 mm. de anchura y 2 mm. de espesor, a la que se puede calcular completa una longitud total de entre 150 y 1 70 mm.; carece de decoración, respondiendo bien al tipo ya conocido —aunque en muy pocos ejemplares— en la segunda mitad del Paleolítico Superior cantábrico.

174 Como colgantes, dotando de un sistema de suspensión a piezas completas naturales, se recogieron en este nivel 4 conchas de moluscos y 4 dientes de herbívoros: son dos conchas de Littorina obtusata que se perforaron por abrasión de su cara ventral (Fig. 9.7), una de una molusco bivalvo (¿del orden Veneroidae?) mediante abrasión del bulbo de su charnela, otro fragmento irreconocible, dos caninos perforados de ciervo (Figs. 9.1 y 9.3), un incisivo de caballo cuyo orificio de suspensión —iniciado por ambos lados de su raíz— no llegó a consumarse (Fig. 9.6) y un colgante, acaso sobre incisivo de cabra (Fig. 9.2), de tipo muy poco habitual. Este, que mide 1 7 mm. de longitud, está dotado no de perforación sino de una

Fig. 9- El Juyo, 1979: industrias del nivel 4.

175 Fig. 10- El Juyo. 1979: industrias del nivel 5 (n.° 5) y del 6 (el resto).

cuidada hendidura en el arranque de la raíz del diente (cuyo perímetro no alcanza a cubrir sino en sus tres cuartas partes: es decir, que se extiende por la cara externa y las laterales de la pieza), habiéndose producido además un minucioso alisado a lo largo de toda la cara lingual así como el recorte y eliminación del extremo de la raíz: queda constituido como un colgante cuya forma natural inicial ha sido expresamente transformada, con suspensión por el raro sistema de "incisión periférica" (I. Barandiarán 1967:342). En 4 fragmentos no naturales se han apreciado surcos dispuestos intencionadamente, como elementales motivos decorativos: son 2 de hueso (de tamaño mínimo) con trazos

176 rectos muy seguros, 1 tema en aspa en grabado profundo por la cara externa de un trocito de asta (Fig. 8.9), y 1 fragmento de costilla con marcas perpendiculares bastante seguras a intervalos regulares (Fig. 8.8).

NIVEL 5

Atribuida a este nivel ("nivel 5 = borde sant.", según el texto de procedencia y que acaso convenga agrupar al conjunto de evidencias arqueológicas del precedente nivel 4) es la azagaya de asta de la figura 10.5: consiste en un ejemplar completo de sección irregular aplanada (con 70 mm. de longitud por 10,6 de anchura máxima) que no ha sido adecuadamente regularizada salvo en su extremidad distal, poseyendo un bisel simple no estriado que ocupa poco más de un tercio de la longitud de la pieza.

NIVEL 6

Proporcionó 16 piezas óseas. Hay 8 atribuibles al apartado de las azagayas, de las que 3 (en fragmentos pequeños) corresponden al tipo de las muy finas de sección circular (con de 2 a 5,2 mm. de diámetro máximo en sus cuerpos) de base apuntada, siendo de dimensiones normales las restantes (de sección cuadrada en las Figs. 10.4 y 11.3; de sección cjrculary base en bisel simple en las Figs. 11.1 y 11.2; y de sección aplanada, ¿quizá varilla?, en la Fig. 10.2). Sus cuerpos aparecen decorados con las habituales combinaciones de trazos mayores longitudinales y otros cortos (Figs. 10.4 y 11.3) o con zigzags a ambos lados del ejemplar aplanado (Fig. 10.2). Las dos más completas, de sección circular(Figs. 11.1 y 11.2) pudieron alcanzar los 1 50 a 160 mm. de longitud con grosores máximos (diámetros) de 7,5 y 8,5 mm., ocupando sus biseles sólo entre 1/4 y 1/5 de la longitud total del instrumento (miden 36 y 34 mm. respectivamente): sobre las caras dorsal y ventral del primero de esos ejemplares se grabaron cortas marcas perpendiculares.

2 fragmentos pertenecen a otras tantas varillas de asta (Figs. 10.1 y 10.3), de sección plano-convexa (en dimensiones de anchura y espesor máximos de 11 X 8,5 y de 13 X 7,5 mm.). La de la figura 10.1 posee las habituales marcas oblicuas sobre su cara plana y motivos rectilíneos (de composición similar a los de algunas azagayas de sección cuadrangular de este mismo yacimiento) concentradas a uno y otro costado de su cara dorsal; en la otra varilla (Fig. 10.3) los motivos se agrupan del mismo modo, en ambos costados, y están formados por aspas grabadas con gran intensidad en anchos surcos (véase su detalle en la Fig. 1 5 derecha).

En la fig. 11.6 se dibuja una pieza intermediaria para azagayas, en asta, de sección circular con biseles simples contrapuestos en sus extremos; mediría completa 63 mm. de largo (en su máximo grosor tiene 8 mm.) ocupando sus biseles 22 y 29.5 mm. Hay un tubo sobre diáfisis de hueso de ave (fig. 11.5): en ambos extremos conserva sendos surcos-hendiduras trasversales que se hicieron para dirigir su recorte por ahí (mide el objeto 32,8 mm. de largo y 5,2 x 4 de anchura/espesor). El único colgante del nivel es un canino perforado de ciervo (fig. 11.4) en el que debe retenerse la decoración, poco frecuente, que presenta en el plano de su corona, donde un cuidado grabado compone una figura cerrada ancha de perfil aflecado, como «pluma». Reseñaré, por fin, tres esquirlas de huesos con rayas grabadas acaso con intención decorativa, aunque no componen tema alguno reconocible.

177 Fig. 11.- El Juyo, 1979: industrias del nivel 6.

4. LOS HUESOS UTILIZADOS

Además de esos tipos instrumentales (la mayoría fabricados en asta de cérvido, algunos en hueso) se han identificado en la campaña de 1978 bastantes fragmentos (abrumadora- mente en hueso, muy pocos en asta) con diversas huellas (como rascados, melladuras, muescas, incisiones, recortes, surcos...) que evidencian una actuación humana sobre ellos. Son cerca de tres centenares.

178 Es lógico pensar que el fin de esa acción humana sobre los huesos no haya sido siempre el de elaborar (o, ni siquiera, el de preparar) un utensilio determinado: sino que, en muchos casos, tiene que relacionarse con el aprovechamiento del animal (carne, tendones, médula) al que pertenecían, y resultan así ser esas huellas señales residuales a su descuartizado, despiece, descarnado o fractura. Es éste un tema de creciente interés en los más recientes análisis de repertorios instrumentales del Paleolítico Superior occidental, del que empiezan a derivarse intentos bien estructurados hacia una precisa definición de sus diversos grupos «tipológicos».

4.1. CATÁLOGO DE EVIDENCIAS

NIVEL 4

74 fragmentos óseos ofrecen diversas señales de uso. 28 tienen rayas poco regulares, que en su mayoría se pudieron producir al descarnarse el soporte óseo (entre ellos se han identificado: 4 costillas, 2 vértebras, 2 omoplatos, 3 fémures, 1 metatarso y 1 metápodo vestigial... de ciervo), 3 metatarsos de ciervo ostentan marcas regulares por frotamiento de una de sus aristas, 1 fragmento de metatarso aparenta surcos de recorte, 12 trozos de asta han sido recortados longitudinalmente y en 1 fragmento proximal de metatarso de pequeño ungulado (¿corzo?) hay surcos profundos de extracción de esquirlas (¿para agujas?). 7 fragmentos de diáfisis de huesos largos (2 metacarpianos, 1 fémur, 1 tibia, y 1 metatarso de ciervo; 1 tibia de caballo (?); 1 inidentificable) ofrecen una muesca central inversa; mientras que en 16 se advierten diversos modos de retoques (9 distales, como de uso; 6 laterales, algunos con aspecto similar a los retoques sobre sílex: así el fragmento de tibia de ciervo con escotadura lateral retocada de la fig. 2.6). Un trozo de hueso largo fue conformado, en un extremo, por muescas alternas como punta de perforador.

NIVEL 5

Sólo proporcionó un trozo de costilla de ungulado (probablemente, ciervo joven) con elementales marcas cortas.

NIVEL 6

De los 162 fragmentos con algún tipo de huella de uso, la mitad pertenece a huesos largos y están marcados por trazos incisos irregulares: 3 de ellos (2 metatarsos y 1 extremo proximal de radio de ciervo) han sufrido recortes que supongo sirvieron para separar las masas musculares o los tendones; en otros 79 se aprecian zonas de raspados más superficiales —algunos de descarnado— (se pueden identifican 6 de cráneos, 4 de mandíbulas, 2 omoplatos, 9 de costillas, 2 de vértebras, 4 de húmeros, 11 de fémures, 1 de radio, 6 de tibias, 1 de ilion, 1 de metápodo, 4 de metatarsos, 2 de metacarpos... de ciervo; 1 fémur de ungulado pequeño; 1 de gran bóvido o de caballo;...). En 10 aristas de huesos se concentran marcas poco profundas, como de uso porfrotado (2 de mandíbulas, 2 de pelvis, 4 de metatarsos, 1 de metacarpo y 1 de costilla): 2 diáfisis de metatarso tienen huellas de desgaste; y en 1 fragmento de fémur, en 1 de tibia o de metatarso y en 1 inidentificable se significan acciones de recorte trasversal. Se evidencia la extracción de esquirlas y varillas en 13 ocasiones: 9 varillas de asta de ciervo, 2 grandes astas y 1 candil de ciervo con surcos profundos longitudinales y/o con huellas de cortes trasversales en sus bases, y 1 fragmento

179 de metatarso de corzo con surcos y «negativos» de la extracción. 26 diáfisis de huesos largos de ciervo (9 fémures, 6 tibias, 2 radios, 4 metacarpos, 1 metatarso, 4 inidentificables) se hendieron mediante un golpe central que dejó en ellos una muesca inversa. Varias zonas «retocadas» por levantamientos relativamente continuos se detectan en dos docenas de fragmentos óseos: de ellos se retendrán 1 de tibia de ciervo cuyo trabajo distal recuerda el retoque de un frente de raspador (fig. 3.4), 1 gran trozo de fémur de ciervo con borde denticulado y otro con retoque continuo directo. En diáfisis de 1 metatarso y en epífisis de 1 tibia, de ciervo ambas, se aprecian huellas de uso en la tecnología lítica como «compresores».

NIVEL 7

Dio 37 muestras de uso de esquirlas óseas: 21 son líneas incisas no regulares como de descarnado o raspado de las superficies, 1 fragmento de mandíbula de ciervo presenta varias muescas sobre una arista, 4 (1 fragmento de escápula, 1 de húmero, 1 de metatarso y 1 de metacarpo de ciervo) evidencian frotamientos intensos regulares sobre una de sus aristas, 1 trozo de fémur de ciervo ha sido hendido mediante un golpe central (muesca sobre su cara interna); 9 fragmentos distintos ofrecen algunos «retoques» (posiblemente todos de uso, por percusión o por presión sobre sus filos). 1 fragmento de diáfisis pudo haber sido utilizado como compresor.

NIVEL 8

En 6 fragmentos de diáfisis óseas se muestran señales de uso o aprovechamiento (rayas, muescas, «retoques» por machacado). 1 varilla de asta recortada y 1 candil de asta de ciervo con huellas de corte en su base testimonian el empleo de esas materias en la tecnología ósea contemporánea.

NIVEL 9

1 diáfasis ósea presenta una mínima muesca, por percusión. De la campaña de 1 979 proceden varios fragmentos de asta de cérvido (probablemente Cervus elaphus) que evidencian diversos estadios del proceso de recorte del trozo originario, de extracción de varillas y astillas, y del comienzo de su transformación (por recorte y por pulimento/abrasión) en utensilios: 1 varilla se recogió en el nivel 3, 4 en el nivel 4 (2 varillas recortadas; 1 empezada a afilar, en la fig. 8.14; 1 trozo de asta con surcos, en la fig. 9.5), y 2 varillas en el nivel 6.

4.2. CLASIFICACION MORFOLÓGICA E INTERPRETACIÓN TECNO-FUNCIONAL

Recientemente he estudiado el conjunto de material óseo no elaborado (es decir, aquellos fragmentos con huellas de una acción humana que no llega a transformarlos en los útiles clásicos) de nuestra excavación de 1974 en la cueva del Rascaño (González Echegaray- Barandiarán 1981: 138-164), aportando diversos paralelos de interés que pueden ser referidos con facilidad a esta colección del Juyo. Del catálogo del Juyo se desprende la posibilidad de establecer hasta siete modos diversos (grupos) de huellas, diferenciables tanto por la entidad técnica de la propia huella (su conformación y sus dimensiones o extensión),

180 como por su situación y dirección y por la categoría del soporte sobre el que se dan. Serían los siguientes:

1. rayas y marcas no regulares, no profundas, sobre superficies planas. En varias se puede pensar que hayan sido producidas por acciones de rascadura y descarnado. En el conjunto de la secuencia del Rascaño se apreciaron unos 350 fragmentos (de los que algo más de medio centenar pertenecen al depósito del Magdaleniense III) que definí como «huellas... de descarnado o de limpieza del hueso... bastante someras que aparecen agrupadas en series apretadas como producidas por algún frente de raspador ancho relativamente denticulado...» (González Echegaray-Barandiarán 1981:157): se deoe anotar, además, que mientras los huesos planos (costillas, escápulas, maxilares,...) las portan por su cara externa o interna ¡distintamente —o en ambas a la vez—, los cilindricos (diáfisis y epífisis de huesos largos: fémures, metápodos,...) tienden a concentrarlos sólo sobre la externa. 2. cortes profundos y cortos reiterados, normalmente perpendiculares al eje del soporte óseo: quizá para desarticular conexiones óseas o para desprender tendones y masas musculares; aparecen sobre todo en las zonas extremas de radios, fémures, o en ramas ascendentes de mandíbulas. 3. series de marcas sobre aristas óseas, en secuencias paralelas no profundas, como producidas por desgaste tras frotamiento reiterado: en El Juyo se han controlado preferentemente sobre metatarsos, aunque las hay también en metacarpos, mandíbulas, pelvis y costillas, todos de ciervo. Este tipo de señal se corresponde muy bien con la que ha sido cuidadosamente definida e identificada porS. Corchon (1981), sobre todo en los niveles de la asturiana cueva de Las Caldas, producida fundamentalmente sobre metápodos (diáfisis de metatarsos) de ciervos, por frotamiento. 4. muescas, por percusión perpendicular, en zonas centrales de huesos largos. Del control de las 34 evidencias recogidas en El Juyo y de otras 23 que pude estudiar en el conjunto de niveles del Rascaño se debe deducirque normalmente aparecen esas muescas sobre huesos de extremidades (fémures, tibias, radios, metatarsos y metacarpos) del ciervo, con aspecto de una muesca muy limpia producida seguramente mediante percusión violenta impactada sobre la cara externa del hueso, con el fin de causar su hendidura a lo largo en dos mitades: así se origina lo que, en lenguaje de tipología de la piedra tallada, se denominaría una muesca simple inversa. 5. levantamientos, como retoques contiguos, sobre bordes y zonas distales de fragmentos de hueso. En algunos casos se puede pensar que sean el res1 !*ado de un uso prolongado que va desescamando el filo natural del hueso roto, en mito que en otras ocasiones la regularidad del «retoque» (en cuanto a intensidad, dirección, profundidad y continuidad de los levantamientos) se explicaría sólo como un intento de repetir sobre soportes óseos los modelos ya conocidos en tipología lítica (como «denticulados», como raspadores —así en la Fig. 3.4—, como escotaduras o «muescas retocadas»— en la fig. 2.6—, o como perforadores) o hasta de producir una tipología específica ósea a través de técnicas de retoque. A este rv'-oecto, en la memoria del Rascaño (González Echegaray y Barandiarán 1981:158-162) se aportaba una clasificación concreta de diversas modalidades de esos retoques continuos en «laterales» (la mayoría son «inversos totales»: rectilíneos o denti• culados) y «trasversales» o distales (los más en un solo extremo de la diáfisis ósea, con predominio de los directos simples sobre los bifaciales). De una detenida consideración de la disposición y técnicas de retoque, así como de la tipometría

181 (muy constante) de los huesos-soporte se intentó deducir para algunos de los casos de retoques trasversales o distales (así, por ejemplo, el del Juyo dibujado en la fig. 3.4) una intención tipológica que consiguió una forma de frente activo muy adecuada a un fin específico: quizá el de «compresor distal» para el retoque del instrumental lítico. 6. huellas cortas, por presión o machacado, acumuladas en zonas centrales de los extremos de fragmentos planos de huesos: el modelo se corresponde —en los tres casos apreciados en El Juyo— con el bien conocido de los compresores/retocadores de hueso de larga tradición desde el Paleolítico Medio, en alternancia con los también frecuentes sobre cantos rodados aplanados. 7. hendiduras y cortes profundos longitudinales: aparecen sobre todo en astas y su finalidad reconocida es la de producir el desprendimiento de varillas y esquirlas largas que, posteriormente, se transformarían en instrumentos especializados. Se encuentran en El Juyo —como sucede en la mayor parte de las estaciones conocidas del Sudoeste de Europa donde se haya trabajado en asta de cérvido— tanto los cilindros de cuerno originarios con las estrías/hendiduras de extracción (así en el dibujado en la fig. 9.5) como las astillas/varillas desprendidas. Más raro es (lógicamente, por la escasez de tipos instrumentales sobre hueso) el hallazgo de diáfasis de huesos gruesos con ese tipo de cortes de hendidura: en un solo caso del Juyo, procedente del nivel 4 (se trata de un trozo de metatarso quizá de corzo), se aprecian esas incisiones y surcos de extracción, probablemente para fabricaragujas.

