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LA CRÍTICA SOBRE EL QUIJOTE EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX1

José Montero Reguera

CONSIDERACIONES PREVIAS

Hacer la historia de la crítica sobre el Quijote durante la primera mitad del siglo XX es tarea compleja y difícil, que daría ocasión a una amplia mono- grafía en la línea de la que ya elaboré, para una período más reducido, en mi trabajo sobre El «Quijote» y la crítica contemporánea.2 Procuraré por tanto hacer un esfuerzo de síntesis con el fin de delinear los principales hitos, ten- dencias y acontecimientos que la crítica sobre el Quijote ofreció entre 1900 y 1950. La tarea es compleja y quedarán, sin duda, autores y obras en el tintero, por lo que solicito de antemano la indulgencia de los lectores invocando una vez más las conocidas palabras de Cervantes en las que pide «no se desprecie su trabajo, y se le den alabanzas, no por lo que escribe, sino por lo que ha dejado de escribir». Con ese propósito de síntesis me permito acudir a tres fechas que van a servirme de ejes en torno a los cuales estructurar este trabajo: 1905, 1925, 1947. La primera es el año conmemorativo del tercer centenario de la publi- cación del Quijote: la utilizo como fecha simbólica de inicio del periodo de que me voy a ocupar, aunque haré referencia a algunas publicaciones anteriores, plenamente entroncadas con el cervantismo de la centuria decimonónica. La segunda se corresponde con la publicación del libro quizás de mayor trascen- dencia en la historia del cervantismo: El pensamiento de Cervantes, la obra más lograda de su autor, Américo Castro, que supuso, como es aceptado de manera unánime, un antes y un después en el análisis de la obra cervantina, con atención especial, pero no exclusiva, al Quijote. Esta fecha de 1925 me permite asimismo dividir el período que estoy estudiando en dos partes de igual exten- sión, lo cual me será de utilidad. Finalmente, en 1947 se conmemora el cuarto centenario del nacimiento de , que originó actividades y publicaciones de singular importancia, como la creación de la revista Anales Cervantinos, o los homenajes organizados por la revista Ínsula (1948), por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (Homenaje a Miguel de Cervantes Saavedra en ocasión de su cuarto centenario, Buenos Aires: Universidad, 1947), y por Francisco Sánchez Castañer (Homenaje a Cervantes, : Mediterráneo, 1950, 2 vols.). En todos ellos colaboraron algunos de los más destacados hispanistas de esos años. cervantistas 1 4/8/01 19:32 Página 196

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1. 1900-1925. EL LEGADO DEL XIX: HACIA UNA MODERNA Y NOVEDOSA CONSIDERACIÓN DE CERVANTES Y EL QUIJOTE.

1.1. Preliminar. Los años que van desde 1900 a 1925 constituyen una época no bien conocida en el campo de la crítica sobre el Quijote o sobre el cervantismo en general.3 Se trata de un periodo en el que trabaja y publica un heterogéneo conjunto de escritores, creadores, estudiosos e investigadores formados en los métodos y procedimientos decimonónicos que continuará su actividad en el comienzo del nuevo siglo. A este grupo se van superponiendo nuevas genera- ciones de lectores y admiradores de Cervantes, formados en otras lecturas y métodos de análisis, lo que les permite introducir savia nueva en el conjunto de los estudios sobre el Quijote. Se trata de un periodo, por poner un ejemplo, del que Américo Castro, en su introducción a El pensamiento de Cervantes, apenas destaca cuatro o cinco estudios sobre el Quijote.4 Con todo, a pesar de mucho crítico desbocado y de abundante «megalomanía cervántica» —por decirlo con las palabras del doctor Royo Vilanova5—, creo que es una etapa de siembra, de gestación de interpretaciones, análisis, modos de ver el Quijote que aflorarán a partir de 1923-1925 y que tendrán luego larga descendencia, hasta llegar incluso a nuestros días: baste mencionar, aparte del libro de Castro, que cierra este periodo, el discurso de Marcelino Menéndez Pelayo pronunciado en 1905 sobre Cultura literaria de Miguel de Cervantes y elaboración del «Quijote», reimpreso numerosas veces, incluso recientemente;6 las Medita- ciones del Quijote, de José Ortega y Gasset (1914); el trabajo de Ramón Menéndez Pidal sobre Un aspecto de la elaboración del «Quijote», que desa- rrolla una de las ideas defendidas por Menéndez Pelayo en el discurso de 19057; y la Guía del lector del «Quijote» de Salvador de Madariaga, que inaugura en buena medida el acercamiento psicológico a la obra cervantina.8 1.2. El legado del siglo XIX. El redescubrimiento y revalorización de Cervantes y su obra que se produce en el siglo XVIII, especialmente desde la publicación en 1737 de la bio- grafía escrita por Gregorio Mayans y Siscar a instancias del Barón de Carteret, tienen su continuación y desarrollo en la centuria siguiente, de singular impor- tancia en la historia de la crítica e interpretación del Quijote: es en el siglo XIX cuando empieza a producirse un cambio profundo en la manera en que esta obra se había venido leyendo desde su publicación en 1605.9 El Quijote empieza a leerse no exclusivamente como un libro divertido que causaba la risa y la carcajada de los lectores, sino como un libro serio, en el que se podía encontrar sabios consejos para conducirse en la vida; más aún, en las acciones de don Quijote y Sancho podía encontrarse un modelo de comportamiento humano: se inauguraba así la interpretación simbólica y filosófica de la obra cervantina que presentaba, por ejemplo, a un don Quijote convertido en héroe romántico que desea resucitar un mundo ideal en el que se ha sumergido y que quiere vivirlo dentro de sí. En muchas ocasiones don Quijote parece un román- tico casi incorregible que aun habiendo fracasado en su heroica misión, antes de su muerte, desea vivir en otro mundo ideal e intenta huir hacia un lugar cervantistas 1 4/8/01 19:32 Página 197

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idílico pastoril: «[…] y que tenía pensado de hacerse aquel año pastor y entre- tenerse en la soledad de los campos, donde a rienda suelta podía dar vado a sus amorosos pensamientos, ejercitándose en el pastoral y virtuoso ejercicio».10 Esta nueva manera de acercarse a la obra permitió que se establecieran tres grandes axiomas sobre el Quijote, que se han mantenido hasta fechas muy recientes, como bien ha precisado Anthony Close: la idealización del héroe y la negación del propósito satírico de la novela; la creencia de que la novela tiene un nivel simbólico y que a través de tal simbolismo Cervantes expresó ideas sobre la relación del espíritu humano con la realidad y sobre la naturaleza de la historia de España; y, en tercer lugar, la interpretación de ese simbo- lismo como reflejo de la ideología, estética y sensibilidad modernas.11 En con- secuencia con esa nueva manera de acercarse al Quijote a partir del Romanti- cismo, en los últimos veinte años del siglo XIX se va desarrollando un cierto tipo de crítica, al tiempo que toda una imagen de la obra (y del autor), que es la que heredan los que se acercan a la obra cervantina en el primer cuarto del siglo veinte. Así por ejemplo, como herencia del romanticismo que se desarrolla después de forma reiterada tanto en la literatura como en las artes plásticas, debe considerarse la dualidad Quijote-Sancho como «metáfora de los contra- dictorios, pero inseparables, componentes de la personalidad humana»12; asimismo, la simbiosis entre personaje y creador, con la identificación de este último ante todo «como un rasgo de carácter nacional»,13 primando por tanto su condición de español, lo cual supone, obviamente, una visión nacionalista, como así se muestra inequívocamente en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, «escaparates por excelencia del arte oficial, [que] ofrecen el panorama más completo de la utilización de Cervantes y de sus personajes al servicio de los ideales del nacionalismo español».14 Lo que viene a conse- guirse con todo ello, según el siglo XIX va avanzando hacia sus últimas décadas, es «una auténtica institucionalización de antiguas aspiraciones […] junto a la gloria que novela y personaje representaban para el contexto político- cultural del Estado moderno. Cervantes y lo cervantino se convirtieron entonces en iconos glorificadores de lo nacional, lo mismo que tantos otros temas históricos»15: en fin, un Quijote que se encuentra por todas partes y es utilizado de manera constante y permanente con propósitos y objetivos muy diversos; es así como se puede entender mucho mejor el artículo de Mariano de Cavia en el que, desde las páginas de El Imparcial, 16 se quejaba precisa- mente de esa invasión del Quijote no sólo en la literatura, sino en todas las bellas artes e, incluso, en otros órdenes de la vida cultural y política de entonces.17 Estos últimos años del siglo XIX, ya en las vísperas del desastre de 1898, suponen una nueva «canonización» (la expresión es de Anthony J. Close) de la obra y el personaje cervantinos, que va a ser caracterizado (el personaje) siguiendo los modelos del Greco, cuya figura y valía se recuperan entonces.18 Igualmente se hará con el autor: el cuadro atribuido a Jáuregui donado a la Academia en 1910 por José Albiol responde en buena medida a esa tendencia, de ahí, quizá, la buena acogida que recibió inicialmente, al menos desde diversas instituciones: como dice Carlos Reyero, la imagen de Cervantes en este retrato «respondía a esa adustez ‘grequista’ tan querida en la época».19 cervantistas 1 4/8/01 19:32 Página 198

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El siglo XIX lega también la penetración generalizada del Quijote en el sistema educativo español. Según Gabriel Núñez, Cervantes, en opinión de Blair, fue el único autor que supo hacer un libro clásico, de lectura agradable y de utilidad literaria. Con El Quijote para niños y con los fragmentos del mismo seleccionados por Lista para su colegio, culminará en la década de los ochenta, casi coincidiendo con el Programa de Literatura Española de Menéndez Pelayo, que consagra la lección 65 a Cervantes, la implantación del Quijote como manual de uso obligado en las horas de lectura y escritura al dictado de los escolares de todos los tramos del sistema educativo de los dos últimos siglos […] ahora se inicia la penetración generalizada del Quijote en el sistema educativo español.20

De esta manera se culmina el proceso iniciado en el siglo XVIII de incor- poración del Quijote a las historias de la literatura como uno de los grandes valores de la literatura española21 y continúa y se consolida en los manuales, preceptivas e historias de la literatura decimonónicas, tanto españolas como extranjeras:22 Francisco Giner de los Ríos (1866-1867),23 Manuel de la Revilla (1872),24 Manuel Milá y Fontanals (1873-1874),25 James Fitzmaurice-Kelly (1898),26 Marcelino Menéndez Pelayo, 27 etc. Entre el cervantismo de raigambre plenamente decimonónica cabría destacar algunos nombres de alcance y valía muy distintos; son los nombres que cualquier estudioso del Quijote de principios del siglo XX tendría que manejar inevitablemente:28 Juan Eugenio Hartzenbusch (1806-1880), inspi- rador de una de las aventuras tipográficas más curiosas en la historia del cer- vantismo: en 1863 el impresor madrileño Manuel Rivadeneyra decide llevar a Argamasilla de Alba los instrumentos y máquinas necesarios para imprimir un Quijote y unas Obras completas. Tales artefactos se instalaron en la conocida Cueva de Medrano, lugar que parece pudo ser prisión de Cervantes, como reza el pie de imprenta: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra. Edición corregida con especial estudio de la primera, por D. J. E. Hartzenbusch (Argamasilla de Alba: Imprenta de Don Manuel Rivadeneyra [casa que fue prisión de Cervantes], 1863, 4 vols); y Obras completas de Cervantes […] Texto corregido con especial estudio de la primera edición, por D. J. E. Hartzenbusch (Argamasilla de Alba: Imprenta de Don Manuel Rivadeneyra [casa que fue prisión de Cer- vantes], 1863, 4 vols.). Y también es autor de las 1633 notas redactadas para acompañar a la edición «foto-tipográfica» de López Fabra:29 sin duda sus comentarios son menos valiosos que el de Clemencín (a quien sigue y discute con mucha frecuencia), pero todavía tienen cierto interés; desde el punto de vista filológico, intervino en demasía sobre el propio texto, ofreciendo lecturas y enmiendas injustificadas, aunque, cuente en su favor, fue el primero que, por ejemplo, proporcionó una solución razonable al famoso episodio de la desa- parición del rucio de Sancho Panza. Pascual de Gayangos (1809-1907), conocido sobre todo por sus estudios sobre libros de caballerías, pero autor también de diversos trabajos cervantinos, como Cervantes en (publi- cado a lo largo de cinco entregas en la Revista de España, durante los meses de marzo a julio de 1884)30, con algunas novedosas consideraciones sobre la publicación del Quijote31; Manuel Milá y Fontanals (1818-1884), maestro de Menéndez Pelayo;32 Adolfo de Castro (1823-1898), académico, defensor de arriesgadas atribuciones (El Buscapié, Semanas del jardín, acaso sea el autor cervantistas 1 4/8/01 19:32 Página 199

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de la Epístola a Mateo Vázquez);33 Manuel de la Revilla (1846-1881), autor de un conocido manual reimpreso varias veces, pero sobre todo de diversos trabajos sobre el Quijote en los que muestra una mesura y sensatez dignas de encomio al referirse al posible simbolismo del Quijote;34 Cristóbal Pérez Pastor, autor de dos volúmenes de Documentos cervantinos hasta ahora inéditos (Madrid, 1897); José María Asensio y Toledo, que ingresó en la Real Academia Española (1904) con un discurso sobre Interpretaciones del Quijote al que respondió Menéndez Pelayo, 35 y autor también de un extenso volumen sobre Cervantes y sus obras publicado inicialmente en 1870.36 No hay que olvidarse tampoco de otros escritores y creadores a caballo entre estos dos siglos, cuya admiración por el Quijote es bien evidente: Juan Valera (1824-1905), cuya novelística está llena de resabios cervantinos, dedicó a Don Quijote dos importantes trabajos: Sobre el «Quijote» y sobre las dife- rentes maneras de comentarle y juzgarle, discurso leído en la Real Academia Española el 25 de septiembre de 1864, y Consideraciones sobre el «Quijote», discurso leído también en la Docta Casa el ocho de mayo de 1905 dentro de los actos conmemorativos del tercer centenario del Quijote. Ambos de singular importancia, quiero destacar sobre todo el primero, pues en él Juan Valera llama la atención sobre los desatinos de parte de la crítica empeñada en buscar simbolismos y significados esotéricos a la obra de Cervantes, a la par que defiende el carácter ante todo paródico del texto cervantino respecto a los libros de caballerías, de manera que destaca así el valor literario, estético, si se quiere, del Quijote antes que cualquier otro.37 José María de Pereda (1833- 1906), que tenía en el Quijote una de sus lecturas predilectas, 38 incluye en buena parte de sus obras en prosa elementos muy cervantinos39 y a él se debe un clarividente artículo, Cervantismo (1880), en el que ya se presentan las dos vertientes del término: el estudio serio, ponderado de las obras de Cervantes, pero también: «Acaso en el cervantismo vea yo algo de la intemperancia, que, entre nosotros, lleva todo lo demás hasta el ridículo de las cosas más serias y respetables».40 Benito Pérez Galdós (1843-1920), que se complace en destacar a cada momento su deuda con Cervantes, en un gesto admirativo que vale más que cualquier discurso crítico. En su constante meditación sobre Cervantes y sobre el Quijote como matriz de la novela moderna, descubre Galdós, a partir de Gloria, la necesidad de perseguir una forma novelesca total, una construcción que integre, como ocurre con el Quijote, la representación simbólica o si se quiere alegórica del espíritu de España; la constancia de los cambios operados en ese espíritu con el devenir de la historia; la pintura de la vida social, hidalgos, nobles, campesinos, hampones; las manifestaciones de la psicología colectiva e individual, sumida una en la otra, en los estados normales o anormales; todo ello asentado en la literatura científica disponible e incorporado a una estructura formal de novela realista e idealista al mismo tiempo, seria y humorística, culta y popular, trágica y cómica.41 Esa admiración por Cervantes permanecerá siempre, hasta sus últimos días, como revela la expresión «¡Adiós, Cervantes mío […]!» con que finaliza una conferencia suya (leída por Serafín Álvarez Quintero en el salón de actos del Ateneo de Madrid el 28 de marzo de 1915) que el autor de Fortunata y Jacinta recoge en sus Recuerdos y memorias.42 Leopoldo Alas Clarín (1852- 1901) cuya novela La Regenta presenta una filiación cervantina evidente;43 Emilia Pardo Bazán, 44 Jacinto Octavio Picón (1852-1923), que, con las cervantistas 1 4/8/01 19:32 Página 200

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palabras de Gonzalo Sobejano, veneraba a Cervantes,45 y participó activamente en buena parte de los actos conmemorativos del tercer centenario, etc.46 Los críticos y novelistas mencionados, a caballo entre las dos centurias, presentan, en fin, una singular importancia en el campo de la exégesis cervan- tina, pues, por una parte, con sus novelas muestran en la práctica su deuda con Cervantes y el Quijote, de manera que lo convierten en un modelo novelesco digno de ser imitado (Galdós, Clarín, Valera); en segundo lugar intentan poner un poco de orden y mesura ante los excesos de la crítica simbólica (Juan Valera, Manuel de la Revilla); y, finalmente, ponen nombre a ese conjunto cada vez mayor de actividades, en ocasiones de difícil clasificación, cuyo prin- cipal objetivo es estudiar, difundir, comentar, interpretar, alabar,… la vida y la obra literaria de Miguel de Cervantes; ese nombre no es otro que el de cer- vantismo, a la par que indican los problemas que puede acarrear este tipo de exégesis (Pereda). 1.3. Los fastos y conmemoraciones de 1905. En 1905 se conmemora el tercer centenario de la publicación del Quijote. Tal acontecimiento se venía preparando desde un par de años antes47 y originó una auténtica avalancha de publicaciones, actos, reuniones y proyectos impul- sados, buena parte de ellos, desde el Gobierno que había promulgado a tal efecto las Reales Órdenes de fecha 1 de enero, 13 de febrero de 1904 y 8 de mayo de 1905. La actividad fue muy intensa como puede verse en la útil Crónica del centenario del «Don Quijote» que publicaron Miguel Sawa y Pablo Becerra48 y abarcó todos los ámbitos culturales de la época: música, pintura, escultura, teatro,49 traducción,50 periodismo y, también, la crítica e investigación histórico-literarias. No es mi propósito ahora inventariar lo publi- cado a raíz de este centenario (labor titánica que excede con mucho las posi- blidades de este trabajo), sino mostrar, siquiera esquemáticamente, su signifi- cación en el contexto de la literatura de la época y, asimismo, destacar los principales hitos bibliográficos. La fecha de 1905 constituye un año de singular importancia en nuestra historia literaria: un grupo de escritores jóvenes (noventayochistas, moder- nistas) va adquiriendo poco a poco más peso en los ambientes literarios de la España de principios de siglo; al decir de José María Martínez Cachero, es la fecha clave de triunfo de la corriente modernista, con la publicación de algunos de los libros más característicos de este movimiento.51 Y noventayochistas (Azorín, Baroja, Unamuno) y modernistas (Juan Ramón Jiménez, Rubén Darío, Machado, Valle Inclán, Martínez Sierra), esto es, la nueva literatura, van a enfrentarse con la vieja literatura representada por las egregias figuras decimonónicas todavía vivas: Juan Valera, Benito Pérez Galdós, José Eche- garay, y otros. Este enfrentamiento vino a suponer en buena medida «el final de una generación y la entronización de otra»,52 todo ello con el centenario del Quijote al fondo, en el cual, de una u otra manera participan los integrantes de esta nueva literatura, quienes acaban convirtiendo el libro cervantino, con la expresión de Javier Blasco, en el «evangelio» de los nuevos tiempos. Y por otra parte, la nueva literatura se va a enfrentar al cervantismo oficial poniendo de relieve sus preferencias por el libro antes que por el autor, mos- trándose, por tanto, mucho más quijotistas que cervantistas: eso es lo que cervantistas 1 4/8/01 19:32 Página 201

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explica los conocidos libros de Miguel de Unamuno, Vida de Don Quijote y Sancho,53 y Azorín, La ruta de Don Quijote, ambos publicados en 1905 como consecuencia directa —al menos el de Azorín— de las celebraciones del cen- tenario; y es lo que explica también, por ejemplo, el rechazo inicial de Fran- cisco Rodríguez Marín al cervantismo de Azorín, cuya recreación del camino seguido por don Quijote es calificado por el erudito como «tentativas baladíes en que no hay ni pizca de cervantismo».54 Entre las abundantes publicaciones aparecidas en esa fecha55 se pueden destacar la Gramática y diccionario de la lengua castellana en «El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha», de Julio Cejador y Frauca, 56 hoy ya muy desfasado, pero en su momento esfuerzo importante y ampliamente utilizado durante años; el conocido discurso de Menéndez Pelayo al que ya me he referido antes; el libro de su discípulo, Adolfo Bonilla y San Martín, Don Quijote y el pensamiento español, ensayo de corte nietzscheano y volunta- rista,57 en el que pueden encontrarse no obstante algunas ideas, muy en esquema, que Américo Castro desarrollaría unos años más tarde en El pensa- miento de Cervantes; el ensayo de Santiago Ramón y Cajal, precedente de toda una línea de acercamiento al Quijote;58 el libro de Ángel Salcedo Ruiz sobre Estado social que refleja el «Quijote»,59 «el estudio más completo escrito en la primera mitad del siglo XX», en palabras de Javier Salazar Rincón;60 y aunque no referida exclusivamente al Quijote, merece la pena recordar la Bibliografía crítica de las obras de Miguel de Cervantes (Madrid: 1895-1904, 3 volúmenes), de Leopoldo Rius, todavía útil.61 Y finalmente, el llamado «Quijote» del centenario, un ambicioso proyecto editorial llevado a término finalmente por Ricardo López Cabrera —yerno del pintor sevillano especialista en temática cervantina José Jiménez Aranda— que concibió una lujosa publicación de la novela en ocho tomos, cuatro de textos y cuatro de láminas, que aparecieron en Madrid entre 1905 y 1908.62 Aunque filológicamente no presenta ningún valor, fue un esfuerzo artístico de primer orden, en el que colaboraron algunos de los mejores pintores españoles de la época. El principal ilustrador de ese proyecto fue José Jiménez Aranda, que había comenzado a trabajar en él hacia 1896 y murió antes de ver terminado su proyecto para el que preparó seiscientos ochenta y nueve «gouaches», cuyos originales se encuentran dispersos. Son ilustraciones, en opinión de Carlos Reyero, «muy bien compuestas y magní- ficamente dibujadas, realizadas con extraordinaria naturalidad, destacando la captación precisa de gestos y detalles, con gran fidelidad narrativa, aunque, a la vez, de gran espontaneidad». En la misma edición colaboraron los siguientes pintores: Luis Jiménez Aranda (1845-1928), autor de treinta y siete láminas; Ricardo López Cabrera (1864-1950), que realizó veinticuatro ilustraciones; Nicolás Alpériz (n. 1870), Gonzalo Bilbao (1860-1938), autor de cinco; José Villegas (1844-1921), que llevó a cabo tres; Emilio Sala (1850-1910), que realizó tres; Manuel Benedito (1875-1963), dos; Joaquín Sorolla (1863-1929), también autor de dos; José Francés, autor de una que, dado su condición de escritor, tenía un valor más bien testimonial, y José García Ramos (1852-1912).63 cervantistas 1 4/8/01 19:32 Página 202