5. VALORACIÓN DE LAS INDUSTRIAS ÓSEAS DEL JUYO

5.1. INTRODUCCIÓN

Los efectivos de industrias óseas recogidos en las campañas de 1978 y 1979 en El Juyo no son, ciertamente, muy abundantes: 243 evidencias (162 del nivel 4, 58 del 6, 18 del 7, 3 del 8, y casos individuales de los niveles 3 y 5) de las que habría quizá que separar los 37 «colgantes» (moluscos o dientes acondicionados elementalmente por una simple perforación) que pueden disturbar el cómputo proporcional del resto de industrias óseas, de las más elaboradas. Las evidencias recogidas están muy fragmentadas: la cuenta de los fragmentos no puede aproximarnos con exactitud al control de las proporciones de los objetos completos iniciales y, además, faltan trozos decisivos en información de aspectos diferenciales importantes (variedades de bases, secciones...). Puesto que así como en la colección ahora estudiada de 1978-79 son más escasas las piezas completas que las fragmentarias, sucediendo lo contrario en la procedente de las campañas de 1955-56, hemos pensado que pueda ello deberse a que ahora se haya producido una recogida más minuciosa, pretendidamente exhaustiva, del total de los testimonios depositados en los niveles de la cueva. Un cuadro general recapitulativo indicando los efectivos individualizados por tipos genéricos de instrumentos óseos, por niveles, y con sus porcentajes de representación, permitirá una adecuada valoración de conjunto de este repertorio instrumental, dándonos base para algunas consideraciones de detalle:

182 GRUPOS TIPOLÓGICOS NIVELES

3 4 5 6 7 8 TOTALES

Azagaya, sección cuadrada 32 3 2 1 38 15,63 Azagaya, sección circular 1 26 10 4 41 16,87 Azagaya, sección ovalada 2 1 6 1 10 4.11 Azagaya, sección triangular 9 1 1 11 4,52 Azagaya, sección indeterminable 17 4 1 22 9.05 (Total de azagayas) (1) (86) 53,08 (1) (20) 34,48 (12) 66,66 (2) (122) (50,20) Varilla 9 5,55 2 3,44 11 4,52 Pieza intermediaria 2 3,44 1 3 1,23 Punta en extremo de hueso 2 1,23 5 8,62 7 2,88 Espátula / alisador 2 1,23 2 3.44 1 5,55 5 2,05 Bramadera 1 0,61 1 0,41 Pieza alisada 1 0,61 1 5,55 2 0,82 Cuña 1 1,72 1 0,41 Aguja 23 14,19 8 13.79 31 12,75 Tubo 3 1.85 3 5,17 6 2,46 Huesos con marcas 8 4,93 8 13.79 1 5,55 17 6,99 Concha perforada 21 5 26 10,69 Diente perforado 6 2 3 11 4,52 (Total colgantes) (27) 16.66 (7) 12,06 (3) 16,66 (37) (15,22)

TOTALES 1 162 1 58 18 3 243

A pesar de la relativa exigüidad de la colección, se pueden señalar en los tres niveles mejor representados (los 4, 6 y 7) algunas llamativas constantes: 1. ° la alta proporción de las azagayas que suponen la mitad del efectivo óseo en estas excavaciones (con porcentajes particulares del 53,08 de lo hallado en el nivel 4, el 34,48 en el 6, y el 66,66 en el 7). 2. ° el abultado capítulo, un tanto especial, que representan los colgantes (conchas o dientes perforados, con un 15,22 % del efectivo total), y la más llamativa aún elevada presencia de agujas de hueso (un 12,75%). 3. ° la presencia en varios niveles de la secuencia del Juyo de diversos tipos aplanados («alisadores», «espátulas»...) (son 3 en el nivel 4, 2 en el 6 y 2 en el 7 y de fragmentación de diáfisis de huesos de ave («tubos») decorados con finas líneas perpendiculares (en los niveles 4 y 6).

5.2. LOS GRUPOS TIPOLÓGICOS PARTICULARES

5.2.1. Las azagayas y las varillas de asta

Se suele pensar que, de modo habitual, tanto las tipologías generales como las descripciones de colecciones particulares de industrias óseas del Paleolítico Superior europeo occidental distinguen con seguridad las azagayas (y/o los punzones) de las varillas: pues se diferenciarían bien uno y otro grupo tipológico por la presencia de rasgos específicos de carácter formal y tipométrico, de decoraciones y hasta de presunciones funcionales. De hecho, lo que en un plano de especulación teórica no ofrecería mayor dificultad, resulta de imposible resolución ante determinadas colecciones, bien por su fragmentaria conservación o porque bastantes caracteres de los ejemplares presentes ocupan exactamente las «áreas» intermedias entre lo que se considera típico de una o de otra «familia» tipológica. No vale la pena explicitar, con ejemplos (que se hallarán sin dificultades en una somera revisión de la bibliografía sobre las estaciones del litoral cantábrico entre el Solutrense avanzado y el Magdaleniense Medio), estas inseguridades de definición: especialmente fuertes en los casos de azagayas/varillas de sección cuadrangular.

183 En una reflexión teórica sobre el tema, parece eficaz para resolver el dilema (al menos, en una parte sustanciosa) estudiar conjuntamente esas series difíciles desde una cuádruple perspectiva analítica:

a) sus dimensiones mayores (a nivel de dimensiones absolutas de longitud, anchura y espesor, y a nivel de índices longitud/anchura o espesor máximos) que nos llevarían a separar las de mayor entidad tipométrica (varillas) de las restantes (azagayas): control imposible de extremarse dada la extrema fragmentación de las evidencias. b) Su índice de aplanamiento (espesor/anchura), que permitiría distinguir el conjunto de piezas de sección «más bien» cuadrada (azagayas) de las que la tienen «más bien» rectangular (varillas). c) la presencia o no de series de estrías oblicuas sobre las caras internas o inferiores de las piezas: pues es más normal que las supuestas varillas posean esas caras «planas» estriadas a todo lo largo, mientras que en las azagayas (salvo en aquellas de bisel central, en que el estriado se extiende por él) tales marcas oblicuas se centran en sus planos de bisel básales. d) sus temas «decorativos», acaso diferentes.

Para un análisis tipométrico de azagayas y varillas en El Juyo se han controlado las dimensiones de longitud, anchura y espesor en 55 casos (19 de los niveles 6 y 7, y 36 del nivel 4): no muchos ciertamente, por la aludida fragmentación de las evidencias, dificultad que es especialmente grave porque los menos abundantes entre esos fragmentos son los correspondientes a las partes mediales de las piezas (aquellas en que se dan, obviamente, la anchura y espesor máximos del utensilio y, a la vez, su sección dominante). Los 55 casos ahora aducidos son aquellos cuya restitución dimensional me parece asequible y más segura.

—Longitud. El espectro de longitudes máximas en piezas completas o restituibles (un total de 20 casos) se desarrolla entre los 42 y los 160 mm.: en ambos casos extremos se trata de azagayas de sección circular. La longitud media (donde se incluyen las dos terceras partes del efectivo medido) va de los 80 a los 120 mm. En un siempre discutible intento de establecer alguna relación entre longitud del instrumento y sección trasversal del mismo se debe señalar que, como media, las azagayas de sección cuadrangular son más largas que las de sección triangular o circular; y que, de otra parte, las de sección circular ofrecen la máxima gama de variación en las longitudes, aunque este aspecto puede depender de su morfología diferencial propia (por lo general, son cortas las azagayas finas biapuntadas, y largas las de base en bisel simple).

—Grosor y sección trasversal. Parece interesante estudiar conjuntamente los caracteres de grosor (índice de aplanamiento: proporción espesor/anchura) y de sección trasversal dominante del instrumento (cuadrada, rectangular, circular, triangular,...). Para ello se han preparado un par de gráficos combinatorios de ambos caracteres (figs. 12 y 13), inspirados en los que emplea recientemente M. F. Hemingway (1980:199... y figs. 7.1 y 7.2), aunque introduciendo algunas innovaciones. De una parte, se incluyen ahora las secciones redondeadas y las cuadrangulares; de otra, intento emplear más adecuadamente los conceptos de anchura y espesor que exigen (no como hace Hemingway 1980:199, al atribuir la anchura a la mayor de las dos dimensiones trasversales de la sección, y el espesor a la menor) una previa orientación morfológica del instrumento. Sólo con esta orientación se podrán definir sus caras ventral y dorsal (presentándose por lo común en la ventral, o interna, el bisel y, en los casos de varillas, la cara plana estriada, y es donde además se suele conservar parte del tejido esponjoso interno del asta; y en la dorsal, que se corresponde con la parte externa del asta, las eventuales decoraciones más elaboradas) y, de rechazo, la anchura del instrumento (esto es, su dimensión trasversa) y el espesor (su dimensión perpendicular).

184 Fig. 12- Azagayas y vasillos de asta: carta de distri• bución tipométrica en lo referente a dimensiones de espesor (eje vertical y anchura (eje horizontal), expre• sadas en milímetros. Se indican con un círculo en blanco las procedentes del nivel 4, y con un círculo negro, las de los niveles 6 y 7.

En los gráficos adjuntos, pues, de las figs. 12 y 13 se intenta expresar dicha consideración de caracteres combinados: en la fig. 12 se distinguen las piezas encontradas en el nivel 4 (círculos en blanco) de las procedentes de los niveles 6 y 7 (círculos negros); en la fig. 13 se individualizan los tipos de sección al margen de su procedencia estratigráfica. En un sencillo cálculo sobre la dimensión mayor de la sección de las piezas (anchura o espesor) se llega a una primera distinción elemental entre instrumentos finos y gruesos: caracteres que suelen ir frecuentemente, aunque no siempre, en relación con los de su longitud máxima, es decir con los que llamaríamos pequeños o grandes. Mayor precisión podría obtenerse —y en ese sentido se ha preparado el gráfico de la fig. 13— estableciendo cuatro categorías de dimensiones máximas de las secciones: con lo que resultan las que llamaríamos piezas finas, medianas, gruesas y muy gruesas, según que la mayor de sus dimensiones seccionales (sea espesor o anchura) se incluya, respectivamente, entre los

Fig. 13. - Carta de distribución tipométrica de azagayas o varillas de asta del Juyo, con los mismos criterios que en la figura anterior. Ahora se distinguen con distintos signos gráficos los tipos de secciones trasversas: circu• lar, rectangular alta o vertical (cuyo espesor sea mayor que su anchura), rectangular (cuyo espesor es menor que su anchura), ovalada y planoconvexa (o semicilín- drica). Sobre el fondo de la gráfica se de/imitan, mediante líneas rectas, cuatro áreas de dispersión para distinguir las piezas finas (cuya dimensión mayor de espesor o de anchura no pasa de los 4,0 mm.), las medianas (de 4,1 a 7,0 mm.), las gruesas (de 7,1 a 10 mm.) y las muy gruesas (de 10,1 en adelante).

185 límites de los 0 a los 4,0 milímetros, de los 4,1 a los 7,0, de los 7,1 a los 10,0, o sea superiora los 10,1. De la observación de la citada gráfica se pueden concluir algunas apreciaciones concretas: — todas las piezas finas son de sección circular. La duda de que algunos de los fragmentos aquí considerados pudiera serlo de alguna «aguja», y no de «azagaya», se resuelve si se aprecia la materia en que fueron elaboradas (al parecer, siempre el hueso en el caso de las agujas, y el asta en el de las azagayas). — las piezas de secciones aplanadas (rectangulares, planoconvexas, ovaladas) se distribuyen casi exclusivamente en la categoría de las gruesas y de modo absoluto en la de las muy gruesas. — las piezas de sección circular se agrupan, en su mayoría, entre las de dimensiones medianas, aunque haya (como ya se señaló) unas cuantas finas y, algunas menos, gruesas. — en cuanto a los escasos efectivos del resto de los tipos de secciones (cuadradas, triangulares y rectangulares «verticales» —es decir, cuya máxima medida es el espesor sobre la anchura—) se aprecia que se reparten, sin tendencias significativas, entre las medianas y las gruesas. En el análisis más elemental desarrollado en la gráfica de la fig. 12 (en la que, al igual que en la de la 1 3, se han marcado mediante líneas radiales las áreas ocupadas por las piezas de secciones más compactas —cuyo índice de aplanamiento ronda el 1 /1 — y las de secciones aplanadas —con índices 1/1,4 1/1,6...—) se comparan los efectivos del nivel 4 con los recogidos en los niveles inferiores: ninguna diferencia sensible se aprecia entre unos y otros. En un intento complementario por decidir cuál pueda ser la línea de separación objetiva, a nivel tipométrico, entre azagayas y varillas he expresado en el conjunto de bloques acumulativos de la fig. 14 las respectivas proporciones de cada uno de los grupos de índices de aplanamiento (espesor/anchura).

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14/ 1.2/ 1/ 1/ 1/ '/ 1/„ 7\ 7\ A A.2 AA AS .1.8

Fig. 14. • Azagayas y vasillas del Juyo; bloques acumulativos de sus Índices de aplazamiento (espesor/anchura).

Se observa aquí que junto a un grupo muy destacado de piezas de secciones más compactas (exactamente cuadradas o circulares: cuyo espesor y anchura son prácticamente similares) existen otras de secciones aplanadas (desde las mínimamente aplanadas —con índices del 1/1.2 o del 1.2/1—, a las francamente planas —con índices del 1/1.6, 1/1.8,...—). De forma tradicional, las piezas de sección compacta y las mínimamente aplanadas suelen ser referidas al grupo morfológico genérico de las azagayas, en tanto que esas otras piezas muy aplanadas se atribuyen más comúnmente al grupo de las varillas. De hecho, hay que reconocer, ante la evidente mínima gradación de los índices de

186 aplanamiento sucesivos de todas las piezas aplanadas, que no resulta posible decidir con ninguna seguridad el límite preciso que separe el aplanamiento máximo «tolerado» a una azagaya y el mínimo a partir del cual puede comenzar a hablarse de varillas. Dejando de lado las piezas más aplanadas (emendónos, pues, a la consideración de las azagayas en sentido más estricto), aparecen así representadas, en sus porcentajes, en la muestra estudiada.

NIVEL 4 NIVEL 6 NIVEL 7 de sección cuadrada 46,37 15,00 25,00 de sección circular 37,68 50,00 50,00 de sección ovalada 2,89 30,00 12,50 de sección triangular 13,04 5,00 12,50

Se debe señalar aquí una cierta diferencia —no grande— entre las azagayas de la parte baja del Magdaleniense III del Juyo, donde se aprecia una fuerte presencia de azagayas de secciones redondeadas (casi la mitad, de sección circular; una cuarta parte, de sección ovalada) —suponiendo los tres cuartos del efectivo de azagayas recogidas en los niveles 6 y 7—, frente a sólo un 1 7,85 % de sección cuadrada; en tanto que en el nivel 4 se invierte la proporción con casi la mitad de azagayas de sección cuadrada (46,37 %) y poco más de un tercio de las de secciones redondeadas. — Conformación de las bases. Se distinguen en la colección estudiada del Juyo los siguientes tipos de acondicionamiento de bases y preparación de los instrumentos para su mejor sujeción: — bases en bisel simple. En sólo nueve ejemplares se pudo analizar la proporción de la longitud propia del bisel con respecto a la longitud total del instrumento entero: en ese exiguo repertorio se dan todas las proporciones de biseles, desde los pequeños (los que ocupan menos de 1/4 de la pieza: en dos casos, ambos de azagayas de sección circular) hasta los muy grandes (de más de 1/3 del instrumento: en cuatro casos, todos de azagayas o varillas de secciones cuadrangulares). — bases apuntadas (o «azagayas biapuntadas»): que aparecen, por lo común, en azagayas de sección circular bastante o muy finas (con diámetros de 5 a 6 mm.). En una apreciación más detenida del tipo se debe señalar que estas piezas biapuntadas se curvan un poquito en sentido longitudinal ofreciendo por la cara externa de la curvatura la zona interna —esponjosa— del asta, y por la interna de la curvatura el córtex, más liso, del asta. — bisel central: resulta relativamente abundante, dándose dicho aplanamiento central (acompañado de las habituales estrías oblicuas de los planos de bisel) sobre piezas robustas de secciones cuadradas y (menos) rectangulares. . — bases redondeadas (fig. 4.5) o acondicionadas mediante recortes trasversales (figs. 1.9 y 4.3): resultan excepcionales. — las bases en doble bisel no aparecen de hecho en El Juyo (salvo en un muy dudoso caso de fragmento de azagaya de sección cuadrada, del nivel 7): aunque puedan resultan biseles dobles cuando un bisel simple, se añade sobre un trozo de azagaya rota monobiselada, para acondicionarla de nuevo, por tanto resultando de una adición accidental (tal el caso de las piezas dibujadas en las figs. 1.1 y 6.5). — Marcas y decoraciones. Es común la presencia de temas decorativos sobre los cuerpos de azagayas y de varillas, tal como se habían descrito en las anteriores campañas de excavación de la cueva (Janssens y González Echegaray 1958:67...). De esas modalidades de decoración, tal como las vemos ahora en la nueva colección, se puede afirmar: 1, que se dan sobre todo en las piezas de secciones cuadrangulares; 2, que no componen temas realistas,

187 Fig. 15. - Detalles de las decoraciones sobre los costados de una azagaya del nivel 4 (izquierda) y de una vasilla del nivel 6 (derecha). Muy ampliados.

188 sino estructuras rectilíneas que se combinan en conjuntos algo complejos (trazos longitudinales mayores a los que se cruzan o en los que confluyen otros más cortos, por ejemplo); y 3, que tienen tendencia a reiterarse, por pares, sobre sendos costados contiguos en torno a una arista del cuerpo del instrumento (veáse fig. 15). Por otra parte, como ya se ha señalado, son normales las líneas oblicuas sobre los biseles (tanto centrales como proximales) de azagayas y de varillas y, en el caso de algunas varillas (aplanadas y planoconvexas), a lo largo de toda su cara inferior.

5.2.2. Las piezas intermedias

Son tres las piezas intermediarias para azagayas, tipo realmente excepcional en los repertorios de industrias óseas de la Cornisa Cantábrica, halladas en el Juyo: dos proceden del nivel 6 (figs. 2.3 y 11.6) y una del 8 (fig. 4.6). Las tres son de sección circular, con dimensiones relativamente similares (longitud, 97, 63 y unos 76 mm.; diámetros de 8 mm.; midiendo sus biseles entre 23 y 38 mm. de longitud) y la misma tipología: con biseles simples alternos, o contrapuestos, en sus extremos. Los ejemplares del Juyo encajan perfectamente en la morfología concreta del tipo tal como quedó definido por R. de Saint-Périer a partir de las buenas colecciones del Magdaleniense de la Gran Sala de Isturitz, como «pieza tallada en bisel inverso en cada una de sus extremidades, que debiera servir como intermediaria entre el vastago y la azagaya..., quizá como punzones o azagayas muy cortas..» (Saint-Périer 1936:56). Sobre esta última anotación se debe recordar que en los niveles del Juyo las azagayas encontradas de sección circular y de base monobiselada (aquéllas que serían en teoría las más aptas para su enmangue a esas piezas intermediarias) no son precisamente «muy cortas», sino de dimensiones medianas o algo grandes.

5.2.3. Las bramaderas

De especial interés es la placa de hueso recortada y pulida en planta fusiforme, a la que se ha solido atribuir una discutible función como «zumbador» o «bramadera», encontrada en el nivel 4 (fig. 16 izquierda). Según los otros escasos ejemplares reunidos en el Paleolítico Superior cantábrico (Barandiarán 1 971: passim) el tipo aparece a lo largo del Tardiglaciar: 1 fragmento en el Solutrense Avanzado de Altamira, 1 fragmento del Magdaleniense Medio en La Paloma, 1 ejemplar decorado con una escena compleja en el Magdaleniense Final del Pendo, y 3 ejemplares (uno completo, dos fragmentos) del Magdaleniense Superiory Final de Aitzbitarte.

5.2.4. Las agujas de hueso

Son evidencias (por lo común fragmentarias) que suponen, con sus 31 ejemplares posibles, el 12,75% del total de utensilios hallados en el Juyo, concentrándose en sus niveles 4 (23) y 6 (8 ejemplares). Su diámetro medio anda en torno a los 3,5 mm.; de las agujas completas, la más larga casi llega a los 120 mm. de longitud.

5.2.5. Los tubos recortados

Fragmentos de diáfisis de huesos de ave, recortados en forma de tubos (3 del nivel 4, 3 del 6, y 1 del 7: figs. 1.6,1.7,1.8, 2.7, 2.8 y 11.5), suelen tener marcas cortas en disposición transversal al eje de la pieza, a intervalos regulares. En ninguno de ellos se aprecian las

189 Fig. 16. • Nivel 4: fragmento distal de bramadera de hueso (izquierda) y azagaya de base en bisel simple a partir de un fragmento (probablemente de vasilla de cara plana estriada con lineas oblicuas) anterior. Muy ampliados.

190 manchas de colorantes, en ocre, que se han solido indicar en algunos ejemplares recogidos en Dordoña. De la misma categoría que éstos del Juyo es el tubo encontrado en el nivel 4b (Magdaleniense III) del Rascaño, con cuidadas series de marcas perpendiculares sobre sus tres caras (González Echegaray y Barandiarán 1981: fig. 48.1).

5.2.6. Las piezas perforadas, como colgantes

Representan, por fin, otro abultado capítulo en este repertorio instrumental (con 37 ejemplares, que suponene el 15,22% del conjunto estudiado). Desde una perspectiva tipológica y tecnológica puede uno cuestionarse ciertamente la licitud de agrupar estas evidencias que mantienen casi íntegramente su forma natural con el resto de industrias óseas, sometidas a un profundo proceso de transformación; y en este sentido no me parece inadecuada la actitud de quienes (como, por ejemplo, L Mons en 1981) tienden, últimamente, a estudiar por separado los «útiles trabajados» y los «elementos de adorno». Los colgantes del Juyo aparecen fundamentalmente en los dos niveles más representa• tivos en las dos campañas de 1978 y 1979, el 4 y el 6. Las once piezas dentarias dotadas de perforación provienen en su mayoría de ciervo (4 incisivos, 4 caninos), dándose además otros ejemplares sobre sendos incisivos de caballo, de cabra y de corzo. En cuanto a las veintiséis conchas perforadas, son todas de especies marinas, por lo común de pequeño tamaño: la mitad de ese repertorio son Littorina obtusata (cuyo orificio de perforación se produjo mediante abrasión de su vuelta ventral, y no por perforación del dorso), identificándose también 4 Trivia europaea, y siendo de dudosa clasificación, por lo fragmentario, el resto de los ejemplares (acaso 3 Littorina littorea, 2 Patella, ...).

5.3. LAS ACTIVIDADES INDUSTRIALES DE LO ÓSEO EN LA OCUPACIÓN DEL JUYO

Del examen del repertorio de instrumentos y de residuos óseos recogidos en estas campañas de excavación se puede deducir que los ocupantes magdalenienses de la cueva trabajaron aquí mismo completamente, o rehicieron algunas piezas fracturadas, en bastantes casos del instrumental tanto óseo (especialmente agujas) como en asta de ciervo. Hay evidencias referibles tanto a aquellas técnicas sobre hueso (un fragmento de metatarsiano de pequeño ungulado con huellas de extracción de agujas, en el Nivel 4; otro de metatarSo de corzo con «negativos» de la obtención de esquirlas, en el 6) como, sobre todo, a las del trabajo en astas de cérvido. Las «varillas», o esquirlas longitudinales regulares, de astas recortadas son constantes en toda la secuencia del Juyo (en 1 978 se identificaron 10 en el nivel 4, 9 en el 6, 1 en el 8; en 1979, 2 en el nivel 6, así como los fragmentos mayores de astas y candiles con marcas de recortes en sus bases y con fuertes estrías de extracción (1 en el nivel 4, 2 astas casi completas y 1 candil en el 6, 1 candil en el 8...). Véanse, en este sentido, los dibujos de un candil de ciervo con surcos de recorte y una «varilla» de asta comenzada a afilar por desbaste distal, del nivel 4 (figs. 9.5 y 8.14). Un incisivo de caballo del nivel 4 fue abandonado sin acabársele su perforación de suspensión [fig. 17), que había sido comenzada por ambas caras mediante profundos surcos de buril. De otro lado, en un par de azagayas o varillas de sección cuadrangular del mismo nivel 4 se aprecia que, una vez rotas por sus bases, fueron reacondicionadas mediante la adición ahí de biseles (figs. 5.5 y 6.5): véase un detalle ampliado de aquélla en la fig. 16, derecha.

191 5.4. CALIFICACIÓN CULTURAL DE LAS INDUSTRIAS MAGDALENIENSES DEL JUYO

Conocida es la dificultad que se encuentra en la adaptación analógica de cualquier repertorio industrial medianamente representativo del Magdaleniense cantábrico al modelo teórico establecido hace ya casi tres cuartos de siglo por H. Breuil sobre el Magdaleniense de Dordoña. Sucesivas aportaciones concretas de quienes han trabajado directamente sobre yacimientos y colecciones de las provincias del litoral cantábrico (a partir de las iniciales elaboraciones genéricas de H. Obermaier y del Conde de la Vega del Sella, en la segunda década de este siglo y, sobre todo, las de F. Jordá por los años 50) permiten perfilar hoy con más seguridad los rasgos propios de este Magdaleniense territorial.

Fig. 17.- Nivel 4; incisivo de caballo con inicio de perforación por ambas caras de su raíz. Muy ampliado.

192 Un examen particular de las piezas óseas que para H. Breuil eran «características» de los diversos niveles o estadios del Magdaleniense (véase su última formulación escrita en H. Breuil 1954: 61-62) muestra: 1, que algunos de los «fósiles directores» señalados en Dordoña no aparecen entre nosotros o nunca o no con esa abundancia; 2, que aquí, al contrario, se dan elementos culturales (por ejemplo, la significativa cantidad de azagayas/va• rillas de sección cuadrangular de nuestro Magdaleniense III) que no son aludidos en el modelo de H. Breuil; y 3, que algunos elementos que allí aparecen como propios de una etapa cualquiera del Magdaleniense pueden perdurar (y hasta aparecer, desfasados, antes) en nuestros estadios regionales. No es lugar éste de descender a detalles mayores sobre esas dificultades; la más reciente revisión de la problemática concreta del Magdaleniense Inferior (III) cantábrico, por P. Utrilla (1981:272-279) las aborda y estructura ordenadamente. La información sedimentológica y palinológica, de fechaciones por C14 y de tipología lítica de los niveles estudiados del Juyo perfilan su calificación en el Magdaleniense III regional. Su repertorio de industrias óseas responde de lleno a la caracterización que se ha dado a esta etapa en buen número de estaciones de la mitad occidental de la Cornisa Cantábrica (así en el nivel 4 del Rascaño, en la parte superior de la estratigrafía de Altamira, en el nivel D del Cueto de la Mina,...) dentro precisamente de la bien definida como facies tipo Juyo del Magdaleniense Inferior cantábrico por P. Utrilla (en González Echegaray y Barandiarán 1981:174-183, 186-187).

5.5. INDUSTRIAS OSEAS ASOCIADAS A LAS ESTRUCTURAS ARTIFICIALES DEL NIVEL 4 DEL JUYO

En la campaña de excavación de 1 979 se apreció la existencia en el seno del nivel 4 de diversas alteraciones del contenido y disposición «normales» en el resto del depósito estratigráfico del Juyo: como piedras de dimensiones y forma no comunes, pozos y rampas, y depósitos de tierras no habituales. Al margen de la interpretación de aquellas estructuras de uso localizado o específico, resulta interesante comprobar la existencia o no de diferencias apreciab'es en los ajuares menores que se recogieron en relación con («dentro de») o al margen de («fuera de») aquellas estructuras. Para ello he separado del conjunto de evidencias de industrias óseas del Nivel 4 aquéllas que, conforme a las indicaciones de referencia, procedían de la zona de las estructuras («pozo», «santuario», «rampa»,...). Así sobre 163 testimonios (todos del nivel 4, más 1 del 5) las dos terceras partes (109) procederían de fuera y 54 de dentro de la zona de depósito especial. En cuanto a los grupos tipológicos de mayor representación, he apreciado los porcentajes que suponen cada uno de ellos con referencia al efectivo total de industrias óseas, respectivamente, en cada caso, a lo encontrado fuera y dentro de las estructuras: 52,29 y 55,5 % en el caso de las azagayas, 18,34 y 12,96 en el de los colgantes en conchas y dientes, 1 3,76 y 14,81 en el de las agujas, y 5,50 y 5,55 en el de las varillas. Es decirque en lo que respecta a estas cuatro categorías que, acumuladas, representan la mayoría abrumadora de lo hallado en industria ósea en el nivel 4 (el 90,50 % de lo recogido fuera de las estructuras, el 88,87 % de lo recogido dentro), no se observa la menor diferencia cuantitativa entre las series halladas en una o en otra situación. En una consideración más concieta sobre los tipos excepcionales, y sobre las formas, secciones y decoraciones de los más habituales, se pueden señalar ciertas diferencias entre lo aparecido fuera o dentro de aquellas estructuras pero resultan siempre mínimas y pueden quedar justificadas —por lo escaso de esos efectivos— en el valor bastante aleatorio de la muestra controlada. Tal ocurre, en particular, con tipos excepcionales que sólo aparecen fuera (tres tubos de hueso) o dentro (una bramadera de hueso), con las proporciones internas del grupo de los colgantes (con cierto predominio relativo de los de concha sobre los en diente fuera de las estructuras, en tanto que dentro de ellas están presentes los dos modos en

193 proporción equilibrada), o con ciertas diferencias en las secciones de las azagayas (que, fuera y dentro de las estructuras suponen: las de sección cuadrada el 50,00 y el 40,00 %, las de circular el 32,5 y el 43,3, las de aplanada el 0 y el 9,99, y las de triangular el 17,5 y el 6,66, respectivamente). En cuanto a otros caracteres del grupo de las azagayas (las decoraciones y su forma general en cuanto a tipometría y a conformación de sus bases) se aprecia una total similitud entre uno y otro conjunto. De todo ello se puede deducir la adecuada semejanza tanto cuantitativa como cualitativa de los ajuares óseos del nivel 4 estén incluidos o no en las estructuras específicas que se identificaron en 1979. Como una observación complementaria se puede señalar que quienes dispusieron y utilizaron los citados acondicionamientos del nivel 4, en el momento de depositar en ellos sus ajuares óseos no debieron estar preocupados por seleccionar entre aquellos de que disponían algunos tipos especiales ni, tampoco, por colocar en el conjunto de estructuras que comprende «rampa», «pozo» y «santuario» sólo las piezas completas y acabadas. Sino que la presencia, en esas estructuras, de utensilios reacondicionados sobre fragmentos procedentes de piezas .otas anteriores (así, por ejemplo, los de las figs. 5.5 y 6.5), aún sin concluir (en el caso de los dibujados en las figs. 8.14, 9,6 y 10.5) o simplemente comenzados a elaborarlas «varillas» astillas de asta) concuerdan con el modelo de yacimiento normal de ocupación y taller donde se mezclan los productos terminados, con los rotos y con los restos de los procesos de elaboración, tal como ocurre en las zonas del nivel 4 no afectadas por aquellas estructuras y en los subyacentes niveles 6 y 7 de la misma cueva del Juyo.

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194 ANALISIS CUANTITATIVO DE LAS DISTRIBUCIONES EN LOS NIVELES 4 y 6

L G. FREEMAN

Institute for Prehistoric Investigations. Chicago. OBSERVACIONES PRELIMINARES

Desde el primer momento de nuestra investigación sobre El Juyo en 1978, la búsqueda de modelos de variación en los restos hallados y en su distribución por métodos estadísticos, constituyó una parte importante del instrumental de técnicas de investigación aplicadas. Los análisis estadísticos multivariados se llevaron a cabo sobre una base limitada, aún durante el curso de la excavación. Al terminar cada campaña de campo, se realizaron otros análisis cuantitativos mas acabados sobre todas las categorías de los materiales recogidos. Estos i análisis no se llevaron a cabo únicamente como forma de atender las distribuciones y asociaciones a posteriori. Nosotros utilizamos estadísticas multivariadas desde el principio como guía para dirigir el curso de las excavaciones. Según creemos, el proyecto de investigación de El Juyo es el único caso en España, quizá en Europa, de una investigación paleolítica en la que el planteamiento del desarrollo de la investigación haya sido completamente condicionado por los resultados de los análisis estadísticos llevados a cabo durante el curso de todas las etapas de la investigación. Durante la excavación, se realizaron análisis periódicos de covariación de diferentes datos, utilizando un calculador programable de tipo Texas Instruments SR-52, y programas originales para hacer pruebas «Kolmogorov-Smirnov», «pruebas Q», y de correlación por rangos, y otros programas preformulados para las pruebas «ji al cuadrado» y análisis de correlación/regressión. Utilizamos una variedad de medidas de distancia que incluyen la «tau» de Kendall, la «ro» de Pearson, la «distancia euclidiana» y la «delta K» de Kolmogorov/Smirnov, cuyo cálculo ha sido descrito por Freeman (1 980: 68-74), y la técnica de análisis de conjuntos «cadena ramificadora» descrita en la misma publicación y en Millery Kahn (1 962:295-299). Además, desde luego, hicimos mucho uso del instrumental standard de las técnicas de estadística descriptiva (cálculo de promedios, desviaciones standard, pruebas «F» y «t», análisis de variación) que ya son bien conocidas, por lo que no necesita i

197 ulterior comentario. Estas pruebas últimamente mencionadas fueron usadas primariamente para describir y comparar utensilios y colecciones de los diferentes niveles y áreas del yacimiento, mientras que las técnicas multivariadas fueron utilizadas para buscar modelos más complejos de variación entre los restos recogidos. Sin embargo, no insistimos en la distinción usual entre técnicas de descripción estadística y técnicas de inferencia estadística, puesto que según nuestra experiencia, ambas resultan necesarias y complementarias en los dos casos. También usamos incidentalmente las técnicas de programación lineal y un procedimiento desarrollado en el mundo de los negocios, llamado PERT. Estos últimos procedimientos fueron aplicados en situaciones en las que era esencial un juicio preciso y objetivo acerca de la organización de las operaciones, el orden de los procesos, y los costes operacionales de procedimientos alternativos. Las técnicas que tuvieron mayor impacto en el curso de la investigación fueron los métodos multivariados que sirvieron para detectar modelos a lo largo de la excavación y para guiar el trabajo a medida que éste progresaba. Una descripción de la mayoría de estos procedimientos en su aplicación diaria sería demasiado prolijo y de escaso interés para la mayoría de nuestros lectores. No obstante, si nos restringimos a las principales pruebas multivariadas usadas al término de cada campaña de campo, podemos dar una idea de la aplicación y utilidad de estas pruebas en el planteamiento de sucesivos trabajos de campo, y esperamos que ello será más interesante.