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1.4. Otro centenario más: 1916. Cuando todavía no se habían apagado del todo los ecos de las celebra- ciones de 1905, nuevos acontecimientos se prepararon con el propósito de conmemorar esta vez, en 1916, el tercer centenario de la muerte de Miguel de Cervantes. Como en la ocasión precedente, no hubo campo de las bellas artes que se escapara de estas conmemoraciones, 64 aunque, bien es cierto, no se llegó a los extremos de 1905. Desde el punto de vista crítico, los resultados no fueron muy destacados: abunda la crítica extravagante, 65 pero es posible destacar el libro de Francisco de Icaza (El «Quijote» durante tres siglos)66, con rica información y sugerentes interpretaciones, aunque hoy ya desfasado; y los volúmenes de Adolfo Bonilla y San Martín que, si bien no referidos exclu- sivamente al Quijote, incluyen ideas y consideraciones inteligentes a la par que son reveladores del encono que en ocasiones demuestra el cervantismo.67 Una nueva edición del centenario viene a cerrar el de 1916: no es otra que la que publicó Francisco Rodríguez Marín en 1916-191768 con ilustraciones de Ricardo Marín.69 Esta edición fue reseñada en la prensa con éxito diverso: favorablemente, por Aurelio Baig Baños («El Quijote más ilustrado y la edición crítica de Rodríguez Marín», El correo español, 29 de marzo de 1917, 31 de marzo de 1917 y 1 de abril de 1917) y Francisco Morán («La nueva edición del Quijote», El Debate, 4 de abril de 1917); en cambio, Luis Astrana Marín se mostraba muy crítico con la labor de Rodríguez Marín.70 Finalmente, la Academia Española publicó una edición facsimilar de las primeras ediciones cervantinas con las técnicas de que se disponía en esas fechas.71 1.5. La enseñanza del Quijote. En este primer cuarto de siglo se plantea una cuestión que acabará en abierta polémica: cómo enseñar el Quijote y, aún más, ¿es lectura adecuada para la escuela?. Lo cierto es que desde principios de siglo son abundantes las ediciones destinadas a los niños. Acudiendo a la benemérita recopilación de José María Casasayas encontramos entre 1904 y 1915 no menos de treinta y ocho ediciones en castellano del Quijote destinadas entera o parcialmente a los niños: en 1904 se publica una, dieciocho en 1905, una en 1907, otra en 1909, otra más en 1910, dos en 1912, seis en 1913, cinco en 1914 y tres en 1915.72 Todo esto se inserta en una época en la que existe un vivo interés por lo pedagógico, en la que se renuevan los métodos y técnicas de enseñanza a todos los niveles; lo que explica, en fin, que los Premios Nacionales de Literatura de 1928, 1929 y 1932 se convoquen con temática de este tipo: en 1928 lo obtiene José Montero Alonso por su Antología de poetas y prosistas españoles, 73 en la que se dice expresamente: «El tema para el Concurso Nacional de Literatura de 1928 era ‘Antología de poetas y prosistas españoles, con semblanza de cada autor’. Se quería premiar, según la convocatoria, un libro de lectura para las Escuelas nacionales de niñas y niños». (p. 9; cursiva mía). Al año siguiente lo obtiene Ángel Cruz Rueda por sus Gestas heroicas castellanas contadas a los niños74 y en 1932 recae en Alejandro Casona por su Flor de leyendas.75 A propósito del Quijote, esta cuestión se había planteado en Francia a lo largo del siglo XIX con la publicación de varias ediciones «para la juventud»;76 en España se plantea en cambio, casi como una consecuencia del centenario de cervantistas 1 4/8/01 19:32 Página 203

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1905, aunque la preocupación existe desde mediados del siglo XIX, pues ya el 10 de diciembre de 1856 el Gobierno aprueba dos antologías del Quijote para su uso en las escuelas: El Quijote de los niños y para el pueblo editado por Nemesio del Campo y Rivas y El Quijote para todos.77 Las Reales Órdenes de 13 de febrero de 1904, 8 de mayo de 1905, 28 de noviembre de 1906 y de 12 de octubre de 1912 coinciden en ordenar que «Los maestros nacionales incluirán todos los días a contar desde primero de enero próximo, en sus ense- ñanzas una dedicada a leer y explicar brevemente trozos de las obras cervan- tinas más al alcance de los escolares».78 Las consecuencias son inmediatas: así por ejemplo, el editor Saturnino Calleja empieza a publicar una Edición Calleja para escuelas que tendría una amplia difusión. En ella se decía «a los profe- sores de primera enseñanza» que «la lectura del Quijote en las escuelas con- tribuirá, seguramente, a levantar en España la afición a lo clásico, y con este propósito hacemos esta edición dedicada a los niños», y se indica asimismo el método para poner el Quijote al alcance de este público: «la necesidad y aun la conveniencia de no administrar en toda su extensión esta obra sublime, guiaron la vacilante diestra, y en gracia a la intención seguramente ha de sernos dispensado el atrevimiento. Lo que no hemos osado, considerándolo como inaudita falta de respeto, es modificar lo escrito por Cervantes. Por eso prefe- rimos suprimir por completo algunos capítulos antes que profanar la obra inmortal».79 También responde a esa orden de 1905 el librito Catecismo de Cervantes a cargo del profesor auxiliar del Instituto de Oviedo D. Acisclo Muñiz Vigo, que reimprime en 1912, como consecuencia de la otra orden ministerial mencionada, bajo el título Cervantes en la escuela, cuando de la primera obra ya se habían agotado seis ediciones. Y, como estos, otros muchos textos que responden a esas órdenes que harán que esa cuestión —la enseñanza del Quijote en la escuela— pase a un primer plano, con opiniones contrarias y con la intervención de destacadas plumas de la época: acaso la polémica más conocida es la que sostuvieron Antonio Zozaya y José Ortega y Gasset, 80 con conclusiones cercanas, pero debidas a razones distintas; y también Mariano de Cavia, 81 Rodríguez Marín, 82 Ezequiel Ortín, 83 etc. 1.6. La edición y anotación del Quijote.

El siglo XIX lega a la siguiente centuria un Quijote anotado copiosamente (los comentarios de Bowle, todavía en el XVIII [1781]; el comentario de Diego Clemencín [1833-1839], imbuido plenamente de espíritu neoclásico; las famosas 1633 notas de Juan Eugenio Hartzenbusch), pero muy deficiente desde el punto de vista de la edición del texto. Dentro de la amplia variedad de ediciones decimonónicas destaco (entre 1850 y 1900) las siguientes, de amplia difusión y, por tanto, influencia en los inicios del siglo XX: el Quijote de Riva- deneira (1863); el facsímil de López Fabra (1871-1879), cuyo tercer volumen lo conforman Las 1633 notas puestas por el Exmo. e Ilmo. Sr. D. Juan Eugenio de Hartzenbusch; el Quijote de Ramón León Máinez (1877-1879), y el Quijote de James Fitzmaurice Kelly en colaboración con James Ormsby para los primeros veinticinco capítulos.84 Todos esos esfuerzos editoriales, en su conjunto, aportan notas y comen- tarios de interés que permiten entender mucho mejor el Quijote: pasajes paró- dicos de libros de caballerías, significación y contexto de determinadas cervantistas 1 4/8/01 19:32 Página 204

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palabras, posibles fuentes, etc.; pero ninguna ofrece un estudio riguroso de las diversas ediciones de la obra ni un exhaustivo cotejo de variantes (aunque alguna lleve un mínimo aparato crítico, v. g. la de Máinez). El primer cuarto del siglo XX ofrece algún avance en esta cuestión, pero no sustancial. Se publican trabajos importantes, como el de Homero Serís en el que registra y describe los Quijotes de la Sociedad Hispánica de América con algunas importantes novedades85 y las ediciones en castellano de la obra cer- vantina se multiplican: cerca de dos centenares ha inventariado José María Casasayas entre 1900 y 1915, en España y fuera de España, presuntamente críticas, para niños, con ilustraciones… de todo tipo. No tengo en cuenta ahora las traducciones a otras lenguas, también muy abundantes.86 Bien es cierto que la edición del Quijote se alentó desde ámbitos institucionales con las reales órdenes de 1905 (para conmemorar el tercer centenario del Quijote) y de 1912, que reafirmaba la primera, en la que se ordenaba que «La Real Academia Española informará, en el término más breve, a este Ministerio acerca de la forma, plan de publicación y personas a quienes haya de confiarse la dirección de las dos ediciones del Quijote, una de carácter popular y escolar y otra crítica y erudita».87 Sin embargo, los resultados no son muy alentadores desde una perspectiva filológica. Fuera de España se publican algunos Quijotes, pero de escaso valor: por ejemplo el publicado por la Biblioteca Románica (Estrasburgo, 1911-1916) a cargo de Wolfgang von Wurzbach «conjugando un ignorante apego a las ‘ediciones legítimas’ con el despojo (tácito) de Cortejón para la inserción de unas escasas variantes»88; y el incluido en la Romanische Bibliothek a cargo de Adalbert Hämel (Halle: Max Niemeyer, 1925-1926), con aún peores resul- tados.89 En España contamos con El Quijote en seis volúmenes a cargo de Clemente Cortejón, 90 que tuvo a la vista ediciones muy diversas, pero sin dis- criminar adecuadamente el valor de cada una ellas, lo que le lleva a preferir variantes sin interés, incorporar variantes gráficas de valor nulo y, en conse- cuencia, a elaborar un aparato crítico muy complicado, confuso y lleno de errores. Y, por otro lado, comienza la labor filológica y de anotación de Francisco Rodríguez Marín que se plasma en cuatro ediciones:91 todas ellas y en especial la última incorporan abundantes novedades sobre la inmediatamente anterior y se pueden considerar como la respuesta del cervantismo académico y oficial a lo que las órdenes reales de 1905 y 1912 indicaban sobre la elaboración de una «edición crítica y erudita» que dejaban en manos de la Real Academia Española. Rodríguez Marín, que a la altura de 1910 se había convertido en el cervantista español acaso más constante y preparado92, fue elegido académico numerario en 1907 y en varias ocasiones se mostró defensor y portavoz de las opiniones de la docta casa, como por ejemplo en el asunto del retrato de Cer- vantes atribuido a Jáuregui que José Albiol donó a la academia en 1911.93 Pese a los reparos que inicialmente se le pusieron94, la labor de Rodríguez Marín desde el punto de vista de la anotación del texto cervantino es de enorme valor, como así ha destacado un crítico exigente como pocos: «[…] es indiscutible que su comentario supone un paso formidable en la elucidación literal de la obra: Bowle, Clemencín y don Francisco son los tres grandes anotadores del cervantistas 1 4/8/01 19:32 Página 205

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Quijote, y los restantes no van (no vamos) más allá de añadir respuestas a cuestiones de detalle».95 Desde el punto de vista filológico en cambio, sus edi- ciones presentan abundantes deficiencias: adjetivadas todas ellas como críticas, en modo alguno pueden ser consideradas como tales y ni siquiera la última, aparecida póstumamente y con abundantes novedades respecto a las anteriores, roza siquiera ese objetivo. Lo cierto es que, en buena medida, el primer cuarto del siglo XX apenas supone avance, rigor, novedad en la edición del Quijote, pero sí, en cambio, en lo que tiene que ver con la anotación del texto y, por ende, su mejor compren- sión. 1.7. Ensayistas y creadores en la exégesis del Quijote. 1.7.1. La generación del 98. Como ya señalé antes, la fecha de 1898 supuso una nueva «canonización» de Don Quijote similar a la que un siglo antes habían efectuado los románticos alemanes. Tanto la obra como el personaje serán objeto de adhesión unánime por los escritores comúmente englobados dentro de la denominada generación del 98, que los utilizan con profusión y les dedican numerosos comentarios donde la huella de la filosofía germana, Nietzsche en concreto, es evidente y contribuyó de manera decisiva a la revalorización de Don Quijote.96 De una manera muy general —este tema daría lugar a una monografía muy amplia todavía por hacer—, la lectura noventayochista del Quijote supuso ante todo la primacía, por encima el autor, del personaje principal de la novela que se con- virtió a los ojos de estos escritores en paradigma de la dignidad y ejemplo para lograr la regeneración nacional, bien palpable en Unamuno, aunque no tanto en los otros integrantes del mismo grupo literario.97 Sobre esa caracte- rística común, cada escritor ofreció su propia lectura, fruto de sus inquietudes y preocupaciones. El Quijote acompañó a Miguel de Unamuno durante buena parte de su vida intelectual, a lo largo, según el recuento de Jesús González Maestro, de treinta obras:98 desde Quijotismo (1895) hasta Cancionero (Diario poético), obra que apareció póstuma en 1953; y entre una y otra cabe mencionar algunos títulos de singular importancia: El caballero de la triste figura. Ensayo icono- lógico (1896), Vida de don Quijote y Sancho (1905), Sobre el quijotismo de Cervantes (1915), etc. Todavía en fechas no muy lejanas, la prensa española informaba sobre la aparición de un inédito Manual del Quijotismo entre los papeles de la Casa Museo de Unamuno en .99 Su lectura del Quijote no es siempre la misma y ofrece matices diversos conforme pasan los años y la situación política española cambia.100 Desde posiciones menos beligerantes que las de Unamuno, el caso de Azorín es muy similar. Más quijotista que cervantista en sus inicios, no se centró en cambio exclusivamente en el Quijote (uno de sus libros de cabecera, sin duda) sino que dedicó numerosas páginas a Cervantes a quien recreó admi- rablemente en ocasiones, identificando incluso autor y personaje.101 A Cer- vantes y el Quijote dedicó ensayos de geografía literaria (La ruta de don Quijote, 1905), recreaciones de personajes y temas cervantinos (Tomás Rueda, 1915), trabajos de crítica histórico-literaria (Con permiso de los cervantistas, 1947; Con Cervantes, 1948), y obras teatrales (Cervantes o la casa encan- cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 206

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tada, 1931), mostrando en todos ellos su fina sensibilidad para acercarse a las obras y autores clásicos.102 El caso de Baroja es complejo. Sin duda fue un lector reiterado del Quijote, obra que influye decisivamente en las novelas del escritor vasco, pero sus trabajos relativos al Quijote no son abundantes (en comparación con Unamuno o Azorín).103 Una vez más se muestra más quijotista que cervantista, 104 pero defendiendo un quijotismo que no llegue al absurdo.105 Ytras ellos Antonio Machado, que simboliza en don Quijote el eterno ideal porque «algún día habrá que retar a los leones, con armas totalmente inadecuadas para luchar con ellos. Y hará falta un loco que intente la aventura. Un loco ejemplar»,106 pero que apenas dedicó unas líneas del Juan de Mairena a analizar el Quijote; Ramiro de Maeztu y su conocido ensayo sobre los tres grandes mitos literarios españoles: Don Quijote, Don Juan y La Celestina;107 Ángel Ganivet;108 Ramón del Valle Inclán, 109 etc.110 1.7.2. Un caso especial. En el discurrir literario español de principios del siglo XX merece especial mención en el campo de la exégesis cervantina, la figura de José Ortega y Gasset, cuyas obras completas incorporan diversos trabajos sobre el Quijote, entre los que destaca, sobre todo, sus Meditaciones del Quijote (1914), libro primerizo, con el que sale a la palestra literaria, pero de capital importancia en la historia de la crítica sobre el Quijote, «quizá la obra más seminal del siglo, llena de intuiciones más tarde desarrolladas por otros», por decirlo con las palabras de E.C. Riley.111 He aquí algunas de esas intuiciones: Ortega ponía en duda la supuesta ejemplaridad moral de las , defendía el perspectivismo como una de las claves del Quijote («El ser definitivo del mundo no es materia ni alma, no es cosa alguna determinada, sino una pers- pectiva»)112 y reclamaba para esta obra cervantina el carácter de germen de la novela moderna: «Falta el libro donde se demuestre al detalle que toda novela lleva dentro, como una íntima filigrana, el Quijote, de la misma manera que todo poema épico lleva, como el fruto del hueso, la Ilíada».113 1.7.3. El modernismo. Los escritores modernistas también consideran el Quijote como uno de sus libros predilectos; de manera general, encuentran en el Quijote, por un lado, el idealismo, la ilusión, la fantasía y el ensueño que posibilitan la creación de un mundo imaginativo alejado de la realidad. En segundo lugar, el sentido humanitario: la locura quijotesca se interpreta como un acto de caridad en el que el héroe defiende a los débiles sin preocuparse de sí mismo; en tercer lugar, se destaca un sentimiento religioso: don Quijote es comparado en muchas ocasiones con Cristo y se le atribuye una naturaleza divina por su excesiva humanidad. Y, finalmente, el sentido artístico de la obra de Cer- vantes.114 Pero son pocos los ensayos que dedican a Don Quijote. Hallamos ecos, por ejemplo, en un cuento de Rubén Darío, en su conocido poema «Marcha triunfal», así como en otros poemas;115 Gregorio Martínez Sierra escribe Tristezas del Quijote (Madrid, 1905) y Benavente La muerte de don Quijote;116 Juan Ramón Jiménez destaca del Quijote sus valores estéticos, espe- cialmente los que tienen que ver con el ritmo y variedad léxica, de origen cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 207

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popular en su parecer;117 en Emilio Carrere encontramos costumbrismo y melancolía…118 Acaso el que más páginas críticas le dedicó fue Manuel Machado, en trabajos como «Viajando por el Quijote» y «Don Quijote en el teatro». 119 De su devoción por lo cervantino da buena prueba su biblioteca personal, hoy conservada en la Biblioteca de Castilla y León (Burgos), en la que se pueden encontrar numerosos libros de temática cervantina. De entre estos me permito poner como ejemplo los estudios y ediciones de Francisco Rodríguez Marín (los dos eran académicos de la Española), buena parte de ellos dedicados. Aun más interesante si cabe es que algunos de esos volúmenes están anotados de puño y letra de Manuel Machado, con consideraciones muy curiosas sobre la manera de anotar de Don Francisco.120 1.8. La crítica en España. Por un lado han de señalarse las publicaciones periódicas como Don Quijote, publicación de corte radical y republicano en la que, entre 1892 y 1903, confluyeron escritores ya veteranos (José Nakens, Marcos Zapata, Eusebio Blasco, Clarín) con escritores de los considerados ya como gente nueva: Miguel y Alejandro Sawa, Alfredo Calderón, Dicenta, Valle Inclán, Baroja, Maeztu, Benavente. De corte literario y político, esta revista publicó poco o nada de interés en lo que tiene que ver con la crítica e investigación sobre el Quijote.121 Los Quijotes (Madrid, 1915-1918), donde se publican algunas de las «primeras descubiertas de los movimientos de vanguardia».122 Más interesante desde el punto de vista cervantino es la revista mensual ibe- roamerica Cervantes, que se editó en Madrid entre agosto de 1916 y diciembre de 1920 y en la que publicaron escritores a caballo entre Modernismo y Van- guardia: Rubén Darío, Amado Nervo, Francisco Villaespesa, Rafael Cansinos- Asséns, Joaquín Dicenta (hijo), Eduardo Haro, Joaquín Aznar, Guillermo de Torre, etc. Aunque la revista presenta ante todo un interés especial por lo his- panoamericano, Cervantes y el cervantismo también tienen cabida: en poemas en los que, por ejemplo, se señala a Cervantes como la guía espiritual de las nuevas tendencias;123 y en artículos críticos debidos a la pluma de César E Arroyo, Luis G. Urbina y J.A. González Lanuza, entre otros.124 Plenamente cervantista es ya la Crónica cervantina, un poco posterior, que dirigieron entre 1930 y 1936 los bibliófilos catalanes Juan Suñé Benages y Juan Sedó Peris- Mencheta: en ella se alternan trabajos serios y rigurosos con otros de dudosa calidad; y una constante parece ser la crítica, también constante pero muy dura, a la labor editorial de Francisco Rodríguez Marín.125 A estas publica- ciones deben añadirse también los números dedicados íntegramente a Cer- vantes con motivo de los centenarios de 1905 y 1916: Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos; Revista General de Marina, Boletín de la Sociedad Castellana de Excursiones, etc. La crítica en España en el primer cuarto de siglo está representada en buena medida por la figura destacadísima de Menéndez Pelayo, autor de un pequeño número de trabajos sobre el Quijote del que destaco su conocido discurso sobre «Cultura Literaria de Miguel de Cervantes y elaboración del Quijote» al que ya me he referido antes, 126 y su escuela:127 Francisco Rodrí- guez Marín, que representa, por un lado, la vertiente más positivista y erudita cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 208

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en recopilaciones documentales y en sus estudios histórico-literarios y, por otro, la edición de textos;128 y Adolfo Bonilla y San Martín, inteligente exégeta de Cervantes y el Quijote, pero desde una perspectiva más hermenéutica y filosófica, a la par de iniciador de una importante edición de Obras completas de Cervantes en colaboración con Rodolfo Schevill.129 1.9. El Quijote a los ojos del hispanismo.