LA BÚSQUEDA DE MODELOS

La búsqueda de modelos de variación en restos arqueológicos es un tema tradicional de investigación y que cada vez interesa a más prehistoriadores. Ha habido mucha discusión sobre la naturaleza de los modelos arqueológicos y los métodos que sirven para reconocerlos. Nadie cuestiona seriamente el hecho de que existen esos modelos, al menos en ciertas ocupaciones; la discusión se centra mas bien en su detectación y significado. Puesto que la mayoría de las investigaciones recientes de arqueólogos y etnógrafos parece confundir cuestiones que son distintas desde un punto de vista analítico, tienen menos importancia en la tarea práctica de identificar modelos en contextos arqueológicos que lo que cabría esperar. En los residuos arqueológicos, los modelos culturalmente significativos se manifiestan en dos formas principales. Una clase de modelos se identifica por covariaciones encadenadas en las frecuencias de dos o más variables de varias muestras. Estas variaciones en frecuencia resultan frecuentemente difíciles o imposibles de detectar y de evaluar «a ojo». Para hallarlas y determinar el grado de su significado estadístico el analista tiene que recurrir a un instrumental de pruebas estadísticas sofisticadas, desde las pruebas «bivariadas», como el análisis de correlación, hasta las más complejas técnicas multivariadas tales como el análisis de conjuntos, el análisis de principales componentes, y el análisis «factorial». El otro dominio de modelos detectables reside en el estudio de las distribuciones espaciales de los materiales arqueológicos. Las llamadas «asociaciones» (concurrencias espaciales de hallazgos en un nivel arqueológico) se consideran como la fuente más importante de información aprovechable en los estudios arqueológicos desde que existe esta disciplina. Sin embargo, la mayoría de los arqueólogos ahora saben que las «asociaciones» arqueológicas no son siempre fiables. Como ha puesto de relieve Yellen (1977: 93-97), se pueden hallar cosas, una junto a otra sobre una superficie de ocupación, únicamente por razones de carácter accidental. Al menos algunos arqueólogos están convencidos de este problema desde hace años, y en consecuencia, han buscado formas de determinar el grado de significación de la concurrencia espacial, en vez de creer ingenuamente que el hecho de que un grupo de

198 hallazgos aparezcan juntos en una estrecha yuxtaposición, implique necesariamente un dato significativo para la reconstrucción de la vida de los prehistóricos. La búsqueda de modelos espaciales implica dos problemas básicos e ¡nterrelacionados. Primero, hay que encontrar algún medio de detectar las más significativas subdivisiones en los niveles intactos de ocupación. Hay solamente dos maneras de solucionar este problema. La primera es completamente (o casi completamente) subjetiva. Cuando aparecen estructuras intencionadas en un nivel arqueológico, ellas implican la presencia obvia de subdivisiones del espacio que tienen algún significado cultural. En tales casos, las subdivisiones del espacio, debidas a las estructuras, pueden ser aceptadas sin más. Cuando no hay estructuras, las divisiones del espacio pueden ser sugeridas por la concurrencia de huecos, espacios vacíos, o notables cambios en la densidad entre parches de concentración de hallazgos. El análisis de esta clase de distribuciones se caracteriza como subjetivo, aunque esta palabra no debe tomarse en ningún sentido peyorativo. Esta es la clase de operaciones que hace el cerebro humano con más eficiencia, rapidez y precisión que cualquier computadora electrónica de las que están hoy en el mercado (Arnheim 1969:72-79). Los arqueólogos han gastado bastante tiempo tratando de conseguir que los computadores hagan lo que ellos podrían haber hecho mucho mejor «a ojo»; esto se debe probablemente a la idea, ahora muy difundida en nuestra profesión, de que las operaciones que no pueden cuantificarse son vergonzosas. Estoy sorprendido de que, a la vista de esta actitud, aparentemente no hay otro arqueólogo que haya tenido la idea obvia de usar para este fin los programas fácilmente accesibles para el análisis de funciones discriminantes. Sólo sería necesario la medida de las distancias entre un par de coordenadas cartesianas y cada hallazgo, la identificación «a ojo» de aparentes nubes distintivas, y la identificación de unos pocos puntos que con seguridad pertenezcan a cada nube. Empezando con estos datos, la computadora podría entonces asignar todos los restantes hallazgos a una u otra de las nubes espaciales predefinadas, e identificar los restos cuya asignación quedase incierta. Sin embargo, dudo que en la mayoría de los casos esta prueba «cuasiobjetiva» proporcionara más datos que los ya bien evidentes al analista antes de utilizarla. Esta es, al menos, mi experiencia con las distribuciones de los yacimientos prehistóricos de Torralba y Cueva Morín, donde la prueba fue aplicada y con éxito.

La única alternativa a tales procedimientos que hay que confesar como algo subjetivos es el superponer en el área que va a ser investigada una o más parrillas arbitrarias de líneas. Los problemas implicados en la selección del tamaño apropiado de la parrilla y las consecuencias de utilizar una malla de tamaño inapropiado sobre la detectación del modelo han sido discutidas por Whallon (1972, 1973). Sin embargo, en la práctica, la selección de una cuadriculación apropiada no es, por lo general, un mayor obstáculo para el análisis de los datos reales. O se puede probar distintas parrillas alternativas, siguiendo un procedimiento regular hasta encontrar la cuadrícula que mejor encaje con los datos (procedimiento inherente al «análisis dimensional de variantes» empleado por Whallon), o, alternativamente, se puede escoger aquel tamaño de reja que parezca subjetivamente ajustarse mejor a los datos, considerando como desiderata que cada cuadrícula tenga dimensiones conside• rablemente menores que las mas pequeñas concentraciones apreciables a simple vista y que cada una contenga un número «suficientemente amplio» de la mayor parte de los tipos de hallazgos cuyas distribuciones vayan a ser comparadas. En la práctica, la cuadriculación tradicional de un metro de lado, normal en la excavación de cuevas, parece dar mejores resultados que ningún otro tamaño. El segundo problema importante que frecuentemente se confunde con el primero, consiste en escoger el medio de comparación del contenido de los agregados espaciales una vez definidos. Una gran parte de la bibliografía referente al estudio de las distribuciones arqueológicas se centra en este problema, más que en la definición de las unidades espaciales que han de ser comparadas. Los defectos de la mayoría de las técnicas propuestas

199 —«nearest neighbor analysis», análisis dimensional de variantes, comparaciones de las proporciones observadas y esperables en el contenido de los cuadros, el análisis de cuadros de contingencia, ji al cuadrado y otras pruebas (veáse Hesse 1971; Whallon 1972, 1973, 1974; Dacey 1973; Hietala y Stevens 1977)— no son tanto debidos a su capacidad para responder a ciertas clases de cuestiones sobre los modelos espaciales, como al hecho de que las cuestiones estén formuladas, por lo general, con impropiedad. El «análisis de vecinos» (nearest neighbor analysis) puede determinar si una distribución de una categoría simple de datos está más o menos espacialmente concentrada que una «norma» que representa la dispersión al azar. Otras técnicas sirven para comparar la abundancia espacial de variables consideradas dos a la vez. Sin entrar en una crítica detallada de cada una de estas técnicas, puede decirse que ninguna hasta el momento nos ha llevado muy lejos en la comprensión de las relaciones entre modelos detectados y el comportamiento del hombre Paleolítico, y en buena medida porque ninguno se ha preguntado precisamente qué variables serían más indicadoras de los modelos significativos del comportamiento; por lo general, se ha aceptado que todas las variables tienen igual valor, y que la comparación paso a paso de cada par de variables eventualmente nos revelará los modelos significativos, si existen, a pesar de que por los cálculos necesarios, este proceso resulte muy costoso. Pero el problema no es tan sencillo. Algunas variables en cualquier ocupación son más o menos indiferentes a la modelización de distribuciones espaciales significativas: entre ellas hay que contar las piezas que fueron perdidas, las piezas cambiadas de sitio, y los útiles que podemos llamar «de uso general». Ellas son ejemplos de categorías de datos que no cabría esperar que reflejen modelos significativos del comportamiento en la utilización del espacio, y su inclusión en los análisis de distribución obscurecerá los modelos, a pesar de la representación en las distribuciones, de piezas que reflejan verdaderamente actividades diferenciadas. Excluyendo tales datos ambivalentes, se llegaría a identificar modelos significativos con más facilidad (veáse Freeman 1978a y los apéndices pertinentes en González Echegaray y Freeman 1978 con vistas a una ulterior discusión). Antes de proceder a la discusión de las distribuciones del Juyo, quedan aún algunos puntos que deben ser aclarados. Hay ahora un laudable resurgimiento del interés en las distribuciones espaciales de parte de algunos etnólogos que recientemente han llevado estas investigaciones sobre pueblos vivos con vistas a su aplicación en el campo de la arqueología (Fletcher 1977; Yellen 1977; Binford 1978). Parte de estos estudios se dedica a la definición de relaciones entre organización espacial de actividades y contexto social de esas actividades. Yo de buena gana suscribo la observación de Fletcher de que el estudio de estas relaciones, que sólo puede ser realizado entre pueblos vivos, es un tema digno e interesante en sí mismo, pero también hay que subrayar su comentario de que no es pieza de «arqueología aplicada» («action archeology») que ayude a reconstruir el pasado (Fletcher 1977: 10). De hecho la importancia de tales datos para los estudios paleolíticos ha de ser mínima. Probablemente los dos estudios mas importantes y fácilmente accesibles sobre este tema son los de Yellen y Binford. El primero, a pesar de su interés etnológico, tiene menos importancia directa para el estudio de la prehistoria de lo que al parecer cree su autor, e incorpora algunos malentendidos importantes sobre la estructura conceptual del análisis espacial en los estudios paleolíticos. Es muy interesante, pero como documento para el estudio de la utilización del espacio entre los IKung Bosquimanos actuales. Tres de estos malentendidos son especialmente críticos. Todos radican en el concepto de Yellen de actividades especializadas, que no se conforman con las «actividades especializadas» tal y como las entendería cualquier arqueólogo por muy ingenuo que fuera. Algunos de los diferentes aspectos de la definición normal en arqueología de tales actividades están tratados con mayor detalle en Freeman (1976:143-146; 1978a:60-61 y 65-69). En primer lugar, Yellen (1977:97) supone que los modos de concurrencia espacial que son de interés para el

200 «arqueólogo», consisten únicamente en lo que tradicionalmente se ha llamado «asociacio• nes»: no se aplica este concepto de forma tan ingenua como cree él, como indicarían las observaciones anteriores. En segundo lugar, parece surgir que una actividad especializada sólo puede tener lugar en un solo sitio y que no puede haber ningún solapamiento en las actividades llevadas a cabo sobre diferentes áreas (1977: 95-97). La idea que tienen los prehistoriadores modernos sobre tales actividades no coincide con este concepto. Como ha sido detallado en las referencias ya indicadas, las actividades especializadas, tal y como las entiende la mayoría de los prehistoriadores son simplemente actividades que producen restos diagnósticos diferentes (la palabra «diferencia» como la usamos aquí es una evaluación estadística; para que la diferencia llegue a ser «significativa», tiene que ser tan grande que no puede explicarse por el simple azar). También las «unidades sociales» (individuos o grupos), pueden participar en una sola actividad especializada en muchas partes del área que utilizan. Además, estas unidades sociales también pueden participar en distintas actividades simultáneamente (y por lo tanto en el mismo espacio). La específicamente etnológica y por tanto no arqueológica orientación de Yellen se manifiesta en su interés preferente por el contexto social de las actividades; de hecho, en su definición de las actividades especializadas, excluye explícitamente de la definición las actividades llevadas a cabo en un espacio que pertenece y que es usado por el conjunto total del grupo, así como todas las actividades llevadas a cabo por familias nucleares individuales en el espacio de su dominio especial. Después de separar del resto las áreas de actividad comunal y las áreas de actividades de familias y el comportamiento que se asocia con tales áreas, lo que queda son las «actividades especiales» y las «áreas de actividad especial» de Yellen (1977:85-95). Este tipo de distinciones carece de sentido para los prehistoriadores, porque no tenemos ningún acceso al contexto social de las actividades. No hay evidencia directa en los documentos paleolíticos que pueda permitirnos distinguir las actividades comunales de las llevadas a cabo por familias, ni a discriminar entre ellas y las «actividades especiales» de Yellen. Para el prehistoriador, son las evidencias materiales (utensilios, desechos y productos duraderos) lo que caracteriza las diferentes actividades, y si se llega algún día al estudio del contexto social, será sólo después de haber llegado a identificar las actividades y los sitios donde fueron llevadas a cabo. (Un plan para la eventual investigación de los contextos sociales de las actividades prehistóricas se encuentra esbozado en Freeman (1968: 266; 1967:144), pero el proceso es muy problemático. Para los Paleolitistas las distinciones que hace Yellen («comunal», «familiar nuclear» y «especializada») son subdivisiones de un mismo concepto analítico que por el momento carecen de sentido. Binford ha criticado algunos aspectos del trabajo de Yellen, pero esto no supone que su propio estudio sobre el yacimiento de la Máscara (Mask Site) sea mucho más relevante para los Paleolitistas. Una de las observaciones de Binford, a pesar de no carecer completamente de sentido e implicaciones para cierta clase de investigaciones arqueológicas, merece aquí un especial comentario, pues podría confundir al prehistoriador inexperimentado. El fin principal del yacimiento de la Máscara consistió en ser utilizado como un puesto de observa• ción para vigilar la caza (Binford 1978:330). Sin embargo, esta actividad no dejó tras sí ningún vestigio. Todas las actividades que produjeron residuos en el yacimiento eran actividades secundarias «encuadradas» en aquella otra primaria —maneras de llenar el tiempo del grupo mientras esperaba la caza (Binford 1978:360)— En consecuencia, sólo las actividades encuadradas habrían producido evidencias arqueológicas detectables. Esto quiere decir, como anota Binford, que el arqueólogo hubiera confundido estas actividades encuadradas con el trabajo principal de los ocupantes del yacimiento. Pero, una vez que hemos admitido que tales errores son inevitables y aprendida de memoria la lección, vemos que no afecta para nada a nuestro trabajo. Como arqueólogos, sólo podemos estudiar aquellas actividades que estén representadas por restos perdurables. Cuando en un yacimiento se encuentren restos de fabricar máscaras, es un hecho innegable que la fabricación de máscaras era una actividad

201 allí realizada, sea o no una actividad encuadrada o una función primaria del yacimiento. La observación de Binford sólo es útil en el próximo estadio del análisis, cuando se han descubierto muchos yacimientos de más o menos la misma edad, y nos empezamos a preguntar qué relación tenían los yacimientos con un tipo de localización topográfica y qué lugares los yacimientos de distintos tipos ocuparon dentro de la totalidad del sistema subsistencia/asentamiento. Cuando estamos a punto de empezar esta fase del análisis, debe de haber suficientes datos sobre la situación topográfica de cada yacimiento dentro de la reconstrucción del paisaje prehistórico, y su relación con otros yacimientos dentro del mismo sistema para permitir algún juicio informado sobre la naturaleza de las actividades arqueológicamente «invisibles» posiblemente allí representadas.

ASPECTOS DE LA ESTRATEGIA DE INVESTIGACIONES EN 1978-1979

Los procesos analíticos multivariados que entraron en las estrategias de investigación durante las campañas 1978-1 979 fueron en su mayoría bastante directos y sencillos. Al final de cada campaña, llevamos a cabo un proceso analítico en tres etapas, que fueron: primero la definición de constelaciones de datos covariantes; segundo, el examen de la distribución espacial de^ tales constelaciones; tercero, la selección de las constelaciones de mayor interés para una futura investigación. Un análisis de las distribuciones indicaba donde se hallaron las zonas de mayor densidad de las constelaciones de especial interés, y el año siguiente, la excavación se extendió hacia aquellas zonas no excavadas donde se presumía que iba haber mayor cantidad de datos interesantes. Nada nuevo hay en la filosofía que conduce estos procesos. Durante generaciones, los arqueólogos han concentrado sus excavaciones en áreas donde había una mayor densidad de concentración de los útiles más interesantes para ellos. Donde nosotros pretendemos haber introducido algo nuevo es en la definición de las constelacioes de covariación similar de tipos de datos que son formalmente distintos, en vez de concentrarnos sobre tipos de utensilios individuales como variables de interés. La primera etapa del análisis incluía la generación de un conjunto de datos, la definición de las constelaciones, y la eliminación de las variables irrelevantes. Los datos constituyen una matriz de coeficientes de correlación bivariada que resulta de la comparación de cada variable del Juyo con cada una de las otras. (El coeficiente de correlación consiste en una medida de la separación angular en el espacio entre dos vectores-unidades que representan las variables y puede fácilmente ser transformado en una medida de distancia lineal que define la separación de los puntos terminales de los vectores). Se usó esta matriz en un análisis de «principales componentes», con rotación hasta conseguir una estructura simple. El resultado es el aislamiento de un pequeño número de «componentes» independientes (a veces llamados «factores») o tendencias de variación, cada una asociada con un conjunto de variables «monofactoriales» cuya variación puede prácticamente considerarse como deter• minada exclusivamente por tal factor. También se puede identificar otro lote de variables «multifactoriales», cuya variabilidad es debida a la interacción de dos o varios factores. No ponemos ninguna confianza en los últimos durante el análisis, porque puede ser que su variabilidad no esté adecuadamente explicada en la prueba, y porque de cualquier manera reflejan un grado de especialización menor. Sin duda, es teóricamente posible que estas variables de tipo monofactorial no fueran usadas para tareas distintas sino que su asociación con un sólo factor obedezca a otras razones. Podrían reflejar diferencias estilísticas entre distintos grupos sociales; no es muy probable esta explicación en el caso del Juyo, donde los datos originales consisten en frecuencias de hallazgos sobre diferentes partes de suelos de ocupación individuales, pero por lo menos es concebible aún en este caso que reflejen las divisorias espaciales entre subgrupos de la misma población. Pero podemos rechazar esta

202 interpretación dado el hecho de que viene contraindicada por la misma naturaleza de los materiales, y por la existencia de un solapamiento ocasional entre los lugares donde se hallan las constelaciones discretas. Tan solo las variables monofactoriales van a ser objeto de nuestra ulterior atención, porque, si la prueba identifica conjuntos de variables que se relacionan específicamente con actividades discretas e independientes, por necesidad matemática, éstas sólo pueden ser las monofactoriales. Así en el primer estadio del análisis, podemos aislar a la vez los mejores candidatos para variables relacionadas con actividades específicas, y por otra parte, eliminar de nuestra consideración la mayor parte al menos de las variables «no específicas» o «generales», cuyas distribuciones en el espacio no están claramente modelizadas. Esto nos lleva a una resolución mas satisfactoria de nuestro problema que la que pueda conseguirse por cualquier esquema de comparaciones de valores de variables tomadas de dos en dos. Se escogió el análisis de principales componentes con preferencia a cualquier otra técnica de análisis de conjuntos porque con un mismo conjunto de datos esta prueba dará los mismos resultados sea cual fuere el procedimiento de cálculo (con o sin rotación, etc.). Este no es el caso de los varios programas de análisis de conjuntos alternativos, que producen resultados completamente diferentes cuyo valor relativo no puede ser evaluado. El análisis de los principales componentes y el análisis «factorial» proceden a aislar constelaciones inteligibles de variables, cuyos constituyentes son más o menos consonantes con todo el resto de la información proveniente del yacimiento. Los resultados de estas pruebas, como los viejos amigos, resultan reconocibles y familiares. De vez en cuando, un grupo ya conocido se verá incrementado «accidentalmente» por un nuevo miembro, pero su general estructura básica permanece reconocible para el analista experimentado. La siguiente etapa consiste en definir la localización en el espacio de las constelaciones independientes. (En realidad, esta no es una prueba diferente, puesto que entre los datos del análisis de componentes principales ya se han incorporado consideraciones de carácter espacial). Sólo es necesario indicar sobre un mapa de todas las unidades espaciales la abundancia estandarizada de cada constelación para ver las zonas de mayor densidad de cada constelación y la diferencia de concentraciones entre ellas. La simple comparación visual de los mapas de densidad para cada constelación nos muestra cómo están distribuidos en el espacio los diagnósticos potenciales de las diversas actividades. También es de interés otro tipo de información espacial. Muchas veces, se desearía saber qué unidades espaciales se asemejan en las proporciones de su contenido de cada constelación. Para responder a esta cuestión, se suman las frecuencias (brutas o transformadas) de las variables en cada constelación para cada área, y las sumas se convierten en porcentajes del contenido de cada cuadro. Unidades con distribuciones similares de porcentajes se podrían identificar sobre un mapa utilizando un símbolo visual sencillo. Sin embargo, es problemático interpretar este último tipo de datos. Frecuentemente aparecen dos unidades que tienen proporciones muy similares de cada constelación, cuando en una los números absolutos son muy grandes y en otra son muy pequeños. Por ejemplo, una cuadrícula entre dos áreas de intensiva utilización para distintas actividades espaciales podría haber sido utilizada parcialmente para cada una de las dos actividades. Por otra parte, otra zona de características semejantes puede no haber servido para ninguna de las dos, pero, dado que las piezas han podido ser arrastradas por el paso del hombre durante la ocupación del yacimiento, este cuadro podría llegar a tener los diagnósticos de cada actividad en pequeñas cantidades aproximadamente en las mismas proporciones notadas en la primera zona. Funcionalmente, ambos lugares son completamente diferentes, pero su contenido proporcional resulta sorprendentemente similar. El significado de la semejanza en los contenidos de cada área tan sólo puede ser determinado si se comparan ambos tipos de dibujos: los basados en proporciones y los basados en densidades "absolutas". Esta es la consideración que hace que algunos intentos anteriores destinados a comparar el contenido

203 de distintas zonas directamente por medio del análisis de conjuntos (u otras técnicas), resultaran fallidos. Cada una de estas tres técnicas indicadas se aplicó a los datos recogidos durante las campañas de 1978 y 1979. Al concluir la campaña de 1978, hubiera sido posible extender la excavación en cualquiera de varias direcciones. Los resultados de los análisis multivariados llevados a cabo al fin de ese año (y de otras pruebas más primitivas realizadas durante el curso de las excavaciones) sugirieron, no obstante, que había algo interesante y peculiar hacia la parte norte del área excavada en el nivel 6, y hacia el Sudeste del área excavada en el nivel 4. Estas peculiaridades no eran especialmente notables al considerar la distribución de cada uno de los tipos de utensilios; pero resultaron muy evidentes cuando se examinaron las distribuciones de las distintas constelaciones de variables múltiples detectadas por pruebas estadísticas. Seguimos estas indicaciones en 1979 y nos condujeron directamente al descubrimiento del área del Santuario en el nivel 4 y al hallazgo de la pared Norte de una gran estructura excavada y vallada con piedras en el nivel 6. El descubrimiento del muro en Nivel 6 fue especialmente importante, porque teníamos dudas sobre si la gran depresión en forma de cubeta era una estructura intencionada o simplemente un accidente natural. También sugirieron continuar la excavación en los cuadros 9N y 90 del Nivel 6, pero éste hubiera sido nuestro plan en todo caso, puesto que ya se habían descubierto en tales cuadrículas los muros de una pequeña estructura revestida de piedras, cuyo contenido era claramente fuera de lo corriente. (Estos complejos estructurales serán analizados en detalle en el segundo volumen de esta monografía).

PROCEDIMIENTOS METODOLOGICOS

Los conjuntos de datos aportados por El Juyo eran lo suficientemente amplios como para justificar grandes esperanzas de poder recoger mucha información acerca del comporta• miento de los paleolíticos a través del análisis de los modelos de distribuciones en el yacimiento. Ya con anterioridad, habíamos realizado pruebas estadísticas multivariadas sobre los materiales paleolíticos de Torralba/Ambrona y Cueva Morin con resultados interesantes y alentadores (Freeman 1978a, 1978b; Freeman y Howell, 1985; Freeman y Cushman de Volman 1978) pero el número reducido de muestras disponibles en tales casos limitaba la cantidad de información que había sido obtenida de ellos. En El Juyo, al final de la campaña de 1978, teníamos ya un suficientemente amplio número de unidades de procedencia (cuadrículas de 1 metro de lado) que venían de dos niveles de ocupación (1 5 en el Nivel 4, y 10 en el Nivel 6), como para permitir interpretaciones más fiables de las que se habían realizado en los otros yacimientos. Para 1979 habíamos excavado 22 metros cuadrados en el Nivel 4 y 14 en el Nivel 6, mejorando considerablemente nuestra muestra de unidades con vistas a la comparación. Una de las más importantes características de la investigación llevada a cabo por los miembros de nuestro equipo es que los análisis estadísticos fueran llevados a cabo por los mismos excavadores que habían recogido esos materiales. El equipo nuestro ahora tiene experiencia con una gama de técnicas estadísticas tan amplia que probablemente no es superada por ningún otro en análogas circunstancias. También hay que admitir que tales análisis incluyen más pruebas realizadas sobre hallazgos paleolíticos, y especialmente sobre materiales recogidos por nosotros, de lo que es habitual en otros casos. Esta familiaridad de primera mano con las técnicas de recogida de datos, y con todas las clases de evidencia de un yacimiento, proporciona al analista una capacidad crítica y la posibilidad de evaluar los resultados en coherencia con todo el resto de la información disponible, lo que es absolutamente esencial para una interpretación inteligente. Creemos que se pueden juzgar nuestras técnicas por los resultados que han proporcionado.

204 Hay un número de supuestos problemas en conexión con el análisis multivariable. El problema de la selección de una transformación apropiada de los datos prehistóricos que con frecuencia están sesgados estadísticamente, resulta teóricamente de difícil solución, pero después de haber probado muchas transformaciones distintas hemos concluido que los números brutos, las raíces cuadradas y las transformaciones logarítmicas de los datos utilizados en pruebas multivariadas tales como las que hemos aplicado parecen resultar bastante satisfactorias en la práctica. La definición de unidades espaciales apropiadas parece problemática a priorí, pero no es así en la práctica. Cuando los paleolíticos abandonaron sus utensilios de piedra y restos de alimentación no controlaron la caída de tales materiales con la precisión de un centímetro (o un decímetro), y después del abandono, el material que quedaba sobre una superficie de intensa utilización fue más o menos desplazado, separado por tamaños y deslizado de su posición por la fuerza de la gravedad. A veces, lo que consideramos como una acumulación de mínima duración fue ocupado, probablemente, durante un período relativamente largo, o repetidamente reocupado, y los lugares donde habían llevado a cabo sus actividades especializadas fueron cambiados de sitio por los mismos prehistóricos. Cuando se dan construcciones intencionadas que han sido utilizadas durante la ocupación, probablemente ellas impusieron unos límites espaciales a las distribuciones. En la ausencia de tales estructuras, aún en la más intacta ocupación prehistórica, es probable que sólo la más marcada diferenciación entre distribuciones perdure. Donde modelos distintivos han sobrevivido, pueden detectarse por medio de puntos de referencia espaciales que incorporan hasta un considerable grado de error. En el caso presente, los restos de construcciones se conservan, de hecho, en los niveles 6 y 4 (como también en el nivel 8) y su presencia no sólo sugiere que tendría éxito la búsqueda de modelos espaciales en la distribución de otros hallazgos; también sirven como una obvia evaluación de la consistencia de los resultados en las pruebas cuantitativas. Se repitió el mismo proceso con los datos transformados en sus raíces cuadradas, no habiendo diferencia apreciable entre los resultados. Nuestro procedimiento de cálculo fue el siguiente. Primero, de los datos brutos de las variables en las muestras del Juyo se procedió a calcular el coeficiente de correlación «r» de Pearson. Las matrices de los coeficientes de correlación para los dos niveles 4 y 6 están dados en los cuadros 1 y 2. Estas matrices eran a su vez utilizadas como datos para un análisis de componentes principales con la rotación "Varimax". Estas pruebas se llevaron a cabo gracias a las facilidades del Centro de Computación de la Universidad de Chicago. Escogimos, para el análisis, un programa prefabricado llamado SPSSH, versión 6,00. Todos los compo• nentes con raíces latentes menores de 1,0 fueron eliminados como probablemente ininter• pretables, y el resto fue sujeto a rotación. A veces la estructura identificada se hizo más patente incluyendo en la rotación un factor más con el primer lote: sucede que este procedimiento identifica mejor al residuo de variación no explicada que la técnica de rotación empleando sólo los factores con valores "Eigen" de 1,0 o superior. Aquí presentamos una discusión relativamente completa de los análisis de 1978, y un resumen más breve de los resultados obtenidos en 1979. Las soluciones, después de la rotación, de los problemas de 1978 basados exclusivamente en los utensilios, se presentan en los cuadros 3 y 4. Soluciones que combinan todas las categorías de variables aparecen en los cuadros 5 y 6. La estructura de variabilidad para estos dos niveles sometidos a prueba (en ambas campañas) es tan diferente que resulta muy claro que los residuos de ocupación de estos niveles no pueden considerarse funcionalmente equivalentes, y por eso no sería recomendable combinar los datos con el fin de hacer una prueba general con fines a una interpretación cultural. En las tablas, las ponderaciones factoriales de menos de 0,5 han sido ignoradas; ponderaciones de esa magnitud indican que menos del 25% de la variabilidad de una variable puede explicarse como debido al factor en cuestión. Las ponderaciones mayores eran consideradas como indicativas de que una tendencia particular de variación era substan-

205 cialmente responsable de la variabilidad en las variables que exhiben tales ponderaciones. La variabilidad en la mayoría de las variables parece, usando tales criterios, que debe ser explicada como debida más bien a un factor individual. Hay unas pocas variables que exhiben ponderaciones altas en más de un factor. Sólo la inspección de los resultados y la evaluación de su consistencia con las demás evidencias del yacimiento pueden indicar si se trata de un accidente matemático que resulta de una insuficiencia de datos, o si, al contrario, la variación se relaciona, en realidad, con más de una tendencia identificada por la prueba. La abundancia en cada cuadrícula de constelaciones de datos definidos por el análisis de componentes principales fue después reflejada en un diagrama esquemático del área excavada. Las frecuencias brutas de una constelación en cada cuadrícula fueron convertidas en desviaciones normalizadas, sustrayendo el valor medio del valor actual en cada cuadrícula, y dividiendo el resultado por la desviación standard. Se agruparon las desviaciones así obtenidas en las siguientes categorías con vistas a su representación: ausente, muy pocos, pocos, normal, abundante, muy abundante y extremadamente abundante (valores liminales de cada categoría aparecen en los diagramas). Para proyectar la abundancia relativa más que absoluta de cada constelación en cada cuadro, las frecuencias brutas podrían convertirse directamente en porcentages del contenido de cada cuadro. Sin embargo, siempre hay una constelación muchas veces más abundante que las demás y, en consecuencia, tiende a oscurecer la variación de las otras, cuando se usan porcentajes así calculados. Para salvar parcialmente este obstáculo, las frecuencias de las constelaciones fueron convertidos en sus raíces cuadradas y después fueron calculados los porcentajes sobre la suma de las raíces cuadradas en cada cuadrícula. Los cuadros con semejantes contenidos fueron entonces identificados por inspección, codificados con un símbolo, y dibujados sobre los diagramas esquemáticos de la ocupación. La experiencia práctica indica que, cuando se basan comparaciones sobre datos transfor• mados en sus raíces cuadradas, diferencias entre conjuntos de cuadros que hemos tenido por importantes son de hecho estadísticamente significativas, y pueden ser aceptadas como tales sin más (esto es así porque las diferencias entre porcentajes calculados sobre raíces cuadradas llegan a ser mucho más grandes cuando se utilizan las frecuencias originales).

RESULTADOS DE PRUEBAS REALIZADAS EN 1978

El cuadro 1 muestra constelaciones de elementos monofactoriales derivados del estudio de los utensilios en el Nivel 4. Se han generado cuatro componentes que juntos llegan a explicar no menos de un 82% de la variabilidad de cada tipo de artefacto. La primera constelación incluye las categorías del raspador simple, sobre lasca y sobre lasca retocada, piezas de retoques continuos marginales, denticulados y azagayas. Los raspadores y los denticulados están menos fuertemente asociados con esta constelación que las otras dos variables. El segundo componente explica la variabilidad de tres tipos sin retoques (hojas, lascas y golpes de buril) y de raspadores nucleiformes, aunque la última categoría no está tan estrechamente asociada como el resto. La presencia de este último tipo podría indicar que los raspadores nucleiformes son más bien núcleos que raspadores, como ha sido sugerido antes sobre bases puramente morfológicas. (Sin embargo, parece poco probable que esta explicación pueda dar cuenta de toda la variabilidad de este tipo). De cualquier forma, esta constelación consiste, en su mayoría, de artefactos utilizados en, y resultando el proceso del lascado. Un tercer componente explica la variaoiiidad de las piezas de dorso y las agujas. La inclu ;ón de esta última categoría, que normalmente es poco abundante, fue muy curiosa. Sospechamos que se trataba de algo fortuito, pero, por otra parte, pudiera haber respondido a una realidad cultural, y si fuera así, la constelación tendría implicaciones funcionales obvias. Debido a la transcendencia de este tipo de información, se trataba de un supuesto que no

206 podíamos ignorar. El último componente, que parece menos seguro que el resto, se asocia solamente con los núcleos, los cuales están pobremente representados y escasamente determinados por la prueba factorial. Hay una sola "constelación" de tipos que se asocian parcialmente con dos factores: incluye raspadores en hocico y aquillados, perforadores y buriles diedros, que pensamos que realmente podían estar asociados con las tendencias reflejadas en la primera y tercera constelación de variables monofactoriales.