El hispanismo de principios del siglo XX encuentra en el Quijote una obra llena de posibilidades y la enriquece con nuevos estudios y análisis. En Francia debe destacarse a Alfred Morel Fatio con su trabajo, todavía publicado en el siglo XIX, sobre Le «Don Quichotte» envisagé comme peinture et critique de la societé espagnole du XVIe et XVIIe siècle.130 Se trata del primer estudio de importancia en lo que se refiere a analizar las relaciones de la obra de Cervantes con el contexto histórico-social en que se inscribe la novela; realmente más que de un estudio se trata de una antología de textos con los que se ilustra cada una de las clases sociales que aparecen en el Quijote. Pese a la superficialidad de algunas de sus afirmaciones, el libro de Morel Fatio incor- pora «intuiciones y juicios muy acertados, difíciles de encontrar en la crítica española de la misma época, con los que el autor se anticipa a la investigación más reciente: la relación que existe entre la condición social del hidalgo y la afición a los libros de caballerías; la manía hidalguista de las gentes de la época, cuya crítica constituye la principal intención del libro; y, sobre todo, el énfasis que el autor ha puesto en el contenido social de la novela».131 Ernesto Merimée incluye en su Historia de la literatura Española (1908) un largo capítulo dedicado a Cervantes, valorando el Quijote por encima de cualquier otra de sus obras y destacando de él su carácter divertido y jocoso;132 y Elie Faure sitúa el Quijote a la altura de las grandes creaciones de la literatura uni- versal, pues lo equipara con Homero, Rabelais y Shakespeare.133 En Italia, la rica bibliografía sobre «Cervantes en Italia» reunida por Donatella Pini Moro y Giacomo Moro muestra palpablemente el interés que el Quijote despierta en este país en el primer cuarto de siglo: ediciones, traducciones y estudios a cargo de los más destacados críticos de ese tiempo (Benedetto Croce, Eugenio Mele, Giovani Papini, Arturo Farinelli, Marco Aurelio Garrone, Paolo Savj López, etc.) se cuentan por decenas.134 Entre tanta actividad crítica sobre el Quijote quiero destacar tres trabajos por su singular importancia. En primer lugar, entre 1907 y 1908 Luigi Pirandello escribe su ensayo L’umorismo, sin duda el trabajo fundamental para entender las bases teóricas de la obra literaria de Pirandello, en el que propone una nueva poética para la moderna literatura italiana basada en el concepto de «umorismo» que puede definirse como «el intento de trans- poner a nivel literario la relatividad e inconsistencia de la realidad que se percibe».135 Y para fundamentar esa idea, el autor de Seis personajes en busca de autor acude reiteradamente al Quijote, que acaba convirtiéndose así en el modelo esencial, pues, por un lado, es la obra donde mejor se percibe lo anteriormente indicado y, por otro, porque se puede considerar como la cima del desarrollo evolutivo de la ironía cómica hasta que esta se convierte en una «postura existencial, resultante de la identificación del autor con la obra».136 Pirandello encuentra en el Quijote la relatividad (más cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 209

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tarde, Ortega hablará de perspectivismo y Américo Castro de realidad osci- lante) y la ironía que él considera como los elementos claves para su concepto de literatura, el que quiere que fundamente la literatura italiana moderna.137 Unos años más tarde, en 1920, Giuseppe Toffanin publicaba un extenso libro, La fine dell’Umanesimo (Milan-Torino-Roma: Bocca), en el que ana- lizaba el final del Humanismo desde la perspectiva de la literatura compa- rada y sus manifestaciones en Italia, Francia y España. En lo que se refiere al Quijote, afirma que es el resultado de las ideas y polémicas literarias del Renacimiento, situándolo así, por primera vez, en un contexto cultural concreto, el mismo —de ahí en parte su extraordinaria importancia— que luego Américo Castro en El Pensamiento de Cervantes analizó con todo detalle. Valga decir que es uno de los pocos trabajos citados con elogio por Castro al inicio de la obra antes citada. La reacción no se hizo esperar: en 1924 Cesare De Lollis publica un provocador Cervantes reazionario138 en el que defiende que Cervantes y el Quijote pertenecen claramente a la Con- trarreforma. En el mismo asunto terciarán otros investigadores en fechas posteriores: Américo Castro dedica el capítulo sexto de El pensamiento de Cervantes a esta cuestión; más tarde se enfrentarán Hatzfeld y Amado Alonso, 139 etc. En Alemania, ya lo he mencionado antes, se edita el Quijote nuevamente en dos ocasiones y aunque se ha convertido en obra «máximamente pública, en el libro de los niños y del vulgo, de los periodistas, de los eruditos, de los filó- sofos»,140 esto no se traduce en estudios de importancia: ensayos en los que la impronta romántica es evidente, artículos, trabajos breves sobre posibles com- paraciones entre Shakespeare y Cervantes, recepción de las obras cervantinas en Alemania…, poco más. Habrá que esperar realmente al segundo cuarto del siglo para encontrar trabajos de entidad.141 Algo parecido sucede en Inglaterra, donde apenas cabe destacar las páginas que James Fitzmaurice-Kelly dedicó al Quijote en su Historia de la Literatura Española, prontamente traducida al español con prólogo de Menéndez Pelayo.142 En Estados Unidos la situación es similar, con la excepción de Rodolfo Schevill, Catedrático de la Universidad de California, que emprendió, en cola- boración con Adolfo Bonilla y San Martín, una de las mejores ediciones de Obras completas de Cervantes; los tomos del Quijote, sin embargo, no se imprimieron hasta el segundo cuarto del siglo XX. La América española, en cambio, ofreció algunos cervantistas de primer orden: bibliófilos, como el uruguayo Arturo Xalambrí, que reunió una impresionante colección de Quijotes;143 eruditos, como Francisco de A. Icaza que conoció como pocos los vaivenes de la crítica e interpretación del Quijote a través de los siglos;144 Ricardo Rojas, excelente exégeta de la poesía cervantina; José de Armas y Cárdenas;145 Enrique José Varona y otros, como Alfonso Reyes, Arturo Marasso y Jorge Luis Borges, ya un poco posteriores.146 Y es en estas fechas cuando la lectura y estudio del Quijote se extiende a otros lugares del mundo en los que va surgiendo un incipiente hispanismo: (por orden alfabético): Argelia, 147 Brasil, 148 Bulgaria, 149 Checoslovaquia, 150 China, 151 Corea, 152 Filipinas, 153 Grecia, 154 Japón, 155 Polonia, 156 Portugal, 157 Rusia, 158 Serbia.159 cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 210

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1.10. Brillante cierre de este período. Dos libros de singular interés e influencia vienen a cerrar con brillantez los primeros veinticinco años del siglo veinte: la Guía del lector del Quijote, de Salvador de Madariaga, y El Pensamiento de Cervantes, de Américo Castro. Entre junio de 1923 y febrero de 1925, Salvador de Madariaga había venido publicando en el diario bonaerense La Nación una serie de artículos sobre el Quijote, en los que recogía, a su vez, ideas expuestas por él en la Universidad de Cambridge, en el transcurso de una serie de conferencias que allí pronunció unos años antes. Después, esos artículos se publicaron en volumen con el título general de Guía del lector del Quijote. Ensayo psicoló- gico sobre el Quijote.160 Acaso influido por los los abundantes trabajos de corte médico que se publicaron en torno a 1905, como por ejemplo el de Santiago Ramón y Cajal, «Psicología de don Quijote y el quijotismo», en los que «se ve (y se lee) el Quijote tanto como inventario de comportamientos o tipos humanos, lo que le equipararía con la psicología, cuanto exponente de perturbaciones de tales comportamientos, esto es, psiquiatría, tomando como base en el primero de los casos a la pareja compuesta por el caballero y escudero, mientras la carga de comportamiento alterado recae, exclusivamente, en don Quijote»161, Salva- dador de Madariaga analiza los personajes del Quijote como si de seres humanos se tratase y llega a la conclusión de que en don Quijote y Sancho se produce una evolución que lleva al primero a incorporar a su personalidad elementos característicos de la personalidad del segundo y viceversa. Con Qui- jotización y Sanchificación, los terminos acuñados por Salvador de Mada- riaga, se viene a denominar el «proceso de asimilación convergente entre los dos personajes que se produce […] ya en la primera parte y se acentúa en la segunda».162 No me interesa ahora analizar con pormenor la tesis de Mada- riaga, bien conocida, sino destacar su influencia, enorme, pero pocas veces confesada abiertamente y que llega a nuestros días, mostrando su importancia y vitalidad: como expuso no hace mucho tiempo Carroll Johnson, el libro de Madariaga ha estado detrás de estudios muy recientes llevados a cabo desde perspectivas psicológicas, piscoanalíticas y feministas de la más viva actua- lidad.163 Pocas monografías tan influyentes hay en el campo del cervantismo como El pensamiento de Cervantes, de Américo Castro. Su publicación originó una considerable polémica por su novedad, pero sin duda, sus tesis e ideas han per- mitido situar la obra cervantina en su contexto histórico, estableciendo de esta manera las bases fundamentales de la exégesis cervantina posterior.164 Partiendo de su idea de que historia y literatura están profundamente unidas y de que los textos literarios pueden servir para ilustrar los hechos de un pueblo, un país, una sociedad, Américo Castro estudia la obra cervantina (no sólo el Quijote) de acuerdo con tales premisas. Surge así un libro capital en la historia del cervantismo, El pensamiento de Cervantes165, en el que sitúa la obra de Cervantes en las coordenadas de la cultura europea de la época siguiendo las directrices de la Kulturgeschichte imperante entonces: eras- mismo, relaciones con la cultura italiana, humanismo renacentista, etc. Allí se estudian por primera vez el peculiar concepto cervantino del honor, su «hipo- cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 211

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cresía» (que tanta polémica levantó166), el perspectivismo (la «realidad osci- lante» de la que hablaba Castro)… Su influencia ha sido y es amplísima y aparece más o menos explícita en muchos trabajos de otros autores sobre Cervantes. Dejemos a D. Alonso Zamora Vicente explicar el porqué de tal importancia: …descubrimos [en El pensamiento de Cervantes] a ese Cervantes… que aún es preciso conocer, el Cervantes que demuestra que no es un ingenio lego, sino que sabe perfecta- mente de qué está hablando, de dónde viene, adónde va, que maneja con gran rigor todos los mitos y todos los tópicos literarios de su tiempo cuando le conviene, y, cuando no, los pone en solfa de una manera genial, como nunca se ha hecho. Un Cervantes que conoce perfectamente los límites, los prejuicios de la sociedad en que vive y que él no acepta a ciegas, sino que, llegado el momento, pone en tela de juicio con toda valentía. Un Cervantes que al fin nos explicábamos por qué no era citado como ejemplo y modelo de virtudes nacionales españolas, puesto que ocupaban Lope o Calderón, nunca el «príncipe de los ingenios167.

2. 1925-1950: EL QUIJOTE, PRIMERA NOVELA MODERNA

2.1. Preliminar. Desde 1925 la crítica sobre el Quijote se conoce y se ha estudiado mejor: hay una mayor cercanía temporal a nosotros, lo que permite una cierta fami- liaridad con nombres y títulos que todavía hoy se recuerdan sin dificultad (El pensamiento de Cervantes, Salvador de Madariaga, Erich Auerbach, Helmut Hatzfeld, etc.); la importancia del libro de Américo Castro por lo que supuso desde que se publicó y su influencia posterior; la pujanza de la llamada escuela filológica española con trabajos todavía hoy fundamentales, extraor- dinariamente imbricada con la relectura del Quijote (y de Cervantes) efec- tuada por la Generación del Veintisiete (poetas, pero también, excelentes filólogos y críticos); acaso también por la labor de análisis de esta crítica rea- lizada por diversos investigadores, singularmente por Dana B. Drake desde un punto de vista puramente documental168 y por Anthony J. Close, desde una perspectiva de análisis, clasificación y exégesis de esa crítica en diversos trabajos, de entre los que destaco su contribución a los preliminares de la edición del Quijote auspiciada por el Instituto Cervantes («Las interpreta- ciones del Quijote», pp. cxliii-clxv) y, sobre todo, «La crítica del Quijote desde 1925 hasta ahora», capítulo del libro que coordinamos Pablo Jauralde y yo mismo en 1995 y que publicó el Centro de Estudios Cervantinos con el título general de Cervantes.169 En este periodo, continúa la labor crítica de autores del primer cuarto de siglo, pero nueva savia empieza a llegar al cervantismo, en España y aún más en el ámbito del hispanismo. Desde diversas escuelas y tendencias críticas lo que se irá consiguiendo poco a poco es explicar las principales razones que conducen a definir el Quijote como un texto literario que, perfectamente imbri- cado en el contexto de la época, tal y como Américo Castro demostró ejem- plarmente, sin lo cual no se podría entender, en él se sientan las bases de la novela moderna. cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 212

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2.2. La edición y anotación del Quijote. El segundo cuarto del siglo veinte viene marcado en el campo editorial, de una parte, por la continuación de la labor ecdótica de Francisco Rodríguez Marín a la que ya me he referido antes y, de otra, por la continuación de la colección de Obras completas de Cervantes que habían iniciado en 1914 Rudolph Schevill y Adolfo Bonilla y San Martín. Muerto este último (1926), el catedrático de la Universidad de Berkeley continuó esta magna empresa que culminó con los cuatro volúmenes dedicados al Quijote.170 Esta colección de obras completas de Miguel de Cervantes constituye sin duda una de las empresas editoriales más importantes y sólidas del siglo XX en el campo del cervantismo. En lo que se refiere, de una manera más acotada, al Quijote, la edición de Schevill muestra algunas carencias que tienen que ver sobre todo con la utilización de facsímiles y no de las ediciones originales, pues esto le lleva a considerar como variaciones entre diversos ejemplares de la príncipe lo que en realidad no son sino defectos de la edición facsímil manejada; pero también indudables aciertos: rigurosa transcripción, metódico registro de variantes, acertada y sintética anotación. Lo cierto es que, de ahí su impor- tancia singular, estas dos empresas editoriales (Rodríguez Marín, Rudolph Schevill) son la base, para bien y para mal, de toda edición del Quijote poste- rior. Con las palabras de Francisco Rico: «Las virtudes de Schevill y las caren- cias de Rodríguez Marín (que no al revés) han condicionado la ortodoxia del cervantismo en la segunda mitad del siglo XX».171 2.3. La crítica sobre el Quijote en España. 2.3.1. La escuela de Menéndez Pelayo. En España continúa la labor de los discípulos de Menéndez Pelayo, carac- terizada ante todo por su erudición y positivismo:172 Francisco Rodríguez Marín, cuyos estudios cervantinos se reúnen en un solo volumen en 1947 y publica dos ediciones más del Quijote;173 Agustín González de Amezúa, pro- loguista del volumen de estudios cervantinos de Rodríguez Marín, académico, poseedor de una vasta erudición que puso al servicio de Cervantes en libros como Cervantes creador de la novela corta española;174 y Narciso Alonso Cortés, catedrático de instituto y también académico, recopilador de docu- mentos cervantinos, 175 y autor también de una síntesis de la vida y obra de Cervantes.176 Los tres eruditos, positivistas, académicos y recelosos o, sin ambages, claramente enfrentados a la imagen de Cervantes presentada por Américo Castro en El pensamiento de Cervantes, libro que en buena medida debe considerarse el desafío más radical al cervantismo tradicional y acadé- mico.177 2.3.2. Una isla en el océano del cervantismo. Como tal podemos considerar a Luis Astrana Marín. Por su tipo de crítica, también erudita, profundamente positivista, se le podría emparentar con la escuela de Menéndez Pelayo (de quien no fue discípulo),178 pero su intempe- rancia crítica le llevó a enfrentarse agriamente con Rodríguez Marín desde fechas muy tempranas, 179 y también con Menéndez Pidal.180 Como es obvio, su labor se desarrolló fuera de las dos instituciones que representaban Rodrí- guez Marín y Menéndez Pidal (la Academia Española; la Universidad y el cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 213

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Centro de Estudios Históricos), con la consiguiente marginación. Sus abun- dantes trabajos sobre Cervantes y el Quijote, algunos de los cuales reunió después en volumen, vieron la luz fundamentalmente en los diversos perió- dicos del momento (El Imparcial, ABC, La Libertad). Culminación de sus trabajos cervantinos es la prolija, extensa, laberíntica pero rica de información (si se tiene la paciencia suficiente para encontrarla) Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra (Madrid: Instituto editorial Reus, 1948, siete volúmenes).181 2.3.3. Los bibliófilos. La bibliofilia de estos años ofrece algunas personalidades de singular importancia en el campo que nos ocupa, pues reunieron colecciones cervan- tinas importantes, algunas de las cuales han pasado a ingresar hoy día los fondos de bibliotecas públicas: José María Asensio y Toledo, 182 Isidro Bonsoms i Siscart, que durante cuarenta años reunió casi cuatro mil volú- menes de temática cervantina, entre ellos los procedentes de la biblioteca de Leopoldo Ríus, donados en 1915 al Institut d’Estudis Catalans y hoy incorpo- rados a los fondos de la Biblioteca de Cataluña;183 Juan Sedó Peris-Mencheta, que empezó a reunir fondos bibliográficos cervantinos desde 1926 y logró reunir casi dos millares de ediciones del Quijote, hoy en la Biblioteca Nacional;184 etc. 2.3.4. La Escuela Filológica Española. Con el rótulo Escuela Filológica Española quiero referirme a un señero grupo de investigadores que, en el segundo cuarto del siglo veinte, se formaron bajo el magisterio de Ramón Menéndez Pidal en el seno del Centro de Estudios Históricos. Con ellos viene a nacer en España la Filología en el sentido moderno del término: Ellos elevaron su disciplina en nuestro país desde los cimientos documentales hasta unos planteamientos teóricos propios, con los que procuraron alcanzar los ambiciosos propó- sitos que les movían. Anhelaban una filología científica comparable a las demás europeas como imprescindible herramienta en la obsesiva preocupación de la época por la inter- pretación del ser de España.185 Cuento entre ellos a su fundador, Menéndez Pidal, a sus primeros colabo- radores (Américo Castro, Tomás Navarro Tomás, Vicente García de Diego) y a los discípulos de estos, que desarrollaron su labor académica e investigadora dentro y fuera de nuestras fronteras: Amado Alonso, José F. Montesinos, Federico de Onís, Dámaso Alonso, Manuel de Montoliú, Joaquín Casalduero, Samuel Gili Gaya, Rafael Lapesa, Alonso Zamora Vicente, Enrique Moreno Báez. Como quiera que se ha venido discutiendo su aportación al campo del cervantismo, revisaré ahora los principales hitos, problemas y referencias bibliográficas de esta escuela en lo que se refiere a su exégesis sobre el Quijote.186 El fundador de esta escuela no se denominó nunca cervantista, ni hoy en día se le puede considerar como tal: sus trabajos, más orientados a la gramática histórica, la dialectología y el romancero, incluyen no obstante un nutrido número de páginas sobre cuestiones literarias, de las cuales sólo unas pocas van referidas al Quijote: algunas páginas sueltas de El lenguaje del siglo XVI cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 214

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(1933), Los españoles en la literatura (1949) o la inédita hasta 1986 La lengua castellana en el siglo XVII, contienen interesantes referencias al Quijote, pero sin abordar cuestiones de alcance.187 Realmente, Menéndez Pidal dedicó sólo dos trabajos amplios a esta obra de Cervantes: Un aspecto de la elaboración del Quijote (1920)188 y Cervantes y el ideal caballeresco (1948).189 Hoy en día estos estudios mantienen su vigencia, muy especialmente el primero, que ha originado singular controversia sobre las fuentes inspiradoras de Cer- vantes.190 Lo que me interesa destacar ahora no es tanto la vigencia de los trabajos cervantinos de Ramón Menéndez Pidal, evidente al menos en el primer caso, sino que esos trabajos fueron dilectos para su autor hasta el punto de que los incluyó en la antología de estudios críticos suyos que seleccionó en 1957 con destino a la editorial Gredos: «Bien claramente aparece que estas páginas sobre el Quijote son por mí muy preferidas».191 Esta preferencia pidalina sobre sus estudios quijotescos es lo que acaso explique que cuando Américo Castro quiere homenajear a su compañero uni- versitario lo haga con un extraordinario libro, El pensamiento de Cervantes: «A Ramón Menéndez Pidal al cumplirse XXV años de su profesorado universi- tario». Pero esta dedicatoria no debe considerarse como mera anécdota, con- secuencia de la amistad entre ambos filólogos, sino que la predilección del maestro por los temas cervantinos y el Quijote de modo más concreto, ha per- vivido entre sus discípulos, de manera que raro es el caso de investigador inte- grante de la Escuela Filológica Española que no haya dedicado siquiera unas páginas de interés a la novela de Cervantes. Es más, este hecho casi parece haberse convertido en una constante de esta escuela. En efecto, la nómina de estos investigadores incluye en casi todos los casos trabajos sobre Cervantes: el ya referido Américo Castro, pero también Amado Alonso, José F. Montesinos, 192 Federico de Onís, Dámaso Alonso, Joaquín Casalduero, Samuel Gili Gaya, Rafael Lapesa, Alonso Zamora Vicente y otros menos recordados: Manuel de Montoliú, Enrique Moreno Báez. Y aunque no escriban, o escriban menos, sobre Cervantes, su lectura está siempre presente en ellos, hasta en cosas de detalle, como cuando Alonso Zamora Vicente se refiere a los estudios que puede seguir un joven de la España de hoy: … el joven español ha de estar siempre en carne viva ante la crítica que Cervantes hace de la sociedad en que vive y aprender de él la postura que un intelectual ha de mantener frente a las estructuras sociopolíticas, tan cambiantes: hay que ir a la vanguardia de ellas, en permanente oposición constructiva, marcando una ética y un inextinguible afán de mejoramiento. La voz de Cervantes suena como una cenefa desencantada para todas las situaciones que se nos puedan plantear en la existencia, y su consejo y su sonrisa dis- culpadora llenan de esperanzada luz cualquier escenario, por tenebroso que se presente. De ahí su permanente actualidad, su constante patronazgo literario. Nunca se nos ha dicho tan alto y tan claro que el hombre es solamente hijo de sus obras, que no puede haber distingos de otros tipos (apellidos, nacimiento, fortuna, influjos sociales, etc.) y que cada cual hará muy bien con llenar con justeza el hueco que tiene en la comunidad […] durante años, siglos, hemos leído a carcajadas la ceremonia de la armazón caballeresca de don Quijote (notemos ya esa alarmante armazón), cuando, en realidad de verdad, no se trataba de risas fáciles, sino de una burla dolorosa, de un formidable escarmiento ante las pompas humanas […] El joven español podrá recorrer tranquilo y desenvuelto todo el horizonte posible si lleva bien hondo el aviso cervantino, y lo pone de acuerdo con su conducta y convicciones.193 cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 215