CUADRO 1

NIVEL 4. Grupos monofactoriales

A) Utiles

Gpl Gpll Gplll GplV

Rasp. simples Rasp. nuc. Pzas. dorso Núcleos Pzas. con ret. Hojas Agujas lateral Lasca Denticuladas Golpes Azagayas buril

B) Utiles y huesos

Gpl Gpll Gplll GplV

Mandib. Rasp. hocic. Patas tras. Maxil. Escap. Pzas. dorso Rasp. nuc. Vert. Carp. Dentic. Hojas Patas delant. Metacarp. Agujas Lascas Falan. Golpes bur. Tarsianos Pzas. ret. cont. Azagayas

Cuando se incluyeron los huesos al análisis del Nivel 4, la estructura factorial (Cuadro 1) permaneció reconociblemente similar, pero incorporó tres nuevos factores para explicar la variación de la mayoría de los huesos. La primera constelación de hallazgos incluye la mayor parte de los tipos de huesos, así como las piezas de piedra de retoques marginales y las azagayas. La segunda incluye los cuchillos de dorso y las agujas, se asocia en menor grado a las denticuladas, y añade al grupo los raspadores en hocico. Las piezas no retocadas y los raspadores nucleiformes aún están determinados por un único factor que también explica la variabilidad de fragmentos de patas traseras de cérvidos, que no están tan asociadas a ésta constelación como la mayoría de los otros tipos. Maxilares, patas delanteras y acaso vértebras se agrupan en un cuarto conjunto. Los fragmentos de pelvis, no muy bien representados en estos cuadros, se asignan a un factor separado que de hecho puede reflejar, en su mayor parte, la variación al azar, y por eso preferimos ignorarle. Es especialmente interesante el anotar que hay una segregación general de lo tipos de hueso de los utensilios en estas constelaciones factoriales, indicando que sus distribuciones en el espacio en el área excavada en 1978 respondían a diferentes modelos de comportamiento humano. La variación en algunas categorías de útiles retocados responde en parte al conjunto de tendencias que condicionan la abundancia de la mayoría de los tipos de huesos, y parcialmente al componente que se refiere a las actividades del tallado. Otras variables

207 N N O P N N O P JUYO 1978, N.4 7 JUYO 1978, N.4

DISTRIBUCION DE DESVIACIONES 8 DISTRIBUCION DE DESVIACIONES

+ + 9 - • + i - DESVIACION NEG > 1 - DESVIACION NEG > 1 10 + * + DESVIACION POS >B,Ü 10 i i + DESVIACION POS >0,(1 # DESVIACION POS >1,<2 II DESVIACION POS >1,<2 11 11 * DESVIACION POS >2

12 12 t GRUPO 1 TOTAL GRUPO 2 TOTAL

Fig. 1 Fig. 2

multifactoriales no resultan interpretables. A la vista de estos resultados, vemos que el modelo espacial de los restos de hueso difiere marcadamente del de los restos de talla, mientras que la mayoría de los útiles retocados reflejan menos las diferencias espaciales de las actividades en el Nivel 4. Los diagramas de las variaciones espaciales en densidad de las constelaciones en este nivel (Fig. 1-3) muestran que la mayor concentración del primer grupo, (la mayoría de las clases de hueso, piezas con retoque continuo y azagayas), fue hallada en el cuadro 10P sobre un pavimento de piedras pequeñas alrededor de un hogar. La constelación "raspador en hocico/cuchillo de dorso/aguja" estaba concentrada en igual grado en este cuadro y en los otros tres cuadros adyacentes por el Norte, Oeste y Sur. Los materiales de desecho de la talla estaban en su mayoría densamente concentrados en la "trinchera" justamente al Sur del hogar, peio eran también muy abundantes en el cuadro del hogar y en la cuadrícula 120 a lo largo de la continuación de la trinchera. Había áreas secundarias de alta densidad para las dos constelaciones (1 y 4) que contenían la mayor parte de los huesos, al Noroeste del hogar, en las cuadrículas 8N y 9N. Cuando restringimos nuestra atención a las constelaciones de utensilios, las distribu• ciones más densas estaban siempre en las zonas sur y este del nivel (Figs. 4-6). Los raspa• dores sobre lasca, los denticulados y las piezas con retoques marginales son más abundantes en el cuadro del hogar, cuchillos de dorso y agujas abundan al Norte y al Oeste y el desecho en el cuadro de la "trinchera", 11 P, al Sur del hogar. Creímos que esto sugería una concen• tración de la mayoría de las actividades representadas en torno al hogar, con una distinción entre un área de tallado al Sur, un área en relación con la preparación de alimentos en el mismo hogar, un área donde se usaban los cuchillos de dorso y las agujas (¿para la prepa• ración de pieles?) justamente al Norte y al Oeste e incluso otra área más al Noroeste, donde tuvieron lugar operaciones de descuartizamiento o tirada de basuras de hueso. Pero a causa de lo limitado de la muestra y el pequeño número de cuadros excavados, estas interpreta• ciones no nos parecieron seguras en ningún sentido. Esto se confirmaría en las siguientes campañas, a pesar de que aquellas zonas de distribución aparecían bien caracterizadas. Las características del Nivel 4 eran completamente diferentes en los cuadros con restos de estructuras (las filas 10, 11 y 12) que fuera de ellos. A pesar de que el hueso estaba fragmentado en los cuadros con estructuras, el Nivel 4 alcanza en esa zona su mayor espesor, y no ha sufrido, al parecer, un intenso tránsito por parte de los paleolíticos. Además, en esa zona, el nivel no estaba sobrepuesto a una resistente capa estalagmítica. En los demás sitios, el Nivel 4 fue un estrato muy fino inmediatamente encima de una gruesa capa estalagmítica, y había sido evidentemente muy pisado, y en consecuencia su contenido habría sido muy

208 M N O P M N O P JUYO 1978, N,4 - JUYO 1978, N,4

DISTRIBUCION DE DESVIACIONES - - DISTRIBUCION DEJESVIACIONES

+ + + t

- DESVIACION NEG > 1 ) 1 19 + t DESVIACION POS >0,<1 10 + * + DESVIACION POS >B,Ü » DESVIACION POS >1,<2 « DESVIACION POS >1,<2 11 * » DESVIACION POS >2 11 * DESVIACION POS )2

12 12 + GRUPO 3 TOTAL GR UPO 1 UTILES

Fig. 3 Fig. 4 fragmentado y algo trastocado. Por consiguiente, las concentraciones en las líneas de cuadros 7, 8 y 9, originariamente bien diferenciadas, resultan ahora menos claras que sus contrapartidas en la zona sur; debido a diferencias en la velocidad de sedimentación y otras condiciones en la deposición en las dos partes de Nivel 4, es evidente que no se puede aplicar a todos los cuadros del nivel una interpretación global, como la que antes hemos sugerido. Los huesos probablemente reflejan mejor estos problemas que los utensilios de piedra, pues son menos resistentes y por consiguiente, más fáciles de romperse al ser pisados, reduciéndose a fragmentos no identificables. Nos sentimos más seguros con la conclusión de que las pruebas indicaban que la distribución espacial de los residuos de hueso en el Nivel 4 era un reflejo de procesos sedimentarios y factores del comportamiento distintos de los que condicionaron la distribución de las piezas de piedra. Había, a la vez, dos distintos modelos para la industria de piedra, uno que se refería a los residuos del proceso de la talla, y el otro relacionado con los utensilios retocados. Además, de acuerdo con las pruebas de que disponíamos entonces, nos parecía que todas las diferentes "actividades" representadas en este nivel se concentraban en los alrededores del hogary de las estructuras asociadas con él por el Sur, a pesar de que cada uno ocupe posiciones ligeramente distintas en relación con el hogar. Y hasta aquí pudimos llegar. Un examen de los dibujos de distribuciones de cuadros con contenido semejante (Fig. 7 y 8) mostraba un sorprendente número de cuadros en los que la representación proporcional de las distintas constelaciones era aproximadamente la misma. Esto, creíamos, era probable• mente otro reflejo de los efectos del arrastre de piezas de una zona a otra debido al paso

H N 0 P H N 0 P

1978, N,4 • 1978, N,4

DISTRIBUCION DE DESVIACIONES 0 + DISTRIBUCION DE DESVIACIONES NORMALIZADAS + t 0 t * - DESVIACION NEG > 1 DESVIACION NEG > 1 10 + II + DESVIACION POS >0,ü 10 II t DESVIACION POS >0,U i DESVIACION POS >1,<2 DESVIACION POS >1,<2 11 * * DESVIACION POS >2 11 t DESVIACION POS >2 EALTAN HALLAZGOS

12 1 12 +

GR UPO 2 UTILES GR UPO 3 UTIL ES

Fig. 5 Fig. 6

209 Fig. 7 F<9- 8

humano, más que una indicación de que las actividades realmente llevadas a cabo en tales cuadros fueran idénticas. El tallado de la piedra, por ejemplo, probablemente sifué llevado a cabo con mayor intensidad en los cuadros 11 P y 100, donde los restos de tal actividad son extraordinariamente abundantes, pero en el cuadro 8M, donde los utensilios en cualquier caso son escasos, las altas proporciones de restos de tallado resultan probablemente de otros procesos mayormente accidentales. La semejanza en el contenido de los cuadros 8M y 9M refleja, al parecer, su posición igualmente marginada, en especial con referencia a los focos de actividades responsables para las constelaciones 1 y 3 (los dos conjuntos de útiles retocados). La estructura y modelaje de las distribuciones espaciales en el Nivel 6 (Cuadro II) fue claramente diferente de la detectada en el Nivel 4. Los resultados del análisis de componentes principales sobre los tipos de utensilios solos no distinguieron entre los restos de talla y los utensilios. Mientras los restos de tallado, incluyendo los núcleos, estaban todos asociados, se hallaban combinados con agujas, raspadores sobre lascas, y raspadores en hocico, indicando que, al contrario de la situación en el nivel 4, el tallado y el uso de ciertos utensilios ya terminados no se hallaban separados en el espacio en la zona del Nivel 6 excavada en 1978. Esto nos indicaba, pues, que a pesar de la relativa abundancia de restos de talla (menos que en el Nivel 4), las áreas de tallado primario no habían sido aún descu• biertas en el Nivel 6, y que la mayoría de los restos del trabajo de la piedra recogidos en ese estrato eran producto del retoque o del reavivaje de utensilios en uso, o la producción sobre la marcha de piezas con bordes cortantes destinados al uso sin previo retoque.

Fig. 9 Fig. JO

210 H N O P H N O P

1978, N.6 1 0 1978, N.6

+ 1 DISTRIBUCION DE DESVIACIONES 0 t DISTRIBUCION DE DESVIACIONES NORMALIZADAS 0 « DESVIACION NEG ) 1 - DESVIACION NEG > 1 DESVIACION POS >B,<1 18 t DESVIACION POS >8,ü DESVIACION POS >1,<2 I DESVIACION POS >1,<2 DESVIACION POS >2 11 * DESVIACION POS >2 O FALTAN HALLAZGOS O FALTAN HALLAZGOS 12 GRUPO 3 UTILES GR UPO 4 UTILES

Fig. 11 Fig. 12

CUADRO II

NIVEL 6. Grupos monofactoriales

A) Utiles.

Gpl Gpll Gplll GplV

Rasp. simp. Perf. Rasp. nuc. Dent. rRasp. hocic. Pzas. ret. cont. Buril died. Hojas Pzas. de dorso Lascas Núcleos Golpe buril Agujas

B) Utiles y huesos

Gpl Gpll Gplll GplV GpV

Rasp. simp. Metacarp. Escap. Maxil. vert. Ras. Hocic. Bur. di. Carp. Mandib. Pat. delant. Perf. Dent. Pelv. Metat. Hoj. Duf. Rasp. aquill. Hojas Lascas Golp. bur. Agujas

Una segunda constelación incluía piezas con retoques continuos marginales y perforadores, y una tercera consistía en raspadores nucleiformes, buriles diedros y piezas de dorso. La variabilidad en las denticuladas fue determinada por un cuarto factor. Los otros tres tipos de utensilios eran multifactoriales, y por eso no han sido tenidos en cuenta ulteriormente. Tomados en conjunto, estos factores explicaron no menos del 81% de la variación en el tipo de utensilio peor explicado. Cuando se añaden los huesos a la prueba (Cuadro II), la estructura de la solución cambia algo. Como en el caso del Nivel 4, los factores responsables de la distribución de la mayoría

211 de los tipos de hueso parecían en la mayor parte independientes de los que controlaron las distribuciones de utensilios. Raspadores sobre hoja, raspadores en hocico, perforadores, hojitas Dufour, subproductos del proceso del tallado y agujas todas se combinaron en una sola constelación. Los buriles diedros se asignaron a una segunda, juntamente con las denticuladas y los metacarpianos (los buriles y los huesos estaban menos asociados con esta constelación que las denticuladas). Una tercer constelación incluía tres tipos de huesos (escápulas, carpianos y fragmentos de pelvis) y raspadores aquillados. Las últimas dos constelaciones probablemente significativas estaban exclusivamente compuestas de hue• sos; maxilares y fragmentos de mandíbula se asociaron con metatarsianos en la cuarta constelación, y las vértebras con las costillas en la quinta. A pesar de que algunas de estas agrupaciones son a veces extrañas, coinciden con las impresiones subjetivas de los excavadores acerca de las distribuciones espaciales. La mayor concentración de huesos tenía lugar dentro de la gran cubeta de este nivel, mientras que la mayoría de los utensilios de piedra se hallaban en los bordes y justamente fuera de la depresión o en una pequeña estructura en su lado Sur. Se observó durante la excavación una clara distinción en la distribución espacial de las diferentes partes esqueléticas. Cuando se examinaron los dibujos de densidad de las constelaciones individuales, no nos sorprendió que las constelaciones de utensilios (Figs. 9-12) estuvieran representadas más abundantemente en los cuadros que se encuentran fuera de la gran depresión. Las denticuladas y los metacarpianos (los buriles y los huesos estaban menos asociados con densidad de buriles diedros, cuchillos de dorso y raspadores nucleiformes se encontraba en esa estructura y en el cuadro 8P, y las otras constelaciones, aunque presentes en la estructura, estaban mejor representadas fuera de la gran depresión (la primera constelación era más abundante hacia el Este, la segunda hacia el Oeste de dicha estructura). Cuando se añadieron las densidades de las constelaciones ricas en huesos (Figs. 13-17) aparecieron en altas concentraciones dentro de la referida cubeta. La alta y anormal concentración de la constelación "escápulas, carpianos, pelvis y raspadores aquillados" en la cuadrícula 8P es posiblemente un reflejo del por lo general más alto grado de fragmentación del hueso fuera la depresión, donde los huesos enteros y grandes fragmentos intencionalmente habían sido acumulados después de la operación de descuartizamiento, y posteriormente protegidos de la alteración. La misma cubeta aparentemente no había sido utilizada ni como superficie de ocupación ni como lugar de paso, al contrario de lo que, al parecer, era la parte de la cueva en los contornos, y la deposición de sedimentos fue también más rápida en esa zona profunda; ambas causas contribuyeron a la excelente conservación de los fragmentos largos de hueso dentro de la depresión.

M N 0 P N N 0 P

+ - 1978, N.6 JUYO 1978, N.6

II + « DISTRIBUCION DE DESVIACIONES DISTRIBUCION DE DESVIACIONES NORMALIZADAS

- DESVIACION NEG > 1 - DESVIACION NEG > 1 10 • DESVIACION POS >0,<1 10 t DESVIACION POS >B, (1 I DESVIACION POS >1,<2 I DESVIACION POS >1, (2 11 » DESVIACION POS >2 11 # DESVIACION POS >2 0 FALTAN HALLAZGOS 0 FALTAN HALLAZGOS 12 12

GRUPO 1 TOTA Á GRUPO 2 TOTAL

Fig. 13 Fig. 14

212 M N O P M N O P

+ JUYO 1978, N.6 * 1978, N.6

+ # DISTRIBUCION DE DESVIACIONES * DISTRIBUCION DE DESVIACIONES 0

- DESVIACION NEG > 1 DESVIACION NEG > 1 t DESVIACION POS >0, ü 10 DESVIACION POS >0, <1 I DESVIACION POS >1, <2 DESVIACION POS >1, <2 » DESVIACION POS >2 11 DESVIACION POS >2 O FALTAN HALLAZGOS FALTAN HALLAZGOS 12 GRUPO 3 TOTA i GR UPO 4 IOTA L

Fig. 15 Fig. 16

Los lugares de mayor densidad de las distintas constelaciones estaban, por lo regular, bastante alejados uno de otro en la zona excavada. En contraste con el Nivel 4, no había un único enfoque de todos los residuos variados del Nivel 6. Ese hecho fue interpretado como un reflejo de que las divisorias entre zonas de actividades distintas estuvieran menos borradas por el paso de los paleolíticos en el Nivel 6. Sospechamos que las distribuciones de este nivel se pudieron considerar como relativamente intactos y expresivos indicadores de un modelo de comportamiento cultural intencionado, por lo que sus restos contrastaron con los del Nivel 4. Tomado en su conjunto, el análisis de los componentes principales y las densidades de cada componente sugirieron dos niveles de diferenciación del espacio utilizado por los magdalenienses del Nivel 6 por lo que se refiere al área excavada en 1978. La primera distinción, más general, distingue entre el contenido de la gran depresión que servía como una zona heterogénea para arrojar los restos de hueso procedentes del descuartizamiento, el de la pequeña estructura cuadrada al Sur de la depresión, y los esparcidos sobre el suelo de la cueva alrededor de la referida cubeta. Los huesos de la depresión estaban desarticulados, a veces reducidos a tamaños más pequeños, y limpios de carne. Pueden presentar marcas de descuartizamiento, pero no llevan otras señales de trabajo intencional o de quemado; al parecer, no sirvieron ni como combustible ni como materia bruta para la fabricación de utensilios. Las astas, escasas pero presentes en la depresión, se concentraban en la estructura cuadrada y todas llevan estrías y acanaladuras extensas. Buriles y cuchillos de

M N 0 P M N 0 P JUYO 6 (1978)

JUYO 1978, N.6 II 0 DISTRIBUCION DE CUADROS DE CONTENIDO SI NI LAR

11 1 DISTRIBUCION DE DESVIACIONES * t 1 1 1 $ (PORCENTAJES DE RAICES CUADRADAS DE GRUPOS) + + + * /// p GPIV :: 39: GPIU > CPII > GPI - DESVIACION NEG > 1 t GPI 63; GPII > GPIV; GPIII :: 0 111 19 t DESVIACION POS >0, <1 10 111 II GPI 55-57; GPIV > GPII > CPIII # DESVIACION POS >1, <2 III GPI 56-58; GPIV > GPIU > GPII 11 * DESVIACION POS >2 11 /// GPI : 57; GPII ) GPIV > CPIII 0 FALTAN HALLAZGOS * GPI : 70-77; GPIV ) GPII > GPI11 $ GPI : 70¡ GPIU > GPII > GPIV 12 12 GR UPO 5 TOTAL TOTAL