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No obstante, en 1936 tiene lugar un acontecimiento que va a remover los cimientos de la vida española: una larga guerra civil que trae como conse- cuencia, en lo que se refiere a esta escuela filológica, que algunos de sus miembros más destacados deban continuar su carrera académica fuera de España. Y, precisamente, de todos ellos son los más cervantistas quienes han de salir de su país. La mayor parte de ellos se dirige a los Estados Unidos, y allí forman discípulos, algunos de los cuales cuenta entre lo mejor del cervan- tismo: Federico de Onís (ya desde antes de la guerra) se afinca en Nueva York donde dirige el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Columbia;194 Américo Castro recala en Princeton donde forma una excelente escuela de cervantistas (Vicente Lloréns195 y, sobre todo, Joseph H. Silverman, Stephen Gilman, Manuel Durán, 196 Ludmilla Buketoff Turkevich);197 Amado Alonso llega a Harvard, donde años después enseñará Francisco Márquez Villanueva, y en donde inician su labor académica Juan Bautista Avalle Arce198 y Luis Andrés Murillo;199 Joaquín Casalduero desarrolla su actividad acadé- mica también en los Estados Unidos, etc.200 Los que se quedan en España tienen el Quijote en la cabeza, pero escriben poco sobre él, aunque cuando lo hacen ofrecen páginas de enorme interés: Dámaso Alonso, 201 Rafael Lapesa;202 otros más olvidados como Manuel de Montoliú, director del Instituto de Filología de Buenos Aires en 1925 y autor de diversas monografías cervantinas;203 Enrique Moreno Báez, discrepante en ocasiones con Américo Castro y autor de unas Reflexiones sobre el «Quijote» todavía válidas.204 Pero en general, los objetivos de los filólogos que se quedan en España van por otros caminos; se concentran en otros autores o temas: Góngora, Valle Inclán, Garcilaso de la Vega, San Juan de la Cruz, Dialecto- logía, Historia de la Lengua… Como posible razón de la falta de estudios sobre el Quijote se ha sugerido, por ejemplo, el peso excesivo de la tradición filológica que acaso ha impedido la incorporación de otras corrientes críticas;205 quizás también el extraordinario influjo de las ideas de Castro sobre todos sus discípulos, tanto en Estados Unidos como en España: pero aquellas no eran del todo bien vistas en España, con una situación política que quiso hacer de Cer- vantes un héroe glorioso con una imagen afín al régimen, muy alejada de la que Castro nos ofreció; acaso por eso los filólogos del Centro de Estudios Históricos en España no se ocuparon con frecuencia del Quijote: por un lado existía la convicción de que poco nuevo se podía añadir a lo ya dicho por Américo Castro206 y, por otro lado, eran ideas no bien vistas: mejor, por tanto, no acercarse al tema. En fin, sea como fuere, el número y la calidad de trabajos ofrecidos por la Escuela Filológica Española sobre el Quijote revela su singular importancia en el campo de los estudios cervantinos, que en modo alguno debe minusvalo- rarse. 2.3.5. Ensayistas y creadores a la búsqueda del Quijote. Apenas hay escritor, ensayista en este periodo que no dedique alguna atención al Quijote: Concha Espina escribe un ensayo pionero, Mujeres del Quijote, 207 Ramón Gómez de la Serna prologa al menos una edición del Quijote, 208 el cervantismo (y quijotismo) de José Gaos y León Felipe son evi- dentes…209 Pero la lista podía ser interminable. Quiero por eso centrarme en un cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 216

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grupo de escritores, la Generación del 27, que ven en el Quijote una obra de extraordinaria importancia a la que dedican numeros ensayos y relecturas, que revelan el magisterio que ejerció Cervantes sobre todos ellos. Esta influencia es conocida suficientemente, por lo que me permito destacar sólo algunos aspectos, 210 en especial lo que tiene que ver con la relación de los escritores del 27 y la escuela filológica española a la que me referí más arriba: todos ellos son poetas, sí, pero también, algunos de ellos, excelentes filólogos e historia- dores de la literatura, como Pedro Salinas, 211 que se doctoró con una tesis sobre los ilustradores del Quijote y Jorge Guillén, 212 los dos catedráticos de universidad, primero en España (Sevilla, Murcia), luego en Estados Unidos: ambos dedicaron importantes trabajos al Quijote; también catedrático de uni- versidad y poeta es Dámaso Alonso, que cuenta en su haber con lúcidos trabajos sobre el Quijote, según ya se vio; y Gerardo Diego, catedrático de ins- tituto y miembro de la RAE, premio Cervantes, a él se debe en buena parte la revalorización en el siglo veinte de la poesía cervantina. Los demás son poetas, ensayistas, mas no filolólogos de profesión; eso no impide que se acerquen igualmente al Quijote, desde perspectivas muy dis- tintas: más técnicamente, Francisco Ayala; filosóficamente, María Zambrano; desde una perspectiva extraordinariamente personal, José Bergamín… Como dice Ana Rodríguez Fischer «Renovación transformadora es la lectura que todos estos escritores han hecho de la obra cervantina».213 2.4. El Quijote a los ojos del hispanismo. En estos años es posible constatar un fenómeno interesante dentro del mundo del hispanismo: el Quijote no sólo ha llegado a los lugares más insos- pechados, sino que los grandes nombres de la Filología y de la Romanística, ocupados hasta entonces en otros temas y cuestiones, encuentran ahora en la novela cervantina la obra clave de la literatura española que les sirve para ejemplificar o desarrollar sus métodos de trabajo. Es el caso por ejemplo de Leo Spitzer: En este ensayo el procedimiento consistirá en armonía con los principios explicados en el primer artículo de este libro en tomar como punto de partida un aspecto particular de la novela de Cervantes, que seguramente llamará la atención a cualquier lector, es a saber, la inestabilidad y variedad de los nombres dados a algunos personajes (y la variedad de explicaciones etimológicas de esos mismos nombres) para descubrir tras esa polionomasia (y polietimología) el posible motivo psicológico de Cervantes. A mi entender, trátase de una deliberada renuncia por parte del autor a hacer una elección defi- nitiva de un nombre (o etimología): en otros términos, de un deseo de destacar los dife- rentes aspectos bajo los que puede aparecer a los demás el personaje en cuestión. Si ello es así, entonces esta actitud relativista de Cervantes colorará sin duda otros detalles lin- güísticos de la novela. Efectivamente, esa actitud es la que seguramente se oculta en los frecuente debates (entre don Quijote y Sancho, principalmente), que nunca llegan a una conclusión definitiva, sobre la relativa superioridad de una u otra palabra o frase. Parece como si Cervantes mirase el lenguaje desde el ángulo del perspectivismo. Lo que le lleva a concluir: Acaso este procedimiento es sintomático de algo fundamental en la contextura de la novela; quizá un análisis lingüístico de los nombres pueda llevarnos camino adelante en dirección al centro y nos permita echar una ojeada a la actitud general del creador de la novela moderna hacia sus personajes. Este creador tiene que ver que el mundo, tal como cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 217

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se ofrece al hombre, es susceptible de varias interpretaciones, exactamente igual que los nombres son susceptibles de varias etimologías. Los individuos pueden ser engañados por las perspectivas bajo las que ven el mundo igual que por las etimologías que esta- blecen. Por consiguiente, podemos aceptar que el perspectivismo lingüístico de Cer- vantes se halla reflejado en la concepción de la trama y de los personajes; y de la misma manera que, por medio de la polionomasia y la polietimología, hace Cervantes aparecer distinto el mundo de las palabras a sus distintos personajes, mientras él personalmente puede tener su propio punto de vista, como creador, sobre los nombres, así también con- templa la historia que nos va narrando desde su propia y personal posición panorámica. La manera que tienen los personajes de concebir la situación en que están envueltos puede no coincidir en nada con la manera de verlos Cervantes, aunque esta última no siempre esté clara para el lector. En otras palabras, el perspectivismo de Cervantes, sea lingüístico, sea de cualquier otra clase, le permitió en cuanto artista estar por encima y a veces alejado de las falsas concepciones de sus personajes.214 Algo parecido puede señalarse de Erich Auerbach. Exiliado tras la Segunda Guerra Mundial en Estados Unidos, donde ocupó una Cátedra de Lenguas Romances de la Universidad de Pennsylvania, ya había escrito en 1942 su gran obra, Mimesis. La representación de la realidad en la literatura215, donde estudia a lo largo de tres milenios cómo se ha considerado la realidad en la lite- ratura. El método es similar al de Spitzer: un mínimo texto, un fragmento le sirve para llegar a conclusiones generales, ahora sobre la representación de la realidad en un determinado autor, obra o época. Así por ejemplo, analiza la representación de la realidad en la poesía griega a partir del fragmento del canto XIX de la Odisea en el que Euridea, la anciana ama de llaves que había sido nodriza de Ulises, le reconoce por la cicatriz en el muslo («La cicatriz de Ulises»). De la misma manera, se acerca al Quijote a partir de un fragmento del capítulo diez de la segunda parte («La Dulcinea encantada»).216 Como certe- ramente ha expuesto Anthony Close, 217 la pregunta que se hace Auerbach es ¿cómo y cuándo se produjo el paso de la mimesis clásica, según la cual lo coti- diano era esencialmente risible, a la novela moderna, que es capaz de tratarlo como algo trágico y problemático? He aquí cuando el Quijote adquiere una importancia fundamental, pues representa el momento clave de ese cambio, al encontrase en él ya todos los constituyentes de la forma moderna de repre- sentar la realidad: un héroe que choca constantemente con la realidad y no consigue más que fracasos; estos, además, no se sufren trágicamente, de manera que sus actos no ponen en entredicho la sociedad de la que surge la obra; finalmente, el autor ve la acción lúdicamente, deleitándose en la variedad de acciones: «Nunca, desde Cervantes hasta hoy, ha vuelto a intentarse, en Europa, una exposición de la realidad cotidiana envuelta en una alegría tan uni- versal, tan ramificada y, al mismo tiempo, tan exenta de crítica y de proble- mática como la que se nos ofrece en el Quijote; ni acertamos tampoco a ima- ginarnos dónde ni cuando habría podido acometerse la empresa».218 La influencia de este trabajo de Auerbach ha sido grande, hasta el punto de poder considerarse como alternativa a las ideas de Américo Castro en El pensamiento de Cervantes. Trabajos ya de nuestros días como los de Thomas R. Hart o Anthony J. Cascardi muestran palpablemente la huella de Mimesis.219 Los esfuerzos críticos del hispanismo en estas fechas son muy abundantes y de singular alcance: se desarrollan y matizan ideas ya conocidas (de Ortega, cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 218

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Castro, Pirandello, etc.), se ensayan otras nuevas y, en buena medida, se con- diciona toda la crítica posterior. Helmut Hatzfeld se acerca al Quijote desde la estilística;220 Mario Casella da a la imprenta dos gruesos volúmenes sobre Cervantes: il Chisciotte, 221 que no han recibido la atención que realmente merecen; en Francia, el gran hispa- nista Marcel Bataillon entabla polémica con Castro sobre el posible erasmismo de Cervantes, cuestión que llega a nuestros días sin una solución definitiva;222 en Inglaterra, Alexander Parker, aplica al Quijote la particular visión inglesa de acercarse con rigor a los textos clásicos combinada con las más modernas corrientes del «New Criticism» americano, a fin de recuperar el significado original de la obra de Cervantes.223 Los estudios de Parker han sido seminales pues, como ha señalado Javier Herrero, mostraron a una nueva generación de críticos que, para estudiar de manera responsable una obra literaria es esencial una atención muy estrecha al propio texto y, al mismo tiempo, iniciaron un «non sense, irreverent reading of the Quijote which is the basis of some of the most important modern interpretations of Cervantes’ masterpiece».224 2.5. Final.

Se cierra la primera mitad del siglo XX con la conmemoración del cuarto centenario del nacimiento de Cervantes. La nueva situación política española influye decisivamente en el campo de la crítica sobre el Quijote, pues se hace evidente el intento de asimilar obra y autor a las nuevas ideas imperantes. Así se explica la novela de Ángel María Pascual Amadís, 225 de claro significado político, a través de alegorías y referencias directas: en ella se recrea a un esforzado y desinteresado héroe caballeresco y su proyección simbólica en algunos protagonistas de la historia de España, al tiempo que se introduce el pensamiento falangista y la idea del Imperio. Son ideas muy similares a las que se pueden encontrar sobre el autor o sobre la novela en boca de altos repre- sentantes de la España del momento: Cervantes es el prototipo español de todos los tiempos. Del español acendrado de españolismo, o sea audaz, aventurero, hombre de fe, poeta, soldado y mutilado de guerra. ¿qué español del tiempo que fuere no es algo de todo eso, aunque, a decir verdad, Cervantes lo fuera todo junto? La vida de Cervantes fue dura en todo momento, conoció todos los sinsabores de la ingratitud, del desorden y del renunciamiento, pero, como buen español, no se deses- peró jamás, porque todo se lo ofrendó a sí mismo.226 Y don Quijote representa: La consagración literaria, en una obra de dimensiones inmortales, del concepto español del mundo y de la vida que es el de ese eterno peregrinar por los confines de la tierra defendiendo la causa de los débiles, el sentido de la libertad y el imperio de la justicia; imperecederas andanzas y aventuras en las que la vida se pone a cada instante en riesgo para defender una empresa noble, de romántica ambición y de un ideal remoto y casi ina- sequible. Ello quiere decir que don Quijote es ante el mundo la primera carta constitu- cional de la historia literaria, donde los atributos inalienables de la personalidad del hombre han sido recogidos por una pluma de dimensión más ecuménica que la de ninguno de los legisladores de importancia más universal.227 Hay efectivamente mucha propaganda y carga ideológica detrás de los abundantes actos que tuvieron lugar para celebrar esa conmemoración, 228 pero también hay publicaciones e iniciativas dignas de aplauso, algunas de las cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 219

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cuales todavía perviven, como emblema del mejor cervantismo: la revista Anales Cervantinos (el recuerdo, ahora, de Alberto Sánchez se hace obligado), varios volúmenes monográficos, libros sobre el Quijote…229 En fin, el siglo XX se inicia con una crítica que intuye en el Quijote ele- mentos, aspectos, recursos que llevan a pensar que se encuentra ante una obra de primer orden dentro de la literatura universal, quizás la primera novela en sentido moderno del término, pero sin llegar a concretar y especificar tales atributos; eso se conseguirá ya en el segundo cuarto del siglo, que brinda al cervantismo posterior un Quijote analizado exhaustivamente con métodos y procedimientos muy distintos pero que vienen a confirmar, en la teoría y en la práctica, que efectivamente esa intuición anterior se cumple: El Quijote puede considerarse como la primera novela moderna de la literatura universal.

NOTAS

1 Este trabajo ha sido elaborado en el seno del proyecto de investigación subvencionado por la Universidad de Vigo, convocatoria de 1999, sobre El «Quijote» a través de cuatro siglos (1605- 2005). Historia de la crítica sobre el «Quijote» desde su publicación hasta los albores del cuarto centenario. Agradezco a José Montero Padilla y Fernando Romo Feito su minuciosa lectura de estas páginas. 2 José Montero Reguera, El «Quijote» y la crítica contemporánea. Premio Fernández Abril de la Real Academia Española, Alcalá de Henares: Centro de Estudios Cervantinos, 1997. 3 Véase ahora lo que dice Javier Blasco, «El Quijote de 1905 (apuntes sobre el quijotismo fini- secular)», Anthropos, 98-99 (1989), p. 120. 4 Américo Castro, El pensamiento de Cervantes [1925], : Noguer, 1972. Nueva edición ampliada y con notas del autor y de Julio Rodríguez Puértolas, p. 14. 5 Así define este concepto: el «delirio de grandezas con que muchos comentadores e intérpretes del Quijote, hablan, escriben y opinan sobre los propósitos de su autor al concebirlo, sobre el sim- bolismo de sus personajes al componerlo y sobre la intención de su lenguaje al publicarlo». Tomo la cita de Joaquín López Barrera, Cervantes y su época. (Lecturas cervantinas) (Madrid: Biblioteca Hispanoamericana de Divulgación, 1916, pp. XI-XII). 6 Publicado inicialmente como discurso en 1905, después se ha reimpreso, entre otros lugares, en el volumen I de la Edición Nacional de Obras Completas de Marcelino Menéndez Pelayo (Madrid: CSIC, 1941, Estudios y discursos de crítica histórica y literaria), pp. 323-356; y muy recientemente como prólogo a la exposición bibliográfica celebrada en la Biblioteca Nacional de Madrid durante 1997: Cervantes. Cultura Literaria (Alcalá de Henares: Centro de Estudios Cer- vantinos, 1997). Sobre la influencia posterior de este discurso de Menéndez Pelayo puede consul- tarse José Montero Reguera, El «Quijote» y la crítica contemporánea, Alcalá de Henares: Centro de Estudios Cervantinos, 1997, pp. 53-54, 93 y 194. 7 Madrid: Ateneo de Madrid, 1920; 2ª ed. aumentada en 1924. Hay varias ediciones posteriores. Véase lo que dice Anthony Close sobre la influencia de las ideas de Menéndez Pelayo en Menéndez Pidal en «Interpretaciones del Quijote», capítulo prologal de la edición del Quijote auspiciada por el Instituto Cervantes (Barcelona: Crítica, 1998), vol. I, p. clvi. 8 La Guía del lector del Quijote se publicó inicialmente en forma de artículos publicados entre junio de 1923 y febrero de 1925 y, después, en forma de libro (Madrid: Espasa-Calpe, 1926) con el título general de Guía del lector del Quijote. Ensayo psicológico sobre el Quijote. A su vez, el germen de esta publicación está en unas conferencias pronunciadas por Madariaga unos años antes en la Universidad de Cambridge. Aunque me referiré más adelante con pormenor a la influencia de este libro de Madariaga puede consultarse al respecto el libro de Carroll B. Johnson, The Quest for Modern Fiction (Boston: Twayne Publishers, 1990), p. 29. 9 Véanse ahora los trabajos de Anthony J. Close, The Romantic Approach to «». A Critical History of the Romantic Tradition in «Quixote» Criticism, Cambridge: Cambridge Uni- versity Press, 1978; del mismo, «Don Quixote as Landmark», Cervantes. Don Quixote, Cambridge: CUP, 1990, pp. 109-125; Leonardo Romero Tobar, «El Cervantes del XIX», Anthropos, 98-99 (1989), pp. 116-119; José Montero Reguera, «La crítica sobre Cervantes en el siglo XIX», Carlos cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 220

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Reyero, ed., Cervantes y el mundo cervantino en la imaginación romántica, Catálogo de la Expo- sición celebrada en Alcalá de Henares con motivo del 450 aniversario del nacimiento de Miguel de Cervantes, Madrid: Comunidad de Madrid — Ayuntamiento de Alcalá de Henares, 1997, pp. 29-42, y mi reseña a Ascensión Rivas Hernández, Lecturas del «Quijote» (Siglos XVII-XIX), Salamanca: Ediciones Colegio de España, 1998, en Anales Cervantinos, XXXIV (1998), pp. 363-365. 10 Don Quijote, II, 73, ed. del Instituto Cervantes (Barcelona: Crítica, 1998), p. 1213. 11 Anthony J. Close, The Romantic Approach to «Don Quixote». A Critical History of the Romantic Tradition in «Quixote» Criticism, Cambridge: Cambridge University Press, 1978, p. 1. 12 Son palabras de Carlos Reyero, «Los mitos cervantinos en pintura y escultura. Del arrebato romántico a la interiorización noventayochista», en VV. AA., Cervantes y el mundo cervantino en la imaginación romántica, Madrid: Comunidad de Madrid, 1997, pp. 89-120. El texto citado en p. 94. 13 Ibidem. 14 Carlos Reyero, art. cit., p. 97. Cfr. Karl-Heinz Bark, «Don Quijote, arquetipo nacional», Beiträge zur Romanischen Philologie, VI (1967), pp. 161-168, y Carlos M. Gutiérrez, «Don Quijote y Don Juan: notas a una oposición finisecular», Javier Blasco et alii, eds., Actas del Congreso sobre José Zorrilla, Valladolid: Universidad de Valladolid, 1995, pp. 343-349. 15 Nuevamente son palabras de Carlos Reyero, art. cit., p. 97. 16 Mariano de Cavia, «El Quijote en solfa», El Imparcial, 18 de marzo de 1900. 17 Cfr. Gabriel Núñez, «La literatura al alcance de los niños», El Gnomo, 5 (1996), p. 203. Un ejemplo de cómo el Quijote invade campos alejados de lo literario es la revista Don Quijote (1892- 1903), uno de los principales medios de expresión de la ideología radical republicana. Cfr. Jesús Rubio Jiménez, «Don Quijote (1892-1903): prensa radical, literatura e imagen», Leonardo Romero Tobar, ed., El camino hacia el 98 (Los escritores de la restauración y la crisis del fin de siglo), Madrid: Visor, 1998, pp. 297-315. 18 La conocida monografía de Manuel Bartolomé Cossío es de 1908. 19 Carlos Reyero, art. cit., p. 110. 20 Véase Gabriel Núñez, «La literatura al alcance de los niños», El Gnomo, 5 (1996), pp. 20-12. 21 Véase ahora Joaquín Álvarez Barrientos, «Sobre la institucionalización de la literatura: Cer- vantes y la novela en las historias literarias del siglo XVIII», Anales Cervantinos, 25-26 (1987- 1988), pp. 47-63. 22 Véase Leonardo Romero Tobar, «La historia de la literatura española en el siglo XIX (Mate- riales para su estudio)», El Gnomo, V (1996), pp. 151-183. 23 Francisco Giner de los Ríos, «Plan de un curso de principios elementales de literatura» (1866-1867), incluido en sus Estudios de Literatura y arte (Madrid: Victoriano Suárez, 1876). 24 Manuel de la Revilla y P. de Alcántara García, Principios generales de Literatura e Historia de la Literatura Española, Madrid: Tipografía del Colegio Nacional de Sordos, Mudos y Ciegos, 1872, 2 vols. Se reeditó aumentada y corregida en 1877 y 1884. Hay una cuarta edición en 1898. 25 Véase su programa de la asignatura (1873) luego incluido en sus Principios de Literatura General y Española, Madrid, 1873. 26 A History of Spanish Literature, Londres: W. Heinemann, 1898. Se traduce al español en 1900 por Adolfo Bonilla y San Martín con un prólogo de Menéndez Pelayo bajo el título de Historia de la Literatura Española desde los orígenes hasta el año 1900 (Madrid: La España Moderna, 1900). Se reeditó en varias ocasiones, la cuarta en 1926 (Madrid: Ruiz Hermanos). 27 Menéndez Pelayo no dejó escrito ningún manual de historia de la literatura española, pero buena parte de sus trabajos recogen datos y elementos que bien podían haber sido utilizados con ese destino. Cfr. Leonardo Romero Tobar, «La historia de la literatura española en el siglo XIX (Mate- riales para su estudio)», El Gnomo, V (1996), pp. 179-181. 28 Tengo a la vista, como trabajos generales, los de Joaquín de Entrambasaguas, «Panorama histórico de la erudición española en el siglo XIX», Arbor, 14 (1946), pp. 165-191; y de Sergio Beser, Salvador García Castañeda, Miguel Ángel Garrido Gallardo, José María Martínez Cachero, Manuel Sánchez Mariana y José Sánchez Reboredo que conforman el capítulo octavo («La crítica literaria») del volumen coordinado por Leonardo Romero Tobar, Historia de la Literatura Española. Siglo XIX (II), Madrid: Espasa-Calpe, 1998, pp. 845-928. 29 Barcelona: Narciso Ramírez, 1874. 30 Cfr. Francisco Rodríguez Marín, Estudios cervantinos, Madrid: Atlas, 1947, pp. 110-111. 31 Sobre Pascual de Gayangos pueden verse los siguientes trabajos: Pedro Roca, «Noticia de la vida y obras de don Pascual de Gayangos», RABM, I (1897), pp. 544-565, II (1898), pp. 13-32, cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 221