Fig. 17 Fig. 18

213 H N O P JUYO 6 (1978)

# 9 DISTRIBUCION DE CUADROS DE CONTENIDO SIMILAR

111 111 1 1 1 1 1 1 111 « 1 1 1 (PORCENTAJES DE RAICES CUADRADAS DE GRUPOS) + /// t 9 GPIII :: 62 > GPl; GPU, GPIV: + GPI 63-64¡ GPIII > GPII > GFIV 10 tt II GPI 68-69; GPIII > GPII > GPIV III GPI 79-83; GPIII > GPII > GPIV 11 /// GPI : 76; GPIII > GP2¡ GPIV :: * GPI = 93; GPII, GPIV ;: 0 12 un LES

Fig. 18a dorso eran extremadamente abundantes en la pequeña estructura. El piso de la cueva al exterior de la cubeta estaba cubierto de toda clase de utensilios retocados, y de huesos, a veces trabajados, y frecuentemente rotos en fragmentos pequeños. La segunda distinción refleja una diferenciación interna de la cubeta en zonas en las que se hallaron distintas partes esqueléticas. Se hallaron en un área cráneos y fragmentos de mandíbulas, en otra vértebras, y en una tercera, escápulas, carpianos y pelvis. Aunque la referida cubeta no fue completa• mente excavada y esperábamos que las campañas futuras traerían algunos cambios en los detalles de la distribución espacial de los distintos restos esqueléticos, no había la menor duda de que existía realmente una diferenciación interna en ella. Los mapas de distribución de los cuadros en el Nivel 6 con contenidos semejantes (Fig. 18,18a) llevaban menos información. Sin embargo, merece la pena indicar que había considerablemente menos cuadros con contenido similar que los que habíamos descubierto en el Nivel 4. Probablemente esto se debe al hecho de que las divisorias entre las distintas distribuciones espaciales en el Nivel 6 no se habían ni mezclado ni borrado a causa de una ocupación intensiva o de otros factores. La utilidad relativamente pequeña de este mapa comparada con las distribuciones de densidad absoluta nos indica que una forma de uso general para reconocer áreas de actividad específica (la búsqueda de unidades espaciales con contenido semejante) puede no ser el procedimiento más económico para detectar modelos espaciales culturalmente significativos e incorpora errores conceptuales que pueden dar lugar a resultados equivocados. Estas fueron las conclusiones que presentamos en nuestro informe a la National Science Foundation al final de nuestra campaña de 1978. Es verdad que hubiéramos podido llevar más allá nuestro análisis. Por ejemplo, hubiera sido posible medir o estimar el tamaño de las concentraciones espaciales. Este cálculo aplicado a las zonas de contenido uniforme, pudo servir para estimar el tamaño de los "grupos sociales" paleolíticos. Aquí de nuevo hay que tener cautela en escoger los datos apropiados. Como hemos dicho antes, las áreas con contenidos similares no son necesariamente semejantes desde el punto de vista funcional. La semejanza puede deberse a otros factores. Dado lo limitado del área excavada en cada nivel, y el tamaño reducido de las muestras, preferimos no forzar más tales interpretaciones. No obstante, en uno de los aspectos continuamos la interpretación. Como hemos mencionado anteriomente, usamos los resultados de estas pruebas para predecir dónde podrían hallarse constelaciones de datos del mayor interés. En el Nivel 4, estábamos especialmente intrigados por la concentración de dos constelaciones, la que contenía piezas de retoque continuo y azagayas, por una parte, y la que incluía raspadores en hocico, cuchillos de dorso y agujas por otra, en el área que rodeaba el hogar en el cuadro 10P. Los mapas de desviaciones estandarizadas para estas dos constelaciones mostraban que los gradientes

214 de densidad de estos dos grupos de factores aumentaban hacia el sudeste del yacimiento, aunque no coincidían exactamente las máximas densidades de los dos grupos. El primero de estos grupos era muy sugerente de actividades relacionadas con la caza o la fabricación y reparación de las armas de caza, y el segundo sugería las actividades de preparar y de coser pieles. Aunque sospechábamos que estas interpretaciones sonaban demasiado bien para ser verdad, la oportunidad que nos brindaban resultaba demasiado prometedora como para dejarla de lado. Extendiendo la excavación del Nivel 4 por la línea de cuadros 9/10 a la altura de Qy R, nos dimos cuenta de que podríamos sacar el máximo provecho de esta oportunidad. Sospechábamos que, a medida que las excavaciones se extendieron en esa dirección, la distribución de estos dos grupos de factores resultaría aún más claramente diferenciada. Nuestras expectativas se vieron plenamente realizadas en el curso de las excavaciones llevadas a cabo en 1978 y en las últimas campañas, pero no exactamente en el sentido que nosotros suponíamos. Siguiendo las excavaciones en esa dirección nos condujeron al corazón del Santuario en el nivel 4. Una de las características de la distribución de materiales en el Santuario es precisamente la separación entre las agujas (generalmente halladas en pozos con restos de mariscos y huesos) y las azagayas (por lo general halladas en «niveles de ofrendas» o bordeando el exterior del relleno que formaba extraños montículos integrados en este complejo estructural). El lector hallará una descripción completa del Santuario en el segundo volumen de esta monografía. De igual manera, los resultados de los análisis multivariados nos sirvieron de guía en la investigación del Nivel 6. Klein, para su estudio de la composición de edades de la población de ciervos representada en este nivel, necesitaba muestras más amplias, especialmente de dentaduras. No habiendo excavado por completo los cuadros abiertos en 1978, teníamos la esperanza de hacernos de mayor información útil aprovechando los cuadros ya abiertos. Había zonas donde, según las pruebas estadísticas, no fue probable el hallazgo de muchas más dentaduras. En 1978, nos vimos sorprendidos al poder recuperar un número relativamente amplio de hemimandíbulas y hemimaxilares intactos y bien conservados en algunas partes de la amplia depresión del Nivel 6. No obstante tales piezas abundaron mucho más en algunas partes de la cubeta que en otras. El gradiente de densidad aumentó al NO, para alcanzar su máximo en el cuadro 7 M. Creíamos que las densidades en los cuadros 7 N y 70, sólo parcialmente excavados, llegarían a serían grandes o casi tan grandes en estos cuadros como en 7M, una vez terminada su excavación. Y, si esta tendencia continuaba, era lógico pensar que los cuadros 6M, 6N y 60 también serían ricos en restos dentales. Los cuadros al borde de la depresión, y fuera de ella, dieron densidades relativamente altas de toda clase de utensilios de piedra. Esos cuadros tampoco habían sido completamente excavados durante la campaña de 1978, y estábamos convencidos de que, adelantando el trabajo en tales cuadros como 8M y 8P, podríamos aumentar en mucho el número de piezas líticas en las colecciones de este nivel. En 1979, como así sucedió, la mayoría de nuestros esfuerzos tenía que invertirse en la excavación del complejo del Santuario en el Nivel 4, cuya investigación necesitaba grandes labores de ingeniería. Mientras que fue posible aumentar apreciablemente la muestra de materiales recogidos del Nivel 6, no tuvimos oportunidad de extender nuestra exploración de este nivel tan lejos como habíamos esperado. Según habíamos previsto, recogimos muestras relativamente grandes de las series dentales que necesitábamos en los cuadros 7M, 7N y 70 y de útiles de piedra en los cuadros que bordeaban la depresión. Pero, tan sólo pudimos abrir un cuadro más en el borde N de la depresión. La naturaleza de la depresión era, como hemos dicho anteriormente, incierta. La única conclusión segura era que no se trataba de un canal; la orientación y relaciones entre los huesos hallados no indicaban la intervención de corrientes de agua, ni había indicaciones en los sedimentos de erosión o sedimentación fluvial. Ciertas características de los sedimentos si suponían la existencia de aguas estancadas en una cubeta cerrada. Sin embargo, no

215 pudimos saber al final de la campaña de 1978 si la cubeta era una estructura intencionada o si se trataba de un accidente natural. El cuadro 60 era la clave para comprender la naturaleza de la depresión. Su borde N se hallaba tan sólo a unos dos metros de la pared N de la galería y yacía casi en el eje de la cubeta. Aunque la depresión continuaba hacia el N del cuadro, la inclinación de los sedimentos en 60 necesariamente tenía que indicar donde quedaba el borde de la depresión. Cuando se excavó 60, contenía menos restos de dentaduras que lo que habíamos previsto, porque el borde de la depresión atravesaba diagonalmente el cuadro, cuyo contenido consistía en gran parte en piedras procedentes del muro de esta construcción semisubterránea. Una completa descripción de estas estructuras intencionadas será presentada en el segundo volumen de esta monografía.

RESULTADOS DE LOS ANALISIS 1979

Como en 1978, nuestras excavaciones durante la campaña de 1979 fueron continua• mente acompañadas por unos análisis cuantitativos que culminaron, al terminar la campaña, en los mismos procedimientos multivariados empleados al final del trabajo en 1 978. Puesto que los procesos han sido ampliamente ilustrados por lo que se refiere a 1 978, los resultados de 1 979 serán resumidos de forma más breve. Para el final de la campaña de 1979, los 21 cuadros excavados en 1978 se había convertido ya en 28. El Nivel 4 se hallaba excavado en una superficie total de 22 metros cuadrados, mientras que el Nivel 6 lo estaba en más de 14. Tan sólo resultan de interés aquí los resultados de las pruebas basadas en la totalidad de los datos recogidos. Una vez más, usamos como datos los recuentos en bruto de cada categoría de hallazgo y sus transformaciones en raíces cuadradas, calculando de ellos los coeficientes de correlación y después usando la matriz de estos coeficientes en los análisis de componentes principales con rotación "Varimax". Por primera vez, hubo alguna diferencia entre los resultados de la prueba usando datos estandarizados y los que utilizaban recuentos en bruto. El análisis del Nivel 4 se mostró especialmente complejo. En este caso, su complejidad no resultó tanto del pisado y arrastre de las piezas en un depósito de escaso espesor como había sido el caso en 1978. Durante 1979, recogimos cantidades apreciables de material procedente de las áreas donde los depósitos del Nivel 4 fueron mucho más gruesos y donde la estalagmita del Nivel 5 se hallaba escasamente desarrollada. Quedamos sorprendidos por el hallazgo en tales áreas de los vestigios de varias estructuras artificiales. El cuadro 12Q contenía el borde y la esquina de un fondo de construcción subrectangular que medía aproximadamente 100 por 110 cm. (entonces la parte excavada de la extructura fue tan pequeña que no fue posible deducir sus dimensiones totales) y otra similar pero más grande (130 X 140 cm.) centrada en el cuadro 11 P. Además de los hogares y el pavimento de piedra hallados el año anterior en los cuadros 9P y 10P, los cuadros adyacentes 9Q y R y 10Q y R nos proporcionaron un complejo de pequeños pozos, trincheras más grandes cubiertas de montículos, losas enormes y pavimentos, todos formando parte del complejo "Santuario". Las complicaciones en la distribución inducidas por la presencia de estas construcciones contribuyeron en gran medida a intrincar los modelos objeto de nuestra investigación. La presencia de estas estructuras era importante desde otro punto de vista. Ignorando por el momento estas construcciones y concentrando nuestra atención sobre las distribuciones cuadro por cuadro, sería posible buscar indicaciones de su presencia sólo a través de las distribuciones espaciales, especialmente en el caso del cuadro 11 P, que quedó excavado en su mayoría al final de la campaña de 1 979. Si nuestras pruebas funcionaban bien, había que detectar esta estructura, aunque no era de esperar que sus paredes aparecieran con claridad en los modelos de distribución, a no ser que por pura casualidad coincidan con los bordes del cuadro.

216 Para el Nivel 4, los resultados de la prueba sobre datos no transformados parecían distinguir mejor entre conjuntos de variables que los resultados obtenidos con raíces cuadradas. La solución basada en raíces cuadradas unía mandíbulas, vértebras, y patas delanteras con la mayoría de los artefactos de piedra, separándolos de las azagayas, metacarpianos y falanges y de los utensilios líticos con retoque lateral en un caso (Gpll), escápulas y carpianos en otro (Gplll) y fragmentos de pelvis y agujas en un tercero (GpV). Puesto que estos últimos grupos aparecen en ambas soluciones, fueron usados los tres en el estudio de distribuciones. La solución basada sobre recuentos brutos separaba las hojas y lascas sin retoques de otros útiles de piedra, combinándolas con fragmentos de patas traseras. La segregación de piezas no retocadas probablemente corresponde a alguna realidad cultural, y así consideramos como un grupo aparte el integrado por estas hojas y lascas (IV) con vistas al estudio de la distribución. Fragmentos de escápulas y carpianos se hallaban siempre asociados, y formaban un grupo separado (III) en la solución basada sobre datos transformados. Su distribución fue también estudiada por separado. El último grupo admitido se hallaba constituido por el residuo del primer grupo de la solución "no transformada", que consistía en denticuladas, piezas de dorso, raspadores nucleiformes y hojitas "Dufour" (Gpl). En ambas soluciones, se generaron cinco componentes con raíces latentes (valores eigen) cuyo valor era al menos 1,0, llegando a explicar entre el 84% y el 87% de la variabilidad en las matrices utilizando todas las categorías de datos. En ambos casos, sometimos a rotación un factor más que los cinco "significantes", con el fin de llegar a la estructura más clara. La distinción entre instrumentos de hueso y útiles de piedra es notable en estas soluciones, como es siempre la asociación de piezas de retoque continuo con las azagayas, ya detectada en 1978. Escápulas y carpianos están también siempre asociadas en todas las pruebas de ambos niveles, por razones que se nos escapan. La separación entre piezas no retocadas y artefactos retocados sugiere que la fabricación de utensilios y su retoque respondía a otras consideraciones culturales distintas de las que afectaban a las distintas categorías de utensilios retocados. También es interesante que la única categoría de raspa• dores cuya variabilidad está determinada monofactorialmente sea la de los raspadores nucleiformes. Hay otra característica que afecta a las restantes categorías de raspadores: todas ellas están negativamente relacionadas con el Gpll (es decir, el conjunto azagaya/pieza de retoque continuo). La estructura de la variabilidad en el Nivel 4, durante ambas campañas, es distinta de la de cualquier otro nivel Magdaleniense que hayamos sometido a prueba hasta el presente. Los mapas de dispersión de desviaciones standard para estos grupos se representan en las figuras 19 a 23. Las distribuciones de mayor densidad en el primer grupo, que incluye raspadores nucleiformes, piezas de dorso, hojitas Dufour y denticuladas, se hallaron en los cuadros hacia el SW del Santuario, es decir, el 100, al 11 0 y, especialmente el 11 P, que coincidía con el centro de uno de los fondos de estructura rectangular (que se extendía también por el 110). Los residuos asociados con este grupo factorial se concentraban sobre la estructura. Gpll, que contiene azagayas y piezas con retoques continuos, estaba más densamente distribuido en el cuadro 10P, sobre el pavimento en el borde Oeste del Santuario. El cuadro 9P, también sobre el pavimento, nos dio importante cantidad de hallazgos de este grupo, pero también lo hicieron los cuadros 12P, 8N y 9N. Sin embargo, durante la excavación observamos que las azagayas enteras abundaban sorprendentemente en los cuadros del Santuario, y cuando había cantidades relativamente grandes de tales utensilios en otros cuadrados, las piezas tendían a estar muy fragmentadas. No tuvimos la impresión de que las piezas con retoques continuos eran especialmente abundantes en los cuadros del Santuario, mientras que abundaban más en otras partes del nivel. Verificamos esta impresión, dibujando el mapa de dispersión de azagayas sólo. La distribución de estas piezas reforzaba nuestra opinión. Mientras que aún se encontraban grandes concentra• ciones de fragmentos de azagayas fuera del Santuario, los cuadros 9Q y 10Q en el Santuario

217 Fig. 19 Fig. 20 contenían gran abundancia de azagayas completas (Fig. 21). El Gplll es el grupo de las hojas y lascas no retocadas. Tales piezas están más densamente concentradas al SO de los cuadros del Santuario, como son también los materiales de Gpl, por eso están también asociados con la construcción rectangular. El GpV, que es la asociación enigmática de escápulas y carpianos, nos fue de escasa utilidad para entender las distribuciones, y aunque se incluyó en los cálculos, no presentamos su dibujo de distribución. El GplV —fragmentos de pelvis y agujas—, es muy denso (aunque con piezas fragmentadas) en el cuadro 100, y muy abundante en dos cuadros del Santuario, el 11 Q y el 10F¡, donde el número de agujas completas recogidas en los pozos, es sorprendentemente elevado (materiales de este grupo nunca han sido verdaderamente abundantes en El Juyo, y los mapas de distribuciones para el grupo IV se basaron en recuentos brutos en vez de raíces cuadradas). También hay fragmentos de agujas en 11 P y 12P, hacia el SO del Santuario. Aunque diferente, la distribución de los materiales del GplV es en algunos aspectos, reminiscente de la de las azagayas y del Gpll. También es notable que el área de distribución más densa en el GplV se encuentra rodeada por un aro de cuadros donde no se halló ningún ejemplar de materiales del GplV ni en 1 978 ni en 1979. El pisado y el arrastre solos no pueden dar cuenta de este hecho, puesto que se pueden reconocer hasta los más pequeños fragmentos de agujas, y éstos hasta

Fig. 21 Fig. 22

218 resultan abundantes en algunos de los cuadros más pisados. Aquítenemos un caso claro de lo que originariamente fue una distribución culturalmente diferenciada, cuyas líneas generales permanecen reconocibles a pesar de la alteración mecánica que han sufrido los artefactos. Hasta el momento, sólo hemos escrito sobre la distribución de grupos individuales en las áreas excavadas del Nivel 4 durante 1979. Cuando se examina la distribución de cuadros cuyos contenidos (expresados como proporciones de la suma de las raíces cuadradas de cada grupo) son semejantes, hallamos, como en 1978, que hay pares o conjuntos más grandes de cuadros con más o menos el mismo contenido proporcional. Estas semejanzas se hallan gráficamente indicadas en la figura 24. Los símbolos se expresan en la siguiente tabla.