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70-83, 110-130 y 561-568, y III (1899), pp. 101-107; la necrológica de James Fitzmaurice-Kelly aparecida en la Revue Hispanique, IV (1907), pp. 339-341; Jorge Ticknor Letters to Pascual de Gayangos… Ed. Clara Luisa Penney, Nueva York: HSA, 1923; Antonio Rodríguez Moñino, «Epis- tolario de D. Pascual de Gayangos a D. Adolfo de Castro», BRAH, CXLI (1957), pp. 287-329; «Epistolario de Gayangos a Francisco de Borja Pavón. Aportación documental para la erudición española. Epistolario de D. Pascual de Gayangos». Suplementos de los tomos II (1948), III (1949) y IV (1950) de la Revista Bibliográfica y Documental; Richard Ford, Letters to Gayangos. Trans. By Richard Hichcook, University of Exeter, 1974; Manuel Carrión Gútiez, «D. Pascual de Gayangos y los libros», Documentación de las Ciencias de la Información, VIII, 1985, pp. 71-90; 32 Véase la introducción de Américo Castro a El Pensamiento de Cervantes (Barcelona: Noguer, 1972), p. 16. 33 Véase José Montero Reguera, «Epistolario de Miguel de Cervantes», Castilla. Estudios de Literatura, 17 (1992), pp. 87-89 y «La obra literaria de Cervantes. (Ensayo de un catálogo)», Anthony J. Close et alii, Cervantes, Alcalá de Henares: Centro de Estudios Cervantinos, 1995, pp. 43-74; Yolanda Vallejo Márquez, «Aproximación al cervantismo decimonónico: el cervantismo gaditano», Draco. Revista de Literatura Española, 5-6 (1993-1994), pp. 243 y ss; de la misma autora, Adolfo de Castro (1823-1898). Su tiempo, su vida y su obra, Cádiz: Ayuntamiento de Cádiz, 1997. 34 Para su manual de literatura española véase supra; sus juicios sobre el Quijote pueden encontrarse en La interpretación simbólica del Quijote, publicado en 1875 en La ilustración Española y Americana, y Cervantes y el Quijote, publicado en el mismo lugar en 1879. Cfr. Carlos García Barrón, «El Quijote según Manuel de la Revilla», Criado de Val, Manuel (dir.), Cervantes: su obra y su mundo, Madrid: EDI-6, 1981, pp. 909-13. 35 José María Asensio y Toledo, Interpretaciones del «Quijote», Madrid: Imprenta Alemana, 1904. La contestación de Menéndez Pelayo se hallará en pp. 19-41. 36 José María Asensio y Toledo, Cervantes y sus obras, Sevilla: Imprenta que fue de D. José María Geofrín, 1870. Segunda edición en Barcelona: F. Seix editor, 1902. 37 Véase P. Romero Mendoza, Don Juan Valera. Estudio biográfico-crítico con notas, Madrid: Ediciones Españolas, 1940, pp. 149-153 y Carlos M. Gutiérrez, «Cervantes, un proyecto de moder- nidad para el Fin de Siglo (1880-1905)», Cervantes, 19 (1999), p. 120. Valera es autor de otros trabajos referidos al Quijote: «Qué ha sido, qué es y qué debe ser el arte en el siglo XIX», Estudios críticos sobre literatura, política y costumbres de nuestros días, Madrid: Francisco Álvarez, 1884, 2ª ed., vol. II, pp. 165-179, esp. 177; «Cuentos y fábulas de D. Juan Eugenio Hartzenbusch. Tomos I y II», Estudios críticos sobre literatura, política y costumbres de nuestros días, Madrid: Francisco Álvarez, 1884, 2ª ed., vol. II, pp. 205-215; «Sobre La estafeta de Urganda, o aviso de Cide Asam- Ouzad Benengeli, sobre el desencanto del Quijote, escrito por Nicolás Díaz de Benjumea, Londres, 1861», Estudios críticos sobre literatura, política y costumbres de nuestros días, Madrid: Francisco Álvarez, 1884, 2ª ed., vol. III, pp. 17-29; «Contestación al último comunicado del Señor Benjumea, autor de La estafeta de Urganda», Estudios críticos sobre literatura, política y costumbres de nuestros días, Madrid: Francisco Álvarez, 1884, 2ª ed., vol. III, pp. 31-55. Asimismo, contienen rica información sobre el cervantismo de Valera los diversos epistolarios que se han venido publicando (Menéndez Pelayo [Pedro Sáinz Rodríguez, Epistolario de Valera y Menéndez Pelayo, Madrid, 1930], Rodríguez Marín [Leonardo Romero Tobar, «Cartas de Valera a Rodríguez Marín», BRAE, LXXVI (1996), pp. 209-258; del mismo, «Valera ante el 98 y el fin de siglo», VV. AA., El camino hacia el 98. (Los escritores de la restauración y la crisis de fin de siglo), Madrid: Visor, 1998, pp. 91-116;]). Véase también Obras desconocidas de Juan Valera, por Cyrus C. Decoster, Madrid: Castalia, 1965. 38 Véase José Montero, Pereda. Glosas y comentarios de la vida y de los libros del Ingenioso Hidalgo Montañés, Madrid: Imp. del Instituto Nacional de Sordomudos y Ciegos, 1919, p. 266. Cfr. p. 295. 39 Por señalar sólo un ejemplo, de La leva afirmó Menéndez Pelayo que «desde Cervantes acá no se ha hecho ni remotamente un cuadro de costumbres por el estilo». Véase José Montero, Pereda […], ob. cit., pp. 80-81. 40 José María de Pereda, «Cervantismo» [1880], en Esbozos y rasguños, Madrid: Imprenta y fundición de M. Tello, 1881. Ahora —es la edición que manejo— en Obras completas de José María de Pereda, ed. dirigida por Anthony H. Clarke y José Manuel González Herrán, Santander: Ediciones Tantín, 1989, vol. II, pp. 387-399. La cita en p. 388. cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 222

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41 Son afirmaciones de Rubén Benítez, Cervantes en Galdós (Literatura e intertextualidad), Murcia: Universidad de Murcia, 1991, pp. 14-15. 42 Benito Pérez Galdós, Recuerdos y memorias. Prólogo de Federico Carlos Sáinz de Robles, Madrid: Tebas, 1975, pp. 189-190. Cfr. asimismo (de ahí tomo el dato) José Montero Padilla, «Monumentos cervantinos en Madrid», Anales del Instituto de Estudios Madrileños, 38 (1998), p. 371. Hay ya una abundante bibliografía sobre la influencia de Cervantes en Galdós que sintetiza Pilar Berrio Martín-Retortillo al inicio de su trabajo «Cervantes en Galdós: la primera serie de los Episodios nacionales», VV. AA., Actas del III Coloquio Internacional de la Asociación de Cer- vantistas, Barcelona: Anthropos, 1993, pp. 139-148. Posteriormente se han publicado otras contri- buciones a este tema: algunas de las páginas que Dolores Troncoso incluye en su edición de Tra- falgar y La corte de Carlos IV (Barcelona: Crítica, 1995); Carolina Pascual Pérez, «Don Quijote y Don Juan en Tristana de Galdós», Javier Blasco et alii, eds., Actas del congreso sobre José Zorrilla, Valladolid: Universidad de Valladolid, 1995, pp. 453-460; Victoriano Santana Sanjurjo, «Galdós: cervantista en La desheredada», Cervantófila teldesiana, Gran Canaria: Ayuntamiento de Telde, 1998, pp. 75-106, etc. 43 Véase al respecto el capítulo IV («Cervantismo») de la introducción que Mariano Baquero Goyanes preparó para su edición de La Regenta (Madrid: Espasa-Calpe, 1999), pp. 19-23 44 Remito al trabajo de Cristina Patiño Eirín en este mismo IV CINDAC. 45 Jacinto Octavio Picón, Dulce y sabrosa, edición de Gonzalo Sobejano (Madrid: Cátedra, 1990, 3ª ed.), p. 21. 46 En el Catálogo de la segunda exposición bibliográfica cervantina (Madrid: Biblioteca Nacional, 1948) pueden encontrarse registrados buena parte de los artículos que Picón publicó sobre Cervantes. Cfr. asimismo Miguel Sawa y Pablo Becerra, Crónica del centenario del Don Quijote, Madrid: Establecimiento tipográfico de Antonio Marzo, 1905, 560 pp. 47 Mariano de Cavia, uno de los principales promotores del centenario de 1905, publica en 1903 el artículo «La celebración del tercer centenario del Don Quijote» (El Imparcial, 2 de diciembre de 1903). Puede encontrarse reproducido en Miguel Sawa y Pablo Becerra, Crónica…, ob. cit., pp. 93-102. 48 Ob. cit. en la nota anterior. Muy útil es también, una vez más, el Catálogo de la segunda exposición bibliográfica cervantina, Madrid: Biblioteca Nacional, 1948. 49 Muy conocida es la pieza teatral de Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, La aventura de los galeotes. Adaptación escénica del capítulo XXII de la primera parte de Don Quijote de la Mancha, Madrid: Sociedad de Autores Españoles, 1905. Se representó en el Teatro Real el 10 de mayo de 1905 con ocasión del III centenario de la publicación del Quijote. Cfr. además Pilar Vega Rodríguez, «Las conmemoraciones teatrales del III centenario del Quijote», VV. AA., Actas del Congreso Teatro del siglo XX, Madrid: Universidad Complutense de Madrid, 1994, pp. 352-368. 50 Véase por ejemplo Ildefonso Rullán, «Cuatre paraulas d’es traductor a n’es lectors» a Miquel de Cervantes Saavedra, L’enginyós hidalgo don Quixote de la Mancha (1905)», en Montserrat Bacardí, Joan Foncuberta, Francesc Parcerisas, Cent anys de traducció al catala: 1891-1990. Anto- logia a cura de…, Vic: Editorial Eumo, 1998, pp. 17-32; asimismo, Montserrat Bacardí e Imma Estany, «La mania cervàntica. Les traduccions del Quixot al català (1836-50?-1906)», Quaderns. Revista de traducció, 3 (1999), pp. 49-59. Desde el punto de vista anecdótico puede mencionarse la traducción al latín macarrónico debida a Ignacio Calvo y Sánchez publicada en 1905 y reeditada en 1922. Cfr. Ricardo Senabre, «El Quijote en latín», ABC, 25 de octubre de 1994, p. 3. 51 Véase el prólogo de José María Martínez Cachero a Azorín, La ruta de Don Quijote (Madrid: Cátedra, 1984), pp. 18-19. En 1905 Francisco Villaespesa publica Rapsodias, Gregorio Martínez Sierra, Teatro de ensueño y Enrique de Mesa, Flor pagana, etc. 52 Javier Blasco, «El Quijote de 1905 (apuntes sobre el quijotismo finisecular)», Anthropos, 98- 99 (1989), p. 121. 53 Unamuno afirma sobre su libro que es «una libre y personal exégesis del Quijote, en el que el autor no pretende descubrir el sentido que Cervantes le diera, sino el que le da él, ni es tampoco un erudito estudio histórico». Cit. por José María Martínez Cachero, ed. cit., p. 23, nota. 54 Tomo la cita de José María Martínez Cachero, ed. cit., p. 23. 55 Una amplia bibliografía, aunque no exhaustiva, de las publicaciones aparecidas en 1905 puede verse en el apéndice que Pedro Pascual incluye al final de su trabajo, «El 98 de Don Quijote», VV. AA., Actas del VIII Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, El Toboso: Edi- ciones Dulcinea del Toboso, 1999, pp. 143-158. Véase también Carlos Gutiérrez Gómez, «Biblio- cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 223

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grafía cervantina finisecular (1880-1910)», VV. AA., Cuatro estudios de literatura, Valladolid: Grammalea, 1995, pp. 97-149. 56 Madrid, 1905-1906. De Julio Cejador debe verse también su manual, Historia de la lengua y literatura castellana […], Madrid: Tipografía de la RABM, 1915-1922, 14 vols. Ed. facsímil en Madrid: Gredos, 1972. El capítulo sobre Cervantes se encuentra en t. III, pp. 191-262 («100. Año 1583. MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA (1547-1616) nació en Alcalá de Henares, probablemente el 29 de setiembre…»). Y estos dos trabajos más breves: El Quijote y la lengua castellana. Confe- rencia dada en el Ateneo de Madrid con ocasión […], Madrid: Establecimiento tipográfico de Jaime Rates Martín, 1905, 24 pp.; y Miguel de Cervantes Saavedra. Biografía, bibliografía, crítica, Madrid: Imprenta de la RABM, 1916, 77 pp. 57 Véase Gonzalo Sobejano, Nietzsche en España, Madrid: Gredos, 1967, pp. 470-472. 58 Santiago Ramón y Cajal, Psicología de Don Quijote y el Quijotismo, incluido en la Crónica del centenario del Don Quijote. Publicada bajo la dirección de Miguel Sawa y Pablo Becerra, Madrid: Establecimiento Tipográfico de Antonio Marzo, 1905, pp. 161-168. Allí encuentro afir- maciones como «Porque don Quijote, a más de poseer un yo hipertrófico, desbordante de voluntad y de energía, se siente fortalecido por esa fe ciega en la fortuna carácterística de los grandes con- quistadores de almas y tierras» (p. 162a). Véase lo que digo más adelante con respecto al ensayo de Salvador de Madariaga. 59 Con el mismo título publicó otro trabajo Julio Puyol Alonso, pero menos interesante. 60 Javier Salazar Rincón, El mundo social del «Quijote», Madrid: Gredos, 1986, p. 11. 61 Véase lo que digo en mi reseña a Ascensión Rivas Hernández, Lecturas del «Quijote» (Siglos XVII-XIX), Salamanca: Ediciones Colegio de España, 1998, en Anales Cervantinos, XXXIV (1998), pp. 363-365. 62 Quijote del centenario […], Madrid: R. L. Cabrera, 1905-1908. Véase José María Casasayas, Ensayo de una guía de bibliografía cervantina. Tomo V. Ediciones castellanas del Quijote hasta su tricentenario (1605-1915). Relación ordenada y compuesta por…, Mallorca: edición del autor, 1995, p. 151, nº. 513. 63 Tomo los datos de Carlos Reyero, «Los mitos cervantinos en pintura y escultura. Del arrebato romántico a la interiorización noventayochista», en VV. AA., Cervantes y el mundo cer- vantino en la imaginación romántica, Madrid: Comunidad de Madrid, 1997, pp. 106b-107a. 64 Por señalar sólo un ejemplo, resultado del centenario de 1916 fue el monumento a Cervantes en la plaza de España de Madrid, terminado muchos años después; cfr. José Montero Padilla, «Monumentos cervantinos en Madrid», AIEM, XXXVIII (1998), pp. 367-378, esp. p. 376-377 65 Véase Norberto Pérez García, «El filo de un centenario: la crítica extravagante sobre el Quijote en 1916», Anales Cervantinos, XXXIII (1995-1997), pp. 325-333. 66 Madrid: Imprenta de Fortanet, 1918. 67 Adolfo Bonilla y San Martín, Cervantes y su obra (Madrid: Francisco Beltrán, 1916) y De crítica cervantina (Madrid: Ruiz hermanos editores, 1918). 68 En realidad son dos las ediciones publicadas por Rodríguez Marín en 1916-1917: La primera es El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra. Edición crítica anotada por Francisco Rodríguez Marín (Madrid: Tipografía de la RABM, 1916- 1917, 6 vols.) y dedicada a la reina Victoria Eugenia. «De esta edición crítica —dice Río y Rico (Catálogo bibliográfico de la Sección Cervantes de la Biblioteca Nacional, Madrid: Tipografía de la RABM, 1916, p. 377b)— se hizo una tirada de 1600 ejemplares, hoy casi enteramente vendidos: 1500 en papel de algodón fabricado ad hoc por La papelera española, con la siguiente filigrana: Cervantes. Don Quijote. 1916. Edición del Centenario, y cien en papel de hilo, cincuenta de ellos numerados y destinados a la venta, fabricada también ad hoc por la casa Guarro, con dos filigranas, una que representa a don Quijote en la aventura de los molinos de viento y otra que es un cuadrado dentro del cual va la fecha de 1916». La segunda es El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra. Edición dispuesta por Francisco Rodríguez Marín, ilustrada por Ricardo Marín y subvencionada por el gobierno de su Majestad para conmemorar el tercer centenario de la muerte de Cervantes (Madrid: Tipografía de la RABM, 1916-1917, 4 vols.). Va dedicada a S. M. Alfonso XIII. Río y Rico (ob. cit., p. 378b) se refiere a ella en los siguientes términos: «espléndida edición hecha a expensas del estado para conmemorar el tercer centenario de la muerte de Cervantes. Se hizo de ella una tirada de 125 ejemplares, que a excepción de los que se reservó el Estado, se vendieron al precio de 2000 ptas. cada uno, agotados ya, y en poder de opu- lentos particulares, amantes de los libros bellamente presentados e impresos o formando parte de las colecciones más ricas y notables de las obras del inmortal genio alcalaíno». cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 224

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69 La revista Nuevo Mundo de 17 de julio de 1915 publica un artículo de Dionisio Pérez sobre «Don Francisco Rodríguez Marín, ilustre literato, director de la Biblioteca Nacional, a quien ha sido encomendada la labor de comentar el Quijote que ha de publicarse con motivo del Centenario. Don Ricardo Marín, notable dibujante, a quien ha sido encomendada la misión de ilustrar la edición del Quijote que se publicará con las fiestas del Centenario». 70 «El Quijote de Rodríguez Marín. Plagios, irreverencias, caprichosas anotaciones, y variantes del texto original», El Imparcial, 30 de septiembre, 14 de octubre, 28 de octubre, 4 de noviembre, 11 de noviembre, 18 de noviembre y 25 de noviembre de 1918. También son duras las críticas de Juan Suñé Benagés y Juan Suñé Fonbuena a las ediciones de Rodríguez Marín, tanto la de 1911- 1912 en Clásicos Castellanos, como la de 1916-1917. Véase la Bibliografía crítica de ediciones del «Quijote» impresas desde 1605 hasta 1917. Recopiladas y descritas por Juan Suñé Benages y Juan Suñé Fonbuena, Barcelona: Editorial Perelló, 1917, pp. 188-199 y 207-221. 71 Madrid: Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1917, 6 vols. Véase ahora la nota que antecede a la edición facsimilar del Quijote publicada por la R.A.E. (Valencia: Gráficas Soler, 1976, 2 vols.). 72 Véase José María Casasayas, Ensayo de una guía de bibliografía cervantina. Tomo V. Edi- ciones castellanas del Quijote hasta su tricentenario (1605-1915). Relación ordenada y compuesta por…, Mallorca: edición del autor, 1995. Véanse las entradas siguientes: 482, 496, 506, 511, 520, 522, 523, 524-531, 535, 548¿?, 556, 557, 558, 567, 580, 588, 606, 607, 612, 613, 614-16, 617, 619, 620, 621, 622, 624, 626, 627, 628, 635. 73 Se publicó en Madrid: Renacimiento, 1929. 74 Madrid: Biblioteca Nueva, 1931. 75 Madrid: Espasa-Calpe, 1933. 76 Véase ahora el trabajo de Michel Moner, «Cervantes en Francia: El Ingenioso Hidalgo y sus avatares ultramontanos», Edad de Oro, XV (1996), pp. 75-86, especialmente, pp. 80-81. 77 Véase Gabriel Núñez, «La literatura al alcance de los niños», El Gnomo, V (1995), p. 194. 78 Reproduzco el artículo once de la Real Orden de 12 de octubre de 1912 del libro de Acisclo Muñiz Vigo, Cervantes en la escuela (Burgos: Imp. y lib. Hijos de S. Rodríguez, 1913), p. 14. Véase también los trabajos de José Montero Padilla, «Los clásicos y el niño», VV. AA., Literatura infantil, Cuenca: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Castilla La Mancha, 1990, pp. 101-113; Santiago López-Ríos Moreno y José Manuel Herrero Massari, «La polémica del Quijote como libro de lectura en España (1900-1920)», Giuseppe Grilli, ed., Actas del II Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas, Nápoles, 1995, pp. 873-886 y Nieves Sánchez Mendieta, «Polémica en torno a una real orden quijotesca: ¿es conveniente declarar obligatoria la lectura del Quijote en las escuelas?», VV. AA., Actas del VIII Coloquio Internacional de la Asociación de Cer- vantistas, El Toboso (Toledo): Ediciones Dulcinea del Toboso, 1999, pp. 471-480. 79 Véase Miguel de Cervantes Saavedra, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Edición Calleja para escuelas, Madrid: Saturnino Calleja Fernández, ed., 1905. Las citas en p. 7. Ya en 1904 la Librería de los sucesores de Hernando había publicado un Don Quijote de la Mancha compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra compendiado para que sirva de libro de lectura en las escuelas; cfr. Casasayas, Ensayo de una guía de bibliografía cervantina…, p. 146, nº. 482. 80 El 5 de marzo de 1920 El Sol publicaba un artículo sobre «La lectura obligatoria del Quijote en las escuelas». Una semana más tarde, el doce de marzo, Antonio Zozaya expresaba en La Libertad su opinión —contraria— sobre la lectura del Quijote en las escuelas y el 16 y 18 de marzo Ortega y Gassset publicaba en El Sol sus artículos sobre «Biología y pedagogía o el Quijote en la escuela». La prensa de la época recoge algunas opiniones más al respecto. Véase en este sentido el Catálogo de la segunda exposición bibliográfica cervantina, Madrid: Biblioteca Nacional, 1948, 2 vols. 81 Mariano de Cavia, «El libro de los viejos», La correspondencia de España, 1901. Cit. por Alberto Sánchez en su introducción a Ramiro de Maeztu, Don Quijote o el amor. (Ensayos en simpatía), Salamanca: Anaya. 1964, p. 31. 82 Francisco Rodríguez Marín, «¿Se le mucho a Cervantes?» [28-05-1916], recogido en sus Estudios cervantinos, Madrid: Atlas, 1947, pp. 453-464. 83 Ezequiel Ortín, «Los libros y los niños», Crónica cervantina, I, 5 (noviembre de 1930) pp. 101-102. Ya al final del período que estoy analizando puede verse también el artículo de Miguel Allúe Salvador, «El problema del estudio del Quijote en los centros españoles de Enseñanza Media», RFE, XXXII (1948), pp. 319-337. 84 Londres y Edimburgo: por T. y A. Constable, impresores de cámara de Su Majestad, 1898. cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 225

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85 Homero Serís, La colección cervantina de la Sociedad Hispánica de América. Ediciones de Don Quijote. Urbana, Illinois: University of Illinois Studies in Language and Literature, 1920. Entre las novedades que aporta este trabajo (vid. pp. 15-16) se encuentran una nueva impresión de la edición príncipe, diferencias entre las portadas de dos variedades de la edición de Lisboa de 1605, diversos pormenores de la tercera edición de Cuesta de 1608 no consignados hasta la fecha, etc. Entre los diversos artículos aparecidos en la prensa de la época para dar noticia de los descubri- mientos de Homero Serís, pueden consultarse los publicados por Luis Astrana Marín en El tiempo sobre «En los Estados Unidos se descubre una edición del Quijote anterior a la tenida por primera», 26/02/1921, 05/03/1921, 15/03/1921, 07/04/1921, 01/05/1921, 12/05/1921. 86 Véase José María Casasayas, «La edición definitiva de las obras de Cervantes», Cervantes, VI, 2 (1986), pp. 141-190 y sobre todo su Ensayo de una guía de bibliografía cervantina. Tomo V. Ediciones castellanas del «Quijote» hasta su tricentenario. Relación ordenada y compuesta por… Mallorca: edición del autor, 1995. También he consultado Gabriel Molina Navarro, Catálogo de una colección de libros cervantinos reunida por […] (Madrid: Librería de los Bibliófilos Españoles, 1916); el Catálogo Bibliográfico de la sección Cervantes de la Biblioteca Nacional de Madrid a cargo de Gabriel Martín Río y Rico (Madrid: Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1930); el Homenaje tributado por la sección de manuscritos a la de impresos de dicha biblioteca [Biblioteca cervantina de Juan Sedó Peris - Mencheta] con motivo de la adquisición para la misma del ejemplar número mil […] precedido de una introducción […] (Barcelona: Imprenta Escuela de la Casa Provincial de Caridad de Barcelona, 1942), y los catálogos publicados con motivo del centenario de 1947: Catálogo de la exposición cervantina en la Biblioteca Nacional (Madrid: Dirección General de Propaganda, 1946) y Catálogo de la Segunda exposición biblio- gráfica cervantina, (Madrid: Biblioteca Nacional, 1948, 2 vols.). 87 Reproduzco el artículo 12 de la Real Orden de 12 de octubre de 1912 del libro de Acisclo Muñiz Vigo, Cervantes en la escuela (Burgos: Imp. y lib. Hijos de S. Rodríguez, 1913), p. 14. 88 Son palabras de Francisco Rico en su «Historia del texto», en Miguel de Cervantes Saavedra, Don Quijote de la Mancha, Barcelona: Crítica, 1998, vol. I, p. ccxxx. 89 Cfr. el parecer de Francisco Rico, ed. cit., pp. ccxxx-ccxxxi. Véase también J. J. A. Bertrand, Cervantes en el país de Fausto, Madrid: Ediciones Cultura Hispánica, 1950, pp. 217-8. 90 Madrid: Victoriano Suárez, 1905-1913; todos los tomos con la colaboración de alumnos suyos —era catedrático del Instituto de Barcelona— y el último, póstumo, a cargo de Juan Givanel Mas y Juan Suñé Benagés. 91 Madrid: Clásicos Castellanos, 1911-1913, 8 vols.; Madrid: Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1916-1917; y, ya en el segundo cuarto del siglo, otras dos, acaso las más interesantes: Madrid: Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1927-1928 y Madrid: Atlas, 1947-1948, póstuma. Véase ahora Daniel Eisenberg, «Balance del cervantismo de Francisco Rodríguez Marín», Actas del Coloquio «Cervantes en Andalucía», Estepa: Ayuntamiento de Estepa, 1999, pp. 54-64 y Alberto Sánchez, «El Quijote de Rodríguez Marín», VV. AA., Homenaje a José María Martínez Cachero, Oviedo: Universidad de Oviedo, 2000, vol. III, pp. 445- 464. 92 Antes de su ingreso en la RAE ya había publicado su edición crítica de Rinconete y Corta- dillo (1905, premiada por la Academia en «certamen público extraordinario») además de varios trabajos de diversa índole y extensión: Cervantes y la Universidad de Osuna (1899), Cervantes estudió en Sevilla (1901), El Loaysa de «El celoso extremeño»: estudio histórico-literario (1901), En qué cárcel se engendró el «Quijote» (1905), Cervantes en Andalucía: estudio histórico-literario (1905). Cfr. el «Catálogo de las obras de Don Francisco Rodríguez Marín» que se imprime al final de los Discursos leídos ante la Real Academia Española por los Excmos. Señores D. Francisco Rodríguez Marín y D. Marcelino Menéndez Pelayo en la recepción pública del primero el día 27 de octubre de 1907 (Sevilla: Tipografía de Francisco de P. Díaz, 1907, pp. 105-107). Cfr. asimismo la edición publicada por el Patronato del IV centenario de Cervantes de los Estudios Cervantinos de Rodríguez Marín (Madrid: Atlas, 1947), con interesante prólogo de Agustín González de Amezúa, y el artículo de Francisco López Estrada, «Recuerdo de Don Francisco Rodríguez Marín», BRAE, XLIX (1969), pp. 153-163. 93 La tormenta crítica que se desató sobre este asunto ha sido grande; de entre los trabajos publicados en el primer cuarto de siglo pueden consultarse por ejemplo los de Julio Puyol, El supuesto retrato de Cervantes (Madrid: Imprenta Clásica Española, 1915), en el que señala sus razones para sospechar de la falsedad del cuadro, y el de Francisco Rodríguez Marín, El retrato de Miguel de Cervantes. Estudio sobre la autenticidad de la tabla de Jáuregui que posee la Real cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 226

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Academia Española (Madrid: Tipografía de la Revista de Archivos Bibliotecas y Museos, 1917), en el que defiende la veracidad del retrato, no sin indicar de manera expresa que «Este trabajo es exclusivamente mío en cuanto a la iniciativa y en cuanto a todo, y nada tiene que ver con él, ni con su publicación, la Academia Española, ni aun yo mismo como individuo de ella. Por esto, contra lo que acostumbro, no he mencionado esta honrosa cualidad en la portada» (p. 14) 94 Véase por ejemplo Juan Givanel y Mas, Examen de ingenios I. Apostillas, comentarios y glosas al comentario del «Don Quijote» editado por D. Francisco Rodríguez Marín, Madrid: Imp. Fortanet, 1912. Debe tenerse en cuenta, no obstante, que Givanel fue uno de los colaboradores y ultimadores del Quijote de Cortejón y en buena manera este Examen de Ingenios se plantea en parte como defensa de esa edición del catedrático del Instituto de Barcelona. 95 Son palabras nuevamente de Francisco Rico, ed. cit., p.ccxxxi. 96 Véase ahora el libro de Gonzalo Sobejano, Nietzsche en España (Madrid: Gredos, 1967), pp. 170-172, 174, 200, 271, 273, 291-301, 303, 332-334, 342, 416, 461-463, 467-470, 470-472, 486, y 483-484. 97 La bibliografía sobre el cervantismo-quijotismo de la generación del 98 es amplia, pero falta todavía de una monografía exhaustiva y rigurosa. Además de los ensayos generales sobre la Generación del 98 a cargo de Pedro Laín Entralgo, Julián Marías, E. Imman Fox y Donald Shaw, he consultado: Gonzalo Sobejano, Nietszche en España, Madrid: Gredos, 1967, passim; Guillermo de Torre, «El Modernismo y el 98 en sus revistas», Del 98 al Barroco, Madrid: Gredos, 1969, pp. 12-70; Paul Descouzis, Cervantes y la generación del 98. La cuarta salida de Don Quijote, Madrid: Ediciones iberoamericanas, 1970; Ana Suárez, «Cervantes ante modernistas y noventayochistas», Manuel Criado de Val, dir., Cervantes, su obra y su mundo, Madrid: Edi-6, 1981, pp. 1047-1054; Javier Blasco, «El Quijote de 1905 (apuntes sobre el quijotismo finisecular)», Anthropos, 98-99 (1989), pp. 120-124; Santiago Alfonso López Navia, «Dos quijotes finiseculares: D.Q. de Rubén Darío (1899) y El alma de Don Quijote de Jerónimo Montes (1904)», Anales Cervantinos, XXXI (1993), pp. 99-111; Pedro Pascual, «El 98 de don Quijote», Actas del VIII Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, El Toboso: Ediciones Dulcinea del Toboso, 1999, 143-158. 98 Véase Jesús González Maestro, «Miguel de Cervantes, Miguel de Unamuno: el Quijote desde la experiencia de la estética de la recepción de 1898», VV. AA., Actas del II Coloquio Inter- nacional de la Asociación de Cervantistas (Barcelona: Anthropos, 1991), pp. 241-264. 99 «Aparecen nuevos inéditos de Miguel de Unamuno en su Casa Museo de Salamanca», ABC, 10/01/93, p. 43; «Lo que queda por conocer de Unamuno», El Mundo, 11 de enero de 1993, p. 42; «El inédito Manual de quijotismo de Unamuno revisa las tres obras fundamentales de su pensa- miento», El País, 11 de enero de 1993, p. 30. 100 Véase el esquema, muy sintético pero útil, de Ana Suárez, art. cit., pp. 1051-153 y las refe- rencias bibliográficas básicas en Javier Blasco, ob. cit., p. 123, nota 20. He aquí algunas de las últimas contribuciones: T. Berchem y H. Laitenberger, eds., El joven Unamuno en su época, Sala- manca: Junta de Castilla y León, 1997 (véanse los trabajos de Antonio Vilanova, «El antiquijotismo de Unamuno ante el desastre del 98» y H. Laitenberger, «Geografía y literatura (El Quijote del joven Unamuno)»); Marco Cipollini, «Espejos y espejismos de un exiliado: ínsulas del sueño y libertad del lector en las últimas querellas cervantinas de Unamuno», Actas del VIII Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, El Toboso: Ediciones Dulcinea del Toboso, 1999, pp. 81-90; Ángel Estévez Molinero, «Unamuno, la «profunda lección» de Cide Hamete y Cervantes en loor de la paradoja», Actas del VIII Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, El Toboso: Ediciones Dulcinea del Toboso, 1999, pp. 105-118; Cecilia García Antón, «Unamuno y don Quijote: Del Caballero de la locura y los Hidalgos de la razón», Actas del VIII Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, El Toboso: Ediciones Dulcinea del Toboso, 1999, pp. 119-126; Rogelio García Mateo, «Don Quijote de la Mancha e Íñigo de Loyola en Unamuno según la Vida de don Quijote y Sancho», Actas del VIII Coloquio Internacional de la Asociación de Cervan- tistas, El Toboso: Ediciones Dulcinea del Toboso, 1999, pp. 127-141; Sandra Regina Moreira, «La recreación quijotesca en Niebla de Unamuno», Anuario Brasileño de Estudios Hispánicos, 7 (1997), pp. 129-144. 101 Véase por ejemplo el admirable capítulo XIV («Un viandante») de su discurso de ingreso en la Real Academia Española el 26 de octubre de 1924. Véase Azorín, Una hora de España, ed. de José Montero Padilla (Madrid: Castalia, 1993), pp. 105-107. 102 He mencionado sólo libros de Azorín de tema cervantino exlusivamente, pero a ellos habría que añadir otros muchos que incluyen capítulos sobre el mismo asunto: Los pueblos (1905), España (1909), Lecturas españolas (1912), Castilla (1912), Clásicos y modernos (1913), Los valores lite- cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 227

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rarios (1913), Al margen de los clásicos (1915) y un largo etcétera. A la espera de una monografía de conjunto que estudie las relaciones Cervantes-Azorín pueden consultarse: Elena Catena, «Azorín, cervantista y cervantino. Apuntes para una antología», Anales Cervantinos, 12 (1973), pp. 73-113; José María Martínez Cachero, «Con permiso de los cervantistas (Azorín, 1948): Examen de un libro de melancolía», Anales Cervantinos, XXV-XXVI (1987-1988), pp. 305-314; C. Manso, «José Martínez Ruiz, Azorín, y Cervantes», BHi, 96 (1994), pp. 521-528; Aniano Peña, «Cervantismo y quijotismo en Azorín a la luz de la Völkerpsychologie», Giuseppe Grilli, ed., Actas del II Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas, Nápoles, 1995, pp. 863-70; Isabel Castells, «La ruta de Azorín por el libro de La Mancha», Actas del VIII Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, El Toboso: Ediciones Dulcinea del Toboso, 1999, pp. 69-80; J. Ignacio Díez Fer- nández, «La invención (y reinvención) de El Toboso: La mirada de Cervantes (y la de Azorín)», Actas del VIII Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, El Toboso: Ediciones Dulcinea del Toboso, 1999, pp. 91-103; Rita R. Rodríguez, «Cervantes en Tomás Rueda», Actas del VIII Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, El Toboso: Ediciones Dulcinea del Toboso, 1999, pp. 159-170. 103 Pueden verse en la recopilación de Obras completas que ha publicado en Madrid el Círculo de Lectores los siguientes textos barojianos sobre tema cervantino: «Quijotescos y hamletianos», Desde la última vuelta del camino. Memorias, Madrid: Círculo de Lectores, edición de Obras com- pletas, vol. II, pp. 887-892; cfr. vol. II, p. 1151. La nave de los locos, pp. 1137-1388, parte de Memorias de un hombre de acción: «Prólogo casi doctrinal sobre la novela, pp. 1139-1170, en el mismo sitio; vol III, p. 240: «Lecturas de Hugo»; vol. XIII, Ensayos, I: «Sobre la técnica de la novela», pp. 186-190; «La novela», pp. 178-179; «El prestigio del libro español», pp. 293-7; «Cer- vantes, Shakespeare, Molière», p. 376; «Pérez Galdós y la novela histórica española», pp. 857-8; «Condiciones de la novela histórica», pp. 858-860; Vol. XIV, Ensayos, II: «Manías de los biblió- filos», pp. 304-309; «La lectura», pp. 383-385; «Los fines de la lectura», pp. 385-6; «Capacidad para la cultura», pp. 404-5; «Qué se debe leer», pp. 405-407; «La literatura culpable», pp. 1070- 1076; «Las lecturas», pp. 1226-1229; «Bibliofilia», pp. 1248-1249. 104 «Don Quijote, a quien Cervantes quiso dar un sentido negativo, es un símbolo de afirma- ción de la vida. Don Quijote vive más y con más intensidad que los otros», Pío Baroja, El árbol de la ciencia, ed. de Pío Caro Baroja (Madrid: Cátedra, 1998, 15ª. ed.), p. 167. 105 «[…] se puede tener el quijotismo contra una anomalía; pero tenerlo contra una regla general es absurdo», Pío Baroja, El árbol de la ciencia, ed. cit., p. 127. 106 Citado por Ana Suárez, «Cervantes ante modernistas y noventayochistas», art. cit., p. 1052. Deliberadamente no me refiero a los poemas machadianos inspirados en el Quijote. 107 Ramiro de Maeztu, Don Quijote, Don Juan y la Celestina, Madrid, 1926. Véase, además de la edición de Alberto Sánchez (Salamanca: Anaya, 1964), el artículo de Macarena Cuiñas, «Ramiro de Maeztu, Carlos Fuentes: dos momentos de la cultura hispánica ante el Quijote» (Anales Cer- vantinos, 34 [1998], pp. 269-277) donde pone de relieve algunas coincidencias entre la lectura del Quijote efectuada por Ramiro de Maeztu y Carlos Fuentes. 108 A Ganivet corresponden estas afirmaciones sobre el Quijote: «No existe en el arte español nada que sobrepuje al Quijote, y el Quijote, no sólo ha sido creado a la manera española, sino es nuestra obra típica, ‘la obra’ por antonomasia, porque Cervantes no se contentó con ser un ‘inde- pendiente’: fue un conquistador, fue el más grande de todos los conquistadores, porque mientras que los demás conquistadores conquistaban países para España, él conquistó España misma». Ángel Ganivet, Idearium español [1897], Madrid: Victoriano Suárez, 1915, p. 79. Cfr. Gonzalo Sobejano, Nietzsche en España, Madrid: Gredos, 1967, pp. 259-276 y las pp. 33-34, 46 y 56-58 de la intro- ducción que precede a la edición que José Montero Padilla ha preparado de Ángel Ganivet, Los trabajos del infatigable creador Pío Cid (Madrid: Castalia, 1998). 109 Véase ahora José Servera Baño, «La influencia de Cervantes en Farsa italiana de la ena- morada del rey, de Valle Inclán», Giuseppe Grilli, ed., Actas del II Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas, Nápoles, 1995, pp. 771-780; y María Nieves Fernández García, «La presencia de Cervantes en Valle Inclán», Giuseppe Grilli, ed., Actas del II Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas, Nápoles, 1995, pp. 743-770. 110 Sobre otros autores menos conocidos, véanse Santiago A. López Navia, «Dos quijotes fini- seculares: D.Q. de Rubén Darío (1899) y El alma de don Quijote de Jerónimo Montes (1904)», Anales Cervantinos, XXXI (1993), pp. 99-111; Julián Bravo Vega, «Un don Quijote regeneracio- nista: el caso de Eduardo Barriobero y Herrán», Actas del VIII Coloquio Internacional de la Aso- ciación de Cervantistas, El Toboso: Ediciones Dulcinea del Toboso, 1999, pp. 55-68. cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 228