Símbolo Gplll % Gpll % Gpl % GplV %

& 12.2 61 27 0 líl 10-38 26-55 12-19 8-16 III 44-55 23-27 16-27 0-6 X 45-47 30-35 12-13 0 °Ca 60-68 15-18 7-15 1-4 $ 65-68 20-25 10-12 0 # 65-70 18-20 6-10 0 III 71-72 12-14 11-16 0-3 »» 73-82 6-1 1 8-10 0-4

El cuadro 10N no se asemeja a ningún otro. Aparentemente dio cantidades excepcio- nalmente altas del Gpll (pero no azagayas), pocos restos de talla del Gplll y proporcional- mente más materiales del Gpl que otros cuadros. Pero de nuevo aquí nos encontramos con cifras engañosas. El cuadro tiene actualmente muy pocas piezas de cualquiera de las categorías, como muestran los mapas de las desviaciones estandarizadas, y sus extrañas características probablemente son accidentales. También resultan curiosos los cuadros del Santuario, cuadros que tampoco han dado mucho material. Se recogieron muchos miles de piezas de la tierra mezclada en los "niveles de relleno" que constituyen el grueso de los sedimentos del Santuario. Tales niveles, compuestos de lotes de tierra revuelta recogidos por los prehistóricos de niveles más antiguos de ocupación, han sido excluidos evidentemente de nuestras pruebas. Su contenido no proviene de actividades llevadas a cabo en el Nivel 4, y

0

N N 1979, N, 6 p M N P 1979, N.4 6 7 0 D NORMALIZADAS 7 X DISTRIBUCION DE CUADROS 8 0 0 0 DE CONTENIDO SIMILAR 11 R 8 X 0 $ Q R - DESV EG > 1 9 0 0 + + t + • DESV ACION POS )0, <1 í DESV ACION POS >1( (2 9 It # /// 0 * * 0 * II # DESV ACION POS >2 0 FALIi 10 S »> 0 * * SOBRE LAS RAICES CUAD• RADAS DE LOS VALORES 11 0 0 II REALES 111 11 /// 111 »> 12 0 II 0 1 1 1 • 11 12 »> 1 1 1 • 11 EXPLICACION EN TEXTO GRUPO 4, (CRUDO) TOTAL

Fig. 23 Fig. 24

219 su inclusión en las pruebas factoriales y en los análisis de distribución carecería de sentido. Tan sólo han sido tenidos en cuenta los materiales que al parecer habían sido depositados intencionalmente en los "niveles de ofrendas" o colocados sistemáticamente alrededor de los montículos del Santuario, y consiguientemente integrados en el proyecto de construcción del Santuario, y su número es relativamente pequeño. No obstante, el hecho de que los cuatro cuadros resulten extraños en el mismo sentido sugiere que en este caso la semejanza refleja una realidad cultural subyacente. Ninguno de los niveles de ofrendas del Santuario tenía muchos restos de talla, y la proporción de agujas en los cuadros era relativamente muy alta. Los cuadros 70 y 8N son semejantes por el hecho de tener gran proporción de materiales del grupo II y sólo proporciones moderadas del Gplll, pero una vez más hay pocos hallazgos de uno de estos cuadros (el 70). Los cuadros 110, 12P y 1 2Q contenían proporciones moderadas de la mayoría de las variables, estando el Gpll proporcionalmente bien representado. Las mayores proporciones relativas de los materiales del Gpll se hallaron en 8N y 80. En 80, por primera vez, las piezas no retocadas eran más de la mitad de los materiales "factoriales". La frecuencia relativa de tales piezas asciende progresivamente en los cuadros 8M y 8P; 9M y 9N; y 90 y 11 N. Las proporciones más altas de piezas no retocadas se recogieron en los cuadros 1 00,11 P y 120. Conviene recordar que el cuadro 11 P contiene la mayor parte de la estructura semisubte- rránea. Estos grupos no son todos significativamente diferentes en sus contenidos proporcionales. Algunos de ellos forman una serie escalonada, y mientras los cuadros 90 y 11 N, por ejemplo, son claramente diferentes de los cuadros 100, 12P, 12Q, 70 y 8N en representación proporcional del desecho del lascado, los cuadros en los escalones intermedios se asemejan en este aspecto. Los mismos cinco cuadros contrastan con el grupo 100/11P en contenidos proporcionales de materiales del Gpll, pero hay otros cuadros intermedios desde este punto de vista. En suma, es posible distinguir al menos 5 conjuntos aparentemente diferentes e internamente homogéneos en los cuadros del nivel 4: los cuatro cuadros del Santuario, los cinco cuadros con más del 70% de desecho de lascado, incluyendo la estructura cuadrangular del IIP, los tres cuadros de afuera del Santuario con más del 16 % del Gpl (pero no el 10N), los cuadros que no son del Santuario con el 24 al 35 % de materiales del Gpll, y el resto. Aparecen reflejados las estructuras en la distribución de cuadros con contenido proporcional semejante, pero la discriminación es variable y la distribución de las desviaciones standard de constelaciones individuales indica su presencia tan bien o mejor. Sería un errorfiarnos demasiado en las distribuciones de cuadros de contenido semejante sin tener en cuenta los otros datos. Para obtener resultados fiables, su estudio siempre debería ser acompañado del examen de los mapas de desviaciones standard. El número de cuadros no contiguos fuera del Santuario con similares proporciones de todas las categorías de datos es aún en parte un reflejo del grado del arrastre de los materiales sobre un subestrato resistente, y por tanto no debemos de ir más allá con estas interpretaciones, pero había una evidencia convincente al final de la campaña de 1979 de que alguno de los grupos detectados resultaba aún interpretable como una reminiscencia borrosa de lo que fueron originalmente modelos culturales. El análisis del nivel 6 es algo más simple, reflejando, por una parte, una alteración postdeposicional considerablemente menor que la indicada para algunas partes del nivel 4, y, por otra parte, el pequeño número y la relativa sencillez de las construcciones que en parte condicionan la forma de las distribuciones espaciales. Las soluciones que utilizan transformaciones en raices cuadradas se diferenciaban menos de las que utilizaban frecuencias brutas en el caso del nivel 6, pero no obstante había aún algunas diferencias entre los dos. La prueba basada en datos sin transformar dio 6 factores significantes que explicaron el 90% del total de la variabilidad y las transformaciones en raíces cuadradas siete componentes con valores eigen de 1 o más, explicando el 92 % de la

220 valoración total. Había algunas diferencias entre las listas de variables asignadas a distintos grupos en ambas pruebas. Para mayor seguridad, decidimos incluir una variable en un «grupo factorial» sólo si aparecía asociada con este grupo en ambas soluciones. Los grupos generados eran: 1) raspadores simples, sobre lasca y sobre lasca retocada, raspadores en hocico, hojitas «Dufouo>, hojas y lascas no retocadas y agujas; 2) maxilares, mandíbulas, matetarsianos, metacarpianos y fragmentos de patas traseras; 3) fragmentos de escápulas y carpianos; 4) raspadores nucleiformes; 5) buriles sobre truncatura y mixtos. La asociación permanente de fragmentos de escápula y carpianos ya ha sido mencionada. La separación entre los distintos tipos de instrumentos líticos y huesos continuó caracterizando los análisis del nivel 6 en 1979. Al final de la campaña de 1979, nos dimos cuenta de la posición exacta o aproximada de todos los muros de las estructuras en el nivel 6. Los muros de piedra de la depresión grande pasaban a través de los cuadros 60, 70, 80, 8N y los bordes E de 8M y 7M, para cortar diagonalmente el cuadro 6N no excavado. Esta estructura fue designada con el nombre «cámara de los cérvidos», y más tarde como parte N de la «Estructura 2». Los derrumbes de las paredes formaron gran parte del relleno dentro de la depresión en los cuadros 8M, 8N y 80, pero representaban un componente pequeño en los cuadros 7N y 70, donde predominaban los limos arenosos con restos de ciervo. Originalmente, la estructura había sido algo mayor, incluyendo parte de los cuadros 9M, N, y 0; esta parte de la estructura fue abandonada al parecer cuando se construyó el muro en la línea de los 8, antes de que se acumularan los restos de ciervo. Una cámara más pequeña, cuadrangular, y parcialmente vallada con piedras (la cámara de la lámpara, más tarde Estructura 1), fue construida en lo que había sido, previamente, la parte S de la estructura 2. Este fondo de estructura, que medía cerca de 1 50 cm. por 150, ocupaba parte de los cuadros 8N, 80, 9N y 90. Los mapas de desviaciones standard (Fig. 25-27) reflejaban con bastante fidelidad los contornos de las estructuras. Los utensilios de piedra del Gpl se hallaban en mayor densidad fuera de los bordes de la Estructura II, en los cuadros 8M, y, especialmente, en 8P, mientras que eran raros en los cuadros 7N y 70. Esto coincide con las observaciones ya hechas y con nuestra impresión durante la excavación de que las zonas de «actividad ordinaria» deberían hallarse más bien fuera que dentro de la cámara de los cien/os. El Gpll, que incluye las series dentarias buscadas, se hallaba distribuida con mayor densidad dentro del muro Oeste de la cámara de los ciervos en los cuadros 7N y 8N, y fuera de la estructura en el cuadro 7M. Los cuadros 60 y 7P, sobre o fuera de los muros de la estructura, tenían pocas de tales piezas, como fue el caso de 100 más allá del borde S de la estructura más antigua. El Gplll, que

0 0 M N JUYO 1979, N, 6 M N - 1979, N, 6 P 6 P - DDISTRIBUCIO N DE DESVIACIONES 77 II « D

+ * 8 i + 5 R Q R - DESVIACION NEG > 1 - DESVIACION NEG > 1 t + DESVIACION POS >8, <1 9 t + DESVIACION POS >0, (1 II DESVIACION POS >1, (2 II DESVIACION POS >1, <2 10 # DESVIACION POS >2 10 * DESVIACION POS >2 0 FALTAN HALLAZGOS 0 FALTAN HALLAZGOS 11 11 12 12

GRUPO 1 TOTAL GRUPO 2 TOTAL

Fig. 25 Fig. 26

221 H N 0 1979, N. 6 N N l P JUYO 1979 N.6 p

+ t » D « $ $ 0 DISTRIBUCION DE CUADROS NORMALIZADAS DE CONTENIDO SIMILAR 0 It X II II 1 X Q R Q R - DESVIACION NEG > 1 X GPI 7 * GPII 0 + + DESVIACION POS >0, (1 9 //// lili f $ GPII 2,5-3,5 * GPI I DESVIACION POS >1, <2 II GPI 2-3 * GPII 10 * DESVIACION POS >2 10 l // GPI 4 * GPII O FALTAN HALLAZGOS i GPI : GPII

11 11 12 12 LAS RAICES CUADRADAS DE LOS VALORES REALES

GRUPO 3 TOTAL

Fig. 27 Fig. 28

consiste en la constelación escápula/carpianos era abundante en el cuadro 70 y dentro y encima de los derrumbes del muro en 8P. Los materiales de este grupo no existían en 60, ni en 8M, así como en 9M. Los cuadros 8M y 9M son siempre «semejantes» en las desviaciones para cada uno de los tres grupos. Esta evidencia muestra una clara distinción entre los cuadros de dentro de la Estructura II y los que están sobre sus bordes o más allá de ellos, con distribuciones de huesos más densas dentro y distribuciones de artefactos más densas fuera, así como una diferenciación en los contenidos de la estructura, que opone los cuadros ricos en el grupo maxilares/mandíbulas a los cuadros ricos en el grupo escápula/carpianos. El contenido de la estructura cuadrangular semisubterránea llamada «cámara de la lámpara» era muy diferente del resto del nivel 6, pero no de manera que sea detectable a través de estas pruebas. La cámara de la lámpara era muy rica en materiales colorantes, grandes fragmentos de asta, alisadores de piedra y otros materiales que son tan escasos en el resto del nivel que no pudieron ser incluidos en las pruebas. Sin embargo, pruebas como ji al cuadrado, comparando la cámara de la lámpara con otras áreas, indican que hay menos de una posibilidad en mil de que las diferencias detectadas puedan deberse solamente al azar. En el nivel 6, las distribuciones son ciertamente menos alteradas por traslocación post- deposicional que lo sucedido en el Nivel 4. Lo que es más, a pesarde que algunos cuadros no estaban aún excavados por completo en 1979, las muestras en la mayoría de los casos eran razonablemente grandes. Debido a dos factores, la amplitud del tamaño de la muestra y la mayor probabilidad de que las distribuciones estaban intactas y en gran medida inalteradas, se puede esperar que la distribución de cuadros de contenido similar sería un reflejo más fiable de la separación espacial de actividades en el nivel 6, que lo que fue el caso del nivel 4. Esta esperanza se vio plenamente realizada. El mapa de distribución de cuadros de contenido similar (fig. 28), basado en la representación proporcional de sólo dos de los conjuntos aislados por la prueba factorial indica que tres de los cuadros que rodean la cámara de los ciervos (60, 8M y 8P) son estrechamente comparables en contenido. En estos cuadros, el Gpl, conjunto que contiene la mayor parte de los útiles de piedra, así como las agujas, es 7 veces más abundante que el Gpll, que consiste en maxilares/mandíbulas. Los otros cuadros en la línea 8 que marca la pared S de la cámara de los ciervos tienen aproximadamente 2 a 3 veces tantos artefactos líticos como huesos del Gpll. También esto es cierto por lo que se refiere al cuadro 7M, por razones de las que sólo nos dimos cuenta después de la excavación de 1 983, y por lo que se refiere a los cuadros que coinciden con la cámara de la lámpara. El cuadro 10M es similar en contenido por razones que permanecen todavía oscuras en el momento de redactar este

222 escrito. En los cuadros 9M y 9N, la mayor parte de las cuales queda fuera de estas estructuras, la proporción de artefactos líticos es aún más alta (unas 4 veces más que el Gpll). El cuadro 7P, mitad dentro y mitad fuera de la cámara de los ciervos, tiene aproximadamente las mismas proporciones de Gpl y Gpll. Los cuadros que caen completamente dentro de la cámara de los ciervos, son muy distintos en su contenido de todos los demás. En 7N y 70, los residuos del Gpll son 2,5 a 3,5 veces más abundantes que las piezas líticas. Estas observaciones indican que el examen de la distribución de cuadros de contenido similares, en lo que se refiere sólo a dos grupos factoriales, es suficiente en sí mismo para indicar los contornos mayores de las construcciones detectadas en el Nivel 6. Otro punto de contraste entre las distribuciones en los Niveles 4 y 6 es el hecho de que, en este último nivel, cuadros con contenidos similares tiendan a ser contiguos, mientras que en el Nivel 4, la distribución de cuadros similares sea más frecuentemente discontinua. El caso del Juyo nos enseña la utilidad del análisis multivariado y en general las pruebas cuantitativas al programar y llevar a cabo investigaciones prehistóricas. Tales pruebas descubren las líneas generales de la modelación prehistórica del comportamiento humano en orden a diferenciar las implicaciones espaciales de las distintas actividades, aún en los casos en los que tales líneas han sido algo borradas por alteraciones postdeposicionales. En ambos niveles, 4 y 6, la mejor indicación del valor de estos procedimientos al planificar una excavación es el hecho de que las pruebas realizadas en 1978 nos condujeron a ampliar nuestra excavación en las direcciones que desde entonces supimos que eran las más productivas, a pesar de que carecíamos de razones para explicar su productividad potencial en 1978 y predecir las causas del éxito de futuras campañas: el descubrimiento del Santuario, por ejemplo, llegó con una sorpresa, y su significado completo se nos escapó hasta finales de agosto de 1 979, casi terminada la campaña, que por lo mismo hubo de prolongarse. Otros pueden sugerir socarronamente que las técnicas empleadas por nosotros están ya anticuadas, o que tendrían que ser mejoradas, pero hasta el momento que uno de ellos presente una prueba que resulte más efectiva, para formular el tipo de predicciones que es esencial para la planificación de una excavación, que las técnicas que ahora usamos, comprobando su eficacia con datos prehistóricos reales, no nos dejaremos influir para cambiar nuestros procedimientos. Hay que tener en cuenta que, utilizando una cuadriculación arbitraria, hemos podido detectar la presencia de estructuras cuyos contornos reales sólo se descubrieron más tarde en el proceso de la excavación, hecho que comprueba que nuestras técnicas son sensibles a la modelación espacial del comportamiento prehistórico. A pesarde lo modesto de nuestros resultados, son mejores que los que se han derivado de cualquier otro método conocido por nosotros. Por el momento, el Juyo permanece casi sólo como un ejemplo de la utilidad y validez de los procedimientos cuantitativos multivariados empleados como un instrumento para la planificación de la investigación y análisis durante el curso de una campaña de estudios paleolíticos. En un futuro muy próximo, esperamos que la investigación prehistórica haga un gran progreso, cuando sea práctico el uso de microordenadores más eficientes y de reducido tamaño para ser utilizados en los trabajos de campo durante el proceso de investigación. En nuestro propio estudio, gracias a la ayuda del Instituto para Investigaciones Prehistóricas de Chicago y Santander, hemos ya empezado a incorporar procedimientos nuevos, más eficientes y más económicos de análisis. Esperamos que otros hagan lo mismo en beneficio de nuestra disciplina.

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