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111 E.C. Riley, Introducción al «Quijote», Barcelona: Crítica, 1990, p. 228. Véase el desarrollo y aprovechamiento posterior de algunas de esas intuiciones de Ortega en mi libro El «Quijote» y la crítica contemporánea (Alcalá de Henares: Centro de Estudios Cervantinos, 1997), s.v. el índice alfabético final. Véanse además: Ciriaco Morón Arroyo, Nuevas meditaciones del «Quijote», Madrid: Gredos, 1976; Alberto Porqueras Mayo, «El Quijote en un rectángulo del pensamiento español»[1962], Temas y formas de la literatura española, Madrid: Gredos, 1972, pp. 141-156; Manuel Cifo González, «El tema de Cervantes en Ortega y Gasset (Meditaciones contrastadas con las de Américo Castro, Salvador de Madariaga y Azorín», Cuadernos Hispanoamericanos, 403-405 (1984), pp. 308-316; José Luis Molinuevo, «Algunas notas sobre José Ortega y Gasset», Revista de Occidente, 156, (1994), pp. 33-54; Jaime de Salas, «Sobre la génesis de las Meditaciones del Quijote», Revista de Occidente, 156 (1994), pp. 77-86; José Ortega y Gasset, «Sobre Cervantes y el Quijote desde El Escorial (Notas de trabajo)», Revista de Occidente, 156 (1994), pp. 36-54; Pedro Cerezo Galán, «Meditaciones del Quijote o el estilo del héroe», Revista Canadiense de Estudios Hispánicos, 21 (1996), pp. 57-75. 112 Citado por Alberto Porqueras Mayo, «El Quijote en un rectángulo del pensamiento español»[1962], Temas y formas de la literatura española, Madrid: Gredos, 1972, p. 145. 113 José Ortega y Gasset, «Flaubert, Cervantes, Darwin». Cap. 20 de su «Meditación primera». Meditaciones del Quijote. E ideas sobre la novela [1914 / 1925], Madrid: Revista de Occidente, 1958, 5ª. ed. en castellano, p. 134. 114 Véase Ana Suárez, «Cervantes ante modernistas y noventayochistas», Manuel Criado de Val, ed., Cervantes, su obra y su mundo, Madrid: Edi-6, 1981, p. 1049. 115 Véase Alberto Sánchez, «Cervantes y Rubén Darío», Seminario Archivo Rubén Darío, 6 (1962), pp. 31-44; Ana Suárez, art. cit., pp. 1049-1050; «Santiago A. López Navia, «Dos quijotes finiseculares: D.Q. de Rubén Darío (1899) y El alma de don Quijote de Jerónimo Montes (1904)», Anales Cervantinos, XXXI (1993), pp. 99-111; Manuel Reyes Ramos, «El Quijote a través de un poema de Rubén Darío [»Marcha triunfal»], La palabra y el hombre, 90 (1994), pp. 168-178. 116 Véase Lola Montero Reguera, «Jacinto Benavente: La muerte de don Quijote», Anales Cervantinos, 34 (1998), pp. 279-287. 117 Véase Ana Suárez, art. cit., p. 1050. 118 Véanse sus artículos «La estatua y la casa de Cervantes» y «A la estatua de Cervantes le hace falta media espada» recogidos en Emilio Carrere, Antología, edición de José Montero Padilla, Madrid: Castalia, 1999, pp. 392-395. 119 Recogidos ambos en el volumen El amor y la muerte. (Capítulos de Novela), Madrid: Imprenta Helénica, 1913, pp. 205-209 y 211-216. Deliberadamente no me refiero a los poemas de Manuel Machado inspirados en el Quijote. 120 Por ejemplo, en esa Biblioteca de Castilla y León puede consultarse la edición de de Rodríguez Marín (Madrid, 1920, 2ª impresión; signatura 1/1325). Perteneció a la Biblioteca de Manuel Machado (nº 93) y está dedicada a este por Rodríguez Marín: «A su querido amigo y compañero D. Manuel Machado, excelente poeta, afectuosamente, F. Rodríguez Marín». Hay numerosas indicaciones manuscritas de Machado especialmente en las notas: pp. 19, 22, 23, 35, 201 y notas 318, 321, 348, 349, 357, 360, 362-3, 402, 422, 423, 443, 468, 479. En esta misma biblioteca hay otros libros de Rodríguez Marín dedicados a Manuel Machado: El casamiento engañoso y el coloquio de los perros (1/0808), Quijote (1/1319, 1/1320, 1/1321, 1/1322, 1/1323, 1/1324), etc. Por otro lado, he registrado un total de otros trece libros de Rodríguez Marín en el mismo fondo, algunos de ellos dedicados: A la antigua española (1/0262), A la real de España (1/0448), El alma de Andalucía (1/0764), Cantos populares españoles (1/0479), Ciento y un sonetos (1/0646), Discurso leído en la Biblioteca Nacional (1/1288), En un lugar de la Mancha (1/0781), Ensaladilla (1/0635), Luis Barahona de Soto (1/1488), Madrigales (1/1392), Nuevos documentos cervantinos (1/1316), Pedro Espinosa (1/1481), Sonetos sonetiles ajenos y propios (1/0749). 121 Véase ahora, Jesús Rubio Jiménez, «Don Quijote (1892-1903): prensa radical, literatura e imagen», Leonardo Romero Tobar, ed., El camino hacia el 98. (Los escritores de la Restauración y la crisis de fin de siglo), Madrid: Visor libros, 1998, pp. 297-315. 122 Son palabras de Víctor García de la Concha, «Dos revistas cervantinas en las primeras escaramuzas de la vanguardia», Homenaje a Gonzalo Torrente Ballester, Salamanca: Biblioteca de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Salamanca, 1981, pp, 409-410. 123 Como en estos versos de F. Villegas publicados en el número de 19 de marzo de 1919: «Cervantes es la estrella en el cielo de España / que guió el rumbo de nuestra nave espiritual / él cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 229

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fulgura en la luz de una razón extraña / el romance de oro del manchego genial». Cit. por Mª. Ángeles Varela Olea, art. cit. más abajo, p. 73. 124 Véase ahora M. Ángeles Varela Olea, «Del Modernismo a la Vanguardia: Cervantes. Revista mensual ibero-americana. (Agosto 1916-Diciembre 1920)», Cuadernos para la Investigación de la Literatura Hispánica, 23 (1998), pp. 63-90; cfr. Víctor García de la Concha, «Dos revistas cervan- tinas en las primeras escaramuzas de la vanguardia», Homenaje a Gonzalo Torrente Ballester, Sala- manca: Biblioteca de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Salamanca, 1981, pp. 409-423 y el clásico trabajo de Guillermo de Torre, «El Modernismo y el 98 en sus revistas», Del 98 al Barroco, Madrid: Gredos, 1969, pp. 12-70. 125 Véase ahora Carlos Arconada Carro y Victoriano Santana Sanjurjo, «Un poco más sobre la Crónica cervantina», Actas del VIII Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantista, El Toboso: Ediciones Dulcinea del Toboso, 1999, pp. 481-514. 126 Véase el apartado 1.1. He aquí la relación de trabajos cervantinos de Menéndez Pelayo: «Obras inéditas de Cervantes», Miscelánea Científica y Literaria, Barcelona, 1874. Reimpreso en la Edición Nacional de las Obras Completas de Menéndez Pelayo, vol. VI, Estudios y discursos de crítica Histórica y Literaria, I, Madrid: CSIC, 1941, pp. 269-302; Interpretaciones del «Quijote». Discurso leído en la Real Academia Española, el 29 de mayo de 1904, en contestación al de recep- ción de don José María Asensio. Reimpreso en la Edición Nacional de las Obras Completas de Menéndez Pelayo, vol. VI, Estudios y discursos de crítica Histórica y Literaria, I, Madrid: CSIC, 1941, pp.303-322; Cultura literaria de Miguel de Cervantes y elaboración del Quijote, Discurso leído en el Paraninfo de la Universidad Central en la solemne fiesta de 8 de mayo de 1905. Reim- preso en la Edición Nacional de las Obras Completas de Menéndez Pelayo, vol. VI, Estudios y dis- cursos de crítica Histórica y Literaria, I, Madrid: CSIC, 1941 pp. 323-356; «El Quijote de Avella- neda». Introducción a El Ingenioso Hidalgo Don Quixote de la Mancha. Compuesto por el Licen- ciado Alonso de Avellaneda, natural de Tordesillas. Nueva edición cotejada con la original […] anotada y precedida por una introducción por Don Marcelino Menéndez y Pelayo de la Real Academia Española, Barcelona: Toledano, López y C.ª, 1905. Reimpreso en la Edición Nacional de las Obras Completas de Menéndez Pelayo, vol. VI, Estudios y discursos de crítica Histórica y Literaria, I, Madrid: CSIC, 1941, pp. 357-420. Además, hay referencias sueltas en la Historia de las ideas estéticas en España, Madrid: Imprenta de A. Pérez Dubrull, 1883-1891, especialmente en el volumen II; y en los Orígenes de la novela, especialmente en los volúmenes II, III y IV. 127 Véase Alfredo Carballo Picazo, «Seguidores de Menéndez Pelayo», Guillermo Díaz Plaja, dir., Historia general de las literaturas hispánicas, Barcelona: Vergara, 1973, reimpr., vol. 7, pp. 350-354. 128 Véanse los apartados 1.4., 1.6., 2.2. y 2.3.1. 129 Véanse los apartados 1.3., 1.4., 1.9. y 2.2., y lo que digo más abajo sobre la Edición de Obras completas de Cervantes. Cfr. Javier Salazar Rincón, El mundo social del «Quijote», Madrid: Gredos, 1986, pp. 10, nota. 130 Incluido en sus Études sur l’Espagne, 1ª serie, París, 1895, pp. 297-382. 131 Son palabras de Javier Salazar Rincón, El mundo social del «Quijote», Madrid: Gredos, 1986, pp. 10-11. 132 Véase también E. Allison Peers, «Aportación de los hispanistas extranjeros al estudio de Cervantes», RFE, XXXII (1948), pp. 162-163. 133 Elie Faure, Cervantes, Madrid: Cuadernos Literarios, 1926, pp. 25 y 26. Véase también Antonio Marco García, «El Cervantes de Elie Faure», VV. AA., Actas del II Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, Barcelona: Anthropos, 1991, pp. 265-271. 134 Donatella Pini Moro e Giacomo Moro, «Cervantes en Italia», Donatella Pini Moro, ed., Don Chisciotte a Padova, Padova: Editoriale Programma, 1992, pp. 149-268. Para el periodo que nos interesa, véanse las pp. 198-211. Véase asimismo Francisco A. de Icaza, «La ironía de Cervantes y la nueva crítica italiana», El «Quijote» durante tres siglos, Madrid: Imp. Fortanet, 1918, pp. 191- 208. 135 Richard Schwarderer, «Importancia de la figura de don Quijote en el ensayo L’umorismo (1908) de Pirandello», VV.AA, Actas del coloquio cervantino, Würzburg, 1983. Theodor Berchem y Hugo Laitenberger, eds., Münster: Aschendorffsche Verlagsbuchhandlung Gmb H & Co., 1987, pp. 118-126, la cita en p. 120. 136 Son palabras de Richard Schwarderer, art. cit., p. 120. 137 Américo Castro dedicó un trabajo a analizar las relaciones entre Cervantes y Pirandello, pero sin ocuparse de este ensayo; cfr. Américo Castro, «Cervantes y Pirandello», La Nación (Buenos cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 230

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Aires), 1924, después incluido en Hacia Cervantes, Madrid: Taurus, 1967, 3ª ed., pp. 477-85. En fechas más recientes, Gonzalo Torrente Ballester confesaba la influencia de Pirandello en la gesta- ción de su conocido libro El «Quijote» como juego, Madrid: Península, 1975 (véase p. 7). 138 Roma: Treves, 1924. 139 Helmut Hatzfeld, «Don Quijote, ¿asceta?», NRFH, II (1948), pp. 57-70; Amado Alonso, «Don Quijote, no asceta, pero ejemplar caballero y cristiano», NRFH, II (1948), pp. 333-359. Véase la nota que añade Julio Rodríguez Puértolas en Américo Castro, El pensamiento de Cervantes (Bar- celona: Noguer, 1972), pp. 307-308 140 J.J.A. Bertrand, Cervantes en el país de Fausto, Madrid: Ediciones Cultura Hispánica, 1950, p. 217. 141 Véase J.J.A. Bertrand, Cervantes en el país de Fausto, Madrid: Ediciones Cultura Hispá- nica, 1950, pp. 206-213 y 217-219. Cfr. Dietrich Briesemeister, «España y la hispanística alemana», VV. AA., Estudios de literatura española de los siglos XIX y XX. Homenaje a Juan María Díez Taboada, Madrid: CSIC, 1998, pp. 458-466. 142 A History of Spanish Literature, Londres: W. Heinemann, 1898. Se traduce al español en 1900 por Adolfo Bonilla y San Martín con un prólogo de Menéndez Pelayo bajo el título de Historia de la Literatura Española desde los orígenes hasta el año 1900 (Madrid: La España Moderna, 1900). Se reeditó en varias ocasiones, la cuarta en 1926 (Madrid: Ruiz Hermanos). Nótense las palabras de E. Allison Peers sobre ella: «Pero a nuestra comprensión más profunda de Cervantes, Fitzmaurice-Kelly no contribuyó casi en nada» («Aportación de los hispanistas extranjeros al estudio de Cervantes», RFE, XXXII [1948], p. 185). 143 Véase «Un ilustre cervantista uruguayo», Crónica cervantina, 28 (1934), pp. 550-552. Más datos sobre algunos de sus libros en Crónica cervantina, 25 (1934), pp. 487-8 y 33 (1935), pp. 649- 651. 144 Véase Francisco A. de Icaza, El «Quijote» durante tres siglos, Madrid: Imprenta de Fortanet, 1918. En los preliminares de la reimpresión de su libro sobre Las novelas ejemplares (Madrid, 1928) se incluye una biografía del autor. cfr. Dámaso Santos, «Recuerdo y homenaje a Francisco A. de Icaza», Arriba, 3 de febrero de 1963, p. 13; Juan Sampelayo, «Un perfil y unos recuerdos íntimos», Arriba, 3 de febrero de 1963, p. 13 y Andrés Henestrosa, «Un cervantista mexicano: Francisco A. de Icaza», VV. AA., Guanajuato en la geografía del «Quijote» (Guanajuato: Gobierno del Estado de Guanajuato, 1988), pp. 85-92. 145 José de Armas y Cárdenas, cubano (1866-1919), es autor de una larga nómina de estudios sobre Cervantes y el Quijote, de entre los que destaco Cervantes y el «Quijote» (La Habana: Imprenta y Librería La Moderna Poesía, 1905) y Cervantes y su época (Madrid: Renacimiento, 1915). 146 He tenido en cuenta: Juan Suñé Benages, «El cervantismo en América», Crónica cervan- tina, 28 (noviembre-diciembre, 1934), pp. 552-554; Nilda Blanco (sel. y pról.), Visión cubana de Cervantes (La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1980); VV. AA., Guanajuato en la geografía del «Quijote» (Guanajuato: Gobierno del Estado de Guanajuato, 1988); VV. AA., Apuntes cervantinos mexicanos (México, 1988); VV. AA., Apuntes cervantinos hispanoamericanos, II (México, 1990); Emilia de Zuleta, «El hispanismo de Hispanoamérica», Moenia, 4 (1998), pp. 33-59; Matilde Albert Robatto, «El hispanismo en Puerto Rico. (Apuntes para una historia de amistad y cooperación)», Moenia, 4 (1998), pp. 61-69; Ignacio M. Zuleta, «La tradición cervantina (Algunos aspectos de la proyección del Quijote en Hispanoamérica)», Anales Cervantinos, XXII (1984), pp. 143-157; y mi propio trabajo, «La recepción del Quijote en Hispanoamérica. (Siglos XVII-XIX)», Cuadernos Hispanoamericanos, 500 (febrero, 1992), pp. 132-140. Sobre Alfonso Reyes puede consultarse: Manuel Alcalá, El cervantismo de Alfonso Reyes, México: UNAM, 1997 (Discurso de ingreso en la Academia Mexicana leído el 30 de agosto de 1962). Para Arturo Marasso es recomendable acudir a su libro, Cervantes. La invención del «Quijote» (Buenos Aires: Librería Hachette, 1954), en el que recoge trabajos suyos anteriores, todos ellos llenos de sugerentes indicaciones y a su edición del Quijote (Buenos Aires: Librería El Ateneo, 1954, 2 vols.), con prólogo y anotación muy interesantes. Finalmente, la lectura del Quijote por Borges cuenta ya con una importante bibliografía: Frederik Viña, «El cervantismo de Jorge Luis Borges», Manuel Criado de Val, dir., Cervantes, su obra y su mundo, Madrid: Edi-6, 1981, pp., 1087-1095; Ilan Stavans, «Cervantes para Borges», Anthropos, 98-99 (1989), p. IX; Alí Víquez Jiménez, «La lectura borgesiana del Quijote», Revista de Filología y Lingüística de la Universidad de Costa Rica, 20, 2 (1994), pp. 19-30; Carlos Orlando Nállim, Cer- vantes en las letras argentinas, Buenos Aires: Academia Argentina de Letras, 1998; Ana María Barrenechea, «Cervantes y Borges», Melchora Romanos, coord., Para leer a Cervantes, Buenos cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 231

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Aires: EUDEBA, 1999, pp. 281-290; Eduardo Urbina, «La sinrazón de razón: Cervantes, Borges y Arrabal», Para leer a Cervantes, ob. cit., pp. 349-357. 147 Ahmed Abi-Ayad, «Presentación y análisis de la bibliografía argelina sobre Miguel de Cer- vantes», Actas del tercer congreso internacional de la Asociación de Cervantistas, Palma de Mallorca: Universidad de las Islas Baleares, 1998, pp. 99-108; Adriana Arriagada de Lassel, «Cer- vantes visto por los franceses de Argelia (1830-1962)», ibidem, pp. 125-132 148 Véanse los trabajos de Maria Augusta da Costa Vieira, «Las relaciones de poder entre narrador y lector: Cervantes, Almeida Garret y Machado de Assís», Cuadernos Hispanoameri- canos, 570 (1997), pp. 59-71; «Huellas de Don Quijote en la literatura brasileña», Actas del IV congreso internacional de AISO, Alcalá de Henares: Universidad de Alcalá de Henares, 1998, vol. I, pp. 469-75. «Recreaciones de Don Quijote en la literatura Brasileña: facciones del héroe», Actas del tercer congreso internacional de la Asociación de Cervantistas, Palma de Mallorca: Universidad de las Islas Baleares, 1998, pp. 733-739; «Un itinerario posible: de Cervantes a Machado de Assís», Melchora Romanos, coord., Para leer a Cervantes, Buenos Aires: EUDEBA, 1999, pp. 307-316; Asimismo, Mª. de la Concepción Piñero Valverde, «Una novela quijotesca de la literatura brasileña: Quincas borba, de Machado de Assis», Actas del tercer congreso internacional de la Asociación de Cervantistas, Palma de Mallorca: Universidad de las Islas Baleares, 1998, pp. 709-716. 149 Mariana Dimitrova, «Don Quijote en la interpretación de los críticos y ensayistas búlgaros», Giuseppe Grilli, ed., Actas del II Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas, Nápoles, 1995, pp. 927-934. 150 Pavel Stepánek, «Los destinos de Don Quijote en Checoslovaquia», Anales Cervantinos, XXIX (1991), pp. 191-215. 151 José Chang, «El Quijote en China y sus influencias en la literatura del país asiático», ABC, s. f. (1955?). Liu Xiaopei, «Cervantes en China», Actas del II Coloquio Internacional de la Aso- ciación de Cervantistas, Barcelona: Anthropos, 1991, pp. 319-325. 152 Kim Chang-su, «Don Quijote en Corea: su influencia en los escritores modernos (1915- 1940)», VV. AA., Actas del primer congreso de hispanistas de Asia, Seul, Corea: Asociación Asiática de Hispanistas, 1985, pp. 453-460. 153 Guillermo Gómez Rivera, «El espíritu quijotesco en dos escritores filipinos: José Rizal, prosista, y Francisco Zaragoza, poeta», VV. AA., Actas del primer congreso de hispanistas de Asia, Seul, Corea: Asociación Asiática de Hispanistas, 1985, pp. 429-36. 154 Véase el trabajo de Dimitris Filippis en este IV CINDAC. 155 Jaime Fernández, «Cervantes en Japón», Anales Cervantinos, XXIII (1985), pp. 201-211; del mismo, «Cervantes en Hombre en camino de Natsume Sôseki: una versión japonesa de El curioso impertinente de Cervantes», Anales Cervantinos, XXXI (1993), pp. 131-150. 156 Cfr. Kazimierk Sabik, «La recepción de la obra de Cervantes en Polonia durante el período de la Ilustración y el Romanticismo (1781-1855)», Actas del II Coloquio Internacional de la Aso- ciación de Cervantistas, Barcelona: Anthropos, 1991, pp. 307-317. 157 Aunque referida a un tiempo anterior, es imprescindible la monografía de María Fernanda de Abreu, Cervantes no Romantismo português, Lisboa: editorial Estampa, 1997, 2ª. ed. 158 Vsevolod Bagnó, El Quijote vivido por los rusos, Madrid: CSIC, 1995. 159 Jasna Stojanovic, «Hajim DaviËo, traductor y crítico de Cervantes en las letras serbias» [1854-1916], Anales Cervantinos, XXXV (1999), pp. 501-510. 160 Madrid: Espasa-Calpe, 1926. 161 Son palabras de Carlos M. Gutiérrez, «Cervantes, un proyecto de modernidad para el Fin de Siglo (1880-1905)», Cervantes, 19 (1999), p. 119. 162 Utilizo las palabras de José Manuel Martín Morán en su artículo «Don Quijote está san- chificado; el des-sanchificador que lo re-quijotice…», BHi, 94 (1992), pp. 75-118. La cita en p. 80. Véase en p. 81 una lista de algunos de los estudiosos que han recogido las ideas de Madariaga. Añádase ahora el capítulo IV de las Reflexiones sobre el Quijote de Enrique Moreno Báez (Madrid: Prensa Española, 1968). 163 «This book has been followed by other explorations of the characters’, psyches, notably from a Jungian perspective by John G. Weiger, Freudian analysis tempered by American ego psy- chology by C. B. Johnson, Jungian analysis tempered by contemporary feminist theory by Ruth El Saffar, and the wildest of them all, the unsettling psychosexual ambiguities by Louis Combet». Son palabras de Caroll B. Johnson, Don Quixote. The Quest for Modern Fiction, (Boston: Twayne, 1990), p. 29. Véase asimismo mi trabajo «Mujer, erotismo y sexualidad en el Quijote», Anales cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 232

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Cervantinos, XXXII (1994), pp. 97-116 y las consideraciones de José Manuel Martín Morán en el artículo citado en la nota anterior. 164 Los estudios sobre Américo Castro y su exégesis del Quijote son abundantes. Remito a mi libro El «Quijote» y la crítica contemporánea, Alcalá de Henares: Centro de Estudios Cervantinos, 1997, pp. 32-33 («Los estudios de Américo Castro»). 165 Publicado en 1925 como anejo de la Revista de Filología Española. Hay edición facsímil reciente (Barcelona: Crítica, 1991). Julio Rodríguez Puértolas lo reeditó en 1972 con abundantes notas suyas y del propio Américo Castro (Barcelona: Noguer, 1972). Aunque pensado con un pro- pósito divulgador, debe tenerse en cuenta también su libro, en francés, Cervantès (París, 1931) monografía casi de cabecera para Azorín en varios de sus trabajos posteriores a esta fecha. 166 Vid. por ejemplo Agustín González de Amezúa, Cervantes creador de la novela corta española, Madrid: C.S.I.C., 1982, reimpresión [1956], 2 vols. 167 Alonso Zamora Vicente, «Américo Castro y Cervantes», Homenaje a Américo Castro, Madrid: Universidad Complutense de Madrid, 1987, p. 216. 168 Dana B. Drake, Don Quijote (1894-1970): A Selected Annotated Bibliography, Chapell Hill: University of California Press, 1974, vol I; Miami: Ediciones Universal, 1978, vol. II; Nueva York: Garland, 1980, vol. III; vol. IV, hasta 1979, en colaboración con Frederick Viña, Nueva York, 1984. 169 Anthony J. Close, «La crítica del Quijote desde 1925 hasta ahora», Anthony Close et alii, Cervantes, Alcalá de Henares: Centro de Estudios Cervantinos, 1995, pp. 311-333. 170 Madrid: Gráficas Reunidas, 1928, 1931, 1935 y 1941. 171 Francisco Rico, «Historia del texto», ob. cit., p. CCXXXIV. 172 Véase Alfredo Carballo Picazo, «Seguidores de Menéndez Pelayo», Guillermo Díaz Plaja, dir., Historia general de las literaturas hispánicas, Barcelona: Vergara, 1973, reimpr., vol. 7, pp. 350-354. 173 Las referencias bibliográficas se han consignado anteriormente. 174 Agustín González de Amezúa, Cervantes, creador de la novela corta española, Madrid: CSIC, 1956-1958. 175 Véase por ejemplo, «Los Cortinas de la villa de Barajas», Cuadernos de Literatura, 8-9 (1948), pp. 103-108; «Tres amigos de Cervantes», BRAE, XXVII (1948), pp. 143-175; «De la familia Salazar», Anales Cervantinos, I (1951), pp. 327-331, etc. 176 A Narciso Alonso Cortés se debe el capítulo sobre Cervantes en la Historia general de las literaturas hispánicas dirigida por Guillermo Díaz Plaja (Barcelona: Vergara, 1949, vol. II, pp. 803-856). 177 Véase ahora Anthony J. Close, «La crítica del Quijote desde 1925 hasta ahora», Anthony Close et alii, Cervantes, Alcalá de Henares: Centro de Estudios Cervantinos, 1995, p. 314. 178 Véase Alfredo Carballo Picazo, «Seguidores de Menéndez Pelayo», Guillermo Díaz Plaja, dir., Historia general de las literaturas hispánicas, Barcelona: Vergara, 1973, reimpr., vol. 7, p. 354. 179 Véase más arriba el apartado sobre el centenario de 1916. 180 Véase su trabajo «Desafueros contra el Cantar de mío Cid», recogido en el volumen Cer- vantinas y otros ensayos, Madrid: Afrodisio Aguado, 1944, pp. 391-420. Véanse especialmente los adjetivos que dedica a Menéndez Pidal en pp. 392-3. 181 Véase José Montero Padilla, «Luis Astrana Marín», Arbor, 170 (1960), pp. 122-125; Gilda Calleja Medel, Luis Astrana Marín, un solitario y casi heroico hombre de letras, Madrid: Sociedad Cervantina de Madrid, 1990. 182 Véase Miguel Santiago Rodríguez, Catálogo de la biblioteca cervantina de D. José María Asensio y Toledo, prólogo de Ángel González Palencia y noticia bibliográfica de Enrique Lafuente Ferrari, Madrid: Gráficas Ultra, 1948. 183 Joan Givanel Mas, Catàleg de la col·lecció cervàntica formada per D. Isidro Bonsoms i Siscart i cedida per ell a la Biblioteca de Catalunya, Barcelona: Institut d’Estudis Catalans, 1916- 1925, 3 vols. He aquí lo que dice Río y Rico sobre la formación de esta biblioteca: «Formó esta colección don Isidro Bonsoms, el cual, durante cuarenta años, y sin escatimar gastos para adquirir las ediciones y piezas más raras, fue reuniendo cuanto acerca del autor del Quijote y de su obra lite- raria era ofrecido en venta por libreros y particulares, siendo, desde luego, su principal adquisición la de la biblioteca cervantina que a fuerza de desvelos y aun privaciones logró reunir don Leopoldo Ríus. Con el firme propósito de que fondo tan importante no se dispersase a su muerte, lo donó generosamente al Institut d’Estudis Catalans, mediante contrato firmado en Barcelona el día 7 de junio del año de 1915, y esta institución cultural barcelonesa ha sido la que a sus expensas ha cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 233

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publicado el repertorio bibliográfico que nos ocupa. Es su autor don Juan Givanel Mas, docto y conocido cervantista, el cual, antes de echar sobre sí esta tarea, había terminado la publicación de la edición crítica del Quijote de Don Clemente Cortejón, acompañado del señor Suñé Benages, y tenía reunidas numerosas papeletas para publicar dos libros con los títulos de Omisiones y correc- ciones a la Bibliografía de don Leopoldo Ríus y Mil números cervantinos para añadir a la Biblio- grafía de Ríus». Gabriel Martín Río y Rico, Catálogo bibliográfico de la sección Cervantes de la Biblioteca Nacional de Madrid, Madrid: Tipografía de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1930, pp. 591-593. 184 Véase Luis María Plaza Escudero, Catálogo de la colección cervantina Sedó, Barcelona: José Porter, 1953-1955, 3 vols. Véase también el Homenaje tributado por la Sección de Manuscritos a la de Impresos de dicha biblioteca [Biblioteca Cervantina de Juan Sedó Peris-Mencheta] con motivo de la adquisición para la misma del ejemplar número mil de ediciones del Ingenioso Hidalgo D. Quijote de la Mancha […], Barcelona: Imprenta Escuela de la Casa Provincial de la Caridad de Barcelona, 1942, XII + 64 pp. + 121 láminas; y el discurso de ingreso de Juan Sedó Peris-Mencheta en la Real Academia de Bellas Artes de San Jorge, Embrujo y riesgo de las Bellas Artes, Barcelona, 24 de noviembre de 1952 (Barcelona: Imprenta de Enrique Tobella, 1952), en el que se incluye una valiosa «Iconografía de la Aventura de los molinos de viento seleccionada de las diversas ediciones ilustradas de nuestra colección y dividida en tres partes». 185 Son palabras de José Portolés, Medio siglo de filología española (1896-1952). Positivismo e idealismo, Madrid: Cátedra, 1986, p. 11. Cfr. además Alfredo Carballo Picazo, «La escuela de Menéndez Pidal», Guillermo Díaz Plaja, dir., Historia general de las literaturas hispánicas, Bar- celona: Vergara, 1973, reimpr., vol. 7, pp. 359 y ss.; Rafael Lapesa, Generaciones y semblanzas de claros varones y gentiles damas que ilustraron la Filología Hispánica de nuestro siglo, Madrid: Real Academia de la Historia, 1998, y el comentario a este libro de Francisco Abad en Hesperia. Anuario de Filología Hispánica, II (1999), pp. 173-178. 186 Véase ahora Pablo Jauralde Pou, «Cervantes and the Spanish Philological School», Anne J. Cruz y Carroll B. Johnson, eds., Cervantes and His Postmodern Constituencies, New York and London: Garland Publishing Company, 1999, pp. 105-115. 187 Ramón Menéndez Pidal, «El lenguaje del siglo XVI» [1933], La lengua de Cristóbal Colón, Madrid: Espasa-Calpe, 1947, 3ª ed., pp. 49-87 (esp. pp. 85-86); Los españoles en la literatura [1949], Madrid: Espasa-Calpe, 1971, 2ªed.; La lengua castellana en el siglo XVII [1986], Madrid: Espasa-Calpe, 1991. 188 Madrid: Cuadernos literarios, 1924, 2ª. ed. aumentada; la primera es de 1920 y se ha reim- preso en diversas ocasiones. 189 Madrid: Patronato del IV Centenario del nacimiento de Cervantes, 1948. Enrique Moreno Báez, discípulo de Menéndez Pidal, titula de manera muy similar («Cervantes y los ideales caba- llerescos») el capítulo IV de sus Reflexiones sobre el Quijote, Madrid: Prensa Española, 1968, pp. 29-36. 190 Véase ahora José Montero Reguera, El Quijote y la crítica contemporánea, Alcalá de Henares: Centro de Estudios Cervantinos, 1997, cap.VI. 191 Ramón Menéndez Pidal, Mis páginas preferidas. Estudios literarios, Madrid: Gredos, 1957. La cita en p. 196. («Un aspecto sobre la elaboración del Quijote», pp. 222-269; «Cervantes y el ideal caballeresco», pp. 270-297). 192 José F. Montesinos estudió sobre todo el erasmismo, la lírica de Lope de Vega, teatro del siglo XVII y novela decimonónica. Pero en esos trabajos, especialmente los dedicados a la novela del siglo XIX, las referencias a Cervantes y el Quijote son constantes, por ejemplo en su Introduc- ción a una historia de la novela en España en el siglo XIX (Madrid: Castalia, [1960], 1973, 3ª ed.) donde incluye capítulos como «Cervantes antinovelista» (pp. 35-42), «Cervantes» (pp. 100-102) en los que analiza la difusión e influencia del Quijote en los siglos XVIII y XIX y efectúa consideraciones muy inteligentes sobre el valor de la novela cervantina (pp. 40, 104, 105, 106-107, etc). Asimismo Cervantes aparece constantemente en Valera o la ficción libre (Madrid: Gredos, 1957) donde se encuentran afirmaciones como las siguientes: «Sería erróneo, empero, creer que Morsamor es mera- mente un hacinamiento de todo el saber noticioso que atesoraba la memoria de Valera. Responde como ninguna otra a aquel concepto de novela en libertad que defendió toda su vida, el más fiel a la fórmula cervantina que justificaba las novelas, aun de caballerías y aventuras, por el ‘sujeto que ofrecían para que un buen entendimiento pudiese mostrarse…, porque daban largo y espacioso campo por donde sin empacho alguno pudiese correr la pluma, describiendo naufragios, tormentas, cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 234

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reencuentros y batallas’» (p. 184). Evidentemente, quien escribe esto tiene metido el Quijote en la cabeza. 193 Alonso Zamora Vicente, «La literatura», Pedro Laín Entralgo (Coordinador y prologuista), Los estudios de un joven de hoy, Madrid: Fundación Universidad-Empresa, 1982, pp. 188-189. 194 Discípulo directo de Menéndez Pidal, en 1911 obtiene la Cátedra de Lengua y Literatura Españolas en la Universidad de Oviedo, de donde se traslada a la de Salamanca en 1915, labores que compatibiliza con la de agregado del Centro de Estudios Históricos y Director de la Residencia de Estudiantes. En 1916 empiezan sus viajes a la Universidad de Columbia (Nueva York) donde se encarga de organizar los estudios hispánicos, en alza después de la segunda guerra mundial, lo que le lleva a pedir en 1921 la excedencia en la universidad española e instalarse definitivamente en los Estados Unidos. Poco recordadas hoy, a él se deben algunas páginas interesantes sobre Cervantes que se encuentran recogidas en el volumen que la Universidad de Puerto Rico publicó en 1955 con la mayor parte de sus trabajos: Federico de Onís, España en América. Estudios, ensayos y dis- cursos sobre temas españoles e hispanoamericanos, Santander: Ediciones de la Universidad de Puerto Rico, 1955, 854 pp. Cabe destacar el capítulo «Cervantes» (pp. 317-339), que había apare- cido anteriormente como estudio preliminar a su edición del Quijote (Buenos Aires: W. M. Jackson, 1948, t. 1, pp. VII-XXXVII). También interesa el capítulo «Concha Espina» (pp. 531-534) donde recoge su introducción a la edición americana del libro de Concha Espina Mujeres del Quijote (ed. de W.M. Becker, Boston: Heath, 1931). De la etapa en Puerto Rico se conserva todavía el recuerdo de sus enseñanzas en el hoy Seminario Federico de Onís. Un libro bien conocido entre los cervan- tistas como el de Carlos Varo, Génesis y evolución del «Quijote» (Madrid: Ediciones Alcalá, 1968), está inspirado en buena medida en las enseñanzas de Federico de Onís. Agradezco al Dr. Aguirre Vega su amabilidad al proporcionarme diversos datos sobre la labor de Onís en Puerto Rico. 195 Más ocupado por otras épocas y problemas de nuestra literatura, Lloréns publicó un exce- lente estudio sobre el Quijote hoy poco recordado: «Don Quijote y la decadencia del hidalgo», Aspectos sociales de la Literatura Española, Valencia: Castalia, 1974, pp. 47-66. 196 Véase Anthropos, 98-99 (1989), p. XII. 197 Es muy interesante a estos efectos consultar el volumen de Américo Castro Semblanzas y estudios españoles (Madrid - Princeton: Ediciones Ínsula, 1956), donde se incluye la nómina de dis- cípulos americanos de Castro. Cfr. asimismo Vicente Lloréns, «Américo Castro: los años de Prin- ceton» [1971], Aspectos sociales de la Literatura Española, Valencia: Castalia, 1974, pp. 163-180. Por otra parte, no creo necesario recordar aquí los trabajos cervantinos, sobradamente conocidos, de Gilman, Durán o Buketoff Turkevich. 198 Véase Rafael Lapesa, «Mi recuerdo de Amado Alonso», VV. AA., Estudios de Literatura y Lingüística Españolas. Miscelánea en honor de Luis López Molina, Lausanne: Sociedad de Estudios Hispánicos, 1992, p. 330. 199 Además de numerosas referencias sueltas al Quijote que se pueden encontrar en su libro fundamental Materia y forma en poesía (Madrid: Gredos, 1955), Amado Alonso dedicó tres trabajos al Quijote: dos incluidos en el mismo libro («Cervantes», pp. 187-192 y «Don Quijote no asceta, pero ejemplar caballero y cristiano», pp. 193-229); y un tercero, «Las prevaricaciones idiomáticas de Sancho Panza» que apareció en la NRFH (2, 1948, pp. 1-20). 200 No dispongo ahora del espacio necesario para analizar los estudios sobre el Quijote de Casalduero, autor de uno de los cuerpos de exégesis cervantina más amplio y sugerente del siglo XX; véase como primera aproximación el trabajo de Gonzalo Sobejano, «La obra crítica de Joaquín Casalduero», VV. AA., Homenaje a Casalduero. Crítica y poesía, Madrid: Gredos, 1972, pp. 453- 469. 201 Dámaso Alonso, «El hidalgo Camilote y el hidalgo don Quijote» [1933-1934], Del Siglo de Oro a este de siglas, Madrid: Gredos, 1962, pp. 20-28; «Sancho-Quijote, Sancho-Sancho» [1950], Del Siglo de Oro a este de siglas, Madrid: Gredos, 1962, pp. 9-19; La novela cervantina [1969], en Modesto López Otero, Emilio Lorenzo, Dámaso Alonso y Federico Mayor Zaragoza, Lecciones de arquitectura, lengua, literatura y ciencia, Santander: UIMP, 2000, pp. 87-133. 202 Rafael Lapesa, «Aldonza-Dulce-Dulcinea» [1947], De la Edad Media a nuestros días, Madrid: Gredos, 1967, pp. 212-218; «Góngora y Cervantes: coincidencia de temas y contraste de actitudes» [1965], De la Edad Media a nuestros días, Madrid: Gredos, 1967, pp. 219-241; «Comen- tario al capítulo 5 de la Segunda Parte del Quijote», VV. AA., Actas del III Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, Barcelona: Anthropos, 1993, pp. 11-21. También debe tenerse en cuenta su Historia de la lengua española, Madrid: Gredos, 1980, 8ª ed. cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 235

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203 Manuel de Montoliú, Vida de Cervantes, Barcelona: I. G. Seix & Barral Herms., S. A. editores, 1930, 5ª edición; eiusdem, Tríptico del «Quijote», Barcelona: Cervantes, 1947; eiusdem, Manual de Historia de la Literatura Castellana, Madrid, 1947, 2ª ed. («El genio de la novela. Cer- vantes», pp. 358-396, «Conclusión», pp. 850-863 y «Apéndice: Cervantes y Ariosto», pp. 864- 868). 204 Madrid: Prensa Española, 1968. También es autor del capítulo «Perfil ideológico de Cer- vantes» incluido en la Suma cervantina compilada en 1974 por J. B. Avalle-Arce y E. C. Riley (Londres: Támesis Books, pp. 233-272). 205 Véase Pablo Jauralde Pou, «Cervantes and the Spanish Philological School», Anne J. Cruz y Carroll B. Johnson, eds., Cervantes and His Postmodern Constituencies, New York and London: Garland Publishing Company, 1999, pp. 110-111. 206 «Esto no viene sino a comprobar desde un punto de vista estrictamente literario lo que Américo Castro ha probado desde el plano del pensamiento al estudiar el de Cervantes en un exce- lente libro», Dámaso Alonso, La novela cervantina, lección de clausura del curso académico 1969 de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Ahora recogido en Modesto López Otero, Emilio Lorenzo, Dámaso Alonso y Federico Mayor Zaragoza, Lecciones de arquitectura, lengua, literatura y ciencia, Santander: UIMP, 2000, p. 93. Asimismo, es muy ilustrativa e interesante a este respecto la cita de Alonso Zamora Vicente transcrita más arriba, apartado 1.10. 207 Madrid: Renacimiento, 1930, pero publicado ya antes. 208 México: Hermes, 1947. Se trata de una edición abreviada: «Reducción de la inmortal obra hecha por Ramón Gómez de la Serna» dice la portada. Véase también Luis López Molina, «Ramón Gómez de la Serna frente al Quijote», Irene Andrés Suárez, y otros, Huellas del Quijote en la narrativa española contemporánea, vol. Monográfico de Cuadernos de Narrativa, I, 1995, pp. 55- 66. 209 Véase Fernando Salmerón, ed., Los estudios cervantinos de José Gaos, México: El Colegio de México, 1994 («Los estudios cervantinos de José Gaos», pp. 3-50) y Alberto Sánchez, «Cer- vantismo y quijotismo de León Felipe», Anales Cervantinos, XXII (1984), pp. 181-198. 210 Véase por ejemplo Margarita Smerdou Altolaguirre, «Cervantes en la Generación del 27 (Esbozo de un libro)», VV. AA. Actas del II Coloquio Internacional de la Asociación de Cervan- tistas, Barcelona: Anthropos, 1991, pp. 273-279; Ana Rodríguez Fischer (pres. y sel.), Miguel de Cervantes y los escritores del 27, Barcelona: Anthropos, 1989. 211 Véase Francisco Florit Durán, «Pedro Salinas y el Quijote», Homenaje al profesor Antonio de Hoyos, Murcia: Real Academia Alfonso X el Sabio, 1995, pp. 183-189. 212 Javier Yagüe Bosch, «Dos episodios de Don Quijote en Aire nuestro de Jorge Guillén», Criticón, 53 (1991), pp. 7-55; Francisco Florit Durán, «Jorge Guillén y su Homenaje a los clásicos del Siglo de Oro», Francisco Javier Díez de Revenga y Mariano de Paco, eds., La claridad en el aire. Estudios sobre Jorge Guillén, Murcia: Caja Murcia, 1994, pp. 175-189; Margarita Smerdou Altolaguirre, «Cervantes, Guillén y otros poemas», VV. AA., Jorge Guillén: el hombre y la obra, Valladolid: Universidad de Valladolid, 1995, pp. 499-503; Almudena del Olmo Iturriarte, «Jorge Guillén y el Quijote: la dimisión de Sancho», Actas del III Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas, Palma de Mallorca: Universidad de las Islas Baleares, 1998, pp. 689-708; Elizabeth Matthews, «Heroic Vocation: Cervantes, Guillén and Noche del caballero», Modern Language Review, 93, 4 (1998), pp. 1021-1033. 213 Ob. cit., p. 5. 214 Leo Spitzer, «Perspectivismo lingüístico en el Quijote», Lingüística e historia literaria, Madrid: Gredos, 1955, pp. 161 y 178-180. 215 Manejo la traducción al castellano, México: Fondo de Cultura Económica, 1950. 216 Ob. cit., pp. 314-339. 217 Véase Anthony J. Close, «La crítica del Quijote desde 1925 hasta ahora», art. cit., p. 319. 218 Erich Auerbach, ob. cit., p. 339. 219 Véase las referencias completas y comentario en José Montero Reguera, El «Quijote» y la crítica contemporánea, ob. cit., pp. 82-3, 93, 104, 119-120, 248 y 257. Asimismo, pueden consul- tarse los siguientes trabajos generales sobre Auerbach y su acercamiento al Quijote: Maria Augusta da Costa Vieira, «A Dulcinéia encantada de Auerbach e Dom Quixote de Cervantes», Anuario Bra- sileño de Estudios Hispánicos, 4 (1994), pp. 131-140 y David Damrosch, «Auerbach in Exile», Comparative Literature, 47 (1995), pp. 97-117. 220 El «Quijote» como obra de arte del lenguaje [1927], Madrid: CSIC, 1966, 2ª ed. Cfr. Anthony J. Close, «La crítica del Quijote desde 1925 hasta ahora», ob. cit., pp. 320-321. cervantistas 1 4/8/01 19:33 Página 236

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221 Firenze: Le Monnier, 1938, 446 + 430 pp. 222 Véase José Montero Reguera, El «Quijote» y la crítica contemporánea, ob. cit., pp. 32-35 223 Alexander A. Parker, «Don Quixote and the Relativity of Truth», Dublin Review, 220 (1947), pp. 28-37 y «El concepto de verdad en el Quijote», RFE, 32 (1948), pp. 287-305. A la zaga de Parker seguirán trabajos de Peter Rusell, Anthony Close, etc. suficientemente conocidos. Cfr. José Montero Reguera, El «Quijote» y la crítica contemporánea, ob. cit., pp. 106-115. 224 Javier Herrero, «Dulcinea and her Critics», Cervantes, II, 1 (1981), p. 31. 225 Madrid: Espasa-Calpe, 1943. 226 RFE, XXXII (1948), p. 559. 227 RFE, XXXII (1948), p. 560. 228 Véase Joaquín Arrarás, «Crónica del IV Centenario de Cervantes», RFE, XXXII (1948), pp, 537-592. 229 José Manuel Martín Morán da cumplida información de todo ello en su contribución a este IV CINDAC. Véanse asimismo mis Consideraciones previas.